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HOTEL BLUE PALACE, PLANTA OCTAVA, SUITE ROYALE.
19 DE SEPTIEMBRE, 8:03, HACE TREINTA AÑOS.
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HOTEL BLUE PALACE, HABITACIÓN 317.
20 DE SEPTIEMBRE, 9:25.
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... LA CALLE FRENTE AL HOTEL BLUE PALACE.
20 DE SEPTIEMBRE, 9:20.
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Fuera del Blue Palace, el cielo está gris y el aire tiene una
temperatura casi invernal. Hay un grupo de obreros inclinados junto a
un bache en la carretera, como una serie de gárgolas clavadas al
techo de una catedral, discutiendo quién debe volver al garaje a por
el equipo que se han olvidado. Un sedan verde sortea los conos
rojos junto al bache, maldiciendo mientras arroja un cigarrillo por la
ventanilla. Dos vagabundos se acurrucan junto a la marquesina del
autobús, tirándole piedras a una ardilla agazapada en un árbol
escuálido. El portero del hotel mira su reloj de pulsera y cambia el
peso de una pierna a otra. Se oye un ruido fuerte que podría ser un
disparo, proveniente de algún bloque de pisos del otro lado de la
calle.
El policía de patrulla Joseph Rossi ignora el sonido. Está
concentrado en los dos pedazos de pizza que se bambolean en un
plato demasiado pequeño para contenerlos. La pizza está caliente.
Su otra mano sujeta un botellín de Pepsi. Se está dando prisa en
acabar con su refrigerio para volver al coche y continuar con la
jornada de trabajo. Su compañero, Barker, es capaz de arrancar el
coche y largarse en cuanto pase un solo minuto de la media hora
reglamentaria para almorzar. Puto boy scout, piensa Rossi. Por otro
lado, él sabe que Barker le va a decir algo si le ve comiendo pizza a
las nueve de la mañana. También hay que pensar en eso. Cada
pocos segundos, Rossi tiene que cambiar los dedos que sujetan la
pizza porque está demasiado caliente. Está empezando a pensar
que el tipo de la pizzería le ha dado un plato tan pequeño a
propósito, que es uno de esos comerciantes que no entiende la
importancia de darle un pequeño refrigerio gratis a un policía, aunque
eso signifique preparar el horno un poco antes esa mañana. Quizás
debería volver y mantener una breve charla con él.
--Tienes la bragueta abierta, gilipollas.
A Rossi se le cae la comida al suelo de la impresión. La voz le
ha gritado justo al oído, tan cerca que ha podido sentir el calor del
aliento en la oreja. La garganta se le cierra de rabia, pero cuando se
gira para encararse con quienquiera que haya tenido la desgracia de
insultarle, ve que allí no hay nadie. Está junto a la fachada del Blue
Hotel mirando en todas direcciones, pero no ve a nadie que haya
podido decir aquello. No hay nadie que mire siquiera en su dirección.
El trozo de pizza ha caído boca abajo.
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Los ojos de Terrence Green recorren las doce plantas del hotel,
deteniéndose en la pintura azul descascarillada de los muros, los
ladrillos agrietados y los montones de basura apilados en el patio
trasero, el botones que espera impaciente al otro lado del cristal, la
marquesina del hotel quemada parcialmente en el incendio de hace
cuatro años.
Terrence tiene los musculosos brazos al descubierto. Sus ojos
son fieros, y su piel oscura brilla como metal pulido a la luz de la
mañana. Es impresionantemente alto, pero un hombre y una mujer
de mediana edad que salen del hotel, pasan a escasos centímetros
de él sin prestarle la menor atención. Terrence los mira por un
momento, y luego vuelca de nuevo su atención en el edificio. Cuando
entrecierra los ojos, puede ver una neblina extraña que cuelga del
hotel, como una telaraña de los muros. Cuanto más alta es la planta,
más densa se hace la neblina. En algunas partes, parece rodear otra
estructura más grande que el propio hotel, pero que permanece
invisible. Terrence siente la tentación de entrar en el edificio y
averiguar qué neblina es esa. Pero a pesar de su aparente
intangibilidad, ha aprendido que para él las barreras sólidas son
impenetrables. Da un bufido de resignación.
Terrence permanece al margen de la actividad que hay a su
alrededor. Permanece de pie, sin alterar su expresión neutra, sin ser
visto por los paseantes. Un policía está andando junto a la fachada
del hotel, con un trozo de pizza en una mano y un refresco en la otra,
tan ajeno a Terrence como todos los demás. Terrence observa cómo
se aproxima y frunce el ceño. Cuando está a su altura, le grita al
oído.
--Tienes la bragueta abierta, gilipollas.
El policía se detiene, tan sorprendido que se le cae la pizza al
suelo. Se gira rápidamente con cara de enfado pero no ve a nadie.
No hay nadie a la vista que le haya podido gritar así. Terrence, que
está apenas a cinco centímetros de él, se ríe y vuelve a su trabajo.
Está forzando un viejo radiocasete con una palanca y logra abrir el
circuito. Se oye una pequeña explosión de estática. Se acerca el
bafle a la boca.
--Orpheus ha caído, Orpheus ha caído. A todos los agentes de
Orpheus en el área: estáis en peligro. Orpheus ha caído.
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Ed mira a Tina. Se mira las manos, y luego toca con ellas las
paredes del ascensor. Parecen sólidas, y sin embargo...
--Mira --le explica a la niña--. Necesito que me expliques qué
es lo que está pasando aquí.
--Deberías saberlo --le responde ella.
Ed frunce el ceño.
--Dulce boquita, niña bonita. --Piensa en su último recuerdo de
Orpheus, cuando paseaba por el laboratorio y se encontró con su
propio cuerpo dormido--. ¡Oh, Dios mío! --exclama con horror--. El
experimento, es, es... es peor de lo que había imaginado. Todavía
estoy... todavía estoy... --intenta encontrar la palabra que Orpheus
utiliza para esa situación, pero no lo consigue --. ¡Todavía estoy fuera
de mi cuerpo!
--Lo que sea --dice Tina--. La cuestión es que estás muerto.
--Tú no lo comprendes --le explica Ed con nerviosismo--. No
estoy muerto. El experimento ha separado mi cuerpo de mi espíritu,
¿lo ves? ¡Y tengo que regresar a mi cuerpo! Porque si no...
¿Cuánto tiempo puede un cuerpo vivir sin tener su espíritu
dentro? Sabe que hay un tiempo límite, pero los instructores de
Orpheus siempre han sido muy poco precisos al respecto.
Ed intenta controlar su respiración. Su cuerpo está ahí fuera,
en algún lugar, esperándole, se dice a sí mismo. Todavía debe estar
en el tanque, vigilado por ordenadores y médicos. Las palabras que
se utilizaban en el entrenamiento vuelven a su mente como la letra
de una canción infantil: esperando a que vuelvas como el viajero
vuelve a su casa.
--Algo ha ido mal, de alguna forma --piensa en voz alta--. He
estado vagabundeando, pero tengo que volver como sea.
Cierra los ojos, intentando recordar algo.
Y luego escucha unas voces.
--... enes un cigarrillo?
Hay dos mujeres en el ascensor con ellos. Están frente a las
puertas, mirando el marcador del panel del ascensor. Una es más
joven, tiene pelo corto, y viste un traje de negocios caro, y otra de
más edad, con el cabello muy arreglado, vestida con una falda y una
blusa.
--Sabes que lo estoy dejando --responde la mujer madura, con
un punto de irritación en su voz.
--Hola --dice Ed sin que ninguna se vuelva. Luego vuelve a
intentarlo, hablando más alto--. ¿Hola? ¿Pueden oírme?
--Pues claro que no pueden --le explica, Tina levemente
molesta--. Pero, ¿es que no sabes nada?
Las mujeres continúan manteniendo su conversación,
hablando sobre falta de sueño, y sobre una convención a la que
están asistiendo.
--Es cierto --se da cuenta Ed--. Es como si fuera... un
fantasma. Algo irreal para ellas.
Baja los ojos hasta Tina, que lo está mirando.
--Pero tú puedes verme --le dice--. Entonces, eso significa...
¡Por favor! --les grita Ed a las dos mujeres--. ¿Pueden oírme?
Necesito ayuda...
Las luces del ascensor parpadean y, tras un pequeño
traqueteo, el ascensor se detiene. Las puertas se abren, mostrando
un vestíbulo en penumbra.
--Quinto piso --oye decir a una de las dos mujeres de negocios.
Quinto piso. Ed ha visto el número de la planta en el panel del
ascensor, pero al oírlo en voz alta una alarma dormida despierta en
su mente. Observa a las dos mujeres y durante tres segundos
exactos no las ve donde están, sino en un vestíbulo oscuro, chillando
de dolor.
La mujer de más edad sale del ascensor.
--¡Alto! --grita Ed--. ¡No salgan del ascensor!
Ella se detiene, como si hubiera escuchado algo.
--¿Qué?
--¿Eh? Yo no he dicho nada --responde su amiga.
--No salgáis ahí fuera --insiste Ed, cada vez más nervioso.
Las mujeres están saliendo del ascensor y andan por el
vestíbulo.
Ed aprieta los labios y se fuerza a sí mismo a seguir a las
mujeres. Sale del ascensor y se detiene bajo la luz de la lámpara del
vestíbulo. Mira atrás. Tina lo ha seguido y está observándolo con
interés.
El pasillo está oscuro, pero no tan oscuro como para no poder
ver las sombras que están allí esperando. Gente, docenas de
personas, algunas inmóviles como estatuas, otras tambaleándose.
Ed se acerca un poco más y puede distinguir que las figuras en
las sombras llevan ropas sucias y rasgadas por todas partes:
camisetas, pijamas, abrigos... Las ropas cuelgan de sus cuerpos
como si no fuesen de su talla, como si fuesen maniquíes vestidos a
toda prisa y sin cuidado alguno.
Las dos mujeres están alejándose de él, acercándose a la
multitud del fondo del vestíbulo. Ed siente una corriente helada de
frío que le golpea de frente, y aunque no mueve ni un solo pelo de
las dos mujeres, se pregunta cómo no lo han notado. Las mujeres se
detienen junto a un letrero que cuelga en mitad del pasillo, a la altura
de sus rodillas. Mientras permanecen allí, una de las figuras se
acerca lentamente, dando bandazos de un lado a otro, como si fuese
sonámbulo. Las mujeres hablan entre sí, mirando al pasillo de vez en
cuando sin alarmarse por la figura que está a pocos metros de
distancia. El sonámbulo levanta un brazo y mueve el dedo índice
haciendo una parodia grotesca del gesto de «ven aquí».
Ahora que está más cerca de la luz, Ed debería de ser capaz
de ver su rostro. Pero es que no tiene.
Donde debería haber nariz, ojos, boca, mejillas... tan solo hay
carne. No tiene orejas, ni pelo, ni tan siquiera señales que indiquen
que los haya tenido alguna vez. El estómago de Ed se encoge y la
bilis intenta subírsele a la garganta. El único rasgo en la cabeza de
aquella cosa es un grueso y negro surco, parecido a una cicatriz,
cruzado por líneas más finas, como los dientes de un peine. La
cicatriz le cruza la cabeza de lado a lado y es ligeramente cóncava,
lo que le confiere el aspecto de una siniestra sonrisa.
--Sonrisitas --oye cómo le susurra Tina. El tono de seguridad
en su voz parece haber desaparecido.
Intenta moverse hacia delante, pero el terror lo tiene totalmente
paralizado. La mujer mayor está a punto de cruzar la valla y a
lanzarse prácticamente en brazos de la criatura. Ed puede ver que
hay más monstruos iguales, que de pronto parecen haber
despertado y se acercan con movimientos torpes hacia ellos con los
brazos extendidos y las manos como garras.
--¡Oh, Dios! ¡Alto! ¡No, deteneos, no!
Desesperado, Ed pone toda su energía en el grito, tanta, que
siente que se le nubla la cabeza del esfuerzo. Siente que está
haciendo fuerza con la garganta y con todo el cuerpo. El aire se
enrarece a su alrededor y se hace más denso. Luego siente una
presión sobre toda su piel, como si saliera de algún tipo de
membrana.
--¡No, deteneos, no! --repite--. No continuéis por allí, por favor.
¡No es seguro!
Y entonces se da cuenta de que la mujer de más edad se gira
hacia él, y lo mira directamente a los ojos.
Todo es diferente. La luz de arriba es más brillante, casi
cegadora. El vestíbulo está tan oscuro que apenas distingue nada.
Su voz suena más llena, más rica, con los ecos que, aunque hasta
entonces no se había dado cuenta, faltaban cuando hablaba y
hacían que a sus propios oídos le resultara extraña.
La mayor de las dos mujeres se dirige a él.
--¿Hay algún problema? --pregunta. Camina hacia él, con
aspecto molesto.
--Oiga, ¿trabaja aquí? Porque el ascensor no funciona ni para
atrás.
Los colores también son diferentes. El suelo, las paredes, todo.
Aunque todavía son grises y macilentos, los tonos son más intensos
de lo que parecían tan solo unos momentos antes. La luz hace que le
lloren los ojos. Tiene la boca seca. Mira a la mujer, y luego a la
oscuridad del pasillo tras ella. Está oscuro, pero le parece distinguir
las siluetas de las criaturas que ha visto antes. Están esperando
todas detrás de la cuerda con los brazos extendidos, tambaleándose.
--Este piso no es seguro. Tenéis que salir de aquí --se detiene,
intentando ordenar sus pensamientos. ¿Qué les puede decir?
--Bueno, eso es lo que estamos intentando hacer --le dice la
mujer. Luego se vuelve hacia su compañera y comienzan a discutir
en susurros. La mujer más joven se ha acercado a la cuerda, y una
de las criaturas sin rostro ha alargado el brazo y le ha rozado la
espalda con el garfio de su mano.
Ed mira a su alrededor con desesperación. Las puertas del
ascensor se han cerrado. Se siente cansado, y tiene la sensación de
que, sea lo que sea que esté haciendo para llamar su atención, no va
a poder mantenerlo durante mucho tiempo. Tienen que dejar el piso.
Pero ¿cómo?
Y entonces lo ve. La puerta de las escaleras está justo al lado
del ascensor. ¿Cómo es que no la ha visto antes? ¿Estaba oculta de
algún modo?
--Allí. Bajad por aquellas escaleras.
Al ver que ellas no terminan de decidirse, se coloca a sus
espaldas para cortarles el paso hacia la valla y las criaturas. Los
«sonrisitas», como los ha llamado Tina, intentan alcanzar sin éxito a
las mujeres alargando los brazos. ¿No pueden cruzar la cuerda?
--Por favor --les pide--. Es mejor que os vayáis lo antes
posible.
¿Por qué las mujeres no se mueven de una vez?
--De acuerdo --dice la de más edad--. Vamos.
Cuando la puerta se cierra detrás de la pareja, Ed siente que el
aire se hace más denso aún a su alrededor. Tina está allí. Le coge de
la mano y se encaminan al ascensor.
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HOTEL BLUE PALACE, HABITACIÓN 527
17 DE JULIO, 11:37, HACE CUATRO AÑOS
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HOTEL BLUE PALACE, SÓTANO
20 DE SEPTIEMBRE, 12:57.
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--¿En qué puedo ayudarles? --Amy dibuja una sonrisa con los
labios mientras la pareja de mediana edad se acerca a ella, pero por
dentro está maldiciendo. La pareja tiene una mirada que ella ya ha
aprendido a conocer muy bien. Un brillo de enfado en los ojos, y una
mueca de molestia en los labios.
--Mi esposa y yo... ¡auch! --El hombre se lleva una mano al
oído derecho como si quisiera protegérselo de algún dolor. Amy se
da cuenta de que utiliza un audífono. Se lo quita del oído con una
mano--. Maldición, nunca había tenido problemas con esto, pero
siempre que vengo a recepción se vuelve loco. ¿Qué demonios
tienen funcionando por aquí que interfiere con mi audífono?
--Lo siento, pero no puedo serle útil en ese sentido --responde
Amy. No añade que ella misma suele tener problemas con las
interferencias de su radio a todas horas, ni de que a otros
compañeros de trabajo les ocurre lo mismo--, aunque informaré al
respecto y veré qué es lo que se puede hacer.
--La voz está todo el rato repitiendo algo así como «O feos»
--le dice el hombre a su esposa--. Alguien tiene algún tipo de
terminal de radio o algo así por aquí que hace interferencias y
apuesto a que es ilegal. ¡Tengo un amigo que trabaja para la
Comisión Federal de Comunicaciones, y me están entrando muchas
ganas de decirle que se pase por aquí y lo ponga todo patas arriba
hasta averiguar qué está sucediendo! --Apunta a Amy con el
audífono como si fuera un arma. Su color, que imita la tonalidad de la
piel humana hace que parezca una especie de oreja mutilada.
Amy no puede hacer otra cosa que contener las ganas de
decirle al tipo que se meta su audífono por el culo hasta que le
sobresalga por la boca. Por el rabillo del ojo puede ver que alguien
más está llamando su atención. Con un suspiro contenido de alivio,
se vuelve y muestra su sonrisa más dulce.
--Señor, le prometo que haremos todo lo posible para solventar
su problema. Y si no hay nada más que pueda hacer por usted ahora
mismo...
--Usted no ha hecho nada por nosotros --replica el hombre.
Su mujer lo coge del brazo.
--Ya está bien, Henry, tranquilízate. Salgamos ya a comer algo.
Brad y Cynthia nos estarán esperando en el restaurante.
Amy no puede evitarlo y sigue escuchando su conversación
mientras se alejan hacia la puerta.
--Ya te dije --le recrimina la mujer-- que deberíamos haber
hecho caso a Brad, y quedarnos en su casa. ¿Por qué no puedes ser
un poco más agradable con tu yerno?
--Porque es una serpiente --responde el hombre en voz
demasiado alta. Su mujer le chista que baje la voz, y después se
alejan demasiado y ya no puede oírse nada.
Amy se encoge de hombros. Entonces recuerda al otro cliente,
sonríe de nuevo y se vuelve hacia él. Pero no encuentra a nadie. Le
había parecido ver a un hombre alto con ropa de calle, y aunque solo
lo había visto por un momento con el rabillo del ojo, le parecía que
tenía una expresión de desesperación en el rostro. Pero ahora no
hay nadie. Recorre el vestíbulo con la mirada, pero no hay ningún
cliente a la vista. No hay nadie salvo la encargada de limpieza que
pasa la aspiradora cerca de los ascensores.
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READING, PENNSYLVANIA
11 DE FEBRERO, 00:43. HACE SIETE MESES
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UNIVERSIDAD DE PITTSBURGH, CAMPUS NORTE
21 DE NOVIEMBRE, 19:33, HACE 17 AÑOS
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HOTEL BLUE PALACE, PATIO TRASERO
27 DE MAYO, 10:13, HACE 30 AÑOS.
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LA CALLE FRENTE AL HOTEL BLUE PALACE.
20 DE SEPTIEMBRE, 20:00.
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... HOTEL BLUE PALACE, SÓTANO
20 DE SEPTIEMBRE, 23:17.
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HOTEL BLUE PALACE, PATIO TRASERO
27 DE MAYO, 10:01, HACE TREINTA AÑOS.
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HOTEL BLUE PALACE, COCINA
20 DE SEPTIEMBRE, 23:31.
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UN SITIO FRÍO Y OSCURO.
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--Oh, Dios, ¿por qué hice eso? Oh, Dios, oh, Dios, oh, Dios...
La criatura está sentada sobre el pecho de Ed, y puede sentir
cómo le desgarra la carne del cuello con sus colmillos. No puede
forzarse a abrir los ojos.
--Lo siento... --susurra, y las palabras se convierten en sonidos
sin sentido que repite una y otra vez--. Lo siento lo siento lo siento lo
siento...
»Lo siento --dice una vez más, y su voz parece aliviar el dolor
de su garganta--. Sé que me odias, pero escucha... --Ed abre sus
ojos. La criatura ha dejado de morderle. Sus ojos rojos están a
escasos centímetros de los suyos, dos piscinas de sangre en un
océano de pelo oscuro--. No puedes... odiar para siempre --está
diciendo Ed. Tiene que concentrarse en cada palabra, como si
hablara en otro idioma--. La gente puede... pero los animales... no.
Se acabó, ¿no lo entiendes? Sé que sufriste... eso fue hace mucho
tiempo. Tu sufrimiento se acabó, si lo dejas ir... --Ed imagina que su
voz es una luz invisible que está irradiando y fluye hasta el cuerpo de
la criatura--. Está bien --continúa--. Deja que la furia desaparezca.
Deja ir toda la furia.
El animal mueve su gran cabeza. Abre sus fauces y salta hacia
los ojos de Ed.
Pero se detiene.
--Así está bien --dice Ed. Se calla, y trata de coger más aire.
Luego continua--. Recuerda lo que eras antes. Antes del dolor.
Recuerda.
La criatura olisquea el aire, vuelve la cabeza a la izquierda y
luego a la derecha. Ed siente sus patas cuando se incorpora sobre
su pecho y da un paso a un lado, quitándose de encima de él. Ed se
mueve lentamente, arrastrándose hacia la bestia.
--Tranquilo --dice. Tiene la garganta irritada--. Tranquilo... Todo
va bien...
Se pregunta dónde está, pero no quiere apartar su atención de
la criatura. El suelo parece grasiento. Se incorpora con movimientos
dolorosos hasta quedarse sentado. El monstruo gruñe.
Pero el sonido parece diferente. Ed observa atónito cómo
comienza a cambiar la forma de la criatura, vibrando y encogiéndose
poco a poco. Su hocico se hace más pequeño, su cuello de hiena se
encoge, sus ojos pierden el brillo rojo. Tenía más de un metro y
medio de alto, con fauces de cocodrilo. Ahora sus proporciones se
reducen, y para cuando Ed se levanta, ya ha asumido la forma de un
perro normal.
Es una mezcla entre pastor alemán, doberman y algo más.
Ladra una vez y se sienta para rascarse la oreja con una pata.
Ed se lleva las manos a la garganta. No hay sangre.
--Vaya... mírate --le dice al perro con voz quebrada. El perro
agita la cola.
Y una voz resuena a su espalda.
--Y mírate a ti, querido.
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HOTEL BLUE PALACE, SUITE DEL OCTAVO PISO
27 DE MAYO, 9:37, HACE TREINTA AÑOS.
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HOTEL BLUE PALACE, SÓTANO,
PASILLO DE SERVICIO NÚMERO 3
20 DE SEPTIEMBRE, 23:55.
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NINGÚN LUGAR.
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{Final Relato}