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VII Jornadas de Sociología, Universidad Nacional de General Sarmiento

Título: Revisitando el concepto de populismo


Autoras: Malena Corte y Josefina Mallades
Formación y pertenencia institucional: Instituto de Investigaciones Gino Germani/
Universidad de Buenos Aires.
Correo electrónico: malecorte@gmail.com y josefinamallades@gmail.com

Introducción
A partir de la emergencia en América Latina de gobiernos con algunas características
compartidas se reeditó la discusión sobre el populismo. El ámbito académico no ha sido la
excepción; sin embargo se observa una dispersión conceptual en el sentido que aquella noción
no suele usarse para referirse a los mismos fenómenos. Por ello, consideramos menester echar
luz sobre esa situación con el objetivo de clarificar dicha dispersión. Sin dudas, las
experiencias recientes latinoamericanas requieren de mayor rigor conceptual y precisión
teórica.
Frente a este escenario, nos proponemos dos grandes tareas. Primero, realizaremos una
revisión de la bibliografía existente sobre populismo en pos de problematizar dicho concepto,
observando el uso que le dan los diferentes autores que hemos elegido. Dicha elección tiene
que ver con que consideramos que aquellos pueden ser vistos cómo clásicos en lo que
respecta al análisis de esta temática, ya que definieron algo de lo social como un problema
(en el sentido de que se ocuparon de un fenómeno que no era pensado como un objeto de
estudio y al poner su atención en él le dieron entidad como problema a estudiar) e inauguraron
un modo de pensarlo.
Segundo, retomaremos los conceptos de los autores que nos parezcan pertinentes para
elaborar un estado del arte para una investigación de la que estamos participando, aquella que
busca explicar la transformación de las gramáticas de movilización de la restauración
democrática, concentrándonos específicamente en los dos primeros gobiernos kirchneristas.
Cabe agregar que esta investigación se desarrolla en el marco del Grupo de Estudios sobre
Protesta Social y Acción Colectiva (GEPSAC) radicado en el Instituto de Investigaciones
Gino Germani.
Es conocida la vaguedad e inexactitud que presenta el término populismo en tanto concepto
utilizado para caracterizar diversas realidades del campo político. Como señalan Mackinnon y
Petrone (1998), el concepto sirve para referirse a una variedad de fenómenos: movilizaciones
de masas de distinta índole, partidos políticos, movimientos, ideologías, actitudes discursivas,

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regímenes y formas de gobierno, mecanismos de democracia directa, dictaduras, políticas y
programas de gobierno, reformismos, etc.
Como varios autores han señalado, esta fuerte ambigüedad del concepto proviene
principalmente de la heterogénea realidad histórica a la que el término se refiere. A su vez,
otro factor que contribuye a dicha ambigüedad es que el populismo no es parte de una
tradición compartida más amplia a la cual se relaciona el uso del término, sino que el uso que
se le da es sólo analítico. Por lo general, no se encuentran dirigentes políticos ni partidos ni
gobiernos que se asuman e identifiquen como populistas, sino que esta caracterización se da a
posteriori y producto de un análisis realizado por intelectuales o periodistas.
No menos importante es la connotación negativa y la marginalidad que caracteriza a este
término en distintas tradiciones teórico-políticas. Como señala Biglieri, pareciera que el
populismo sólo puede estar asociado a algo nefasto: “remite a lo chabacano, lo estéticamente
feo, lo moralmente malo, a la falta de cultura cívica, la demagogia, la falta de respeto por las
instituciones, etc.” (2007: 15)

Diferentes interpretaciones y diferentes problemas sobre el populismo


Germani y Di Tella
Para comenzar con nuestro recorrido bibliográfico no podemos dejar de mencionar las
perspectivas funcionalistas de Germani y Di Tella, en las cuales podemos rastrear las primeras
reflexiones teóricas acerca del concepto de populismo.
En relación a Germani, podemos dividir su producción académica en dos grandes momentos:
el primero, está representado principalmente por su libro “Política y sociedad en una época de
transición. De la sociedad tradicional a la sociedad de masas” y, el segundo, por su libro de
1978 “Autoritarismo, fascismo, y populismo nacional”.
En el primer momento, para Germani, el populismo cumplió la función de posibilitar el paso
que normalmente debía tener lugar desde una sociedad tradicional a una sociedad moderna y
desarrollada. De esta manera, el populismo fue considerado como la respuesta a cambios
estructurales en condiciones históricas determinadas. Dichos cambios hacen referencia al
proceso de rápida industrialización que había producido un trasplante de grandes masas
rurales, sin experiencia política ni sindical a las ciudades. Este proceso había colocado a las
masas en una situación de “disponibilidad”. La rápida industrialización, junto con la
urbanización y la masiva migración interna favorecieron la temprana intervención de las
masas en la política, excediendo los canales institucionales vigentes.
Como los partidos existentes no podían ofrecer posibilidades adecuadas de expresión a estas
masas, se originó una verdadera situación de anomia para estos grupos cuya “disponibilidad”
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dio origen a movimientos nuevos. De esta manera, para Germani, a través de los
“movimientos nacional populares” se verificó un tipo particular de movilización y de
integración de las masas populares en la esfera política. Cómo señala De Ipola (1989), esta
movilización y esta integración emplearon canales sui generis, ya que, como se mencionó, ni
los sindicatos, ni los partidos políticos ni las instituciones sociales y político-estatales estaban
en condiciones de asegurarlas. Este tipo de integración política de las masas populares a la
sociedad industrial constituyó para Germani un problema ya que dañaba la organización
política y los derechos básicos que constituyen los pilares insustituibles de toda democracia
genuina.
A su vez, otra característica de estos “movimientos nacional populares” era la subordinación
de las masas al poder manipulatorio del líder carismático a cambio de importantes
retribuciones en lo que hace a la adquisición de un principio de identidad y de una efectiva
participación en la escena política. En este sentido, Germani (1962) rechazó la interpretación
economicista que consiste en creer que el pueblo “vendió” su libertad por un “plato de
lentejas”. En otras palabras, si bien consideró que el líder hizo demagogia, entendió que “la
parte efectiva de dicha demagogia no fueron las ventajas materiales sino el haber dado al
pueblo la experiencia (ficticia o real) de que había logrado ciertos derechos y que los estaba
ejerciendo” (Germani, 1962: 244).
Para Germani, la movilización de las clases populares en el caso argentino, además de haber
asumido formas anómalas, tuvo lugar bajo el signo del totalitarismo entendiendo por tal un
tipo de sistema político autoritario y hostil a la democracia representativa de estilo occidental.
La diferencia entre la democracia y las formas totalitarias, reside en el hecho de que mientras
la primera intenta fundarse sobre una participación genuina, el totalitarismo utiliza un ersatz
de participación, es decir crea la ilusión en las masas de que ahora son ellas el elemento
decisivo, el sujeto activo, en la dirección de la cosa pública (Germani, 1962: 239). Cabe
aclarar, sin embargo, que Germani no puso en pie de igualdad el fenómeno del peronismo y
los movimientos fascistas europeos, sino que se encargó de marcar sus diferencias.
Por último, Germani concluyó su argumento abriendo un debate que fue muy enriquecedor y
ampliamente retomado por los sucesivos autores que reflexionaron sobre el populismo: la
cuestión de la irracionalidad-racionalidad de las masas. El autor, al reflexionar sobre el
peronismo, señala que podría objetarse que los mismos logros que obtuvieron las masas bajo
el signo del totalitarismo (el haber logrado conciencia de su propio significado como
categoría de gran importancia dentro de la vida nacional, y el haber conseguido derechos
laborales) podrían haberse alcanzado por otro camino (no por un régimen totalitario, sino por
la educación democrática). Aceptando eso, advierte Germani que sí debiera considerarse el
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camino de la clase obrera como irracional: lo racional hubiera sido el camino democrático, es
decir, la adquisición de autoconciencia y el reconocimiento por parte de las demás clases no a
a través de un régimen totalitario. Pero Germani da otro giro y se pregunta “¿Era posible
dicho mecanismo democrático en las condiciones en que se hallaba el país, tras la revolución
de 1930? La contestación es claramente negativa. Por ello, si tenemos en cuenta las
características subjetivas que presentaban las clases populares, su reciente ingreso a la vida
urbana y a las actividades industriales, su escaso o nulo entrenamiento político, su bajo nivel
educacional, sus deficientes o inexistentes posibilidades de acción política, debemos concluir
que [...] no puede considerarse ciega irracionalidad” (Germani, 1962: 251)
En síntesis, si bien vemos que Germani finalizó matizando su argumento al señalar que la
actitud de las masas no fue ciega irracionalidad, va a concluir que el hecho de que la
integración política de las masas se haya iniciado bajo el signo del totalitarismo en la
Argentina representó una tragedia. La tarea pendiente para Germani era lograr esa misma
experiencia de participación política y social, pero vinculada a la práctica de la democracia y
de la libertad.
La publicación del libro “Autoritarismo, fascismo y populismo nacional” en 1978 representa
un segundo momento en la obra de Germani. Allí revisó las críticas recibidas a sus
interpretaciones sobre el populismo en el transcurso del primer momento de producción
académica. La argumentación de Germani se basó en abandonar los marcos de la teoría de la
modernización por sus implicancias evolucionistas y centrarse en el concepto de movilización
para dar cuenta de los fenómenos populistas (Pérez, 2007a). Desde esta nueva perspectiva, el
concepto de movilización permite entender al populismo como una determinada relación entre
un tipo de movilización y una forma de integración/institucionalización de tal movilización en
el nivel del régimen político de gobierno. En este sentido, Germani identificó al populismo
nacional como una forma de “democratización fundamental” operada por la movilización
heterónoma de importantes fracciones de las masas excluidas de los procesos
socioeconómicos en curso en una sociedad sometida a un cambio acelerado (Pérez, 2007b).
Siguiendo a Pérez (2007a), para Germani la movilización social no resulta una mera
consecuencia determinada por el proceso de modernización, sino que constituye la dimensión
específica a través de la cual puede analizarse la articulación de tal proceso de modernización
en contextos históricos determinados. Germani cuestionó las limitaciones de una definición
del concepto de movilización que omite dos aspectos fundamentales: la interdependencia
entre los grupos y la conflictividad inherente al proceso que de ella deriva.
En esa dirección, Germani define al proceso “movilización” como “el exceso (en grado,
alcance o forma) de la participación del grupo en relación con el nivel considerado normal
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para la vieja sociedad. La movilización, entonces, constituye siempre una forma de
participación disruptiva por exceso o por defecto; no resulta de un mero incremento en los
niveles de participación” (Germani citado en Pérez 2007a: 294)
En relación al enfoque de Di Tella, según De Ipola, “el populismo está directamente ligado al
proceso de desarrollo socioeconómico y es definido como un movimiento político cuya base
social está constituida por masas obreras o campesinas “disponibles” que reclaman
participación en la distribución de los bienes y en la toma de decisiones a nivel político, pero
carecen de una organización propia que encarne sus intereses como clase. Y es también,
según Di Tella, a través de esos movimientos por definición heterónomos, que tiene lugar la
integración política de las masas en la etapa de transición de la sociedad tradicional a la
moderna” (De Ipola, 1989: 340)
Según Di Tella,

“el populismo, por consiguiente, es un movimiento político con fuerte apoyo popular,
con la participación de sectores de clases no obreras con importante influencia en el
partido y sustentador de una ideología anti-statu quo. Sus fuentes de fuerza o „nexos
de organización‟ son: a) una elite ubicada en los niveles medios o altos de la
estratificación y provista de motivaciones anti-statu quo; b) una masa movilizada
formada como resultado de la „revolución de las aspiraciones‟; y c) una ideología o
un estado emocional difundido que favorezca la comunicación entre líderes y
seguidores y cree un entusiasmo colectivo” (Di Tella, 1977: 47-8)

Tanto para el primer Germani como para Di Tella, las transiciones son mom entos de tensión
estructural que llevan a la emergencia de fenómenos como el populismo.
Sin embargo, como bien explica Biglieri (2007), la especificidad del trabajo de Di Tella
radicó en entender al populismo como una forma de explicar el acople entre unas elites
desplazadas (intelectuales cuya condición no coincidía con su status social) y una masa
disponible pugnando por entrar en la política pero que no encontraba un modo de expresión.
De esta manera, Di Tella entendió el fenómeno del populismo en América Latina como el
resultado de la existencia de grupos campesinos y trabajadores urbanos ansiosos por obtener
una participación mayor en la distribución del ingreso y en la toma de decisiones políticas.
Grupos que carecían, al mismo tiempo, de un marco organizativo adecuado para canalizar sus
intereses de clase. El populismo es, entonces, para Di Tella, un movimiento político que
cuenta con importante apoyo popular, en el que participan clases no obreras (elites) que
sustentan una ideología anti-statu quo.

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Como se observa, Di Tella puso énfasis en la necesidad para una movilización populista de
las masas, de la preexistencia de una elite-ideológicamente anti statu quo comprometida en
dicho proceso de movilización. Además, afirmo que el surgimiento de una elite en
condiciones de tomar bajo su dirección al movimiento populista se explicaría por un
fenómeno de características anómalas: la existencia, en esos sectores, de una incongruencia
de status entre sus aspiraciones y lo que llama la “satisfacción de empleo” (De Ipola, 1989)
Di Tella puso el acento en la “revolución de expectativas”: “el deseo de tenerlo todo de una
vez sin esperar que se consoliden los mecanismos que lo proporcionan es lo que hará difícil el
funcionamiento de la democracia ya que se pedirá más de lo que ella puede dar” (Di Tella
citado en Mackinnon y Petrone, 1998: 27). Estos grupos crecientes formarán una masa
disponible numéricamente importante que no ha visto en la alternativa liberal-democrática la
forma de satisfacer sus expectativas. Se disponen, entonces, a seguir su propia guía, la cual les
será ofrecida por una elite dispuesta a aceptar el proceso de movilización. En consecuencia, la
aparición de un líder, que a su vez encabeza la elite, es imprescindible para que se origine la
experiencia populista (Mackinnon y Petrone, 1998).
De esta manera, aunque admitió coincidiendo con Germani, que el populismo surge y se
desarrolla en el tránsito de la sociedad tradicional a la moderna, Di Tella puso el énfasis en la
necesidad, para una movilización populista de masas, de la existencia de una elite
comprometida con dicho proceso de movilización y en la decadencia del liberalismo como
motor de cambio que, al fracasar, posibilitaría la experiencia populista. De todas maneras,
para este autor aún con todas sus limitaciones, el populismo es el único vehículo disponible de
reforma o de revolución en América Latina.

Murmis, Portantiero y Weffort


Otra línea de interpretación sobre el concepto de populismo es la histórico-estructural en la
que se situaron Murmis y Portantiero, la cual vinculó al populismo con el estadio de
desarrollo del capitalismo latinoamericano que surgió con la crisis del modelo agroexportador
y del estado oligárquico. Mackinnon y Petrone (1998) sostuvieron que Murmis y Portantiero
destacaron el rol interventor del Estado que ante la debilidad de la burguesía debió asumir un
rol de dirección de los procesos de cambio y afirmaron que estos autores centraron su análisis
del populismo, parafraseando a Gramsci, en la crisis de hegemonía.
Rechazando el marco dicotómico de la teoría de la modernización y poniendo el énfasis en la
racionalidad de las masas, Murmis y Portantiero pusieron su mirada sobre una base estructural
alternativa de las relaciones sociales: la construcción y deconstrucción de alianzas en la
sociedad civil. Los autores realizaron importantes críticas a la interpretación de Germani
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sobre el peronismo en términos de movilización heterónoma del nuevo proletariado de
migrantes internos en disponibilidad frente al acelerado proceso de modernización. Su
argumentación se centró en señalar cómo la conformación del peronismo responde a una
convergencia de intereses materiales objetivos entre fracciones de clase ya constituidas, de la
cual el populismo resulta una superestructura política.
En su estudio sobre el peronismo, consideraron al populismo como un producto de cierta
alianza de clases que pudo tener lugar en determinada circunstancia histórica. Es decir, el
populismo como fenómeno circunscripto a cierto período histórico específico. Lo que
posibilitaba dicha alianza era el hecho de que la satisfacción de las demandas obreras
acumuladas durante la primera etapa del crecimiento por sustitución de importaciones
coincidía con el proyecto de desarrollo de un sector industrial propietario. Se trataba de la
franja de los industriales menos poderosos, cuyo futuro económico estaba estrechamente
ligado a la expansión del mercado interno (De Ipola, 1989: 344).
Pensaron así a la participación obrera como condición necesaria para llevar a cabo el proyecto
hegemónico de un sector de las clases propietarias y de la burocracia estatal. Este proyecto
tendía a representarlos en dos aspectos: al considerar a los obreros desde su papel de
consumidores y al buscar su propia legitimación a través de la movilización de las clases
populares.
Tambien Weffort analizó al populismo en la clave de la crisis de hegemonía. Para este autor,
el populismo sólo puede ser comprendido dentro del contexto del proceso de crisis política y
desarrollo económico que inauguró la revolución de 1930.

“El populismo expresa el período de crisis que atravesaron a la vez la oligarquía y el


liberalismo; y también expresa la democratización del Estado que debió apoyarse en
algún tipo de autoritarismo. […] El populismo fue también una de las manifestaciones
de la fragilidad política de los grupos urbanos dominantes. […] Expresa sobre todo, la
emergencia de las clases populares en el seno del desarrollo urbano e industrial de la
época y la necesidad, sentida por algunos de los nuevos grupos dominantes, de
incorporar a las masas al juego político” (Weffort, 1998: 135)

En otras palabras, el populismo es para Weffort “una estructura institucional de tipo


autoritario y semicorporativa, orientación política de tendencia nacionalista, antiliberal y
antioligárquica, orientación económica de tendencia nacionalista e industrialista; composición
social policlasista, pero con apoyo mayoritario de las clases populares” (Weffort citado en
Ansaldi, 2008: 80). El componente policlasista, esto es la alianza de clases, tiene un rol nodal.
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Empero, no se trataba de cualquier composición policlasista, sino de la articulada entre la
burguesía industrial nacional (o local) y el proletariado urbano industrial.
Resultado de un período de crisis, por un lado, y permeado por las peculiaridades de esta
época, por otro, el populismo es un fenómeno político con aspectos frecuentemente
contradictorios.
Para Weffort,

“el populismo fue una manera determinante y concreta de manipulación de las clases
populares, pero de la misma manera representó un medio de expresión de sus
inquietudes. El populismo puede significar al mismo tiempo una forma de
organización del poder para los grupos dominantes y, a la vez, la principal forma de
expresión política del ascenso popular en el proceso de desarrollo industrial y urbano;
esto es, un mecanismo a través del cual los grupos dominantes ejercían su dominación
y, a la vez, un medio de amenazar potencialmente esa dominación. Si este estilo de
gobierno y de comportamiento político es esencialmente ambiguo, se debe
ciertamente, por una parte a la ambivalencia personal de los políticos divididos entre
el amor hacia el pueblo y el amor hacia las funciones gubernamentales” (1998: 136).

Laclau
Otra conocida línea interpretativa sobre el populismo es la de Laclau. Su producción
académica puede dividirse en dos etapas. En la primera etapa se destaca su obra “Política e
ideología en la teoría marxista: capitalismo, fascismo y populismo” de 1978. La segunda
etapa está representada por su libro “La razón populista” de 2005.
Durante el primer período de su producción, el autor elaboró una definición sobre el concepto
de populismo y cuestionó tanto la caracterización funcionalista como las posturas que lo
asocian únicamente como un fenómeno producto de cierto momento histórico o a una base
social específica como la clase trabajadora. Por el contrario, Laclau no definió al populismo
como un movimiento político, un tipo particular de organización o un régimen estatal, sino
como un fenómeno de naturaleza ideológica que puede estar presente en el seno de
movimientos con distintas bases sociales, orientaciones políticas diferentes y en las épocas
históricas más diversas. De esta manera, situó la especificidad del populismo en el plano del
discurso ideológico.
Para argumentar su postura, como señala De Ipola, “Laclau recurre a la teoría althusseriana de
la ideología y, en especial, al difundido concepto de „interpelación‟. Sobre esa base, enuncia
la tesis según la cual el populismo en tanto fenómeno ideológico se caracterizaría por „poner
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en escena‟ y dar forma discursiva a un dispositivo interpelatorio particular caracterizado por
la articulación de un conjunto de interpelaciones „popular-democráticas‟, articulación en
virtud de la cual tales interpelaciones configurarán un sistema ideológico antagónico respecto
de la ideología dominante y del bloque de poder que la sustenta” (De Ipola, 1989: 349). Es así
como una de las principales ideas de Laclau radicó en afirmar que el populismo no tenía una
especificidad de clase sino que dependía de una lógica de articulación. De esta manera, trató
de pensar al populismo desde el punto de vista de las interpelaciones y desarrolló la idea de
posición de sujeto popular.
Más adelante, en su libro “La razón populista”, Laclau complejizó su planteo sobre el
populismo por lo cual retomó los conceptos clave de su propuesta de análisis del discurso:
hegemonía, antagonismo, punto nodal, significante vacío, significante flotante, lógica de
equivalencia, lógica de la diferencia, etc.
Al mismo tiempo, como observa Biglieri (2007), también mantuvo su principio ontológico:
comprender a lo social como un espacio discursivo. Su noción de discurso refirió no
solamente a lo lingüístico en el sentido del habla o la palabra escrita, sino a toda relación de
significación. Así, supuso que el campo de lo discursivo se superpone con el campo de las
relaciones sociales y que estas son tales porque tienen y producen sentido. Consecuentemente,
postuló que las relaciones sociales no son determinables fuera de la estructura simbólica e
imaginaria que las define. Desde su perspectiva, entonces, el discurso no sería producido por
un sujeto que fuera su agente, sino a la inversa, el sujeto social sería una realización del
discurso.
Su argumento se basó en invertir las posiciones teóricas tradicionales sobre populismo. En
lugar de buscar definirlo por sus atributos o, más bien, por la falta de atributos (vaguedad,
impresión, vacío ideológico, falta de racionalidad, anti-intelectualidad, transitoriedad, etc.)
consideró que “ha ampliado el modelo de racionalidad en términos de una retórica
generalizada (hegemonía), y de manera que el populismo aparezca como una posibilidad
distintiva y siempre presente de estructuración de la vida política” (Laclau, 2005: 27-28)
Desde el comienzo de su producción académica, Laclau dejó claro que el populismo es una
articulación hegemónica. Para el autor, como explica Biglieri (2007), una relación
hegemónica articula las diferencias a partir de que un elemento (un significante vacío) se
impone como la representación de la totalidad y plasma cierta configuración que no es más
que un orden suturado, porque la sutura nos indica la imposibilidad de fijación del orden
como una totalidad coherentemente unificada. “Una relación hegemónica es definida como la
representación de una imposibilidad que constitutivamente supone una sinécdoque”. (Laclau
citado en Biglieri, 2007: 38). Su condición reside en que “una fuerza social particular asuma
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la representación de una totalidad que es radicalmente inconmesurable con ella. Tal forma de
universalidad hegemónica es la única que la comunidad política puede alcanzar” (Laclau
citado en Biglieri, 2007: 38)

“El populismo no es, en consecuencia, expresión del atraso ideológico de una clase
dominada, sino, por el contrario, expresión del momento en que el poder articulatorio
de esa clase se impone hegemónicamente sobre el resto de la sociedad. Este es el
primer movimiento en la dialéctica entre “pueblo” y clases: las clases no pueden
afirmar su hegemonía sin articular al pueblo a su discurso, y la forma específica de
esta articulación, en el caso de una clase que para afirmar su hegemonía debe
enfrentarse al bloque de poder en su conjunto, será el populismo.” (Laclau, 1978:
230. Cursiva en el original)

El populismo es un tipo de articulación hegemónica que presenta ciertos rasgos distintivos. La


articulación específicamente populista, es aquella en la cual entra a jugar la figura del pueblo,
que dicotomiza el espacio social y se establece la figura de un líder en un lugar del ideal.
La novedad del argumento de Laclau, como plantea Biglieri (2007), reside en plantear el
problema de la unidad de análisis que hay que considerar a la hora de trabajar sobre el
populismo. Descartó las lecturas tradicionales que toman como unidad de análisis al grupo ya
dado, en contraposición afirmó que el populismo es una forma de constituir la propia unidad
del grupo. Específicamente, dicha forma es la que se da bajo la figura del “pueblo”, que para
Laclau es la forma particular de constitución de una identidad populista. Para determinar
cómo es que tiene lugar esta forma el autor propone identificar unidades de análisis
constitutivas del grupo: las demandas. Estas son clasificadas como democráticas y populares,
para explicarlas recurrió a la lógica de la equivalencia y la lógica de la diferencia. Tanto la
lógica de la equivalencia como la lógica de la diferencia operan de manera paradójica y son
constitutivas en la construcción de lo social. Las demandas democráticas son aquellas que
satisfechas o no permanecen aisladas al proceso equivalencial; mientras que las populares
establecen una articulación equivalencial y constituyen una subjetividad social más amplia.
La articulación de esta cadena de equivalencias que constituye al pueblo forja la idea de una
frontera entre un “nosotros” y un “ellos”. Lo que permite pensar el momento de la unidad del
“nosotros” es el “afuera constitutivo”, dado que de alguna manera es parte de la identidad que
ayuda a conformar pero al mismo tiempo le impone un límite. Contribuye a configurar una
identidad pero simultáneamente la acecha. Este estatuto paradojal del “afuera constitutivo” es
lo que le confiere el carácter de dislocada a toda identidad.
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Laclau presenta al “pueblo” del populismo: una plebs que reclama ser el único populus
legítimo. Esto es una parcialidad (la plebs, los menos privilegiados) que quiere funcionar
como totalidad de la comunidad (el populus, el pueblo como nombre de la comunidad). De
este modo, tenemos populismo cuando una parte se identifica con el todo y se produce una
exclusión radical dentro del espacio comunitario.
El “pueblo” del populismo viene a señalar la plenitud ausente de la comunidad porque da
cuenta de la “imposibilidad de la sociedad”. El “pueblo” del populismo tiene lugar justamente
por la imposibilidad de todo orden de cerrarse como una mismitud completamente coherente
y unificada. El “pueblo” del populismo aparece allí en la búsqueda, siempre inalcanzable, de
la plenitud de la comunidad. De esta manera, el “pueblo”, en palabras de Laclau es algo
menos que la totalidad de los miembros de la comunidad: es un componente parcial que
aspira, sin embargo, a ser concebido como la única totalidad legítima. A fin de concebir al
“pueblo” del populismo necesitamos algo más: necesitamos una plebs que reclame ser el
único populus legítimo, es decir, una parcialidad que quiera funcionar como la totalidad de la
comunidad. En el caso del populismo hay una parte que se identifica con el todo.
El pueblo del populismo que nos presenta Laclau en tanto genera una división dicotómica de
la sociedad encuentra puntos de contacto con la propuesta de Rancière. Este autor definió al
pueblo como un sujeto que se ubica en una brecha. La figura del pueblo implica dos
cuestiones. Primero, el pueblo en tanto nombre de la comunidad. Pero también el pueblo es
una parte de la comunidad. Esto es: los menos privilegiados de la comunidad. Así, en la
medida en que tenemos al pueblo como el nombre de una comunidad, y al mismo tiempo,
como el nombre de una parte de la comunidad, el pueblo no es otra cosa que el nombre de una
división en la comunidad. La brecha entre el pueblo como comunidad y como una parte de la
comunidad es una fisura constitutiva de toda comunidad y es el lugar de un agravio o daño. Y
el daño consiste en designar a la parte de la comunidad que carece de parte. La conclusión de
Rancière es que toda comunidad política va a ser definida como una comunidad escindida. Es
decir, toda comunidad es el lugar de una división irreconciliable.
En síntesis, lo que transforma a un discurso ideológico en populista es una peculiar forma de
articulación de las interpelaciones popular-democráticas con dicho discurso. La tesis de
Laclau es que el populismo consiste en la articulación de las interpelaciones popular-
democráticas como conjunto sintético-antagónico respecto de la ideología dominante. El
populismo comienza cuando los elementos popular-democráticos se presentan como opción
antagónica frente a la ideología del bloque dominante. En este sentido, puede existir un
populismo de clases dominantes y un populismo de las clases dominadas (Mackinnon y
Petrone, 1998).
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A partir de lo expuesto hasta aquí, observamos que Laclau no entendió por populismo un tipo
de movimiento identificable con una base social especial o con una determinada orientación
ideológica, sino una lógica política que involucra un sistema de enunciaciones, es decir, un
sistema de reglas que trazan un horizonte dentro del cual algunos objetos son representables
mientras que otros están excluidos. No obstante, la lógica política tiene algo específico que es
importante rescatar. Mientras que las lógicas sociales se fundan en el seguimiento de reglas,
las lógicas políticas están relacionadas con la institución de lo social. Sin embargo, tal
institución surge de las demandas sociales y es, en tal sentido, inherente a cualquier proceso
de cambio social. Este cambio tiene lugar mediante la articulación variable de la equivalencia
y la diferencia, y el momento equivalencial presupone la constitución de un sujeto político
global que reúne una pluralidad de demandas sociales.

Herramientas teóricas para abordar el kirchnerismo


Consideramos que para nuestro objetivo a largo plazo (este es, poder determinar si los
gobiernos kirchneristas podrían caracterizarse como populistas) algunas de las propuestas
teóricas abordadas son pertinentes y otras no lo son.
En primer lugar, consideramos que los planteos del primer Germani y de Di Tella no son
clarificadores para nuestro objetivo y esto tiene su origen justamente en cómo definen al
populismo. Sus argumentos quedan demasiado atados a observar al populismo como producto
de una transición en condiciones históricas determinadas (el paso de una sociedad tradicional
a una sociedad moderna) y es por ello que se nos dificulta observar al kirchnerismo a través
de este corpus teórico. Si partiéramos de esta argumentación para el análisis del kirchnerismo,
ya encontraríamos desde un primer momento una traba insuperable, esto es, el hecho de que
el kirchnerismo no se encuentra en un momento de transición de una sociedad tradicional a
una sociedad moderna, que no nos permitiría indagar en otras cuestiones características del
populismo que sí podríamos encontrar en el kirchnerismo.
De todas maneras, creemos que es posible rescatar de la propuesta de Di Tella su idea
respecto de la necesidad de una elite para la existencia del populismo, ya que puede sernos
muy útil a la hora de analizar el kirchnerismo. El autor, no sólo hace hincapié en la necesidad
de un importante apoyo popular, sino que también señala la importancia de una elite que
sustente una ideología anti-statu quo. Consideramos que puede ser muy fructífero analizar al
kirchnerismo buscando identificar la presencia de dicha elite, dado el notable apoyo que estos
gobiernos han recibido por distintos intelectuales.
En segundo lugar, algo similar ocurre con respecto a las argumentaciones de Murmis y
Portantiero y de Weffort. Creemos que al asociar el populismo a un determinado estadio del
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desarrollo del capitalismo en América Latina, tienen una productividad analítica restringida
para comprender el fenómeno del kircherismo. Desde su perspectiva, lo que se plantea es que
el populismo es producto de cierto momento histórico específico, los „30, en Latinoamérica
cuya una de sus características particulares fue el protagonismo de las masas populares. Como
vemos, a través de esta perspectiva nos resulta muy difícil dilucidar el fenómeno del
kirchnerismo, ya que si fuera por estos autores, no podríamos hablar de populismo más allá de
ese período y de ese estadio particular del capitalismo.
En resumen, consideramos que tanto las perspectivas de Murmis, Portantiero y Weffort como
las del primer Germani y las de Di Tella representan un límite para abordar fenómenos de la
actualidad ya que en ellas la caracterización del fenómeno del populismo se encuentra sujeta a
un período histórico determinado. Para abordar el kirchnerismo, en nuestro intento de evaluar
si puede ser definido como populismo, necesitamos de herramientas teóricas más completas
que abarquen un abanico de características que nos permitan caracterizar al populismo en
todas sus dimensiones, no sólo por un momento histórico particular ni por un sujeto histórico
específico.
En tercer lugar, en relación al primer Laclau, tampoco consideramos pertinente para nuestro
objetivo su definición de populismo. Si bien al ubicar a dicho fenómeno en el plano de lo
ideológico nos permite pensar en una variedad de realidades políticas, no atadas a un período
histórico específico ni a una clase en particular, creemos que el populismo no es sólo un
fenómeno de naturaleza ideológica.
Por último, consideramos que las dos propuestas que pueden resultar esclarificadoras para
nuestro objetivo son las del segundo Germani y las del segundo Laclau, ya que ambos autores
entienden al populismo como un proceso político de movilización que disloca las estructuras
previas de integración social, a diferencia de quienes lo conciben como una forma de
bonapartismo o como una específica alianza de clases (Pérez, 2007a).
En relación al segundo Germani, consideramos que su definición de populismo es sugerente
para indagar si es posible ubicar al kirchnerismo dentro del fenómeno del populismo. El
hecho de que para Germani el populismo sea definido como una determinada relación entre
un tipo de movilización y una forma de integración al gobierno, pone el foco en la cuestión de
la movilización y creemos que ese es un aspecto muy relevante del kirchnerismo. Este
argumento, nos permite observar una cuestión clave como es indagar los tipos de
movilización y su diferente impacto en el régimen político, esto es, relaciones de
subordinación, integración, asimilación, etc.
En relación al segundo Laclau, creemos que la idea de entender al populismo como un tipo
de articulación hegemónica específica será de gran utilidad para nuestro análisis del
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kirchnerismo. Una articulación hegemónica específicamente populista se caracteriza por el
hecho de que el pueblo dicotomiza el espacio social y asume la representación de la totalidad,
es decir, no ya como un tipo de movimiento con una base específica o con una ideología
particular, sino en el sentido de una lógica política. Como dijimos, no nos es útil para nuestro
análisis entender al populismo como un fenómeno asociado a un período histórico específico,
ni a una clase social particular, ni a un determinado discurso, ya que pretendemos analizar al
kirchnerismo en todas las dimensiones que sea posible a fin de establecer la posibilidad de
enmarcarlo dentro del populismo. El hecho de entender al populismo como un tipo de
articulación hegemónica específica, nos permitirá analizar la categoría de “pueblo” al mismo
tiempo que nos permitirá observar el lugar del líder. De esta manera, estaríamos incluyendo
otros aspectos teóricos relevantes para analizar el fenómeno del populismo, como es la figura
del pueblo, evitando caer en un reduccionismo al intentar explicarlo por un único atributo
(como puede ser la ideología, un período histórico determinado, o una clase particular).

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