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EL ESTADO BAJO FUEGO

“el gobierno, para ser bueno, debe ser relativamente más fuerte a medida que el pueblo es
más numeroso”.
Jean-Jacques Rousseau.

Cuando nos encontrábamos en los albores de la carrera de derecho en la Pontificia


Universidad Javeriana, nuestra maravillosa alma mater, no avizorábamos, al momento de
escuchar las clases de derecho constitucional de nuestro querido profesor Jairo Hernández;
no intuíamos, cuando leíamos densos libros, como el “Contrato Social” de Rousseau, o el
“Leviatan” de Hobbes, y otras tantas obras cuyas notas al margen en veces superaban la
mitad de las páginas; no vislumbrábamos insisto, la vigencia que hoy ellos y sus nociones
han llegado a tener, creíamos entonces que sus conceptos, aquellos relativos al contrato social
eran, y serían eternos, esa intangible concepción de lo que comenzábamos a comprender
como Estado, parecía entonces invulnerable; la fuerza de ese Leviatán, poderoso monstruo
que nos gobernaba era en aquellos tiempos para nosotros inagotable, inextinguible.

En la actualidad la concepción de estado y la de su hermana, la democracia, se encuentran


bajo ataque; esa cesión de una parte de nuestra libertad a una entidad llamada Estado y con
la cual, de manera tácita, firmamos un convenio para que, a través de esa parcial renuncia,
regule nuestras relaciones y garantice la vida en armonía, está en entredicho; como también
está en duda la forma en que este ente conforma sus cuadros de mando para que él nos rija,
la noción de democracia representativa está hoy tan desgastada como lo estaba la monarquía
absoluta en su momento. Varios factores en mi opinión confluyen para colocar en riesgo un
factor esencial de convivencia en los últimos tiempos; el primero guarda relación con la
globalización, a raíz de la implosión de la Unión Soviética, el estado comenzó a ceder,
voluntaria e involuntariamente, parte de sus atribuciones a entidades multilaterales,
organizaciones no gubernamentales, multinacionales, que de alguna forma minan su poder;
de igual forma, y sobre todo en Europa el estado comprometió una serie de prebendas sociales
en momentos de auge económico y demográfico, beneficios que hoy, no puede seguir
cumpliendo sin que se comprometa su equilibrio fiscal, en palabras sencillas, no hay plata
para cubrir las necesidades de tanta gente, de otro lado, en países en vías de desarrollo el
problema es al revés, una gran parte de la ciudadanía siente que esos beneficios no llegan,
peor aún, no perciben que estos vayan a llegar pronto.
La corrupción, ese enorme cáncer que golpea las democracias en Latinoamérica y otras
latitudes, es en mi opinión otro alarmante factor que socava la credibilidad de aquellos que
elegimos para que nos gobiernen, pero lo más grave es que de paso ha debilitado asimismo
la confianza de la sociedad en sus propias instituciones. Un factor tecnológico ha contribuido
a exacerbar la inconformidad social, me refiero a Internet y las redes sociales, hoy allí se
maquinan atentados terroristas, en la Red Oscura se trafica armamento, drogas o se acuerda
cualquier negocio carente de licitud; en Facebook, Twitter o Instagram se convocan grandes
manifestaciones con fines bien intencionados o protervos que, en cuestión de minutos pueden
estallar en cualquier rincón de alguna ciudad en el mundo, sin que las autoridades del estado
puedan preverlo o evitarlo.

Un factor final ayuda a agravar la endeble posición del estado, los jóvenes de hoy no piensan,
como pensábamos nosotros en nuestra juventud, en un crecimiento personal y profesional
escalonado, aquella idea de estudiar, trabajar, casarse, tener hijos y jubilarse está entrando en
desuso, lo de hoy para los muchachos, de todos los estratos sociales, es la gratificación
inmediata, no han terminado su carrera universitaria, pública o privada y ya están pensando
en los beneficios laborales y pensionales, esta juventud no supone recibirlos en 20 o 30 años,
No, ellos lo quieren, lo exigen, ahora ¿Las causas? Las hay de varios tipos, sin embargo, creo
que el concepto de felicidad y lujos de rápida ejecución de lo que hoy llaman influenciadores,
está exacerbando las ansias de una vida fácil y de prontas satisfacciones, ello acompañado de
ese dañino concepto de la plata fácil que nos legó Pablo Escobar y el nocivo espectro del
narcotráfico.

Todo este explosivo cóctel ha generado estragos y desestabilización en Francia, Chile,


Ecuador, Hong Kong, Irán, Iraq, El Líbano, Bolivia, Cataluña y… Colombia, entre otros
países de nuestro planeta ¿Cuál es el antídoto para esta rara enfermedad? No es sencilla la
respuesta, ante una avalancha de peticiones de múltiple orden y enormes costos políticos y
fiscales, el estado parece estar a la defensiva, amén de un agravante factor, la turba que
protesta no ve posible canalizar ese descontento y sus apetencias a través de los canales
institucionales previstos en el Estado; sus elegidos en el poder legislativo, que en esencia son
sus representantes para poner en marcha la solución a sus aspiraciones, son ignorados por
quienes los eligen, ya no se sienten representados por ellos y por tanto quieren negociar
directamente con aquél que se supone también eligieron; el presidente y su gobierno tampoco
son hoy delegatarios de su poder, en esencia, un primer mandatario elegido actualmente en
democracia es más bien visto como el tirano, sí sus pretensiones no son satisfechas, la
muchedumbre decreta que éste debe salir del poder, nuevas constituciones son invocadas,
sus deseos deben ser convertidos en decretos o leyes ipso facto, so pena de la ira popular y
la ruptura constitucional.
2.019 puede ser considerado el año en que la concepción tradicional de Estado fue colocada
a prueba, arrastrando al despeñadero otro elemento que nos diferencia de las fieras, el
Derecho; profundas reflexiones deben surgir en aquellos que, como yo, piensan en la
prevalencia de instituciones y normas que garanticen nuestra vida en armonía; debemos
trabajar sin descanso para encontrar el remedio a la anarquía que parece imponerse, de otra
forma regresaríamos a la época de las cavernas, donde el más fuerte, el más violento, imponía
su ley, o, retrocederíamos varias décadas para impotentes, ver caer nuestras sociedades en
perniciosos totalitarismos que creíamos superados.

Nicolás Martínez
Diciembre 6 de 2.019

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