Luego de mucho caminar, fue rescatada por Marcela,
quien la llevó al Paraíso de la Mascota. Allí la mimaron e hizo gran amistad con Nicanor. Pasaba los días tomando el sol y escapándose al río. Se demoró en ser adoptada porque la gente la encontraba poco agraciada. No nosotros. Desde que la conocimos nos enamoramos de sus canas y su barba plateada. Tiene cara de viejita pero su corazón es de cachorro consentido y consentidor. Quizás por eso nos conectamos. Hoy sigue pasando los días tomando el sol en el balcón, y muy seguramente a veces extraña sus escapadas al río. Lo compensamos con noches de mimos, visitas donde los abuelos y caminatas con Juliana, Felipe y su parche de perritos; un grupo de amigos caninos con los que pasea y juega hasta cansarlos. Porque Maya nunca se cansa de jugar. Nunca. Nos lo recuerda mordiéndonos los tobillos. Estamos aprendiendo a ser sus compañeros de juego antes que sus amos o cuidadores. Mientras tanto disfrutamos lo felices que nos ha hecho ser los humanos de Maya. Nuestra casa ahora es un hogar.