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El mito es una explicación del hombre y del cosmos, sirve para narrar los
orígenes de los dioses y el mundo que nos rodea. Es una respuesta a las preguntas
eternas de la humanidad: ¿quiénes somos?, ¿adónde vamos?, ¿de dónde venimos?
Luis Antonio de Villena recuerda que, durante siglos, los mitos fueron
verdades religiosas para cientos de miles de seres humanos, aunque nosotros ahora los
leamos como fábulas “más o menos ilustres”. Es cierto que, pasando el tiempo, los
propios griegos y romanos, como Sócrates o Cicerón, tendían a considerar la mitología
como una hermosa tradición más que como un dogma de fe. E insiste Villena en que, si
alguna vez desaparecieran como religiones el judaísmo o el cristianismo, también
leeríamos la Biblia y los Evangelios de la misma manera:
“¿Qué diferencia puede haber entre María madre de Dios por obra del Espíritu Santo,
sin presencia de varón, o la historia de una diosa que nace de la espuma del mar —Afrodita—
que antes ha sido fecundada por el esperma (de unos genitales cortados) de otro dios poderoso?”
(p. 10)
Hay mitos que aparecen en distintas culturas, muy alejadas entre sí, como el
mito del diluvio, el de la creación del hombre a partir del barro, el de la mujer como
causante del mal del mundo… (La literatura misógina ya viene de lejos).
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Los mitos de una misma cultura no son siempre iguales a sí mismos, es decir,
viven en variantes, son poesía popular. Se transmitían de padres a hijos, de boca en
boca, de familia en familia, de viajero en viajero y naturalmente eran inevitables las
diferentes versiones de las mismas historias. Incluso es inevitable que los mismos dioses
tengan distintas advocaciones en regiones diferentes. Así, a Afrodita se la ha llamado
“Cipria”, por su nacimiento en la isla de Chipre, donde tuvo muchos santuarios. Pero
también es designada “Urania”, por hija del Cielo. También se la llama “Kallípygos”,
“la de las hermosas nalgas”, y “Pandemos”, en el sentido de popular, sensual, incluso
prostibularia. De ahí que un poeta homosexual del siglo XX, de la generación del 50,
como Jaime Gil de Biedma hable en uno de sus poemas de la “Afrodita pandémica y
celeste”.
En la lengua común se suele utilizar el sustantivo ninfa para aludir a una chica
joven, delgada, atractiva. Se atribuye al escritor ruso Vladimir Nabokov la palabra
diminutiva nínfula, usada en su novela Lolita (1955), para referirse a una muchachita
púber, pero ya atractiva, capaz de despertar con su magia casi infantil las urgencias
sexuales de los hombres.
La mitología también nos ha dejado bonitos poemas, como este de Goethe, gran
amante del mundo clásico, donde, al modo de Fausto, pide a los dioses el
entendimiento:
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la firme voluntad
y el claro entendimiento
tranquilos os dejáramos
disfrutando, oh benditos,
de vuestros anchos cielos”
(Trad.: Enrique Baltanás)
Para ellos la Tierra era un disco que flotaba en un río enorme, el Océano, y poco
después del estrecho de Gibraltar, creían que el mundo se inclinaba en pendiente en
dirección a los Infiernos: el Tártaro. Por encima de la Tierra estaba el cielo donde
vivían los dioses, un palacio en lo alto del monte Olimpo, la montaña más alta de
Grecia. Los dioses eran así “olímpicos”. Los griegos eran politeístas, pero entre ellos
había escalafón, jerarquía. Es decir, había algo que los impulsaba hacia el monoteísmo.
El dios más fuerte era Zeus, dios de los cielos, hijo del titán Crono, al que tuvo que
vencer en una larga guerra para reinar en el Olimpo con sus hermanos y aliados: Hades,
dios del mundo subterráneo, y Poseidón, dios de los mares y océanos.
En el Tártaro estaban las almas de los muertos. Un lugar rodeado por varios
ríos, uno de ellos el Aqueronte, río de la tristeza que separaba el mundo de los vivos
del de los muertos y que había que cruzar pagando una moneda de oro al barquero
Caronte quien trasladaba a la otra orilla a los difuntos. Una vez en el reino subterráneo,
las almas debían presentarse ante un tribunal que juzgaba su conducta y las enviaba a
los Campos Elíseos si habían sido virtuosas, pero las dejaba para siempre en el Tártaro,
para que se convirtieran en sombras, si habían sido malvadas. Para que nadie se
escapase del Tártaro, Cerbero, el perro de las tres cabezas, vigilaba día y noche.
Los dioses eran muy humanos, tenían defectos también como los hombres:
deseos, tentaciones, rencores, pasiones… Se alimentaban de néctar y ambrosía (el maná
de los griegos). No hablaban directamente a los hombres, sino a través de los oráculos
(antecedente de la Iglesia). El más famoso de todos era el oráculo de Delfos, dedicado al
dios Apolo, situado cerca de Atenas. De sus aventuras con los humanos (y humanas)
nacían los héroes o semidioses, mitad humanos, mitad dioses.
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- Los orígenes según los griegos
Antes de que existiera Zeus, existía el Caos, un espacio inmenso, oscuro y vacío. De él
surgió Gea, la madre Tierra, y de ella nació el Cielo, Urano. Después, las Montañas y
el Mar, Ponto. La Tierra y el Cielo, o sea, Gea y Urano fueron atraídos el uno hacia la
otra por una fuerza misteriosa y de su unión nacieron muchos hijos: los tres cíclopes
(Brontes, Estéropes y Arges), con un ojo único en medio de la frente; los tres
centímanos (Coto, Briareo y Gíes), cada uno con cien manos y cincuenta cabezas; los
seis titanes (Océano, Ceo, Crio, Hiparión, Jápeto y Cronos), de una fuerza
extraordinaria; sus seis hermanas las titánides (Rea, Febe, Mnemosina, Temis, Tetis,
Tía)… Todos a su vez tuvieron muchos hijos y luego participaron en la guerra por el
poder que mantuvieron Cronos y su hijo Zeus.
Urano no amaba a sus monstruosos hijos y, menos aún, a los titanes, pues Gea le
había predicho que algún día lo destronarían. Así que decidió encerrar a su prole en el
Tártaro. Pero Gea, buena madre, si quería a los niños y no quería verlos en las sombras
para siempre. Así que los liberó. Su hijo Cronos, el benjamín, se alió con ella para
luchar contra el padre. Se escapó del Tártaro, se acercó a Urano mientras dormía y,
con una hoz que le había dado su madre, le mutiló los genitales y los lanzó al mar. El
grito del Cielo resonó en todo el Universo. De las gotas de semen caídas al agua nació
Afrodita, la diosa del Amor. De las gotas de sangre, nacieron las Erinias, grandes
pájaros negros de aspecto terrible, y los Gigantes, seres enormes y de gran fortaleza,
con piernas en forma de serpiente. Cronos desterró al fin del mundo a su castrado
padre, pero Urano lo maldijo y le vaticinó que algún día a él le pasaría lo mismo: su
hijo lo destronaría.
Cronos se hizo amo del Universo y liberó del Tártaro a sus hermanos titanes y
titánidas, pero no a los cíclopes y a los centimanos, pues temía que si todos estaban
libres, se aliarían contra él y lo derrocarían. Se casó con su hermana Rea y dio a los
Titanes mando sobre el Sol, la Luna, el mar, los ríos…
Pero no podía olvidar la profecía de su padre Urano, así que cuando nacía algún
hijo suyo lo devoraba nada más nacer, a pesar de la oposición horrorizada de Rea. Ella
se quedó de nuevo embarazada y pidió ayuda a su madre Gea, quien le ayudó a huir a la
isla de Creta, en el sur de Grecia. Allí nació Zeus y Gea le llevó a una cabra,
Amaltea, para que lo alimentase. Rea volvió con su marido y le entregó una piedra
envuelta en pañales como si fuera el bebé, y Crono se la tragó entera. Zeus iba
creciendo, Rea lo visitaba a menudo, le contaba por qué estaba allí hasta que él, que
odiaba a su padre, se vengó, le hizo vomitar a los cinco niños que había devorado antes,
que volvieron a nacer sanos y salvos y lo hizo huir.
Pero Cronos juró volver, puso de su lado a los titanes y a Atlas, hijo del titán
Jápeto, que los dirigía. La guerra duró muchos años, Zeus no ganaba y entonces fue
con su madre Gea al Tártaro y liberó a sus tíos los centímanos y los cíclopes, quienes
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agradecidos le regalaron el rayo a Zeus, un casco de la invisibilidad a Hades y un
tridente a Poseidón, armas con las que pudieron derrotar a Cronos y a Atlas, al que
condenaron a soportar el cielo sobre sus espaldas. Terminaba así el reinado de Cronos y
los titanes y empezaba el tiempo de Zeus y sus dioses olímpicos.
- El rapto de Europa
En la mitología clásica, los dioses eran muy humanos, cometían errores, tenían
aciertos, se enamoraban… Zeus, del rey de los dioses, tuvo muchas aventuras. Una de
las más famosas es la del rapto de Europa, mito de origen antiguo que ha sido
reproducido miles de veces en obras literarias, escultóricas, pictóricas… Zeus ve a una
princesa siria, llamada Europa, hija de Agenor, rey de Sidón, y de la reina de Tiro,
paseando con sus amigas junto al mar. Al momento se enamora y, para conseguir a la
bella, se transforma en toro manso, permitiendo que la joven lo acaricie y se suba a su
lomo, momento en que el dios huye a toda velocidad hacia Creta, donde las Horas
habían dispuesto el lecho nupcial. De esta relación nacieron Minos (futuro rey de
Creta) y Radamantis (como Minos, juez de los infiernos y famoso por su rectitud) y
Sarpedón (héroe de la guerra de Troya). Pero Zeus pronto se cansó de la bella y la
casó con el rey de Creta, Asterión, con el que fue feliz muchos años.
He aquí la versión del mito que nos ofrece Lope de Vega, en el soneto
LXXXVII de sus Rimas:
Zeus decidió crear una nueva raza de criaturas para poblar la Tierra que él miraba
desde el Olimpo. Atenea, diosa de la sabiduría, le dijo que el más apto para realizar esa
tarea era Prometeo, hijo de uno de los titanes que habían luchado contra Zeus y
hermano de Atlas, al que el dios del rayo había condenado a sostener sobre sus espaldas
la bóveda celeste. Prometeo fue el padre de Deucalión y Pirra. Era además muy
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inteligente y, mientras duró la guerra entre Zeus y los titanes, se mantuvo al margen
hasta que, la victoria de su primo se le hizo evidente y optó por ponerse de su lado. Así,
llegada la paz, el jefe de los dioses no lo encerró en el Tártaro como a sus hermanos,
sino que lo admitió en el Olimpo, junto a los demás dioses. Atenea admiraba la
inteligencia de Prometeo y lo tenía como protegido, le había enseñado además todas las
artes y las ciencias, lo que hizo a Prometeo aún más sabio.
Pero Prometeo, a pesar del trato recibido, odiaba a Zeus. No soportaba que
fuera tan orgulloso, que se dijera dios entre los dioses y mantuviese encerrada a su
familia en el Tártaro. Prometeo había aprendido a disimular y se había ganado la
confianza del jefe, quien le encargó que crease al primer hombre. Epimeteo, su
hermano, iba a ayudarlo creando a los animales de la Tierra para hacer compañía a
aquella criatura y asegurar su pervivencia. Prometeo debía dar al ser humano los dones
que lo harían superior a los demás seres. Moldeó una figura con barro y se preparó para
darle todas las cualidades que tenía para repartir, algunas similares a las de los dioses.
Pero Epimeteo, que era más bien torpe, cometió el error de entregar antes que su
hermano muchas de las cualidades disponibles a los animales: la fuerza, la agilidad, la
astucia, la rapidez…
Cuando vio que solo había huesos bajo la grasa, comprendió que Prometeo lo
había engañado. Enfadado, quitó el fuego a los humanos, que quedaron a merced de las
bestias. Esto causó dolor a Prometeo. Pidió ayuda a Atenea para entrar en el Olimpo,
robar el fuego y devolvérselo a los hombres. La diosa lo hizo y Prometeo robó una
chispa de fuego que entregó a los humanos. Zeus se enteró del robo y se enfadó aún
más. Impuso entonces un castigo terrible al benefactor de la humanidad: lo encadenó a
una roca en la cima de una montaña del Cáucaso y allí un águila gigantesco (o buitre,
según otras versiones) le devoraba el hígado cada día, que le volvía a crecer de noche,
así que con el amanecer el suplicio volvía a comenzar. Prometeo sufrió el castigo
durante años, hasta que Heracles (Hércules, en la mitología romana), hijo de Zeus,
mató al águila y lo liberó. Finalmente Zeus lo perdonó y lo aceptó en el Olimpo.
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literatura universal como el Dr. Fausto, que incluso pacta con el diablo, o el Dr.
Frankenstein, que quiere ser Dios y crear vida de la nada, o con Dorian Gray, que
también hace un pacto a cambio de la eterna juventud. En fin, con todos los audaces, los
rebeldes, los héroes que se rebelan contra lo establecido y quieren ir plus ultra, más
allá.
Para vengarse de Prometeo, que había robado el fuego de los dioses para dárselo a sus
criaturas, los humanos, Zeus ideó un plan: creó a la mujer. Nacía así la misoginia: la
mujer, perdición del varón, culpable de los males del mundo, inductora del pecado del
hombre…
Atenea, diosa de la sabiduría, le dio unos bellos ojos verdes y la enseñó a tejer.
Hermes, mensajero de los dioses, le dio un carácter caprichoso y voluble, como el suyo
propio, y puso en su interior palabras mentirosas capaces de seducir a cualquier hombre.
Zeus le puso el nombre de Pandora, “todos los dones”, le entregó una caja y le ordenó
que no la abriera, pues sabía que era curiosa y desobedecería. Llamó a Hermes y le dijo
que se la presentase a Epimeteo, el cual se enamoró inmediatamente y se casó con ella.
Un día, Pandora no pudo resistir la tentación y abrió la caja de Zeus. De su interior
salieron todos los males que desde entonces padecen los seres humanos: la vejez, el
hambre, las guerras, la enfermedad, la locura, la pobreza… Cuando fue a cerrar, ya no
quedaba nada en la caja, excepto el único don que Zeus regaló a los hombres para que
soportaran tantos infortunios como habrían de sufrir: la esperanza.
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Pandora hizo feliz al hombre, pero también desgraciado. Ella le dio sentido
estético, el calor del hogar, la pasión de amar, el arte de seducir. Sin ella, la vida
humana carecería de sentido.
- Eco y Narciso
Eco era una ninfa del bosque, vivía cerca de Atenas y tenía un defecto: le gustaba
mucho hablar, siempre quería decir la última palabra. Un día vio a Zeus haciendo el
amor con una ninfa en el bosque, se retiró sin ser vista para no enfadar al dios, pero un
poco más allá encontró a Hera, la esposa de Zeus, que buscaba a su marido, pues
sospechaba que se entretenía con una amante. Hera le preguntó si había visto a Zeus y
Eco no sabía qué decir, pues temía la furia de Hera si mentía y la de Zeus si decía la
verdad. Finalmente, mintió a la diosa, dijo que no había visto a nadie aquel día y
empezó a hablar sin parar. Hera comprendió que le estaba mintiendo y la condenó a no
poder hablar más con aquella facundia: en adelante solo podría repetir la última palabra
de lo que dijeran los otros, así siempre terminaría las conversaciones, pero nunca las
empezaría.
Eco se marchó llorando y se ocultó en una cueva, cerca de la cual vivía Narciso,
hijo de un dios del río y de una ninfa, tan hermoso que enamoraba a quien lo veía,
hombre o mujer y tan presumido que creía que nadie merecía su amor, por lo que
rechazaba a todos sus pretendientes. Eco lo vio y se enamoró rematadamente de él. Se
le acercó y él preguntaba, pero ella solo podía repetir las últimas palabras de lo que
decía el efebo, así que Narciso se fue sin hacerle caso. Eco murió de pena poco
después, pero su voz no desapareció y aún hoy repite las últimas palabras de los
paseantes de la montaña. Eco aún está en las montañas.
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- Orfeo y Eurídice
Era fama que Orfeo, hijo del rey de Tracia y de la musa Calíope, hija de Zeus, tocaba
la lira de nueve cuerdas que él mismo había inventado tan bien que las fieras se
amansaban, los árboles mecían sus hojas y los ríos detenían su curso para oírlo.
Acompañó a los argonautas en su búsqueda del vellocino de oro y con sus notas
impidió que sus compañeros escucharan los seductores y pérfidos cantos de las sirenas.
- Hero y Leandro
Leandro era un joven que vivía en Abidos, junto al Helesponto (nombre del actual
estrecho de los Dardanelos). Se enamoró de Hero, sacerdotisa de Afrodita en Sestos,
ciudad que estaba justo al otro lado del estrecho. Los padres no veían bien los amores de
su hijo, pero esta nadaba todas las noches en busca de su amada, quien encendía una
hoguera para guiarlo en la oscuridad. Pero una noche la tormenta apaga la llama y
Leandro muere ahogado. Cuando Hero descubre a la mañana el cadáver de su amado,
se lanza al vacío desde la torre donde solía esperarlo.
En 1814, el joven lord Byron cruzó a nado los Dardanelos para asemejarse a
Leandro.
- Fedra e Hipólito
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Unamuno, Eugene O’Neil, Salvador Espriu, Yannis Ritsos, Marguerite
Yourcenar…
- Tiresias
Adivino o mántico tebano, fue hombre y mujer, por eso recurrieron a su dictamen Zeus
y Hera, pues discutían sobre quién obtenía mayor placer en el acto amatorio, si el varón
o la hembra. Tiresias dijo que, naturalmente, la mujer. Hera se irritó con él por
desvelar su secreto y se dice que lo dejó ciego. En compensación, Zeus le concedió el
don de la longevidad y el de la profecía.
- Adonis (y Venus)
- Las amazonas
Lope de Vega escribió Las mujeres sin hombres (1615) sobre el tema y Tirso
de Molina es autor de Amazonas en las Indias. Rubens y otros pintaron versiones
diferentes del tema “Las batallas de las amazonas”.
- Los vientos
Eolo es el rey de los vientos, que moran en las cavernas y son hijos de Eos (la Aurora)
y de Astreo. Céfiro es un viento suave, una brisa ligera. Bóreas es el viento del norte,
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tempestuoso y duro. Euro es el benéfico viento del este. Tifeo es el que engendra las
tempestades; de ahí tifón. Noto es el viento del sur, más bien seco.
- Andrómaca (y Héctor)
- Odiseo o Ulises
La Odisea relata los diez años que Ulises pasó en el mar intentando volver a
Ítaca para reencontrarse con Penélope y con su hijo Telémaco. Muchos episodios del
libro son celebérrimos, como la aventura con el cíclope Polifemo, la aventura de las
sirenas (con Ulises atado al palo mayor para huir los engañadores cantos de aquellas),
el episodio del país de los lotófagos, el de Ulises con Circe, la bajada a los infiernos
para hallar al adivino Tiresias y oír sus profecías, la navegación por el peligroso
estrecho de Escila y Caribdis, la visita a la ninfa Calipso, el episodio con Alcinoo y su
hija Nausícaa… Ulises regresa a Ítaca, se hace pasar por mendigo, solo lo reconoce el
viejo perro Argos, su mujer Penélope está rodeada de pretendientes que quieren casarse
con ella para ocupar el trono, Ulises acaba matándolos a todos con su arco y con la
ayuda de su hijo Telémaco.
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vientos y del estrépito de Ares.
Ya en el amor del compartido lecho
duerme la clara reina sobre el pecho
de su rey, pero ¿dónde está aquel hombre
que en los días y noches del destierro
erraba por el mundo como un perro
y decía que Nadie era su nombre?
- Hermafrodito
Andrógino
Por ti, por ti, clamaba cuando surgiste,
infernal arquetipo, del hondo Erebo,
con tus neutros encantos, tu faz de efebo,
tus senos pectorales, y a mí viniste.
Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste,
despertando en las almas el crimen nuevo,
ya con virilidades de dios mancebo,
ya con mustios halagos de mujer triste.
Yo te amé porque, a trueque de ingenuas gracias,
tenías las supremas aristocracias:
sangre azul, alma huraña, vientre infecundo;
porque sabías mucho y amabas poco,
y eras síntesis rara de un siglo loco
y floración malsana de un viejo mundo.
- Jacinto
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propio Zeus tenía como amante al joven Ganimedes, copero de los dioses. Y hasta el
héroe Hércules tenía su enamorado, Hilas. También se habla de la relación entre
Aquiles y Patroclo y la que mantuvo Alejandro Magno con Hefestión.
- Hércules o Heracles
Hijo de Zeus y Alcmena, ya de niño estranguló a las dos serpientes pitón que Hera
envió para matarlo, porque era hijo ilegítimo de su esposo. Su mujer mortal era Mégara
y, tras ascender al Olimpo, se casó con Hebe, la copera de los dioses. Realizó las doce
pruebas que el rey Euristeo le puso, trabajos casi sobrehumanos: el león de Nemea, la
hidra de Lerna, la cierva cerinítica, el jabalí de Erimanto, las aves estinfalias, la
limpieza de los establos de Augias, el toro de Creta, los caballos de Diomedes, el
cinturón de la reina amazona Hipólita, los bueyes de Gerioneo, las manzanas de las
Hespérides, la aventura con el can Cerbero.
Hay, además, aventuras muy conocidas del héroe como la muerte de Caco, las
columnas de Hércules (Gibraltar y Ceuta), la liberación de Prometeo, la derrota de
Anteo…
Por sus hazañas, se le concedió un lugar entre los Olímpicos. Fue el héroe
nacional griego por excelencia. Han tratado de él Homero, Píndaro, Séneca, Apolonio
de Rodas, Teócrito, Estrabón, Dionisio de Halicarnaso, Virgilio, Tito Livio,
Enrique de Villena, el marqués de Santillana… Lo dibujaron y esculpieron muchos
artistas: Lucas Cranach, Zurbarán, Rubens, Veronés, Luca Giordano, etc.
- Helena de Troya
Helena es símbolo de la belleza y del “ars gratia artis”, pues dejando aparte
consideraciones morales sobre si era más o menos honesta, el propio Menelao la
perdonó tras la contienda bélica y se la llevó de nuevo a Esparta.
Muchos han escrito y se han inspirado en la bella griega. Julián del Casal le
dedicó un poema, “Elena”, en su libro Nieve (1892). Aparece también en el Fausto de
Marlowe y en el de Goethe. La han pintado Tintoretto, Gustave Moreau, Rossetti…
- El rapto de Perséfone
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- Bibliografía
“Minotauro atacando a una amazona”, Piccasso “Dolor y lamentos de Andrómaca ante el cadáver de su
marido”, David, 1783
“El retorno de los argonautas”, Gustave Moreau, “El paso de la laguna Estigia”, Joaquim Patinir, 1524
1897
14
“Cíclope”, de Odilon Redon (1900) “Dafne y Apolo”, Bernini, 1625
“Ganymede”, Gabriel Ferrier, 1874 “Hércules caza las aves del lago Estínfalo”, Bourdelle,
1909
15
“Caída de Ícaro”, Carlo Saraceni, 1608 “Laocoonte y sus hijos”, Agesandro, Polidoro y
Atenodoro de Rodas, s. I a. C
“Eco y Narciso”, Nicolás Poussin, 1630 “Eco y Narciso”, J.W. Waterhouse, prerrafaelita
"Las ninfas de Diana seguidos por los sátiros", Peter Paul “Ninfa de la fuente”, Lucas Cranach el Viejo, 1518
Rubens, 1670.
16
“Orestes perseguido por las Furias”, Fuseli, 1752 “Muerte de Orfeo”, Durero
“Pigmalion y Galatea”, Jean-Léon Gérôm, 1890 “Amor y Psique”, Antonio Canova (1793)
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