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La producción simbólica: el trabajo de las memorias

Luís Alexander Díaz Molina


Negociando el pasado
Universidad Nacional de Colombia

¿Quién soy yo sino los recuerdos de mi pasado, y mis proyecciones en el futuro? El tema de la
identidad atravesada por la memoria, y las complejidades de esta última en la construcción de
la primera, es lo que plantea Elizabeth Jelin en su texto “Los trabajos de la memoria”, haciendo
explícito con este título el carácter relativo, parcial y no absoluto, de algo que en el sentido
común se asume como definitivo e indudable. Quizás precisamente porque de la memoria
depende nuestra identidad, tememos enfrentar que no es algo absoluto sino una construcción
que se negocia día a día, que se preserva y a la vez se transforma en nuestro paso por el
tiempo.

La vertiginosidad de nuestra era a la que la autora, citando a Huysen, atribuye la explosión de


la “cultura de la memoria”, tiene implícita otra cuestión que refiere a la necesidad del relato del
ser humano para dar sentido a su fugaz existencia en el mundo. En la lucha constante contra el
olvido, en la batalla perdida contra la muerte, la memoria es una herramienta para trascender
en una historia, y en ella las experiencias y perspectivas de la vida propias. Los grupos sociales
también crean sentidos para sí mismos a través de la memoria, en una compleja relación
individuo-sociedad que por un lado posibilita estas narrativas, y por otro las ponen en conflicto
tanto entre los individuos que las componen como con otros grupos sociales. Cabe entonces
preguntarse ¿Por qué medios concretos se dan esos trabajos de la memoria?

La memoria, sujeta a unos condicionamientos sociales e históricos y al individuo o grupo que la


genera, reclama o legitíma sentidos del pasado con miras a las expectativas que se tienen, y al
ser diferentes los intereses de los individuos y grupos sociales, se generan disputas por
establecer como historia oficial, o al menos como una narrativa reconocida, la memoria propia.
Estas disputas, por supuesto, no están ancladas simplemente al pasado, sino que sus efectos
en el presente y el futuro proyectado implican perspectivas políticas concretas, por lo que estas
luchas de creación de identidad pasan de lo anecdótico a lo militante, y el discurso que se
construye para su legitimación deviene en herramienta de lucha. En ese discurso quiero llamar
especialmente la atención, pues es en el plano simbólico que se da la principal batalla de la
memoria.

En el capítulo 3, “Las luchas políticas por la memoria”, citando a Fernández, Jelin expone el
caso de la Guerra Civil en España, en el que se plantea que a partir de la elaboración de la
memoria traumática de la guerra fue posible un “olvido político” o “silencio estratégico” que
permitió la construcción de un futuro. Lo que se resalta aquí es que este olvido fue posible
porque “en el plano cultural la Guerra Civil sc convirtió en el foco de atención de cineastas y
músicos, de escritores y académicos” (Jelin, 2001, p.46). Es precísamente la producción
simbólica la que realiza esos “trabajos” de la memoria, esa transformación que da un valor
agregado a la experiencia individual o colectiva dándoles un sentido a través de la narración.
Aquí es preciso recordar lo que señala Aristóteles en su Poética: “Que por eso la poesía es más
filosófica y doctrinal que la historia; por cuanto la primera considera principalmente las cosas en
general; mas la segunda las refiere en particular.” (Aristóteles sf/1948). Es decir, mientras la historia
intenta narrar los hechos, estableciendo las verdades parciales que se asumen como oficiales, el
arte juega el papel de la representación poética de una memoria que, como señala Jelin, funciona
como una lección para el futuro. Al poner en clave artística las experiencias particulares,
volviendolas metáforas, las elabora como memorias de una sociedad.

Y eso por eso que la producción simbólica es uno de los principales escenarios de batalla de la
memoria. Surgen relatos desde distintas visiones e intereses que son representados a partir de
producciones culturales, que buscan un lugar y un reconocimiento en la sociedad,
especialmente cuando son memorias no reconocidas oficialmente. El arte es entonces una de
las principales armas de resistencia ante las versiones oficiales de la historia. El arte propone
narrativas que se instalan en el imaginario de las sociedades, consolidando o rebatiendo una
versión determinada de verdad.

De allí la importancia que se le da a la monopolización de los medios de comunicación, las


industrias culturales, el uso de la censura, y en general toda forma de producción simbólica
desde el poder. Y también allí radica la especial relevancia que cobra el arte y la producción
simbólica en los procesos sociales que resisten a un relato hegemónico.

Sin embargo, estas formas de resistencia deben pensar su papel no sólo como formas de
denuncia o resistencia al relato hegemónico, sino también su propuesta de construcción política
e histórica, para no caer en la memoria literal, sino en la memoria ejemplar, en palabras de
Todorov. La producción cultural y simbólica tiene entonces un deber no solo con el pasado, se
crean representaciones proyectando un futuro, pues el arte crea una memoria que retoma lo
particular del pasado para comprometerse con el futuro.

BIBLIOGRAFÍA

JELYN, Elizabeth (2001). Los trabajos de la memoria. Siglo Veintiuno Editores, Madrid.

ARISTÓTELES (1948) Poética (José Goya y Muniain Trad.) Buenos Aires.

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