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La voz en psicoterapia

 Picó Vila, David

Revista Cuadernos Gestalt. Nº 4. Diciembre 2013

Imagen cedida por:

 David Gonzalvo

Introducción

Desde que empecé a interesarme activamente por el tema de la voz humana y su relación con
los aspectos psicológicos de la persona, quizá una de las cosas que más me ha sorprendido es
lo central que es este tema en nuestras vidas y lo difícil que parece ser estudiarlo desde la
psicoterapia y la psicología. No me ha resultado fácil encontrar referencias. Sí he encontrado a
muchas personas que me dicen tener algún tipo de disconformidad con su voz. Todo el mundo
parece estar de acuerdo en que es un tema importante, tanto desde el punto de vista personal
como desde la práctica clínica. Al mismo tiempo, parece resultar también un tema algo
resbaladizo, difícil de precisar. Sabemos que está pero no sabemos muy bien cómo hablar de
ello.
La literatura sobre comunicación no verbal insiste en la gran cantidad de información que se
transmite a través de los aspectos no verbales de la voz (la entonación, el timbre, el volumen,
los sonidos no verbales, etc.), sin embargo es difícil encontrar detalles al respecto. Abundan
más los textos que hablan de los aspectos de la comunicación no verbal que tienen que ver
con la gestualidad, el movimiento corporal o el uso del espacio. En general, nos resulta muy
difícil describir el sonido. Las carreras de Historia del Arte dedican una parte mínima de sus
planes de estudios a la Historia de la Música. En estas carreras solo se estudian, por decir así,
las “artes de las cosas”: las artes plásticas y la arquitectura. No se estudian las “artes de los
procesos”, de la energía en movimiento: la música, el teatro, la poesía. Entre éstas, la música
es la más marginada. En el sistema educativo español solo se estudia Historia de la Música con
cierta profundidad en los conservatorios, que ni siquiera pertenecen al sistema universitario.

En el campo de la psicoterapia también nos resulta más fácil relacionarnos con cosas que con
procesos. Nos es más fácil lo discreto que lo continuo. En la carrera de Psicología el tema de la
voz apenas se trata. Tampoco en las formaciones y en la literatura de terapia gestalt. Sabemos
mucho más sobre los aspectos verbales de la voz (qué decimos paciente y terapeuta, con qué
giros verbales, con qué palabras exactas) que sobre los no verbales (el propio sonido).
Sabemos más de trabajos creativos con mediadores plásticos como la pintura, la arcilla, la
escultura, que con la voz. Cantar, recitar, emitir sonidos, hablar con diferentes tonos, son
recursos que se utilizan a veces en psicoterapia pero suelen tener una presencia marginal. O
están, pero no de forma muy consciente. La información que nos llega del paciente a través de
la calidad de su voz en cada momento forma parte a menudo de lo que “intuimos”: lo
sentimos más que lo podemos pensar. Nuestros tonos de voz como terapeutas ante nuestros
pacientes surgen de nuestra presencia en cada momento, de nuestra actitud y nuestras
intenciones. Sin embargo, solemos ser más conscientes de nuestra posición corporal, nuestra
expresión facial o nuestras sensaciones internas, que del timbre de nuestra voz y sus matices.
Sabemos cómo mostrar una postura erguida o tranquila, pero nos suele costar más modular
nuestra voz.

En mi experiencia personal la voz y la ejecución musical han sido a lo largo de mi vida un


termómetro de mi desarrollo personal. Interrumpí de joven mis estudios de piano para
dedicarme a estudiar una ingeniería. Sentía que había algo en mí que impedía mi expresión
artística, que por mucho que estudiara no conseguía disolver. Me sentía un pianista rígido,
mecánico e inexpresivo. Me resultaba imposible conectar mis dedos a mis sensaciones
internas, que eran potentes pero parecían estar encerradas en mi interior. Curiosamente,
cuando empecé, por otras razones, mi proceso terapéutico, uno de los indicadores más
fidedignos que he tenido de mis cambios ha sido, precisamente, el piano. Era sorprendente
comprobar cómo cada transformación que iba teniendo en mis relaciones personales, en mi
manera de vivirme con los demás, tenía una repercusión inmediata en mi ejecución musical.
Más adelante empecé a estudiar canto en el conservatorio y esto se acentuó. ¡A veces parecía
que mejoraba más como músico con la psicoterapia que con la práctica del instrumento!
Nunca he llegado a ser un gran cantante ni un gran pianista, pero sí he tenido bastante
contacto con la dificultad que supone querer expresar y que tu cuerpo y tu voz no te
respondan, o mejor dicho, que respondan de una forma que no puedes entender, que parece
ajena a ti. Desde esta experiencia surge mi motivación por estudiar la voz en terapia.
Este artículo pretende ser una primera aproximación al fenómeno de la voz. Quisiera
transmitir mi curiosidad y abrir nuevas posibilidades. Estoy convencido de que el aporte en
este campo desde la terapia gestalt puede ser muy productivo. Quisiera que este texto fuera
una invitación a la reflexión y a compartir ideas. En las secciones siguientes haré, en primer
lugar, una revisión de algunas dimensiones importantes que se relacionan con la voz y después
una breve descripción de diferentes enfoques terapéuticos que se centran en ella. En la última
parte, intentaré esbozar una mirada al proceso de la voz desde la teoría de la terapia gestalt, y
de cómo esto nos puede orientar en la práctica clínica.

Dimensiones de la voz

Lo verbal y lo no verbal

Cuando hablamos de la voz distinguimos habitualmente dos aspectos: el verbal y el no verbal.


La parte verbal de la voz incluye la emisión de palabras y frases, y otros aspectos que
contienen información de tipo lingüístico, como por ejemplo la entonación que denota que
una frase es una pregunta. Los aspectos no verbales incluyen todo lo demás: los sonidos no
verbales (resoplidos, gritos, suspiros) y también varios parámetros sonoros que se dan en el
sonido verbal y el no verbal, como la riqueza tímbrica, la intensidad, la velocidad de dicción, la
claridad de las consonantes, la proyección, el ritmo, el tono, etc.

Una misma frase puede ser emitida por diferentes personas en diferentes situaciones y,
aunque la frase sea la misma, la voz que la emite contiene información no verbal que cambia
de una persona a otra y nos informa, no sobre el contenido del que se habla, sino sobre las
características del hablante y del contexto. Podemos llegar a distinguir si quien habla es un
hombre o una mujer, qué edad aproximada tiene, qué origen geográfico y sociocultural,
estado de salud, estado anímico, a quién se dirige cuando habla, cuán convencido está de lo
que dice, si hay algo que se deja por decir, si se siente amenazado, etc. Alguna vez, en talleres
de trabajo sobre la voz, he pedido a los participantes que escuchen el sonido de escenas de
películas sin ver las imágenes. Les he puesto el sonido en lenguas que no puedan entender
(por ejemplo, en chino o danés). Se suelen sorprender de la gran cantidad de información que
son capaces de extraer respecto a lo que está ocurriendo en la escena: qué personas hay, qué
emociones sienten y cómo se relacionan entre ellas, todo esto sin ver las imágenes ni entender
el lenguaje.

La voz y el desarrollo

El sentido del oído es el primer órgano sensorial que se pone en marcha desde los primeros
meses de la vida uterina. El feto es capaz de escuchar su entorno sonoro y, muy
especialmente, la voz de su madre. Alfred Tomatis [1], el creador de la audio-psico-fonología,
descubrió cómo la voz de la madre influye sobre el desarrollo del futuro recién nacido y
condiciona su posible bienestar. El “Método Tomatis” es un método terapéutico que se basa
en la estimulación auditiva con sonidos filtrados que simulan el llamado “parto sónico”, es
decir, el paso de la audición en el medio acuoso del vientre materno al medio aéreo. Según
Tomatis, esta transición dura varios días tras el parto, mientras los bebés drenan el líquido de
sus oídos y lo sustituyen por aire. Durante estos días la voz de la madre es lo único que el bebé
puede reconocer y que le da seguridad.
Asimismo, la voz tiene una función primordial en el momento del parto. El primer llanto del
bebé emerge inmediatamente tras su primera inspiración. En el llanto se cierran las cuerdas
vocales para emitir la voz. Este cierre aumenta la presión en los pulmones y los pone en
funcionamiento. La voz es el primer acto por el cual el bebé consigue concentrar energía y
lanzarla hacia su entorno. Es su primer intento de alcanzar ese entorno. Al mismo tiempo, el
sonido de su propio llanto le vuelve a través del oído. El bebé se escucha a sí mismo. Su voz le
proporciona uno de los primeros elementos de construcción de lo que constituirá su
diferenciación yo/no yo: “Este sonido que coincide con estas sensaciones musculares en los
pulmones y la garganta, es yo. Los otros sonidos, no son yo.”

En el resto de nuestra vida, la voz nos marca también varios hitos del desarrollo. La emisión de
los primeros sonidos vocales que no son llanto coinciden con el aumento en el bebé de las
capacidades de exploración del entorno. Las primeras palabras y el primer “mamá” o “papá”
abren al niño un nuevo mundo de relación con el otro mediante el lenguaje. El cambio de la
voz en la pubertad, sobre todo en los varones, marca la entrada en la vida adulta, y se va
transformando desde la juventud hasta la vejez, conforme se va transformando nuestro
cuerpo. Desde antes del nacimiento hasta la muerte, la voz está presente e indisolublemente
unida a quiénes somos y en qué momento del ciclo vital estamos.

La voz y el cuerpo

La emisión de la voz es un acto que implica prácticamente a todo el cuerpo. Para emitir un
sonido vocal intervienen el suelo pélvico, los músculos abdominales, la caja torácica, el
diafragma, los pulmones, la tráquea, la laringe y las cuerdas vocales, la faringe, la lengua, los
dientes y la mandíbula, los labios, el paladar y la cavidad nasal. El estado de tensión o
relajación de estas partes del cuerpo influyen directamente en las cualidades y posibilidades
de la voz. Otras partes del cuerpo, aunque no participen directamente en la creación del
sonido, también están conectadas y pueden influir en la emisión. Pienso, por ejemplo, en la
tensión de hombros y músculos del cuello, que puede reducir la capacidad respiratoria y/o
estresar la laringe, o en el estado de congestión del tracto digestivo, que puede dificultar el
movimiento de los músculos abdominales o del diafragma.

La voz, el grupo y el individuo

El canto y la danza son una de las formas más importantes de expresión del grupo. La voz
cantada y la voz recitada aparecen en todas las culturas en actos sociales que refuerzan el
sentimiento de pertenencia al grupo [2]. Un repaso rápido nos trae multitud de ejemplos: los
cantos tribales, las historias transmitidas por tradición oral, los himnos militares y religiosos,
las canciones infantiles, las canciones que se cantan en los viajes, las consignas que se corean
en los eventos deportivos o en los actos de reivindicación política, la entonación de los
discursos en los mítines, los cantos fúnebres, solemnes, festivos... El poder de la voz en grupo
para mover emociones y producir cohesión y sentido de pertenencia es incuestionable.

Otros aspectos de la voz hablada nos informan también de los vínculos grupales de cada
individuo. El acento, y el uso de algunas palabras y giros, permite a menudo reconocer el grupo
de procedencia de una persona, no solo el país, sino la región concreta y a veces hasta la
población o el barrio. Hay expresiones y tonos de voz que pertenecen a los hablantes de una
determinada generación. Cuando escuchamos noticias de radio o televisión antiguas es fácil
observar cómo la manera de entonar las frases ha ido cambiando a lo largo de los años. El
lenguaje de los adolescentes genera expresiones que los distingue del lenguaje infantil, pero
también del adulto. Hay un “hablar adolescente”. Hay tics de pronunciación (como por
ejemplo, en el castellano de España, silbar las eses o nasalizar las vocales) que se reconocen
como signos de pertenencia a una clase social determinada. Las personas que emigran a un
país en el que se habla una lengua diferente de la suya propia, o incluso la misma en otra
variedad dialectal, aprenden el idioma y pierden su acento nativo en función, entre otras
cosas, de su deseo de pertenencia al nuevo país de acogida y de su necesidad de mantener la
lealtad a su país de origen. De hecho, un indicador habitual del nivel de integración de un
inmigrante es si tiene “mucho o poco acento”.

Por otro lado, así como nuestra voz comunica a los demás información relativa a nuestros
grupos de pertenencia, también contiene información que nos identifica como individuos. La
voz de cada persona es única como una huella digital y nuestro sistema auditivo está
especialmente dotado para distinguir los matices tímbricos que diferencian la voz de una
persona de la de otra. Cada persona tiene una voz diferente, pues cada aparato fonador es
diferente (una laringe más ancha o más estrecha, unas cuerdas más largas o más cortas, etc.)

Pero la voz nos transmite también mucha información sobre características psicológicas de la
persona. Una referencia muy citada a este respecto es el trabajo del laringólogo y psicoanalista
Paul J. Moses, reflejado en su único libro The Voice of Neurosis (“La voz de la neurosis”) [3].
Moses realizó en 1940 un estudio mediante grabaciones de la voz de un adolescente que no
conocía de nada. Encontró que era posible, únicamente a través del examen de la voz, deducir
un perfil de carácter y un conjunto de rasgos psicológicos que eran muy parecidos a los que se
obtenían con un test de Rorschach. En su libro, Moses describe parámetros acústicos de la voz,
como el rango, el ritmo, la melodía, etc., y los relaciona con aspectos psicológicos de la
persona. Explica, por ejemplo, cómo en el habla de las personas con esquizofrenia prevalece el
ritmo sobre la melodía, o cómo en las personas deprimidas hay unos patrones melódicos
descendentes que se repiten con periodicidad.

Enfoques terapéuticos de la voz

La voz es, como hemos visto, un fenómeno complejo que nos puede abrir varias puertas a la
psique de las personas. Esta complejidad se refleja en una gran cantidad de enfoques
terapéuticos que utilizan explícitamente la voz como vehículo de transformación. Una posible
clasificación de estos enfoques podría ser la siguiente: 1) enfoques que intentan entrenar la
voz para conseguir unas cualidades determinadas; 2) enfoques que usan propiedades
transformadoras de la voz, cuando es emitida de una forma especial; 3) enfoques que hacen
uso de los poderes catárticos de la expresión vocal; y 4) enfoques que utilizan la voz como
mediador artístico.

En la primera categoría podemos incluir varias disciplinas que intentan que la persona aprenda
a emitir su voz de forma diferente a como lo hace habitualmente. Se pretende "mejorar" la
voz, o "corregirla", desde unos ciertos criterios que determinan qué se considera una voz
“óptima”. Ejemplos de este tipo de enfoque los encontramos en la logopedia y la foniatría, la
enseñanza del canto, la oratoria o las técnicas actorales. En estas orientaciones se ve al
cliente/paciente como alguien que aprende una habilidad nueva.

En la segunda categoría encontramos enfoques que se basan en el supuesto de que ciertos


tipos de emisión de voz, en sí mismos, producen efectos curativos. Aquí se incluyen las
meditaciones sonoras (p.e., con la silaba om), el canto armónico o difónico, la recitación de
mantras, y otros acercamientos a la voz que atribuyen diferentes propiedades curativas a las
vocales y consonantes, como por ejemplo el llamado “Arte de la palabra”, una modalidad
terapéutica enraizada en la filosofía antroposófica de Rudolf Steiner. En estos enfoques se
considera al cliente/paciente receptor de los efectos curativos del sonido (y del acto de
emitirlo).

La tercera categoría de enfoques utiliza la voz como una vía para conseguir algún tipo de
catarsis emocional. Giran alrededor de la idea de que la voz libera emociones retenidas. Se
busca facilitar la expresión intensa y profunda del grito, el llanto o la risa. Aquí encontramos
enfoques como los trabajos con el grito primal o la risoterapia.

La cuarta categoría de aproximaciones utiliza la voz como un elemento mediador en la terapia,


de manera parecida a como se utiliza la pintura o la arcilla en un trabajo con mediadores
plásticos. En estos enfoques la voz, en especial la voz no verbal (el canto, los sonidos no
verbales), es un canal de expresión que se utiliza para que la persona pueda manifestar su
experiencia y ampliar su consciencia y sus posibilidades expresivas. En estos enfoques, el
terapeuta tiene un papel activo en el acompañamiento vocal del paciente. Le sugiere, por
ejemplo, que explore formas de emitir sonido que el paciente no se permite, como producir
una voz más grave o más aguda, que puede tener resonancias con su relación con su propia
masculinidad/feminidad. También puede apoyar al paciente con su propia voz o algún
instrumento y, por ejemplo, improvisar juntos una nana dedicada a su niño interior. Ejemplos
de estos enfoques pueden ser la Voice Movement Therapy [4] de Paul Newham o la
psicoterapia vocal de Diane Austin [5], ambos de orientación psicoanalítica.

Un acercamiento a la voz desde la teoría del self

La teoría de la terapia gestalt resulta, en mi opinión, muy adecuada para ayudarnos a


reflexionar sobre el fenómeno de la voz. Aunque ninguna teoría describe la realidad de forma
completa, una teoría nos puede ser útil si nos orienta en esa realidad y nos lleva a algún sitio
que no hubiéramos explorado antes. Mi intención es hacer aquí un intento de contemplar las
cuestiones de la voz desde la base de nuestra teoría, con el propósito de reflexionar sobre qué
maneras de usar la voz en psicoterapia pueden ser coherentes con el método de la terapia
gestalt. No se trata de restar valor a otros métodos terapéuticos, sino de pensar de qué
manera un trabajo con la voz se puede integrar con un trabajo de terapia de corte gestáltico.

La mirada fenomenológica

El enfoque fenomenológico de la terapia gestalt invita al terapeuta a fijarse en “lo que es”, más
que en “lo que debería ser”. Desde esta mirada, el terapeuta intenta poner entre paréntesis
sus interpretaciones e ideas preconcebidas para estar ante su paciente tal cual es, tanto como
sea posible. Un acercamiento a la voz desde este punto de vista nos invita por tanto a escuchar
la voz del cliente tal cual es, sin interpretarla ni pretender que sea diferente de lo que es. No es
que la voz no pueda cambiar (de hecho, lo hace constantemente), sino que no hay una voz
“correcta” o “auténtica” que debemos buscar, ni una voz “errónea” o “falsa” que deba ser
eliminada. La voz de la persona, tal y como se nos muestra en el aquí y ahora, es una
radiografía de quién es esa persona en ese aquí y ahora. Nuestro objetivo terapéutico no es
modificar esa voz para “mejorarla”, sino desplegar su complejidad y explorar sus matices como
un camino para comprender la experiencia del otro.

En una sesión de terapia, por ejemplo, un ligero temblor, muy breve, en la voz de una paciente
cuando mencionaba de pasada a un hermano fallecido años atrás, fue un indicador de que
había aspectos de su duelo aún no resueltos. Le hice notar que su voz había cambiado al
nombrar a su hermano. El temblor de la voz se convirtió en llanto y esto dio paso a hablar de
temas de aquella relación que aún estaban presentes para ella. Otra paciente, una joven con
dificultades para contactar con su deseo, estaba dudando entre dos caminos distintos en su
vida. Le solicité que emitiera un sonido no verbal para cada una de las opciones. Ella misma
pudo darse cuenta, al escucharse, de cómo una de las opciones no le producía ninguna
excitación. La otra sí le producía excitación pero rápidamente ella la sofocaba. Esto lo pudimos
escuchar ambos perfectamente: con la segunda opción su voz subió de tono durante un
instante y se hizo aguda, e inmediatamente descendió a un tono más grave y plano. Hacer
notar esto nos abrió al tema de dónde estaba puesto su deseo y cómo era que no podía
permitirse sentirlo.

La voz y el self

La voz tiene las propiedades que definen al self en Terapia Gestalt: Excitación y crecimiento de
la personalidad humana: “El self es espontáneo, en ‘voz media’ [...], y está comprometido con
su situación [...].” [6] La voz también. Es espontánea. No podemos emitir voz de una forma
totalmente deliberada. Nunca sabemos qué sonido va a salir hasta que sale, y una vez estamos
emitiendo sonido (sea voz hablada, canto, o sonidos no verbales) entramos en un proceso de
“descubrimiento-e-invención según se avanza” [7] en el que la voz emerge de una forma que
está, en parte, fuera de nuestro control.

La voz está en modo medio, es simultáneamente activa y pasiva. Cuando emitimos voz no solo
hay una actitud activa muscular. También escuchamos el sonido que producimos, que se
mezcla con el entorno sonoro que nos rodea. Es un mecanismo autorregulado en el que la
emisión activa de la voz es modulada por la percepción del entorno. Surge en el compromiso
con la situación, pues no podemos acceder a la voz de una manera aislada de la experiencia
presente.

Por otro lado, las estructuras del self se reflejan también en la voz. La voz es una puerta de
acceso privilegiada a las funciones del self, personalidad, ello y yo [8]. La función personalidad
se nos muestra a través de la voz de múltiples formas. Adoptamos tonos de voz de nuestros
padres y de nuestro entorno cultural. Modulamos la voz conforme a nuestra autoimagen. Los
patrones de personalidad que se cronifican en nosotros y se hacen parte de nuestra fisiología
secundaria tienen un reflejo inmediato en la voz. Como ya hemos dicho antes, la voz implica
prácticamente a todo el cuerpo y, por tanto, las tensiones musculares de nuestra “coraza”
tienen un correlato inmediato en nuestra voz. Una voz sistemáticamente chillona, o nasal, o
aterciopelada, que suena así siempre, sin tener en cuenta el contexto, puede ser producto de
un sistema muscular cronificado. Una voz espontánea y natural es capaz de variar según la
necesidad del contexto y transformarse en chillona o aterciopelada en función de lo que
demande la situación.

La voz es también una puerta de entrada privilegiada a la función ello. En una sesión de
terapia, por ejemplo, podemos en gran medida rastrear qué es lo que empuja, dónde está
puesto el deseo y la urgencia del paciente, escuchando los tonos de su voz según habla. Si el
cuerpo es una entrada a la función ello, la voz nos ofrece un correlato acústico de cómo está el
cuerpo. Nos hace audibles aspectos del cuerpo que pueden no sernos visibles. A veces es más
fácil detectar una respiración retenida si escuchamos cómo suena la voz que si intentamos
observar los movimientos de la caja torácica. La respuesta muscular que se produce cuando
una persona contacta con un tema que le mueve emocionalmente puede ser más audible a
través de la voz que visible si miramos su cuerpo.

La función yo también se refleja de diferentes formas en la voz. Cuando el contacto se


interrumpe la voz se modifica y pierde espontaneidad. Cuando, en el proceso de contacto,
emergen las emociones, la voz cambia de diferentes maneras: se energetiza, toma dirección,
se hace explosiva. Cuando la persona retiene la emergencia de la emoción, la voz también nos
avisa: una voz retenida, titubeante, falsamente segura. La voz de la toma de contacto, de la
exploración del entorno, es diferente a la voz del postcontacto, de la integración. Nuestra
disposición corporal cambia, y, por tanto, también la voz.

Un ejercicio que propongo a veces en talleres de trabajo con la voz y las emociones es pedir a
los participantes que pronuncien frases neutras con diferentes tonos de voz que denoten
diferentes emociones: miedo, afecto, tristeza, enojo, etc. Un resultado frecuente de esta
experiencia es la toma de consciencia de la dificultad que uno tiene en expresar alguna
emoción en concreto, o darse cuenta de que cuando expresa una cierta emoción los demás
escuchan otra. (Cuando expreso tristeza, los demás se piensan que estoy enfadado).

La voz en el campo

La voz es un fenómeno de la frontera-contacto. En todo lo que hemos discutido hasta ahora en


este artículo, hay un aspecto de la voz sobre el que aún no hemos hecho hincapié y quizá es el
más crucial, al menos desde el punto de vista de la psicoterapia: la voz es algo
fundamentalmente relacional. Hablamos y cantamos no tanto para nosotros como para el
otro. Nuestra voz, simultáneamente activa y pasiva, se regula no solamente con el entorno
acústico, sino, con el entorno relacional. Nuestra forma de hablar depende, sobre todo, de con
quién hablamos y en qué circunstancias. Podríamos decir que nuestra voz ni siquiera nos
pertenece al cien por cien. La podríamos llamar una “intervoz”, de la misma manera que
nuestra subjetividad es, en realidad, una intersubjetividad [9]. Nuestra emisión de voz no
depende solo de nosotros; depende de con quién estamos, de qué pretendemos en la relación,
de cómo nos sentimos con el entorno, etc. Con nuestro tono de voz enviamos mensajes a los
demás sobre cómo es la relación que tenemos o queremos tener con ellos: ¿Mi voz suena fría
y cortante? ¿Hay en mi voz una invitación al acercamiento del otro? ¿Me gustaría que el otro
adivinara por mi tono de voz mis intenciones para no tener que explicitarlas mediante
palabras? ¿Puedo ampliar el volumen de mi voz e incluir a un gran grupo de personas,
hablando en público? ¿Hago mi voz más aguda para parecer un niño? ¿La hago más grave para
parecer más hombre? ¿Le doy un timbre metálico para parecer más peligroso? ¿Cómo cambia
mi voz según con quién estoy? ¿Cómo la acomodo a la situación?

Por poner un ejemplo, solicité a un paciente en terapia que me describiera cómo era su voz,
cómo la vivía él. Pudimos entre los dos construir una imagen: su voz era como una cuerda un
poco elástica que le unía con una única persona. Esto nos llevó de forma inmediata a sus
modalidades de relación. Para él, eran más fáciles las relaciones uno a uno, y sentía que tenía
que regular la tensión en la relación para que la cuerda no estuviera muy tensa ni muy floja.
Por otro lado, le resultaba muy difícil hablar para un grupo, ya que, entre otras cosas, no sabía
hacia dónde lanzar su cuerda si había muchas personas. El uso de la voz como metáfora nos
llevaba directamente a su estilo relacional.

Todas estas cuestiones tienen que ver con el otro. Curiosamente, es algo que no abunda en los
enfoques terapéuticos que usan la voz, que suelen ser más bien individualistas. A mi entender,
ésta una de las vías más interesantes de exploración del trabajo con la voz desde la orientación
gestáltica.

Una consecuencia evidente de adoptar un paradigma de campo es que hemos de poner


atención también en la voz del terapeuta, porque también está afectada por la situación y
también afecta a su paciente. Todas las consideraciones que hemos hecho hasta ahora sobre la
voz también son aplicables a la voz del terapeuta. Cuando uno presencia un trabajo
terapéutico suele ser evidente el gran efecto que el tono de voz del terapeuta puede llegar a
tener en los pacientes. Recuerdo un video de una sesión de terapia de pareja en la que el
terapeuta era Leslie Greenberg. Era llamativo cómo iba ralentizando el ritmo de su voz, cómo
hacía el tono más grave e incluía más aire en la emisión, cómo transmitía una sensación cálida,
casi hipnótica, conforme realizaba intervenciones cada vez más arriesgadas en las que
describía a la pareja sus modos de funcionamiento no sanos. El tono de su voz parecía ser
capaz de sostener a la pareja y serenarla mientras el terapeuta nombraba aspectos difíciles de
la relación. En mi trabajo, he comprobado cómo puede ser interesante a veces amplificar con
mi voz sentimientos que el paciente está expresando de forma incipiente: “Cuando te oigo es
como si estuvieras diciendo ¡basta ya!”. Ese “¡basta ya!”, pronunciado con el énfasis adecuado,
puede impactar al paciente y hacerle notar de qué manera quisiera él mismo expresar ese
sentimiento.

Conclusiones

Espero haber podido transmitir la centralidad de la voz en la experiencia humana. Es un


fenómeno que abarca un tremendo número de dimensiones y que, pese a su importancia,
tiende a resultarnos difícil de manejar de forma consciente. La aproximación al fenómeno de la
voz desde la teoría de la terapia gestalt y el paradigma de campo es un enfoque que, por lo
que he podido investigar, está poco explorado y puede resultar de gran interés. Mi intención
es continuar profundizando en esta línea. A mi entender, el enfoque gestáltico nos abre varias
vías útiles. Por un lado, nos anima a escuchar la voz sin juzgarla como “buena” o “mala”. Nos
insta más bien a poner nuestra atención en el “cómo”, en qué nos dice una voz respecto a la
persona que la emite y su situación, para desplegar sus matices. El paradigma de campo nos
invita a entender la voz como un fenómeno del campo en el que no pensamos solo en “la voz
de una persona”, sino también en “la voz que la persona lanza a un otro”. Nos hace poner
consciencia asimismo en la voz del terapeuta. Por otro lado, la voz nos proporciona una
referencia importante para un trabajo desde el contacto. Nos ofrece continuas claves de la
atmósfera de la sesión y de lo que se moviliza en cada momento en el paciente. En suma, creo
que en la voz y en su despliegue podemos encontrar una herramienta útil para nuestro trabajo
como psicoterapeutas, aunque es aún un campo poco explorado desde la terapia gestalt.
Espero con este artículo haber despertado la curiosidad del lector.

Notas

[1] Tomatis, Alfred. 9 meses en el paraíso. Ed. Biblària, Colección Didascálica. 1990

[2] Un artículo que trata este tema desde el punto de vista de la terapia gestalt es La canción
eres tú, de Susan Gregory, publicado en inglés originalmente en British Gestalt Journal, 2004,
vol. 13, nº1, con el título The song is you, y disponible en una traducción al castellano en la URL
http://gestaltnet.net/fondo/articulos/la-cancion-eres-tu (lectura del 16/4/2013).

[3] Paul J. Moses, The Voice of Neurosis, Psychological Corp, 1954.

[4] Paul Newham, Therapeutic Voicework, Jessica Kingsley Publishers, 1998.

[5] Diane Austin, The Theory and Practice of Vocal Psychotherapy, Jessica Kingsley Publishers,
2008.

[6] Perls, F.S., Hefferline, R.F., Goodman, P.: Terapia Gestalt: Excitación y crecimiento de la
personalidad humana. pp. 193. Los Libros del CTP (1994).

[7] Op. cit.

[8] Op. cit.

[9] Daniel Stern, On the Other Side of the Moon: The Import of Implicit Knowledge in Gestalt
Therapy, capítulo del libro Creative License, de Margherita Spagnuolo-Lobb y Nancy Amendt-
Lyon (editoras), Ed. Springer, 2003.

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