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tasmal. Pero fue Edilson quien me hizo callar a mí y me corrigió para proteger
a su madre. Estiró de la falda de su madre para llamar su atención y habló de
su propia muerte: «¡Shh! Máe, ¡shh! No tengo miedo. Estoy listo para ir allí.»
O quizá, por último, fue la casa de nanicos (casa de los enanos) en la rúa da
Cruz la que me sacó del estado de conformidad en el que me encontraba. Aquí
había una abuela, dos hijas adultas (una de ellas madre de un bebé de un año)
y seis niños, cuatro de ellos nanicos. Pero estos «pigmeos» brasileños (como lla
maba el nutricionista brasileño Nelson Chaves [1982] a este tipo de niños) te
nían el crecimiento atrofiado por el hambre crónica, no por los genes. Los chi-
r
eos, con edades comprendidas entre los seis y los quince años y con alturas que
iban desde los setenta y seis centímetros hasta ciento veinticinco, se habían
criado con mingan (harina de mandioca, agua y sal), caldo de frijoles y paste
les de maíz. Los dos chicas jóvenes estaban en mejor situación, como solía ocu
rrir en tales casas, posiblemente debido a que ayudaban en la preparación de la
comida. El más joven, Paulo Ricardo, de once meses, pesaba apenas cinco ki
los y parecía que, si continuaba con vida, seguiría los pasos atrofiados de sus
pequeños tíos. La mujer adulta explicaba: «Los niños de nuestra casa son todos
enclenques y débiles; no les gusta mucho comer.»
«La principal causa de la malnutrición crónica tal vez sea puramente econó
mica —escribieron los autores de The Biology o f Human Starvation—, pero la
principal causa del hambre contemporánea son los conflictos políticos, la gue
rra por ejemplo» (Keys y otros, 1950: 3). No me gustaría hacer de unas palabras
«Resaltan las costillas y el esternón, y sus brazos, piernas y nalgas no tienen carne.»
una gran discusión, pero lo que he visto en el Alto do Cruzeiro durante dos dé
cadas y media es algo más que «malnutrición» y tiene causas políticas y eco
nómicas aunque no haya habido guerras o conflictos políticos abiertos. Es
cierto que puede afirmarse que los adultos están «crónicamente malnutridos»,
en un estado debilitado, propenso a infecciones y enfermedades oportunistas.
Pero es el hambre descamado y la inanición lo que una ve en los bebés y niños
pequeños, las víctimas de una «hambruna» que es endémica, permanente y con
orígenes político-económicos.
Desde 1964 y con la interrupción de la década del gran milagro económico
brasileño (1975-1985) he estado viendo a niños del Alto de uno y dos años que
no pueden ponerse en pie sin ayuda, que no hablan o no pueden hablar, que
tienen la piel del pecho y de la parte alta del abdomen tan estirada que las cos
tillas resaltan y puede verse el contorno del esternón. Los brazos, piernas y nal
gas de estos niños casi no tienen carne de forma que la piel cuelga en pliegues.
Las nalgas están descoloridas. Los huesos de la cara de los niños con hambre
son frágiles. Los ojos son prominentes, bien abiertos y normalmente ausentes;
algunas veces están hundidos para adentro. El pelo es ralo y fino, a menudo con
trozos de calva, aunque las pestañas pueden ser excepcional mente largas. En al
gunos bebés hay una palidez extraordinaria, una anemia grave que le da al niño
una apariencia desnaturalizada y blanquecina que las madres interpretan como
un presagio de muerte. Mi hija Jennifer, que me solía acompañar en las visitas
a las casas recurría a una expresión acertada: los llamaba «bebés muñecos de
nieve».
Además de la frecuencia con que se da la detención del crecimiento, los ni
ños mayores y los adultos muestran otros signos de hambre crónica. Deficien
cias vitamínicas llevan a cambios en la pigmentación de la piel; una ve niños
que tienen más manchas que un huevo de Pascua: pintas blancas o grises sobre
una piel normalmente oscura. El cabello y la piel de los niños mayores y los
adultos están resecos y quebradizos. Las infecciones de la piel son endémicas
en cuerpos que prácticamente no presentan resistencia frente a la sarna, el im-
pétigo, infecciones de hongos y todo tipo de llagas en la piel que supuran pus.
Los adultos pueden vivir durante años con llagas infectadas sin tratarse, lo que
los moradores llaman perebas. Seu Manoel y Terezinha, por ejemplo, sufren en
piernas y pies unas infecciones de piel crónicas tan profundamente incrustadas
que una evita mirar por miedo a ver el hueso. Los habitantes del Alto no sólo
aprenden a vivir con estas dolencias horribles y dolorosas; aprenden a trabajar
con ellas también; para las lavanderas esto supone tener que mojar sus pies in
fectados durante muchas horas al día en las aguas contaminadas del río, y para
los trabajadores rurales supone caminar muchos kilómetros por la mata con las
sandalias abiertas.
Raciones de campo
Hambre y sexo