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ISBN 978-987-693-805-1
CDD A863
OBRAS COMPLETAS
RAIMUNDA
TORRES Y
QUIROGA
Compilación, estudio preliminar
y notas de Carlos Abraham
TOMO I
Introducción
con respecto a la edición española. El libro que el lector tiene en sus ma-
nos, culminación de un largo proceso de rastreo y de análisis, contiene
la suma de mis investigaciones sobre Torres y Quiroga, seguidas por la
totalidad de sus relatos fantásticos, humorísticos y realistas, así como
por sus ensayos y sus prosas poéticas.
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II
En vista del deseo manifestado por nuestra bella amiga Matilde Elena,
desistimos por el momento de descubrir un nombre que es ya una gloria
nacional y que cubierto hasta hoy con un pseudónimo pasa ante los ojos
del lector sin el doble interés que siempre inspira un nombre conocido.
Conocemos y tratamos a la inteligente novelista, tan maestra en el mane-
jo de la fantasía, pues todas sus obras dadas a luz en los periódicos son
del género, tan bello como fantástico, de esas novelas increíbles que nos
narran Hosfan [sic] y Poé [sic]. Ella cultiva con éxito feliz este extraño
género, para cuya trabazón se necesita estar dotada de un vigor extraor-
dinario en las concepciones, altamente fantásticas, y de un colorido que
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El punto más destacable del texto citado es, junto con la especifica-
ción de algunas de las influencias literarias de Wuili, que ésta no era una
simple incursora en el fantástico, sino que tenía el proyecto de realizar
una serie sostenida de relatos pertenecientes al género. El extenso artí-
culo, una de las pocas referencias biográficas existentes sobre la escri-
tora, también informaba que ésta tenía alrededor de veinte años (lo que
hablaba de cierta precocidad intelectual), que aún no había publicado
libros y que había utilizado diversos seudónimos, sin especificar cuáles.
Los seudónimos eran frecuentes en la literatura femenina argentina
del siglo XIX y principios del XX. Algunas escritoras usaban nombres
masculinos en la creencia de que uno de mujer no sería tomado en serio
por el público y la crítica. Es el caso de Emma de la Barra, que utilizó “Cé-
sar Duayén” para sus novelas Stella (1905) y Mecha Iturbe (1906). Otras
firmaban con seudónimos femeninos, ya fuera para ocultar su verdadera
identidad ante la opinión social o para no sobrecargar las páginas de una
revista determinada con excesivos trabajos bajo su nombre auténtico.
Quizá el más célebre ejemplo de seudónimo haya sido la inexistente poe-
tisa Ema Aurora Berdier, cuyas composiciones aparecieron en La Ondi-
na del Plata a lo largo de 1875, despertando la curiosidad de Rafael Obli-
gado. Se trató simplemente de una lúdica invención de Juana Manuela
Gorriti y de Bernabé Demaría, a quienes pertenecían las poesías.
Los oscuros gustos de la autora (que pronto cambió la grafía Wuili
por Wili) llamaron la atención de sus contemporáneos. Por ejemplo, en
La Alborada del Plata5 apareció, en la anónima sección de gacetilla, el
siguiente diálogo:
5 2 de mayo de 1880.
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-No le sucede lo mismo á Matilde Elena Wili, que según me han contado,
está zurciendo una colección de historias inverosímiles, donde figuran
ejércitos de demonios, almas en pena, calaveras parlantes, espectros que
hacen cabriolas sobre cráneos vacios, y otras cosas lúgubres capaz de al-
terar la fenomenal nariz, de mi honorable colega la Señorita Manolita
Rodajas.
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7 Las wilis o willis eran criaturas sobrenaturales del folklore eslavo, semejantes a
vampiros femeninos, y originadas a partir de los espectros de las doncellas muertas
antes de su noche de bodas. Fueron popularizadas en Occidente por el poema “De
l´Allemagne” (1835) de Heinrich Heine, quien se documentó en leyendas folklóricas
centroeuropeas. Según Heine, las wilis no descansan en sus tumbas ya que no pueden
resistir el impulso de danzar desnudas y de atacar a hombres jóvenes en caminos
desolados, obligándolos a danzar hasta que mueren de fatiga, en una especie de ven-
ganza contra el género masculino. El poema de Heine luego sería la inspiración del
célebre ballet Giselle (1841), al que la prensa hispánica de la época solía titular Gisele
o Las willis (remito, por ejemplo, al periódico madrileño El Heraldo, 18 de junio de
1844, pág. 4) o a veces simplemente como Las willis (Diario Oficial de Avisos de Ma-
drid, 28 de mayo de 1848, pág. 4). También cabe mencionar la ópera Le villi (1884) de
Giácomo Puccini, basada en el cuento “Les willis” (1856) de Alphonse Karr. Es inte-
resante señalar que estas criaturas aparecen en tres cuentos fantásticos españoles. El
primero, “Las willis” de Benito Vicetto y Pérez, publicado en La Crónica de mayo de
1845. El segundo, “La danza de las willis. Tradición húngara” de C. de M., publicado
en La Ilustración el 7 de abril de 1851. El tercero, “Azelia y las willis (Balada)” de Julio
Nombela, publicado en el Semanario Pintoresco Español el 2 y el 9 de septiembre de
1855. En cuanto al mencionado cuento “Las wilis” de Alphonse Karr, apareció en el
semanario cubano La Civilización el 1 de noviembre de 1857. Por último, tienen un rol
relevante en el popular Viajes de fray Gerundio de Modesto Lafuente (París: Garnier,
1861, pág. 174 y ss.).
8 Más adelante ampliaré el análisis sobre esta estrategia de la autora.
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Presentamos a los lectores de la amena lectura este libro que, no por te-
ner ya más de un año de publicado merece pasarse en silencio. El título
dice bien lo que es, una coleccion de artículos de costumbres y crítica
social, insertos en los periódicos, y posteriormente reunidos en un libro.
9 Anuario Bibliográfico, año 1884. Buenos Aires: Imprenta de M. Biedma, 1885, pág. 235.
10 La Patria Argentina, 17 de marzo de 1884.
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Sin hacer aquí una descripción de él, bastara leer uno de esos trozos que
tomamos al acaso. El lector formará su juicio sobre la soltura y facilidad
de estilo de esta autora argentina, y apreciará tambien la verdad de los
tipos que ella bosqueja.11
Señorita Matilde Elena Wili: llegó a mis manos el libro interesante y raro
que me ha obsequiado V., con una dedicatoria que es en verdad una guir-
nalda. La recibo, inclinada la frente y confuso y sumamente grato al in-
merecido galardón.
11 Revista de La Plata, vol. I, pág. 363. Buenos Aires: La Tribuna Nacional, 1885. Hay
también una escueta mención en el diario montevideano La Razón (16 de mayo de
1884), firmada por Sansón Carrasco, seudónimo de Daniel Muñoz.
12 La Nación, 26 de junio de 1884.
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