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EL CRITERIO PSICOANALITICO DE LA INFANCIA:

EN EL PASADO Y EL PRESENTE

LAS RECONSTRUCCIONES EN LOS ANÁLISIS DE LOS ADULTOS Y SUS


APLICACIONES

Desde el comienzo del psicoanálisis, cuando se determinó que los "histéricos padecen
principalmente por causa de sus recuerdos", los analistas han manifestado más interés
en el pasado de sus pacientes que en sus experiencias presentes, y más aún en las etapas
de crecimiento y desarrollo que en aquella de la madurez.

Esta preocupación por las primeras experiencias de la vida hizo pensar que se
convertirían en expertos especialistas en problemas de la niñez, aun cuando se ocuparan
solamente del tratamiento de adultos. Sus conocimientos de los procesos de la evolución
mental y su comprensión de la interacción entre las fuerzas externas e internas que
forman la personalidad del individuo, permitían suponer que estarían capacitados
automáticamente para entender en todos aquellos casos en que se dudara del normal
funcionamiento o de la estabilidad emocional del niño.

En lo que respecta a la primera etapa del psicoanálisis, un examen de la bibliografía


demuestra que muy poco se hizo, concretamente, para confirmar estas esperanzas. En
aquella época, los esfuerzos se dedicaron totalmente a la búsqueda de información y a
perfeccionar la técnica que ponía al descubierto nuevos hechos, tales como la secuencia
de las fases del desarrollo de la libido (oral, anal, fálica), el complejo de Edipo y el de
castración, la amnesia infantil, etcétera. Puesto que estos importantes descubrimientos
tuvieron origen en deducciones efectuadas en el análisis de adultos, el método de
"reconstruir" los acontecimientos de la infancia se estimaba suficiente, y era empleado
coherentemente para obtener los datos que constituyen el núcleo de la psicología
psicoanalítica del niño en el momento presente.

Por otra parte, después de una o dos décadas de ese trabajo, algunos analistas se
aventuraron más allá de la obtención de datos y comenzaron a aplicar el nuevo
conocimiento al campo de la crianza del niño. La tentación de realizar esta experiencia
resultaba casi irresistible. Los análisis terapéuticos de adultos neuróticos no dejaban
ninguna duda sobre la influencia negativa de muchas de las actitudes de los padres y del
ambiente, y de acciones tales como la falta de fidelidad en materia sexual, los niveles de
exigencias morales excesivamente altos, irrealistas, la severidad o indulgencia extremas,
las frustraciones, los castigos o la conducta seductora. Parecía posible extirpar algunas
de estas amenazas de la siguiente generación de niños mediante la educación de los
padres y la modificación de las condiciones de crianza, y planear, por lo tanto, lo que se
llamó "educación psicoanalítica" que serviría para prevenir la neurosis.

Los intentos por alcanzar este objetivo han continuado hasta ahora, a pesar de que
algunas veces sus resultados fueron confusos y difíciles. Cuando los observamos
retrospectivamente después de un período de más de 40 años, los consideramos como
una larga serie de ensayos y errores. Mucha de la incertidumbre que acompañaba estos
experimentos resultaba inevitable. En aquella época no era posible tener un profundo
insight de toda la complicada red de impulsos, afectos, relaciones objétales, aparatos del
yo, con sus funciones y defensas, internalizaciones e ideales, con las interdependencias
recíprocas entre el ello y el yo y las deficiencias resultantes del desarrollo, las
regresiones, las angustias, formaciones de compromiso y las distorsiones del carácter.
El caudal de conocimientos psicoanalíticos fue en aumento gradual al sumarse cada
pequeño descubrimiento al efectuado anteriormente. La aplicación de los conocimientos
pertinentes a los problemas de crianza y a la prevención de las enfermedades mentales
tuvo que efectuarse también paso a paso, siempre siguiendo atenta y lentamente el
trabajoso camino. A medida que se realizaban nuevos descubrimientos de los agentes
patógenos en la labor clínica, o se arribaba a ellos mediante cambios e innovaciones en
el pensamiento teórico, eran convertidos en consejos y preceptos para padres y
educadores, y llegaban a formar una parte integrante de los conceptos psicoanalíticos
para la crianza.

La secuencia de estas extrapolaciones es ahora bien conocida. Así, en la época en que el


psicoanálisis puso gran énfasis en la influencia seductora que ejercía el compartir el
lecho de los padres y en las consecuencias traumáticas de presenciar las relaciones
sexuales entre ellos, se les aconsejó que evitaran la intimidad física con sus hijos y
también realizar el acto sexual en presencia aun de los más pequeños. Cuando se
comprobó en el análisis de adultos que vedar el acceso a la información sexual era
responsable de muchas inhibiciones intelectuales, se aconsejó brindar una completa
información sexual desde una edad temprana. Cuando al buscar la causa de los síntomas
histéricos, la frigidez, la impotencia, etcétera, se los vinculó con las prohibiciones y las
consiguientes represiones del sexo en la niñez, la educación basada en el psicoanálisis
incluyó en su programa una actitud permisiva y benévola en relación con las
manifestaciones de sexualidad pregenital infantil. Cuando la nueva teoría de los
instintos definió que también la agresión es un instinto básico, se aconsejó que la
tolerancia se extendiera a las tempranas manifestaciones de violenta hostilidad del niño,
a los deseos agresivos y de muerte manifestados contra padres y hermanos, etcétera.
Cuando se reconoció que la ansiedad jugaba un papel primordial en la formación de
síntomas, se hicieron todos los esfuerzos posibles para tratar de disminuir el temor de
los hijos frente a la autoridad de los padres. Cuando se demostró que al sentimiento de
culpabilidad correspondía un determinado grado de tensión de las estructuras internas,
la respuesta fue una eliminación de todas aquellas medidas educacionales que
conducían a la formación de un superyó severo. Cuando el nuevo punto de vista
estructural de la personalidad responsabilizó al yo del mantenimiento del equilibrio
interno, se destacó la necesidad de propiciar en el niño el desarrollo de fuerzas en el yo
lo suficientemente intensas como para resistir las presiones de los instintos.

Finalmente, en la época actual, cuando las investigaciones analíticas se dirigen hacia los
acontecimientos iniciales del primer año de vida destacando su importancia, estos
insights específicos son traducidos en nuevas y, en algunos aspectos, revolucionarias
técnicas para el cuidado de los niños.

Este lento y elaborado proceso hizo que la educación psicoanalítica careciese de


sistematización. Más aún, sus preceptos cambiaban de dirección continuamente
enfatizando en un principio la libre expresión de los instintos, más tarde la fortaleza del
yo, para luego insistir nuevamente en la normalidad de las relaciones libidinales. En esta
incesante búsqueda de los agentes patógenos y de las medidas preventivas, siempre
parecía que el último descubrimiento analítico prometía una mejor y definitiva solución
de los problemas.
De los consejos dados a los padres durante todos estos años, unos eran coherentes entre
sí; otros resultaban contradictorios y mutuamente excluyentes y algunos de ellos
demostraron ser mucho más beneficiosos de lo esperado. Así por ejemplo, la educación
psicoanalítica cuenta entre sus éxitos la mayor comunicación y confianza entre padres e
hijos, a las cuales se llegó gracias a que la educación sexual se había iniciado con mayor
honestidad. Otra victoria se obtuvo respecto de la terquedad y el negativismo de los
primeros años que desaparecieron casi completamente tan pronto como fueron re-
conocidos los problemas de la fase anal, y el control de los esfínteres comenzó a
plantearse no tan precozmente ni con tanto rigor como en épocas anteriores. También
ciertos trastornos relacionados con la alimentación infantil dejaron de existir después
que los problemas alimentarios y del destete fueron modificados para adecuarlos más
apropiadamente a las necesidades orales. Asimismo, al quedar atenuados los conflictos
en relación con la masturbación, la succión de los dedos y otras actividades
autoeróticas, fueron resueltas algunas perturbaciones del sueño (por ejemplo, las
dificultades para conciliario).

Por otra parte, no faltaron desilusiones y sorpresas. Fue algo inesperado comprobar que
hasta las informaciones sexuales mejor planteadas y formuladas con las palabras más
simples no eran inmediatamente aceptadas por los niños, y que se aferraban
persistentemente a lo que tuvimos que reconocer como sus propias teorías sexuales, en
las cuales se traduce la genitalidad adulta en los términos adecuados de oralidad,
analidad, violencia y mutilación. Igualmente inesperado resultó el hecho de que la
desaparición de los conflictos acerca de la masturbación tenían, además de sus
consecuencias beneficiosas, algunos efectos colaterales indeseables en la formación del
carácter, al eliminar problemas que, a pesar de sus aspectos patógenos, servían también
como campo de entrenamiento moral (Lampl de Groot, 1950). Sobre todo, librar al niño
de la ansiedad resultó una tarea imposible. Los padres dieron lo mejor de sí mismos
tratando de disminuir el temor que inspiraban a los hijos, para encontrarse con que lo
que estaban logrando era aumentar los sentimientos de culpabilidad de éstos, es decir, el
miedo exagerado del niño en relación con su propia conciencia. Por otra parte, cuando
se atenuaba la severidad del superyó, se producía en los niños la más profunda de todas
las ansiedades, es decir, la ansiedad de los seres humanos que se sienten sin protección
frente a la presión de sus instintos.

Resumiendo: a pesar de numerosos avances parciales, la educación psicoanalítica no


logró convertirse en el instrumento profiláctico que todos esperábamos. Es cierto que
los niños que crecieron bajo su influencia son en muchos aspectos diferentes de las
generaciones anteriores, pero no están más libres de ansiedad o de conflicto, y por
consiguiente no menos ex- puestos a sufrir de trastornos neuróticos u otras formas de
enfermedades mentales. En realidad, esto no hubiera debido sorprendernos si no fuese
que en algunos autores el optimismo y el entusiasmo por el trabajo profiláctico
predominó sobre la aplicación estricta de los principios psicoanalíticos.

De acuerdo con estos últimos, no existe la posibilidad de la "prevención de la neurosis".


La división misma de la personalidad en ello, yo y superyó se nos presenta con una
estructura psíquica en la cual cada parte tiene sus derivaciones, sus alianzas, sus fines y
su modo de funcionamiento específicos. Por definición, las distintas fuerzas psíquicas se
encuentran en conflicto entre sí, lo cual da lugar a los desajustes internos que se
manifiestan en nuestra mente consciente como conflictos mentales. Estos últimos
existen, por consiguiente, donde quiera que el desarrollo de la estructura de la
personalidad alcanza un cierto grado de complejidad. Naturalmente que hay casos en
que "la educación psicoanalítica" ayuda al niño a encontrar soluciones adecuadas que
contribuyen a su salud mental; pero también existen muchos otros en los que los
desajustes internos no pueden prevenirse, convirtiéndose luego en el punto de partida de
distintas manifestaciones de desarrollo patológico.

EL ADVENIMIENTO DEL ANÁLISIS DE NIÑOS Y SUS CONSECUENCIAS

Algunas dudas e incertidumbres que imperaban en este campo se desvanecieron


mediante la aplicación del psicoanálisis de niños, que de esta manera se acercó así un
poco más al ideal fijado desde su comienzo: un servicio de especialistas en niños. Con
la aparición del psicoanálisis infantil surgió una fuente complementaria de material para
el desarrollo de una psicología psicoanalítica de la niñez y para la integración de los dos
tipos de información, directa y reconstruida, que convirtió así a esta disciplina en una
tarea sumamente provechosa: al mismo tiempo que la reconstrucción de los sucesos de
la infancia a través del análisis de los adultos conservaba su lugar, se añadieron las
reconstrucciones de los análisis de los niños mayores y los hallazgos de los análisis de
los niños en edades más tiernas. Pero el análisis de niños aportó mucho más. Además de
estudiar las "interacciones entre el ambiente concreto del niño y el desarrollo de sus
capacidades", facilitó el estudio "de una gran cantidad de información de carácter
íntimo concerniente a la vida del niño", de manera tal que "las fantasías de éste así
como sus experiencias diarias se hicieron accesibles a la observación". No todos estos
datos eran exclusivos; algunos eran ya familiares a los educadores y observadores
analíticamente orientados, pero la entrevista analítica con los niños y el uso adecuado de
la información por el especialista proveyeron el contexto en el que las ensoñaciones y
los temores nocturnos, los juegos y otras creaciones expresivas del niño se hicieron
comprensibles en su exacta posición dentro del devenir de su experiencia diaria en el
hogar y en la escuela, y fueron definidos en una forma mucho más concreta que nunca.
Afortunadamente, en el análisis del niño pequeño, los complejos infantiles y las
perturbaciones que éstos crean en sus mentes son todavía accesibles a la observación
directa y no alejados de la mente consciente por obra de la amnesia o de la distorsión
debida a recuerdos encubridores.

El ajustado y prolongado estudio de la niñez basado en el análisis de niños le ofrece al


especialista analítico un criterio sobre el desarrollo de la personalidad, que difiere
sutilmente del de los colegas que conocen al niño sólo a través del análisis de adultos.
Los analistas de niños, por consiguiente, no solamente ofrecen confirmaciones de
ciertas proposiciones analíticas, como se esperaba que hicieran desde el principio, sino
que también ayudan a decidir en aquellos casos en que "se han propuesto hipótesis
alternativas por los métodos reconstructivos"; y pueden intentar cambiar, con éxito, el
énfasis puesto erróneamente en determinadas cuestiones y en corregir ciertos puntos de
vista (véase A. Freud, 1951). Además, como espero demostrarlo posteriormente, el
analista hace su propia contribución a la metapsicología y a la teoría de la terapia
psicoanalítíca.

LA OBSERVACIÓN DIRECTA AL SERVICIO DE LA PSICOLOGÍA


PSICOANALÍTÍCA DEL NIÑO

En sus escritos teóricos, los analistas tardaron cierto tiempo para llegar a la conclusión
de que la psicología psicoanalítíca (y especialmente la psicología psicoanalítíca del
niño) "no está limitada a lo que puede descubrirse mediante el empleo del método
psicoanalítico" (Heinz Hartmann, 1950 a). No fue así en el terreno práctico.
Inmediatamente después de la publicación de los Tres ensayos sobre una teoría sexual
(S. Freud, 1905), la primera generación de analistas comenzó a hacer observaciones e
informar sobre la conducta de sus pacientes en relación con detalles tales como la
sexualidad infantil, el complejo de castración y el de Edipo. Algunos maestros y
asistentes sociales (maestros jardineros, maestros de primaria y encargados de
delincuentes y criminales juveniles) trabajaban en este sentido en las décadas de 1920 y
1930, mucho antes de que estos estudios llegaran a abordarse en forma sistemática, tal
como aconteció después de la Segunda Guerra Mundial.

No obstante, en lo referente a la observación fuera de la situación psicoanalítica, el


analista que está acostumbrado a trabajar con material reprimido e inconsciente tiene
que sobreponerse a ciertas dudas antes de desplazar su interés hacia la conducta
manifiesta. En este sentido, puede resultar útil el recordar de qué manera se han
desarrollado a través de los años las relaciones entre el psicoanálisis y la observación di-
recta. El interrogante de si la observación directa superficial de la mente puede penetrar
dentro de la estructura, funcionamiento y contenido de la personalidad, ha sido
contestado en diferentes épocas de distintas maneras, pero de modo cada vez más
positivo, especialmente en cuanto concierne al insight de la evolución del niño. Aunque
no puede rastrearse una secuencia histórica clara, existen numerosos aspectos y factores
que de modo consecutivo o simultáneo han sido importantes a este respecto.

La exclusiva concentración del analista en las motivaciones inconscientes ocultas

En los inicios del trabajo psicoanalítico y antes de la aplicación del análisis de niños,
existía una fuerte tendencia a mantener el carácter negativo y hostil de las relaciones
entre el análisis y las observaciones superficiales directas. Era aquélla la época del
descubrimiento del inconsciente y del desarrollo gradual del método psicoanalítico,
factores ambos que se encontraban íntimamente ligados entre sí. La tarea de los
pioneros analíticos consistía más en remarcar la diferencia entre la conducta observable
y los impulsos ocultos que en señalar las similitudes, y lo que es aun más importante, en
confirmar, ante todo, la existencia de esas motivaciones inconscientes ocultas. Todavía
más, este trabajo debía llevarse a cabo a pesar de la oposición de un público que se
negaba a aceptar la existencia de un inconsciente al cual la conciencia no tiene libre
acceso, o la posibilidad de que ciertos factores pueden influir en la mente sin que estén
expuestos a la observación. Los legos tendían a confundir las trabajosas interpretaciones
del material que se hacen durante el proceso analítico con una supuesta capacidad
sobrenatural para descubrir los más recónditos secretos de un desconocido por medio de
una simple mirada, creencia en la que persistían a pesar de todas las aseveraciones en
sentido contrario. El analista depende de su laborioso y lento método de observación, y
sin él no irá más allá que un bacteriólogo que, privado de su microscopio, pretende ver
los bacilos a simple vista.

Los psiquiatras clínicos olvidaban un poco las diferenciaciones, por ejemplo, entre la
manifiesta violación sexual de una niña por su padre psicótico y las tendencias
inconscientes latentes del complejo de Edipo, al referirse al primero y no al segundo
como un "hecho freudiano". En un recordado caso criminal, un juez llegó a utilizar la
ubicuidad de los deseos de muerte de los hijos en contra 'de sus padres como parte de la
acusación, sin tener en cuenta la existencia de las alteraciones mentales que pueden
convertir los impulsos inconscientes y reprimidos, en una intención consciente y
descargarse en acción. Los psicólogos académicos por su parte trataron de verificar o
negar la validez del complejo de Edipo por medio de investigaciones y cuestionarios, es
decir, utilizando métodos que por su misma naturaleza son incapaces de franquear las
barreras que median entre el consciente y el inconsciente y de llegar así a descubrir en
los adultos los residuos reprimidos de los impulsos emocionales de la infancia.

Tampoco se hallaba la nueva generación de analistas de ese período totalmente exenta


de la -tendencia a confundir el contenido del inconsciente con sus derivados
manifiestos. Por ejemplo, en los cursos sobre la interpretación de los sueños una de las
tareas más difíciles para los profesores, que persistió durante años, fue demostrar la
diferencia entre el contenido latente y el manifiesto de un sueño; que el deseo
inconsciente no aparece en el contenido manifiesto sin antes disfrazarse mediante una
elaboración onírica, y que el contenido consciente es representativo del contenido oculto
solamente de manera in-directa. Aun más; en su ansiedad por traspasar los límites de lo
consciente y de cubrir el espacio existente entre la superficie y lo profundo, muchos
analistas trataron de descubrir, por me- dio del estudio de las manifestaciones
superficiales, a los que experimentan impulsos inconscientes específicos, o fantasías
incestuosas o sadomasoquistas, angustia de castración, deseos de muerte, etc., intento
que en aquella época no era factible y por consiguiente originaba conclusiones erróneas.
No es sorprendente, entonces, que en estas condiciones todos los estudiantes de
psicoanálisis fueran aconsejados en contra del método de observación superficial,
enseñándoseles a no eludir el proceso de desenmarañar todas las represiones del
paciente y a desinteresarse de métodos que solamente podían constituir una amenaza
contra la tarea principal del profesional, consistente en perfeccionar la técnica analítica.

Los derivados del inconsciente como material para la observación

Con el transcurso del tiempo, el aporte de nuevos descubrimientos y factores


importantes contribuyó a modificar la firme actitud que existía hacia la observación
superficial. Después de todo, lo que el analista explora con el propósito de intervenir
terapéuticamente no es el inconsciente mismo sino sus derivados. El medio analítico
contiene, por supuesto, los elementos necesarios que incitan y favorecen la producción
de estos derivados mediante el completo relajamiento al que el paciente se somete: la
suspensión de sus facultades críticas que posibilitan las asociaciones libres; la
eliminación del movimiento, que permite verbalizar aun los impulsos más peligrosos sin
ningún riesgo; el ofrecimiento del analista para recibir "la transferencia de sus
experiencias, etcétera. A pesar de que con estas disposiciones técnicas los derivados del
inconsciente aparecen en mayor número y se manifiestan con una secuencia más
ordenada, las eclosiones del inconsciente y las irrupciones en la conciencia no se
producen solamente durante las sesiones analíticas. En cuanto el analista se apercibe de
esta presencia constante, opta por incluirlas también como "material". En los adultos,
encontramos los lapsus verbales, los actos fallidos y sintomáticos que revelan impulsos
preconscientes o inconscientes; los símbolos oníricos y los sueños típicos cuyo
contenido oculto se puede develar sin necesidad de laboriosas interpretaciones. En los
niños, más fácilmente aún, encontramos los simples sueños de realización que revelan
los deseos subyacentes; también las ensoñaciones conscientes, que nos informan con
muy poca distorsión sobre su desarrollo libidinal. Las fantasías heroicas o de rescate
constituyen ejemplos que demuestran que el niño ha alcanzado la cumbre de sus
impulsos masculinos; el romance familiar y las fantasías que lo acompañan (Dorothy
Burlingham, 1952) que caracterizan el proceso de desilusión del niño con respecto a sus
padres, en el período de latencia; las fantasías de recibir castigos físicos que evidencian
la fijación a la fase anal, sadomasoquista, de la sexualidad infantil.

Siempre existieron analistas más dispuestos que otros a utilizar estos signos tal como se
manifiestan para arribar al contenido inconsciente. Incidentalmente esto los puede
limitar como terapeutas, ya que la facilidad con que interpretan tales indicadores suele
tentarlos a continuar su tratamiento sin una colaboración total del paciente y a tomar
atajos hacia el inconscíente ignorando las resistencias; en definitiva, aplicando un
procedimiento que se opone a la mejor tradición del psicoanálisis. Pero esta intuición
para lo inconsciente —que puede convertir a un correcto analista en un analista
"silvestre"— es el atributo más útil del observador analítico quien, valiéndose de ella,
puede utilizar manifestaciones superficiales, áridas y sin interés como material
significativo.

Los mecanismos de defensa como material de observación

La imagen que manifiestan los niños y los adultos se hace aun más transparente para el
analista cuando extiende su atención desde el contenido del inconsciente y sus derivados
(impulsos, fantasías, imágenes, etcétera) hacia los métodos empleados por el yo para
mantenerlos alejados de la conciencia. Aunque estos mecanismos son automáticos y no
conscientes en sí mismos, los resultados que producen son manifiestos y fácilmente
accesibles para el observador.

Por supuesto, si el mecanismo de defensa del yo que se examina es la represión, nada


puede observarse en la superficie. Excepto la ausencia de aquellas tendencias que, de
acuerdo con la concepción de normalidad del analista, serían ingredientes necesarios de
la personalidad. Cuando, por ejemplo, los padres describen a su pequeña hija como
"cariñosa, resignada, dócil", el analista observará la notoria ausencia de las exigencias,
avaricias y agresiones propias de la niñez. En donde los progenitores remarcan el
"cariño hacia los bebés" de sus hijos mayores, el analista deberá investigar el destino de
los celos ausentes. Cuando un niño es descripto apropiadamente por los padres como
"falto de curiosidad y de interés en cuestiones tales como las diferencias de los sexos, el
origen de los bebés, la relación entre los padres", resulta obvio que una batalla interna
ha tenido lugar con el resultado, entre otros, de la extinción en la mente consciente de
una normal curiosidad sexual.

Afortunadamente, existen otros mecanismos de defensa que posibilitan lograr al


observador resultados más sustanciales. Entre ellos se encuentran en primer término las
denominadas formaciones reactivas que, por definición, atraen la atención del
observador a la contraparte reprimida de aquello que se exhibe de manera manifiesta. La
excesiva preocupación de un niño pequeño "porque su padre tiene que ausentarse por la
noche, cuando hay neblina", etcétera, es una clara indicación de la existencia de
reprimidos deseos de muerte; como lo es también su ansiosa vigilia nocturna
escuchando la respiración de los hermanos que quizá "puedan morir inadvertidamente
mientras duermen". Cualidades tales como vergüenza, disgusto y compasión sabemos
que el niño llega a adquirirlas como resultado de luchas internas contra el
exhibicionismo, el placer en la suciedad y la crueldad; la aparición de éstas en la
superficie son, por consiguiente, un valioso indicador para diagnosticar el destino de
estos componentes de los impulsos instintivos. De modo similar, las sublimaciones
pueden interpretarse con facilidad en los significativos impulsos primitivos de los que
sen desplazadas. Las proyecciones en los niños pequeños de- muestran su sensibilidad
frente a una no deseada multitud de cualidades, actitudes, etcétera.

Educados en la experiencia que adquirieron dentro de su profesión, los analistas se


manifiestan cada vez más atentos a la aparición de ciertas particulares combinaciones de
actitudes; es decir, de determinados tipos de personalidad que pueden ser identificados
mediante la observación directa y de los que se pueden extraer valiosas deducciones.
Estos cauces hacia la comprensión se abrieron paso a través del insight obtenido sobre
las raíces genéticas del carácter obsesivo, en donde la manifestación de la tendencia al
orden, a la limpieza, a la obstinación, a la puntualidad, a la parsimonia, a la indecisión,
al atesorar, al coleccionar, etcétera, pone al descubierto las tendencias sádico-anales
inconscientes, de las que derivan las inclinaciones anteriormente nombradas. No había
razón para suponer que este particular aspecto, el primero que fue estudiado, sería el
único ente comunicante entre la superficie y lo profundo. Pero era razonable esperar
"que también otras cualidades del carácter .se nos muestran como residuos o productos
reactivos de determinadas formaciones pregenitales de la libido" (S. Freud, 1932, vol.
II).

En efecto, desde la época en que se escribió el pasaje arriba citado, muchas de estas
expectativas fueron confirmadas, sobre todo las pertenecientes a tipos de carácter oral y
uretral, y especialmente aquéllas relacionadas con los niños. Si un pequeño exhibe fallas
tales como insaciabilidad, voracidad, avidez, apegamiento, es exigente y egoísta en sus'
relaciones objétales, desarrolla temores de ser envenenado, siente repulsa hacia ciertos
alimentos, etc., resulta obvio que el punto crítico en su desarrollo y que amenaza a su
progreso, es decir, su punto de fijación, yace en la fase oral. Si exhibe vehementes
ambiciones asociadas con una conducta impulsiva, el punto de fijación debe ser
localizado en la zona uretral. En todos estos casos, los lazos entre el contenido
reprimido del ello y las estructuras manifiestas del yo son tan fijos e inmutables que una
simple ojeada de la superficie es suficiente para permitir al analista llegar a
conclusiones relacionadas con los hechos y actos presentes o pasados en los, de otro
modo, ocultos repliegues de la mente.

A través de los años surgió "mía creciente concientización apreciativa sobre el valor que
la función de los signos y de las señales de la conducta pueden tener para el observador"
(Hártmann, 1950a). Como un derivado del análisis infantil, muchas de las acciones y
preocupaciones propias del niño se tornaron comprensibles, de tal manera que, cuando
se observan, puede descifrarse la contraparte inconsciente de la cual se derivaron. La
claridad de las formaciones reactivas ha estimulado a los especialistas analíticos a
buscar elementos complementarios que tienen, igualmente, relaciones fijas inalterables
con impulsos específicos del ello y sus derivados.

Tomando una vez más como punto de partida el hecho de que la tendencia al orden, a la
exactitud, a la puntualidad, a la limpieza y la falta de agresividad son indicaciones
manifiestas de pasados conflictos con las tendencias anales, es posible señalar
indicadores de conflictos similares en la fase fálica. Estos son la timidez y la modestia,
que representan formaciones reactivas y como tales son una reversión completa de las
tendencias exhibicionistas previas; existe además una conducta descripta comúnmente
como bufonada o payasada, que en los análisis se ha revelado como una distorsión del
exhibicionismo fálico, que muestra el desplazamiento de un aspecto positivo del
individuo hacia alguno de sus defectos. La exagerada masculinidad y la agresión
ruidosa son sobrecompensaciones que delatan al temor subyacente de la castración. Las
quejas de maltrato y discriminación representan una clara defensa contra los deseos y
fantasías propias del carácter pasivo. Cuando el niño se queja de un excesivo
aburrimiento, podemos estar seguros que ha reprimido enérgicamente las fantasías
masturbatorias e incluso la masturbación misma.

El estudio de la conducta infantil durante la enfermedad orgánica también permite


arribar a conclusiones con respecto a su estado mental. Un niño enfermo puede tratar de
buscar alivio en el medio o evadiéndose a través del sueño; uno u otro tipo de reacción
delata algunos aspectos relacionados con el estado de su narcisismo mensurado con la
intensidad de su interés y su relación con -el mundo de los objetos. La sumisión pasiva a
las órdenes del médico, aceptando las restricciones de la dieta, del movimiento, etc., que
a menudo se atribuye erróneamente a una supuesta madurez, es la resultante del placer
regresivo que se experimenta al ser cuidado y atendido mientras permanece pasivo, o
bien de un sentimiento de culpa, o sea del significado que el niño le da a su enfermedad
aceptándola como un castigo que sus actitudes previas han originado y que bien se
merece. Cuando un niño enfermo se atiende impacientemente a sí mismo como un
hipocondríaco, el hecho indica de modo palpable su sentimiento de que su madre no se
interesa lo suficiente por él y de encontrarse insatisfecho con la protección y atención
que se le brinda.

La observación de las actividades infantiles típicas durante los juegos también permite
recoger información en cuanto a su mundo interno. Las conocidas ocupaciones
sublimadas de pintar, modelar y jugar con agua y arena señalan que el punto de fijación
está ubicado hacia las zonas anal y uretral. El desarmado de los juguetes para tratar de
ver lo que tienen adentro delata la curiosidad sexual. Es incluso significativa la manera
en que el infante juega con sus trenes: sea que su mayor placer se derive de escenificar
choques (como símbolo de las relaciones sexuales de los padres), o cuando se concentra
preferentemente en la construcción de túneles y vías subterráneas (expresando de este
modo su interés por el interior del cuerpo humano); sea que sus automóviles y ómnibus
tienen que transportar grandes cargas (como un símbolo del embarazo de la madre),
como cuando la velocidad y el funcionamiento adecuado son su mayor interés
(símbolos de la eficiencia fálica).
La posición favorita del niño en la cancha de fútbol indica sus particulares relaciones
con los otros niños en el lenguaje simbólico del ataque, la defensa, la habilidad o
incapacidad para competir, para desempeñarse con éxito, para adoptar un rol masculino,
etc. La locura par los caballos de algunas niñas señala sus deseos autoeróticos
primitivos (si su placer se encuentra circunscripto al movimiento rítmico sobre el
caballo); a su identificación con la tarea protectora de la .madre (si lo que disfruta
especialmente es el atender al bienestar del caballo); a su envidia del pene (si se
identifica con el grande y poderoso animal y lo trata como si fuera una parte de su
propio cuerpo); a sublimaciones fálicas (si su ambición consiste en dominar al caballo,
en exhibir sus habilidades al montarlo, etcétera).

La conducta de los niños con respecto a la comida revela mucho más al observador
entrenado que una simple "fijación en la fase oral", con la que se relaciona comúnmente
a la mayoría de los displaceres ante ciertos alimentos y en la cual el apetito exagerado
hasta la gula es la manifestación que más obviamente la representa. Examinando en
detalle la conducta infantil son notorios también otros elementos igualmente
significativos. Sobre todo, dado que los desarreglos con respecto a la alimentación son
trastornos del desarrollo relacionados con fases particulares y con los niveles de
desarrollo del ello y del yo, su observación y discriminación detallada llena a la
perfección el cometido como señal. indicadora de los desniveles de la conducta.

Aún quedan por analizar las manifestaciones dentro del área de la vestimenta, de la que
se puede extraer valiosa orientación. Es bien sabido que el exhibicionismo puede
trasladarse del cuerpo hacia las ropas, apareciendo superficialmente como una actitud
vanidosa. Si está reprimida, la reacción es opuesta y se manifiesta como negligencia en
el vestir. Una sensibilidad exagerada con respecto al material para vestimenta que es
rígido y "pincha" indica un erotismo reprimido de la piel. En las niñas, el disgusto ante
su anatomía se revela por la manera con que evitan las ropas femeninas, los volados, los
adornos, o si no, como lo opuesto: un deseo excesivo por ropas ostentosas y caras.

Esta multitud de actitudes, atributos y reacciones se manifiesta abiertamente en la vida


diaria del niño, dentro del hogar, en la escuela o en todo lugar que el observador elija.
Dado que cada uno de estos elementos se encuentra relacionado genéticamente con el
derivado específico del impulso del cual se originaron, permiten la deducción de
formulaciones directas partiendo desde la conducta del niño, en relación con los
conflictos e intereses que juegan un papel central en la parte oculta de su mente.

De hecho, existe tal cantidad de datos relacionados con la conducta que pueden
utilizarse provechosamente, que los analistas de niños deben evitar la confusión que
determinan. Por un lado este tipo de deducciones no son aptas para su empleo
terapéutico o, para expresarlo con mayor claridad, son inútiles desde el punto de vista
terapéutico. Fundamentar con ellas las interpretaciones simbólicas, equivaldría a ignorar
las defensas del yo contrapuestas a los contenidos inconscientes; esto significa
incrementar las ansiedades del paciente y endurecer sus resistencias, para cometer en
corto término el error técnico de omitir la interpretación analítica propiamente dicha.

En segundo lugar, la extensión de este insight no debe sobrevalorarse. Al lado de


elementos de conducta que nos resultan claros, existe una multitud de otras
motivaciones que se derivan, no de una fuente específica e invariable, sino a veces de
uno u otro impulso subyacente sin que estén relacionadas específicamente con ninguno
de ellos. Por consiguiente, sin el análisis estas formas de conducta no son concluyentes.

El yo bajo observación

Dentro de los campos estudiados y con el solo empleo de los métodos descriptos
anteriormente, el observador directo se encuentra en notoria desventaja comparado con
el analista, pero con la inclusión de la psicología del yo en la tarea psicoanalítica su
situación mejora decisivamente. Por cuanto el yo y el superyó son estructuras
conscientes e inequívocas, la observación superficial se convierte en un instrumento de
exploración idóneo que colabora en la investigación de lo profundo.

No existe controversia alguna en cuanto al empleo de la observación directa, fuera de la


sesión analítica, con respecto a la esfera libre de conflictos del yo, es decir, los distintos
aparatos del yo para la percepción y recepción de estímulos. A pesar de que el resultado
de sus funciones es de primordial importancia para la internalización, identificación y
formación del superyó, por ejemplo, para procesos que son accesibles solamente
durante el trabajo analítico, el observador externo puede medirlos, así como el nivel de
maduración que han alcanzado.

Aun más, en lo que respecta a las funciones del yo, el analista logra similares
satisfacciones de las observaciones que realiza tanto dentro como fuera de la situación
analítica. Por ejemplo, el control del yo sobre las funciones motrices y el desarrollo del
lenguaje por parte del niño, pueden evaluarse a través de la simple observación
superficial. La memoria se mide por medio de tests en cuanto a su eficiencia y
extensión, mientras que se requiere la investigación analítica para medir su dependencia
del principio del placer (para recordar lo placentero y olvidar lo desagradable). La
integridad o las deficiencias de la prueba de la realidad se revelan en la conducta. La
función de síntesis, por otra parte, no es aparente y su daño debe determinarse mediante
el análisis, excepto en los casos de fallas graves y notorias.

La observación directa o superficial y la exploración analítica o de profundidad se


complementan también en relación con aspectos vitales como las distintas formas de
funcionamiento mental. El descubrimiento de un proceso primario y secundario (el
primero gobierna al mecanismo del sueño y la formación de síntomas y el segundo el
pensamiento consciente y racional) se debe, por supuesto, a la investigación analítica.
Pero una vez establecidos y descriptos, la diferencia entre ambos procesos puede
determinarse rápidamente, por ejemplo mediante la observación extraanalítica de niños
en su segundo año de vida, o de púberes y adolescentes con inclinaciones delictivas. En
estas dos situaciones infantiles se pueden observar rápidas alternancias entre estos dos
tipos de funcionamiento: en los períodos de calma mental la conducta es gobernada por
los procesos secundarios, pero cuando algún impulso (de satisfacción sexual, de
agresión, de posesión, etc.) se vuelve urgente, son los procesos primarios de
funcionamiento quienes toman el control.

Finalmente, existen campos donde la observación directa, en contraste con la


exploración analítica, es el método de elección. Las limitaciones al análisis 7 están
determinadas, en parte por los medios de comunicación que se encuentran a disposición
del niño, y en parte por lo que hay de recuperable en la transferencia analítica adulta y
que puede utilizarse para la reconstrucción de las experiencias infantiles. Aun más
importante que ese enunciado es la carencia de un camino que conduzca desde el
análisis hasta el período preverbal. En años recientes, la observación directa en esta área
ha ampliado el conocimiento del analista con respecto a la relación madre-hijo y al
impacto que las influencias ambientales producen en el niño durante su primer año de
vida. Es necesario destacar que las variadas formas de la angustia inicial por la
separación se detectaron por vez primera en los internados, casas cuna, hospitales, etc.,
y no en las cesiones analíticas. Estos insights hablan a favor del método de observación
directa. Por otra parte, conviene recordar que los observadores no lograron ninguno de
estos hallazgos sino después de haber sido entrenados analíticamente, y que hechos
vitales, como la secuencia del desarrollo de la libido y los complejos infantiles, a pesar
de sus derivados manifiestos, no fueron detectados por los partidarios de la observación
directa antes de ser reconstruidos a través del trabajo analítico.

También existen otras áreas, en donde la observación directa, los estudios longitudinales
y el análisis de niños trabajan en estrecha colaboración. Puede obtenerse una mayor
cantidad de información si los cuidadosos registros de la conducta en la época infantil
se comparan posteriormente con los resultados de la observación analítica del antiguo
bebé, ahora infante; o si el análisis del niño pequeño sirve como introducción para un
estudio longitudinal detallado de la conducta manifiesta. Constituye otra ventaja el
hecho de que en tales experimentos la aplicación de los dos métodos —el analítico en
oposición al de la observación directa— sirve para determinar su necesaria
evaluación.

II

LAS RELACIONES ENTRE EL ANÁLISIS DE NIÑOS Y EL DE ADULTOS

LOS PRINCIPIOS TERAPÉUTICOS

Aunque las diferencias entre el análisis de niños (Todo lo que en esta obra expongo
acerca del análisis de niños, se refiere solamente al método con. el cual estoy
relacionada y no a ninguna otra técnica, teoría o variedad derivada de aquél.) y el de
adultos se hicieron notorias de manera gradual, los analistas de niños no se apresuraron
a proclamar su independencia de los procedimientos técnicos clásicos. Por el contrario,
la tendencia definida que se seguía, normalmente, consistía en enfatizar la similitud o
cuasi-identidad de los dos procesos.

Era casi una cuestión de prestigio para los analistas que también administraban
tratamiento a los niños, sostener que los principios terapéuticos eran idénticos a los que
se utilizaban en el análisis de adultos. Referidos al análisis de niños, estos principios
involucraban:

1. no hacer uso de autoridad y eliminar, en la medida de lo posible, la sugestión como


un elemento del tratamiento;

2. descartar la abreacción como un instrumento terapéutico;

3. mantener la manipulación (manejo) de los pacientes en un nivel mínimo, es decir,


interferir solamente en la vida del niño cuando existen influencias de naturaleza lesiva o
potencialmente traumática (seductivas);

4. considerar como legítimos instrumentos del proceso terapéutico al análisis de la


resistencia y de la transferencia y a la interpretación del material inconsciente.

Con la técnica del análisis de niños gobernada por estas consideraciones, los
profesionales podían sentirse satisfechos de que no hubiera mejor definición para sus
actos que la empleada en el análisis clásico: analizar las resistencias del yo antes que el
contenido del ello, permitiendo el libre movimiento entre el ello y el yo de la labor de
interpretación a medida que se va obteniendo el material; accionar desde la superficie
hacia lo profundo; ofrecerse como objeto de transferencia para la revivificación e
interpretación de fantasías y actitudes in- conscientes; analizar, en la medida de lo
posible, los impulsos en estado de frustración, evitando así que sean actuados y
satisfechos; esperar que disminuya la tensión no a través de una catarsis sino mediante
el material que surge desde el nivel de funcionamiento de los procesos primarios hasta
los procesos secundarios del pensamiento; en suma, vertiendo el contenido del ello en el
contenido del yo.
LAS TENDENCIAS CURATIVAS

Aun si el análisis de niños fuera idéntico al de adultos en relación con los principios que
regulan el manejo de la situación, ambos permanecen distintos en lo que concierne a
otras condiciones terapéuticas básicas. De acuerdo con una feliz formulación de E.
Bibring (1937), el psicoanálisis de adultos debe su buen resultado terapéutico a la
liberación de ciertas fuerzas que normalmente están presentes dentro de la estructura de
la personalidad y que actúan espontáneamente para lograr la curación. Estas "tendencias
curativas", como las denomina ese autor, se activan bajo la influencia del tratamiento en
beneficio del análisis, y están representadas por las apetencias innatas del paciente,
tendientes a completar su desarrollo, a obtener satisfacción de los impulsos y a repetir
experiencias emocionales; por su preferencia hacia la normalidad; por su capacidad para
asimilar e integrar experiencias y por proyectar en los objetos parte de su propia
personalidad.

Es precisamente en todos estos aspectos que los niños difieren de los adultos, y estas
diferencias afectan necesariamente a las reacciones terapéuticas que experimentan los
dos tipos tratados. El paciente neurótico adulto anhela aquella normalidad que le ofrece
posibilidades de placer sexual y de éxitos profesionales, mientras que para el niño "la
curación" no le causa placer ya que presupone adaptarse a una realidad desagradable,
renunciar a una inmediata realización de sus deseos y a las gratificaciones secundarias.
Las tendencias del adulto a repetir experiencias emocionales, que son importantes para
el establecimiento de la transferencia, se complican en el niño por su marcado interés en
experiencias nuevas y en nuevas relaciones objétales. Los procesos de asimilación e
integración, de gran utilidad durante la fase de elaboración, son neutralizados en el niño
por el énfasis puesto por la "adecuación del yo" sobre mecanismos opuestos tales como
la negación, proyección, aislamiento y desdoblamiento del yo. La apetencia de gratificar
el impulso —que explica las periódicas oleadas provenientes del ello y que es
indispensable para la producción de material en general— es tan pronunciada en el niño
que se convierte en un obstáculo y no en una ventaja, durante su análisis. En efecto, el
psicoanálisis de niños recibiría poca ayuda por parte de las fuerzas curativas, si no fuera
por una excepción que restaura el equilibrio. Por definición y debido a los procesos de
maduración, la apetencia por completar el desarrollo es muchísimo más marcada
durante la inmadurez que en ninguna otra etapa posterior de la vida. En el adulto
neurótico, la libido y la agresión, simultáneamente con las contracatexis oponentes,
están atrapadas en su sintomatologia; la energía instintiva nueva, tan pronto como se
produce, es forzada en la misma dirección. Por el contrario, la incompleta personalidad
del niño permanece en un estado de fluidez. Los síntomas que sirven para solucionar
conflictos en un determinado nivel de desarrollo, resultan completamente inútiles en la
fase siguiente y son abandonados. Las energías libidinal y agresiva están en continuo
movimiento y más fácilmente dispuestas que en los adultos, a circular a través de los
nuevos canales abiertos por la terapia analítica. Así, donde la patología no es demasiado
severa, el analista de niños con frecuencia se pregunta, después de la satisfactoria
terminación de un tratamiento, hasta qué punto la mejoría es el resultado de las medidas
terapéuticas o en qué medida se debe a los procesos de maduración y a los progresos
espontáneos del desarrollo.
TÉCNICA

Comparados con problemas tan esenciales, las discutidas diferencias técnicas entre el
análisis de adultos y el de niños aparecen casi como de importancia secundaria. Es de
esperarse que debido a su inmadurez, los niños no posean muchas de las cualidades y
actitudes que en los adultos se consideran indispensables para emplear el tratamiento
psicoanalítico: que carezcan de insight con respecto a sus anormalidades; que por
consiguiente no experimenten el mismo deseo de curarse ni idéntico tipo de alianza
terapéutica; que habitualmente su yo esté del lado de sus resistencias; que no decidan
por sí mismos para iniciar, continuar o completar el tratamiento; que su relación con el
analista no sea exclusiva, sino que incluya a los padres, quienes deben sustituir o
complementar el yo y superyó del niño en varios aspectos. Toda descripción del análisis
de niños es aproximadamente sinónimo de los esfuerzos necesarios para vencer y
neutralizar estas dificultades.

La ausencia de asociaciones libres

Las características de la niñez anteriormente mencionadas, tan importantes como son,


juegan un pequeño papel dentro de las diferencias existentes en la metodología del
análisis de adultos con respecto al de niños, al compararlas con un factor esencial: la
incapacidad o carencia de inclinación del niño para producir asociaciones libres. Los
niños pueden relatar sueños y ensoñaciones al igual que los adultos, pero en ausencia de
asociaciones libres falta la vía que conduzca con certeza desde el contenido manifiesto
al latente. Pueden comunicarse verbalmente, después de hesitaciones iniciales, pero la
carencia de asociaciones libres no les permite traspasar los confines de la mente
consciente. Esta actitud irreconciliable hacia la asociación libre se encuentra en todos
los niños, sea porque no confían lo suficiente en la fuerza de su yo como para permitir
la supresión de la censura, sea porque no confían del todo en los adultos como para ser
completamente honestos con ellos.

En mi opinión, no hemos encontrado a través de los años una solución para remediar
este problema. Los juegos con juguetes, el dibujo, la pintura, la puesta en escena de
juegos fantásticos y la actuación en la transferencia han sido aceptados en reemplazo de
las asociaciones libres y, faute de mieux, los analistas de niños han tratado de
convencerse de que constituyen sustitutos válidos. En realidad esto no es cierto. Una de
las desventajas consiste en que algunos de estos sustitutos elaboran principalmente
material simbólico, cuya interpretación introduce en el análisis de niños elementos de
duda, de incertidumbre y de arbitrariedad. Otra desventaja consiste en que bajo la
influencia de la presión del inconsciente el niño actúa en vez de verbalizar, lo que
infortunadamente limita la situación analítica. Mientras que la libertad de asociación
verbal es ilimitada siempre que esté restringida la motricidad, este principio no es válido
cuando se producen ciertas acciones motrices dentro o fuera de la transferencia. Cuando
el niño pone en peligro su propia seguridad o la del analista o causa daños importantes a
la propiedad, o trata de seducir o forzar la seducción, el analista no puede evitar su
interferencia, a pesar de su paciencia extrema y de sus mejores intenciones y aun
cuando sabe que podría recoger mucho material de naturaleza vital a través de esa
conducta infantil. Las palabras, los pensamientos y las fantasías, ,al igual que los
sueños, no influyen de manera directa en la vida real, pero no sucede lo mismo con las
acciones. Tampoco ayudará prometer a los pequeños pacientes que podrán liberarse de
todas las restricciones durante la sesión analítica y, para hablar con la licencia que se
concede en el análisis de adultos, "que harán lo que quieran". El niño pronto convencerá
al analista de que esa libertad no es factible y que no se puede mantener una promesa de
ese tipo.

Otra diferencia entre las dos técnicas surge por sí sola, diferencia a la cual no se le ha
prestado mucha atención. Mientras que las asociaciones libres parecen liberar las
fantasías sexuales, la libertad de acción —aun relativa— actúa de manera similar con
respecto a las tendencias agresivas. Los niños fundamentalmente realizan el acting out
en la transferencia y, por consiguiente, la agresión o el aspecto agresivo de sus
tendencias pregenitales, que los lleva a agredir, golpear, patear, escupir y provocar al
analista. Técnicamente esto crea dificultades, dado que una parte del valioso tiempo del
tratamiento debe dedicarse a controlar la agresión desencadenada por la tolerancia
analítica inicial. Teóricamente esta relación entre el acting out y la agresión puede
originar una idea errónea acerca de la proporción entre la libido y la agresión infantiles.

Es un hecho indiscutible, por supuesto, que este acting out que no es interpretado o cuya
interpretación no se acepta, no resulta beneficioso. A pesar de que es una expresión
infantil normal, no conduce a un insight o a cambios internos, aunque el criterio
opuesto, remanente del período catártico del psicoanálisis, haya persistido en el análisis
de niños en varios países, mucho tiempo después de haber sido abandonado en el
análisis de adultos.

Interpretación y verbalización

El criterio de que la tarea del analista para interpretar el material inconsciente es la


misma en niños que en adultos necesita corregirse y aclararse aunque, obviamente, es
cierto en un aspecto. También con los niños la finalidad del análisis consiste en ampliar
el campo consciente sin lo cual no puede aumentarse el control del yo. Esta finalidad
debe lograrse aun cuando la ausencia de asociación libre y la intensidad del actino out
obstaculicen la técnica del análisis.

La diferencia entre las dos técnicas no reside entonces en el objetivo, sino en el tipo de
material que se debe interpretar. En los adultos, el material para analizar ha estado
durante largos períodos bajo los efectos de la represión secundaria, es decir, que se
deben derribar las defensas contra los derivados del ello, que se expulsaron de la
conciencia en un determinado momento. Solamente entonces avanza hacia la
interpretación de los elementos que se hallan bajo represión primaria, que son
preverbales, que nunca han formado parte del yo organizado y que no pueden
"recordarse" sino solamente revivirse dentro de la transferencia. Aunque este
procedimiento es idéntico para niños mayores, difiere en los más pequeños en quienes
la proporción entre los elementos del primero y segundo tipos, y también el orden de su
aparición, se encuentra invertida.

El yo del niño pequeño es el responsable, durante su desarrollo, de dominar, por un


lado, su orientación en el mundo exterior y por el otro, los estados emocionales caóticos
que experimenta; y gana sus victorias y progresa a medida que comprende esas
impresiones, las expresa en pensamientos y palabras, y las somete a procesos de tipo
secundario.
Los niños más pequeños concurren al tratamiento analítico con este desarrollo
demorado o incompleto debido a razones variadas. En ellos, el proceso de interpretación
propiamente dicho está unido a la verbalización de muchos impulsos de los que serían
capaces de tomar conciencia como tales (por ejemplo, bajo la represión primaria) pero
que no han podido alcanzar aun el estado yoico, la toma de conciencia ni la elaboración
secundaria.

Anny Katan (1961) ha señalado la importancia de estas verbalizaciones en las etapas


primarias del desarrollo e insiste en que la fecha de formación del superyó depende
hasta cierto punto del período en que el pequeño adquiere la capacidad de sustituir los
procesos primarios del pensamiento por procesos secundarios; que la verbalización es
requisito previo e indispensable para elaborar los procesos secundarios del pensamiento;
que la verbalización de las percepciones del mundo exterior precede a la del contenido
del mundo interno, y que esto último a su vez determina la prueba de la realidad y el
control del yo sobre los impulsos del ello. En efecto, el insight del papel que juega la
verbalización en el desarrollo no es, en modo alguno, nuevo en las técnicas analíticas; S.
Freud lo señala cuando dice: "el hombre que por primera vez lanzó una palabra
insultante a su enemigo en lugar de una lanza fue el fundador de la civilización" (1893)

Mientras que la verbalización como parte de la interpretación de lo inconsciente


reprimido pertenece al análisis de todas las edades, la verbalización en el sentido
señalado más arriba juega un papel específico en el análisis de niños muy pequeños o
con retraso, detención o deficiencias graves del desarrollo del yo.

Resistencias

Con respecto a la resistencia, resultaron fallidas las esperanzas iniciales de que la tarea
del analista sería fácil. El inconsciente del niño no probó estar menos estrictamente
separado de lo consciente que el de los adultos. No se logra con más facilidad la oleada
de derivados del ello hacia la superficie y hacia la sesión analítica. Por el contrario, las
fuerzas que se oponen al. Análisis son quizá mayores en los niños que en los adultos.

Las resistencias en el análisis de adultos se reconocen por lo general relacionadas con


los procesos internos o acciones que las determinan. El yo resiste al análisis para
proteger las defensas, sin las cuales el displacer, la ansiedad y el sentimiento de culpa
tendrán que volver a enfrentarse. El superyó se opone a la licencia concedida por el
análisis a pensamientos y fantasías que pueden amenazar su existencia. Los derivados
de los impulsos dentro o fuera de la transferencia, aunque liberados por el proceso
analítico, actúan como resistencias en contra si son presionados para descargarse a
través de la acción en vez de controlarse una vez que han servido al propósito del
insight. El ello mismo se resiste al cambio puesto que está unido al principio de la
repetición.

Los niños comparten estas legítimas resistencias con el adulto, algunas de ellas
intensificadas, modificadas y exageradas, y agregan además las dificultades y
obstáculos específicos de las situaciones interna y externa de un individuo en desarrollo.
Se debe tener en cuenta:

1. Que el niño no recurre al análisis por propia voluntad ni suscribe el contrato con el
analista, y por lo tanto tampoco se siente obligado a aceptar sus reglas.
2. Que el niño no formula criterios sobre ninguna situación, y entonces la molestia, la
tensión y la ansiedad provocadas por el tratamiento pesan más en su mente que la idea
de un provecho futuro.

3. Que siendo normal para su edad, prefiere actuar y como resultado el "acting out"
domina el análisis, excepto cuando se trata de niños obsesivos.

4. Que el equilibrio del yo inmaduro es inestable entre las presiones internas y externas
y entonces el niño se siente más amenazado por el análisis que el adulto y mantiene sus
defensas con mayor rigidez. Este criterio se aplica a la niñez en general pero se
experimenta con mayor intensidad al comienzo de la adolescencia. Para detener el
aumento de los impulsos de la cercana adolescencia, el adolescente refuerza sus
defensas y por consiguiente su resistencia al análisis.

5. Que durante el curso de la niñez los métodos más primitivos de defensa continúan
junto a los más elaborados, por lo que la resistencia del yo está aumentada en
comparación con el adulto.

6. Que habitualmente el yo del niño se une a sus resistencias, y así tiende a desertar del
análisis, sobre todo en aquellas etapas en que aumentan las presiones desde el material
inconsciente o por transferencia negativa intensa, y lo lograría si no fuera por la
decisión y el apoyo de los padres.

7. Que la necesidad de sobrepasar y rechazar el pasado es más intensa durante algunas


etapas del desarrollo y entonces sus resistencias al análisis fluctúan en concordancia. Un
ejemplo es la fase de transición entre el período edípico y el de latencia. De acuerdo con
las imposiciones del desarrollo, el pasado infantil se clausura en este punto, se le vuelve
la espalda y queda cubierto por la amnesia; pero según las reglas del análisis, debe
mantenerse la comunicación con el pasado. De aquí el choque entre estos dos objetivos.
Para el niño neurótico o con trastornos de otro tipo la necesidad de tratamiento no
disminuye durante esta etapa, pero sí su deseo de continuarlo.

Lo mismo sucede durante la adolescencia, cuando el adolescente necesita separarse de


los objetos de su infancia, mientras que el análisis promueve la revivificación de las
relaciones objétales en la transferencia. El paciente lo experimenta como una amenaza
especial y con frecuencia determina la interrupción abrupta del tratamiento.

8. Que todos los niños tienden a externalizar los conflictos internos en batallas con el
ambiente, y por ello prefieren las soluciones ambientales a los cambios internos.
Cuando esta defensa predomina, el niño manifiesta una renuencia absoluta a someterse
al análisis, actitud que a menudo se confunde con una "transferencia negativa" y que
(sin éxito) es interpretado como tal.

En resumen, el analista de niños debe enfrentar muchas situaciones difíciles en el curso


del tratamiento, que ponen a dura prueba su idoneidad, pero el hecho que más le afecta
es que durante largos períodos del análisis tiene que proseguir sin el apoyo que significa
la alianza terapéutica con el paciente.
Transferencia

Como fruto de mi experiencia, de la eliminación de la fase de introducción (excepto en


casos seleccionados) y del empleo inicial deliberado del análisis de las defensas
(Bornstein, 1949) he modificado mi opinión anterior de que la transferencia en la niñez
estaba restringida a "reacciones transferenciales" únicas y que no alcanzaba por
completo el carácter de una "neurosis de transferencia". No obstante, aún no estoy
convencida de que lo que denominamos neurosis de transferencia en los niños equivalga
a la variedad adulta en todos los aspectos. La solución de este problema es más difícil,
pues se encuentra oscurecida por dos de las particularidades del análisis de niños
mencionadas más arriba: la ausencia de las asociaciones libres impide que toda la
evidencia de la transferencia aparezca en el material y, debido a la tendencia infantil a
actuar en vez de asociar, la transferencia agresiva es demasiado pronunciada y oscurece
la transferencia libidinal.

En cuanto al tratamiento de adultos, la posición con respecto a la transferencia ha sido


tema de controversia en los últimos años. Algunos de nosotros todavía adherimos a la
creencia más ortodoxa de que al comienzo del tratamiento existe una relación real
(médico-paciente). que de manera gradual y progresiva se deforma a través de
elementos regresivos, agresivos y libidinales acoplados que son transferidos desde el
pasado del paciente hacia el analista, y que este proceso continúa hasta que en la
neurosis de transferencia definitivamente establecida, la relación irreal sumerge por
completo a la real.

Esperamos que se restablezca la primera relación al finalizar el tratamiento, después de


separados los elementos infantiles por medio de la interpretación, y después que el
fenómeno de la transferencia haya alcanzado la meta que se propone: proveer de insight
al paciente.

Una opinión más corriente espera poner las manifestaciones transferenciales en


evidencia desde el comienzo del análisis, con el requisito de interpretarse como tales y
no solamente en comparación con las actitudes reales que reemplazan. Desde que se
consideran de primordial importancia, acaban por ocupar el lugar de casi todas las
demás fuentes del material analítico, y se convierten en el "camino real hacia el
inconsciente", un título de honor que en el pasado estaba reservado a los sueños. En
algunos casos extremos, el compromiso del analista con estos aspectos del tratamiento
es tan grande que corre el riesgo de olvidar que la transferencia constituye un medio y
no un fin terapéutico.

Considero que este último criterio acerca de la transferencia está basado en tres
presunciones:

a) que todo lo que sucede en la estructura de la personalidad de un paciente puede


analizarse según sus relaciones objétales con el analista;

b) que todos los niveles de las relaciones objétales son igualmente accesibles a la
interpretación, a los que puede modificar hasta idéntica medida;

c) que la única función de las figuras ambientales es la de recibir las catexis libidinales y
agresivas.
Al examinar estas presunciones a la luz de la experiencia del analista de niños, quizá
puedan aclarar a su debido tiempo su importancia en los adultos.

El analista de niños como un objeto nuevo

En el análisis de niños más que en el de adultos resulta obvio que la persona del analista
es utilizada de diversas maneras por el paciente.

Como se ha dicho anteriormente, todos los individuos a medida que se desarrollan y


maduran sienten la necesidad de experiencias nuevas que es tan intensa como la
apetencia a la repetición. La primera es parte importante del equipo normal del niño; no
obstante, los problemas neuróticos alteran la balanza en favor de la segunda. El niño
sometido al análisis ve en el analista un objeto nuevo y lo trata como tal, en tanto exista
una parte sana de su personalidad, y utiliza al analista para la repetición, es decir, para la
transferencia toda vez que su neurosis u otros trastornos entren en acción. Esta doble
relación es de difícil manejo para el analista: si acepta la condición de objeto nuevo,
diferente de los padres, está indudablemente interfiriendo con las reacciones
transferenciales. Si, en cambio, ignora o rechaza este aspecto de la relación, desencanta
al pequeño en sus esperanzas que él considera legítimas. También puede ser que el
analista interprete ciertos aspectos de la conducta del niño como transferenciales, lo que
en realidad no es así. Dos de los elementos esenciales del entrenamiento técnico de
todos los analistas de niños son aprender a distinguir esta superposición y a actuar
cuidadosamente según los papeles que le son impuestos.

Este elemento del "objeto nuevo", es decir, de actitudes hacia el analista que no son el
resultado de transferencias, también se observa en el análisis de adultos y es útil
destacarlas. Pero la necesidad de experiencias nuevas en el individuo maduro no es tan
central ni tan poderosa como en el niño. Cuando esta necesidad es parte integrante de
su' relación con el analista, por lo general está al servicio de la función de resistencia.

El analista de niños como objeto de la transferencia libidinal y agresiva

En relación con la transferencia propiamente dicha y durante el curso del análisis los
niños, al igual que los adultos, repiten y escenifican alrededor de la persona del analista
por medio de la regresión, sus relaciones objétales provenientes de todos los niveles de
su desarrollo. El narcisismo, la fase de la unidad biológica con la madre, de la
satisfacción de las necesidades, de la constancia objetal, de la ambivalencia, las fases
oral, anal y fálico-edípica, todas contribuyen con elementos que forman parte de la
situación de tratamiento en un momento determinado, a menudo en un orden invertido,
pero también de acuerdo con el tipo de trastorno, es decir, con la profundidad de la
regresión en que el niño se encuentra al comenzar el tratamiento. Además de suministrar
información con respecto a los niveles o fases que han tenido un papel importante en la
patogénesis individual, cada una de las diversas tendencias transferidas colorea la
situación analítica de una manera especial. La autosuficiencia narcisista se manifiesta
bajo la forma de una separación del mundo de los objetos, incluido el analista, es decir,
como una barrera opuesta al esfuerzo analítico. Las actitudes simbióticas reaparecen
como el deseo de una completa e ininterrumpida unión con el analista; en los adultos
esto se expresa a menudo con el deseo de ser hipnotizado. La re-emergencia de la
dependencia anaclítica constituye una dificultad de carácter especial durante el análisis,
y se disfraza con el deseo de ser ayudado, pero hace recaer toda la responsabilidad de
esa ayuda en la persona del analista. El paciente (niño o adulto) por su parte, está pronto
a interrumpir la relación emocional con el analista cuando éste le impone esfuerzos y
sacrificios. El retorno a las actitudes orales reemplaza las exigencias del paciente frente
al analista, tanto como el descontento por todo lo que éste le ofrece (en el niño, con
respecto al material para el juego, etc.; en el adulto, con respecto a la atención que se le
brinda); la transferencia de las tendencias anales es la responsable de la obstinación del
paciente, la retención del material, las provocaciones, la hostilidad y los ataques sádicos
que dificultan la tarea del analista, no con las asociaciones libres del adulto pero sí con
el acting out de los pequeños. La necesidad de ser amado y el temor a la pérdida del
objeto también se transfieren bajo la manifestación de una sugestibilidad y
complacencia hacia el analista; a pesar de su apariencia superficial positiva, el analista
teme a ambas tendencias, y este temor es justificado pues son responsables de las falsas
mejorías transferenciales. En suma, la pregenitalidad y las tendencias preedípicas
introducen en la relación de transferencia una gama completa de elementos cuasi
"resistentes" y negativos. Por otro lado están los elementos beneficiosos que aportan la
aparición de transferencias de la constancia objetal y las actitudes que pertenecen al
complejo de Edipo positivo y negativo, coordinados con el logro alcanzado por el yo de
auto observación, insight y funcionamiento de los procesos secundarios. Todo esto
consolida la alianza terapéutica con el analista, ayudándola a soportar las vicisitudes del
tratamiento.

De acuerdo con el razonamiento anterior, los elementos preedípicos de la transferencia


deben interpretarse antes que los edípicos, lo que quizá se considere como una variación
de la técnica inicial de Freud, que recomendaba analizar la transferencia en el punto en
que es empleada con propósitos de resistencia. Este criterio es válido, por supuesto,
tanto para el análisis de niños como de adultos.

Para el analista de niños, esta situación explica algunas de las dificultades técnicas que
se presentan con los más pequeños antes de que hayan alcanzado el nivel fálico-edípico,
y con los mayores cuyo desarrollo se ha detenido (en contraste con las regresiones) en
uno de los niveles preedípicos. Ninguno de estos niños responderá a un método basado
en la cooperación voluntaria con el analista, es decir, actitudes que aún no han adquirido
y, por lo tanto, determinan para su beneficio la introducción de modificaciones en la
técnica. En este aspecto mucho se ha aprendido del tratamiento de los niños que han
soportado intensas privaciones, que han carecido de hogar y del cariño maternal y de los
que han estado confinados en los campos de concentración. Los pacientes que no
alcanzaron nunca la constancia objetal en sus relaciones demostraron ser in- capaces de
establecer alianzas firmes y perdurables en la transferencia con sus analistas (véase
Edith Ludowyk Gyomroi, 1963).

El analista de niños como objeto para la externalización

No todas las relaciones establecidas o transferidas por un niño durante el tratamiento


analítico son relaciones objétales en el sentido de que el analista es catectizado con la
libido o con la agresión. Muchas se deben a externalizaciones, es decir, a procesos en
los que la persona del analista es utilizada para re- presentar una u otra parte de la
estructura de la personalidad del paciente.

En la medida que el analista "seduce" al niño al tolerar su libertad de pensamiento, de


fantasía y acción (esta última dentro de ciertos límites), se convierte en el representante
del ello del paciente, con todas las inferencias positivas y negativas que se derivan en su
mutua relación. En tanto que verbaliza y ayuda al niño en su lucha contra la ansiedad, se
convierte en un yo auxiliar, al que se aterra el pequeño para protegerse. Debido a que es
un adulto, el niño considera y también trata al analista como si fuera un superyó extemo,
es decir, paradójicamente como el juez moral de los mismos derivados instintivos que
se han liberado gracias a sus esfuerzos.

El niño de este modo re-escenifica sus conflictos internos (intersistémicos) en batallas


externas con el analista, procedimiento que provee material de gran utilidad. Sería
erróneo interpretar estas externalizaciones como relaciones objétales dentro de la
transferencia, aunque originalmente todos los conflictos dentro de la estructura se
producen en las relaciones más tempranas. En el curso del tratamiento, no obstante, su
importancia consiste en que revelan lo que sucede en el mundo interno del niño, en la
relación entre sus diversas instancias internas, en contraste con sus relaciones
emocionales con los objetos del mundo exterior.

El analista de adultos también está familiarizado con el mecanismo de externalización


de los conflictos intersistémicos e intrasistémicos de sus pacientes. Pacientes con
neurosis obsesivas severas escenifican sus querellas con su analista, provocadas por
asuntos sin importancia, para escapar de las indecisiones internas penosas originadas
por su ambivalencia. Los conflictos entre las tendencias activas y pasivas, masculinas y
femeninas, se externalizan cuando el paciente atribuye al analista la preferencia por una
de las dos posibles soluciones y lo combate como si fuera el representante de aquélla.
En el análisis de los adictos a las drogas, el analista representa al mismo tiempo o en
rápida sucesión, sea el objeto deseado ardientemente, es decir, la droga misma, sea el yo
auxiliar cuya ayuda se requiere para luchar contra la droga. El rol del ana- lista como yo
auxiliar es bien conocido también en relación con el tratamiento de pacientes al borde
de la esquizofrenia. Un paciente confuso, asustado por sus propias fantasías paranoides
empleará la presencia del analista para fortalecer su salud mental. El tono de la voz del
analista, las palabras utilizadas en un interpretación (antes que el contenido) pueden
determinar que los procesos primarios del pensamiento se desvanezcan en el olvido.
Estos pacientes se aterran al analista como a un vo externo, pero esta situación es
completamente diferente del apego del paciente histérico que desea al analista como el
objeto de su pasión.

Entendida de esta manera, la externalización es una subespecie de la transferencia.


Tratada como tal en las interpretaciones y mantenida al margen de la transferencia
propiamente dicha, es una valiosa fuente de insight dentro de la estructura psíquica.

LA DEPENDENCIA INFANTIL COMO UN FACTOR EN EL ANÁLISIS DE


ADULTOS Y NIÑOS

Algunas de las más animadas controversias concernientes a la especificidad del análisis


de niños corresponden a si los padres deben incluirse y hasta qué punto, en el proceso
terapéutico. Aunque este es un problema manifiestamente técnico, el punto en discusión
es de naturaleza teórica, es decir, la decisión de si el niño debe, y en qué momento, ser
considerado no como un producto dependiente de la familia sino otorgándole el status
de una entidad separada, de una estructura psíquica con derecho propio.
La dependencia infantil como un agente en la formación del carácter y en la
neurogénesis es un concepto familiar en los trabajos de Freud, donde se la considera
como un "hecho biológico" y responsable de la mayoría de los logros de la personalidad
del ser humano en desarrollo. Por el miedo de la pérdida del objeto, de la perdida del
amor del objeto, de los castigos a que se encuentra expuesto debido a su dependencia, el
niño dependiente acepta el "sometimiento educacional" del mismo modo que el adulto
convierte el temor de ser rechazado por la comunidad, en "sometimiento social". Por
temor a la conciencia (culpabilidad) como residuo y producto final del período de
dependencia infantil, adopta la tendencia a convertirse en neurótico. El adulto considera
que la prolongada dependencia del retoño de la especie humana también es –
responsable de cuestiones tan vitales como la capacidad de formar relaciones objétales
en general y el complejo de Edipo en particular; la lucha cultural contra la violencia y la
necesidad de la religión; en resumen, la humanización del individuo, su socialización y
sus necesidades éticas. (Véase a este respecto los siguientes comentarios en los
trabajos de S. Freud: "... del hecho biológico de que el infante de la especie humana
pasa a través de un largo período de dependencia [de los padres] y sólo muy
lentamente alcanza la madurez..."-(1919). "... que el complejo de Edipo es la
contraparte psíquica de dos hechos biológicos fundamentales: el largo período de
dependencia del infante de la especie humana..." (1924,). "El factor biológico es la
larga invalidez y dependencia de la ¿natura humana. La existencia intrauterina del
hombre es más breve que la de los animales, siendo así echado al mundo menos
acabado que éstos. Con ello queda intensificada la influencia del mundo exterior real
e impulsada muy tempranamente la diferenciación del yo y del ello, elevada la
significación de los peligros del mundo exterior y enormemente incrementado el
valor del objeto único que puede servir de protección contra tales peligros y sustituir
la perdida vida intrauterina. Este factor biológico establece, pues, las primeras
situaciones peligrosas y crea la necesidad de ser amado, que ya no abandonará jamás
al hombre" (1926). "La defensa contra la indefensión infantil presta a la reacción
ante la impotencia que el adulto ha de reconocer, o sea precisamente a la génesis de
la religión, sus rasgos característicos" (1927).
El motivo para la lucha de la civilización contra la violencia "es fácilmente
descubierto en el desamparo del niño y su dependencia de otras personas y puede ser
mejor designada como el temor a la pérdida del cariño" (1930). " Véase por ejemplo,
los comentarios de R. Laforgue (1936) en relación con las neurosis familiares y la
necesidad de tratar a varios miembros de la familia.

La dependencia como un factor en el análisis de adultos

A pesar de que nunca se dudó de la importancia de esta dependencia en los pacientes


adultos, se refería solamente a los antecedentes, es decir, a los aspectos genéticos del
problema. Con respecto a los aspectos dinámicos, topográficos y económicos, los
pacientes eran considerados seres independientes con acciones y estructuras internas
propias y con conflictos neuróticos localizados dentro de la personalidad y, sólo de
manera secundaria, relacionados y conectados con el ambiente.

La consecuencia de este criterio en relación con el tratamiento fue ineludible. La técnica


analítica fue diseñada estrictamente para su empleo dentro de la estructura: el material
es ofrecido por el propio paciente y acerca de sí mismo; el medio se observa desde un
punto de vista subjetivo, es decir, a través de los ojos del paciente; las relaciones entre el
analista y el paciente son privadas y exclusivas; las relaciones objétales pasadas y
presentes del paciente serán restablecidas en esta condición privada.

A pesar de algunas opiniones disidentes," todo esto permaneció como la estructura


sobre la cual continuó desarrollándose la técnica para el análisis de adultos.

La dependencia como un factor en el análisis de niños

Obviamente, nada de esto es útil para el analista de niños, quien se enfrenta con la
dependencia mientras es un proceso activo. A él le corresponde la evaluación de los
distintos grados de influencia que puede ejercer sobre su paciente en lo que respecta al
nivel de su desarrollo, a la etiopatogenia y al tratamiento.

Con respecto al nivel de desarrollo del paciente, es decir, los pasos dados para alcanzar
su individualidad, es necesario que el analista se informe sobre cuáles son los aspectos
vitales en que el niño depende de los padres y hasta qué punto los ha superado.
Podemos evaluar aproximadamente si el estado de su dependencia, o independencia,
está en relación con su edad cronológica a través de los siguientes servicios que el niño
requiere consecutivamente de sus padres:

— para la unión narcisista con una figura materna a una edad en que no puede
distinguirse a sí mismo del medio;

— para emplear la capacidad de los padres en comprender y manipular las condiciones


externas de tal manera que pueda satisfacer las necesidades corporales y los derivados
instintivos;

— como figuras en el mundo externo a las que puede vincular su libado narcisista
inicial y donde ésta puede convertirse en libido objetal;

— para que actúen como agentes limitadores de la satisfacción de los impulsos, y en


consecuencia, iniciando el control del ello por medio de su propio yo;

— para proveer los patrones de identificación que el niño necesita para la construcción
de una estructura independiente.

Con respecto al rol de los padres en la causación de enfermedades, el analista de niños


debe tener gran cuidado para que las apariencias superficiales no lo desorienten y sobre
todo para no confundir los efectos de la anormalidad infantil sobre la madre, con la
influencia patógena de la madre sobre el niño. (Esto puede suceder con facilidad,
especialmente en el autismo infantil.

El método más seguro y laborioso para evaluar estas interacciones es el análisis


simultáneo de los padres con sus hijos. De estos análisis surge un número de hallazgos
concernientes a las relaciones patógenas entre padres e hijos, tales como las siguientes:
Existen padres cuyo apego al hijo depende de que el niño represente una figura
idealizada de sí mismos o una figura de su pasado. Para retener el amor de los padres en
estas condiciones, el niño permite que su personalidad sea moldeada de acuerdo con
patrones que no son los propios y que conflictúan, o no toman en cuenta sus propias
potencialidades innatas.
Algunas madres o padres asignan al niño un rol dentro de su propia patología,
estableciendo sus relaciones sobre esta base y no sobre la de las necesidades reales del
niño.

Muchas madres realmente trasvasan sus síntomas a sus pequeños y luego los
escenifican conjuntamente a la manera de una folie á deux (véase Dorothy Burlingham
y otros, 1955).

En todos los casos mencionados, las consecuencias patológicas para el niño son más
pronunciadas cuando los padres expresan su relación anormal con éste por medio de
acciones en lugar de fantasías. Cuando esto sucede, sólo el tratamiento simultáneo de
los padres es capaz de aflojar suficientemente la tensión entre ellos, actuando como una
medida terapéutica para el niño.

Los padres pueden también jugar un papel en el mantenimiento de los trastornos


infantiles. Algunas de las fobias de la niñez, el disgusto por ciertas comidas, los rituales
para dormirse son mantenidos por el niño solamente en connivencia con la madre.
Debido a que ella teme los ataques de ansiedad del niño tanto como él mismo, participa
activamente en el mantenimiento de las defensas, precauciones, etc., y por consiguiente
disimula la extensión de la enfermedad infantil. (Véanse las experiencias realizadas
durante la última guerra cuando muchos trastornos neuróticos se descubrían
después que los niños habían sido separados de sus hogares (distintos de los
producidos por esta separación). Ciertas acciones sintomáticas, especialmente de
carácter obsesivo, son llevadas a cabo por la madre y no por el niño. Algunos padres por
razones patológicas propias, parecen necesitar un niño enfermo, con trastornos o
retrasado (infantilismo) y así mantienen el statu quo con este propósito.

Respecto de la conducción del tratamiento, está bien justificada la envidia del analista
de niños porque sus colegas que tratan adultos pueden establecer una relación de
persona a persona. En el análisis de niños, el comienzo, la continuación y la posibilidad
de terminación del tratamiento depende no del yo del paciente sino de la comprensión e
insight de los padres. En este sentido, la tarea de los padres consiste en ayudar al yo del
niño a vencer las resistencias y los períodos de transferencia negativa sin que descuiden
las sesiones del análisis de su niño. El analista se verá imposibilitado de cumplir con su
tarea si los padres apoyan las resistencias del pequeño. En los períodos de transferencia
positiva los padres a menudo agravan el conflicto de lealtad que invariablemente padece
el niño con respecto al analista y sus progenitores.

Las técnicas del analista de niños en cuanto a la manera de tratar con los padres varían
ampliamente desde excluirlos por completo de la intimidad del tratamiento, mantenerlos
informados, permitirles participar en las sesiones (en los casos de niños muy pequeños),
tratarlos o analizarlos de modo simultáneo aunque separadamente del hijo, hasta llegar
al extremo opuesto de tratarlos a ellos solos debido a los trastornos del niño, en vez de
analizar a éste.

Estudios sobre la dependencia

Dos trabajos importantes sobre la teoría de la relación padres-hijos resumen la posición


del analista a este respecto: el de Phyllis Greenacre (1960) que unifica el material sobre
los procesos de maduración, y el de Winnicott (1960) sobre los hechos y consecuencias
del cuidado maternal. Tomados en conjunto, estos trabajos ofrecen una descripción
comprensiva de la fase preverbal de absoluta dependencia, de las influencias internas y
externas que actúan sobre ella y del papel que juegan en la formación de la normalidad
o anormalidad futuras.

Existen muchos otros estudios analíticos derivados de investigaciones realizadas


durante y aparte de la sesión analítica, cada uno enfocando aspectos diversos tales como
la empatia entre madre e hijo durante la fase de dependencia absoluta (Winnicott, 1949);
el aporte de esta fase a la constitución del individuo (Martín James, 1960); las
consecuencias lesivas de omitir o interrumpir el estado de dependencia (A. Freud y D.
Burlingham, 1943, 1944; John Bowlby y otros, 1952; James Robertson, 1958; R. Spitz,
1945, 1946); la influencia de largo alcance de las preferencias y actitudes de la madre
durante el período de completa dependencia (Joyce Robertson, 1962).

EL EQUILIBRIO ENTRE LAS FUERZAS INTERNAS Y EXTERNAS


OBSERVADO POR EL ANALISTA DE NIÑOS Y POR EL DE ADULTOS

La constante relación con la dependencia emocional del niño respecto de sus padres
tiene consecuencias trascendentales para las perspectivas teóricas de su analista.

En cambio, el analista de adultos, debido a las impresiones que recibe en su trabajo


diario, no corre el riesgo de convertirse en un ambientalista. El poder de la mente sobre
la materia, es decir, del mundo interno sobre el externo, se le presenta en una serie
inacabable de ejemplos que le brindan sus pacientes: en los aspectos cambiantes de la
descripción de circunstancias vitales originada por las modificaciones del estado de
ánimo desde la elación a la depresión; en el empleo que hace el paciente de los
elementos ambientales para acomodar los o alimentar sus fantasías inconscientes; en sus
proyecciones, que convierten en perseguidores a las personas incapaces de hacer daño,
indiferentes o benévolas; en la distorsión de la imagen del analista que sirve a los
propósitos de una transferencia irracional y a veces delirante (Littie, 1958), etc. Es
especialmente esta última la que explica la predisposición del analista a creer que
también durante la niñez del paciente operan fuerzas similares y que los responsables
del origen de su enfermedad son los factores internos y no los externos.

En suma, el analista de adultos cree firmemente en la realidad psíquica en oposición a la


realidad .externa. Si acaso, está demasiado dispuesto durante el tratamiento a considerar
los hechos corrientes como resistencias y transferencias y, por consiguiente, a
desestimar su valor corno componentes de la realidad.

Para el analista de niños, por otra parte, todas las indicaciones señalan la dirección
opuesta, atestiguando sobre la poderosa influencia del ambiente. En el tratamiento,
especialmente los más pequeños revelan hasta qué punto se encuentran dominados por
el mundo objetal, es decir, la medida en que el ambiente llega a influir para determinar
su conducta y su patología, tales como las actitudes protectoras o de rechazo, cariñosas
o indiferentes, críticas o de admiración de los padres, así como la armonía o la discordia
en la vida matrimonial delos progenitores. El juego simbólico del niño durante la sesión
analítica no comunica sólo sus fantasías internas; también es su forma simultánea de
comunicar los hechos familiares habituales, como las relaciones sexuales entre los
padres, sus desacuerdos y peleas, sus actos frustrantes o que provocan ansiedad, sus
anormalidades y expresiones patológicas. El analista de niños que toma en cuenta sólo
el mundo interno de su paciente corre el riesgo de fracasar al interpretar en las
comunicaciones del pequeño, la actividad relacionada con sus circunstancias
ambientales, que en esa etapa vital es igualmente importante. (Sus "gestos
testificantes" de acuerdo con el término introducido por Augusta Bonnard. También
en el análisis de niños mayores donde las palabras reemplazan al juego simbólico,
son los hechos externos habituales los que a menudo dominan el material. Pero este
uso de la realidad externa tiene en la mayoría de los casos carácter defensivo y sirve a
los propósitos de una cantidad de resistencias.)

Pero a pesar de que las pruebas acumuladas evidencian que las circunstancias
ambientales desfavorables desembocan en resultados patológicos, nada debería
convencer al analista de niños de que las modificaciones de la realidad externa pueden
lograr la curación, con excepción quizá cuando se trate de pacientes que cursan los
períodos más tempranos de la infancia. Esta creencia significaría que los factores
externos por sí mismos pueden ser agentes patógenos y que podría desestimarse su
interacción con los factores internos. Esta consideración es opuesta a la experiencia del
analista. Todas las investigaciones psicoanalíticas demuestran que los factores
patogénicos actúan desde ambos lados y que una vez entremezclados, los procesos
patológicos impregnan la estructura de la personalidad y sólo pueden extraerse por
medio de las medidas terapéuticas que tienen efecto sobre la estructura.

Mientras que los analistas de adultos deben recordarse a sí mismos las causas externas
frustrantes que precipitaron los trastornos del paciente, para no encandilarse con las
fuerzas del mundo interior, el analista de niños ha de recordar que los factores nocivos
externos que pueblan su criterio, adquieren significación patológica cuando interactúan
con la disposición innata y adquirida y con las actitudes internalizadas de naturaleza
libidinal y yoica.

Ambos procedimientos, el análisis de adultos y el de niños tomados en conjunto, pueden


ayudar a mantener la perspectiva equilibrada, requerida en la fórmula etiológica de
Freud de la escala variable de influencias internas y externas: que existen personas cuya
"constitución sexual no habría producido la neurosis sin la intervención de influencias
nocivas, y estas influencias no habrían sido seguidas de un efecto traumático si las
condiciones de la libido hubieran sido diferentes" (S. Freud, 1916-1917, Obras
Completas, vol. II).

A pesar de sus convicciones teóricas, los analistas de niños están siempre tentados a
explorar la extensión en que actúa la ecuación etiológica, es decir, a probar si existen
límites cuantitativos más allá de los cuales la influencia patógena puede considerarse
unilateral. Estas investigaciones pueden llevarse a cabo si se seleccionan para el análisis
niños situados en los dos extremos de la escala etiológica, es decir, aquellos en quienes
el daño determinado por el factor congénito o el ambiental es de carácter masivo. Los
individuos que pertenecen al primer grupo manifiestan importantes contraindicaciones
innatas para el desarrollo normal, tales como severas carencias de naturaleza física o
sensorial (ceguera, sordera, deformaciones, etc.); los que integran el otro grupo son
niños severamente traumatizados, con padres psicóticos, huérfanos o criados en
instituciones, es decir aquellos cuyas condiciones complejas externas para su desarrollo
normal no existieron. Pero hasta ahora, el material obtenido de estos casos tampoco
ofrece un cuadro clínico que haya sido determinado por un solo tipo de factores.
Aunque ciertas formaciones patológicas son inevitables cuando las influencias
patogénicas tanto internas como externas alcanzan tal magnitud, su variedad y las
detalladas características de las personalidades infantiles dependen, como en los casos
menos graves, de la interacción entre los dos factores, es decir, de la manera en que
reacciona una constitución particular frente a determinada serie de circunstancias
externas.

III

LA EVALUACIÓN DE LA NORMALIDAD EN LA NIÑEZ

EL DESCUBRIMIENTO TEMPRANO DE LOS AGENTES PATÓGENOS:


PREVENCIÓN Y PRONOSTICO

Para el analista de niños, la reconstrucción del pasado del paciente o el rastreo de los
síntomas hasta sus orígenes en los primeros años de vida constituye una tarea muy
diferente de la detección de los agentes patógenos antes de que éstos hayan comenzado
su tarea nociva; de la evaluación del grado de progreso normal de un niño pequeño; del
pronóstico de su desarrollo; de interferir con el tratamiento del niño; de guiar a los
padres; o en general de prevenir las neurosis, las psicosis y la asocialidad. Mientras que
el entrenamiento reconocido para la terapia psicoanalítica prepara al analista de niños
para llevar a cabo las primeras tareas señaladas, aún no se ha preparado un plan de
estudios oficial para que logre cumplir todas las demás.

El interés en los problemas del pronóstico o de la prevención conduce inevitablemente


al estudio de los procesos mentales normales opuesto al estudio de los patológicos, o a
la transición insensible entre los dos estados que concierne al analista de adultos. Este
conocimiento de lo normal al que Ernst Kris (1951) denominó campo "subdesarrollado"
o "problemático" del psicoanálisis, se ha ampliado considerablemente gracias a las
extrapolaciones teóricas de los hallazgos clínicos realizados por Heinz Hartmann y
Ernst Kris. También se debe mucho a la creciente importancia de los principios y
presunciones de la psicología psicoanalítica del niño dentro del pensamiento meta-
psicológico, que "comprende el campo total del desarrollo, normal y anormal" (Ernst
Kris, 1951, pág. 15). El analista de adultos en su trabajo clínico tiene poco interés en el
concepto de normalidad, excepto de manera marginal, en cuanto se refiere al
funcionamiento (en el amor, el sexo y en el buen rendimiento en el trabajo). En
contraste, el analista de niños que considera el desarrollo progresivo como la función
más esencial de un ser inmaduro, está profunda y centralmente comprometido con la
integridad o el trastorno, es decir, la normalidad o anormalidad de este proceso vital.

Como ya lo he indicado desde hace varios años (1945) se puede evaluar el grado de
desarrollo y las necesarias indicaciones terapéuticas en el niño a través del escrutinio,
por un lado, de los impulsos libidinales y agresivos, y por el otro, del yo y del superyó
de la personalidad infantil por medio de signos que indiquen, según la adaptación del
yo, su precocidad o su retardo. Con la secuencia de las fases de la libido y una lista de
las funciones del yo en el trasfondo de su mente, esta tarea no es en modo alguno
imposible ni siquiera difícil de realizar para el analista de niños. Pero las indicaciones
que así se obtienen son más útiles para establecer el diagnóstico y para revelar el pasado
que para decidir las cuestiones relativas a lo normal o las perspectivas futuras, y
demuestran de manera satisfactoria las formaciones y soluciones de compromiso que se
han logrado en la personalidad del paciente; pero no incluyen señales de cuáles son las
oportunidades que existen para mantener, mejorar o disminuir su nivel de rendimiento.

LA TRASLACIÓN DE LOS HECHOS EXTERNOS A LAS EXPERIENCIAS


INTERNAS

Los analistas, en la medida en que se los considera expertos en niños, deben enfrentar
una multitud de interrogantes que el público les plantea, acerca de la crianza de los
niños y de las decisiones que los padres deben tomar en relación con la vida de sus hijos
y que pueden resultarles conflictivas. El hecho de que las consultas se refieren a
situaciones de la vida diaria no es razón para delegar las respuestas en quienes carecen
de entrenamiento analítico y se ocupan habitualmente de la vida mental normal (tales
como los mismos padres, los pediatras, las enfermeras, las maestras jardineras, las
maestras, los funcionarios de bienestar social, las autoridades educacionales, etc.). En
efecto, los interrogantes planteados circunscriben precisamente aquellos campos en que
pueden aplicarse con gran provecho las teorías psicoanalíticas desde el punto de vista
preventivo. Los siguientes constituyen algunos ejemplos.

¿Debe la madre cuidar en forma exclusiva a su pequeño, y la madre sustituía significa


un peligro para el desarrollo del niño? Si el niño está al cuidado exclusivo de la madre,
¿cuándo puede comenzar a dejarlo durante cortos períodos para tomarse un descanso o
para atender al esposo, a los hijos mayores, a sus propios padres, etc.? ¿Cuáles son las
ventajas de amamantarlo comparadas con la alimentación a biberón o de la alimentación
según la solicite el apetito del niño frente al sistema de horarios rígidos de comidas?
¿Cuál es la mejor edad para comenzar el entrenamiento del control de esfínteres? ¿A
qué edad es beneficiosa la inclusión de otros adultos o niños como compañeros de
juegos? ¿Cuál es la edad adecuada para su ingreso al jardín de infantes? Si se requiere
una intervención quirúrgica (hernia, circuncisión, amigdalectomía, etc.) y si existe la
posibilidad de elegir el momento, ¿es mejor llevarla a cabo cuando el niño es muy
pequeño o ya mayorcito? ¿Qué tipo de escuela (formal o informal) es más adecuada
para qué tipo de niño? ¿Cuándo debe comenzar su educación sexual? ¿Existen edades
determinadas para tolerar con mayor facilidad el nacimiento de un hermano? ¿Qué
actitud tomar frente a sus actividades autoeróticas? ¿Debe permitírsele el chupeteo del
dedo, la masturbación, etc., sin control y sería válida la misma actitud en relación con
los juegos sexuales infantiles? ¿Debe permitirse libremente la expresión de agresión?
¿Cuándo y de qué manera debe informarse al niño adoptivo de su adopción? y en este
caso ¿se les debe hablar de sus padres verdaderos? ¿Cuáles son las ventajas y
desventajas de las escuelas para alumnos externos e internos? Y finalmente, ¿existe un
momento específico durante el proceso de la adolescencia en el que sea conveniente
para el joven "alejarse" (Anny Katan, 1937) de su hogar correspondiendo al
distanciamiento emocional de sus padres?

Frente a cualquiera de estas preguntas, aun las que en apariencia son más simples, la
reacción del analista tiene un doble carácter. Como resulta obvio, no basta con señalar
que no existen respuestas generales aplicables para todos los niños, sino solamente
respuestas particulares que se adaptan a un niño específico; ni tampoco que no pueden
basarse tales respuestas en la edad cronológica, dado que los niños difieren tanto en la
rapidez de su crecimiento emocional y social como en el momento en que empiezan a
sentarse, caminar, hablar, etc., y en sus edades mentales; o incluso que no es suficiente
evaluar el nivel del desarrollo del niño cuya conducta es consultada.
Consideraciones de este tipo constituyen sólo una parte de su tarea y quizá sea la más
simple. La otra parte, no menos esencial, consiste en la evaluación del significado
psicológico de la experiencia o de las exigencias a las que los padres intentan someter al
niño.

Mientras los padres consideran sus planes a la luz de la razón, la lógica y las
necesidades prácticas, el niño los experimenta según su realidad psíquica, es decir de
acuerdo con los complejos, afectos, ansiedades y fantasías que esos mismos planes
originan y que corresponden a las distintas fases de su desarrollo. La tarea del analista
consiste, por consiguiente, en señalar a los padres las discrepancias que existen entre la
interpretación del adulto y la que hace el niño de estos hechos, explicándoles las formas
y niveles específicos de funcionamiento que son característicos de la mentalidad
infantil.

CUATRO CAMPOS DIFERENTES ENTRE EL NIÑO Y EL ADULTO

Existen varios campos en la mente del niño de los que parecen derivarse estos
"malentendidos" de las acciones adultas.

Ante todo, el punto de vista "egocentrista" que gobierna las relaciones del infante con el
mundo de los objetos. Antes de que haya sido alcanzada la fase de la constancia objetal,
el objeto, es decir la persona que cumple las funciones de madre, no es percibido por el
niño como poseedor de una existencia independiente y propia, sino sólo en relación con
el papel que tiene asignado dentro del esquema de las necesidades y deseos del niño. En
consecuencia, todo lo que sucede en el objeto, o al objeto, se interpreta desde el punto
de vista de la satisfacción o frustración de estos deseos. Las preocupaciones de la
madre, su interés por otros miembros de la familia, por el trabajo u otras cosas, sus
depresiones, enfermedades, ausencias, incluso su muerte, son transformadas en
experiencias de rechazo y deserción. Por la misma razón, el nacimiento de un hermano
se interpreta como una infidelidad por parte de los padres, como una expresión de la
falta de satisfacción y la crítica de sus padres hacia su propia persona; en resumen,
como un acto hostil al cual el niño responde a su vez con hostilidad y desilusión que se
expresa a través de exigencias o en un retraimiento emocional con sus consecuencias
negativas.

Existe en segundo lugar la inmadurez del aparato sexual infantil que no le deja al niño
alternativa, sino que lo fuerza a traducir los hechos genitales adultos en pregenitales.
Esto explica la razón de que las relaciones sexuales entre los padres se interpreten como
escenas brutales de violencia y conduce a todas las dificultades que resultan de la
identificación con la supuesta víctima o el supuesto agresor, que se revelan
posteriormente en la incertidumbre con respecto a su propia identidad sexual. Ello
explica también, como lo sabemos desde hace mucho tiempo, el fracaso relativo y la
desilusión de los padres con respecto a la información sexual de los hijos. En lugar de
aceptar los hechos sexuales de la manera razonable con que se les explica, el niño no
puede evitar traducirlos en términos que concuerdan con su experiencia, es decir,
convertirlos en las llamadas "teorías sexuales infantiles" de inseminación a través de la
boca (como en los cuentos), el nacimiento a través del año, la castración de la mujer
durante las relaciones sexuales, etcétera.
En tercer lugar, están todas aquellas circunstancias en donde la falta de comprensión por
parte del niño está basada no en su carencia absoluta de razonamiento, sino más bien en
la relativa debilidad de los procesos secundarios del pensamiento cuando se comparan
con la intensidad de los impulsos y las fantasías. Un niño pequeño, después del segundo
año de vida, puede entender muy bien, por ejemplo, la importancia de los hechos
médicos, reconocer el rol beneficioso del médico o del cirujano, la necesidad de tomar
las medicinas al margen de su sabor desagradable, de respetar ciertos regímenes
dietéticos o hacer reposo en cama, etc. Sólo que no podemos esperar que se mantenga
esta comprensión. A medida que la visita del médico o la operación se acercan, la razón
naufraga y la mente del niño se inunda de fantasías de mutilación, castración, asalto
violento, etc. El hecho de que deba permanecer en cama se convierte en prisión, la dieta
en una privación oral intolerable; los padres que permiten que sucedan todas esas cosas
desagradables (en su presencia o ausencia) cesan de ser figuras protectoras y se
convierten en hostiles, contra las cuales el niño descarga su hostilidad, enojo o agresión.

Finalmente, existen algunas diferencias básicas y significativas entre el funcionamiento


de la mente infantil y la del adulto. Menciono como la más representativa la diferente
evaluación del tiempo en las distintas edades. El sentido de la duración del tiempo,
largo o corto, de un determinado período, parece depender de que la medida se tome por
medió del funcionamiento del ello o del yo. Los impulsos del ello, por definición, no
toleran la demora ni la espera; estas últimas actitudes son introducidas por el yo y, entre
ellas, postergar la acción (por interpolación de los procesos del pensamiento) es tan
característica como la urgencia de gratificación para el ello. La manera como el niño
experimente un período determinado dependerá, por consiguiente, no sólo de su
duración real medida objetivamente por el adulto con el calendario y el reloj, sino de las
relaciones subjetivas internas del ello o del yo sobre el dominio de su funcionamiento.
Estos últimos factores decidirán si los intervalos fijados con respecto a la alimentación,
la ausencia de la madre, la duración de la asistencia al jardín de infantes, la
hospitalización, etc., le parezcan cortos o largos, tolerables o intolerables, resultando
por lo tanto nocivos o inofensivos con respecto a sus consecuencias. El egocentrismo, la
inmadurez de la vida sexual, la preponderancia de los derivados del ello sobre las
respuestas del yo, la diferente evaluación del tiempo son características de la mente
infantil que pueden explicar muchas de las insensibilidades aparentes de los padres, por
ejemplo su dificultad para trasladar los hechos externos a experiencias internas. En con-
secuencia, la información de los padres sobre los antecedentes del niño en las
entrevistas diagnósticas es superficial y engañosa. Los informes pueden contener
explicaciones acerca "de una batalla en relación con la alimentación de pecho que duró
poco tiempo"; "del rechazo inicial del niño en el segundo año de vida, de un sustituto de
la madre durante la enfermedad de ésta"; o del niño "que desconoció a la madre
momentáneamente cuando ésta retornó de la maternidad con el nuevo bebé"; de la
"pasajera infelicidad del niño en el hospital", etcétera.

Se requiere toda la ingenuidad del diagnostícador y algunas veces un período de


tratamiento analítico para poder reconstruir, desde las descripciones, los conflictos
dinámicos que yacen detrás del cuadro clínico superficial y que a menudo son los
responsables del cambio de curso de la vida emocional infantil, desde la relación
positiva, el cariño normal hacia los padres, al retraimiento, el resentimiento y la
hostilidad; del sentimiento de haber sido altamente apreciado al de ser rechazado como
un objeto sin valor alguno, etcétera.
EL CONCEPTO DE LAS LINEAS DEL DESARROLLO

Para ofrecer respuestas útiles a las consultas de los padres en relación con los problemas
del desarrollo, las decisiones ex- ternas bajo consideración deben trasladarse a su
significado interno, lo cual no es posible, como mencionamos más arriba, si se
consideran aisladamente el desarrollo de los impulsos y del yo, aunque esto es necesario
para el propósito de realizar análisis clínicos y disecciones teóricas.

Hasta ahora, en nuestra teoría psicoanalítica, las secuencias del desarrollo se han
establecido solamente en relación con ciertos aspectos particulares circunscriptos de la
personalidad del niño. Con respecto al desarrollo de los impulsos sexuales, por ejemplo,
poseemos la secuencia de las fases libidinales (oral, anal, fálica, período de latencia,
preadolescencia, genitalidad adolescente) que, a pesar de su considerable superposición,
corresponden de manera aproximada con edades específicas. En relación con los
impulsos agresivos somos menos precisos y por lo general nos contentamos con
correlacionar las expresiones agresivas específicas con las fases específicas de la libido
(tales como morder, escupir y devorar con la fase oral; las torturas sádicas, golpear,
patear, destruir con la fase anal; la conducta arrogante, dominante con la fase fálica; la
falta de consideración, la crueldad mental, las explosiones asocíales con la adolescencia,
etc.). Del lado del yo, las conocidas fases y niveles del sentido de la realidad en la
cronología de la actividad defensiva y en el crecimiento del sentido moral, establecen
una norma. Los psicólogos miden y clasifican las funciones intelectuales por medio de
escalas de distribución relacionadas con la edad, en los diferentes tests de inteligencia.

No hay duda de que necesitamos para realizar nuestras evaluaciones algo más que estas
escalas seleccionadas del des- arrollo que son válidas solamente para aspectos aislados
de la personalidad del niño y no para su totalidad. Lo que buscamos es la interacción
básica entre el ello y el yo y sus distintos niveles de desarrollo, y también las secuencias
de las mismas de acuerdo con la edad, que en importancia, frecuencia y regularidad son
comparables con las secuencias de maduración del desarrollo de la libido o el gradual
desenvolvimiento de las funciones del yo. Naturalmente, estas secuencias de interacción
entre los dos aspectos de la personalidad pueden determinarse si ambos son bien
conocidos, como sucede por ejemplo en relación con las fases de la libido y las
expresiones agresivas del ello y las correspondientes actitudes de relaciones objétales
del yo. Así podemos rastrear las combinaciones que conducen desde la completa
dependencia emocional del niño hasta la comparativa autosuficiencia, madurez sexual y
de relaciones objétales del adulto, una línea graduada de desarrollo que provee la base
indispensable para la evaluación de la madurez o inmadurez emocional, la normalidad o
la anormalidad.

Aunque quizá son más difíciles de establecer, existen líneas similares de desarrollo cuya
validez puede demostrarse para casi todos los campos de la personalidad individual. En
cada caso trazan el gradual crecimiento del niño desde las actitudes dependientes,
irracionales, determinadas por el ello y los objetos hacia un mayor control del mundo
interno y del externo por el yo. Estas líneas, a las que contribuyen el desarrollo del ello
y del yo conducen, por ejemplo, desde las experiencias del lactante con la
amamantación y el destete, hasta la actitud racional, antes que emotiva, del adulto hacia
la alimentación; desde el entrenamiento del control esfinteriano impuesto al niño por las
presiones ambientales, hasta el control más o menos integrado y establecido del adulto;
desde la fase en que el niño comparte la posesión de su cuerpo con la madre hasta la
exigencia del adolescente de su independencia y propia determinación en cuanto a la
disposición de su cuerpo; desde el concepto infantil egocentrista del mundo y de los
otros seres humanos hasta el desarrollo de sentimientos de empatia, mutualidad y
compañerismo con los otros niños; desde los primeros juegos de carácter erótico con su
propio cuerpo y con el cuerpo de su madre a través de los objetos de transición
(Winnicott, 1953) hasta los juguetes, los juegos, los hobbies y finalmente hacia el
trabajo, etcétera.

Cualquiera que sea el nivel alcanzado por el niño en algunos de estos aspectos,
representa el resultado de la interacción entre el desarrollo de los impulsos y el
desarrollo del yo, del superyó y de sus reacciones frente a las influencias del medio, es
decir, entre los procesos de maduración, adaptación y estructuración. Lejos de constituir
abstracciones teóricas, las líneas del desarrollo en el sentido que aquí se les atribuye,
son realidades históricas que en conjunto proporcionan un cuadro convincente de los
logros de un determinado niño o, por otro lado, de los fracasos en el desarrollo de su
personalidad.

Prototipo de una línea del desarrollo: desde la dependencia hasta la autosuficiencia


emocional y las relaciones objétales adultas

Para establecer el prototipo, hay una línea básica de desarrollo sobre la que han dirigido
su atención los analistas desde las etapas iniciales. Se trata de la secuencia que conduce
desde la absoluta dependencia del recién nacido de los cuidados de la madre, hasta la
autosuficiencia, material y emocional, del adulto joven, para la cual las fases sucesivas
del desarrollo de la libido (oral, anal, fálica) simplemente forman la base congénita de
maduración. Estas etapas han sido bien comprobadas en los análisis de adultos y de
niños y también a través de la observación analítica directa de niños, y se pueden
enumerar aproximadamente en la forma siguiente:

1. La unidad biológica de la pareja madre-hijo, con el narcisismo de la madre extendido


al niño, y el hijo incluyendo a la madre como parte de su milieu narcisista interno
(Hoffer, 1952), período que además se subdivide (de acuerdo con Margaret Mahier,
1952) en las fases autistas, simbióticas y de separación-individuación con ciertos
riesgos específicos del desarrollo inherentes a cada una de estas fases;

2. la relación anaclítica con el objeto parcial (Melanie Klein) o de satisfacción de las


necesidades, que está basada en la urgencia de las necesidades somáticas del niño y en
los derivados de los impulsos, y que es intermitente y fluctuante, dado que la catexis del
objeto se libera bajo el impacto de deseos imperiosos y es vuelta a retraer tan pronto
como se los ha satisfecho;

3. la etapa de constancia objetal, que permite el mantenimiento de una imagen interna y


positiva del objeto, independiente de la satisfacción o no de los impulsos;

4. la relación ambivalente de la fase preedípica sádico-anal, caracterizada por las


actitudes del yo de depender, torturar, dominar y controlar los objetos amados;

5. la fase fálico-edípica completamente centralizada en el objeto, caracterizada por una


actitud posesiva hacia el progenitor del sexo contrario (o viceversa), celos por rivalidad
hacia el progenitor del mismo sexo, tendencia a proteger, curiosidad, deseo de ser
admirado y actitudes exhibicionistas; en las niñas la relación fálico-edípica (masculina)
hacia la madre precede a la relación edípica con el padre;

6. el período de latencia, es decir, la disminución postedípica de la urgencia de los


impulsos y la transferencia de la libido desde las figuras parentales hacia los
compañeros, grupos comunitarios, maestros, líderes, ideales impersonales e intereses de
objetivo sublimado e inhibido, con fantasías que demuestran la desilusión y denigración
de los progenitores ("romance familiar", fantasías equivalentes, etcétera);

7. el preludio preadolescente de la "rebeldía de la adolescencia", es decir, el retorno a


conductas y actitudes anteriores, especialmente del objeto parcial, de la satisfacción de
las necesidades y del tipo ambivalente;

8. la lucha del adolescente por negar, contrarrestar, aflojar y cambiar los vínculos con
sus objetos infantiles, defendiéndose contra los impulsos pregenitales y finalmente
estableciendo la supremacía genital con la catexis libidinal transferida a los objetos del
sexo opuesto, fuera del círculo familiar.

Mientras que los detalles de estas posiciones han formado parte durante mucho tiempo
del conocimiento común en los círculos analíticos, su importancia en relación con los
problemas prácticos está siendo investigada cada vez más en los últimos años. Por
ejemplo, con respecto a las controvertidas consecuencias de la separación del niño de la
madre, de los padres o del hogar, una rápida mirada al desenvolvimiento de esta línea de
desarrollo será suficiente para demostrar de manera convincente la razón de las
reacciones comunes y las respectivas consecuencias patológicas frente a hechos tan
variados como lo demuestra la experiencia y que están relacionados con las realidades
psíquicas variables del niño en los diferentes niveles. Las interferencias con el vínculo
biológico de la relación madre-hijo (fase 1), debidas a cualquier motivo, darán lugar a
un ansiedad de separación propiamente dicha (Bowlby, 1960); la incapacidad de la
madre para cumplir con su rol como organismo estable para la satisfacción de
necesidades y para brindar confort (fase 2) determinará trastornos en el proceso de
individuación (Mahier, 1952) o una depresión anaclítica (Spitz, 1946) u otras
manifestaciones carenciales (Alpert, 1959) o el precoz desarrollo del yo (James, 1960) o
lo que se ha denominado un'"falso yo" (Winnicott, 1955). Las relaciones libidinales
insatisfactorias con objetos inestables o por cualquier razón inadecuados durante la fase
de sadismo anal (fase 4) trastornarán la fusión equilibrada entre la libido y la agresión y
darán origen a una agresividad, una destrucción, etc., incontrolables (A. Freud, 1949).
Es solamente después que se ha alcanzado la constancia objetal (fase 3) que la ausencia
externa del objeto se sustituye, al menos en parte, con la presencia de una imagen
interna que permanece estable; para fortalecer esta determinación pueden extenderse las
separaciones temporales, en pro- porción al progreso de la constancia objetal. Por
consiguiente, aun cuando sea imposible señalar la edad cronológica en que pueden
tolerarse las separaciones, aquélla puede establecerse de acuerdo con la línea del
desarrollo cuando las separaciones se adecúen al yo y no sean traumáticas, un punto de
importancia práctica en relación con las vacaciones de los padres, la hospitalización del
niño, la convalecencia, el ingreso al jardín de infantes, etcétera. (Si por "duelo"
entendemos no las diversas manifestaciones de la ansiedad, la aflicción y las
disfunciones que acompañan a la pérdida del objeto en sus fases iniciales, sino el
proceso doloroso y. gradual de la separación de la libido- de la imagen interna, es
claro que no podemos esperar que esto ocurra antes de establecerse la constancia
objetal (fase 3).)

También hemos aprendido otras lecciones de carácter práctico gracias a esta secuencia
del desarrollo, tales como las siguientes:

— que la actitud de marcado apego durante el segundo año de la vida (fase 4) es el


resultado de la ambivalencia preedípica, y no de los exagerados mimos maternales;

— que no es realista, por parte de los padres, esperar durante el período preedípico
(hasta el final de la fase 4) las relaciones objétales mutuas que pertenecen sólo al
siguiente nivel de desarrollo (fase 5);

— que ningún niño se puede integrar completamente con un grupo hasta que la libido se
haya transferido desde los padres a la comunidad (fase 6). Cuando la resolución del
complejo de Edipo se demora y la fase 5 se prolonga como resultado de una neurosis
infantil, serán comunes los trastornos de adaptación al grupo/la pérdida de interés, las
fobias escolares (escolaridad diurna) y la extrema añoranza del hogar (alumnos
internos);

— que las reacciones en relación con la adopción son más severas durante la última
parte del período de latencia (fase 6) cuando, de acuerdo con el proceso de desilusión
normal de los padres, todos los niños sienten como si fueran adoptados y las emociones
relacionadas con la adopción real se mezclan con la presencia del "romance familiar";

— que las sublimaciones vislumbradas en el nivel edípico (fase 5) y desarrolladas


durante el período de latencia (fase 6) pueden desaparecer en la preadolescencia (fase 7)
no a través de trastornos del desarrollo o de la educación, sino debido a la regresión
hacia niveles anteriores (fases 2, 3 y 4) que es propia de esta fase;

— que es tan poco realista por parte de los padres oponerse a la liberación del vínculo
existente con la familia o a la lucha contra los impulsos pregenitales del adolescente
(fase 8) como quebrar el vínculo biológico durante la fase 1 u oponerse a las
manifestaciones autoeróticas pregenitales durante las fases 1, 2, 3, 4 y 7.

Algunas líneas del desarrollo hacia la independencia corporal

El hecho de que el yo del individuo comienza inicialmente y sobre todo como un yo


corporal, no significa que el niño alcanza la independencia en cuanto al cuidado de su
cuerpo con anterioridad a su autosuficiencia emocional o moral. Al contrario: la
posición narcisista de la madre con respecto al cuerpo de su hijo coincide con los deseos
arcaicos del niño de sumergirse en la madre y con la confusión de los límites corporales
que se deriva del hecho de que en las etapas vitales iniciales la distinción entre el mundo
interno-y el externo se basa no en la realidad objetiva, sino en las experiencias
subjetivas de placer y displacer. Por consiguiente, mientras que el pecho de la madre, su
cara, sus manos, su pelo pueden ser tratados (o maltratados) por el infante como si
fueran partes de sí mismo, el hambre, el cansancio, la falta de confort del niño le
conciernen a la madre en igual medida. Aunque durante la época de la primera infancia
la vida del niño está dominada por sus necesidades corporales y derivados, la cantidad y
calidad de las gratificaciones y frustraciones están determinadas no por el niño sino por
influencias ambientales. Las únicas excepciones a esta regla son las gratificaciones
autoeróticas que desde el principio están bajo su control y, por consiguiente, le
conceden una independencia limitada del mundo objetal. Contrapuestos, como lo
demostraremos más adelante, se encuentran los procesos de la alimentación, del sueño,
de la evacuación, de la higiene corporal y de la prevención de daño o enfermedad,
procesos que deben sufrir un complicado y largo desarrollo antes de convertirse en
interés propio del individuo en crecimiento.

Desde la lactancia a la alimentación racional

El niño debe superar una larga línea de desarrollo antes de alcanzar el punto en que es
capaz, por ejemplo, de regular de modo activo y racional la ingestión de alimentos,
tanto en cantidad como en calidad, de acuerdo con sus propias necesidades y apetito, y
de manera independiente de sus relaciones con la persona que lo alimenta y de sus
fantasías conscientes e inconscientes. Los pasos que sigue son aproximadamente los
siguientes:

1. La etapa de la lactancia de pecho o biberón, según un horario fijado o de acuerdo con


su exigencia, con las dificultades comunes debidas en parte a las fluctuaciones normales
del apetito y a los trastornos intestinales y, en parte, a las actitudes y ansiedades de la
madre; la interferencia en la satisfacción de sus necesidades originada por períodos de
hambre, por largas esperas para comer, por el racionamiento de la comida o por la
ingestión forzada de alimentos que determinan los primeros trastornos —a menudo
perdurables— en la relación positiva del niño con la alimentación. El placer en el
chupeteo aparece como un predecesor, un producto colateral, un sustituto o una
interferencia con respecto a la alimentación;

2. el destete iniciado por el niño o por la madre. En el último caso y especialmente si


tiene lugar en forma abrupta, la protesta del niño por la privación oral produce
resultados negativos con respecto al placer normal en la comida. Pueden presentarse
dificultades con la introducción de sólidos, cuyos nuevos sabores y consistencias se
reciben con agrado o rechazo;

3. la transición de que lo alimenten a comer por sí mismo, empleando utensilios o no,


cuando "comida" y "mamá" aún se identifican entre sí;

4. comer por sí solo usando cuchara, tenedor, etc., con el desacuerdo de la madre acerca
de la cantidad, a menudo desplazado hacia el problema de los modales en la mesa; las
comidas como un campo de batalla general en el que tienen lugar las dificultades de la
relación madre-hijo; el deseo ardiente por caramelos como sustituto adecuado a esta
fase para los placeres orales; el rechazo de ciertos alimentos como resultado del
entrenamiento anal, es decir, de la recientemente adquirida formación reactiva de
disgusto;

5. la desaparición gradual de la ecuación comida-madre en el período edípico. Las


actitudes irracionales hacia la comida son determinadas ahora por las teorías sexuales
infantiles, es decir, las fantasías de la inseminación a través de la boca (el temor de ser
envenenado), del embarazo (el temor de engordar), de los partos anales (temor de
ingestión y evacuación), así como por formaciones reactivas contra el canibalismo y el
sadismo;
6. la desaparición gradual de la sexualización de la comida durante el período de
latencia, con abstención o con el aumento del placer que acompaña al acto de comer. Al
aumentar las actitudes racionales hacia la comida y la propia determinación en todo lo
que a ella concierne, son decisivas las primeras experiencias en esta línea de desarrollo
para determinar los hábitos de la alimentación adulta, los gustos, preferencias, así como
las adicciones ocasionales o las aversiones relacionadas con la comida y la bebida.

Las reacciones del infante en la fase 2 (es decir, el destete y la introducción de


alimentos con sabores y consistencias nuevos) reflejan por primera vez sus
inclinaciones, bien hacia el progreso y la intrepidez (que ve con gusto todas las
experiencias nuevas) o la tenaz aferración a los placeres ya existentes (que hace que
todos los cambios y nuevas experiencias se perciban como peligros y privaciones).
Cualquiera que sea la actitud que domine los procesos de la alimentación, ésta también
ejercerá influencias importantes en otros campos del desarrollo. La relación comida-
madre que persiste durante las fases 1 a 4 fundamenta la convicción subjetiva de la
madre de que el rechazo del niño hacia la comida está dirigido personalmente en contra
de ella, es decir, expresa el rechazo del. niño por la atención y los cuidados maternos,
convicción que origina una hipersensibilidad durante los procesos alimentarios sobre la
que se basan las batallas de la alimentación con respecto a la madre. También explica
por qué en estas fases el rechazo y el extremo disgusto demostrado con respecto a
ciertos alimentos desaparecen por la sustitución temporaria de la madre para alimentar
al niño. Entonces los niños comen cuando están en el hospital, en la escuela o de visita,
sin que esto varíe en modo alguno las dificultades en el hogar a este respecto cuando la
madre está presente. También esta observación explica la razónde que las separaciones
traumáticas de la madre sean seguida a menudo por rechazos del alimento (rechazo del
sustituto materno) o por excesos alimentarios (cuando el niño considera a la comida
como un sustituto del cariño maternal).

Los trastornos de la alimentación de la fase 5 que no están relacionados con objetos


externos sino que se originan en conflictos estructurales internos, no se modifican por la
presencia o ausencia física de la madre, hecho que puede utilizarse para establecer el
diagnóstico diferencial.

Después de la fase 6, cuando la personalidad madura es la responsable de la


alimentación, las dificultades previas con la madre pueden ser reemplazadas por un
desacuerdo interno entre el deseo manifiesto de comer y la incapacidad
inconscientemente determinada de tolerar ciertas comidas, es decir los diversos
trastornos digestivos y el disgusto por ciertos alimentos, de carácter neurótico.

De la incontinencia al control de los esfínteres

Puesto que la finalidad expresa de esta línea de desarrollo no es la supervivencia


relativamente intacta de los derivados de los impulsos sino el control, la modificación y
transformación de las tendencias uretrales y anales, se pueden observar claramente los
conflictos entre el ello, el yo, el superyó y las fuerzas ambientales:

1. La duración de la primera fase, durante la cual el niño tiene completa libertad con
respecto a la evacuación, se determina no por el grado de maduración alcanzado, sino
por influencias ambientales, es decir, por la decisión materna de interferir, también a su
vez presionada por necesidades personales, familiares, sociales y médicas. En las
condiciones actuales, esta fase puede durar desde unos pocos días (el entrenamiento
comienza inmediatamente después del nacimiento y está basado en reflejos
condicionados) hasta los dos o tres años (el entrenamiento basado en la relación con los
objetos y en el control del yo).

2. En contraste con la fase primera, la segunda fase se inicia por un avance en la


maduración. El papel dominante en la actividad de los impulsos se traslada desde la
zona oral a la anal y debido a esta transición el niño aumenta su oposición a cualquier
interferencia relacionada con sus emociones vitales. En esta fase, los productos de la
evacuación se encuentran grandemente catectizados con la libido y como se consideran
objetos preciosos, el niño les otorga un carácter de "regalo" que entrega a la madre
como un signo de amor; puesto que reciben también una carga agresiva, constituyen
instrumentos por medio de los cuales se descargan las desilusiones, la rabia y la
agresión en las relaciones con los objetos. En correspondencia con esta doble carga de
estos productos, la actividad del niño hacia el mundo objetal, alrededor del segundo año
de la vida, está do- minada por la ambivalencia, es decir, por violentas fluctuaciones
entre el amor y el odio (libido y agresión no fusionadas entre sí). Este hecho está
equiparado con respecto al yo por la curiosidad dirigida hacia el interior del organismo,
por el placer en la suciedad y el desorden, en modelar, en los juegos de retención como
vaciar y llenar, acumular objetos así como dominar, poseer, destruir, etc. Mientras que
las tendencias observadas durante esta fase son bastante uniformes, los hechos reales
varían de acuerdo con la actitud de la madre. Si man- tiene su sensibilidad con respecto
a las necesidades del niño con las que está tan identificada como en lo refe- rente a la
alimentación, entonces podrá mediar hábilmente entre las exigencias higiénicas del
medio y las tendencias uretrales o anales opuestas de su niño; en este caso el
entrenamiento del control esfinteriano progresará gradualmente, con tranquilidad y sin
trastornos. Por otra parte, establecer esta empatia con el niño durante la fase anal puede
ser imposible para la madre debido a su propio control de esfínteres, sus formaciones
reactivas de disgusto, la tendencia al orden, la minuciosidad u otros elementos
obsesivos en su personalidad. Si estos elementos la dominan, la madre impondrá las
exigencias para el control esfinteriano de manera severa y sin concesiones, dando origen
al comienzo de una batalla en la que el niño está tan determinado a defender su derecho
a evacuar cuando lo desee, como la madre en entrenarlo para que logre la limpieza y la
regularidad, es decir, los rudimentos sine qua non de la socialización.

3. En una tercera fase, el niño acepta e incorpora las actitudes de la madre y el ambiente
con respecto al entrenamiento esfinteriano convirtiéndolas por medio de
identificaciones, en una parte integral de las exigencias de su yo y superyó; desde ese
momento en adelante el control de esfínteres será un precepto interno y se crearán
barreras internas contra los deseos uretrales y anales a través de la actividad defensiva
del yo en las formas familiares bien conocidas de represión y formaciones reactivas. La
repugnancia, el orden, el aseo, el disgusto por las manos sucias, etc., protegen contra el
retorno de lo reprimido; la puntualidad, la escrupulosidad y la fidelidad son productos
laterales de la regularidad anal; la inclinación al ahorro y a coleccionar son evidencias
del alto valor de las materias fecales desplazado hacia otros objetos. En suma, en este
período tiene lugar la modificación y transformación de largo alcance de los derivados
de los impulsos pregenitales anales que —si se mantienen dentro de límites norma- les
— suministran a la personalidad una estructura de cualidades sumamente valiosas.
Es importante recordar, en relación con estos progresos, que se basan en
identificaciones e internalizaciones y como tales, no son totalmente seguros antes de la
resolución del complejo de Edipo. El control anal preedípico permanece vulnerable y en
especial al comienzo de la tercera fase depende de los objetos y de la estabilidad de las
relaciones positivas del niño con ellos. Por ejemplo, el niño que se entrena en el uso del
orinal o del inodoro en su casa no quiere utilizarlos en lugares extraños, lejos de la
madre. Un niño que está seriamente desilusionado de su madre o separado de ella, o que
sufre de cualquier forma de pérdida de objeto puede no sólo perder la apetencia
internalizada de estar limpio, sino que puede reactivar el empleo agresivo de la
incontinencia. Ambas tendencias, conjuntamente, pueden originar incidentes de
incontinencia que se consideran como "accidentes".

4. Sólo durante la cuarta fase se asegura por completo el control de los esfínteres,
cuando éste ya no depende de las relaciones objétales y alcanza el estadio de intereses
totalmente neutralizados y autónomos del yo y del superyó.

De la irresponsabilidad hacia la responsabilidad en el cuidado corporal

La satisfacción de las necesidades físicas esenciales, tales como la alimentación y la


evacuación (También el sueño.) que permanece durante años bajo el control externo y
que surge tan lentamente, corresponde con la manera lenta y gradual con que el niño
asume la responsabilidad del cuidado y la protección de su propio cuerpo contra
posibles daños. Como ya lo he descripto en detalle anteriormente (A. Freud, 1952), el
niño que está bien atendido por su madre deposita en ella la mayoría de estos cuidados,
mientras adopta actitudes indiferentes y desinteresadas o de absoluta indiferencia, como
un arma que utiliza en las batallas contra su madre. Sólo el niño que no disfruta de una
adecuada atención maternal o el huérfano, adoptan el rol de la madre en lo que se refiere
a los hábitos higiénicos saludables y juegan "a la mamá" con sus propios cuerpos, como
los hipocondríacos.

Con respecto a la línea de desarrollo positivo y progresivo, también aquí existen varias
fases consecutivas que deben distinguirse entre sí, aunque nuestro conocimiento actual
no es tan detallado como en otros campos.

1. Durante los primeros meses y debido al progreso de maduración, la agresión se dirige


desde el propio cuerpo hacia el mundo exterior. Este paso vital limita la autolesión por
morderse, rasguñarse, etc., aunque también pueden observarse indicios posteriores de
estas tendencias en muchos niños, como remanentes de esta fase. (Estos remanentes no
deben confundirse con el posterior "vuelco de la agresión contra si mismo" que no
constituye una deficiencia de la maduración, sino un mecanismo de defensa utilizado
por el yo bajo el impacto de conflictos.)
El progreso normal se debe, en parte, al establecimiento de barreras contra el dolor, en
parte como la respuesta del niño a la catexis libidinal de la madre con respecto a su
cuerpo, con una catexis narcisista de sí mismo (según Hoffer, 1950).

2. A continuación se producen avances en el funcionamiento del yo, tales como la


orientación en el mundo exterior, la comprensión de causa y efecto, el control de deseos
peligrosos en beneficio del principio de la realidad.
Junto con las barreras contra el dolor y la catexis narcisista del cuerpo, estas funciones
del yo recientemente adquiridas protegen al niño de los peligros externos tales como el
agua, el fuego, las alturas, etc. Pero existen muchos casos en los cuales —debido a la
deficiencia de cualquiera de estas funciones del yo— este progreso se retarda y el niño
permanece vulnerable y expuesto si no es protegido por los adultos.

3. La última fase normalmente está caracterizada por la aceptación voluntaria de las


reglas de higiene y sanitarias. En lo que concierne a evitar alimentos nocivos, a comer
en exceso y a mantener el cuerpo aseado no es concluyente desde que las actitudes
importantes en este sentido pertenecen más bien a las vicisitudes de los componentes
instintivos orales y anales, que a esta línea de desarrollo. Esta situación es diferente con
respecto a la salud y a la obediencia de las órdenes del médico sobre la ingestión de
medicinas o restricciones motrices o dietéticas. El miedo, el sentido de culpa, la
angustia de castración pueden, por supuesto, motivar a todo niño a cuidar (es decir,
temer) la seguridad de su cuerpo. Cuando no están bajo la influencia de estos factores,
los niños normales son irresponsables y rebeldes en lo que a la salud se refiere. A juzgar
por las frecuentes quejas de las madres, los niños se comportan como si consideraran un
derecho personal el poner en peligro su salud mientras que le dejan a la madre la
responsabilidad de protegerlos y sanarlos, actitud ésta que a menudo persiste hasta el
final de la adolescencia y que quizá represente los últimos vestigios de la simbiosis
original entre madre e hijo.

Otros ejemplos de líneas del desarrollo

Hay muchos otros ejemplos de líneas de desarrollo, como las dos descriptas más arriba,
de las que el analista conoce cada paso y que pueden seguirse sin dificultad bien hacia
atrás por medio de la reconstrucción del cuadro adulto, o hacia delante por medio de la
exploración analítica longitudinal y la observación del niño.

Desde el egocentrismo al compañerismo

Cuando se describe el desarrollo infantil en este aspecto, se puede establecer la siguiente


secuencia:

1. Una perspectiva egoísta y narcisista orientada hacia el mundo objetal en la que los
otros niños no figuran en absoluto o son percibidos solamente en sus roles como
perturbadores de la relación madre-hijo y como rivales en el amor de los padres.

2. Los otros niños considerados como objetos inanimados, es decir, como juguetes que
pueden ser manipulados, maltratados, buscados o descartados según sus estados de
humor, sin esperar respuesta positiva o negativa a este tratamiento.

3. Los otros niños considerados como colaboradores para realizar una actividad
determinada tal como jugar, construir, destruir, cometer travesuras, etc. La duración de
esta sociedad está determinada por la tarea a realizar y es secundaria a ella.

4. Los otros niños considerados como socios y objetos con derecho propio a quienes el
niño puede admirar, temer o competir con ellos, a los cuales ama u odia, con cuyos
sentimientos se identifica, cuyos deseos reconoce y a menudo respeta, y con quienes
puede compartir posesiones sobre una base de igualdad.
Durante las primeras dos fases, aun cuando el bebé sea estimado y tolerado por los
hermanos mayores, es asocial por necesidad, a pesar de todos los esfuerzos que realice
la madre en sentido contrario; puede tolerar la vida comunitaria con otros niños en esta
etapa, pero no será provechosa. El tercer estadio representa el requerimiento mínimo de
socialización, bajo la forma de aceptación de los hermanos dentro de la comunidad
hogareña o de ingreso al jardín de infantes integrando un grupo de su misma edad. Pero
sólo la cuarta fase equipa al niño para el compañerismo y para entablar amistades y
enemistades de todo tipo y duración.

Desde el cuerpo hacia los juguetes y desde el juego hacia el trabajo

1. El juego es al principio una actividad que proporciona un placer erótico,


comprometiendo a la boca, los dedos, la visión, la total superficie de la piel. Se lleva a
cabo en el propio cuerpo (juego autoerótico) o en el cuerpo de la madre (por lo general
relacionado con la alimentación) sin que exista una clara distinción entre estos dos
campos ni un orden o precedencia al respecto.

2. Las propiedades del cuerpo de la madre y del niño se transfieren a ciertas sustancias
de consistencia suave tales como un pañal, una almohada, una alfombra, un osito de
felpa, que sirven como primer objeto de juego, un objeto de transición (según
Winnicott, 1953) catectizado tanto por la libido narcisista como por la objetal.

3. El apego a un objeto de transición específico se desarrolla en un interés menos


discriminado por juguetes suaves de varios tipos que, como objetos simbólicos, son
acariciados y maltratados alternativamente (catectizados con libido y agresión). Al ser
objetos inanimados y por lo tanto sin reacciones, permiten al niño de dos años expresar
la gama completa de su ambivalencia hacia ellos.

4. Los juguetes suaves desaparecen gradualmente, excepto para dormir, mientras que,
como objetos de transición. siguen facilitando el pasaje del niño desde la participación
activa en el mundo exterior hasta el retraimiento narcisista necesario para lograr el
sueño.

Durante el día, son reemplazados cada vez en mayor proporción por material de juegos
que no posee en sí mismo el estado objetal pero que sirve a las actividades del yo y a las
fantasías subyacentes. Estas actividades gratifican de manera directa un componente
instintivo o están investidas con energía instintiva que ha sido desplazada y sublimada,
y cuya secuencia cronológica es aproximadamente la siguiente:

a) juguetes que ofrecen .la oportunidad para ciertas actividades del yo, como llenar-
vaciar, abrir-cerrar, encastrar, revolver, etc., y cuyo interés se desplaza desde los
orificios del cuerpo y sus funciones;

b) juguetes que pueden rodar y que contribuyen al placer de la motricidad que


experimenta el niño;

c) materiales de construcción que ofrecen iguales oportunidades para construir y


destruir (en correspondencia con las tendencias ambivalentes de" la fase
sádico-anal);
d) juguetes que sirven para expresar tendencias y actitudes masculinas y femeninas,
utilizados:

1. en juegos solitarios en los que el niño gusta representar un papel determinado,

2. para actividades exhibicionistas con el objeto edípico (sirviendo al exhibicionismo


fálico),

3. para la escenificación de situaciones variadas del complejo de Edipo en el juego del


grupo (siempre que se haya alcanzado la fase 3 de la línea de desarrollo hacia el
compañerismo).

La expresión de la masculinidad puede lograrse a través de actividades del yo tales


como la gimnasia y la acrobacia, en las que todo su cuerpo y su manipulación
habilidosa representan, exhiben y proveen el placer simbólico de actividades y destreza
físicas.

5. La satisfacción directa o desplazada obtenida de la misma actividad lúdica va dejando


cada vez más lugar al placer por el producto final de las actividades, que ha sido
descripto en la psicología académica como el placer de la tarea cumplida, del problema
resuelto, etc. Para algunos autores esto constituye un requisito indispensable para lograr
un buen rendimiento escolar (Bühier, 1935).

La manera exacta en que este placer de la tarea cumplida está ligado con la vida
instintiva del niño es aún un problema no resuelto en nuestro pensamiento teórico,
aunque parecen claros varios factores operantes, tales como la imitación y la
identificación en la relación madre-hijo inicial, la influencia del ideal del yo, el vuelco
pasivo a activo como un mecanismo de defensa y adaptación, la apetencia interna hacia
la maduración, es decir, hacia el desarrollo progresivo.

El placer en el logro, ligado solamente de manera secundaria con las relaciones


objétales y presente en todos los bebés como una capacidad latente, se demuestra de
manera práctica con el método de Montessori. En este método de jardín de infantes, el
material de juego se selecciona para brindar al niño la mayor cantidad posible de
autoestima y gratificación al completar una tarea o resolver un problema
independientemente, y se puede observar que los niños responden de manera positiva a
estás oportunidades casi desde el segundo año de vida en adelante

Cuando esta fuente de gratificación no se conecta en el mismo grado con la ayuda de


determinadas disposiciones externas, el placer que se deriva de su logro permanece
directamente conectado con el elogio y la aprobación brindada por -el mundo de los
objetos; y la satisfacción por el producto obtenido ocupa un lugar preponderante sólo en
una fecha posterior, probablemente como resultado de la internalización de las fuentes
extemas que regulaban la autoestima.

6. La capacidad lúdica se convierte en laboral (Intentamos aquí no una definición del


trabajo con todos sus significados sociales y psicológicos, sino una simple descripción
de los progresos en el desarrollo del yo y el control de los impulsos que se asemejan a
los requisitos previos necesarios para toda adquisición individual de la capacidad de
trabajo.) cuando se adquieren varias facultades complementarias como:

a) el control, la inhibición o modificación de los impulsos para utilizar determinados


materiales de manera agresiva o destructiva (sin arrojarlos, desbaratarlos, revolverlos,
acumularlos) y emplearlos en forma positiva y constructiva (construir, planificar,
aprender, y —en la vida en comunidad— compartir);
b) llevar a cabo planes preconcebidos con una mínima atención a la ausencia de placer
inmediato, las frustraciones que pudieran surgir, etc., y el mayor interés por el placer en
el desenlace final;

c) lograr, por consiguiente, no sólo la transición desde el placer instintivo primitivo


hacia el placer sublimado junto con un alto grado de neutralización de la energía
empleada, sino también la transición desde el principio del placer hacia el principio de
la realidad, una evolución que es esencial para desempeñar con éxito el trabajo durante
el estado de latencia, en la adolescencia y en la madurez.

De la línea del desarrollo corporal hacia el juguete y desde el juego hacia el trabajo,
basados especialmente en sus fases posteriores, se deriva una cantidad de importantes
actividades para el desarrollo de la personalidad, tales como el soñar despierto, las
aficiones (hobbies) y ciertos juegos.

Soñar despierto: Cuando los juguetes y las actividades relacionados con los deseos van
desapareciendo en la profundidad, éstos que al principio se ponían en acción con la
ayuda de objetos materiales, es decir eran satisfechos en el juego, pueden elaborarse en
la imaginación en forma de ensoñaciones conscientes, fantasías que pueden persistir
hasta la adolescencia y aun en etapas posteriores.

Juegos estructurados: El origen de muchos juegos deriva de las actividades grupales


imaginativas durante el período edípico (véase la fase 4, d, 3) del cual se desarrollan en
expresiones altamente formalizadas y simbólicas de tendencias hacia el ataque agresivo,
la defensa, la competencia, etc. Desde que están gobernados por reglas inflexibles a las
que deben someterse los participantes, los niños no pueden participar en ellos hasta
tanto no hayan adquirido algún grado de adaptación a la realidad y cierta tolerancia a las
frustraciones y, naturalmente, nunca antes de haber alcanzado la fase 3 de la línea de
desarrollo hacia el compañerismo.

Los juegos pueden requerir un equipo especial (no juguetes) y en razón de su valor
simbólico fálico, por ejemplo masculino-agresivo, son altamente valorados por el niño.

En muchos juegos de competencia el propio cuerpo y la destreza del niño se


desempeñan como instrumentos indispensables.

La eficiencia y el placer ludióos son, por consiguiente, logros de naturaleza compleja


que dependen de la contribución de muchos campos de la personalidad infantil, tales
como la dote y la integridad del aparato motor, una catexis positiva del cuerpo y sus
capacidades, la aceptación de compañerismo y actividades de grupo, el empleo positivo
de la agresión controlada al servicio de la ambición, etc. De manera correspondiente, la
función en estas áreas está abierta a un gran número de trastornos que pueden originarse
por dificultades e insuficiencias en el desarrollo de cualquiera de ellas, así como de las
inhibiciones en determinadas fases del desarrollo, de la agresión anal y de la
masculinidad fálico-edípica.

Aficiones: En la mitad del camino entre el juego y el trabajo se encuentran los hobbies
que tienen ciertos caracteres comunes con ambas actividades. Con el juego comparten
las siguientes características:

a) de ser emprendidos con propósitos placenteros y con un relativo desprecio a las


presiones y necesidades externas;

b) de perseguir fines desplazados, es decir, sublimados pero que no se encuentran muy


alejados de la gratificación de impulsos eróticos o agresivos;

c) de perseguir estos fines con una combinación de energías instintivas no modificadas


y en distintos estados y grados de neutralización.

Las aficiones aparecen por vez primera al comienzo del período de latencia
(colecciones, investigaciones primarias, especialización de intereses), sufren todo tipo
de modificaciones de contenido, pero pueden persistir como forma específica de
actividad a lo largo de toda la existencia.

La correspondencia entre las líneas del desarrollo

Si examinamos en detalle nuestras nociones con respecto a la normalidad descubriremos


que esperamos una estrecha correspondencia de crecimiento entre las distintas líneas de
desarrollo. En términos clínicos, esto significa que para tener una personalidad
armoniosa el niño que ha alcanzado un nivel específico en la secuencia hacia la madurez
emocional (por ejemplo, constancia objetal) debería haber alcanzado los niveles
correspondientes en el desarrollo hacia la independencia corporal (tales como el control
de esfínteres, el debilitamiento de los vínculos entre la alimentación y la madre), en la
línea hacia el compañerismo, el juego constructivo, etc. Mantenemos la esperanza de
esta norma a pesar de que la experiencia nos presenta muchos ejemplos opuestos.
Indudablemente que un gran número de niños se ajustan a una pauta muy irregular de
crecimiento. Pueden haber alcanzado un alto nivel en algunos aspectos (madurez de las
relaciones emocionales, independencia corporal, etc.) mientras que están atrasados en
otros (continúan apegados a los objetos de transición, a los juguetes afelpados, o en el
desarrollo del compañerismo quizá persistan en tratar a sus compañeros como molestias
o como objetos inanimados). Algunos niños están bien desarrollados en cuanto a los
procesos secundarios del pensamiento, la verbalización, el juego, el trabajo y la vida en
el grupo mientras que permanecen en un estado de dependencia con relación al manejo
de sus procesos corporales, etcétera.

Esta carencia de equilibrio en las líneas del desarrollo origina suficientes dificultades en
la niñez como para justificar una investigación más detallada de las circunstancias que
las motivan, especialmente en lo que concierne a la medida en que intervienen los
factores congénitos y ambientales.

En todos estos casos nuestra tarea no consiste en aislar estos dos factores y en atribuir a
cada uno un determinado campo de influencia, sino en trazar sus interacciones, que
pueden describirse de la siguiente manera:
Suponemos que en todos los niños de constitución normal y sin daño orgánico las líneas
de desarrollo a que nos hemos referido más arriba están incluidas en su constitución
como posibilidades inherentes. Lo que la constitución determina en el campo del ello
son, naturalmente, las secuencias de la maduración en el desarrollo de la libido y la
agresión; en el campo del yo, ciertas tendencias innatas no tan claras ni tan bien
estudiadas hacia la organización, defensa y estructuración; quizá también, aunque a este
respecto sabemos menos aún, algunas diferencias cuantitativas determinadas del énfasis
en el progreso en una dirección u otra. El resto, es decir aquello que selecciona
determinadas líneas especiales durante el desarrollo, tenemos que buscarlo en las
influencias accidentales del ambiente. En el análisis de niños mayores y en las
reconstrucciones de los análisis de adultos hemos encontrado estas fuerzas formando
parte de la personalidad de los padres, de sus acciones e ideales, la atmósfera familiar, el
impacto del medio cultural en su totalidad. En la observación analítica de los niños
pequeños se ha demostrado que son los intereses y predilecciones individuales de la
madre los que actúan como estimulantes. En las etapas vitales iniciales, por lo menos, el
niño parece concentrarse en el desarrollo a lo largo de aquellas líneas que reciben más
ostensiblemente una respuesta de cariño y aprobación por parte de la madre, es decir, el
placer maternal espontáneo con respecto a los logros del hijo y en contraposición la
negligencia hacia otras líneas, para las que no existen estas manifestaciones de
aprobación y placer. Esto significa que las actividades que la madre aplaude son
repetidas con mayor frecuencia, reciben una carga libidinal y son por consiguiente
mucho más estimuladas hacia un desarrollo completo.

Por ejemplo, parece haber diferencias en cuanto a la edad en que el niño comienza a
hablar y en la calidad de la verbalización inicial si la madre, por razones de su propia
estructura personal, se relaciona con su niño no a través de canales corporales sino
hablándole. Algunas madres no encuentran placer en la creciente tendencia a la aventura
y en la turbulencia corporal del niño, y sus momentos mas íntimos y felices transcurren
cuando el niño sonríe. Hemos visto por lo menos una madre cuyo niño sonreía con
exceso en sus contactos con el ambiente. No ignoramos que el contacto inicial con la
madre a "través de su canto tiene consecuencias sobre las actitudes posteriores hacia la
música y puede promover aptitudes musicales especiales. Por otra parte, el desinterés
pronunciado de la madre por el cuerpo de su niño y en el desarrollo de su motricidad
puede tener como resultado que el niño sea torpe y falto de gracia en sus movimientos,
etcétera.

Mucho antes de estas observaciones infantiles, el psicoanálisis ya conocía que las


depresiones de la madre durante los dos primeros años de vida del niño crean en éste
una tendencia a la depresión (aunque quizá no se manifieste hasta años muy
posteriores). Lo que sucede es que estos niños logran un sentimiento de unidad y
armonía con la madre no por medio de los progresos en su desarrollo sino
reproduciendo en sí mismos el estado de ánimo de la madre.

Todo esto no significa sino que las tendencias, inclinaciones, predilecciones


(incluyendo la tendencia a la depresión, alas actitudes masoquistas, etc.) que se
encuentran en todos los seres humanos pueden erotizarse y estimularse a través del
establecimiento de vínculos emocionales entre el niño y su primer objeto.
El desequilibrio entre las líneas del desarrollo así originado no tiene carácter patológico.
La falta moderada de armonía prepara el terreno para las innumerables diferencias que
existen entre los individuos desde edad temprana, es decir, producen una cantidad de
variaciones de la normalidad que debemos tener en cuenta.

Aplicaciones:
El ingreso al jardín de infantes, como ejemplo
Para retornar a los problemas y los interrogantes planteados por los padres que
mencionamos más arriba:

Con los argumentos previos in mente, el analista de niños no necesita responderlos


basándose en la edad cronológica, factor que en psicología no es concluyente; o en la
comprensión intelectual del niño de una situación determinada, que es un concepto
diagnóstico unilateral. En su reemplazo, puede considerar las diferencias psicológicas
básicas entre la madurez y la inmadurez según las líneas del desarrollo. La disposición
con que el niño tiende a enfrentar hechos tales como el nacimiento de un nuevo
hermano, la hospitalización, el ingreso a la escuela, etc., se considera entonces como el
resultado directo del progreso de su desarrollo en todas las líneas que están relaciona-
das con esa experiencia específica. Si se han cumplido las etapas adecuadas, las
circunstancias tendrán un resultado beneficioso y constructivo para el niño; en caso
contrario, sea en todas o sólo en algunas de las líneas, el niño se sentirá perplejo y
oprimido y ningún esfuerzo de los padres, maestros o enfermeras podrá prevenir su
inquietud, su infelicidad y su sentimiento de fracaso, que a menudo asumen
proporciones traumáticas.

Este "diagnóstico del niño normal" puede ser ilustrado con un ejemplo práctico,
tomando (uno entre tantos) el problema de señalar cuáles son las circunstancias de
desarrollo bajo las cuales el niño está dispuesto a ausentarse de su hogar
transitoriamente por vez primera, o a separarse de la madre y formar parte de un grupo
en el jardín de infantes sin sufrir demasiado y con resultados beneficiosos.

El nivel requerido en la línea "desde la dependencia hasta la autosuficiencia emocional"

En un pasado no distante se opinaba que un niño que hubiese alcanzado la edad de tres
años y medio debería ser capaz de separarse de su madre a la puerta de entrada del
jardín de infantes en el día de su ingreso y que podría adaptarse al nuevo ambiente
físico, a los maestros nuevos y compañeros, todo ello durante la primera mañana. Se
pretendía desconocer la inquietud de los nuevos alumnos; se consideraban poco
importantes el llanto por sus madres y su falta inicial de participación y cooperación. Lo
que sucedía entonces era que la mayoría de los niños pasaban a través de una fase inicial
de infelicidad extrema, después de la cual se adaptaban a la rutina del jardín. Algunos
niños invertían la secuencia de estos hechos: comenzaban con un período de aceptación
y de aparente placer que de pronto, para sorpresa de padres y maestros, concluía una
semana después en intensa infelicidad, sin participar de las actividades. En estos casos,
la reacción demorada se debía a la lentitud intelectual para comprender las
circunstancias externas. El hecho importante en relación con ambos tipos de reacción es
que anteriormente no se consideraba de modo alguno la forma en que los períodos
individuales respectivos de inquietud y desolación afectaban internamente a cada niño
y, aun más importante, que esos períodos eran aceptados como inevitables.
Examinados desde el actual punto de vista, sólo son inevitables si se desestiman las
consideraciones que conciernen al desarrollo. Si al ingresar al jardín un niño de
cualquier edad cronológica todavía se encuentra en la primera o segunda etapas de esta
línea del desarrollo, la separación del hogar y de la madre, aunque sea por períodos
cortos, es inadecuada y contraria a sus necesidades más vitales; la protesta y el
sufrimiento en estas condiciones son legítimos. Si • ha alcanzado al menos constancia
objeta! (fase 3), la separación de la madre será menos desconcertante v el niño estará
preparado para establecer relaciones con gente nueva y para aceptar nuevos riesgos y
aventuras. Aun entonces, el cambio debe ser gradual, en pequenas dosis; los períodos de
independencia no demasiado prolongados y al comienzo debe dejarse librado a la
decisión del niño la posibilidad de retornar a la madre si así lo prefiere.

El nivel requerido en la línea hacia la independencia corporal

Algunos niños no se encuentran .cómodos en el jardín de infantes porque son incapaces


de disfrutar de las comidas o bebidas que le ofrecen o de usar el inodoro para orinar o
defecar. Esta situación no depende en realidad del tipo de comida ofrecido o de las
reglas con relación al uso del artefacto sanitario, aunque el niño por lo general utiliza su
falta de familiaridad como una racionalización. La diferencia real entre la capacidad
para su adaptación o su inadaptación corresponde al desarrollo. En la línea de la comida
es necesario que haya alcanzado por lo menos la fase 4, es decir, alimentarse por sí
mismo; en la línea del control de los esfínteres que haya alcanzado la fase 3.

El nivel requerido en la línea hacia el compañerismo

El niño que no haya alcanzado por lo menos el nivel en que considera a los otros niños
como colaboradores en el juego (fase 3) será un elemento molesto dentro del grupo del
jardín y se sentirá desdichado. Llegará a ser un miembro constructivo y destacado en el
grupo tan pronto como aprenda a aceptar a los otros niños como socios con derecho
propio, paso que le permite también formalizar verdaderas amistades (fase 4). En efecto,
si el desarrollo en este aspecto no ha superado los niveles inferiores, no debería
aceptarse su inscripción en el jardín o si ha sido inscripto, se debe permitir que
interrumpa su asistencia habitual.

El nivel requerido en la linea desde el juego al trabajo

El niño por lo general ingresa al jardín de infantes al comienzo de la fase en que "el
material de juegos sirve a las actividades del yo y a las fantasías subyacentes" (fase 4), y
asciende gradualmente por la escala del desarrollo, atravesando la secuencia de los
juguetes y sus materiales hasta que al concluir el jardín se encuentra en los comienzos
del "trabajo", que es un requisito previo necesario para ingresar a la escuela primaria. Al
respecto, la tarea del maestro consiste en adaptar las necesidades de trabajo del niño y
su expresión al material ofrecido, evitando el aburrimiento o el fracaso que se originan
por haber esperado demasiado antes de ofrecerlos o por anticiparse al nacimiento de la
necesidad.

En cuanto a la capacidad del niño para comportarse adecuadamente en el jardín de


infantes depende no sólo de las líneas del desarrollo descriptas sino también en general
de las interrelaciones entre su ello y su yo.
En algún lugar de su mente, aun la más tolerante de las maestras jardineras lleva
consigo la imagen del alumno "ideal" del jardín que no exhibe signos de impaciencia o
inquietud; que pide lo que desea en vez de apoderarse de ello; que puede esperar su
turno; que queda satisfecho con su participación; que no tiene rabietas y que puede
tolerar desilusiones. Aun cuando ningún niño desplegará todas estas formas de
conducta, se encontrarán en el grupo, en uno u otro alumno, con respecto a uno u otro
aspecto de la vida diaria. En términos analíticos esto significa que durante ese período
los niños aprenden a dominar sus impulsos y afectos en vez de encontrarse sometidos a
su merced. Los instrumentos del desarrollo de que disponen pertenecen sobre todo al
crecimiento del yo: el avance desde el funcionamiento de procesos primarios a los
secundarios, es decir, la capacidad de interpolar el pensamiento, el razonamiento y la
anticipación del futuro entre el deseo y la acción dirigida a su logro (Hartmann, 1947);
el progreso desde el principio del placer al principio de la realidad. La ayuda proviene
del ello con la fase de adecuación del yo —probablemente determinada por factores
orgánicos—, que disminuye la urgencia de los impulsos.

A continuación analizaremos, relacionado con la "escala de regresión" infantil normal


(Ernst Kris, 1950, 1951), el hecho de que no debería esperarse que ningún niño pequeño
mantenga su mejor nivel de rendimiento o conducta durante un tiempo prolongado.
Estas declinaciones temporarias en el nivel de funcionamiento, aun cuando ocurran con
facilidad y frecuencia, no afectan la selección del niño para ingresar al jardín de
infantes.

LA REGRESIÓN COMO UN PRINCIPIO DEL DESARROLLO NORMAL

Las líneas del desarrollo y sus desarmonías descriptas más arriba no son en sí
responsables de todas las complejidades que se presentan durante la niñez, y
especialmente de no todos los obstáculos y detenciones que impiden su curso uniforme.

Existe un progresivo crecimiento desde el estado de inmadurez al de madurez sobre


líneas congénitas determinadas pero influidas y moldeadas a cada paso por las
condiciones ambientales, noción con la que estamos familiarizados en el crecimiento
orgánico, donde los procesos anatómicos, fisiológicos y neurológicos están en constante
flujo. Lo que estamos acostumbrados a ver en el cuerpo es que el crecimiento procede
en una línea progresiva y directa hasta que se alcanza la edad adulta, solamente
interferida por enfermedades o lesiones graves y finalmente, por los procesos
destructivos e involutivos de la vejez.

No hay duda de que un movimiento progresivo similar subyace al desarrollo psíquico,


es decir, que en el desenvolvimiento de la acción instintiva, los impulsos, los afectos, la
razón y la moralidad, el individuo también sigue caminos determinados previamente y,
sujeto a circunstancias ambientales, prosigue hasta su término. Pero la analogía entre los
dos campos no puede extenderse más allá. Mientras que normalmente, en el lado físico,
el desarrollo progresivo es la única fuerza innata que opera, del lado mental
invariablemente tenemos que contar con un segundo conjunto de influencias
complementarias que trabajan en dirección opuesta, es decir, las fijaciones y las
regresiones. Sólo el reconocimiento de ambos movimientos, progresivo y regresivo, y
de sus interacciones, provee explicaciones satisfactorias de los hechos relacionados con
las líneas del desarrollo descriptas más arriba.
Tres tipos de regresión

En un apéndice (1914) de La interpretación de los sueños (1900) se distinguen tres tipos


de regresión: a) topográfica, en que las excitaciones tienen dirección retrógrada, desde
el extremo motor al sensorial del aparato mental, hasta que alcanza el sistema
perceptivo; éste es el proceso regresivo que produce la satisfacción de deseos
alucinatorios en lugar de los procesos racionales del pensamiento; b) temporal, como un
salto atrás hacia viejas estructuras psíquicas; c) formal, que determina que los métodos
primitivos de expresión y representación reemplacen a los contemporáneos. Se
establece en este sentido que estas "tres clases de regresión son en el fondo una misma
cosa, y coinciden en la mayoría de los casos, pues lo más antiguo temporalmente es
también lo primitivo en el orden formal, y lo más cercano en la topografía psíquica al
final de la percepción" (S. Freud, Obras Completas, vol. I). A pesar de sus similitudes,
para nuestros propósitos actuales las acciones de los distintos tipos de regresión son lo
suficientemente distintas como para analizarlas y tratarlas de manera separada en
relación con los aspectos variados de la personalidad del individuo inmaduro y aun
cuando fuesen más subdivididas.

Para facilitar el pensamiento en nuestro lenguaje meta- psicológico habitual comienzo


por traducir el concepto topográfico previo del aparato mental en términos estructurales
más actuales. La referencia de La interpretación de los sueños entonces debería leerse
de la siguiente manera: que la regresión puede ocurrir en cualquiera de las tres partes de
la estructura de la personalidad, tanto en el ello como en el yo o en el superyó; y que
pueden estar comprometidos no sólo el contenido psíquico, sino también los métodos de
funcionamiento; que la regresión temporal sobreviene en relación con impulsos de fines
determinados, con las representaciones objétales y con el contenido de las fantasías; las
regresiones topográfica y formal afectan las funciones del yo, los procesos secundarios
del pensamiento, el principio de la realidad, etcétera.

La regresión en el desarrollo de los impulsos y de la libido

La regresión que se ha estudiado más estrechamente en análisis es la temporal en el


desarrollo de los impulsos y de la libido. Este tipo afecta por un lado la elección de
objetos y las relaciones con ellos, con el consiguiente retorno a los que jugaron un rol
inicial importante y a las expresiones más infantiles de dependencia. Por otro lado, la
organización de los impulsos puede estar afectada en su totalidad y revertida a niveles
pregenitales iniciales y a las manifestaciones agresivas que los acompañan. La regresión
en este aspecto se considera basada en características específicas del desarrollo de los
impulsos, es decir, en el hecho de que mientras la libido y la agresión se movilizan
hacia adelante desde un nivel al siguiente y catectízan los objetos que deparan la
satisfacción en cada fase, ninguna de las etapas de esta línea se abandona por completo
como sucede con los procesos orgánicos. Mientras que una parte de la energía de los
impulsos sigue un curso progresivo, otras cantidades variables permanecen rezagadas,
ligadas a fines y objetos de épocas anteriores y crean los llamados puntos de fijación (al
autoerotismo y al narcisismo, a las distintas fases de la relación madre-hijo, a la
dependencia preedípica y edípica, a los placeres orales y al sadismo oral, a las actitudes
sádicoanales o pasivo-masoquistas, a la masturbación fálica, al exhibicionismo, a las
actitudes egocéntricas, etc.). Los puntos de fijación pueden determinarse por cualquier
tipo de experiencia traumática, sea por frustración o por gratificación excesivas en
cualquiera de estos niveles, pudíendo existir con distintos grados de conciencia o de
represión e inconsciencia. Pero esto es menos importante para el desenlace del
desarrollo que el hecho de que, cualquiera que sea la causa y en cualquiera de los dos
estados anteriores, ellos tengan la función de ligar y retener la energía de los impulsos, y
por consiguiente empobrezcan su funcionamiento y las relaciones objétales posteriores.

Las fijaciones y regresiones siempre se han considerado interdependientes. ("Cuanto


más considerable haya sido la fijación durante el curso del desarrollo, más dispuesta
se hallará la función a eludir las dificultades exteriores por medio de la regresión,
retrocediendo hasta los elementos fijados..." (S. Freud, 1916-16, Obras Completas,
vol. II.)) En virtud de su misma existencia y de acuerdo con la cantidad de libido y
agresión con que están catectizados, los puntos de fijación ejercen una atracción
retrógrada constante sobre la actividad de los impulsos, atracción que se hace sentir
durante todas las primeras etapas del desarrollo y también en la madurez.

Las complicaciones de la regresión sexual pueden demostrarse mejor en todo caso


clínico que se estudie y se describa con gran detalle, aunque las consideraciones que
conciernen a este fenómeno están por lo general demasiado abreviadas y por
consiguiente son incompletas. No es suficiente decir que un niño en el nivel fálico-
edípico "ha regresado a la fase anal u oral" bajo el impacto de la angustia de castración.
Lo que se debe describir de manera complementaria es la forma, el alcance y la
significación del movimiento regresivo que ha tenido lugar. La consideración anterior
puede significar en "sus formas más simples nada más que el niño ha abandonado la
rivalidad con el padre y la fantasía de poseer a la madre edípica, habiendo reactivado
además su concepción preedípica de ella con el correspondiente apego excesivo,
exigencias, actitudes mortificantes, mientras que todo lo demás se mantiene sin
cambios: la sigue viendo como una persona completa por derecho propio y la des- carga
de las excitaciones anales y orales relacionadas con ella se produce durante la
masturbación fálica. El concepto también puede significar que la regresión ha afectado
el nivel mismo dé las relaciones objétales. En este caso se abandona la constancia
objetal y se reviven las actitudes anaclíticas (u objeto parcial): la importancia personal
del objeto amado es eclipsada nuevamente por la importancia de satisfacer un .com-
ponente instintivo, relación que es normal alrededor del segundo año de vida pero que,
en edades posteriores y en la madurez, produce relaciones objétales superficiales y
promiscuas. Existe una tercera posibilidad: que la regresión incluya también el método
de descarga de la excitación sexual. Cuando así sucede, la masturbación fálica
desaparece completamente y es reemplazada por los impulsos de comer, beber, orinar o
defecar en el momento de máxima excitación.

Obviamente, las manifestaciones más serias son aquéllas en que se producen las tres
formas simultáneas de regresión sexual (del objeto, del fin y del método de descarga).
(Durante el proceso analítico de niños es fácil distinguir entre los pacientes que
producen (o luchan por suprimir) la erección en momentos significativos y aquellos
otros que deben correr al inodoro para orinar o defecar o que necesitan con urgencia
tomar un vaso de agua o chupar caramelos.
S. Freud señaló en "Historia de una neurosis infantil" (1918, escrita en 1914) que el
método de descarga de la excitación sexual es de extrema significación para evaluar
el estado de la constelación sexual del niño: "El hecho de que nuestro infantil sujeto
produjera cerno signo de su excitación sexual una deposición debe ser considerado
como un carácter de su constitución sexual congénita. Toma en el acto una actitud
pasiva demostrándose más inclinado a una ulterior identificación con la mujer que
con el hombre" (S. Freud [1918 (1914)], Obras Completas, vol. II).)

Regresiones en el desarrollo del yo

Como analistas nos hemos familiarizado tanto con la constante interacción entre las
fijaciones de los impulsos y las regresiones, que debemos cuidarnos para no cometer el
error casi automático de considerar los procesos regresivos del yo y del superyó como
correspondientes. Mientras que los primeros están determinados sobre todo por la
persistente adhesión de los impulsos a todos los objetos y posiciones que han producido
satisfacción en algún momento, este rasgo no es compartido por las regresiones del yo
que se basan en principios diferentes y siguen reglas distintas.

Regresiones transitorias del yo durante el desarrollo normal

El movimiento retrógrado del desarrollo normal de las funciones que se presenta en


todos los niños es bien conocido para todos aquellos que tratan con pequeños y su
educación en capacidades prácticas. Para éstos, la regresión funcional se da por sentada
como una característica común de la conducta infantil. (Hay un dicho popular que dice
que "los niños dan dos pasos hacia adelante y uno hacia atrás".)

Actualmente, cuando se estudian en detalle, se puede demostrar que las tendencias


regresivas están relacionadas con todos los logros importantes del niño: en las funciones
del yo que controlan la motricidad, la prueba de la realidad, la integración, el habla; en
la adquisición del control esfinteriano; en los procesos secundarios del pensamiento y el
dominio de la ansiedad; en los elementos de adaptación social, como la tolerancia de
frustraciones, el control de los impulsos, los modales; en las exigencias del superyó,
como la honestidad, la justicia con respecto a los demás, etc. En todos estos aspectos la
capacidad individual de cada niño para actuar a un nivel comparativamente alto no es
garantía de que su rendimiento sea estable y continuo. Por el contrario: el retorno
ocasional a una conducta más infantil debe ser aceptado como un signo normal. Por
consiguiente, decir tonterías o aun adoptar el lenguaje de un bebé tiene derecho a un
lugar específico en la vida del niño, paralelo al lenguaje racional y alternando con éste.
Los hábitos higiénicos no se adquieren al instante, sino que toman un largo camino a
través de una serie interminable de avances, retrocesos y accidentes. El juego
constructivo con juguetes alterna con el desorden, la destrucción y el juego erótico
corporal. La adaptación social se interrumpe periódicamente por regresiones al egoísmo
puro, etc. En efecto, lo que nos sorprende no son los retrocesos sino ÍPS logros
repentinos ocasionales y los avances. Estos progresos pueden estar relacionados con la
alimentación y toman la forma de un súbito rechazo del pecho materno y la transición
hacia el biberón, la cuchara o la taza, o de los líquidos a los sólidos; desaparecen de
manera súbita a una edad posterior el disgusto y los caprichos por determinados
alimentos. También sabemos que suceden en relación con los hábitos, cerno el súbito
abandono de chuparse el dedo, o de los objetos de transición, de las disposiciones
fijadas para dormirse, etc. En el entrenamiento del control esfinteriano existen ejemplos
de un cambio casi instantáneo de la encopresis y enuresis al control absoluto de
esfínteres; con respecto a la agresión, su desaparición de un día para otro reemplazada
por una conducta tímida, retraída y desconfiada. Pero aunque estas transformaciones
son convenientes para el medio, el diagnosticador las observa con sospecha y las
relaciona no con el flujo ordinario del desarrollo progresivo sino con influencias y
ansiedades traumáticas que aceleran indebidamente su curso normal. De acuerdo con la
experiencia, el método lento de ensayo y error, la progresión y la regresión temporaria
son más convenientes para el desarrollo de la salud mental.

El deterioro del funcionamiento de los procesos secundarios durante las horas de vigilia
del niño

Este reconocimiento práctico de la ubicuidad de las regresiones del yo en la vida normal


del niño no se relacionó durante muchos años con un tratamiento correspondiente del
tema en la bibliografía analítica. Personalmente me ha interesado este problema por
largo tiempo y lo presenté a la Sociedad Psicoanalítica de Viena en la década de 1930
en un breve trabajo titulado "El deterioro del funcionamiento de los procesos
secundarios mientras el niño está despierto". Concluí entonces que estos deterioros se
manifiestan en muchas situaciones que comparten un factor común: el control del yo de
las funciones mentales está disminuido por una razón u otra, como por ejemplo:

a) En el análisis de niños, como en toda condición analítica, se toman ciertas


disposiciones con la intención de apoyar al niño para que reduzca sus defensas y
controles y aumente la libertad de las fantasías, de los impulsos y de los procesos
preconscientes e inconscientes. En estas condiciones se puede demostrar de qué manera
el juego infantil y sus expresiones verbales pierden gradualmente las características de
procesos secundarios del pensamiento como la lógica, la coherencia, la racionalidad, y
despliegan en cambio los caracteres del funcionamiento de los procesos primarios,
como generalizaciones, desplazamientos, repeticiones, distorsiones y exageraciones. Un
determinado tema de importancia que inicialmente ocupa un lugar lógico en una
fantasía o juego estructurado puede súbitamente descontrolarse y aparecer conectado
con cada elemento de la construcción, no importa cuan forzada e inadecuada sea la
relación; o puede intensificarse hasta el absurdo. Pasamos a dar ejemplos tomados del
análisis pasado y actual: un niño de cinco años representaba en sus juegos con muñecos
el elemento de "pelea" de una manera tentativa y juiciosa, haciendo que los distintos
miembros de la pequeña familia de muñecos se envolvieran en discusiones los unos con
los otros; pero a medida que el juego progresaba el elemento de pelea se hizo
incontrolable y se extendió desde las personas a los objetos inanimados hasta que en el
momento de mayor intensidad todos los muebles estaban comprometidos y el fregadero
de la cocina estuvo envuelto en una batalla salvaje "mano a mano" con la mesa y los
armarios. De modo similar el dibujo de un barco de batalla de un niño puede incluir uno
o dos cañones colocados en posiciones correctas, mientras que en los dibujos siguientes
aumentan en número y están colocados en cualquier parte hasta que todo el barco, por
encima y por debajo del agua, está erizado con ellos. (Esto, por supuesto, tiene un
carácter defensivo que aquí ignoramos.) Los ítems como morder, que aparecen
primero en fantasías relacionadas con algún animal salvaje como el tigre o cocodrilo,
pueden abandonar el lugar donde se encuentran "confinados" por representación
simbólica y una vez libres del control del yo, manifestarse en cualquier lugar, con todo
el mundo y todas las cosas mordiéndose unas a otras, etcétera.

b) Casi idénticas manifestaciones pueden demostrarse fuera del medio analítico en la


conducta normal del niño a la hora de acostarse durante el período de transición desde la
actividad hasta que está dormido, cuando aun los niños más razonables y bien adaptados
comienzan a enojarse, gimotear, decir tonterías, apegarse a la madre y a exigir la
atención física que recibían cuando eran más pequeños. Aquí también lo que llama la
atención especialmente es el aumento en la desorganización de los procesos del
pensamiento, la perseveración de una palabra o frase, la labilidad general de los afectos
demostrada en los cambios casi instantáneos del humor que fluctúan de la hilaridad
hasta el llanto. Para el estudioso de la regresión, difícilmente puede existir un cuadro
más convincente del deterioro gradual del yo y del fracaso de desempeñar una función
después de la otra hasta que finalmente todas las funciones del yo cesan y el niño se
duerme.

c) En realidad, mi primer encuentro con estas manifestaciones sucedió cuando aún


asistía a la escuela. Me recuerdo vividamente a ;mí misma cuando pertenecía a un grupo
de alumnos de sexto grado que se encontraba exhausto por el horario continuado de
clases sucesivas sin ningún intervalo de descanso. Aunque éramos muy sensibles y
atentos en el comienzo de la mañana, hacia la quinta o sexta hora esta atención se
debilitaba y las palabras más inocentes de cualquier persona producían salvajes
estallidos de risa y de conducta descontrolada. Los maestros que tenían la desgracia de
dictar clases en esas horas denunciaban indignados a la clase de niñas como "una
manada de gansos tontos". Yo comprendía nuestro cansancio y me sorprendía que nos
hiciera comportar tontamente, pero lo único que podía hacer entonces era archivar este
hecho en mi memoria para explicarlo más adelante.

Otras regresiones del yo bajo stress

Aunque mis descripciones despertaron poco o ningún interés en la Sociedad Vienesa en


aquel momento (y no fueron publicadas) , el tema ha sido discutido en fecha posterior
por varios analistas. Después de observar la conducta de pequeños en el jardín de
infantes, Ernst Kris introdujo el concepto y el término "escala de regresión", y demostró
con ejemplos que mientras el niño es más joven, más corto es el período durante el cual
su rendimiento es óptimo. Esto explica el hecho bien conocido empíricamente por las
maestras jardineras, de que la actividad y la atención de sus alumnos es menor hacia el
final de la mañana en relación con su comienzo y la razón de que estas regresiones
afecten la manipulación del material de juego (retorno desde la fase de juego
constructivo dominada por el yo, hacia la fase del juego desordenado, agresivo y
destructivo dominada por los impulsos); las relaciones sociales (el retorno desde la
colaboración con los compañeros y la consideración debida, hacia el egoísmo y la
tendencia a las querellas); y latolerancia a las frustraciones (disminución del control del
yo sobre los impulsos con el aumento resultante de la urgencia de la actividad
instintiva).

Otras publicaciones señalan situaciones de stress además del cansancio como factores
operativos en la regresión funcional, aunque en estos casos la regresión del yo por lo
general acompaña la regresión simultánea de los impulsos o la precede o es
consecuencia de aquélla. Estos trabajos se refieren por una parte a la influencia del
dolor somático, la fiebre, la incomodidad física de cualquier tipo y señalan el hecho de
que en lo que respecta a la alimentación y los hábitos del sueño, el entrenamiento del
control esfínteriano, el juego y la adaptación en general, los niños enfermos tienen que
ser considerados y tratados como si fracasaran por una situación potencialmente
regresiva, con una marcada reducción o hasta suspensión de su capacidad funcional
adecuada al yo (A. Freud, 1952). Por otra parte, desde 1940 en adelante se ha prestado
cada vez mayor atención al efecto resultante del dolor somático originado por
situaciones traumáticas, ansiedad y sobre todo el sufrimiento del niño pequeño cuando
es separado de sus primeros objetos amorosos (angustia de separación). Las severas
regresiones de la libido y del yo que se producen por estas causas, han sido estudiadas y
descriptas en detalle en niños internados en hogares durante la guerra, y en otras
instituciones residenciales, hospitales, etcétera.

Existe una característica que distingue a las regresiones del yo independiente de los
variados factores etiológicos. En contraste con la regresión de los impulsos, el
movimiento retrógrado en la escala del yo no retrocede a posiciones previamente
establecidas puesto que no existen puntos de fijación. En su lugar vuelve a trazar, paso a
paso, el camino seguido durante el curso del desarrollo, observación confirmada por el
hallazgo clínico de que en las regresiones del yo el logro último alcanzado es el que
invariablemente desaparece primero. (Véanse las observaciones con respecto a la
pérdida del habla, del entrenamiento esfínteriano, etc., en niños separados de sus
madres.)

Regresiones del yo como resultado de la actividad defensiva

Otro tipo de empobrecimiento de las funciones del yo merece describirse como una
"regresión", aunque por lo general no se incluya en esta categoría.

A medida que el yo del niño crece y mejora en su funcionamiento, su mayor toma de


conciencia del mundo interno y externo lo hace entrar en contacto con muchos aspectos
dolorosos y desagradables; el dominio creciente del principio de la realidad disminuye
la expresión del deseo; el mejor progreso de la memoria conduce a la retención no sólo
de las experiencias agradables sino también de las dolorosas y atemorizantes; la función
sintética prepara el terreno para los conflictos entre las distintas operaciones internas,
etc. El flujo resultante del displacer y de la ansiedad es más intenso de lo que un ser
humano puede tolerar, y en consecuencia es mantenido a distancia por medio de los
mecanismos de defensa que actúan para proteger al yo.

Por consiguiente, la negación interfiere en la exactitud de las percepciones del mundo


externo por medio de la exclusión de lo fastidioso. La represión tiene el mismo efecto
en el mundo interno al retraer la catexis consciente de los elementos desagradables. Las
formaciones reactivas reemplazan lo ingrato y lo indeseable por sus opuestos. Estos tres
mecanismos interfieren en la memoria, es decir, con su funcionamiento imparcial,
independiente del placer y del displacer. La proyección es contraria a la función
sintética al eliminar de la imagen de la personalidad los elementos que provocan
ansiedad, atribuyéndolos al mundo objetal.

En suma, mientras que las fuerzas de maduración y adaptación presionan hacia el


aumento de la eficiencia gobernada por la realidad, en todas las funciones del yo las
defensas contra el displacer trabajan en dirección opuesta e invalidan a su vez las
funciones del yo. En este campo también, por consiguiente, el movimiento constante
hacia adelante y hacia atrás, progresión y regresión, alternan e interactúan entre sí.

Regresiones temporarias y permanentes de los impulsos y del yo

En las consideraciones anteriores está sobreentendido que las regresiones de los


impulsos así como las del yo y del superyó son procesos normales que tienen su origen
en la flexibilidad del individuo inmaduro y que constituyen respuestas útiles frente a las
tensiones de un determinado momento, siempre accesibles al niño para enfrentar
situaciones que de otro modo podrían resultarle intolerables. (De acuerdo con la
formulación de Rene Spitz.) Por consiguiente, sirven simultáneamente a los procesos
de adaptación y defensa y ambas funciones contribuyen al mantenimiento del estado de
normalidad.

Lo (pe no se ha remarcado de manera suficiente hasta el momento es que este aspecto


beneficioso de la regresión se refiere sólo a aquellos casos en que el proceso es
temporario y espontáneamente reversible. El empobrecimiento de la función debido al
cansancio desaparece entonces de modo automático después del descanso o el sueño; si
fue determinado por frustraciones, dolor, inquietud, las posiciones de los impulsos de
adecuación del yo o los métodos de funcionamiento del yo se autorrestablecen tan
pronto como se haya suprimido la causa de tensión, o al menos poco después. (Después
de una enfermedad, separación, hospitalización, transcurren períodos de duración
variable entre el retorno de las condiciones normales externas y el restablecimiento
de los niveles propios de la edad con respecto a los impulsos y al yo.) Pero sería un
optimismo indebido de nuestra parte esperar una reversión tan favorable en la inmensa
mayoría de los casos. A menudo son tan frecuentes, en especial después de tensiones de
naturaleza traumática, ansiedades, enfermedades, etc., que una vez establecidas, las
regresiones se hacen permanentes; la energía de los impulsos se desvía entonces de los
fines adecuados a la edad, y las funciones del yo y del superyó quedan empobrecidas, de
modo que todo desarrollo progresivo posterior estará severamente lesionado. Cuando
esto sucede, la regresión deja de ser factor beneficioso del desarrollo normal y se
convierte en un agente patógeno. Desgraciadamente, en nuestra apreciación clínica de
las regresiones como procesos en franca evolución progresiva, es casi imposible
establecer en el caso de un niño determinado si el peligroso paso del carácter transitorio
al permanente ya ha sido dado o si puede aún esperarse la reinstalación espontánea de
los niveles previamente alcanzados. Hasta este momento no conozco opinión al
respecto, a pesar de que la decisión acerca de la anormalidad del niño puede depender
de esta diferenciación.

La regresión y las líneas del desarrollo

Retornando nuevamente al concepto de las líneas del desarrollo:

Una vez que aceptamos la regresión como un proceso normal, también aceptamos que el
movimiento a lo largo de estas líneas se produce en dos direcciones. Durante todo el
período del crecimiento tenemos que considerar legítimo para el niño la reversión
periódica, la pérdida de los controles después de haberse establecido, la reinstalación de
pautas anteriores con respecto al sueño y la alimentación (por ejemplo, durante una
enfermedad), la búsqueda de protección y seguridad (especialmente en casos de
ansiedad e intranquilidad) por medio del retorno a formas primitivas de protección y
confort en la relación simbiótica y preedípica con la madre (especialmente a la hora de
acostarse). Lejos de interferir en el desarrollo progresivo será beneficioso para liberarlo,
si el movimiento retrógrado no se bloquea por completo con la desaprobación del medio
y con represiones y restricciones internas.

Al desequilibrio en la personalidad del niño originado por el desarrollo en grados


diferentes de las variadas líneas que progresan hacia la madurez, tenemos que agregar el
desnivel determinado por las regresiones de los diversos elementos de la estructura y de
sus combinaciones. Sobre estas bases, resulta más fácil comprender por qué existen
tantas desviaciones del crecimiento y del cuadro promedio de un niño hipotéticamente
"normal". Con las interacciones entre la progresión y la regresión,. ambas de naturaleza
tan compleja, las disarmonías, los desequilibrios, en suma, las complejidades del
desarrollo, se tornan innumerables las variaciones de la normalidad.

IV

EVALUACIÓN DE LA PATOLOGÍA PARTE I. ALGUNAS


CONSIDERACIONES GENERALES

Dentro de la estructura del pensamiento analítico, la transición desde las distintas


variaciones de la normalidad hasta el establecimiento de la patología se considera un
paso tanto de naturaleza cuantitativa como cualitativa. Opinamos que el equilibrio-
mental de los seres humanos está basado por una parte en ciertas relaciones fijas entre
las operaciones internas dentro de su estructura y por otra parte, entre la personalidad y
las condiciones ambientales. Estas relaciones son alteradas por un aumento o
disminución de los derivados del ello, como ocurre espontáneamente en el período de
latencia, en la adolescencia, en el climaterio; por debilitamiento de las fuerzas del yo y
del superyó, como sucede en estados de tensión, de cansancio extremo, en numerosas
enfermedades, regularmente en la vejez; y por los cambios en las oportunidades para la
obtención de satisfacción que son ocasionados por la pérdida de objetos y otras
privaciones y frustraciones impuestas externamente. La facilidad con que se perturba el
equilibrio ha conducido al criterio de que entre personas neuróticas y normales "no
puede trazarse una frontera definida, que la enfermedad es un concepto puramente
práctico, que han de coincidir la disposición y la experiencia para hacer emerger la
neurosis; que en con- secuencia pasan continuamente muchos individuos de la salud a la
neurosis, y un número mucho menor de la neurosis a la salud" (S. Freud, 1909, vol. II).

Mientras que se supone que esta afirmación se refiere a personas de todas las edades
"tanto niños como adultos" (ídem), es obvio que la línea limítrofe entre la salud y la
enfermedad mental es aun más difícil de establecer en la niñez que en las etapas
posteriores. En el cuadro del crecimiento del niño hacia la madurez, descripto en el
capítulo anterior, es inherente el hecho de que la proporción de fuerzas entre el ello y el
yo está en flujo constante; que los procesos de adaptación y defensa, beneficiosos y
patógenos, se mezclan entre sí; que las transiciones desde un nivel del desarrollo al
siguiente constituyen hitos de detención potencial, disfunción, fijación y regresión; que
los derivados del ello y las funciones del yo junto con las principales líneas del
desarrollo crecen de manera irregular; que las regresiones temporarias pueden
convertirse en permanentes; en suma, que existe un número de factores que se
combinan para minar, detener, deformar y desviar las fuerzas sobre las que se basa el
crecimiento mental.

Ante este constante cambio del escenario interno del individuo en desarrollo, las
categorías diagnósticas corrientes resultan de poca ayuda y tienden a aumentar más bien
que a disminuir los aspectos ya confusos del cuadro clínico. En años recientes, el
análisis de niños ha avanzado de manera decisiva en muchas y distintas direcciones. En
cuanto concierne a los procedimientos técnicos, ha alcanzado más o menos una posición
independiente a pesar de muchos contratiempos y dificultades iniciales. En el terreno
teórico, se han hecho hallazgos reconocidos como verdaderos complementos y no meras
confirmacines del conocimiento psicoanalítico. Pero hasta la fecha, este espíritu
aventurero y hasta revolucionario del analista de niños se ha concentrado en el campo
de la técnica y la teoría, sin entrar a considerar el importante problema de la
clasificación de los trastornos. En este sentido, se ha empleado una política
conservadora, en donde no sólo el análisis de adultos sino también la psiquiatría y la
criminología de adultos, han tomado a su cargo y al por mayor las categorías
diagnósticas infantiles. Así, todas las formas de la psicopatología de la niñez se han
adaptado de manera más o menos forzada a estos esquemas preexistentes.

Existen muchas razones por las cuales, a la larga, esta solución de los problemas
diagnósticos se demuestra insatisfactoria como fundamento para la evaluación, el
pronóstico y la selección de las medidas terapéuticas.

LA EVALUACIÓN DESCRIPTIVA Y LA EVALUACIÓN METAPSICOLOGICA

Lo mismo que en el terreno del análisis de adultos, la naturaleza descriptiva de muchas


de las categorías diagnósticas corrientes se encuentran en conflicto con la esencia del
pensamiento psicoanalítico, puesto que enfatiza la identidad o diferencia entre la
sintomatología manifiesta, mientras descuida las que conciernen a los factores
patógenos subyacentes. Es cierto que de este modo se logra una clasificación de los tras-
tornos que en un examen superficial aparenta ser metódica y comprensible. Pero este
esquema no contribuye en realidad a una comprensión más profunda o a promover el
diagnóstico diferencial en términos metapsicológicos. Al contrario, siempre que el
analista acepte juicios diagnósticos a este nivel, se encontrará inevitablemente dirigido
hacia confusiones con respecto a la evaluación y en consecuencia a inferencias
terapéuticas erróneas.

Para citar unos pocos ejemplos: términos tales como rabietas, pataletas, vagabundeos,
angustia de separación, etc., comprenden bajo el mismo encabezamiento una variedad
de cuadros clínicos en los que la conducta y la sintomatología son similares, aunque de
acuerdo con la etiopatogenia metapsicológica subyacente, pertenecen a categorías
analíticas totalmente distintas y requieren variadas medidas terapéuticas.

Una pataleta, por ejemplo, puede no ser más que la descarga afectivo-motriz directa de
derivados instintivos caóticos en un niño pequeño; en este caso, tiene la oportunidad de
desaparecer como un síntoma sin necesidad de tratamiento, tan pronto como se hayan
establecido el lenguaje y otros canales de descarga del yo más sintónicos. O, como
segunda posibilidad, los berrinches pueden representar una explosión destructivo-
agresiva en la que las tendencias hostiles son, en parte, desviadas del mundo objetal y
descargadas en forma violenta sobre el propio cuerpo del niño y en su vecindad
inanimada inmediata (golpeando con la cabeza o pateando los muebles, paredes, etc.);
este estado sólo se calmará al sonsacar la razón de la cólera y su reconexión con la
persona responsable de la frustración o la ofensa. O, en tercer lugar, lo que aparenta una
pataleta puede ser, si se examina con mayor detalle, un ataque de ansiedad como ocurre
en las estructuras de la personalidad mejor organizadas de niños fóbicos toda vez que el
ambiente interfiere en sus mecanismos de protección. Privado de su defensa, el niño
agorafóbico que es forzado a salir a la calle o el niño con una fobia a los animales
cuando se enfrenta con el objeto que teme, está expuesto e impotente a una ansiedad
intolerable y masiva que se expresa por medio de estallidos cuya descripción puede muy
bien resultar imposible de distinguir de una simple rabieta. No obstante, a diferencia de
esta última, estos ataques de ansiedad se alivian sólo por medio de la restitución de la
defensa o por la investigación analítica, la interpretación y la disolución de la fuente
original de la ansiedad desplazada.

De modo similar, una variedad de estados diferentes se señalan con los términos de
truhanería, vagancia y vagabundeo. Algunos niños huyen de sus hogares porque son
maltratados o porque no están atados por vínculos emocionales a sus familias; o se
escapan de la escuela o la evitan porque temen al maestro o a sus compañeros, porque
su rendimiento escolar no es satisfactorio, porque esperan ser criticados, castigados, etc.
En este caso, la causa de la conducta infantil desviada tiene su origen en las condiciones
externas de la vida del niño y desaparece cuando éstas se mejoran. En contraste con esta
situación simple, hay otros niños que vagan sin rumbo o hacen novillos no por razones
externas sino por razones internas. Se encuentran dominados por una tendencia
inconsciente que los obliga a perseguir una meta imaginaria, por lo general un objeto
perdido perteneciente al pasado; es decir, aunque su descripción indica que se escapan
de su medio, en un sentido más profundo se dirigen hacia la satisfacción de una
determinada fantasía. En este caso, el mejoramiento de las circunstancias externas no
hará desaparecer el síntoma, sino sólo el descubrimiento del deseo inconsciente.

Aun el empleo del término más recientemente acuñado de angustia de separación es


más bien de naturaleza descriptiva que dinámica. En los diagnósticos clínicos se lo
aplica de manera indiscriminada a los estados de intranquilidad provocados por la
separación del niño muy pequeño de su madre, así como a los estados mentales que
originan las fobias a la escuela (es decir, la incapacidad de alejarse del hogar) o la
añoranza del hogar (una forma de duelo) en los niños en período de latencia. También
aquí emplear el mismo término para los dos tipos de trastornos con manifestaciones
aparentemente similares tiende a oscurecer las diferencias metapsicológicas esenciales
que los caracterizan. Separar, por cualquier razón, un niño pequeñito de su madre
durante el período de unidad biológica entre ellos, representa una interferencia
inexcusable con necesidades fundamentales inherentes. El niño reacciona, por lo tanto,
con un sufrimiento legítimo que puede aliviarse sólo por el retorno de la madre o, a la
larga, a través del establecimiento de una madre sustituía. No existe correspondencia en
este caso, excepto en la conducta, con los estados mentales del niño que extraña su casa
o del que sufre de fobia a la escuela. En este último caso la inquietud experimentada por
separarse de la madre, de los padres o del hogar, se debe a su excesiva ambivalencia
hacia ellos. El niño puede tolerar el conflicto entre el amor y el odio hacia los padres
sólo ante su presencia tranquilizadora. En su ausencia, el lado hostil de la ambivalencia
asume proporciones temibles, y el niño se aferra a los padres amados de manera
ambivalente para protegerlos de sus propios deseos de muerte, fantasías agresivas, etc.
En contraste con el sufrimiento infantil debido a la separación, que se alivia a través de
la reunión con el progenitor perdido, en los conflictos ambivalentes la reunión con los
padres actúa como un paliativo; en este caso, sólo el insight analítico de los
sentimientos conflictivos curará el síntoma.

En suma, las formulaciones descriptivas tan útiles dentro de su propio terreno se tornan
desastrosas cuando se toman como punto de partida para inferencias analíticas.

TERMINOLOGÍA ESTÁTICA Y TERMINOLOGÍA EVOLUCIONISTA


Puesto que los términos diagnósticos, tal como se emplean en el presente, se crearon
teniendo presente los trastornos mentales o sociales de los adultos, inevitablemente
descuidan los problemas referidos a la edad y las fases del desarrollo, y no aclaran
suficientemente las diferencias entre los síntomas originados por diferir o fracasar en los
logros y por perfeccionar ciertos rasgos específicos de la personalidad, y los síntomas
provocados por crisis o transgresiones funcionjales. Para las evaluaciones del analista
de niños, por otra parte, estas distinciones son fundamentales. Las formas de conducta
tales como mentir y hurtar, las actitudes agresivas y destructivas, las perversiones, etc.,
no pueden adaptarse adecuadamente dentro de un esquema normal o patológico sin el
respaldo de una escala razonablemente exacta de las secuencias del desarrollo.

La mentira

Por ejemplo, ¿a qué edad y en qué fase del desarrollo merece la falsificación de la
verdad comenzar a recibir el nombre de mentira?, es decir, ¿cuándo asume la
importancia de un síntoma con un color distintivo de desviación de la norma social?
Obviamente, antes de que esto suceda, tienen que atraversarse una serie de preetapas del
desarrollo durante las cuales no esperamos veracidad por parte del niño. Para él es
normal alejarse de las impresiones dolorosas en favor de las placenteras, tratar de
disminuir la importancia de las primeras o ignorarlas y hasta negarías si son
persistentes. Existen similitudes entre esta actitud, que es un mecanismo de defensa
primitivo dirigido contra el displacer, y la distorsión de los hechos objetivos en los
adultos o niños mayores. Pero es aún una cuestión de opinión personal la manera en que
se relacionan estas dos formas de conducta y si la primera debe considerarse precursora
de la segunda en la mente del diagnosticador. La expresión del deseo y el dominio del
principio del placer, en suma: los procesos primarios de la función mental, son las
fuerzas que en el niño pequeño se oponen a la veracidad en el sentido adulto que tiene la
palabra. El analista de niños debe decidir desde qué momento en adelante empleará el
término mentira en sus formulaciones diagnósticas, y debe basar su decisión sobre
nociones claras referidas al tiempo en que se cumplen, en el desarrollo del yo, pasos
tales como la transición de los procesos primarios a los secundarios, la capacidad de
diferenciar el mundo interno del externo, la prueba de la realidad, etcétera.

Algunos niños necesitan más tiempo que otros para perfeccionar estas funciones del yo
y por consiguiente continúan diciendo mentiras "con toda inocencia". Otros completan
este desarrollo normalmente, pero retornan a niveles anteriores cuando enfrentan
frustraciones y desilusiones excesivas en las circunstancias de sus vidas, y se convierten
en el llamado mentiroso fantástico (pseudología fantástica), que encara realidades
intolerables por medio de la regresión a formas infantiles de la expresión de los deseos.
Finalmente, hay niños con un des- arrollo del yo avanzado pero cuyas razones para
evitar o deformar la verdad son otras que el nivel de su desarrollo. Su motivación es la
ganancia de ventajas materiales, el temor a la autoridad, la huida de críticas y castigos,
el deseo de parecer importante, etc. En las evaluaciones del analista de niños, el término
mentira está reservado con ventaja para estos últimos casos, como el de la llamada
mentira delincuente.

En muchos de los casos reales que se observan en una clínica infantil, la etiología
consiste en una combinación de estas tres formas, es decir, la mentira inocente, la
mentira fantástica y la mentira delincuente, donde las formas de aparición más temprana
actúan como precondiciones de las posteriores. El hecho de que estas asociaciones sean
comunes y frecuentes no significa que el analista de niños esté absuelto de la
responsabilidad de desenmarañarlas y de determinar hasta qué grado cada uno de los
factores contribuye al resultado sintomático final.

El hurto

Existen muchas consideraciones similares que gobiernan el empleo del término hurtar,
que es legítimo en la evaluación diagnóstica solo después que el concepto de propiedad
privada ha adquirido significado para el niño. También aquí es necesario trazar una
secuencia del avance del desarrollo que tan poca atención ha recibido hasta el momento
por parte de los analistas.

La actitud que hace que el pequeño se apodere de todo lo que encuentra se atribuye por
lo general a su insaciable "voracidad oral", que a esta temprana edad no está limitada
por ninguna barrera del yo. Para mayor exactitud diremos que tiene dos raíces: una en el
ello y la otra en el" yo. Por una parte, es simplemente el familiar funcionamiento de
acuerdo con el principio del placer que incita al yo inmaduro a atribuirse a sí mismo
todo lo placentero, mientras que rechaza como ajeno todo lo desagradable. Por otra
parte, es la falta de distinción, propia de la edad, entre su ser y el objeto, lo que
determina la respuesta. Es bien sabido que a esta temprana edad un niño puede
manipular o explorar con su boca partes del cuerpo de la madre como si fueran propias,
es decir, juega con ellas auto-eróticamente (los dedos de la madre, cabellos, etc.); o le
presta a su madre partes de su cuerpo para jugar (sus dedos en la boca de la madre); o
puede llevar la cuchara a su boca y a la de ella, alternativamente. Estas acciones se
malinterpretan con frecuencia como prueba de una generosidad temprana y espontánea
en vez de ser consideradas como lo que son, es decir, consecuencia de los límites
imprecisos del yo. Esta misma fusión indiscriminada con el mundo objetal convierte a
todos los niños en una amenaza formidable, aunque inocente, al derecho de propiedad
de los demás.

Las ideas de "mío" y "no mío" que son conceptos indispensables para el establecimiento
de la "honestidad" adulta se desarrollan de manera muy gradual y al mismo ritmo que su
progreso hacia el logro de la individualidad. Probablemente, conciernen en primer lugar
al propio cuerpo del niño, después a los padres, luego a los objetos de transición, todos
los cuales están catectizados narcisísticamente y con amor objetal. De manera
significativa, tan pronto como el concepto de lo "mío" emerge en la mente del niño,
comienza a cuidar de sus posesiones con fiereza, mostrándose muy celoso de cualquier
interferencia. Comprende entonces la noción de "haber sido privado de" o "haber sido
robado" mucho antes que la opuesta de que la propiedad de otras personas tiene que ser
respetada. Antes de que esto último adquiera significado, el niño debe extender e
intensificar sus relaciones con otras personas y aprender a establecer la empatia con la
vinculación de aquéllas a su propiedad.

Cualquiera que sea la escala de progreso al respecto, los conceptos de "mío" y "tuyo"
como tal tienen poca influencia sobre la conducta del niño pequeño, pues se encuentran
en conflicto con los poderosos deseos de apropiación. La voracidad oral, las tendencias
posesivas anales, la tendencia a coleccionar y a acumular, la abrumadora necesidad por
los símbolos fálieos, todo convierte al niño pequeño en un ladrón potencial a menos que
la coerción educacional, las exigencias del superyó y con éstos, los cambios graduales
en el equilibrio ello-yo trabajen en direcciones opuestas, es decir, hacia el desarrollo de
la honestidad.

Tomando en cuenta las consideraciones anteriores, el diagnosticador debe aclarar


muchos puntos antes de asignar un caso determinado de hurto a una categoría u otra.
Debe preguntarse si la acción se debe a un desarrollo incompleto o detenido en la
adquisición de la individualidad, de las relaciones objétales, de la empatia, de la
formación del superyó (el hurto en el caso de niños retardados o deficientes mentales); o
cuando el desarrollo inicial está intacto, si han tenido lugar regresiones temporarias en
alguno de estos campos vitales (el hurto ligado a una fase determinada, como un
síntoma transitorio); o cuando la regresión es permanente en uno u otro de estos
aspectos importantes, con el hurto como resultado de una formación de compromiso
(síntoma neurótico); o, finalmente, cuando la razón yace exclusivamente en un control
insuficiente del yo sobre los deseos normales y no regresivos de posesión, es decir, en
una adaptación social defectuosa (síntoma de delincuencia).

Como con la mentira, muchos de los actuales casos clínicos de robos tienen etiología
mixta, es decir, están originados por combinaciones de detenciones, regresiones y
debilidad en el control del yo. El hecho de que todos los delincuentes jóvenes
comienzan sus raterías hurtando de la cartera de la madre indica el grado en que todas
las formas de hurto están basadas en la unidad inicial de mío y tuyo, el propio ser y el
objeto.

CRITERIOS PARA EVALUAR LA SEVERIDAD DE LA ENFERMEDAD

El analista de niños también halla dificultades cuando procede a medir la gravedad de


los trastornos por medio de los criterios empleados comúnmente con los adultos, es
decir, un examen de los síntomas existentes, una evaluación del sufrimiento por ellos
provocado y la interferencia resultante en importantes funciones. Ninguno de estos
criterios es válido para los niños a menos que sean modificados en gran escala.

Sobre todo, la formación de síntomas en la niñez no tiene necesariamente la misma


significación que en la vida adulta donde "estos síntomas típicos son los que nos sirven
de guía para fijar el diagnóstico" (S. Freud, 1916-1917, Obras Completas, vol. II).
Muchas de las inhibiciones, síntomas y ansiedades de los niños son originadas no por
procesos de naturaleza realmente patológica sino, como demostraremos más adelante,
por las tensiones y presiones inherentes a los procesos del desarrollo.
Estas inhibiciones y síntomas comúnmente aparecen cuando una fase particular del
crecimiento tiene exigencias excesivas de la personalidad y si mientras tanto no son mal
tratadas por los padres, pueden desaparecer tan pronto como se haya alcanzado la
adaptación al nivel del desarrollo o cuando haya pasado el momento culminante de la
fase. Es verdad que la manifestación de una dificultad traiciona la vulnerabilidad del
niño; que a menudo las llamadas curas espontáneas preparan simplemente el camino
para un nuevo conjunto de trastornos que aparecen en la fase siguiente; también, que
éstos habitualmente no desaparecen sin dejar puntos débiles en uno u otro campo, que
resultan importantes para la formación sintomática en la vida adulta. Pero no es en
modo alguno raro, incluso para síntomas bien establecidos como ]a evitación del objeto
fóbico, las precauciones obsesivas, las dificultades en la alimentación y el sueño, que
desaparezcan en el intervalo entre la consulta y la investigación del caso, simplemente
porque las ansiedades sobre las que están basadas se tornan insignificantes comparadas
con la amenaza que representa la investigación clínica. Por la misma razón, antes y
durante el tratamiento pueden presentarse con rapidez nuevas combinaciones de la
sintomatología manifiesta, lo que significa que las mejorías sintomáticas durante la
terapia son aun menos significativas que en los adultos.

En conjunto, la sintomatología de los individuos inmaduros es demasiado inestable para


poder fundamentar la evaluación.

El momento en que se juzga que los adultos necesitan tratamiento y se decide iniciarlo
está determinado por lo general por la intensidad del sufrimiento que provocan los
trastornos. En los niños, sin embargo, el factor del sufrimiento mental en sí .mismo no
es una indicación cierta de la presencia o ausencia de procesos patológicos o de su
severidad. Durante largo tiempo hemos estado familiarizados con el hecho de que los
niños sufren menos que los adultos por sus síntomas, probablemente con la única
excepción de los ataques de ansiedad, que experimentan con profunda intensidad.
Muchas otras manifestaciones patológicas, en especial las fóbicas y las obsesivas, son
más aptas para evitar el sufrimiento y el displacer que para causarlos, en tanto que las
concomitantes restricciones o interferencias con la vida ordinaria afectan a toda la
familia, y no como en el caso de los adultos, únicamente al paciente. Los caprichos
alimentarios, las restricciones neuróticas de la alimentación, los trastornos del sueño, el
apego excesivo, las pataletas perturban a la madre, pero el niño las considera sintónicas
con el yo siempre que pueda expresarlas libremente; cuando los padres interfieren, su
acción restrictiva y no el síntoma es culpado de originar el sufrimiento que padece.

El niño aún ignora con frecuencia su enuresis y encopresis nocturnas y niega su


humillante y desagradable naturaleza. Las inhibiciones neuróticas son generalmente
encaradas desentendiéndose por completo del campo afectado, es decir, con una
restricción del yo y en consecuencia con indiferencia hacia la perdida de placer que
determinan. Los niños con trastornos más serios, como aquéllos con deficiencias
mentales o morales, retardos, autismo o psicosis infantiles, están completamente ajenos
a su enfermedad y el mayor sufrimiento en estos casos corresponde, por supuesto, a los
padres.

Existe otra razón por la cual la presencia de sufrimiento no es en sí misma un indicador


confiable de enfermedad mental. Los niños sufren menos que los adultos por su
psicopatología, pero más ante otras tensiones a las que se hallan expuestos. En marcado
contraste con las creencias convencionales primeras, se acepta hoy en día que el
sufrimiento mental es un inevitable producto colateral de la dependencia del niño y de
los propios procesos normales del desarrollo. Los niños muy pequeños sufren
agudamente por cualquier demora, racionamiento y por las frustraciones impuestas a
sus necesidades corporales y a los derivados de los impulsos; sufren por la separación
de sus primeros objetos amados, cualquiera sea la razón que la determine; debido a
desilusiones reales o imaginarias. El sufrimiento intenso es causado naturalmente por
los celos y rivalidades que son inseparables de las experiencias del complejo de Edipo o
por las ansiedades que inevitablemente surgen en relación con el complejo de
castración, etc. Aun el niño más normal puede sentir una desdicha profunda por una
razón u otra, durante períodos cortos o largos, prácticamente durante cada día de su
vida. Esto es una reacción legítima cuan- do las emociones del niño y su sensitiva
apreciación de las impresiones y hechos externos se han desarrollado de manera
adecuada. Opuesto a lo que esperamos encontrar en los adultos es el niño complaciente
y resignado quien despierta nuestras sospechas de que están actuando en él procesos
anormales. La experiencia clínica demuestra que los niños que son demasiado "buenos",
es decir que aceptan sin protestas aun las condiciones extemas más desfavorables, se
comportan así debido a enfermedades somáticas, deficiencias en el desarrollo del yo o
porque son extremadamente pasivos con respecto a sus impulsos. La explicación de por
qué los niños se separan demasiado fácilmente de sus padres es quizá porque éstos han
fracasado para formar relaciones normales, sea por razones internas o externas. La
ausencia de tensión y ansiedad cuando se está amenazado de perder el cariño no es un
signo de salud y fortaleza en el niño; al contrario, es a menudo la primera indicación de
un retraimiento autista del mundo objetal. En etapas posteriores de la niñez, también
existen sentimientos de culpa y conflictos internos de manera legítima con la resultante
tensión, y que son signos indispensables del crecimiento normal progresivo. Cuando
están ausentes sospechamos serios retrasos en los procesos de identificación,
intemalización e introyección, es decir en la estructuración de la personalidad. El hecho
de que estos defectos se acompañen de una disminución de las tensiones internas no
significa, en modo alguno, una compensación.

Obviamente, debemos acostumbrarnos a la situación paradójica de que la


correspondencia entre la patología y el sufrimiento, la normalidad y la ecuanimidad,
como la observamos en los adultos, se encuentra invertida en los niños.

Repito un argumento sobre el que he insistido anteriormente (1945) cuando aconsejo a


los analistas no basar sus evaluaciones en el grado de empobrecimiento de la función, a
pesar de que éste es uno de los criterios más reveladores en la patología de los adultos.
En el niño no existe un nivel estable en el funcionamiento de ningún campo o en ningún
momento determinado; es decir, que no existen puntos de referencia sobre los cuales
basar la evaluación. Como ya hemos descripto en relación con las manifestaciones
regresivas, el nivel de la capacidad funcional del niño fluctúa de manera incesante.
Debido a las alteraciones producidas por el desarrollo y a los cambios en la intensidad
de las presiones internas y externas, las posiciones óptimas se alcanzan, se pierden y
restablecen repetidamente. Esta alternancia entre la progresión y la regresión es normal
y sus consecuencias son transitorias, aunque las consiguientes pérdidas de los logros y
de la eficiencia alcanzados, algunas veces pueden impresionar al observador como
ominosas En general, es conveniente insistir en que los niños en cualquier edad pueden
a veces manifestar una conducta por debajo de su nivel potencial sin que sean
clasificados automáticamente como "retrasados", "inhibidos" o "en regresión".

El diagnosticador de niños puede encontrar esta premisa fácil de cumplir, puesto que es
bastante difícil determinar cuáles son las áreas de las actividades que deben considerarse
significativas a este respecto. El juego, la libertad de producir fantasías, el rendimiento
escolar, la estabilidad de las relaciones objétales, la adaptación social, se han sugerido
por turno como aspectos vitales. No obstante, ninguno puede calificarse a la par de las
dos funciones vitales primordiales del adulto: su capacidad para llevar una vida sexual y
amorosa normal y su capacidad para trabajar. Como hemos sugerido anteriormente
(1945) existe sólo un factor en la niñez cuyo daño puede considerarse de suficiente
importancia en este sentido y nos referimos a su capacidad de avanzar en pasos
progresivos hasta que la maduración, el desarrollo en todos los campos de la
personalidad y la adaptación a la comunidad social hayan sido completados. Los
desequilibrios mentales pueden considerarse normales siempre y cuando estos procesos
vitales se conserven intactos; en cambio deben ser tomados seriamente tan pronto como
afecten al mismo desarrollo, sea con demora, con reversión o con parálisis completa.

LA EVALUACIÓN BASADA EN EL DESARROLLO Y SU SIGNIFICACIÓN

Resulta obvio, a la luz de los criterios señalados, que el analista de niños debe liberarse
de aquellas categorías diagnósticas rígidas, estáticas, descriptivas, o por otras razones,
ajenas a su campo de acción. Sólo así será capaz de examinar los cuadros clínicos con
una nueva orientación y de evaluarlos de acuerdo con su significación dentro de los
procesos del desarrollo. Esto significa que su atención debe tomar otros rumbos desde la
sintomatología del paciente hasta su posición en la escala del crecimiento, en relación
con el desarrollo de los impulsos, del yo y del superyó, la estructuración de la
personalidad (límites estables entre el ello, el yo y el superyó) y las formas de
funcionamiento (la progresión desde los procesos primarios del pensamiento hacia los
secundarios, del principio del placer al principio de la realidad), etc. El analista debe
preguntarse si el niño que examina ha alcanzado los niveles del desarrollo que son
apropiados para su edad; en qué aspectos los ha superado o está retrasado; si la
maduración y el desarrollo son procesos activos o hasta qué punto están afectados como
resultado de los trastornos del niño, si ha padecido regresiones y detenciones, y en este
caso hasta qué profundidad y a qué nivel.

Para encontrar las respuestas a estos interrogantes se necesita un esquema del desarrollo
normal promedio, en todos los aspectos, tal como lo hemos intentado en el capítulo
anterior Cuanto más completo sea el esquema, con mayor facilidad podrá evaluarse al
paciente individual en relación con la uniformidad o desnivel de la escala de progreso,
la armonía o disarmonía entre las líneas de desarrollo y la naturaleza transitoria o
permanente de las regresiones.

El desnivel en la progresión de los impulsos y del yo

En los casos en que el desarrollo cursa a diferentes velocidades en los distintos campos
de la personalidad esperamos que surjan consecuencias patológicas. Una de estas
eventualidades con la cual estamos familiarizados forma parte de la etiología de la
neurosis obsesiva, donde el desarrollo del yo y del superyó están acelerados, mientras
que el desarrollo de los impulsos es más lento por lo menos comparado con el anterior.

La incompatibilidad entre las exigencias morales y estéticas relativamente intensas del


superyó y las fantasías y derivados de los impulsos relativamente toscos conduce a
conflictos internos que a su vez ponen en movimiento la actividad de la defensa
obsesiva.

El caso opuesto, es decir, la disminución en la velocidad del desarrollo del yo y del


superyó- asociada al progreso normal o avanzado de los impulsos se observa al menos
con tanta frecuencia, si no más, en la práctica clínica de nuestros días y en parte es
responsable de muchos de los cuadros clínicos atípicos, manifestaciones limítrofes, etc.
Cuando el yo y el superyó son inmaduros comparados con los niveles de la actividad de
los impulsos, no existen relaciones objétales emocionales adecuadas, ni pronunciado
interés social y moral como para contener y controlar los componentes pregenitales y
agresivos de los impulsos. En su desarrollo sexual, estos niños alcanzan el nivel sádico-
anal sin la suficiente maduración del yo para convertir y neutralizar las tendencias
pregenitales, que pertenecen a esta fase, en valiosas contribuciones para la formación
del carácter, es decir, en las correspondientes formaciones reactivas y sublimaciones. O
bien, alcanzan el nivel fálico sin desarrollar simultáneamente las relaciones objétales
determinadas por el yo, que normalmente organizan las tendencias fálicas desunidas en
el cuadro coherente del complejo de Edipo. O bien, alcanzan la madurez física en la
adolescencia antes de que el yo esté preparado para la relación emocional genital que
concede significación psíquica al acto sexual, etcétera.

En suma, mientras que el desarrollo acelerado del yo conduce a aumentar los conflictos,
a formar síntomas neuróticos y al carácter obsesivo, el desarrollo acelerado de los
impulsos produce pérdida de control de situaciones referentes al sexo y la agresión,
integración insuficiente de la personalidad y personalidades impulsivas (Michaels,
1955).

La desarmonía entre las líneas del desarrollo

Como indicamos más arriba, no esperamos que el niño demuestre una pauta muy
regular en su crecimiento y estamos dispuestos a hacer concesiones si su nivel de
desarrollo es más avanzado en un campo de su vida que en otro. La desarmonía entre las
líneas del desarrollo se convierte en un agente patógeno sólo cuando el desequilibrio de
la personalidad es excesivo.

En este caso, los niños ingresan al servicio diagnóstico con una larga lista de quejas
provenientes del hogar o de la escuela. Son los niños "problemas"; su propio trastorno
perturba a los demás; no aceptan las normas de la comunidad y en consecuencia no se
adaptan a ningún tipo de vida comunitaria.

La investigación clínica confirma que estos niños no pertenecen a ninguna de las


categorías diagnósticas comúnmente aplicadas. Una forma de aproximarse a la
comprensión de su anormalidad es utilizar las distintas fases de las variadas líneas del
desarrollo como una escala aproximada de valores.

Así, nos encontramos que cada nivel de su progreso está desproporcionado con respecto
a los otros. Los ejemplos más instructivos, en este sentido, son los niños con cocientes
de inteligencia verbal excepcionalmente altos y al mismo tiempo con niveles de
rendimiento extremadamente bajos, como es bastante habitual (despertando la sospecha
de lesión orgánica), pero también con un retraso excepcional en las líneas de madurez
emocional, de compañerismo, de manejo corporal. La distorsión resultante de su
conducta es alarmante, en particular en campos tales como el acting out de las
tendencias sexuales y agresivas, la profusión de fantasías organizadas, la racionalización
inteligente de las actitudes delincuentes y la pérdida de control sobre las tendencias
anales y uretrales. Estos casos se clasifican, en la forma corriente, como "limítrofes" o
"prepsicóticos".

Otra combinación bastante frecuente es la incapacidad del niño para alcanzar las fases
finales en la línea desde el juego al trabajo, mientras que el desarrollo emocional y
social, el manejo corporal, etc., se encuentran intactos y, en lo que a ello se refiere, el
niño manifiesta un nivel adecuado a su yo. Estos niños concurren a las clínicas por sus
fracasos escolares, a pesar de su inteligencia normal. En el examen diagnóstico habitual
no es fácil establecer los pasos específicos en la interacción del ello y el yo que no han
podido lograr, a menos que los examinemos para buscar los requisitos previos de una
actitud correcta para el trabajo, tales como el control y la modificación de los
componentes de los impulsos pregenitales; el funcionamiento relacionado con el
principio de la realidad y el placer en los resultados finales de la actividad. Algunas
veces todo o un aspecto u otro están ausentes. Desde el punto de vista descriptivo, estos
niños generalmente se clasifican como "incapaces de concentrarse", con una "amplitud
breve de la atención" o "inhibidos".

Las regresiones permanentes y sus consecuencias

Como señalamos anteriormente (.capítulo III), la regresión cesa como factor beneficioso
en el desarrollo si sus resultados se vuelven permanentes, en vez de ser
espontáneamente reversibles. En este caso, los distintos componentes de la estructura
(ello, yo y superyó) deben relacionarse entre sí con nuevos términos, basados en el daño
determinado por la regresión. Son estos efectos posteriores de la regresión los que
originan las repercusiones más lesivas sobre la personalidad y que deben considerarse
en su rol de agentes patógenos.

Las regresiones permanentes, igual que las transitorias, pueden tener su punto de partida
en cualquier campo de la personalidad.

Una de las posibilidades es que el .movimiento regresivo comience en el yo y el


superyó y los reduzca a un nivel inferior de funcionamiento y que secundariamente el
daño se extienda hasta los derivados del ello. El yo y el superyó, cuando regresan,
tienen menos poder de control que se manifiesta en un debilitamiento de la "censura", es
decir, en la línea divisoria entre el ello y el yo y la eficiencia general de las defensas
yoicas. Los resultados son una conducta impulsiva, afloramiento de las tendencias
agresivas y los afectos, hiatos frecuentes en el control del ello, irrupciones de elementos
irracionales en la mente consciente del niño y en la conducta racional anterior. Para los
padres, estos son hechos alarmantes que modifican en gran medida el carácter del niño
sin que se conozca una razón aparente. En la investigación clínica el deterioro puede
rastrearse hasta encontrar la presión excesiva a la que fueron sometidos el yo y el
superyó, tales como un shock traumático, hechos internos o externos que producen
ansiedad, separaciones, desilusiones severas con el amor objetal del niño y con sus
objetos de identificación, etc. (Jacobson, 1946.)

La otra posibilidad es que la regresión comience en los derivados del ello y que su
influencia patógena se extienda en dirección contraria. En este caso, el yo y el superyó
están afectados en una de las dos formas posibles, dependiendo de si aceptan la
actividad inferior de los impulsos o sí la objetan.

En las entidades clínicas que pertenecen al primer caso, el yo y el superyó sucumben a


la presión regresiva ejercida por los hechos en el campo de los impulsos y reaccionan
con su propia regresión, es decir, con una disminución de sus normas y exigencias. De
este modo, se evita el conflicto interno entre el ello y el yo, y los instintos permanecen
sintónícos con el yo. Por otra parte, está afectada la personalidad total del niño y
reducido el nivel global de maduración, circunstancia que conduce a muchas formas
problemáticas de conducta infantil atípica, delincuente y limitrofe. En el aspecto clínico,
los trastornos resultantes dependen de la intensidad de los movimientos regresivos en
ambos terrenos, de los componentes particulares de los impulsos o las funciones del yo
y del superyó que están afectadas y, finalmente, de las nuevas formas de interacción
entre el ello y el yo en el nivel en que el proceso regresivo se haya detenido.

Debido a la comparativa debilidad e inmadurez del yo infantil, la extensión de la


regresión hacia ambos campos de la personalidad es más característica de la niñez que
de la edad adulta, aunque no está por completo ausente en esta última.

El segundo caso se refiere a aquellos niños cuyos yo y superyó están mejor organizados
desde una temprana edad en adelante y que son capaces de mantenerse firmes en
presencia de la regresión de los impulsos. En muchos sentidos, sus funciones han
alcanzado el estado que designamos, con Hartmann (1950), autonomía secundaria del
yo, es decir un grado de independencia de los hechos que se producen en el ello. En
lugar de aceptar las crudas fantasías e impulsos sexuales y agresivos que aparecen en la
mente consciente después que la energía de los impulsos ha regresado a los puntos de
fijación, estos niños se horrorizan de ellas, las rechazan con ansiedad bajo la presión de
esta ansiedad utilizan primero los variados mecanismos de defensa y si fracasan,
recurren a la formación de compromisos y síntomas. En suma, desarrollan conflictos
internos que conducen a los cuadros familiares de las distintas neurosis infantiles. La
histeria de ansiedad, las fobias, el pavor nocturno, las obsesiones, los rituales, los
ceremoniales a la hora de acostarse, las inhibiciones y las neurosis del carácter
pertenecen a esta categoría diagnóstica.

La diferencia entre la regresión de los impulsos sintónica con el yo y la regresión


distónica con el yo está mejor ilustrada con referencia a las regresiones desde la fase
fálica a la sádico-anal, típica en los varones en el momento cumbre de su temor a la
castración motivado por el complejo de Edipo.

Los niños en quienes la regresión del yo y del superyó se presenta inmediatamente


después de la regresión de los impulsos, se vuelven en este momento más sucios o más
agresivos, o más apegados y posesivos, o más pasivo-femeninos en su conducta, o
exhiben una combinación de estos variados atributos que están incluidos en la
sexualidad de la fase anal. En estos pacientes es característico que no les importe
retornar a las actitudes que ya habían superado.

Aquellos otros niños cuyos productos del yo son tan poderosos como para resistir la
regresión y que reaccionan con típica ansiedad, culpabilidad y actividad defensiva no
desarrollan los mismos síntomas o rasgos del carácter en todos los casos, pero sí una
variedad de ellos, de acuerdo con los elementos específicos áe los impulsos, a "los
cuajes oponen tuertes objeciones. Cuando las tendencias a la suciedad, sádicas y
pasivas, son rechazadas por el yo y el superyó con igual intensidad, la defensa se
extiende sobre todo el campo y la sintomatología es profusa. Cuando sólo uno u otro es
seleccionado, los síntomas estarán restringidos a una tendencia a la limpieza excesiva,
temor a la polución, compulsión de lavarse las manos, o bien a la inhibición de la
actividad y competencia, al temor de transformarse en mujer, o a estallidos
compensadores de agresividad masculina, etc. En todo caso, el resultado es
indiscutiblemente neurótico, sea como síntomas obsesivos aislados o comienzos de la
formación de un carácter obsesivo.

También es cierto que en estos casos el yo está finalmente afectado por la regresión y se
torna más infantil, pero esto es un hecho secundario debido a mecanismos primitivos de
defensa tales como la negación, el pensamiento mágico, el aislamiento, la anulación
(hacer y deshacer) que se ponen en acción además de las represiones y formaciones
reactivas más adecuadas al yo. También esta regresión está limitada a las funciones
yoicas. Con respecto al nivel y severidad del ideal del yo y de las exigencias del
superyó, no hay movimientos regresivos; al contrario, el yo continúa realizando los
esfuerzos más extraordinarios para satisfacerlas.

LA EVALUACIÓN POR MEDIO DEL TIPO DE ANSIEDAD Y DE CONFLICTO

En el curso del crecimiento normal cada niño atraviesa una serie de pasos que conducen
desde el estado inicial de comparativa indiferenciación hasta la estructuración completa
final de la personalidad en el ello, el yo y el superyó. La división entre el ello y el yo,
con los diferentes tipos de funcionamiento y los diversos objetivos e intereses válidos
para cada uno, se continúa por la división dentro del yo, después de la cual el superyó,
el ideal del yo y el ideal del sí mismo asumen el papel de guías y críticos de los
pensamientos y acciones del yo. La integridad o el daño del crecimiento a este respecto
y la posición exacta del niño en esta línea vital del desarrollo se revelan al examinador
por medio de dos tipos de manifestaciones evidentes: por la naturaleza de los conflictos
del niño y por el tipo prevalente de sus ansiedades.

Con respecto a los conflictos hay tres posibilidades primordiales. La primera consiste en
que el niño y el ambiente tienen propósitos contrarios, lo que sucede cuando bajo los
dictados del principio del placer, el yo del niño se pone del lado del ello en la
prosecución de la necesidad, de los impulsos y la realización del deseo, mientras que el ,
control de los derivados del ello está reservado al mundo exterior. Este es un estado
legítimo en la niñez temprana antes de que el ello y el yo se hayan separado
decisivamente el uno del otro, pero se considera como "infantil" si persiste en edades
posteriores o si el niño regresa a esta situación. Las ansiedades coordinadas con este
estado y características desde el punto de vista diagnóstico, son provocadas por el
mundo exterior y adoptan diferentes formas de acuerdo con una secuencia cronológica
que se desarrolla en la forma siguiente: temor de ser aniquilado como consecuencia de
la pérdida del objeto que lo cuida (es decir, angustia de separación durante el período de
unidad biológica con la madre); temor de la pérdida del amor del objeto (después de
haber alcanzado el estadio de la constancia objetal); temor de ser criticado y castigado
por el objeto (durante la fase anal-sádica cuando este temor está reforzado por la
proyección de la propia agresión infantil); temores de castración (durante el período
fálico-edípico).

El segundo tipo de conflicto se establece después de identificarse con las fuerzas


externas y de la introyección de su autoridad en el superyó. La razón de este choque
puede ser la misma que ya hemos señalado, es decir, perseguir la realización de
impulsos y deseos, pero el desacuerdo se produce ahora internamente entre el yo y el
superyó. Con respecto a las ansiedades, este choque se manifiesta a través del miedo del
superyó, es decir, de sentimientos de culpa. Para el diagnosticador la aparición de
sentimientos de culpa es un signo indudable de que ya se ha hecho un avance
extremadamente importante en la estructuración, es decir, el establecimiento de un
superyó operante.

Es característico del tercer tipo de conflicto que las condiciones externas no tengan
influencia sobre ellos, bien directamente, como en el primer tipo, o indirectamente,
como en el segundo. Esta clase de choques se deriva exclusivamente de las relaciones
entre el ello y el yo y de las diferencias intrínsecas entre sus organizaciones. Los
representantes de los impulsos y los afectos de cualidades opuestas, tales como el amor
y el odio, la actividad y la pasividad, las tendencias masculinas y femeninas, conviven
pacíficamente en el ello mientras el yo es inmaduro. Pero se tornan incompatibles y se
convierten en una fuente de conflictos tan pronto como la función sintética del yo en
proceso de maduración empieza a operar sobre ellos. Por otra parte, todo aumento en la
urgencia de los impulsos es experimentada por el yo inmaduro como una amenaza a su
organización y como tal da origen a conflictos, que siendo de carácter interno provocan
gran ansiedad en el niño; pero en contraste con el temor y la culpa, esta ansiedad
permanece en las profundidades y no puede identificarse con certeza en la base
diagnóstica sino sólo durante el análisis.

La clasificación de los conflictos en externos, internalizados y verdaderamente internos


contribuye a crear una escala en cuanto al orden de gravedad de los trastornos infantiles
que están basados, esencialmente, en conflictos. En lo que concierne a la terapia
también contribuye a explicar por qué algunos casos mejoran con el tratamiento de las
condiciones ambientales (aquellos basados en conflictos externos); por qué otros son
accesibles solamente a la intervención interna pero no necesitan más que períodos
promedios de análisis (conflictos internalizados); mientras que un cierto número de
niños requieren tratamiento analítico intenso durante un período prolongado y se
presentan al analista con dificultades excesivas (verdaderos conflictos internos). (Véase
S. Freud, 1937.)

LA EVALUACIÓN POR MEDIO DE CARACTERÍSTICAS GENERALES

El analista de niños que tiene la tarea de evaluar el significado de los trastornos


infantiles también debe dar su opinión con respecto a las perspectivas futuras de su
salud o enfermedad mental. Este pronóstico se basa no sólo en los detalles del trastorno
infantil existente sino también en ciertas características generales de la personalidad que
juegan un papel esencial en el mantenimiento del equilibrio interno. Estas características
son una parte integrante de la constitución individual, es decir, ellas son innatas o
adquiridas bajo la influencia de las primeras experiencias del infante. Puesto que el yo
es el encargado de mediar en sí mismo, y entre el yo y el medio, estos rasgos son en su
mayor parte características del yo. Estos factores estabilizadores se refieren a una alta
tolerancia para las frustraciones; un buen potencial para sublimar; modos efectivos de
enfrentar la ansiedad; y una fuerte pulsión a completar el desarrollo.

La tolerancia de frustraciones y el potencial de sublimación

La experiencia demuestra que la perspectiva del niño de mantener su salud mental está
estrechamente ligada con su reacción al displacer liberada cuando los derivados de los
impulsos permanecen insatisfechos. Los niños varían mucho a este respecto,
aparentemente desde el comienzo. Algunos no pueden tolerar ninguna demora o
disminución en la satisfacción de sus necesidades y su protesta consiste en impaciencia,
hostilidad e infelicidad; insisten en la satisfacción inmodificada del deseo original y
rechazan todas las satisfacciones sustitutivas o comprometidas con la necesidad. Por lo
general, esto se observa primero en la alimentación pero se extiende también a las fases
posteriores como una respuesta habitual a toda contrariedad de sus deseos. En contraste,
otros niños toleran las mismas cantidades de frustración con comparativa ecuanimidad o
reducen de manera sistemática, cualquier tensión que experimentan, aceptando
gratificaciones sustituías. Este tipo de respuesta se lleva a cabo desde las fases más
tempranas a las posteriores.

Obviamente, el primer grupo es el que está en peligro. Las cantidades no disminuidas de


tensión y ansiedad con que su yo debe luchar se mantienen bajo un control muy precario
por medio de defensas primitivas tales como la negación y la proyección, o se descargan
periódicamente en forma de estallidos caóticos de malhumor. Hay una distancia muy
corta entre estos mecanismos y la patología, es decir, la producción de síntomas
neuróticos, delictivos o perversos.

Los niños del segundo grupo permanecen normales bajo las mismas condiciones, o
encuentran alivio a través del saludable desplazamiento y neutralización de la energía de
los impulsos que dirigen hacia fines aceptables. No existe la menor duda que esta
capacidad para sublimar actúa como una valiosa salvaguardia para su salud mental.

El control de la ansiedad

Hay poca diferencia entre los niños con respecto al tipo de ansiedad que experimentan,
pues, como mencionamos anteriormente, son productos secundarios invariables de las
fases consecutivas de la unión biológica con la madre (angustia de separación) ; de la de
relaciones objétales (miedo a la pérdida del cariño objetal); del complejo de Edipo
(angustia de castración) ; de la formación del superyó (culpabilidad). No es la presencia
o la ausencia, la calidad, ni aun la cantidad de la ansiedad lo que permite pronosticar la
futura salud o enfermedad mental; lo realmente significativo a este respecto es sólo la
capacidad del yo para enfrentar la ansiedad. Aquí, las diferencias entre un individuo y
otro son muy pronunciadas y la oportunidad de mantener el equilibrio mental varía de
acuerdo con esta disposición,

Si las demás circunstancias son iguales, los niños que están más predispuestos a ser
víctimas de trastornos neuróticos en etapas posteriores son aquéllos incapaces de tolerar
cantidades moderadas de ansiedad. En este caso, se ven forzados a negar y reprimir
todos los peligros externos e internos que son fuentes potenciales de ansiedad, o
proyectar los peligros internos hacia el mundo exterior, lo que hace a este último mucho
más temible, o retirarse fóbicamente de las situaciones de peligro para evitar los ataques
de ansiedad. En suma, estos niños establecen una pauta para la vida posterior en la que
la liberación de la ansiedad manifiesta debe mantenerse a cualquier precio, y esto se
logra por medio de actitudes defensivas constantes que favorecen resultados
patológicos.

Los niños con posibilidades favorables de salud mental son aquellos que se enfrentan
con las mismas situaciones peligrosas de manera activa por medio de los recursos del yo
tales como la comprensión intelectual, el razonamiento lógico, el cambio de las
circunstancias externas, los contraataques agresivos: los que tratan de dominar la
situación en vez de retirarse. Puesto que así pueden enfrentarse con grandes cantidades
de ansiedad, en consecuencia pueden prescindir del exceso de actividades defensivas,
formaciones de compromiso y sintomatología. (Este dominio activo de la ansiedad no
debe confundirse con las bien conocidas tendencias contrafóbicas del niño. En el
primer caso, el yo se enfrenta directa y saludablemente con el peligro mismo,
mientras que en el segundo caso, el yo se defiende secundariamente contra las
actitudes fóbicas establecidas.
El control activo de la ansiedad fue descripto de manera muy efectiva por O.
Isakower en un informe verbal acerca de un niño atemorizado que expresó con
envidia: "Aun los soldados tienen miedo; pero ellos tienen suerte porque no les
importa".)

Las tendencias regresivas y progresivas

Mientras que en todos los niños existen fuerzas tanto regresivas como progresivas como
elementos legítimos del desarrollo, la proporción de la intensidad entre ambas varía de
uno a otro individuo. Existen niños para los cuales, desde muy temprano, toda
experiencia nueva mantiene la promesa de placer, sea probar gustos y consistencias
nuevos en la comida; sea el avance de la dependencia hacia la independencia en la
motricidad; sea el distanciamiento de la madre hacia nuevas aventuras, juguetes,
compañeros; o el avance desde el hogar hacia el jardín de infantes, la escuela, etc. Sus
vidas están dominadas por los deseos de ser "grande", de "hacer lo mismo que los
adultos", y la realización parcial normal de esos deseos los compensa de las dificultades,
las frustraciones y las desilusiones habituales que encuentran en su camino. Los niños
del tipo opuesto experimentan el proceso de crecimiento en todos los niveles cerno una
privación de las formas previas de gratificación. No se destetan de manera espontánea,
como sería lo adecuado para su edad, sino que se apegan al pecho materno o al biberón
y convierten este paso en un hecho traumático; temen las consecuencias de ser mayores,
de aventurarse, de conocer gente extraña y, más tarde, de asumir responsabilidades,
etcétera.
La distinción clínica entre los dos tipos se establece mejor por la observación de las
reacciones infantiles con relación a alguna experiencia importante tal como la
enfermedad somática, el nacimiento de un hermano, etc. Cuando las tendencias
progresivas sobrepasan las regresivas, el niño responde a períodos prolongados de
enfermedad con un aumento en la madurez del yo, o responde al nacimiento de un bebé
en la familia reclamando para sí la posición y los privilegios del hermano o hermana
"mayor". Cuando la regresión es más fuerte que la progresión, las enfermedades
somáticas hacen al niño más infantil y el nacimiento de un hermano se convierte en una
razón para abandonar sus logros y desear para sí el estado de bebé.

El predominio de las tendencias, sean progresivas o regresivas, como un rasgo general


de la personalidad, influye en el mantenimiento de la salud mental y, en consecuencia,
tiene valor pronóstico. Los beneficios del placer que experimentan con el crecimiento,
el desarrollo y la adaptación ayudan a los niños del primer grupo. Los niños del segundo
tipo están más expuestos a detenciones en los puntos de transición entre los distintos
niveles del desarrollo, en especial a establecer puntos de fijación, a sufrir de
desequilibrio emocional y a refugiarse en la formación de síntomas.

UN PERFIL METAPSICOLOGICO DEL NIÑO

La investigación durante el proceso de evaluación produce una gran cantidad de


información constituida por datos de diverso valor y que se refieren a campos y capas
diferentes de la personalidad infantil: orgánica y psíquica, ambiental, elementos
congénitos e históricos; hechos traumáticos y beneficiosos; desarrollo pasado y
presente; conducta y logros personales; éxitos y fracasos; defensa y sintomatología, etc.
Aunque todos los datos que se recogen merecen una cuidadosa investigación,
incluyendo la verificación o la corrección posterior durante el tratamiento, es básico
para el pensamiento analítico que el valor de los distintos ítems de información
obtenidos no debe ser juzgado de manera independiente, es decir, que cada uno se
relacione con el conjunto al que pertenece. Los factores hereditarios dependen para su
impacto patógeno de las influencias accidentales con las que interactúan. Los defectos
orgánicos como las anomalías congénitas, la ceguera, etc., dan lugar a las más variadas
consecuencias psicológicas de acuerdo con las circunstancias del ambiente y los
recursos mentales del niño. La ansiedad, como ya fuera descripto, no puede evaluarse
suficientemente sobre la base de la calidad o la cantidad, desde que su impacto patógeno
depende de los mecanismos o la capacidad para enfrentarla (Murphy, 1964) y de los
recursos defensivos del yo. El mal genio del niño y sus acciones irracionales deben
examinarse en relación con las pautas de conducta de la familia, y la evaluación de los
casos en que el niño desarrolló estas formas de conducta de manera independiente debe
diferir de aquellos casos en que las ha adoptado por imitación e identificación. Los
hechos traumáticos no deben evaluarse superficialmente, sino traducirse en su
significado específico en cada caso. Los atributos tales como el heroísmo o la cobardía,
la generosidad o la avaricia, la racionalidad o la irracionalidad deben comprenderse de
manera diferenciada en los distintos individuos, y juzgarse a la luz de sus raíces
genéticas, de su fase y edad de adecuación, etc. Por consiguiente, cualquiera de estos
elementos obtenidos aunque idénticos en nombre pueden ser totalmente diferentes en su
significado en un marco personal distinto. De la misma manera que estas variables no se
prestan para comparaciones con otras supuestamente idénticas en otros individuos,
tampoco ofrecen una base confiable para la evaluación diagnóstica cuando se examinan
fuera del contexto al que pertenecen, es decir, sin relacionarlas con otros campos de la
estructura de la personalidad.

En la mente del analista todo el material recogido durante el procedimiento diagnóstico


se organiza en lo que podemos llamar un perfil metapsicológico comprensible del niño,
es decir, un cuadro que contiene datos de naturaleza dinámica, genética, económica,
estructural y de adaptación. Esto puede considerarse como el esfuerzo sintético del
analista cuando analiza hallazgos muy discordes, o también demuestra su pensamiento
diagnóstico separado analíticamente en sus distintos componentes.

Este tipo de perfiles puede dibujarse en distintos momentos, es decir, después del primer
contacto entre el niño y la clínica (fase del diagnóstico preliminar), durante el análisis
(fase del tratamiento) y después de finalizado el análisis o el control de seguimiento
(fase terminal). Entonces, el perfil sirve no sólo como un instrumento para completar y
verificar el diagnóstico sino también para evaluar los resultados del tratamiento, es
decir, para controlar la eficacia del tratamiento psicoanalítico.

En la fase diagnóstica, el perfil de cada caso debe comenzar con el síntoma que motivó
la consulta, su descripción, su historia y antecedentes familiares y una enumeración 'de
las influencias ambientales posiblemente significativas. Desde allí avanza hacia el
cuadro interno del niño que contiene información acerca de la estructura de su
personalidad; las interacciones dinámicas dentro de la estructura; algunos factores
económicos que conciernen a la actividad de los impulsos y la intensidad relativa de las
fuerzas del ello y del yo; su adaptación a la realidad, y algunas hipótesis de naturaleza
genética (que deben verificarse durante y después del tratamiento). Entonces, dividido
en ítems, un perfil individual puede consistir en:
Esquema del perfil diagnóstico

I. MOTIVO DE CONSULTA (Detención del desarrollo, problemas de conducta,


ansiedades, inhibiciones, síntomas, etc.).

II. DESCRIPCIÓN DEL NIÑO (Apariencia personal, actitud, maneras, etc.).

III. ANTECEDENTES FAMILIARES E HISTORIA PERSONAL.

IV. POSIBLES INFLUENCIAS AMBIENTALES SIGNIFICATIVAS.

V. EVALUACIÓN DEL DESARROLLO.

A. Desarrollo de los impulsos

1. Libido - Examinar y describir

a) en relación con la .fase del desarrollo:

si en la secuencia de las fases libidinales (oral, anal, fálica, latencia, preadolescencia,


adolescencia) el niño ha alcanzado la adecuada a su edad y especialmente más allá del
nivel anal hasta el fálico; si el nivel más alto alcanzado es el dominante; si en el
momento de la evaluación, este nivel más alto se mantiene o ha sido abandonado de
manera regresiva por otro anterior;

b) en relación con la distribución de la libido:

si el yo se encuentra catectizado lo mismo que el mundo objetal y si existe suficiente


narcisismo (primario y secundario, investido en el cuerpo, el yo o el superyó) para
asegurar su respeto de sí mismo, su autoestima, un sentido de bienestar sin llegar a una
sobreestimación de sí mismo, indebida independencia objetal, etc.; describir el grado de
dependencia de la propia estimación de las relaciones objétales;

c) en relación con la libido objetal:

si en el nivel y calidad de las relaciones objétales (narcisista, anaclítica, constancia


objetal, preedípica, edípica, postedípica, adolescente) ,el niño ha progresado de acuerdo
con su edad; si en el momento de la evaluación, el nivel más alto alcanzado se mantiene
o ha sido abandonado regresivamente; si las relaciones objétales existentes se
corresponden con el nivel mantenido o en regresión de la fase de desarrollo.

2. Agresión - Examinar las expresiones agresivas que .se encuentran a la disposición del
niño:

a) de acuerdo con su cantidad, es decir, presencia o ausencia en el cuadro manifiesto;

b) de acuerdo con su calidad, es decir, la correspondencia con el nivel del desarrollo de


la libido;
c) de acuerdo con su dirección, hacia el mundo objetal o hacia el propio yo.

B. El desarrollo del yo y del superyó

a) Examinar y describir la normalidad o las deficiencias del aparato del yo, que sirven a
la percepción, la memoria, la motricidad, etcétera;

b) examinar y describir en detalle la normalidad o anormalidad de las funciones del yo


(memoria, prueba de la realidad, síntesis, control de la motricidad, el habla, los procesos
secundarios del pensamiento). Investigar especialmente deficiencias primarias. Anotar
la falta de uniformidad en los niveles alcanzados. Incluir los resultados de los tests de
inteligencia.

c) examinar en detalle el estado de la organización de las defensas y considerar: si la


defensa es empleada específicamente contra los impulsos libidinales (que deben
identificarse) o, por lo general, contra la actividad de los impulsos y el placer instintivo
como tal; si las defensas son adecuadas a la edad, demasiado primitivas o demasiado
precoces; si la defensa está equilibrada, es decir, si el yo tiene a su disposición muchos
mecanismos importantes o si está restringido a utilizar unos pocos de manera excesiva;
si la defensa es efectiva, especialmente en el control de la ansiedad, si ello resulta en
equilibrio o desequilibrio, labilidad, movilidad o paralización dentro de la estructura; si
las defensas del niño contra los impulsos dependen, y hasta qué punto, del mundo
objetal, o son independientes del mismo (desarrollo del superyó).

d) anotar toda interferencia secundaria en la actividad detensiva con los logros del yo, es
decir, el precio pagado por el individuo para mantener la organización defensiva. (La
interacción del desarrollo de los imp-ilsos con el desarrollo del yo y el superyó pueden
evaluarse por medio de las líneas del desarrollo (véase el capítulo III) lo cual nos da
una idea de qué manera la personalidad total reacciona ante cualquiera de las
situaciones vitales que plantean para el niño un problema de control inmediato. Esto
puede hacerse dentro del ámbito del perfil (como Parte v.c.) o como un
complemento.)

VI. EVALUACIONES GENÉTICAS (las regresiones y los puntos de fijación)

Desde que presumimos que las neurosis infantiles (y algunos trastornos psicóticos de
los niños) se inician en las regresiones de la libido hacia los puntos de fijación en los
niveles anteriores, la localización de estos puntos problemáticos en la historia del niño
es uno de los intereses vitales del examinador. Durante el diagnóstico inicial se delatan
los campos siguientes:

a) por ciertas formas de conducto manifiesta que son características de determinados


niños y que permiten arribar a ciertas conclusiones con respecto a los procesos
subyacentes al ello que han sufrido represiones y modificaciones pero que han dejado
una huella inconfundible. El mejor ejemplo lo constituye el carácter obsesivo
manifiesto, en donde la limpieza, el orden, la puntualidad. la acumulación de obietos,
las dudas, las indecisiones, etc., revelan las dificultades especiales experimentadas por
el niño cuando luchaba con los impulsos de la fase sádico-anal, es decir una fijación a
esa fase. De manera similar, otros rasgos del carácter o actitudes evidencian los puntos
de fijación en otros niveles o en Otros campos. (La preocupación por la salud o
seguridad de los padres y hermanos demuestra dificultades especiales para enfrentar
deseos de muerte de la infancia; el temor a las medicinas, los caprichos alimentarios,
etc., señalan la defensa contra las fantasías orales; la timidez, la defensa contra el
exhibicionismo; la añoranza por el hogar a la ambivalencia no resuelta, etcétera);

b) por la actividad de las fantasías del niño, algunas veces manifestadas accidentalmente
durante el procedimiento diagnóstico, por lo común accesibles sólo por medio de los
tests de personalidad. (Durante el análisis, las fantasías conscfentes e inconscientes
proporcionan, por supuesto, la información más completa acerca de las partes
importantes desde el punto de vista patógeno de la historia de su desarrollo);

c) por aquellos ítems en la sintomatología donde las relaciones entre la superficie y lo


profundo están firmemente establecidas, sin posibilidad de variación, y familiares al
examinador, como los síntomas de las neurosis obsesivas con sus puntos de fijación
conocidos. En contraste, síntomas tales como la mentira, el hurto, la enuresis nocturna,
etc., con su etiología múltiple, no suministran información genética durante la etapa
diagnóstica.

VII. EVALUACIONES DINÁMICAS Y ESTRUCTURALES (conflictos)

La conducta es gobernada por el juego de fuerzas internas y externas o de las fuerzas


internas (conscientes o inconscientes) entre sí, es decir, por el desenlace de los
conflictos. Los conflictos deben examinarse y clasificarse en cada caso
como:

a) conflictos externos entre las acciones del ello-yo y el mundo objetal (creando un
temor del mundo objetal);

b) conflictos internalizados entre el yo-superyó y el ello después que las acciones del yo
han hecho. suyas las exigencias del mundo objetal y las representan para el ello
(provocando sentimientos de culpa);

c) conflictos internos entre impulsos insuficientemente fusionados o sus representantes


incompatibles (tales como ambivalencia no resuelta, actividad y pasividad,
masculinidad y feminidad, etcétera).

De acuerdo con el predominio de cualquiera de estos tres tipos es posible arribar a la


evaluación de:

1. el nivel de madurez, es decir, la independencia relativa de la estructura de la


personalidad del niño;
2. la severidad de sus trastornos;
3. la intensidad de la terapia necesaria para lograr la mejoría o la remisión de las
alteraciones.

VIII. EVALUACIÓN DE ALGUNAS CARACTERÍSTICAS GENERALES


La personalidad total del niño debe examinarse también para conocer ciertas
características generales que son de probable valor pronóstico de la recuperación
espontánea y de reacción al tratamiento. Examinar en este sentido los campos
siguientes:

a) la tolerancia a las frustraciones. Cuando (con respecto a la edad) la tolerancia para la


tensión y la frustración es excesivamente baja, se originará más ansiedad que la que se
puede enfrentar y la secuencia patológica de la regresión, la actividad defensiva y la
formación de síntomas será puesta en marcha con mayor facilidad. Cuando la tolerancia
a la frustración es alta, el equilibrio se mantendrá o recobrará con mayor facilidad;

b) el potencial de sublimación del niño. Los individuos difieren ampliamente en el


grado en que las gratificaciones desplazadas, con fines inhibidos y neutralizadas pueden
recompensarlos por la realización frustrada de los impulsos. La aceptación de estos
primeros tipos de gratificación (o la liberación del potencial de sublimación durante el
tratamiento) puede reducir la necesidad de soluciones patológicas;

c) la actitud general del niño hacia la ansiedad. Examinar hasta qué punto las defensas
del niño contra el temor del mundo externo y la ansiedad provocada por el inundo
interior están basadas exclusivamente en medidas fóbicas y en contracatexis que están
estrechamente relacionados con la patología; y hasta qué punto existe una tendencia a
dominar activamente las situaciones de peligro externas e internas, lo que constituye un
signo de una estructura del yo básicamente saludable y bien equilibrada;

d) fuerzas progresivas del desarrollo contra las tendencias regresivas. Ambas se


encuentran normalmente presentes en la personalidad inmadura. Cuando la primera
sobrepasa a la segunda, las perspectivas de normalidad y recuperación espontánea están
aumentadas; la formación de síntomas es de carácter más transitorio ya que los
movimientos pronunciados hacia el nivel siguiente del desarrollo alteran el equilibrio de
las fuerzas internas. Cuando las tendencias regresivas predominan, las resistencias
contra el tratamiento y la terquedad de las soluciones patológicas serán más
formidables. Las relaciones económicas entre las dos tendencias pueden deducirse al
observar la lucha del niño entre el deseo activo de crecer y su resistencia a renunciar a
los placeres pasivos de la infancia.

IX. DIAGNÓSTICO

Finalmente, es tarea del examinador integrar los ítems mencionados más arriba y
combinarlos en una evaluación clínica significativa. Tendrá entonces que decidir entre
una serie de posibles categorías como las siguientes:

1. que, a pesar de los trastornos manifiestos de la conducta diaria, el crecimiento de la


personalidad del niño es esencialmente saludable y cae dentro de la amplia gama de las
"variaciones de lo normal";

2. que las formaciones patológicas existentes (síntomas) son de naturaleza transitoria y


pueden clasificarse como productos secundarios de las tensiones del crecimiento;
3. que existen regresiones permanentes de los impulsos hacia puntos de fijación
previamente establecidos que conducen a conflictos de tipo neurótico y dan lugar a las
neurosis infantiles y a los trastornos del carácter;

4. que existen regresiones de los impulsos como en el caso anterior, más regresiones
simultáneas del yo y superyó que conducen a trastornos como infantilismo, condiciones
limítrofes, delincuencia o psicosis;

5. que existen deficiencias primarias de naturaleza orgánica o privaciones tempranas


que distorsionan el desarrollo y la estructuración, y producen personalidades retardadas,
defectuosas y atípicas;

6. que existen procesos destructivos (de origen orgánico, tóxico o psíquico, de origen
conocido o desconocido) que han interrumpido el crecimiento mental o están a punto de
hacerlo.

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