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Abogar significa presentar y apoyar ante quienes han de juzgar las razones en favor de
una persona o de una causa, función principal del abogado, siempre unida al proceso
judicial. Legalmente se otorga esta denominación al graduado en derecho que ejerce con
derecho. Para llegar a ser un buen abogado se requiere de dos condiciones: una primera
porque no se puede dar a otros lo que no se tiene, después mucho después, sólidos
abogacía es una profesión que tiene su razón de ser y su basamento en el servicio a quien
por las enseñanzas de buenos profesores, dedicados a la docencia, y del ejercicio de las
virtudes propias como son la justicia y la prudencia. Debe formarse el buen sentido, que
es como el ojo clínico del médico, para descubrir en la complejidad de las cosas, donde
esta lo justo, porque debe comenzarse averiguando con buen sentido donde está la justicia
el laberinto de las opiniones, hace presentir donde está lo verdadero o lo falso, ese golpe
de ojo que domina el problema, esa penetración que va al fondo de las cosas, esa
sagacidad que no deja escapar nada y que, en medio de las razones para dudar, distingue
las razones para decidir, ese arte profundo de argumentación que llega por deducciones
aprende haciendo, más allá de los libros. El título universitario acredita el estudio
procurar hacer justicia, con su consejo al cliente, en su labor dentro del proceso,
debe destacarse en el ejercicio de esta virtud. Ser justo significa saber analizar las cosas
con la mayor objetividad, de modo que el propio interés no interfiera en las buenas
soluciones. Si es posible lograr una solución razonable, que pueda ser aceptable para
ambas partes, el abogado debe procurarla, aún con frustración de sus propias expectativas.
En nuestra profesión juegan intereses disimiles, todos son legítimos pero de distinta
jerarquía: deben primar los de nuestro cliente, luego procurar no dañar innecesariamente
a los honorarios profesionales, el abogado debe ser equitativo, no cobrar en demasía, sino
lo que corresponde en justicia al trabajo realizado, al tiempo, al monto del juicio, a la
responsabilidad puesta en juego. A veces ser justo significa cobrar menos a pesar de que
las leyes admitieran mayores emolumentos. Las leyes arancelarias contemplan supuestos
a abusos que el abogado debe rechazar. A pesar de las leyes el abogado debe ser recto y
ese límite de justicia que nuestra propia conciencia debe imponer habremos caído en la
Otra virtud de la que debe hacer gala un buen abogado es la prudencia. El abogado, debe
obrar con mucha prudencia en la atención de los intereses encomendados por el cliente,
mayor todavía cuando por cualquier circunstancia éste puso toda su confianza en el
letrado, dejó todo en sus manos, otorgándole amplios poderes decisorios. Prudencia en el
abogado, hace referencia, a confrontar su propio pensamiento con elementos más firmes
de modo de no llevar al cliente por caminos aventurados o de altos riesgos, y más aún
que el cliente pueda saber de antemano lo que tendrá que gastar en tiempo y dinero para
abogado con su propio criterio sino consultar con los que más saben, profesores
universitarios o especialistas.
emprender una alguna acción que supone un esfuerzo prolongado hace falta fuerza física
y fuerza moral. Fortaleza en lo que respecta a la firmeza del obrar. Se necesita tener
iniciativa, decidir y luego llevar a cabo lo decidido, aunque cueste un esfuerzo importante.
No ser indiferente, pues la iniciativa es un poco soñar con lo que podría ser mejor. En
general, acometer cuando se trata de aprovechar una situación positiva para mejorar
supone iniciativa y luego perseverancia. Por otra parte habrá que gobernar la osadía para
que lo que se hace se haga con prudencia, sin gastar los esfuerzos personales inútilmente.
este nombre, es llenarnos e fuerza interior, de tal modo que sepamos reconocer nuestras
posibilidades y reconocer la situación real que nos rodea para resistir y acometer,
El optimismo es otra de las virtudes que requiere el ejercicio de la abogacía. Supone ser
Algunas personas son optimistas solo cuando las circunstancias le son totalmente
lo que persiguen. Ser optimista es poner confianza en la justicia, en los jueces, y no ver
Pero la virtud que se precisa en altísimo grado para poder ser un buen abogado es la
perseverancia, una vez tomada una decisión, llevar a cabo las actividades necesarias para
alcanzar lo decidido aunque surjan dificultades internas o externas o pese a que disminuya
actividades quizá más interesantes o divertidas. Se trata de prever con anticipación las
dificultades para poder enfrentarlas una vez que aparezcan. Un estudio inicial de la causa
ejemplo, hace muy buenos escritos pero se muestra perezoso a la hora de las pruebas y
Otra virtud que debemos procurar profundizar es el orden: cuando en un estudio se llevan
muchos juicios, en el que los pasos procesales deben sujetarse a un ritmo preestablecido,
primera hora y no a las últimas, con las ventajas siguientes: los funcionarios y empleados
están bien descansados y atienden mejor, hay muy poco público y rápidamente nos
desocupamos, evitamos que la parte contraria se adelante o tome alguna ventaja como
dentro de los plazos, dejando para mañana lo que puedes hacer hoy. Los días pasan muy
rápido, y la pereza de hoy se paga cara mañana. Cuantas veces el destino parece jugarnos
una mala pasada y surge un inconveniente tras otro para poder cumplir en término nuestro
compromiso. Dejar correr los términos hasta el último día tiene sus riesgos, pues no puede
preverse lo imprevisible.
proceso que los abogados libres, la abogacía es casi tan antigua como el hombre mismo,
y aún con altibajos se ha mantenido incólume, durante más de 20 siglos. En todos los
pueblos y civilizaciones han existido personas que por sus cualidades personales o su
especial preparación se encargaban de auxiliar a quienes desconocían las leyes o a los que
por cualquier otra razón eran incapaces de defenderse por sí solos. No bien surgieron las
leyes o preceptos, como la autoridad aún en sus formas más primarias, y fue menester
con una sanción por el quebrantamiento de aquellas reglas, surgió el juez, el proceso, y
con él la abogacía. El rol de los abogados fue siempre discutido e incomprendido por
muchos. Despertó recelos entre los que ejercían la autoridad por su empeño en pos de
objetivos que muchas veces desvirtuaban los fines del Estado: la defensa de los presos
políticos, la impugnación de leyes dictadas por el soberano que sin embargo atentaban en
contra de derechos individuales, el enfrentar al poder público en tantos aspectos como los
gobernantes creen representar. A veces la antipatía hacia el abogado no solo proviene del
príncipe sino del propio pueblo. La defensa del enemigo público exige de parte del
abogado, pero que poco se comprende esto en relación a esos odiados personajes. A lo
Francesa, Napoleón, Federico el Grande de Prusia, los bolcheviques en 1918, etc.) pero
al poco tiempo debió restaurarse frente a la comprobación de los grandes males que su
defensa. Estimo, sin embargo, que no debe extenderse innecesariamente la exigencia más
allá de sus reales motivos de bien público. Me parece inconstitucional, por ejemplo, exigir
del juez, porque labora en su lugar para recoger los materiales del litigio, traduciendo en
la osamenta del caso jurídico para presentarlo al juez en forma clara y precisa y en los
modos procesalmente correctos; por donde gracias a ese abogado paciente que en el
por el cliente, el juez llega a estar en condiciones de ver de golpe, sin perder tiempo, el
punto vital de la controversia que está llamado a decidir. Es por esa colaboración
Estado pueda brindar el servicio de justicia a que está primordialmente obligado. Por otra
libertad, se produjeron muchos abusos, que ocasionaron graves perjuicios a los litigantes;
al amparo de él, surgieron los llamados aves negras, personas que actuaban en los
tribunales, sin título y por ende sin preparación y lo que es peor, irresponsables y sin
moralidad, que entorpecen la marcha de los juicios y explotan a los incautos que les
La primacía del interés general sobre el particular otorga legitimidad al patrocinio letrado
obligatorio; el rol del abogado como auxiliar de la justicia que dejaría de cumplirse por
en que funcione de veras un sistema de sana competencia, que fomente una mejor
preparación y dedicación, como aquellos incentivos y sanciones a que nos hemos referido,
la abogacía recuperará el prestigio que nunca debió perder. Cuando los abogados actúen
causas propias y aun cuando los tribunales no requieren en esos casos la presencia de otro
en los juicios en que sea parte, estimo que el juez siempre podrá exigirle el auxilio de otro
abogado.
auxilio por parte de quien se ve compelido a formular un reclamo ante los tribunales o a
defenderse en ese mismo terreno, o por el que sufre una situación de injusticia que desea
revertir o, en fin, por quien desea conocer cuál es su situación legal en una determinada
especiales que nos inhiban de intervenir en el caso. Solo cabe rechazar el encargo cuando
exista un impedimento moral grave, como ocurre con el juicio de divorcio vincular para
nuestras convicciones más caras o en temas en los que hayamos asumido públicamente
otra tesitura. Debemos rechazarla también cuando tenemos algún interés particular en el
necesaria libertad moral para dirigir y atender el proceso. También cuando ya actuamos
en defensa de otro. Obviamente no podríamos intervenir representando a actor y
contraria a la ética la conducta del letrado que patrocina dos intereses sino contrapuestos,
codemandado, en desmedro de igual atención hacia los demás puestos bajo su única
dirección. Se justifica también el rechazo de causas que exigen una preparación especial
que no poseemos, cuando una derivación del caso a un especialista pueda resultar más
conveniente al requiriente. Pero debemos cuidar que nuestra negativa no sea fruto de
pereza o comodidad o de nuestra vanidad o codicia, del mirar con menosprecio las
pequeñas causas (talvez muy grandes para quien las sufre), de temer empequeñecernos o
materialismo; más que hacer un bien nos hacen bien. Nada hay más reconfortante que ver
económica para pagar esos servicios. En principio no tenemos obligación de expresar los
motivos que nos mueven a la aceptación o al rechazo del caso, salvo que se trate de un
nombramiento oficial, judicial o del Colegio de Abogados, en que la declinación debe ser
justificada.
en el primer juez de la causa. Este estudio a fondo, debe hacerse antes de asumir la defensa
evitándole así un mayor desgaste de tiempo y dinero (a la par de malos ratos) y prestando
al mismo tiempo una ayuda indirecta a los tribunales judiciales que se liberan de la carga
de una demanda infundada o carente de razonabilidad. Para hacer este examen el abogado
debe solicitar al cliente le haga conocer todos los antecedentes del caso de modo de poder
extraer de su relato las pautas para la demanda o defensa, y especialmente cuáles serán
valoración de esas probanzas, tal como el mismo juez deberá hacerlo al momento del
dictado de la sentencia. Sería inútil, pues, interponer una demanda judicial si luego en la
etapa probatoria del proceso no podrían aportarse las pruebas indispensables para que
propio juez- tanto las razones de su cliente como las que podrá esgrimir la parte contraria
En tercer lugar el abogado está obligado a prestar a su cliente el mejor de los servicios,
efectuando un estudio prolijo del tema, redactando los escritos con corrección, convicción
y prolijidad formal, ejecutando todos los actos procesales que es menester cumplir, en el
El abogado está obligado a asumir la defensa de su cliente con el mayor vigor posible, sin
contemplaciones, aunque con corrección. No debe pretender ser imparcial en una causa
en la que justamente se lo ha buscado para ser parcial, defendiendo a una de las partes.
Debe iluminar con la mayor luz los argumentos que favorezcan a su cliente y empalidecer
los de la contraria; resaltar las pruebas aportadas por su parte y quitarle trascendencia a
valore las pruebas para el dictado de una sentencia justa. El abogado debe ser parcial y
solo así cumple a la vez con el deber de defender bien al litigante que le ha encomendado
su defensa y con el deber de presentar al juez todas las razones posibles favorables a una
parte. En la defensa de nuestro cliente debemos extremar utilizando todos los recursos
que la ley admita. Tratándose de los recursos ordinarios, estamos obligados a plantearlos;
ciertas de éxito, aunque resulta conveniente reexaminar la causa junto con el cliente,
haciéndole conocer los mayores gastos que devengaría, etcétera, de modo que sea el
abogado es actuar con vigor, pero con frialdad profesional. De ninguna manera dejarnos
ganar por el apasionamiento del cliente. Hay que ponerse la camiseta del cliente, pero
nunca que la camiseta se nos meta dentro del alma y nos cambie, porque tal deformación
conlleva a un doble daño: a nosotros mismos que dejamos de ser lo que somos, con
que requiere de abogados independientes, o sea libres de pasiones, que puedan mirar
necesaria para adoptar las posturas que mejor convengan, conciliar, transar o aún
allanarse sabiendo evitar males mayores. Tales actitudes solo se pueden lograr mediante
el auxilio de letrados que actúen como verdaderos abogados y no como partes. Que su
saber y su criterio jurídico se mantengan incólumes de las pasiones del cliente, de modo
que ellas nunca puedan gobernar el proceso. Se ha dicho con toda razón que el cliente es
quien decide la iniciación del proceso, pero que los abogados son los responsable de su
poniendo su saber al servicio de las pasiones o de intereses espurios. Cuando así ocurra
el abogado debe retirarse de la causa. Por el contario es el abogado quien poco a poco
debe llevar a su cliente a la normalidad. Con paciencia le hará comprender que a la par
de sus razones existen otras, también valederas, que su contradictor esgrime con justicia.
Que el caso puede verse con una doble óptica, y que es tan legítimo un punto de vista
como el otro. Cuando se avanza en esa dirección el cliente se ve liberado de una carga,
aprende a mirar las cosas con mayor amplitud u objetividad, y su espíritu empieza a
inclinarse a dar término al litigio mediante un convenio razonable. Para el logro de una
conciliación se requieren dos buenos abogados, que con paciencia la hayan procurado.
Cuando todo está envuelto en la ofuscación de las pasiones, el arreglo resulta imposible.
procurar poner fin al litigio, en forma amigable, evitando la palabra final de la sentencia
definitiva. Desde luego su sola voluntad no puede imponer un arreglo no querido por su
cliente. Es este último quien en definitiva limitará sus pretendidos derechos. Los mejores
abogados no son los que ganan los que ganan los juicios, son los que le ponen fin
anticipadamente, haciendo que sea el propio cliente quien dicte su propia sentencia. Como
modo que pueda decidir en tiempo y con pleno conocimiento lo que estime más
conveniente para sus intereses. El abogado que toma decisiones fundamentales por propio
arbitrio, despoja a sus clientes de derechos que le pertenecen con exclusividad; tanto el
un arreglo debe ser analizada por el cliente quien es el único que puede adoptar una
estimando muy conveniente una propuesta de arreglo la acepta sin previa consulta a su
cliente. Quitas o formas de pagos son renuncias que solo atañen al titular del derecho y
no al abogado. El abogado es un profesional independiente que puede libremente retirarse
justicia. En el primer caso su rol es de estricto derecho privado, las relaciones con su
derecho público su función de colaborador del juez. Es que no resulta indiferente al bien
público la actuación del abogado dentro del proceso. Hacer justicia, procurando dar a
cada uno lo suyo, es una de las funciones eminentes del Estado, y todo lo que a ella
concierne es misión de gobierno. La abogacía es, pues, una tarea de interés público al
estar íntimamente ligada a uno de los primeros objetivos fundamentales del Gobierno.
Por eso se ha dicho con razón que esta profesión, aunque no configure el ejercicio de una
función pública en sentido propio, tiene una particular relevancia publicista. De allí el
poder disciplinario de los jueces en relación a los abogados que intervienen en el proceso,
organización del colegio profesional, de los tribunales de disciplina, etc. Los abogados
objetivo final que los llevó a abrazar el derecho como misión. En tal sentido, vamos a
anotar algunas obligaciones que en ese sentido deben asumir. En primer término el
abogado contrae un deber de lealtad para con el juez que se traduce en no engañarlo, es
inmoral, un verdadero fraude. Se debe actuar con lealtad procurando que el juez reciba
de ambas partes, por igual, todos los elementos que le son menester para el dictado de un
Los abogados tienen para con el juez o tribunal de justicia el deber de filtrar el reclamo
las exigencias de la ciencia jurídica. Esto es lo que los jueces esperan de los abogados de
las partes en litigio, como ayuda para el dictado de la sentencia final, deber que tienen
ley les concede a ese fin. El abogado debe expresarse frente al juez –ya sea lo haga a
través de escritos o in voce- con corrección técnica. El derecho es una ciencia, que tiene,
como todas, su propia terminología y es necesaria utilizarla con precisión. Cada acción
por ejemplo, debe ser llamada por su nombre y no es dable pensar que el abogado pueda
confundir una con otra. Se debe ser conciso y no hacer perder tiempo a los jueces que al
lado de nuestro pleito tienen otros muchos que atender. Sobre todo, los escritos de
que el juez pueda rápidamente conocer con exactitud cuál es el reclamo, cuales las
recordando siempre que el alegato está destinado al juez más que a la lectura del cliente,
defender la postura de nuestro cliente con vigor y fuerza, nunca debemos perder estilo y
del juez o de los funcionario judiciales. Tal actitud comporta una grave falta a nuestro
sea con causa o sin causa- de modo que los litigantes tengan la mayor seguridad en cuanto
realmente procesar con la mayor libertad. El abogado no solo debe guardar una actitud
ética respecto al juez, sino que esa misma conducta debe ser observada en las relaciones
complacencias entre los abogados y hasta llegan a preferir las actitudes torpes a las
recordarle que “lo cortés no quita lo valiente” y que se puede ser muy firme, y al mismo
tiempo obrar con cordialidad. Debe hacerle comprender también la utilidad de poder
servirle en alguna oportunidad de puente, “conectando con el abogado dela contraria. Que
esa comunicación siempre resulta útil, y puede permitir un arreglo, una transacción, una
conciliación, que en muchísimos casos suelen resultar más beneficiosas que una
sentencia. De otro costado, estimo que los colegios profesionales deben ser muy severos
dinero de sus clientes, falsean sus informaciones, o utilizan su título de abogado para
defraudar al público, de una u otra manera. Los jueces deben sancionar también a los
profesionales, sino también una vida privada decorosa y digna que prestigie a la profesión.
El tener buena conducta, primer requisito para pertenecer a un colegio de abogados y
que cualquiera consigue. Se debe tener realmente buena conducta y en toda la vida
juez o abogado; tal dualidad de vida resulta inadmisible. Difícilmente se dé por otra parte.
escritorio o despacho y faltará también a los más primordiales deberes profesionales. Solo
libertad personal. Que cada uno pueda hacer lo que quiera con su vida. Pero olvidamos
que debemos cuidar a la sociedad en primer término y que para prestarle un servicio de
justicia de calidad debemos cuidar la calidad personal de sus agentes. Todos tenemos, por
supuesto, el derecho de elegir nuestra propia vida, pero si queremos ser abogados o jueces
decoro. Es difícil el tema, pues los colegios profesionales actúan a base de una denuncia
concreta, y no tenemos el hábito –por el contrario, suele estar mal visto- de denunciar. El
reclamo, la protesta, la denuncia son incómodos pero hay que acostumbrarse a realizarlos
en general le falta también esa debida colaboración pública, del cuidado por parte de la
suele encontrarse este deber del abogado, que demuestra el espíritu con que debe
por el derecho. Ambos cumplen idéntico rol –procurar que el juez, a través de un proceso
correcto, pueda hacer justicia en el caso-, aun cuando lo hacen desde dos ángulos
el pleito. Son solamente profesionales, ocasionalmente colocados el uno frente al otro que
con su saber y su experiencia procuran que los derechos de sus defendidos, como las
deficiencias de sus oponentes, cobren el mayor brillo. El rol idéntico que los abogados de
ambas partes cumplen en el proceso debe moverlos al respeto del colega. Es la base para
respetarse a sí mismos. Debe reinar la confraternidad entre los colegas que es algo más
que una estimación recíproca; hermandad de los que han aceptado las mismas reglas de
vida, del compartir lo que Peguy llamaba el honor del mismo fuego. Los abogados
prestigiosos son respetados por sus clientes, por los jueces, por sus colegas, por la
comunidad en general. Cuando ese prestigio y ese respeto se pierden el verdadero rol del
“loobistas” de nuestros clientes, que nos usan en “perturbadores” de los jueces, que no
nos escuchan, en “enemigos” de los abogados contrarios, que nos detestan, en leguleyos
a los ojos del pueblo para quien solo servimos para trampear la ley –hecha la ley, hecha
la trampa- o “enredadores” que conseguimos enturbiar lo que está claro y hacer gruesos
expedientes de las cosas más sencillas. Para que esto no sea así es indispensable respetar
y hacer respetar a la abogacía como institución, sus nobles objetivos de justicia, sus fines
públicos de colaboración con el juez. De ningún modo dejar deslizar frases ofensivas que
abogados, la que no puede debilitarse por la fuerza o energía que el adversario pone en la
defensa de su cliente. Los combates judiciales no deben dejar heridas: los abogados deben
limitarse a defender sin animosidad y sin pasión. Se debe ser moderados y corteses al
refutar a su adversario, sin utilizar ni la injuria ni la ironía, que si la primera actúa como
tiene un ámbito muy especial que son los colegios de abogados, de profundas raíces
de los límites del honor y la dignidad. Los hay obligatorios y los hay libres. Los primeros
funcionamiento del tribunal de disciplina que juzga las faltas a la ética que cometieran
los colegiados. Indudablemente tienen una fuerza mayor que los colegios libres porque
instrumentación por los partidos y facciones. En general los colegios se han ocupado
bibliotecas que complementen los libros básicos que conforman las normales de cualquier
Estudio Jurídico, etc. En tal sentido puede decirse que los colegios profesionales han
desarrollado una tarea eficaz. Sin embargo y a pesar de sus esfuerzos la calidad de la
abogacía ha decaído notoriamente, como lo venimos expresando en este libro, del mismo
modo que el nivel de la magistratura ha descendido también. Los colegios no han podido
evitar las designaciones de jueces por meras razones políticas más que funcionales, como
del abogado tanto en su vida pública como en la privada, en su estudio o en los tribunales.
Desde ya que no culpo por ello solamente a quienes gobernaron los colegios sino
especialmente al gremio, al conjunto de los abogados, a la sociedad toda, que poco hizo