Sunteți pe pagina 1din 2

Fragmento de Las columnas de Cyborg.

Por Julio Coll

Éste es un cuento cuya idea estaba en el aire. Era de todos. La tomé y así lo cuento, tal cual pensé
que usted lo habría pensado cuando, hace unos días, se disponía a contármelo como tema original
suyo. ¿Lo recuerda…?

<<EL PECADO ORIGINAL>>

Nadie les dijo cómo funcionaba el microscopio electrónico. Estaban acostumbrados al


microscopio óptico, de la primera época. Sabían cómo colocar el soporte, cómo mirar el bullicioso
microcosmos de los microbios. Hoy, en cambio, el nuevo armatoste no se parecía en nada a un
auténtico microscopio. No sabían por dónde empezar…
Cuando lo pusieron en marcha y arrimaron sus ojos al visor tuvieron la sensación de estar
cayendo a un abismo sin fin, como cuando el ascensor descendía a mucha velocidad desde el piso
43 y sentían vértigo. Después, se echaron a reír.
—¿Has visto ese <<algo>> que hay dentro de una <<cosa>> parecida a una bolsa de plástico?
—preguntó Navarro.
Horacio Oliva dejó de reírse. También él había visto un <<algo>> en el interior de la extraña
<<burbuja de plástico>>.
—Se parece a nosotros…
—¿Quién? —preguntó heladamente su compañero.
Navarro se limitó a comentar:
—¡Pero si ni siquiera sabemos cómo funciona este aparato…!
Era cierto. Nadie les había explicado nada sobre los <<mandos>> del artilugio. Sabían que con
él podían conseguir 800.000 aumentos, de cualquier cosa.
Ochoscientos mil aumentos —pensó Oliva— y <<aquello>> seguía allí, mientras el efecto físico
de caída era cada vez más vertiginoso. Iban acercándose velozmente contra el soporte y metiéndose
dentro de los microbios. ¡Con aquel maldito aparato seguían <<bajando>> hacia el interior de los
virus, contra un asombroso y abismal microcosmos!
<<Entraron>> en ADN. <<Subieron>> sus escalerillas. Llegaron al ARN… Horacio pulsó
compulsivamente el tercer botón de la izquierda. El aparato temblequeó en su base. Los aumentos
fueron a más. Tal vez ahora llegaran a los dos mil millones de aumentos. Tal vez recorrieran el
concepto inverso de años-luz, al revés que en astronomía. El visor iba <<penetrando>> más y más
hasta llegar a una bolita —una entre varias — que tenía forma de espacio habitado por extrañas
formas corpusculares.
Habían puesto en el soporte una simple gota de agua del grifo del laboratorio. Habían
penetrado en sus virulentos miasmas; habían caído dentro de los enzimas, y seguían viendo cosas
aún más grandes. Perdón. Más pequeñas.
Una mota se convertía en montaña. La montaña, en bosque. El bosque, en dos cuerpos. Dos
caras. Dos ojos. Dos bocas. Un beso. Dos risas.
—¡Hablan! —gritó Horacio.
—¿En qué idioma? —preguntó burlonamente Vicente Navarro.
Su compañero <<programó>> en una tarjeta perforada los movimientos labiales de aquellos
seres. Consultó la traductora electrónica:
—Están afirmando que el infinito es finito.
Horacio Silva y Vicente Navarro se apartaron del visor. Einstein también lo había dicho.
—¡Es imposible! —musitó uno de ellos—.
¡Sería una civilización más avanzada que la nuestra, al menos que hablen de amor!
A mil millones de aumentos, aquellos seres monstruosos, dentro de aquel cosmos formado por
una gota de agua que contenía miles de millones de mundos, uno de <<ellos>> decía confusamente
al otro:
—Tengo la sensación de que alguien nos mira.
Y se taparon, pues se sintieron desnudos.

Edén. Adén. 1970

S-ar putea să vă placă și