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19/12/2019 Ego y espíritu | En mi mundo nunca nada va mal

EN MI MUNDO NUNCA NADA VA MAL

Paseando por el estanque, la princesa Victoria y Willie Burgundy vieron a un


hombre inmóvil con un sombrero blanco de pescador sentado en un leño.

-¿Qué le pasa?, -preguntó la princesa.

-No lo sé muy bien –le contestó Willie-. Empezó así un día que no fue capaz de
decidir qué caña de pescar debía usar. Le preguntaba a todo el que pasaba, pero
unos le decían que empleara una y otros la otra. Después, tampoco supo si debía
ponerle cebo fresco o no, ni en qué lado del estanque tenía que sentarse. Pidió la
opinión de los demás pero, en efecto, unos se inclinaron por un cebo y otros por
el otro. Algunos le aconsejaron que se sentara aquí, otros allá y los demás no
supieron qué contestar o les daba igual… o las dos cosas. Empezó a ponerse
nervioso y a dar vueltas de un lado a otro.

»Entonces, les preguntó a los que pasaban si había peces en el agua. Así, unos
le dijeron que sí, otros que no y al final dejó de preguntar. Lo siguiente que
sabemos es que se desplomó en ese tronco y nadie le ha visto moverse desde
entonces. Me imagino que la única decisión que tomó fue la de no hacer nada
más en su vida.

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-¿Le ha preguntado alguien por qué creía que todo el mundo sabía mejor que él
lo que tenía que hacer?, -preguntó la princesa.

-Sí, le preguntamos por qué tenía tantos problemas para decidirse y nos contestó
que siempre tenía miedo de equivocarse en la elección.

-¿Y que más daba si hubiera sido así? –preguntó la princesa sintiendo pena por
el hombre-, ¿se habría acabado el mundo si hubiera elegido la caña negra en vez
de la marrón o si hubiera decidido emplear un cebo en lugar del otro aunque
hubiera visto más tarde que no era el correcto. Parece más una estatua que un
hombre.

-Pues está vivo y respira como los demás. Si te acercas a él podrás ver el vaho
de su respiración en contacto con el aire frío.

-Tal vez esté respirando, pero lo que sí es cierto es que no está vivo. Debe ser
muy desgraciado.

Marcia Grad

Por lo general atacamos al ego por todo el daño y la desilusión que lo hemos visto causar en
nuestra vida y en la de los demás, sin embargo, lo cierto es que el ego no tiene realmente la
culpa. Él no toma la decisión consciente de destruir nuestras vidas y hacer añicos nuestros
sueños. Simplemente, cumple con su función para la supervivencia de la especie.

En sus diferentes funciones, el objetivo principal del ego es el de preservar y prolongar la


vida. Al no ejercer nuestro libre albedrío, nuestra capacidad de elegir, delegamos en el ego
la función de responder instintivamente ante casa desafío que, según su percepción,
amenaza el cumplimiento de su meta principal: la supervivencia.

Cuando esto sucede, el ego funciona de la misma manera que el instinto de supervivencia
de los animales. Para comprender mejor las consecuencias que tiene eso en nuestro camino
al éxito, vale la pena observar el funcionamiento del ego cuando está en modalidad de
supervivencia.

Como la supervivencia es el objetivo principal, el ego determina si cierto hecho o estímulo


es favorable o no para la vida. La Psicología nos dice que el ego, en esa modalidad de
funcionamiento, ve todo de sólo dos maneras posibles: vida o muerte.

Para sentirse cómodo, el ego constantemente trata de llenar nuestras vidas con
experiencias vivificadoras. Si cree que una experiencia pone en peligro nuestra
supervivencia en cualquier medida –lo que él interpreta como muerte- enseguida se pone
en marcha con todos los mecanismos de defensa que tiene a su disposición.

Se activa la reacción de pelea o huída. El ego lo ve todo en función de vida o muerte, no casi
como vida o muerte sino definitivamente como vida o muerte. Por eso, cualquier pérdida

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que amenace la supervivencia no resulta evaluada en cuanto al tamaño de la pérdida que


representa sino directamente como muerte. ¡El riesgo es la muerte!

Venimos a este mundo y nos vamos de él sin nada material. Las posesiones que
acumulamos durante nuestra vida física, psicológica, espiritual, emocional y mentalmente,
son todas confirmaciones de vida: ellas le confirman al ego que todo está en orden.

Entonces, cuando estamos ganando y acumulando, para el ego eso equivale a más vida. Si
perdiéramos terreno en alguna de estas áreas, el ego vería esa pérdida como una amenaza y
la igualaría con la muerte.

Tengamos en cuenta que las decisiones de supervivencia del ego, en general, apuntan a
satisfacer nuestras necesidades básicas, lo que precisamos para vivir. El ego resulta muy
útil y valioso para satisfacer las necesidades físicas de nuestro cuerpo.

Sin embargo, el problema surge cuando el ego percibe amenazas que son de naturaleza
emocional, psicológica o mental. Para el ego, la comodidad significa vida, y cualquier cosa
que amenace nuestra comodidad significa muerte, aun en estos niveles.

Sin embargo, en los niveles emocional, psicológico y mental, debemos hacer uso de nuestra
libertad de elección para evaluar y tomar decisiones inteligentes. Al no ejercer nuestro libre
albedrío, dejamos la decisión en manos del ego, que operará por instinto cuando evalúe si
un estímulo es vivificador o amenazador.

Dadas estas condiciones, nos encontramos en la modalidad básica de supervivencia y


tendemos a reaccionar de manera primaria, más como lo haría un animal sin libre albedrío
que un ser humano. Esta condición resulta más fácil de advertir en los demás que en
nosotros mismos.

Nos resulta muy claro cuando otros pierden el control en un ataque de furia, cuando los
juzgamos porque han reaccionado en forma exagerada. Alguien le cierra el paso cuando va
conduciendo su automóvil e inmediatamente usted responde con un gesto o una palabra
irreverente.

Por supuesto, después se siente mal cuando piensa en lo que pasó porque considera que esa
reacción no es reflejo de su verdadero modo de ser. Si hubiera pensado antes de reaccionar
nunca habría reaccionado.

Usted no es así en realidad; era su parte básica y primitiva, el ego. Al cerrarle el paso, el
otro conductor amenazó su bienestar –vida-, y usted probablemente sintió deseos de
embestirlo con su coche, pero a cambio le respondió con esa palabra irreverente. La
responsabilidad por la acción no desaparece porque la respuesta haya provenido de su ego
y no de su verdadera personalidad.

Pero eso ocurre cuando reaccionamos ante una situación en vez de responder a ella. Fue
usted quien dio libertad de acción al ego al no ejercer su libre albedrío. Usted sigue siendo
el responsable de la acción, a pesar de que haya sido el resultado de algo que usted no hizo:
ejercer su libre albedrío.

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Cuando el ego se encuentra en la modalidad automática de instinto de supervivencia,


siempre busca comodidad y seguridad. Recuerde que comodidad equivale a seguridad y
ésta es igual a vida. Si observamos el mundo animal, veremos que su instinto de
supervivencia funciona de la misma manera.

Cuando no ejercemos nuestra libertad de elección y no respondemos con inteligencia a los


cambios que la vida nos presenta, también nosotros actuamos de la misma manera. Por eso,
cuando surge una oportunidad y dado que las oportunidades siempre implican riesgo,
automáticamente nos sentimos incómodos. Nuestra tendencia es buscar la seguridad
porque el riesgo para el ego puede resultar en muerte de nuestra economía.

Nuestra tendencia es continuar con nuestra vida tal cual era porque, hasta el momento, nos
sentíamos a salvo a pesar de que la falta de éxito era parte de esa forma de vida. Si
llegamos a pensar en correr el riesgo, la ansiedad comienza a crecer y, libre de obstáculos,
se convierte en miedo: miedo a lo desconocido y miedo a una posible pérdida, que el ego
define como muerte.

Si no pensamos con concentración, el miedo nos obligará a optar por nuestra vida actual
porque nos resulta cómoda –conocida-. Cuando eso ocurre, nuestra falta de éxito se
prolonga y se perpetúa. Recreamos en el presente y en el futuro la falta de éxito que
vivimos en el pasado, en aras de la «seguridad».

Por eso el éxito no resulta cómodo para quienes todavía no lo han logrado. Más allá de lo
insatisfecha que pueda estar una persona con su situación financiera actual o de lo poco
gratificante que ésta resulte para sus esperanzas y sueños de independencia económica,
inconscientemente elegirá el camino conocido, el camino seguro. Un hombre cumple su
objetivo primario, aunque le sea desconocido.

Eso es exactamente lo que pasa cuando no somos conscientes de lo que ocurre. La única
manera de interrumpir este proceso es tomando conciencia. Tenemos que darnos cuenta de
que el ego siempre está en la modalidad de supervivencia: ése es su trabajo. Si no tomamos
conciencia de eso, acabaremos por reaccionar instintivamente ante cualquier estímulo. La
otra opción consiste en responder a los estímulos.

La diferencia entre «reaccionar» y «responder» radica en que cuando usted responde,


ejerce su libre albedrío, el don de la elección que nos distingue del resto del reino animal.
Al responder, observamos la situación que se nos presenta, analizamos las alternativas,
elegimos la mejor opción y actuamos en consecuencia. Si hacemos lo contrario, si
reaccionamos, no nos diferenciamos mucho de un animal.

Vincent Roazzi

Mi drama yace enteramente en una cosa, en ser consciente de que cada uno
de nosotros se considera a sí mismo una sola persona. Pero no es cierto.
Cada uno de nosotros es muchas personas según todas las posibilidades de
ser que hay entre nosotros. Con algunas personas somos uno. Con otras otro
diferente. Y siempre estamos bajo la ilusión de ser siempre uno y la misma

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persona para todo el mundo. Creemos que somos siempre esa persona en
cualquier cosa que estemos haciendo.

Luigi Pirandello

Tres hombres están encadenados desde su nacimiento en una caverna,


mirando hacia una de las paredes, de espaldas a la entrada de la caverna.
Están encadenados de manera tal que sólo pueden ver hacia adelante.
Cuando sale el sol, ven luz en la pared. Por la noche, la pared está oscura. A
veces ven pasar sombras por la pared, pero no saben por qué. Un día, uno de
ellos logra soltarse y sale de la caverna. Lo que ve es asombroso; vuelve
corriendo a contarles a sus amigos y trata de convencerlos de que lo
acompañen. Él explica que fuera de la caverna hay un mundo de cosas
maravillosas: plantas, animales, cielo y mar. Pero los otros no le creen. Dice
que la pared de la caverna, con sus sombras, es la realidad. Se niegan a
seguirlo. El otro entra al maravilloso mundo real solo mientras que sus
amigos permiten que el miedo controle sus vidas.

Platon «Alegoría de la caverna»


Tenemos que aprender a sembrar algunas semillas propias, convertirnos en
el coreógrafo de nuestra propia vida y danzar al son de la música que
hayamos compuesto nosotros.

Jackson Browne «For A Dancer»


El mundo es un escenario, los hombres y mujeres simples actores; tienen sus
entradas y salidas, y cada hombre en su época representa varios papeles.

William Shakespeare

Una entrevistadora exasperada me pidió que le hablara de los problemas de


mi vida, a lo cual le respondí:
-En mi mundo, nunca nada va mal.
La entrevistadora insistió en que yo tenía que tener problemas como todos
los otros seres humanos, y le contesté:
Usted no tiene ningún problema, sólo su cuerpo tiene problemas. En su
mundo, nada perdura; en el mío, nada cambia.

Nisargadatta Maharaj

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