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ENSEÑAR A VIVIR

LA CONSIGNA: ID Y HACED DISCÍPULOS

“Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced


discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os
he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo. Amén” (Mateo 28.18b-20).

Mateo concluye su Evangelio con estas tremendas palabras pronunciadas


por Jesús resucitado a sus discípulos, en un monte de Galilea a donde los
había convocado. En ellas podemos distinguir tres cosas: una tremenda
verdad, un gran mandamiento (conocido como “La Gran Comisión”) y una
gloriosa promesa.

LA CONVICCIÓN DE JESÚS

Al leer estas palabras vemos la convicción absoluta de Jesús, que estaba


totalmente convencido de que él era la única solución para todos los
problemas de la humanidad, tanto para los de aquel tiempo como para el
gran problema eterno de todas las personas. Declara que a él le fue dado
todo poder y autoridad en el cielo y en la tierra. Por lo cual, él es el único
que tiene la capacidad, la fuerza, la gracia, la virtud y todo lo necesario
para transformar a todos los hombres, mujeres y familias de todas las
naciones y siglos.

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El ser humano individualmente, y la sociedad en su conjunto pueden


encontrar solo a través de Jesús la solución a todos sus problemas y así
alcanzar la plenitud, y por ende su felicidad presente y eterna.

Pero Jesús estaba a punto de ir al Padre. Así que, antes de su ascensión,


transfiere a sus discípulos la gran responsabilidad de llevar la solución a
todos: “Id, y haced discípulos a todas las naciones...” Eso significa: “Vayan y
hagan que todas las personas de todas las naciones sean mis discípulas… Y
les aseguro que estaré con ustedes siempre”.

LA CONVICCIÓN DE LOS DISCÍPULOS

Estos sencillos galileos, hombres sin muchas letras y de tierra adentro, luego
de ser llenos del Espíritu Santo, se lanzaron a esta tarea en medio de un
mundo totalmente adverso.

Después de unos 250 años, había en el Imperio Romano grandes regiones en


las que más de la mitad de la población seguía a Jesús; a tal punto de que
el mismo emperador de Roma, Constantino, en el año 312 se convirtió y
estableció el cristianismo como religión oficial del Imperio. Solo Dios sabe si su
conversión fue genuina o si se trató de una estrategia para asegurar su
poder en un imperio en el que el número de los cristianos crecía
grandemente.

Volviendo a nuestro punto central, nos preguntamos: ¿Cómo lograron los


discípulos del Señor semejante crecimiento? Ellos no tenían los adelantos
que hoy tenemos: imprenta, radio, televisión, vehículos, aviones, teléfonos,
celulares, computadoras o Internet.

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Entonces, ¿qué tenían? La fuerza de una convicción absoluta. Estaban


totalmente convencidos de que Jesús era la única y total solución para
todos los hombres de todas las naciones. Impulsados por esa convicción, se
lanzaron con determinación y fe a la tarea de hacer discípulos a todas las
naciones.

NUESTRA CONVICCIÓN

Hoy Jesús no está físicamente en la tierra; tampoco los doce apóstoles. Sin
embargo, estamos nosotros. Y las palabras de Cristo siguen siendo las
mismas: “Id, y haced discípulos a todas las personas de todas las naciones...
Y yo estoy con ustedes hasta el fin”.
Pero para lanzarnos con determinación y fe a esta gran tarea es
fundamental que tengamos la misma convicción que tenían Jesús y los
apóstoles:
¿Creemos de todo corazón que Jesús es la solución integral para todas las
personas de todas las naciones? ¿Estamos convencidos de que él es la
única solución?

Para ayudar a nuestra fe y fortalecer nuestra convicción quisiera hacerles


una pregunta, simple pero fundamental, la cual formulé en los más diversos
auditorios y en diferentes países del mundo.

¿Cómo sería la Argentina si todos sus habitantes, desde el presidente de la


Nación hasta el último ciudadano, viviésemos según la voluntad de Dios?
¿Cómo sería este país si todos practicáramos tan solo uno de los
mandamientos del Señor: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”?
Sin dudas, sería un paraíso.

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¡Qué lindo es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos! ¡Qué lindo
poder compartir nuestra comida con el que no tiene! ¡Qué lindo es perdonar
al que nos ofende y amarlo! ¡Qué lindo cuando los hijos obedecen a los
padres y los honran! ¡Qué lindo cuando el marido es amable, cariñoso y
tierno con su esposa! ¡Qué lindo cuando la esposa respeta a su marido y se
sujeta! ¡Qué linda es la voluntad de Dios!

Cristo quiere que todos vivamos y enseñemos a los demás a vivir de esa
manera. Y dice: “Aprended de mí”. Él propone enseñarnos, pero debemos
estar dispuestos a aprender.

LA CONSIGNA

Es fundamental que prestemos mucha atención a la consigna de Jesús.

Él no dijo: “Id y haced reuniones en todas las naciones”, ni: “Id y construid
templos”, ni tampoco: “Id y haced campañas”, sino: “Id y haced discípulos
a todas las naciones, bautizándolos en nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os he
enseñado”.

No hay nada malo en construir templos, hacer reuniones, campañas,


encuentros, grupos, células. Todo eso lo hacemos y lo seguiremos haciendo.
Es bueno y útil. Sin embargo, debemos entender que no es lo que nos
ordenó él Señor; porque podemos tener reuniones, templos, campañas y
células y no tener discípulos.

Jesús tampoco dijo: “Id y haced evangélicos a todas las naciones”, o: “Id y
hacedlos católicos”, sino “hacedlos discípulos”.

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La solución para las naciones no es hacerlas evangélicos sino que sus


habitantes se conviertan en discípulos de Jesucristo. Esa es la esencia de la
Gran Comisión.

Hay países de América Latina en los que el número de los evangélicos está
creciendo muchísimo, y podemos decir “¡Gracias a Dios por eso!” Sin
embargo, esa no es la solución.
En Brasil se estima que el número de evangélicos asciende a 35 millones. Hay
muchos diputados, funcionarios públicos y aún gobernadores evangélicos.
Sin embargo, una investigación que se hizo hace algunos años demostró
que los diputados y funcionarios evangélicos son tan corruptos como los
demás.
En Guatemala el porcentaje de evangélicos llegó al 50%. Uno de los
pastores principales, Harold Caballeros, estuvo en la Argentina hace algunos
años, y nos dijo: “Los pastores estamos preocupados. El 50% de la población
es evangélica, pero el país no ha cambiado en nada. Los ricos convertidos
siguen siendo tan avaros como antes, la brecha entre ricos y pobres es cada
vez mayor”.
¿Cómo puede ser? Es que el 50% de la población es evangélica, no
discípulos. Les aseguro que un país con el 50 % de discípulos sería un paraíso.
¡Sería una levadura tremenda que podría cambiar naciones!

EN EL PRIMER SIGLO

Los discípulos comprendieron bien lo que debían hacer y se dedicaron a ello


(ver Hechos 6.1, 7; 9.1, 10, 19, 25, 26, 36, 38; 11.26; 14.21).

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El término más usado en el Nuevo Testamento para referirse a los hijos de


Dios es discípulos.
Veamos la frecuencia con la que aparecen los siguientes términos en el
Nuevo Testamento.:
• Creyente: 12 veces.
• Cristiano: 3 veces.
• Convertido: 0 veces.
• Evangélico: 0 veces.
• Católico: 0 veces.
• Discípulo: 250 veces.
• Santo: 60 veces.

¿QUÉ ES UN DISCÍPULO?

¿Quién es la persona más calificada para definir qué es un discípulo?


Obviamente, Jesús.
Veamos lo que dice en Lucas 14.25-33:

1. V. 26: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e


hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede
ser mi discípulo” (según Mateo 10:37, el término “aborrecer” aquí significa
poner en segundo lugar).
Según esta descripción de Jesús, un discípulo es aquel que lo ama más a
él que a sus familiares más cercanos, y aun más que a sí mismo.
Discípulo es aquel en cuya vida Jesús es el número uno.

2. V. 27: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi


discípulo”. Discípulo es aquel que toma la cruz y sigue a Jesús. ¿Qué
significó la cruz para Jesús? La Biblia dice que él fue obediente hasta la

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muerte, y muerte de cruz. De modo que para él la cruz significó


obediencia total.
Discípulo es aquel que está dispuesto a obedecer a Cristo hasta la
muerte.

3. V. 33: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que


posee, no puede ser mi discípulo”.
Discípulo es aquel que renuncia a todo lo que posee, reconociendo que
nada de lo que tiene es suyo sino de Cristo: su vida, su tiempo, su cuerpo,
su familia, su casa, su dinero, sus bienes, sus propiedades, sus proyectos,
sus capacidades, en fin, todo.
Discípulo es aquel que reconoce que todo lo que tiene es de Cristo.

¿QUÉ ES UN DISCÍPULO EN UN SENTIDO PRÁCTICO?

Hoy cuando un niño va a la escuela se lo llama “alumno”. Antiguamente se


le decía “discípulo”. En realidad es lo mismo. Sin embargo, el término
“discípulo” es más fuerte porque abarca más que el solo hecho de
aprender; un discípulo es como un hijo.

Un alumno es alguien que aprende. Un niño de 6 años va a primer grado


para aprender a leer, escribir, sumar y restar. El niño es dócil, es como la
arcilla, se puede moldear. Es enseñable, se deja corregir. Tiene la virtud de
aprender. Es un discípulo.

En la sociedad existe gente muy sabia, erudita. En el tiempo de Jesús había


fariseos, maestros de religión y teólogos. Y Jesús oró al Padre diciendo: “Te
alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de
los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mateo 11.25).

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Estaba queriendo decir que a aquellos que creen que lo saben todo el
Padre les esconde estas cosas y se las revela a los niños. Por eso, debemos
ser como niños.

¿QUÉ DEBE APRENDER UN DISCÍPULO DE JESÚS?

Cuando Jesús vino a la tierra “recorría… todas las ciudades y aldeas,


enseñando en las sinagogas…, y predicando el evangelio del reino, y
sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las
multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y
dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9.35-36).

Así que les dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descasar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;
porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11.28-30).
En este último pasaje Jesús está instando a que acudan a él todas las
personas que están cansadas porque él las hará descansar. Sin embargo, no
se refiere al cansancio físico, sino al cansancio del alma.

A todo lugar a donde iba, Jesús encontraba gente cansada espiritual y


anímicamente. Si alguien está cansado físicamente la solución es descansar.
Pero, ¿cómo se soluciona el cansancio del alma?

Hoy la sociedad está viviendo la misma situación. Por donde voy encuentro
gente cansada anímica y espiritualmente. Veo muchas mujeres cansadas
de sus maridos, de las discusiones, del maltrato, de las ofensas, de las
agresiones. Muchas están resentidas. También veo maridos cansados de sus
esposas que están siempre nerviosas, que les faltan el respeto o de todo

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hacen una discusión. Algunos creen que la solución es cambiar de cónyuge


y casarse con otro. Sin embargo, eso suma un problema más a los ya
existentes. También veo muchos jóvenes y adolescentes cansados de sus
padres; y a muchos padres que no saben qué hacer con sus hijos. Hay un
cansancio generalizado en todas partes.

El uso de psicofármacos ha aumentado de forma exponencial. Quizás se


trate de la medicación que hoy más se solicita. Algunos necesitan
tranquilizantes y otros estimulantes porque se deprimen demasiado.

¿A qué se debe esta situación?

Hace algunos años estuve en La Quiaca, situada al norte de Jujuy, en el


límite con Bolivia, ciudad de 35 mil habitantes. Y me contaron que en pocos
meses se habían suicidado 14 adolescentes. ¡Quedé espantado! ¿Qué
problema podían tener? Están cansados.

También varios años atrás estuve en Suecia, país con el mejor nivel
económico de Europa. Y, a pesar de que su territorio es pequeño, posee el
mayor porcentaje de suicidios del mundo. Muchos sienten que el cansancio
o el estrés se deben a la estrechez económica. Pero en Suecia la gente está
bien económicamente, sin embargo está cansada.

En nuestro país existen muchas presiones y situaciones que aumentan aún


más ese cansancio. Por ejemplo, la falta de trabajo y la situación laboral en
general. Un hombre que no trabaja se siente muy mal anímicamente, y si
trabaja también porque el sueldo que le pagan es bajo.

Ante esta realidad, un día en oración le pregunté al Señor: “¿Por qué la


gente está tan cansada? ¿Qué es lo que les sucede? ¿Cuál es la causa?”

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Encuentro gente cansada aun entre los evangélicos, los católicos, los que
van a misa o los que asisten a las reuniones. ¿Qué les sucede? ¿No es Cristo
la solución para todos sus problemas? ¡Sin embargo, siguen cansados! Sus
dificultades continúan. Están mejor, pero no se puede decir que están bien.
¿Qué es lo que sucede?

Y Dios me dio la respuesta.


La gente está cansada porque no sabe vivir. Eso produce cansancio,
frustración existencial. Y no saben vivir porque nadie les enseñó.

En la Argentina hay miles de colegios primarios, secundarios, universidades,


carreras terciarias, institutos, academias. Uno puede estudiar lo que desea.
Cuando yo era joven había pocas carreras universitarias, sin embargo hoy
hay mucha variedad. Se puede estudiar arte, ciencias, tecnología, idioma.
Hasta hay escuelas que enseñan a bailar tango, y aún en el extranjero.

Pero, ¿hay en Argentina alguna escuela que enseñe a vivir?


Lamentablemente, no.
Podemos aprender muchas cosas, aún a comunicarnos por internet con
gente del otro extremo del mundo, pero no sabemos comunicarnos con la
persona que vive con nosotros. La gente está cansada porque no sabe
cómo manejar su vida ni sus relaciones, y eso crea conflictos permanentes.
No hay quién les enseñe a vivir.

Entonces, viene Jesús y nos dice: “Vengan a mí todos los que están
cansados, que yo les daré descanso. Lleven mi yugo. Yo les voy a enseñar.
Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán
descanso interior. Vengan a mí y hallarán descanso para sus almas, porque
mi yugo es fácil y mi carga liviana”.

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¿De quién es la responsabilidad de enseñar a vivir? ¿Dónde está la falla?


¿Por qué la gente no sabe vivir? ¿Hay alguna escuela para la formación del
carácter? ¿Dónde se puede aprender a ser un buen marido o una buena
esposa? ¿Dónde se puede aprender a ser un buen hijo? ¿Dónde se puede
aprender a formar o educar el carácter?
Lamentablemente, no existe ninguna escuela o institución que enseñe lo
más importante.

Según el Señor, los primeros responsables de enseñar a vivir son los padres. La
familia es la verdadera escuela para la formación del carácter. Sin
embargo, lamentablemente, esta ha fallado. Hoy la familia se encuentra en
crisis. Salvo honrosas excepciones, los padres no enseñan a sus hijos a vivir. Y
no es cuestión de condenarlos ni de juzgarlos, porque la realidad es que a
ellos tampoco les enseñaron. Existe un deterioro que viene de generación en
generación, lo que ha generado un tremendo vacío en la gente.

Muchas veces los padres han sido un mal ejemplo para sus hijos. Un marido
bruto, grosero, déspota y ofensivo trata a su esposa con brusquedad
delante de sus hijos. ¿Y qué aprenderán ellos? A hacer lo mismo con sus
esposas el día de mañana. En vez de formarse, se deforman.
Lo mismo sucede con las madres. Si siempre actúan con nerviosismo, gritan,
rezongan o se rebelan contra su marido, las hijas aprenderán a hacer lo
mismo con sus maridos en el futuro. Veo padres que tratan mal a sus hijos,
que los insultan, los ofenden. ¿Qué les están enseñando?

Hoy existe un falso concepto acerca de lo que significa ser buen padre.
Algunos creen que se trata de alimentar a los hijos, comprarles ropa,
mandarlos a la escuela y cuidar de su salud. Y si uno les pregunta por la
educación de sus hijos dicen que para eso los envían a la escuela, ya que es

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ella quien los debe educar, enseñar e instruir. Es cierto, la escuela les enseña
a leer, a hacer cálculos matemáticos, geografía e historia, sin embargo no
les enseña a vivir. Los padres hemos fallado, y por eso la sociedad hoy se
encuentra así.

La segunda responsable de enseñar a la gente a vivir es la iglesia. Cuando la


familia falla, Dios tiene una red para contener, educar, reeducar e instruir: la
iglesia. Sin embargo, lamentablemente esta también ha fallado en su rol de
enseñar a vivir.

Nací en un hogar evangélico. Desde niño me llevaron a la escuela


dominical y a las reuniones. Me gustaba jugar al fútbol. En nuestro barrio
había una parroquia católica que tenía un gran patio en donde se
realizaban campeonatos de fútbol durante la semana. Yo pertenecía a uno
de los equipos del barrio. Y para que nos permitieran jugar debíamos ir a
misa el domingo. Allí nos daban una tarjetita con el sello del cura y su firma, y
de ese modo podíamos jugar. Si no asistíamos a misa no nos permitían jugar.
Recuerdo que en ese tiempo —yo tendría unos 9 ó 10 años— la primera misa
del domingo era a las 6 de la mañana, y el templo se llenaba hasta la mitad.
La segunda era a las 7, y ya había un poco más de gente. A partir de las 8 y
hasta la 1 de la tarde había misa cada media hora. Y siempre el templo se
llenaba y se volvía a vaciar. Luego, a las 6 de la tarde comenzaban de
nuevo las misas, con una duración de 1 hora, hasta las 9 de la noche.
En esos años (‘50 ó ‘51) la Iglesia Católica tenía prácticamente al barrio en
sus manos. ¡Imagínense cada media hora una misa a templo lleno! Y eso
que era en latín y el cura la oficiaba de espaldas. Sin embargo, entre el
sermón y la liturgia, en media hora mucho no se podía hacer. La gente iba
para cumplir.
La Iglesia Católica tuvo al pueblo argentino en sus manos y no le enseñó a
vivir. Sí le enseñó religión y algunos ritos, pero no a vivir.

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Cuando tenía 15 años me convertí a Cristo. El nacer en un hogar evangélico


no significa nada, porque yo era bastante rebelde con mis padres. Sin
embargo, a los 15 años Cristo cambió mi vida.
A los 24 años fui pastor, aunque nunca creí que lo sería. Desde que me
convertí predicaba el evangelio junto con varios jóvenes, y aún viajábamos
al interior para predicar. Así que lo que más deseaba era ser evangelista.
Durante un tiempo evangelizamos un barrio de Capital y la gente se
convirtió, así que alguien debía pastorear el grupo. Y mis compañeros de
evangelismo me pidieron que fuese yo el pastor, así que acepté. Había
estudiado 4 años en un seminario, y cuando fui pastor seguí la costumbre de
los demás pastores. Nunca se me ocurrió que mi responsabilidad era enseñar
a la gente a vivir. Así que les enseñaba acerca de la oración, del cielo, de la
segunda venida de Cristo, del Salmo 23, les daba devocionales, mensajes
sobre la justificación por la fe, sobre la redención y otros. Sin embargo,
cuando la gente salía de la reunión, lo que había escuchado no le servía
para su vida cotidiana.
En ese tiempo nunca se me ocurrió que era mi responsabilidad enseñar
acerca del matrimonio, de la crianza de los hijos, del sexo. ¿Del sexo? ¡La
iglesia era demasiado santa como para hablar de ese tema! O de la
administración del dinero. ¿Dinero? No, hablemos de temas más espirituales:
del cielo, de la segunda venida de Cristo, de la salvación.

Todo está muy bien y es necesario, pero la gente necesita aprender a vivir.
Sin embargo, a ningún pastor ni iglesia se le ocurría enseñar acerca de esos
temas, ni a los católicos ni a los evangélicos.

Hasta que Dios nos visitó. En el año ‘67 hubo un derramamiento del Espíritu
Santo en Bs. As., que se extendió a muchos otros lugares. Y también a otros
países del mundo. Dios nos bautizó con su Espíritu y aprendimos muchas

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cosas: a hablar en lenguas, a alabar y a adorar, entre otras. Y nos parecía


que ahora estábamos bien porque nos encontrábamos en medio de una
experiencia espiritual fuerte. Así que el primer año pensábamos que eso era
todo. Sin embargo, al segundo año de visitación Dios abrió nuestros ojos. Y
los años ‘68, ’69 y ‘70 fueron de intensa revelación, como si de repente nos
hubieran descorrido un velo. Y comenzamos a entender el reino de Dios y su
voluntad. Allí aprendimos que debíamos enseñar a la gente a vivir según la
voluntad de Dios. Nos dimos cuenta de que debíamos enseñarles todo lo
concerniente a la vida cotidiana.

También el Señor nos reveló el evangelio del reino, el señorío de Cristo y el


discipulado. Y comprendimos que debíamos hacer discípulos, bautizándolos
y enseñándoles que guarden todas las cosas que Jesús enseñó. Era como si
hubiéramos aterrizado a la vida práctica, terrenal.
El Señor cambió nuestra visión de las cosas. Entendimos que el ministerio más
importante como pastores era el discipulado.

Jesús no dijo: “Vayan y hagan evangélicos a todas las naciones”.


Lamentablemente, hay muchos evangélicos que no son discípulos.
Tampoco dijo: “Vayan y hagan católicos a todo el mundo”, sino: “Vayan y
hagan discípulos”.

La condición para poder aprender es ser discípulos. Un discípulo es alguien


manso, que se deja enseñar, como un niño.
Cuando la maestra de primer grado toma la tiza, va hacia el pizarrón y dice:
“Niños, presten atención a lo que voy a escribir. Ustedes lo tienen que escribir
en sus cuadernos”, y escribe una letra y dice: “Esta es la letra A”, si luego les
pregunta qué letra es, ¿qué le responderán? “La A”.
Luego, la maestra prosigue: “A ver, ahora tomen el lápiz y escríbanla en sus
cuadernos. Empiecen así, luego bajan otra vez, a ver prueben”. Y con

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paciencia ella camina entre los bancos y los ayuda. Tal vez se da cuenta de
que a alguno le cuesta, así que le dice: “A ver, hazlo de nuevo, intenta otra
vez”. Y así los niños continúan intentando hasta que aprenden.
“Muy bien”, dice ella, “ahora aprenderemos otra letra”. Y la escribe en el
pizarrón. “Esta es la letra E. ¿Que letra es?” “La E”, responderán ellos. ¡Qué
excelente! Los niños aprenden y escriben lo que la maestra les dice.
A mi entender, nunca se dio el caso de que un niño le diga a su maestra:
“Yo no estoy de acuerdo. ¿Por qué esa tiene que ser la letra A? A ver, vamos
hacer una votación; estamos en democracia; nosotros decidiremos cuál es
la letra A”. Alguien así no es un discípulo. El discípulo es dócil, manso,
humilde, lo que se le enseña lo aprende. No discute.

Se presenta una situación con un discípulo de la iglesia, y su discipulador le


dice: “Según lo que me estás contando, ofendiste a tu esposa. Entonces,
ahora ve a tu casa y pídele perdón”. ¿Qué debe hacer el discípulo?
Obedecer. Sin embargo, el que no es discípulo comenzará a argumentar:
“¿Por qué le tengo que pedir perdón? Ella todos los días me trata mal…” Ese
no es un discípulo. Necesita convertirse. Aceptó a Jesús como su Salvador
pero no como su Señor.

Estos casos se dan porque durante muchos años predicamos un evangelio


incompleto: “Si quieres ser salvo… acepta a Jesús como tu Salvador”. Sin
embargo, la Biblia no dice eso, sino: “Si confesares con tu boca que Jesús es
el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos serás
salvo”. Para ser salvos debemos reconocer a Cristo como Señor. Se trata de
una verdad muy clara que define nuestra vida.

Cuando alguien que vivió como quiso se convierte reconociendo a Jesús


como su Señor, dice: “Ahora el que manda en mi vida es Jesús. Ahora soy su
discípulo. Antes vivía como quería, pero de ahora en adelante él es mi

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Señor, mi dueño, mi autoridad absoluta. Lo que él me diga lo haré. Si me


dice: ‘Ama a tus enemigos’ lo haré; si me dice: ‘Pídele perdón a tu esposa’
obedeceré; si me dice: ‘Obedece a tus padres’, lo haré. Soy discípulo, estoy
aprendiendo a vivir según su voluntad”. Allí comenzará el verdadero
aprendizaje.

Cristo dijo: “Llevad mi yugo sobre vosotros”. Ese yugo significa estar sujetos. El
animal manso obedece; el rebelde es chúcaro, hace lo que quiere. Sin
embargo, el buey que fue puesto en el yugo está sujeto, es manso. Cuando
el amo le dice que camine lo hace; cuando le dice que se detenga
también; cuando le indica que debe doblar, él dobla.
Jesús dice: “Aprended de mí que soy manso”. Estaba sujeto a la voluntad
del Padre. Tenía su propia voluntad, pero elegía hacer la del Padre: “Padre,
no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Así es un discípulo, alguien que sujeta su voluntad a la de Cristo y aprende a
vivir como su discípulo. De ese modo, pronto sentirá el descanso para su
alma.

Muchos cuando están cansados, atribulados, angustiados o afligidos,


desearían que Jesús los tocara con la varita mágica y de repente se les
fuera todo el cansancio. Y a veces sucede así, porque él nos toca, nos visita,
es bueno y alivia nuestras cargas. Sin embargo, si no encontramos la solución
al problema de raíz al día siguiente nos cansaremos nuevamente y otra vez
acudiremos al pastor para pedirle oración, llevándole todos nuestros
problemas. De ese modo siempre viviremos dependiendo de los demás. Sin
embargo, Jesús nos ofrece enseñarnos a encontrar una vida de descanso,
de paz interior.

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ENSEÑAR A VIVIR SEGÚN LA VOLUNTAD DE DIOS

Vivir abarca la totalidad de nuestra vida: nuestras conversaciones; nuestro


trabajo; la relación con nuestro cónyuge, con nuestros hijos y con las demás
personas; nuestros pensamientos; nuestros sentimientos; nuestras actitudes;
nuestras reacciones; en fin, lo que hacemos las 24 hs. del día. Y debemos
aprender a vivir según la voluntad de Dios.

Por ejemplo, debemos aprender a hablar bien. En general, cuando


hablamos ofendemos, especialmente a los de nuestra familia. En cambio,
con los de afuera hacemos “relaciones públicas” (“¿Que tal? Mucho gusto.
¿Cómo está su familia? Me alegro. Hasta pronto”).
¿Y en casa cómo hablamos? ¿Le decimos a nuestra esposa: “Querida, no te
preocupes si no pudiste cocinar. No hay ningún problema. Hoy cocino yo.
¡Te quiero tanto, mi amor!”?
Debemos aprender a hablar bien. Podemos decir lo mismo de un modo
amable o brusco. Aprendimos a hablar en lenguas, pero no sabemos hablar
correctamente en castellano. Rezongamos, nos quejamos, criticamos,
ofendemos, algunos hasta dicen malas palabras (inclusive hay pastores que
dicen malas palabras). Pablo dice: “Ninguna palabra corrompida salga de
vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de
dar gracia a los oyentes”.
No importa el tema del que hables, sino que lo hagas como Dios quiere.
Cuando hables debes edificar, bendecir. “Sea vuestra palabra siempre con
gracia, sazonada con sal”. Tus palabras deben ser agradables dulces,
amables, respetuosas.

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También debemos aprender a vivir en familia. Si eres hijo debes obedecer a


tus padres. Cuando yo era soltero ya era pastor y vivía con mis padres, sin
embargo les faltaba el respeto. ¿Cómo podía enseñar a otros a vivir si yo no
lo hacía? Así que cuando Dios me visitó con el Espíritu Santo tuve que
pedirles perdón. Aprendí a honrar a mis padres de adulto.

El marido debe aprender a tratar a su esposa como a un vaso frágil, con


delicadeza y cariño. Debe amarla como Cristo amó a la iglesia.
Seguramente, no lo aprenderá de un día para el otro. Pero si es discípulo, y
es manso, humilde y enseñable, le llevará poco tiempo.

¡Qué feliz que es la esposa cuando su marido la trata bien! ¡Qué paz hay en
el hogar! La esposa da gracias a Dios por su marido, y él está feliz porque la
ve a ella feliz. ¡Qué lindo es vivir según la voluntad de Dios! Y si a alguna
mujer su marido la trata mal, no importa, ese es un problema de él con Dios.
Ella igual debe ser respetuosa, sujeta, sumisa, saber perdonarlo y aprender a
vivir en familia.

También debemos aprender a vivir en santidad sexual. El sexo no es pecado.


Dios lo creó, y él no crea nada pecaminoso. La experiencia sexual es santa y
pura, pero Dios la reservó únicamente para el matrimonio.
Si eres soltero, viudo o separado no puedes tener relaciones sexuales con
nadie. Y si estás casado debes ser fiel a tu cónyuge aún en tus
pensamientos. Eres uno con él (ella) para toda la vida. Se prometieron
fidelidad, hicieron un pacto. Y si algún pensamiento o sentimiento
pecaminoso viene a tu mente lo debes detectar y rechazar como algo que
no viene de Dios sino del enemigo. De esa forma aprenderás a vivir en
santidad.

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Debemos aprender a apagar el televisor antes de que nos atrape un


programa indecente. Hoy casi todo lo que se ve es indecente.
Muchos se sientan frente a la computadora a ver pornografía. Esa no es la
voluntad de Dios. Después se sienten mal y pierden la paz, porque están
sucios; lo que vieron los contaminó. Es necesario que aprendan a no abrir
nunca más una página de pornografía. Aprendamos a vivir en santidad en
el área del sexo.

Si estás casado debes aprender a no ser egoísta en las relaciones sexuales


con tu esposa o con tu marido. El sexo debe ser una verdadera expresión de
amor, y amar es buscar la felicidad del otro, no la tuya propia. Nunca vi a un
egoísta feliz. Pero, ¡qué feliz es aquel que ama y piensa en la felicidad del
otro!

Debemos aprender a servir, y a ser los primeros en hacerlo.


Una noche Jesús se juntó con sus discípulos y no había ido el sirviente.
Alguien debía lavarles los pies antes de comer, porque en esa época
comían sentados en almohadones y la mesa era bajita; por lo tanto era
necesario lavarse los pies y las manos. La costumbre era que lo hiciera el
esclavo; sin embargo, ese día no había ido. ¿Quién lo haría?
Enseguida, Jesús tomó el recipiente, el agua y el jabón, y lavó los pies de los
discípulos. Días después dijo: “Ejemplo os he dado”, y: “El que de entre
ustedes quiera ser el mayor debe ser el servidor de todos”. Les estaba
enseñando a vivir.

En una casa todos comen. ¿Quién lava los platos? Casi siempre la primera
que se levanta es la esposa. Pero, ¿qué versículo dice que los debe lavar
ella? ¿Por qué no el marido? ¿O por qué no los hijos? Todos debemos servir.
Estamos en el mundo del revés. Nuestras peleas deberían ser: “No, déjame

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que yo lo haga”. Sin embargo, siempre peleamos por no hacerlo.


Finalmente, la mujer termina lavando los platos mientras uno se va a dormir,
el otro se va a ver televisión, el otro a la computadora y el otro a hablar por
teléfono. Seguramente, esa mujer no es feliz porque está rodeada de una
familia egoísta.

¡Es hermoso vivir en la voluntad de Dios! ¡Es una vida totalmente diferente!
Debemos aprender a servir. “Querida, por favor te veo muy cansada,
siéntate y descansa que yo voy a lavar”.

Sin dudas, todos aprenderemos a vivir así. Somos discípulos, estamos


comprometidos. Debemos aprender a amar a nuestro prójimo como a
nosotros mismos.

También debemos aprender a manejar adecuadamente nuestro tiempo y


dinero. Generalmente los gastamos en nosotros mismos. Sin embargo,
debemos usarlos para servir a los demás.

Es importante aprender a administrar el dinero. No podemos gastar más de


lo que ganamos, ni derrochar lo que ganamos en lo que queremos.
Debemos aprender a ser ordenados, a hacer un presupuesto, a no contraer
deudas, a no comprar a crédito, salvo que se trate de un bien hipotecado
que si no lo pagas se quedan con tu casa (en ese caso, la casa hipotecada
no es tuya; hasta que la pagues le pertenece al banco).

Con mi esposa llevamos 39 años de casados, tenemos 5 hijos y nunca


tuvimos una deuda. Aprendimos a obedecer lo que dice la Biblia: “No
debáis a nadie nada”. Siempre dormimos en paz y jamás nos preocupamos.
Cuando tuvimos menos dinero comíamos menos, mi esposa cosía la ropa,

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pero nunca tuvimos deudas. ¡Qué importante es aprender a administrar lo


que Dios nos da y no codiciar antes de tiempo lo que no podemos tener!

Así como aprendimos de Cristo, también debemos aprender de nuestros


hermanos mayores. Ellos nos enseñaron a vivir. Dios abrió nuestros ojos y
nuestro ministerio cambió.

Lamentablemente, hoy en muchas iglesias evangélicas no se enseña a vivir.


No existe el discipulado. Se predica sobre la bendición, el poder, la unción y
el amor de Dios. Obviamente, son temas buenos y necesarios, pero no lo
fundamental. Conozco jóvenes que terminan de ministrar en la alabanza y
después se van a acostar con la novia.
Una vez, un pastor me dijo:
—La mitad de los jóvenes de mi congregación tiene relaciones sexuales
antes de casarse.
—¿Y vos no les decís nada? —le pregunté escandalizado.
—Es que si les digo algo se van a ir de la congregación. Prefiero tenerlos
adentro y no afuera.
¿Adentro de qué? Los tiene adentro del salón, pero también adentro del
infierno. La Biblia es clara al respecto:
“Ni los fornicarios… ni los adúlteros… heredarán el reino de Dios” (1 Corintios
6:9-10).
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino
el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

Hoy muy pocos enseñan a vivir, y eso es lo que Dios nos mandó que
hiciéramos.
Si todos los evangélicos del país fuéramos discípulos, Argentina estaría
salvada. Sin embargo, hay muchos evangélicos, pero pocos discípulos.

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ESTA ES LA RAZÓN DE SER DEL DISCIPULADO

“Enseñándoles a que guarden todas las cosas que yo os he mandado...”

En los capítulos 5, 6 y 7, Mateo hace una síntesis de las enseñanzas de Jesús.


En ella se encuentra lo que conocemos como el Sermón del Monte. ¿Y qué
enseñó allí Jesús? A vivir.

Les dijo a sus discípulos: “Si te enojas con alguien y lo ofendes, y le dices
tonto, idiota o bobo, eres culpable del infierno, porque has ofendido a
alguien que fue creado por Dios a su imagen. Por lo tanto, si vas a la reunión
a cantar y a llevar tu ofrenda, y te das cuenta de que ofendiste a alguien,
deja de cantar, deja tu ofrenda, ve primero y pídele perdón, reconcíliate
con él; y luego ve, lleva tu ofrenda y alaba al Señor”.

También dijo: “El que mira a una mujer deseándola ya adulteró en su


corazón. Debes tener un corazón limpio, y rechazar todo mal deseo que
haya en tu corazón”.
Les estaba enseñando a vivir según la voluntad de Dios.

Otra de sus enseñanzas: “El que se casa debe saber que es para toda la
vida, porque ya no son más dos sino uno. Y aquel que deja a su mujer y se
casa con otra comete adulterio”.

“Y cuando hablas, si dices que sí es sí, y si dices que no es no, no necesitas


jurar. Debes decir siempre la verdad. Y si alguien te ofende debes
perdonarlo. Si alguien te insulta o maldice debes bendecirlo. Si alguien te
pega, poné la otra mejilla. Debes vencer el mal con el bien”.

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“En cualquier circunstancia debes amar a tu prójimo como a ti mismo. Aún


debes amar a tus enemigos. Y si aquel que te hizo daño tiene hambre dale
de comer”.

Les estaba enseñando a vivir según la voluntad de Dios.


Y antes de partir al cielo, Jesús les dijo: “Vayan y hagan discípulos,
bautizándolos y enseñándoles que guarden todas las cosas que yo les
enseñé a ustedes”. En otras palabras: “Hagan discípulos y enséñenles a vivir”.

¡Que lindo es vivir! ¡Estoy tan feliz con la vida que Dios me dio!
Sin embargo, hoy en día son pocos los que pueden decirlo.
No es lindo vivir por vivir. Es lindo cuando vivimos de acuerdo con la voluntad
de Dios.
La Biblia dice que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta.
Por eso debemos decirle cada día al Señor: “¡Gracias por haberme creado,
gracias por haberme dado la vida, por haberme hecho tu hijo, por haber
perdonado mis pecados! Gracias por enseñarme a vivir en tu voluntad. ¡Qué
lindo, Señor! Encontré descanso para mi alma”.
Eso es lo que Jesús promete y ofrece a todos los que hacen su voluntad.

Esa es la solución. No existe ninguna otra.


Debemos hacer discípulos, bautizándolos y enseñándoles a que guarden
(no a que sepan) aquello que Cristo enseñó, a que vivan según la voluntad
de Dios.

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CONCLUSIÓN

Necesitamos volver a Cristo y a lo que él nos enseñó.


Hoy nuestro país y el mundo están necesitando que alguien los oriente. Los
políticos están desacreditados. El pueblo no cree más en sus gobernantes.
Hoy la política y el gobierno están en crisis. Hay un gran vacío en la gente. ¿Y
a quién recurren? ¡A la iglesia! Nos están pidiendo ayuda. Es un momento
difícil para el país, sin embargo, sabemos que algo maravilloso va a suceder.
Pero nosotros tenemos que enseñar que todos deben ajustarse a la voluntad
del Señor.

Hace algunos años, cuando Felipe Solá era gobernador de la Provincia de


Buenos Aires, hizo una reunión convocando a los líderes religiosos: sacerdotes
católicos, pastores evangélicos, rabinos judíos y líderes musulmanes. Estuvo
cuatro horas con ellos y, entre otras cosas, les dijo: “Cuando entro a una villa
miseria me agarra tal depresión que no sé qué hacer. Y cuando, al caminar
por allí, veo un saloncito con un letrero que dice: ‘Templo evangélico’ me da
tanta paz, porque esa gente es la única que sabe hacer algo con ellos”. Y
allí, delante de todos, contó lo que había comenzado a suceder en las
cárceles de la provincia.

Seguramente habrán escuchado acerca de la cárcel de Olmos: de 3200


presos, 1600 son cristianos. También hay otra Unidad, la 25 de Olmos, que se
llama: “Cristo es la única esperanza”, en la que todos los miembros son
cristianos.
Hace unos años el director era Daniel Tejeda, un hermano nuestro. Cuando
Gustavo Beliz —en ese entonces Ministro de Justicia, Seguridad y Derechos
Humanos— fue a la Unidad 25, los internos lo aplaudieron y le pidieron que

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dijera unas palabras. Él, asombrado, dijo: “Es la primera vez en mi vida que al
entrar a una cárcel los presos me aplauden. ¡Esto es una locura!” Los jueces
estaban maravillados.

El pastor principal de la unidad 25 es Marcelo Rojo, un hombre condenado a


cadena perpetua, debido a su prontuario de homicidios, motines, robos y
otras acciones delictivas. Cuando lo conocí no podía creer que tuviera esos
antecedentes. Uno lo ve y es un hombre manso, precioso. Y el juez le dio la
libertad condicional… ¡a alguien que estaba condenado a cadena
perpetua! Todos están maravillados.
Hablamos con el director de la escuela secundaria de la cárcel y nos dijo
que era algo atípico. Él, siendo inconverso, nos dio testimonio acerca de las
maravillas del Señor.

Hace unos años yo debía dar una de las materias de un curso de capellanía
a unos 130 pastores que venían de diferentes provincias. Mi materia era “el
señorío de Cristo”. El director quiso que aquello que se hacía en la Unidad 25
de Olmos se hiciera en todas las cárceles de la provincia de Buenos Aires, así
que en la cárcel comenzaron a formar obreros. Claro, allí todos los días
tienen reunión. A la mañana cada interno ora de rodillas al lado de su cama
una hora. Y todos los días a las 14:30 hacen una reunión. ¡Deberían ver el
fervor que tienen al cantar y orar!

El único problema es que cuando salen en libertad, la iglesia a la que van no


tiene ese fuego. Adentro de la cárcel no hay denominaciones, allí la iglesia
es una sola. Y cuando salen afuera tienen que elegir a qué denominación ir.
Allá tienen reuniones todos los días, y acá solo el domingo. Es uno de los
problemas que estamos enfrentando.
Ya hay obra carcelaria en todas las cárceles de la provincia de Bs. As. El
total de internos es de 23000, de los cuales 6500 ya se convirtieron.

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Dios nos mostró que ha comenzado su obra desde lo más bajo del país,
desde las peores cárceles, para la gloria de su nombre.
Un pueblo que vive según su voluntad.

Él escogió lo vil, lo menospreciado y lo que no es, para avergonzar a los que


son algo. Ellos, que fueron criminales, homicidas, secuestradores y violadores,
ahora son como niños, se dejan enseñar y sus vidas se han transformado.
¡Bendito sea el nombre del Señor!

Y Dios nos mostró que si el 50% de los miembros de una cárcel se


convirtieron, también se puede convertir el 50% de los que están afuera.
Tenemos fe de que Argentina va a caer rendida a los pies del Señor.
Sin embargo, no es el propósito de Dios que Argentina se vuelva evangélica.
Dios no es evangélico; él es un Dios santo. Y él no quiere un pueblo
evangélico, sino un pueblo santo para la gloria de su nombre.

Apelación 1:

Nosotros tenemos la solución para la Argentina y el mundo; la única y total


solución. El mundo es nuestro, porque es del Señor.
Todas las ideologías y religiones fracasaron (incluso la evangélica si se
dedica solo a hacer reuniones).
Dios nos está llamando en esta hora crucial de la historia de nuestro país y
del mundo, y nos dice: “Vayan y hagan discípulos… Yo estoy con ustedes. A
mí se me ha dado todo el poder y la autoridad en el cielo y en la tierra”.

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Apelación 2:

Debemos aprender a ser discípulos y ejemplo para el mundo.


¿Eres discípulo? ¿Estás sujeto a Cristo? ¿Se te puede enseñar? ¿Se te puede
corregir? ¿Tienes un hermano más crecido espiritualmente que te está
discipulando? ¿Tu vida está cambiando? ¿Estás aprendiendo a vivir?
Si tu respuesta es “más o menos” o “no”, te invito a que acabes con el “más
o menos” y te declares un discípulo de Jesucristo, y digas: “Voy a aprender a
vivir como Cristo enseña, voy a ser un discípulo, quiero ser discipulado, y voy
a tener discípulos en el nombre del Señor”.

Luego, haz esta oración: “Señor, me declaro tu discípulo. Si ya lo era, desde


hoy seré aún mucho mejor. Y si era un discípulo a medias, a partir de hoy
todo cambiará. Quiero aprender de ti. Quiero aprender a vivir conforme a tu
voluntad. Amén”.

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