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Consejo de Jaén, Ciudad Habitable Materiales para el debate

Populismo o muerte

Moreno Pasquinelli

sollevazione.blogspot.com.es/2016/03/populismo-o-muerte-di-moreno-pasquinelli.html
4 de marzo de 2016

"No hay verdadera democracia sino allí donde los hombres libres, pero pobres, forman la
mayoría y son soberanos. No hay oligarquía más que donde los ricos y los nobles, siendo pocos
en número, ejercen la soberanía."
Aristóteles, La Política (Τὰ πολιτικὰ)

Numerosas han sido, en la última fase del capitalismo -la denominada “globalización
neoliberal”- las transformaciones sistémicas en las sociedades occidentales, la italiana incluida.
De los cambios relativos a la esfera económica (especialmente el proceso de hiper-
financiarización o de capitalismo de casino), así como de la social (la nueva configuración de las
clases sociales), nos hemos ocupado en otras ocasiones.

Rápidamente nos viene a la cabeza una primera pregunta: ¿tenía razón Marx en sostener
que cuando se dan cambios profundos en la estructura económica y social corresponden

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necesariamente modificaciones en la superestructura política e institucional, en los sistemas


políticos? Sí, indudablemente tenía razón.

Si es así, surge una segunda pregunta: ¿qué tipo de metamorfosis han sufrido los
sistemas políticos occidentales?

Respuesta: a la desmedida concentración de riqueza en manos de una pequeña minoría


neo-capitalista (la que hemos llamado “nueva aristocracia financiera”) le ha correspondido
también una radical verticalización de la esfera política, la ocupación de los centros de la
dirección política por unas reducidas élites políticas vasallas de esa aristocracia (el neologismo
inglés gobernanza expresa una modalidad en la que los espacios de decisión política no
corresponden ya a las asambleas electivas sino a cenáculos de clientes vinculados por un pacto
sobre los modos de hacer en relación a sus patronos). Un proceso, éste último, que se ha
hecho posible por la ocupación desplegada por los grandes propietarios de los más
importantes medios de comunicación de masas.

También en Europa ha acabado imponiéndose, de forma paralela a la consolidación de la


Unión Europea (UE), el modelo político norteamericano. De los sistemas democráticos, aunque
capitalistas, hemos caído, vista la concentración a nivel continental de los poderes ejecutivos,
en regímenes oligárquicos, es más, ultra-oligárquicos.

Queremos ser más precisos: en la medida en que el proceso unionista ha ido


imponiéndose siguiendo la plantilla del paradigma neoliberal y con la moneda única como
piedra maestra, se ha ido radicalizando la tendencia a la oligarquización más allá del océano
atlántico y todo bajo dos aspectos.

El primero ha consistido en la transmisión de los poderes ejecutivos de los Estados-nación


a organismos técnicos supranacionales que operan sin legitimidad democrática y obedeciendo
en primera instancia a los intereses de la aristocracia financiera continental y global.

El segundo: a esta pérdida de soberanía de los Estados-nación (en el caso griego podemos
hablar de un verdadero y propio protectorado colonial), ha correspondido la transformación de
las élites políticas nacionales en apéndices y prótesis de los organismos burocráticos.

El régimen político en el que estamos atrapados no es sólo oligárquico sino también


tecnocrático.

No se ha tratado sólo de una “alteración” de los sistemas de democracia constitucional,


ni de modificaciones solamente formales, sino de una verdadera y propia metamorfosis anti-
democrática (en Italia esta degeneración oligárquica se ha ido consolidando con el paso de la
“primera” a la “segunda” República, de la que las “reformas” renzianas son el punto actual de
llegada).

Ha cambiado profundamente, por tanto, el campo de juego donde tiene lugar la lucha
política y, con ello, han cambiado las modalidades y las reglas mismas de esta lucha.
Resumidamente:(1) el derrumbe del “socialismo real” no ha supuesto solamente un golpe letal
al movimiento comunista y obrero y a la misma idea de revolución, sino también a la política
basada en las diversas visiones del mundo. Con el “pensamiento único” se ha impuesto la idea

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de la política como técnica, como óptima administración de lo existente; (2) se ha agotado la


tendencia histórica que ha caracterizado la historia reciente: la de la participación directa y de
masas en la lucha política. Los centros de trabajo, de estudio y de vida ya no constituyen el
teatro de la lucha política. La televisión antes y los (anti)social network después se han
convertido en los únicos espacios en los que las masas llevan a cabo su experiencia política,
que de facto son lugares de desactivación social; (3) a la pulverización social (la “sociedad
líquida”) le ha correspondido una verticalización de la esfera política, caracterizada por el
distanciamiento entre representados y representantes, el desapego sin precedentes entre
electores y elegidos y entre base y dirección en los partidos. Si antes, sin claros procesos de
burocratización, los partidos se legitimaban por dar forma a reivindicaciones sociales que
provenían de abajo, de los cuerpos sociales, hoy la dialéctica se ha invertido: es de arriba hacia
abajo como va la política y (4) habiendo fracasado, en la esfera de la política, la dimensión
ideal, simbólica y filosófica, con la victoria del “pensamiento único”, ha terminado formando
parte del sentido común que no existan ya ni derecha ni izquierda. Lo que es una de las
variantes del síndrome T.I.N.A. (There Is Not Alternative: No hay alternativa. ndt).

Del “populismo”

El nuevo campo de juego y sus nuevas reglas no podían dejar de tener repercusiones en
las dinámicas que están bajo la construcción del consenso y de la representación política. Los
mismos nuevos partidos/movimientos surgidos en los últimos veinte años, para poder
participar en el juego político, para conseguir apoyo de masas, han tenido que adaptarse al
ambiente, mimetizarse e imitar las formas elitistas.

Los partidos políticos no nacen nunca como un abstracto reflejo de los intereses
materiales dados, en correspondencia directa con tal o cual clase social. No sólo la visión del
mundo de quien los crea tiene una importancia decisiva. Son resultado también de las
condiciones del medio en el que surgen, del campo de juego en el que calan y, por tanto, de las
reglas del juego mismo.

Sin embargo estos nuevos partidos/movimientos, precisamente para conseguir apoyo e


imponerse como protagonistas del campo de juego, no podían nacer más que en oposición al
ordenamiento oligárquico.

Las formas de resistencia a la deriva oligárquica y tecnocrática han adquirido formas


peculiares según los distintos contextos nacionales y sociales. Una diferencia salta a la vista
hoy: mientras en Europa central, oriental y en parte de la septentrional , estas resistencias -
anti-oligárquicas, anti-elitistas y anti-mundialistas- van asumiendo la forma de un soberanismo
reaccionario, en los meridionales (desde Grecia a Portugal, pasando por Italia y España), este
soberanismo, aunque espúreo e inconsecuente, tiene connotaciones democráticas, herederas
de al menos tres tradicciones ideológicas: la liberal, la socialista y la de la nueva izquierda
nacida con el 68.

La reacción de la secta tecno-oligárquica y ordoliberal contra todas las fuerzas sociales y


políticas de oposición fue y es dura, frontal. Se da de formas diferentes -la suerte que le ha
tocado a SYRIZA no es la misma que le toca al gobierno húngaro de Viktor Orban o al polaco de
Beata Szydlo (y no es casual)— pero la acusación, usada como anatema, es única:

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“POPULISMO”.

Populista en España es Podemos, en Portugal lo son las izquierdas radicales que rechazan
la austeridad. En Francia el Frente Nacional. En Inglaterra populistas son tildados UKIP de
Farage, los conservadores anti-UE y también la izquierda laborista. En Alemania lo es la AfD que
está en contra de la moneda única. Como populistas son condenados todos los partidos, desde
Holanda a Suecia, en los que sus rasgos distintivos son la xenofobia y la islamofobia. En Italia
son tildados de populistas la Liga Norte y el Movimiento 5Estrellas.

Se trata de una verdadera y propia cruzada contra quien, con razón o sin ella, de derecha o
de izquieda o de centro, se oponga a los dogmas ordoliberales y, sobre todo, a la Europa tecno-
oligarquica, la mundialización y la confiscación de las soberanías nacionales y populares.

El uso descriptivo del adjetivo “populista” que hace la manada de intelectuales,


periodistas y politólogos a sueldo es sólo la hoja de parra de lo obligado. Cualquiera que se
oponga al orden de cosas existente y a la “gobernanza ordoliberal” es despreciado como
“populista”, ridiculizado públicamente como un demagogo que saca partido de “la barriga y los
instintos de las masas”; tildado, por tanto, de aventurero irracional, como enemigo de la
modernidad. Demonizado como el nuevo “mal absoluto”, hitlerizado además, lo que es
funcional a su aniquilación, hoy con el fuego de las andanadas difamatorias ilimitadas, mañana
con algo menos inmaterial como la fuerza.

Esta cruzada expresa adecuadamente no sólo el desprecio de las masas populares por
parte de las élites dominantes. Expresa un verdadero y propio miedo de las masas que, en los
populismos, han encontrado, dadas las circunstancias, los canales para manifestar su
indignación y protestar contra las crecientes desigualdades sociales y las oligarquías
dominantes o bien la vía de su repolitización.

Efectivamente, contra la apatía inducida y querida por quien manda, los populismos han
sido el vehículo de un despertar general, aunque aún solo pasivo y delegado, de los pueblos y,
dentro, sobre todo de los grupos y las clases sociales que, tras ser golpeados durante décadas
por la globalización, han sido aplastados por la gran crisis -proletarios de diversos tipos, la
juventud precarizada, sectores medios empobrecidos, capitalistas expulsados del mercado, etc.

Como ha escrito Carlo Formenti: «El populismo no es un fenómeno degenerativo de los


sistemas democráticos, es la forma política que la lucha de clases asume en la era de la
economía financiarizada y globalizada y de la conversión neoliberal de todas las élites
tradicionales».

En conclusión (1) las mismas fuerzas genuinamente democráticas y revolucionarias, los


movimientos de nobles y éticos fines que no tratan a los ciudadanos como clientes, sin
posibilidad alguna, serán tildadas por las sectas neoliberales como “populistas” y condenadas
al ostracismo; (2) pero de la necesidad pueden y han de hacer virtud. El desprecio de las élites
es en verdad no sólo el precio a pagar, es un buen auspicio en la perspectiva de una “ida hacia
el pueblo”. Estas fuerzas genuinamente democráticas y revolucionarias están obligadas a actuar
como “populistas”. No hablamos tanto de esta o aquella modalidad, sino del hecho mismo de
que están obligadas a intervenir desde arriba para ir hacia abajo. Su primera tarea, teniendo en

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cuenta la fase política y establecida una estrategia, es construir un centro propulsor potente,
un comité de irradiación de unas pocas ideas potentes. Un centro, una dirección política que
no sólo eduque a sus militantes, sino que sepa construir, experimentándolas, prácticas y
formas de un nuevo activismo de las masas. Con ello este centro estará activamente
modelando, desde sus inicios, al pueblo mismo.

Lo que necesitamos hoy en nuestro país es lo que hemos llamado “bolivarismo a la


italiana”, un partido/movimiento que consiga fusionar, incluyendo en su seno, las distintas
corrientes de pensamiento que hacen de la justicia social -una igualdad real y no sólo formal-
su estrella polar, el principio cardinal de su visión del mundo. Hablamos, por ejemplo, de los
filones comunista y socialista, del catolicismo de base, del liberalismo democrático-
republicano. Las corrientes de pensamiento cuyas ideas sólo parcialmente confluyen en la
Constitución, no casualmente inaplicada. Son corrientes que tienen raíces históricas profundas,
que no han conseguido desarraigar. Sobre estas raíces se puede impulsar un nuevo inicio. A
condición, como he dicho, de que surja con presteza un grupo de pensamiento que con coraje
sepa actuar de elemento catalizador.

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