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DERECHO CIVIL IV
LAS FUENTES DE LAS OBLIGACIONES. LOS CONTRATOS
TEORÍA GENERAL DEL CONTRATO
I. INTRODUCCIÓN
Una de las clasificaciones de los actos jurídicos es aquella que distingue entre
actos jurídicos unilaterales y actos jurídicos bilaterales, atendiéndose para efectuar
esta clasificación al número de partes necesarias para que el acto nazca a la vida del
derecho.
Es acto jurídico unilateral aquel que para formarse necesita de la manifestación
de voluntad de una sola parte y es acto jurídico bilateral, aquel que para su formación
requiere del acuerdo de voluntades de dos o más partes.
Los actos jurídicos bilaterales también se llaman convenciones. Por convención
debemos entender "el acuerdo de voluntades que tiene por objeto crear, modificar o
extinguir derechos y obligaciones". Desde este punto de vista, todo contrato es una
convención, puesto que su objetivo es crear derechos y obligaciones, pero no toda
convención constituye un contrato, puesto que aquellas pueden perseguir, además, la
modificación o extinción de derechos y obligaciones. Por eso se suele definir en
doctrina al contrato como “el acto jurídico bilateral que tiene por objeto la creación de
derechos y las correlativas obligaciones”.
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La noción de contrato descansa esencialmente en el acuerdo de voluntades de
las partes y queda ello en claro por la circunstancia de ser el contrato un acto jurídico
bilateral, esto es, una convención que crea obligaciones. Es decir, de acuerdo a la
teoría contractual, la voluntad de las partes tiene un poder soberano para engendrar
obligaciones: es la fuente de las obligaciones contractuales. Esto significa que la
voluntad o la intención de las partes configuran y domina la formación o el nacimiento
del contrato.
Pero esta voluntad no solamente está presente en la formación o nacimiento
del contrato, sino que también lo está en los efectos o consecuencias que del contrato
derivan, porque en materia contractual la voluntad de las partes no sólo interviene en
la generación del contrato, sino que es también la que genera los derechos y
obligaciones que del contrato surgen. Incluso es posible que la voluntad de las partes
pueda crear contratos, como ocurre, en general, con los contratos innominados.
La regla aquí es que todo contrato es una convención, pero no toda convención
es un contrato. Así por ejemplo, el pago es una convención, pero no un
contrato, pues está destinado a extinguir obligaciones; la tradición es una
convención, pero no un contrato, por la misma razón.
La crítica más de fondo es la que se refiere a la redacción misma del art. 1438.
La realidad de las cosas es que el objeto del contrato son las obligaciones que
él genera; pero, a su vez, estas obligaciones tienen por objeto una o más cosas
que se trata de dar, hacer o no hacer (art. 1460). De tal manera que cuando el
legislador dice en el art. 1438 que en el contrato "una parte se obliga para con
otra a dar, hacer o no hacer alguna cosa", omite una parte de la figura, porque
alude a la prestación de dar, hacer o no hacer como objeto del contrato, no
obstante que esa prestación no es objeto del contrato, sino que es de la
obligación. 2
b. La voluntad no tiene poder suficiente para crear un contrato que según la ley no
puede existir.
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c. También hay limitaciones establecidas por el legislador y que se fundan en el
orden público o en la defensa de las buenas costumbres o de la moral. Las
partes no podrían celebrar un contrato que atente contra el orden público y, en
general, pasando por sobre prohibiciones establecidas por la ley. Si las partes
celebran un contrato que la ley prohíbe, ese contrato adolece de objeto ilícito
conforme al art. 1466 y, siendo así, tiene por sanción la nulidad absoluta
conforme al art. 1682.
d. Para saber cuáles son los límites de la autonomía de la voluntad en función del
tipo de contrato celebrado, se debe distinguir entre contratos de derecho
patrimonial y contratos de derecho de familia. En los contratos de derecho
patrimonial el elemento fundamental, la ley del contrato, es la voluntad de las
partes. Impera en esta materia el principio de la autonomía de la voluntad, de
tal suerte que las personas tienen plena libertad para celebrar los contratos
que deseen y, muy especialmente, para convenir y determinar su contenido,
sus efectos y su extinción. La voluntad es entonces la ley superior en todos los
contratos creadores de derechos y obligaciones de carácter patrimonial. Ello es
así porque estos contratos dicen relación con bienes.
ii. Requisitos respecto del promitente: también debe tener capacidad para
celebrar el contrato prometido y además tiene que tener la intención de crear el
derecho en favor del tercero.
iii. Requisitos respecto del tercero beneficiario: en relación con los requisitos que
deben concurrir en el tercero beneficiario hay que tener presente la especial
situación en que éste se encuentra, porque dicho tercero no tiene injerencia o
intervención en la celebración del contrato, ya que éste se celebra
exclusivamente entre el promitente y el estipulante. Esto tiene especial
importancia en relación con la capacidad que debe reunir el tercero
beneficiario, porque no se requiere que éste tenga capacidad para contratar, ya
que, como señalábamos, él no interviene en la celebración del contrato.
Entonces, no requiere capacidad de ejercicio, bastando que tenga capacidad de
goce. De ahí que lo más frecuente, tratándose del contrato de seguro, por
ejemplo, es que éste se celebre en favor de personas que son absolutamente 28
incapaces (como el hijo impúber, por ejemplo).
El art. 1536, inciso tercero, dice que en caso que el estipulante no cumpla lo
que se ha convenido en favor del tercero beneficiario, la pena es válida, aunque
la obligación principal no tenga efecto. Se plantea aquí una situación
excepcional, porque si bien el estipulante no puede demandar el cumplimiento,
sucede que en caso de no cumplir el promitente su obligación para con el
tercero beneficiario, nace el derecho para el estipulante de demandar la pena
que se hubiera establecido para el caso de incumplimiento. De modo que al
establecerse una cláusula penal el estipulante que normalmente no tiene
ningún derecho pasa a tenerlo en virtud del incumplimiento.
Debe tenerse en claro que la aceptación del tercero no crea el derecho, sino
que éste se creó con la celebración del contrato entre el promitente y el
estipulante, radicándose ese derecho de inmediato en el patrimonio del tercero
beneficiario.
El art. 1449 nos dice que la aceptación del tercero beneficiario puede ser
expresa, cuando se realiza en términos formales y explícitos; o tacita, 30
constituyendo tal aceptación los actos que el tercero sólo puede ejecutar en
virtud del contrato que han celebrado el promitente y el estipulante.
ii. En cuanto al tercero, para que éste resulte obligado tendrá que cumplir las
exigencias de la ratificación. Pero si se analiza el art. 1450 se puede observar
que el legislador se limita a señalar que el tercero debe ratificar para resultar
obligado y no señala las condiciones o requisitos que esa ratificación debe
reunir. Ante esta situación los tribunales han resuelto que la expresión
"ratificación" tiene que tomarse en su sentido natural y obvio y que van a
constituir ratificación todos aquellos actos del tercero que signifiquen que se
atribuye la calidad de deudor que se le ha otorgado en el contrato celebrado
entre el promitente y el acreedor. La única exigencia que han hecho los
tribunales a este respecto es que si la promesa dice relación con bienes raíces
o con derechos reales constituidos en ellos, la ratificación tiene que hacerse
por escritura pública.
Efectos de la promesa de hecho ajeno
Para estudiar esta materia hay que distinguir entre las relaciones de las
diferentes partes que intervienen aquí:
i. Entre el promitente y el tercero no resulta ningún efecto, salvo que entre ellos
se hubiera convenido que el tercero va a otorgar su ratificación.
Puede suceder, ya que la ley lo permite, que el monto de estos perjuicios que el
acreedor puede demandar al promitente, para el caso en que el tercero no
ratifique, sea prefijado por las partes a través de una cláusula penal. Se refiere
expresamente a ello el art. 1536, inciso segundo.
La inoponibilidad
Las normas sobre inoponibilidad se aplican a los terceros a título singular, esto
es, a aquellos terceros que después de la celebración del contrato entran en relación
jurídica con las partes contratantes. Por consiguiente, se excluyen de estas normas los
terceros absolutos, los terceros sucesores a título universal y los propios contratantes.
Para entender el concepto de inoponibilidad es necesario distinguir
previamente en cuanto al contrato mismo y en cuanto a los efectos que éste produce,
porque la inoponibilidad no afecta o alcanza al contrato en sí: el contrato inoponible es
un acto jurídico plenamente válido, al cual no le faltan los requisitos de existencia o de
validez. Lo que sucede es que los efectos emanados de ese contrato no pueden
oponerse a terceros y esta es justamente la gran diferencia que existe entre la nulidad
y la inoponibilidad.
Cuando un contrato es declarado nulo por sentencia judicial, ese contrato se
extingue entre las partes y también respecto de terceros y se considera como si ese
contrato no se hubiere celebrado jamás; en cambio, cuando hay inoponibilidad no se
ataca o afecta la validez del contrato, produciendo éste todos sus efectos entre las
partes. Lo que sucede es que se priva al contrato de sus efectos respecto de terceros.
Por otro lado, hay nulidad cuando se ha omitido algún requisito exigido para la
validez del contrato. En cambio, hay inoponibilidad cuando estamos frente a un
contrato válido, sólo que por haberse omitido ciertos requisitos no van a afectar a
terceros.
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Definición y clasificación de la inoponibilidad
Se define como "la ineficacia respecto de terceros de un derecho nacido como
consecuencia de la celebración o de la nulidad de un acto jurídico ".
Las causales que determinan que el legislador prive de eficacia respecto de
terceros a un acto o contrato o a su revocación o nulidad, son muy variadas y por esta
razón se hace la siguiente distinción:
a. Inoponibilidad por causa de forma,
b. Inoponibilidad por causa de fondo,
c. Inoponibilidad derivada de la pérdida de eficacia de un contrato.
a. Inoponibilidad por causas de forma
Dentro de la clasificación de las formalidades se distinguen las formalidades
por vía de publicidad, cuyo objeto es dar a conocer a terceros que se ha celebrado un
determinado acto jurídico, permitiendo así que éstos se enteren o tomen conocimiento
de la existencia de un contrato que pudiera afectarles. Si se cumple con estas
formalidades, ese acto o contrato va a afectar a esos terceros; en caso contrario, el
legislador protege a esos terceros estableciendo en su favor la inoponibilidad mientras
no se cumpla con las formalidades de publicidad.
De este tipo de inoponibilidad se contemplan numerosos casos en el Código,
algunos de los cuales son los siguientes:
i. Art. 1707, inciso segundo: está referido a las contraescrituras públicas, las
cuales, para producir efectos respecto de terceros deben cumplir con ciertas
formalidades de publicidad:
ii. Art. 2513: la sentencia que declara la prescripción adquisitiva del dominio u
otro derecho real tiene que inscribirse en el Registro del Conservador, en caso
contrario, no produce efectos respecto de terceros. La inscripción aquí no juega
el rol de tradición del derecho, sino de formalidad de publicidad.
3. Tercera regla: dice relación con el sentido efectivo y el sentido inefectivo de las
relaciones contractuales (art. 1562). Aquí el legislador parte del supuesto de
que en un contrato hay una cláusula que es susceptible de dos
interpretaciones: una en virtud de la cual esa cláusula va a producir un efecto, y
otra que hace que la cláusula no produzca ningún efecto.
Señala la ley que en esta circunstancia debe preferirse aquella interpretación
que permite que la cláusula produzca algún efecto. Ello porque supone el
legislador que si las partes incorporaron esa cláusula en el contrato es porque
su voluntad es que ella produzca alguna consecuencia y, siendo así, es lógico
interpretarla en tal sentido.
4. Cuarta regla: está contenida en el art. 1563, inciso primero, según el cual, salvo
que aparezca la intención contraria, las cláusulas de un contrato tienen que
interpretarse de acuerdo con la naturaleza de éste. Ej: si el contrato es bilateral,
conmutativo y principal, se debe interpretar de acuerdo a esas características.
6. Sexta regla: según el art. 1564, inciso primero, las cláusulas de un contrato
tienen que interpretarse de manera que entre ellas exista la debida
correspondencia y armonía.
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7. Séptima regla: en el art. 1564, inciso segundo, se contempla la regla de
interpretación por analogía, situación que se da cuando entre las mismas
partes de un contrato se han celebrado otros contratos. En este caso, el art.
1564, inciso segundo, permite que las cláusulas de un contrato sean
interpretadas por las de otro contrato celebrado por las mismas partes y sobre
la misma materia.
9. Novena regla: art. 1565. Esta regla permite interpretar el contrato a través de
los ejemplos que en él se contienen. En todo caso, precisa la disposición que
los ejemplos usados por las partes no restringen la interpretación a esos
ejemplos, ellos son solo referenciales.
10. Décima regla: el art. 1566 establece una norma para la interpretación de las
cláusulas ambiguas, señalando que no pudiendo aplicarse ninguna de las
reglas precedentes de interpretación, se interpretarán las cláusulas ambiguas a
favor del deudor. Pero, agrega la norma, si la ambigüedad proviene de la falta
de una explicación que debió darse por alguna de las partes que han extendido
dicha cláusula, ésta se va a interpretar en su contra.
A propósito de esta regla es pertinente aclarar que el Código Civil no establece
un orden de prelación de las reglas anteriores, sólo se limita a establecer la
regla fundamental del art. 1560 y la regla supletoria recién explicada.
La interpretación y la calificación jurídica de los contratos
Ambas situaciones presentan diferencias. La calificación jurídica de un contrato
es una operación que se realiza normalmente después de la interpretación del mismo
y ella significa determinar la naturaleza del contrato, esto es, la de incorporarlo de
acuerdo con su carácter en alguna de las categorías de contrato que establece la ley,
con los efectos propios de esa categoría.
En este análisis no tiene relevancia la calificación jurídica que las partes hayan
dado al contrato, porque dicha calificación se hace atendiendo a la voluntad real de
las partes, tal como ella se desprende de la interpretación de las distintas cláusulas
del mismo. Se estima que solamente cuando se trate de dos contratos muy afines y su
contenido no contenga criterios seguros para hacer la calificación, puede el juez
recurrir a la designación o calificación que las partes hayan dado a ese contrato.
En principio, la interpretación de un contrato es una cuestión de hecho, en
tanto que la calificación del mismo es una cuestión de derecho.
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