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10
Cf. R. Le Deaut, La nuitpascale, Roma 1963.
11
Cf. Flavio Josefo, Bell 6, 5, 3.
12
Cf. las alusiones contenidas en varios pasajes de los Sinópticos: Mc 13, 33-37; Lc 12,35-40; Mt 25, 1-13, etc.
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una referencia a la praxis litúrgica sacramental; por esta razón las promesas dirigidas a cada iglesia
aparecen ciertamente en su dimensión escatológica, pero también como señal y garantía, ya aquí y
ahora, en los sacramentos del bautismo y la eucaristía.
“Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap
3,20): Cristo viene en la Palabra y en la Eucaristía. Aquello que se manifestará al final de los tiem-
pos está ya realizado en el hoy a través de los sacramentos del bautismo y de la eucaristía, los cuales
son la primicia y la garantía de aquello que ya podemos vivir aquí, en la vida de hijos de Dios, y que
se cumplirá y manifestará plenamente en el reino (cf. esquema al final de la página).
La promesa a la iglesia de Laodicea y a la iglesia de todos los tiempos, destinada a llegar hasta
los confines de la tierra, es la siguiente: “Al vencedor lo sentaré en mi trono, junto a mi” (Ap 3,21).
El cristiano que vence se sienta a la derecha de Dios, ¡es el Hijo mismo de Dios! Aquí se realiza el
salmo 2, como en la promesa a la iglesia de Tiatira, pero también el salmo 110 (“Siéntate a mi dere-
cha”, v. 1), palabra aplicada no ya sólo al Hijo, al Mesías, sino también al creyente que ha llegado a
ser Hijo. Y el Señor añade: “Lo mismo que yo también he vencido” (alusión clara a la conclusión
del salmo 110) y “estoy sentado junto a mi Padre”. El creyente será Hijo.
Con estas cartas, por una parte, Juan amonesta a las iglesias, pero por otra les recuerda que ya
ahora pueden vivir la plenitud de la vocación cristiana.