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Carta a la iglesia de Laodicea (Ap 3, 14-22)

Esta carta, con la que concluye el septenario, es también la recapitulación de la situación de


las diferentes iglesias.
Laodicea era una ciudad rica, con una famosa escuela de medicina, datos que hay que tener
en cuenta porque de ellos se hace eco la carta. El Señor desvela la situación real de la iglesia de esta
ciudad: “...andas diciendo que eres rico... te aconsejo que me compres oro acrisolado en el fuego... y
colirio para que unjas tus ojos” (Ap 3, 17-18). La situación de Laodicea es exactamente la contraria
de la de Esmirna, a la que el Señor le ha dicho: “Conozco tu pobreza; sin embargo, eres rico” (2, 9).
Laodicea es una iglesia pobre y miserable, pobre de Dios, enferma de ceguera: en definitiva, es la
iglesia de todos los tiempos. Creo que en esta carta Juan quiere llegar hasta los límites de las posibi-
lidades del pecado de la iglesia y al mismo tiempo ver a la iglesia en su desenvolvimiento en la his-
toria: la iglesia aquí descrita no es la última iglesia, es la iglesia de siempre.
El Señor se presenta a esta iglesia ante todo como el Amén, aquel que es el “sí” definitivo de
Dios, el testigo fiel y veraz, el “en el principio” de la creación, aquel por el cual, con el cual y en el
cual ha sido hecha la creación (cf. Col 1, 16): vuelve otra vez en los escritos de Juan este tema fun-
damental del “en el principio” (cf. Jn 1, 1; 1 Jn 1, 1).
El Señor que viene conoce las obras de esta iglesia que es autosuficiente, despreocupada, ni
fría ni caliente, sino tibia. Cristo le dice: “¡Ojalá fueras frío o caliente!” (Ap 3, 15). No se trata de un
lenguaje simplemente parabólico o paradójico, sino que traduce una profunda verdad espiritual. El
que es frío, el pecador, antes o después tiene conocimiento de su pecado y puede convertirse; al que
no es ni frío ni caliente, al que no es sollicitus, al que está espiritualmente adormecido, Cristo no
puede soportarlo y lo vomita por su boca.
Esta iglesia no sólo dice: “Soy rica”, sino también: “Me he enriquecido”, he adquirido mu-
chos bienes, “nada me falta” (Ap 3, 17). Pero el Señor desenmascara la pobreza real, la vergüenza
de la desnudez y la enfermedad de la ceguera de esta iglesia, y le aconseja comprar oro, vestidos y
colirio. Se percibe aquí el eco de las duras palabras de Jesús en el cuarto evangelio: “Si estuvieseis
ciegos, no seriáis culpables; pero como decís que veis, vuestro pecado permanece” (Jn 9, 41). Este
es para Juan el pecado más grave.
Por eso el Señor debe amonestar: “Yo reprendo y castigo a los que amo. Anímate, pues, y
cambia de conducta” (Ap 3, 19). En esta afirmación encontramos de nuevo la corriente sapiencial (el
Señor reprende a quien ama como un padre a su hijo predilecto: Prov 3, 12), pero descubrimos sobre
todo la revelación de que el ágape del Señor, su amor, es siempre también un juicio.
En el v. 20 Juan pone en boca del Señor algunas palabras que constituyen una nueva narra-
ción de la historia de la iglesia. Juan percibe que la iglesia está siguiendo el mismo modelo que el
pueblo de Israel, que no ha aceptado al Señor ni lo ha comprendido en su momento, en el kairós de
su venida. Por eso, no puede hacer otra cosa sino recurrir al Cantar de los cantares, este canto de
amor que ya el judaísmo leía como parábola de la relación entre Dios y su pueblo. Esta interpreta-
ción, probablemente ya corriente en la comunidad de Qumrán, en cuya biblioteca se han encontrado
hasta cuatro ejemplares del Cantar, fue defendida con energía por rabí Aquiba durante el sínodo de
Jamnia, el cual ratifico la canonicidad de este libro. Según él, el Amado del Cantico representa a
Dios, la amada a Israel y el coro de las mujeres a las naciones paganas. Esta exégesis esta atestigua-
da por muchos rabinos de los siglos I y II d.C., entre los que tenemos a rabí Joaquim ben Zakkai
(40-80 d.C.). Igualmente, se encuentra en rabí José (mediados del siglo II d.C.), quien lee el Cantar
de los cantares a la luz de los acontecimientos del Sinaí, y en la Mekhilta sobre Ex 19, 17 dice:
“Dios vino desde el Sinaí (Dt 33, 2) para celebrar las bodas con Israel, como un esposo va al en-
cuentro de su esposa”. En un texto capital de la literatura apocalíptica judía, el Libro IV de Esdras,
1
la elección de Israel es celebrada con las imágenes del Cantar: “Entre todas las flores del campo has
sido elegido tu, el lirio” (4 Esd 5, 24), una evidente alusión a Cant 2, 2. Más tarde (con rabí Leví,
hacia el 300 d.C.), encontramos incluso una interpretación mesiánica del Cantar, acaso dependiente
de una tradición anterior, y precisamente en referencia al texto que se utiliza en Ap 3, 20, a saber,
Cant 5, 2: “Y en esto la voz de mi amado que llama: Ábreme...”.
El Cantar de los cantares nos revela que el gran drama que marca y amenaza constantemente
la relación entre el Amante (Dios) y la amada (Israel) es la somnolencia, el sueño que vuelve pesado
a Israel, la esposa del Cantar.
“Durmiendo yo, mi corazón velaba. Y en esto la voz de mi amado que me llama:
“Ábreme, hermana mía, amada mía, paloma mía, hermosa mía, que tengo la cabeza
cubierta de rocío, mis rizos del relente de la noche...” . Me he quitado la túnica, ¿cómo
vestirme otra vez? Ya me he lavado los pies, ¿cómo volver a mancharlos? Mi amado
metió la mano por la hendidura de la puerta; al oírle se estremecieron mis entrañas.
Me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon mirra, mirra exquisita mis
dedos, en la manilla de la cerradura. Yo misma abrí a mi amado. ¡El alma se me fue
tras de él! Lo busqué y no lo encontré, lo llamé y no me respondió” (Cant 5, 2-6).
Juan retoma esta imagen y la aplica a la iglesia. Cristo es “el que viene” más que nunca, y está
a la puerta y llama, como el esposo a la puerta de la esposa del Cantar (cf. también Ap 22, 17). La
llegada del Señor que viene nos remite litúrgicamente al punto central de la celebración pascual. Ya
el Targum Neofiti a Ex 12, 42 (el famoso “poema de las cuatro noches”)10 da testimonio de que el
Mesías vendrá para la redención final en la noche escatológica del mundo, en la noche de Pascua:
“La cuarta noche será cuando el mundo llegará a su fin... y el Rey Mesías vendrá de lo alto... Es la
noche de Pascua por el nombre del Señor, noche reservada y fijada para la liberación de Israel, de
generación en generación”. El Midrás Éxodo Rabbá 18, 12 a Ex 12, 42, dice: “¿Que significa una
noche de vela? Una noche en que el Mesías manifestará su poder... Esto os servirá de señal: el mis-
mo día en que os liberé en Egipto, esa misma noche, sabed que yo os salvaré”. Se trata de la noche
entre el 14 y el 15 del mes de Nisán, la noche de la Pascua, cuando, como refiere Flavio Josefo11, los
sacerdotes abrían las puertas del templo a medianoche y los judíos se preguntaban si Dios habría
abierto las puertas de la salvación.
La iglesia antigua heredó del judaísmo el uso de celebrar la Pascua en la noche, de modo que
en la vigilia nocturna se hacía intensísima la espera del Señor que viene12. En aquella noche Israel
comía el cordero y aquí el Señor dice: “Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y
abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20). Juan está viendo, por un
lado, el banquete celestial definitivo y, por otro lado, la realización ya dada hoy, la eucaristía cele-
brada por los cristianos. En la eucaristía antigua, como atestiguan la Didaché (10, 6) y los Padres, se
usaba la formula aramea Maranatha, que se puede interpretar o bien como imperativo (Marana tha,
“¡Señor, ven!”), o bien como perfecto (Maran atha, y en este caso, dados los distintos matices del
perfecto semítico, puede significar “el Señor viene” o “el Señor ha venido”, como confesión conclu-
siva de la celebración eucarística). Resulta significativo que esta fórmula (presente también en 1 Cor
16, 22) se encuentre al final del Apocalipsis, en la gran liturgia eucarística que Juan presenta entre
líneas (cf. 22, 20), como invocación: “Ven, Señor Jesús”. Ésta recoge aquella declaración solemne
de Cristo: “Vengo pronto” (Ap 22, 7.12.20), que encontramos también a lo largo de las cartas a las
siete iglesias: Ap 2,5.16.25; 3,3.11.20. En la iglesia antigua se solía administrar el bautismo durante
la liturgia eucarística de la noche pascual, y así, también en esta séptima y última carta encontramos

10
Cf. R. Le Deaut, La nuitpascale, Roma 1963.
11
Cf. Flavio Josefo, Bell 6, 5, 3.
12
Cf. las alusiones contenidas en varios pasajes de los Sinópticos: Mc 13, 33-37; Lc 12,35-40; Mt 25, 1-13, etc.
2
una referencia a la praxis litúrgica sacramental; por esta razón las promesas dirigidas a cada iglesia
aparecen ciertamente en su dimensión escatológica, pero también como señal y garantía, ya aquí y
ahora, en los sacramentos del bautismo y la eucaristía.
“Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap
3,20): Cristo viene en la Palabra y en la Eucaristía. Aquello que se manifestará al final de los tiem-
pos está ya realizado en el hoy a través de los sacramentos del bautismo y de la eucaristía, los cuales
son la primicia y la garantía de aquello que ya podemos vivir aquí, en la vida de hijos de Dios, y que
se cumplirá y manifestará plenamente en el reino (cf. esquema al final de la página).
La promesa a la iglesia de Laodicea y a la iglesia de todos los tiempos, destinada a llegar hasta
los confines de la tierra, es la siguiente: “Al vencedor lo sentaré en mi trono, junto a mi” (Ap 3,21).
El cristiano que vence se sienta a la derecha de Dios, ¡es el Hijo mismo de Dios! Aquí se realiza el
salmo 2, como en la promesa a la iglesia de Tiatira, pero también el salmo 110 (“Siéntate a mi dere-
cha”, v. 1), palabra aplicada no ya sólo al Hijo, al Mesías, sino también al creyente que ha llegado a
ser Hijo. Y el Señor añade: “Lo mismo que yo también he vencido” (alusión clara a la conclusión
del salmo 110) y “estoy sentado junto a mi Padre”. El creyente será Hijo.
Con estas cartas, por una parte, Juan amonesta a las iglesias, pero por otra les recuerda que ya
ahora pueden vivir la plenitud de la vocación cristiana.

REFERENCIAS LITÚRGICAS E INTERPRETACIÓN SACRAMENTAL DE LAS CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS

Iglesia Promesa Sacramentos


1. Éfeso comer del árbol de la vida - Eucaristía
nueva creación Bautismo
2. Esmirna corona de la vida -
no será alcanzado por la segunda muerte Bautismo
3. Pérgamo maná escondido - Eucaristía
piedra blanca con el nombre nuevo Bautismo
4. Tiatira autoridad -
estrella de la mañana Eucaristía
5. Sardes vestido blanco Bautismo
6. Filadelfia será columna en el templo -
llevará el nombre de Dios, Bautismo
de la nueva Jerusalén y de Cristo
7. Laodicea se sentará junto al Hijo y junto al Padre Eucaristía

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