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El ejército carolingio era lento de reclutar y de movilizar y sólo estaba preparado para
una campaña planificada, por lo que fracasó cuando tuvo que enfrentarse a un enemigo
que aparecía de forma inesperada y fugaz y en lugares faltos de defensa. Esta ineficacia
trajo como consecuencia un desprestigio de la monarquía, incapaz de garantizar la
seguridad de sus súbditos, y un aumento de la reputación de los poderes locales, mucho
más preparados para improvisar un ejército que, aún con menor potencia de choque, se
adaptaba mejor a la situación.
Poco a poco, los distritos que atendieron a su seguridad fueron ganando independencia
en beneficio de las grandes familias locales y, aunque detentaban la autoridad en sus
tierras por delegación del rey, pronto olvidaron este compromiso y pasaron a gozar de
sus derechos por herencia. De este modo, la consecuencia más inmediata de las
segundas invasiones fue la fragmentación de Europa en pequeñas circunscripciones que
escaparon al control de los monarcas y el inicio de una etapa de luchas entre los señores
de cada una de ellas.
Entre los siglos X y XI, el feudalismo provocó largos períodos de desorden contra los
que pronto se empezaron a alzar algunas voces. Miembros de la Iglesia invocaron la paz
y, a través de diversos concilios, establecieron progresos tan importantes como el
derecho de asilo o la “paz o tregua de Dios”. Surgió también entonces la convicción de
que la paz sólo era posible si existía un poder fuerte que sometiese los intereses
particulares. La Iglesia se convirtió así en la enemiga de la anarquía feudal y luchó para
garantizar el derecho de los débiles frente a los desmanes de los señores. Actuando así,
la Iglesia protegió también sus intereses pues sólo una monarquía fuerte podía
salvaguardar sus bienes frente a los desafueros feudales.
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Historia Medieval I Tema 10 Carlos Basté López
La combinación del poder espiritual y terrenal situaba a Roma en el centro del Imperio
pues poseía la doble característica de ser sede de San Pedro y capital del Imperio que se
quería renovar. En este sentido, Otón I estableció como norma a seguir que la
coronación real tendría lugar en Aquisgrán mientras que la coronación imperial se
celebraría en Roma en presencia del Papa. Otón III llevó a sus últimas consecuencias
este gesto cuando proclamó a Roma como la capital del mundo y traslado allí su
residencia.
Aunque la afirmación del poder universal era tan clara, la realidad no podía cuestionarla
más. Los emperadores germánicos proclamaban su autoridad sobre los demás reyes y
los designaban con calificativos que disminuían su dignidad pero lo cierto era que
monarquías como las que había en Francia, Inglaterra o España, a pesar de sus
debilidades internas, estaban sólidamente arraigadas y los emperadores poco podían
hacer en realidad para someterlas, por lo que sus proyectos imperiales se desarrollaron a
pequeña escala. Otón I se coronó emperador, según él, porque sus victorias indicaban
que había sido escogido por Dios y porque, al reinar sobre diversos pueblos extendidos
por Alemania, Italia y, en cierto modo, Borgoña, debía poseer un título superior al de
los reyes.
Luis IV el Niño (899 – 911) había sido rey, bajo regencia, del Reino Franco Oriental
desde la muerte de su padre, el emperador Arnulfo. Durante el reinado del último
representante de la dinastía carolingia en Germania, su territorio se vio sacudido por
luchas intestinas y por las continuas incursiones de húngaros y normandos. Durante este
período, existían en Alemania cinco ducados que, sin ser hereditarios, tendían a
pertenecer a las mismas familias y que estaban bien definidos étnicamente, cada uno
con sus leyes, su lengua y sus tradiciones:
Dentro de cada uno de estos ducados, se situaban diversos obispados con gran
influencia espiritual y poseedores de enormes patrimonios, lo que creaba cierta
desconfianza a los duques y los empujaba a intentar controlar el nombramiento de los
nuevos obispos.
trono Enrique I el Pajarero de Sajonia (919 – 936) que logró vencer a los húngaros
(batalla de Riade, 933), afianzar su autoridad frente al resto de duques, hacer frente al
naciente reino de Bohemia, imponer tributo a los eslavos y lograr que los daneses
aceptaran el cristianismo de manos del arzobispado de Hamburgo. Durante su reinado,
Lorena de decantó definitivamente por Alemania al casarse su duque con una hija de
Enrique I. Para evitar problemas sucesorios, en el año 929, Enrique I asoció al trono a
su hijo Otón, que le sucedió cuando tenía 24 años.
2.2.1 Otón I
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Hecho con el control de Alemania, Otón I intervino en Italia. Los señores de Friul,
Arlés, Borgoña y Provenza luchaban por ceñir la corona de Italia. A la muerte de
Lotario II de Italia (950), del linaje franco de los Bosónidas, su viuda, Adelaida, fue
encerrada en prisión por negarse a casarse con el hijo del nuevo rey, Berengario II.
Con el objetivo de someter de manera efectiva a Italia, Otón I chocó con los intereses
bizantinos pero, tras varios enfrentamientos, alcanzó un acuerdo con Juan Tzimisés por
el que Capua y Benevento pasaron al Imperio y Apulia, Calabria, Salerno y Nápoles se
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mantenían en manos griegas. Para sellar este pacto, Otón II contrajo matrimonio con la
princesa bizantina Teófano en el año 972.
Cuando Otón II accedió al trono en 973, tuvo que hacer frente a la sublevación del
duque de Baviera, que deseaba volver a la situación de independencia anterior a Otón I.
En Roma, el Papa Benedicto VI, cercano al emperador, murió asesinado en 974 y unos
años después, en 982, los musulmanes derrotaron a una flota imperial en el cabo
Colonna. Por último, una revuelta general de los eslavos que habitaban entre el Elba y el
Oder provocó la pérdida del territorio obtenido en los decenios anteriores1. En estas
circunstancias, cuando Otón II falleció en 983 y dejó el trono a su hijo de tres años, el
futuro Otón III (983 – 1002), la situación parecía abocada a una gran crisis que pudo
evitarse gracias, entre otras cosas, a las hábiles regencias de Teófano y Adelaida.
En 996 comenzó el breve reinado efectivo de Otón III, quien se distinguió por intentar
hacer de Roma el centro político de su Imperio. En la ciudad italiana, los Crescencio
controlaban entonces las elecciones pontificias por lo pudieron imponer al Papa
Bonifacio VII, que encarceló al Papa legítimo, Juan XIV, quien moriría de hambre en
prisión. Bonifacio VII murió asesinado por sus rivales un año después por lo que, para
evitar el caos, Otón III decidió imponer a su primo, Bruno, como nuevo pontífice, con el
nombre de Gregorio V. A pesar de las protestas provocadas porque el nuevo Papa no era
italiano, Gregorio V pudo coronar emperador a Otón III en 996.
Un año después, se impuso la realidad y una revuelta en Roma, dirigida por los
Tusculanos, obligó a Otón III y al Papa a abandonar la ciudad. Mientras intentaba
retornar a Roma, Otón III murió a los 22 años de edad (1002). Tras la muerte de
Silvestre II, el papado cayó de nuevo en manos de los Crescencio.
El reino franco fue el que más convulsiones sufrió debido a las segundas invasiones. El
poder real fue incapaz de enfrentarse a las incursiones de los normandos y la dinastía
carolingia sucumbió, tras la muerte de Luis V (987), víctima del descrédito. Lo cierto es
que la monarquía estaba ya muy debilitada debido a su fragmentación en unos 160
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La organización de diversas marcas frente a los eslavos, a partir de 936, había permitido un lento avance
más allá del Elba y la creación de sedes episcopales en tierra eslava.
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condados cuyos titulares lograron hacer hereditarios sus cargos tras el Tratado de
Merssen de 870.
Los condes se habían apropiado de las rentas reales, impartían justicia y reclutaban sus
propios ejércitos. Poco a poco, los condados fueron juntándose y conformando ducados,
de acuerdo con sus realidades socioculturales, de modo que a principios del siglo X,
Francia comprendía los siguientes principados:
Átelstan (925 – 939) pudo imponerse en Anglia, Mercia y Northumbria. Con sus
sucesores, la dinastía alcanzó su mayor prestigio, aumentando sus relaciones con el
exterior y fundando numerosas abadías benedictinas. En este período, Inglaterra asiste a
un fortalecimiento del poder real y a un período de recuperación de territorios frente a
los daneses, sin embargo, una nueva oleada de ataques noruegos y daneses truncó este
proceso y dejó a Inglaterra bajo el dominio danés (1014) de modo que el rey danés
Canuto el Grande (1018 – 1035) se proclamó soberano en ambos territorios.
5.1 Bohemia
5.2 Polonia
El príncipe Meszco I (960 – 992), de la dinastía de los Piast, tuvo que rendir vasallaje a
los Otones y aceptar misioneros de Bohemia, sin embargo, como recelaba tanto de
alemanes como de bohemios, decidió poner su país bajo la protección de San Pedro. Su
hijo, Boleslao el Valiente (992 – 1025) consiguió establecer la estructura de su propia
Iglesia mediante un arzobispado en Giezno, del que dependerían las futuras diócesis
polacas. Fue un fiel aliado de Otón III pero, a su muerte, invadió las tierras entre el Elba
y el Oder, ocupando Moravia y Bohemia (1003). Tras años de enfrentamiento con
Enrique II, Boleslao no fue doblegado y pudo conservar estas tierras a cambio de su
vasallaje al emperador (1013). Tras la muerte de Enrique II (1024), Boleslao se
proclamó rey de modo que Polonia se convirtió en el mayor estado de Europa.
5.3 Hungría
6. La Europa nórdica
6.1 Dinamarca
Tanto noruegos como daneses experimentaron una consolidación de las altas clases
sociales y del régimen monárquico inspirados en los modelos occidentales,
especialmente el inglés y el alemán. Dinamarca alcanzó, no obstante, un mayor grado de
cohesión en tiempos de Harald “Diente Azul” (940 – 986), quien cristianizó su reino
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para evitar se invadido por Otón I. Extendió su influencia por el sur de Suecia, Noruega
y las costas de Pomerania y Prusia, labor que continuó Canuto el Grande (1018 – 1035).
6.2 Noruega
6.3 Suecia
Suecia fue el último país que se cristianizó en Europa, cuando Olaf III (994 – 1022)
recibió el bautismo en 1008. Para facilitar sus intercambio comerciales con bizantinos y
musulmanes, Olaf III acuñó su propia moneda y consiguió salvaguardar su reino de las
apetencia noruegas y danesas.
Los ataques de Almanzor perjudicaron mucho a los reinos cristianos del norte,
especialmente a León por lo que, a la muerte del caudillo musulmán, los príncipes de
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Sancho III el Mayor de Navarra (1000 – 1035) fue el monarca más beneficiado por esta
situación pues consiguió unir en sus manos a todas las tierras cristianas desde Galicia
hasta Ribargorza en un frente contra los musulmanes, sin embargo, su obra se
desvaneció a su muerte tras repartir el reino entre sus hijos. La dinastía navarra, no
obstante, abrió las puertas a Europa al apoyar la reforma cluniacense y promocionar el
Camino de Santiago por el que penetraron aires culturales europeos en detrimento de los
aires arabizantes traídos por los mozárabes. Los sucesores de Sancho de Navarra dieron
un nuevo impulso a la Reconquista, convirtiendo a la Península en uno de los
principales escenarios del enfrentamiento entre la Cristiandad y el Islam.
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