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El revisionismo en perspectiva: de la FAES a la Academia

Francisco Espinosa Maestre


14.09.2019

https://conversacionsobrehistoria.info/2019/09/14/el-revisionismo-en-perspectiva-de-la-faes-
a-la-academia/

Hay poca virtud de tolerancia y la Historia debe ser muy tolerante


para entender por qué Franco hizo lo que hizo
Moradiellos, en El Español, 02/11/2017

Sobre algunos conceptos

Estamos ya acostumbrados a que se niegue la relación entre historia y memoria. Se nos viene
insistiendo hace tiempo en que nada tienen que ver y en que la segunda es una mala guía. Esta
actitud representa una respuesta por parte de ciertos sectores de la universidad española al
movimiento en pro de la memoria que se inició en 1996-97, tuvo su apogeo entre 2002 y 2008
y aún sobrevive pese al carpetazo que supuso la llegada del PP al poder en 2011.
Evidentemente historia y memoria no son lo mismo. En general los que se muestran contrarios
a la memoria histórica mantienen esa oposición entre ambos conceptos, que según ellos
vendrían a ser como un oxímoron. La historia es una ciencia social cuyos orígenes se remontan
a la Grecia clásica; la segunda tiene otra dimensión. Existe una memoria personal, donde se
mezcla lo vivido, lo oído, lo leído y lo imaginado, y también una memoria colectiva que refleja
las diferencias sociales y de clase. Pero, por lo que aquí interesa, la memoria representa un
recurso más de la historia. Digamos que los hechos vividos por las personas cubren en
ocasiones los vacíos de la historia y completan lo que ofrecen los documentos.

Además estos no solo no entran en ciertas cuestiones sino que falsean otras. Así, ningún
documento militar, policial, de la Guardia Civil o de Falange nos va a contar lo que hay detrás
de las palabras “convenientemente interrogado”. Sin embargo, alguien que haya pasado por un
interrogatorio sí te puede detallar en que consistió y qué huellas le quedaron. Por poner otro
caso, únicamente una mujer que, confiada en que nada le pasaría si se quedaba en su pueblo
permaneció en él, puede recordar lo que hicieron los fascistas con las mujeres. Solo
excepcionalmente algún sumario referirá estos hechos con detalle. El fascismo intentó borrar
sus huellas y lo consiguió en buena parte. Cientos de miles de documentos fueron destruidos
en todo el país entre los años sesenta y los ochenta, y aún hoy los militares, con el beneplácito
de los partidos dominantes, retienen importantes fondos documentales considerados
“delicados” pese a que en su mayor parte son legalmente consultables por superar el plazo de
los cincuenta años marcado por la ley. Concluyamos que la memoria personal, completando
otras fuentes y tratada de manera crítica, puede ser importante para la historia.

Cuestión aparte es el rechazo que la relación entre historia y memoria provoca en ciertos
sectores del mundo académico, que ven invadido su territorio y que están acostumbrados a
actuar en circuito cerrado. Ya dijo Fernando del Rey Reguillo que “la memoria histórica había
caído como una losa sobre la historiografía profesional”, a la que definía como “el espacio rico
y plural de la verdad académica”. El movimiento en pro de la memoria histórica les puso
nerviosos porque evidenciaba su silencio, su inhibición y su orientación ideológica. ¿Dónde
quedó la función social de la historia? Nunca han llevado bien –estoy pensando
fundamentalmente en el suroeste– que la historia surja desde ámbitos ajenos a la academia.
Lo consideran intrusismo y han hecho todas las maniobras posibles para que no ocurriera. Es
un hecho grave pero es así: la historia de la destrucción de la República en Cádiz, Sevilla,
Huelva, Córdoba y Badajoz se ha hecho hasta fecha muy reciente desde fuera de la
Universidad. Esto de por sí daría para un trabajo curioso, que debería de hacerse antes de que
fallezcan todos aquellos catedráticos y profesores en general que impidieron la investigación
del golpe militar y sus consecuencias.

Como era de suponer también la palabra revisionismo ha sido objeto de discusión. No se


considera apropiado su uso en la acepción que se refiere a lo que practican los manipuladores
de la historia. Se dice además que revisar la historia constituye una práctica habitual y
necesaria. Sin duda esto es cierto, pero existe otro modo de entender el concepto que podría
definirse como la revisión de hechos históricos para distorsionarlos con intencionalidad
política. Esto no es un invento que hayamos hecho aquí unos cuantos sino un concepto
consolidado por su uso dentro y fuera de España. Se dice, además, que en lugar de
revisionismo lo que debe usarse es la palabra negacionismo, sin tener en cuenta que dicho
concepto tiene que ver con la negación de una realidad molesta y guarda una estrecha
relación con el holocausto, cuya existencia niega. El revisionismo es concepto más amplio que
el negacionismo y parece que refleja mejor lo ocurrido en España. Aquí los revisionistas no
niegan el genocidio franquista, simplemente lo minimizan. En nuestro país se trata de
mantener que todos, “ambos bandos”, fueron iguales en esencia aunque unos mataran más
que los otros. El factor común de los dos conceptos sería que detrás tienen sectores
conservadores o abiertamente de extrema derecha. Aun admitiendo el carácter local de estos
fenómenos cabría decir que Irving, Faurisson o Moa representan lo mismo, si bien los dos
primeros se han dedicado a negar el holocausto y el tercero a justificar el golpe militar del 36 y
la dictadura franquista.

Objetivos del revisionismo

El fenómeno revisionista surge a fines de los noventa en respuesta al movimiento que, iniciado
en 1996, trataba de recuperar la memoria silenciada de la resistencia guerrillera; de los
llamados “niños de Moscú”, acogidos por la URSS en plena guerra y muchos de los cuales ya no
volvieron, o de los brigadistas que vinieron de todo el mundo en defensa de la República. Al
mismo tiempo, desde finales de los años setenta surgen las primeras investigaciones sobre la
represión franquista.[2] Dado el pacto tácito de olvido acordado por los diferentes partidos
políticos en la transición y consolidado con la amnistía de octubre de 1977, la investigación de
la represión se presentó desde el principio muy dificultosa. La Constitución tardaría años en
llegar a los archivos en un largo proceso aún no completado. Las barreras eran continuas y
cualquiera se sentía con poder para negar el acceso a la documentación, que para colmo
tardaría años, si es que llegaba el día, en ser catalogada. Cualquier investigador de la llamada
“guerra civil”, por supuesto sin respaldo de la Academia, era considerado persona non grata. Y
la Universidad, salvo excepción, no quería saber nada de esos asuntos, lo cual no es de
extrañar si pensamos que, como en las demás instituciones del estado, allí poco había
cambiado y el relevo del personal, por más que en algunos casos deparara sorpresas, fue un
proceso controlado desde dentro.

En otro trabajo anterior establecí algunas etapas por las que había pasado este país: la
negación de la memoria (1936-1977), la política del olvido (1977-1981) o la suspensión de la
memoria (1982-1996).[3] Fue en la primera legislatura de Aznar (1996-2000) cuando desde el
poder se recurrió a los que cabría llamar los Moas, por ser Luis Pío Moa el máximo
representante de este movimiento, orientado a contrarrestar las iniciativas favorables a la
memoria histórica y siempre al servicio del PP y de los sectores más reaccionarios en general.
El historiador británico Robert Stradling, de la Universidad de Edimburgo y ferviente admirador
de Moa, ha llegado a hablar de la “revolución moaísta”.[4] El objetivo de los revisionistas será,
desde un principio, actualizar el ideario franquista con un estilo fácil y accesible al alcance de
todos. Nada que ver con la historia, se trata de lanzar consignas breves y contundentes que la
gente pueda asumir sin complicaciones. Entre los más activos cabe citar a Pío Moa, César Vidal
o al cura falangista Ángel D. Martín Rubio, quien aún sigue actuando desde los blogs de la
web Religión en libertad.

El objeto de esta campaña de propaganda será en principio el período República y Guerra Civil
(1931-1939) y se ampliará posteriormente a la Dictadura y la Transición (1939-1978). Iniciará
su actividad en 1999, con la publicación de la primera obra de Moa Los orígenes de la guerra
civil por una editorial relacionada con el Opus, y su referencia actual sería la edición de 1936.
Fraude y violencia en las elecciones del frente popular, escrito por Manuel Álvarez Tardío y
Roberto Villa García y publicado por Espasa (Planeta) en 2017.[5] Desde entonces el polígrafo
gallego ha puesto en circulación unos treinta libros, lo cual lo sitúa muy cerca del famoso
“Tostao”.[6] Algunos de ellos han sido auténticos éxitos con ventas de decenas de miles de
ejemplares. Que esto ocurra en un país donde los lectores de ensayo constituyen minoría,
indica que se trata de un fenómeno extra literario directamente relacionado con el apoyo
recibido por los medios de comunicación controlados por la derecha, que son mayoría.

Los contenidos básicos, que han ido perfeccionándose con el tiempo gracias a los aportes de la
derecha permanente,[7] serían los siguientes:

1. La proclamación de la República en abril de 1931 fue irregular.


2. La República promovió la violencia anticlerical desde su origen.
3. Las luchas sociales estuvieron presentes desde el primer día.
4. El golpe de Sanjurjo de agosto de 1932 fue irrelevante.
5. La izquierda no admitió el triunfo de la derecha en noviembre de 1933.
6. La izquierda dio un golpe de estado en octubre de 1934.
7. España recuperó la normalidad durante el “bienio rectificador”.
8. El Frente Popular ganó las elecciones de 1936 mediante fraude.
9. Los cinco meses del Frente Popular constituyeron un caos total.
10. Solo una intervención militar podía devolver la paz a España.
11. El mal estaba tan extendido que la guerra civil duró tres años.
12. La represión no fue tan grande y si no hubo más víctimas de derechas es porque la
sublevación lo impidió.
13. La posguerra fue dura pero no más que en otros países.
14. El régimen franquista fue autoritario, no fascista.
15. Pasado lo peor Franco convirtió España en una potencia mundial.
16. Ya en los años sesenta se entró en una “etapa predemocrática”.
17. El propio franquismo condujo a la democracia.
18. La amnistía de 1977 y el pacto de silencio fueron en beneficio de todos.
19. La Constitución de 1978 debe ser siempre el referente del que partir.
20. El pasado no cuenta: todo lo ocurrido entre abril de 1931 y diciembre de 1978 ha sido
borrado.

Este ideario, promovido desde radio, prensa y televisión durante años, venía a actualizar y
renovar la propaganda franquista, recordando a amplios sectores sociales que era verdad lo
que les habían enseñado en su juventud. Pero para su implantación se requería que fuese el
discurso dominante, condición para la que resultó fundamental la política de olvido puesta en
práctica por el gobierno de González-Guerra durante catorce años, a los que siguieron otros
ocho de Aznar en los que se promocionó a Moa hasta el punto de sacarlo en la TV pública en
horario de máxima audiencia o a asumir su ideario por la FAES. Incluso pudimos escuchar al
mismísimo Aznar decir que su lectura de verano sería un libro de Moa. La movilización social,
minoritaria aunque muy potente, llevó al PSOE de Rodríguez Zapatero a prometer en 2004 una
ley de memoria. Pero se asistió a un doble proceso, por un lado el del gobierno creando una
peculiar comisión que debía elaborarla, tarea que llevó casi toda la legislatura para al final no
satisfacer a nadie, y por otro el del movimiento social organizándose alrededor de la iniciativa
del juez Baltasar Garzón, que acabó en 2008 en el descalabro más absoluto por la expulsión del
juez de la carrera judicial y por el desmoronamiento consiguiente de la lucha asociativa.
Posteriormente se entró en un impasse caracterizado por la paulatina desaparición de las
ayudas y subvenciones que encontraría su final definitivo con la llegada de Rajoy al poder en
2011.

Consecuencias de las políticas de olvido

Del movimiento pro memoria cabría decir que representó una demanda social que no
encontró cauce político ni judicial. La exigencia de verdad, justicia y reparación se queda en el
caso español en muy poca cosa: un poco de verdad, la que trabajosamente y de manera
incompleta hemos ido raspando los historiadores; ninguna justicia, y reparaciones míseras o
escandalosas. Entre las primeras, las que se dieron a los familiares por medio de la Ley de
pensiones de guerra de la UCD a fines de los setenta y entre las segundas las entregadas a los
sindicatos y partidos por la incautación de sus locales y sedes a partir de 1936. Tenía razón
Elizabeth Jelin, especialista argentina en derechos humanos, cuando afirmó que la justicia es la
parte más sólida de la memoria. Así ha sido en diversos países de Iberoamérica y en otros del
mundo donde funcionaron Comisiones de Verdad. Nuestro país representa el polo opuesto:
una política restrictiva de acceso a los fondos documentales, negación absoluta a que la
justicia defina y concrete los delitos en que incurrieron los que rompieron la legalidad en 1936
e indiferencia total ante las víctimas. Las recomendaciones de la ONU y la querella argentina
chocan una y otra vez contra un muro. Cabría definirlo como el modelo de impunidad español
conseguido después de ochenta años, la mitad en dictadura y la otra mitad en democracia.
La consecuencia más grave de este ideario es la trivialización y manipulación de la historia, ya
que lo que empieza por ser una ridícula reacción ante hechos históricos probados o una
reivindicación social, acaba por convertirse en una ideología útil para el poder, sea cual sea su
signo. Conviene recordar la idea de John Berger acerca de que “el papel histórico del
capitalismo no es otro que destruir la historia, cortar los vínculos con el pasado y orientar todos
los esfuerzos y toda la imaginación hacia lo que está a punto de ocurrir”.[8] El régimen surgido
de la transición, llamado con razón “Régimen del 78”, no puede soportar que se exponga la
realidad de lo ocurrido desde 1931 a 1978. Y no lo soporta porque si lo hiciera tendría que
admitir que en el origen de la España actual está la matanza fundacional iniciada el 17 de julio
de 1936, cuya existencia se intenta ocultar y negar en su verdadera dimensión. También
tendría que reconocer que la transición no fue tan modélica y que la democracia española
adolece de graves problemas.

El concepto de “guerra civil” oculta la realidad. Se dice que la guerra –antes se decía el
Movimiento– comenzó el 18 de julio de 1936 y concluyó el 1 de abril de 1939. Pero esto es
falso. Primero fue el golpe militar, que se extiende y concluye con la derrota ante Madrid el 7
de noviembre del 36 y luego la guerra civil con sus ejércitos, frentes, campañas y batallas. No
podemos considerar guerra civil a lo que pasó en gran parte de Andalucía, Extremadura,
Castilla-León, Galicia, Navarra, parte de Aragón y Baleares o Canarias, es decir, en más de
media España. Aquí solo hubo represión dentro de un plan de exterminio de proporciones
desconocidas que podemos considerar genocidio. Cuando se enfoca solo la “guerra civil” se
pierde la perspectiva, ya que se ocultan los meses del terror fascista en los que decenas de
miles de personas fueron asesinadas por el hecho de ser de izquierdas o simplemente por ser
obreros.
Sorprende ver a los responsables de las políticas de olvido del régimen del 78 o a otros que han
gozado de púlpitos diversos en el grupo PRISA pregonar urbi et orbi que el Estado debe
hacerse cargo de las exhumaciones. Que esto lo digan individuos que han colaborado en la
política restrictiva de los archivos o aquellos que han minimizado el trabajo de los que nos
dedicábamos a recuperar para la historia los nombres de los desaparecidos del franquismo, da
la medida de la farsa en que estamos sumidos desde hace décadas. ¿Y cómo sabrá el Estado
dónde excavar para recuperar los restos humanos? ¿A quién se lo preguntarán, acaso al
Ejército, la Guardia Civil, la Policía o a la Falange? ¿A la Iglesia, dada la presencia de curas
confesores en buena parte de las masacres que tuvieron lugar? ¿Será el Ministerio de Justicia,
responsable de la Causa General, el que dé las pistas de los lugares donde reposan restos
humanos o quizás vendrán del de Defensa? ¿Saldrá del abad del Valle de los Caídos la
información entonces recogida sobre fosas comunes situadas fuera de los cementerios?
Seguro que sí.

Circula aún la cifra de 114.226 como el número de desaparecidos en España. Lo que no circula
es que dicho número fue fruto de una cifra incompleta ofrecida a la prensa cuando aún no se
disponía de toda la información ni esta había sido validada. El problema es que la cifra pasó al
Auto de Garzón y desde entonces no ha dejado de citarse. Pero plantea varios problemas. El
primero de ellos que no se sabe qué criterios establece para definir el concepto de
desaparecido, lo cual es sumamente complejo en el caso español.[9] En segundo lugar no
refleja la cifra real que ya se conocía entonces de personas asesinadas, que superaban las
130.000, y en tercer lugar que no presentaba los límites de la investigación que había dado
lugar a dicho número, que en realidad debe ser mucho mayor. Y tan absurdo son los 114.226
como las cifras que aún hoy se manejan sobre los asesinados durante guerra y posguerra.
Cifras redondas para cuestiones no investigadas a fondo.

El revisionismo pasa del PP a la Academia

El primer estado de la cuestión se realizó en 1999 en el libro Victimas de la guerra civil, en el


que intervinieron Francisco Moreno Gómez, Julián Casanova Ruiz, Josep María Solé i Sabaté y
Joan Villarroya i Font.[10] El coordinador iba a ser Alberto Reig Tapia pero por encontrarse
fuera de España la tarea acabó recayendo en Santos Juliá Díaz, persona ajena al tema del libro,
lo cual se percibe claramente viendo la escasa relación que existe entre la introducción y los
textos de los colaboradores.[11] Buena muestra de su estilo como coordinador sería el hecho
de que, de entrada, planteara que no consideraba oportuno el uso de la palabra
fascismo.[12] El número de víctimas que ofrecían las investigaciones en ese momento era de
90.194 en veintidós provincias, cifra que ascendió a 130.199 cuando se hizo una nueva revisión
en 2010 coordinada por quien esto escribe y en la que intervinieron José María García
Márquez, José Luis Ledesma, y Pablo Gil Vico.[13] Esta obra mostraba la expansión que
durante la década pasada tuvo la investigación sobre el golpe militar tanto desde la
investigación histórica como desde las iniciativas promovidas desde el movimiento pro
memoria. Su salida coincidió con el momento en que declinaban las iniciativas puestas en
marcha catorce años antes. Se había avanzado mucho y el resultado, aunque desigual,
permitía valorar la represión realizada en ambas zonas en la mayor parte de las regiones
españolas. Existía, eso sí, una diferencia: mientras el número de víctimas habidas en zona
republicana era casi definitiva, el de las causadas por los golpistas era simplemente una cifra
mínima de la cual partir.

Para este embate unos y otros contaban con medios abundantes como prensa, radio,
televisión o editoriales. Entre los revisionistas, además de L.P. Moa y César Vidal, surgieron
otras voces como José Javier Esparza, Jesús Palacios, Fernando Paz, etc. El grupo PRISA jugó un
papel clave en esta operación. En el campo de la literatura no quedó prácticamente escritor
que no hiciera su novela sobre la guerra civil y, aunque hubo casos de buena literatura, la
mayoría fueron productos tocados por las urgencias del mercado. Sería el caso, entre otros
muchos, de autores promovidos desde el mencionado grupo como Juan Eslava Galán, Antonio
Muñoz Molina, Andrés Trapiello, Arturo Pérez Reverte o Javier Cercas.[14] No obstante, el
fenómeno más interesante y al mismo tiempo más inquietante fue la absorción de las tesis
revisionistas desde la Universidad, ya que, en buena parte, lo que significaba es que esta se
reafirmaba en su antiguo espíritu, que tan bien conocíamos los que pasamos por ella en los
años sesenta o setenta.

Un caso que resume bien este proceso es la obra Palabras como puños. La intransigencia
política en la Segunda República española, coordinada por Fernando del Rey Reguillo y en la
que vemos, entre otros, a historiadores como Manuel Álvarez Tardío o Pedro C. González
Cuevas.[15] Publicada en 2011 recoge trabajos gestados con anterioridad. Del Rey ya era
conocido desde 2008 por su obra Paisanos en lucha. Exclusión política y violencia en la
Segunda República española, publicada por Biblioteca Nueva. La aparición del libro se jaleó a
conciencia desde Libertad Digital, La Razón, ABC o El País. Como ya escribí en otro lugar, hasta
la página web sevillana Soy cofrade comentó la salida del libro. En la contraportada del libro se
leía:

Los historiadores agrupados en este libro apuestan por una aproximación a la España
de los años 30 distanciada y estrictamente científica, por completo desmarcados de las
polémicas ideológicas actuales en torno a la llamada memoria histórica, unas
polémicas a menudo artificiosas e históricamente absurdas.

Conviene decir que estamos ante una publicación del Departamento de Historia del
Pensamiento y de los Movimientos Sociales de la UCM, que mantiene un seminario desde
1995 en la Fundación Ortega-Marañón, presidida por José Varela Ortega. Es lógico pues que el
libro estuviera dedicado a José Álvarez Junco y a Santos Juliá, el primero director de
dicho seminario y el segundo asiduo colaborador. Tampoco es de extrañar por tanto que la
obra fuera presentada por Varela Ortega, Álvarez Junco y Juliá, todos los cuales destacaron sus
virtudes.

Además de los mencionados cabe poner otros ejemplos sobre cómo unos se reafirman en su
conservadurismo y otros van perdiendo la vergüenza a decir lo que pensaban sobre cosas que
ignoraban. Entre los primeros estaría el biógrafo de Yagüe Luis E. Togores, de la San Pablo-CEU,
y entre los segundos Fernando Sánchez Marroyo, de la Universidad de Extremadura, al que
debemos desde 2009 el término de “historiadores frentepopulistas”. Otro académico al que no
podemos dejar fuera sería José María Marco, profesor de la Universidad Pontificia de Comillas,
y del consejo asesor de FAES.

En otro nivel diferente aunque no exento de interés tampoco podemos olvidar a los partidarios
del llamado “paradigma de la post-represión”, una especie de tercera vía que cree haber
superado las tendencias existentes en torno al golpe militar de 1936 y con ello lo que
denomina el “paradigma de la represión”. Aquí todo son paradigmas. Relacionados con esta
tendencia estarían diversos profesores universitarios entre los que cabría destacar a Antonio
Míguez, al que debemos, entre otras cosas, la idea base de que el antifranquismo ha
representado una rémora para la investigación de la represión franquista.[16] Por lo visto es
incompatible ser antifranquista e investigar la represión, lo que llevado a su extremo y en
palabras de Enrique Moradiellos sería: “Si odias mucho a Franco, dedícate a estudiar música,
porque no sirves para historiador”.[17]
Los ecuánimes y paradigmáticos quieren dejar atrás, dar por superado, el gran empuje
investigador que, desde fines de los años setenta, ha desvelado y puestos nombres y apellidos
al genocidio realizado por los golpistas a partir del golpe militar de julio de 1936. Incluso
afirman que nos hemos olvidado de los perpetradores. Parece mentira que se ignore lo que les
ocurrió a quienes osaron nombrarlos.[18] Y como el modelo de transición es puesto en duda
por los del “paradigma de la represión” recurren a Juliá Díaz y Álvarez Junco para darle su justo
valor, lo cual es posible que signifique que quizás no hayan superado otro paradigma: el de la
modélica transición.

La aportación extranjera cuenta con Stanley Payne, que ha llegado a prologar a Moa, o con el
historiador británico de origen español Julius Ruiz, de la Universidad de Edimburgo, autor de
otra de estas obras convertidas en fenómeno mediático, El terror rojo. Madrid, 1936,
publicado en 2012 por Espasa.[19] Ruiz se caracteriza por extrapolar lo ocurrido en Madrid –
solo en lo que se refiere a las víctimas de derechas– a todo el país. Y esto ocurre en una
ciudad, la capital de la España republicana, en que la principal investigación sobre la represión
franquista la realizaron personas ajenas a los departamentos de historia de sus
universidades.[20]

Ortodoxia y pensamiento dominante sobre la “guerra civil”

Tras estas líneas que muestran la involución habida en la historiografía de la guerra civil en
estos tiempos pasados y el recorrido que va de las tesis revisionistas de los Moas a los
departamentos universitarios, cabe mirar a la actualidad y observar con atención cómo se
trata la cuestión represiva, eje central del gran proyecto involucionista que representa el “18
de julio”, en una obra que recibió el Premio Nacional de Historia en 2017. Entre sus méritos,
según el jurado, destaca la ecuanimidad. Me refiero a Historia mínima de la Guerra Civil
española, de Enrique Moradiellos, profesor de la Universidad de Extremadura.[21] Como ya he
dicho en alguna otra ocasión no tengo la menor duda de su capacidad investigadora y
divulgativa, sobradamente demostrada, pero sí me permito reflexionar sobre un aspecto clave
del tema en cuestión como el de la represión, concepto este que algunos enterrarían con gusto
en pro del de violencia política, que para todo sirve. Creo que la posición de los historiadores
ante el fenómeno represivo ofrece en sí una valiosa información sobre el trabajo de
investigación previo, en caso de que exista, y sobre los conocimientos historiográficos de cada
autor. Ni que decir tiene que añade además otros elementos de interés relativos al difuso
campo de la ideología.

Como referencia al origen del conflicto, Enrique Moradiellos (EM) remite a Juan José Linz, a
quien considera que “apreció bien el carácter catastrófico de ese proceso de polarización
política y deslegitimación institucional”. Linz creía que con la crisis y el aumento de la
conflictividad social “la memoria acumulativa amplificó la propaganda que generó un
omnipresente temor a la guerra civil, una predisposición a la violencia preventiva que solo
alimentó el miedo y llevó a más propensión al uso de la violencia por el otro bando”. A
consecuencia de lo cual “este círculo vicioso desembocó en la primavera del 1936 en una
atmósfera de guerra civil no declarada” (p. 50). Olvida decirnos EM que Juan José Linz Storch
de Gracia fue el sociólogo que hizo al franquismo el enorme favor de sacarlo del fascismo al
sumarse a la teoría de los regímenes totalitarios y autoritarios, entre los cuales situó a la
España de Franco. Esto no es de extrañar si decimos que Linz, por meritoria que sea su obra,
fue discípulo del jurista franquista Javier Conde y este a su vez del jurista nazi Carl Schmitt,
ambos piezas clave en la conformación del franquismo y del nazismo respectivamente. Del
talante de Linz puede ser buena muestra la admiración que profesaba a Manuel Fraga Iribarne,
quien recibió con tal alegría las teorías de aquel que hasta llegó a prologar alguna de sus obras.
En apoyo del caos de la República suele recurrirse habitualmente a los excesos verbales de
Largo Caballero sin caer en la cuenta de que ese tipo de comentarios se pueden sacar de
donde uno quiera y, lo que es más importante, que como suele pasar en política una cosa son
las declaraciones incendiarias y los artículos en la prensa partidista y otra muy diferente la
realidad. Falsa idea sacaría de la reforma agraria republicana quien se limitase a leer El Obrero
de la Tierra. Los artículos cumplían una función movilizadora y de conciencia política, pero en
la práctica las relaciones entre los sindicatos, los ayuntamientos, el Instituto de Reforma
Agraria y los gobiernos civiles poco tenían que ver con aquellos titulares.

Afirma EM que la conspiración fue extendiéndose desde principios de marzo de 1936, cuando
es sabido que la trama venía de atrás. Han sido José Ángel Sánchez Asiaín y Ángel Viñas
quienes recientemente han demostrado que la trama conspirativa contra la República y su
financiación se puso en marcha tras una reunión celebrada en la misma tarde del 14 de abril
de 1931 a la que asistieron conocidos monárquicos y ultracatólicos que extendieron su
influencia en los meses siguientes, tanto en España como París o Biarritz, reuniendo para
empezar veinte millones de pesetas.[22] Esta conspiración inicial daría sus resultados el 10 de
agosto de 1932 con el golpe de Sanjurjo, fracasado pero que resultó clave para el golpe final.
En cualquier caso la trama perduró y ya en marzo de 1934, poco después de la victoria
electoral de la derecha, dio comienzo la búsqueda de financiación para una nueva intentona
que llevaría a los conspiradores hasta Mussolini, figura clave en julio de 1936 por la
intervención de la aviación italiana en el traslado de fuerzas del norte de África a la península.
Las alarmas se dispararán finalmente en febrero de ese año con el triunfo del Frente Popular,
momento en que la gran derecha abandona la vía política y se lanza de lleno por la solución
violenta.

Para EM la tensión política y la violencia de los meses del Frente Popular fueron achacables a
unos y otros por igual, dando lugar al “ambiente propicio para justificar ante amplios sectores
sociales conservadores la necesidad de un golpe de estado militar como última alternativa
frente al peligro del caos” (p. 80). ¿Realmente cree que los sectores conservadores
alimentados por la virulenta prensa derechista necesitaban de esa tensión para justificar el
golpe? Sobre las víctimas de la violencia política durante la II República existe ya una
información fiable que resulta muy significativa y que desmonta el supuesto caos republicano.
Tomando por referencia la exhaustiva investigación llevada a cabo por Eduardo González
Calleja el número de muertos durante la República fue de 2.629, de los que 1.457
corresponden a octubre de 1934. Durante los cinco meses del Frente Popular murieron 428
personas. Pero estas cifras cobran su verdadero sentido si decimos que el 60% de ellas fueron
izquierdistas, el 15% personas de derechas y el 10% policías y militares.[23] ¿Qué caos es ese
en el que por cada derechista muerto (390) caen cuatro de izquierdas (1560)? Estamos ante
una campaña dispuesta a todo y alentada por las derechas para acabar con la República. Ese
papel jugó Falange, dando lugar a una cadena de violencia cuyo objetivo no era otro que
preparar el terreno para el golpe militar.

Leemos así mismo que “… aquella sublevación… abrió las puertas a la violencia extrema porque
unos querían imponerse por la fuerza sobre otros que querían resistir y sofocar la tentativa” (p.
92), lo cual equivale a decir que el brutal golpe militar se encontró con una resistencia tenaz
que tuvo gravísimas consecuencias. Cabe preguntarse, en una situación como aquella, si
debemos igualar la violencia del que agrede con la violencia del que se defiende. El terror de
las primeras semanas respondía a un plan premeditado de exterminio que se va extendiendo a
medida que avanzan las columnas fascistas. Sabemos que en la mayoría de las localidades
andaluzas y extremeñas, las autoridades locales intentaron controlar la violencia y proteger a
los presos de derechas. La razón es simple: la República no tenía ningún plan similar al de los
golpistas. Recientemente publiqué un artículo sobre las impresiones que un militar portugués
favorable al golpe sacó de su estancia en Sevilla como testigo privilegiado de las operaciones
que se desarrollaron entre el 2 y el 17 de agosto de 1936.[24] Ahí se muestra bien a qué queda
reducida esa supuesta violencia de los que quieren imponerse y de los que quieren resistir.
¿Qué cabía hacer ante las fuerzas de choque del ejército en aquellos primeros meses? Con sus
métodos, los sublevados buscaban provocar una reacción violenta que al mismo tiempo que
justificara su acción provocara entre los suyos una dinámica de hechos consumados que
impidiera detenerse o dar marcha atrás.
Es también significativa la forma en que EM describe la violencia de los sublevados. Dice que
“iba a ser una violencia aplicada por las tropas o colaboradores civiles…” (p. 92).
¿Violencia aplicada? Por lo que sabemos, la estructura represiva fue la siguiente: en la base
las comandancias militares que se crearon en todos los lugares a medida que iban siendo
ocupados, comandancias a cargo de guardias civiles o militares según el tipo de la población;
por encima, los gobiernos militares, en línea directa con el Estado Mayor y la Auditoría, sobre
las cuales, en el más alto nivel, se encontraría la máxima autoridad golpista de cada región
militar. En medio y en comunicación con todos ellos, las delegaciones de Orden Público.
Hablamos de una represión organizada militarmente en la que los colaboradores (falangistas,
carlistas, cívicos) fueron mera comparsa cuyo deber era cumplir las órdenes recibidas. Además
los militares no llevaban bien que se extralimitaran en su papel de ejecutores. El monopolio del
terror era militar y el que mataba por su cuenta era corregido.[25] Utilizar la palabra “paseo”
en relación con la represión franquista carece de sentido. En la zona controlada por los
golpistas no hubo “paseos” y muchos menos “paseos irregulares”. Se trató de ejecuciones
perfectamente programadas que no tuvieron nada de irregulares. Incluso el terror de las
columnas en su ruta hacia Madrid dejó huella documental. Llega a afirmar EM que “los paseos
y asesinatos irregulares (…) fueron reemplazados por los juicios sumarísimos…”, cuando la
realidad es que al terror de los bandos de guerra siguió el terror de los consejos de guerra sin
dejar de existir nunca el recurso a asesinar a cualquiera “por orden superior”.

No es cierto que el artífice del éxito de la sublevación en Andalucía fuera Queipo (p. 94). Hace
ya tiempo que sabemos que el cerebro del golpe en el suroeste fue el comandante de Estado
Mayor José Cuesta Monereo. Queipo lo que hizo en todo momento fue seguir el plan trazado
con anterioridad, al que él fue ajeno. Lo que sí dejó fue su huella indeleble en todo lo
relacionado con la represión, terreno este en que también contó con la ayuda del auditor de la
Segunda División Francisco Bohórquez Vecina, cuyos restos reposan como los de aquel en la
basílica de la Macarena. Su aportación fueron sus intervenciones en la radio, por las que fue
reconocido por Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de la Alemania nazi. Lo suyo era el
terror. Tampoco fue “vacilante” la actitud del jefe de la División. Villa-Abrille colaboró con su
silencio y aunque abandonó el ejército cobró la paga hasta su muerte. Ni la resistencia fue tan
débil en Sevilla. Lo que sí fue es totalmente desigual: milicianos armados de unas pocas
escopetas y pistolas frente a la Legión, el Tercio y fuerzas de infantería, caballería y artillería.
Ante esto lo único que cabe decir es que la resistencia fue heroica. Igualmente no resulta muy
justo despachar a Huelva en unas palabras situándola entre las ciudades que caen de
inmediato. En Huelva el golpe fracasó y solo pudo ser ocupada el 29 de julio por fuerzas
africanas enviadas desde Sevilla. No hay que olvidar que fue la única provincia que, en muy
pocas horas, organizó una columna mixta de mineros y fuerzas militares para frenar a Queipo,
acción esta que pagó muy cara.[26]

Las columnas africanas no realizaron una “veloz marcha” sobre Madrid “en apenas tres meses”
tras haber recorrido unos seiscientos kilómetros “sin apenas resistencia” (p. 122). Si dividimos
los kilómetros por el número de días que hay entre el 18 de julio y el 7 de noviembre de 1936
tenemos que la “veloz marcha” sale una media de cinco kilómetros diarios. Fue el propio
militar portugués antes aludido, Henrique Galvão, quien afirmó que la incompresible lentitud
con que avanzaban las columnas solo podía entenderse por las tareas de limpieza que iban
realizando pueblo a pueblo. Esa visión de los hechos reduce a la nada la resistencia que fue
encontrando la columna de la muerte a su paso por la carretera que desde Sevilla conducía a
Madrid a través de Badajoz y Toledo. ¿Dónde quedan las miles de personas asesinadas en
medio de la veloz marcha sin apenas resistencia?

De Badajoz dice EM que en ella se dio “un caso paradigmático de esa funcionalidad
represiva…” (p. 145). Según él, la matanza que allí tuvo lugar afectó a los “defensores
capturados” y a “otros sospechosos de desafección política…”. Pese a las investigaciones
realizadas no percibe el carácter indiscriminado de la matanza de Badajoz, sin duda el mayor
ejercicio de terror que hubo en todo el país. Merece la pena reproducir lo que sobre las
consecuencias de la matanza se lee en el libro:

No es verosímil que la matanza llegara a sumar casi dos mil víctimas en un solo día en
una urbe de 40.000 habitantes, como alegaría la propaganda republicana con
exageración y comprensible horror. Pero sí es evidente que sumó unos centenares
puesto que la ciudad fue escenario de un mínimo de 530 víctimas documentadas entre
el 14 de agosto y finales de diciembre de 1936, …” (p. 246).

¿A qué viene a estas alturas lo de las “casi dos mil víctimas en un solo día”? Hace ya tiempo
que funcionamos con nombres, datos y lo que sabemos de la zona por la que avanza el ejército
de África. Esa cifra solo la podremos conocer el día en que se nos permita acceder a toda la
documentación existente sobre aquellos hechos. Pero lo mejor sin duda es lo de que “sumó
unos centenares”. Recuerda a Moa cuando decía que la matanza de Badajoz fue notable pero
“no mucho mayor que en otros lugares”.[27] En cuanto a las víctimas entre julio y diciembre
está probada documentalmente la eliminación de un mínimo de 688 personas.[28] A renglón
seguido, como cita de autoridad, recurre a Fernando Sánchez Marroyo, quien dice que la
violencia represiva se explica “en función de la propia debilidad numérica de los atacantes,
obligados además a una marcha contra reloj…”. Marroyo cree además que

un escrupuloso y auténtico ejercicio penal hubiese debido seleccionar cuidadosamente,


a fin de exigir las máximas garantías a los que tenían delitos de sangre. Pero no había
tiempo y era preciso, además, imponerse por el terror, lo que explica la exposición
pública de los cadáveres en los primeros momentos (p. 246).

O sea que los golpistas fueron muy violentos porque eran pocos, llevaban prisa y así no podían
juzgar en condiciones al enemigo. No caben más despropósitos en menos líneas. En todo caso
lo llamativo no es que Sánchez Marroyo –historiador ajeno a la investigación del golpe del 36 y
sus consecuencias– manifieste tan peregrinas ideas, sino que Moradiellos las haga suyas.

Para EM lo que surge del golpe militar y de la guerra es “un estado fascistizado” (p. 142), ya
que, según él, Franco, en su propósito de permanencia en el poder, apoyaba el “proceso de
fascistización” (p. 149). O sea que no cabe hablar de fascismo sino de “orientación
fascistizante” (p. 150). Tampoco debe decirse Junta Militar, que es lo que fue aquel grupo de
militares presididos por Cabanellas. Y como aquello de “Junta de Defensa Nacional” resulta
excesivo el autor prefiere simplemente hablar de “Junta de Burgos” (p. 120), lo que no está
mal para definir de una manera neutra al máximo organismo surgido de un golpe militar. ¿Por
qué llamar “Junta Militar” a lo que salió de los golpes militares en Chile o Argentina y “Junta de
Burgos” a la que surgió aquí? Por supuesto palabras como represión o genocidio, al igual que
fascismo, chirrían en esa historia mínima de la guerra civil. Seguimos bajo la tutela de Juan José
Linz y Santos Juliá.

El máximo ejemplo del marasmo terminológico e ideológico en que se mueve el libro se


encuentra al final. Al exponer la gravedad de la represión en ambas retaguardias Moradiellos
alude de nuevo a los “paseos informales” y a los “juicios formales” (p. 273). Y da ejemplos. Por
un lado García Lorca y Muñoz Seca y por otro Goded y Batet, mostrando así la extraña
ambigüedad que impregna la obra. Olvida que tras el asesinato de Lorca se encontraba la
máxima autoridad militar, mientras que tras el de Muñoz Seca no se encontraban ni Manuel
Azaña ni su gobierno, que por el contrario intentaron frenar el terror en zona republicana. Y
por lo que respecta a Goded y Batet bastará con decir que el primero fue juzgado y condenado
a muerte por el delito de rebelión militar en un proceso legal por un gobierno legítimo,
mientras que el segundo, por respetar la legalidad y negarse a participar en la rebelión, fue
asesinado en medio de una farsa seudojudicial carente de garantía jurídica alguna. ¿Cómo es
posible relacionar estos casos a estas alturas?

Finalmente debería explicarnos de dónde sale la diferencia entre las 49.272 víctimas de
derechas ofrecidas por José Luis Ledesma en 2010 y las 55.000 que él mantiene tomando por
referencia al mismo Ledesma, a Paul Preston y a Julius Ruiz. Según José Luis Ledesma la cifra
que dio en 2010 en Violencia roja y azul… de una cantidad no superior a cincuenta mil
personas sigue vigente en la actualidad. Por otra parte, todavía existen provincias en las que,
por no estar investigadas, se siguen dando las cifras de la Causa General, ante las que como
sabemos toda prevención es poca. Por su parte, Paul Preston, tomando por referencia a
Ledesma, en su El holocausto español tampoco ha pasado de cincuenta mil. Y finalmente J.
Ruiz, que ha centrado sus trabajos en Madrid, mantiene igualmente en El terror rojo. Madrid,
1936 que el número de víctimas no pasa de la cifra mencionada. ¿A qué viene pues aumentar
la cifra en más de cinco mil víctimas?

En la cuestión de las cifras se arrastran tópicos varios. Mantiene Moradiellos que las víctimas
de la represión fueron 155.000 durante el período 1936-1939, las 55.000 ya mencionadas y
100.000 en la zona franquista, a las que hay que añadir otras 30.000 en posguerra. Sería
interesante saber de dónde saca esas cantidades. Sobre todo sabiendo que las cifras que se
manejan en las provincias estudiadas, que no son todas, constituyen mínimos de los que partir
y que de la represión habida entre 1939 y 1945 y entre esta fecha y el fin de la resistencia
armada en torno a 1949-1953 es mucho aún lo que queda por saber. En este sentido resulta
asombroso cómo se ha pasado de las 50.000 víctimas de posguerra que se manejaban en la
pasada década a las 30.000 de EM. Sumar números en muy fácil; lo difícil es relacionarlos con
nombres y apellidos. Lo primero lo puede hacer cualquiera; lo segundo es tarea de
historiadores.[29]

Habría otro aspecto a tener en cuenta. Entre julio de 1936 y febrero de 1937 se estuvo
asesinando a golpe de bando de guerra y a partir de entonces se puso en marcha la maquinaria
judicial militar de los consejos de guerra sumarísimos de urgencia, que vendría a representar
una segunda vuelta. La diferencia entre ambos procedimientos es meramente formal. Tan
irregular era uno como otro. La única diferencia es que en los meses siguientes al golpe se
requería un método que permitiera avanzar sin dejar sombra alguna de resistencia. Se
asesinaba a capricho sin límite alguno. Esto desbordó toda expectativa e incluso a los “amigos”
alemanes, italianos y portugueses les pareció excesivo. Aunque la represión salvaje se extiende
hasta 1937 ya en octubre de 1936 se percibe cierta disminución. Fue entonces cuando,
pensando en la inminente ocupación de Madrid, se puso en marcha la columna jurídica que
debía ocuparse de juzgar a los prisioneros que se fueran haciendo. Es esta columna la que, tras
el desastre ante Madrid, se convertirá en la Fiscalía del Ejército de Ocupación que seguirá a las
fuerzas franquistas a partir de comienzos de 1937. La inauguración fue en Málaga con la
ejecución de dos mil personas entre febrero y julio de 1937.

Siempre que se utilicen cifras aproximativas hay que advertir que son las que ha podido
establecer la investigación hasta la fecha, cuando aún no tenemos acceso a toda la
documentación. El día que sepamos la identidad y el número de víctimas tanto de los bandos
de guerra como de los consejos de guerra se percibirá claramente qué fue la “guerra civil”. En
realidad, lo que entendemos por tal no es más que un período o paréntesis, de noviembre de
1936 a marzo de 1939, dentro de un gran proyecto represivo que comenzó el 17 de julio de
1936 en África y culminó a mediados de los años cincuenta con la aniquilación de la resistencia
guerrillera. Entonces podremos percibir realmente las regiones donde no hubo guerra sino
solo represión.

Nota final

En el proceso que se ha seguido existen una serie de puntos coincidentes desde el inicio del
fenómeno revisionista, a fines de los años noventa, hasta la actualidad que no podrían
entenderse sin el momento clave en que ciertos departamentos universitarios asumieron
dichas propuestas. Porque en definitiva, la función del revisionismo en este terreno no fue otra
que normalizar una serie de ideas que ciertos sectores de la Academia no se atrevían
abiertamente a hacer suyas. Solo lo hizo cuando ya circulaban y habían sido asumidas por la
derecha y por la mayor parte de los medios de comunicación. Podemos decir que los
revisionistas hicieron el trabajo sucio, aprovechado luego primero por los que lo rentabilizaron
políticamente y después por los que le dieron el necesario barniz académico.

Las políticas de olvido practicadas desde la transición han dado como resultado que la derecha
haya tomado conciencia de que lo que no estaba bien decir durante años ahora sea posible no
ya decirlo, sino incluso alardear de ello. En este sentido la evolución ha sido drástica. La cultura
política del antifranquismo fue arrumbada de inmediato por quienes llegaron al poder y
decidieron que solo existía el presente. Basta con ver lo que ha quedado de ellos. Por su parte
la coherencia de la derecha es absolutamente perturbadora. No solo ha conseguido no tener
que romper con el franquismo sino que asume sin problema alguno el ideario de la extrema
derecha. Será suficiente con recordar los comentarios que hemos tenido que escuchar de
políticos como Hernando, Casado o Rajoy sobre la memoria histórica.[30]

Lo cierto es que, cuando pensábamos que ciertos avances estaban consolidados, la realidad
nos confirma, una vez más, que ninguna conquista es firme y que no hay nada más fácil
que volver a retomar ideas que creíamos superadas o cuando menos en crisis. Al decir esto, y
en relación con lo expuesto anteriormente, pienso en la defensa cerrada de que España debe
quedar fuera de los fascismos, en la simplificación de lo ocurrido en un momento álgido de la
lucha de clases como fue la II República, en la utilización sesgada de la información de que
disponemos sobre el plan de destrucción del régimen republicano, en la secuencia que se
establece entre el caos de la etapa del Frente Popular y la inevitable sublevación militar, en el
reparto de responsabilidades, en el desprecio por el conocimiento que ya tenemos de la
mecánica represiva, en la aceptación del terror como algo inherente a los acontecimientos, en
el recurso a autores irrelevantes y el desprecio por otros cuyo aportación ha sido
imprescindible, en el apego a términos y conceptos desfasados que solo sirven para ocultar la
realidad de lo ocurrido, en el uso de un lenguaje difuso y falaz, en el marasmo numérico que
reduce todo a una serie de cifras y, en definitiva, a la consideración del “18 de julio” y sus
consecuencias como una locura colectiva o, en palabras de Moradiellos, como “una cruel
contienda fratricida” o un cataclismo que “abrió las puertas a un infierno de violencia y
sangre”.[31]

A más de tres décadas de aquel programa de TVE llamado “España en guerra” algunos insisten
en que la imagen de la “guerra civil” siga siendo el “Duelo a garrotazos” de Goya.
[1] Debo hacer constar y agradecer la detallada revisión que del texto realizó Ana Domínguez
Rama.
[2] F. Espinosa, “Contra el olvido: la lucha historiográfica en torno a la represión franquista
(1936-1996)”, en Lucha de historias, lucha de memorias. España, 2002-2015, Aconcagua,
Sevilla, 2015, pp. 49-89.
[3] F. Espinosa, “Historia, memoria, olvido: la represión franquista”, en Lucha de historias…, pp.
91-132.
[4] Tomo la referencia de Robledo, Ricardo, «De leyenda rosa e historia científica: notas sobre
el último revisionismo de la Segunda República», en Cahiers de civilisation espagnole
contemporaine, 2 | 2015, accesible en http://ccec.revues.org/5444.
[5] Véase F. Espinosa: http://www.eldiario.es/tribunaabierta/Receta-antigua-Fraude-electoral-
horno_6_639796034.html
[6] Me refiero a Alonso Fernández de Madrigal, un personaje del siglo XV (1410-1455) cuya
ingente obra, realizada en muy poco tiempo, dio lugar al dicho “Escribes más que el Tostao”.
Debo su conocimiento a Luis Castro.
[7] El concepto de derecha permanente se debe a José Martínez Guerricabeitia, director de
Ruedo Ibérico. Con él se intenta definir, superando las divisiones partidistas y teniendo por
cabeza la monarquía, el verdadero núcleo del poder, que aunaría las élites política, económica,
judicial, militar, eclesial y mediática.
[8] Tomo la cita de Francisco Fernández Buey, Leyendo a Gramsci, El Viejo Topo, 2001, p. 205.
Remite a la obra de John Berger Puerca tierra.
[9] Véase F. Espinosa, “Los desaparecidos del franquismo (1936-2018)”, en Albrecht
Buschmann y Luz C. Souto (eds.), Decir desaparecido(s), LIT Ibéricas, vol. 16, Münster, 2019,
pp. 31-46. De obligada consulta es F. Moreno Gómez, Los desaparecidos de Franco, ED.
Alpuerto, Madrid, 2016.
[10] S. Juliá (Coord.), Víctimas de la guerra civil, Temas de Hoy, Barcelona, 2004 (1ª 1999).
[11] Este lo negó en su momento ( https://www.tendencias21.net/espana/Pequena-historia-
de-Victimas-de-la-Guerra-Civil_a29.html) tachándolo de maliciosas falsedades, pero el
testimonio personal de Alberto Reig Tapia ofrece poca duda.
[12] Según me dice Francisco Moreno Gómez le censuró la palabra fascismo y consideró
exagerado que detallara los excesos represivos que se prolongan hasta finales de los años
cuarenta.
[13] Espinosa, F. (Coord.), Violencia roja y azul. España, 1936-1950, Crítica, 2010.
[14] Sobre este asunto es de obligada consulta David Becerra Mayor, La guerra civil como
moda literaria, Clave Intelectual, Madrid, 2015. Puede verse también F. Espinosa, “Literatura e
historia: en torno a Manuel Chaves Nogales y la Tercera España” o “Cercas y el gran negocio de
la memoria histórica”, en Luchas de historias…, pp. 541-574 y 575-581,
o http://www.eldiario.es/tribunaabierta/Javier-Cercas-mundo-egoficcion_6_622647752.html.
También es interesante este artículo de Sebastiaan
Faber: https://www.lamarea.com/2017/03/21/la-verguenza-javier-cercas/
[15] Sobre algunos de los principales representantes del revisionismo histórico como Del Rey
Reguillo y Álvarez Tardío resulta de consulta obligada el artículo de Ricardo Robledo “El giro
ideológico en la historia contemporánea española”, en C. Forcadell, I.Peiró y M. Yusta (eds.), El
pasado en construcción. Revisionismos históricos en la historiografía española, Institución
Fernando el Católico, Zaragoza, 2015, pp. 304-338.
[16] Véanse sus trabajos “1936: guerra de exterminio, genocidio, exclusión”, en rev. Historia y
Política, 10, julio-diciembre de 2003; “Nuestro pasado presente: práctica genocida y
franquismo”, en el nº 10 (2012) de la revista Hispania Nova; La genealogía del franquismo,
Abada Ed., Madrid, 2014, o “Nada nuevo que ocultar y algo viejo (aún) que contar. El cambio
de relato sobre 1936, el Franquismo y la Transición”, en www.histagra.usc/es/es.
[17] Moradiellos en El Español, 02/11/2017.
[18] F. Espinosa, Callar al mensajero. La represión franquista, entre la libertad de información y
el derecho al honor, Península, Barcelona, 2009. En este sentido habría que recordarles
también que en mi trabajo La justicia de Queipo, autoeditado por mí en 2000 y publicado por
Crítica en 2006 en edición revisada y ampliada, ya se ponía el foco en los perpetradores
aunque, eso sí, contando siempre con el respaldo de la documentación judicial militar.
[19] Sobre algunos de los citados y otros que no aparecen aquí conviene leer y disfrutar el
último trabajo de Alberto Reig Tapia, La crítica de la crítica, Siglo XXI, Madrid, 2017.
[20] Me refiero a M. Núñez y A. Rojas, Consejo de guerra. Los fusilamientos en el Madrid de la
posguerra (1939-1945), Compañía literaria, Madrid, 1997.
[21] E. Moradiellos, Historia mínima de la guerra civil española, Turner-Colegio de México,
Madrid, 2016.
[22] J.A. Sánchez Asiaín, La financiación de la guerra civil española, Crítica, Barcelona, 2012 y A.
Viñas, La República en guerra, Crítica, Barcelona, 2012 y ¿Quién quiso la guerra civil? Historia
de una conspiración, Crítica, Barcelona, 2019.
[23] E. González Calleja, Cifras cruentas. Las víctimas mortales de la violencia sociopolítica en la
Segunda República española (1931-1936), Comares, Granada, 2015. Las cifras que para la
etapa del Frente Popular dio Rafael Cruz en En el nombre del pueblo. República, rebelión y
guerra en la España de 1936 (Siglo XXI, Madrid, 2006) han sido ampliadas a todo el período
republicano y actualizadas por González Calleja. Los porcentajes que ofrece Moradiellos son
56% (militantes de izquierdas), 19% (de derechas) y 7.2% (policías y militares).
[24] http://www.eldiario.es/tribunaabierta/portugues-Sevilla-Queipo_6_717138282.html.
[25] F. Espinosa, “La gran checa azul de Sevilla: la Comisaría de Orden Público de Jesús del Gran
Poder”, en A.C. Moreno Cantano (Coord.), Checas, Trea, Madrid, 2017, pp. 215-241.
[26] F. Espinosa, La guerra civil en Huelva, Diputación, Huelva, 2018 (5ª ed.).
[27] F. Espinosa, “El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha española”, en Contra
el olvido. Historia y memoria de la guerra civil, Crítica, Barcelona, 2006, p. 219.
[28] F. Espinosa, La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a
Badajoz, Crítica, Barcelona, 2017, p. 228 y ss. (6ª ed.; 1ª ed., 2003).
[29] Que la cuestión de la cuantificación de la represión está entrando de lleno en el terreno
de la historia ficción puede observarse también en un trabajo reciente de Antonio Míguez
Macho, en el que la cifra de la represión franquista por comunidades autónomas entre 1936 y
1945 se eleva a 150.648. Y no es más alta porque se le ha olvidado Murcia. También él debería
explicarnos de dónde saca los veinte mil casos que añade a la cifra de víctimas con nombres y
apellidos que se tenía establecida. Y digo esto porque la nota en que expone en qué basa los
datos no es seria. Teniendo a su disposición las bibliotecas de la Universidad gallega parece
que ha optado por utilizar Google sin mayor contraste. Creo que jugar con las cifras e inflarlas
a capricho es propio de quienes no han trabajado la represión a pie de archivo. (Véase A.
Míguez, “La violación masiva de los derechos humanos tras la victoria”, en J. Babiano, G.
Gómez, A. Míguez y J. Tébar, Verdugos impunes, Pasado&Presente, Barcelona, 2018, pp. 87 y
ss.).
[30] Este artículo fue escrito antes de la irrupción de Vox en el panorama político español.
[31] Véase E. Moradiellos, “18 de julio de 1936”, El País, 17 de julio de 2016 y entrevista con D.
Arjona de la misma fecha en El Confidencial.

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