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I.
No te lleves mi respiración.
No agites mis cabellos.
No me hagas correr así para llegar a ti.
No hagas trepidar mi corazón.
No provoques el temblor de mis sentidos.
Eres tanto…
II.
Vivo en un reino sola,
y me gustaría que aquí estuvieras.
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Te hablo y tú me escuchas,
sin ninguna queja.
III.
He aquí la literatura de los sueños,
de mis deseos, de todo lo que quiero contigo.
Sólo puedo poner en estas palabras
lo que noche a noche, día a día, vivo.
Es tu magia la que me envuelve,
la que me hace vagar por un callejón vacío,
al que lleno con las memorias
de los besos que no han sido.
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Si pudiera abrazarte, y decirte al oído
cuán profundo es mi cariño,
tal como sucede cuando escribo,
yo te juro, príncipe mío,
que mis días serían otros,
y que el sol sería testigo
de que esto que siento
tiene su mismo brillo.
IV.
Fue el azar el que me llevó a tu encanto.
Fue una cadena de casualidades inauditas.
Fue un estallido de tiempos que confluyeron en un día único.
Fueron unos pasos, unas pausas, luces, sombras,
una voz que me habló al oído, indicándome tu hora.
Fue una tarde invernal, un frío cortante, un sol temeroso.
Fue cuando te vi, sin saber nada de lo que iba a pasar.
Ahora lo más cierto es que…
quisiera conocerte para siempre.
V.
Estoy perdida.
He tomado un camino oscuro,
y en él me hallo ahora,
mirando por doquier,
sin ver a dónde me lleva.
Es como un largo laberinto,
pero no temo,
no hace frío.
Me siento acompañada,
deben ser ángeles locos.
Ellos saben que yo di el primer paso
que me sumergió en este delirio.
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Yo no sé dónde estoy,
y aunque no conozco mi destino,
de seguro es divino
lo que hay en este camino.
Han sido tus ojos profundos
los que me invadieron como brujos,
y me condujeron al extravío;
a un rumbo desconocido,
a un sentimiento inmenso, suave, y vivo.
VI.
He volado hasta un cielo infinito pleno de estrellas y planetas.
Es un paraíso vasto y tan bello como el Hombre no puede concebir.
Abundan ríos y mares de densas nebulosas dormidas.
Es el dominio irreal de tantos diamantes…
Hay un polvo flotando hecho de la luz más poderosa.
Se oye como un cántico magno que sólo puede ser la voz del Universo.
Es alto, muy alto…
Jamás mi mente había visto tal espectáculo.
Y este lugar tan solemne, yo no sé si existe o no, pero es lo que se despliega en
mí…
cada vez que estás ahí.
VII.
Poder saludarte es lo mejor que me pasa.
Poder hablar contigo, las mejores palabras.
Poder provocarte una sonrisa, un milagro de mis días.
Poder estar cerca de ti, la mayor alegría.
Poder agasajarte como me gusta me llena el alma de flores.
Poder percibir tu fragancia torna mi mundo a colores.
Y, a la vez, tú me haces creer que puedo hacer muchas otras cosas.
Contigo, nada es imposible.
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VIII.
Vi una nube llegar.
Era tan plomiza que temí desesperar.
Poco a poco, cubrió todo mi cielo.
Y entonces dejó caer un granizo de fuego.
Mi paisaje se veía turbio y desolado.
El mar que había elegido parecía lejano y apagado.
El silencio me ahogaba, y sólo lo rompía
un viento que lastimaba, y la respiración detenía.
No había nadie más allí.
El frío era gris.
La soledad pesó cada vez más.
Mi mundo estaba cerrado.
Por un tiempo creí oír un murmullo.
Como de seres malignos un arrullo.
Me sentía vencida.
Sólo quería saberme partida.
Mi alma estaba desvanecida.
Estaba segura de no hallar la salida.
En aquella costa distante permanecí por horas interminables.
No podía soportar ya esa tristeza abominable.
Sin hablar, sin oír, sin cantar, sin reír.
Ya nada era bueno ni agradable.
Todo lo que amaba era inalcanzable.
Nadie, aunque quisiera, podía salvarme.
No se podía llegar a mi mundo, y eso comenzaba a aniquilarme.
Cada vez estaba más oscuro.
No había pasado, presente ni futuro.
Pronto no hubo ni siquiera sonido.
La tormenta y el mar se hundían en el vacío.
Estaba sola, desamparada y herida.
Pausadamente, todo mi ser se consumía.
Sólo pude atinar a romper en llanto.
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Aquello duró un tiempo eterno de espanto.
De repente, cuando ya estaba muerta,
se destrabó una inesperada puerta.
Abrí los ojos, y encontré lo que buscaba.
Era esa misma playa imaginada.
Pero la tempestad había pasado, y el cielo era distinto.
Arena, nubes y olas lucían colores retintos.
Estaba vivo otra vez.
Al fin, por un milagro, con una sonrisa,
vislumbrando gentes conocidas, viejos amigos,
después de haber temido durante siglos,
de ese sitio terrible y mío había huido.
IX.
Estuve en una habitación blanca.
No había ventanas ni muebles.
Yo estaba de pie en una esquina.
Miraba alrededor, perdida.
No sabía dónde estaba.
No entendía lo que ocurría.
Me hallaba demudada.
Nada podía hacer.
Una fuerza invisible me paralizaba.
Pero tampoco sentía miedo.
Mis latidos eran hielo.
Ya nada importaba.
Ni qué pasaría, ni por qué estaba ahí parada.
Lo único cierto era lo incierto.
Sin duda ni verdad, el silencio estaba muerto.
Si me iría algún día, no me lo preguntaba.
Si por siempre me quedaría, no me interesaba.
Solamente estaba yo, ahí, entre esas cuatro paredes.
Tal vez se olía una melancolía fúnebre.
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No lo sé. Ya no me llegaba ninguna sensación.
Había caído en esa nieve sin fin, sin tiempo, sin razón.
Ahora me parece un sueño que el cazador no atrapó.
Creo que ahora estoy fuera; escapé.
Apenas me doy cuenta; pero lo sé.
Algo acabó con la pesadilla de la habitación.
Triste es que volverá,
y que quizás jamás me libre
de esta tétrica ilusión.
X.
He tenido un amigo que ha sido el mejor del mundo.
Con él he recorrido muchos caminos, muy largos y profundos.
Juntos navegamos anchos ríos y enfrentamos grandes mares.
Hemos hecho más amigos, y conocido oscuros males.
Magia y aventuras nos depararon nuestras rutas.
En el seno de los bosques y en los rincones de las grutas.
Hemos explorado países que en los mapas no aparecen
Hemos visto sitios donde montañas de súbito crecen.
Recorrimos ciudades ocultas y cascadas de agua encantada.
Eludimos bestias malignas y cabalgamos entre nubes perladas.
Alcanzamos tantos lugares recónditos
que hemos quedado sin aliento.
Sé a ciencia cierta
cuán mágico fue nuestro tiempo.
Extraño a mi amigo.
Hace mucho que nos despedimos.
Pero nos volveríamos a ver.
Ambos lo dijimos.
Así que espero el momento querido
en que otra vez ande con ese niño.
Mi muchacho curioso, valiente y listo,
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que en su vida de milenios tantas maravillas ha visto.
De seguro yo, a su lado,
más que nunca existo.
XI.
Un negro silencio.
Alguien gritó de repente.
Mi corazón vibró con terror.
Estaba sola en la habitación,
Y no veía mucho más que una luna siniestra
desde un taciturno rincón.
El resto era pavor.
Mi cuerpo era puro temblor.
Un dolor agudo me hipnotizaba.
El grito se repitió.
¿Quién estaba sufriendo?, mi cerebro preguntó.
Seguro que yo debía escapar,
pero mis piernas no se movían.
Percibí por un momento
un puñal que sostenía.
Aquel puñal, en esas tinieblas,
de vez en cuando, se mecía.
Subía, bajaba,
bajaba, subía.
Pude oler algo fresco y repugnante.
Necesitaba mirar hacia abajo,
tuviera lo que tuviese delante.
Un nuevo alarido resonó,
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esta vez cercano a mí.
Un llanto herido estalló;
y mientras bajaba mis ojos, gemí.
Entonces encontré algo.
XII.
Pensé en esa noche terrible
en que corrí, agitada y jadeando.
El cielo se llenó de un final increíble
de fuegos y rayos estallando.
Todos corrían, huían.
La desesperación robaba las mentes.
En medio de ese infierno demente,
sólo una idea me perseguía.
Irnos, teníamos que irnos.
Mis hermanos y yo debíamos salvarnos.
Así que tomamos algunas pertenencias,
y luego nos tomamos de las manos.
Y seguimos corriendo, sudorosos y espantados.
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Aquel paisaje frente a nuestros ojos
era imposible; era todo rojo.
XIII.
Iba por en medio de un desierto.
La tarde flotaba en colores celestes.
Había una ruta de piedra azul bajo mis pies.
Todo parecía un inevitable mar.
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El suelo del desierto azul me llevó.
Mis ojos, mi cabello, todo mi ser desapareció.
Y yo seguí andando, ya sin rumbo fijo.
Ahora era parte de ese lugar extraño.
Y nada para mí era mejor.
Viví entonces para siempre en ese cuento raro.
XIV.
Siento que mi voz se ha ido.
Y que mis dedos lucen pálidos.
Tengo el peor de los fríos.
No sé qué está pasando.
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irreparablemente.
Ahora sólo es tiempo
porque creo
XV.
Una vez paseé por entre espejos de fuego.
XVI.
Un día lleno de recuerdos.
Todo eso volaba por el aire.
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Yo miraba, miraba, y parecía ver lejos.
Y sin lágrimas lloraba,
porque así los extrañaba.
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de un pequeño libro recién iniciado.
XVII.
Después de todo,
puedo concluir…
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pero te amo.
XVIII.
En aquel lugar, las estrellas caían,
insomnes.
Alguien las había despertado,
un mago enorme.
No sabían qué hacer,
confundidas.
Perdieron el equilibrio,
distraídas.
Rayaron de luz el cielo,
en silencio.
Qué gran espectáculo fue esa noche
el firmamento.
Yo observaba desde una cima,
obnubilada.
Sólo vestía mi pijama,
estaba congelada.
Pero no podía dejar de ver
de ninguna manera esas estrellas
que de lo alto se desprendían,
para morir, siempre bellas.
Que no temieran,
me llenaba de asombro.
Que así acabaran era triste,
del Universo escombros.
Miré y miré,
y allí abajo,
entre la montaña y las nubes,
en el cementerio de luces,
el resplandor creció,
y los inocentes espíritus
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de astros dulcemente caídos
se llevaron finalmente
aquel extraño mundo,
y con él,
mi sentido.
XIX.
Un espectro y yo nos miramos.
Él luce sólido, pero eso no es raro.
He visto otros de su mismo tipo.
Por toda la ciudad, por todos los edificios.
Pocos me ven, yo a todos observo.
Día y noche, oteo sus cuerpos.
Creo que por segundos nuestros mundos se mezclan.
Cuando estamos frente a frente,
y parecemos leernos la mente.
A veces… los asusto.
No lo hago con gusto.
Les espanta mi visión.
No es que tenga nada malo.
Pero pareciera que mi largo vestido,
blanco y delgado,
y mi cabello suelto y agitado,
y mis pies, pálidos y helados,
y mi andar fantasmal
por su mundo de los vivos
los dejara inmensamente aterrados.
XX.
Sin prisas.
Con la pereza que le quedaba del anterior tiempo.
Con un bostezo propio del tremendo suceso.
El hálito se deslizaba disimuladamente.
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Una tras otra, las luces se encendían.
Había un rumor sordo que por doquier se extendía.
Vamos, vamos, una orden callada se daba.
Algo iba a empezar pronto.
Así que cada partícula
debía estar preparada.
Una turbulencia impensada
punto a punto se movía.
Nadie hubiera creído
en tanta algarabía.
Era un secreto resonante
pero no podían saberlo.
Voces, dibujos, aromas
asomarían ya del suelo.
Vendría una gran explosión
de lo que había estado dormido.
Colosal refulgiría la emoción
de lo que esperaba ser redimido.
XXI.
Tuve una vez un gran perro.
Se llamaba Edgar y era amarillento.
Su pelaje otoñal le hacía ver viejo.
Pero no lo fue nunca,
hasta que ocurrió un mal hecho.
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Corrimos juntos tantas veces,
por praderas preciosas de ensueño.
Dormimos a la intemperie en el campo,
las estrellas velando nuestros cabellos.
Tomamos frutos de sus padres,
bebimos extasiados su suero.
Supimos escalar altas cumbres,
inacabables cordilleras sin dueño.
Y así nuestros pasos
por muchas geografías se perdieron.
Edgar, mi perro, y yo,
fuimos enormes compañeros.
Pero su alegría y entusiasmo
una tarde decayeron.
Nos topamos con hechiceros errantes
que nuestros años maldijeron.
Vagamos, en ruinas, los dos,
desesperados de miedo.
Seguimos por días y noches,
nuestras fuerzas languideciendo.
Hasta que llegamos a la humilde casa
de un bondadoso curandero.
Él poseía el secreto
para sanar nuestro sufrimiento.
Pero de su pócima mágica
tenía poco elemento.
Así, Edgar decidió
que yo tomara el encantamiento.
Y vio mis lágrimas rodar
ante su padecimiento.
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Que mi perro algún brillante día
vea otra vez la felicidad
es lo único que espero.
XXII.
Las horas gotean.
Los minutos bailan.
Los segundos ríen.
Este cuarto semeja una gran broma.
Yo estoy acostada en una cama de clavos,
Miro el techo perdida,
mis ojos son vidrios de lágrimas y fuego,
mis extremos son lápidas ajadas.
No hay forma de dormir.
Morfeo me ha abandonado.
La noche aplasta otras mentes,
pero la mía aún se mueve.
No sé si piensa en amores imposibles
o acaso en miedos invisibles.
Sólo sé que no descansa,
que inquieta danza,
como las sombras en el muro,
como los habitantes del reloj,
que juegan, mudos.
Una brisa agita afuera los árboles.
La primavera viene y se están encendiendo.
Contraria a ellos, sólo quiero
conciliar la calma.
Pero un rumor siniestro
sacude mi alma.
Es una idea; es una o son varias.
Ni siquiera entiendo de qué se trata;
pero en el cuarto apagado,
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en el escenario callado,
en la penumbra dormida,
en ese devenir indiferente del tiempo,
en mi cabeza
una lámpara ruin sigue ardiendo.
XXIII.
Te sé lejano, pero estás ahí.
Orbitas otro astro, pero estás ahí.
Muchas veces no sé dónde te encuentras, pero estás ahí.
Sé que sólo soy alguien más para ti,
pero para mí,
tú siempre estás ahí.
No te conocía antes de ahora,
pero es ahora cuando estás ahí.
Y no sé si te quedarás,
no sé qué pasará,
los dos podemos cambiar,
los años irán y vendrán,
pero de seguro yo quiero,
con toda la sangre que en mi corazón reina,
que tú en tu presencia callada,
en tu suspiro cansado,
en tu piel dorada,
en tu risa que amo,
todavía estés ahí.
XXIV.
Déjame por ti perder el sentido;
déjanos usarte de musa;
a mí, a poetas y músicos,
que queremos arrancarte las mejores notas.
Deja que los pintores usen tu figura;
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yo qué no daría por retratar tu piel oscura.
Deja que coros angélicos
le canten a tu corcel bermejo;
deja que él avance y te lleve, fiel, lejos.
Deja que tu dama alardee de poseerte;
somos muchos los que tan cercano queremos tenerte.
Deja que haya leyendas que hablen de tu nobleza;
no podría haber Historia a la que falte tu entereza.
Deja que todo el Arte alabe tu esencia;
felices son los ojos que descubren tu presencia.
Déjanos ser, muchacho, tus grandes escuderos;
nada más grato que ser tu leal compañero.
XXV.
He amado cada una de tus miradas,
tus suspiros,
la calma de tu respiración;
el tacto de tu mano,
el beso de tu saludo,
la alegría de tu visión;
cada paso,
cada esfuerzo,
esos labios bromeando firmes;
tu esencia,
moreno muchacho,
la imponencia que irradias,
tu ternura sin límites.
Te quiero más de lo que crees,
y por ti estoy dispuesta
a seguir soñando despierta,
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porque así, si lo deseo, te acaricio.
XXVI.
Cuando te ensamblas al mundo de los misterios,
y te dejas llevar por el abrazo tibio
que te conduce a un neblinoso abismo incierto,
colmado de nociones y palabras
tan verdaderas como falsas,
es porque has conciliado el sueño.
XXVII.
Eres una primavera que no muere
en el escándalo del verano,
déjame tomarte la mano
y sentir tu corazón como mío.
XXVIII.
La Gran Senda de Aerion.
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Aleksy vio una luz enorme y sintió que volaba.
Luego su tiempo se detuvo y creyó viajar
a través de espacios sin fronteras
y de siglos numerosos y perdidos.
Primero.
Primer Paso.
Aerion, el muchacho,
entró a un vestíbulo oscuro.
Tuvo dos sensaciones,
la de estar en un sitio más antiguo que el tiempo,
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y la de flotar en un ámbito repleto
de un potente encantamiento.
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Había un pasillo angosto y tenebroso.
Aerion avanzó, oteando cuatro puertas enfrentadas.
De ellas, tres permanecían cerradas.
De la cuarta, que era la primera, asomaba un débil resplandor.
Ésa debía ser, pues, la señal.
Aerion se acercó, y empujó la puerta.
Y entonces, su tenue voz oyó.
27
No tengas miedo,
de nada te preocupes;
solamente déjate llevar.”
28
Un dominio magno se abriría ante sus ojos.
29
Allí verás la Primera Señal.
No esperes saberlo enseguida.
Todo tiene su tiempo.
Esta ha sido tu Bienvenida.”
30
La voz de Luomena le dijo al oído:
“Vamos, mi gran niño.”
Segundo.
En la caverna de Eligir.
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cuál más irreal y bello;
se sentía muy extraño;
pero su corazón sólo quería seguir.
32
Luomena habló, a espaldas de Aerion.
“Aquí verás
la Primera Señal.
Y así comenzarás
(espero, deseo)
a entender todo esto,
y de qué se trata,
y qué pasará.”
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era algo que no se podía observar.
Divino para los ojos humanos,
a los que debía destruir, tras dejarlos extasiados.
Y allí Aerion miraba, y sabía que era una Gloria.
Aerion se estremeció.
Sus ojos, muy abiertos,
no podían apartarse de su objeto.
Luomena le tomó por un brazo,
y, lentamente,
lo llevó de regreso.
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Tras haber visto tal magnificencia,
tras haber probado de lo Inmenso la esencia,
Aerion cruzó el campo iluminado,
bajo un cielo grandemente estrellado,
y apenas percibió cómo su ser regresaba
a la casa solitaria, que le aguardaba.
Tercero.
El templo de Belear.
35
Aerion la miró, y luego a la joven.
Entonces a la habitación segunda se dirigió.
Empujó suavemente la madera,
y a un raro ámbito entró.
36
de columnas abrigaba.
Creyeron en la imagen entrar,
y los pies afirmar
en una colosal escalera
que llegaba hasta lo bajo del valle.
37
ese panorama color arena
que tan desolado lucía.
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dará su suspiro postrero.
Y nosotros aquí nos reuniremos
para celebrar lo que hemos tenido.”
39
nadie de él se dio cuenta.
40
Aerion vio más allá.
El mundo cambiaba y fascinaba.
Las montañas que había en los aires,
sumisas, llenas de calma,
desmayaban y caían a pedazos;
lentamente,
así se despedían.
41
Y entonces, la imagen de un mundo
comenzó a oscilar.
42
Aquel hombre continuó cantando,
y aplaudiendo.
Luomena tocó el brazo de Aerion.
Era hora de irse.
43
¿Has sabido distinguirla,
entre tantas cosas nuevas?”.
Aerion asintió, mientras el mundo desaparecía.
“Entonces, gran niño,
como la otra, consérvala.”
44
que puedas ver jamás.”
Y dijo entonces,
con entera convicción:
“Vamos”.
Cuarto.
Evenor, el Reino Iluminado.
45
abriéndose lentamente,
con un viejo crujido.
Dentro, resplandecía con fervor
el dominio ilusorio de un sol eterno.
46
del cual manaba una angosta
y perlada escalera.
Ella se hundía en una región verde
de ondulantes colinas,
tan llenas de hierba
que más bien aparentaban
un enorme y hermoso animal
de suave y cálido pelaje.
47
una azul bicicleta,
que tal vez le aguardaba,
y unas nubes grises,
que se amontonaron y dejaron resbalar de ellas
unos luminosos copos congelados.
48
aplaudieron, y le señalaron.
Y clamaron en su propia lengua:
“Allí viene, allí viene.
Y no hay más miedo.
Sucederá de todas maneras.
Y él volverá a este Reino.
¡Vamos, vamos!
Ten ánimo en tu marcha.
Esas ruedas te llevarán
muy, muy lejos.”
49
Impresionado, Aerion fue hacia adelante.
Unos momentos más tarde,
Luomena, a un lado del camino,
le detuvo, y le pidió que mirara atrás.
El muchacho lo hizo, y contempló,
azorado,
cómo por el cielo abierto
discurrían miles de estrellas fugaces,
encendiendo el firmamento.
50
el polvo de la materia
que formaba una y otra vez
las vidas de sucesivos seres y planetas.
51
El muchacho miró, con la vista
nuevamente ahogada en sorpresa.
Era un júbilo contemplar
en aquel sitio, tanta grandeza.
Se veía una enorme cascada,
llena de luz, y de agua cristalina.
Caía con parsimonia, sosegada,
hacia un estanque redondo y añejo.
Y de esa cascada brotaban,
como burbujas solemnes y bellas,
pausadamente, y alegres,
planetas a escala, uno por uno, por decenas;
todos distintos, en tamaños y colores;
y todos bajaban, y se quedaban flotando,
y girando lentamente,
entre una bruma tibia
que los mecía
maternalmente.
52
Aerion observó ese maravilloso paisaje
durante un rato tranquilo y largo.
Después las ruedas volvieron
rápidamente a marchar.
Y la bicicleta del muchacho
dejó atrás
al gran Mare Prima.
53
situada, como la madre de los planetas,
a su izquierda.
Era asombroso.
El tiempo pasaba,
y todos oían.
Aerion les contemplaba.
La imagen y el sonido le habían atrapado.
Y, aunque no entendía su significado,
bien sabía que se trataba de algo magnífico.
Era, de hecho,
54
la Conferencia del Inicio,
en la que los seres que vendrían
recibían instrucciones
acerca de lo que harían
en eras y espacios.
Todo estaba diseñado
para que,
en cada resplandeciente astro,
se cumplieran todas las misiones.
Y eso había sucedido
en un momento
tan remoto
como el primer recuerdo.
Aerion se perdió,
por unos instantes sempiternos,
en la Conferencia de los cielos.
Hasta que Luomena le llamó,
y él, abandonando el catalejo,
regresó perezosamente al sendero.
55
que era gigante,
y que giraba, vigorosamente.
Esa pieza redonda
se hallaba tallada
con figuras y formas
de materias sagradas.
En su centro,
el rostro de un hombre muy viejo
solamente miraba.
56
Tronó el aire, y repentinamente,
veloces, transcurrieron
muchos, muchos años.
57
porque todo lo que Evenor ha iluminado
para ti,
es la clave de un conocimiento.”
58
aparecieron en su mente;
y se unieron;
y poco a poco entendió
que aquello significaba
que algo,
como el fin de la expansión del Universo,
como la muerte de la Humanidad,
como los principios y terminaciones
del punto de Sabielle,
y del Viento Eterno,
y de los mundos que surgían
del seno del Mare Prima,
y de las palabras dichas
en la Conferencia del Inicio,
algo, pues, tanto como todas esas cosas,
pronto concluiría.
Y fue triste comprobar,
comprender, al final,
que el niño de los globos anaranjados
había sido él mismo;
que el coro a él le cantaba;
y que sería Aleksy
el que estaba por terminar.
59
Pero estás por regresar, Aerion.
El Reino Iluminado tiene
más de una puerta.
Evenor y lo y los
que aquí han llegado
te esperarán.”
Quinto.
La Última Puerta.
60
“¿Qué sucedió?”, preguntó Aleksy, aturdido.
“Lo siento”, respondió Luomena, descorazonada.
“No lo sé”, aseguró el chico, confundido.
La guía se acercó,
y tocó con una mano
la sien morena de Aerion.
Dijo: “Mira atrás.”
61
Iba demasiado rápido.
Sus faros alumbraron una sonrisa interminable,
y la jovencita que acompañaba a Aleksy,
aterrada, gritó.
62
“Es hora de irnos”, indicó Luomena.
Le tendió una mano a Aleksy,
y cuando él la tomó,
salieron juntos.
De regreso en el pasillo,
hallaron una cuarta sala.
Era el final.
La Última Puerta
Estaba entornada,
y de su interior asomaba
un cálido y acogedor resplandor.
Aleksy la miró.
“¿Ha sido real?”, preguntó.
La guía sonrió, y asintió.
Después avanzó hacia el umbral,
y, sin más, lo atravesó.
63
no se había preparado.
Pero iba a estar bien.
Había visto cosas asombrosas,
y quizás seguiría haciéndolo.
El joven, aún llorando,
se acercó a la Última Puerta,
y, cruzándola,
se dejó llevar
por un grato descanso.
...
64
a través de milenios y astros,
en un susurro perdido en el tiempo…
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