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Lo que durará más tiempo que la lepra, y que se mantendrá en una época en
la cual, desde muchos años atrás, los leprosarios están vacíos, son los valores
y las imágenes que se habían unido al personaje del leproso; permanecerá el
sentido de su exclusión, la importancia en el grupo social de esta figura insis-
tente y temible, a la cual no se puede apartar sin haber trazado antes alrede-
dor de ella un círculo sagrado.'
1 Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica, t. I, México, FCE, 1967, p. 17.
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2 Ibid., p. 21.
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3 Ibid., p. 25.
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nes; ya no acecha al hombre, sino que constituye una relación sutil que el
hombre mantiene consigo mismo. "La locura no tiene tanto que ver con la
verdad y con el mundo, como con el hombre y con la verdad de sí mismo
que él sabe percibir."4
Se produce entonces un esquema de oposición entre una experiencia
cósmica de la locura y una experiencia crítica. Poco a poco, estas formas
enfrentadas irán separándose cada vez más y se abrirá entre ellas una bre-
cha cada vez más profunda que no podrá cerrarse jamás. Ambas se mantie-
nen; por un lado, la conciencia trágica de la locura no se borrará jamás de la
experiencia de Occidente y aparecerá renovada por medio del arte y de
algunos pensamientos que tienen vigencia hasta hoy; en tanto que la con-
ciencia crítica toma derroteros morales y, en estos momentos, define a la
locura como una forma relativa de la razón, en tanto no hay locura sin una
referencia explícita a la razón, una es definida por la otra , lo que da lugar a
manifestaciones específicas de locura:
1 Ibid., p. 45.
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aparece como la otra cara, la cara negativa del progreso, se acerca más que
a las fuerzas cósmicas o animales a la depravación, a la degeneración; de
esta manera, se convierte en lo más próximo a todo ser humano, aquello
de lo que nadie está exento y, al mismo tiempo, en lo más lejano, lo que lo
saca de sí mismo, aquello en lo que se aliena.
La noción de alienación lleva implícita esa idea de pérdida de sí mis-
mo, de ser otro del que se es, es decir que el loco se convierte en el Otro,
comienza a desarrollarse la idea de la otredad radical del loco.
Se produce en estos momentos un nuevo encierro del loco ya encerra-
do. Ante la necesidad de distinguir entre todos los internos al loco, separar-
lo de ese conjunto heterogéneo, se le volverá a encerrar, pero ahora en los
hospitales creados ex profeso. Nace entonces el hospital psiquiátrico, el ma-
nicomio, que tiene como función aislar a la locura de las otras formas
d-- sinrazón.
A fines del siglo xviii ya existe una primera distinción entre la misma
locura:
El paso fundamental que se realizó fue separar a los locos de los crimi-
nales, y de este modo establecer una clara distinción entre ellos. Por un
lado, los locos son inocentes de sus actos, ya que la locura los hace irrespon-
sables; en tanto que los criminales son culpables y responsables de sus ac-
tos. En los primeros no hay responsabilidad, por más que hayan cometido
un acto criminal; los segundos, en cambio, son seres que se imputan como
responsables de sus acciones, que tienen cabal conocimiento de la conse-
cuencia de sus actos.
La locura como enfermedad mental es un resultado del encierro y puede
diferenciarse claramente de la criminalidad, de la pobreza y de la mendici-
dad; de la indigencia y de la desocupación. Los pobres, mendigos y desocu-
pados son reciclados para la producción, se buscará integrarlos al proleta-
riado de la sociedad industrial, con ayuda de nuevas instituciones, tales
como la asistencia pública.
En las postrimerías del siglo xviii el internamiento indiscriminado ha
llegado a su término y se han generado los canales que habrán de encauzar
a esa gran masa conforme a las características que los agrupan, de manera
que los criminales irán a la cárcel; los insensatos y alienados, al manicomio;
los pobres e indigentes, a las fábricas o casas de trabajo, y los enfermos, al
hospital.
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El personaje del médico, según Pinel, debía actuar no a partir de una defini-
ción objetiva de la enfermedad o de un cierto diagnóstico clasificador, sino
apoyándose en esas fascinaciones que guardan los secretos de la familia, de la
autoridad, del castigo y del amor; es utilizando ese prestigio, poniéndose la
máscara del padre y del juez, como el médico, por uno de esos bruscos atajos
que dejan a un lado la competencia científica, se convierte en el operador casi
mágico de la enfermedad y toma la figura del taumaturgo. [...] el loco tiende
a formar con el médico, y en una unidad indivisible, una especie de pareja,
donde la complicidad se une por medio de viejas dependencias. [...] relacio-
nes Familia-Hijos, alrededor de la doctrina de la autoridad parental; relacio-
nes Falta-Castigo, alrededor de la justicia inmediata; relaciones Locura-Des-
orden, alrededor de la doctrina del orden social y moral. Es de allí de donde
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Y
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Quizá llegue un día en que no se sepa ya bien lo que ha podido ser la locura
[...1 Artaud pertenecerá al suelo de nuestro lenguaje, y no a su ruptura; las
neurosis a las formas constitutivas (y no a las desviaciones) de nuestra socie-
dad. Todo lo que hoy sentimos sobre el modo del límite, o de la extrañeza, o
de lo insoportable, se habrá reunido con la serenidad de lo positivo. Y aquello
que para nosotros hoy designa al Exterior un día acaso llegue a designarnos a
nosotros.12
12 ¡bid, t. II.
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