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Toda crónica es un volver. Ahora bien ¿para qué volver sobre los hechos, en este
caso, Tribus, 28 de diciembre, recital de La Cruda y llevarlos a la escritura? ¿Qué puede
una crónica?
La distancia entre la percepción, el haber estado ahí y la escritura siempre a
posteriori, es tan irreductible como misteriosa. Abre un lugar extraño donde puede ser
útil interrogar, apostar conjeturas, explorar a partir de lo abierto. Esta crónica no merece
ese nombre, no se buscará retratar, tampoco reconstruir y menos aún rememorar. Sí
hacerse cargo de los ecos, de las vibraciones del acontecimiento que aún circulan en
nuestros nervios, insistiendo. En ese intervalo, entre recital y escritura ¿es posible esbozar
una política del rock? Para ello quizás sea preciso aventurar los siguientes interrogantes
¿qué pasa en esa comunidad de desconocidos que reconocen sus rostros en el agite, que
se han abrazado infinitas veces sin saber sus nombres? ¿Qué comunidad de los sin
comunidad se crea en cada regreso?
Un pacto de fuego.
Cae el sol pero aún el calor no da tregua en la ciudad “donde nunca pasa nada”.
Horario de la cita: 21 hs, lugar el “nuevo” Tribus. Son cerca de las 20.30 y algunos
desconcentrados confiando en la hora pautada ingresan temprano. Los miramos con cierta
decepción desde afuera, lugar predilecto de la ranchada. Allí, a primera vista los lugares
de la previa se distribuyen marcadamente: mesas de la vereda donde se toma porrón y
pintas artesanales y en frente, en la zona de los carris, donde predominan latitas
conservadoras y birras a pico. No se percibe ningún descartable. Con el tiempo el flujo se
vuelve entre vereda y frente se vuelve cada vez más permeable.
Edades múltiples, afuera de Tribus se percibe ya el componente intergeneracional,
predominio de 30/40 pero también muchos pibes y pibas cuyas edades rondaran los 20.
Extrañamente no hay autos que luchen por la hegemonía de la música.
Los anónimos, que van llegando poco a poco, se reconocen con un saludo apenas
perceptible. Pieles marcadas, curtidas, rostros que guardamos en la memoria del cuerpo.
Allí los reconocemos. Nuestros aliados sin nombre, la multitud inorgánica. ¿Qué nos une
con esos cuerpos, cuyos nombres, trayectoria no conocemos, qué comunidad les cabe a
los sin comunidad? Son del palo, decimos. Ser del palo no es identidad cerrada, sino una
sensibilidad perpetuamente abierta y curiosa. Pintar ranchadas con los otros. El porrón
alivia el calor, aloja las lenguas, trae a los recuerdos reales, exagerados o inventados,
Charlas, risas, anécdotas incomprobables van preparando el cuerpo y el terreno para
escuchar una vez más la banda que tanto nos conmueve.
23 entramos. Adentro los cuerpos ya se han trasformados. Desde la previa, el
rejunte, a la oscuridad y las ansias al mil. ¡Qué empiece! lanza instintivamente alguien.
Se apagan las luces y se prenden las llamitas. El juego de emociones alcanza un quiebre
cuando suena la genial intro de La Tentación, supuestamente el tema que dio inicio al
primer recital de la banda. Un limbo temporal se abre… El regreso que no es nostalgia ni
memoria. El pasado regresa como una afección rítmica, corporal bien presente, bien
sensible. Experiencia de romper la linealidad de los trabajos y los días, otra vez. Qué
importa la duración o como interpela Barthes rechazando el tiempo cuantitativo ¿por qué
es mejor durar que arder?
La lista de temas épica: comenzará con temas viejos yendo en una vieja temporal
hacia las canciones de Mente en Cuero, mechando luego temas viejos y no tan viejos
.Germen, Migral, La Conexión, Tiempo en Reversa, Comarca, La voz del Limbo,
Humanidad, Figurado, Cruce hormonal entre otros. El cierre con Jupiter, exquisito.
La temperatura altísima, la sensación térmica adentro mayor aún. Los precios de
la latas, nada cuidados. El sistema de ventilación permitía al menos un respiro, si se era
muy optimista. Sin embargo tanto arriba como abajo la energia no se escatimaba. Sudor
como emoción del cuerpo. El histrionismo escénico de la banda siempre (parte de marca
registrada) dialoga con el agite de abajo en un ida y vuelta, en un intercambio de sudor.
De movimiento, de baile. Las fuerzas no se suman; se multiplican, se bifurcan siempre en
más posibilidades.
El recital estuvo a la altura de nuestras expectativas, las que creamos, las que
merecíamos, en esta tierra que nos ahoga y nos quiebra los soles. El cierre con “Jupiter”
exquisito. Ahroa volver, a la rutina pero con el cuerpo cargado de afectos. Es sabio vovler
por la vuelta no es repetición, ni una nostalgia, ni rememoración. Volver es traer el agite
del pasado al presente, abrirle líneas de fuga, quizás para imaginar un futura. Ya afuera
pateando para adonde nos lleve el viento sentimos y experimentamos que claro que
podemos ser dueños de nuestra ilusión.
La Cruda es parte esencial de nuestra historia. El recital del sábado fue, para los
que así lo quisimos, la posibilidad de traer al presente ese pasado discontinuo,
enquilombado, gris donde emergen en las marcas de nuestros cuerpos las cicatrices (esas
marcas visibles e invisibles) que supimos conseguir. Este tiempo, en reversa, donde
volver, es re-volver un pasado no como trauma sino como ritmos, armonías y melodías
que aún están. Cualquiera sabe que una nota dura más de lo que nuestros oídos registran.
¿Quién sabe cuánto puede un rock?
Aventurar una política del rock en la Cruda supone distanciarse con ciertos modos
de comprender o político y su relación con el arte. En primer lugar porque se trata de
visibilizar a aquellos que las teorías políticas solo perciben como pasivos, es decir, no
como sujetos políticos propiamente: los gobernados. Una política del rock debe partir por
preguntarnos por nosotros y los “monstruos” que engendramos. ¿Qué potencias guardan
nuestros lugares de encuentro? ¿Qué pasa en estos recitales? ¿Cuánto gestionamos,
cuantos dependemos, cómo inventarse formas más autónomas para nuestras fiestas? En
definitiva ¿Qué circuito de afectos y sensibilizades ponemos en juego? ¿qué los modos
de relación? El rock, para nosotros, no es una expresión de una cultura, no es
entretemiento, es una potencia, de limarnos, de afectarnos, de cambiarnos, de crearnos.
De poder asir eso que sin el rock quedaría invisible. El rock como toda subjetivación.
Por otra parte pensar una política del arte, del rock, particularmente de la Cruda
supone alejarse de la pregunta por las afirmaciones “políticas de la banda” o en deducir
de las letras principios políticos o afinidades con los aparatos partidarios. Nada de eso.
Debemos abrir lo que entendemos por política y comprenderla como modos los
percepción, sentir, imaginar que ponemos en juego con eso que llamamos realidad. El
arte de La Cruda puede pensarse como una política de la percepción cuya capacidad
emancipotoria radica en proponer un juego con las imágenes y, sobre todo, con la
posibilidad de desarmarlas y componer imágenes alternativas. “La conexión delirada” es
una buena síntesis de esto. En primer lugar se trata allí de establecer una conexión
deliberada con lo real. No de representarlo, reconstruirlo. Delirarlo. “Sentidos se
endiablan, sueños reales, deformidades más de lo imaginabas”. La percepción delirada
como la forma de poner un execeso a la tranquilidad de lo dado, lo obvio, de la
imnatabildiad del orden. Exceso que puede ser peusto en juego por cualquiera ya que se
rehace la maestría de los sabios. “Ya sé no me expliqués”. Nada que explicar, todo” verse
desde otro ángulo”. Desfigurar lo habitual. Descorporizarse. Mutar de rostro, habla,
sentido. De robar los sentidos ajenos.