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El sexo redescubierto

por Walter Wangerin


La vida sexual en el matrimonio tiene varias etapas. Esto obliga a
los cónyuges a redescubrir entre sí la manera en que pueden
gozar uno del otro. ¿Cuáles son los mecanismos adecuados para
descubrir lo que puede ser placentero para los dos?

Así es, nuestra vida sexual en pareja. Después de estar casado por varios años
se llega a un acostumbramiento mutuo. Esa habitualidad nos ayuda a avanzar,
puesto que conocemos de otro más que el principio. No obstante eso también
trae el peligro de caer en fríos mecanicismos que despersonalizan —y
desvirtúan— el placer conyugal alrededor del sexo.

Como decíamos, luego de años uno sabe mucho más sobre su cónyuge y
sobre uno mismo en el matrimonio. Vamos cambiando y conociéndonos por lo
que debemos aprender nuevamente a hacer el amor —como rehacerlo y
recrearnos mutuamente al compartirlo—. Esto ocurre más de una vez. A
medida que las situaciones —y uno mismo— cambian se debe redescubrir la
vida sexual que convenga a la pareja.

Antes que nazcan los hijos practicamos el sexo de cierta manera. Ellos marcan
una diferencia y nuestros hábitos sexuales la reflejarán. El criar niños hace
necesaria una revisión de los tiempos (y las energías!) que tenemos el uno
para el otro. De la misma manera que el presupuesto, el tiempo, las comidas y
un sinnúmero de otros temas, la vida sexual ahora compite con otras cosas y
necesidades. Algunas veces es como un animal escurridizo, escondido en el
bosque de sus responsabilidades, la agenda, los adolescentes y el cansancio.
Pero un día estarán solos nuevamente. Para entonces, sus propios cuerpos
han cambiado y sus deseos y sensaciones han sido pulidos. Uno no puede
volver a las mismas prácticas que uno tenía antes de dar a la luz; somos
distintos.

Es cierto, somos distintos. Sin embargo podemos continuar disfrutando —


rehaciendo— una amorosa vida sexual apasionante en pareja, siempre
adaptándola a sus nuevas circunstancias. El misterio del galanteo, su gozo y su
valor, no precisa ser rehecho completamente, ¡ni terminado para siempre!
Puede ser hecho vez tras vez, siempre con nuevos resultados esforzados.

¿Y en realidad, cómo se hace? Cada pareja lo decidirá. ¿Cómo encontrar,


luego de tantos años, un comportamiento sexual más personal, más expresivo?
¿Cómo evitar la frustración y el egoísmo? ¿Cómo volver a disfrutar de a dos?

LA DESNUDEZ

La actitud necesaria para tal descubrimiento es la confianza. Después de


tantos años, estamos «en confianza». Esta actitud de apertura y sencillez le
permite a él, la anima a ella, a poder desnudarse uno frente al otro, sin sentirse
avergonzados. Desnudos físicamente: ninguna parte del cuerpo está
escondida. Ninguna curva, ni zona será herida o inquietada por la vergüenza.
Juntos han decidido amarse aun en sus formas y partes del cuerpo. Están
desnudos emocional y espiritualmente.

Así como ninguna parte del cuerpo tiene ya ropas, lo mismo sucede con la
personalidad. Ningún sentimiento, ningún recuerdo o temor o deleite interno
precisa ser escondido tampoco, ya que nada del cónyuge será herido, abusado
o avergonzado. La confianza le permite a él, la anima a ella, a presentarse
enteramente el uno al otro.

El deseo los une. El deseo de disfrutar y el deseo de hacer disfrutar al otro. Las
manos no precisan ser dirigidas para que se muevan; lo hacen por sí solas.
Piel con piel se encuentran con facilidad y satisfacción. Los abrazos ocurren.
Los pechos se tocan. ¡Y uno está libre! Nada, excepto la ley de servirse el uno
al otro, prohibe eso. Ni la vergüenza ni la culpa los restringen. Todo el fruto del
Edén está delante suyo.

¿Cuánto tiempo se detendrán sólo en toqueteos? ¿Qué tipo de caricias, en qué


partes de los cuerpos? ¿En cuáles de ellas hay mayor deleite y generosidad al
gozo mutuo? ¿Qué posiciones aumentan la excitación? ¿Cuáles mantienen el
deseo? ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo lo escoge? ¿Qué cosas logran que los dos
disfruten sana y completamente de esa relación? ¿Qué han aprendido a evitar
para no herir al otro?

¡ESCUCHE! Y HABLE

Antes y después —y aun en medio del calor de la actividad sexual— usted


podrá escuchar a su cónyuge. Nunca estará tan ocupado dejándose llevar por
sus propios deseos al punto de no poder escucharlo, sentirlo, cuando le habla.
Usted está allí para disfrutar juntos.

¡Escuche! Su respiración le susurra, diciendo: «¡Bien! ¡Bien! Continúa haciendo


eso». El más leve endurecimiento de los labios está diciendo: «Eso no». Si no
hay palabras, uno puede escucharlas a través de la piel. El cuerpo desnudo,
entregado, habla todo el tiempo. Pero uno conoce a su cónyuge. Uno conoce
los gestos sutiles que comunica. Por el bien de la sexualidad mutua, use este
conocimiento personal aquí, y nunca asuma que el sexo es para usted solo. No
deje que se haga tan habitual que no pueda decirle nada nuevo. ¡Escuche!

Y hable. ¿Por qué no habría de alabarle y agradecerle un regalo tan bien


entregado? ¿O es que el regalo es tan insignificante que no merece mención?
El alabarlo lo preservará, convirtiéndolo en parte de tu sexualidad. Cuando
pensamos que merecimos lo que tuvimos no decimos nada al respecto, pero
una humildad saludable enseña aun al hombre taciturno o a la mujer más
tímida a manifestar su alegría. Tómelo como regalo de amor y sea agradecido.

Hable sin vergüenza. No hay ley que los mantenga callados en cuanto a sus
cuerpos, en cuanto a las mociones sexuales en ellos; todas las sensaciones
que llegan antes del clímax, y aun en el clímax en sí mismo. ¿Por qué no
traducir estos placeres en sonidos y palabras, así como uno lo hace con
respecto a otros placeres de la vida? Una de las alegrías más sagradas al
hacer el amor es la de poder ingresar espiritualmente en otro ser humano,
llegando a conocer cómo se siente otra persona del sexo opuesto
interiormente. Una relación amorosa expresiva nos atrae interiormente el uno al
otro. Su cónyuge puede conocer su cuerpo y su corazón. ¡Déselo a conocer!

Hable honestamente, sin insinuación de culpa o crítica. Hable aun de las


dificultades sexuales. Cuando hay una falla de actitud, entonces puede haber
perdón, y el perdón permite un nuevo comienzo. Donde no hay una falla
personal, puede haber conversaciones constructivas, abiertas y de ayuda para
encontrar lo mejor juntos. Asegúrese que sabe la diferencia entre falla (la
indiferencia egoísta de uno de ustedes, tal vez) y ninguna falla (un problema
realmente físico). ¡Cuán a menudo nuestra frustración personal nos hace tomar
las cosas como personales, cuando de hecho no hubo ningún pecado hacia
nosotros sino sólo ignorancia en como disfrutar mejor juntos.

Pero en cualquier caso, háblenlo. Así como los padres hablan sobre un hijo que
precisa algún cuidado especial. Entonces toda la conversación será positiva,
constructiva y no destructiva. No es un bebé, claro está; es su vida sexual.
Pero hablando de este modo ustedes podrán manejar cosas aún más difíciles
(impotencia, frigidez, dolor genital, sentimientos de enojo inesperados) sin
culparse o avergonzar al otro. La vergüenza o la insatisfacción callada los
dividirá, perpetuando el problema entre ustedes. Los padres dialogan muy bien
para compartir el trabajo de sanar a un hijo enfermo, porque los dos aman a
ese hijo. Los esposos, del mismo modo, pueden dialogar abiertamente y
compartir sus talentos, percepciones, opiniones y acciones para sanar una vida
sexualmente atribulada.

Habla y escucha en todo momento las señales sexuales que vienen en el curso
el día. Entonces llegarás a aprender el tiempo, lugar, la disposición favorable y
la frecuencia. Y crearán para ustedes mismos algo de los dos —así como un
bebé cuyo rostro muestra características de los rostros de ambos padres—.
Será de ustedes, y de nadie más, única. ¡Y estará bien!

© Partnership, 1992. Usado con permiso. Los Temas de Apuntes


Pastorales, volumen II, número 4.

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