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Así es, nuestra vida sexual en pareja. Después de estar casado por varios años
se llega a un acostumbramiento mutuo. Esa habitualidad nos ayuda a avanzar,
puesto que conocemos de otro más que el principio. No obstante eso también
trae el peligro de caer en fríos mecanicismos que despersonalizan —y
desvirtúan— el placer conyugal alrededor del sexo.
Como decíamos, luego de años uno sabe mucho más sobre su cónyuge y
sobre uno mismo en el matrimonio. Vamos cambiando y conociéndonos por lo
que debemos aprender nuevamente a hacer el amor —como rehacerlo y
recrearnos mutuamente al compartirlo—. Esto ocurre más de una vez. A
medida que las situaciones —y uno mismo— cambian se debe redescubrir la
vida sexual que convenga a la pareja.
Antes que nazcan los hijos practicamos el sexo de cierta manera. Ellos marcan
una diferencia y nuestros hábitos sexuales la reflejarán. El criar niños hace
necesaria una revisión de los tiempos (y las energías!) que tenemos el uno
para el otro. De la misma manera que el presupuesto, el tiempo, las comidas y
un sinnúmero de otros temas, la vida sexual ahora compite con otras cosas y
necesidades. Algunas veces es como un animal escurridizo, escondido en el
bosque de sus responsabilidades, la agenda, los adolescentes y el cansancio.
Pero un día estarán solos nuevamente. Para entonces, sus propios cuerpos
han cambiado y sus deseos y sensaciones han sido pulidos. Uno no puede
volver a las mismas prácticas que uno tenía antes de dar a la luz; somos
distintos.
LA DESNUDEZ
Así como ninguna parte del cuerpo tiene ya ropas, lo mismo sucede con la
personalidad. Ningún sentimiento, ningún recuerdo o temor o deleite interno
precisa ser escondido tampoco, ya que nada del cónyuge será herido, abusado
o avergonzado. La confianza le permite a él, la anima a ella, a presentarse
enteramente el uno al otro.
El deseo los une. El deseo de disfrutar y el deseo de hacer disfrutar al otro. Las
manos no precisan ser dirigidas para que se muevan; lo hacen por sí solas.
Piel con piel se encuentran con facilidad y satisfacción. Los abrazos ocurren.
Los pechos se tocan. ¡Y uno está libre! Nada, excepto la ley de servirse el uno
al otro, prohibe eso. Ni la vergüenza ni la culpa los restringen. Todo el fruto del
Edén está delante suyo.
¡ESCUCHE! Y HABLE
Hable sin vergüenza. No hay ley que los mantenga callados en cuanto a sus
cuerpos, en cuanto a las mociones sexuales en ellos; todas las sensaciones
que llegan antes del clímax, y aun en el clímax en sí mismo. ¿Por qué no
traducir estos placeres en sonidos y palabras, así como uno lo hace con
respecto a otros placeres de la vida? Una de las alegrías más sagradas al
hacer el amor es la de poder ingresar espiritualmente en otro ser humano,
llegando a conocer cómo se siente otra persona del sexo opuesto
interiormente. Una relación amorosa expresiva nos atrae interiormente el uno al
otro. Su cónyuge puede conocer su cuerpo y su corazón. ¡Déselo a conocer!
Pero en cualquier caso, háblenlo. Así como los padres hablan sobre un hijo que
precisa algún cuidado especial. Entonces toda la conversación será positiva,
constructiva y no destructiva. No es un bebé, claro está; es su vida sexual.
Pero hablando de este modo ustedes podrán manejar cosas aún más difíciles
(impotencia, frigidez, dolor genital, sentimientos de enojo inesperados) sin
culparse o avergonzar al otro. La vergüenza o la insatisfacción callada los
dividirá, perpetuando el problema entre ustedes. Los padres dialogan muy bien
para compartir el trabajo de sanar a un hijo enfermo, porque los dos aman a
ese hijo. Los esposos, del mismo modo, pueden dialogar abiertamente y
compartir sus talentos, percepciones, opiniones y acciones para sanar una vida
sexualmente atribulada.
Habla y escucha en todo momento las señales sexuales que vienen en el curso
el día. Entonces llegarás a aprender el tiempo, lugar, la disposición favorable y
la frecuencia. Y crearán para ustedes mismos algo de los dos —así como un
bebé cuyo rostro muestra características de los rostros de ambos padres—.
Será de ustedes, y de nadie más, única. ¡Y estará bien!