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"La autoridad analítica en la escuela de Psicoanálisis”

Por: Rodolfo Rojas Betancourt

Si la clasificación es una invención de los sereshablantes, si el orden en este


sentido es arbitrario, se podría indicar que, de todas formas, si se quiere un
resultado, hay un limitado número de variaciones y condiciones posibles para
que este resultado se concrete.

De esta forma, se podría decir que desde que las primeras moléculas se
juntaran, tuvo que existir una cierta organización que permita que se repliquen,
por ejemplo, en las primeras células.

Ya los seres pluricelulares son individuos que se relacionan con otros: bien
sea por encuentros fortuitos o por que vivan en comunidad, con el fin de resistir
de mejor manera las adversidades, por ejemplo. Es decir, si la relación entre
individuos es contingente, se vuelve muy deseable hasta el punto de ser
necesaria en los seres humanos que hemos perdido gran parte de las
destrezas necesarias para vivir de forma individual. El orden, se vuelve
necesario para lograr una mejor respuesta a las contingencias de la
naturaleza. Es decir que si el orden no existe en la naturaleza, se lo hace
existir para un fin. Qué orden para que fin, es la pregunta permanente para
pensar que es lo que más conviene y no caer en la inutilidad de la repetición
sin sentido, en la burocracia.

Este orden social, se ha planteado desde antes de la sociedad humana con lo


que se ha llamado jerarquías, niveles de organización para realizar las tareas
necesarias para la vida en común en el mejor de los casos.

Esta jerarquía ve la necesidad de un direccionamiento, o de una actividad


preponderante a las demás, lo que luego hizo necesaria la contingencia de lo
que llamamos una autoridad.

Una de las más extendidas formas de autoridad, de principio sobre el cual se


basa, es la fuerza, la coerción física y social. Podríamos poner en este
principio también todas las formas de control, de presencia de lo que llamamos
el gran hermano, el otro que todo lo vigila y entonces podemos notar que el
uso de la fuerza no es una forma tan arcaica como se podría pensar. Más
bien, adelantando un poco, podríamos decir que, ante la caída del Nombre del
Padre como principio de autoridad, han tomado renovada fuerza, pues nunca
se las dejó de lado, estas formas de autoridad del lado de la fuerza, el control,
el terror.
En este punto habría que diferenciar entre autoridad, que quedaría más del
lado simbólico y estas formas que más bien habría que señalar como
caudillismo, del lado de lo real sin ley.

Por otro lado, la autoridad simbólica, del orden regulado, de acuerdos sociales,
se remiten siempre a una distribución, una sublimación del goce ante la
renuncia del goce todo. Esta idea, que trabajó Freud en Tótem y Tabú, del
padre de la Horda primitiva, vuelve necesaria, para que exista sociedad, la
contingencia de un acuerdo social de los hermanos; para no caer en manos
de otro padre todo gozador.

La autoridad que surgiera eventualmente de esta sublimación del goce todo


en goces parciales, se basa en la ley, en el orden que emerge del mismo
proceso de acordar que nadie tome el lugar del padre todo gozador y que todos
tengan un lugar más ecuánime, en el ideal por lo menos.

Esto sería lo que se ha llamado autoridad deóntica: aquella basada en las


leyes, en los acuerdos sociales.

Es decir que se pasó de una autoridad cuyo principio era la fuerza, a una
autoridad cuyo principio sería el acuerdo social. Este punto es importante, ya
que el “acuerdo social” en cuestión, también a cambiado. Por su puesto que
aún hay presencia de la fuerza como principio de autoridad, más bien se trata
de separados por fines de análisis y la pregunta es siempre cual sería el más
preponderante.

Sobre estos “acuerdos sociales” ya nos hablaría Saussure, de forma particular


en “la arbitrariedad del signo” en su Curso de Lingüística General, que vino a
dar respuesta a una interrogante de larga data: en que se basa una lengua,
qué principios se ponen en juego para que un significante se relaciones con
un significado en particular y porque esta relación varía en el tiempo. Cayendo
en un reduccionismo, para poder avanzar, diré que las respuestas a estas
interrogantes son “acuerdos sociales”.

Efectivamente, no hay relación “natural” en los acuerdos sociales, en el orden


simbólico, el nombre del padre es en definitiva un “porque sí”. Si a tal
significante se le designa tal significado es solo porque así lo ha asignado la
sociedad y no porque exista una relación entre ambos elementos.

Establecida la arbitrariedad de los acuerdos sociales, hay que anotar que


estos han variado: de la aceptación del más fuerte en la horda primitiva, al más
diestro para tal o cual actividad importante para el grupo humano como por
ejemplo la caza o la pesca; y hay que señalar el lugar preponderante que
guarda la religión en estos acuerdos sociales: el rey era elegido por mandato
divino y solo tales estirpes podían acceder a este lugar.
Otro principio de autoridad importante es el del conocimiento, el de autoridad
epistémica, que es la autoridad debido a razones, al saber. Este fundamento
para la autoridad es el que conviene que prime en las instituciones educativas.
Allí donde el orden social ya no fundamenta el principio de autoridad, lo cual
podemos verlo reflejado en que los docentes ya no tienen el respeto de sus
estudiantes por su rol docente, sino que tienen que ganárselo con la mayoría
de sus estudiantes. También se evidencia en los continuos y generalizados
cuestionamientos a los docentes por parte de los padres de familia, etc. Si
bien antes venía dada la autorización como autoridad por el orden social, por
una práctica social, hoy que eso cae, conviene pensar en otras formas que
puedan dar instrumentos a los docentes, a las instituciones educativas, para
comprender este fenómeno e intervenir de manera adecuada.

En este punto, es necesario indicar que la separación que se ha presentado


nombrando diversos principios de autoridad por motivos ilustrativos, en la
actualidad se presenta en una combinación de los mismos. Se ubica distintos
tipos de autoridad en diversas instituciones, estilos y necesidades, en
amalgamas que se toma de varios o todos los principios aquí nombrados. Otra
particularidad es que nadie es autoridad para otra en todos los aspectos de la
vida, como podía suceder en épocas pasadas: las jerarquías se han
complejizado.

Un director de una institución educativa, si bien sería deseable se base en la


autoridad epistémica descrita, necesitará recurrir también al cumplimiento de
las leyes para fundamentarse, es decir, complementarse con la llamada
autoridad deóntica.

En este punto podríamos oponer la vertiente de semblante que tiene todo


principio de autoridad, excepto tal vez el basado en la fuerza o coerción,
posible razón por la cual ha tenido este resurgir inusitado en la sociedad actual.
El semblante de la autoridad es desarrollado por el filósofo Antoine de Saint-
Exupéry en su libro “El Principito” cuando su protagonista se encuentra con el
Rey en uno de los asteroides que visita, menciona, entre otras cosas que un
Rey tiene que saber lo que quieren hacer sus súbditos para ordenar que se
haga.

En este recorrido podríamos ya aquí ubicar una nueva modalidad de autoridad,


con el descubrimiento freudiano. Habría que empezar entonces con la
pregunta de si se podría hablar de la autoridad con algún fundamento
psicoanalítico, es decir, ¿existiría la autoridad analítica?

Sobre esta pregunta habría dos caminos posibles por lo menos: 1) la autoridad
del psicoanalista en el dispositivo; 2) la autoridad de la escuela de
psicoanálisis; y 3) la autoridad del psicoanalista en la escuela de psicoanálisis.
De forma breve, en referencia al primer punto, sobre la autoridad del
psicoanalista en el dispositivo, diré que la autoridad del Sujeto Supuesto
Saber, del agalma se funda en la autoridad que no se ejerce.

Por otro lado, la autoridad de la escuela de psicoanálisis está en las garantías


que oferta, del pase, de los Analistas Miembros de la Escuela, tema en el que
no profundizaré. Solo traeré a colación una frase de Vittar: “La autoridad
analítica en su punto de empalme entre lo analítico y lo institucional es la
autoridad del Pase…” (El caldero de la Escuela 24, p.34).

Me quisiera enfocar más bien en el tercer punto, en si hubiera alguna cualidad


particular de la autoridad que se ejercería desde la conducción de una escuela
de psicoanálisis. Esta figura ¿se autoriza en la fuerza?, ¿en la ley?, ¿en la
episteme? o ¿habría algún otro fundamento que convendría para esta
función?

Antes de abordar esta pregunta, habría que decir que la escuela de


psicoanálisis, como la pensara Lacan, tiene su particularidad, su diferencia a
partir de otras formas de agrupación de personas. Ya Freud, en Psicología de
las Masas, nos indicaría que las instituciones se forman por sugestión a los
ideales, al Amo, al Líder. En cambio, la escuela de psicoanálisis se forma por
transferencia…hacia el psicoanálisis, al trabajo. Stiglitz señala que una
escuela de psicoanálisis “…no se fundamenta en la autoridad del Nombre del
Padre, porque eso lleva al desconocimiento del agujero en torno al cual cada
uno inventa el inconsciente.” (El Caldero de la Escuela 24, p.8).

Miguel Bassols indicará que: “la escuela es el quinto concepto fundamental del
psicoanálisis. Porque la Escuela es un tratamiento de lo real sobre el que se
funda el grupo analítico…y esto va contra la identificación.”, es decir que “la
Escuela es una comunidad de los que no hacen comunidad”.

Obviamente no es una asociación profesional en la cual los miembros obtienen


beneficios como contratos o prebendas, ni de identificaciones imaginarias a un
estándar. Si hay un beneficio, sin embargo, intangible y de enorme valor para
quienes estén interesado en la formación del analista: es el lugar en que la
pregunta por qué es un analista cada vez, cala en la formación de sus
asistentes.

Miller indicará que: “Ser analistas no es analizar a los demás, sino en primer
lugar seguir analizándose, seguir siendo analizante. Como ven, es una lección
de humildad. La otra vía sería la infatuación, es decir si el analista creyera
estar en regla con su inconsciente. Nunca lo estamos”.
Es decir que el valor propio de una escuela lacaniana es cuestionarse de forma
permanente sobre qué es ser un psicoanalista. Si en algún punto se cree dar
con la respuesta, se deviene en una identificación a una función que por
definición es una vacío. El llenar de sentido esta pregunta deviene en las
peores distorsiones de lo que sería la formación del analista.

Dicho esto, queda volver a la pregunta de en qué se basa la autoridad en una


escuela de psicoanálisis y si ésta sería de alguna forma una autorización
inédita.

En este punto podría indicar que existen por lo menos tres fundamentos para
la autoridad del psicoanalista en la escuela de psicoanálisis: la posición de
analizante permanente; la transferencia que esta genera; y la interpretación a
la escuela como un todo.

Respecto al primer punto, Gustavo Delgado (El Caldero de la Escuela 24)


indica que “La autoridad analítica se sustenta, se sostiene de la posición
analizante permanente…” y que “Cuando hay insuficiencia del análisis…la
investigación analítica está orientada por la hostilidad y el partidismo”.

E indicaría que “insuficiencia de análisis” no se refiere a un punto llegada sino


a un abandono de la posición de analizante permanente.

Vittar (El Caldero de la Escuela 24) nos indica que como consecuencia de la
posición de analizante permanente, se genera transferencia y que: “Se trataría
de pensar una autoridad que advertida del real que la funda, pueda hacerse
instrumento flexible para que cada uno haga su trabajo, encuentre su propio
interés que es una forma de trabajar su síntoma”.

Finalmente, sobre el tercer punto, interpretar la escuela, ya Freud al trabajar


sobre el psicoanálisis y los grupos humanos, indicó que habría que hacerlo
como a un todo, y como en el consultorio (Psicología de las Masas y Análisis
del Yo).

Es decir que la autoridad en una escuela de psicoanálisis puede estar en cada


uno de quienes forman parte de ella, y halla substancia en su posición de
analizante permanente, en la transferencia que esta posición genera y en
interpretar de la buena manera a la escuela como una unidad.

Estos tres puntos brevemente mencionados, podrían servir como opciones, a


más de los acuerdos sociales anotados, para pensar la coyuntura actual de la
caída del principio de autoridad por el Nombre del Padre y su paso hacia
búsquedas de liderazgos de horror.
Y termino señalando que ya Freud (Psicología del Colegial), respecto a las
instituciones educativas, sugería: 1) a los docentes analizarse, 2) que el
concepto de transferencia se constituye en una herramienta fundamental para
que el docente pueda pensar el vínculo educativo y 3) que la lectura de la
institución educativa “como en su consultorio” permitiría ubicar de mejor
manera el malestar en juego.

En definitiva, pasar de la exclusividad del discurso del Amo, de la obediencia,


a compartir con el discurso del Analista, con la transferencia como otra
herramienta posible para lograr un saber hacer.

F I N

Miller: “Si no comprenden nada, perfecto, enséñenlo”. Piezas sueltas, p.55.

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