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6) Al comienzo del texto, un parágrafo sugerente asevera: que una violencia

material: “…El Temor había avisado con un gruñido…” devino violencia simbólica:
“… y luego se agazapó como el tigre en la jungla para husmear la dirección del
viento…” en términos de Eliot podríamos decir que el proceso de cambio personal y
social -que sufre la sociedad húngara- aun no esta en condiciones de “…reflexionar o
crear sobre sus condicionamientos represivos y desfiguradotes...”1 Pero, según
entendemos, el núcleo molar del relato en cuestión pone sobre el tapete el vínculo
existente entre lo individual y lo colectivo o, dicho en términos de Castoríadis de
manera muy general y, en principio, entre la autonomía y la heteronimia. En este caso
particular, el Estado vendría a operar como lo colectivo y, más específicamente, como
una entidad instituida organizada en torno a un dispositivo jurídico-coercitivo que se da
en el marco de la salida de una guerra. Ahora bien, a nuestro entender, el núcleo del
problema se da sobre la base de tres preguntas o interpelaciones subyacentes que nos
plantea el texto, a saber: ¿Es factible concebir la constitución de un individuo con
prescindencia de lo instituido en términos colectivos? Y de no ser esto posible ¿Cuál es
la responsabilidad que le cabe a cada individuo como instanciación de lo instituido?
Asimismo ¿Es posible destituir lo instituido cuando en rigor lo que nos constituye en
primera instancia es esto mismo? Desde la perspectiva de Castoríadis, si nos
circunscribimos a la primera pregunta, debemos responder de manera negativa. En
efecto, si bien para el autor en cuestión, existe un primer momento sobre la base del cual
el “individuo” no es sino monada autista y, en tanto tal, mera indiferenciación entre
sujeto y objeto o, en otros términos, entre mismidad y alteridad, no obstante, -en
términos estrictos- el sujeto adviene con una ruptura de ese núcleo monádico y su
consecuente socialización. Ahora bien, el problema aparece cuando el sujeto se restringe
a ser -si acaso ello es posible- mera reproducción de una determinada formación social
instituida. En el caso del relato de Marai esto se hace evidente en una pregunta cuasi
retórica cuando el sujeto de la enunciación dice: ¿El individuo se hace responsable en
nombre de su Estado únicamente si apoya con sus acciones esos actos? Es decir, el
individuo no sólo es responsable de sus acciones por el mero hecho de reproducir las
acciones del poder instituido -en este caso participar en la guerra húngara- sino también
por un no-hacer o, si se quiere, por una omisión pragmática que mantiene statu quo
existente o dominante. Ahora bien, se afirma en el relato: “…El deber principal de
todos los ciudadanos es salvarse y salvar a los miembros de su familia, pero no a costa
de cumplir las órdenes que su conciencia no reconoce como legítimas…” ¿A qué hace
referencia este fragmento traducido en términos de Castoriadis? Para el autor griego, de
la legitimidad de cada acto individual presupone lo colectivo y consiste en “… tomar su
lugar en tanto que instancia de decisión…” 2; es decir hacer consciente el dominio de lo
inconsciente en tanto ley del otro: en este caso, poner en cuestión el discurso de ese
gran Otro no sabido que es el Estado y que no hace sino generar actos no solo ilegales
sino inmorales. De este modo esas significaciones asignadas por el Estado en torno al
individuo deben ser desarticuladas, si es que no se quiere ser cómplice. Dicho de otro
modo, en la medida en que el discurso del individuo toma el lugar del discurso del otro
no sabido y, en este sentido, se apropia de él sin eliminarlo instituye esto es, desarticula
un discurso sobre la base del cual fue formado: es decir, se vuelve autónomo. Pero para
Castoriadis la autonomía no es la eliminación total del discurso del otro, sino más bien
su elaboración y su reorganización, es decir, en lo instituido hay una fisura o tensión que

1
Eliot, A; “Teoría social y análisis en transición”; Amorrotu editores; p 71.
2
Castoriadis, C., La Institución Imaginaria de la Sociedad, Vol. 1(Marxismo y teoría revolucionaria),
Tusquets Editores, Buenos Aires 1993, p. 174.
permite deconstruir -ya sea desde una autonomía individual ya sea desde una
autonomía colectiva- los “grandes relatos” esclerosados que, cual jaula de hierro
weberiana- se convierten en mera burocracia heterónoma, en la medida en que la
finalidad ya no da cuenta de las necesidades. En este sentido, tal autonomía no puede
tener sólo una dimensión individual -y esto responde a nuestra segunda pregunta- sino
que se vuelve necesaria una dimensión social: “no se puede querer la autonomía sin
quererla para todos”3, ya que la verdad propia del sujeto, es siempre participación en
una verdad que lo supera, que crea raíces y que lo arraiga finalmente en la sociedad y en
la historia. La autonomía en su dimensión individual no puede comprenderse sino como
proyecto colectivo: pone en escena no sólo la conciencia de un sujeto sino las relaciones
sociales en su conjunto, es decir, lo “social histórico” entendido como aquello que
estructura, instituye y materializa las condiciones de la vida social. En otras palabras, la
heteronomía o la alienación social se presentan en el marco de dichas relaciones como
aquello que ha sido instituido y que se ha autonomizado de la sociedad misma. La
alienación aparece entonces como el discurso del otro en la forma de lo “colectivo
anónimo”-en este caso preciso del relato, al Estado- en tono a lo cual el sujeto se
encuentra eventualmente sometido. Para Castoriadis este funcionamiento de las
instituciones las vuelve alienantes en la medida en que sancionan un orden establecido,
más específicamente, una división antagónica de la sociedad en el marco del modo de
producción capitalista. ¿Significa esto que debemos deshacernos de las instituciones? Y,
esto alude a nuestra tercera pregunta esbozada más arriba Ciertamente no. Del mismo
modo que no es posible pensar un sujeto cuyo discurso sea absolutamente propio y
transparente a sí mismo, tampoco es posible imaginar una sociedad donde las
instituciones coincidan exactamente con las necesidades: habrá siempre una distancia
entre el movimiento instituyente -creador por excelencia- y aquello que resulte
instituido. Es por eso que en un nivel social, la autonomía implica plantear una nueva
dinámica entre lo instituido y lo instituyente que pueda dar lugar a mayores niveles de
apropiación de los discursos y de las instituciones, comprendiendo que lo alienante no
es la relación individuo-sociedad, sino uno de los modos en que esa relación se da en las
distintas formaciones sociales.

En la fase triádica la mónada se rompe, tres elementos la conforman: el infans, la madre,


el pecho. La omnipotencia de la mónada es proyectada en la madre. Se establece la
represión - el segundo trabajo que la socialización impone a la psique - y el proceso
primario. Los objetos aparecen como parciales - lo malo es proyectado afuera para
preservar lo bueno - y no puede hablarse de instauración del principio de realidad, ya
que la realidad es para el infans la que designa la madre. De la alucinación se pasa a la
fantasía y se produce la diferenciación de las representaciones, los deseos y los afectos.
3
Op., cit., p. 183.

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