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Las trampas de la cultura: notas para desculturizar la cultura

Yanina Ávila González

Módulo I, Tema III


Las trampas de la cultura: notas para desculturizar la cultura

Yanina Ávila González

Es necesario repetir una vez más que en la


colectividad humana nada es natural y que la mujer
es mujer es uno de los tantos productos elaborados
por la civilización (Simone de Beauvoir).

La relación de las mujeres con la cultura ha significado una relación históricamente


compleja, de segunda, diría la autora de la epígrafe; en principio, porque la cultura se enuncia
como algo universal, neutro, ajeno a las contradicciones sociales y a las relaciones de poder,
pero se expresa e impone sesgadamente desde una voz masculina patriarcal, que simbólica y
materialmente excluye y limita a las mujeres para poder participar en el campo de la
producción y disputa cultural, meritoria del reconocimiento y del prestigio social. Esta
situación queda legitimada como natural, como presocial o dada gracias a la trampa o ¡al
curioso mecanismo de la cámara oscura de Marx!, que hace aparecer a la cultura y a la razón
como algo propio del otro sexo o sexo opuesto de los varones1, donde las escasísimas mujeres
que han destacado en el campo del arte y la cultura son seres vistos como excepcionales, en
la medida que las mujeres quedan definidas por una naturaleza que las destina a cumplir una
función esencial como reproductoras y cuidadoras de la especie. "En el caso de la mujer, se
ha querido ver la razón de esta predestinación en el hecho de su relación metonímica (está,

1La relación de la mujer con la (cultura) producción no viene regulada por las eventuales limitaciones
que pudiera imponerle el hecho biológico de que ella es la que pare, sino que se le regula por medio
de la prohibición de determinadas tareas –que, por definición, podría realizar-. (Amorós 1985: 238).

2
presuntamente, más próxima a la naturaleza en el orden de contigüidad que el hombre por
sus funciones reproductivas) con la naturaleza" (Amorós, 1985: 31).

Esta dicotomía que se establece entre la naturaleza y la cultura, traza tanto los límites de la
oposición entre los sexos, como su idea de complementariedad. Me refiero particularmente
al modelo emergido en el nuevo orden social del Estado Moderno, en el cual queda instituida
la separación entre la esfera pública y la esfera doméstica o privada2. La creación del espacio
público de la ciudadanía que ejercerán en principio exclusivamente los varones, los mandata
a ser los proveedores de su familia, a partir de una infinidad de actividades y profesiones
remuneradas que los individualiza y diferencia entre sí (arquitectos, políticos, artistas,
abogados, empleados, funcionarios, obreros, entre otros). Mientras que para las mujeres el
modelo ideal será en el espacio doméstico de las iguales, como amas de casa, como
"idénticas", dirá la filósofa feminista Celia Amorós; o como empleadas en trabajos
secundarios, de menor valor y prestigio. Es decir: "El lugar de las mujeres en la vida social
humana NO es el resultado de lo que ellas hacen (y menos aún de su biología) sino de los
significados que sus actividades adquieren en la interacción social concreta –en un sentido
político y social (Rosaldo 1980, citada Stolcke 2011).

Evidentemente la dominación masculina no depende únicamente de la violencia, (la


prohibición y exclusión de ciertas tareas) ya sea física o psicológica; dicha dominación
implica "un formidable trabajo mental, un trabajo ideológico que, ante el pensamiento y por
el pensamiento, haga aparecer como legítimas para todas las partes involucradas las
relaciones sociales por medio de las cuales ciertas partes del cuerpo social están subordinadas
a otras" (Godelier, 1993: 80).

En la legitimación de la exclusión o dominación de las mujeres han convergido a lo largo de


la historia diferentes tecnologías de género, como los discursos míticos, los religiosos, los
procedentes de la filosofía, de la política, de la ciencia y del arte, aunque vale la pena destacar

2Distinción que no puede generalizarse para todos los periodos de la historia occidental y menos
aún de las demás culturas.

3
que la resistencia siempre ha estado presente y nos remite a tiempos inmemoriales, a figuras
míticas e históricas aisladas (Christine de Pisan, Sor Juana Inés de la Cruz) o a resistencias
micro-grupales premodernas, como las autodenominadas Las Preciosas (siglo XVII), -
mujeres burguesas quienes sabían que para emanciparse era necesaria la educación y quienes
supieron aprovechar las oportunidades del espacio de la vida cultural, que brindaban los
salones3 (muchos de los cuales eran de su propiedad o del marido ausente) para transitar de
la conversación a la creación, no obstante de la ridiculización y escarnio de personajes de la
vida pública como Moliere (Dulong,1992).

En este texto, partimos de la base de que el pensamiento y movimiento feminista, como


política cultural -capaz de desestabilizar el Orden Patriarcal- es un producto que hunde sus
raíces en el contexto de la Ilustración4 o del Siglo de las Luces (Amorós). Sin embargo, valga
recordar que éstas no brillaran para el sexo femenino en la medida que fueron limitadas para
participar en el mundo político al prohibirse los clubes y sociedades femeninas y al condenar
a la guillotina a una de las principales líderes, como fue el caso de la feminista pionera
Olympe de Gouges, autora de la "Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana".

La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en sentido estricto, era un
discurso de autoridad androcéntrica, -con veladas posiciones jerárquicas y racistas al interior
de los propios hombres, al limitarse la condición ciudadana para los hombres blancos,
letrados y propietarios. Discurso respaldado por la mayoría de los pensadores o philosophes
franceses e ingleses -salvo honrosas excepciones-, que se pueden ubicar en la figura de René
Descartes, pero principalmente en su discípulo Poullain de la Barre De l´egalité des deux
sexes (1673), quien se vio influenciado por el movimiento de Las Preciosas. O en figuras

3 En el siglo XVIII, los salones ya no son tanto lugares pedagógicos y escuelas de galantería, sino
que se convierten en cajas de resonancia para los autores, para los artistas y las obras. Diderot
reina en la casa de Mme. d Éspinay, Buffon en la de Mme. Necker, mientras que Voltaire es el ídolo
del salón de Mme. du Châtelet (Dulong 1992).
4 "La ilustración fue un movimiento cultural del siglo XVII que atacó la autoridad de la tradición, en
especial en materia de Iglesia y de Estado, en nombre del uso público de la razón. /.../La Ilustración
fue un fenómeno en toda Europa, vinculado a la declinación del feudalismo, la difusión de la imprenta,
y el creciente poder económico y social de las clases burguesas" (Osborne, 2002: 398).

4
como el marqués Condocert y en Inglaterra en figuras como la de John Stuart Mill (siglo
XIX), entre otros.

Las historiadoras feministas contemporáneas han documentado cómo durante los años de la
revolución francesa, miles de mujeres participaron en el terreno de la política. Incluso
algunos de sus escritos estaban en la línea de la nueva filosofía revolucionaria sobre los
derechos del hombre, que ellas reivindicaban también para la mujer.

Habéis devuelto al hombre la dignidad de su ser al reconocer sus derechos; no debéis


permitir que la mujer siga sufriendo bajo una "autoridad arbitraria", declaró Etta Palm
d´Aelders, una holandesa participante en la revolución, cuando se dirigió a la
Asamblea Nacional en el verano de 1791 para pedir una educación igual para las niñas
y a la vez iguales derechos para las mujeres. Ese mismo año, Olimpia de Gouges,
dramaturga revolucionaria, escribió “La declaración de Derechos de la Mujer y de la
ciudadana (Anderson y Zinsser, 1991: 399).

La lucha de las mujeres para alcanzar su emancipación, así como la conquista de los derechos
civiles y políticos fue la bandera distintiva de lo que ha sido considerado como la primera
ola feminista. Los derechos a la educación igualitaria fueron parte de las principales
demandas que se levantaron en contra de los discursos político filosóficos como los de John
Locke y los de Jean-Jacques Rousseau, éste último estableció claramente los lugares y
funciones asignados para las mujeres -encarnados en la figura de Sofía-, y la de los hombres,
en la de Emilio. Rousseau argumentaba:

La mujer no es sujeto del contrato social ni participa en la constitución de la voluntad


general, pues su misma inmediatez hace de ella un ente precívico y determina su aptitud
como forjadora, en el espacio privado, de las condiciones de posibilidad de lo cívico,
es decir, como reproductora del ciudadano. Ahora bien, para asegurar que cumpla como
guardiana de la función reguladora de los valores del estado de naturaleza, los varones
deberán constituirse en sus guardianes: pues la inmediatez de la mujer justifica que se
la haga objeto de una educación diferencial y altamente represiva…

5
Cuando la mujer se queja de la injusta desigualdad en que la ha puesto el hombre,
comete un error; esta desigualdad no es una institución humana, o al menos no es la
obra del prejuicio, sino de la razón (Amorós, 1990).

En la configuración cultural de este nuevo orden social moderno, la ciencia médica y la


biología jugaron también un papel muy elocuente al erigirse una nueva lectura de los cuerpos
que implicó, de acuerdo con Thomas Laqueur (1994), un giro copernicano, en la medida en
que se rompió con la visión hegemónica del modelo isomórfico o modelo del unisexo de los
cuerpos, sostenida por Galeno (siglo II d.C.), para instituir en el siglo XVIII el paradigma
disomórfico o del sexo opuesto de los mismos, vigente hasta la actualidad.

Durante miles de años había sido un lugar común en Europa Occidental, la idea que
las mujeres tenían los mismos genitales que los hombres, a excepción de que, "los
suyos están en el interior del cuerpo y no en el exterior". Las mujeres eran
esencialmente hombres en los cuales una falta de calor vital -de perfección- se había
traducido en la retención, en el interior, de las estructuras visibles en el hombre.

Los órganos que habían sido considerados versiones internas/externas se interpretaron


como de naturaleza distinta.

De acuerdo con Laqueur:

El sexo tal como lo conocemos fue inventado en el siglo XVIII. Los órganos de la
reproducción pasaron a ser lugares paradigmáticos que manifestaban la nueva
jerarquía social.

El sexo fue también campo de batalla importante de la Revolución francesa. La


creación de una esfera pública burguesa, agudizó la cuestión de qué sexo(s) debería
ocuparla legítimamente. Y en todas partes, la biología entró a formar parte del
discurso. Es evidente que quienes se oponían al aumento de poder civil y privado de
las mujeres- la gran mayoría de los hombres que se dejaban oír- aportaron pruebas de
la inadecuación física y mental de las mujeres para tales progresos: sus cuerpos las

6
hacían ineptas para los espacios quiméricos que la revolución había abierto sin reparar
en las consecuencias (Laqueur 1994: 331).

Laqueur sostiene que “la idea de que sólo el progreso científico, el puro descubrimiento
anatómico, podría justificar el interés de la última parte del siglo XVIII y del XIX por el
dimorfismo sexual no es simplemente equivocada en el plano empírico, es también
filosóficamente insensata”, y amplía un argumento que subraya que "todo lo que se desea
decir sobre el sexo- ya ha sido reivindicado para el género". "El sexo sólo puede explicarse
dentro de las batallas en torno al género y el poder”.

De ahí la importancia de considerar que no se trata de estudiar el cuerpo transcultural real,


sino más bien en el espacio entre éste y sus representaciones. El sexo como el ser humano,
es contextual.

En síntesis: Los cambios sociales y políticos no son por sí mismos la explicación para la
reinterpretación de los cuerpos. El crecimiento de la religión evangélica, el desarrollo de
nuevos tipos de espacios públicos en el siglo XVIII, las ideas de Locke sobre el matrimonio
como contrato, el sistema fabril con su restructuración de la división sexual del trabajo, el
crecimiento de una economía de libre mercado de servicios y mercancías, el nacimiento de
las clases, todas estas cosas influyeron por sí mismas o en combinación: ninguna de ellas fue
causa de la construcción de un nuevo cuerpo sexuado. Antes bien, la reconstrucción del
cuerpo es intrínseca a cada uno de esos desarrollos (Laqueur, op. cit: 33).

De igual manera intervinieron con gran fuerza sutil los discursos literarios (la excesiva
publicación de manuales y novelas) y los discursos artísticos, que apelaban a las emociones,
las voluntades y los sentimientos, a fin de disciplinar a los cuerpos con el claro interés de
rectificar el nuevo orden social.

7
La historiadora de arte Carol Duncan señala que:

A finales del siglo XVIII, los artistas y escritores franceses se enamoraron de una
serie de personajes cuyos atractivos y virtudes eran aún nuevos para el público. Estos
personajes, la madre, buena o feliz y el padre amoroso...

Lo que reflejan estas imágenes de familias felices y de madres satisfechas no es la


realidad social del siglo XVIII y ni siquiera ideales comúnmente aceptados. Más
precisamente, manifiestan un nuevo concepto de familia que desafió actitudes y
costumbres largamente establecidas…

El elemento unificador de la nueva familia fue la esposa-madre. Principalmente era


de ella de quien fluía esa calidez y tranquilidad que los solteros de la Ilustración, como
Diderot, elogiaron como principal atractivo de la vida familiar (2007:212).

Las vetas de la Ilustración5

Amorós elabora un argumento analítico interesante que nos permite repensar la Ilustración,
no como un fenómeno cultural homogéneo y fijo, tanto en el espacio como en el tiempo, sino
como un recurso político y epistemológico por cuyos resquicios los discursos legitimadores
de la subalternidad son reflexionados, cuestionados y resignificados de manera particular o
endógena. La autora denomina como las "vetas de la ilustración” al proceso de apropiación
de las ideas, producto de la migración de teorías o de los recursos culturales; sostiene que
Europa y Occidente no tienen el monopolio de la Ilustración, y por tanto:

no vamos a caer en la posición eurochovinista que consideraría la capacidad autónoma


de juzgar, la posibilidad de los sujetos de acceder a la mayoría de edad, como Kant lo
quería, como algo que se circunscribiría a la cultura de Occidente. La propia Ilustración
europea debe muchos de sus inputs a contrastaciones interculturales, posibilitadas por

5
Al respecto se puede ver el video sobre la presentación del libro de Celia Amorós que lleva este
título https://www.youtube.com/watch?v=8fQQ4bitZJ4

8
los descubrimientos geográficos y el comercio. /.../ Pensamos que en todas las culturas
deben poder encontrarse lo que llamo "vetas de Ilustración", es decir, críticas de sus
instituciones, puesta en cuestión de algunas de sus prácticas, de sus jerarquías, para las
que dejan de valer más antiguas legitimaciones (Amorós, 2006).

En este sentido, el feminismo es una forma de radicalización del propio discurso


deslegitimador que los philosophes esgrimieron en contra del Antiguo Régimen al llevar al
terreno político el plano de la denuncia en contra de la desigualdad y exclusión de las mujeres.
Como se ejemplifica en la “Vindicación de los derechos de la mujer”, escrita en 1792 por
feminista inglesa Mary Wollstonecraft6, quien utilizará el mismo lenguaje de los varones
ilustrados, resignificándolo de manera insólita y lanzándolo contra los defensores de la
desigualdad del mismo modo que los ahora interpelados lanzaban sus argumentos contra la
Nobleza y la Monarquía. El lenguaje ilustrado ofrecía así unas posibilidades de radicalización
de la regla de uso de determinadas abstracciones a la vez que opera pragmáticamente en el
sentido de restringir el ámbito semántico de aplicación de esas mismas abstracciones. La
principal crítica que Mary Wollstonecraft le hará a Rousseau, el gran teórico del nuevo ideal
de feminidad y de la nueva familia patriarcal que se está gestando y cuya hegemonía
perdurará durante más de dos siglos, consiste en la impostura que esconde detrás de su
concepción de la complementariedad de los sexos invocando la nueva mujer natural frente al
modelo aristocrático anterior: para Wollstonecraft, el sometimiento a causa de las costumbres
y los hábitos sociales ha construido una segunda naturaleza que Rousseau confunde con la
verdadera naturaleza de las mujeres.

Estas estrategias reivindicativas en el campo de la disputa de la orientación simbólica de la


sociedad, fueron el motor de la primera ola feminista, también conocida como la lucha por

6 Consúltese la biografía de Mary Wollstonecraft, quien luego de una vida tormentosa se casó con el
filósofo y escritor inglés William Goldwin, con quien tuvieron una hija. Mary Wollstoncraft murió al dar
luz a Mary Goldwin, quien se casó con Percy Shelly, integrante de la corriente literaria del
romanticismo inglés junto con Blake, Coleridge y Lord Byron. Mary Shelly fue la autora del famoso
libro Frankenstein. Consúltese Rosario Ferre (1992).

9
los derechos para las mujeres, que prevalecerá a lo largo de todo el siglo XIX y primera mitad
del siglo XX.7

Inclusive, en el propio movimiento del Romanticismo, del que Rousseau fuera precursor, no
se modifica en nada la visión naturalizada de las mujeres. Tal como lo plantea Ana Hardisson
en "Una mirada feminista al romanticismo".

A veces se ha entendido el movimiento romántico como un proyecto liberador y


revolucionario en el que se intenta reunir las partes desgarradas de todos los órdenes
de la vida: la razón con la sensibilidad [...] Pero en este proyecto reunificador se
produce invariablemente la distinción de los elementos masculinos identificados con
los aspectos activos: razón, libertad, deber e historia; así como los elementos femeninos
se identifican con los aspectos pasivos: naturaleza, sensibilidad, ser y felicidad.

Así la mujer-naturaleza se convierte en mito. [...] De este modo, la mujer, resulta un


objeto incapaz de autoconciencia, al poseer un ser inmanente a la naturaleza, al estar
encerrada en un genérico común, nunca adquiere conciencia de sujeto, ni la
individualidad radical, que es privilegio del sujeto, es decir, del hombre. (Hardisson
2002)

Hortensia Moreno (2013) sostiene que, al establecer una brecha insalvable entre dos tipos de
búsqueda narrativa: "la primera específica para las escritoras, el heroinismo (la búsqueda del
amor) y la segunda universal, el heroísmo (la búsqueda del conocimiento)" como proyectos
independientes uno del otro, la influencia del Romanticismo durante el siglo XIX
sedimentará la división del trabajo en la actividad literaria -y en su recepción-.

En esta somera revisión histórica queda pendiente dar cuenta de las producciones político-
culturales y artísticas emprendidas por las resistencias feministas latinoamericanas. Hay
afortunadamente un amplio material bibliográfico producido por las académicas feministas

7 Para conocer la historia del feminismo en México, consultar a Gabriela Cano (1996).

10
en México, que detallan los recorridos de estas luchas por desestabilizar el orden social y
simbólico de género (Cano, 1996; Espinosa y Lau, 2011).

Segunda ola feminista

Una vez conquistados los derechos políticos para las mujeres en la primera mitad del siglo
XX, se consideraba que el feminismo no tenía ya razón de ser, pues la igualdad ciudadana
con el varón estaba puesta en la mesa. Sin embargo, a ellas les correspondía todavía seguir
sirviéndola a pesar de su, cada vez mayor, ingreso inequitativo al mundo público y laboral.

"Una no nace, sino que se hace mujer", es la célebre frase que sintetiza el argumento crítico
filosófico de Simone de Beauvoir, con el que inicia El segundo sexo, libro publicado en 1949,
y que fue una de las fuentes de inspiración teórica para el resurgimiento de la segunda ola
feminista hacia finales de los años sesenta y principios de los setenta, cuando el malestar
personal y colectivo adquirió un nombre (Friedan, 1963) y las voces de las feministas se
hicieron escuchar nuevamente como un movimiento social e internacional, inicialmente en
las reuniones del pequeño grupo de autoconciencia, integrado por mujeres jóvenes,
generalmente blancas, provenientes de las clases medias, universitarias o profesionistas, que
más tarde se expresaron en los mítines y eventos públicos, al que se sumaban cada vez más
mujeres que compartían el enojo con la desigualdad establecida para los sexos. No obstante,
no se deriva de ello que el feminismo fuera un movimiento homogéneo y no existieran
diferencias y disputas teóricas e ideológicas en su interior, manifestadas por las distintas
agendas y posicionamientos teóricos y políticos, con respecto a la clase, la etnia/raza, la
orientación sexual, la edad, entre otras.

Los movimientos feministas de la segunda ola sorprendieron, no sólo por la radicalidad de


sus posiciones políticas y la creatividad expresada en sus manifestaciones artísticas8, sino por

8 Ver Reckitt, Helena y Phelan, Peggy.

11
la fuerza teórica desarrollada por las feministas académicas,9 a partir de la categoría analítica
de género10, categoría desde la cual se evidencian las relaciones de poder y se problematizan
las relaciones de inequidad y de distancia social, marcadas por la interpretación de la
diferencia sexual.

Quiero detenerme en la dimensión teórica de la categoría género, ya que el debate de las


últimas décadas ha implicado un vuelco epistemológico deconstructivista y antiesencialista
de las categorías dadas como presociales o naturales, como cuerpo, mujer y hombre. Parte de
estos desarrollos han sido enriquecidos por los resultados de trabajos antropológicos
feministas que cuestionan la universalidad de los esquemas dicotómicos occidentales, así
como por los intercambios, cuestionamientos y apropiaciones de las lecturas y de los
recursos de la cultura provenientes de los estudios culturales, de las teorías
posestructuralistas, de los estudios del psicoanálisis, de las teorías posmodernas, de las
poscolonialistas y de la subalternidad, con las que algunas feministas de la segunda y de la
tercera ola han interactuado, debatido o participado.

Esta discusión teórica y política ha sido llevada a cabo en el contexto de un mundo


completamente diferente al de los inicios de los años setenta, en la medida que los años
ochenta marcaron el principio de un nuevo orden económico mundial global o posindustrial,
instaurando la lógica de una política económica neoliberal, en la que la depredación de las
empresas y del mercado libre han minado la soberanía de los Estados Nación y de las formas
institucionales e identitarias tradicionales, produciendo un mundo líquido (Bauman) o
desbocado (Giddens). Un mundo en el que las identidades sexuales se diversifican, pero la

9 La validación de las propuestas teóricas feministas se concretan en espacios académicos como


son la creación de programas, centros, estudios de la mujer, estudios feministas y de género, que
se ofertan en las universidades y centros de investigación universitarios, entre otros.
10 De acuerdo con Marta Lamas, los aportes de Margaret Mead -discípula de Boas, y representante

del relativismo cultural- fueron relevantes de para mostrar la pluralidad de formas de ser hombres y
ser mujeres, y las relaciones de poder entre ambos. Igualmente, los orígenes teóricos de la categoría
género pueden ubicarse en propuesta de Simone de Beauvoir, con la célebre frase: “Una no nace,
sino se hace mujer" (Lamas 1996a:9)

12
idea naturalizada de la división sexual del trabajo permanece inamovible o resistente al
cambio.

"He ahí la vigencia de una política cultural hecha desde una óptica feminista para revelar las
dimensiones culturales de lo que aparentemente se presenta como no cultural" (Vich, 2014).

En síntesis y parafraseando a Zizek,

una verdadera política cultural no se construye "apuntando" directamente a los


individuos (varones), intentando reeducarlos, cambiando sus actitudes reaccionarias
(sexistas), sino más bien privando a los individuos del apoyo en el gran "Otro", vale
decir, del apoyo en el orden simbólico que los sostiene (Zizek, 2003:147, citado Vich
137).

Tercera ola feminista

El cuerpo (sexo/diferencia sexual) y sus múltiples representaciones ha sido la piedra angular


de los movimientos feministas al ser tomado como un punto de partida para el campo de
batalla por las disputas de su significación. En las reformulaciones teóricas de la tercera ola
feminista el cuerpo es desestabilizado cuando se señala que la diferencia sexual disomórfica
no es una verdad biológica tan clara y estable como se había considerado, sino que hay un
continuum entre los dos sexos, los estados intersexuales (Fausto-Sterling, 1993).11
Invirtiendo por tanto la ecuación inicial del modelo analítico sexo/género, en la medida que
ahora es el género el que produce significados para el sexo y la diferencia sexual, no el sexo
el que determina los significados del género (Scott, 2009).

La antropóloga británica Henrietta Moore, citada por Marta Lamas dice que si bien es obvio
que sexo y género no son lo mismo, no hay que tratar de definir tajantemente las fronteras
entre ellos, pues las fronteras se mueven: los seres humanos son capaces de variar sus
prácticas, de jugar con sus identidades, de resistir a las imposiciones culturales hegemónicas.

11 Consultar Laquer (1994) y Fausto Sterling (1993).

13
Sin embargo, no hay que confundir la inestabilidad de las categorías sexo y género con la
desaparición o desdibujamiento de los hombres y las mujeres, tal como los conocemos, física,
simbólica y socialmente. Moore señala que la sexuación de los cuerpos no se podrá
comprender si se piensa que el sexo es una construcción social (performativa/discursiva). Su
dilema intelectual pasa por la posibilidad de reconciliar las teorías que aceptan el inconsciente
con las de la elección voluntarista, las estructuras no cambiantes de la diferencia lingüística
con la actitud discursiva performativa y el registro de lo simbólico con el de lo social.

Lamas ha insistido, a lo largo de los años de su activismo teórico que la categoría de género
da cuenta de la dimensión cultural de los discursos sobre el cuerpo, los sexos. Pero que en
los seres humanos no se puede concebir a las personas sólo como construcciones sociales ni
sólo como anatomías. […] El cuerpo es más que la "envoltura" del sujeto. El cuerpo es mente,
carne e inconsciente, y es simbolizado en los dos ámbitos: el psíquico y el social. Agrega que
"quienes se interesan por la investigación y reflexión sobre el género deben advertir la
estrecha articulación que tiene la diferencia sexual con la dimensión psíquica, y los procesos
de identificación que desata (Lamas, 2006: 109).

De la mano con la desestabilización teórica de las identidades masculino/femenino como


algo fijo, universal y estable, del núcleo duro del sistema de género binario, se manifiestan
cada vez con mayor visibilidad los movimientos de la diversidad sexual LGTTBIyz (lésbico,
gay transexual, transgénero, bisexual, intersexual) quienes dan cuenta, tanto de la emergencia
de nuevas identidades, como del surgimiento en el ámbito académico de los estudios
culturales queer.12

Otro campo en el que la categoría de género ha sido recuperada es en el de los estudios sobre
las masculinidades o en las organizaciones y grupos de trabajo político social con varones.
Esta perspectiva analítica rompe con la idea errónea y generalizada que asocia el género
exclusivamente con las mujeres o con los "problemas de éstas". Como se ha expuesto, la
categoría de género es muy compleja y ha tenido desarrollos teóricos y epistemológicos que

12 Moreno (2004).

14
buscan evitar reducirla a la simplicidad de utilizarla como sinónimo de sexo o como una
forma cultural binaria y universal.

La complejidad de estos debates y el impacto de las teorías posestructuralistas ha generado


un dilema que desestabiliza al propio sujeto del feminismo: la categoría mujer. Es evidente
que no basta tener un cuerpo de mujer para ser feminista, e incluso ser feminista sin ser mujer.
Marta Lamas plantea la necesidad de un discurso político feminista movilizador que aborde
el análisis del cuerpo sin caer en esencialismos, para ello recupera una salida política
elaborada por Gayatri Spivak quien distingue entre el uso de un esencialismo sustantivista
del concepto mujer y otro uso esencialista estratégico del mismo.

La diferencia entre un uso u otro es importante a tenerla en consideración en el momento de


diseñar o de gestionar proyectos político culturales, que se enmarcan desde una perspectiva
de género. En la medida que un uso puede implicar la reificación ahistórica y naturalizada
del orden de género binario, que asocia a los hombres con la dominación y la violencia y a
las mujeres con la subordinación, o por el contrario implicar un uso útil como una categoría
analítica, en intersección con otras marcas distancia social, como son la clase social, la etnia,
la edad u opción sexual.

15
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