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Acerca del significado de la

Degeneración Macular
Relacionada a la Edad (DMRE)

Eduardo Dayen

FUNDACIÓN LUIS CHIOZZA


6 de agosto de 2010
1
1 - Algunos de los argumentos y desarrollos planteados
en trabajos anteriores1

Sobre la percepción
Ortega y Gasset (1909) dice que percibimos para conocer, y que conocemos para salir de la duda
y llegar a estar en lo cierto. Agrega que «es amor a la verdad una curiosidad severa que hace del
hombre entero pupila hambrienta de ver cosas, que saca al individuo de sus propios goznes y pre-
juicios y le pone a arder en un entusiasmo visual» (pág. 36). Después añade, con una de esas
descripciones esclarecedoras que caracterizan sus escritos, que «los sentidos del animal son ca-
nales particulares que se ha ido abriendo al través de la materia homogénea una sensibilidad radi-
cal: el tacto. Y no fue el nervio ocular y los bastoncitos terminales del aparato visual quienes produ-
jeron la primera visión: fue la necesidad de ver, la visión misma, quien creó su instrumento. Un
mundo de posibles luminosidades reventaba como un clavel dentro del animal primitivo, y ese
mundo excesivo, que no podía de un golpe ser gustado, se abrió un camino, una senda, por los
tejidos carnosos, un cauce de liberación ordenada hacia fuera, hacia el espacio, donde logró distri-
buirse ampliamente. Dicho de otro modo: la función crea el órgano. ¿Y la función quien la crea? La
necesidad. ¿Y la necesidad? El problema». Y se hace más rotundo en sus precisiones cuando
además agrega que decir “la función crea al órgano” le parecería una blasfemia sino fuera, en
realidad, nada más que una ingenuidad. «Ni la función crea el órgano, ni el órgano la función. Ór-
gano y función son coetáneos» (pág. 63).

Desde nuestra disciplina coincidimos en que todo lo que ingresa a la conciencia constituye una
duda que aspira a restablecer el sentimiento de certeza 2. Podemos decir también que lo que mue-
ve a la duda es la carencia, y que el movimiento ocurre sólo cuando lo conocido (inconciente) es
insuficiente para encontrar automáticamente el modo de satisfacer la necesidad. Es decir, que la
duda y la conciencia nacen cuando a la carencia se suma la ineficacia de un automatismo.

De todos modos el conocimiento es, ya antes de empezar su labor, una opinión determinada sobre
las cosas. Chiozza afirma que «toda percepción moviliza una investidura, compromete un recuerdo
que lleva implícito un concepto y transfiere una forma significativa» (Chiozza, 1993e [1992], pág.
110). Toda percepción es una interpretación y aunque percepción y recuerdo se excluyen mu-
tuamente de la conciencia, cada uno lleva implícito al otro. Así como la emergencia de un recuerdo
es siempre desencadenada por una percepción presente, a veces inconciente, toda percepción
presente se construye con la colaboración de un recuerdo casi siempre inconciente. De modo que,
«percibir no es, pues, solamente interpretar; percibir es, además, simbolizar» (Chiozza, 1985b,
pág. 45).

1
“Acerca de lo visual” (Dayen, E., 1994); “Acerca de lo visual y del sentido de los trastornos de la
visión” (Dayen, E., 1996); “Apuntes para tratar el tema de lo visual” (Dayen, E., 2001); “Notas para
aproximarse a la comprensión del sentido de las afecciones de la vista” (Dayen, E., 2002); “Nuevas
notas acerca del sentido de las afecciones de la vista (Una aproximación al significado de la retino-
patía diabética)” (Dayen, E., 2003); “Acerca del sentido de los trastornos de la visión” (Dayen, E.,
2004); “Aproximación al sentido de las cataratas oculares” (Dayen, E. y Dayen, M. F., 2008); “Acer-
ca de la relación entre lo visual y lo auditivo” (Dayen, E. y Dayen, M. F., 2009).
2
Freud afirma que el afán del pensar conciente es «lograr la concordancia con la realidad, o sea,
con lo que subsiste fuera e independientemente de nosotros, y que, tal como la experiencia nos lo
ha enseñado, es decisivo para el cumplimiento o la frustración {Vereitelung} de nuestros deseos.
Llamamos “verdad” a esta concordancia con el mundo exterior objetivo {real}» (Freud, 1933a
[1932], pág. 157).

2
Monte Sainte-Victoire visto desde Lauves, de Paul Cézanne

Del mismo modo que Escher hizo con la perspectiva y Stravinski con la música, Cézanne nos obli-
gó a admitir que la imagen es nuestra propia creación. Como afirma Jonah Lehrer (2008), el carác-
ter incompleto de sus cuadros era una metáfora del proceso real de la visión. En sus pinturas
aparentemente inconclusas, Cézanne procuraba desentrañar lo que el observador iba a concluir
por él. «Sus ambiguedades son extremadamente deliberadas, y su vaguedad se basa en la preci-
sión. Si Cézanne quería que nosotros llenáramos sus espacios vacíos, entonces tenía que atinar
bien con ese vacío. Consideremos, por ejemplo, sus acuarelas del monte Sainte-Victoire. Durante
sus últimos años, Cézanne salía todas las mañanas de paseo a la cima de Les Lauves, desde
donde se dominaba una amplia vista de las llanuras provenzales, y se ponía a pintar a la sombra
de un tilo. Desde allí, según sus propias palabras, podía ver los patrones ocultos del paisaje, la
manera como el río y los viñedos se disponían en planos solapados. Al fondo estaba siempre la
montaña, el mellado isósceles de roca que parecía conectar la tierra reseca con el cielo infinito»
(págs. 143-144).

En su libro Proust y la neurociencia, Lehrer se ocupa de destacar que Henry James estaba con-
vencido de que «la gente debía dejar de considerar las teorías científicas como espejos de la natu-
raleza, que él llamaba “la versión copiada de la verdad”. Antes bien, se debían ver los hechos cien-
tíficos como herramientas que “nos ayuden a entablar una relación satisfactoria con la experien-
cia”. La verdad de una idea, escribió James, es el empleo de ésta, su “valor de cambio”. Así, según
los pragmáticos, un poeta práctico podía ser tan verdadero como un experimento exacto. Lo que
realmente importaba era la “diferencia concreta” que producía una idea en nuestras vidas reales»
(págs. 38-39).

3
También Weizsaecker (1920) se refiere a la complicidad implícita en la percepción. Menciona que
«la percepción no debe ser concebida como una imagen ya hecha, sino como una actividad en
desarrollo […] no es el producto final subjetivo, sino el encuentro que se desarrolla entre el yo y el
mundo» (pág. 168). «Las percepciones son en realidad representaciones, y las representaciones,
realmente juicios. Y juicios salidos de experiencias» (pág. 177).

Percibir e interpretar son dos aspectos o dos maneras de describir un mismo fenómeno. Percibir es
interpretar e interpretar requiere de la noción, del concepto, de los patrones. Pero no todas las
nociones son de la misma complejidad. La noción visual, por ejemplo, parece ser más compleja
que la noción tactil. Una vez recorrido el trayecto que va desde el tacto a los órganos de la percep-
ción a distancia, parece que las nociones van adquiriendo una mayor complejidad. Ortega (1925)
dice que «la noción o definición no es más que una serie de conceptos, y el concepto, a su vez, no
es más que la alusión mental al objeto. El concepto de rojo no contiene rojedad ninguna; es él me-
ramente un movimiento de la mente hacia el color así llamado, un signo o indicación que hacemos
en dirección a él. […] La forma más primitiva del concepto es el gesto indicativo que ejecutamos
con el dedo índice. El niño comienza por querer agarrar todas las cosas, que cree siempre próxi-
mas a él por insuficiente desarrollo de su perspectiva visual. Después de muchos fracasos renun-
cia a coger las cosas mismas y se contenta con ese germen de captar que es extender la mano
hacia el objeto en ademán indicativo. Concepto es, en realidad, un mero señalar o designar. A la
ciencia no le importan las cosas, sino el sistema de signos que pueda sustituirlas» (pág. 883).

Percepción y transformaciones en los órganos de los sentidos:


dos caras de una misma moneda
En “Apuntes para tratar el tema de lo visual” (Dayen, E., 2001), luego de ciertas disquisiciones en
torno del tema, me remitía al concepto de la doble organización del conocimiento en la conciencia
para recordar que, desde ese punto de vista, “materia” e “idea” son construcciones mentales y no
existentes independientes del pensar del observador. Así quedan sentadas las bases para apunta-
lar uno de los pilares de la teoría chiozziana. El concepto de lo inconciente hace posible compren-
der la existencia de una relación específica entre los elementos disociados, entre materia e idea.
Cuestión que nos permite concebir lo que llamamos “percepción” como el sentido de las modifica-
ciones neuronales. Es decir que cuando procuramos conocer cómo conocemos, lo que llamamos
“percepción” es lo que en nuestro conocimiento se organiza como el sentido, el significado de
aquello que, desde el punto de vista que constituye la física, conceptualizamos como el proceso
excitatorio y las transformaciones registrables en los órganos de los sentidos. La percepción sería
la “cara psicológica” de los procesos y transformaciones físicas registrables en los órganos de los
sentidos.

Lo que llamamos “percepción”, por un lado, y lo que llamamos “transmisión nerviosa y cambios
operados en los órganos de los sentidos”, por el otro, serían manifestaciones en la conciencia de
una misma existencia inconciente; manifestaciones distintas e irreductibles, pero relacionadas es-
pecíficamente. De este modo, percepción, como alma, y transmisión y modificaciones orgánicas,
como cuerpo, pueden dejar de ser consideradas a partir de una hipótesis de paralelismo y pasar a
ser concebidas a la luz de una teoría unitaria. Es decir que al tratar de describir lo que ocurre en el
fenómeno del acto de ver, lo mismo que con cualquier otro existente, nos acercamos con dos “ma-
pas”, uno que proviene de la historia y otro que nace de la física, dos modelos que no debemos
confundir con el “territorio” al que se refieren.

Turbayne (1970) escribe un libro llamado El mito de la metáfora. Allí podemos leer acerca de la
diferencia «entre utilizar una metáfora y tomarla en su sentido literal; entre usar un modelo y con-
fundirlo con la cosa misma a la que se aplica dicho modelo. Lo primero equivale a fingir que cosa y
ejemplo son lo mismo; lo otro supone creer que realmente la cosa es el ejemplo. En el primer caso

4
se utiliza un disfraz o máscara con fines ilustrativos o explicativos; en el segundo, se toma la más-
cara por el rostro» (págs. 15-16).

El autor vuelve sobre el tema cuando insiste diciendo que constituye una confusión el presentar los
ejemplos de una especie en la jerga de otra sin darse cuenta. Hacer esto no es simplemente entre-
cruzar dos tipos o especies diferentes sino confundirlos.

En su libro Turbayne procura refutar la metafísica del mecanismo. Cuando el “modelo del meca-
nismo”, que sirve para explicar parte de lo que ocurre, es confundido con lo que sucede en los
hechos, hemos caído víctimas de la metáfora… nos hemos olvidado del “como si” que antes deja-
ba claro que se trataba de la comparación que utilizamos para explicar.

Estos desarrollos, que entre nosotros no hacen más que reforzar conceptos con los que nos mane-
jamos desde hace tiempo, sólo son convocados para que nos conduzcan al paso siguiente, paso
que nos va a permitir volver, desde otro ángulo, sobre la cuestión de la complicidad implícita en
toda percepción.

El modelo principal que se utiliza para explicar cómo vemos es el de la teoría geométrica, y Tur-
bayne nos recuerda que este modelo es el de la cámara fotográfica. Según ese modelo «vemos
usando las fotografías del fondo de la cámara fotográfica. Nosotros no tomamos esa fotografía o
representación. Lo hacemos simplemente abriendo la apertura a la luz. Por consiguiente, la mente
es pasiva al recibir estos datos visuales» (pág. 244).

¿Cuáles son los defectos del modelo de la cámara fotográfica? Nada tiene de malo que hablemos
del ojo como si se tratara de una cámara fotográfica. Podemos utilizar esa metáfora como para
comprender mejor lo que estamos estudiando. Pero los defectos del modelo superan sus méritos.
«La interpretación de la fotografía no se realiza dentro de la cámara. El modelo está maravillosa-
mente equipado para ilustrar el proceso de tomar la fotografía, pero no para ilustrar la interpreta-
ción de la misma. Arroja luz sobre el aspecto pasivo de la mente en la visión, pero no puede hacer-
lo sobre el aspecto activo de la visión» (pág. 246). Turbayne agrega que para producir una teoría
de la visión Kepler «tuvo que colocar un fantasma dentro de la cámara, así como tuvo que meterse
dentro de su propia cámara oscura. Esto toma en cuenta la interpretación de la fotografía. Puede
tener valor para simular que existe una cámara así. Pero […] es mucho mejor considerar las foto-
grafías como signos que comunican significados y no como representaciones figurativas de algún
original» (pág. 247).

Finalmente Turbayne sostiene que a la hora de optar entre la metáfora geométrica y la metáfora
lingüística, la última es la que ofrece sugestiones más fructíferas para elaborar una adecuada teo-
ría de la mente. «Así como no contemplamos nuestras retinas, así tampoco contemplamos nues-
tras mentes; y así como no contemplamos figuras en nuestras retinas, tampoco contemplamos
imágenes o ideas en nuestra mente, es decir, si se interpreta esta última frase en sentido físico.
Nuevamente, igual que en el tratamiento de la visión, podremos prescindir de ocultas cualidades y
escondidas fuerzas y traer todas las cosas, por así decirlo, a la luz del día. Las mentes serán aque-
llas cosas que atienden a los signos de un lenguaje, de modo que pueden hacer algo respecto de
las cosas por ellos significadas. Y mentes, signos y cosas significadas tendrán toda la intimidad y
publicidad que contienen las palabras y los significados. Intimidad, porque nadie interpreta un ruido
o un color exactamente a como yo lo hago, y publicidad, porque el cuadrado visual y el canguro
visual reciben, en general, los mismos significados en Australia y en Norteamérica» (págs. 257-
258).

5
La decepción, la desilusión y el ofuscamiento

Como todos los soñadores, confundí la desilusión


con la verdad.
Jean Paul Sartre

Con la palabra “decepción” nos referimos al pesar causado por un desengaño


(Real Academia Española, 1950); al dolor que produce que las expectativas o las
promesas insinuadas se mantengan incumplidas; al sufrimiento por descubrir el
engaño y la insatisfacción. Claro que también, y normalmente, la decepción gene-
ra ese vacío que mueve a concebir una nueva idea más acorde con la circunstan-
cia.

La etimología nos muestra que tanto “decepción” como “percepción” y “concep-


ción” son términos que aluden a distintos estadios de un mismo proceso: la capta-
ción de lo que llamamos “realidad”. Mientras que la palabra “percepción” designa
el acto de enterarse de la existencia de una cosa por los órganos de los sentidos,
el vocablo “concepción” alude al hecho de formar una idea o de empezar a expe-
rimentar cierto sentimiento (Moliner, 1986).

Ocupándose del sentimiento de decepción, en Las cosas de la vida Chiozza


(2005a) dice que «si juzgamos por lo que la psiquiatría establece, una ilusión es el
producto de una percepción errónea, de manera que la desilusión equivale, desde
este punto de vista y por más dolorosa que sea, a la “curación” de una ilusión. La
etimología confirma lo que la psiquiatría afirma, porque ubica la palabra “decep-
ción” en una misma familia, con palabras tales como “concepción”, “recepción”,
“excepción” y “percepción”, cuya última parte, común a todas, posee el significado
de “captar”. El significado de “decepción” es desilusión o desengaño. La decepción
es la consecuencia de un engaño, y el engaño consiste en haber captado mal»
(pág. 222). En este punto Chiozza se pregunta ¿de qué depende que la esperanza
no nos decepcione precipitándonos en la desesperación? Recuerda a Freud
cuando decía “tener la espalda acostumbrada a inclinarse ante la realidad” y sos-
tiene que para evitar la desesperación que nace de la esperanza decepcionada,
debemos tener la disposición para hacer duelos.

En algunas ideas muy conocidas por todos nosotros se pueden encontrar otras
representaciones para profundizar todavía un poco más en la comprensión del
sentimiento de decepción. Cuando Freud describe los pormenores de la vivencia
de satisfacción dice que «un componente esencial de esta vivencia es la aparición
de una cierta percepción […] cuya imagen mnémica queda, de ahí en adelante,
asociada a la huella que dejó en la memoria la excitación producida por la necesi-
dad. La próxima vez que esta última sobrevenga, merced al enlace así establecido
se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen mnémica
de aquella percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en ver-
dad, restablecer la situación de la satisfacción primera […]. La reaparición de la
percepción es el cumplimiento de deseo, y el camino más corto para este es el

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que lleva desde la excitación producida por la necesidad hasta la investidura plena
de la percepción […]. Esta primera actividad psíquica apuntaba entonces a una
identidad perceptiva, o sea, a repetir aquella percepción que está enlazada con
la satisfacción de la necesidad. Una amarga experiencia vital tiene que haber mo-
dificado esta primitiva actividad de pensamiento en otra, secundaria, más acorde
al fin» (Freud, 1900a [1899], págs. 557-558).

Respecto de tal modificación, Freud agrega que «sólo la ausencia de la satisfac-


ción esperada, el desengaño3, trajo por consecuencia que se abandonase ese
intento de satisfacción por vía alucinatoria. En lugar de él, el aparato psíquico de-
bió resolverse a representar las constelaciones reales del mundo exterior y a pro-
curar la alteración real. Así se introdujo un nuevo principio en la actividad psíquica;
ya no se representó lo que era agradable, sino lo que era real, aunque fuese des-
agradable» (Freud, 1911b, pág. 224).

Si proseguimos el desarrollo de Freud se puede concluir que el sentimiento de


decepción reactualiza el instante mítico en que la ausencia de la satisfacción
esperada movió a rehusar el hechizo de la alucinación para comenzar a ex-
plorar la realidad. La decepción sería entonces el sentimiento que nos alerta para
que “posterguemos una descarga”, para que abandonemos la terca insistencia
que condena a la frustración; la decepción sería el sentimiento que nos incita a
atravesar el dolor de modificar el concepto, el patron con el que hemos percibido
de una manera que impide una descarga suficiente y tolerable. Cuando el dolor de
la decepción resulta tolerable, el Yo queda capacitado, en un círculo virtuoso, para
captar lo que permite llevar adelante una acción más adecuada, configurando,
además, una nueva experiencia. Un dolor que al ir transformándose en duelo ejer-
cita y desarrolla una capacidad de la que, en mayor o menor medida, todos dispo-
nemos: la sensatez4.

3
Al traducir este párrafo, López Ballesteros consigna la palabra “decepción” (Tomo II de la edición
de 1968, pág. 495) en lugar del término “desengaño” utilizado por Etcheverry. La palabra alemana
que usa Freud es "Enttäuschung”.
4
En “Acerca de lo visual –primera aproximación”– (1994) decía que a veces “preferimos” ignorar
determinada propiedad de un objeto presente, porque es la que pone en evidencia la diferencia
con lo soñado. Entonces, mientras insistimos obstinadamente en que el objeto presente coincida
con el buscado, negamos la decepción que, en el mejor de los casos, impulsaría al duelo y a una
nueva búsqueda. La alternativa defensiva puede llegar a determinar, entonces, la mengua de una
capacidad yoica. Acerca de tal capacidad, podemos decir que existe un término privilegiado para
referirse al modo en que se organizan las experiencias sensoriales: la sensatez. Sensato no sólo
es el que puede usar los sentidos sino el que organiza sus experiencias armónicamente. El particu-
lar modo de organizar los datos que conforman la experiencia determina el grado de sensatez. La
"sensatez" es la cualidad con que se presenta a la conciencia, desde un punto de vista histórico, lo
que, desde un punto de vista físico, reconocemos como funcionamiento saludable de los órganos
de los sentidos. La sensatez incluye, al modo de cajas chinas, otras capacidades que se relacionan
de manera específica con el funcionamiento de cada uno de los llamados “órganos de los senti-
dos”. La perspicacia es la modalidad visual de la sensatez. La perspicacia, la capacidad de ver las
cosas desde distintos ángulos, desde distintos “puntos de vista”, la capacidad vinculada a la pers-
pectiva y relacionada más directamente con lo visual, es la capacidad de configurar ideas teniendo
en cuenta no sólo el punto de vista propio sino considerando, además, el ajeno. Johann Wolfgang

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Pero también es cierto que si bien la decepción puede conducir al duelo que per-
mite reiniciar la búsqueda, en ocasiones nos inclinamos a culpar al objeto o al
mundo por la falla que nos priva de la satisfacción. Párrafos atrás, sin embargo,
hablábamos de la complicidad implícita en toda percepción, cuestión que puede
prestar su argumentación para fundamentar la idea de que existe una responsabi-
lidad indelegable en toda decepción. Más que pensar que somos un espejo que
refleja pasivamente la realidad conviene considerar que lo que llamamos “el mun-
do” es un espejo del observador.

Si el dolor de la decepción nace de la perturbación que obliga a abandonar el in-


tento de satisfacción por medio de la alucinación, la negación de la responsabili-
dad en la decepción comporta siempre una regresión. Se trataría del obcecado
encierro que pretende reeditar aquel momento en que no importaba tanto repre-
sentar las constelaciones reales del mundo exterior para procurar la alteración
real. Una alteración que, en la vida postnatal, sólo se alcanza soportando el dolor
y a través del esfuerzo que imponen la postergación y la exploración.

De todos modos, más allá de la argumentación lógica que se pueda esgrimir, el


término “decepcionado” solemos utilizarlo con el sentido que coloca al sujeto afec-
tado en el papel de quien sufre por una culpa ajena. Solemos decir “esto es de-
cepcionante" o "me decepcionás", expresándolo con el carácter incriminatorio de
"frustraste la esperanza que tenía puesta en vos". Habitualmente tendemos a ig-
norar nuestra complicidad en la decepción que sufrimos. Echamos mano de la
proyección y nos sentimos traicionados por un mundo que, en nuestra versión op-
tativa, nos engaña. La versión del engaño, la vivencia de haber sido estafados,
naturalmente despierta hostilidad.

Cuando la decepción compromete fantasías visuales nos inclinamos a hablar de


desilusión y la hostilidad despertada por la vivencia de ser engañados toma, en
ese caso, la forma del ofuscamiento. Obcecados en nuestra versión de las cosas,
incapaces de resignar, creemos que lo posible “es nada”. Lo posible no nos con-
forma, y nos sentimos injustamente maltratados, víctimas inocentes de un daño
inmerecido. El ofuscamiento, nacido del malentendido que atribuye al mundo los
motivos de la desilusión, es el sentimiento que acompaña a la intención de supri-
mir imaginariamente aquello que no podemos realmente suprimir con nuestras
propias fuerzas.

Cabe agregar que la frustración que origina la desilusión es una pérdida que, aun-
que a veces manifiestamente se vincule a cosas materiales o posesiones, en el
fondo siempre ocurre en los vínculos personales y, en última instancia, siempre se
refiere a ese a quien Chiozza supo describir como el “objeto para quien vivimos”
(Chiozza, 2001l, pág. 14).

von Goethe decía que «aquellos que ven en cada desilusión un estímulo para mayores conquistas,
ésos poseen el recto punto de vista para con la vida» (MBE, 1987–1997).

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Todas las relaciones, en la medida que se hacen íntimas exponen a la decepción.
Los vínculos van resultando francamente distintos de cómo se imaginaban en un
principio, y esto puede conducir al desencuentro. La desilusión en la que no se
reconoce la responsabilidad y que echa mano de la proyección para aliviarse,
desde el ofuscamiento de cada momento va generando roturas del marco en el
que el vínculo podría desarrollarse más armónicamente. La sumatoria de violacio-
nes de ese encuadre, a su vez, genera mayor malestar, mayor desilusión. Y así
queda configurado un círculo vicioso de dolor y ofuscamiento creciente. Un ofus-
camiento que, en su falta de perspicacia, no pocas veces incita a romper de mane-
ra intempestiva los vínculos.

María Moliner (1986) sostiene que el término “ofuscar” proviene del latín “offusca-
re”, compuesto con el prefijo “ob-” (por causa, o en virtud de la acción expresada
por la raíz) y fŭscus, “oscuro”. De la misma raíz proviene el vocablo “hosco”, que
significa “falto de amabilidad y poco sociable”, “arisco, ceñudo”. “Ofuscar” quiere
decir 1) ”deslumbrar”, engañar a alguien la apariencia brillante de una cosa, y
también 2) impedir a alguien, por ejemplo un estado pasional, pensar con claridad.

Recapitulando podemos concluir que el ofuscamiento es una modalidad de hostili-


dad que nace del haber proyectado en el mundo al promotor de que el objeto pre-
sente no coincida con el que se tiene “entre ceja y ceja”. Con el ceño fruncido,
como tratando de aferrar “su” idea con el entrecejo, el ofuscado rehúye el trato
para enfrascarse en su propósito lineal.

Un nuevo paso nos permitiría inferir que si bien el ofuscamiento permite descono-
cer la propia responsabilidad en la desilusión que se sufre, también es cierto que
amenaza con poner al descubierto el entretejido más profundo del drama, porque
lo que el ofuscamiento no puede ocultar es la desilusión misma. Al contrario, el
ofuscamiento reconoce la desilusión. De modo que, en ocasiones nos resulta ne-
cesaria una nueva alternativa defensiva para encubrir, a su vez, al ofuscamiento y
a la desilusión.

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2 - El punto de vista de la oftalmología
La retina y la mácula

La retina es una capa de tejido sensible a la luz que se ubica en la parte interna y
posterior del ojo, mediando entre coroides y cuerpo vítreo. La luz que atraviesa el
cristalino es enfocada en la retina que cumple con la función de convertir esa exci-
tación en señales nerviosas que son enviadas a través del nervio óptico al cere-
bro.

Para su estudio puede ser dividida en dos porciones: el epitelio pigmentario retinal (próximo a la
coroides) y la retina neurosensorial (próxima al vítreo). La porción neurosensorial está conformada

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por los fotorreceptores, las células bipolares, las células ganglionares, y también por las que han
dado en llamarse interneuronas, las células amacrinas y las horizontales.

Los fotorreceptores se diferencian en bastones y conos. Los bastones se sensibilizan en condicio-


nes de baja luminosidad pero son incapaces de producir las transformaciones necesarias para
distinguir los colores. Los conos, en cambio, si bien requieren de una mayor luminosidad para sen-
sibilizarse tienen la capacidad de producir las transformaciones que permiten captar los colores.
Para lograrlo, y de acuerdo a la circunstancia frente a la que tengan que reaccionar, existen tres
tipos de conos: azul, verde y rojo. Cada uno de ellos dispone de una opsina (proteína) diferente
“sintonizada” para absorber luz en una determinada banda espectral angosta. Los conos son más
abundantes cerca de la fóvea y son los únicos fotorreceptores de la foveola.5

La retina no tiene la misma sensibilidad en toda su extensión. La parte más sensi-


ble para la captación visual es la mácula. La “Mácula” o “Mácula Lutea” compren-
de a la foveola, la fóvea y la región parafoveal. Se la denomina de ese modo por-
que presenta una coloración amarillenta debida a los reflejos ocasionados por un
pigmento, la Xantofilina luteínica, que se encuentra en los axones de los conos. Se
cree que ese pigmento protege a la fóvea de las radiaciones ultravioletas que po-
drían lesionarla.
En los fotorreceptores se produce la amplificación de la señal luminosa y su transformación en un
gradiente electroquímico. Cada fotorreceptor sinapta con las células bipolares, que a su vez lo
hacen con las células ganglionares que finalmente trasladan esas transformaciónes (transforma-
ciones que desde otro punto de vista son información), al nervio óptico6.

De modo que, para ilustrar el paso de la señal visual a través de la retina, la vía sencilla es: fotorre-
ceptor → célula bipolar → célula ganglionar. Cabe agregar que entre estas células y las amacrinas
y horizontales7 hay complejas conexiones, de manera que la retina funciona no sólo como trans-
ductor y conductor sino que también produce un importante procesamiento de la señal visual.

5
La fóvea es una pequeña depresión en la retina, en el centro de la llamada mácula. Ocupa un
área total un poco mayor de 1 mm cuadrado. En todos los mamíferos, la fóvea es el área de la
retina donde se enfocan los rayos luminosos y se encuentra especialmente capacitada para la
visión aguda y detallada. El área, denominada también fóvea centralis, no posee bastones sino
sólo conos, responsables de la percepción de colores. Los conos-M, para el área verde y los co-
nos-L, para el área roja de la luz visible se ordenan en la fóvea centralis en un mosaico regular.
Según la especie, se encuentran o no allí presentes unos pocos conos-K, responsables de la per-
cepción del área azul de la luz visible. En la región más interna, la foveola (que mide en los seres
humanos de aprox. 0,33 mm. de diámetro), es posible encontrar solamente conos particularmente
delgados del tipo M y L.
Un objeto que el ojo enfoca se fija siempre de manera tal que su reflejo se ubique exactamente
justo en la fóvea centralis. Debido a la falta de bastoncillos y la consecuente incapacidad de perci-
bir estructuras finas bajo malas condiciones de luminosidad, resulta particularmente difícil, por
ejemplo, leer un texto en la penumbra.
La fóvea centralis posee una convergencia de 1:1, es decir, tras cada receptor hay una célula gan-
glionar. Vale decir, los receptores están conectados 1:1, con lo que en la fóvea se alcanza la mejor
resolución, es decir la mayor nitidez visual.
6
Los axones de las células ganglionares forman primero la capa de fibras nerviosas de la retina y
posteriormente se reunen constituyendo el nervio óptico. El 85 % de estas fibras están al servicio
de la función visual y se dirigen al núcleo geniculado lateral. La mayor parte del resto son fibras
que intervienen en el reflejo pupilar y terminan en los núcleos pretectales del mesencéfalo.
7
Tanto las amácrinas como las horizontales son células moduladoras.

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Degeneración Macular Relacionada a la Edad (DMRE)

La degeneración macular es una enfermedad que suele afectar a las personas


mayores de 65 años en una proporción mayor que la alcanzada por el glaucoma y
las cataratas juntos. Este padecimiento, aparentemente relacionado con la edad,
va degradando lentamente la nitidez de la visión central, impidiéndole al en-
fermo ver en detalle los objetos que tiene enfrente y dificultando de ese mo-
do las actividades diarias como, por ejemplo, leer o conducir un vehículo.
Todo esto se produce como consecuencia de la destrucción gradual del área de la
retina que se conoce con el nombre de mácula. Además de la visión central dismi-
nuida, uno de los signos de degeneración macular más evidentes es la presencia
de drusens. Los drusens son pequeños depósitos amarillentos o blanquesinos que
se forman en la capa de tejido que se encuentra bajo la retina o sobre la papila del

12
nervio óptico8. Aún se desconoce qué es lo que los causa y se considera que los
que se forman lejos de la mácula son inofensivos y no indican un deterioro futuro
de la visión.

Existen dos tipos de DMRE. La degeneración macular seca, que representa casi
el 90% de los casos, suele producir un deterioro de la visión de evolución muy len-
ta, al punto que se hace muy difícil su detección temprana. La degeneración ma-
cular húmeda, en cambio, suele tener una presentación repentina y un desarrollo
tan rápido que en poco tiempo causa la pérdida de la visión. En esta variedad, que
es la menos frecuente, se crean delicados neovasos debajo de la retina que pron-
to comienzan a derramar sangre, lo que distorsiona bruscamente la mácula.

Como suele ocurrir en las últimas décadas, cuando la medicina no consigue al-
canzar el éxito esperado en el marco del pensamiento causalista, con esperanzas
renovadas recurre a enumerar los llamados “factores de riesgo”. También con el
DMRE se echa mano del mismo recurso y en ese caso se decriben los siguientes:

 La edad: si bien la degeneración macular puede desarrollarse en personas


de mediana edad, las estadísticas muestran un marcado incremento en las
personas de edad más avanzada.
 El sexo: es una dolencia que predomina en las mujeres.
 Antecedentes genéticos: las estadísticas parecen dar indicios de una cier-
ta influencia familiar en el desarrollo del padecimiento.
 El tabaquismo: hay quienes aseguran, aunque sin poder explicar la vincu-
lación, que los fumadores están más expuestos a sufrir DMRE que los no
fumadores.
 Niveles de colesterol: se sostiene que los niveles de colesterol que supe-
ran los valores normales parecen relacionarse con un mayor riesgo de
desarrollar la degeneración macular húmeda.

La degeneración macular sólo daña la mácula, de modo que afecta la visión cen-
tral y casi no influye en la visión periférica. Esta condición hace que ni siquiera la
forma avanzada de DMRE exponga al enfermo a quedarse completamente ciego.
Para la degeneración macular seca no existe en la actualidad tratamiento alguno.
En el tipo de degeneración macular húmeda suelen indicarse tratamientos quirúr-
gicos y medicamentosos. La cirugía láser, por ejemplo, se emplea para sellar los
vasos sanguíneos recientemente desarrollados y disminuir de ese modo que dis-
torsionen la mácula.

8
La papila es el punto donde el nervio óptico entra en el globo ocular atravesando la membrana
esclerótica, la coroides y finalmente la retina. Es una zona de la parte posterior del ojo en la que no
existen fotorreceptores, por lo que se la llama “punto ciego”.

13
3 - El aporte del doctor William H. Bates

¡Viva la ciencia positiva! ¡Loas a la exacta demos-


tración!... Tus realidades son útiles, sin embargo
no son mi morada, pero, por intermedio de ellas,
penetro en una zona de mi morada.

Walt Whitman9

¿Por qué Aldous Huxley escribió El arte de ver?

Cuando tenía 16 años, el célebre novelista y ensayista inglés [1894–1963] contrajo


una Queratitis punctata10. En 1939, y ya al borde de la ceguera, conoció el método
de reeducación visual. Según declara en el prefacio de su libro El arte de ver
(1942), en pocos meses su visión, aunque todavía muy lejos de la normal, llegó a
ser el doble de la que tenía cuando usaba lentes. Dado que el tema que aborda en
ese libro no condice con los que solía tratar habitualmente, explica que lo escribió
sobre todo para responder a una deuda de gratitud. Su estima y reconocimiento es
para al precursor de la educación visual, el doctor William H. Bates11, y para su
discípula Mrs. Margaret D. Corbett, a cuya habilidad como maestra Huxley atribuia
la mejoría de su visión.

Si bien escribe su libro por gratitud también se formula la siguiente pregunta:


¿porqué los oftalmólogos ortodoxos no han sido capaces de hacer estas aplica-
ciones de principios universalmente aceptados? «La respuesta es clara. Desde
que la oftalmología llegó a ser una ciencia, los especialistas se han preocupado de
un modo obsesivo de un solo aspecto del proceso complejo de la visión: el fisioló-
gico. Tan sólo han prestado atención a los ojos y no a la mente, que hace uso de
los ojos para ver». Cuestiones que, según Huxley, para el doctor Bates nunca fue-
ron indiferentes.

Si ahora traigo estos datos y aclaraciones es porque en el desarrollo de este tra-


bajo voy a apoyarme en buena parte de su reseña.

9
Citado por Alice A. Bailey en su libro El alma y su mecanismo (1965, pág. 27).
10
Se trata de una inflamación que afecta a la córnea y cuya causa más frecuente es una infección
bacteriana o vírica. Suelen formarse úlceras que, al alterar la transparencia, disminuyen la agudeza
visual.
11
El Dr. Bates elaboró y aplicó el método de "Entrenamiento Visual o Mejora Natural de la Visión"
por primera vez en Estados Unidos hace casi cien años. De ahí nació una disciplina holística que,
según se dice, ha ayudado a resolver los problemas visuales de millones de personas en todo el
mundo. En Europa, la “Visión Natural” está muy desarrollada en Gran Bretaña, Alemania e Italia,
donde existen asociaciones de educadores visuales que la aplican desde hace años.

14
La atención

En el trabajo “Acerca de lo visual – Primera aproximación –” que presenté en


1994, al tratar el tema de la atención citaba a Freud (1950 [1895]) cuando dice que
la energía de la atención proviene del yo y se orienta por las señales cualitativas
proporcionadas por la conciencia. Luego agrega que mientras del estado de deseo
nace una atracción hacia el objeto deseado, de la vivencia de dolor resulta una
repulsión a la imagen mnémica hostil. Estas son las situaciones que se designan
como “atracción de deseo primaria” y “defensa primaria”. La atracción de deseo
primaria es, entonces, la atención mientras que la defensa primaria es la repre-
sión.

En una nota al pie de aquel trabajo escribía que reunir esas ideas con las especifi-
caciones que brinda la Oftalmología permitía suponer que algunas de las descrip-
ciones que hace una de las disciplinas parecen corresponderse específicamente
con las que define la otra. Por esa circunstancia creía que la fóvea, el punto de la
retina que "busca" al objeto que importa y "escapa" del que repugna, podría
prestarse para representar no sólo el aspecto visual de la atención sino tam-
bién, dada la significación que le cabe a lo visual dentro de la percepción,
arrogarse la representación completa de la atención.

Con su libro, Aldous Huxley nos ayuda a introducirnos en la cuestión que nos ocu-
pa. Desarrolla un planteo muy interesante acerca de la movilidad de la atención y,
recurriendo a los autores de quienes se nutre, sostiene que si la atención se limita
a una tarea insuficientemente motivada, la actividad vital disminuye. En lo que se
refiere especialmente a la visión, agrega que el movimiento continuo de la aten-
ción, que se dirige de una parte a otra del objeto inspeccionado, se acompaña del
movimiento correspondiente de los ojos. Esto es así porque las imágenes más
claras se recogen en la zona macular de la retina, y particularmente en la diminuta
fóvea centralis. «Para ser eficaz, la atención debe estar continuamente en movi-
miento, y debido a la existencia de la fóvea centralis, los ojos deben desplazarse
continuamente lo mismo que la atención mental que los gobierna» (págs. 42-43).

Si el órgano de la percepción permanece fijo sobre un objeto determinado sin que


éste tenga algún movimiento, después de un tiempo la percepción va disminuyen-
do hasta desaparecer. Si por ejemplo se ubican los extremos de los dedos sobre
una mesa sin hacer presión, en poco tiempo se dejará de sentir el contacto. Pero
bastará un movimiento, aunque sea ligero, para que vuelva a despertarse la per-
cepción. De manera que el conocimiento sólo es posible si se produce un cambio,
y el cambio sólo es posible mediante el movimiento. El autor opina que la psico-
logía no ha tomado debida cuenta del papel desempeñado por el movimiento, y
cree que por esa razón ha olvidado que es la condición primordial del conocimien-
to.

Para fundamentar su opinión, Huxley cita palabras del profesor Abraham Wolf,
quien en su artículo “Atención”, publicado en la Enciclopedia Británica, dice que

15
cuando nos concentramos sobre alguna cosa o pensamiento nuestra atención sal-
ta permanentemente de una parte a otra. La atención que no se desplaza de un
aspecto a otro no se puede mantener mucho tiempo sin correr el riesgo de caer en
trance hipnótico o en algún estado patológico similar (pág. 42).

En ese sentido, recordamos que también Freud (1888-92, pág. 141) hace una des-
cripción de esas características cuando se refiere a las sensaciones y procesos
motores que se presentan de manera espontánea durante el adormecimiento hip-
nótico. Dice que «uno puede convencerse de ello en presencia de una persona
que con solo fijarse se puede hipnotizar (método de Braid), y en quien, por tanto,
la fatiga de los ojos con atención tensa y distracción de otras impresiones provo-
ca el estado semejante al dormir».

En lo que toca a la visión el movimiento permanente de la atención se acompaña


generalmente del movimiento correspondiente de los globos oculares. La razón es
simple, dice Abraham Wolf. Las imágenes más nítidas se recogen en la zona ma-
cular, y en especial en la pequeña fóvea centralis. La mente, al seleccionar cada
una de las partes del objeto que le interesa percibir, ordena los movimientos de los
ojos, de tal manera que cada parte del objeto va siendo captada por ese sector de
la retina, que es el que recoge los datos para configurar la imagen más clara. Ca-
be advertir que en el caso de la audición las cosas no ocurren del mismo modo. El
oído carece de una zona equivalente a la fóvea centralis. Sin embargo también se
da la diferenciación y elección de los sensa auditivos porque resulta igualmente
necesario el desplazamiento de la atención dentro del campo auditivo, aunque no
exista la posibilidad de un desplazamiento coincidente del órgano sensorial.

Sensación, selección y percepción

Antes de continuar con el tema del vínculo entre percepción y movimiento, y dado
que hablamos de los “sensa auditivos”, conviene detenerse un momento para es-
clarecer a qué se refiere Huxley con esos términos. Sugiere que el proceso por el
cual captamos puede ser descompuesto en tres procesos auxiliares: un proceso
de sensación, uno de selección y uno de percepción.

En lo que respecta, por ejemplo, a la visión dice que lo que sentimos al ver es una
serie de sensa dentro de un determinado campo. «Un sensum visual es uno de los
retazos coloreados que forman, por así decir, la materia prima de la visión, y el
campo visual es la totalidad de esos retazos coloreados que pueden ser sentidos
en un momento dado» (pág. 26).

Según el desarrollo que va haciendo el autor, a la sensación le sigue la selección,


que es un proceso mediante el cual una parte del campo visual es examinada y
separada del resto. La explicación que se puede dar desde la fisiología es que el
ojo permite la captación de datos que facultan para la elaboración de las imágenes
más claras gracias al funcionamiento de la región macular, región que dispone, a

16
su vez, de la diminuta fóvea centralis, que es el punto cuyo funcionamiento permi-
te que la visión se vuelva más aguda. Hay también –continúa Huxley– una expli-
cación de base psicológica para la selección. «En cualquier ocasión existe gene-
ralmente alguna cosa en el campo visual que tenemos mayor interés en diferen-
ciar más claramente que cualquier otra parte del campo» (pág. 26). Una cuestión
que nosotros relacionamos inmediatamente con los aportes que Chiozza hizo
acerca del concepto de “importancia”12, y que nos llevan a pensar que así como
diferencia e importancia son dos aspectos de un mismo fenómeno, preferencia13 y
significancia también lo son. De modo que, además –recurriendo a un término que
parece apuntar más específicamente a la percepción, a la construcción de objetos,
ya que recurriendo a una concepción espacial habla de “poner adelante, enfren-
te”–, podríamos decir que la selección que separa una parte en el campo vi-
sual depende de nuestra preferencia, “de lo que preferimos entre lo que diferen-
ciamos”. En conclusión, podríamos decir que en ese proceso de selección lo que
desde un punto de vista es la orientación de la mácula desde otro punto de vista
es la preferencia: dos aspectos de un fenómeno que en sí mismo es único. Pero
dejemos por ahora esta digresión para que podamos retomarla luego.

Volviendo a la descripción de Huxley, el ensayista se ocupa seguidamente del úl-


timo de los tres procesos: la percepción. Este proceso regula el reconocimiento del
sensum seleccionado como la visión de un objeto que existe o no en el mundo
exterior. El autor subraya la importancia de recordar que los objetos que se han
interpretado como reales no se dan como datos acabados. «Se obtiene únicamen-
te una serie de sensa; y un sensum, en el lenguaje del doctor Broad, es algo que
no tiene referencias. En otras palabras, el sensum, como tal, es un simple retazo
coloreado que no tiene referencia con un objeto físico externo. El objeto físico ex-
terno hace su aparición tan sólo cuando hemos seleccionado el sensum y lo he-
mos usado para percibirlo. Son nuestras mentes las que interpretan el sensum
como la aparición de un objeto físico en el espacio» (pág. 26). 14

12
Al ocuparse de “Los fundamentos de una metahistoria”, Chiozza dice que «mientras la concien-
cia “perceptiva” nos faculta para establecer las diferencias en el mundo que nos permiten distinguir
las cosas, la conciencia “sensitiva” nos aporta la importancia con la cual cada una de ellas nos
“afecta”» (2008, pág. 31).
13
María Moliner (1986) dice que «preferir (del lat. praeferre, “poner delante”) significa “gustar más
de cierta cosa que de otras”, “querer o estimar más a cierta persona que a otras”. Digamos también
que para Corominas (1983) tanto “preferir” como “diferenciar” provienen del latín ferre, “llevar”.
14
El autor afirma que los niños no llegan a este mundo percibiendo claramente los objetos. El re-
cién nacido comienza por sentir una masa de sensa indeterminados, que no selecciona ni percibe
como objetos reales. Poco a poco, aprende a diferenciar los sensa que le despiertan mayor interés.
Una vez seleccionados estos sensa, alcanza poco a poco, mediante un proceso de interpretación
correcta, la percepción de los objetos externos. «Esta facultad para interpretar sensa en los térmi-
nos de objetos físicos externos es probablemente innata, pero requiere, para su adecuada mani-
festación, un depósito de experiencias acumuladas y una memoria capaz de conservar tal depósi-
to. La interpretación de sensa en los términos de objetos físicos únicamente se hace rápida y au-
tomáticamente cuando la mente puede basarse en sus experiencias pasadas de sensa similares
interpretados de un modo análogo» (pág. 27).

17
Finalmente Huxley se ocupa de aclarar que en los adultos, los procesos de sensa-
ción, selección y percepción son siempre simultáneos. «Tan sólo nos damos cuen-
ta del proceso total de ver los objetos, y no de los procesos auxiliares que culmi-
nan en la visión» (pág. 27). Efectivamente, desmenuzar de ese modo el fenómeno
de la percepción equivale a convertirlo en algo irreal. Nace como una elucubración
que esquematiza para apoyar una conclusión, pero termina constituyendo una me-
táfora que distorsiona. El contenido de una percepción siempre es la representa-
ción de un proceso en su conjunto.

La descripción que propone Huxley despierta reminiscencias de la que hace Orte-


ga y Gasset cuando dice que al abrir los ojos «hay un primer instante en que los
objetos penetran convulsos dentro del campo visual. Parece que se ensanchan, se
estiran, se descoyuntan como si fueran de una corporeidad gaseosa a quien una
ráfaga de viento atormenta. Mas poco a poco entra el orden. Primero se aquietan
y fijan las cosas que caen en el centro de la visión, luego las que ocupan los bor-
des. Este aquietamiento y fijeza de los contornos procede de nuestra atención que
las ha ordenado, es decir, que ha tendido entre ellas una red de relaciones. Una
cosa no se puede fijar y confinar más que con otras. Si seguimos atendiendo a un
objeto este se irá fijando más porque iremos hallando en él más reflejos y cone-
xiones de las cosas circundantes. El ideal sería hacer de cada cosa centro del uni-
verso» (1914, pág. 782).

Abordando la misma cuestión, J. von Uexkül (1934) expresa que «en la visión in-
mediata no nos es dada una silla, ni un coche, ni ningún otro objeto, sino sólo lí-
neas y colores. Para que líneas y colores se combinen en unidades de objetos se
necesita una larga cadena de experiencias, que sólo pueden ser hechas en el
transcurso del tiempo» (pág. 38).15 Se pregunta luego ¿por qué a los diversos obje-
tos que a veces tienen cuatro ruedas y a veces dos, que pueden o no poseer un
respaldo, que son grandes o pequeños, de madera o de hierro, de cualquier color
y forma, siempre se les designa con el nombre de "coche"? ¿Cuál es el vínculo
común en la mudable apariencia para que siempre les demos el mismo nombre?
Von Uexkül responde que ese vínculo lo constituye la igualdad de función. Todos
los coches, por muy diferentes que puedan ser en materia, forma y color, tienen,
sin embargo, idéntica función: sirven para ser transportados en ellos. Lo mismo

15
Refiriéndose a esa “hebra” invisible que vincula las partes, von Uexkül asevera que no percibi-
mos las relaciones. Una afirmación que, aunque la compartimos, presenta un problema. Si bien
podemos admitir que en la visión inmediata no nos es dado más que líneas y colores, tenemos que
reconocer que toda línea es una sucesión de puntos. De manera que lo que llamamos línea es un
conjunto de puntos relacionados de un particular modo. Podríamos afirmar, entonces, que en la
visión inmediata no nos es dada una línea sino sólo puntos... y así sucesivamente, pasando por el
nivel atómico. De modo que la pregunta se nos vuelve a plantear en el nivel siguiente del que es-
tamos "parados" en el momento en que le damos respuesta: si no percibimos las relaciones, ¿qué
es lo que percibimos? Al respecto, Chiozza, durante un comentario realizado en noviembre de
1993 en el CWCM, sostuvo que cada vez que en la interpretación de unas relaciones se establece
un signo de constancia, como el que hay entre el signo natural y el fenómeno referente, esa rela-
ción se solidifica, se concreta un "matrimonio" entre los elementos de la relación. Cuando esto
ocurre, el conjunto de relaciones pasa a constituir una representación "cosa" y a reconocerse como
un objeto.

18
que el ritmo de la serie de tonos combinados en una unidad es llamado "melodía",
el ritmo de las diversas variaciones que recorre un objeto es resumido unita-
riamente como "función". Con el término "función", entonces, comprendemos una
serie de variaciones resumidas en una unidad conforme a una regla. Así, el "ir en
coche" significa el uniforme girar de las ruedas alrededor de su eje, combinado
con el avanzar del cuerpo del coche. Claro que mientras las diversas variaciones
de un objeto, en cada momento, son datos que podemos registrar, la regla que
liga en una unidad las distintas variaciones no es un dato sino un patrón, un pre-
cepto. Lo que nos es dado por los ojos son colores y líneas; la regla que eleva es-
tos factores a la visión no nos es dada. Es la regla que forma el objeto ordenando
los datos suministrados por los órganos de los sentidos, y esa regla es, una parti-
cular relación que "habla" de una particular función.

El tema del precepto ofrece un nuevo ángulo que nos retrotrae a la cuestión de
que toda percepción es una interpretación. La interpretación nace de un pre-cepto
que permite “recortar” el per-cepto. Por otra parte, podemos pensar que el precep-
to se corresponde con la regla, con “la pauta que conecta”16, con la función, con el
sentido que nos hace posible captar el objeto.

Y respecto de estas cuestiones recordamos, finalmente, lo que Ortega y Gasset


dice acerca de la inteligencia. La inteligencia es «la percatación de relaciones en-
tre las cosas; es ver a éstas como miembros de una estructura, en la cual cada
una tiene su papel, su “sentido”. Un ser que al cambiar la situación o estructura
perciba el cambio de papel, de “sentido” de las cosas integrantes, a pesar de que
visualmente siguen siendo las mismas, es un ser inteligente» (1927, pág. 174).

Ansia desmesurada de ver

Aldous Huxley continúa con el desarrollo de su planteo subrayando que, en lo que


toca al cariz visual de la atención, los movimientos constantes de los ojos y la in-
movilidad del resto del cuerpo es la regla. En la medida en que esta regla se ob-
serve regularmente el funcionamiento de la visión transcurrirá dentro de los límites
normales. Sostiene que la anormalidad comienza a darse cuando la inhibición del
movimiento, que es usual y adecuada en otras partes del cuerpo, ocurre en los
ojos. Según el autor, lo que habitualmente impide el movimiento de los ojos suele
ser un ansia desmesurada de ver. En estas ansias de ver –dice– inmovilizamos
inconcientemente los ojos al tiempo que, sin reparar del todo en nuestros actos,

16
Chiozza cita a Gregory Bateson cuando dice «que hay en el universo un “modelo”, o una “pauta”,
que “conecta” todas las cosas. Solemos ver a las pautas que integran a “la pauta que conecta” […]
como “cosas fijas” o “formas congeladas”, aunque lo más correcto sería, si queremos comenzar a
pensar en la pauta que conecta, “considerarla primordialmente como una danza de partes interac-
tuantes”. La conectividad de las partes está dada por contexto y pertinencia y el conjunto consti-
tuye una historia» (CHIOZZA, Luis y colab., 1993e [1992], págs. 95-96).

19
solemos movilizar el resto del cuerpo.17 Según Huxley, la consecuencia de esa
conducta es que al fijar la mirada en aquella parte del campo visual que queremos
percibir, y dado que la fijación de la mirada va siempre en contra de su propio fin,
en lugar de ver más terminamos viendo menos. De todos modos, lo que el autor
procura destacar es que una persona que inmoviliza sus ojos al mismo tiempo in-
moviliza también la atención, y viceversa.

Desde un primer momento aprendemos a mantener la movilidad normal de los


ojos y la atención, percibiendo los objetos con la fijación central. Pero los buenos
hábitos pueden perderse y quedar sustituidos por otros menos eficaces. Puede
ocurrir que una nueva y desafortunada costumbre haga que la atención deje de
movilizarse fácil y continuamente al tiempo que los ojos dejarán de desplazarse de
manera distendida. El doctor William H. Bates pone especial énfasis en señalar
que ese mal funcionamiento produce esfuerzo, alteraciones físicas y vicios de re-
fracción. Con la costumbre de fijar la mirada, la visión declina, y como los malos
hábitos con el tiempo se acentúan, los ojos van perdiendo gradualmente su capa-
cidad de autorregulación y van quedando cada vez más expuestos a tratornos de
distinta gravedad.

La atención mal enfocada

Huxley escribe en su libro que una de las causas que provoca una visión defec-
tuosa, es la denominada “atención mal enfocada”.

La atención forma parte indisoluble del proceso de percibir. Para decirlo con las
palabras que utiliza Huxley, si prescindiéramos de la atención no podríamos ha-
blar, por ejemplo, de selección en el campo visual, y en consecuencia tampoco
existiría percepción de los sensa seleccionados como presencia de objetos reales.
«La atención es especialmente un proceso de diferenciación, un acto de separa-
ción y aislamiento de una cosa o pensamiento particular de las restantes cosas en
el campo sensorial o de los pensamientos en la mente. En el proceso total de la
visión, la atención se asocia íntimamente con la selección; en efecto, es casi idén-
tica a esa actividad» (pág. 40).

Como ocurre con cualquier otra actividad, existen formas adecuadas y también
maneras incorrectas de dirigir la atención. «Cuando la atención se dirige en la for-
ma correcta, el funcionamiento visual es bueno; cuando se dirige en una forma
errónea, el funcionamiento es perturbado y la capacidad para ver declina» (pág.
39).

Los tipos y grados de atención pueden ser clasificados siguiendo distintas pro-
puestas. La clasificación más habitual es la que encasilla los actos de la atención

17
Tal vez todo esto tenga que ver con la hiperquinesia que se describe en el llamado “trastorno por
déficit de atención con hiperactividad” (TDAH), tema del que en su oportunidad se ocupó la Licen-
ciada Silvana Aizenberg (2003).

20
según las dos maneras principales en las que es dirigida: de manera espontánea o
de manera voluntaria.

La atención espontánea es la que no requiere ningún esfuerzo cuando se despla-


za y es transitoria, o la que impone un esfuerzo muy escaso si su ejercicio deman-
da un lapso mayor. La atención voluntaria es, por decirlo de algún modo, la varie-
dad cultivada de la forma espontánea. Es la atención que se relaciona con activi-
dades que debemos realizar aunque no querramos. La atención voluntaria se aso-
cia siempre al esfuerzo y produce, con mayor o menor rapidez, fatiga.

Vale la pena reparar en que Ortega y Gasset (1939) propone una nueva distinción
dentro de la atención espontánea para decir que hay una que nos inoportuna, que
nos fuerza, y otra que no. «En las urgencias vitales […] la atención se fija obliga-
da, contra su propio gusto. Casi el mayor enojo de lo enojoso es tener por fuerza
que atenderlo. Wundt fue el primero […] que distinguió entre la atención activa y la
pasiva. Hay atención pasiva cuando, por ejemplo, suena un tiro en la calle. El rui-
do insólito se impone a la marcha espontánea de nuestra conciencia y fuerza la
atención. En el que se enamora no hay esta imposición, sino que la atención va
por sí misma a lo amado» (pág. 483).

Para explorar el tema de la atención voluntaria conviene traer a colación el fracaso


de la función de la memoria en los estados de esfuerzo. Todos conocemos la ex-
periencia de olvidar un nombre, esforzarnos por encontrarlo y fracasar en el inten-
to. Si conseguimos sobreponernos al ansia, desistimos del esfuerzo y dejamos
que la mente se ponga en un estado de pasividad alerta; de ese modo es posible
que el nombre caiga en la conciencia por su propio peso. Al parecer, la memoria
trabaja mejor cuando la mente se encuentra en un estado de relajación dinámica.
Algo que nos recuerda la historia del sabio chino que cita Racker (1960, pág. 32). El
sabio que habiendo perdido sus perlas, mandó a sus ojos a buscarlas, luego a sus
oídos, luego a sus manos… y siempre fracasaba. Y así mandó a todos sus senti-
dos pero ninguno las encontró… hasta que finalmente mandó su no–buscar a
buscar sus perlas y su no–buscar las encontró.

Para Huxley, es importante subrayar que la experiencia demuestra que existe una
relación entre la buena memoria y la relajación dinámica mental, un estado que
coincide, a su vez, con la relajación dinámica del cuerpo. En general, todos cono-
cemos por experiencia que las cosas son de ese modo. Cuando deseamos recor-
dar algo que nos cuesta recordar "nos dejamos llevar". En el fondo sabemos que
ese “dejarse llevar” es lo mejor que podemos hacer para recuperar el recuerdo
que resiste.

Y ese estado de relajación mental dinámica –sostiene Huxley– es el adecuado no


sólo para la memoria sino también para la visión. «Esta podría ser la explicación
del hecho […] de que el simple acto de recordar alguna cosa clara y distintamente
provoca una inmediata mejoría de la visión. En algunos casos de visión defectuo-
sa, el estado de tensión mental y física es tan grande que la víctima pierde el hábi-
to de “dejarse llevar” hasta cuando quiere recordar. El resultado es que tropieza
21
con las mayores dificultades para recordar todas las cosas» (pág. 112). Una dificul-
tad que parece incrementarse con el transcurrir de los años, el mismo “transcurrir
de los años” que –valga la asociación de ideas– también parece quedar vinculado
con la aparición de la maculopatía que ahora nos ocupa.

A partir de lo que vamos desarrollando, la posibilidad de dar satisfacción a la ne-


cesidad de “dejarse llevar” parece quedar vinculada a lo que podríamos llamar “la
capacidad de tolerar las preferencias”. Claro que aceptar esa necesidad de un “de-
jarse llevar” implica aceptar que las preferencias no nacen de la voluntad; implica
aceptar que aunque no coincidamos con tales preferencias, ellas son las que fi-
nalmente conducen nuestros pasos. Y eso tanto para las nuestras como para las
preferencias que los inclinan a quienes nos importan.

¿Qué significa “fijar la mirada”?

Recién mencionábamos que con la costumbre de fijar la mirada, la visión declina,


los ojos van perdiendo gradualmente su capacidad de autorregulación y van que-
dando cada vez más expuestos a tratornos de distinta gravedad. Huxley argumen-
ta que cuando el individuo fija su mirada está intentando lograr lo imposible. En un
esfuerzo voluntario está intentando ver al mismo tiempo todas las partes de
una extensa zona con la misma claridad.

Pero ya vimos como la estructura del ojo no permite apreciar todas las partes del
campo visual tan claramente como la zona cuyos datos son recogidos por la má-
cula y la fóvea centralis. De modo que la labor de percibir no puede ser eficaz si
no consentimos que la atención se desplace libremente desde un punto a otro del
objeto considerado. Al fijar la mirada, es como si quisiéramos ignorar las condicio-
nes necesarias para una visión normal. Huxley sugiere que interferir o abandonar
el hábito de la fijación central siempre es el resultado de intervenciones del "yo"
conciente. «El “yo” conciente –escribe Huxley–, cuyos temores, pesares, dolores y
ambiciones actúan impidiendo el buen funcionamiento de los órganos físicos, del
sistema nervioso y de la mente. Cuando el hábito de la fijación central se ha perdi-
do por algún tiempo, la mácula y la fóvea parecen perder parte de su sensibilidad
natural, por la falta de uso. Al mismo tiempo el hábito de intentar apreciar los obje-
tos con igual claridad con todas las partes de la retina conduce a un excesivo es-
tímulo de alguna o de todas las zonas periféricas, que entonces tratan de aumen-
tar su sensibilidad para responder a este estímulo. […] El individuo que fija la mi-
rada sigue aún mirando de frente. Pero como intenta ver todas las cosas igual-
mente bien, reduce la sensibilidad de la mácula y de la fóvea, y da lugar a una
relación indeseable y anormal entre la mente que percibe y las zonas periféricas
de la retina que ahora son usadas incluso más que la zona central, para obtener la
sensación» (págs. 72-73).

22
4 - Hacia el significado de la Degeneración Macular Rela-
cionada a la Edad (DMRE)

Se dice que el enamorado no ve, porque la pasión


le ciega; yo afirmo que los indiferentes son los que
no ven, porque les ciega la indiferencia.

Ángel Ganivet18

Todo mueve a pensar que existe una relación entre la descripción que hace Hux-
ley acerca de quien intenta ver todas las cosas igualmente bien –propósito que
cuando se estabiliza en hábito termina por reducir la sensibilidad de la mácula y de
la fóvea– y el sentido oculto en el trastorno que investigamos. Claro que pensar en
esa relación nos lleva a preguntarnos qué es, en lo más profundo, lo que se ex-
presaría en el desatinado empeño de “ver todas las cosas igualmente bien”.

Sobre las preferencias

Al retomar un tema que dejamos en suspenso, de la mano de Ortega volvemos a


reincidir en la cuestión de que percibir es interpretar. El autor repara en que la pre-
visión que supone toda visión es obra de una facultad previa encargada de dirigir
los ojos, de explorar con ellos el contorno. Esa facultad es la atención. «Sin un
mínimum de atención no veríamos nada. Pero la atención no es otra cosa que una
preferencia anticipada, preexistente en nosotros, por ciertos objetos» (1927a, pág.
210).

En otro punto de su obra el autor se extiende sobre las implicancias que tiene el
hecho de que preferir es realzar una figura sobre una trama de fondo, utilizando
ahora como ejemplo la visión lejana y la cercana. La visión próxima –dice– «orga-
niza el campo visual imponiéndole una jerarquía óptica: un núcleo central privile-
giado se articula sobre un área circundante. El objeto cercano es un héroe lumíni-
co, un protagonista que se destaca sobre una “masa”, una plebe visual, un coro
cósmico en torno. Compárese con esto la visión lejana. En vez de fijar algún obje-
to próximo, dejemos que la mirada quieta pero libre, prolongue su rayo de visión
hasta el límite del campo visual. ¿Qué hallamos entonces? La estructura de los
elementos jerarquizados desaparece. El campo ocular es homogéneo; no se ve
una cosa mejor y el resto confusamente, sino que todo se presenta sumergido en
una democracia óptica» (1932, pág. 162).

18
Ángel Ganivet (1898, pág. 270), escritor y diplomático español nacido en 1865 y fallecido en
1898, es considerado el precursor de la “generación del 98”.

23
Preferir implica, por otra parte, tolerar la existencia de los límites y de una inevita-
ble parcialidad. La conciencia es angosta frente al universo que invita a ser capta-
do. La conciencia es parcial y al tratar lo relativo a esa limitación constitutiva que
siempre impone un duelo, más de una vez Chiozza subrayó las palabras que
Johann W. Goethe pone en boca de su Prometeo, “el hombre industrioso ha de te-
ner por lema la parcialidad”. Palabras que traslucen la noticia de una renuncia.
Prometeo debía renunciar en parte a su contacto ideal con el ello para no agregar
nuevos sufrimientos a los que ya padecía. Un tema que Chiozza vuelve a reencon-
trar en el Fausto de Goethe «quien termina por abandonar su deseo de alcanzar el
conocimiento de las causas finales», y en Freud cuando señala que «las ideas
latentes descubiertas en el análisis no llegan nunca a un límite y tenemos que de-
jarlas perderse por todos lados en el tejido reticular de nuestro mundo intelectual».
¿Pero, es a este tipo de parcialidad a la que no se allana quien pretende “ver to-
das las cosas igualmente bien”?

Una de las características que pueden servir para definirnos es, por decirlo de al-
gún modo, la particular manera que tenemos de atender. Una cuestión que, en el
marco de lo que vamos planteando también podría expresarse como “el peculiar
modo que tenemos de tramitar nuestras preferencias”. El lenguaje popular llama
“manía” a la conducta por la cual la atención de alguien se fija en algo por más
tiempo o con mayor frecuencia que lo esperable. Ortega (1939) señala que «el
maniático es un hombre con un régimen atencional anómalo. Casi todos los gran-
des hombres han sido maniáticos, sólo que las consecuencias de su manía, de su
“idea fija”, nos parecen útiles o estimables. Cuando preguntaban a Newton cómo
había podido descubrir su sistema mecánico del universo, respondió “pensando en
ello día y noche”» (pág. 479).

Planteadas las cosas así quedamos enfrentados a una cuestión que exige consi-
derar una distinción entre dos conceptualizaciones que solemos utilizar de manera
indistinta, lo que calificamos como “obsesión” y la conducta característica de la
neurosis obsesiva. No parece lo mismo quedar atrapados por una idea que punza
con interrogantes que necesitamos responder, que fijarnos a esas ideas que no
nos interesan y a nadie le importan. Para el hombre obsesionado, la idea que lo
obsesiona tiene la mayor importancia y la persigue para hurgar en su meollo. No
es eso lo que nos pasa cuando quedamos enredados en la neurosis obsesiva. En
ese caso la atención es conducida por el secreto propósito de aplicar un rasero a
valores e importancias; la intención es escudarse en la concepción de que “todo
es igual, nada es mejor”19.

19
En 1935 Enrique Santos Discépolo escribió:
¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!...
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!

24
Freud (1917 [1916-17]) detectó que lo que caracteriza a la neurosis obsesiva es que
«los enfermos son ocupados por pensamientos que en verdad no les interesan,
sienten en el interior de sí impulsos que les parecen muy extraños, y son movidos
a realizar ciertas acciones cuya ejecución no les depara contento alguno, pero les
es enteramente imposible omitirlas. Los pensamientos (representaciones obsesi-
vas) pueden ser en sí disparatados o también sólo indiferentes para el individuo; a
menudo son lisa y llanamente necios, y en todos los casos son el disparador de
una esforzada actividad de pensamiento que deja exhausto al enfermo y a la que
se entrega de muy mala gana. Se ve forzado contra su voluntad a sutilizar y espe-
cular, como si se tratara de sus más importantes tareas vitales» (pág. 236).

Por otra parte, el autor agrega que en toda neurosis obsesiva podemos detectar
dos peculiaridades: una idea que se impone al enfermo y un estado emotivo aso-
ciado. Así como el sentimiento que acompaña a las fobias es la angustia, en la
neurosis obsesiva lo que solemos descubrir es un sentimiento como la duda, el
remordimiento, la cólera (1895 [1894], pág. 75).

Ahora, y partiendo de aportes conocidos en los últimos años20, podemos aventu-


rarnos a pensar que en el estado emotivo asociado a la neurosis obsesiva que
describe Freud podríamos indagar también otros matices. Y a la luz de lo que va-
mos pensando tal vez sea válida la hipótesis de que, en el caso de comprometer
fantasias visuales, el estado emotivo asociado a la neurosis obsesiva revela-
ra el tinte de la desilusión y el ofuscamiento.

Freud continúa su descripción destacando que en la neurosis obsesiva es eviden-


te que «el estado emotivo constituye la cosa principal, puesto que ese estado per-
siste inalterado en tanto que la idea asociada varía» (pág. 76). Y aludiendo a las
consecuencias de una circunstancia de esas características, en Las cosas de la
vida (2005a) Chiozza nos advierte que «vivimos inundados por la fantasía de poder
tenerlo todo. La idea de que vernos obligados a elegir es muy desagradable al-
canza sus extremos en la persona obsesiva, ya que, cuando todos los detalles
tienen una importancia similar, se pierden las jerarquías que permiten establecer
las prioridades». Agrega luego que «un mundo que carece de un ordenamiento
jerárquico […] va perdiendo aceleradamente significación y bienestar» (pág. 45).

En la medida en que no toleramos las preferencias nuestra vida va perdiendo sen-


tido. Las preferencias son inevitables, sólo podemos aceptarlas o no. Importa de
todos modos tener conciente que no aceptarlas no nos da la posibilidad de acce-
der a “todo”; es decir, tener en cuenta que no aceptarlas no exime del duelo.

20
Hoy entendemos que, según las características de su descarga, un mismo estado afectivo puede
presentar distintos matices. Por ejemplo, lo que llamamos “melancolía” (cuando compromete fanta-
sías hepáticas) puede tener la tonalidad de la “nostalgia” (fantasías cardíacas), el “desaliento” (res-
piratorias), la “desazón” (renales) o el “desmoronamiento” (óseas).

25
Fijar la mirada y el malentendido de la preferencia fija

El tema de las preferencias nos introduce en una cuestión recurrente que algunas
veces desemboca en el reclamo y otras en la culpa. Si pensamos, por ejemplo, en
el vínculo con nuestros hijos es innegable que no podemos entendernos siempre y
con todos por igual. Con cada uno nos relacionamos de una manera peculiar y
personalizada, de una manera que no se puede caracterizar en términos de
“siempre” o de “única”. Sólo se trata de eso especial que en cada momento de-
pende de las características de cada uno. Sin embargo, en un intento de disimular
toda preferencia, no pocas veces intentamos supeditarnos a la consigna de "a to-
dos por igual”. Seguramente se confunden dentro nuestro preferencia con privile-
gio o favoritismo y, apresados por el malentendido, como hijos recaemos en el
reclamo o como padres nos embarga la culpa. Por otra parte, embarcados en la
consigna de “a todos por igual”, intentando disimular las preferencias sin que-
rer nos arriesgamos a deslizarnos hacia la indiferencia, hacia ese estado de
ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia por objeto o persona algu-
na21.

Acerca de los motivos y el desenlace de confundir preferencia con privilegio po-


demos leer en Chiozza (2005a) que «se suele admitir, aunque de mala gana, que
hay hijos preferidos, y cuando eso sucede la observación demuestra que la mayo-
ría de las veces constituye, para el hijo elegido, una carga que está lejos de ser
una ventaja. Es mucho más frecuente, sin embargo, que las preferencias de los
progenitores se dirijan a determinados rasgos caracterológicos de los distintos hi-
jos, y que además sean fluctuantes, ya que los padres quedan muchas veces
transitoriamente “copados” por una determinada capacidad de los hijos. Suelen
ser los celos, habituales entre hermanos, los que conducen a que los hijos con-
fundan esas preferencias parciales o transitorias con la existencia de una situación
que los condena a una condición segunda en el amor de los padres» (pág. 50).

No cabe duda que se trata de una confusión que no sólo produce mucho daño en
las relaciones entre padres e hijos sino que también compromete todo vínculo de
cierta importancia. Muchas veces los celos nos llevan a confundir con favoritismo
la preferencia fluctuante que le pueda despertar a quien nos importa cierto rasgo
de alguien que, por los mismos celos, se ha convertido en nuestro rival.

No se nos escapa que la preferencia –el hecho de atender o que nos atiendan, el
prestar atención– es alternante. Y es alternante porque tanto en la relación con
nuestros hijos como con cualquiera de nuestros congéneres la vida nos enfrenta
constantemente con rasgos diferentes que generan en nosotros diversa atracción
o rechazo en cada momento. Ahora preferimos a uno porque presenta un rasgo
determinado y luego preferimos a otro por la misma razón. De todos modos, te-

21
Al principio de este trabajo citábamos a Freud cuando dice que «mientras del estado de deseo
nace una atracción hacia el objeto deseado, de la vivencia de dolor resulta una repulsión a la ima-
gen mnémica hostil».

26
nemos que reconocer que se trata de una cuestión fácil de describir pero muy difí-
cil de admitir. Creo que el principal escollo para aceptarla radica en la necesidad
de elaborar el mismo trauma al que se refiere Chiozza (1995n [1983], pág. 264)
cuando comienza a trazar «los primeros esbozos de un “narcisismo terciario”, sur-
gido de la elaboración del “trauma” constituido por la conciencia de la relatividad
del “yo”». Cuando el autor se pregunta “¿quién soy yo?”, su respuesta es: «un
convenio provisorio que puede sentirse sustituido y anulado cuando alguien que
forma una parte importante del entorno amenaza con cambiar su aprecio. Llego
entonces a la conclusión, “por lo que veo”, de que mi yo “fluctúa”, se extiende,
cambia de forma y se contrae; como el cuerpo o el seudopodio de una ameba. […]
En esa fluctuación se pueden, me parece, reconocer dos extremos, porque a ve-
ces siento en un extremo que yo soy el único destinatario del apodo cariñoso que
sólo mi madre utilizaba, y otras, me veo en el otro extremo, orillando un abismo,
como una gota de agua que pretende afirmar, de un modo inexorablemente pre-
potente, su particular existencia entre las otras, frente a la inmensidad del mar»
(2008f, págs. 47-48).

El hijo preferido

El llamado “hijo preferido”, al contrario de lo que solemos creer y aunque nunca


ocurre de la misma manera, suele ser el más dañado, el que más sufre la culpa y
el que dispone de menor capacidad de goce. El “hijo preferido” es, en realidad, el
elegido para la materialización de los ideales de sus padres. No pocas veces esos
ideales son incompatibles con su salud y terminan esquilmándole la vida.

El “hijo preferido” siente que para conservar de manera fija la preferencia de sus
padres debe desarrollarse obsesiva y tajantemente según el deseo de ellos. Pero
es un propósito imposible de cumplir y el “hijo preferido” vive angustiado por la
amenaza de perder “el lugar” de preferencia. Un lugar que en su malentendido
sólo se puede ocupar de manera permanente y absoluta. La misma manera en la
que él siente que pasará a ocuparlo quien en su fantasía se ha convertido en su
rival. En el fondo y sin darse cuenta, el “hijo preferido” sufre el infortunio de sentir-
se vinculado amorosamente con quien le impone un modelo al que no puede ajus-
tarse; prisionero de un vínculo que, al mismo tiempo, le resulta irreemplazable.

Perder ese lugar de preferencia le reaviva el dolor insoportable del que intentó ali-
viarse –tal como hicimos todos en su momento– con la ilusión de ser el protago-
nista, “el preferido” de manera fija. Enfrentar ese dolor hoy constituye para él una
desilusión en la que no reconoce su participación. Por el contrario, cuando su
drama se impregna de fantasías visuales se ofusca porque proyecta en el objeto
que ha dejado de preferirlo la causa de su dolor. Claro que ese objeto que ha de-
jado de preferirlo es, justamente, a quien él siente que no puede perder. Necesita,
entonces, desconocer su ofuscamiento para lo cual, en ocasiones, y echando
mano de una modalidad característica de la neurosis obsesiva, se defiende con la
indiferencia.

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Cuando la conciencia de la indiferencia resulta a su vez insoportable, la degenera-
ción de la mácula hablaría de que la actualidad de ese afecto se ha hecho carne.
Seguramente, un aumento del ejercicio del resto de la retina que deja “fuera de
servicio” a la mácula forma parte de la clave de inervación del sentimiento de indi-
ferencia. La desestructuración defensiva de la clave de inervación de la indiferen-
cia, al desplazar sobre dicho elemento el total de la descarga afectiva intensificaría
su participación hasta llevarla fuera de los límites que se registran como normales.
De ese modo, en lugar del sentimiento de indiferencia el paciente sólo reconocería
la presencia de una maculopatía.

Aunque sé que no es necesaria la aclaración, quiero recalcar que al hablar de “in-


diferencia” no me refiero a la “actitud de indiferencia” sino al “sentimiento de indife-
rencia”. El sentimiento de indiferencia es una de las facetas de ese estado afectivo
que, según la prevalencia de las fantasías comprometidas, puede presentarse con
otros matices tales como la neutralidad, la apatía, la desgana o el desinterés.

La actitud de indiferencia, en cambio, es un arma que a veces, atrapados en el


malentendido de la preferencia fija, usamos para intimidar al responsable de qui-
tarnos esa preferencia que nos parece imprescindible. En ese caso, no se nos es-
capa ni el ofuscamiento que sentimos ni el deseo de hacer sufrir al culpable de
nuestra desilusión. Una dolorosa desilusión, que en nuestro malentendido de la
preferencia fija, nos puede ocurrir tanto por descubrir que no somos el único objeto
preferido de quien nos importa, como por descubrir la preferencia que experimen-
tamos por alguien de entre los que queremos.

¿Por qué el sentimiento de indiferencia puede quedar relacionado


con la edad?

Con los últimos aportes de Chiozza nos vamos dando cuenta de los recursos que
usamos para aliviar el dolor de la primera falta. En ¿Porqué nos equivocamos?
(2008f) explicaba que «nos sentimos bien en tanto nos sentimos “siendo” un “yo”
dotado de una particular significancia, y que cualquier paréntesis en esa manera
de existir, cualquier pérdida importante de la significancia, quedará entonces con-
fundida con la aniquilación. Los celos […] son ese paréntesis, un instante en el
que creemos que para alguien que nos importa mucho hemos perdido la impor-
tancia que otorgaba significado a nuestro ego, hemos dejado de ser el protagonis-
ta principal del “libretto” que, en el vínculo con esa persona, construimos» (pág.
41).

Luego, en Tres edades de la vida (2009) nos llevó a comprender que el protago-
nismo es el segundo recurso que utilizamos para “sentirnos bien” y que, cuando
fracasa, a ese le sigue el de ser “el elegido”. Cuando este último también falla lo
que nos queda es la realización de algo, bien hecho y valioso, más allá de la bús-
queda de reconocimiento. De todos modos, agrega Chiozza, «pronto descubrimos
que lo hecho no puede ser fácilmente compartido con las personas que más nos

28
significan y no alcanza para disolver por completo los remanentes de las faltas
anteriores. Entonces podemos descubrir que solo lograremos sentirnos bien si
aprendemos a reconocer y a tolerar que nos falte algo de aquello que nos “hace
falta”».

Claro que no pocas veces nuestra capacidad de aprender no alcanza para tal re-
conocimiento y tolerancia. Es una etapa de la vida en la que nos duele la impre-
sión de que merman nuestras posibilidades y nos debilitamos. Sentimos que, si
bien de vez en cuando podemos disfrutar de pasear a solas, nos resulta insopor-
table estar solos en nuestras opiniones... y mucho más cuando se trata de los que
más nos importan.Y así, poco a poco, nos vamos sometiendo al tormento de que
todos nuestros actos y esfuerzos tiendan a huir de ese tipo de soledad. Entonces,
cada vez más endebles frente a los factores que entorpecen el duelo por la cuarta
falta, volvemos a recaer en el dolor de la primera y se nos hace imperioso recurrir
a los antiguos recursos; insistimos en ocupar el lugar de preferencia fijo procuran-
do otra vez aquel alivio que sólo pervive en nuestra imaginación… porque en la
realidad nos resulta cada vez más efímero.

Mientras se nos va apagando la curiosidad y el interés por el mundo, crece la


preocupación por perder la salud o los bienes. Pero no es lo mismo el interés por
conservar la vida que el interés en las cosas. No es lo mismo poner la vida en algo
que desvivirse por algo. Muchas veces el interés por seguir viviendo nace de la
ilusoria esperanza de conseguir lo que nos hace falta y nos parece indispensable.
Una pertinacia que no nos deja abandonar el ayuno y arremeter con los manjares
que nos rodean. El mundo está lleno de atractivo cuando conseguimos sobrepo-
nernos a la cárcel de la nostalgia. Es cierto que no podemos escoger nuestra cir-
cunstancia pero sí podemos elegir los pensamientos que le dan forma.

En enero de 2010 Chiozza nos hizo conocer su presentación en Power-Point, “So-


bre lo que nos hace falta”. Quiero cerrar esta presentación con sus palabras.

Nuestra cuarta falta reinstala el sentimiento de desolación y trascurre


más cerca de la nostalgia que de los anhelos. Generalmente se acerca
a la conciencia en la “tercera edad”, unida a la idea de que en la vejez
la vida carece de atractivo.

En primera instancia sufrimos esa cuarta falta en la relación con las


personas con las cuales tenemos una historia de vínculos profundos y
duraderos. Desde allí, en “segunda instancia”, suele extenderse al resto
de nuestras relaciones, haciendo que nos sintamos aislados e incom-
prendidos.

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