Sunteți pe pagina 1din 7

Autor: Leandro Airaldo

Amores fieles

Nemecio, 70 años, realiza tareas de mantenimiento en la iglesia.


Ana, 25 años, vecina del pueblo.
Luca, 30 años, músico de la iglesia.
Clara, 60 años, vecina del pueblo.

Madrugada. Pueblo. Confesionario de iglesia. Dentro del mismo, Nemecio. Su gesto es de un


profundo agotamiento. Ha ingresado para hacer un arreglo en la pared pero permanece sentado,
un dolor en el pecho le impide ponerse en movimiento. Los años han deteriorado sus fuerzas que
ahora parecen abandonarlo completamente. Es una luciérnaga que apenas titila con sus últimos
destellos de luz. Lleva un uniforme de trabajo color caqui, pantalones arremangados, medias
gastadas, zapatos marrones estropeados y anteojos de aumento. En un costado una caja de
herramientas color verde y un balde de albañil.

ANA: (Se acerca al confesionario. Ha tomado unas cuantas cervecitas.) ¿Padre? (Pausa.) ¿Padre?
¿Está abierta la iglesia? (Pausa.) ¿Padre está ahí?

(Nemecio apenas murmura, apenas emite un sonido, no tiene ánimo ni para la palabra.)

ANA: Ah, gracias. Como me alegra encontrarlo. Es que está abierta la puerta de la entrada y me
llamó la atención. No sé, así, a medio abrir, uno por ahí no termina de entender. Si está abierto o no,
eso digo. Nunca está abierto en este horario, de madrugada, tan de noche. Son las 3 de la mañana,
padre. ¿No duerme hoy? ¿Se da cuenta quién soy? Ana, Anita. Mis papás me traen siempre a misa,
todos los domingos venimos. Seguro que a ellos los conoce. Pedro y Antonia. Tenemos la pollería
sobre calle Caseros. (Pausa.) ¡Qué valor tiene de seguir trabajando a esta hora, padre! Siempre se
dijo y se seguirá diciendo en el pueblo que usted hace todo por vocación, por verdadera vocación.
No me extraña que siendo la hora que es haya decidido estar acá, esperando que los desesperados
vengamos a pedir ayuda. (Pausa.) Sí, padre, desesperados. Estoy desesperada. (Pausa.) Perdón si se
me corre un poco la voz. Estuve con una amiga. Marcela, Marcela Luna. No sé si la conoce. Ella es
mi mejor amiga. Cada vez que estoy así, apenada, ella viene y me escucha. Y hablamos, y
hablamos, y tomamos cerveza. Nos gusta hablar y tomar cerveza. Lo que quiero decir es que
estuvimos tomando. Tomamos tanto que estoy en ese borde entre que se me corre y no se me corre
la voz. ¿Entiende? Bueno, eso, tomada. Me avergüenza, un poco. ¿Usted se emborrachó alguna vez
en la vida? Yo no es que soy de beber. Pero estos últimos meses, estas últimas semanas, se me
juntaron tantas cosas. Estoy tan así, soy un rejunte de todo, atorada estoy. Y no es algo que pueda
solucionar tomando, ya sé. Pero alivia. Eso pasa, todo se pone más liviano. ¿O no? Usted es sabio,
viejo, seguro que sabe. (Pausa.) Un hombre, ese es mi problema. Un hombre. Otro hombre. Juan
Cruz se llama. Y me dejó. Hace varios años, cuando terminamos el secundario, un día vino y me
dijo que se iba, que se tenía que ir. Que había conseguido un trabajo importante en Buenos Aires. Y
se fue, así nomás. Abandonó el pueblo, abandonó los amigos, y me abandonó a mí. Horrores me
costó. Casi que lo sigo, casi que me animo. Pero yo soy tan temerosa, tan bruta. ¿Qué iba a hacer yo
en Buenos Aires? ¿Se imagina? ¿Y él? ¿Qué iba a ser Juan Cruz conmigo en Buenos Aires? Una
piedra en el zapato iba a ser para el pobre. Por lo menos si me hubiese dicho de ir, si me hubiese
invitado. No sé, qué se yo, así me pasaba los días en ese tiempo, entre que pensaba y pensaba algo
de todo esto que le digo. Yo pensaba y pensaba, y los días pasaban y pasaban, y como casi sin
esperarlo, una mañana, un día, una semana, un mes, un año, dejé de pensar en él. ¡Me olvidé! Creí
que lo superaba, creí que lo había superado. Mi primer amor. ¿Entiende? Me había olvidado de mi
primer amor. (Pausa.) El problema ahora es que está de regreso. La cosa es que volvió. Le cuento
todo esto porque esta de regreso. Juan Cruz. Sí, acá, otra vez en el pueblo. Hace unos días, golpeó la
puerta de mi casa. Yo estaba probándome el vestido de casamiento. Sí padre, porque me voy a casar.
Me olvidé de decirle. ¿Será que lo tengo negado? Hace meses que lo planeamos con Facundo.
Facundo es mi actual pareja. No voy a casarme acá, no voy a casarme en este pueblo. Facundo es de
Santa Fe, tiene campos por esta zona, pero vive en Santa Fe. Bueno, no sé para qué le cuento esto,
en fin, nos vamos a casar allá, eso es lo que importa. Estoy a días de mi casamiento y parece que no
tengo ningún interés en casarme. No sé qué hacer. La cuestión es que la semana pasada, mientras
me estaba probando el vestido con mamá y su amiga modista, golpearon la puerta de casa. Mamá
estaba en el baño como siempre, papá en la pollería, y la amiga modista retocaba unos detalles en
una costura. Así que tuve que ir yo. Caminé hasta la puerta, descalza, con la cola por el piso, la cola
del vestido eh, y resulta que cuando abrí, ahí estaba él, Juan Cruz. Me miró de arriba abajo, yo toda
de blanco. Imagine padre, mi primer amor golpeando la puerta y yo abriendo, toda de blanco. Me
miró y me dijo, -yo sabía que al volver me ibas a esperar así, lista para casarnos-. Y me largué a
llorar. El apenas sonreía y yo me largue a llorar. ¡Llore tanto! (Pausa.) Estuve con él esa noche, toda
la noche. Nos comimos la luna. Y a la noche siguiente también, y a la noche siguiente, y así, una
semana. Nos fuimos comiendo la luna. ¡Eso me dijo él! A él le gusta hablarme así, decirme esos
piropos, esas poesías, y a mí me encanta. -Nos comimos la luna- ¿No es lindo? Es una locura, hablo

2
de él y me pongo tonta. Y así estoy, hace una semana. Hasta hoy. Hoy decidí parar. Parar para
pensar. No verlo. Por una noche no verlo. Y hablar, hablar con mamá, hablar con mi amiga Marcela
Luna, hablar hasta con usted. Qué suerte tengo de encontrarlo. ¿Qué debo hacer, padre? ¿Usted
podría ayudarme a decidir? ¿Me caso? ¿No me caso? ¿Dejo a mi futuro marido por mi antiguo
amante? ¿Y si se va? ¿Si me deja otra vez? ¿Vale la pena tirar un futuro de familia por la
inconstancia de un amante? Porque es tan inconstante... No sabe, padre. Hace lo que quiere. Hace
conmigo lo que quiere. Y eso que yo no soy perrita de nadie. Nunca fui de nadie. Sólo de él. ¿Me
entiende? Es eso. De él sí, por él todo. No basta que aparezca, que se pare delante mío para que todo
cambie, para que programe, para que haga y deshaga, todo junto, al mismo tiempo. El mundo se
vuelve él. ¿Entiende eso? ¿Alguna vez el mundo se volvió alguien para usted? ¿Entiende lo que le
pregunto? No hablo de Dios, de la naturaleza, de las estrellas, del universo, no no, nada de eso.
Digo alguien, una persona. ¿Alguna vez sintió que el mundo, todo estaba en una sola persona?
¿Estaré enferma? ¿Qué dice? ¿Me caso? ¿No me caso? ¿Tiro a la basura un futuro de familia
adinerada con marido empresario de campo? ¿Cambio estabilidad por inestabilidad de locas
aventuras de un amante bohemio? ¿Cambio comodidad por incomodidad? ¿Pasión por
apaciguamiento? ¿Lujuria por mesura? ¿Atropello por freno? ¿Acción por quietud? ¿Instinto por
razón? ¿Diferencia por indiferencia? ¿Llanura por laberintos? ¿Jardincito por selva? ¿Decencia por
indecencia? ¿Erotismo por castidad? ¿Qué es el amor padre? ¡¿Qué es el amor?! (Pausa.) No sé. Yo
tampoco sé. Veo su gesto, su cansancio. Y lo entiendo. Somos imagen y semejanza. Su silencio es
mi silencio. Voy a seguir bebiendo, padre. Es lo único que puedo hacer hoy. Beber, y si puedo,
pensar. La noche es larga. Gracias por escucharme. No le robo más tiempo.

(Ana se aleja, se va en zig zag. Por otro costado se acerca Luca, con guitarra colgada y una lata de
cerveza en la mano. Nemecio apenas levanta su mano y murmura.)

LUCA: ¿Padre? Como le va. Qué difícil todo, ¿no?. Estuve ahí, escondidito detrás de los escalones
que llevan al campanario. Escondidito y escuchando. Qué orgullo ver que está ahora acá, al servicio
de los desesperados como le dijo esta chiquita que se fue. Pobrecita. Qué difícil el amor, padre.
Mire usted, trabajando a estas horas de la madrugada. Todo por calmar esa sed. Sed de amor. Qué
difíciles somos padre. Observe mi caso, por ejemplo. Usted me ve acá, todas las misas, con guitarra
en mano, cantando y cantando para alegrar, para acompañar el ritual. Llevando felicidad. ¿Y yo
qué? Recién me preguntaba. ¿Y yo qué? La misa pasada, Zulma, la de los Vicenti panadería, viene y
me dice... -¿y vos no tenés novia, tan bonito que cantás?- ¿Sabe qué le dije, padre? -Mi novia es la
guitarra- Eso le dije. Mi novia es mi guitarra, compañera si las hay. Medio que la esquivé. No me

3
atrae la Zulma. Pero no le voy a negar que me gustaría encontrar una novia de carne. Me viene esa
necesidad por supuesto. Pero en tanto, las cuerdas me acompañan. Si no tengo a nadie, si no tengo
una muchachita, niego la pena con las cuerdas padre, con el arte musical. ¡Pero sí que me gustaría!
Claro que me gustaría estar ahora apapachado, cambiar madera por piel, música por charla, canto
por aliento doble. Por eso le digo. ¿Y yo qué? Si fuera tan fácil. Eso de acompañarse. Si fuera tan
fácil andar encontrando. Si fuera una decisión nomás. No habría soledad, padre. ¿O no? (Pausa.)
Nunca viene usted de noche, tan de trasnoche. Me confieso. Ya que me ve acá pasando, que me
agarra desprevenido, le confieso. Yo vengo, yo sí vengo seguido. Como me han dado la llave, vio.
Todo lo que la confianza puede, y uno se aprovecha. ¡Dele confianza al músico y le tocará más
canciones! A mí me gusta. Venir bien de noche, cuando se escucha el crujir de la madera de los
bancos de la iglesia. Toco mi guitarra, toco las notas al compás del silencio, del silencio de la noche.
Y me tomo una cervecita, eso sí. A usted le gusta la cervecita, así que no creo que le moleste. Me
tomo una latita y canto. Canto un rato. Me inspiro. El silencio santo me inspira, padre. ¿Quiere que
le cante? Nada mejor que un oído santificado. Nunca se enoja usted. Siempre así tan manso, tan
silencioso. Le canto, le canto un poco. (Toca la guitarra y canta.) ¿Le gustó?

(Nemecio emite un quejido.)

LUCA: Me alegro si le gustó. No le robo más tiempo. Hasta acá lo acompaño, me voy a la cucha.
La noche pasa ya la mitad y mañana tenemos la misa. Voy a descansar las cuerdas. Como usted
dice, el sueño trae paz. Y ojalá amor, padre. Ojalá que el sueño traiga también amor.

(Luca se aleja, se va. Por otro costado se acerca Clara.)

CLARA: ¿Padre? ¿A esta hora escuchando? Que maravilla. Salí a caminar. Siempre que pienso
salgo a caminar. La ansiedad... Bueno, ya muchas veces le he contado de mi ansiedad, para qué voy
a repetirme. ¿Me reconoce no? Soy Clara, como le va. Es un descanso encontrarlo. No podía
dormir. Bueno, hace noches que no puedo dormir, que duermo poco, cortado. Semanas hace. Yo no
sé si es la luna, si son los planetas. ¡Movimientos! Eso, movimientos. Me crucé recién con Ana,
Anita, la chiquita hija de don Pedro, de la pollería. Pobrecita. Solita y caminando, a puro llanto. Me
dijo que había estado recién acá con usted. Tan desconsolada estaba que apenas me vio corrió a
abrazarme. ¿Se da cuenta? Yo la conozco, nos conocemos, pero de ahí a correr en medio de la plaza
y abrazarme. ¡Me abrazó con una fuerza, pobrecita! Me abrazó tan fuerte que no pude decirle nada.
Me miró con los ojitos inundados, tan tristes que me quedé sin palabras. Me dijo que había venido y

4
que luego de hablar con usted había tomado una decisión. -Me voy a casar- Así me dijo. -Puedo
soportar un casamiento con el hombre equivocado antes que un nuevo abandono del amor de mi
vida- Así me dijo, pobrecita. Yo ni sé de que me estaba hablando pero su carita tenía un drama.
¡Había tanto llanto en su pobre carita! Rojos los ojitos, rojos los cachetes. Y siguió. Me soltó y salió
disparada, corriendo como una princesita loca por las calles del pueblo. Escapando y escapando.
¿Será la luna? Esta chiquita, yo. Tanta revolución, tanto movimiento en las dos. (Pausa.) Porque yo
no estoy para darle consejos a nadie. Yo también ando así, toda como se dice convulsionada,
revolucionada. Tantos años sola, desde que mi marido se fue. (Se persigna.) Que en paz descanse.
(Pausa.) Tantos años sola sin el menor deseo... Hasta que llega él. (Pausa, duda.) Un hombre. Un
hombre, padre, sí. Un hombre que además usted conoce. (Pausa.) Espero no comprometerlo. Si
supiera lo enamorada que me tiene. Desde que llegó. Desde el primer día que lo vi, así, tan
silencioso. Siempre en silencio, trabajando y en silencio. ¿No se imagina quién es? No son muchos
los que en este último tiempo han llegado a este pueblo, a esta iglesia. (Pausa.) Qué vergüenza. No
sé en realidad por qué le cuento esto. No sé, hace tanto que nos conocemos, usted sabe que para mí
es un descanso poder hablar y hablar, y que usted me escuche y me escuche. Quiero decir que no es
un problema. O no estoy segura de que sea un problema. No sé ni que digo. En realidad sí, es un
problema porque no me animo. No me animo a buscarlo, a hablarle, a decirle. Ese es mi verdadero
problema. Encima él también, parece tan tímido. Yo sola, él solo. ¡Qué ansiedad me da! Hay noches
que imagino tenerlo ahí sentado, en el comedor de casa. Imagino que los dos nos tomamos un vinito
en la cocina, preparando un rico puchero, o un guiso de fideos, o carne al horno con papas. Fantaseo
que come sobre mi mesa, que duerme en mi cama. Y cada vez fantaseo más cosas. Lo veo e
imagino, lo vuelvo a ver y vuelvo a imaginar. Siempre que vengo nos cruzamos miradas. Yo que lo
observo, y él que me observa, desde lejos, los dos vergonzosos. ¡Necesito ánimo! Creo que es eso.
Hablarle a usted, revelarme para tomar fuerza. No sé. Espero no molestarlo. Quizás es atrevido esto
que le digo, pero usted podría hacerle saber. Decirle de mi interés. Desde que llegó se la pasa acá
adentro, trabajando, limpiando, arreglando las instalaciones. ¡Y ni sale! Dicen que habla poco, que
lo poco que habla lo dice con usted. Quizás podría pedirle, demostrarle que hay una mujer en este
pueblo que quiere conocerlo. Hablo de Nemecio. ¿Cree que este hombre Nemecio podría
interesarse?

(Nemecio abre los ojos, brillan por última vez. Intenta alcanzar con su mano la rejilla que lo
separa de Clara pero desiste. Emite un profundo suspiro.)

CLARA: Sí padre, así. Así suspiro por él. Pienso en él y me tiembla el cuerpo. ¡Es tan lindo! Me

5
gusta tanto verlo siempre en sus tareas de mantenimiento, tan varonil. Siempre con ese uniforme de
trabajo color caqui, sus pantalones arremangados y sus medias gastadas por el uso y el tiempo. Sus
zapatos marrones estropeados de tanta caminata, de hombre que ha vivido tanto. El pelo
transpirado, sus finos anteojos de aumento, su caja de herramientas color verde y el balde de
albañil. Todo en él combina, todo es perfecto. Y yo que no sé ni qué palabras usar para decirle que
me gusta. Perdí la práctica. Hablar de amor es para mí como aprender a caminar. Soy una criaturita.
Más débil que esta chiquita Ana. Soy una hojita de otoño pisoteada. Un árbol seco de invierno. Una
flor de verano y primavera, con ánimos de que la rieguen. Perdón, perdón, me paso, perdón padre.
Es que soy tantas cosas. Soy todas esas cosas que le digo y que este hombre, desde que llegó, ha
logrado encender. ¿Qué dice? ¿Qué me dice? ¿Me podría usted ayudar? ¿Podría alguna vez hablarle
de mi amor? (Pausa.) Ay, Dios. Ay Dios mío que locura estoy diciendo. Qué papelón. Mire lo que
estoy haciendo. Abusando de su confianza. Tanta gente con tantos problemas y yo usando este
momento para pedirle que me haga gancho. ¡Qué loca estoy! Qué locura tengo. Debe ser la noche.
Mi falta de sueño. No dormir me pone así, boba. Pienso en cada tontería. No es la luna, no son los
planetas, no es nada, es sólo que debo dormir. Mejor me retiro. Voy a mi cama a ver si consigo el
sueño y mi corazón se aclara. Gracias por escucharme. (Se aleja, se detiene.) Quizás mañana pueda
ser un buen día. Para hablarle. A Nemecio. ¿O no? Casi sin pensar, como indirectamente, como
quien no quiere la cosa. Voy y lo hago, le hablo, sin estar pensando todo el tiempo en que quiero
besarlo, sin estar tan así, tensa. Quizás se de, alguna vez, así naturalmente. (Pausa.) Que descanse,
padre.

(Clara sale. Nemecio levanta su brazo, en un absurdo intento por llamarla. Lleva su mano al pecho
y muere de un ataque al corazón.)

VOZ DE NEMECIO: (En off, desde el más allá.) Mi nombre fue Nemecio. Viví solo. Toda mi vida
solito. De ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo. A puro tropiezo. Un perro vagabundo, un perro
esquivo. Blanco de los errores, de las tormentas, de los desmanes... y de la nada. Sapito de otro
pozo. Un contratiempo. Hombre adverso, desventurado. Camino siniestro de sinsabores. Fatalismo
hecho carne. La única noche en que una mujer me declara su amor, en lugar de alcanzarla con un
beso, justo ahí, me da un ataque al corazón.

(La luz sobre Nemecio disminuye lentamente.)

Apagón

6
FIN

S-ar putea să vă placă și