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Dios es vida 05

Vida para el cuerpo mortal


Pastor Erich Engler

¡Dios es vida! Jesús vino al mundo para traernos una fuente de vida que nunca se agota ni
jamás se seca. Esta es la vida divina, la cual se extiende por toda la eternidad. Jesús dijo:

En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Juan 6:47 (LBLA)

Esta vida eterna no comienza recién después de la muerte, sino que nos hacemos
acreedores de ella en el mismo momento en que aceptamos a Cristo como nuestro Salvador
personal y se manifiesta ahora en el tiempo presente.

La vida divina es la vida Zoe, y se diferencia completamente de la vida biológica, relativa al


cuerpo, y a la vida psíquica, relativa al alma.

La vida Zoe que Jesús vino a traerle a la humanidad era desconocida hasta ese momento.
En el Antiguo Testamento, bajo la dispensación de la ley, el ser humano no vivía realmente
sino que simplemente subsistía. Lógicamente que poseía la vida física y psíquica, pero no
conocía lo que era la vida divina.

Jesús no vino al mundo para traer nuevas leyes y/o mandamientos, sino para traer vida
(Zoe) y vida en abundancia. El Hijo de Dios trajo al mundo un nuevo tipo de vida. Nosotros,
como creyentes en Cristo, poseemos esa vida y con ella todas las promesas divinas.

Estas palabras de Jesús nos indican que somos poseedores de esta vida. Dicho de otra
manera, cada creyente es dueño y heredero de las promesas divinas.

Esta es precisamente la característica del Nuevo Testamento, el cual nos habla en tiempo
presente.

Por esa razón, es de vital importancia que comprendamos que somos poseedores de las
promesas divinas, pues, recién así es como se activa la fe.

Jesús les dijo a los religiosos de su tiempo:


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Examináis las Escrituras porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas
son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida. Juan
5:39 y 40 (LBLA)

Cuando Jesús se refiere a las Escrituras, está haciendo mención del Antiguo Testamento, el
cual estaba lleno de simbolismos que indicaban hacia su persona. Sin embargo, aquellos
religiosos no querían reconocerle como el Mesías enviado de Dios.

Por más que conozcamos la Biblia, y sepamos mucho acerca de su contenido, ella no va a
poder ser efectiva en nosotros si no creemos en sus palabras.

Hay muchos que conocen la Biblia y la catalogan también como la Escritura, pero, como ese
conocimiento no va acompañado con fe no les aprovecha para nada.

No se trata de saber cosas de la Biblia como si uno se preparara para participar en una
competencia de conocimiento bíblico, sino del efecto positivo que ella tiene sobre nuestras
vidas.

Hay muchas personas que se concentran sólo en la letra de la Biblia y en su conocimiento


intelectual acerca de ella, pero eso no les aprovecha para nada pues no aplican sus
verdades en su vida práctica.

Por eso es que Jesús les dijo estas palabras a los fariseos de aquel tiempo.

Estos religiosos estudiaban las Escrituras, y más precisamente el Tanach o Antiguo


Testamento, pero, su conocimiento no pasaba de lo intelectual ya que no sacaban ningún
provecho de sus palabras.

Por eso, aunque Jesús no nos dirigió estas palabras a nosotros, podemos aprender de ellas
para recibir la plenitud de la vida que Él vino a traernos.

La vida divina no se manifiesta en nosotros por medio del estudio bíblico, y mucho menos
por el conocimiento intelectual. Es más, la Biblia dice que el conocimiento envanece
mientras que el amor edifica (ver 1 Corintios 8:1).

Lo importante radica en tener una actitud receptiva.

Cuando Jesús se refiere a la parábola de la vid, en Juan 15, vemos que varias veces
menciona que aquellos que llevan fruto son los que reciben y permanecen en su Palabra.
Allí, Él hace mención de pedir al Padre lo que deseemos en la seguridad que Él nos lo habrá
de otorgar. Y esto demuestra precisamente una actitud receptiva.

Partiendo entonces de la base, que como hijos de Dios ya poseemos la vida eterna,
tenemos que saber ahora cómo se manifiesta en nuestro ser de una forma práctica y
concreta.

El ser humano es tripartito, eso quiere decir que es en primera instancia espíritu, posee un
alma y vive dentro de un cuerpo.

La vida divina no sólo tiene que ver con la eternidad, sino que el plan de Dios es que esa
vida sea provechosa y útil para nuestros cuerpos físicos aquí en la tierra.
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Nuestro cuerpo es mortal, y aunque cada día hay células dentro de él que se van renovando,
muchas otras también se van deteriorando. No podemos evitar el proceso de
envejecimiento, y si el Señor retarda su regreso, algún día habremos de partir de esta tierra.

Sin embargo, a pesar de ese proceso natural de envejecimiento, Dios desea que tengamos
un cuerpo sano y vital, pues, nuestra salud física es muy importante para poder servirle de
una manera efectiva. Una persona con un cuerpo sano y vital puede alcanzar mucho más
resultado para el reino de Dios que una persona débil y enferma ¿no les parece?

Por esa razón, Dios ha provisto una forma de vivificar nuestros cuerpos físicos con su vida
divina para que nos mantengamos sanos y vitales mientras estamos sobre esta tierra.

Jesús le dijo lo siguiente a la mujer que fue a buscar agua al pozo de Jacob:

El que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré
se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna. Juan 4:14 (LBLA)

Jesús da a entender aquí que esta fuente de agua comienza a brotar en la actualidad y se
extiende por toda la eternidad. Él no menciona que esta vida eterna comienza a ser efectiva
después de la muerte.

Otra traducción lo expresa de la siguiente manera:

El agua que yo le daré se convertirá en él en un chorro que salta hasta la vida eterna. (BLA)

Si esta fuente de agua salta hasta la vida eterna significa que ya comienza a fluir ahora y se
prolonga por toda la eternidad.

Nos alegramos de poseer la vida eterna, pero aquí en la tierra necesitamos la vida humana y
natural ¿verdad? Esa fuente de agua de vida que brota en nuestro interior a causa de la vida
divina implantada en nosotros, no sólo sirve para la eternidad sino que también sirve para
ministrar nuestros cuerpos mortales.

Pero si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros,
el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a vuestros
cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros. Romanos 8:11 (LBLA)

En otras traducciones habla de vivificar nuestros cuerpos mortales.

Muchos interpretan esto como algo que va a suceder en el día de nuestra resurrección.

En primer lugar, debemos tener bien en claro, que el creyente en Cristo que esté vivo en el
momento del arrebatamiento, habrá de recibir un cuerpo completamente nuevo e inmortal.
Los que habrán de experimentar la resurrección habrán de ser aquellos que han muerto en
Cristo antes de ese acontecimiento.

Este pasaje que acabamos de considerar no tiene que ver ni con el cuerpo nuevo que
vamos a recibir en el momento del arrebatamiento, ni de la resurrección que habrán de
experimentar los que han muerto en Cristo anteriormente. Este pasaje se refiere al cuerpo
vivificado en esta vida terrenal.

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Vamos a considerar nuevamente este versículo traducido literalmente de la Nueva
Traducción de Ginebra al alemán, la cual lo expresa todavía de una manera más clara y
exacta:

Ahora bien, el Espíritu que mora en vosotros es el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de
entre los muertos. Y debido a que Dios resucitó a Cristo de entre los muertos, también dará
vida a tu cuerpo mortal por medio de su Espíritu, por medio del Espíritu que mora en ti.

El Espíritu de Aquel se refiere al Espíritu Santo que proviene de Dios.

Dios el Padre fue el que resucitó de los muertos a Jesús y no el Espíritu Santo directamente.
Otras traducciones al español lo expresan de la siguiente manera:

Pero si el Espíritu (=el Espíritu Santo) de Aquél (=Dios el Padre) que resucitó a Jesús de
entre los muertos habita en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los
muertos (=Dios el Padre), también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de Su
Espíritu que habita en ustedes. (NBLH)

Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos está en ustedes, el
mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos (=Dios) dará también vida a sus cuerpos
mortales por medio de su Espíritu, que habita en ustedes. (BLA)

Si observamos en detalle la obra del Espíritu Santo a través de toda la Biblia nunca lo vamos
a encontrar en relación con una resurrección. Sino que esta es una obra de Dios, el Padre.
Dios es el que resucita a los muertos. Mientras que el Espíritu Santo es el que vivifica
nuestros cuerpos mortales. Estas son dos cosas diferentes.

A menudo, muchos interpretan este pasaje de la siguiente manera: así como Dios resucitó
de los muertos a Jesús, el Espíritu Santo nos va resucitar a nosotros. Y esto no es así
exactamente porque la resurrección de los muertos siempre está en relación con una obra
de Dios. El Espíritu Santo, por otra parte, tiene la función de actuar ahora en el tiempo
presente. Naturalmente que lo hace como agente divino.

La resurrección de los muertos es algo que tiene que ver con el futuro. El arrebatamiento
naturalmente también. Estas son obras de Dios, el Padre, que Él habrá de hacer en el futuro,
mientras que el Espíritu Santo está en acción ahora en el tiempo presente.

Por eso la Biblia lo denomina el consolador, pues es quien vino a ocupar el lugar que Jesús
dejó vacante después de su ascensión al cielo. Después que Jesús ascendió a su Padre Él
ya no podía seguir actuando sobre la tierra y por eso envió al Espíritu Santo como ayudador
para actuar en su lugar. La obra o ministerio del Espíritu Santo tiene que ver siempre con el
tiempo presente y actual. Su obra en la actualidad con respecto a los creyentes es la
vivificación de sus cuerpos mortales.

Cuando nos sentimos débiles, el Espíritu Santo que mora en nosotros nos fortalece. Cuando
nos sentimos a punto de desfallecer, hay alguien dentro de nosotros que nos revitaliza. Esta
es la obra que hace el Espíritu Santo, quien mora en nosotros, en el tiempo presente.

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La palabra que el original griego utiliza para expresar lo que en español se traduce como
vivificar es: zoopoiéo y deriva etimológicamente de ZOE o vida divina. El verbo vivificar
indica la acción de dar vida. Dicho de otra manera, la vida divina actúa proporcionando vida.

Si somos sinceros con nosotros mismos, creo que hasta ahora no hemos sido
suficientemente conscientes de la profundidad de este pasaje. El Espíritu Santo desea hacer
una obra mucho más profunda en nosotros al respecto. Él desea vivificar, fortalecer, y
revitalizar nuestros cuerpos mortales de una manera mucho más profunda y efectiva de la
que hemos experimentado hasta este momento.

Cuanta más revelación tenemos tanto más podemos aprender a recibir.

Más adelante voy a demostrarles por medio de una representación práctica cómo se lleva a
cabo esta obra del Espíritu Santo en nosotros. Mi deseo es que esta ilustración quede
grabada en vuestras mentes y corazones para entender así la profundidad de la obra del
Espíritu Santo en relación a todo nuestro ser.

Sabemos que el deseo de Dios es bendecirnos y Él está dispuesto a impartirnos su vida


divina, pero nosotros tenemos que entender cómo recibir esa obra del Espíritu y dónde es
que esta se hace efectiva en forma práctica.

El Espíritu Santo jamás actúa por sí mismo. Él hace lo que ve hacer al Padre y lo que este le
encomienda que haga.

Dicho sea de paso, esto es válido también para los dones espirituales. La manifestación de
los 9 dones espirituales debe estar siempre de acuerdo a lo que dice la Palabra de Dios. De
lo contrario, no se trata de los verdaderos dones espirituales.

A veces, hay personas que catalogan de dones espirituales a determinadas manifestaciones


que no se encuentran en la Palabra de Dios. En 1 Corintios 12 la Biblia nos indica
claramente cuáles son estos 9 dones espirituales, además, estos están reflejados en
diversos pasajes de la Palabra de Dios tanto en el antiguo como en el Nuevo Testamento.

Prácticamente todos estos dones estaban activos en el Antiguo Testamento con la


excepción del don de lenguas y el de interpretación de lenguas. Palabra de conocimiento,
palabra de sabiduría, discernimiento de espíritus, sanidades, etc, todos estos dones ya
estaban en acción en el antiguo pacto y aun bajo la ley de Moisés.

Repito, el Espíritu Santo nunca hace nada por sí mismo, sino que todo lo que hace tiene que
ver con lo que dice la Palabra de Dios. Por tal razón, hay que tener cuidado cuando algunas
personas atribuyen determinadas manifestaciones al Espíritu Santo las cuales contradicen la
Palabra de Dios.

Por ejemplo: hace unos cuantos años atrás había ciertos movimientos carismáticos
alrededor del mundo donde los creyentes que participaban de dichas reuniones se
comportaban como animales emitiendo aullidos, rugidos, ladridos, etcétera. Los líderes de
dicho movimiento atribuían estas manifestaciones al Espíritu Santo. Esto era una tremenda
herejía, pues, el Espíritu Santo jamás rebajaría la posición del ser humano para ponerla a la
altura de un animal. Dios creó al ser humano para que esté por encima de los animales en

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una posición de autoridad y señorío. Por lo tanto, el Espíritu Santo jamás haría algo para que
el ser humano se comportase como un animal ya que eso sería una degradación de la
posición que Dios el Padre le otorgó en la creación. El ser humano no necesita aullar, ladrar,
ni emitir sonidos de animales ya que Dios le dio la facultad de expresarse por medio del
habla.

Por más que algunos atribuyen determinadas manifestaciones al Espíritu Santo, si no las
encontramos en la Palabra de Dios debemos rechazarlas inmediatamente.

El Espíritu Santo no actúa por sí mismo y no hace nada que no coincida con la Palabra de
Dios y tampoco actúa por encima de los dones espirituales. Él no hace nada que no escuche
o vea hacer al Padre, y lo que hace el Padre está escrito en su Palabra de una manera clara
y fácil de comprender.

El perfecto equilibrio entre el Espíritu Santo y la Palabra de Dios es lo que nos permite
mantenernos sanos en el camino de la fe. Pues, de otra manera, podemos llegar a ser
influenciados negativamente por aquellos que tienden a hacer cosas raras y locas
atribuyéndoselas al Espíritu Santo. La Palabra de Dios es el fundamento correcto que nos
concede seguridad. Todos los dones espirituales están perfectamente definidos en la
Palabra de Dios.

El Espíritu Santo no actúa por sí mismo haciendo lo que le parece sino que lo hace siempre
en combinación con las otras dos personas de la Trinidad divina.

Para comprender mejor la manera en que el Espíritu Santo trae los beneficios divinos a
nuestra vida tenemos que leer el versículo anterior.

Y si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin
embargo, el espíritu está vivo a causa de la justicia. Romanos 8:10 (LBLA)

El Espíritu Santo coopera siempre con la justicia divina. Él actúa siempre en combinación
con la justicia divina, y por medio de ella vivifica nuestros cuerpos mortales. ¡Permíteme
demostrártelo! Para ello vamos a leer un versículo que lo corrobora.

En la senda de la justicia está la vida, y en su camino no hay muerte. Proverbios 12:28


(LBLA)

La justicia divina está asociada con la vida. A decir verdad, creo que todavía no hemos
comprendido cabalmente el significado de la justicia divina.

El Evangelio de la gracia parte de la base de la justificación, y esta es la doctrina más


importante. Es triste ver como muchos cristianos oran cada día pidiendo a Dios ser
justificados sin tener la revelación de que ya lo son.

Por medio de la obra de Cristo en la cruz hemos recibido el don de la justicia. Fuimos
justificados a causa del favor inmerecido de Dios y no tenemos necesidad de estar
pidiéndoselo. En la justicia está la clave de la vida.

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Dios es un Dios justo, y si Él desea elevar al ser humano a su mismo nivel tiene que
entregarle su justicia. No hay otra manera de ser justificado, todo tiene que ver con la justicia
divina otorgada gratuitamente por medio de su gracia.

Dios es un Dios eterno que no fue creado sino que existe desde y hasta la eternidad, y es su
misma justicia la que lo mantiene en existencia. Por eso dice aquí que en la justicia no hay
muerte sino solo vida.

La justicia divina es sinónimo de vida. Por esa razón es que el Nuevo Testamento dice que
aquellos que reciben la abundancia de la gracia y el don de la justicia habrán de reinar en la
vida (ver Romanos 5:17).

La revolución del Evangelio de la gracia va acompañada de la revelación de la justificación


en Cristo. Cristo nos otorgó la justicia divina como regalo y ésta no depende de nuestras
obras ni méritos personales.

En el Antiguo Testamento Dios demandaba justicia del ser humano, pero en el Nuevo
Testamento está la revelación de que esa justicia sólo puede ser alcanzada por medio de
Jesucristo.

La Biblia dice que en el camino de la justicia no hay muerte. ¡Este es el verdadero y


completo Evangelio! Dios es vida y Él no es el autor de la muerte.

Dios es el autor de la vida y todo lo que procede de Él es pura vida. De una misma fuente no
puede brotar agua dulce y amarga al mismo tiempo.

Por lo tanto, de Dios no puede provenir la vida y al mismo tiempo la muerte. Es más, la
muerte nunca estuvo dentro de sus planes. Él no creó a Adán con el fin de que muriera unos
años más tarde. Adán fue quien se acarreó a sí mismo la muerte a causa de su
desobediencia. Adán quebrantó la orden divina de no comer del árbol de la ciencia del bien y
del mal. Esta orden había sido un pequeño test para probar su libertad de elección, y él,
lamentablemente, tomó la decisión equivocada.

Así entró el pecado a toda la raza humana y como consecuencia trajo consigo la muerte.
Pero, ¡gloria a Dios! que Cristo cargó sobre sí el pecado de toda la humanidad, y aquellos
que le aceptamos como Salvador personal recibimos su justicia y la vida eterna.

Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno
murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de
Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. Romanos 5:15 (RVA 1960)

Hay un pasaje muy conocido que siempre lo utilizamos en relación a la sanidad, pero que
también contiene una verdad muy importante en cuanto al tema que estamos tratando.

Él mismo (=Jesús) llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, a fin de que
muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por sus heridas fuisteis
sanados. 1Pedro 2:24 (LBLA)

Jesús solucionó el problema del pecado, aquí dice que Él llevó nuestros pecados y se refiere
al tiempo pasado cuando realizó la obra en la cruz. Eso quiere decir que todos nuestros
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pecados, tanto los pasados, como los presentes y los futuros ya están perdonados. Debido
a eso, el creyente se ha convertido en poseedor de todas las bendiciones divinas.

Cuando Jesús estuvo sobre la cruz fue como que el tiempo quedó detenido, pues Él es Dios,
y Dios está por encima del espacio y del tiempo. Por esa razón, en ese momento Jesús
perdonó todos nuestros pecados, tanto los pasados, como los presentes y los futuros. En
ese momento todos los pecados de la humanidad fueron cargados sobre Jesús.

Debido a la obra de Jesús, todas las promesas del Nuevo Testamento para nosotros los
creyentes indican posesión y seguridad. Dicho de otra manera, el creyente se ha hecho
acreedor a todas las bendiciones divinas gracias al sacrificio de Cristo a su favor. Por eso
este versículo hace énfasis en que Él ya llevó todos nuestros pecados con el fin de que
vivamos para su justicia.

La justicia y la vida siempre van de la mano. Es lo mismo que habíamos visto anteriormente
en el versículo de Proverbios.

Jesús no vino a darnos solo vida, y ésta en abundancia, sino que también nos otorga
sanidad. La sanidad forma parte de la vida abundante que Él nos trajo.

Por el mismo acto de la cruz recibimos perdón de pecados y sanidad de nuestro cuerpo.
Debido a que allí la justicia divina venció el poder de la muerte, el Espíritu Santo tiene el
derecho de vivificar nuestros cuerpos mortales.

Vamos a considerar ahora los versículos 10 y 11 de Romanos 8 juntos para que podamos
comprender mejor lo que estoy tratando de decir:

(10) Y si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, sin
embargo, el espíritu está vivo a causa de la justicia.

(11) Pero si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en
vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a
vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros.

Aquí vemos claramente que es la justicia divina la que le otorga el derecho al Espíritu Santo
a vivificar nuestros cuerpos mortales.

Habíamos dicho antes que el Espíritu Santo coopera con la justicia divina, y debido a que
nosotros poseemos esa justicia, tenemos el derecho a ser vivificados.

En estos dos versículos que acabamos de considerar hay algo muy importante que debemos
entender y es saber establecer la diferencia cuando habla del espíritu humano y cuando se
refiere al Espíritu Santo.

En el versículo 10 se refiere al espíritu humano. Cabe recordar que el ser humano es


tripartito, es esencialmente espíritu, posee un alma, y vive en un cuerpo.

Recién en el versículo 11 aparece la mención del Espíritu Santo cuando habla del Espíritu
de Aquel como el Espíritu de Dios.

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Para los traductores de la Biblia no ha sido siempre fácil distinguir en este pasaje cuando se
trataba del espíritu humano y cuando del Espíritu Santo.

Mientras que en el caso de 1Tesalonicenses 5:23 por ejemplo se entiende bien claro que
habla del espíritu humano:

Y que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y que todo vuestro ser, espíritu,
alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.

Aquí vemos que se refiere al ser humano en su totalidad, a saber: espíritu, alma y cuerpo. El
ser humano es tripartito así como Dios es una Trinidad, a saber: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En este último versículo que acabamos de considerar vemos que la Palabra de Dios define
al ser humano como un ser tripartito. Espíritu y alma no son una y la misma cosa. Estas
son las dos partes invisibles del ser humano. La parte visible es siempre el cuerpo, pero,
aunque no lo veamos con nuestros ojos naturales dentro de ese cuerpo habitan el alma y el
espíritu. Es más, el cuerpo no puede funcionar sin el alma y sin el espíritu. Un cuerpo que no
tiene espíritu está muerto.

En el momento en que morimos, nuestra alma y nuestro espíritu abandonan el cuerpo y éste
queda inerte.

El ser humano es tripartito y lo que vemos con nuestros ojos naturales es sólo la parte física
o el cuerpo biológico. Eso es lo que nos atrae de una persona, sin embargo, deberíamos
mirar más allá del cuerpo para ver el ser interior de esa persona.

Dicho sea de paso, y ahora que estamos mencionando esto, desearía decir una palabra a
todos aquellos que están buscando un compañero o compañera para la vida: no os dejéis
llevar solamente por la belleza física sino considerad también la belleza interior de la otra
persona. La belleza interior tiene que ver con los valores y el carácter. En otras palabras,
prestad atención al alma y al espíritu de esa persona. Es por eso que siempre aconsejamos
que el creyente en Cristo busque formar pareja con una persona de la misma fe porque, de
esa manera, los espíritus de ambos son compatibles ya que ambos son nacidos de nuevo.

Es de suma importancia conocer a la persona con la que vamos a compartir nuestra vida, y
conocer sobre todo su ser interior. Precisamente en este mundo donde todo se basa en el
aspecto externo, y los medios sociales están llenos de imágenes que muestran personas
que aparentan ser “perfectas”, sin embargo, la mayoría de ellas están vacías interiormente
pues no tienen paz, ni gozo, ni esperanza.

Volviendo al tema que nos ocupa, habíamos dicho que el ser humano es tripartito pues, es
espíritu, posee un alma, y vive dentro de un cuerpo. Esta triple naturaleza la observamos
claramente en el versículo 10 de Romanos 8.

Pero si CRISTO está en vosotros, el cuerpo a la verdad está muerto a causa del pecado,
pero el espíritu es vida a causa de la justicia. BTX4

Les voy a pedir ahora a 3 de mis colaboradores que suban por favor a la plataforma para
representar lo que deseo explicarles:

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Estos 3 colaboradores míos están representando al ser humano en su totalidad, que como
habíamos dicho antes es tripartito, por lo tanto, de izquierda a derecha tenemos: el espíritu,
luego el alma, y por último el cuerpo.

Vamos a imaginarnos que ellos 3 juntos representan una persona, que bien podría ser
cualquiera de nosotros, quienes somos espíritu, poseemos un alma, y vivimos en un cuerpo.
Cada uno de los 3 en particular representa cada una de las partes del ser humano, y yo voy
a representar al Espíritu Santo.

Ahora es de vital importancia que entendamos cómo es que funciona.

El espíritu humano que no conoce a Cristo está muerto, pero, en el momento en que recibe
a Cristo como Salvador personal el Espíritu Santo viene a hacer morada en el espíritu
humano y éste recibe vida.

El Espíritu Santo no viene a morar en el cuerpo de una persona ni tampoco en su alma, sino
que, en el momento del nuevo nacimiento, hace su morada en el espíritu de la persona y su
espíritu recibe vida.

Dicho de una manera más simple todavía, el Espíritu Santo se une al espíritu humano. Hasta
ahí se entiende perfectamente ¿verdad?

El Espíritu Santo de Dios habita o hace su morada en el espíritu humano, y este es el único
lugar donde puede vivir pues el alma y el cuerpo están afectados cotidianamente por el
pecado. El Espíritu Santo no puede habitar en un lugar donde hay pecado.

Por esa razón, es que Él mora en el espíritu humano el cual ha sido limpiado y purificado de
una vez y para siempre. Es más, es hecho completamente nuevo.

Esta es la nueva vida de la que hablan los cristianos cuando se refieren al nuevo nacimiento.
El Espíritu Santo hace su morada en el espíritu humano que ha sido regenerado por medio
del nuevo nacimiento.

En Romanos 8:10 habíamos visto que si Cristo está en nosotros por medio de su Espíritu
Santo, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado o esté expuesto al pecado, el
espíritu está vivo a causa de la justicia. Sin embargo, el cuerpo del creyente sigue estando
expuesto a las consecuencias del pecado que derivan en la muerte.

De acuerdo a este pasaje, esta situación no sólo atañe a las personas que no conocen a
Cristo sino también al creyente con un espíritu nacido de nuevo.

Nuestro cuerpo físico es un cuerpo mortal y, como acabamos de leer, está expuesto a las
consecuencias del pecado.

Sin embargo, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado el espíritu de la persona
está vivo porque lleva la vida divina en sí mismo.

¿En qué parte del creyente mora la vida divina? En su espíritu.

Cuando Él (=el Espíritu Santo) hace su morada allí coopera con el espíritu humano.
Habíamos visto que el espíritu está vivo a causa de la justicia.
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¿Qué parte del creyente ha sido justificada? Su espíritu. El Espíritu Santo trae la justicia
divina al espíritu humano. A causa de la justicia divina el espíritu humano cobra vida. Sin
embargo, no quiere decir que esa vida se manifiesta en el cuerpo porque hay una parte de
su ser que se interpone en el camino y es el alma. Dicho de otra manera, el alma está
exactamente en el medio, entre el espíritu y el cuerpo, y es el nexo entre ambos.

Habíamos visto que el apóstol Pablo define a todo nuestro ser como: espíritu, alma y cuerpo.
Y esta es la definición correcta, pues, como habíamos visto en 1 Tesalonicenses, el ser
humano es esencialmente espíritu, posee un alma, y vive o mora dentro de un cuerpo físico.

De estas tres partes de todo el ser, el alma juega el papel más importante de todos. Cabe
recordar que la vida divina está en el espíritu.

Cada creyente que recibe a Cristo como Salvador personal posee la vida divina,
independientemente si ha recibido la doctrina correcta o no, pues, esa vida viene solamente
por medio del nuevo nacimiento.

Por otra parte, cada creyente nacido de nuevo sigue viviendo dentro de un cuerpo que está
expuesto al envejecimiento y a las consecuencias del pecado.

En cuanto al espíritu renacido y al cuerpo que se va envejeciendo todos los creyentes son
exactamente iguales. Sin embargo, en el alma es donde se establece la diferencia entre
unos y otros.

En el alma del ser humano es donde se encuentran el entendimiento, la voluntad, la mente,


las emociones y los sentimientos. Precisamente debido a que las emociones se anidan en el
alma, cuando estas se desordenan, sus efectos se hacen visibles en el cuerpo, por ejemplo:
el rostro se pone rojo a causa de la ira, la agresividad es demostrada por el movimiento de
las manos, etc. En resumidas cuentas, el alma tiene una influencia directa sobre el cuerpo.

La mente o voluntad de la persona se anidan en su alma. Por lo tanto, la mente es decisiva


para determinar si la vida divina que está en el espíritu puede fluir al cuerpo o no, puesto que
la vida divina, para poder llegar a manifestarse en el cuerpo, tiene que pasar
indefectiblemente a través del alma.

Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es


vida y paz. Romanos 8:6 (LBLA)

Si el alma (=mente o entendimiento) no es renovada, la forma de pensar de esa persona es


carnal y eso, a la larga, conduce directamente a la muerte.

Pero, cuando la persona tiene su mente orientada hacia lo espiritual esto le trae vida y paz.

¿Qué es lo que sucede a menudo en la vida del creyente? Debido a que el espíritu tiene
vida, éste trata de impartirle esa vida al alma. El espíritu tiene vida, y por lo tanto, lo único
que puede trasmitir es vida. Esta vida tendría que ser proyectada hasta el cuerpo mortal.
Pero, en su camino hacia el cuerpo se encuentra con el problema de un alma que no ha sido
renovada, entonces esa vida no puede fluir.

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El plan de Dios es que el alma sea renovada para que la vida que Él ha colocado en el
espíritu fluya libremente hacia el cuerpo.

Un alma que no es renovada, equivale a una mente o entendimiento que nunca escuchó el
mensaje de la gracia, que no sabe nada acerca de la justificación, que tampoco tiene idea
que Jesús llevó todas nuestras enfermedades en la cruz para que recibamos sanidad,
etcétera. El alma vive dentro de su propio mundo. Por esa razón es que la Palabra de Dios
nos insta a renovar nuestro entendimiento.

Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra


mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y
perfecto. Romanos 12:2 (LBLA)

Esta renovación se produce por medio de la limpieza que es efectuada en nosotros cuando
escuchamos constantemente el mensaje del Evangelio de la gracia. Si la mente no es
renovada, ella no puede estar en condiciones de escuchar la voz suave y delicada del
Espíritu. Esta voz suave y delicada proviene directamente del Espíritu Santo que mora en
nosotros y es la que nos dice que somos la justicia de Dios aunque nos sintamos miserables
por haber pecado. La voz suave y delicada del Espíritu Santo habla a nuestra mente
diciéndonos que hemos sido justificados y lo seguimos siendo aún a pesar de lo que nos
indiquen nuestros sentimientos y/o emociones.

El Señor intenta así alcanzar nuestra alma (= mente o entendimiento) por medio de su
Palabra con pasajes tales como:

No hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús

Romanos 8:1

El alma que no está renovada acarrea culpa y condenación ya de por sí, y encima de eso,
lamentablemente, cuanto más escucha o asimila un mensaje “religioso y legalista” se
amontonan sobre ella todavía más culpa y más condenación.

Por otra parte, cuando el alma (= mente o entendimiento) comienza a escuchar, y no sólo a
escuchar sino también a asimilar el maravilloso mensaje de la gracia divina, comienza a ser
renovada y transmite la vida divina al cuerpo mortal el cual se alegra y grita ¡aleluya!

Cuando la vida divina colocada en el espíritu humano fluye hacia el cuerpo a través del alma
renovada, éste es vivificado, revitalizado y regenerado.

Cuando la mente es renovada por medio de la Palabra del Evangelio de la gracia, se


produce una línea conductora que va llevando vida directamente del espíritu hacia el cuerpo.

Esto es sólo posible cuando la mente (=alma) entiende su verdadera función, a saber: ser la
interfaz que conduce la vida divina colocada en el espíritu hacia el cuerpo mortal.

Un alma no transformada que no conoce la verdad de la Palabra de Dios, que no sabe de su


posición en Cristo y de la herencia que le pertenece por medio de su sacrificio en la cruz,
que no aprendió a recibir esas bendiciones, se constituye en una barrera que intercepta la
comunicación entre el espíritu y el cuerpo.
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Por tal razón, la parte decisiva de todo nuestro ser es el alma. La mente con su
entendimiento o voluntad anidados en el alma, es la que determina la diferencia.

Cuando la mente (= entendimiento) comienza a creer la verdades del Evangelio de la gracia,


el cuerpo recibe los beneficios de la vida del espíritu.

Ahora podemos comprender mejor el contenido del versículo de Romanos 8:11 ¿verdad?

Pero si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el
mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a vuestros
cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros. (LBLA)

El alma, para poder ser renovada, necesita ser educada y moldeada. Esta educación viene
por medio de una buena enseñanza de la Palabra de Dios.

La mente es renovada por medio del oír el mensaje del Evangelio de la gracia. Por medio de
estas predicaciones y/o enseñanzas tú estás recibiendo el alimento que contribuye a la
renovación de tu alma.

Cuando el alma comienza a ser renovada, la vida divina, que proviene del espíritu, empieza
a fluir a través de ella hacia el cuerpo mortal, y precisamente porque es mortal es que
necesita ser vivificado y regenerado.

La única manera en que la vida divina puede fluir hacia el cuerpo es por medio del
alma.

Es importante que entendamos que la vivificación del cuerpo mortal no se produce en forma
automática. Si fuera así, no habría creyentes enfermos y mucho menos ninguno hubiese
muerto en forma prematura, tampoco habría creyentes agotados y/o consumidos.

Como dije antes, la única manera de que la vida divina colocada en nuestro espíritu puede
fluir hacia nuestro cuerpo mortal es a través del alma (= mente o entendimiento). La mente
puede ser renovada únicamente por la buena enseñanza de la gracia y la justicia divina.

El creyente que, domingo tras domingo, escucha un mensaje de condenación se llena de


sentimientos de culpa y su alma no puede proyectar la vida divina hacia el cuerpo.

El creyente debe oír permanentemente el mensaje de la justificación en Cristo para poder


renovar su mente o entendimiento y de esa manera hacer manifiesta la vida divina (=Zoe)
en su cuerpo mortal.

De allí la importancia del mensaje de la justificación.

La renovación de la mente puede alcanzar un nivel más alto todavía cuando, a raíz de su
convicción, ésta comienza a proclamar las verdades de la Palabra acerca de la justificación
en Cristo, acerca de la sanidad, etcétera.

Cada vez que el creyente proclama su posición de justificación en Cristo está transportando
vida divina al cuerpo.

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Cuando el alma del creyente llega a ser renovada de tal manera que comienza a proclamar
sus convicciones con respecto a la Palabra alcanza un peldaño más alto, pues no sólo cree
sino que también lo confiesa.

Cuando llega a ese punto, se hace realidad aquello que dijo Jesús acerca de las corrientes
de agua viva que brotan desde su interior, y recién entonces está en condiciones de dar a
otros ese agua de vida.

En este último versículo que acabamos de considerar (Romanos 8:11) vemos representada
a la divina Trinidad.

Pero si el Espíritu (= Espíritu Santo) de Aquel (= Dios el Padre) que resucitó a Jesús (= el
Hijo) de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre
los muertos, también dará vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que
habita en vosotros.

Esto nos indica que la Trinidad divina está interesada en vivificar, regenerar, y fortalecer
nuestros cuerpos mortales. Dios desea proporcionarnos vida por medio del poder de su
Espíritu Santo.

Lo único que depende de nosotros es la renovación de nuestra mente por medio del oír la
Palabra del verdadero Evangelio de la gracia y el creerla y atesorarla en nuestro corazón.

Dios no es responsable en lo que a la renovación de nuestra alma (= mente o


entendimiento) respecta, esa es nuestra tarea. Él ya ha depositado su vida divina en
nuestro espíritu, y no podemos recibir más vida, pero, nuestra responsabilidad es
ocuparnos en la renovación de nuestra mente para que esa vida pueda fluir hacia el
cuerpo.

No os amoldéis al mundo actual, sino sed transformados mediante la renovación de


vuestra mente. Así podréis comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y
perfecta. Romanos 12:2 (BAD)

La transformación debe ser efectuada en nuestra mente.

La voluntad de Dios tiene 3 niveles diferentes, hay una buena voluntad que es general; hay
una voluntad agradable la cual es un poco más específica; y la mejor de todas es su
voluntad perfecta. Nuestro deseo como creyentes es andar en la voluntad perfecta de Dios
¿verdad?

Dicho sea de paso, hay muchas otras cosas que no tienen nada que ver con la voluntad de
Dios y aquellos que no tienen una mente renovada no alcanzan a distinguir la diferencia,
pues, confunden sus sentimientos o emociones con la voz de Dios. La voluntad de Dios está
descripta principalmente en su Palabra.

Pero, dentro de esos diferentes niveles de la voluntad divina nuestro deseo debería ser
siempre conocer la voluntad perfecta. Esto tiene que ver, pura y exclusivamente, con la
renovación de nuestra mente.

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Cuando la mente no es renovada, los sentimientos, las emociones y las propias experiencias
intentan gobernar nuestra alma.

La renovación de la mente no se produce de un momento a otro sino que forma parte de un


proceso que demanda tiempo.

Tú puedes preguntarte ahora ¿cuánto tiempo? No podemos hablar aquí de un determinado


espacio de tiempo, pues, para algunas personas, según ejerzan su voluntad y eduquen su
mente, puede ser más largo o más corto. Sin embargo, en reglas generales tenemos que
decir que este es un proceso que dura toda la vida.

El alma necesita ser renovada constantemente, pues vivimos en un mundo que de ninguna
manera piensa y actúa como Dios. Nuestra mente es confrontada permanentemente con
nuevos desafíos.

La iglesia de Cristo es confrontada permanentemente también con nuevos interrogantes, los


cuales tienen que ver con la sociedad, con la política, y en definitiva con la forma de pensar
del mundo. Debido a eso, cada creyente como parte del cuerpo de Cristo en general, tiene la
responsabilidad de renovar constantemente su mente y/o entendimiento para alinearse de
acuerdo a la verdad de la Palabra de Dios. Ella es la que tiene la respuesta a cada uno de
esos interrogantes que nos plantea el mundo en que vivimos.

Por medio de la renovación de nuestro entendimiento evitamos seguir la corriente del


mundo.

El mundo va por su propio camino, mientras que nosotros, los creyentes, vamos en otra
dirección.

Resumen:

El ser humano es tripartito: es esencialmente espíritu, posee un alma, y vive en un cuerpo.


El alma es el nexo entre el espíritu y el cuerpo. En el alma se anidan la voluntad, los
sentimientos y las emociones de una persona. Cuando alguien acepta a Cristo como
Salvador personal, el Espíritu Santo viene a morar a su espíritu renacido. Sin embargo, el
alma tiene que ser renovada por medio de la Palabra del Evangelio de la gracia. Cuando el
alma es consciente de su justificación en Cristo transmite la vida divina que mora en
su espíritu hacia el cuerpo y lo regenera.

Oración:

¡Gracias Jesús por haberme justificado! ¡Ayúdame a ser siempre consciente de que yo soy
la justicia de Dios en ti! Gracias por darme tu Palabra de gracia, la cual renueva mi mente.
Deseo aprender más y más sobre tu gracia y justicia para que mi mente pueda ser renovada
y la vida divina, implantada en mi espíritu, pueda ser transmitida a mi cuerpo. Amén.

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