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ESTÉTICA Y POLÍTICA
D
GERARD VILAR
Primera edición: febrero 2017
ISBN: 978-84-9160-231-6
www.editorialcirculorojo.com
info@editorialcirculorojo.com
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Presentación
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I. SOBRE LA PRECARIEDAD
El fantasma que recorre hoy el mundo no es precisamente
el del comunismo, tampoco es un fantasma que atemorice a
todas las fuerzas reaccionarias del planeta, ni siquiera es, en
realidad, un fantasma, sino que es algo muy real porque es-
toy refiriéndome a la precariedad. La precariedad que atenaza
progresivamente las vidas de más millones de individuos cada
día no es sólo un índice más del triunfo radical del capitalis-
mo, sino que acontece como una verdadera riada que se lleva
por delante seguridades, valores, formas de vida y existencias
con la imparable fuerza de un fenómeno de la naturaleza. Un
fenómeno que, sin embargo, no pertenece al orden de la natu-
raleza, sino al de lo social, y aunque no es nuevo en la historia,
se nos presenta ahora con una fuerza que desafía a nuestros
discursos, además de a nuestras prácticas. No es extraño que
examinando lo acontecido en esta última década la familia de
conceptos asociada al de “precariedad” se haya ido abriendo
camino lentamente para convertirse en una clave de la situa-
ción presente, e incluso más, en la determinación de lo con-
temporáneo, de nuestro ahora. Aunque seguidores tempranos
de las peripecias de este concepto creyeran que hacia el año
2008 estaba en decadencia como concepto político motivador
de la actividad de un movimiento social y veían en ello la ra-
zón de su emergencia como objeto de estudio académico,1 lo
cierto es que la permanencia y la agudización de la crisis que
comenzara con la quiebra de la banca norteamericana Leh-
man Brothers ha empujado la precariedad a un lugar mucho
más central en el mundo contemporáneo que en el quinque-
nio anterior. La precariedad es lo contemporáneo κατεξοχήν
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Reificación
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Pensar la precariedad
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Pobreza
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Resistencia
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II. LA PRECARIEDAD DEL ARTE
La precariedad también es la condición general del arte de esta
época. En ella se resume el Zeitgeist, como se decía en otros
tiempos. Esta condición ha venido desarrollándose a lo largo
del siglo XX, pero la teoría y la crítica no han caído en la cuen-
ta de la centralidad de este concepto hasta hoy. Recientemen-
te, notorios críticos de arte contemporáneo han manifestado
la importante conexión existente entre éste y la precariedad.
Para Nicolas Bourriaud “la realidad del arte contemporáneo
está situada en la precariedad”, algo esencial puesto que “toda
reflexión ética acerca del arte contemporáneo está inextrica-
blemente ligada a su definición de realidad”.17 Dado el des-
crédito del concepto de realidad hoy en día, no es de extrañar
este auge del sentido de la precariedad. Por su parte, Hal Fos-
ter ha afirmado que aunque “ningún concepto incluye todo
el arte de la pasada década, hay, sin embargo, una condición
compartida, la precariedad”, si bien ello no implica que el arte
sea mera mímesis de esta condición, pues de algún modo tal
vez paradójico “la precariedad constitutiva de muchas obras
de arte, lo es, no obstante y a veces, de un modo que transfor-
ma esa aflicción debilitadora en una llamada apremiante”.18
Ciertamente, el arte contemporáneo lleva mucho tiempo pen-
sando y reflexionando acerca de la precariedad. Desde que se
generalizaron algunos de los rasgos comunes en el arte desarti-
zado de hoy —desestetización, desmaterialización, efimeriza-
ción- la precariedad se ha ido convirtiendo en el estatus más
común del arte. Para empezar, la precariedad ontológica se ha
asentado en los fundamentos del arte contemporáneo, unos
fundamentos completamente distintos del que constituía la
17. Bourriaud (2009), p. 22.
18. Foster (2009).
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2. LA INTEMPESTIVIDAD DE LA ESTÉTICA DE
ADORNO
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28. Véase también las lecciones editadas con el título Zur Lehre von der
Geschichte und von der Freiheit, Frankfurt: Suhrkamp, 2001, pp. 134 ss.
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Autonomía
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32. Véase, por ejemplo, el artículo de 1961 “Ver une musique informelle”,
en Quasi una Fantasia (16, 503-549).
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Anarquía
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Hermetismo
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Ascetismo
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3. DESARTIZACIÓN Y POLITIZACIÓN
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Adorno y la desartización
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42. T.W. Adorno, Prismas, Obra Completa, vol. 10/1, Madrid: Akal,
2008, p. 120 (traducción modificada).
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43. T.W. Adorno, Teoría Estética, Obra Completa, vol 7, Madrid: Akal,
2004, p. 110 (trad. ligeramente modificada).
44. Ibid., p. 31.
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Artización y desartización
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4. DESESTETIZACIÓN Y PRECARIEDAD
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57. “Today more than ever, the buzz word among American collectors
is “interesting”. These four bland syllables are in fact highly coded. The
earlier word was “quality”, whose utterance was meant to mark off a giv-
en artwork from the swarm of others and confirm the precision of a col-
lector’s taste. Interesting has the opposite effect. It suspends judgement,
covers the rear, and defends the vacuum-cleaner habits of a cultural
mass market without precedent in art history. It states, with a sort of coy
defiance, that buying this, uh, thang may not be a mistake, even though
its owner does not know what to say about it. It acknowledges that by
the time thoughtful aesthetic judgement is passed -a distant prospect,
given the promotional state of too much American art criticism- the
price has trebled, the boat has sailed, the artist has turned 31, and it is
now time to chatter about “contemporary masterpieces”, meaning for-
merly “interesting” art that after four years, carries a $20.000 to $50.000
price tag”, Robert Hughes, “Careerism and Hype Amidst the Image
Haze”, Time, 17 June 1985, p. 46.
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su mismo peso en oro. Con esta obra quería hacer una feroz
crítica al mercado del arte. Una de estas latas vendida en 2007
en el mercado se cotizó a 124.000 €, aunque, al parecer, las
latas de Manzoni están llenas de yeso y no de mierda real. Por
el contrario, algunos artistas contemporáneos han investigado
en estrategias más directas de representación o performativi-
dad con lo abyecto y repugnante. Así Cindy Sherman y algu-
nas de sus series fotográficas; Paul McCarthy y sus inmundas
performances con heces o salsas; las obras fotográficas de ar-
tistas como Joel-Peter Witkin o David Nebreda, que utilizan
cadáveres, miembros amputados o cuerpos enfermos y tortu-
rados, todos ellos reales; o, en fin, aquellas artistas feministas
como Carina Úbeda o Emma Arvida Byström que trabajan
con su propio y real menstruo para reivindicar su identidad
de mujer.
No vamos a multiplicar indefinidamente los ejemplos,
pero quisiera terminar esta sección con una reflexión suple-
mentaria. Es cierto que el arte antiestético es arte desestetizado
en el sentido que la dimensión estética no le importa dema-
siado al artista, que la considera, en el mejor de los casos,
como algo secundario, y que estas obras usualmente no tienen
aspecto de obras de arte ni en el sentido del aspecto tradi-
cional ni en el de los del arte moderno, pues se nos aparecen
típicamente como documentaciones, archivos, entrevistas en
vídeo, discursos teóricos, etc., y, pues, son arte desartizado en
relación a aquellas formas del pasado. Pero ello no significa,
en primer, lugar que estas obras no tengan una “estética”. To-
das tiene una estética. Sólo que este tipo de obras quieren ser
algo parecido a las teorías científicas: no importa mucho si
se escriben en una pizarra con tiza o se imprimen en papel
en tipografía arial; siempre son la misma teoría. Sin embargo,
esto es cuestionable. En el arte, la dimensión estética nunca es
negligible. El display, por ejemplo, de una obra de documen-
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Ética y estética
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1. Moralismos
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2. Autonomismos
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Autonomismo moderado
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Tras este recorrido con botas de siete leguas por el campo con-
ceptual en el que se juegan las relaciones de la ética con la
estética nos encontramos ahora en disposición de abordar el
problema más concreto de las relaciones del arte con la políti-
ca. Todo arte, por el mero hecho de existir, es político, puesto
que se produce y desenvuelve en un marco social y cultural
político, es politeia y expresión de una polis o civitas. Es bue-
no recordar esta verdad señalada insistentemente por Jacques
Rancière en los últimos años siguiendo algunas viejas intuicio-
nes marxistas sobre el arte, la ideología y las luchas de clases.
Pero los clásicos marxistas sostuvieron una versión demasiado
simplificada de las relaciones del arte con la política. Obvia-
mente, todo el mundo sabe que estas relaciones son complejas,
difíciles y, por supuesto, variables a lo largo de la historia, de
modo que, salvo en estudios de caso, resulta inevitable reducir
la complejidad a términos manejables. En nuestro caso, como
se trata de comprender los nuevos aspectos del estado actual
de estas relaciones que intentamos reunir bajo la categoría de
precariedad, voy a proponer una clasificación cuatripartita de
los modos en que se dan las relaciones entre el arte y la políti-
ca. En primer lugar, la forma más antigua y dominante en la
historia, es la que calificaré de políticas celebratorias, esto es,
aquellas formas en las que el arte está al servicio del poder. La
segunda, agrupa a las que denominaré políticas denunciato-
rias, que aparecen en la época de la Ilustración y que juegan
un papel importante en los dos últimos siglos como una forma
de crítica. En tercer lugar, bajo el epígrafe de las políticas de
la reflexión agruparé aquellas formas de funcionamiento del
arte político contemporáneo que son críticas pero no ofrecen
consigna alguna al receptor, sino que le invitan a reflexionar
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1. Políticas celebratorias
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2. Políticas denunciatorias
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3. Políticas de la reflexión
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La igualdad
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El desacuerdo
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menes del arte habidos hasta ahora, el régimen ético, las obras
de arte no gozan de autonomía. Son vistas como imágenes a
las que hay que preguntar sobre su verdad y por su efecto en
el ethos de los individuos y de la comunidad. En los diálogos
de Platón, y especialmente en La República, encontraríamos el
análisis y descripción modélico de este régimen. Rancière no
nos aclara cómo se funda este régimen, quiénes lo fundan ni
tampoco razona sobre la interesante cuestión de por qué desa-
parece, pero sí describe el modo como funciona este régimen.
En él, paradójicamente, en realidad no hay arte tal como hoy
lo entendemos, pues en propiedad sólo hay imágenes que son
juzgadas en función de su verdad intrínseca y de sus efectos
sobre el modo de ser y comportarse de los individuos y de la
comunidad. El régimen de identificación o visibilidad ético
permite aprehender la imagen de una diosa en el que la per-
cepción y el juicio sobre ella se encuentran implicados en pre-
guntas tales como si podemos hacer imágenes de la divinidad,
si la divinidad imaginada es una verdadera divinidad, y, si la
respuesta es afirmativa, si está siendo imaginada y representa-
da como debe ser. Lo paradójico, sin embargo, es que, para
nosotros, en realidad, este régimen ético de las imágenes es un
régimen de “indistinción del arte”.127 Paradojas del discurso:
“no siempre hay arte, aunque siempre haya poesía, pintura,
escultura, música, teatro o danza”.128 Por la misma regla de
tres: no siempre hay política, aunque siempre haya formas de
poder. La política se da solamente cuando hay procesos de re-
configuración del reparto de lo sensible que define lo común
de una comunidad, para introducir en ella nuevos objetos y
sujetos, para hacer visible e inteligible lo que no lo era. En este
sentido la estética de la política es la creación de disensos.129
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131. (2004): 41 ss.; Sobre políticas estéticas, (2005a), pp. 23 ss.; (2002),
“The Aesthetic Revolution”, passim.
132. “Le partage du sensible. Entretien avec Jaques Rancière”, Alice nº 2
(1999): http://multitudes.samizdat.net/Le-partage-du-sensible. Recogi-
da en (2000a).
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III. PRECARIOS ANTE EL ARTE
Con el progresivo desarrollo del régimen estético del arte
la precariedad ha ido afectando no sólo a las obras de arte,
sino también al público, tanto al público en general como al
público experto. En los regímenes de visualidad anteriores
al régimen estético puede afirmarse que cada obra de arte
tenía su público en tanto que creyente o fiel de una reli-
gión y sus liturgias, o bien como súbdito o ciudadano de un
determinado sistema político, o ambas cosas a la vez. Pero
la indeterminación que se abre paso en el régimen estético
convierte la relación entre el arte y el público en algo total-
mente mutable en el curso del tiempo y, por consiguiente,
al hecho estructural de que el receptor no se ha relacionado
con la obra siempre de la misma manera. Piénsese en cómo
ha cambiado el público de las obras cubistas en solo un siglo.
Picasso producía sus obras para sí mismo y para un pequeño
grupo de amigos e hijos de la burguesía que gustaban de la
bohemia o eran unos snobs. El arte contemporáneo tam-
bién tiene sus públicos, pero no siempre. Salvo las obras de
los artistas más consagrados y mediáticos tipo Jeff Koons o
Damien Hirst, los artistas contemporáneos se dirigen a un
público minoritario, a pequeñas tribus de individuos que
suelen ser amigos y familiares, o parte del mundo del arte,
expertos y otros artistas. De hecho, un ente como “el públi-
co” del arte contemporáneo hoy no existe. Podemos hablar
de “públicos”, de “contrapúblicos” y de “postpúblicos”, pero
la realidad es que estamos ante una esfera púbica fragmen-
tada y en constante transformación. De hecho, los artistas
y los obras deben deben crear su propio público, construirlo
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146. Warner, M., Publics and Counterpublics, Nueva York: Zone Books,
2002; Sheik, S., “Publics and Post-Publics: The Production Social”, Open
14 (2008), pp. 28-36; id., “Positively Counter-Publics Revisited”, e-flux
journal 5 (2009).
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8. COLECCIONISMO Y RESISTENCIA
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ta, siendo esto más importante que todo lo que les separa. En
lo que toca al coleccionista, su colección jamás está completa;
y aunque sólo le faltase una pieza, todo lo coleccionado se-
guiría siendo por eso fragmento, como desde el principio lo
son las cosas para la alegoría.”150
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154. Hal Foster, “Test Subjects”, October 132 (2010), pp. 30-42.
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9. LA CRÍTICA EN PRECARIO
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Crítica y política
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Dos ejemplos
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ria del arte fuera solo eso entonces tendríamos una suerte de
gran archivo ordenado temporalmente de datos sin interpretar
en lugar de historia del arte. Puesto que la historia es organi-
zación de los datos en una narración coherente que ofrezca
una interpretación, un sentido, a los hechos, la filosofía suele
estar explícitamente en el discurso de los historiadores. Esto
no siempre ha sido así. Lo es desde que apareció el concepto
de arte en los inicios de la modernidad con las instituciones
propias del mundo del arte, desde las academias, el mercado,
la crítica, las exposiciones y el público. Los discursos sobre el
arte de la modernidad han sido siempre dependientes de la
filosofía, primero de un modo implícito, como en Winckel-
mann y Diderot, luego de forma cada vez más explícita hasta
llegar al presente de los discursos sobre el arte contemporáneo,
donde en cualquier texto nos encontramos con una presencia
casi aplastante de los pensadores contemporáneos. Que cual-
quier texto sobre arte contemporáneo esté trufado de citas de
Benjamin, Foucault o Rancière indica que estamos ante un
tipo de arte que precisa de un discurso fuertemente intelec-
tualizado. Y ello es así porque en general se trata de un arte
asimismo fuertemente intelectualizado, es decir, de un arte en
el que el concepto lo es casi todo, su dimensión estética es cosa
secundaria, y que depende fuertemente de un contexto que
hay que conocer y comprender. Desde el movimiento cubista,
el arte se ha ido convirtiendo paulatinamente a lo largo del
último siglo en performed theory, en teoría realizada, que es lo
que normalmente es hoy cualquier obra artística, es decir, un
discurso o idea en forma de instalación, video, danza, músi-
ca o película. Pero ¿qué clase de teoría efectuada es una obra
de arte? Hace dos siglos, cuando Hegel estableció una de las
primeras grandes narrativas del arte en su sistema filosófico,
ya se dio cuenta de que entre las tendencias que llevaban a la
disolución del arte cristiano-burgués —el que él denomina-
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Este libro se terminó de imprimir
en Almería durante el mes de febrero de 2017