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P.-L. A ssoun, R. C fvasco, N. C h a r r a u i\ A.

D e l r ie u ,

P. H enry, P. Jo r i o n , G . L a n t k r i- L a u r a , S. L e c u ir f .,
J.-A. M i m .h r , p. N aveau, M. P o iz a t , E . R a im b a u it ,

D. S il v e s t r e , M. Z a f ir o p o u k o s S. Z iz h k .

ASPECTOS DEL MALESTAR


EN LA CULTURA

MANANTIAL
S E R I E M AY O R

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P.-L. Assoun, R. Ccvasco. N. Charraud,
A. Delrieu, P. Mcnry. P. Jorion, G. Lantcri-Laura.
S. Leclairc, J.-A. Miller, P. Naveau, M. Poizat.
E. Raimbault. D. Silvestre, M. Zaflropoulos. S. Zizek

ASPECTOS DEL
MALESTAR EN LA CULTURA

“Psicoanálisis y prácticas sociales "


Coloquio del C N R S
organizado bajo la dirección de M. Zajiropoulos

EDICIONES M ANANTIAL

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Título original
Aapects du mala lie dans la OvHisntk.rt
Navarm Édlteur. París. 1987

Traducción Irene AtfoíT

Diserto de Upa Gustavo M*-n

Impreso en Argentina
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

© Navarln Édltcur. 1987


£ de !a traducción y de la edición en castellano Ediciones Manantial. I9H9
Avda de Mayo 1365, local 3. Buenos Aires, Argentina. Tel. 37-7091

ISBN 950 9515-32 9

Derechos reservados
Prohibida su reproducción total o parcial

EDICIONES MANANTIAL
I ’í<ESE NTA C 1ON

Basta recorrer los avalares históricos de la histeria para tener una buena
Idea de la forma en que el lugar del sujeto en la civilización vana ron el
transcurso del tiempo. I*nmero fue prertso. en efecto, vaciar el ríelo de sus
parloteos uia el discurso de la ciencia, para pasar de las Interpretaciones
religiosas de la histeria a su caracterización positivista.
Caracterización malograda, por cuanto el recorte objetivo y rlenliflro «leí
cuerpo en nada puede superponerse al que se traza en el síntoma histérico.
Asi pues, el síntoma funcionará como enigma hasta que Freud, franqueando
el umbral que marra los limites del territorio simbólico de la psiquiatría, funda
la teoría del sujeto del inconsciente y da cuenta en particular de la lógica de
estructuración significante del síntoma histérico.
Esta densa y singular genealogía muestra a las claras que el sujeto del
Inconsciente frrudlano encuentra su lógica misma en el hecho de que el
discurso científico lo o c lu y ó de entrada. He aquí una sencilla manera de
comprender este enunciado de Lacan: "El sujeto del psicoanálisis es el de la
ciencia"; sujeto de la ciencia por estar propiamente fordtildo del discurso
científico sólidamente aferrado a sus ideales de objetivación.
Entre discurso científico y discurso analítico hay por lo tanto, mas que una
relación de dependencia histórica, solidaridad de estructura
Sobre esta solidaridad lógica, demasiado a menudo degradada a artefacto
narclsistico de lucha d<- fronteras, se asienta nuestro ftnjpo. que encuentra su
albergue en el seno mismo de la comunidad científica. Evoquese aquí la
multiplicación de los comités de ética para valorar con arreglo a otro cnteno la
manera en que el discurso rlenllfico exige, a veces hasta con patetismo, un
recurso en cuanto a la gestión de lo que no se reabsorbe en su movimiento: el
sujeto del deseo
Desde este punto de vista, puede decirse que el Investigador que tritura lo
real, por ejemplo, de la procreación, tiene horror de su acto, como lo atestigua

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6 P R E S E N T A C IO N

su apelación a los e sp ecia lista s en regu lación sim b ólica (sacerdotes. ju ristas,
etc.) a los que q u e m a pacificad ores
Cuestión de eú ra . pues: el in vestiga d or pu ede en co n tra r la fe en la
penum bra de las Iglesias o prosegu ir con e l psicoan álisis el d escifra m ien to del
deseo que lo anim a y qu e su sten ta la efectu ación de su arto. El Ideal
m aterialista reclam aría m as bien tom ar el segu ndo cam ino.
En lo qu e respecta a las cien cias hum anas, las dificu ltades del Ideal de
objetivación ascienden a la segu nda potencia, por lo m ism o qu e el silen cio del
su jeto no puede ser verdaderam en te obtenido ni del lado del In vestigador ni del
lado del objeto (de otros, sujetos).
Lo que se experim enta en esta lógica com o resto y hasta com o punto tope
en cuanto al m ovim iento m ism o de explicación dada al fu n cion am ien to del
hom bre en sociedad o re d u n d o individualm ente a las roldanas de los dlsposl
Üvos experim entales, no es o irá cosa que la indestru ctibilidad del deseo.
Desde este punto de vista, hoy se m uestra absolutam ente necesario
desprenderse de una concepción sim plem ente u tilitarista de la ética, para d ar
cuenta del funcionam iento social, de sus posibilidades incluso de reproducción
y. para decirlo rápidam ente. del estado coyuntural del m alestar en la cultura
que despues de Freud vario considerablem ente.
Ese malestar no se queda en la puerta del consultorio del analista, sino que
entra con el paciente. Lo que está en el O tro varia lo mismo, por lo tanto, que
su consecuencia lógica: la envoltura formal del síntom a que el analista descifra.
Del lado del psicoanálisis, no es inútil recordar la necesidad de que sus
propios cim ientos sean incesantemente resltuados a la altura de todo aquello
que su época pone en juego. Asimismo, estos cim ientos han de ser constante
mente resltuados como contem poráneos de los discursos que les son con exo»
Esta es la senda que tom a Lacan cuando, sim ultáneamente. Importa al campo
freudiano la rigurosa lógica de análisis de los mitólogos, y renueva en forma
asombrosa la interpretación de las figuras heráldicas de la fobla y hasta de lo
que él reagrupa bajo la noción de m ito individual dei neurótico.
Este primer coloquio del grupo 'Psicoanálisis y prácticas sociales* (RCP del
CN'RS) se propuso inventariar algunos punios de nuestro proyecto y ofrecer una
primera medición del campo de investigación que se abre.
Vaya nuestro reconocim iento a todos aquellos que hacen posible nuestro
trabajo.

Markos Zajiropoulos
I

D iscurso de la ciencia

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I

LAS R E S P U E S T A S D E LO R EAL

Jacques-Alain Miller

SI he dado a esta comunicación el mismo titulo del curso que Imparto este
año semanalmente. fue para Introducir en dicho curso aJ público aleatorio que
se encuentra reunido aquí y a) que no conozco como cono/co aJ de mi curso, que
estoy formando.
Es preciso entonces que los suponga Ignorantes de aquello de que se trata
-lo cual podría Incomodarme pero no me Incomoda porque, al Igual que ustedes,
he venido para escuchar a Serge Leclalre-, y que em puje las puertas de una
habitación que se encuentra absolutamente a oscuras.

El siijeto como respuesta de lo real

Según Lacan. la respuesta de lo real es uno de los nombres del sujeto en la


experiencia analiUca: 'A lo que el discurso analítico concierne, escribe, es al
sujeto que. como efecto de significación, es respuesta de lo real' Esta frase, que
data de 1972. me detuvo por una razón muy simple: no la entendía Intenté pues
explicármela, que es la buena manera de comentar a Lacan. la que él mismo re­
comendaba. Además, otra razón basada en mi experiencia del psicoanálisis,
hace que me Interese precisamente en el estatuto de la pregunta y de la
respuesta.
Es sorprendente, para quien siente resonar en sus oidos el tema de las
palabras, el lenguaje y el habla -que Lacan. en el Inicio, bautizó globalmente con
el nombre de simbólico, lomando, pero desviándola, una noción presente en
Levl-Strauss-, es sorprendente, para quien ha balbuceado el estatuto sim bóli­
co, el estatuto de lenguaje del sujeto, verlo situado por Lacan en un nivel de
dimensión muy diferente, la dimensión de lo real.
Comencemos diciendo que el término sujeto da fe en si mismo de la
Investigación de Lacan -ya que estamos en el edificio de la Rfchfrcht- sat'nli-
LAS R E S P U E S T A S D E LO R EAL 9

Jlque*-. Efectivamente, en Freud este término es inenconlrable, y Lacan. que


puso su Investigación bajo el rótulo del retom o a Freud, sin embargo hizo pasar
bajo este rótulo conceptos que en Freud son estrictamente Inenconlrables. y
cuyo efecto él modificó distribuyendo de una manera nueva los conceptos
freudlanos. Asi. por ejemplo. Lacan desplazó nuestra conceptuallzaclón de la
experiencia analítica; el hecho de que su exigente fidelidad al texto de Freud no
le haya impedido en absoluto abrirse su propio camino es para nosotros una
lección, y se engañan quienes pudieran suponer que la fidelidad a la letra de
Lacan Implica forzosamente un estancamiento; el propio Lacan es una prueba.
Con la introducción de este concepto en lodo su vigor Inicia Lacan su ense-
ñanzaen sentido estricto: no de otro, sino de éste; el sujeto. Y cuando a posteñori
prologa en sus Escritos el primer texto de loqu e él llama su enseñanza, ese texto
de 1953 que él bautiza como Informe de Roma y que versa sobre el campo del
lenguaje y la función de la palabra en psicoanálisis, dice; 'D el sujeto por fin
cuestionado". Asi pues, él mismo Indica el lugar pivote de esle concepto.
Para abandonar una época teórica no basta dar muestras de originalidad o
pretenderlo. Y. en materia de psicoanálisis, no hemos salido de la época de
Lacan, una época precisamente marcada por la Introducción de este concepto
de sujeto. Pero quizás deba recordar porqué razón este término de sujeto, ai que
estamos habituados, fue largo tiempo objeto de escándalo o por lo menos de
asombro: en la época en que dominó el estructuralismo. corriente del pensa­
miento que acabó siendo una moda, una Idea recibida, un tema comodín,
consistía en plantearla existencia de una antinomia entre el concepto de sujeto
y el de estructura. El propio Lévl-Strauss, en £1 pensamiento salvaje, hablaba
de la disolución del sujeto, ya que para construir sus estructuras elementales
él podia prescindir de esta función. Michel Foucault confirió a esto un cierto
destello retórico hablando de la muerte del hombre consumada en este tramo
del siglo XX, y especialmente por obra del estructuralismo. Recordemos que
Louls Althusser. siguiendo los mismos pasos, acabó presentando al marxismo
como unantthumanlsmo teórico absoluto; tal vez algunos de ustedes recuerden
aquella noción que él defendió gallardamente y que le ralló ciertas dificultades
políticas debido a que dicho 'antihum anism o' aparecía como algo que no se
debía decir. ¿Y por qué no evocar también a Jacques Derrida. al menos con el
carácter -que quizás él acepte, pues asi se lo etiqueta en los Estados Unidos-
de postestrucluralista -término que aquí tiene poca vigencia-, Derrida que re­
prochaba a Lacan su uso del término sujeto como un arcaísmo? Hay que decir
que Lacan dio muestras de una espléndida Insistencia, pues nos hizo manejar
el término de sujeto de la experiencia analítica, de sujeto del Inconsciente,
siendo que en la lengua francesa esto es en si mismo una contradicción; el sujeto
de la ciencia podría pasar inclusive por un error epistemológico. Lo cual permite
decir que, aunque esle término se haya convertido en una cantinela, sin
embargo permanece ampliamente in rom prendido.
El hecho de que tos psicoanalistas utilicen este término no demuestra que
lo hagan con oportunidad: Lacan supo manejar muy bien esos efectos que
consisten en hacer hablar a sus discípulos, y mucho más allá de ellos, una
lengua que por si misma los conduce mas allá del punto al que llegarían por sus

* En castellano lnvcsllcaclon rltn tiflm . [N T.)

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10 JA C Q U E S-A LA lN M ILLE R

propios medios. El hecho de que nos acostum brem os a llam ar su jeto al sign i­
ficante 6 hace en todo caso que ya no esté tan enteram ente disponible.
No cabe duda de que Lacan especuló con estos efeclos. Lo cual hace que
globalmente sus discípulos no lo hayan com prendido -creo que lo han descom ­
prendido a m pliam en te- pero en conjunto han sido llevados al parecer, en su
práctica analítica, más lejos que los dem ás: lo digo por haber conocido hace
quince dias a unos psicoanalistas norteam ericanos, lo que me dio una idea del
estiaje.
Al respecto podría dar un testim onio que data del viernes pasado, cuando
asistí a la defensa de su tesis de Estado por parte de un psicoanalista llamado
P íe n r Bruno, que es también universitario, y que presentaba una tesis sobre
trabajos que se escalonan desde com ienzos de los años setenta hasta ahora.
Como ju rado d e tesis le dije que parecíam os estar ante las confesiones teóricas
de un hijo del siglo. Su tesis, en efecto, muestra la trayectoria de alguien que
partió de las coordenadas althusserianas: es decir que. al com ienzo de los años
setenta, en tendía Juzgar al psicoanálisis partiendo de un marxism o renovado
por Althusser. (En su tesis dice además con todas las letras que el articulo que
había escrito en esa época respondía a un encargo político: un Jerarca del partido
comunista le había pedido que escribiera un texto que diera cuenta del
psicoanálisis d esde un punto de vista marxlsta. Evidentem ente -tam bién se lo
dije- la posición es de debilidad, y en el sentido de Lacan. es decir de fluctuación
entre dos discursos.) Es muy instructivo observar de qué modo esta referencia
marxlsta se desvanece progresivam ente al paso de los años, a m edida que Pierre
Bruno, quien conserva intactas todas sus convicciones políticas, se va haciendo
analista. Ahora bten. ¿qué nos enseña esta tesis? Que. contrariamente a lo que
Imaginamos, no cuesta mucho trabajo concillar el marxism o con el psicoaná­
lisis Y yo m ism o lo sabía puesto que unos años antes, en aquella Escuela
Normal Superior donde nos conocimos, yo también corrí con los gastos de loqu e
se llamó ’ lacano-althusserism o' y que duró dos años, de 1965 a 1967.
N o da ningún t rabajo conciliar el marxismo con el psicoanálisis en este punto
preciso: el desconocim iento. Uno y otro sostienen que el punto de vista de la
conciencia Individual eslá necesariamente mutilado, necesariamente al costado
de lo que constituye la verdad de la estructura. Digamos que la reunión del
marxism o y el psicoanálisis es concebible aun fuera de cualquier freudo-
marxlsmo. es posible en un punto absolutam ente preciso: la leon a del narcisis­
mo. para llam arla por su nombre. Y esto es lo que vim os realizado en efeclo por
quien lo prom ovió, Louis Althusser. quien valorizó para el marxismo la critica
del yo com o poder de mixtificación, de Ilusión, poder propiamente Imaginario.
Tan mal pensado no estuvo, puesto que este punto, que permaneció en la
clínica bajo el nombre de esladlo del espejo, fue la palanca tomada por Lacan.
fuera de Freud. para levantar la literatura analítica: el estadio del espejo fue su
punto de Arquimedes. Y esto eslablcre ya un lazo entre él y Henrl Wallon quien,
no por azar, era psicólogo pero marxlsta: aunque no fue Wallon el inventor de
la observación sino que ésta provenia de una tradición anterior. Evidentem en­
te, tal corno Lacan retomó este estadio del espe|o en el psicoanálisis, el yo es un
Ideal, un Ideal Imaginario y. siguiendo a Freud. un ideal desdoblado, según los
don valores del yo Ideal y del Ideal del yo: cómo se ve ejyo, y el punto desde donde
el yo se ve, qu e e » una (unción d M in la , L a ia n supo extraer del texto de Freud
L A S R E S P U E S T A S D E l£ > R E A L II

la diferencia entre el yo Ideal, que él escribe i, y el ideaJ del yo. I. En el nivel de


esta I, no cuesta ningún trabajo introducir lo social. Ustedes pueden perfecta
y legítimamente construir la 1 del ideal como una función social e ideológica.
E slo es además lo que el propio Lacan hace en sus Escritos: él coloca una política
en el fundamento de la psicología, hasta el punto de que podemos considerar
que la tesis d eq u e toda psicología es social, es tacanlana. Loes, si no en el nivel
en que se Investiga la i. al menos en el nivel en que fijamos la I.
Alego aquí por la consistencia de este enfoque que encuentran ustedes en
Lacan ya que ella le permite afirmar que el yo es la teología de la libre empresa.
Le oermite asimismo criticar los valores defendidos por el American way qflife.
donde reencontramos el debate de fines de la década del cuarenta y de
comienzos de la del cincuenta. Pero, en efecto, no soñábamos cuando, siendo
jóvenes marros tas. encontrábamos estas resonancias en Lacan.
Pero ¿cuál es la consecuencia que sacaba AlLhussei^ Que en el nivel donde
no se trata de la ilusión, en el nivel propiamente simbólico, en el nivel no
imaginario, estas instancias desaparecen. Creyendo dar un paso más respecto
de la posición de Lacan. intentaba articular un proceso sin sujeto hasta definir
una supuesta form a sujeto como un efecto ideológico. Precisamente, aqui se
demuestra que hay un punto que él no superó -salvo error de mi parte, pues a
partir de cierta fecha dejé de leerlo-, el de la confusión entre el sujeto y el yo.
confusión a veces facilitada por el hecho de que. tanto del uno como del otro,
podemos decir que son efectos. De ahi la noción de que un puro pensamiento
de la causa, de que un puro pensamiento de los procesos verdaderamente
determinantes podría prescindir del concepto de sujeto. Pero esto equivale a
desconocer aquello de lo que se traía para Lacan. y no podemos nosotros
entender el concepto de sujeto en la experiencia analítica Independientemente
de lo que Lacan ha dicho de él.

El sujeto corno sujeto del sentido


*
El sujeto -y estamos obligados a decir: en el sentido de Lacan- podría abre­
viarse con tres S. como el propio Lacan escribe su sujeto supuesto al saber. Este
sujeto es un sujeto sin substancia. No es un alma, no es un yo. no es una forma
y no es una naturaleza humana: es lo que precisamente desmiente toda
naturaleza hum anay todo esfuerzo por concept ualizar una naturaleza semejan­
te. Digamos que la definición más radical y más sorprendente que Lacan haya
propuesto de este sujeto -diez años antes de proferir la que les he citado, lo que
demuestra que hay en él un hilo conductor que no había sido percibido- es que
este sujeto n oes más que una 'discontinuidad en lo real": esto es lo que quisiera
examinar más detenidamente.
Contrariamente a lo que se piensa. Lacan no siempre dijo lo mismo, incluso
se contradijo a voluntad. Pues en todo caso en materia de psicoanálisis ocurre
que. si se sigue deduciendo -él lo hizo-, si se sigue argumentando, en determi­
nado momento las tesis se Invierten. Por eso puedo apefin rme a la Iclra de Lacan
sin ser por ello dogmático, pues es muy difícil encontrar un dogma en su
enseñanza: por el contrario, hay debates de analistas en que estos se arrojan a
la rara las citas de Lacan y se comprueba que de esas citas es posible sacarlo

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12 j a c q u e s -a i j u n M ILI.E li

lodo y lo contrario de lodo Se trata, pues, de recom poner el trayecto propio de


Lacan.
¿De qué modo Introdujo Lacan al sujeto en el psicoanálisis? ¿Partiendo de
qué consideración? De ningún modo como una discontinuidad en lo real. Por
el contrario, lo introdujo como sujeto del sen tid a y hasta diré qu e com o un
sujeto hermenéutico. como un sujeto que com prende la significación de aquello
de que se trata. Esto presenta ya la ventaja -incluso en su punto de partida, o
sea antes de 1953- de ser su primera réplica a aquella desviación que él aisló
en el análisis, la egopsychology. que se impuso com o su corriente principal -y
que aún hoy sigue siéndolo- y que cobró form a después de la guerra, es decir
a partir de 1954. en los Estados Unidos. La réplica de Lacan fue este concepto
de sujeto com o sujeto del sentido. Posteriorm ente conservará el término de
sujeto, pero con un valor muy diferente -se traía también de la dependencia del
significante respecto del significado-, sujeto del sentido y sujeto de otro sujeto.
Asi pues. Lacan introduce a esle sujeto exactam ente como una función,
partiendo de una dialéctica de iniersubjetivldad que en la historia de las ideas
se opone diam etralm enle a) eslructuralismo. el cual, en t-sa época, todavia no
había cobrado la forma pública que conoció posteriormente. Sin embargo, con
esle solo operador, con esta evocación de que en el análisis, se cree, hay signi­
ficación -u n o comprende y esle uno no puede seguir siendo impersonal, hay
uno. luego otro, im plicando pues toda la dialéctica de mediación que esta Inter-
subjetividad entraña-, Lacan renovó el concepto de inconsciente.
Pues no olvidem os -qulxá cueste trabajo recordarlo- que se imagina que el
inconsciente es un contenido, que en el inconsciente -en el inconsciente de
alguien, com o suele expresarse-es larian sus tendencias ocultas, los fantasmas
que proliferan a espaldas de su conciencia, etc. Se sitúa entonces a esle
Inconsciente, cuando se lo admite, en la profundidad de la subjetividad, y se
imagina que en el análisis se descubre, se toma conciencia, se hace em erger lo
que seria ahí algo dado y que por lo tanto lo que uno hace es explorar esa
fánlasm ática Inconsciente. En síntesis. se Imagina que el inconsciente es una
suerte de realidad. Ahora bien, el punto de partida de Lacan consistió precisa­
mente en desmentirlo: el Inconsciente no es algo dado.
No creo que no podamos hablar del Inconsciente, creo que es difícil hacerlo,
p erequ e es enteramente posible descargar al inconsciente freudiano de lodo lo
que se le incorporó. Aquí Lacan procedió a una limpieza de este concepto: es su
costado Hércules; Lacan descargóa la literatura de sus escarias Lo hizoen dos
tiempos. Primer tiempo: tomó el conjunto de la lit*-raiiira analítica en el
paréntesis del estadio del espejo y demostró qi ir ésta se lunit.it,a a explorar las
variaciones, las deformaciones de esta rela< ion en espejo del yo y del otro, del
yo y de su cuerpo; que loda esa enorme literatura -ya comenzó a Inflarse
después de la guerra- era en conjunto la exploración de una íanlasm ailea que
en última instancia deriva de la relación del espejo
Segundo Ucmpo: con esle concepto de sujeto, Lacan practica una punción
en el paréntesis que él mismo abrió, y lo vacia; por la excelente razón de que si
esle sujeto es ante todo sujelodel sentido, entonces no hay realidad que le sea
anterior. Puede que haya aleo dado, pero es preciso qur el sujeto lo asu m a :
llegado el caso éste lo deniega o bien lo proyecta al futuro. Pero toda realidad
cede a 1a exigencia de la formulación eri la pjL3bra Con ello. Lacan renueva a
LAS R E S P U E S T A S D E LO REAL 33

Freud mediante un concepto que no está en Freud en absoluto: con e!


inconsciente no se trata de realidad. sino de verdad. Es ententes criando
introduce e! término de verdad, cuyo alcance en psicoanálisis es m enester va­
lorar: operar ese vaciado de la realidad dada del inconsciente. Al comienzo de
su enseñanza Lacan elevaba auténticos himnos a la verdad; estova mitigándose
con el correr del tiempo, y al final Lacan ya no toma como referencia de la verdad
más que la V que la lógica matemática opone a la F. para indicar claramente que
ya no es cuestión de la Verdad de la palabra, que ahora es cuestión sólo de una
íelra. Pero, al comienzo, la verdad tiene este valor, lo cual lo conduce a una
valorización del acto de la palabra, a una exaltación del poder del acto de la
palabra, y por lo tanto a un sujeto que ni siquiera él mismo es algo dado sino
que se cumple, se realiza en la palabra. Y esto es lo que quedó de Lacan. esto
es loque habló, corresponde decirlo Por otra parle, en esta épGcaes para Lacan
un término clave el que la realización del sujeto se opone a su realidad.
Realización quiere decir que él se consuma y se produce en el acto de la palabra.
Y no se puede decir que esta introducción dialéctica del sujeto sea un concepto
insólito: por el contrario, procede de una tradición filosófica- H oyen dia se pone
mucho Interés en las fuentes de Lacan. y hay quienes se sorprenden al advertir
que había leído a muchos autores, que su enseñanza abunda en referencias a
estos; realmente debían de imaginarse que Lacan era una especie de meteoro.
Sin embargo. Lacan leía mucho: Hegel. por supuesto. Wallon. Jaspers y otros
y. en general, lo menciona. En cualquier caso, con respecto a este punto del
sujeto no hay nada Inédito. Lo único inédito es hacer entrar decididamente a
este sujeto de la palabra en el psicoanálisis y. con ello, operar un vaciado del in­
consciente. Incluso ésta es. diré, la condición para poder decir que el incons­
ciente está estructurado como un lenguaje: o sea que primero el inconsciente
haya sido vaciado por el suje lo dialéctico y que el sujeto, definido dialécticamen­
te. se haya Instalado aili donde en Freud estaba el inconsciente. Pueden
encontrar esta fórmula escrita por Lacan: "El Inconsciente es un sujeto".
Aquí Uenen el primer valor dado por Lacan al célebre Wo es uxv. solí Ich
werden. tomado de Freud: allí donde donde so era -allí donde estaba lo dado-
Yo -como sujeto- debo advenir: es dectr. venir a realizarme Lo cual conduce a
la ética de la realización del sujeto.
Pudrían pensar ustedes que les estoy haciendo una retrospectiva de Laran.
Pues bien, no tanto, pues se olvida que el concepto de inconsciente en Lacan se
forjó ahí; y uno Imagina que el Otro en el sentido de Lacan supone esa fundón
de lo dado, que el Otro ya está ahí Es cierto que Lacan k> introdujo como previo
al sujeto: por eso poste rlormen te tuvo que corre0rse. p a r a s o r p r e s a y escándalo
de sus oyentes, formulando que *e! Otro no existe" Era la misma evocación que
la de su posición inicial, es decir, que el Inconsciente como la! está vacio.
Durante años se machacó con el inconsciente como corte, sin advertirse que.
tan sélo para poder decirlo, primero era preciso que fuese vaciado de aquello
dado. Por otra parte, la evocación por L^can de que el sujeto supuesto al saber
es una ilusión procede de la misma necesidad Lacan era creacionista mas alta
de lo que ustedes pueden Imaginar. pensaba que no hay Inconsciente, que a!
inconsciente se lo haré ser. que ve encuentra en una /-ona que evidentemente
no es del ser y que tampoco es del no ser. y precisamente buscaba -lo en
contrarán en el Seminarte» XJ- un termino intermedio para calificar ese limbo.

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sse ser e r p s c o c a . Perc h s rq u s ‘ ‘i r qu é supone esto. Si k- lomar, en sen o quiere
Decir c _c t í inconscieiue no se ^ v e s tig a ¿ p a m r de sus cc-n ier.:cos, corno
sosuezen. por e;*-~ pío. í s in ír ^ o c á ^ o e cuaadc se preguntan si ai otro lado del
ys?——7rar.ee t í c-s.:er.ic¿i oe-i ir .c c r £ d e n l( sería ei s i s s o que su ccntem do
aquí. =- azrrqpcarígc pe« ir - ; a d cr;a r ral vez la nocicn de qu e t í inconsciente. en
t ¿ez'^ác bel a ráu s:s -el de ' ^ a r en cualquier caso-, c o es un com e nido de
esá i ndeie, j zr¿z t í ~— c 3 e = a es t j ; cien saber si :ai c cual cu liu ra permite o
ac el m o a : de pa_ar:r= que e i aná_si¿ auteríza. cuestión m u r distinta, Di$o es 10
ca ía :"_r rrr.izar " je s c ü . o p r e s ió n de que y o estaría haciendo una mera
te tE o sp ecü v a h istó ric a d e L a ia n ; e T id e n is n e s ie . en cen d er d e q u é s e tr a ta c e n e
z n r u z a r ír n e s baer. a c ru a le s.
P r s ^ s e e s a d ^ r ^ r q u e. e n e i t e n a c e L acan . lo s a ju s te s e fe c tu a d o s a p a rtir
de e s j í r i x u d e partada se c a r s c i e r r a n por u n a e x q u is ita p recisió n : en íe n e r a l.
x e r ^ c n x a r a n ic m a m e e n s u s d isc íp u lo s, q u ie n e s ev id en tem en te d eb en
a r r a s tr a r p o sicscn es p e rfectam en te c o n tra d icto ria s pana ello s, coid o ia de
^~i?. THr r c r un lad e la f u n o ¿ n d e ¡a p a la b ra y por ei o tro a d m itir q u e e i su je to
e s u n tíe c to . E s ve rd a d q u e en c ie rta é p o ca i j r a n ex a ltó a l su je to co m o h a b la n Le.
a i s u je to q u e se en g e n d ra e n la p a lab ra. S ab em o s a d ón d e a m b o : e x a cta m e n te
3~ p u n to o p u e s ta ccn síd eran d Q q u e el su je to ta l com o el a n á lis is lo resa lta es
c a h ia c c . 2 0 b a ila n te . C u a n d o en s u S em in a rio re c a lc a b a in s is te n te m e n te el
h ech c de q u e t í su je to e s h a b la d o , su in terlo cu to r e r a e n to n c e s éi m ism o, diez
c q u in ce a ñ o s a n tes- N u n c a m artilló ta n to s u s fó rm u las - s u s o y e n te s c re ía n q u e
ic h a c ia p a r a t íio s - rosno p a r a él m ism o.

Pr-.'^h—n y +*~íjsvnjp

Va en t í informe de Roma pueden encontrar ustedes las dificultades


cjaiécucas que supone esta pcsicion del sujeto. En efecto, palabra y lenguaje,
térm m es con ios que titula el texto, son d e hecho antinómicos. V en este informe
pueden comprobar rapidísimos desplazamientos de posición que manifiestan
que en este punto e l acuerdo no es sencillo. La palabra como expresión viva del
sujeto que se crea en su acto, y el lenguaje como estructura, tiran evidentemente
en dos direcciones opuestas. Pues en las estructuras elementales de Lévi-
Strauss -que Lacan retom a- ,nadie habla, por supuesto! Tal como están
construidas son. evidentemente, estructuras sin sujeto, y ¿cóm o hacer corres­
ponder esas estructuras sin sujeto con la necesidad que hace que el sujeto que
había se engendre en su acto? Tienen ustedes aquí dos pertinencias tan hábil­
mente enlazadas que nadie entiende nada, pero ellas explican por qué Lacan
introdujo después lo que sus alumnos machacaron tanto -y no me exceptúo-,
sm advenir la pertinencia de este otro concepto: el de cadena significante. En
una etapa siguiente esto pasa a ocupar el lugar del concepto de palabra, es decir
que piensa la palabra a partir del lenguaje. Y ustedes ya no pueden, en relación
con la cadena significante, exaltar la función realizadora v mediadora de la
paiabra. La cadena significante es. por el contrario, la palabra captada en su
articulación de lenguaje; y por eso Lacan la recalcó, conservando por supuesto
5us conceptos anteriores.
Y solo por haber promovido esta cadena signifícam e -no la palabra como tal
sino ia cadena significante- pudo establecer - v n o soto » r la ex p «rí!J id a
ar-aüuca. sino ccax> algo que es verdadero p a r í el Seneuaje y áa palacra c o c »
tales- que ia significacnn está subordinada ai =;sr,^kzr.:e. De njEtáün m odo 5c
presentó como nacido de ¡a o p e r i e n a a ana~;uca Si Jeen su facíase ’.ü jt- de 'La
instancia de La letra . .J*. v^rán que er. c a = ± íc empieza por icta '¿crLz íír .e r a i
dr ¡a palabra y del lenguaje, teoría que rmph ra q>_ie el V a " ~e com o tai crea
al s a lific a d o . £ s io es ks que sirve de scp cn e a k» c 'je oirán ustedes en ta to s tos
psicoanalistas franceses. En tos Estattos U nidos se considera, en efecto. que hay
todo un feudo m arracó por Lacar, y que eüos ¡'a r a n escue'a ¿rar-cesa. rscíabis
por ei hecho de que Sos franceses eccocea tan bsen a Freud. Cabe añadir que
loque ustedesoran decirenelambiic franee-ses. Ijegadoeicaso uncanjeniario
dei pequeño aLscnimo que Laran escríba en la decaria d-d cincuenta- S . tí
s
siím ácante arriba y el sjatiñcado abajo como un eiertc ctó sigm£canie.
¿Qué hizo Lacan después? Preosam ente oesarreito este sgnükrante úrrpco
con arreglo al concepto de cadena signidcante. Siendo el m in in o de La cadera
significan te dos significantes, y sen d o dos el m ínim o de! significante -es jo que
dice Saussure- puesto que eJ significante es ciacrilíec y relacicoai. Lacan situó
a su sujeto en e! lugar de efecto pruneramer.te asignado a! significado. Aquí
tienen ei principio de lo que. durante quince o veinte años, constituye ía
armadura de la enseñanza de Lacan. En este sentido, m i tesis -puede que
algunos la conozcan-es que Lacan es un autor simple- -Encuéntrenme íistedes
autores que se pasen veinte años comentando sus símbolos.’
Este sujeto, si, diré que no se asemeja a nada de cuanto hasta entonces se
pudo entender por sujeto. Que se ase meta a cosas que (al vez ya se pudieron ver
en la historia: hasta nos podríamos burlar, como daba a encender Maunce
Godelier. de esta novedad pstcoanaüúca que seto tos analistas tendrían en ei
bolsillo. Concedámosle que. por supuesto, eso va había apareodo antes. La
novedad está en llamarlo sujeto, en razón de la experiencia analitica.

La experiencia ana Finca y la experiencia científica

La experiencia analítica. Un individuo. Lo acostamos, o no 1c acostamos,


pues el psicoanálisis es enteramente compatible con ta posición sentada Y
entonces habla, se le pide que hable. EJ nivel fenomenológíco de la experiencia
analítica es siempre entretenido cuando se intenta encontrar su mínimo, que
es elem ental comodeciaSergeLeclaire, al guien que h abía alguien que escucha
y ¡hala!, se fue. En el fondo, también es esto -cuesta decirio, desde luego- lo real
que debemos enfrentar en la experiencia. No se consigue decirlo ni s ¡quiera en
el plano de su fenom enología Por supuesto, podemos escribir novelas -se
*>-scnoen ahora novelas que relatan el análisis del autor- pero hay un real,
definido por el protocolo -que no se logra decir como tal salvo medíanle
descripciones un tanto amaneradas-, al que se interroga en la experiencia. Se
lo interroga a partir de la conminación a h ablar un imperativo. ¿Per qué
podemos decir que hay aquí un real? Pues bien, en el sentido óe que ‘ eso viene
como viene*, en el sentido de que en la experiencia anaiiuca hay un 'e s o es asi*
-no dijo nada en la sesión, dijo mucho-, k> que. en psicoanálisis, en cierto

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16 J A C Q U E S - A L A I N M II.L E U

momento Llamaban el material : que indica esa función de tom ar las cosas
como vienen, de no demandar. No se demanda haber ayunado antes, por
ejemplo, para ponerse en condiciones, como si sucede en disciplinas que son sa­
bidurías. No se dem anda haberse puesto en condic iones físicas, no se demanda
al sujeto haber m editado o haber hecho una hora de zen. incluso sentimos que
estas prácticas llenen algo de desemejante con respecto al análisis. Se toma el
material com o viene.
Aqui ya es posible entender de qué modo la ciencia condiciona al análisis:
al menos por esa apariencia de fe determinista que hay en la experiencia
analítica: venga lo que venga, no será por azar. Lo extraordinario es que de eslo
tan descatx Jado como pensar que no es por azar, los analistas consiguieron
convencer a mucha gente. incluso fuera de la experiencia analitlca. Hay que
decir que ello constituye un acto de fe. un acto de fe que se halla Igualmente
presente en la ciencia. Es verdad que las probabilidades introducen aqui
precisamente una incertidumbre que se parece a un efecto de sujeto en lo real.
Y por eso su introducción en el campo científico no fue tan simple. La probabi­
lidad científica, al comienzo, es Justamente una suerte de discontinuidad en lo
real, que parece llamar al sujeto a deslizarse hacia ella. Pero con respecto a esta
fe podríamos decir que ella es. como tal. la suposición científica. Por supuesto,
está la investigación científica, pero a partir de H eideggeryd e otros autores que
lo antecedieron, sabemos que hay una suposición científica de base. Y esta
suposición científica está como explicitada en el análisis. El psicoanálisis no es
una ciencia. Después de todo, si no se quiere alojar al psicoanálisis en el Centro
Nacional de Investigación Científica (C.N.R.S.), personalmente considero que la
que pierde es la investigación científica. Quiero decir que ei psicoanálisis no es
una ciencia, pero que está situado exactamente en el nivel de la suposición de
la ciencia, ron la ventaja de que la suposición de marras se ve explicitada en la
presencia misma del analista; y. además, por ese motivo es discutida, discutida
como lo que Lacan hizo surgir, como sujeto supuesto al saber. Esta expresión
sigue flotando. Sólo que en el psicoanálisis, ese real imposible de decir que sólo
es posible cercar cuando se lo quiere tomar por la fenomenología de la
experiencia, es un real que habla. Y esto es algo muy curioso, porque se podría
pensar que lo real no tiene nada que decir, en particular si se confunde lo real
con el en-sí: por ejemplo el que encontramos en Sartre, que es evidentemente
un real que se calla, que se define incluso por esto. Pero que lo real no tenga nada
que decir, no impide que no se haya cesado de interrogarlo a través de los
tiempos.
De ahi arranqué en mi curso de este año, de prácticas sociales como la
adivinación, por ejemplo. No crean que ha desaparecido de nuestras socieda­
des. incluso ha desaparecido tan poco que. fiscaJmente. los psicoanalistas están
equiparados a ios cartománticos. En este aspecto, el oráculo aJ que se iba
Hodavia se v a - a consultar -quizás hasta los investigadores científicos van a
consultar a los oráculos, no está excluido en absoluto, por los testimonios de
que dispongo-, el oráculo es una respuesta primitiva de lo real: se lo espera de
los dioses, los verdaderos. Por eso Lacan deeia que los dioses son de lo real,
porque esto pertenece ai mismo orden de lo que después hallamos bajo otros
modos de interrogación. La adivinación es un montaje significante que aísla un
pedazo de real. Y yo he podido hacer el compendio, evidentemente de segunda
LAS R E S P U E S T A S D E LO R E A L 17

mano, de todo lo que se Inventó como objetos, como pedazos de objetos prontos
a despachar verdad sobre ustedes, sobre vuestro deseo o sobre vuestro íulurr».
mezcolanza extraordinaria la que se lomó del mundo y de la naturaleza para
conocer su verdad, para descifrarla.
En este aspecto el psicoanalista resulta ser ciertamente el fiador analítico del
asunto, puesto que él certifica que lo que se diga no se dirá por azar. De ahi que
diga más de lo que sabe: lo dice por principio. Esto es lo que entendía Lacan
cuando decía que el psicoanálisis era una Impostura; lo es en la medida en que.
por función, el psicoanalista certifica que loque viene no es casual, y lo certifica
con su mera presencia. Y esta certificación es creíble para el sujeto, porque éste
piensa que loque ha dicho (lene efectos de goce para el analista. Esta es la única
razón que puede explicar que el dispositivo se sostenga.
El psicoanalista como quien responde-avala no significa que sea él quien da
la respuesta. El recoge efectos de significación sobre cuya Identidad puede ser
además completamente escéptico porque, en cuanto uno entra en la experiencia
analítica, ve surgir la cuestión: "El dice tai o cual cosa, pero ¿qué quiere decir?"
¿Qué quiere decir: "Estoy deprimido"? No hay ninguna razón para que quiera
decir lo mismo para todos. Comencemos, pues, por decir que el analista recoge
los efectos de significación, pero que a continuación les da valor de respuestas
de lo real. Esto sólo cabe acreditarlo al psicoanálisis. Si no se esperó al
psicoanálisis para tomar al sujeto a partir de la significación, se esperó ai
psicoanálisis -esto es lo que Lacan implica- para dar a estos efectos de sig­
nificación el valor de respuestas de lo real. Por eso precisamente aqui Leñemos
que optar entre situar al psicoanálisis del lado de la magia o del Jado de la
ciencia.
En efecto, del psicoanálisis cabria esperar qu eel sujeto se ponga a responder
dócilmente a la Interpretación del analista: los psicoanalistas han soñado con
eso y a veces lo vemos en los casos que presentan, y que define la magia: o sea
que el significante de uno responda directamenle ai significante del otro; en el
sentido en que Lacan define esa magia, la que podría interesara! etnólogo, como
la movilización del significante en la naturaleza por el significante del hechizo.
Hay que leneresta convicción para hacer magia. En ciertos casos el pensamien­
to del analista no llega más lejos: gustosamente imputa el pensamiento mágico
a su paciente. Pero el que tiene ese pensamiento mágico es él, cuando no sabe
cómo opera y sin embargo verifica que del otro lado eso responde.
Sólo que. en la magia, cuando se obtienen efectos, ¿son respuestas de lo real?
Se puede discutir que en la magia haya real. Porque si hay real, allí es dócil,
consentidor es un real que hace lo que se le dice que haga. Y si no lo hace es
porque se le ha dicho mal, o porque la comunicación fue interferida por otra
magia. Aqui se advierte que nosotros, en la era de la Investigación cienLifica.
exigimos más. Para que haya respuesta de lo real en el sentido al que nos
referimos es preciso que no lodo sea posible, porque si todo es posible nos
hallarnos en un universo mágico. Y esto les demuestra cuan simple es el axioma
de Lacan: "Lo imposible es lo real".
La culpa de que podamos desconocer esta confluencia del psicoanálisis y la
ciencia es también de los pacientes, de la histérica, porque la histérica no cree
en lo reai. Por el contrario, el sujelo histérico, al menos en un punto que puede
proliferar, se dedica a demostrar que Lodo es posible y se honra precisamente

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IB J A C g U E S A Í A I N M IL L E R

en pasar por encima del orden, de lo rutinario, apuntando asi a persuadir


-persuadirse a si m ism o y persuadir al an alista- de qu e el m undo es de los
audaces. Esto es pasión para el histérico.
Ahora tendríamos que dem ostrar laboriosam ente p o rq u é podem os plantear
que el psicoanálisis está condicionado por la ciencia. Lacan lo introdujo de una
manera com pletam ente distin ta de la de Freud. Y es divertido pensar qu e Freud,
en el fondo, era alguien com o Jean-Pierre Changeux al comienzo, y que siguió
siéndolo un poco en el plano de su utopía. Lo que dice C h angeu x se com prende
muy bien, está en el nivel en que un significante se articula con otro sin efecto
de sujeto. En este sentido no veo p or qué tendríam os que censurarlo. Adem ás,
fue suficientemente gentil com o para recordar, al com ienzo de su trabajo, que
la idea de £1 hombre neuronal surgió de una entrevista que hizo para Om icar?.
que es una revista de psicoanálisis que y o dirijo; y en la notlta que escribió en
su libro tuvo a bien acordarse de qu e quien le sugirió ese titulo ful yo. No entendí
prestar servicio a una causa que fuera m ínim am ente nociva para el psicoaná­
lisis. Considero, por el contrario, que cuanto m ás contribuya la bioquím ica a la
expansión del goce humano, más crecerá el espacio del psicoanálisis. Hay aqui.
si les parece, una función dialéctica. Por mi parte, estoy encantado con el lugar
tom ado por el hombre neuronal porque pienso que su secreto es el sujeto
lacaniano. y por eso presté aquel servicio a Changeux.
Esta articulación del psicoanálisis con el cientificism o. Lacan la hizo sobre
la cuestión del sujeto, y precisam ente del sujeto cartesiano Introducido como
residuo — vacio— de sus propias representaciones.

De la pregunta a la conm inación

Es tarde y aún estoy en la introducción; es mi costumbre, no estoy habituado


al form ato de este tipo de reuniones, prefiero hablar mucho más tiempo. Pero
sólo les voy a dar una noción del modo de surgimiento del sujeto como respuesta
de lo real.
Primeram ente, digam os que lo real responde también en la ciencia. Respon­
de -ésa es la ven taja- siem pre lo mismo. Esto es lo que planteaba Elnstein. ya
un tanto superado en eso por otros, o sea que Dios, en todo caso, era un
com pañero de Juego honesto, no hacia trampa con las cartas. Cosa esencial.
Una vez más, podemos discutir en qué m edida esto se mantiene o no.
Con lo real de que se trata en la experiencia analítica, el problema consiste
en que no se puede confiar en que diga siempre lo mismo. Este real es
problem ático precisamente porque es un real que miente; por descabellado que
nos parezca el concepto, para m i es a eso a lo que conduce el sujeto como
respuesta de lo real en el sentido de Lacan. Si quisiera ilustrarlo lo haría
acudiendo a este modo privilegiado de surgim iento del sujeto com o respuesta
de lo real, y especialmente en lah is teria moderna: com o pregunta. Una pregunta
que por supuesto sucede a la respuesta, una pregunta que es m odo de
existencia de esta respuesta de lo real. Me fue necesario llegar a esto para poder
enfrentar en la experiencia analítica a alguien de quien sin forzar las cosas
podemos decir que se trata de una histérica, y que«durante dos a ños se dirigió
a mi únicamente en modo interrogativo con m odalidades diversas. Por "m oda­
L A S «E S P U E S T A S D E LO R E A L 19

lidades diversas" de la forma Interrogativa entiendo que uno puede hacer


preguntas también en forma asertiva. Durante dos arios el materia] no fue más
que interrogación, hasta la exquisitez de preguntar: "¿Puedo hacerle una pre­
gunta?', que es un modo muy radical de esta maniobra. Asi pues, me vi llevado
a interrogarme sobre lo que quería decir esa pregunta, que era lo más auténtico
de lo que ella quería presentar, donde las respuestas no tenían visiblem ente
ninguna Im portancia -ni siquiera eran pensables-, y que era la existencia de
este sujelo como tal.
Pero hay otros pacientes en análisis, los que llamamos obsesivos. Ellos
también presentan un efecto de significación que es respuesta de lo real, aquel
que en la clínica analítica se dio en llamar la duda, que es un efecto de
significación. Y cuando los llamamos obsesivos, querem os decir que en nuestra
opinión se trata de una respuesta de lo real: ¿qué es la duda sino la pregunta
a uno mismo? En este aspecto, con este modo de respuesta el sujeto es
Introducido a un machacamiento. más bien intolerante a la interpretación. Q ue
el sujeto surge haciéndose la pregunta a si mismo, es decir que no aprueba
siempre al analista: que en determinados casos la Interpretación lo perturba.
La obsesión es una estructura que además se corresponde m uy bien con la de
la investigación: el obsesivo es un investigador que. además, trabaja, y ello para
estar un día en condiciones de responder él mismo a la pregunta que se formula.
Este es un modo de surgimiento completamente distinto del de la histeria, la
histeria como pregunta al Otro. Aquí advertimos la mentira que entraña esa
respuesta de lo real que es la pregunta, pues, aparentemente, la respuesta que
plantea una pregunta no está preguntando por aquello de que se trata. Y por eso
mismo hace surgir al Otro como sujeto supuesto saber responder a la pregunta
que ella plantea. Pero las cosas son más retorcidas pues, en realidad, ¿quién
sabe cuál es la buena respuesta sino la persona que ha hecho la pregunta? ¿Está
satisfecha? En este aspecto, lo que habita a toda pregunta, que se disfraza com o
humilde servidora ante el sujeto supuesto al saber, y en cualquier caso la de la
histérica, es: "Satisfáceme".
Pueden ver ustedes de qué modo el estatuto de la pregunta se desplaza a la
conminación. Y tienen ahí. reducido, aquel estatuto de respuesta de lo real que
es precisamente mentiroso.

Texto establecido por Elisabeth DoLsneau

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II

LA TEORIA D E LOS JU EG O S
Y LA PREGUNTA DEL SUJETO

Nathalíe Charraud

El psicoanálisis nació del interés puesto por Freud en las manifestaciones


del inconsciente: los lapsus, los actos fallidos, los chistes, los sueños. El sujeto
que se les supone es el sujeto del inconsciente. Si las preguntas que el sujeto
plantea pueden formularse en términos de juego, ello se explica por el hecho de
que puede haber algo en Juego en esas preguntas, algo en juego sobre el ser
mismo del sujeto.

El Otro

¿A quién formula el sujeto su pregunta? ¿Quién va a ser su Interlocutor?


Esto no deja de presentar dificultades, redobladas por el hecho de que al sujeto
del inconsciente no se sabe bien cómo atraparlo ni cómo definirlo.
El sujeto del inconsciente no es el sujeto de la reflexión filosófica. Tampoco
es el personaje social forjado a Imagen de sus semejantes. El campo de las
Identificaciones e Insignias en que el propio sujeto mejor se reconoce representa
más exactamente una resistencia, un ciene a aquello que podría sorprenderlo,
en el sentido de que un lapsus, por ejemplo, sorprende a quien lo emite. El sujeto
del inconsciente, es decir el sujeto que habla, no es el yo* que rechaza el lapsus
sino, por el contrario, el autor del lapsus.
¿A quién se dirige? A un Otro, dice Lacan. más allá de la persona que lo
escucha. El Otro es el lugar de la palabra y el garante de la verdad que en ella
se dice. La significación de la palabra del sujeto se autentifica en el lugar del
Otro. Lacan introdujo esta ficción teórica del gran Otro para dejar claramente
despejada la dimensión propiamente simbólica de la palabra, y aun, en
términos más rigurosos, su dimensión propiamente lógica y calculatoria.

* Corresponde al francés moL Cuando la mención sea del Je, la traducción dirá “yo
IJel'. IN.T.f
L A T E O R IA D E L O S J U E C O S Y \ A P R E G U N T A D E L S U J E T O 21

En la práctica de la palabra, la relación imaginarla entre el yo y el otro (con


minúscula) interfiere de manera masiva. Lacan propuso un esquema llamado
esquema de la dialéctica intersubjeliua. o esquema L (Escritos. pág. 548 |Ed.
Francesa]), donde se demuestra que la relación propiamente simbólica del
sujeto con el Otro está interferida por la relación Imaginaria representada por
el eje ( a - a').
Lacan sitúa al inconsciente del sujeto sobre el eje mismo S —A. Asi pues, el
sujeto del inconsciente se encuentra de entrada frente a frente con un Otro,
lugar de los significantes y lugar del Otro sujeto en la relación simbólica. El fin
de la experiencia analítica, reduciendo a lo más bajo la relación imaginaria,
poniéndola entre paréntesis, es revelar la verdad que sustenta al eje S - A .
Por otra parte, el esquema L se presta singularmente bien a la situación de
un juego. La estructura del juego, determinada por las reglas de éste, coloca a
los Jugadores en una relación estrictamente simbólica, mientras que durante el
desarrollo de una partida la dimensión imaginarla de las expresiones y
fisonomías interviene siempre en mayor o menor grado, generalmente con el fin
de engañar al adversarlo.
Asi pues, la matriz de la dialéctica intersubjetiva revela una similitud de
estructura entre el sujeto del inconsciente, la situación analítica y el desarrollo
de un Juego.

Las metáforas del Juego para la situación analítica

En el texto de los Escritos Intitulado ‘ La dirección de la cura y los principios


de su poder". Lacan compara el desarrollo de una cura con una oartlda de
brtdge. La maniobra del analista debe consistir entonces en tomar por compañe­
ro al muerto, a fin de hacer surgir al cuarto, verdadero compañero del sujeto
analizante en su estrategia inconsciente. Asi pues, el empleo de la metáfora del
juego para describir la situación analítica no tiene otra finalidad que poner en
evidencia otrojuego. mucho más radical, el del destino del sujetoque se inscribe
como un Juego de estrategia con un Otro, compañero intimo de la partida que
se Juega. Desde esta perspecUva, el papel del analista es borrarse para permitir
que surja la verdad de esa estrategia inconsciente. Pero entonces se presenta
un problema: si el Otro es el sujeto de la teoria de los Juegos, es decir un sujeto
que sabe lo que quiere y que conoce la estrategia óptima para obtenerlo, la
verdad del sujeto se reduce a una verdad de orden matemático, es decir, a una
verdad sin mentira que excluye la metáfora y asimismo la Interpretación. Ahora
bien, la verdad del Inconsciente se revela siempre en el equívoco, el retruécano,
se presenta bajo las formas de la duda y hasta de la mentira. Lacan no
renunciará a la idea de que el destino del sujeto se desenvuelve de una manera
tan rigurosa como un Juego de estrategia, pero modificará su formulación del
Otro que. lugar de la palabra, pasará a ser también lugar de la falla. Este cambio
puede ser observado en el propio texto de los Escritos. Esta evolución que
Introduce un Otro Incompleto permite allanar la dificultad y precisa al mismo
tiempo la localización de la verdad analítica. La existencia de un ciernen o
fallante en el Otro es lo que permite el desplazamiento de unos significantes en
relación con los demás.

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2 2 NATI! A L IE C H A R R A U D

Freud. por su parle, comparaba el desarrollo de un análisis con una partida


de ajedrez. Ponía asi el acenlo sobre el lado perfectamente determinado de las
asociaciones libres, sobre el hecho de que para él no hay azar.
Comparar el análisis con un juego de ajedrez equivale a considerar que la
partida podría estar enteramente determinada, y que no lo está únicamente
porque somos incapaces de prever todas las estrategias posibles con un simple
golpe de vista, pero que esta determinación seria idealmente pensable.
Es interesante la diferencia entre Freud y Lacan en cuanto al juego elegido
como comparación con el desarrollo de un análisis Freud compara el análisis
con un juego de dos jugadores, enteramente determinable. al menos en teoría.
Claro está que en su época desconocía los resultados de la teoría de los juegos,
pero.me parece que la elección del juego de ajedrez no es casual, y en cualquier
caso se corresponde cabalmente con la idea determinista que él se hacia del
análisis. Laran, al elegir el bridge, que se juega entre cuatro jugadores de los
cuales uno es el muerto, introduce la presencia del cuarto, el lugar justamente
del Otro que es el verdadero compañero de Juego del sujeto, y no el analista. Por
otra parte, el brtdge no es un Juego enteramente determinado, ya que la
información de cada Jugador no es perfecta (no conoce las cartas de los otros
Jugadores).
¿Cual es la significación del azar? La cuestión es crucial para los analistas,
ya que nosotros invitamos al analizante a abandonarse a la asociación libre, o
sea a hablar al azar

El Juego de par o impar

Mientras que Freud parece afirmar que no hay azar, ¿qué consecuencia tiene
para nosotros ei hecho de que el Otro, lugar del significante ai mismo tiempo que
Interlocutor del sujeto, sea carente? La primera consecuencia es que eljuego del
su|eloy del Otro no está enteramente determinado. Vayamos pues a la teoría de
los Juegos y Iralemos de considerar un Juego de esla clase. El Juego más
elemental que podamos Imaginares uno de dosjugadores donde cadajugador
puede elegir entre dos estrategias. Veamos, por ejemplo, un Juego que posee un
punió de equilibrio: ésu es la matriz de las victorias desde el punto de vista del
primer Jugador.

2 " Jugador

s-, s,
1*
S, ♦5 + 10
Jugador

-5 +20

Cr,ltln„ „ i H (.ntr d « . Rundo Juga.lw de be jugar la eslraletla S Se- dicen.,*


L A T E O R IA D E L O S J U E G O S Y LA P R E G U N T A D E L S U J E T O
23

trata, pues, de un Juego enteramente determinado. Por el contrario, el juego de


par o Impar no tiene punto de equilibrio, no es un juego enteramente determi­
nado.
En este juego tan simple, ¿cómo se sitúa el azar? Este juego consiste para
el primer ju gador en ponerse en la mano un número par o Impar de bolitas. El
segundo ju gador debe adivinar la paridad dei número de estas bolitas. Si
acierta, el primer ju gador debe darle una bolita, de lo contrario la debe dar él.
La matriz del ju ego se escribe de este modo, desde el punto de vlsia del primer
jugador. Desde el punió de vista del segundo, basta con invertir los signos.

2° jugador

p 1

P -1 +1
Jugador

I +1 -1

Se verifica que no hay punió de equilibrio. Supongamos que soy el segundo


Jugador para ganar, puedo intentar adivinar lo que va a hacer el otro y en
función de esto elegir la sucesión de mis jugadas. Si por ejemplo en la primera
Jugada el otro se puso en la mano un número par de bolitas y yo dije 'Impar",
perdí. En la segunda Jugada puedo decirme: él va a pensar que esta ve¿ diré "par"
y por lo tanto va a ju g a r Impar, asi que desbarataré esta previsión diciendo otra
vez "Impar". Pero el argum ento puede retorcerse una vez más: si él piensa que
yo pienso lo que acabo de decirme... me encuentro de nuevo en el punto de
partida. Según el eje imaginario del esquema L. eje de las proyecciones imagi­
narias. el proceso gira verdaderamente en redondo. La via Imaginaria de
resolución del Juego conduce, pues, a un callejón sin salida que sólo es posible
suprimir retom ando a los datos simbólicos deljuego. Para eso, Lacan nos invita
a Jugar al Juego de par e Impar con una máquina. Como lo prueba la experiencia,
esto nada Ir quita a la intersubjetlvldad del Juego, al contrario. El eje de la
relación sim bólica S - se ve aquí totalmente depurado. En el nivel propiamenle
simbólico, un sujelo se Identifica con su memoria y con sus capacidades lógicas.
Supondremos que la máquina está dolada de memoria y es capaz de localizar
las regularidades significantes del Jugador y por lo tanlo de explotarlas en t-l
plano lógico.
Si intento dárm elas de lista con la máquina procurando descubrir k) que por
su lado pueden presentársem e como regularidades, vuelvo a caer en el proceso
de oscilaciones indefinidas de las proyecciones imaginarias.
¿Qué sucede en ram bio si Juego al azar? Freud dijo que nunca elegimos un
número al azar. Si la sucesión de mis Jugadas obedece, sin que yo lo sepa, a una
frase Inconsciente, no es Impensable que una máquina llegue, con el tiempo, a
reconstruirla. Asi pues, para producir azar frente a una máquina deberé pasar
por la mediación, por ejemplo, de una moneda y decir "par" cada vez que sale
cruz e "im par" rada vez que sale cara. Pero es menester que la moneda sea

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J4 KATHAUÍ-: CMARKAUD

p crV ctam rn ieco «fiable. pues si re su lta q u e sale t i u » frecuentem ente cni/ q<w
cara, ta m aquina s a b r i detectar esta disim etría y explotarla en iril contra.
G im o asegurarnos entonces de que la monería no esta lalsratla ’ La unirá
forma de saberlo es p ro ban a y rem irar que iras un gran num ero de lanzaniien •
tes oóedecr rabaimer.re a U s k y t s del azar. luego, pur puro determ ín en lo .
tonsKÍerarríiws que sin d u d a seguirá saíislarlen do estas leves E n el enrayan
de k> siinbflboo. determinóme» y azar están, pues, intimamente ligados.
t Pero cu ales e! tazo entre probabilidad y azar'1Yo unhre. romo drria, una
rar-neda paradeodir la sucesión de mis Jugadas, y ello a lin de jugar pare impar
ccnia rr_sma probabilidad 1, 2 Las ronrlusiones de la leona de los juegos dlren
q je iem?> pertec'a razbo para obrar asi. En electo, en k> que atañe a un juego
de este tipo <kx¡de no se un pone ningún punte de equilibrio, la teoría de los
, J-A--S prcetífrtza lo que denomina una estrnurpa mixta, es decir, un cor (el de
vanas estrategas alertadas por cieno coeficiente de probabilidad En el caso del
■jego de par t im par Labra que hacer. a] hilo de las Jugadas u n a com binación
i U estratega "par" y de la estrategia "impar*, ajeriad a i cada un a d e ellas por
la probafctlíiad 1/2. Esto es precisamente lo que me vi inducida a hacer al
■n ,: ,-ar u ^ a raoneda que decidía en mi lu gar st frente a la m aq uin a iba a jugar
p aro trepar
Las probabilidades se utilizan aqui a fin de crear la Incertidumbre en e]
adversar» quien nunca sabra de antemano si lo que saldrá de mi lado será par
c impar Comparado con ei fantasma original de dominio del azar que arompah*
Va peuwros pasos de la leona de las probab jjdades. hay en consecuencia una
wrdadrra mveradiE la leona de Ins juegos utiliza, por el contrario, la probabl
Mari para crear azar e indeterminación en el otro jugador En cambio, para ei
sujetad azar sr snua en ¿a elección dei Otro, el azar se tden iiíira con la presencia
y ton ía a ra o s dri O ro . Pero como es impelióle imitar ai azar, la elección de la
propia estrategia del sujeto debe-ra ser para éi tan imprevisible como la elección
del Otro Por consúmeme, en el sistema significante de la teoría de los juego»
d azar ers una instancia a la vez interna y externa ai sujeto, tom o lo es el gran
O r o para ei pMcoanahsta. El azar designa la hiancía de lo desconocido
necesaria para cpje haya estrategia. U> desconocido del deseo del Otro pasa a
y a ai cusirte. Uempo ei deseo del sujeto. Pero el cartfter fortuito de la conjunción
oe ¡as elecciones de & n es’ ra’ egias de Ir » dos Jugadores, con)unción que
determina para cada uno de eüos su victoria. también esia limitado en efecto,
esa ¡netnrta se repane alrededor de un valor roedlo llamado 'valor de juego',
cajeubfefe r o o » una esprranza maternáuca. Según las Iryes de! azar al cabo
de tic gran número de p a r nías la victoria esiara muy terca de ese valor rr»dlo.
Zm este modr, en ruante m n ¿inducimos d cák-uio de probabilidades. podenna
Sertr cue d azar ya no «acate. As*mi»roo. Lacan fue iievwlo a cfeeir que el Otro
« ! cuanto otro sujeto absoluto. no existe Es una to e **] suojetr/a que ruando
se la reduce a un puro cáicuio de estraie^ta. r»o se tiene en pie
y. * n embargo. esta fenoménicamente bien present* en *1 hecho mtsmo de
que v puede /Ugar con el azar EJjugador. *n el lenguaje corrv-nle. no es aqud
q j r juega al w vlge o ai ajedrez, uno aquel que juega a los juego* de azar U
p»z>r¡ del tvíadrx. djre Latan, es esa pregunta formularia ai sigr.ifwante de lo
<**■ n>jcda de él ajando ya no nene ninguna significación Lo que queda como
veverriCíS e* a prenda.
LA t e o r í a d k l o s j i k c o s y l a p r b g l v j a n n . 25

Al jugar cw i el azar el jugador prueba su suerte. prro sotxr »/*U, míenla i~ r


su suerte, descifrar su destino La pn-guriia que iorroula al a/>r *s un -¿ o í*
valgo?*. y mas radiralmenie un *cque soy"- El jugador es quizá, aquH ^ v
ha ahorrado un anilen v y asimismo la pegunta *¿que qu.en/»* Formula ai
a/ar al Otro haciéndolo OTslrr la pregunta de « o destino Sabiendo ->
antemano, pu f 5 los juego*, de ¿i¿ar son as¡ q;je a targo pia/r. la respuesta *er4
radical y que terminara perdiendo gruesas sumas de dinero El jugador p r w a
la respuesta de k> real, optando por la v a rápida St recordamos La disUixlón
aristotélica entre las d o » caras d-1 a¿sar que son el autor-* or porur.lacV; la cara
del a/ar tomada en la red de los significantes r*-du' da a la proLdb-JpJad y ia
t'jche por el otro, que es el encuentro con ¡o real pr/ieTno* decir que y> q,_¡». ^
Jugador provoca a través de la estructura de un Juego de azar es ia 1ijc ** el
encuentro que le darla la respuesta a su pregunta, una respíjesía mmKba'a qsje
evitaría el largo rodeo de lo stmboiico y la pregunta del deseo
De una manera geoerai un juego presenüíica de mañera eje-i'.^ur y
condensada. lo real que esta precisamente er Juego en <<rt¿ esirvr*ura
simbólica

La dimensión de lo reaJ pn un ju e g o de estraiegia

Al sustituir la dialéctica iritersubjetiva del esquema L por !a expre^/r de


Juego intersubfeuvo. y al aludir con frecuencia a la ’ *oria de ios uegos Lacan
Introduce La dimensión de ko real cuyo lugar er: ía red * JVjfaa v determina
como el cálculo de un Imposible. o (V u:«» obligatone-lad dr orden fcgKo
En leda partida ju tada esta presentí la dimensi''jfi propiamente !'jd # a d eía
relación dual: el jugador puede servirse de eCa para tnti-raidaf al cor/.rtnran*»
o para engañarlo con sus mímicas, pero 1a es«r.j< ‘ ura del /mego descansa
esencialmente en k> simbólico La teoría de los juegos denmes>ra que el
desenlace del Jueg- scapa por entero a ia dimens ion >maíjmana de la partida
que se está Jugando El juego de estrategia ilustra, per io tanto, la preñaría de
io simbólico sobre lo tmaginano y la posibilidad dr disociarlos frrrr, mireriut*.
sobre todo, la cuestión de lo que esta enJueqo,

Tomemos un ejemplo unjueadorqujtrejugaJ’ a la loteria y puede O fíar entre


tres En la primera, hay un 50H de posibilidades, de ganar ura alanzara y un
50% fie posibilidades de ganar una pera En la segunda hay ¿n V f*. de
posibilidades de ganar una manzana y un 7C**. de posiáuííadcs de garlar una
naranja En la lercera hay un 80% de posibilidades de ganar jr a r.arar;>a y us
2 (M de posibilidades de ganar una pera, í*a/a poder dendlr r r 'Í J f . ’* u nta/ ~jic
cuál de tas! r*-s loterías va a sa tIsíarer más los gus>os dei jugator es prei -so q y
éste pueda dlsporer los pr'mv/s. es de'.lr las 'res 'a s e s de fru'as set -n "jr.
orden de preferen» tay a tribuir a cada uno de ellos un núraeTo Vt úsisra Junrlur-
el/' uHikdad a la cuantlflcacUin de La» preferencias de una persora por ñ e ro s
objetos Por ejemplo, si para nuestro Jugador las utilidades de una manzana,
una naranja y una p*ra son respectivamente 4 . 0 y 8 se puede cajmiar las
utilidades de ías loterías como esperanzas de victoria la pr-Tiera lotería e* ard
afectada (>/r la u iilid^l 4 5/10 - él 5/10 * <í. la aeíunda lo»erta esfari aleciada

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26 NATHAUE CHARRAUD

por la utilidad 4.3/10 + 6.7/10 = 5,4 y la tercera lotería por la utilidad 6.8/10
+ 8.2/10 = 6,4.
Al jugador le seria indiferente, pues, recibir un billete de la primera lotería
o recibir una naranja, ya que tanto un objeto como el otro tienen utilidad 6.
También podemos decir que nuestro jugador prefiere una pera a cualquier
billete de lotería o fruta y que prefiere cualquier fruta o billete de lotería a una
manzana. Entre las loterías, la que le procurará más satisfacción será la tercera.
De la misma manera, podemos imaginar loterías cuyos premios sean billetes
de loterías de otras loterias y volver a empezar, construir loterías cuyos premios
sean billetes de lotería cuyos premios sean billetes de lotería, etc. Podremos
afectar una utilidad a cada nueva lotería construida, con tal que, añade el
teórico de los juegos, los premios finales sean frutas.
En la teoria de los juegos, el sujeto se identifica con su función de utilidad
y se supone que su meta es maximizarla. Por lo tanto, lo que está en juego para
el sujeto viene determinado por la estructura del juego, aqui las diferentes
loterias, pero igualmente por su propia función de utilidad.
¿Qué es lo que está en juego para el sujeto del inconsciente? ¿Podemos
hablar a su respecto de una eventual función de utilidad?
Sujeto de la palabra y del lenguaje, tiene que arreglárselas con billetes de
loterias cuyos premios son billetes de otras loterias. y el objeto real de goce sólo
podrá ser atisbado en un límite desde ahora inaccesible. Pienso que aquí reside
la diferencia fundamental entre el sujeto de la teoria de los juegos y el sujeto del
inconsciente. Para la teoría de los juegos, lo que está en juego ha de ser
alcanzado al cabo de un número finito de etapas, mientras que para el
psicoanálisis, el objeto en juego está irremediablemente perdido.
Al entrar en el mundo del lenguaje el niño pequeño hace su apuesta,
intercambia sus objetos primordiales por significantes. Esta operación no se
efecLuará sin dejar cicatriz, marca donde se reconoce la huella de la causa del
deseo, la del objeto perdido. La causa del deseo no debe ser confundida con los
objetos del deseo, que. ellos si, serán intercambiables. Estos nuevos objetos no
tienen más que un valor de cambio determinado por las reglas del juego social
y familiar que se juega. La fórmula de Lacan "el deseo del hombre es el deseo
del Otro*, quiere decir a la vez que el objeto de deseo va a ser un objeto de
rivalidad con otro sujeto, y que su valor más o menos grande viene de su
cotización en lo simbólico. Pero lo que el sujeto ignora, al entrar en análisis, es
la causa de su deseo. Unicamente podría acercarse a ella reencontrando su
función de utilidad. Asi pues, y retomando el apólogo de tas loterias. el problema
consiste en sabersi, estando los objetos fundamentalmente perdidos, se puede
empero reencontrar el pasaje X = 4, Y = 6, Z = 8 que permitió al sujeto
constituirse en el mundo del lenguaje y entrar en el juego de los intercambios
simbólicos. Aunque ya no se sepa qué son X Y. Z, ¿es posible reencontrar estos
primeros equivalentes 4, 6. 8? El fin de un análisis es acercarse a estos
significantes primordiales. Así pues, la teoria de los juegos aporta una formu­
lación posible al “¿qué soy?'. Quizá, sencillamente, aquella función de utilidad
primordial que permitió, como un primer axioma, el desenvolvimiento de todos
mis otros valores de utilidad, es decir, la jerarquía de mis deseos.
III

EL PUNTO DE VISTA'

Pauí Henry

En 1799, Carie Friedrich Causs se hallaba embarcado en una tentativa


dirigida a dem ostrar que el sistema geométrico definido por los Elementos de
E u dides era la única geometría no contradictoria, la única posible desde el
punto de vista matemático. Entre las proposiciones primitivas de Eudides
(admitidas sin demostración), una de ellas, conocida bajo el nombre de V
postulado, era considerada desde la Antigüedad como menos evidente que las
otras, teniendo que ser. por lo tanto, demostrada. Se trata de la proposición
siguiente: *Si dos rectas son cortadas por una tercera formando ángulos
colntem os cuya suma es inferior a dos rectos, entonces estas dos rectas se
cruzan del lado donde la suma de los ángulos colntemos es inferior a dos rectos".
En un trabajo publicado en Milán en 1733, Gerolamo Saccheri ya habia
tratado de dem ostrar esta proposición "por el absurdo", es decir, apelando au n
modo de razonamiento particular ya utilizado por Euclides y según el cual,
haciendo la hipótesis de que la proposición a demostrar es falsa, se desemboca
en la conclusión de que es verdadera. En el caso presente, un razonamiento de
esta índole consistiría, por ejemplo, en demostrar que si dos rectas como las
definidas por la proposición no se cruzan [son paralelas), entonces, entre las
proposiciones que se pueden deducir de esta suposición y de los otros
postulados y axiomas, podrán aparecer proposiciones contradictorias. De
donde se concluirá que la suposición es falsa y, utilizando el axioma de Arqui-
medes (o del "tercero excluido"), que su “negación" [la proposición a demostrar)
es verdadera. Al parecer. Saccheri fue el primero que intentó aplicar este modo
de razonamiento, conocido desde mucho antes, al "problema de las paralelas'
(suscitado éste por el V postulado). Fue ésta una etapa decisiva, aun cuando
dichas tentativas no hubiesen conducido a lo que Saccheri esperaba. Debió
darse un paso más para que finalmente la cuestión de las paralelas cesara de
afectar al estatuto de la geometría. Después de Saccheri. otros geómetras, y en
especial Johann Helnrich Lambert, pero también Farkas Bolyal. el padre de
Janos Bolyal. autor de La ciencia absoluta del espacio y uno de los inventores

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28 paulm enry

de las geometrías noeuclldianas*. intentaron demostraciones sem ejantes. Y lo


mismo Gauss.

El momento de la duda

Lo que estos eminentes geómetras esperaban que resultara contradictorio,


es d ecir -absurdo’ , se negó a mostrarse como tal. Nadie hubiera podido preverlo.
Todo cuanto lograron estos esfuerzos fue demostrar que. partiendo de ciertas
suposiciones alternativas posibles al V postulado, se establecen proposiciones
que se contradicen con las que dr-ivan de este postulado, pero que no se
contradicen entre si. Además, algunas de estas proposiciones parecían en
evidente desacuerdo con nuestra experiencia del espacio. Por ejemplo. Lam bert
demostró que. bajo una de esas hipótesis alternativas, se puede definir una
medida absoluta de las longitudes (como se puede hacer con los ángulos en el
marco de la geometría euclidiana). Ahora bien, la experiencia parecía dem ostrar
que para medir longitudes es necesario elegir una unidad patrón, y que toda
medida de longitud guarda relación con esta unidad. Ante tales resultados,
ciertos geómetras se aventuraron a afirmar q u e habían "dem ostrado* el V
postulado. Fue el caso de Farkas Bolyai. Pero nunca fue el caso de Gauss. Este
no se contentó con una aparente contradicción entre la percepción de nuestra
experiencia del espacio y las propiedades demostradas. El esperaba y exigía una
contradicción interna al sistema de las proposiciones deducidas de las su posi­
ciones alternativas posibles al V postulado. Resultado que. com o a los demás,
le fue esquivo.
En estas circunstancias, el 17 de diciembre de 1799 Gauss escribió a Farkas
Bolyai un-'* célebre carta de la que extraigo el párrafo siguiente:
*En lo que a mi concierne, he hecho algunos progresos en mi trabajo. Sin
embargo, el camino que elegí no me condujo al resultado propuesto y que usted
me asegura haber alcanzado. Más bien parece forzarme a dudar de la propia
geometría. Cierto es que arribé a loque muchos considerarían una prueba, pero
a mi entender eso no prueba nada.*
Esta carta sorprende por más de una razón. Principalmente porque nos deja
entrever, de viso, por decirlo asi. el desfiladero de un rechazo del saber (dudar
de la propia geometría] por el cual tuvo que pasar Gauss para reconocer lo que
había descubierto (o redescubierto después de otros).
Puesto que se acabó demostrando que el V postulado es Independiente de los
demás axiomas euclidlanos. nosotros sainemos que cualquier tentativa de
demostrarlo, tanto sea directamente, como ocurrió desde la Antigüedad hasta
comienzos del siglo XVIII. como *por el absurdo* a partir de Saccheri. no podía
tener éxito. Pero esto nadie podía sospecharlo. Sólo podía form ar parte de lo que
Cantor llamara después lo ‘ imprevisto*, insistiendo sobre su im portancia en
matemática. La propia convicción de que la geometría de Euclides no podía ser
sino la única geometría posible había conducido a intentar aquellas dem ostra­
ciones. Ahora bien, a diferencia de los intentos de dem ostración directa, la
emos ción por el absurdo* había creado una situación que, relrospecliva-
P arece ahora de las más paradójicas. Al dem ostrar teorem as
n o e suposiciones alternativas al V postulado, de hecho los geóm etras
E L P U N T O D E V IS T A 29

desarrollaron franjas enteras de geometría no eucltdlana. de una geome tria que,


desde el estricto punto de vista lógico y matemático, tenia tanto fundamento
como la de Euclldes. Esto es precisamente lo que no se podía reconocer. El
problema consiste en saber de qué modo se llegó a tal reconocimiento y es aquí
donde el m omento de la duda desempeñó, al parecer, un papel esencial y
fundamental.
Las razones que pueden haber impedido reconocer que lo que se había
desarrollado partiendo de proposiciones alternativas al V postulado constituía
una geom etría lógica y matemáticamente tan fundada como la de Euclldes.
parecen haber sido muy numerosas. En particular, había que aceptar la idea de
que una geom etría podía ser verdadera desde el punto de vista lógico y
matemático aun sin e s la rd e acuerdo con el espacio físico. Ahora bien, en esa
época todavía no se podía concebir la geometría de otro modo que como una
suerte de física del espacio. Finalmente, si se consideraba que los otros axiom as
euclidianos podían ser admitidos sin demostración, todavía era a causa de su
'evidencia". Se estaba lejos aún de poder dudar de la propia geometría.
Parece indudable que Gauss fue el primero en plantearse la cuestión
suscitada por el problema de las paralelas bajo la forma del düema siguiente: o
bien tengo que dudar de toda la geometría, o bien debo admitir que, adem ás de
la de Euclides. hay otras geom etrías posibles. Desde el mom ento en que la
cuestión se planteaba en esta forma podemos decir que la respuesta estaba,
digámoslo asi, forzada. Pero la que Ja forzaba era. precisamente, la duda. Asi
pues, sólo a partir de ese momento el "objeto' de la geometría deja de ser un
"objeto fisico’ . a partir del momento en que se define en geom etría un "punto de
vista" propio y específicamente lógico y matemático. Podemos decir, en conse­
cuencia. que la aparición de la geometría moderna se produce en ese m omento.

Rigor, saber y verdad

Sólo a partir de Gauss. lo que posteriormente se llamó el "problem a de los


fu ndam entos' de la geometría, podía empezar a plantearse en los términos con
que se planteó en los siglos XIX y XX. Mientras la geometría era considerada
como una suerte de física, se la presentaba como representación de un cierto
real del espacio fisico. Desde el momento en que ya no se la podía considerar de
esta manera, habia sitio para este "problema de los fundamentos" tan caracte­
rístico de la m atem ática moderna. La obra de Gauss nos ofrece claros Indica­
dores de que él mismo chocó con este problema. S i bien en determ inado
momento llegó a dudar de toda la geometría, nunca dudó de algo que era capaz
de definir a la verdad en matemática: lo que él llamaba rigor anliquus. El garante
de esa verdad era para Gauss este rigor al que quiso someter todo su trabajo m a ­
temático. aun cuando por fuerza tenia que conducirlo a dudar de toda la
geometría, es decir, a m ostrar por un instante que en este cam po la verdad
estaba desprovista de todo contenido. Con la referencia a ese rigor. Gauss
disociaba la posición de la verdad de la del saber. Ahora bien, sostener esta
disociación, por fundamental que ella fuese, no dejaba de ser dificultoso,
aunque sólo fuera porque sólo se le apareció, como tal. en aquel m om ento en que
todo el saber geom étrico reconocido estaba enentredicho. Peroese momento era

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3 0 PAUL HENRY

también aquel en que para "salvar' este saber reconocido, había que reconocer
como tal otro saber, no obstante ya formulado, pero hasta entonces no
reconocido como saber: los elementos de una geometría no euclidiana desarro­
llados anteriormente pero no reconocidos como constitutivos de una geometría
distinta de la de Euclides. Hay aquí sin duda una suerte de "pase". Lo único
sobre lo que podía apoyarse Gauss era sobre ese rigor. Ahora bien, en sí mismo,
c o n s i d e r a d o independientemente de todo contenido, este rigorn oes nada. Y. sin

embargo, para que pudiera sostener la disociación necesaria entre saber y


verdad, era preciso que operara como si todo contenido identificado pudiera
escapársele. Quizá por eso calificó Caus» de anliquus al rigor que tomó como
referente. Ello significaba investir a este rigor con un contenido identificable.
Más allá de la disparidad de las criticas que se habían opuesto desde la
Antigüedad a la construcción euclidiana, cabe señalarque estas criticas habian
sido promovidas en función del rigor que era posible encontrar, a pesar de todo,
en los mismos Elementos, y de ahi el calificativo de antiquus. Calificativo éste
paradójico, puesto que debemos reconocer que el rigor hallado en los Elementos
euclidianos debía ser planteado como excesivo en comparación con el que se
realizaba efectivamente en ellos, Pero simultáneamente hay que reconocer
también que. fuera de esa referencia, este rigor en si mismo no podía ser nada
identificable. Y merece apuntarse que el calificativo de aníiquus situaba al rigor
en otro tiempo, en otro lugar, en otra parte. Pues hay que ir más allá, admitir
que en matemática siempre sucede esto con el rigor, que la matemática sólo
realiza parcialmente este rigor, que la excede: lo que significa que su contenido
no puede sino cambiar con el desarrollo de las matemáticas. Por la misma razón,
el momento ’ e “pase" que podemos localizar en la obra de Gauss es también
aquel que. aunque calificado de antiguo, confiere al rigor un estatuto nuevo si­
tuándolo en relación con la disyunción del saber y la verdad. Si hoy podemos
decir que en matemática el soporte de la noción de verdad se desplazó de las
proposiciones hacia las implicaciones, que lo que suscita el consenso de los
matemáticos es la verdad de las Implicaciones más que la de las proposiciones
-hasta el punto de que, en matemática, proposiciones del mismo tipo que "si 2
+ 2 = 5, entonces el Loire atraviesa Paris' no sólo no están desprovistas de
sentido, sino que además son verdaderas-, es precisamente porque ei rigor, a
menudo considerado como sinónimo de las matemáticas, en el momento de ese
"pase" adquirió este estatuto. Y cabe pensar que, para que asi haya podido f
ocurrir, era esencial que hubiese otro saber en trance de ser reconocido como
tal. saber que acto seguido podía, no sólo dar un contenido a este nuevo estatuto
del rigor matemático, sino además relegar al antiguo, que sólo podía conducir
a intentar "corregir" los Elementos. Dicho de otra manera, ese rigor no era
solamente el de los Elementos euclidianos, sino también el que ya se estaba
realizando en los elementos de geometría no euclidiana que ya se habian des- !
arrollado. Pueslo que ni su estatuto ni su contenido permanecieron por
entonces invariantes, noes posible considerar, más allá de lo que se haya dicho,
que haya sido el rigor en cuanto tal, concebido Independientemente, el que fijó
el "punto de vista" propiamente matemático que en aquel momento se postuló.
E L P U N T O D E V IS T A _ _ 31

El beneficio de la duda

De este modo tal vez podamos explicamos el hecho de que la referencia al


rigor anliquus no bastó a Gauss para librarlo de todas las dificultades que se
le presentaron en el paso adelante que dieron con él las matemáticas. Sabemos,
en efecto, que Gauss siempre se negó a que sus trabajos sobre geometría fueran
publicados en vida. Ahora bien, si dejamos de lado algunos estudios sobre la
media aritmético-geométrica efectuados desde 1791. las investigaciones sobre
el problema de las paralelas fueron las primeras a las que Gauss se consagró.
Las inició en 1792 (teniendo quince años), y por lo tanto antes de sus célebres
estudios sobre la teoría de los números, que comienzan en 1793-1794. Por otra
parte, fue en la época en que se Interesó en el problema de las paralelas cuando
Gauss foijó la expresión rigoranííquus. Aunque se negó a publicar sus trabajos
sobre las paralelas, esto no Impide que hayan tenido efectos en sus investiga­
ciones ulteriores en otros terrenos. Basta remitirse a los textos de los trabajos
de Gauss en materia de teoria délos números (publicados en 1802 con el titulo
de investigaciones aritméticos), comparándolos con lo que se habian realizado
antes de él sobre el tema, para convencerse de que el haber pasado por aquel
momento de duda sobre el que he insistido, por ese "pase", modificó irreversi­
blemente para él lo que podía ser el objeto de las matemáticas, y por tanto la
manera adecuada de trabajarlo. Por otra parte, aunque no publicados y
conocidos únicamente en tre un pequeño circulo de amigos y corresponsales, los
trabajos de Gauss sobre el problema de las paralelas pueden haber ejercido una
Influencia decisiva en la génesis de los de Janos Bolyai y Lobatchevsky. quienes
fueron los primeros en publicar estudios sobre una geometría no euclidiana re­
conocida como tal. Insisto: por paradójico que parezca, la etapa a considerar,
por ser fundamental, es el momento de la duda cuya huella encontramos en la
carta a Farkas Bolyai. más que los desarrollos ulteriores efectuados por G auss.
Fue en ese momento cuando pudieron Interesarse Janos Bolyai. por su padre,
y Lobatchevsky por su profesor en Kasan. Bartels. amigos de Gauss que man­
tuvieron correspondencia con éste. Por último, es poco discutible que Gauss
tuviera conciencia de la Importancia de sus elaboraciones sobre la cuestión de
las paralelas. En una carta dirigida a Schumacher y datada el 17 de mayo de
1831. Gauss dice haber comenzado a redactar, con el título de M ediaciones, los
resultados de sus trabajos sobre esta cuestión, los cuales se remontan en parte
-aclara- a más de cuarenta años atrás, a fin de que aquello en lo que habla
desembocado no pereciera con é l Lo cierto es que lo más importante es la
incidencia de los estudios de Gauss en relación con el problema de las paralelas
sobre sus Investigaciones en otros campos, especialmente en teoría de los
números. A propósito del célebre teorema llamado de la "reciprocidad cuadrá­
tica". que Gauss denomina también "teorema fundamental" y que él considera­
ba como la ‘joya de la aritmética", podemos leer esto, por ejemplo, en las Inves­
tigaciones aritméticas:
"El teorema elegante que hemos expuesto (...) fue hallado por Legendre.
quien le procuró una demostración espléndida, pero completamente distinta de
las dos nuestras. Este excelente geómetra intentó al mismo tiempo extraer de
ella una demostración de las proposiciones que corresponden al teorema
fundamental de la sección precedente, demostración que. según hemos adelan­

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32 PAUL HENRY

tado, no nos parece cumplir la meta que se había propuesto [...). Si se examina
atentamente esta demostración, fácil será advertir que los dos primeros casos
son demostrados en forma tal que imposibilitan toda objeción: pero los otros se
apoyan en la existencia de números auxiliares y, no estando probada dicha exis­
tencia. el método pierde todo su vigor. Aunque estas suposiciones sean tan
especiosas que a primera vista parecen no exigir demostración, y aunque eleven
indiscutiblemente el teorema a demostrar al más alto grado de probabilidad, sin
erribargo. cuando se busca el rigor geométrico, es imposible admitirlas gratui­
tamente
Se impone por si misma una comparación con el proceder de Gauss frente
al problema de las paralelas. Habría que considerar toda la metodología de
Gauss y el estilo de sus demostraciones para hacer resaltar que llevan la marca
de lo que se jugó con el problema de las paralelas, la huella de ese momento
decisivo en la reducción por la que quedó constituido el objete de la matemática
moderna. Pues todas las matemáticas posteriores a Gauss. alli donde se han
hecho 'modernas*, llevan esta misma marca. En efecto, para comprender qué
pudo estar en juego en lo que se llamó la ‘ crisis de los fundamentos' de las ma­
temáticas. es preciso que nos remitamos nuevamente a la disyunción de la
posición del saber y de la verdad tal como se nos aparece en ese momento.
Si bien el rigor antiquus fue la única referencia en la que Gauss pudo
apoyarse para sostener la disyunción entre la posición del saber y de la verdad,
la eficacia de este apoyo, en aquellas circunstancias, no lo exoneraba de su
fragilidad Esta fragilidad explica las vacilaciones de Gauss. asi como las
polémicas extremadamente encendidas que se desataron tras la publicación de
los trabajos de Jamos Bolyai y Lobatchevsky. Los más eminentes malemáücos
y lógicos, en par*icular Gottlob Frege. adversario feroz e irreductible de las
geometrías no eucbdianas. se engañaron con ella. Y una fragilidad semejante
reapareció cuando se revelaron las 'paradojas de la teoría de conjuntos".
Kuevamen'e. lo que quedaba en entredicho era el rigor de la construcción de los
objetos matemáticos y de las demostraciones. Y. debajo de esta cuestión del
'rigor*. k> que los matemáücos y lógicos debieron enfrentar era una vez más la
cuestión de las relaciones entre saber y verdad en matemáticas. Una vez más.
todo el saber matemático reconocido era puesto en lela de juicio. Si los
resultados obtenidos desde comienzos de la década del treinta por Gódel.
Herbrand. PosL Turing. Church. Kleene y. muy recientemente también, por Ma-
tijasevic sobre el décimo problema de H ilbert pusieron al descubierto que la po­
sibilidad de las matemáticas supone que puedan existir proposiciones matemá­
ticas verdaderas, aunque no demostrables en ningún sentido preciso y especi-
ficable de lo que podamos llamar 'demostración', ¿no es ello suficiente para
afirmar que tal disyunción del saber y la verdad, en cuya eficacia Gauss osó
confiar, pasó a ser la condición común de la matemática que le sucedió y cuyo
desarrollo él había estructurado? ¿Acaso no es esta eficacia el m otor de su
expansión galopante desde comienzos del siglo XIX? Más aun. ¿no debemos
vincular con dicha eficacia el alcance de las matemáucas en los otros campos
del saber? ¿No incumbió acaso a las matemáticas la carga de llevar a las otras
ciencias la eficacia de aquella disyunción incluso antes de que. especialmente
con Copém icoyG alileo. forzara a las matemáticas a dar el paso que debían dar.
paso que iba a precipitar su historia?
E L P U N T O D E V IS T A 33

Eí mámenlo de la dada y el momento del pase

A mi juicio, e! punto clave de la critica dirigida por Lacan a Ja epistemología


consiste en haber puesto el acento sobre el desfiladero de un rechazo del saber
como fundador, desde el punto de vista del sujeto, en el orden de lo que se da
en llamar la ciencia moderna' En la mejor hipótesis, al hablar de 'crisis', de
discontinuidad . de corte . de 'cambio de paradigma", de "revolución". !a
epistemología borró sistemáticamente la dimensión de ese momento, refirién­
dolo a mutaciones de orden psicológico, ideológico o cultural. Si en el orden
ideológico o cultural siempre aparece inscnpto un momento semejante, lo cual
lo define como momento histórico, ello no justifica considerar que sólo consiste
en aquello de lo que depende. No he hecho más que tratar de despejar la huella
de ese momento en Ja constitución de la matemática moderna, partiendo del
examen de ciertos textos dejados por Gauss que lo aiesuguan. Las circunstan­
cias particulares y las penpecias del reconocimiento de las geometrías no
euclidianas presentan para nosotros el excepcional interés de haber descom­
puesto sus diferentes tiempos lomándolos directamente ¡ocaiizables.
Para caracterizar ese momento fundamental hablé de "pase", pues preciso es
compararlo con lo que Lacan puso al descubierto en lo tocante a lo que puede
producirse al término de un análisis.3si se lo conduce rigurosamente- En efecto,
puede suceder que el machacamiemo de lo que el analizante puede decir de su
propia historia conduzca a una suene de limiie. Este limite no consiste lanío
en que la rememoración haya cegado todas las lagunas del saber sobre ese
pasado. Si el psicoanálisis implica una rememoración, si ésta apunta *a ese
capitulo de mi historia marcado por un blanco u ocupado por una mentira', el
"capítulo censurado", es decir el inconsciente, la eficacia de la rememoración no
se debe tanto a que sea rememoración como a que adepta la forma de un
desmontaje de los efectos de estructura de un olvido prunordál. de una
represión originaria que da su peso a los recuerdos, estructura i oda ¡a memoria,
hace que lo que está "olvidado', ‘ censurado' pueda empero se rememorado. ü o
hay término ultimo para la rememoración, pues ese 'c h ic o ' está más alia de
toda rememoración en lanío es lo que ha dejado sitio a la memoria, a kss
recuerdos. Por k> tanto, ese "olvido" es también le que a cncñ limita toda
rememoración. aquello a cuyo alrededor ella gira. ¿So es el 'pase', jusiamcnie.
el momento en que el análisis loca ese limite? Pues ia experiencia del a n a ín a
debido a su especificidad y a su singularidad, puede conducir a éL ¿Jenaic
también a que este "olvido" en tomo del c u al gira la rememoración, es rorreJativo
al hecho de que sólo por haber entrado en el lenguaje se ha constituido el su jeto
en cuanto tal. él no preexiste al lenguaje. La práctica dei psicoanálisis opera ur_a
reducción excluyendo cualquier oun recurso que no sea ia palacra; con ello, es
apto para lle\"ar de nuevo hacia ese "olvido", hacia aquello con jo que se hace «
sujeto. Haciendo esto, conduce a los límites de lo enunciabie. v per ío tamo
también de lo analizable. Pero aún es preciso, y ésta es ia condición de d&sj-
bilidad del análisis, que ¡a rememoración opere en éi bajo ei unpe no de ia
transferencia analítica, que se haga por ser enunciada al analista ta cjar.;o
'supuesto saber'. Por ia transferencia analítica, ia disyunción dei saner y -a
verdad se instala en la experiencia del análisis y gobierna er. ella a ía
moración que. en estas condiciones, puede volver a llevar a eüa, Tooo ei saoer

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¿A P A U L IÍE N K Í

de la rememoración queda entonces en entredicho por es.» posición tic verdad


que la transferencia analítica sostiene, dentro de los limite* Je este sostén. hl
-pase* lleva, pues, a los limites de la transferencia analítica. ¿Como puede
sorprender que sea un momento de vacilación de tonalidad depresiva, de
subibaja, si es atravesado allí donde el sujeto puede advenir, y por lanío tdll
también donde puede desaparecer en cuanto tal?¿Como puede sorprender que
se llegue a tí a reculones, si conduce a una posirlon pslcóltca en el campo de
la transferencia analítica? Pero el pase es asimismo el momento en que, tras una
prolongada decantación, el najpeoel inconsciente puede ser forrado,* donde el
saber Inconsciente Isaber cuya verdad, como la de las geometrías no euclid lanas
antes de ser reconocida, ya estaba escrita en otra parte), puede ser reconocido
como tal y. por este hecho, puede "salvar' al saber de la rememoración, ron sus
blancos, sus lagunas, sus ficciones, cuya clave brinda.

Sujflo det psicoanálisis y suíeio (te la curtcia

A mi Juicio, el 'p a se' es aquello en referencia a lo cual cobra lodo su alcance


la afirmación de que 'el sujeto sobre el cual operamos en psicoanálisis no puede
ser sino el sujeto de la ciencia' en el sentido moderno, pues es el momento en
que en el análisis puede realizarse esa posición de sujeto, en que ya no es posible
escapar a la disyunción que la estructura. Dicho eslo, acto seguido conviene
acentuar una diferencia entre un mome nto como aquél cuyas grandes lineas he
vuelto a trazar partiendo de mi lectura de los textos de Causs, y lo que sucede
con el ‘ pase* en el análisis. Volvamos a la carta de Causs a Schumacher frehada
tí 17 de mayo de 1831. Ella muestra que aunque temía la acogida que podían
reservarle sus contemporáneos, más allá de sus titubeos Gauss estaba seguro
de antemano de que sus resultados acabarían por ser reconocidos, que lo que
tenia que decir al respecto acabaña por encontrar sus destinatarios, asi fuese
tras buen número de vicisitudes. ¿De dónde podía provenir esta certeza sino de
aquello a través de lo cual Gauss habla pasado, y de que un resultado
matemático establecido necesariamente ha de acabar siendo reconocido, asi
fuese de mala gana, por los otros matemáticos? Asi pues, lodo depende del
eslableclmento del resultado. Hacia falla, por Jo tanto, t í rigor anliquus para
sostener la certeza de Gauss, ese rigor que lo condujo aJ pase pero que también
garantizó el establecimiento de los resultados a los que podía conducir. En
consecuencia, t í calificativo de anttquus también debe ser tomado como
señalando al^o del orden de una transferencia, como apuntando a un 'supuesto
saber" en materia de rigor. Lo cierto es que si la IncerUdumbre sobre tí estatuto
del *V postulado* puede ser considerada como una suerte de blancoode laguna
en la construcción euclidiana, ocupado por la 'evidencia" empírica de este
postulado, cabe agregar que no fue llenado por tí reconocimiento de las
geometrías no euclidianas. Por lo mismo que se aspiraba a demostrar matemá­
ticamente este postulado, de lo que se tralaba era de llenar ese blanco.
Podríamos considerar estas tentativas de demostración como el equivalente de

• En francés, cortejarcée designa aí naipe que un ilusionista obliga a elegir, aparen­


tando dejar libertad de elección al participante. |N. T.|
I U • VISTA 3S

la rememoración rn el análisis M momento del reconocimiento de las geomc-


(n;w no euclldlanas rs xif|ii«-l rn que se renuncia a dichas tentativa» de demos
lr.trion. en que se adinlle su lini^osibilidad. rn que rsa imposibilidad deviene
concreta. realUAndosern las pe rs per Uva» que ella» abren En iodo esto, el para
lelo ron lo <|iie esta rn luego en rl análisis puede ser mantenido, snlvo en dos
puntos capitales. El primero rs que si el análisis apunta indudablemente a los
blancos de nuestra historia, a los agujeros en ruyo derredor se organizan la
memoria y los recuerdos, estos blancos sólo aparecen como lalesen la situación
de análisis. Es necesaria la transferencia analítica, y hasta la intervención del
analista que los señala, para que aparezcan como tales En secundo lugar, si
es cierto que el análisis solo opero por una enunciación ésta, en su letra, a
diícrcnrlade un resultado matemático, no tiene Interes masque para aquel para
quien ella es fallante y esperarla. Ella es para el anali/anle el camino de su
verdad en el sentido privativo. Damos aquí ron aquello por lo cual el análisis
necesita del analista y de la transferencia analítica en loque llene de especifico.
Pues, a fin de cuentas, la enunciación pretendida en el análisis sólo puede
operar si permanere detenida y espe rada, porque ella no tuvo su destinatario
en un momento de la historia del sujeto en que hubiese sido necesario que lo
tuviera para poder ser articulada y no faltar Asimismo, puede tratarse más
exactamente de lo que Lacan llamó 'Interlocución*. El analista en tanto el
análisis necesita de él debe poder ser. por lo lanto. ese interlocutor, ese
destinatario, aun cuando como persona no seria nada en la historia del sujeto.
Esto supone que en su relación con el analizante el analista se reduzca a loque
requiere ese ‘ poder ser", o sea muy poco de realidad, tan poco, de ser posible,
que no queden más que las coordenadas de una "interlocución* Y si esto es
posible es porque el propio interlocutor esperado no es nada más. Independien­
temente de la persona que puede servirle de soporte, que un ser de palabra.
Con el anttquus de su rigor. Causs no apuntaba a la persona de Euclldes.
sino más bien a lo que el texto de los Elementos convoca. Y aqui lo que cuenta
es que un texto semejante pueda hacer esta llamada, que a partir de un texto
semejante pueda anudarse algo de orden transferencia!, algo del orden de la
Instalación de un supuesto al saber para un sujeto. Esto se debe a que los
matemáticos ponen en Juego de una manera especifica el orden del significante
como tal. De ahi la Imposibilidad de que un resultado matemático no acabe
siendo reconocido por los matemáticos, no acabe encontrando a sus destinata­
rios. Asi podremos entender tal vez por qué razón el matemático, en su trabajo,
puede evitar reencontrarse como sujeto en una posición que. dado lo que
Implica ocupar la posición de sujeto de la ciencia, podría ser considerada como
pslcótlca. Más allá de la historia personal de los matemáticos, si algunos, y de
los más eminentes, terminaron en la locura, no fue su trabajo matemático el que
los condujo a ella. Muy por el con Lrario. gracias a su trabajo matemático habrían
Podido esquivarla. Pues existe ese hilo sin el cual no habrían podido dedicarse
a este trabajo. Durante su enfermedad. Cantor prácticamente dejó de hacer
matemáticas, consagrándose casi exclusivamente a Intentar demostrar que
Francia tíacon había sido el autor de las tragedias de Shakespeare. La verdad
para el matemático no puede ser su verdad en sentido privativo.
Para terminar, quiero llamar la atención sobre una consecuencia de lo que
afirmé acerca de la obra de Causs. de su lugar en la historia de las matemáticas.

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36 P A U L II E N N Y

consecuencia que en c ie r t a aspectos puede pasar por paradójica. Lo (pie he


dicho deja entrever que Lis matemáticas no habrían entrado en el orden de la
ciencia moderna sino mucho después que la Oslca. aun cuando la propia física
sólo habría dado este paso gracias a las matem áticas. Es evidente que esta
afirmación exigiría un desarrollo mucho mayor que el que podria darle aqui,
Pienso no obstante que en apoyo de esta conclusión pueden aportarse muchos
elementos, especialmente el examen del estatuto <!e las m atem áticas en la
aparición de la física moderna y en el periodo que separa este m om ento de la
historia de las ciencias respecto de la época de Causs. es decir, del estatuto de
las matemáticas particularmente en Descartes. Leibnt/. Pascal. Fennat. Desar
gues. Euler o Legen^-e.

NOTAS

t Agradezco profundamente a N Charraud las valiosas y precisas Indicaciones que


me permitieron rctlucir el texto de mi comunicación a dimensiones publlcablcs en este
libro .
2- El subrayado es nuestro.
3 Que hay que distinguir del procedimiento instituido en el marco de la Escuela
Frcudianade París.
IV

D ISC U R SO DE LA CIENCIA
Y D ISC U R SO DE LA HISTERICA

Fierre Naveau

La posición del sujeto de la ciencia está determinada por una intención, una
orientación, un vector.
Chercher [buscar"! viene de ciscare. que quiere decir "girar en redondo"
Contrariamente al circulo que la etimología sugiere, yo ilustro la posición del
sujeto de la ciencia por la flecha de un vector. Este vector es el deseo. Ahora bien,
el deseo del sujeto de la ciencia sOlo puede ser definido como tal en relación con
el discurso que le sirve de soporte, el de la ciencia. De ahi la pregunta; ¿Qué es
un discurso en el sentido de Lacan?

La estructura del discurso

Un discurso en el sentido de Lacan es una estructura de lenguaje, pero al


mismo tiempo, es una estructura sin palabra. Esta estructura está definida por
cuatro lugares y cuatro términos:
lugar lugar
del semblante del otro

lugar de lugar de la
la verdad producción

Esquema 1

El lugar de la verdad está ligado al lugar del semblante. El lugar del


semblante está ligado al lugar del otro. El lugar del otro está ligado al lugar de
la producción. El lugar de la producción está ligado al lugar del semblante. El

* En francés, clierchrur designa al Investigador en el campo científico. [N. T.|

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3H PIE R R E N A V E A U

lugar de la verdad está ligado al lugar del otro. Pero, entre el lugar de la verdad
y el lugar de la producción, no hay relación.
Asi pues, la estructura del discurso en el sentido de Lacan no es una
estructura cerrada sobre si misma, puesto que implica una Jisura.
Los cuatro términos susceptibles de venir a ocupar los cuatro lugares asi de­
finidos son: — El significante del poder que Lacan escribe S,; — el significante
del saber que Lacan escribe S,: — el sujeto que es representado por el significan­
te y que Lacan escribe $; indicando con ello mismo que el sujeto es representado
por el significante en tanto que lo representado falta, se borra al mismo tiempo:
- el objeto, por último, que Lacan escribe por medio de la letra a y que aqui es
abordado en tanto que el objeto es la causa del deseo.
Cuatro ro n e ra s de disponer los ruatro términos respecto de los cuatro
lugares definen cuatro discursos principales: - e l discurso del amo: - e l
discurso de la histérica; - e l discurso de la universidad: - e l discurso del
analista.
La cuestión planteada es la siguiente: ¿A cuál de estos cuatro discursos se
acerca el discurso de la ciencia?

El deseo del siijeto de ta ciencia

Definiré la investigación científica como un proceso que conduce a la


producción de un saber nuevo. Al proponer esta definición, reduzco la Investi­
gación científica a su vértice de eficacia máxima: (a (nuenctón. En este punto
limite cesa de ser una pura y simple Investigación. Cuando se alcanza este punto
limite, en el marco del discurso de la ciencia, el significante del saber viene
a ocupar el lugar de la producción (esquema I).
El saber nuevo dequ e se trata está constituido por la articulación simbólica
que el sujeto de la ciencia inventa. Puede ser, por ejemplo, una ecuación
matemática o una correlación estadística. Tratándose precisamente de esta
articulación simbólica, cabe hacer una puntuallzación acerca de la cuestión del
sentido. Desde el momento en que se permanece en el marco del discurso de la
ciencia y se sitúa uno en el punto preciso en que el productodel deseo del sujeto
de la ciencia es legible en la articulación simbólica por él Inventada, se tom a
evidente que un deseo de esta clase no es Interpretable en el sentido de la
interpretación pslcoanatitlca, donde no es posible dar un sentido a una ecuación
matemática o a una correlación estadística. En cuanto tal, una form ulase sitúa
más bien del lado de lo que no tiene sentido.
En relación con la cuestión del sentido que aquí planteo, esta fórmula posee
el mismo estatuto que la fórmula de la trimetilamina que aparece escrita en
aquel sueño de Freud conocido con el nombre de sueño de la Inyección de Irma.
En el final del relato de este sueño Freud indica, en efecto, que vio la fórmula
ante sus ojos "impresa en gruesos caracteres*. El sueño culmina con esta
fórmula enigmática, hermética, que se presenta como fuera del sentido,
excluida del sentido. Ahora bien, Lacan, comentando esle sueño, dice que la
fórmula de la trimetilamina es la respuesta a la cuestión del sentido del sueño.
En esle caso, la respuesta proporcionada por la fórmula de la trimetilamina
quiere decir que no hay respuesta última.
D IS C U R S O D E LA C IE N C IA Y D IS C U R S O D E LA H IS T E R IC A 39

Un discurso es. según Lacan. lo que define a un tipo especial de lazo social.
¿Qué caracteriza al lazo social definido por lo que llamé "el marco del discurso
de la ciencia? ¿Qué relación hay, en el sujeto de ia ciencia, entre el deseo de saber
y la pasión de la verdad?
Hay una antinomia entre verdad y saber. Esta antinomia es objeto de la
discusión del Menón de Platón por la vía de la oposición Introducida entre el
eplsleme (el saber) y la orlhós daca (la opinión verdadera). También Hegel evoca
esta antinomia en la Fenomenología del espíritu (pág. 310 del tomo II de la
traducción de Jean Hyppolite). precisamente refiriéndose a la ciencia.
Esa pregunta: '¿Qué relación hay, en el sujeto de la ciencia, entre deseo de
saber y pasión de la verdad?" me conduce a retomar el paralelo esbozado por
Lacan entre el discurso de la ciencia y el discurso de la histérica.

Punto de conuergencia

La definición que da Lacan del discurso de la histérica en "Radiofonía"


(Sctíiceí. N9 2-3. pág. 99) indica que el sujeto cuestiona en él al significante amo,
y que, de este cuestionamlento. el producto que resulta es la aparición de un
saber nuevo.
Sólo remitiéndonos a esta definición podremos comprender el alcance del
paralelo que esboza Lacan entre el discurso de la ciencia y el discurso de la
histérica: ‘ (...1 el discurso científico y el discurso histérico tienen casi la misma
estructura (...|\ dice en Teleuistón (París. Seuil. 1973).
El punto de convergencia entre los dos discursos reside en la posición del
sujeto con relación al saber. El sujeto de la ciencia, como el sujeto del discurso
histérico, es ante todo 'e l sujeto supuesto no saber nada". El sujeto de la ciencia
es el sujeto cartesiano, es decir el sujeto que ha hecho la experencla del
agotamiento del saber. Es un sujeto vacío, un sujeto vaciado de todo contenido
de saber.
El saber que está en Juego en la histeria no es el mismo, por supuesto, que
el saber de que se trata en el campo clenllllco. Pero lo importante es la posición
que toma el sujeto en relación con el saber y el lugar que se leda al saber en cada
discurso.
En el marco del discurso de la ciencia, el sujeto dirige su pregunta al saber
que sienta autoridad. El saber que sienta autoridad, en efecto, funciona corno
significante del poder, como significante amo S,. Opongo aquí saber antiguo a
saber nuevo: el saber antiguo es el saber ya constituido, ya acumulado. De esta
interrogación del sujeto de la ciencia que recae sobre el saber antiguo resulta,
com een el casode lahistérlca, la producción, el revelamiento de un saber nuevo.
Es este saber nuevo lo que denota el significante del saber Sj,
Este rasgo distintivo de lo que PlerTe Jollot denominó recientemente, en una
entrevista publicada por el Courríerdel C/VJÍS, "acto del investigador . Justifica
por si solo el paralelo establecido entre ciencia e histeria.
Hasta aquí, la estructura del discurso es la misma.

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40 P IE R R E N A V E A U

Punto de divergencia

La diferencia entre histeria y ciencia se debe a que el lugar de la verdad no


conoce la misma suerte en la estructura de cada uno de los dos discursos. Tal
diferencia consiste en que, en el caso del discurso de la histérica, la causa del
deseo, que Lacan escribe bajo la forma de la letra a, ocupa el lugar de la verdad,
mientras que. en lo que respecta al discurso de la ciencia, esto no sucede. Por
consiguiente, desde el momento en que se trata del deseo del sujeto de la ciencia,
como la causa del deseo no viene a ocupar el lugar de la verdad, éste permanece
vacio. Dicho de otra manera, la verdad no es lo que causa el deseo del
investigador Su preocupación (en el sentido heideggeriano del término) no es
enfrentarse con la verdad.
Una producción de saber sucede a otra y ésta vuelve caduca a aquélla. La
ciencia olvida la historia de la producción del saber. Sólo la última adquisición
del saber posee un valor de cambio en la comunicación científica. Este es el
punto nodal que estoy enfatizando: la operación que efectúa el acto del sujeto
de la ciencia no apunta a poner al desnudo la verdad.
Este punto de divergencia que aparece entre histeria y ciencia en cuanto a
la relación con la verdad, entraña que la posición del sujeto de la ciencia no es,
en el marco del discurso de la ciencia, una posición histérica, aunque el proceso
de producción del saber tenga la misma estructura en la histeria que en la
ciencia. Lo que el método de investigación científica procura evitar es, precisa­
mente. que el sujeto de la ciencia adopte una posición histérica.
En efecto, en lo que respecta a la actividad del investigador, la condición
previa que impone el marco ideal que seria el de la investigación científica es que
la problemática personal del investigador no debe interferir en su investigación.
Y si el investigador se compromete "en cuerpo y alma" en su actividad, si ésta
lo apasiona, ello en nada modifica esa exclusión de la subjetividad.
En el marco del discurso de la ciencia, el lugar de la verdad no está ocupado
por la causa del deseo. Esto es lo que movió a decir a Jacques-Alain Miller, en
su curso sobre ‘ La orientación lacaniana" (Departamento de psicoanálisis.
Universidad de París VIH, año lectivo 1981-1982) que el deseo del sujeto de la
ciencia es "un deseo sin causa".
El saber nuevo que la invención del Investigador saca a la luz es el producto
de un deseo del que él mismo no sabe cuál es la causa. Desde este punto de vista
se puede decir que la actividad del investigador se limita a cuestionar lo
simbólico. Si hay pasión, no se trata de la pasión de la verdad, sino de la pasión
de lo simbólico. El d< seo de saber se manifiesta en la productividad misma de
lo simbólico:

lugar del otro

lugar de la producción

Esquema 2

Identificar el deseo ce saber con la productividad de lo simbólico es un claro


D I S C U R S O D E L A C IE N C I A Y D I S C U R S O D E L A H IS T E R IC A 41

indicador de que el deseo de saber no debe entenderse en el sentido de que el


saber seria el objeto del deseo. El deseo de saber consiste en el hecho de que el
saber antiguo "es puesto entre la espada y la pared" de producir algo nuevo. En
este sentido, el producto del deseo es la manifestación del deseo. Es fecundo el
cuestionamiento del saber antiguo cuando se trata de producir un saber nuevo.
Pero la pasión por lo simbólico es experimentada, en el caso del investigador,
a expensas de la verdad. La que padece por obra de esta pasión, es la verdad.
No sólo queda vacio el lugar de la verdad sino que, más aun, se excluye que sea
tomada en cuenta por el discurso de la ciencia: "[...) la fecundidad prodigiosa
de nuestra ciencia ha de ser interrogada en su relación con este aspecto sobre
el que la ciencia se apoyaría: que de la verdad como causa, ella no querría saber
nada". (J. Lacan, "La ciencia y la verdad". Escritos. Seuil. págs. 855 y sigs.J.
Precisamente partiendo de esta repulsadle la verdad que caracteriza al modo
de funcionamiento del discurso de la ciencia. Lacan introduce la responsabili­
dad que le toca al psicoanálisis.
En efecto. Lacan define en estos términos la posición del psicoanálisis en
relación con la cien cia:"(.. .| la posición en que fijé al psicoanálisis en su relación
con la ciencia, la de extraer la verdad que le responde en términos de los que el
resto de voz nos es asignado" ("Proposición del 9 de octubre de 1967", Scllicel.
N- 1. Seuil. págs. 14ysigs.).
Asi pues. Lacan Imputa al psicoanálisis esta responsabilidad: recoger el
efecto de verdad que "responde' a la producción de un saber nuevo por la
ciencia. A este efecto de verdad Freud le dio un nombre genérico: das
Unbehagen. Lo que puede traducirse por "malestar" o por "síntoma".

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II

Etica del psicoanálisis y medicina

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V

LA F U N C IO N ETICA D E L PSIC O A N A LISIS

Serge Leclaire

Ante el tema de este coloquio no soy el único, por supuesto, que se planteó
la cuestión de saber en qué consiste una práctica social o. para ser más exactos,
qué cosa no seria práctica social. Yo pienso que un coloquio científico es
evidentemente una práctica social. Pero también podríam os preguntar: ¿qué es
el psicoanálisis? ¿Es una práctica? ¿Es una doctrina? ¿Es una ciencia?
Con razón o sin ella, pienso que el término "práctica social" se refiere a lo que
se ha convenido en llamar ciencias sociales. Pero en este punto adolezco de una
extrema Ignorancia, pues me resultaría muy trabajoso definir el objeto de dicha
ciencia: sociedad, cuerpo social, relaciones, form aciones sociales o. como vino
a decirse en el discurso psicoanalítico. lazo social. Estoy un poquitito más al
tanto, sin duda, y además muy aproximadamente, de sus métodos: las
encuestas, las estadísticas, las entrevistas que me interesan, evidentemente,
muy en particular. Pero, de lo que soy perfectamente ignorante es de lo que estas
ciencias sociales producen como conceptualidad propia.
Me parece que el psicoanálisis unido a este térm ino de práctica social se
encuentra, en esta práctica, para el caso este coloquio, cuestionado p o r diversas
razones. No tengo la sensación de que sea únicamente a causa de su práctica,
pues no estamos en una reunión de psicoanalistas que hablan de su práctica,
sino que se lo cuestiona, por lo menos, en nombre de la ciencia. En el fondo, el
término "práctica" me deja perplejo, pues la práctica seria lo que se opone a la
abstracción, a la conceptuallzaclón o, como se dice, a la especulación. Pero
entonces, en una reunión como ésta, práctica del coloquio científico, ¿no se nos
Invita acaso, aunque la tengamos, a una especie de "práctica especulativa?" En
cualquier caso se nos invita a una práctica de discurso, y ahi, como psicoana­
lista. me encuentro en un espacio familiar.

LA PREGUNTA ETICA

El discurso que en estas circunstancias entiendo proferir es desde luego el


45

----------------- ---------- ----- - j, „ HCU1,camenle: ¿como vivir con el otro?; Interro­


gante que es el motor de la experiencia psicoanalitica, pues no hay sujeto que
-■*I Inlpior I In I^ i
al iniciar un análisis no plantee esta pregunta, pregunta que puede adoptar
todas las modalidades, de lo banal a lo patético, de lo anecdótico a lo trágico.
Lo que me pregunto es cómo puede entenderse esto, cómo se puede
responder o no responder. Pues hay una dificultad primera: esa pregunta no es
solamente la pregunta del otro, es también la nuestra, y la vuestra. Y saben
ustedes por experiencia, cuando no por práctica, que no basta responder,
aunque ello no sea superlluo. al otro que viene a formularles esa pregunta: "yo
sé y voy a decirle cómo hago*.

ALGUNAS RESPUESTAS A LA PREGUNTA ETICA

Es indudable que en otras épocas que no han quedado tan atrás, para hacer
frente a la pregunta "¿cómo vivir con el otro?" bastaba con invocar el orden del
mundo, unasuerte de orden simbólico e inmutable, universal porsupuesto, una
especie de palabra de arriba que lo abarcaba todo, el conjunto de las reglas que
rigen las relaciones entre los sujetos: un orden universal ordenado por un ser
o principio supremo, el mismo paradigma de la existencia y del sujeto.
Era una buena solución y un buen modo de respuesta a dicha pregunta. Se
disponía asi de los principios de una respuesta ya preparada, y bastaba con
desarrollarlos en los casos particulares. Pienso que algunos de ustedes han
Intentado responder de esta manera a la pregunta del otro, hay que reconocer
que la cosa ya no funciona. O sea que siempre es posible invocar un orden del
mundo, una Ideología, un sistema, un orden simbólico que desarrollaremos en
una teoría, y de la que es posible tratar de convencer al otro: si por un tiempo
eso parece funcionar, no resiste apenas al uso de la vida.
Surge entonces la tentación, y no de escasa monta, de apelar no ya al orden
del mundo sino al orden de las cosas, tal como las ciencias nos han enseñado
a conocerlo. Este orden de las cosas nos induce a acudir a toda clase de ciencias,
principalmente neurológicas o neurobíológicas (conocen ustedes el éxito de El
hombre neuronal): a la biología, a la genética, a la bíogenétlca. a la química, a
la lis lea. a las ciencias de la comunicación a las ciencias económicas...
Hay en este movimiento una suerte de afán de responder a la pregunta ética
basándose en las ciencias exactas, llamadas "duras", por oposición a las cien-

el o la dUteultaJ es que esto tampoco funciona. A la pregunta del "¿cómo

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4 6 S E U G E LECLA1RE

vivir?', siempre podemos responder apelando a la figura del D NA o fabricar


medicamentos basados en lo que pudo aislarse de los neurotransrnlsores. y esto
funciona por un tiempo. como todas las nuevas terapias, sean las que fueren,
y luego deja de funcionar.
Lo cual nos coloca ante las limitaciones del recurso al orden del m undo o al
orden de las cosas, constreñidos por la experiencia de 'o b ra r con” el único "duro"
del que disponíamos.
¿Cuál es entonces este "duro' del que disponemos? Uno considerado com o
más bien Ouctuante y blando, o sea las palabras, la palabra y el lenguaje.
Materia insoslayable que el psicoanálisis ha elaborado verdaderam ente en un
dispositivo experimental que se instauró hace más de ochenta años y que no
cesa de s e g u ir elaborándose. Claro está que podemos añadir los afectos y toda
una serie ac representaciones, de construcciones teóricas, pero el único
auténtico duro con el que tenemos que trabajar son las palabras.
Bien merece la pena detenemos en ellas.

Unajisicrfogía de (as p a lab ras

Fiel a una suerte de tradición que penetra las paredes de la casa, y pensando
sobre todo en el Proyecto de una psicología para neurólogos de Freud, me digo
que este "duro" impone considerar las palabras con un enfoque científico. Pro­
pondré. pues, el modelo de una especie de fisiología de las palabras, la palabra
y el lenguaje; fisiología puesta en evidencia por el dispositivo experimental de la
cura psicoanalitica, cuyos elementos primeros les recuerdo en dos palabras:
alguien que habla y alguien que escucha, eso es todo. Es decir, un intercambio
de palabras y una presencia de escucha.
¿Por qué llamar a esto 'fisiología'? Porque pienso que no tenemos otro
recurso que considerar a las palabras como elementos naturales: es decir,
elementos que forman parte de la naturaleza humana, elementos materiales,
fónicos, escritos, inscribibles, reproduclbles, transmisibles y por lo tanto
‘ objetivos'. Y la disposición de estos elementos naturales que son las palabras
en habla, en lenguaje, sobre ¡os que el análisis recae, son constitutivos de la
naturaleza humana tanto como las núcleo pro teínas de una cadena de DNA.
Lo cual nos impulsa a indicar claramente en qué consisten los elementos de
una nueva ciencia dura, la "fisiología de las palabras". Las palabras no son ni
elementos sobrenaturales', algo que viene de arriba o de otra parte -a lo sumo
vienen de otro, en una serle degeneraciones, en una genealogía, en un sistema
de lengua, en una historia, en una civilización-. ni simples instrumentos, como
se tendería a pensar desde las ciencias de la comunicación, de la lingüística (o
e la luigüisíeria. como decía Lacan). Estas palabras, el habla y el lenguaje, no
son só o un instrumento o una herramienta; como decía ingeniosamente
Daniele Lévy en un reciente seminarlo del Colegio de Filosofía: "Habitualmente
se considera al lenguaje como una criada para todo servicio. Se le exige tener
clase, llevar un uniforme impecable, hacerse invisible y limitarse a ejecutar
íe en or enes, es eclr, las demandas. Es bien sabido que llegado el caso
la entonaremos como se entona un soneto. Incluso se le exigió perfección."
Entonces, ni elemento "sobrenatural' ni sólo Instrumento o herramienta.
L A F U N C I O N E T IC A D E L P S IC O A N A L IS IS 47

sino elem ento constitutivo de ia naturaleza humana.


Desde este momento, teniendo que admitir que estamos constituidos por
palabras asi como estamos constituidos por nucleoproteinas, hay que dar el
paso siguiente y considerar seriamente sus efectos y consecuencias. Es bien
sabido que. entre otras cosas, las palabras brindan la posibilidad de reflexionar,
de pensar, y de pensar en cosas que probablemente no preocupan a los otros
seres vivos: la relación con uno mismo, la relación con el otro, con la muerte;
cuestiones todas ellas, por excelencia, éticas.

UN MODELO 1NMUNOLOG1CO DEL INCONSCIENTE

Tales son los conocidos efectos del hecho de estar dotados de palabras. Lo
que a comienzos de siglo se conocía menos es que el hecho de estar constituidos
por palabras produce, a partir de este conjunto orgánico de lenguaje, una
especie de aparato, un sistema, un órgano podríamos decir, enteramente
específico que. desde el origen del psicoanálisis, se llama 'Inconsciente'.
A esta altura de mi exposición sitúo, pues, al inconsciente como un efecto
del hecho de que estamos constituidos por palabras. No caeré en la lngen uldad
de explicarles lo que es el Inconsciente. Les propondré simplemente una
metáfora científica, dado que el lugar se presta para ello, una metáfora
lnmunológica que, a fin de mantener la coherencia de una fisiología de las
palabras, pone en Juego la ficción -perfectamente realista, por lo dem ás- de una
fisiología translndivldual donde el sistema del lenguaje seria considerado como
lo que es, o sea un medio natural, por los mismos títulos que los elementos
líquidos, gaseosos, etc., un medio natural para el ser humano In statu nascendu
e Incluso inutero. Un medio que además califico de natural porque la dimensión
de naturaleza me parece prevalecer aquí lógicamente sobre la dimensión de
cultura (salvo entendiendo cultura como el conjunto de los efectos de la natu­
raleza de las palabras, del espacio de la palabra, del sistema del lenguaje).
Planteada esta "ficción" de una fisiología translndivldual. se trataría enton-
cesde considerar los efectos constitutivos de las palabras para cada cual, dando
por sobreentendido que. como todo el resto, las palabras son dadas por el otro.
En lugar de partir de la idea de una adquisición del lenguaje, como se
hablaría de la adquisición de una técnica, yo diría que hay una operación
metabóllca compleja de nacimiento a la palabra, que es algo completamente
distinto de la adquisición del lenguaje. Operación que yo consideraría como una
domesticación de las palabras que, desde el nacimiento, son aportadas por los
otros, más que como una apropiación o simple adquisición. Ella trae aparejada
toda una serie de fenómenos metabólicos, de asimilación positiva y negativa, es
decir de Integración pero también, y sobre todo, de rechazo, de olvido, de
transformación, de creación.
Podemos decir, en cierto modo, que la palabra llega al infanscomo un cuerpo
extraño aunque Infinitamente familiar, y que este cuerpo extraño, al igual que
un virus cualquiera, da lugar a la producción de anticuerpos que tienden tanto
a asimilarlo como a expulsarlo. Me detendré particularmente en esta produc­
ción de anticuerpos pues, en esta ficción fisiológica, ellos no van a eliminarse
ni a desaparecer: los anticuerpos producidos por las palabras del otro no se

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48 S E R C E L E C L A IR E

eliminan jamás. Permanecen ahí. Form an parle de una suerte de sistem a


inmunológico y aseguran la singularidad del sujeto en la misma form a que un
sistema inmunológico asegura las defensas específicas de) individuo. Estos
restos, que se acostumbra no tom ar en cuenta, constituyen el fundam ento de
lo que llamaré la identidad real del sujeto.
El inconsciente seria más bien de este orden, es decir un conjunto h etero­
géneo de los efectos manifiestos de la apropiación de las palabras y de los efectos
latentes correlativos a esta apropiación, o sea. una producción de anticuerpos.
Conjunto que sólo aparece y alcanza su estatuto por obra de la escucha
psicoanalitica. Pues, hasta entonces, sólo se habían tom ado en cuenta los
procesos de apropiación de las palabras, cosa que hoy en día puede realizar
cualquier memoria artificial, pero se había descuidado considerar el correlato
de este p r o e j o que hace que cada pa'abra 'a d q u irid a ' esté rodeada por una
constelación latente de "anticuerpos", palabras secretas de la infancia, verda­
dera lengua original más que a menudo olvidada, que no se recobra sino
escapando al buen sentido de las palabras codificadas,

UN SISTEMA DE INADECUACION

Asi se presentaría el inconsciente a partir del dispositivo experim ental del


psicoanálisis: como un sistema más bien surrealista, porque en él reina la
heterogeneidad, una lógica contradictoria donde A también quiere decir B. una
temporalidad imposible de vectorizar con simplicidad. En síntesis, un sistema
de apariencia surrealista pero, al fin y al cabo, fantásticam ente real, en el
sentido de que la práctica y la experiencia nos prueban que siem pre nos
topamos con eso. Sólo ahi encontramos verdaderam ente algo "duro".
El "aparato psíquico" asi denominado por Freud, es un sistem a caracteriza­
do por el hecho de que nada se combina en el sentido de la adecuación. Nada
encaja, pero eso funciona, y muy bien. He aqui el tipo de sistem a o aparato ante
el cual nos hallamos debido a que estamos consUtuidos por palabras, es decir,
con un inconsciente: un sistema donde reina, en sum a como dueño y señor, un
principio que propongo denominar principio d e inadecuación.
La satisfacción buscada no coincide con la satisfacción obtenida, o bien la
satisfacción obtenida no coincide con la satisfacción buscada. La representa­
ción consciente no coincide con la representación inconsciente. La palabra no
coincide consigo misma. Mejor que dem orarme en un ejemplo los remito, sen ­
cillamente. al famoso interrogante de Raymond Devos: 'Q uand done remonle-
ra-t-on la mer démontée?’*, o al fantástico "pianocktail" de Boris Vian.
Inadecuación inte. .ia de la palabra a sí m isma pero también inadecuación
externa de la palabra a la cosa, de la identidad al sujeto, del yo al otro. Todo el
problema de la alienación. Y. sobre todo, no adecuación de mi sexo a] otro. Es
decir que la maravillosa imagen de complementaridad de los sexos que
persevera en la nostalgia del andrógino revela ser, también ella, totalmente
defectuosa.

E ntre v a n o s se n tid o s de e sta frase s e se ñ ala n : " ¿ C u a n d o s u b ir á e l m a r q u e b a jó ?


y ¿ C u á n d o cru za re m o s e n to n ce s el m a r e n c re sp a d o ? ". C om o s u e le s u c e d e r c o n los Ju egos
de p alabras, éste no p a s a a la tra d u cció n com o tal. |N. T.l
L A F U N C IO N E T IC A D E L P S IC O A N A L IS IS 4 9

Es evidente que el principio de Inadecuación que rige el funcionamiento de


este sistema asesta un serio golpe al estatuto de la verdad, y saben ustedes que.
incluso para quienes no son filósofos, el estatuto de la verdad corresponde
todavía al orden de la adecuación de la Inteligencia a las cosas.

ESCRITURA DE LA INADECUACION

Se plantea entonces el problema de producir una escritura que formule la


inadecuación y dé cuenta de la originalidad de la cosa psicoanalitica. Lacan se
aplicó a ello a lo largo de toda su obra.

I. El significante

Como ya se ha podido adivinar, el elemento principal de esa escritura es la


consideración de la unidad funcional inconsciente, tal como 1a hemos abordado
e intuido con nuestra ficción inmunológica, o sea como una constelación cuyo
núcleo virtual es una palabra del otro en tomo de la cual gravitarían cierto
número de anticuerpos; estos anticuerpos se caracterizarían esencialmente por
su función no significativa de representación inconsciente, de carga libidinal.
Unidad funcional que Lacan denominó significante, tomando este término de la
lingüística saussuriana, y poniendo asi el acento en la materialidad fónica de
la palabra, más acá o más allá de su valor significativo. El significante, unidad
de principio de la escritura lacan lana de la inadecuación, se escribe S. Su
propiedad fundamenta] es la de articularse con una serie de otros significantes
que forman cadena o red, serie que se escribe, pues. S, - Ss- S3. etc. Recordemos
además que el valor de significación no entra sino ocasionalmente en la
determinación de la red de articulación de los significantes, en cualquier caso
menos que su forma o su carga libidinal. A semejanza del núcleo atómico, que
constituye a la materia, podemos decir que el significante, unidad funcional in­
consciente, cumple una doble función: por una parte, dar consistencia signifi­
cativa a la materia verbal, muy bien representada por el conjunto de los
diccionarios, donde cada término tomay da su sentido a los demás, una función
en cierto modo defijacióny que permite cierta adecuación de las palabras a las
cosas. Pero por otra parte, contrariamente a la opinión común, y éste es el
aspecto más importante de dicha unidad funcional, en todos los puntos del
conjunto de las palabras el significante es portador de una función o potencia
de fisión que es fácil representarse y experimentar no bien se libera a los
anticuerpos de su gravitación exclusiva alrededor de la palabra del otro y de su
relativa fijeza en los sistemas de significación y comunicación. Física nuclear o
m oderna alquim ia, basta con extraer al azar el cuerpode la concordancia para
que la danza se reinicie y el oro puro, fresco o duro, se ponga a circular, la
reacción en cadena no hace más que comenzar.
Sin embargo, pronto se advierte que la mera formulación de la cadena
significante: S. - S, - S,. no basta para constituir una escritura pertinente de)
sistema de la inadecuación. Por si sola ella reconstituye una homogeneidad,
cualquiera que s e a e l carácter contradictorio del elemento significante, y t.ende
inclusive a imponer una nueva hegemonía: 'n o hay más que significante

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50 S E R G E LECLA1R E

íf. El objeto

Pues bien, no: sea cual fuera la potencia indefinida del significante y su valor
de emblema del 'o ro puro" de lo simbólico, la experiencia psicoanalilica no cesa
de colocar al interpretante frente a los limites de su jactancia: A + B nunca
igualará simplemente a C; siempre habrá una x que resurgirá de la puesta en
relación y de la articulación de A + B, por pertinente que sea. que debería
simplemente poder resumirse en C: una suerte de pérdida intrínseca a la
escritura de A 4 B = C que podría imaginarse como la pérdida de energía, por
Ínfima que sea. ligada a la operación de formulación y escritura. Pérdida que
puede empero formularse, tan pronto como se postula, con suficiente conse-
cuer ia en relación con la experiencia psicoanalítica, que ni A ni B son jam ás
reducibles a su estricta conformidad con ellos mismos. A tal extrem o que al
plantear A. im pongo a A una rigurosa identidad consigo misma, sabiendo al
mismo tiempo, pero sin tomarme el trabajo de sacar las consecuencias, que por
el solo hecho d e repetir su formulación. la primera A será diferente de la segu nda
A, que en suma, al mismo tiempo que postulo A = A. traslado a pérdidas y
ganancias el hecho de la Inadecuación (asi fuese infinitesimal) A * A. La lógica
de la experiencia analítica impone la escritura, la consideración de esa pequeña
xcorrelativa a toda formulación o escritura: no bien planteo A + B = C. tengo que
escribir simultáneamente, sobre otro renglón, en otra colum na o Incluso en otro
registro, lo que a causa de esta escritura dejo caer. Este resto es lo que Lacan
formuló como objeto a y que escribió simplemente como a. resto inapresable de
toda operación de formulación o escritura.
Queda asi promovido un segundo término de la escritura de la inadecuación
con el cual entramos por fin en una heterogeneidad verdadera: a n o se especifica
por una singularidad, como la serie S, - S, - Sr Producto o causa de la
articulación significante, no es más que una función, marcada como a, pero que
resulta, estrictamente hablando, anónima aunque constantemente determ i­
nante. como vienen experimentándolo los analistas desde hace mucho tiempo,
enfrentados como están desde siempre con el inasequible -pero no por ello
misterioso- objeto de la pulsión.

Ul. E l sujeto

El tercer término necesario a la escritura de la Inadecuación consiste en un


efecto testigo de esa paradoja de escritura que consiste en tom aren cuenta, en
una secuencia, dos términos absolutamente heterogéneos e irreductibles, o sea
el significante y el objeto o. de una manera más general, el símbolo y lo que
escapa a la operación de simbolización; lo que conduce a la operación a repetirse
en forma incesante. Efecto de facilitación más que de huella. Insidiosa pero
irreversiblemente constitutivo de un espacio diferente del de la compatibilidad,
de la no contradicción, en elque nos hemos habituado a creer sean cuales fueren
las Irrecusables desmentidas que nos aporta la experiencia, ese efecto de
facilitación hacia un espacio donde las palabras y las cosas se arUculan en una
activa Inestabilidad es, hablando con propiedad, el del sujeto. Asimismo, este
efecto testigo de la relación de heterogeneidad radical entre £ y a se denomina
LA FUNCION uü Ca DEL PSICOANALISIS
51
sujeto, o mejor aún función sujeto: fue escrito por Lacan como 6. Instancia de
articulación de lo mcompaUWe, no constituye en absoluto una . u t a i a n c S o i í
esencia; a lo sumo, el indicio de una existencia pos,ble. y es sabido que el destino
psicoüco consiste precisamente en que las vias de tal facilitación permanecen
inexplotadas.
Aqui conviene señalar que. pese a la identidad de la palabra sujeto aqui
empleada, el concepto psicoanalitico de sujeto tal como se desprende de la
experiencia psicoanalitica y tal como fue elaborado por Lacan. no cuenta con
ningún modelo en la historia del pensamiento. Es un concepto nuevo en el
sentido de que no puede equipararse a ningún concepto ya existente, ni
filosófico en sus múltiples acepciones, ni psicológico ni antropológico, y ni
siquiera lingüístico. A lo sumo puede acercarse al concepto de sujeto de la
enunciación, pero también se separa de él pues no está concebido como punto
focal de aquello que v a a organizar el sistema de discurso, ni agente ni causa,
sino como un efeclo del discurso constituido por una serie de significantes y por
la pérdida objeta) que le es correlativa.

IV. £t significante amo

Como principio de toda cadena significante, podemos ahora dar su especi­


ficación a lo que hasta este momento y sin más comentario habíamos escrito S,.
es el significante que. en una cadena o una red, representa al sujeto para otro
significante. Si es intrínseco a la función del significante el poder virtual de
representar al sujeto, el discurso -no pstcótieo- se construye por el hecho de
que en un momento dado sea un significante y no otro el que represente al sujeto
en una concatenación significante. Esta es la especificidad del cuarto término
de la escritura de la inadecuación S, o significante amo, en cuanto ordena una
secuencia, un discurso. Y también porque, al representar de este modo al sujeto
como efecto testigo de su propia heterogeneidad de significante respecto del
objeto, asegura la función fundamental de tomar en cuenta, en la serie de las
palabras, lo que no cesa de escapar a su dominio, resiste a ellas y les confiere
todo su peso. Si llega ocurrir que St no esté, bien sea porque la función del sujeto
desfallece, bien sea porque S, está forcluido, en adelante la serie de las palabras
no será más que un discurso esquizofrénico o delirante.
Por lo tanto, cuatro términos: Sj, Sa, a, $; se escriben sobre dos lineas y en
dos columnas
S 1 S2

y trazan cuatro lugares que permiten una permutación circular de los cuatro
términos, mediante otros tantos cuartos de vuelta; disposición que permitió a
Lacan elaborar, según los lugares ocupados por cada uno de los términos, a
escritura de por lo menos cuatro discursos como otras tantas posiciones
postbles para dominar, actuar, s o s t e n e r o denegar el principio de ina ecuac on
y el efecto de verdad que le es coextenslvo. (Véase Scilícel, N . pag-
du Seull. París. 1970).

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S K U G K L E C L A IH E
?2

LA FUNCION SUJETO

La producción de esta escrituro mínima del principio de Inadecuación


impuesta por la experiencia psicoanalitica no carree de consecuencia» l > una
manera central, aporta a las ciencias humanas y sociales los elem entos
necesarios para la elaboración de una conceplualidad original donde las
iwctones de sujeto v objeto se renuevan radicalmente con la toma en consldr
radón de una unidad lirnclonal inconsciente, el significante. t í l f l conceplua-
lidad nueva proporciona los medios p ira explicar “teóricamente y sostener en
la práctica lo que constituye el campo especifico de las ciencias humanas (y
sociales), es decir, las leyes de funcionamiento del habla y del lenguaje y.
singularmente, la determinación del sujeto por el lenguaje.
En particular, esta formulación de los 'cu atro discursos" da consistencia
conceptual y "cuerpo de escrilura’ a la imprecisa noción que s«r enunrlaba como
criatura, individuo o persona humana, produciendo el concepto pslcoanalilico
de sujeto. Se adivina que esle sallo conceptual que hace del sujeto un efecto del
discurso y subvierte la tenaz representación de que él serla su causa, no carece
de consecuencia ética.
Si el sujeto procede de una determinación de lenguaje y. con esle carácter,
constituye una Junción determinada, él surge finalmente de la connotación de
singularidad Indecible en que se condensan, aun bajo los auspicios de la
psicología abisal, las remanencias de una sólida tradición oscurantista. El
conjunto de singularidades de las que no cesó de ser paradigma, manifiesta no
ser obra ni del espíritu de Dios, de un alma, ni del indivisible núcleo del ser. ni
tampoco obra de una determinación exclusivamente cromosómlca. sino espe­
cíficamente un hecho de discurso: es una función de conmutación alternante
y doble que conjuga en cada historia, y de modo singular, el encadenamiento
de los significantes que la constituyen y el resto Incontable de su concatenación.
En tal carácter, no obtiene consistencia, como se ha dicho, sino por ser
representado por un significante, sin que esta representación coincida nunca
con la función misma. Pues la representación (o Incluso su escritura: 5,) es
inadecuada a toda re presen tatlvidad. como no sea para otro significante. Que
S, representa al sujeto para otro significante quiere decir únicamente que para
el otro es signo de la heterogeneidad radical del objeto en relación con la
consistencia propia del significante, y signo de una exlraneza señalada en una
constelación determinante del tipo de la inadecuación del objeto al deseo que
él anima.
Se comprende entonces la necesidad de concebir en forma diferente las
relaciones entre los sujetos que constituyen el objeto de la ética.
Las relaciones a elaborar son relaciones entre conjuntos complejos y
estructurados, pues ni £ (el sujeto) ni S, (el significante que lo representa para
otro significante) pueden suplantar pura y simplemente a las nociones tradicio­
nales de criatura, individuo, persona humana, ni tampoco a las diversas
acepciones filosóficas o psicológicas del término sujeto. La singularidad del
"sujeto", en el sentido pslcoanalilico. reside primeramente en la articulación
que él sostiene con el efecto de resto (objeto o) producido por una serle
significante (S ,- S,...) determinante de la posición del sujeto en el sistema del
habla y del lenguaje. Esle sistema es. en síntesis, el de la energía deseante
[> K1JNCIOM U F A M 'l m rriA W A lJS tS S'J

conviene precisar. en efecto. aunque hasta el momento no lo hayamos n u in tia


d o e n forma explícita. que el principio de Inadecuación que h em m enJatlzaclo es
ante torio la form ular km Hr| sistema del desec>dcl q u e e l Inconsciente e s . si .<*e
nos perm ite la expresión, el lugar nalural. El animal humano, al ser un animal
presa cíe la palabra. se halla capluradoen un esparlode deseo, ye llo por el hecho
insoslayable de que la palabra es diferente de la coaa. Lo cual implica que ningún
ob|eto. aun si puede responder a una necesidad, es rapa/ de cegar esa diferencia
por ninguna adecuación, complemenlarldad o totalidad; en resumen. qu<e
ningún o b je to puede satisfacer a! deseo Pues siempre queda, entre la palabra
y la cosa, enl rr la expe ríe nc la dr satisfacción y la* palabra» de su recuerdo o de
su proyecto, una Irreductible distancia que es el deseo mismo.
El sujeto, en el sentido psicoanalitico del termino, es en cierto modo la
función testigo de esa distancia en la singularidad de cada historia, loespecifica
el recuerdo, ajeno a la memoria, de una mítica y sin em bargo bien real
experiencia de 'prim era satisfacción' Y si p^/Jemos. ya que no representárnoslo
por lo menos escribirlo, será en una doble relación. Por una pane, repitámoslo,
relación con el efecto a. resto de una serie significante

a
determinante de su posición en el sistema de la palabra y del lenguaje. Relación
que por tanto puede escribirse: fe 0 a. relación del sujeto con eí objeto que
formula ai fantasm a en la escritura lacaniana. Relación, por otra parte, con un
significante S, que lo representa, como habíamos dicho, en una sene significan­
te singular y especifica.
En suma, para concebir un modelo de lo que sería el sujeto fundador de otra
fctlca. podemos escribirlo al menos como un conjunto complejo:

S O a

Lo cual, después de todo, es mejor que intuirlo o imaginarlo. Lo que se lee. S,


representa p a raS , una función sujeto. í . que a su vez es el efecto testigo del resto
incontable, a, de una articulación significante singular S3 - S,; significante por
ser huella, ajena a la memoria, de una experiencia de insatisfacción.

HACIA OTRA ETICA

No por ello se puede decir que para abrir las sendas de otra fctica sea
suficiente, sim plem ente, con sustituir por la escritura del fantasma inconscien­
te. S 0 a, la noción tradicional de sujeto. Pero admítase que n o es éste el sitio
adecuado para desplegar p a sca paso las consecuencias de estos prolegómenos
eso tendrán que hacerlo todos aquellos que se sientan verdadera y vitalmente
Involucrados por este trabi-jo en curso.

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54 S E R C E L E C L A IR E

A to sumo puedo evocar aqui. aprovechando este encuentro, una vía de


investigación que. en lo que atañe a las ciencias humanas y sociales, nos
reclama a todos. Se trataría, partiendo de la escritura del principio de inadecua­
ción que les he propuesto, de la elaboración de las estructuras elem entales del
lazo social.
Primero habría que examinar las consecuenc ias de la doble poten clalidad del
'átomo* significante (véase pág. 45}. la de fijación por una parte, que es la mejor
conocida como fundadora de la significación, y la de fisión por la otra, de
descomposición de los elementos que la constituyen, potencialidad por la que
se abren las vías de un fuera-del-sentido y la fulgurante puesta en evidencia de
la Inadecuación de las palabras a las cosas. Encuestas y estadísticas confirm a­
rían fácilmente u.i consenso masivo de las personas interrogadas sobre la
función significativa de la palabra, y en consecuencia sobre la potencialidad de
fijación del significante; pero apostaríamos a que pocas personas interrogadas
entenderían que la pregunta afecta a su potencialidad de fueia-del-sentido.
Experiencia que nos daría la seguridad de que sólo existiría consenso en cuanto
al sistema de adecuación de las palabras a las cosas [lo que de (odas formas se
ve contradicho por la experiencia); la posición más común resultaría ser el
desconocimiento o la repulsa del fuera-del-sentido de las palabras. Corrobora­
ción que permitiría deshacerse de la ilusión de que hay o puede haber una
disposición colectiva de la enunciación, hipótesis sobre la cual se basan
implícitamente todos los discursos sobre lo social y todos los discursos
denominados colectivos. Lacan denunció esta ilusión ya en 1969. Pero, a
contrario, podríamos afirmar por experiencia que no hay otro colectivo que la
disposición de las resistencias a las potencialidades de fisión del significante;
dicho de otra manera, a la lógica del inconsciente.
Consiguientemente habría que examinar, partiendo de lo que así constituye
comunidad, los efectos de esa disposición colectiva de la resistencia sobre la
representación de la función de sujeto; se advertiría entonces que. en la lógica
de esa disposición, conviene ante todo que un sujeto esté sometido al sistema
de la resistencia y que, en ei discurso del que es agente, nada venga a contrariar
el Imperativo común de resistencia a la supuesta malignidad de lo que no seria
el buen sentido.
Con este fin, lo colectivo resistente está dispuesto a todo, incluso a afirmar,
despreciando la evidencia cotidiana, que habria objetos apios para Llenar la
distancia del deseo y. más aun. para prometer fabricar los objetos del bien vivir.
Tales son, en resumen, los tipos de imperativo que rigen lo social.
, luego, ei psicoanálisis nos invita a la elaboración de una ética
VI

PRACTICAS D E LA EN FER M E D AD
Y DE LA MUERTE

Enróle Raimbault

En la práctica médica llamada científica, la cancero logia constituye un


dominio privilegiado para el estudio de la realidad psíquica. En efecto, las vastas
playas de ignorancia que aún permanecen presentes en el terreno de los cono­
cimientos sobre las enfermedades cancerosas, dan lugar a innumerables y
heteróclitas Investigaciones fundamentales y clínicas mientras que. al mismo
tiempo, las cuestiones planteadas por los excluidos de la ciencia, es decir los
sujetos Involucrados, ya sea que pertenezcan al campo de los asistidos o al de
los asistentes, se hacen cada vez más insistentes.
Unos y otros quedan simultáneamente expuestos a los avatares de los
fracasos de la ciencia pero también, y esto se conoce menos, a las sorpresas y
paradojas de algunos de sus éxitos.
En efecto, contrariamente a los modelos que se ensenan en la Universidad,
la práctica médica, incluso la llamada 'd e punta', se compone de una mezcla
inextricable y confusa de complejos procedimientos científicos e interacciones
subjetivas entre sujetos que se presentan, unos demandando reparación y los
otros en posición de presunto saber y de presunto p o d er pero en ambos obran
fantasmas diversos, ideologías y hasta mitologías, raras veces mencionados
explícitamente.
Balint supo poner en evidencia que en toda práctica médica corriente estaría
operando una suerte de eficacia simbólica, aunque casi siem pre a espaldas de
los dos protagonistas.
A l igual que en otros terrenos, en el ámbito de la cancerología la medicina
hospitalaria actual no representa más que una variante sofisticada del libreto
fundamental descubierto por Freud y que se repite de una época a otra y de una
cultura a otra, esto es que. a través o a partir de un sufrim iento corporal del
sujeto humano, lo que está en juego es su relación con el deseo, con el
inconsciente y con el otro. Este funcionamiento puede explicarse en parte si se
admite que. en el cuerpo social, el médico presentifiea a la muerte. No es
contradictorio que dedique su tiempo a luchar febrilmente contra su retom o o

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56 E M 1LE R-V1M DAULT

a rellenar incansablemente ese lugar horriblemente vacio, pues éste es precisa­


mente su signo La muerte seria asi la otra cara del gran OLro. pero un gran Otro
eternamente silencioso, por estar vacio de significantes.
Volvamos ahora a la práctica e ilustremos el tema de nuestra exposición con
alcunos ejemplos de la clínica hospitalaria en el tan controvertido ámbito del
iratamienlo de las fases terminales.
Si los debates sobre la eutanasia suscitan pasiones tan ardorosas, pasiones
que se alternan, es verdad, con más que densos silencios, es porque movilizan
pulsiones y fantasmas particularmente perturbadores para nuestro orden
consciente y normalizado. Desear morir, tanto como desear la muerte del otro,
producen igualmente horror, lo mismo que, para algunos, el miedo de ser aban­
donados al sadismo de los terapeutas omnipotentes.
Cuando estos deseos y estos fantasmas toman cuerpo en la realidad hospi­
talaria, el escándalo es todavía más intolerable. Esta es la suerte de la medicina
'de punta’ : asistentes y asistidos no pueden vivir en ella sino a condición de
hablar lo menos posible de estas realidades. Pero hay un riesgo: el de que lo que
no se habla, se actúe. El pasaje al acto elevado a la condición de código de
conducta reina en la vida hospitalaria cotidiana. Nos hallamos en guerra contra
un enemigo temible: la enfermedad de riesgo mortal. Todos nosotros estamos
movilizados para actuar como sea contra un mal que amenaza destruir y matar
tanto a nuestros prójimos como a nosotros mismos. En esta batalla sin merced
no es posible ningún respiro: hay que actuar en todo momento, de preferencia
sobre el otro, sin duda, pero muy a menudo al precio del propio sacrificio.
Quienes se encuentran fuera de este campo cerrado idolatran a estos héroes
de la lucha contra el enemigo Interior. Otros, por el contrario, hacen caer sobre
los supertécnicos la sospecha de buscar la victoria sobre la enfermedad aun al
precio de la destrucción del paciente en su cuerpo y en su dignidad de hombre.
Pero, ¿qué sucede en realidad?
Las condiciones actuales son muy diferentes de las que existían cuando
publicamos nuestro pnmerensayo |Ladélivrance. Mercure de France, 1976). En
efecto, los progresos alcanzados en el tratamiento del sufrimiento y la agonía,
pero también de todos los síntomas corporales que agobian a los pacientes de
fase terminal, deberían permitir que la m ayor canUdad de agonías transcurrie­
ran en condiciones relativamente serenas. Además seria precisoque los equipos
tuvieran todos una buena formación técnica, pero también una escucha y un
tacto suficientes como para que las delicadas relaciones humanas de estos
dolorosos momentos no se estropearan torpemente.

Primer caso: Vera

Al comienzo de su enfermedad, Vera tiene veinticuatro años. Está casada y


es madre de un niño. La leucemia se descubrió cinco meses después del parto.
Toda la familia es impuesta del diagnóstico, menos ella.
Ira s algunos meses de tratamiento y una serie de entrevistas psicológicas,
era pide que le confirmen el diagnóstico que ha estado elaborando. Progresi­
vamente consigue integrar la catastrófica información asi como el riesgo mortal
que corre, por cuanto está dispuesta a creer en la posibilidad de una curación.
P R A C T IC A S D E LA E N F E R M E D A D Y D E LA M U E R T E 57

Tras una breve remisión, sufre una recaída v esta vez la remisión es
imposible de obtener. Vera es parcialmente informada de su estado pero
dejándosele abierta la esperanza de reanudar el tratamiento en cuanto sea
pos.ble. Despues de una acalorada discusión entrem édicosy enfermeras, éstas
consiguen que se deje salir a la muchacha sin tratamiento v q u e permanezca
el mayor tiempo posible en su casa con su mando y su hijo (que cumplirá años
dentro de un mes).
Por vez primera, el marido telefonea y visita al médico. Pide explicaciones y
confirmación del fracaso terapéutico. Es también La primera vez que acepta
hablar con la psicóloga y que menciona abiertamente la muerte de su mujer, la
preparación del final de su vida y los proyectos que hace para él y su hijo una
vez desaparecida aquélla. Decide informar él mismo a la familia y presta su
acuerdo para una abstención terapéutica y para ei retomo de Vera a la rasa.
Durante vanos meses se mantiene a la enferma en su hogar con ur.a
quimioterapia muy ligera y frecuentes retornos al hospital. En ocasión de una
consulta presenta una ictericia importante, hematomas en la cara y hemorra­
gias oculares. La acompañan su m aridoysu hermano, y mientras Vera está con
el médico la psicóloga puede conversar con ellos. Los dos saben ahora que las
cosas Irán m uy rápido, y el hermano expresa el deseo de una hospitalización
para los últimos momentos. Habla también de su temor de que se deje sufrir
inútilmente a su hermana y pide seguridades de que se la calmará aun a nesgo
de acortarle la vida. Durante todo este tiempo el marido permanece en silencio,
limitándose a mostrar su conformidad con las manifestaciones de su cuñado.
Esta vez también vuelve Vera a su casa, pero los médicos descuentan una
rápida re internación. Regresa, en efecto, unos dias después y la hospitalizan de
inmediato. Sigue presentando los mismos síntomas, a los que se suma una
disnea importante que, por lo demás, tolera aceptablemente. Adhiere al
diagnóstico de bronconeumonía que se le da y espera los resultados de la
antibioterapia iniciada. La irrita tener que volver a estar en el hospital y al mis mo
tiempo se siente segura en un servicio que conoce bien y entre enfermeras con
quienes ha establecido relaciones muy cercanas.
Habida cuenta de la lucidez que siempre ha demostrado, algunos se
asombran de que no perciba su inminente fin y de que crea a pies juntillas el
diagnóstico que se ha optado por darle, asi como la esperanza de "curación que
se le permite acariciar.
El hermano, enterado de la nueva hospitalización de Vera, llega al dia
siguiente del interior, y ante el estado de su hermana pide quedarse esa noche
con ella. Médicos y enfermeras aceptan su requerimiento. Aunque sea la
primera vez que un miembro de la familia se queda con ella por la noche. Vera
no se alarma.
Esa misma tarde su estado se agrava. El Interno de guardia telefonea al
médico responsable pidiéndole directivas sobre la conducta a adoptar \ propone
una desconexión por temor a que se desencadene una crisis de disnea mu>
angustiante para la enferma. El médico responsable presla su acue o.
interno discute la decisión con las enfermeras de noche, quienes se oponen a
esta solución y se niegan a efectuar la perfusión. El interno e e
efectuar él mtsmo la desconexión. Anuncia a Vera que a e 3» q -
contiene un nuevo antibiótico que espera sea más eficaz que e

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E M IL E R A 1 M B A U L T

Habituada a los frecuentes cambios de terapéutica. Vera no se alarma y en


pocos minutos se duerme apaciblemente.
Entre la conversación telefónica con el m arido y la muerte de Vera transcu­
rrió aproximadamente una hora. Cuando el marido llega, su mujer ya ha
fallecido y él reacciona con extrem ada violencia preguntando por qué no se lo
esperó para efectuar la desconexiórw Pero su cólera cede muy pronto gracias a
la presencia del cuñado y a la necesidad de tom ar rápidas decisiones para
llevarse el cuerpo de su mujer a su casa.

Le robaron su m uene

Al dia siguiente las enfermeras de dia. al conocer las circunstancias de la


muerte de Vera, atacan indignadas al interno. Una discusión con el equipo les
permite formular sus quejas: desde el principio todos habían ju gado limpio con
ella, y desde el dia en que ya no fue posible abrigar ninguna esperanza de
remisión, estimaban que los médicos la habían "embaucado*. Opinaban que
debió decírsele que iba a morir y proporcionársele todos los elementos a fin de
que pudiera decidir sobre su propia muerte. La fórm ula insistente era: "Le
robaron su muerte*, y se identificaron con Vera, diciendo que ellas mismas no
hubieran tolerado que se las engañase sobre un punto tan importante. La
dimensión identifica loria y la reacción pasional de las enfermeras impidieron
hacerles entender el aspecto positivo de la conducta de los médicos, esto es, que
Vera habla pasado varios meses en su hogar con su marido y su hijo y que habia
muerto sin angustia.
La imposibilidad de desbloquear esta situación produjo el efecto de dejar al
Interno ‘ en cuarentena", debiendo enfrentar a veces una feroz oposición a sus
indicaciones por parte de las enfermeras y la secretaria. Sin embargo, las
enfermeras nunca atacaron de frente al médico responsable, quien de hecho
habia apoyado y dirigido la decisión de desconexión a distancia.
Esta observación autoriza algunas reflexiones.
1 - Comprobado el fracaso del tratamiento, los médicos mantuvieron a Vera
con la esperanza de una reanudación ulterior del tratamiento, lo que le permitió
permanecer en su hogar y llevar una vida familiar prácticamente normal, a la
espera de que su 'fórm u la' fuese suficientemente apropiada como para reiniciar
un tratamiento curativo.
Esta decisión fue tomada por el jefe del servicio contra la presión de los
médicos, que querían seguir interviniendo a ultranza, pero con el apoyo de las
enfermeras y de la pslcóloga. Al parecer, la mentira sobre la real condición
médica de Vera (estaba desahuciada) no le impidió disfrutar de su vida familiar
y conservar buenas relaciones con el equipo.
En cuanto a éste, sus miembros daban por descontado q u ed e un momento
a otro Vera regresaría para pasar su evolución terminal en el servicio. Se la dejó
esperar, sin creerlo ellos mismos, que podría estar presente en el cumpleaños
de su hijo. Pero ella temía algo, pues adelantó la fecha para organizar una
celebración familiar.
2 — La revuelta de las enfermeras puede explicarse por su identificación con
esta paciente a la que sentían muy cercana por su edad, situación familiar y
P R A C T IC A S D E L A E N F E R M E D A D Y D E LA M U E R T E
59

medio social U s resultaba intolerable que hubiese muerto sin poder prever el
riesgo y eventualmente sin haber organizado su vida en consecuencia Era tan
vehem ente su deseo de saber, que adoptar esta actitud a sus espaldas sie-
nificaba "estafarla'. *
3 - ¿ Por qué se decidió la desconexión? Probablemen te el interno retrocedió
ante el riesgo de tener que soportar la agonía de Vera en un cuadro de crisis
respiratoria aguda. Tampoco quería que Vera, quien hasta entonces vivía
aceptablemente su enfermedad, tomara conciencia, con la Intensa angustia
previsible, de que tocaba a sus últimos momentos. Es probable que él mismo,
el entorno fam iliar y las enfermeras no lo habrían soportado.

Segundo caso: Interacciones equipo -familia alrededor de la muerte de un niño

Nos hallamos ante un conflicto entre médicos y enfermeras a causa de la fase


terminal de un niño de ocho años que desde hacia uno venia siendo tratado en
el servicio por una leucemia aguda mieloide.
Se había considerado la posibilidad de efectuar un injerto de médula. lo que
despertó nuevamente las esperanzas de sus padres. Por desgracia, a pesar de
la quimioterapia la enfermedad retomó su evolución, poniendo fin al proyecto
y a las esperanzas que habia suscitado. Los médicos tuvieron que informar a los
padres que ya no era posible ningún tratamiento y que podían volver a casa con
su hijo. Después de pensarlo, los padres declararon que preferían que la muerte
de su hijo se produjera en el servicio hospitalario, pues allí se sentían más
seguros y además no tenían valor para afrontar esta muerte en el hogar (sobre
todo delante de los otros niños).
Una semana después la situación se tom ó critica: las enfermeras juzgaban
que el niño seguía sufriendo mucho, que ellas habian perdido contacto con los
padres, hasta entonces muy amistosos, y que la madre habia dejado de hablar.
Esta situación les parecía Intolerable y no podía continuar.
Los médicos respondieron que el tratamiento del dolor comenzaba a dar sus
frutos y que, por su parte, ellos tenían un buen contacto con el padre. No se
imaginaban poniendo fin a una situación que no consideraban tan desastrosa
como la describían las enfermeras.
Al final de la discusión se decidió que el psicoterapeuta entrevistara a los
padres en presencia del médico. Los padres nos dijeron entonces que efectiva­
mente su hijo sufría menos y que, al igual que en el pasado, no bien se sentía
un poco mejor volvía a controlar activamente sus tratamientos y los examenes
que se le efectuaban, y a luchar por una curación que al parecer seguía
deseando para poder regresar a casa.
Estas aclaraciones de los padres nos decidieron a no cam lar nai a e
momento en la conducción del tratamiento, y se invitó a las en ermeras a
con los padres a fin de que estos les explicaran su punto de vista y reanudaran

Cl b a s a d o inn'rato!^cuando los presentes se levantaban para dejar la sala de


reunión, los padres p r e g u n t a r o n cuánto tiem po tendría que v Qtra
y qué justificación tenía el tratamiento paliativo actual. D

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60 EM 1LE KA1M D AU LT

terminaron declarando que, en lo que a ellos incumbía, prolongar la vida de su


hijo les parecía no tener ya ningún sentido.
Ante esta afirmación que confirmaba la Intuición de las enfermeras, se
organizó una reunión del conjunto del equipo con el jefe de servicio, En su
transcurso, se decidió sacar al niño de su aislamiento a fin de que pudiese tener
contactos con los otros niños y jugar con ellos si lo deseaba; además, se redujo
el tratamiento paliativo al mínimo.
Dos días después el niño moría de un síndrome hemorrágico. pero una
rápida inyección lo dejó Inconsciente de su agonía. Su muerte se produjo
entonces en una atmósfera de sosiego tanto para el equipo como para los padres.
En este caso nuestro papel consistió en lo siguiente: ayudar a las enfermeras
y médicos a expresar lo que sentían y tratar de hacerles ver sus implicaciones
e identificaciones personales en la situación, es decir que las enfermeras se
inclinaban a identificarse con la madre en duelo de su hijo mientras que los
médicos se identificaban con el padre y con el hijo; ayudar a los jóvenes médicos
a afrontar el discurso angustioso de los padres con el riesgo implícito de una
acusación de fracaso: explorar las posiciones psicológicas y éticas de los padres
respecto de la muerte de su hijo y. finalmente, lomar conciencia de que detrás
de su prudencia terapéutica se escondía el miedo a cortar el vínculo hijo-padres
y a ser en cierto modo responsables de la muerte del niño; ayudar a las
enfermeras a comprender que detrás de la actitud de aparente rechazo de los
padres se manifestaba no una condena a] equipo, sino el retiro en un duelo
singularmente duro; permitir a los padres expresar el doloroso desprendimien­
to al que acabaron obligados respecto de su hijo, y luego manifestar abiertamen­
te que lo que ahora esperaban del equipo hospitalario era que pusiese fin a la
situación intolerable de prestar afecto y cuidados a un niño todavía vivo, pero
que en su cabeza ya estaba casi muerto.

£( lugar del psicoanalista

En relación con la situación analítica, depurada e hlperelaborada, nos


vemos expuestos aquí a situaciones en las que interfieren múltiples determina­
ciones.
Primeramente, el analista debe permanecer sobre el terreno, es decir, ser
aceptado, cumplir una función, una actividad reconocida por los miembros de
la institución. Por otra parte, debe “reflejar" en los miembros de la institución
hospitalaria la claridad" que se supone percibe en las situaciones intersubje­
tivas del grupo.
Ello hace que se encuentre en la posición del sujeto supuesto al saber, y por
tanto de objeto de reacciones transferencialesque no está en situación de poder
interpretar.
Por último, las relaciones del psicoanalista con los objetivos "terapéuticos”
y con los ideales "humanitarios" del grupo en el que se ve necesariamente
Inmerso no dejan de plantear serios problemas.
U posición que se podría estimar más cercana al psicoanalista seria la del
e s tS f’ VlVe C inlfervlcne en el ^ p o social al que supuestamente
esiuala, a! tiempo que es forzosamente modificado por él.
P R A C T IC A S D E L A E N F E R M E D A D Y D E LA M U E R T E 61

La cuestión de la transmisión

Es verdad que disponemos de cierto saber (nuestra experiencia psicoanali­


tica, los conceptos freudianosylacantanosjyen cualquier caso de cierto método
que nos permite acceder a u n saber distinto del libresco o universitario. Se trata
de averiguar si nos es posible, y según qué modalidades, transmitir a los
miembros del hospital ese saber por cuyo descubrimiento nos pagan (ellos o la
institución) y que tienen derecho a esperar de nosotros.
De aqui deriva la constante ambigüedad de nuestra posición: dicho saber
sólo puede ser puesto al descubierto por un procesode subversión del yo privado
y profesional de estos sujetos, así como de los modos de funcionamiento de la
institución cuando se los esgrime como defensa contra la angustia (fragmenta­
ción. aislamiento, etc.).
¿Cómo realizar tal trabajo subversivo sin dejar de permanecer en la Institu­
ción y respetando la calidad del trabajo terapéutico de esas personas?
¿Es posible concebir una formación o mejor dicho una apertura "pstcoana-
lítica" en el medio hospitalario? ¿En qué condiciones? ¿A qué precio?
La confrontación con la impotencia, con el delerioro. con la fragmentación,
con la pérdida del goce del cuerpo y. podríamos decir, con la pérdida del goce
del yo, representa para el psicoanalista una cura radical de sus complacencias
narcisísticas y de sus taponamientos teóricos. Desde esta perspectiva, ser el
pasador de un sujeto que aborda el Gran Pasaje podría ser entendido como un
ejercicio ejemplar de de-formación, y por lo tanto de higiene profesional,
recomendable para el psicoanalista,
tr

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PSICOANALISIS Y PSIQUIATRIA

Georges Lantéri-Laura

Como nuestro titulo se compone de dos sustantivos y una conjunción de


coordinación, puede presentar dos formas: psychiatríe et psychanalyse [psi­
quiatría y psicoanálisis! o psychanalyse et psychiatríe (psicoanálisis y psiquia­
tría]. Unay otra contienen en francés una bella aliteración -labial oclusiva sorda
seguida de sibilante- y en esta lengua forman un octosílabo que utilizaríamos
masen una balada que en un soneto. Pero psychiatríe et psychanalyse (psiquia-
tria y psicoanálisis] coloca mal la cesura y encierra un hiato, mientras que ello
no sucede en el otro caso, que se dispone según dos hemistiquios de cuatro pies
cada uno. Emplearemos, pues, psychanalyse et psychiatríe (psicoanálisis y
psiquiatría) al menos por razones de prosodia y sin duda por otras que poco a
poco Irán manifestándose.
Para organizar el hilo de nuestras reflexiones Intentaremos aclarar en la
primera parte los efectos de sentido del psicoanálisis sobre la psiquiatría,
considerándolos en su desarrollo temporal y con un enfoque principalmente
diacróntco; gracias a una mirada en un principio distante pero que irá
aproximándose, este procedimiento ha de perm itim os conservar cierta objeti­
vidad más o menos serena y comprender alguna cosa en las aportas actuales,
que seguirían siendo ininteligibles si no las considerásemos en sus raíces, con
un modo de obrar nacido menos de una arqueología que conocemos poco que
de una embriología que todavía dominamos bastante. Nos preguntaremos
después de qué manera en la sincronía actual, el psicoanálisis puede presen­
tarse como una teorización general que englobaría a la psiquiatría como uno de
sus ámbitos propios; con los beneficios pero también los costos que ello implica
para la psiquiatría.
Seguiremos ambas sendas remitiéndonos principalmente a la obra de S.
reu , para nosotros no se trata de desconocer a sus grandes sucesores ni de
U ° tra p0'émlca eventual, sino de emplear con prudencia y
C ,a .e empoque senos ha concedido, sin retacearnos la referencia a lo que
sucede después de 1939,____ _____~
PSICOANALISIS Y PSIQUIATRIA 63

I - INVESTIGACIONES DIACRONICAS

Para examinar los orígenes y el pasado de las relaciones entre el psicoanálisis


y la psiquiatría, en uno y otro campo tendremos que señalar distintos periodos:
pasos iniciales alrededor de 1895; la Traumdeutung en 1900 y los Tres ensayos
en 1905, la primera tópica y el primer sistema de las pulsiones; pero también
el clacisismo francés y alemán anterior a 1914, las aportaúones de E. Bleuler
(1911. 1926). la encefalitis epidémica (1917-1925), el grupo de L'evolution
psychiatrique, y asi con lo demás. Pero no olvidemos que estas divisiones valen
sólo por su comodidad y en escasa medida como cortes (epistemológicos...), y
que los desarrollos reales tanto de la psiquiatría como del psicoanálisis nunca
se producen en forma unilíneal; tanto es asi que cierta reflexión de S. Freud
sobre el proceso primarlo o de P. Chaslin sobre la discordancia, aunque
fechadas antes de 1914, en 1984 siguen produciendo efectos de sentido.
Rogamos al lector acudir al último capítulo de El pensamiento saluaje. donde C.
Lévi'Strauss demuestra que el modelo más simple de la historia constituye por
lo menos una matriz de doble entrada.
En primer lugar examinaremos lo que sucedió en el ámbito de las neurosis,
con la delimitación de su campo, la elaboración del concepto operativo de
trastorno reactivo, la producción de los síntomas y la construcción de una
nosografía; luego trataremos brevemente sobre las consecuencias que tuvo ello
paralasem ióticay. por fin. nos interrogaremos sobre el papel antropológico que
en determinado momento el psicoanálisis pudo desempeñar.

Los efectos de sentido en el registro de las neurosis

No nos corresponde fijar aqui una suerte de Año 1 del psicoanálisis, más aun
cuando, si bien S. Freud estableció categóricamente el año en que debían
an-ancar las Gesammelte Werke, trabajos como ios de M. Kohn (1982) o Incluso
el notable articulo de J. -L. Martin (1984) sobre la teoría del lenguaje en S. Freud,
muestran a las claras que lo que saldrá a la luz en el psicoanálisis ya venia
preparándose en las reflexiones sobre la afasia de 1891 e i" 'lu s o en las
Investigaciones histológicas. ' ®
Sin embargo, la innovación radical se instala, y se instala consciente de sí
misma, en las investigaciones de Freud sobre la histeria, que compartió primero
con J. B r e u e r y que después desarrolló por su cuenta. Lo esencial parece residir
en el hecho de que S. Freud despreciaba científicamente la hipnosis, técnica que
practicaba con escasa habilidad y poco éxito. Pero consideró que podía hacer
uso del inoportuno apego de los enfermos, denominándolo transferencia, y
sacar feliz partido de lo que una paciente llamó taUcing cure.
Estos puntos resultan demasiado conocidos como para que tengamos que
Insistir en ellos: más interesante me parece apuntar que, a un tiempo, la
reorganización misma de los campos enjuego constituye el terreno originario del
psicoanálisis y echa las bases de la semiología neurológica moderna; en efecto,
una misma perspectiva permite a S. Freud determinar los conceptos operativos
de inconsciente, represión y transferencia, y a J. Babinski. Junto con algunos

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O K O R C FS l-ANTERI-LAUHA

otros. precisar las reglas de exam en de la motrlcldad segm entarla, del tono
muscular de las rellejos osleotendm osos y de los relle|os cutáneos. l-i histeria
representa su ám bito originario. j tal extrem o que los herederos directos de J
M. Charcot >71 no pueden considerarla como el
La se ni lo lo tria neurologlca se lorniula en un principio haciéndose capa/ de
distinguir con toda certeza entre una»paraple|ia de origen central V una
parapk*|ia histérica. gracias a vina clínica Independíenle del paciente y que éste
no puede reproducir no solo la pérdida de la motricidad segm entarla sino sobre
todo la hipertonía musrular. los reflejos tendinosos vivos y exagerados v el
reflejo cutáneo plantaren extensión La preocupación de J. Bablnskl era a la vrc/
teórica -dar fundamento a la clínica, precisar sus relaciones con los dalos ana
tomicos y con la experim en tación -y practica, pues entendía que la paraplejin
histérica podía ser curada y e n cambio no había recurso alguno contra la mielitis
de Erb o contra la siringomielitis. Sabemos cuanto compartía S Freud esla
inquietud, que reaparece en la autoobservaclón de la Pslcoptiloloffici d e la vicia
cotnhana a propósito de los actos fallidos, ruando debiendo Ir a exam inar un
ca so d ees le tipo en un distante suburbiode Vlena. y no hallándose precisam en­
te entusiasmado, en el trayecto advierte que ha traído el diapasón en lugar del
martillo para reflejos.
IY>r otra parte, la constitución del registro de las neurosis en psiquiatría se
efectúa, gra d a s al psicoanálisis debutante, por una suerte de intercambio
equitativo con la neurología La psiquiatría se lleva la neurastenia de G tíéard,
la hipocondría, la histeria de conversión, la neurosis obsesiva y muy pronto la
neurosis fóblca. pero concediendo a la neurología la epilepsia, la corea de
Sydenham y la enfermedad de ParkJnson. Este reparto es fundamental en la
constitución de los terrenos de la neurología y psiqulalna modernas, y el
psicoanálisis desempeñó en él un papel decisivo.
Ahora bien. por entonces el inconsciente representaba, en cuanto efecto de
la represión, una noción clave que iba a forzara la psiquiatría a reformular una
de sus cuestiones esenciales. En el conjunlo de las enferm edades mentales
seguía obrando una división, heredada de la oposición -que un autor como
Georget habia tematl/ado claram ente- entre la alienación y el delirio agudo,
división entre trastornos cuya natur ¿a patológica el paciente no reconocía y
otros de los que tenia la seguridad de que eran palologlcos: el ejem plo del
delirante y del obsesionado lo ilustra muy bien Sin embargo, (al reparto de
pertinencias -que a mi Juicio sigue pesando en estos finales del siglo X X - su po­
ne una concepción tajante de la conciencia de sí o de la Selbslbewusslseln. cuyo
cultivo común se debía a la herencia cartesiana: la conciencia de si da
direclaniente el sujeto a si mismo y ya no funciona en los alienados A partir del
momento en que la más límpida conciencia de si queda apresada entre las redes
del inconsciente, que descalabra al cogito como en otro Iteinpo lo habia hecho
el genio maligno leí. C. Lantén-Laura. 1967), la autocrítica y el reconocimiento
del carácter patológico del propio estado, pierden mucho de su valor dlscriini-
nativo.
PSICOANALISIS Y PSIQUIATRIA 65

Leí noción de trastorno rvactiuo

Pesaba entonces sobre la psiquiatría tuia noción un lanío híbrida. a media*


heredada üe las causas morales, de ta locura, que consistía en reconocer que
trastornos m entales bien caracterizados podían presentarse comí» forma de
reacción ante su ccsosque exponían al sujeto a perturbaciones masivas que éste
no soportaba lo s factores obrantes enlre el duelo y el trauma craneano sin
fractura parecían muy heterogeneos y era inAs que dlllrtl establecer su
causalidad
Aflora bien, en apariencia, el psicoanálisis ojreua con qué dar cuerpo al
problema de los trastorno» reactivos La primera etiopaiogenia de la histeria de
conversión y de la neurosis obsesiva, es decir la teoría de la seducción e)ernda
por un adulto sobre un n lilo pequerto, configuraba el prototipo de aquellas
enfermedades del adulto causadas por un traumatismo sexual padre Ido en la
Infancia, con repugnancia en el primer caso y con placer en el segundo: pero es
sabido que S. Freud renuncio muy pronto a semejante mtidelo. pues la
experiencia de las curas pslroarLaiillras lo conducía a retener dos puntos- por
una parte, la seducción no había tenido lugar en la realidad, sino que
funcionaba con el carácter de fantasma, por la otra, ruando un traumatismo
actual y efectivo parecía determ inar síntomas neuróticos, era porque reactivaba
un traumatismo más antiguo cuya elucidación demostraba que. poco a poco y
de recuerdo encubridor en recuerdo encubridor, siempre se deseinlloraba en la
situación ediplca. Desde este momento la noción de factor desencadenante,
familiar a la clínica psiquiátrica, cobraba una nueva significación, por tomismo
que cada factor presuntamente desencadenante debía ser interpretado y
situado en una concatenación retrógrada que evitaba confundir enlre la
etiología y la anécdota.

La producción de signos

Los fundadores de la semiótica médica moderna -la Escueta de /taris de


comienzos del siglo 2ÜX. con Corvisari. Laennec. Boutllarud y algunos o tr o s -
hablan reflexionado sobre las explicaciones posibles para los nexos que unían
determinada lesión, constitutiva de la enfermedad o del síndrome, con los
signos que permitían diagnosticarla, y en clerlos casos hablan procurado
verificar la legitimidad de sus hipótesis experimentando sobre cadáveres.
Merced a sencillas razones tomadas de la acústica, se comprendía de que modo
un derrame liquido entre las dos capas de la pleura determinaba una abolición
de la transmisión de las vibraciones vocales a la palpación, una matldez a la
percusión y una desaparición del sonido vesicular a la auscultación: se trataba
de una relación de causalidad que se ejercía progresivamente, que aún no se
denominaba metonlmlca pero que establecía claramente de qué manera la
alteración anatómica, responsable de la enfermedad, también resultaba ser
productora de sus signos. Cierto es que la anatomía marroscópica del tórax
facilitaba m ucho estas Investigaciones, pero solía incurrtrse en generalizacio­
nes y se concebía a los signos como efectos inás o menos directos de la
enfermedad.

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66 G E O R G E S LANTER1 L A U R A

Según las ramas de la medicina, la relación entre la afección mórbida y la


alnlomatologia se plegaba con mayor omenor facilidad a este modelo causallsla.
pero el esquema de conjunto prácticamente no era cuestionado. En psiquiatría
funcionaba como podía, entre dos escollos. De un lado se chocaba con el
problema que Bayle había sabido plantear ya en 1826, esto es. cómo entender
que la inflamación crónica de las meninges de la convexidad causara ideas
delirantes de grandeza; del otro, se corria el riesgo de caer en una paupérrima
tautología; excelente clínico, pero de escasoespiritu critico, C. Laségue mostra­
ba que si el sujeto se exhibia era porque padecía de exhibicionismo, y que la
prueba de que sufría efectivamente esta enfermedad era que se exhibia; el
síndrome hacia las veces de la enfermedad, suministrando a la vez un sustituto
a las lesiones y una causa a los signos.
Ahora bien, cuando S, Freud aborda la clínica de la histeria de conversión
tal como la habían elaborado J.-M. Charcot y su enemigo Bernhelm, se in­
teresará en los signos no para reunlrlos en un Inventario exhaustivo sino para
demostrar, con unos pocos ejemplos, que dichos signos no son emanaciones
exteriores de una enfermedad, la histeria, que se ocultaría en su interior, sino
que es preciso descifrarlos y que su Interpretación revela la otra cara de su
génesis. Se trata siempre de un conflicto entre pulsiones Inconciliables,
conflicto ediplco que se ve impedido de llegar a la conciencia por la censura y
que se encuentra reprimido; pero esta represión es imperfecta, tanto es asi que
los signos representan los diversos disfraces que permiten al conflicto desba­
ratar a la represión y aparecer en el nivel consciente, pero disfrazado y por lo
tanto con una suerte de compromiso además inestable.
Asi pues, los signos deben ser tomados no como dalos de partida Inertes,
sino en su función propia, en su dinamismo en cierto modo, que suscita no sólo
su consideración con fines diagnósticos, sino también su interpretación. Pos­
teriormente. S. Freud demostrará que los signos de la histeria de conversión
ponen enjuego principalmente la condensación, y los signos de la neurosis
obsesiva más bien al desplazamiento, dos mecanismos esenciales en la produc­
ción del contenido manifiesto del sueño a partir de los pensamientos del sueño.
Ello constituye una Importante modificación del estatuto de los signos en psi­
quiatría. y ya se sabe qué buen partido le supo sacar E. Bleuler en 1911 con
la oposición de los signos primarlos y los signos secundarlos.
Habrá que preguntarse después, ciertamente, si esta génesis de los signos
es propia de las neurosis de transferencia o si puede extenderse a los registros
de las psicosis agudas y crónicas; también habrá que Interrogarse sobre la
pertinencia de este modelo cuando se acepta asignar el carácter de elementos
semlóllcos a tipos de comportamiento o a rasgos de carácter, como se hace en
tos casos de neurosis de carácter y de desequilibrio, o cuando se aborda la
semiología de losesladosdemenclales; pero, sea como fuere, la psiquiatría debe
a la obra de S. Freud Ja exigencia de una reflexión critica sobre el estaluto y la
génesis de los signos de tos que se sirve.

La nosografía de las neurosis y delirios

t a E r 1" , * ' l a f e t * la ps.qula.r.» no M o I .


" «W « ñ u » * « . I W M i .Ino tamblín „,* a ™ a c l6 n Interna y
[•SICOANALISIS Y P S ig U IA T IÍlA 67

una terminología que en mayor o menor grado sigue vigente aun ruando los
principios de discriminación parezcan menos pertinentes que al comienzo.
Como se sabe. S, Freud opone las neurosis actuales a las neurosis de defensa
(llamadas también neurosis de transferencia). Las primeras, que engloban a la
neurosis de angustia, la neurastenia y la hipocondría, corresponden a una
etiología actual, o sea la privación efectiva de satisfacción de la libido por obra
de circunstancias exteriores. Las segundas, donde hallamos a la histeria de
conversión, la neurosis fóbicayla neurosis obsesiva, dependen, por el contrario,
de un conflicto mal resuelto y reprimido que se remonta al periodo edipicoy que
toma aspectos diferentes para cada una de estas variedades. A Freud le
debemos la identificación de lo que bien es preciso llamar una nueua enferme­
dad, la neurosis fóbica. distinguida a la vez de la histeria de conversión y de la
neurosis obsesiva, mientras que en la obra de P. Janet sigue estando confun­
dida con esta última.
Parecería incorrecto ironizar sobre el S. Freud nosógrafo toda vez que si r.
algunos, mucho después, pretendiendo respaldarse en él y proseguir su lab<ir,
se creyeron habilitados para recusar la procedencia de toda clasificación. .
autor de la TVaumdeuíung siempre entendió que había más de una manera de
sufrir de trastornos mentales y que era legítimo separar unos de otros y
organizar su taxonomía, no sólo por respeto a la verdad científica, sino sobre
todo porque no se podía actuar de otra manera no bien se planteaba el proble ma
de determinar las indicaciones y contraindicaciones de la cura tipo.
Pero nos encontramos con una preocupación cercana a ésta cuando, en el
apéndice a las observaciones sobre las Memorias del presidente Schreber. S.
Freud Justifica la distinción entre la paranoia, el delirio de celos, la erotomanía
y el delirio de grandezas por las diversas maneras, irreductibles entre si, en que
permanece inconsciente la defensa contra un acceso de libido homosexual. En
esta eventualidad, al igual que en el caso de las neurosis, surge una doble
preocupación. Por una parte la necesidad, al fin de cuentas médica, de separar
bien las diversas especies mórbidas, exactamente como la rubéola de la
escarlatina, ya que las modalidades ItrapéuUcas pueden diferir según que se
trate de la una o de la otra: por otra, la esperanza de basar estas distinciones,
puramente clínicas en apariencia, en criterios etlopatogénlcos propios. De
buena gana añadiré que este deseo se organiza en un momento en que el
conocimiento efectivo de la es*ructura y el funcionam ''nto del cerebro, que
comenzó con los estudios sobre la afasia (P. Broca, C. Wernicke) y prosiguió
durante lo que en otro trabajo llamábamos la edad di* oro (cí. H. Hecaen y G.
Lantért-Laura. 1977). Impide recurrir a él en forma global: mientras se
conorlera mal la anatomía del encéfalo y se ignorara prácticamente todo de su
histología y su fisiología, el encéfalo podía servir para todoy para cualquier cosa,
pues constituía una referencia Indeterminada y siempre utilizable. Una vez que
se supo algo preciso acerca de él. se dejó de atribuirle todos los roles eliopnto-
génlcos Imaginables.

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GEORGES LANTERI-iJUJRA

li - EL PSICOANALISIS COMO ANTROPOLOGIA

Sus bases

Los párrafos que preceden nos han recordado simplemente el hecho de que
el psicoanálisis se organizó al principio como una empresa terapéutica nueva,
cuya indicación principal era el campo de las neurosis de defensa; pero no siguió
siendo mucho tiempo uno de los tratamientos posibles de una parte de la
psiquiatría, y esta misma terapia, al desarrollarse, amplió singularmente su
campo de pertinencias. Comenzando con el tratamiento de ciertos trastornos
mentales, poco a poco, partiendo de lo que este tratamiento mental iba
revelando, la obra de S, Freud, a través de las formulaciones de la metapsico-
logía, ya no se limitó a la terapia de las neurosis, sino que aportó enseñanzas
que rebasaban en mucho el registro de la patología, más aun cuando libros
como la Traumdeutung o Psicopatologia de la vida cotidiana revelaban hasta
qué punto los mecanismos psicológicos puestos al descubierto por la íalfring
cure funcionaban en lodos los sujetos y más allá del estrecho campo de las en­
fermedades psiquiátricas.
De ello resulta un aporte de conocimientos nuevos sobre el desarrollo del
hombre, la importancia capital de la primera infancia, el papel indispensable
que cumplen los conflictos y la represión, las condiciones del paso de la
sexualidad Infantil a la sexualidad adulta y. en síntesis, algo que nos parece muy
difícil, a posteriori, no reconocer como una antropología. Aqui nos interesan tres
aspectos de esta antropología.
En primer lugar, la importancia de los conflictos necesarios a la evolución
normal, de la cual los Tres ensayos de 1905 nos proporcionan una excelente
ilustración. Se trata de comprender que el desarrollo de la vida sexual no se
opera a lo largo de un progreso simple y continuo, como el crecimiento estáturo-
ponderal. sino que corresponde a una mutación de la sexualidad infantil,
narclslsta y autoerótlca pero satisfactoria, hacia otra cosa y por la via de la
amenaza de castración: asi pues, la sexualidad adulta no aparece como la
culminación de un progreso uniforme, sino como el desenlace exitoso de un
conflicto Inevitable.
En segundo lugar, la noción de proceso primario y proceso secundario tal
como aparece en el extenso articulo sobre lo Inconsciente. La razón -el proceso
secundario- no se presenta como un dato natural que eventualmente puede
perderse en ia patología mental, sino muy por el contrario como una conquista
ulterior, siempre frágil, que cede un poco en ocasión del sueño, pero cuya
perennidad no hay nada que garantice en términos absolutos. Desde este
momento, la eventualidad de la locura cesa de parecer accidental para revelarse
esencial a la existencia humana.
Por Ciltlmo, en un célebre pasaje de la introducción de 1917. la comparación
que S. Freud utiliza para aclarar el lugar exacto del psicoanálisis. Freud
recuerda que el futuro médico comienza su formación estudiando anatomía,
disciplina morfológica macroscópica cuyo conocimiento determina lodo el
resto, pero que debe ser completada por la histología, otra disciplina morfológica
pero microscópica ésta, que revela la constitución celular intima de los tejidos
PSICOANALISIS Y PSIQUIATRÍA 69

y órganos, clave necesaria de la anatomía patológica y que. al menos a partir de


R. Virchow, pasa a ser. en realidad, histopatologia. Ahora bien, lo que la
histología esa la anatomía, el psicoanálisis lo es a la psiquiatría: si bien no cabe
duda de que S. Freud aspiraba a ser comprendido por un público al q ue el primer
miembro de la analogía te resultaba familiar, nos parece que su comparación
excede al mero recurso didáctico. La histología muestra la verdad oculta y
fundamental de aquello de lo que la anatomía, aunque indispensable en su
nivel, resulta una primera aproximación bastante simple y un tanto trivial, y
constituye la vía real para comprender la patología en el plano celular éste es
el lugar que S. Freud asigna al psicoanálisis, que de este inodo se convierte en
algo asi como en la verdaclde la psiquiatría, y una verdad que la psiquiatría sola
muestra ser incapaz de revelar.

Sus aplicaciones

Formulándose asi como antropología, el psicoanálisis puede entonces


presidir todo conocimiento posible del hombre y volver a bajar al empirismo de
la psiquiatría clínica a fin de poner en ella un poco de orden.
El psicoanálisis procede, pues, ala manera en que C. Bemard trataba en su
tiempo a la medicina, salvo que C. Bemard, aunque ex interno de los Hospitales
de París, detestaba la clínica mientras que S. Freud seguia siendo un clíníco
Si comparamos a S. Freud con C. Bemard podemos decimos que desde
cierto punto de vista el psicoanálisis desempeña con respecto a la psiquiatría
el mismo papel que la flsiopatología con respecto a la medicina clínica. La
psiquiatría tuvo que aprender a lo largo de su historia y mediante una
acumulación que las nosografías sucesivas han pretendido ordenar, que en la
naturaleza había psicosis y neurosis, y también oligofrenias y demencias, pero
que ésta es una pura enumeración empírica cuyo argumento final equivale a
reconocer que es así porque no es de otro modo: pura y simple diferenciación
a posteriorL
Muy por el contrario, el psicoanálisis dem jestra que el riesgo de la locura es
inherente a la existencia humana, y que considerando el desarrollo humano
desde el periodo más arcaico hasta la resolución de la situación ediptca.
utilizando hábilmente las nociones de fijación y regresión y distinguiendo
adrede entre libido del yo y libido de objeto, se hacia ampl^mente posible
deducir, a príori y more geométrico, las diversas variedades que podían cobrar
los aspectos clínicos de la locura. Gracias a los ortodoxos aportes de K. Abraham
a la obra de $. Freud, el fárrago de la clínica cesaba de aparecer como una
colección indefinida de curiosidades para revelarse como la realización detalla­
da de las posibilidades, cuyas claves poseía la metapsicología y que ella siste­
matizaba rigurosamente.
El psicoanálisis se coloca entonces respecto de la psiquiatría en una
situación de hegemonía leg'dima: hegemonía, puesto que se trata de una
disciplina superior y unificada que viene desde lo alto a mostrar cómo debe ser
la clínica para no incurrir en un empirismo ruinoso: pero hegemonía legitima,
puesto que ella posee las claves y se pronuncia en nombre de la ciencia.

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ClKOHCes tAHTKRI IJM NA

J&-<n i»( * W i."»>•*S

, iju r hem«>» hecho en o l e sentido.' t n ir r psiquiatras v psicoanalistas


1kiikv> emendo recuerde» com unes ron un aLUi de exnclllud que debía
«h u y e n la rri riesgo de la n o »u li;u . Comenzamos organizando, en el registro ‘le
U psiquiati ía rímica el campo de las neurosis. entonces especiero. y desrm
tocamos en la antropología v en lo que yo denominaba. hace un momento,
hegemonía lee» una
Vuhirndo sobre ello. parecería que ik* algún mixto habríam os permanecido
alado» a una ron crp u M i ilel conocimiento y ‘leí ■v.ilwi para la cual l.i meta de
la ciencia M-na la revelación de Unitiva de una ventad única. K.sta era. lududa
bkemenle U concepción i!e| ra< lonalisnto rliM O ) el que cu ran tramos en
Descartes. Spmo. a \ Malebranche. en cierto modo ella rrvive cu la obra de A
Comte v posteriormente, en el empirismo lógico y el li-<icalisriio tleI Circulo de
\ tena, peir» tiene rnuv .1 menos las condiciones mismas del conocimiento y, para
decirlo tic una ve.- nos parece prekanllana equl\ ale a entender que el único ro
nocinuenlo nrntil'iro es el que posee Dios. aun si se toma la pesuña costumbre
de no cxisiu
Una perspectiva critica nos obliga a reconocer que nosotros no empezamos
por siiuanvos en el inlenor de un saber absoluto sobre la patología mental, sino
que n o» colocamos necesariamente hiera, que elaboramos modelos que con
mayor o menor suerte nos aclaran los leñóme nos observados, y que los modelos
mas adecuadas son únicamente los que entronan muy poras complicaciones y
Lfcrültan la elucidación de muchos de esos leñóme nos
Nuestra mirada cambia entonces un poco. Cesa de parecer idónea la Im.tgen
de una disciplina superior que \rndna a decirle a una disciplina Inlenor lo que
tiene que srr y lo que precisa hacer, y surten e n lo m e s varios Interrogantes que
antes no parcelan plantearse ron tanta agudeza. Uno. esencial v Irubajosamen
le resoluble. concierne a la extensión del campo en cuestión ¿que es lo que
compele a ia psiquiatría v/o al psicoanálisis'*y ademas. ¿poseemos criterios de
inclusión y de exclusión suficientemente fiables? No pudiendo contestarla mas
qu ede un modo em pairo. se la puede m odificarconciliador.im entedicietxloque
ciertas partes del caxnpo remiien mas bien aJ psicoanálisis y otras mas bien a
la psiquiatría, ron un empleo contemporizador de este antiguo adagio del
derecho romano: iagu<- suunt.
Aun siendo fervorosos partidarios de Li paz publica y privada debemos
reconocer que esia actitud revela, como mínimo, dos delecto®. I^ r una parte,
ella ohida que el centro mismo de este campo -manía, melancolía, paranoia,
esquizofrenia-Interesa a la wezy enteramente al psicoanálisis v a la psiquiatría
h w la otra. solapadamente intenta hacer posar un error por la verdad: nos
parece absolutamente inexacto pretender que las psicoterapias valcan para los
trastornas psicoceneucos y las quimioterapias para los desordenes de origen
bM^ipco, y ademas, nada menos seguro que estos recortes en malcría de etio-
patoeenia.
Más ju sto encontram os reconocer la procedencia de dos reflexiones. De un
laclo, si ¡as diversas panes de ese campo atañen a nuestras dos disciplinas, cada
una de ellas lo hace a su manera, dando mucha mavor preem inencia a una que
a la otra y reciprocamente, Del otro, sobre tixJo nos parece ventajoso que exista
PSICOANALISIS Y l’MUOIATKIA 71

ina«t de un modelo pan» dar n w n l» dr un mismo orden <lr fenómenos, ron laJ
que no desertemos de la epistemología potan isla que hen ,. .. .............
var .1 lo largo d r e*la.s p.i^ma<t

R E F K K £ N ( 1AS MI III K X . RAUC A S

llaliln*kl. J . O m if r nrlrnl(fiqia INirti Maainn. la rd 1934


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, rd IM26
Ik r n a r d C . Inln*lu( lian d I ctuilf rU la i/v expérlmentair, Pans Gamter
llm in u rk m , n til 1665. W ^ f i íni*c-ij^fi/iii-níai’ f\»nv l'UK. la rd 1047
Ulculcr. E.. O n iflllla pr<Miecnx a h " í.rupj* drr Srhlznphrmk-n. Leipzig uiid Wtrn.
Dcultrkc. la rtl 1911 la Srhtaoph/rnie. Ciinftrr» Ginebra. U u w n a . Para,
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Pora S Freud The Sltmdarl Edixion of (he Cor\f>L le ÍNi* helugtrnl WoHcs of Siqnumd
Frrud. J Slrarhcy & al ed» , Londrev The Iloganh 1955 1973. 24 vol

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III
El arte, el objeto y la escena del deseo

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V III

EL FANTASM A

Daniéle Silvestre

Para introducir una reflexión sobre el arte como práctica social es necesario
abordar la cuestión del fantasma, pero ello presenta ciertas dificultades. En
primer lugar porque se trata de un término que ha pasado al lenguaje común,
que a menudo conserva sus adherencias Imaginarias pero que resulta central
para el psicoanálisis. Para comenzar, recordaré simplemente que el sujeto
lacaniano tiene dos escrituras. Estas dos escrituras corresponden al hecho de
que el sujeto resulta del efecto del significante sobre el ser viviente, dividiéndolo:
una parte se escribe £. el efecto sujeto estrictamente hablando, es decir el sujeto
como efecto de lenguaje: la otra parte es el reslo de esa operación de división,
resto que Lacan denomina objeto a.
El interés de comenzar por esta recordación radica en que la escritura
lacaniana para el fantasma, su materna, pone en relación estos dos elementos,
el sujeto como efecto del significante: $ y el objeto a: t> 0 a.
Para Lacan. el fantasma constituye la clave misma de la cura analítica y en
particular es el fantasma el que determina su fin.

Las adherencias imaginarías

Una analizante manifestó un dia su asombro ante el hecho de que su hijo,


que dedicaba casi todo su tiempo a jugar, un dia dejó de hacerlo, y se preguntó
qué cosa podía estar reemplazando al juego. La respuesta es simple: el
fantasma, en el sentido imaginarlo, es decir, las historias que el niño se cuenta
a si mismo pero que ya no lleva al juego como antes. A través de este filtro, de
esta pantalla, el niño fabrica su realidad. Dicho de otro modo, la realidad, que
no es lo real, está enmarcada por el fantasma, no es sino una fantasmatlzación
de lo real, una construcción por el sujeto de su relación con el mundo. El mundo,
para el sujeto humano, es ante todo el mundo de los otros, de aquellos que
hablan y con los cuales toda relación está mediada por la palabra y el lenguaje.
fc'L FA N TAS M A

El psicoanálisis se ocupa esencialmente de la relación del sujeto con su


mundo, siquiera sea por el hecho de que lo que casi siempre conduce a alomen
a analizarse es que. cocí los otros, tas cosas no son fáciles. De este modo. e¿
analizante se ve movido a traer a la escena analítica, ante todo, sus complica­
ciones io n el otro, sus lazos afectivos o sus investiduras, como decía Freud. Trae
ante todo sus síntomas, aquello de lo que sufre: y Frcud se interrogó primero
sobre el síntoma, antes de llegar al fantasma. Relacionó el sintonía con lo que
esta reprunidoy. mas allá de los recuerdos y de las deficiencias de k>s recuerdos,
buscó en los blancos, en los agu jeros de la histona del s'.i eto el acontecimiento
real que podía haber obrado como traumatismo. Lo cual se puede traducir de
la manera siguiente: aquello que. de lo real, no pudo ser simbolizado por ei
sujeto, es decir articulado por él. en su historia, con sus significantes.
Por consiguiente, labúsquedade Freud consistio prime roen seguirlos pasos
a los retoños de lo reprimido, a sus emergencias, y en restablecer la continuidad
de la historia y su reintegración por el sujeto. Freud postula, pues, un
acontecimiento traumático que ha sucumbido a la represión y cuyo resurgi­
miento del recuerdo hay que procurar. Piensa entonces que se ha tratado de un
acontecimiento real. Es lo primero que piensa respecto de la histeria: a su luido,
la seducción por el padre, en una escena que cada una de sus pacientes
histéricas le relata, es el acontecimiento real traumático buscado.
Pero muy pronto la escena de seducción narrada por la histérica se hace
problemática para Freud. La figura del padre seductor que ella pone en escena
es pronto referida a la estructura edipíca que Freud está sacando a la luz, y esta
figura ha de ser acreditada entonces a lo que él llamara el fantasma
Vemos de este modo que Freud, quien a través de una práctica simbólica, ia
de la palabra, daba por descontado que hallarla lo real, al tratar de destnitr los
retoños de este real, o sea los síntomas, en el trayecto se encuentra frente a una
Interposición Imaginaria, la del fantasma. Intentando elucidar este fantasma se
pregunta entonces por su función. Por consiguiente, sí la seducción es una
producción fanlasmátlca. una "novela familiar del neurótico", los síntomas no
se hacen con lo real sino con lo imaginarlo. Habrá que comprender por qué.
Veremos que Lacan. por su parle, vuelve a introducir lo real en la cuestión del
fantasma.
En loqu e atañe a Freud, se ocupará mucho de demostrara Dora, una de sus
más célebres pacientes histéricas, cómo está Implicada hasta el grado más
extremo en la “realidad" de la que se queja, es decir que en ella pone en Juego
su deseo. Dicho de otra manera, esta realidad implica su lanlasma.

Fundamentos simbólicos

Notables consecuencias pasa a tener este descubrimiento por Freud de la


Importancia del fantasma. ¿Qué muestra el fantasma? Cierta manera de ser de
sujeto con respecto al Otro. La escena de seducción, por ejemplo, permite al
sujeto, a través del libreto en el que está implicado, darse a si _mls.no una
respuesta a la pregunta de lo que el Otro quiere, en este pa .*T'
términos, el fantasma aporta al sujeto una significación del deseo del
significación absoluta, podemos decir con Lacan (Ecrtls, pag, 8 ), p

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76 D A M E L E SILVE STR E

que esla significación es univoca: el padre quiere gozar de ella, seducirla, el


padre la desea.
Asi pues, el fantasma consiste en Interpretar lo que para todo sujeto es ante
todo enigma, es decir, el deseo delOlro. El fantasma aporta pues una respuesta,
pero no es lo único, ya que también puede cumplir la función de precaver de la
angustia que suscita este deseo del Otro, enigmático.
Melanie Klein, sin duda con una terminología diferente que refleja una teoría
que le es propia, da al fantasma una Importancia central en el psicoanálisis.
Adopta la definición freudlana: el fantasma es el representante psíquico de la
pulsión, es decir una elaboración a partir de ese real que es lo pulsión al, M. KJeln
volcará esta elaboración más en el ámbito de lo imaginario que en el de lo
simbólico. Para ella, lo pulslonal está evidentemente tomado en el registro de la
relación de objeto, por lo que debemos entender; relación ron el Olro. Asi pues,
también para ella el fantasma es una puesta en escena de esla relación. Pone
en primer plano dos mecanismos esenciales que intervienen en ella: la proyec­
ción y la introyección. A través de estos mecanismos la relación con el otro se
Juega y ello en sentido estríelo, ya que se Irata de niños, y el fantasma es con
ello la expresión dada por el sujeto al deseo del Otro: él quiere mi bien o quiere
destruirme, o reciprocamente: yo quiero lomarle tal objeto,
M. KJeln explora ante lodo esla vertiente Imaginarla del fantasma, el libreto
que da cuenta de la relación con el Otro según el modo de la oralldad o de la
analidad, en el registro pulsional. y que Interpreta en consecuencia el deseo del
Otro. El Olro, paraM. Klein, es esencialmente la madre, es decir el primer objeto
del niño, y pone en evidencia una suerte de génesis del fantasma: la historia del
sujeto kleintano comienza con sus dificultades con la madre y por su rebelión
contra la condición de objeto del niño. Así pues, todo comienza por la persecu­
ción. loque M. Klein describe bajo el término de posición paranolde. El fantasma
primero es paranoico, lo cual confirma que es interpretación del deseo del Otro.
Fabricar un Otro perseguidor es. en efecto, una manera de Interpretar su deseo.
Como puede verse, es coherente hallar una continuidad entre Freud y M. Klein
en lo que respectaa la función del fantasma. El fantasma Imaginarl/.a la relación
con el Otro, da al sujeto una respuesta sobre lo que quiere el Otro, le significa
su deseo, lo cual llene la función de asegurarse del Otro lEcrils, pág. 825). de
saber un poco sobre él.
Pero el Otro del que se trata para Freud, ya sea en la escena de seducción de
la histérica o incluso en esa escena primaria que su paciente ruso, el hombre
de los lobos, le prueba por medio de un sueño, ya sea. finalmente, en el fantasma
paradigmático cuyos tres tiempos Freud desmonta: "Un niño es pegado', en
estos tres ejemplos el Otro en cuestión es siempre el padre. Padre seductor,
padre gozador, padre flagelador. El otro interpelado en el fantasma es. en Freud,
un Otro que incluye al falo y no solamente un Olro que detenta el objeto de la
demanda
Pero hay un más allá de esta tmaginarlzaclón del fan tasma que es la vertiente
más fácil de aprehender intuitivamente. El fantasma al que Freud consagra todo
un articulo en 1919 nos muestra también su vertiente simbólica. Primero
porque se trata de una frase: 'Un niño es pegado', una frase impersonal donde
el sujeto y el Otro no parecen guardar relac lónl. Freud señala que este fantasma
reaparece, bajo esla forma gramatical, en estrucluras neuróticas diversas, y que
EL FANTASM A 7 7

de el no se deduce por lo lanío lal o cual tipo de neurosis. Por el contrario, Freud
deduce a partir de la Irase lanlasmállca modalidades que él saca a la lux l'or
ejemplo, el segundo tiempo del fantasma, Jamás rememorado sino reconsl ruido;
Soy pegado por el padre. Se (rala de un fanlasma masoqulsla donde el goce
está, pues, interesado, pero bajo las espccIes del displacer. Con ello Freud
Intenta captar la lunclón fundamental que puede lener el fantasma para un
sujeto, y especialmente en su relación con el goce.
Freud hace de esla frase sumamente breve el ejemplo mismo del Ianlasma,
elevándola asi a la condición de paradigma, y ello nos Incita a Introducir una
diferencia con lo que el término Ianlasma traduce comúnmente: historias que
el sujeto se cuenta a si mismo y de las que en general se hace protagonista. Aquí
el fantasma está reducido a su gramática mínima, en la cual la posición del
sujeto dista de ser evidente.
Es menester toda la Insistencia de Freud y su deseo de desentrañar lo que
se presenta como un enigma, para descifrar un mensaje portador de significa­
ción. Freud determina el surgimiento de esle fantasma en la historia del sujeto
y su anclaje en el Edlpo. lo que le permite reconstruir el segundo tiempo del
fantasma que es el que Introduce al padre. Sin embargo, Freud hace del
fantasma algo muy distinto de una Imaglnarl/aelón del líbrelo cdiplco. Loque
él pone en evidencia es más bien un anclaje simbólico del sujeto. I,as significa
clones múltiples que pueden venir a aclararla frase enigmática, a primera vlsia
desprovista en sí misma de significación, son otras tantas maneras de hacer
Jugar la significación fállca que la presencia del padre viene a sostener. Freud
señala que erotismo, amor y culpabilidad están ahí presentes, legislados en
cierto modo por el padre. El fantasma viene a fijar para el sujeto una
significación, y su función es mucho más fundamental que lo que se advierte
cuando se lo considera como una formación imaginarla, de ser prerlso defen­
siva.
Es un cimiento del sujeto en la medida en que regula deseo y goce, puesto
que proporciona al sujeto una significación de la falta del Otro.
Para Freud. el que soporta esta significación dada al deseo del Otro, o sea a
su falta, es el padre.
Allí donde el deseo es enigma para el sujeto, el fantasma le suministra una
respuesta y ante lodo una respuesta fállca. Y allí donde el deseo del Olro es
también angustia, sobre todo en el neurótico, el fantasma, por la significación
que aporta a esle deseo, viene a encubrir la falta del Otro y a precaver de la
angustia que esa falla suscita.
Con el fantasma, por medio del fantasma, se trata siempre de asegurarse del
Otro, de saber lo que él quiere, de hacer significar su falta. Con ello el fantasma
permite al sujeto asegurarse de su deseo, hacerlo significar. Además, ¿qué
puede ser más eficaz que un fantasma, si cumple correctamente su papel, para
evitar al sujeto el recurso al análisis? Hay que suponer que existen fantasmas
muy sólidos, que anclan suficientemente a ciertos sujetos como para que se las
arreglen con su deseo, Para el neurótico esto es más dificil; el fantasma le
permite poner, en el lugarde ese enigma que es el deseo, la demanda del Olro.
y de este modo lo reemplaza por una respuesta articulada. El neurótico pue e
dedicarse también a negar el deseo o a evitarlo, y esto es lo que hace el obsesivo
pero pagándolo, como regla general, con sus síntomas.

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ü^ihXtsu.vv.sriíK

IJn F'xtanrte »wJ

Para Lacan. el bnlasma. por sostener una pnsíctnn suhKilv J respecto «IrI
deseo es una cuestión central en el pslcoanalislsen el sentklode que el .in.iljNis
permanece inconcluso mieniras e>ta p»'^telón no sea cteiplo/-»!-' aunque ir.!
mínimamente. y puesta en tela de juicio
Si como indica Freud. el fantasma e*ia ligado a lo reprimido. se entiende que
los retinas del fantasma k*> sin lomas no serán nwvtluados mientra* el
fantasma no sufra una serla mutaclón.
Enteniiemos también por posición subjetiva rrspcclodcl deseo, el lugar drl
sujeto en el des^o del Otro. para insistir sobre la función absolutamente
fundamental del fantasma en la constitución delsuteloci'ii relación al otro Este
lugar en el deseo del Otro que lo ha precedido y que I» alienta determina cómo
en este deseo el mismo es objeto.
Eslo permite entender la escritura lacan lana del fantasma SO n. p que es
este objeto n el que. para Lacan. viene a "indexar* deseoy goce. ese objeto n que
hace mella en el cuerpo. Lacan lo llama tanto causa del deseo como plus de-
girar
SI el fantasma es lo que permite a) sujeto hacer significar el deseo del OIro.
darle un sentido, el materna que Lacan elabora indica que o debe ser tomarlo en
el sentido de causa del deseo y de índice del goce; lo que. en el Otro, causa el
deseo es la falla especialmente la falta de goce.
Esta maóana se hahlará. en relación con el arte, de la voz y la mirada. Lacan
agrego estos dos objetos a la lista de los objetos frr odian os El refiere el objeto
oral v el objeto anal a la demanda del Otro, o a la demanda al Otro, y refiere más
bien la voz y la mirada al deseo del Otro, con toda la ambigüedad del "de*
Estos objetos tndexan deseo V goce, por consiguiente aquello que soporta la
relar mn con el Otro. Evidentemente, sólo después de introducir alobjeloapu do
decir Lacan que ‘ el Otro no existe*, pues, en efecto, lo que se puede conocer de
él no es sino un peda/o una 'punta de real" No se puede tener relación con el
Otro como tal ni siquiera relación sexual, sino únicamente relación con esos
objetos separados de IOtro Asimismo por ello pudo decir Laran. y repetirlo, que
no hay relación sexual Hay relación con el falo, o con el objeto, pero no relación
sexual El fantasma es sin duda lo que mejor permite enmasrarar el hecho de
que la relación sexual no existe. Permite al sujeto soportar lo real y pruduclr su
realidad.
Ln fin de análisis, para Lacan. debería permitir al sujeto darse ruenta de que
su fantasma es ese enmascaramiento.
Se puede entender asi que en la medida en que el fantasma pone en Juego
lo mas in tuno del sujeto, o sea su relación con el des«oy con el goce, el fantasma
es susceptible de integrar rl principio de la creación artística. Pero al mismo
tiem f». para que una creación del sujeto sea artística y no síntoma, por ejemplo,
también hace falta que pueda dar lugar a un Intercambio de placer con los ol ros.
y que no sea una producción estrictamente narclslsllca.
Ahora bien, el fantasma, en su función misma de sostén del deseo, de
posicion subjetiva en cuanto al goce, es básicamente narcisista. Está al servicio
del yo, en cierto modo. Sin emhargo. si el fantasma es susceptible de sostener
una producción artística ello se debe probablemente a que él va más allá de esa
KL FANTASMA 79

relación narrlsLstlra Y también a que rn el e| goce eslá impilraílo. pero


desplazado. o rom o dlrr Frrud a proposito de| destino de la pulsión en la
sublimación, la satisfacción esta, prro desviada ríe su fin sexual. Allí (V.nde el
fantasma pone en juego el goce bu v a d o en cuanto gr*T del cuerpo. la subll
m a rió n Im p o n e uri desvio de ese goce
A mi Juicio, rs en este punto donde puede aparecer la producción artística,
prm. correlallvamente. ron brirramlento del sujeto en henefino de lo que í l
produce, en esperlal el objeto artístico
l\ir.i terminar, recordar* el pasaje de Freud sobre esla cueslion. en su
retrato {Stqmund h'n-utl prí-vn/i1 par hit mérrv. Gallimard. 1984. págs 109
I 10) "IJts obras de arle eran satisfacciones (.miasmáticas de anhelos inrons
clentes. ai Igual que los sueños con los que tenían asimismo en tomun el
carácter de compromiso, pues también ellas debían evitar entrar en coníliclo
abierto con las potencias de la represión. Pero a dilerrnrla de las producciones
del sueño, asocíales y narcislstas. las obras de arle eran concebidas para que
otro» hombres participaren en ellas, y podían suscitar y satisfacer en estos las
mismas morlones de deseos Inconscientes"

NOTAS

I Cf cursode J A. MiIIct‘Dusymptóme au fanlasmc et rctour*. 1982 I9R3 IV par


lamento dr psicoanálisis. Universidad de Parts VIII.

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IX

LA MIRADA Y EL MASOQUISTA

Maricos Zafiropoulos

La Venus del espejo Incluida en la trama del Imaginarlo masoquista puede


ser considerada como aquello que constituye su blasón mismo, a condición no
obstante de añadirle esta segu nda representación, que vale como Interpretación
de la primera y redondea (o relanza) su trama: la escena de la enucleación de
Sansón. Estas dos representaciones balizan la Venus de las pieles comentada
a menudo como un paradigma de los relatos de Masoch.
A mi Juicio, de una de estas representaciones a la otra, loque se Indica y por
lo tanto forma el axioma del libreto masoqulsta es que lo que quiere la mujer sólo
puede satisfacerse al precio de la ceguera del hombre. Esto serla en definitiva
bien trivial y no se prestaría más que a la diversión de un cómico de bulevar, si
no se tratara aquí de Introducirnos de entrada en el registro de lo real y de la
angustia que le es correlativa. Masoch no nos Invita a divertimos sino a
despertamos.
Tomemos la noción de la mirada que surge en el encuentro con la figura del
ciego; pues este encuentro es lo que evoca tambltn el narrador ya en las
primeras lineas de la Venus de las pieles, cuando en el relato de su sueño
aparece en la agradable compañía de la diosa del amor de 'pálido rostro y ojos
blancos’ . “Su cabeza era admirable", prosigue, "a pesar de los ojos muertos y
petrificados*.
l*oco más adelante leemos 'jEstá usted soñando, exclamó ella, despiértese!"
- "Y apretó mi brazo con su mano de mármol.’ Aqui tenemos un perfecto
ejemplo de la función de despertar de lo real en cuanto hace ejracctón en el
sistema Imaginarlo de las significaciones y de la buena forma. El despertar surge
como defensa contra la angustia, que señala el ascenso de la insensatez, de la
Imposibilidad de esle acontecimiento. Por el despertar se relom a al sistema de
las significaciones y a la realidad. Podemos seguir durmiendo pero, esta vez. con
los ojos abiertos.
El narrador se despierta entonces y abre los ojos ante ’ una gran pintura al
¿leo. de tonos vigorosos, a la manera de la escueta flamenca, bien extraña en
1J\ M IR A D A Y E L M A S O Q U IS T A

cuanto aI tema. Desnuda bajo unas pieles oscuras, una bella mujer apoyada
sobre su brazo izquierdo descansaba en unaotomana. En sus labios flotaba una
sonrisa Jovial... Su mano derechajugaba con un látigo, mienlrassu pie descalzo
se apoyaba como al descuido sobre el hombre tendido ante ella como un esclavo,
como un perro; y este hombre, de rasgos acusados |...| en los que se leía una
melancolía tranquila y toda la abnegación de la pasión, esle hombre que alzaba
hacia ella los ojos ardientes y fanáticos de un mártir, este hombre que formaba
un taburete para sus pies, era Séverln... "¡La Venus de las pieles!" exclamé,
mostrando el cuadro. Asi es cómo la vien sueños... -Tu cuadro suscitó mi sueño,
al parecer, proseguí'- "Entonces mira el cuadro de enfrente", replicó mi amigo
sin contestar a mi pregunta. Era una notable rip ia de la célebre Venus del
espejo del Tlclano. de la galería de D resde".1
Tienen situadas aqui las dos representaciones que. en mi opinión, forman
la tela del acordeón del fantasma masoquista.
La Venus del espejo y esa escena de sumisión que, en las últimas páginas
de la novela, resultará ser una copia de un fresco que representaba a Sansón
y Dallla.
Al final de la novela se lee lo siguiente: "Los ojos semlcerrados se posan sobre
los de Sansón cuya mirada pende de la suya, henchido de un amor loco, hasta
el último instante pues uno de sus enemigos ya ha apoyado una rodilla sobre
su pecho y se prepara para hundir el acero al rojo blanco.’ |... |Mi mirada recorre
la habitación y se detiene en el techo donde Sansón a los pies de Dalila va a ser
cegado por los filisteos. En ese instante, esta pintura se me apareció como un
símbolo, como la Imagen eterna de la pasión, la voluptuosidad y el amor del
hombre por la mujer."’
El personaje femenino contrasta ambos cuadros entre si. El sistema del
fantasma ciñe aqui a la mirada como objeto real. En cuanto a la Venus del 'spe-
Jo. la intervención del espejo en el cuadro produce el aislamiento de la mirada.
En cuanto a Sansón y Dallla (o a Séverln y Wanda), lo que se evoca es el
recogimiento de la mirada propiamente dicha, por tomársela del cuerpo propio
del hombre mutilado por sus verdugos.
La efracclón de lo real, que Involucra a la Venus de las pieles y que aqui es
situada en el sueño, me parece que puede ser considerada como el ejemplo tipo
de la apertura del libreto masoquista. Así, otro cuento. La madre de Dios,
comienza por una escena de aire pastoral.*
Pero de la onda contemplada por Sabadll (que no apartará los ojos, veremos
la Impórtamela de esto), salen unos brazos helados que lo enlazan. Estos brazos
resultarán ser los de una virgen que no es otra que la Madre de Dios que da su
titulo al relato.
Del espejo, de los ojos muertos, de la onda se desprende, sobre el fondo de
lo que los freudlanos llaman lo siniestro, algo del cuerpo que apresa al hombre
y le reclama lo que él le debe: la mirada. En el transcurso de este libreto, y a
semejanza de Sansón, el hombre se convertirá en mártir.
Aun se precisa añadir que el martirio de Sansón (palrono de los masoqulstas)
se caracteriza por condenar al hombre a esa quintaesencia del tesiigo que es el
ciego. Por esta operación pasa a ser el portador de la mirada de la que la mujer
podrá gozar a su antojo. Los ojos del ciego son espejos donde ella podra con­
templarse con su ojo helado. Ella podrá gozar llnalmente de su propia mirada.

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M ARKOS ZAF1R OPOULOS
82

El ciego está enteramente Identificado con la mirada porque no ve. e ipso


Jacio, pasa a ser radicalmente dependiente del deseo del Otro, del que ya no
puede protegerse. ¿Cómo no sentir la carga de angustia desalada por ¡a figura
de ese ciego cuyo testimonio exige la déspota? Tenemos aquí la clave de la
angustia del mártir, del tesUgo ciego. Es exactamente la angustia que pesa sobre
Sébasüen. ese niño al que la madre se empeña en hacer dormir a fuerza de
cucharadas de Fenergán. mientras que desde los cinco años él es cautivo de una
escena de horror verdadero donde el estallido de los muebles, los pedazos de
vidno. las huellas de sangre y las lágrimas de la madre, forman para él los
U r á n ic o s puntos de llamada de lo que él relata como escena doméslica.
He aquí al niño apresado en la insensatez de una doble conminación: dormir
y ser el tesUgo del asesinato de su madre. El se sostiene en lo imposible de esta
posición. Cuando articula una demanda de terapia, dieciséis anos después,
despliega su queja en estos términos: ‘ MI madre nunca nos concedía una mira­
da, pero nos obligaba a ser sus testigos’ .
Testigo de la agresión, testigo de aquella que él sitúa también como la pula
del pueblo y la déspota de la familia. El Interpreta la escena de agresión como
momento de rebellón del mando reducidoa la esclavitud. Con el correr del tiem-
poel muchachito se aisló en una especie de recinto cerrado. Anda con la mirada
baja, esparciendo angustia bajo la mirada del Olro presenle por doquier. Con
respecto al Olro se halla en la posición del ciego, incapaz de encontrar lo que
pertenece a su deseo (el del Olro). Sometido a los caprichos del Otro, está verda­
deramente sumergido en la angustia; se ofrece asi como puro objeto de sum i­
sión aj goce de compañeras que el encuentra primero para frenar la amenaza.
Se ofrece como complemento del Olro. como puro objeto consagrado a su goce.
El masoquista está condenado, condenado a enrolarse primero bajo el signo
deCain. Está condenado porque, a la mirada del Otro, el no puede escapar, Esla
mirada, en cuanto es puro pedazo de real surgiendo sin significación, connota
simplemente que el Otro desea. Aqui. punió de buena forma piara enmascarar
esa posibilidad estructuralmente abierta a todos que es la de ser mirado desde
todas partes. Cuando se abre el libreto masoquista. la función de pantalla del
sistema de las significaciones y de las Imágenes desfallece, para dejar emerger
k> real de La mirada y la angustia. Aquí la clínica se une a la literatura en lo que
atañe al surgimiento de la mirada que da los tres golpes del libreto masoquista.
(Vid esta unión también se realiza st consideramos la manera en que Lacan
determina teóricamente la relación entre la forma especular, el objeto (la mirada)
y el deseo- "Loque la forma especular llene justamente de satisfactorio es ocultar
Lj posibilidad de la aparición del ojo |...|. El ojo instituye la relación fundamental
de lo deseable en cuanto siempre tiende a hacer desconocer, en la relación con
el otro, que bajo eso deseable hay un deseante Reflexionemos sobre el
alcance de esta fórmula, que considero la mas general que puedo dar del
surgí miento de lo Unhevnllch. Piensen que se encuentran ante lo deseable mas
descansado. ante su forma mAs apaciguante, la estatua divina que no es sino
divina. ¿£¿ué más u/ih»vnJi(h que verla animarse, es decir, poder mostrarse
desean le?" ‘ ¿Noes precisamenle esle viraje de lo deseable al deseante lo que se
actualiza brulalmenle en el sueño con que se inicia la Venus de las pieles? 'S u
cat*-za era admirable a pesai de los ojos muertos y petrificados [„.|. Ella tomó
mi bnuco con su mano de marmol."
LA M IR A D A Y E L M A S O Q L ’ISTA 83

La Venus revela ser deseante, y la novela irá descubriendo la dimensión de


lo que ella exige.
Volviendo a Lacan. tal vez podríamos decir que el masoquista seria aquel
para quien la ocultación del objeto, y especialmente en lo que incumbe a la
mirada, no es estable. Estaría sometido entonces a una pulsación de la función
pantalia de lo imaginario, y si está reducido a la esclavitud (ésta de estructural,
es ciertamente por tener perpetuamente o bien que constituirse como !a presa
del deseo deJ Otro (o al menos hacer como si), o bien que reinstalar sin cesar
entre la mirada y él. el espesor de las imágenes y significaciones He aqui
realizada a mi juicio, una localización estructural del masoquista en relación
con la mirada como objeto.
He aqui también el resorte de la esclavitud masoquista que impulsa
especialmente del lado de las arles plásticas: (El pintori "le da su pitanza al ojo.
pero invita a quien está ante el cuadro a deponer su mirada, como se deponer,
las armas. Se le da algo al ojo. no a la mirada, algo que entraña un abandono,
un deponer la mirada.”*
Vemos que el Ticiano difiere del masoquista (al estilo de Sansón) en el hecho
de que. a la petición de la Venus, no puede ofrecer el globo de sus ojos ence­
rrando su mirada sino que. a semrjnnza del Amor que le tiende un espejo, él le
ofrece un cuadro donde la voracidad de su ojo podrá encontrar la paz en la con­
templación serena de su propia belleza Que nuestra memona retenga lo que
podríamos llamar la astucia del pintor o del Amor. Señalemos también que en
el saber del Ticiano. que se actualiza en la construcción del cuadro, es cabal­
mente el Amor quien pone limite a la exigencia que encubre el ojo de la mujer
Es un Amor que por la puesta en función del es pejo devuelve la buena forma
y refracta la mirada. Por lo tanto, el Amor se opone aqui ai goce y lo des'ía de
su trazado. 'Sólo el amor permite al goce condescender al d e s e o '7: cuando el
amor no lo consigue se obtiene el despliegue deJ libreto masoquista, Laoposición
entre goce y Am or aparece de nuevo entre goce v belleza. La función apolínea
de la pintura encuentra aqui su lugar.
Entiendo que también puede insertarse aqui, en su función de pantalla, el
consumo de drogas como modo de producción de imagen según receta o fuera
de recela. Asi puede explicarse también la figura del junky.
En e! fragmento de análisis de Sébastien" indicaba yo también que una sala
de cine podia funcionar para Sébastlen. desde este punto de vísta y por la
materialidad misma del sistema óptico que ella constituye, como lugar de paz
donde, dentro del sistema de las Imágenes, él conseguía identificarle: el ojo
quedaba entonces fuera, detrás de la pantalla.
Aqui la ebriedad o el cine podían funcionar entonces como shunt del libreto
masoquista. Pero volvamos al siglo XIX y sigamos leyendo a Masoch.
Si la voracidad de! ojo. su peligrosidad y la angustia que desencadena están
ahora sólidamente establecidos, aún podemos preguntamos: ¿de qué ojo. de
qué mirada se trata? De la mirada de Li mujer, por supuesto, pero mas
exactamente aún de la mirada de la Madre que. en su exigencia de goce. no
encuentra en general a su hijo más que con los ojos bajos. Esta dimisión del hijo,
podríamos decir, es lo que sucede cuando la ley. la ley del padre, ha sido
adoptada Cuando no ha sido adoptada, queda el hijo, cara a cara con la Madre.
Esto podría aclarar por qué Lacan indicaba que Masoch no retrocedió ante

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84 M AR K O S ZAFJROPOULOS

la Madre. También por eso la novela masoquista, después de esta apertura por
una lonja de lo siniestro anudada en tom o de la mirada, se prolonga a la manera
de un duelo. En la Madre de Dios, Masoch eleva la figura de la Madona. y par­
ticularmente su mirada, a la dimensión de un operador social de despotism o"
(en esto coincide con A. Grosrlehard 10).
Esto es lo que revela un paseante a Sabadll perdidamente enamorado de la
aparición del lago. Partiendo a la búsqueda de la mujer, de la Madre de Dios,
la encuentra y no retrocede. Sostiene su mirada, no discute y llega incluso a
desafiarla. Con ello se distingue de los otros hombres. Pero desafiando a la
déspota desata su violencia. Es su manera de abrir el camino que conduce a ella.
Entablado el duelo, al promediar el relato el hombre se derrumba Ahí lo
tenemos, de rodillas, dispuesto a sufrir el martirio, que aqui se concreta en las
modalidades de la crucifixión.
Se aproxima entonces una reformulaclón masoquista de la escena de la
crucifixión. También aqui lo que está enjuego es la mirada. Del lado de Sabadil.
esto da: 'Cuando la noche cayó y el templo se llenó de grandes sombras, Sabadil
tuvo miedo, Dios mío', exclamó, '¿no hay nadie aqui. me han abandonado?" (La
Mére de Dieu. pág. 306).
He aqui una resonancia de la célebre invocación de Cristo: “padre...".
"M is sufrimientos son atroces', dijo suspirando. Oh Sabadil, responde
Mardona, no puedo decirle cuán feliz me hace', exclamó ella Ella parecía
examinar su rostro pálido con más curiosidad que compasión. Después se
Incorporó lentamente y salió al patio. Sólo entonces, como nadie la veia, respiró
muy fuerte varias veces. Juntó las manos y ahí se quedó, presa de un éxtasis
doloroso y con la mirada perdida en el horizonte.- (pág. 305).
Mardona terminará con Sabadil con sus propias manos. La mirada dejó sitio
a los clavos de la crucifixión; "¡El había muerto! Mardona pasó toda la noche
sentada en el banco, con los ojos detenidos sobre el cadáver, las manos Juntas
sobre sus rodillas, pálida, muda, sin derramar una lágrima." (pág. 308).
Asi pues, al final del cuento el cadáver del hijo encuentra su función: detener
los ojos de la Madre.
Pero no me parece que esle final de cuento en forma de supresión del hijo
sitúe satisfactoriamente la cuestión del martirio o de la muerte en el libreto
masoquista.
A mi Juicio, es preciso forzar el final de la novela y por lo tanto retom ar a su
principio, pero esta vez con una nueva luz, para resaltar que la Idea de la muerte
o del martirio ha de ser colocada primeramente, en la novela masoquista, del
lado de esa mujer masoquizante cuya frialdad retuvo la atención de los
comentadores de Masoch.
Alegaré que si la mujer masoquizante que abre la novela m asoquista es fria
y hasta glacial, es porque emerge de lo real de la muerte. Ya sea que aparezca
bajo las modalidades de una mujer de mármol o de una virgen surgiendo de la
onda, ella procede del más allá del espejo. La mujer aquí ya está muerta, aún
muerta, pero no del todo puesto que hace signo, y esto es lo que genera el horror.
Si por lo tanto el masoquista es aplastado por ei peso de la culpabilidad,
viéndose especialmente pillado bajo la mirada de la Madre que le dem anda lo
que le debe, es porque él es el Matricida. El asesino de la Madre es él (el hijo).
Por último, se ha dicho con frecuencia que el masoquista esperaba una noticia.
L A M IR A D A Y E L M A S O Q U IS T A
85

Hoy planteo al menos como hipótesis que lo que espera es ciertamente la noticia
de la muerte de su madre. Agrego que si espera esta noticia es, por supuesto,
porque ya la conoce.
¿Se puede esperar otra cosa que una noticia que ya se conoce? Acuérdense
de la posición imposible de Sébastien: "dormir y ser el testigo del asesinato de
su madre".
Esto se parece muchísimo ai imposible reposo del asesino. Siguiendo !a
m ism a línea se podría sostener que, para el masoquista. la crucifixión del hijo
bajo la mirada de la madre no es sino una manera de pagar, ojo por ojo, me
atrevería a decir, el asesinato de la madre. El infanticidio de la Madre de Dios
responde al matricidio que hay que suponer como pre\-io a la novela.
Cruzando el limite de las aguas del lago, la Madona retoma del país de los
muertos para reclam ar el pago de su deuda: una vida. O la madre o el hijo: así
puede enunciarse también lo Imposible de la posición masoquista. En todos los
casos, los dos no parecen poder vivir aquí de manera contemporánea, posible­
mente porque Justamente en ese lugar no hav padre que vaJga. La aniquilación
del padre pone a la Madre y al hijo ante un cara a cara mortal.
Así pues, acabamos mucho más allá del fantasma sadlano. En "Kant con
Sade* Lacan escribe: "(En el fantasma sadiano) la madre sigue estando pro­
hibida, nuestro veredicto se confirma en la sumisión de Sade a la ley '.“
Tal vez podríam os decir que en Masoch la sumisión a la ley no está
asegurada. Por esto mismo, lo que introduce el libreto masoquista es la
efracción de un puro pedazo de real bajo las especies de una mirada que a
primera vista se presenta com o inmotivada.
El signo de Caín se condensa entonces con el de Cristo para domina la obra
de Masoch. En Caín, la presencia insistente del ojo guarda relación con el
asesinato del hermano, y en Masoch. con el asesinato de la Madre. Propongo
colocar pues en el principio de la lectura de la novela masoquista la cuestión del
asesinato (del martirio) de la Madre, siempre cumplido ya. pero nunca perpe­
trado definitivam ente. Este punto de Imposible y de horror me parece dar cuenta
a la vez del desencadenam iento del libreto masoquista (surgimiento de una
mirada en un halo siniestro), pero también de lo que cierra la novela, es decir,
el martirio dei hombre, que aquí demuestra ocupar el lugar del pago de la deuda
(de vida).
Pero este asesinato o esta agresión se deducen igualmente de lo que no
aparece en las novelas y sin embargo rubrica clínicamente la posición maso-
qulsta, esto es, el vuelco de la agresión sobre el Otro. La clínica esclarece una
vez m ás la lectura de las novelas. En efecto, no se puede dejar de lado o
minim izar ese m om ento de viraje donde aquel que se ha consUtuido como
víctim a (el masoquista) se vuelve, mientras que su verdugo de paso se aprestaba
a gozar de su presa hasta la empuñadura. El masoquista parece ofrecerse al
goce del Otro pero lo que pretende es. en realidad, su angustia, asegura Lacan.
A si pues, existe una distancia entre el masoquismo de la novela y ei de la
clínica: es m enester medirla.
Retomem os, del lado de la literatura, a La M adre de Dios: A la violencia de
la déspota desencadenada por el desafio le sucede, en el curso de la novela, la
crucifixión del hijo y el éxtasis de la Madre: "Ella respiró m uy fuerte varias veces.
Juntó las m anos y ahí se quedó, presa de un éxtasis doloroso. Aqui Masoch se

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MAUROS ZAKIUOI'OUI.OS

presenta claramente como enteramente ofrecido al (¡ore del O lro. lo m a l lo


vuelve más bien simpático, pero no colnrlde con la afirmación laranlana.
De lado de la clínica; Sébastlcn lleva sobre su cuerpo la mancha de sangre
que lo hace punto de mira de la mirada a laque Intenta perpetuamente escapar.
Esa mancha es un angloma. Con la cabeza gacha, atrae a las redes de su trampa
partenalres ocasionales a las que se ofrece totalmente como objeto de goce,
exactamente hasta que se vuelve para fijar su mirada sobre el cuerpo del Otro,
donde busca la manrha de sangre que encerraría el secreto de su ser mismo.
Si no se Instalara aqut una parálisis correlativa al horror del acto, también
podría ser que las manchas de sangre tan buscadas sean obtenidas por el 111o
del vidrio que la victima ciega de hace un Instante tiene ahora en la m aro, am e­
nazadora. Pero Justamente, el gesto queda en suspenso. El Otro se librará ta­
ponando la angustia, que ahora se desencadena en él. Lo esencial del libreto
masoquista está hecho. Se comprueba, pues, que el libreto no se detiene aquí
(como en la novela con el martirio del masoquista) sino ante el m artirio del Otro
Esta disyunción entre literatura y clínica tenia que ser recalcada. Por el con­
trario. la novela y el libreto clínico reanudarán su concierto cuando la mirada
surja para Justipreciar la culpabilidad de aquella agresión mantenida en el sus­
penso de un gesto no consumado, o en la opacidad de una dimensión distinta
Tal vez esta viñeta clínica me autorice también a situ arla agresión contra la
mujer en el principio de la novela masoquista. En cuanto al lugar que otorgo al
objeto en esta Intervención, pienso que es congruente, en particular con la
notable Interpretación que da Deleuze del masoquismo.
SI el masoquismo no es un sadismo invertido, esto también es verdad para
el objeto, ya que la mirada que prevalece en el masoquismo no reconduce al
objeto privilegiado del sádico, es decir, la mierda. Poner de relieve que en el
masoquismo el objeto que prevalece es la mirada, significa poner de relieve, en
el nivel del objeto, la no reversibilidad del sadismo al masoquismo.
Quisiera agregar por último, en lo tocante a la pintura, a la que presenté
como uno de los modos de shunt del libreto masoquista. que no es mi intención
reducirla a su función apolínea, aunque toda una vertiente de esta actividad la
conduzca en esta dirección.
Recordaré que. considerando su trabajo, ciertos pintores se ubicarían más
bien, en lo que aquí nos interesa, del lado de un relanzamlento del libreto
masoquista y de una llamada al desencadenamiento de la mirada más bien que
a su depósito.
Por supuesto, sus pares los acusan de querer destruir la pintura: 'Poussln
no podía aguantar nada del Caravagio y decía que había venido al mundo para
‘destruir la pintura ", nos informa el excelente libro que Louis Marin consagra
a esle tema.11Libro cuyo contenido podemos condensar en el comentarlo de una
oposición entre un cuadro de Poussin inmerso en la significación (Les bergers
d'Arcadie) y e ld e l Caravagio denomi nado La tete de Méduse; éste, sobre todo por
estar construido en trompe-l'oeil, nos conduce al surgimiento de la mirada, y
aun al de la cosa misma. El objeto es opuesto aqui a la significación, la mirada
a la teoría y a la contemplación. En lo que concierne al cuadro del Caravagio,
Louls Marín nos dice: 'L a cabeza de Medusa seria en cierto modo un Juego
topológleo sobre el dispositivo perspectivo y sus exigencias. Juego "erudito" a
expensas del ojo insUtuido (...) para abrir lavia. despejar el camino más allá del
I.A M IIÍA D A y bu m a l q u is t a
H7

cuerpo perceplor a la Inalcanzable impresión en la carne mWma, de la rov,


mtoRia. De este modo. Louls Mar.n caracteriza el estilo de e,le cuadro Mmo
salida lina! de una veta que él denomina sadomasoqulwta Tal ve/ podríamos
decir ahora -masoquista-, a « r a s . Sea como fuere, el lugar de la mirada como
objeto me parece particularmente bien situado en este análisis. en cuanto se
opone al de la teoría o la contemplación que predomina en Pousblri.
Pero tampoco es Indiferente constatar queesle universo pictórico masqqul»
ta se despliega alrededor del terna de la cabe/a de Medusa, que tren/a de manera
tradicional la agresión contra la mujer, la ra-itraclnn y la peligrosidad de su
mirada. Con ello se nos retrotrae a las propias fuentes de nuestra cultura y al
mito de Persco. Perseo debe ofrecer al rey Polldectes la cabeza de la Corgona. Leo
en Crlmmal: 'La Medusa es la única Corgona mortal, se la considera como la
Corgona por excelencia |...) (las cabezas de Medusa) estaban rodeadas de
serpientes. Sus ojos lanzaban destellos y la mirada era tan penetrante que
quienquiera la veiaquedaba convertido en piedra. Ellas eran un objetode horror
y espanto no sólo para lodos los mortales, sino también para los Inmortales. |...|
Perseo acaba por hallar el punto de referencia de los monstruos y. elevándose
en el aire, gracias a las sandalias aladas, presente de Hermes, logra cortar la
cabeza de la Medusa*.
He aqui el ardid de Perseo: "Para evitar mirarla, utilizó su pulldoescudo como
espejo y asi no tuvo que temer la mi 'da terrible del monstruo Atenea utilizó
la cabeza de Medusa colocándola sobre su escudo o bien en el centro de su égida,
y sus enemigos quedaban transformados en piedra, nada más que por el aspecto
de la diosa. "M
¿Quién no querrá ver ahora en el ardid de Perseo la fuente exacta del gesto
del Amor que. en el cuadro del Ticiano, devuelve a la mujer su propia mirada?
Seria útil considerar aqui el trabajo freudiano sobre la Medusa Personal­
mente me bastaba indicar, al término de esta intervención, el paso dei fantasma
al mito que nos permite alcanzar por fin la dimensión de universalización que
encubre todo fragmento de cultura de este tipo.

NOTAS

1. La Venus á lafoumire. op. clL, pág. 124.


2. Sacher Masoch, La Vénus q Ixijourrure, pág, 112.
3. La Venus á la/ourrure. op. cit.. pág. 124.
4. Sacher Masoch, La Mére de Dieu. París, Hachette el Cic. 1886. pag. 112.
5. J. Lacan. Seminarlo sobre "La angustia' (inédito), sesión del 5 de Junio de 1963,
6. J. Lacan, Ei Seminario, libro XI. LoS cuatro conceptosJundamentale:, del psicoana
lisls, París, Seutl, pág. 93.
7. J. Lacan, Seminario sobre 'La angustia , 1963.
8. Cf. M. Zaftropoulos, en UangoissedeDieu. Colloquc Sciences Sociales des Rdlg.onS
el Psychanalyse, CNRS, París, 1983.
9. A. Crosrichard, Simclure du Séraii, París. Scull, 1979.
10. Sacher Masoch, La Mére de Dieu. op. cil.. pag. JU.
11. J. Lacan, ‘ Kart con Sade'. Escritos. Paria. Scid; 790.
12. Louls Marin. Déírulre la peinture. Ed. Callllee. 1977.
13. Louls Marín, Détrutre la peinture, op clL. pag. puF 1951
14. Pierrc Grlmal, Dietonnaú* de la mytholog* grecque et romníne. PUF. 1951.

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X

LA VOZ EN LA OPERA

M ichcl ro iz a t

Conservan ustedes tal vez en la memoria aquel filme publicitario de una


marca de casetes que, Ilustrando el eslogan "La emoción intacta*, nos mostraba
un busto de piedra, el de Puccinl. derramando una lágrima bajo el Influjo del
canto de una de esas cantatrices cuyo poder sobre el oyente es tan grande que
se las llama "divas*.
Este anuncio condensa varios notables aspectos de algo que. a mi entender,
motiva el goce mismo del melómano aficionado a la ópera (de paso subrayemos
e l sufijo ‘ mano* -locura- de melómano: se dice melómano como toxlcómano. y
no melófilo como bibliófilo).
Procuraré aqui localizar -en diferentes niveles de este dispositivo- ciertos
elementos susceptibles de iluminar en alguna medida los fundamentos del
extraño goce del aficionado a la ópera, del oyente, del espectador de ópera. En
ningún momento adoptaré el punto de vista del intérprete. Asimismo, me
acantonaré exclusivamente en lo que por lo general se da en llamar la gran
ópera, excluyendo de mi estudio las otras formas del arte lírico como el Ued. el
oratorio, la cantata o incluso las formas derivadas de la ópera, opereta o comedla
musical.

Lágrimas, escalofríos, gritos y goce

Una rápida fenomenología de la emoción experimentada por el aficionado, al


menos en sus aspectos más constantes y más reconocidos por el comentario o
la critica musical, nos aporta una primera serie de indicaciones. En efecto, hay
una cosa que siempre me ha Impresionado: ¿a qué se debe que esos Intensos
Instantes de captura por el canto se acompañen por la irrupción de las lágrimas,
marca del sufrimiento de la pérdida, y por el escalofrío, marca del sentimiento
del horror? Placer musical, se dice. Extraño placerque entraña todos los signos
del sufrimiento, incluido uno categóricamente real, el de la garganta anudada
l-A VOZ KN LA OPEHA

bajo el doloroso esfuerzo por contener la Irrupción de la ernocion. si es cierto que


en n u c ir á s ruliuras lus lagrimas lian de ser reprimidas. Asi pues, si hablo de
^ c e musical o vocal. es en cuanto goce se distingue de placer
Nos Inclinaríamos por asociar csias manifestaciones emotivas con la signi­
ficación frecuentemente trágica de las situaciones en cuyo iranscurso se eleva
el canto generador de esle efecto. En realidad, lo que caracteriza a dicha emo-
d o n es que. por el conlrario. lejos de Impregnar la totalidad de la situación o
escena trágica, su Irrupción es lajanle. incoercible, y ijene lugar en ciertos pasa
Jes musicales perfectamente circunscriptos donde s¡: derrumba todo lo que no
sea pura voz, especialmente el registro de lo visual y el registro de lodo lo que
es significación.
El registro de lo visual... En efecto, el dispositivo de la opera apela constan­
temente a todo aquello que pertenece al orden de lo visual. Las figuras de la
puesta en escena, los trajes y decorados, los efectos especiales donde Intervie­
nen complejas maquinarías, el recurso a ilusiones visuales como el trompe-l'oeil
y la perspectiva constituyeron, en los mismos Inicios de la htsloria de la ópera,
un motor fundamental del genero, y los espectadores de la Aída de Bercy. que
cubrieron con sus aplausos a cantantes y orquesta en los grandes despliegues
de figurantes, están ahí para atestiguarlo. Pero precisamente, lo que me parece
Importante señalar es que. Incluso en estas producciones que parecen recalcar
lo visual, estos aspectos se derrumban no bien se despliega el canto de La diva,
hasta el punto de que son muchos los que cierran entonces los ojos para
escucharla mejor. Además, en ciertos aspectos, el propio fenómeno de autono-
mlzaclón completa de la voz. ese desprendimiento de la voz como objelo. hizo
posible la Instauración del dispositivo de la ópera. La sistemática discordancia
entre el rol y el intérprete, todo lo que es llamado "convención" de la ópera, sólo
se hace soportable ante la disolución de aquella discordancia cuando el vuelo
lírico y el goce resultante capturan al espectador: lo cual explica, además, que
cuando esa captura se toma Imposible por alguna falla del Intérprete y la
discordancia estalla ante la mirada del espectador, la ópera se sume en lo risible
y lo ridiculo. El intérprete queda relegado entonces a la condición de desecho,
entre los silbidos y los tomates podridos. Igualmente violenta y mortífera es la
reacción del espectador cuando lo que Impide aquella captura es una perturba­
ción causada por otro espectador. Este vecino es entonces propiamente
ejecutado, fusilado con la mirada.
Caída, he dicho también, de lo que pertenece al orden de la significación.
En el filme publicitario citado al comienzo, este punto aparece con toda claridad:
nada se dice de la situación significante que motiva el canto que se oye. y no es
necesario conocer de ella lo que fuere para comprender la emoción que Invade
a la estatua de piedra. En efecto, en esos instantes en que el canto, y
principalmente el canto femenino, se presenta deliberadamente como canto,
como música pura, rompiendo toda atadura con la palabra, destruyéndola
literalmente en provecho de una melodía puramente musical que va creciendo
poco a poco hasta confinar con algo semejante al grito, en esos instantes en que
desaparece toda p a la b r a y aparece p oco a poco loque es grilo. surge esa emoción
que no se puede expresar de otro modo que por la Irrupción de esa marca del
sentimiento de la pérdida absoluta que es el sollozo, hasta el punto de quitar al
propio oyente toda posibilidad de palabra. Para Ilustrar este proceso citaré dos

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90 M IC H E L T O 1 Z A T

extractos de Tristón de Richard W arner que elaboran el mismo leitmotiv: el final


del dúo de amor de Tristán e Isolda en el segundo acto, y el final de la muerte
de Isolda. Al escuchar esta m úsica se produce algo absolutam ente Irreprimible
en quienes son sensibles a ella: el sentido de las palabras, aun si se las pudiera
comprender -lo q u e aquí no sucede, ya veremos p o rq u é- . y aunque se las sepa
de memoria, m uy pronto queda completamente desalojado, tan presos qu eda­
mos de ese ascenso m elódico en espiral, de ese presentimiento o esa suerte de
llamada de un punto culminante por venir que acabará por brotar, como grito
musical, en el caso de la muerte de Isolda, y como grito puro en el caso del dúo
de amor, grito de sorpresa y de traición de Brangaene a la llegada del rey Marke.
Este efecto de anticipación fue analizado por Alain Didier-Weill en su articulo
publicado en O m icaf? (N° 8. Invierno 1976-1977). No trataré ahora de ese efecto
en si, stno del problema por el cual en la ópera esle efecto de anticipación recae
sobre algo que pertenece a) orden del grito.

Entre palabra y grito

No es absurdo, en efecto, a mi Juicio, considerarla historia de la ópera -y este


es el primer eje de análisis que quisiera exam inar- como una larga andadura
de la palabra cantada al grito musical y finalmente al grito puro. Esa andadura
parte, con Monteverdi, de la mirada de Orfeo reenviando a Euridice a la nada;
encuentra su culminación con Alban Berg y otra mirada, ésta armada de un
cuchillo, el de Jack el destripador en el momento de asesinar a Lulú. Parte de
la triste melodía de Euridice aún muy cercana al fraseo, a la escansión de la
lengua, para culminar en el tremendo grito de muerte de Lulú. Esta andadura,
que por supuesto dista de ser lineal, actualiza la problemática fundamenta) del
género ópera: la relación música/palabra, que se Inscribe sobre este eje entre
dos limites, por una parte la palabra y por la otra el silencio y el grito. Esta
problemática se establece conforme dos modalidades que van a determ inar una
oscilación permanente de las diversas formas del género ópera: modalidad
fusión o confusión palabra/música de un lado, y del otro modalidad del
antagonismo, del conflicto y hasta de la destrucción de la palabra por la música.
Los comienzos de la música, con Monteverdi. se caracterizan por una línea
melódica que se asocia estrechamente al fraseo de la lengua. El afán de
Inteligibilidad obliga a abandonar el sistema polifónico anterior y se fija el
propósito de perfeccionar todo aquello que permite 'h ablar cantando*. Pero m uy
pronto este Ideal de fusión cede su sillo a una aulonom lzaclón radical del
aspecto vocal musical. Es. con el arte de los castratl. el propósito de un goce del
objeto-voz puro, con, ípsoJacto, la calda total de toda preocupación por el texto
y por el dram a. Estos desarrollos, un tanto paroxisticos por momentos,
concitaron por reacción la primera reforma de la ópera que se haya presentado
como tal. la de Gluck. quien relntroduce la preeminencia del texto y del drama.
Su reforma acom paña -históricamente, no prejuzgo en cuanto al vínculo causa
a e fe c to -a la desaparición de los castrad. Lo Interesante de apuntar es que en
cada una de estas oscilaciones de la forma de la ópera reaparecen a la v ez el
dispositivo de producción del goce de la voz y el dispositivo de control y de
limitación de esle goce. SI durante el gran periodo de los castratl el goce vocal
LA V O Z E N La O P E R A 9]

alcanzaba tamañas cumbres (el 'P n r a ^ __- j


resoecto bien e lo rw n irt ForP°rlno de Domimque Fernández es aJ
respecto b e n elocuente), la escansión de la obra por los recitativos bajaba
f ™ ' a ^ CSpe1C la d o re s A la l^ r Sa .c Uan d oelcom Po SIt o r C a
el proyecto de refrenar el despliegue lírico sujetándolo a la escansión significan­
te de la palabra, producirá una forma musical llamada por ejemplo 'recitativo
acom pasado en Gluck. que pasará a ser la ‘ melodía continua’ en Wagner.
tendiente a abolir la distinción aria/recitativo y en consecuencia la limitación
del goce que esa escansión producía Ahora bien, estas formas musicales tienen
el efecto de producir una tensión, una captacií-n continua, fuente a su vez de
emocion y de goce profundo, observados por todos los comentadores, contem­
poráneos o no. tanto de Wagner como de Gluck. Y ello más aun cuando en las
obras compuestas según este proyecto estético siempre se deja un importante
espacio a los despliegues líricos, que rompen toda atadura con el verbo e
Inducen al oyente al goce vocal del que estamos hablando. Este movimiento
pendular aparece a lo largo de toda la historia de la ópera: del Singspíel de La
fla u ta mágica al Sprechgesang de Schoenberg y Berg, del bel canto italiano al
recitativo melódico de Peleas, hasta convertirse él mismo en el propio tema de
una ópera, Capricdo de R. Strauss. creada en 1942 y cuyo argumento es
Justamente la discusión de las relaciones música/verbo.
Y al capricho de esle movimiento pendular se discierne cada vez más
claramente, detrás de la evolución del canto y sobre lodo del canto femenino
llevado cada vez más al agudo y al sobreagudo, ese punto de llamada, ese punto
limite que es el grito, hasta que acabe por estallar, por desgarrar la envoltura
musical que hasta entonces lo contenia, punto de vuelco del goce en el horror.

Grito de mujer, palabra de hombre

Esta problemática de la relación música/palabra no se organiza en forma


análoga en el canto masculino y en el canto femenino. La atribución cada vez
más sistemática a la heroína, a la mujer que en el último acto será sacrificada,
de la tesitura de soprano y, en el Interior de esta tesitura, a la inscripción del
canto de la soprano en zonas cada vez más limites hacia el agudo y el
sobreagudo, tienen por consecuencia Ineluctable la liquidación de la Inteligibi­
lidad de la palabra de la mujer. Saben ustedes, en efecto, que a partir de cierta
altura del canto no es acústicamente posible articular bien, y ni siquiera
articular a secas, ciertos fonemas. Y cuanto más se avanza por la historia de la
ópera, más se sitúan los grandes despliegues en esta zona de ininteligibilidad
forzosa. Ahora bleri. además de que no se verifica la misma evolución en el canto
masculino, salvo en ciertas grandes artas de tenor donde entonces conoce un
tratamiento bastante cercano, el canto masculino tiende por el contrario, y en
Wagner y Berg ello es sumamente notorio, a ^introducirse como palabra pura.
En este sentido el dúo de la escena final de Lulú entre Jack y Lulú es bien
significativo: se trata auténticamente de un dúo entre un hombre que habla y
una mujer que en cambio modula un grito hasta su grito agonia bruto, hasta
la palabra bruta de Jack que le sucede de inmediato. Asi pues, este grito es casi
exclusivamente femenino. No he encontrado más que dos o tres gritos de
hombre Incluidos como tales, es decir, consignados explícitamente en la partl-

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M 1C IIE L PO IZ A T

tura o en las Indicaciones ríe puesta en escena del compositor, y no soslenldos


por una palabra, el grito de AJberirh en El oro del Rin de R Wagncr, cuando
Wotan le arranca el anillo, el grito de Don Juan y prácticamente ninguno más.
Ese grito femenino, cuando aparece, esencialmente en Wagner. no se presenta
al principio en la forma del grito de muerte, sino en la del grito de traición, grito
de la mujer engañada, traicionada. Habrá que esperar al siglo XX con K.
Strauss. Berg, Shoslakovich. para escuchar esos terribles gritos de muerte, cu ­
biertos. no bien han sido proferidos, por/ortey triple Jorteorquestales, como si
el compositor hubiera tomado conciencia de que se ha transgredido una prohi­
bición y fuera preciso apelar a todos los recursos de la música para conseguir
sofocar, reprimir lo que sobre todo no debía ser oído.
Cierto es que R_ Wagner teorizó acerca de la cuestión del grito La aborda en
su ensayo sobre Beethoven. en la linea de su coincidencia con la filosofía de
Schopenhauer.
El grito de Kundry en el segundo acto de Parsifal. cuando descubre ser una
seductora al servicio del mago Klingsor, constituye Indudablemente una
tentativa de puesta en escena de ese grito "teórico" y hasta "melafislco" del que
Warner ha estado hablando.

U n das súencias

Anuncié poco antes dos puntos limite en el eje referido a la problemática de


las relaciones música/palabra; el silencio y el grito. Acabamos de tratar acerca
del grito pero, ¿qué podemos decir del silencio? P. Soury ha dicho que "el silencio
es a la música lo que el espacio es a la arquitectura". Y entre silencio y grito hay
intimas relaciones. Si el grlio desgarra el silencio, también produce el efecto de
hacerlo oír Desde hace mucho tiempo la cuestión de las relaciones música/
•tiendo ha venido siendo objeto de numerosas reflexiones (el trabajo de V.
JankelevUch. La musique et 1'lneJfahUr. contiene Interesantes Indicaciones
sobre el lema). La.* más frecuentes tienden a hacer nacer la música del silencio
para devolverla al silencio, o Incluso a hacer dr la propia música un modo de
ser. una disposlrlón del silencio. Esto se puede comprender muy bien si se
considera la música en su función de Impugnación de la palabra: no hay
Impugnación más radical de la palabra que el silencio, Pero en aras de una
mayor precisión, y atentos al puntó que aquí nos ocupa, me parece Importante
distinguir por k> menos dos clases de silencio, radicalmente antinómicas.
El primero es el silencio que funda la escansión significante del lenguaje, que
redondea, con cada final de palabra, con cada segmentación de frase, una
significación. Introducido en la música, funda también en ella una escansión,
articulada ésta, en lo que respecta a Ja música de ópera, ron la escansión
signifícenle d d texlo. En el nivel de ta escritura musical, este Upo de silencio se
Introduce -entre otras formas- por el Juego de uri significante precisamente
llamado '•llénelo*, simbolizado en las primeras épocas por una barra, marca de
corle sl la hay. Y preclsamenle mediante la abolición de esle silencio, de estos
corles en el despliegue de la melodía y sobre lodo de la melodía vocal, riace ese
goce U n particular del que estamos Intentando decir algo
Pero en tal abolición de lo que es lenguaje, ritmo, articulación, se evoca
LA V O Z E N LA OPE14A 93

entonces otro silencio, el que resulla de esta destrucción, silencio mortífero que
suscita unas veces la angustia y otras el sosiego tu le olrri silencio es un poco
como un limite can el cual la música Juega permanentemente, evocándolo sin
cesar, pero también evitándolo sin cesar. Paradójica mente la abolición de lodo
ritmo, el sonido más quieto y continuo, el más pleno, el sonido sin silencio, es
lo que más perfectamente evoca aquel otro silencio: asi, por ejemplo, la música
planeante, ampliamente utilizada para Ilustrar panoramas de espacios desér­
ticos y silenciosos; asi el comienzo de El oro del fíln donde un solo acorde,
mantenido por los contrabajos durante clenU treinta y seis compases, evoca el
silencio originarlo de los tiempos míticos primordiales. Es este otro silencio lo
que el grito atraviesa y hace oír a la ve/, transformándolo, como se ha llegado
a decir, en "silencio que aúlla', presentlllcaclón de un punto de real que escapa
a toda simbolización, a toda nominación, y por lo tanto expulsado para siempre
al silencio.
Y tal vez sea ésta la función de la música, por lo menos en la ópera: insertar
ese silencio que aúlla, que no es posible soportar, en un sistema que lo toma
aceptable, que lo evoca sin cesar pero evitándolo al mismo tiempo sin cesar, que
lo deniega como tal en el mismo momento en que se lo reconoce. Parecería que
la música y el canto tuvieran la función de apartarla angustia, el horror de este
silencio, de reconocerlo, ciertamente, de reconocer en él una pérdida fundamen­
tal -de ahí las lágrimas-, pero escapando a la angustia Insoportable del
verdadero gr¡tu y silencio de muerte.

El objeto perdido

En Proyecto de una sicología para neurólogos, Freud muestra que el niño


queda literalmente desposeído de su grito, primer objelo vocal, por la significa
ctón que le atribuye el Otro, esencialmente la madre: que la significación
operada porel lenguaje se paga con la pérdida del objeto-voz, del material sonoro
en cuanto tal. En efecto, el primer grito del nlfto no constituye una demanda,
una llamada, sino una pura emisión vocal La respuesta y la significación que
le da e! otro, la madre, y el goce que ella procura en forma de cuidados, de
satisfacción de necesidades, de ternura, hace enlrar esle grito en la significa­
ción, elevándolo a la condición de manifestación vocal dolada de sentido. Pero
este proceso hace que el grllo se pierda como material vocal detrás de la
significación que le da la madre, de la misma manera que en las situaciones de
lenguaje habituales la voz como soporte sonoro se pierde detrás de lo que es
sentido. Pero como Inlclalmente esle material vocal puro Tue asociado al goce
que el otro le reenvió, el sujeto no parará de querer reencontrar ese objelo
primitivo que le permite go/ar del otro. Asi pues, no es sorprendente que un arle
organice la búsqueda de ese objeto, no realmente perdido y de ahí la inutilidad
de esa búsqueda, sino que el sujeto construye como perdido en la retroacción
del proceso de simbolización operado por el lenguaje. Entonces tampoco ha de
sorprender que esa búsqueda se aventure hasta los confines del grito.
SI la Apera es el arle que esl rurtura esa búsqueda, la sitúa -y llego con ello
al segundo eje de análisis que quisiera someterles- en un terreno habitado

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94 M lC I IE l.r o iZ A T

principalmente por dos figuras, las tlel ángel y la mujer, detrás de las cuales
veremos perfilarse, en filigrana, la cuestión de lo divino.

El paso del ángel

La ópera nació bajo el signo del ángel, y el castratl constituye su avatar


primero y más extraordinario. A fin de apoyar mi tesis con una ilustración, me
referiré a los trabajos del musicólogo Chrlstian Gaumy expuestos por él en una
serte de programas difundidos por FYcince Culture en octubre de 1978, Los
estudios de Chrlstian Gaumy sobre el canto religioso occidental lo Indujeron a
encontrar en la Iglesia Católica, especialmente en la Iglesia mozárabe de la
España de los siglos VIH y I X un verdadero proyecto ldeológlco-artislico: el de
hacer oír la voz del ángel en su función de alabanza dirigida al dios creador. La
voz aguda, la voz de cabeza como también se la denomi na. siempre fue asociada
a esta posición angélica, pero la prohibición que pesaba sobre la mujer como
actor litúrgico la excluyó del coro cantor de la Iglesia secular. Asi pues, fueron
voces masculinas las encargadas de esta función, tratadas para el agudo según
técnicas apropiadas (falsete, contratenor). o bien voces de adolescentes. Ahora
bien, en la España de aquella época este "proyecto' litúrgico acababa coinci­
diendo con la "tecnología" de la castración tal como la presencia de los eunucos
podia darla a conocer, y esto condujo a la Iglesia a “Inventar* el castrado cantor
como el medio más apropiado para hacer oír la voz del ángel. En el siglo XVIII
la Halla barroca se apoderó de esta voz de ángel encarnado por el castrado y la
desplazó de la escena sagrada a la escena profana en el mismo momento en que
nacia el género de la ópera. Este cobró de entrada un vuelo considerable, basado
en la voz del castrado, dando lugar a esos desbordes de goce que D. Fernández
nos deja adivinar en su ‘ Porporino*.
Si la ópera nació bajo el signo de la voz del ángel encamada por el castratl,
esta presencia del ángel subsiste a lo largo de la historia bajo diversas formas
hasta que aparece como tal en una de ias últimas óperas que se hayan
compuesto: San Francisco d e Asís de Olivler Messlaen, creada en 1983. Entre
tanto, la modalidad más frecuente de esta persistencia de la presencia del ángel
estuvo dada esencialmente por la figura del travestí, y ello utilizando todas las
modalidades de lntercambiabllidad posibles. La trllogia compuesta por el
gu eru blno de las Bodas de Fígaro de Mozart (Querubino. figura de ángel
nombrada como tal), del Fidelio de Beethoven y del Octavian de £1 caballero de
la rosa de R. Strauss, representa, entre muchos otros, los ejemplos más
notorios.
Quisiera em pero detenerme un poco más en un personaje que rara vez es
situado del lado del ángel, pero que me parece constituir el nexo (nexo lógico,
no histórico) entre el lugar del ángel y el lugar de la mujer. Lulú. Ella que dice
ser ‘ hija del milagro*, haber "nacido sin padre", llevar sólo el nombre que le
ponen los hombres, y que por lo tanto cambia su nombre al capricho de los que
se suceden en su vida, de hecho no tiene nada de la figura de la seductora. Lulú
encam a un lugar donde va a perderse el deseo del hombre, encam a explícita­
mente el "eterno femenino* en lo que tiene de atrayente, de imposible, por lo
tanto de prohibido, por lo tanto de peligroso. Si Lulú puede ser asociada al ángel,
LA VOZ EN LA OPERA
95

esta vez es por su función de exterminación; y esto es |0 que declara el doctor


Schocn en e segundo acto. Justo antes de su muerte: -Angel extermmadorfaía-
d e ía ^ r i tU' 'tínademíSVlejosdias- cnerda para colgarme". Y al final
t í m í r í n ,l ^ CO" desa Ceschwitz sus ultimas palabras
de amor en el momento en que sucumbe a su vez bajo el cuchillo de Jack.

La mujer sacrificada y la Diva

El asesinato de Lulú y de ia condesa de Ceschwitz nos conduce, indudable­


mente, a ese cortejo de sacrificios, crímenes y muertes de mujeres que desfilan
por toda la historia de la ópera, sobre todo en el periodo romántico y moderno.
Esta es la marcación efectuada porCaLSerineClémenten su libroL'opéraou la
déjálle desjem m es |La ópera o la derrota de las mujeres|. La dificultad surge no
obstante a la hora de interpretar dicha marcación. SI se la examina aisladamen­
te, como paradoja de una construción cultural especifica de unaépocadada, las
interpretaciones a que daría lugar pueden ser múltiples; se situarían en niveles
muy dispares y eventualmente se superpondrían unas a otras sin excluirse
necesariamente.
De este modo, más allá de una derrota de las mujeres, concepto que remite
a la Idea de un combate masculino/femenino que acabarla en el fracaso
femenino, quizá también deba verse en ello la puesta en escena de una
destrucción salvaje de esa presencia encamada de la falta que la mujer puede
representar para el hombre en aquel sentimiento de espanto descripto por
Freud. A menos que se trate de la destrucción de aquello que atestiguaría algo
de un goce Imposible, ese famoso goce femenino con el cual mantiene el hombre
relaciones tan complejas (lo que podría sugerimos Carmen). En efecto, no
olvidemos que la ópera, en lo que respecta a su producción, es cosa exclusiva­
mente de hombres, sin ninguna excepción, y las determinaciones socio-
ideológicas no serian suficientes para explicar tal estado de cosas.
Quizá también pueda considerarse a ia ópera como una puesta en escena de
la vana búsqueda de LA Mujer, búsqueda que Impondría eliminar una por una
a cada una de las mujeres, siempre, como Turandot. inaccesible y peligrosa.
Desde ese momento, al Igual que el ángel, la mujer resulta colocada en posición
de cuasi divinidad, lo que el comentador de ópera observa perfectamente puesto
que llama "diva" a la Intérprete afectada a estos roles, calificando su voz de
•divina’ . Este último calificativo -subrayémoslo- no se aplica prácticamente
nunca a la voz masculina: los calificativos aplicados a las voces masculinas se
asocian más habitualmente a lo que pertenece alenden de la materia: vozdeoro,
voz de bronce. No hay otra voz divina que la de mujer. Por lo demas. otros
Indicios nos permiten asociar divino con femenino, especialmente la muerte en
el grito tal como la ópera nos lo hace oír para la mujer tal como el Evangelio lo
señala para el grito de muerte de Jesús en la cruz. Tal vez no sea casual que el
evangelio de San Juan, el únlcoque no hablade ello, seajustamente el evangelio

Otro tndido vlene a corroborar en la ópera este parentesco de posición entre


ir i fiiuino el incesante flirteo de la ópera con la tragedia antigua
deriva'dH a escenificación de la muerte, del desmembramiento de un d u * En

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96 M1CHELPOIZAT

esle sentido quizá no sea absurdo considerar ei destripam iento de Lulu com o
el ultimo avatar de La pasión de Diomso. lundam enlo de la tragedia griega.
Pero también es posible abordar la cuestión desde otro punto de vista que
nos llevara a alcanzar el objeto mismo de la ópera: el canto. Sí efectivam ente se
trata de la busqueda del obieto-voz. es necesario que ella se interrum pa en d e ­
terminado momento para poder continuar Que más eficaz que la muerte para
traducir, para ilustrar ese corte necesario a la reinvestidura en otra obra de
aquello que mouva la bu squ eda Ahora bien, puesto que a través de su voz la
mujer constituye de hecbo el lugar principal en que esa búsqueda se desarrolla,
por esto mismo su muerte parece producirse 'n atu ralm en te'. Pero la paradoja
está en que esta situación de muerte ofrece también ocasión para franquear el
limite que el gn to constituye, el grito de muerte que a su vez da m uerte ai canto,
hundiendo en el horror el goce de la búsqueda. En este aspecto es sin duda
asombroso comprobar que no bien surge el grito, el com positor le superpone un
Jorussuno orquestal: auténtico estereotipo de composición sea quien fuere el
compositor. El ejem plo del final de es ma<; que dem ostrativo: no es sólo que
el grito de Lulú se ve inmediatamen le cubierto por un triple/orteorquestal, sino
que lo que le sucede es una palabra de hombre, otra m anera de reinlroducir la
le y y e l limite. Y cuando, para concluir, se eleva el canto de m uerte de la condesa,
tiene el sosiego del retom o al puro canto. De todas maneras, después de la obra
de Berg y de R. Strauss se observa una neta dism inución de la creación
operística. Tal vez no carezca de relación con lo que hemos apuntado.
El encuentro, en el Interior del dispositivo de la ópera, de la búsqueda del
objeto-vea y de la presencia del ángel o la m ujer en cuanto condenada a la
muerte, sigue siendo enigmático en muchos aspectos. ¿Se trata de una sim ple
confluencia histórica, dentro de una misma construcción cultural, de determ i­
naciones Independientes? O quizás una profunda articulación anuda en una
problemática común esta cuestión del goce de la voz. de lo fem enino y de lo
'fu era del sexo" representado por el ángel. Ciertos mitos parecen indicarlo. El
m ito del ángel músico, del 'can to silencioso de los ángeles*, asi com o la
asociación primitiva de la voz del ángel a la voz aguda, ubican un punto de
articulación entre estos dos ejes. En L'ajnourcLe la langue. J.-C. Milner dice que
el ángel 'ilu stra lo que adviene del sujeto cuando queda reducido a su mera
dim ensión de enunciación'. Asi se explica de qué modo la figura del ángel puede
vincularse con ese objeto-voz fuera del sentido, pura enunciación. W agner
teoriza largamente, en Opera el Drame. la metáfora según la cual la m úsica es
m u jerv la palabra el principio masculino que viene a fecundarla para engendrar
el arte ideal que para él constituye el drama musical según él lo concibe. La
comparación con lo q u e sucede en otras culturas, por com pleja que sea. podría
aportam os indudablemente algunas claves.
IV
ser social

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XI

G O C E M ISTICO Y LAZO SO C IAL

Rithée Cevasco

En el centro de la experiencia mística hay una búsqueda de un punto de


goce, de un encuentro fuslonal que evoca la figura de completud de la que habla
Freud en su m ito de una primera experiencia de satisfacción.
Este goce que aparece en el centro de la experiencia mística puede ser
asociado con el goce Otro, otro que sexual, del que habla J. Lacan. ese goce
suplem entario que debemos Inscribir del lado de la posición femenina en cuanto
no toda concernida, regulada, por la función fállca. Lo que no implica que sólo
las mujeres sean sensibles a él: hay hombres que también lo son. 'personas
dotadas como San Juan de la Cruz porque, cuando se es macho, no se está
forzado a ponerse del lado d e l'V x <t>x\l
Teresa de A vila es una figura m ayor de la mística española. Mística del siglo
XVI: cristiana y ortodoxa. Mística que responde al impulso individualista del
Renacim iento y que sin embargo se ve proyectada a temas esencialmente
contrarios a los del Renacimiento. El caso de Teresa de Avila es el prototipo de
la inscripción de lo particular de una experiencia en la generalidad de una
doctrina.
El m isticism o español es un misticismo tardío. Surge en un contexto en que
la Iglesia, con el Concilio de Trento. se fijó una doctrina y estableció los criterios
que perm itían discernir entre ortodoxia y heterodoxia. El Concillo de Trento,
obra de los italianos, los españoles y los franceses, definió una Iglesia que
respondía a los rasgos de la 'latinidad', sin dejar de adm itir en parte otros
estrecham ente emparentados con la libertad germánica. Sus teólogos habían
tenido dem asiadas afinidades con d humanismo como para declarar al hombre
caído sin remisión, privado de responsabilidad en la em presa de su salvación.
En España, la Contrarreform a se lanzó a com batirán un doble frente: contra
la Reform a qu e venía del exterior y. en el interior, contra el desorden de las
costum bres eclesiásticas. Teresa de Avila em prende con este espíritu su
Reform a del Carmen, predicando el retom o al origen y a la regla estricta.
Otro punto central dom ina a la comunidad religiosa de la España del siglo
C O C E M IS ! IC O Y L A Z O S O C IA L
99

1" s,cnsu“ ” -

de Teresa la m t e l t o T Í T eSte PUnl° qUe nos parece « « “ lal en d caso


en ^ a d L hfja de í^ e s t " * * * * “ “ “* a
La particular crisis religiosa de la época y de España propicia una cierta
escucha de estas experiencias sobrenaturales, las que por olra parle tienden a
permanecer secretas e Inconfesables. ¿No dice a^aso Juan de Avila, en 1578 (en
su Ep¿sfolano): ‘ Callad lo que sucede en vuestras relaciones con Dios, asi como
la mujer casada no habla de sus relaciones con su marido', pues el único 'testigo
y ju ez" debe ser el propio Dios, no los hombres? Teresa, pasando a la confesion,
dirá que 'revelar estos favores le costaba más que si se hubiese tratado de
pecados, le parecía que Iban a burlarse de ella y a considerar sus visiones como
cuentos de mujercillas".3
Sin embargo, hablara con sus confesores y después escribirá, a instancia de
estos, con el fin de transcribir su experiencia, de ser útil a o tr o s y. en particular,
a las otras carmelitas. Con Teresa, la experiencia mística intenta el camino de
la transmisión y del adoctrinamiento.
El discurso religioso, su ética, la regulación por lo tanto del goce que él
entraña, da su marco al goce perseguido, búsqueda de un goce apoyado en el
amor y más allá del amor fislco.
Teresa de Avila cuenta en su autobiografía cuán tempranamente, leyendo las
vidas de santos y mártires, hizo presa de ella la voluntad de un goce Üimitado
e Infinito. Imploraba entonces, a los siete, ocho años, la misma muerte y los
mismos sufrimientos padecidos por los mártires. Dice estar guiada no por 'amor
[a Dios] que yo entendiese tenerle', sino por "gozar tan en breve de los grandes
bienes del cielo" de que le hablaban los libros. La Impresionaba particularmente
saber que los castigos, pero también las recompensas, podían durar para
Siempre, un “para siempre, siempre, siempre" que gustaba repetir.5
Esta idea de un estado permanente de beatitud no es una idea -delirante",
pues se trata de una promesa Implícita en el discurso religioso al anunciar ésle
que tal estado de satisfacción es posible de alcanzar más alia de la muerte. El
discurso religioso promueve una reconciliación posible, un estado de reabsor­
ción de la hlancla, una recuperación de la pérdida operada en el ser viviente por
obra de su Inscripción en el lenguaje. En síntesis, una reconciliación a término,
una «u n ifica ción entre el creador y la criatura, reabsorción de la causa y su

CÍC U beatitud prometida, ¿no es la llamada a la locura loque puede generar este
discurso? Pues el goce del Otro no se plantea como prohibido, solo es 'puesto
a distancia', ya que lo Imposible no está sancionado por la prohibición.
Teresa no delira. Sin embargo ella, como otros místicos, son en cierto punto
transgresores. Quieren este goce "todo y ya mismo". Intentan hacer sallar el
limito nue lo mantiene *a distancia*, más allá de la muerte. La tentación
tiene ste carácter pretender 'por anticipado' loque se promete para
a * - fq Io *5 místicos por lo tanto, quieren actualizar una promesa. Teresa
después ^ ^ f ^ e ^ t o r e a r inmediatamente el Jubillo de arribar a esle

s“ n" ’ " '■ su * * ■ ■*“

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100

llamada a cruzar el limite que obstruye esa voluntad de goce Infinito, no


limitado.
En este punto el m ístico se torna sospechoso y peligroso, susceptible por lo
lanío de ser sometido a Interrogatorio, el de la inquisición. A sí ocu rrirá con
Teresa de Avila y más dram áticam ente aún con San Juan de la Cruz.
Sin embargo, ambos han prestado explícitam ente su ju ram ento de fidelidad
a la Iglesia, pero con eso no alcanza. Teresa de Avila som eterá a prueba su
experiencia, a la prueba de la doctrina de los Letrados de la Iglesia. Pues si bien
esa experiencia se presenta al com ienzo como la de un gozar que no deja dudas,
el problema es que se trata de algo que se experim enta sin que se sepa
exactamente qué es. La pregunta de la Inquisición, ¿asunto de Dios o del
Diablo?, es también la pregunta de aquel o de aquella que padecen de esa
experiencia del Otro.
Esta pregunta, común al 'sujeto* de la experiencia supuesta y al Otro de la
comunidad y del grupo, los pondrá a trabajar, Juntos. Se instaurará, pues, un
trabajo, trabajo de regulación y de encauzamiento. El motor principal, si no
único, es la cueslión de la autenticidad misma de la experiencia
Goce divino o goce demoníaco, dos destinos son posibles: santa o bruja. En
consecuencia, hay que someter la experiencia a un examen, a un reconocim ien­
to. ordenarla según una ley. hay que poder distinguirla.
Teresa escribe por encargo, pero cuando decide hablar con sus confesores
lo hace espontáneamente. Es quizá, como toda mujer, un poco loca, pero en
absoluto pslcóttca: ella busca del lado de un otro la sanción de su experiencia
'lo ca '. No la presenta como 'certeza delirante*. Duda, cuestiona y por lo tanlo
es, com o cualquiera, una neurótica.
La relación que Teresa de Avila mantiene con sus confesores merecería por
si sola un estudio entero: señalemos simplemente que esa relación no deja de
provocar, mucho antes de Freud, un amor de transferencia que ella percibe
claramente. 'E lla amaba* -m om ento en que habla de si misma en tercera
persona- "ella siempre amaba mucho a sus confesores' pues 'lo s toma en lugar
de Dios*, 'lo que no deja de producir una Inquietud en esos hom bres que la
hacían reír y rápidamente ella les daba pruebas de que lodo eslo correspondía
a Dios: entonces ellos se tranquilizaban'.4
Sus éxtasis y arrebatos son aun más sospechosos por cuanto se trata de una
mujer, presa fácil del diablo por sensibilidad y sobre todo por ignorancia. Teresa
de Avila oscila entre el orgullo de ser la elegida como mujer de Dios en tanto
mujer, y el impulso de matar dentro de si - y e n las otras, que después serán las
que ella adoctrine- toda huella de debilidad femenina, a fin de hacer más creíble
lo que han de transmitir: sus relaciones de amor privilegiado con Dios.
Asi. afirma, "vos (Dios) habéis hallado en las mujeres la n to a m o ry más fe que
en los hom bres (...) debem os guardar todo esto en secreto (...) vos. vos sois un
Juez Justo, no com o los Jueces de este mundo que son hijos de Adán, y todos
hombres para quienes no hay virtud femenina que no sea sospechosa".* Pues
siempre la horrorizó que se tratara a estas cosas de cuentos de mujeres.
Hasta llegará al extrem o de aconsejar, arrastrada por el Impetu d e su reform a
y de la transmisión, una suerte de mascullnlzaelón. 'S e trata de com enzar un
nuevo reino |...] hay que conducirse com o hombres y no como m ujercillas*^ ”(...1
es m uy de mujeres, y no querría yo. Jo fuesen en nada, que si ellas hacen lo que
G O C E M IS T IC O Y L A Z O S O C IA L 1 0 ]

es en si. el Señor las hará tan varoniles, que espanten a los hom bres'.7
Asi pues, si bien los Letrados de la iglesia, hombres iodos ellos, no son
expertos en este tipo de experiencias, pueden sin embargo, gracias a su saber,
sum inistrar la ley, los criterios que permitan la distinción necesaria. La doctrina
de la Iglesia no niega la posibilidad dequ e Dios conceda sus favores a unos pocos
elegidos o elegidas: en cambio, se considera con derecho a reclamar las pruebas
del origen divino de tales experiencias; más aun cuando se trata de una m ujer
y. por añadidura, de origen judaico, como Teresa de Avila.
Si el fantasm a de Teresa es ser la elegida de Dios, su deseo es convertirse en
una "“verdadera hija de la Iglesia", deseo que la anima poderosamente y cuya
realización sólo obtendrá mediante el encauzam iento de su "experiencia".
Esla regulación de la experiencia se operará fundamentalmente con la
escritura. Teresa com ienza a escribir en 1561. a los cuarenta y siete años, por
encargo sin duda, pero un encargo que está lejos de ser un puro mandato
exterior. Mediante este trabajo de escritura se asistirá a una verdadera
regulación del goce a través de la formaiización de un saber.
La escritura permite una doble maniobra. Por una parte permite nombrar,
clasificar, regular el goce m ediante la instalación de un saber.8 Por la otra,
también permite una reactivación pues, jam ás completada, abre la posibilidad
de forzar los limites de la significación, en la Imposible tentativa de circunscri­
bir ese punto que no cesa de no poder decirse, escribirse.
Se asiste asi a un auténtico punto de vuelco -cuarto de vu elta- de un goce
no ordenado al saber, in transm isibley postulado como fuera de todo tazo social,
asi com o ella se deseaba "fuera del cuerpo": a un saber sin goce, al menos sin
los éxtasis, estertores y arrebatos que constituían antes el indicio fenomenoló-
gico de su existencia supuesta.
Esto es al m enos lo q u e postulamos. Ese cuarto de vuelta entraña a nuestro
entender un desplazam iento de la posición subjetiva de Teresa. Nosotros la ubi­
camos precisamente, y quizá paradójicamente, en el punto donde, según sus di­
chos. casi se alcanza la unión con Dios. En el trayecto novelesco del encuentro
am oroso entre Teresa y Dios este punto es el de las bodas místicas, consumadas
en la séptima m orada en 1572. a los cincuenta y siete años, momento y lugar
en que el punto de Identificación del alma con Dios está más próximo. Momento
de exaltación narcisista donde se cumple la identificación del yo ideal bajo la for­
ma de ese cuerpo "fuera del sexo" que es el alma, y del ideal del yo. ese Dios de
amor para el cual, durante años y años. Teresa "cultivó" su jardín a Tin de recibir
sus favores, no diciéndole más que "Decidme solamente dónde, cómo y
cuándo'.*
Este punto del más estable y perfecto encuentro corresponde al punto
máximo de Idealización y también, evidentemente, al punto máximo de dene­
gación de la falta: corresponde al momento en que Teresa de Avila se instala en
la certeza -¿d elira n te?-d e que Dios no la abandonarájam ás. Certeza de que ya
no habrá privación de su amor, esa privación de amor que, como nos enseña
Freud. es una figura de la castración en la mujer.
Anteriorm ente, su alma vivía la angustia y la aflicción de no poder morir para
gozar de Nuestro Señor; ahora, ella llene *tal deseo de servirlo y de hacerlo
glorificar, de ser úlll. si puede, que ya no desea morir sino que quisiera vivir
largos años todavía’ .10

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rcmii'F c k \ a s c o

Sí- ha operado una conversión. un cuarto dr vuelta, y Teresa, m ujer de (¡ore.


pasa a 5er Teresa mujer de arción, de deber. fundadora. Subsiste el la ni asma
de ser la elegida de Dios, pena desde ahora sera el sosten de su deseo de
reconocimiento, el de llegar a ser *una verdadera hija de la Iglesia*.
Se produce de esle modo, respecto del goce, una modificación en el sentido
de una normalización, como la iglesia lo prescribe, se pone este goce a distancia
No se trata de promover 1j Imposibilidad de esle goce malogrado por Imposible,
de este goce que aun ahora se presentaba tan solo como un "flash*, seguido de
un periodo de abandonoy aridez. No hay realizaclónde aquel "siempre, siempre,
siempre* tan esperado l a unión máxima no es. en cierto modo, más que una
apariencia de goce. Por el contrario, el cu.uto de vuelta efectuar* un.i din.unten
del lado del deseo, del deseo de servir a Dios en la forma de un trabajo, trabajo
de fundación y de promoción de la reforma del Carmen- La puesta a trabajar es
contabilizada explícitamente como una manera de comprar para después este
goce tan esperado anteriormente: "Mi ambición, dice, es em plear toda mi vida,
y fuerzas y salud en esto, y no qu em a por mi culpa perder un tantlto de más
gozar'.11
En el penodo anlenor al punió de vueIco la dialéctica del deseo tan solo podia
orientarse haría el mantenimiento de la insatisfacción y de la nada como objeto,
lo cual se obtiene, expenmentalmente. por el trabajo de la ascesis. Al cuerpo se
lo hade sacrificar. minimizar, licuar, debe acabar como un cuerpo desecho, casi
en estado de cadaver, única garantía de que el goce no 'haga cuerpo* en el
cuerpo. El tema de la muerte como limite a superar era cen tral Teresa lo expresa
en un poema

Vivo, sin vivir en mi.


y tan alta vida espero.
que muero porque no muero.”

Este morir de no morir lo hereda Teresa del siglo anterior, el XV. el de los
trovadores.
En la vida de Teresa de Avila hubo más de un cuarto de vuelta, más de una
conversión. Ante todo la conversión histérica, que se produjo en los comienzos
de su historia. Entre los dieciséis y los veintisiete años atraviesa prolongados
periodos de enfermedad, y a los veintitrés se produce una crisis grave.
Permanece cuatro dias en estado de coma, recibe la Extremaunción, en su
monasterio cavan la tumba en que han de enterrarla. Pero el Señor la "resucita*.
En esta resurrección a la vida, el amor de su padre eslá muy presente. El fue
el único, nos dtce. que no la creyó desahuciada De todas formas permanece
paraliUca durante tres años, sin poder mover "ni brazo, ni pie. ni mano, ni
cabeza |...j. Sólo un dedo me parece podia menear de la mano derecha".IJ
Pero recobra la salud y comienza a recibir los "favores* de Dios. l>or otra
parte, a los cuarenta años Uene lugar su conversión en el senlido religioso del
término. Esa conversión guarda una clara relación con la construcción de una
certeza. EJ momento en que decidió ‘ entregarse a Dios* deflnlllvam ente tiene
lugar frente a una estatua que "representaba a Cristo lodo cubierto de llagas".14
Esta representación da prueba entonces del amor de Dios. ¿Qué mejor prueba,
en efecto, que el sacrificio de su propio hijo?
Con posterioridad, sus dudas, sus aflicciones, su temor de ser "dejada de la
C O C K M IST IC O Y I A / J > S O C IA L ira
mano de Dios , abandonada por Oí<<s. locan ,% su ftn Oye la voz de Dios
rorillrmumlolr su anhelo no leiner, pues se trata cabalmente de él y no (VI
diablo, y él nunca Li abandonará.
De este mixto se cierra en nrt sistema de rerieza lo que se había abierto de)
lado del Roce y de la angustia. Esto pone (¡n también a la suspensión fiel saber,
pues ahora, dice Teresa, “yo comprendía |. |yo descubrta el senil do oculto |de
las ro.sasf F,l me enseófj Li forma en q u e debía expresarme | |k> apr*-ndt lodo
en un Instante'.1*
El trabajo de regulación del goce marca un punto tope er> la andadura lógica
hacia la mucrle que ese goce supone Teresa vive ahora el tiempo de la sabiduría,
la quietud y la certeza. 'Ahora, dice, las pasiones* están vencidas,*’’*
Se consagra entonces aJ servicio del Señor, a través de la propagación y de
las fundaciones. Torla su persona se ve empujada a la acción y al exterior.
Recorrerá España lundando una multitud de monasterios y prodigando a "sus
hijas' las enseñanzas de la oración y del camino hacia Dios Lo que era en ella
experiencia Inquietante se ha transformado en transmisión controlada
Muere a los cincuenta y siete anos pronunciando, según parece, eslas
últimas palabras muero como "verdadera hija de la Iglesia*
El trabajo de regulación del goce se ha volcado a la obtencton del reconoci­
miento y el poder en el seno de 1a Iglesia.
[Teresa será reconocida, y cómo! Se le conferirán las mas aJtas nominacio­
nes: en 1614. Pablo V ia declara Beata: en 1617, Felipe MI la designa Pal roña
de España: en 1622. Gregorio XV la canoniza conviniéndola en Santa, en 1970,
Pablo VI la nombra Doctora de la Iglesia
Volvamos ahora al destino de Teresa en lo que atañe a otro problema de
conversión: el trayecto que la conduce de su origen judaico a ese punto máximo
de Inscripción en el seno de la Iglesia que señala el paso de una dilación social
a una filiación divina. ¿Podríamos afirmar que su goce suplemeniarto vino en
cierto modo a suplir lo que faJló del lado de la filiación paterna?
Teresa de Avila, de nombre Teresa de Ahumada y Cepedas, era nieta de
convertido. La situación de convertido remite en esa época a una marglnacton
o al menos a una dificultad para Integrarse soclalmenle.
Mientras que los reyes de León y Castilla se enorgullecían de ser "reyes de
tres religiones*, la árabe, la Judia y la cristiana, en el siglo XIV la situación da
un viraje y comienzan en España las persecuciones religiosas. Tan severa es }a
persecución que. en el siglo XV, la necesidad de escapar a la muerte produce
conversiones en masa. Este es el momento en que surge la figura del convertido.
El tipo ideal del español de finales del siglo XV es el español puro y catolico
que vive de sus rentas (osea que disfruta de ellas pero slri trabajar ): frente a
la Ideología del trabajo, enramada por los Judíos y después por los protestantes,
se yergue la del honor.
En 1478. a pedido de los Reyes Católicos, el papa Stxto IV designa
Inquisidores con la misión de estudiar el problema de las falsas conversiones.
Su competencia se extiende al problema de la ortodoxia y la herejía. En 1492
se proclama un edicto de expulsión: «p u ls ió n de los judíos de España en un
plazo de tres meses. O la expulsión, o la conversión
Asi pues, a comienzos del siglo XVI, y como resultado de las conversiones
forzosas en Esjjaña no hay más que cristianos. La distancia social que anlcs

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104 K r n itE cevasco

separaba a los cristianos de los no cristianos pasa al interior de la propia


comunidad cristiana. Arriba, los "cristianos viejos", después, los "crislianos
nuevos’ y, bien al pie de la escala, los "moriscos", decididamente marginados.
ü>s estatutos de ‘ pureza de sangre" aparecen en el curso del siglo X V y se
generalizan en el XVI. El papado se oponía, pero la corona española le era
favorable. Roma se mantuvo al margen. En general, esta prueba tenia más
vigencia en las instituciones civiles que en las religiosas. El ingreso en las
órdenes religiosas era, pues, para los convertidos, una l'orma de protegerse
contra la exclusión social. Por el contrario, en la función publica, las Ordenes
militares y los grandes Colegios, donde se formaban las mas elevadas dignida­
des civiles y eclesiásticas, la prueba era de rigor. Asi pues, en la sociedad
española del siglo XVI la genealogía era una carta de triunfo fundamental,
cuando no la prin cip al
Como puede verse, del lado paterno Teresa era socialmente "carenle". Esta
carencia en la filiación paterna le n en e de su abuelo. Teresa es niela de Juan
Sánchez de Toledo, juzgado por la Inquisición en 1485 y acusado de haber
‘ hecho y cometido muchos crímenes y delitos de herejía y apostasía contra
nuestra santa fe católica": se lo condenará a recorrer durante siete viernes
(véanse las ‘ 7* moradas de Santa Teresa) las iglesias de Toledo, cargando el
sambenito, vestim enta de color amarillo con cruces pintadas. Para perpetuarla
infamia se lo exhibía en la iglesia del lugar. Asi pues, las familias cuyos nombres
figuraban en un sambenito de la iglesia local, aun si la causa dalaba de varios
decenios, no eran muy consideradas. El abuelo paterno de Teresa emigró a la
ciudad de Avila.
Este es el contexto en que los significantes "convertido" y ‘ conversión*
adquieren un carácter central; el fantasma de Teresa, ser la elegida de Dios,
contrapesa esta amenaza de exclusión social y religiosa que sus orígenes hacen
pesar sobre ella.
Se ha dicho más de una vez que Teresa pertenece a la aristocracia de los
místicos: en cualquier caso, no pertenecía a la aristocracia española del siglo
XVI. El camino de Dios resultó de este modo un buen medio para el ascenso
espiritual, pero sin duda también para el social. En el momento de canonizarla,
se la convierte en "hija de hidalgo", hija de noble por lo tanto, literalmente, hija
de algo, la tierra, que permite vivir de rentas. Sus biógrafos partirán a la
búsqueda de sus orígenes nobles y hasta le trazarán un árbol genealógico. Sólo
a principios de la década del treinta restablecen los historiadores el origen
recusado.
Aquella conversión está tan presente en la obra y la trayectoria de Teresa,
por su ausencia y su denegación, que la lógica de su vida encuentra ano de sus
hilos conductores en este paso de una filiación social repudiada a una filiación
divina y espiritual.
Asi pues, lo que el caso de Teresa tiene de ejemplar es la articulación entre
loque atañe al goce y loqu e atañe al deseo, girando ambos en lom o del fantasma
de ser la elegida de Dios: goce que. una vez regulado, quedara "a la espera* de
satisfacción para un más allá de la muerte: deseo que se realizará plenamente
y cuyos efectos perduran hasta nuestros dias. Teresa resolverá, pues, la difícil
elección entre m onr en goce o vivir deseando. Optara, elección evidentemente
forzada, por el grupo y el reconocimiento.
G O C E M IS T IC O Y LAZO S O C IA L 105

Teresa es un caso paradigmático. Lo es porque, hallándose doblemente


excluida, como mujer y como convertida, logrará ocupar un lugar cenlraJ en el
cuerpo de la Iglesia. Todo esto por una especie de 'negociación" de su goce
suplementario Para que ello fuese posible era necesario, sin duda, que el
discurso religioso hiciera un sillo a este aspecto de "mujer" de Dios.
Es asi como la experiencia mística de una mujer, su goce suplementario
pueslo al servicio del amor de Dios, se constituye en prueba de la existencia de
é s te y de la legitimidad de la Iglesia en una época en que muchas cosas ponían
en peligro esta dominación Se Uene aqui un ejemplo del modo en que una mujer
puede acabar garantizando a Dios; lo cual, del lado histérico, puede ofrecer
consistencia ai discurso del Amo.
El paso de la conversión histérica a la conversión espiritual y su inscripción
en el discurso dominante de la época, se produjo sobre la base de la idealización
del Padre.
El "goce loco" que el discurso religioso puede tolerar guarda relación con la
locura misma de su pretensión de dominio, v de este modo el resbalón entre el
masoquismo autorizado del goce y el sadismo de la pedagogía es ahi siempre
posible.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

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completas. BAC. Madrid, 1977; Sta. Teresa de Jesús. Libro de La Vida. ed. de
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1969.
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1983; Teresa la santa y otros ensayos. Alianza Editora. Madnd. 1982.
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Tomo I. N* 1. págs. 89101.
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Rainer Hess. El drama releíase romaneo como comedia nete/iosa y profana siglos XV y
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P. Francisco Naval. C u r s o d e teología ascética y mística. Ed. deiCo razón de Mana, Madnd.
1925
Pedro Roque, Dossier sobre la Inquisición en la sociedad española, siglos VI y VI
Agradezco al historiador P. Roque su colaboración personal en nuestra investiga­
ción sobre Teresa de Avila.

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R1THF.E C E V A S C O

MOTAS

1. J. Lacan, EX Seminario, libro XX, Aun, Seuil, París, 1975, pá£. 70.
2. Santa Teresa. Relaciones espirituales. Ocuvres completes, pág. 507.
3. Santa Teresa, Vida de Santa Teresa I-..I por ella misma cap. I.. O.C.
4. Id.. Ibid., cap. XXXVII.
5. Santa Teresa, Camino de perfección, cap. IV, Obras Completas, pág. 205.
6. Sta Teresa, Lettre ó Ana de San Alberto, 2 de julio de 1577. O.C.. pág. 872.
7. Santa Teresa. Camino de perfección.Ibid..cap, VII.
8. M .-C. H am on, E l d iscu rso d e S ta -T e re s a . C on feren cia del 16de ju lio de 1980,
Caracas, Venezuela.
9. Santa Teresa, Poesías, O.C., pág. 1557.
10- Santa Teresa, Le libre des demeures. O.C., pág. 1044.
11. En castellano, ella dice un tontito de más gozar, un poco de más gozar. Libro de
la Vida, pág. 437.
12. Santa Teresa. Les Poésles, O.C., pág. 1551,
13. Id., Vida de Sania Teresa!... I, cap. V/, O.C.
14. Id.. Ibid., cap. IX. O.C.
15. Id.. Ibid., cap. XVI. O.C.
16. Id. Las moradas.
X II

EL SUJETO DEL IDEAL1

Paul-Laurent Assoun

Mi tesis será la siguiente: el análisis como teoría del inconsciente, en el


modelo elaborado por Freud. no puede tener efecto social suí generis sino a
condición de suponer un sujeto al ideal.2
Se puede comentar esta tesis mediante las tres consideraciones siguientes:
sólo por la 'función de ideal" se resuelven o desbaratan las aporias constituyen­
tes de lo inconsciente y lo social, o sea las antinomias constitutivas anteriormen­
te enumeradas de lo individual y lo "social", lo "pulsional" y lo "cultural-histó-
rico". lo fantasmático y lo "real".3 A ellas respondo con una palabra que tomo
de FYeud. "ideal"/ Queda indicado con ello algo asi como la vía regia de 's o ­
cialización* del Inconsciente: sólo el 'id e a l' permite que el texto de la división del
sujeto -no congruencia del saber y la verdad- se Inscriba en práctica: sólo el
idead y su trabajo introducen la división en la historia. Sólo por la idealización
practica el sujeto su división y se liga al deseo del Otro: queda asi planteado el
problema de qué clase de sujeto conviene postular ai ideal: esto no puede
efectuarse sino por referencia idealizante al Otro. O sea: cómo se organiza en
"práctica" esta relación con el Otro.

Ideal del yo y narcisismo

¿En qué forma permite el ideal resolver las aporias de lo inconsciente y lo


social?
Debemos recordar aqui que la noción de ideal en Freud sólo se hizo posible
por la introducción de una teoria centrada en el narcisismo y que sustituyó a
la teoria objeta! de la libido.5 La instancia ideal-yoica es. a decir verdad, una
extraña instancia, que no tiene más espacio en la primera que en la segunda
tópica:® es algo asi como la indicación de una "función imaginaria" que debe su
promoción, no fortuitamente, a la conversión a un punto de vista de la "sub­
jetividad narcislsta".

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108 PAU L L A U R E N T A S S O U N

El Ideal del yo se traduce por la necesidad de encontrar un "motivo a


reprimir*, una condición de la represión del lado del yo y no va del lado del objeto.
El ideal está 'a cargo del yo*, es ‘ estadio en el yo* (Stufe im IchJJ plegado
narcisistico primitivo. Veremos que es este carácter in-inslltuido (tópicamente)
el que podría dar vocación de "practicarse' a la cuasi-instancia ideal-yolca.
La ‘ idealización* -Introducida además antes de que se introdujera la
Instancia narcisistica ideal-yoica- consiste en agrandar el objeto, en exaltarlo
psíquicamente8sin dejar de respetar su naturaleza. Este desfase no es fortuito,
por cierto: Freud debió pensar la idealización antes de buscarle un referente.
Es posible comprender de qué modo el punto de vista del ideal permite
resolver las aporias de lo social y lo inconsciente. En efecto, sólo la idealización
permite pensar el punto de vista por el cual la antinomia de la pulsión y la
cultura queda esencialmente relativizada: la socialización tendría lugar del lado
de la relación narcislsta. No hay por un lado ‘ objeto individual'y por otro cierto
"objeto colectivo": sólo en el terreno de la (unción idealizante del sujeto
corresponde buscar la dialéctica de la soc ialización en su real inconsciente. Con
ello. Freud nos brinda los medios para instalar un dispositivo conceptual
susceptible de tomar en cuenta el destino social del Inconsciente sin ceder sobre
la adquisición propiamente analítica ni caer en la ampliación psicosociológica.
Pero para esto disponemos de una estructura endeble: en efecto, la instancia
ideal-yolca es lo suficientemente fantasmal como para funcionar como sede de
una función. Freud parece aspirar a que no se crea en la existencia de esta
función. Precisamente, ella gobierna el espacio entre dos tópicas: el superyó la
absorberá como si fuera una sucursal.
Sólo con el ideal y la idealización toma cuerpo lo que designaríamos como una
verdadera "metapsicologia de lo social*, examen de las condiciones inconscien­
tes de la producción del lazo social. Hallar lo social como algo muy distinto de
un ‘ hecho*, como el reverso real de la estructura idealizante: éste seria el
programa que Freud nos sugiere.
No es casual que la introducción de esta problemática tenga el inmediato
efecto de encontrar la 'huella social*: 'importante camino que conduce a la
psicología colectiva vía el Ideal".9 En este momento preciso -que Freud exami­
nará en el ensayo sobre "Psicología de las masas y análisis del yo*, siete años
después del trabajo sobre el narcisismo- el Inconsciente ve anudarse su
‘ destino social".
Sin embargo, este destino toma un ‘ camino" diferente del que habia
propuesto Tótem y tabú: aqui el mito se escribía desde el punto de vistadel Padre
por un lado y de la represión objetal por el otro. Además, el Padre es Inmolado
precisamente en nombre del Padre. El parricidio originario cometido por los
hijos consagra asimismo su triunfo, ¡puesto que se lo Interioriza ipso Jacto por
otros tantos hijos-de-padre! Ahora bien, justamente este modelo -quizá no nos
hemos percatado lo suficiente- va a trastom arelpun tode vista delldeal sujeto.
Para comprenderlo, debemos pasar simultáneamente a la segunda tesis antes
enunciada y a la nueva etapa de constitución del lazo social: ¿qué sucede
después del asesinato del padre, cuando los hijos le sobreviven? En efecto, hay
sólo una manera de sobrevivir al Padre sin dejar de "practicarlo* cotidianamen­
te: Idealizarlo por cuenta propia.
E L S U J E T O D E L ID E A L |Q9

De la horda a la multitud

¿Cómo Introduce el ideal la división del sujeto en la práctica v en el lazo


social?
Hay que volver a parUr de los hijos asesinos y de su ciega psicología: en la
horda no existía más que la certeza paranoica de saberse perseguidos a la par
por el Urvater. Aqui leñemos además ¡a textura inconsciente de lo social, el
núcle&de prohibición.
Pero esto no constituye una práctica. Por eso el mito de Tótem y tabú es tan
Irrefutable como estéril a su manera: no porque no explique cienUficamente el
lazo social, como dice la superstición sociologica. sino justamente porque
explica totalmente lo que abre el lazo social. Lo otro que se necesita para pensar
una prohibición que se practica -pronominalización que señala al vector suje-
to -e s un punto de vista de la reflexividsd de los hijos.
La idealización cobra efecto en el primer momenío que sigue al asesinato. Es.
si se quiere, el tiempo que se requiere para comprender que el Padre ha muerto,
tiempo medido con la vara de un sujeto, pero también el tiempo, retorcido, que
se requiere para que este Padre idealizado retome para hacer lazo. Si los hijos
Idealizan al padre, a parte post, es piara hacerlo sobrevivir: y e n ese momento
preciso nace la posibilidad metapsicológica del lazo social.
Esto explica con toda precisión la transformación de la horda en multitud.
Freud llama a la multitud "transposición idealista* de la horda. Esto se enuncia
como "la Ilusión de que el conductor ama a todos los individuos, considerados
aisladamente, de una manera equivalente y justa’ .10Observemos de qué modo
se Invierte, rigurosamente, la paranoia primitiva. En esto consiste la 'transpo­
sición idealista* fidalistische Umwertung) de la horda originarla.
Pero esto da la clave de la condición metapsicológíca de la práctica social:
para hacer lazo en la mulUtud. hay que componérselas para trocar la certeza
paranoica de ser, unos y otros (hijos) perseguidos por el Padre, contra la ilusión
de que tiene que haber L/no que os ame sin embargo, con el mismo amor. Con
ello, el hijo pasa -de acuerdo con la sintaxis precedente- de la tercera persona
-los hijos-del-padre, "el hijo del padre que yo soy- a la segunda, el referente del
amor del Padre. La idealización es exigida justo para que esta alquimia sea
posible.
Freud le dio su fórmula, desde entonces plenamente inteligible, bajo la forma
siguiente: 'una suma de individuos que han puesto un solo y mismo objeto en
el lugar de su ideal y e n consecuencia se han identificado en su yo los unos con
los otros*." Por lo tanto sólo para hacer suma son sujetos, o bien sólo por ser
sujetos-idealizantes, se les requiere que hagan suma. Para esto es preciso que
coloquen el Uno en el centro, como foco que reverbera la carga de idealidad de
los sujetos. Pero la Idealización no es aqui sino el medio de quien quiere el fin.
que no es otro que la IdenUlicaclón: si ellos idealizan al Uno. si ellos se lo
Idealizan, no es por sacrali/ación gratuita del Jefe sino para poder identí/icarse
entre si. Por lo demás, de ningún modo la idealización finaliza el lazo social: sino
que. idealizando juntos, los sujetos se encuentran de Jacto unidos.
SI por lo tanto no se sale resueltamente del referente paterno, inmediatamen­
te hay que añadir que aqui falta un trabajo singular, trabajo que nos indica con
toda precisión cómo se pasa de la horda, donde alcanza con matar al Padre, a

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P AU L lA U H K A T AS5ÍH \

las "multitudes artificiales" donde se practica W Asesinato y donde se lo


reinlcia en rada momento del tiempo vivo de la sociabilidad.
Este Padre ya no se Impone rom o una afianJW'. es preciso relnventarlo.
producirlo a cada momento Es preciso darle el sosten del ser. a lo cual se
aplican los miembros de la multitud Si la relación edíplca con el Padre se apoya
en una ética la relación social con el Padre seria, en resumidas rúenlas, muy
bien bautizada rom o ‘ estítica" En electo, una multitud enruentra la forma de
elaborar la relación paterna primitiva, de suetie que se suscita una Instancia
del Padre que ‘ aerada* En electo, es preciso inventara este padre de la multitud
para que alesUgue una v otra ve* el goce del p u p o , y lo garantice. Iji
am bivalencia primitiva se coagula asi en un goce de ohfeta K m id no empleó
fortuitam ente este término 'objeto*, esc á n d a lo s Irrupción en la placidez de la
idealización En el preciso momento en que el ideal del yo colectivo es ’ rlrgulo*.
pasa a ser el objeto del grupo, da realidad al ideal.
Con ello se inviértela función totemica primitiva el tótem era el lucar misino
del Padre muerto o asesinado, el objeto idealizado no es otro que el gran Fetiche,
que el grupo suscita para inmunizarse contra la castración, lo cual equivale a
socializarla l a prueba si él perece, surge el pánico loblco.'1 revelando que el
efecto rontrafobico cesa de ejercerse

Ln hernia y la modernidad

Dicho de otra manera. Tótem y tabú era la prohibición que dividía al sujeto
e in stitu ia en él lo social Psicología de las masas y análisisdel yoesesta mLsma
división puesta en práctica: los hijos, de "creyentes* (en el Padre) pasan a ser
■practicantes* del Padre idealizado. Esta "religión'i‘ -cuya falsa etimología,
evocadora del lazo, debería ser reactivada- instituye literalmente la moderni­
dad Pues si en Tótem y tabú Freud dio a conocer su mito a) mismo tiempo que
el de la modernidad, el ensayo de 1921 explica de qué modo éste se practica, es
decir, de qué modo el mito da forma a la historia
En este contexto no es casual que el ejemplo nodal de Psicología de las
m asas y análisis del yo sea la Iglesia católica, como si en el orden metapsicoló­
gico hubiese sido necesario pasar del Antiguo al Nuevo Testamento. De hecho,
el Padre muerto, al 'dialectízarse*. y siendo ahora referente de una práctica,
tiene que convertirse en Hijo, hijo preferido del padre que pueda en ra m a r La
Ilusión universal de ser amado.
Pero si tampoco esto resulta tan sencillo, es porque algo de la paranoia
primitiva -vestigio de la persecución de la que resultó el Asesinato del Padre-
subsistió en el propio la/o social como una amenaza crónica. l*or lo demás, la
paranoia es el trastorno más radical de la idealización, aquel del que la
idealización se alimenta. Tal seria, en efecto, el trabajo de la historia: capturado
en las redes de la idealización, el sujeto no puede arbitrar su relación con la
historia más que conjurando sin cesar la paranoia originaria.
La modernidad demuestra con toda claridad lo que sucede cuando, em er­
giendo de su "transposición Idealista", la horda retom a para enloquecer
literalmente a las multitudes de hijos
Pues este recentramiento en la idealización de los hijos tiene como efecto
k í- s y jr r o it u id k a l

fftv tT s t, -en el cual * t recont* e tan bien la modernidad. quesacude *u neurosis


V refunfuña contra rl l*adre t|iir. en elrrto. al Padre ya no se lo rr« lama sin ,
para que ortlerie el Jurgt. Lo que la Institución moderna r,\hibe es algo
muchísimo m.1s perverso qur la "revuelta contra el Padre" lo que exhibe rs La
reí urrenr la de un Padre Inus^inario que d rv ^ jjí'ra hasiri rl A-scsmato y i^ur
onlena que se lo practique sin requerir que creamos en el. en compensación de
lo cual se d m otorga un "rol".11
J’cro a esle trabajo del ideal le hace talla un principio de rcpetictán- Freud
lo determinó precisamente al inscribir, en el reverso del narcisismo, la 'pulsión
de m uerte” como prlnt Iplo puro de repetición, antes de lo n u r ñola de ello bajo
el nombre de 'm alestar en la cultura*.
En eleclo. asi es el narcisismo hasta en su práctica idealizante, que él trabaja
sobre la frontera de la ‘ pulsión de muerte".11 Pero con sólo que la pasión del
l*aclre no encuentre ya sosten simbólico, la publón retornara a su fuente como
pura repetición, Se advertirá que aquí no se aplica ia pulsión á f muerte a cierto
“hecho social*, sino que se muestra lo social mismo como lo reai de la pulsión
de muerte, o más bien de esa dialéctica eternamente lallida drl Narciso social.
Ideai contra pulsión de muerte, esto bien podría c o n fig u r a r el líbrelo cultural
fundamental, referido a su trama inconsciente
El callejón sin salida de la modernidad se demuestra Justamente en el hecho
de que no existe otro medio para gozar del la/o social, lo cual inscribe a la
paranoia en la trama de la historia, augurando a la vez que Ir quedan lie líos
momentos al Ideal del yo histórico.
Esta es la singular pedagogía que ia metapslcologui de lo social encubre,
esrandida en tres tiempos: — un padre al que se mata, pues se inmola por liljos
lnlerpósilos. de donde nacen ideales sin sujetos. - hijos que administran Juntos
su filiación, de donde advienen sujetos al ideal; - una cultura que cobra su
vuelo por esa relación conjugada del Ideal con la muerte, en su fror.tera
Imaginaria.
Vemos que. por la d la llrtica d e la idealUacion. Freud hace nada más ni nuda
menos que escribir la modernidad en su vertiente inconsciente, algo asi corno
"el porvenir de la Ilusión política*. El Poder drm ueslra no existir sino por
referirse al Uno, requerido para taponar la estructura, pero demostrando
también que esto hay que eslar rrhaclendolo siempre: asi se expllra que la
Ilusión llene el cursocíe la historia. Solo por haberse resistidos lomar la historia
en serio.1' Freud delimita su serreto.
De este modo se comprende mejor, mas allá de su trágica conjetura polit ¡ca.
el sentido pollllco Inherente al ultimo mensaje de Freud. consignado en Moisés
y la religión monntt'islfl. fechado en 1938. cuenta la historia de un Padre firlit lo
Inventado por el [‘tieblo Judio presuntamente elegido para regular su ideal y de
rebote Invelitándolo: inalenlendldo fundamental que lulroduce el Ideal en la
historia Se encontrar* especialmente allí esta definición del Judio como aquel
que. creyendo en "Moisés*, e Idealizándolo, puede practicarse como pueblo. Es
como si de esle modo quedaran recogidos en un manojo final el relato de la horda
del Podre y el de las multitudes idealizantes

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112 P A U L -L A U R E N T A S S O U N

£f siyeto de la Historia y lo ilusión poíiíica

Queda por establecer qué clase de sujeto hay que postular a este trabajo de
la idealización.
Esta cuestión está destinada a desactivar. porsu misma incongruencia, toda
problemática 'psicologista' o 'soclologista* de la cuestión: la idealización
trabaja justamente en el hueco que los separa. Pero también abre la cuesUón
de la instancia de lo 'social" para el sujeto dividido: pues éste no nos ofrece más
que la estructura Para pensar lo social hay que agregarle la idealización. En
efecto, es la idealización -tal como la hemos definido- la que permite ejercer la
división, lo cual le impide agotarse en su simple reiteración, al Uempo que la
lleva de nuevo a la temporalidad histórica. Pero, simultáneamente, el trabajo de
la Idealización no cobra sentido, sino ejerciendo la división del sujeto: no es que
ella ‘ socialice’ al sujeto inconsciente, sino que lo refiere más bien al Otro. Con
ello, lo histérico se convierte en lo histórica
Ahora bien, de esto es de lo que habla la modernidad sociopolitlca hasta en
su texto filosófico.11 La problemática de la Soberanía -postulación del Uno en
el cual han de coincidir la potencia y el poder- exime a la problemática política
de toda postulación 'ontológica': el 'Bien colectivo' cesa de ser Summum
Bonum en si. para ser mediado por la subjetividad. Lo que se demuestra a partir
de Maqulavelo y Hobbes. y cuyo síntoma estigmatizó La Boélie, no es otra cosa
que la condición a la que se encuentra desde ahora afiliado el Bien político, la
de alcanzarse por el sujeto.19 El 'contrato social' no hace más que racionalizar
la necesidad que se ha notificado, asi, en el hueco que separa al sujeto de los
sujetos.

La Idealización es lo que da a un sujeto, en el sentido más radical, razón para


actuar. Es lo que configura esquema entre el nivel estructural de división del
sujeto y la Instancia de la práctica social.
Ahora bien, lo notable en el esquema de la Idealización-identificación es que
alli el 'objeto social" está designado por un vacio, lo que se índica en el hecho
de que se sitúa sólo en la linea no ligada (por el guión menor o linea de puntos).
Es el colmo, en efecto: que el lazo social no tenga objeto propio o que el objeto
no lo ligue. Asi pues, la libido impone ahí una formidable mejoría: ante la cual
la desecación del Zuydersee es poca cosa; el fiujo social pasa de sujeto a sujeto.
E L S U J E T O D E L ID E A L

lo que sostiene el trabajo del ideal. Pero a no engañarse: por ahi se produce
materialmente el Eros social.
La 'ciencia política', ai acreditar que el sujeto no está dividido o -lo que en
definitiva viene a decir lo mismo- que el objelo social es causa del lazo social
mantiene también una ideología de la supresión del sujeto en la propia médula
de la producción del saber social. El mensaje del psicoanálisis seria precisamen­
te que el lazo social se alimenta de la falta del objeto: lo cual condena a ese lazo
a esta forma radical de intersubjetivldad. Pero es en esle punto de idealización
donde se efectúa esa socialización tan particular, en efecto, que certifica que el
sujeto está tanto más sometido ai destino social cuanto que no consiste entero
en su ser social.
¿No seria la función eminentemente social de ¡a Spcilíimg lo que el trabajo
del ideal traduciría? En efecto, por la invocación de este Otro es como la falta
Intentaría permanentemente taponarse, lo que requiere una práctica desenfre­
nada que llena el curso de la historia.
Pero, por otra parte, al no ceder a la necesidad del recurso a un punto de uista
del sujeto, el psicoanálisis recusa al mismo Uempo los discursos ilusionantes
de la ilusión politíca, al invocar sin cesar la muerte de la razón o gozando con
el hundimiento de la verdad. Pues es cabalmente por su verdad por lo que el
sujeto de la historia no cesa de ser afectado, en el meollo de su división. De suerte
que el sentido difunto de la historia no le impide buscar, como en un retrovisor,
lo que le vuelve en el camino de los efectos de su propia división. A esto se debe
quizá que el sujeto 'se eduque' por su propia división asi percibida: pedagogía
del ideal también. Esto puede hacer suponer que el psicoanálisis mismo puede
prevalerse de cierto efecto sobre la paranoia crónica de la historia, aunque sólo
sea revelando su estructura y siendo el único en poder hacerlo, para conocer la
función misma del ideal en la estructura del sujeto.16
Así revela el psicoanálisis a la ilusión políUca como dotada de un buea
futuro, precisamente tan prometedor como el de una instancia, que. por no
poder cerrarse, se convierte en práctica, o sea el sujeto de la historia. De esta
forma de la ananké, la más patética. Freud suministra también, bien mirado,
el legos.

NOTAS

1. Hemos dejado a esta comunicación su carácter propio tal como fue pronunciada:
ella da testimonio de cierto momento de nuestra investigación sobre el lazo social y el
inconsciente, consignado en una serie de escritos a los cuales remitimos para apoyar
determinado aserto, que ha de entenderse, pues, a la vez como resultado de esa
investigación y como punto de partida para la elaboración de una problemática en
construcción.
2. Comprendamos que esta tesis, lejos de agotar la problemática globaldcl inconsclen-
te y del lazo social, es reivindicada aqui como aquello que. planleadoy desarrollado (como
sigue), permite ajustar el discurso sobre lo social a lo que de él requieren la experiencia
y la teoria freudianas.
3. En este pu nto remitimos a nuestra comunicación ‘ Le symptóirte social el les dcstlns
de l'ldéaltsatlon', Actes du colloque "Champ social et ¡nconsdenl’ . 16 y 17 de junio de
1983 CNRS, Centro de estudios sociológicos, páf?s. 18-22.
4. La palabra, puesta entre comillas, designa lo que ha de pensarse específicamente

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IH PAUL LAURENT ASSO UN

bajo este termino en la teoría freudiana, asi sea en contradicción radical con lo que fuera
de esta teoría se pone habltualmcnlc en él. Esto es lo que hemos procurado establecer en
L'enterviement Jreudicn. Lagos et Anartké. GaJllmard, 1984, libro III. cap. V. La fonctlon
d'idéal", págs. 183-230.
5. Op. ctL. págs. 190 y slgs. Es sabido que el concepto de Idealich / leh Ideal -dos
formas radicalmente distinguidas en Lacan y confundidas en Freud-, es introducido en
la sección 111 de introducción ol narrCslsmo.
6. Sabemos, en efeclo, que el ideal del yo acaba por resultar casi identificado con el
superyó. Cf, op. c lt, págs. 200 y sigs.
7. C.W., «|. 144.
8. C.W., X. 161: "proceso con un objeto, por el cual éste es agrandado y exaltado
psíquicamente ¡veryrássert und psychtsch arhóhU sin alteración (Anderung) de su natu­
raleza*.
9 C.W.. X, 169.
10. G.W., XIII, 139.
11. G.W..X11I. 128.
12. Freud designa bajo el término de /curvsdiche Mas sos a esas multitudes que
permanecen unidas por la presión de una coacción externa.
13. El argumento encuentra asi un eco que supera de lejos a la ‘ psicología colectiva’ ,
Indicando una cláusula representativa y libidinal fundamental del lazo social.
14. Freud presenta explícitamente el Ideal del yo como "el germen a partir del cual se
formaron las religiones" (G.W.. XIII. 265).
15. Es sabido que el discurso psicosociológico se regodea con esta palabra que. bajo
el pretexto de encontrarle un objeto a una ciencia que vuelve el ‘ adentro’ hacia el "afuera",
se Instala en lo Imaginarlo. Hemos mostrado los efectos de esto en ‘ La femme, simptóme
de l'organlsaüon" (colectivo Femmes. hommes el pouvoir dans les oryanísaiions, edicio­
nes de l Epl, 1985).
16. Es en efecto el narcisismo el que requirió finalmente, al dcscstabilUar el primer
dualismo pulstonal de las pulsiones de autoconservación y de las pulsiones sexuales. La
introducción de la pulsión de muerte. Narciso, representante del "Erosyoico’ , trabaja en
la frontera de la pulsión de muerte.
17. Véase nuestra elaboración sobre ‘ Freud et la polltique*, Lentendement/reudten.
págs 231-262
18. Establecimos su programa en nuestra lección Inaugural en la Universidad de
Nlmcgue, ‘ Les taches de la phllosophle polltique et l'lnconsclent de l'hlstolre', 18 de
noviembre de 1983.
19. Propusimos un desciframiento semejante de la tradición política en nuestra co­
municación, "Altérité et téglümatlon: pour une gcncalogic du sujet polltique et de l'Etat-
sujet* (coloquio del Instituto Internacional de filosofía política de Maastrlcht, 6 de Julio de
1984).
X III

LOS ATOLLADEROS DE LA
“DESUBLIMACION REPRESIVA”*

Slavoj Zizek

El punto de partida de la interpretación del psicoanálisis por la "teoria critica


de la sociedad' /TCS/. es fruto de una contradicción indisoluble: de un lado, el
desarrollo entero de la civilización está condenado, al menos Implícitamente, por
haber descansado sobre la opresión de los potenciales pulsionales al servicio de
las relaciones sociales de dominación: del otro, se entiende la represión [ref.|, la
'represión" pulslonal, como condición necesaria y no derogabfe del desarrollo de
los potenciales humanos 'superiores', de la cultura. Esta contradicción trae
aparejada, como efecto Intrateórico. la imposibilidad de concebir una dlsUnclón
clara y pertinente entre la represión [reí.] “represiva* de una pulsión y su
sublimación: cada delimitación entre ellas funciona ya como una construcción
auxiliar no pertinente: toda sublimación (acto psíquico que no apunta a la
satisfacción Inmediata de los instintos] recibe necesariamente un rasgo "repre­
sivo". De este modo, la Intención fundamental de la teoriay la práctica analíticas
se vería afectada por una ambigüedad: la Indecisión constitutiva entre la gesta
liberadora, dirigida a dar libre curso a los potenciales pulsionales reprimidos,
y el conservadorlsmo resignado, que acepta la necesidad de la "represión" como
condición Inevitable de la civilización.
En este punto, debemos tener cuidado y no engañamos respecto del envite
eplstemológlco-práctlco, absolutamente decisivo, de la TCS: ella no apunta en
absoluto a "resolver* o a "suprimir ’ esta contradicción por medio de una
clarificación conceptual. bien sea en el sentido del ‘ liberalismo*. de la liberac íón
de los potenciales pulsionales, bien sea en el sentido de un asentimiento
resignado a la necesidad de la represión [ref.] en nombre de los valores

* El autor utiliza los términos 'reJoulemeM y népressíon" que en castellano tienen un


único equivalente: represión. Refoulement se aplica en (ranees a la Verdni/igungde Freud,
siendo a partir de la traducción de éste al francés, un termino pslcoanalitlco. Répnesston
alude, o bien a ‘ castigo, punición", o bien a ‘ sofocamiento, coartación". Dado que en el
texto "répresstan" está utilizada en su sentido general, para evitar confusiones, cuando
en el original se dice re/oulemenl se agregó entre córcheles ‘ |ref.|*.

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I 16 S L A V O J Z IZ E K

‘ superiores' de la cultura, para no mencionar la peor de todas las posibilidades,


el compromiso de una ‘justa medida de la represión [reí. |" La gesla fundamen tal
de la TCS consiste en entender esta contradicción teórica com o el indicio
inmediato de ta contradicción social efectiua: ella cobra, tal cual, un peso
cognltivo. al mostrar el hecho decisivo de que "no hay ningún documento de
cultura que no sea también documento de barbarie":1 cada "desarrollo de los
potenciales superiores' se pagaba con la "represión" pulsional al servicio de la
dominación sociaJ. cada sublimación (desvío de la energía pulsional hacia
formas “superiores” de actividad) llevaba la marca indeleble de una ‘ represión
en sí misma "bárbara”, 'regresiva'. Lo que a primera vista parece "insuficiencia
teórica*, 'imprecisión conceptual", etc., de Freud. revela la decisiva contradic­
ción de toda ia historia alienada y encierra de este modo la verdad teórica más
profunda. Los diferentes revisionismos intentan precisamente suprimir, sosla­
yar esta contradicción insoportable, limar su agudeza en el senUdo del ‘ cultu-
ralismo*. que implica la posibilidad de una sublimación, de un 'desarrollo de la
creatividad humana" que no seria 'represiva' y que se pagaría con el sufrimie nto
mudo del que dan prueba las formaciones del inconsciente... Se obtiene asi un
edificio teórico consistente y homogéneo, al precio de perderse la verdad misma
del descubrimiento freudiano.

La desub limación represiva

Asi pues, paradójicamente, la TCS ve la grandeza de Freud en el limite mismo


de su descubrimiento: pues la contradicción fundamental de su edificio teórico,
momento crucial de su verdad, expresa precisamente la limitación histórica de
su posición todavía burguesa; ella es el punto mismo en que esta posición,
llevada hasta el final, revela su contradicción inmanente. La TCS ve la prueba
decisiva de este limite de Freud en la evolución histórica ulterior, donde nos
hallaríamos ante una posibilidad completamente Inesperada e imposible de
alcanzaren el campo conceptual freudiano: la de una 'desublimación represiva"
que, en las sociedades "posliberales", habría reemplazado a la "sublimación re­
presiva” propia de la sociedad tradicional. La lección de los totalitarismos
contemporáneos, desde el nazismo hasta la ‘ sociedad de consumo*, consiste en
el hecho de que ‘ las embestidas triunfantes arcaicas, la victoria del ello sobre
el yo. viven en armonía con el triunfo de la sociedad sobre el Individuo’ .1
La autonomía relativa del yo descansaba en su papel mediador entre el ello
(la substancia fibidinal no sublimada) y el superyó (la ‘ represión* sociaJ. las
demandas del medio social que ejercen su presión sobre el individuo): ahora
bien, la 'desublimación represiva" puede prescindir de ese medio de síntesis que
es el yo "autónomo*. Es una “desublimación* en la que el yo, "regresando al
inconsciente, se vuelve automático* (Marcuse) y alcanza entonces su autonomía
mediadora- reflexiva. Pero esle Upo de comportamiento 'regresivo*, compulsivo,
no reflexivo, automático, que se supone propio del ello y que sirve ya a la
‘ represión* corresponde a las demandas del superyó y está muy lejos de
liberamos de las exigencias del orden social existente: las fuerzas dominantes
de la “represión* social ejercen su dominio manipulador sobre los propios
potenciales pulsionales. La condición tradicional del sujeto burgués liberal que
L O S A T O L I .A D E R O S D E LA 'D E S U B L 1 M A C 1 Q N R E P R E S IV A

reprime [ref.|. por medio de su "ley interior", sus impulsos inconscientes, que
Intenta dominar, por m edio de su autocontrol, su propia espontaneidad
pulsional. sufre una Inversión en la medida en que la instancia del control social
ya no adopta la forma de una ley o de una prohibición Interior que exige el
renunciamiento, el autocontrol, etc., sino más bien la forma de una Instancia
hipnótica que inflige una actitud de 'dejar correr", cuya orden terminante se
reduce a un "¡Goza!" -lo dijo ya el propio Adorno-, a la Imposición de un goce
tonto dictado por el m edio social, incluso en el analista anglosajón cuya
preocupación principal es volver al individuo capaz de un "goce normal, libre,
espontáneo...-. La exigencia social es dormirse, también y sobre todo allí donde
se presenta en su forma opuesta: *El grito de guerra nazi. (¡Alemania, despiér­
tate!) encubre precisamente a su contrario.* (Cf. Adorno, "Die Freudsche
Theorie und die Structure der faschistichen propaganda", Kritik- Kle\neSchn/-
ten zur Geseltscfia/t. Frankfurt am Main. 1971. págs. 63-65.)
Según la TCS. la noción de psicología, ladlm ensión propiamente psicológica,
obrante en el psicoanálisis, es una noción fundamentalmenle negativa: la
dimensión de lo psicológico comprende todos los factores que dominan la vida
interior de los individuos "a sus espaldas", a la manera de una fuerza
heterónoma. incontrolada, "irracional": en términos hegelianos, se trata de la
substancia psíquica alienada, opaca para el sujeto. La finalidad del proceso
psjcoanalitlco resulta ser entonces, evidentemente, que la substancia se con­
vierta en sujeto, que ‘ lo que ello era se convierta en yo", que el sujeto se libere
de la ‘ dominación heterónoma de su propio inconsciente". Asi pues, este sujeto
libre, autónomo, no alienado, sin inconsciente, seria en sentido estricto un
sujeto no psicológico: el proceso pslcoanalítico va encaminado a la despsicolo-
gtzaclón del sujeto. Para Freud. el punto de partida era el sujeto psicológico, el
Individuo alienado de la sociedad liberal burguesa: la dimensión psicológica
designa todo lo que él debía sacrificar, apartar de su yo para lograr su
socialización: todos los impulsos ilícitos, ‘ asocíales", por considerarse que el
campo de lo social seria el de la legitimidad y la racionalidad social dominante.
Ahora bien, el advenimiento de la ‘ desublimación represiva" Invierte completa­
mente ese estado en el que los impulsos ilícitos no podían salir a la luz sino en
forma sublimada: en las sociedades llamadas "totalitarias' la psicología queda
superada, los sujetos pierden la dimensión de lo psicológico, en el sentido de una
moUvactón pulsional. con la marca distintiva de una espontaneidad autónoma
propia de la asi llamada "naturaleza interior': toda la riqueza de las necesidades
naturales, motivos, impulsos, etc.. atribuida al sujeto burgués. Sin embargo, lo
psicológico no se supera por una reflexión liberadora que permitiría al sujeto
apropiarse de su reprimido [reí.], s in o ‘ en el sentido contrario', por la vía de una
socialización Inmediata del inconsciente, es decir de un cortocircuito entre el
ello y el superyó que dispensa de la función mediadora del yo: la instancia de
control, de "represión' social, se adueña inmediatamente de las pulsiones
Inconscientes. Con ello, la dimensión de lo psicológico es superada en el sentido
estricto, hegeliano: queda privada de su espontaneidad inmediata. Los mecanis­
mos de la 'represión ' social la mediatizan, la manipulan de parte a parte.
Tomem os la formación de la masa de la que habla Freud: a primera vista, nos
hallamos ante la 'regresión' ejemplar del yo autónomo, reflexivo, que se sume
en la masa indiferencíada. desindividuatizada, y se deja llevar por una fuerza

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] IB S L A V O J ZIZF.K

hipnótica heterónoma. etc. Sin embargo, este efecto de "espontaneidad . de


estallido de una 'fuerza primordial", no debe engañarnos sobre el hechodeclslvo
de que la masa es ya una formación artificial, resultado de un proceso dirigido,
organizado de antemano, 'manipulado". La masa contemporánea es manifies­
tamente el ejemplo puro de la 'regresión" hacia la dimensión psicológica, un
fenómeno Inasequible, como no sea a través de los procesos psicológicos que
dominan a los sujetos sin que ellos lo sepan: en el fondo es ya un fenómeno no
psicológico, post-psicológlco. un producto de la manipulación totalitaria. La
‘ espontaneidad", el "fanatismo", la asi llamada "histeria de masa", etc., son
todos básicamente simulados, fingidos, tanto entre quienes están arriba, los
Jefes. como entre los sujetos. De ello resulta la conclusión de Adorno: el objeto
del psicoanálisis es algo estrictamente histórico, el 'individuo monadológico,
relativamente autónomo, en tanto escenario del conflicto Inconsciente entre los
instintos y lo prohibido" 3 en resumen, el individuo liberal burgués. El mundo
preburgués de la coaJescencta del sujeto con la substancia social no lo conoce
todavía, el "mundo administrado* contemporáneo, totalmente socializado, ya
no lo conoce: “Los tipos contemporáneos son aquellos ante los cuales el Yo
cualquiera está ausente, son aquellos que, en consecuencia, ya no actúan in­
conscientemente en el sentido propio del término, sino que reflejan los rasgos
objetivos. Participan juntos en ese ritual insensato según el ritmo compulsivo
de la repetición, se empobrecen afectivamente: con la demolición del Yo, se
elevan el narcisismo y sus derivaciones colectivistas.'*
Podríamos decir que el último acto de la teoria analítica consiste en “alcanzar
su verdad como una exposición sobre las fuerzas destructivas que -en el seno
de lo Universal destructor- bullen en lo Particular mismo",s exponer los
mecanismos subjetivos (el narcisismo colectivo, etc.) que ofrecen su mano a la
coacción social en la demolición del “individuo relativamente autónomo, mona­
dológico', como objeto propio del psicoanálisis, es decir, concebir las condicio­
nes mismas de su propio desuso.
Algo cojea en esta concepción, fuera de ello bastante ingeniosa, de la
'desublimación represiva". Lo atestigua el impreciso estatuto de la tesis sobre
la "manipulación de las masas": es como si Adorno hubiera apelado a esta tesis
para llenar una cierta falta. Adorno insiste permanentemente en el elemento de
la 'manipulación organizada, consciente" del fascismo: la “regresión" al asi
llamado ‘ narcisismo colectivo", que caracteriza a la formación de la masa,
"resulta sistemáticamente controlada y absorbida por mecanismos sociales
dirigidos desde arriba': los jefes fascistas “se percatan de la psicología de las
masas y se hacen cargo de ella" (¿el propio Hltler no suelta acaso su pluma, en
Mein KampJ. a propósito del arte de “manipular psicológicamente a Las
masas’ ?); los propios sujetos fingen su fanatismo ciego a causa de la coerción
exterior, de Jas ventajas materiales, etc. En una palabra, Adorno está siempre
listo para reducir esta despsicologización a un cálculo consciente o al menos
prcconsclente supuestamente escondido tras la fachada simulada del ‘ hundi­
miento en lo irracional’ .
Desde luego, esto trae aparejadas consecuencias radicales en cuanto a]
concepto de ideología. La tradición hegeliano-mandsta concibe la ideología
como "conciencia falsa", determinada por la objetividad “reificada" del proceso
social alienado: su modelo de base son las "formas objetivas de pensamiento"
LO S A T O L I-A D E ÍÍO S D E IJ\ ‘ D ESU U I.IM ACIO N R E I’ R E S IV A '

que se forman sobre el fondo de] fetichismo de la mercancía en la producción


capitalista desarrollada, y el liberalismo burgués -es decir, en general, la
explicación racional de la libertad del hom bre- se fusiona con ellas en los ideó­
logos burgueses clásicos. A hora bien, el fascismo señala precisamente el punió
en que se desploma esle modo tradicional de concebir la ideología como "con­
ciencia lalsa". Ya no procede a la manera de la "argumentación racional" sino
que funciona, porel contrario, como apelación directa a la sujeción y al sacrificio
“irracional"/“Incondicional". Apelación legitimada, en última instancia, por la
propia factlcidad de su fuerza performativa. Adorno explica esta condición
negando que el fascismo sea una ideología en el sentido estricto de 'legitimación
racional del orden existente": la asi llamada ‘ ideología fascista" ya no tiene la
coherencia de un campo racional merecedor del análisis y la refutación
Ideológico-criUcos: incluso entre sus promotores, ya no se lo 'tom a en seno", su
estatuto es puramente Instrumental y no se apoya, en el fondo, más que en la
coacción exterior. En últtma instancia, la Ideología fascista se reduce a una pura
y simple mentira con respecto a la cual uno se mantiene a distancia, de la que
uno se sirve como puro medio de acción: ya no funciona a la manera de la
“ mentira vivida necesariamente como verdad", que es el "signode reconocimien­
to" de la ideología propiamente dicha.6

El perjormatiuo y la letra muerta

En tom o de la revista berlinesa Das Argum ent se constituyó <¡' grupo Projekt
Ideologle-Theorie (PIT) 7, cuyo trabajo opera una ruptura con la concepción
hegellano-marxista de la ideología. No es casual que el primer trabajo colectivo
del PIT -revisión de las diversas teorías marxistas de la ideología- fuera seguido
por dos volúmenes en los que se examina el impacto ideológico del fascismo. PIT
llega a una conclusión totalmente opuesta a la de la TCS: el fascismo aporta la
afirmación de lo Ideológico com o tal en su dimensión fundamental, de la
dogmática que aparece en la base de las racionalizaciones ulteriores. La 'in co ­
herencia', la "debilidad", etc., del contenido positivo de su argumentación ra­
cional. no hacen más que poner en evidencia la propia Jorma ideológica de la
"servidumbre voluntaria": la creencia en la Cosa que impone al sujeto el deber
de "cumplir su misión", el renunciamiento al goce en nombre de la sujeción a]
Jefe en el que se encam a la Cosa, etc.8 Y esto hace dar un vuelco a la perspectiva
entera: el poder del discurso fascista ha de ser buscado precisamente en lo que
la critica racionalista le reprocha como impotencia, en la ausencia de argumen­
tación racional, en el carácter puramente formal de la demanda apodictlca de
la fe y del sacrificio “insensato" / "Incondicional". Esta ausencia es ya erx si mis­
ma la pienilud de los actos performatiuos: formas ideológicas ritualizadas a
través de las cuales el fascismo practica el Am or "irraeionalVincondlciona]"
que une al Jefe con el Pueblo. Nada más fácil que desmentir las grandes pala­
bras sobre la "comunidad del pueblo" (VolksgemelnschaJl). demostrando cómo
no hacen más que disim ular la lucha de clases y la explotación. Sin embargo,
no debemos olvidar que el discurso fascista "organiza el silencio sobre su base
de clase como una serle de actos performatlvos*:8es precisam ente con su ritual
ideológico, y con la reinscripción Ideológica de las prácticas deportivas, de las

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organizaciones de caridad y de la solidaridad popular, como el discurso fascista


practica, realiza, materializa la "Comunidad del Pueblo*.
Aun cuando PIT se remita también a la teoria pslcoanalitlca. se trata ante
todo de una apropiación critica de la problemática althusserlana: la interpela­
ción Ideológica, los aparatos ideológicos del Estado. Esta apropiación se apoya
principalmente en el reciente ensayo de Ernesto Laclau. La polllique et l'ldéo-
logie dans la théorie marxiste: 10 Laclau parte del hecho (ya señalado por
Togllatti. Poulantzas. etc.) de que en el fondo la Ideología fascista no es más que
una chapucería compuesta de elementos heterogéneos de orígenes diversos (las
tradiciones del elltismo aristocrático, del populismo nacionalista, del 'arraiga­
miento* rústico, del culto militarista). Carece de la homogeneidad característica
de un edificio ideológico propiamente dicho. Laclau se orienta principalmente
a refutar los intentos de determinar la significación de clase de estos elementos
singulares con vistas a alcanzar la base de clase del propio fascismo: en si
mismos, estos elementos son neutros. Sólo obtienen su “valor de clase* por su
Inserción en la totalidad Ideológica, especifica en cada caso. El mismo elemento,
por ejemplo el "populismo", puede recibir, en las diversas coyunturas Ideológi­
cas. una determinación de clase completamente distinta: la determinación de
clase es un efecto de la intrincación de esas coyunturas, de la red que forman
sus relaciones en el Interior de una totalidad especifica: es decir, un efecto de
la estructuración especifica de esta totalldd, de la sobredeíermínactón de los
elementos por su papel estructural en cada caso especifico, y no la función de
la significación (o de la combinación de significaciones) de los elementos
singulares.
Una ideología desempeña el papel hegemónlco si logra ocupar los elementos
decisivos pero en si mismos neutros del campo ideológico dado: la debilidad
principal de la lucha Ideológica antifascista consistió precisamente en acusar
a todos los elementos Ideológicos 'ocupados* por el fascismo (el folklore popular
alemán, la admiración por el deporte y la naturaleza, etc.) de ser ya en si mismos
'fascistas*, en lugar de ver en ellos el campo de la lucha ideológlcay de intentar
arrancarlos a la Influencia fascista. La apuesta principal de Laclau es aqui la
relación entre la interpelación de clase y la interpelación "popular" (que se dirige
al ‘ Pueblo* en cuanto opuesto al 'bloque en el poder'): el Impacto de la ideología
fascista reside sobre todo en haber logrado fusionar la lnteipeladón de clase
■reaccionaría*, contrarrevolucionaria, con la Interpelación 'popular*, es decir,
en soldar un "populismo de derecha" efectivo. El momento clave que hizo posible
esta soldadura paradójica fue. por supuesto, el antisemitismo.
En el marco de ese dispositivo conceptual. PIT aporta toda una serle de
análisis que demuestran hasta qué punto el fascismo consiguió trans-funcio-
nar. Incluir en su Interpelación especifica un gran número de temas, aparatos
y prácticas ideológicas tradicionales y modernos: el funcionamiento mismo de
estas practicas y aparatos connotará la efectividad del fascismo...
La debilidad de estos análisis, por lo demás sumamente penetrantes,
consiste a nuestro juicio en que no plantean -no pueden plantear- la decisiva
cuestión de la economia del goce y del plus-de-gozar a través de la cual nos
"captura", de donde obtiene su eficacia la dogmática ideológica (el plus-de-gozar
como desecho producido por el propio renunciamiento al goce en la "servidum­
bre voluntarla"). La razón de esto hay que buscarla en el hecho de que se sigue
L O S A T O L L A D E R O S D E LA "D E S U H L IM A C IO N R E P R E S IV A " 121

concibiendo a la Ideología, en su relación con la realidad/electividad social,


como la manera Imaginaria en que los individuos viven su relación con sus
condiciones de existencia, organizada en los aparatos Ideológicos del Estado; lo
que falta aqui es. simplemente, la relación con lo real de un goce Imposible de
soportar en el nodulo mismo de la dogmática ideológica. Partiendo de aquí,
también se debería replantear la cuestión de la eficacia de la letra muerta:
Adorno tiene razón al insistir en el hecho de que. en lo que atañe al contenido
positivo de sus enunciados, la ideología fascista no es "tomada en serio' por los
sujetos, que sí la toman con una "distancia interior", como algo que en el fondo
les es exterior y por lo tanto, podríamos decir, como dogmático en el sentido de
ia letra muerta. Pero en cambio desconoce que la ideología fascista 'mantiene"
a sus sujetos precisamente en el nivel de esta exterioridad, que su distancia
"irónica" no es sino el indicio de la fuga ante su propio lugar de enunciación.
¿Basta empero, para dar razón de esa eficacia de lo exterior, con invocar la
dimensión performativa de las proposiciones ideológicas? ¿No tenemos aquí
sobre todo una nueva confirmación de que el inconsciente está afuera? Hecho
éste ya conocido por Pascal (cf. Pensamientos, 252).
Aqui reside el escándalo pascaliano: lo más "interior" que existe, el scnU-
miento de la fe. más profundo y constante que cualquier demostración arru­
men tal. se apoya en la exterioridad de la letra muerta, en la sumisión a una
costumbre incomprendida: la creencia es en el fondo asunto de un 'autómata,
que arrastra al espíritu sin que él lo piense". Sí el espíritu es el Amor y la letra
la Ley. cabe deducir una inversión del célebre aserto de Duhamel: no hay oiro
am orverdaderoqueel fundado en la autoridad de la Ley, y precisamente de una
Ley Irreductible y constitutivamente incomprendida. traumática, la Ley de un
automatismo ciego. En síntesis, Pascal nos hace sentir 'este ultimo resorte
Inexplicado. Inexplicable, del que se sostiene la existencia de la ley. La cosa dura
que encontramos en la experiencia analítica es que hay una ley. Y esto es loque
nunca puede estar completamente logrado, en el discurso de la ley: ese Ultimo
término explica que hay u na'.11
De este carácter insensato e inexplicable de la ley se sigue que "obedecemos
a las leyes y costumbres porque son leyes" (Pasam ientos. 325!. y no porque
serian Justas, buenas o útiles: preguntarse si un rey es bueno o sabio para
someterse a él en caso de respuesta positiva es ya una lesa majestad, porque
estamos sometidos a la autoridad de su juicio y no a la autoridad real. Por lo
tanto, en cierto sentido la verdadera obediencia es siempre exterior concierne
a una letra muerta, Incomprendida. a un significante traumático sin significa­
do. a una 'costum bre' insensata (cf. Pensamientos. 294).
Intentamos llenar ese sin-fondo del "fundamento m ístico' de la ley con la
vivencia ideológico-imagtnaria del ‘ sentido’ de la ley; con la 'racionalización'
ulterior de su autoridad por su justicia, su bondad, su utilidad, intentos todos
ellos de llenar el vacio Insoportable del slgniflcante-sin-signiikado, de suplirlo
por un significado pleno que garantizaría la *venlad' de la ley (cf. Pensamientos.
325). Y encontramos casi la misma formulación en El proceso de Kafka, hacia
el final de la conversación de Kafka con el abate.11 Se trata, pues, de la “ nece­
sidad" /"autoridad"” sin i>erdad de la Ley: el hecho de que el pueblo 'crea que la
verdad puede ser hallada, y que está en las leyes y costumbres . de que tome
su antigüedad como una prueba de su verdad (y no de su mera autoridad sin

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verdad)', describe exactam ente el efecto de ceguera imaginarla por la factlcldad


Insensata y traumática de la Ley.
Ahora si podemos entender por qué el fascismo tiene un valor sintomal en
cuanto a la articulación de un concepto de la ideología que tenia presente ¡a
"instancia de la letra’ : mientras que en el tipo clásico de ideología la Instancia
del significante (el hecho de que en definitiva la 'efica cia ' de una ideología no
se deba a la significación positiva de sus proposiciones sino más bien a que ella
consigue som eter al sujeto a un signiflcante-sin-significado traumático, al
significante amo) funciona de una manera disimulada, detrás del telón del
'consenso dem ocrático’ , la ideología fascista “quita la máscara" de las raciona­
lizaciones y se dirige directamente a los sujetos en forma de dogmática amorosa.
A esla altura podríam os enfocar desde un nuevo ángulo la tesis del carácter
chapucero de la ideología fascista: los elementos particulares de una totalidad
ideológica son Sa, elem entos con significación, y es una necesidad intrínseca
del Upo tradicional de ideología que nosotros equivoquemos el elemento que la
totaliza -que confiere a la ideología su fuerza performativa y por el cual la
interpelación ideológica se pone en marcha- es decir, que equivoquemos el
elem ento al que el sujeto está sujetado en la "servidumbre voluntaria*. El rasgo
“enojoso" de la Ideología fascista es. simplemente, no disimular que lo que se
tiene delante es una coyuntura de elementos heterogéneos, desentonados en
cuanto a su significación. Su totalidad conserva un carácter chapucero, y no se
presenta en la forma vivida de una "totalidad de significación*. En tanto
discurso de Am or insensato, ella destaca como medio/mediador de su unidad
el sln-sentido de un significante amo. E sla solución de PIT parece enteramente
pertinente e Incluso' lacan lana', ya que pone elacento en el Impacto significante
del campo ideológico. Sin embargo, algo no funciona: si esta solución fuera
válida, el fascismo seria, en el plano de la economía discursiva, un simple
retom o al discurso del Am o preburgués. a su pura y simple performatlvldad.
Dicho con otras palabras, con esta solución nos es Imposible aprehender la
diferencia decisiva entre el dlsc urso del Amo preburgués y su cuasirrenacimlen-
to en el fascism o (entre Pascal y Kafka), el cortocircuito pstcótlco que marca la
ruptura del discurso fascista con el discurso del Am o preburgués. En una
primera aproxim ación, el fascismo confirma perfectamente el esquem a mar-
xlano de la repetición (el del 18 de Brumario); ¿acaso no se disfraza de 'edad
media*? ¿No es acaso, en cuanto a su ideología, una variante de lo que Marx,
en el Manifiesto comunista, llama Irónicamente “socialismo feudal*? ¿No pos­
tula, frenle al individualismo liberal-capitalista, el eorporatlvismo de los
estados, el lazo orgánico entre el "Jefe’ y su ‘ séquito’ ? ¿Y todo ese disfraz no es
acaso -com o en cada repetición- sino una farsa al servicio de las relaciones de
producción reinan les y de la lucha de clases? ¿En qué consiste, pues, la ruptura
decisiva entre la repetición fascista y la analizada por Marx? Esa ruptura que
Marcuse ya habla bosquejado en su aforismo: "Este horror (del fasclamol exige
una rectificación de las postulaciones del ‘ 18 de Brumario de Luis Bonaparte':
los 'hechos y las personas de la historia universal' que se presentan 'por asi
decir, dos veces’, la segunda vez no se presentan ya como ‘farsa'. O Incluso: la
farsa es más horrible que la tragedia a la que sucede,*13Ahora, el orden de la
repetición en cierto m odo se Invierte: lo que la primera vez era farsa (Napoleón
III como primer m odelo de constitución totalitaria con un Jefe carisináttco) se
L.OS A T O U - A D E R O S D E LA "D E S U L iL IM A C J O N R E P R E S IV A " 123

repite con H iller tom o tragedia. El esquem a m arxlanoya no alcanza (uslam enle
para entender es/a repetición: con el fascismo, sobre todo con el nazismo, la
lógica misma de la representación política queda radicalmente transformada;
para decirlo de un modo grosero: en este Juego de la -representación”. Napoleón
III desempeña todavía el papel de un cuas i-obsesivo neurótico intentando "ser
el representante de todos” ; cuando intenta restituir la deuda a aquellos a
quienes supuestamente representaba, es decir 'contentar a todo el m undo”, no
puede hacerlo sino recorriendo todas las clases a la manera de una "sortija”, s a ­
tisfaciendo a unos en detrimento de otros: estamos ante un “efecto Münehhau-
sen* (para retomar la expresión de Pecheux): mientras que Hitler habla ya como
un psicótico. desde un lugar Inconmovible y sin agujero que no se deja com pro­
meter. que no se deja apresar en el ju ego de la "representación"; la "ideologia"
y la "efectividad” coexisten en una Spallung. sin la mediación "representativa"
(es decir que estamos -en el nivel simbólico, por supuesto- frente a un bloqueo
total de los efectos del hecho de que la ideología "representa” de manera pree-
laborada una "efectividad", un "interés efectivo”). Marx deja m uy atrás la
fórmula de la representación término a término. Entre el "contenido social” y la
escena político-ideológica hay toda una serie de mecanism os de desplazam ien­
to. de condensación, etc., hasta la paradoja de un 'pu n to cero de la represen­
tación" necesario, desarrollado justam ente a propósito de Napoleón 111 ("En sí
mismo es Insignificante, por eso puede representarlos a todos."): el caso limite
que se puede analizar con esta lógica sigue siendo no obstante el discurso
político del neurótico obsesivo endeudado con todos. Pero esta lógica falla ante
el punto sobre el cual la escena político-ideológica borra la deuda sim bólica y
desconecta la relación dialectizada de la "representación" con su afuera (la
"efectividad social").

Et superyó totalitario

La farsa presupone una relación dialectizada entre la "máscara" y la


“efectividad": loqu e hace de la “efectividad* (nuevas condiciones históricas) una
farsa, es su confrontación con la “máscara ideológica" de esas condiciones.
Ahora bien, a causa de la escisión, que ya no se medial iza en forma reflexivo-
dialéctica, la "m áscara" ideológica, en el fascismo, se endurece, ya no guarda
una relación dialectizada con la "efectividad" que la refutaría como farsa. La
ideología se vuelve literalmente toca, ‘ cree ser lo que es", ya no se la puede
refutar por la vía reflexivo-dialéctica (de la "crítica de la ideología" m arxisla cuya
presuposición fundam ental es precisamente que la Ideología no es loca). El
fascismo (y, en otro nivel, el estallnlsmo) marca ese punto de psicotlzacion
dondeya no se puede leer la Ideología de m anera slntomal, como texto neurótico
que. por sus mismos blancos, Indica la coyuntura “efectiva" reprimida |ref.|.
Este carácter no dlalectlzado, coagulado, de la Ideología fascista, hace posible
un abordaje diferente del fenómeno entendido por Adorno como “despslcologl-
zaclón” de la masa fascista: esta despslrologizaclón Implica un cierto momento
psicótico, es decir que corresponde Interpretarlo en la óptica de lo que Lacan
señala como mérito de Cléram baull: Insistir, en el fenómeno psicótico. sobre su
“carácter Ideiccimente neutro, lo que en su lenguaje quiere decir que está en

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plena discordancia con los afectos del sujeto, que ningún mecanismo afectivo
basta para explicarloy. en el nuestro, que es estructural. [...) es preciso vincular
el núcleo de la psicosis con una relación del sujeto con el significante en su
aspecto más formal, en su aspecto de puro significante, y |que| todo lo que se
construye a su alrededor no son más que reacciones de afecto al fenómeno
primero, la relación con el significante".'*
La "despsicologlzación" quiere decir que el sujeto se ve confrontado con una
cadena significante Inerte, nodialectlzada, en la cual falta el almohadillado, que
no "capta" al sujeto de manera performativa: el sujeto conserva de ella una cierta
"relación de exterioridad”.15 Asi pues, esta "despsicologlzación’ pone de mani­
fiesto la exterioridad originaria e Irreductible del orden significante al sujeto.
Esto explica también la manera en que el discurso fascista "capta", subyuga a
sus sujetos: Justamente en la medida en que está ‘ despsicologlzado", su ley
adquiere la forma de una conminación no dialectizada. Incomprendida, Insen­
sata. aparece como un texto que de ningún modo permite al sujeto reconocer
en ella la riqueza "afectiva" de sus anhelos, odios, temores. En una palabra,
funciona como superyó.
Jacques Alaln-Miller recordaba que aqui se trata del superyó Imperativo de
goce, fundamentalmenteincomprendido, traumatizante, aquelquepresentlfica
bajo su forma pura la instancia del significante como aquella a la cual el sujeto
está constitutivamente sujetado. Este es, pues, el secreto de la famosa "desu-
bllmación represiva", de esa "reconciliación perversa del ello y el superyó a
expensas del yo": una ley loca que, lejos de prohibir el goce, lo exige direc­
tamente. La 'desublimacibn represiva’ no es sino una manera, la única manera
abierta a la TCS. de decir que en el totalitarismo la Ley social comienza a
funcionar como superyó. toma los rasgos de un imperativo superyolco. Y es
precisamente la falta del concepto estricto de superyó - que falta porque la TCS
deja escapar la 'Instancia de la letra", el significante como núcleo a-pslcológico
o. si se quiere, metapsicológlco determinante del sujeto— lo que desencadena
la recaída Incesante en la tesis de la ‘ manipulación consciente*, forzando en
consecuencia a la TCS a reducir sin cesar la despsicologlzación de la masa
fascista a su 'manipulación dirigida".
La Insuficiencia de la conceptuallzación de Adorno proviene de su punto de
partida Inicial, que consiste en entender el psicoanálisis como una teoria
psicológica, como una teoría cuyo objeto es el Individuo psicológico. Adoptada
esta posición, ya no se puede evitar su consecuencia: que lo único que le queda
por hacer al psicoanálisis, frente al paso del individuo psicológico de la sociedad
burguesa liberal al individuo poslpslcotógicode la sociedad totalitaria, es trazar
los contornos de esle proceso que suprime su propio objeto. Ahora bien, el
‘ retom o a Freud" lacantano, que descansa en el papel clave de la "Instancia de
la letra en el Inconsciente*, dicho de otra manera en el carácter estrictamente
no psicológico del Inconsciente. Invierte toda la perspectiva: allí donde, según
Adorno, el psicoanálisis alcanza su borde y ve disolverse su propio objeto (el
Individuo psicológico), en ese punto precisamente, lajorm a pura de la Instancia
de la letra' su/ye en la "realidad hlsíórica’ m lsm a.eneldlscurso totalitario, cu­
yo Imperativo no dtalectlzado. Incomprendido, subyuga al sujeto.
Nos es preciso entonces, en cierto sentido, retom ar de P ÍTa Adorno: para PIT
es fácil decidir, a causa de la "no creencia" de los sujetos en el discurso fascista,
I-OS A I O L I.A D E U O S D E LA "D E S U N I,IM A C IO N H K P IÍE S IV A ' 125

de su "distancia Interior' -que en nada disminuye su fu e ra , su eficaria


perfomiatlva-, que el lugar propio de los sujetos de este discurso ha de ser
buscado en la exterioridad, en la literalidad misma del rito significante al que
están sujetados. Queda en pie, no obstante, la cuestión decisiva, si con ella
podemos dar cuenta del fenómeno que evocaba Benjamín bajo el nombre de
estetlzaclón de la política practicada por el fascismo"1: ¿no habrá que tomar
en un sentido muy distinto la acentuada teatralidad del rito Ideológico fascis­
ta? ¿No Indica esta teatralidad que el fascismo jlnge solamente la fuerza
performattva propia del discurso político en cuanto discurso práctico-ideológi­
co? Dicho con otras palabras, si es verdad que el fascismo pone de manifiesto
la dimensión de la Ideología como tal. (o hace *poniéndola en escena", “Jugán­
dola', transponiéndola en un cierto modo de "como sí': es fundamentalmente
una simulación del discurso del Amo preburgués. Todo el parloteo enfático y
teatral sobre el 'Jefe" y su “séquito", sobre la "misión", el "sacrificio", no ejerce
una verdadera fuerza performatlva. no "capta" verdaderamente a los Individuos,
no los "engancha". En una palabra lo que falta es, simplemente, el punto de
almohadillado.
Tiene razón Adorno al insistir en este momento de simulación. Su error es
otro: no ver allí, a fin de cuentas, más que un efecto de la coacción o de las
ganancias materiales (¿cuí bono?l, como si la "máscara' del discurso Ideológico
totalitario escondiera al individuo "normal", 'de buen sentido', es decir al viejo
sujeto “egoísta*, "utilitario* del universo burgués-liberal que fingiría, por
Interés, ser captado por ese discurso. Ahora bien, este fingimiento es serio, da
fe de la “no Integración del sujeto en el registro del significante*, de esa
“imitación exterior" deljuego significante 17que caracterl«.¿ al fenómeno pslcó-
tlco. Entonces, la "distancia interior* del sujeto con relación al discurso
ideológico totalitario hace de este sujeto un sujeto “loco", lejos de ofrecerle un
camino para "evitar la locura* del espectáculo ideológico. (El sujeto ‘ detrás de
la máscara* podría ser llamado "normal" Justamente en la medida en que las de­
terminaciones del lenguaje que habitualmente lomamos por "normas* -el
lenguaje como 'Instrumento", como medio exterior de expresión de los pensa­
mientos, etc. - sólo para el psicótico son plenamente válidas.) En ocasiones el
propio Adorno lo presiente, lo cual confiere a sus tests una profunda ambigüe­
dad: él barrunta que el sujeto "detrás de la máscara", el sujeto que simula ser
captado por el discurso fascista, debe de ser ya en si mismo un sujeto Toco",
“hueco", lo cual lo condena a huir sin cesara la teatralidad Ideológica: si el shou;
se interrumpiera por un solo instante, todo el universo se desplomaría...1* En
otros términos, la locura no con slstiria en ‘ creer verdaderamente" e n el "complot
judio", en “creer verdaderamente" en la omnipotencia y el amor del Jefe -esla
creencia seria, bajo la forma reprimida (ref.|. lo normal mismo de lo político-:
más bien ha de ser buscada en el hecho de que "los hombres, en algún punto
de sus profundidades intimas, no creen verdaderamente que los Judíos sean el
diablo*; en la simulación, en la imitación exterior que caracteriza su relación
con el discurso ideológico.

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128 SLAVOJ ZIZEK

NOTAS

\ 1. W. Benjamín. "Thésc sur la phllosophlc de l'hlslolrc', l/hommc, le ianqagc el la


cultun?. Parts. 1974. pQ(¡. 1H7.
¿ 2. T. Adorno, "Zum Vcrliültnls von Sozlologle und Psychologlc", Gc'scllsdui/is theoríe
und Kui<urkr(l()<r. Frunkíurt nm Main, 1075, pág, 133.
3. ’Zum VcrhaltnlB...', p¡tg. 134.
4. Ibkl, pág. 133.
5. Ibtrl.
6. Cf. sohrc lodo T. Adorno. "Rcltrug zur Ideologlcnlehre", Gcsomnielíe Schrl/len;
fdéologle, Frankfurl am Mnln. 1972.
7. Cf. Throrítn übt-r tdi’nloqíe, Argumcnt-Sondcrband 40, llcrlin, 1979, y FasrhLsmus
und ídcologü.*. 1 2. AS 60 y 62, Berlín, 1980.
8. Cf. Bobn: todo AS 62, pñ^s. 47-52.
9. AS 60, pAg». 73 74.
10. E. Laclau, M U Its and Idcology In (he Marxtst Thcory. London, 1977.
.*-) I. J. Liitiui. El Seminarte, Libro II, El yo en la tí-orln de Freud y en la técnica del
psicoanálisis, Parla, Scull, 1978, pAf>. 157.
^12. F. Kafka, Le/Yocc's. Parla, 1957. píig. 356.
13. Cf. H. Marcusc, ‘ Dcr 18 brumnlrc und unscrc SScll”, en K. Mor*, Der achlzehntc
Uratnalre des Louia Napolcon, Munchcn, 1905.
14. J. Lacan, El Se minarlo, l.lbro 111, Las psicosis, París. Scull, 1981, p¿g. 284.
16. IblcL
ti 16, W. Benjamín, ‘ L'ocuvre d'arl d l'ire de sa rcproduclibllllt tcchnlquc", L'homme,
Ir larujagr el (a cullure, pág. 181.
17. Cf. Las psicosis, págs. 284-265.
18. A ello corresponde, desde luego, la necesidad Incondlclonadaquc siente Sehreber
del acompañamiento del flujo Incesante de palabras: ‘ya no llene la seguridad significa­
tiva usual, sino gracias al acompañamiento del comentarlo perpetuo de bus gestosy actos’
(Los psicosis, pAg. 345). Ciertos Intérpretes de Freud y críticos de Lacan de Izquierda I
(Anthony WUdcn, por ejemplo) gustan ver en el texto de Freud sobre el 'caso Schreber"
un disimulo patriarcal-reaccionarlo de la verdad Insoportable del propio texto schrebe-
riano: el deseo se h rebe ría no de convertirse en una ‘ mujer rica de espíritu" (getstneíches
WethJ deberla ser tomado por un presentimiento de la sociedad patriarcal: no se trata sino
de una perspectiva también patriarcal que quiere reducirlo a la expresión de la
"homosexualidad reprimida’ Iref.). de la ‘paternidad no realizada'. En contra de laica
interpretaciones, habría que recordarla analogía fundamental entre la visión de Schrebcr
y la de Hltlcr leí complot universal, el cataclismo mundial seguido por el ‘ nuevo nacimien­
to’); ya observó alguien que. en circunstancias más propicias, Schrebcr hubiera sido un
político Upo HlUer.
EL SUJETO EN EL PARENTESCO AFRICANO

Paul Jo rio n

Mis reflexiones se adelantan a una Investlgacl6n en curso, que se está


realizando entre las poblaciones fon de la actual República Popular del Benln.
Estas poblaciones conocieron una poderosa organización estatal y burocrática
durante los siglos XV1I1 y XIX. cuando el reino de Dahomey era el centro del
tráfico de esclavos. Una lengua compleja, el íongbé. y una religión Inventiva, le
dan marco a una cosmología aún vigente.

Estructura y sentimiento

En 1955. el antropólgo británico Rodney Needham resumía acertadamente


el estado actual de los estudios sobre el parentesco Intitulando una obra
consagrada a este tema: Slructure and Sentimenl. La estructura y el sentimiento
eran considerados entonces como dos principios explicativos Irreductibles,
utilizados Igualmente por los representantes de dos escuelas antropológicas
antagónicas. Un mínimo trato con el psicoanálisis les habría permitido advertir
que la noción de ‘ complejo de E dlpo' resolvía la aporía. puesto que revelaba al
sentimiento como la emergencia en la conciencia del sujeto de los efectos de
estructura que lo constituyen. La estructura y el sentimiento no son otra cosa
que las dos modalidades que adopta una misma substancia según que sus
relaciones sean, respectivamente, objetivlsta o subjetivlsta. En consecuencia,
no se trataba en absoluto de tener que optar o bien por la física social o bien por
la psicología.
En 1966. Edlpo africano marcaba una etapa decisiva en la comprensión del
parentesco africano según sus manifestaciones subjetivas. Se exploraba el
aspecto paranolde de esta psicología, y por primera vez se mencionaba su
fundamento en la estructura parenlal del linaje. Este descubrimiento fue muy
mal recibido. Como recuerda Zam plínl. quien colaboró en las investigaciones de
M.C. y E. Ortigues: "Estos trabajos que ponen en evidencia el paso de la

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128 P A U L J O R IO N

conciencia persecutoria a la conciencia de !a culpabilidad como correlato


constante de la Individualización del hombre africano, disgustaron a veces a los
etnólogos por sus acentos evolucionistas". 11977: 213)
Recibía asi apoyo una de las hipótesis menos admisibles de Tótem y tabú
(1912). Hipótesis que habría sido provechoso relacionar con las hipótesis
klelnianas sobre la fase paranoide: el destele, como primera experiencia a
conceptuallzable de separación de objeto, sólo podia entenderse según una
lógica persecutoria: la rebelión de una parte de si mismo en su autonom ía real
constituye un factor determinante en la constitución paranoica del yo. El pecho
materno como catéter consubstancial pasa a ser. en su autonomía revelada,
objeto perseguidor y, por consiguiente, necesariamente distinto. Lo que q u isié­
ramos explorar más son los efectos subjetivos persecutorios de la separación
inherente a la escisiparidad del linaje.

Parentesco e identidad

El parentesco africano en la lógica del linaje -sea éste matrillneal o pa-


trillneal- es, como lo hemos demostrado [1984). isomórfico a un grupo cielíco
infinito con un generador. Este ¡somorfismo implica efectos de anillo, cuya
manifestación subjetiva es la identidad ontológica de los hombres de las
generaciones sucesivas en el caso patrilineal, y de las mujeres en el caso
matrillneal. Esta identidad füétlca sorprendió a todos los etnólogos africanistas
(Glrard. 1969, 19: Fortes. 1973. 317). Por supuesto, estas vastas identificacio­
nes que trascienden a las diferencias visibles corresponden a una categoría más
vasta, la que efectúa los reagrupamlentos por afinidades ontológicas y que
acostumbramos calificar de 'totem ism o'.
Sin embargo, identidad fllética no quiere decir indistinción (cf. Tempels,
1949, 73-74). Los eslabones idénticos son Igualmente distintos. Lo que los
distingue es un destino propio caracterizado por poder subsumirse en una
figura particular de Ja adivinación. El kpoli. traducido espontáneamente como
'horóscopo', asocia a cada destino uno de los dieciséis signos elem entales del
Fa. Un proverbio fon afirma: "La cuerda nueva se trenza en la punta de la vieja":
pero también se dice que los niños nacidos en dia viernes reemplazan a sus
padres (cf. Fortes. 1973. 305).
Hay que concebir el ser del linaje como permanente bajo sus avalares
sucesivos. Una teoría de la herencia hoy superada pero que pertenece a la
historia de nuestro pasado, hablaba de “atavismo". Hay que pensar en los
antepasados muertos como si se 'redistribuyeran' en las generaciones siguien­
tes a partir de un fondo común Inmutable. Los fon conocen el djoto. antepasado
asociado aJ niño reclin nacido. A su respecto se habló, equivocadam ente, de
reencarnación. Burton apuntaba ya la confusión: *|...| el desaparecido suele
regresara 1® Uerra en forma de un niño, pero sin em bargo permanece en el país
de los Muertos: ciertos viajeros confundieron esto con la metempsicosis*
(Burton. 1966 (1864). 303). Maupoll hacia notar también: "El núm ero de alm as
no corresponde al de las personas vtvas; el alma de un muerto puede tocar a
varios niños pequeños" (1943, 386). Un Informador nos dice: 'E l djoto es el
padrino para un niño y la madrina para una niña; sOlo que han fallecido. Todos
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sus actos son sem ejantes a los de esas personas desaparecidas. La manera de
enfadarse [...). todo; hasta la muerte. El djoto es un patrim onio genético y
cultural que tendría la particularidad de transmitirse únicamente, según que
la sociedad sea palrilineal o matrilineal. por los hombres o por las mujeres.
Com entando hechos sem ejantes observados entre los luba. Tem pels apuntaba:
'N o es que renazca un hombre determinado del clan, sino [,..| que su individua­
lidad vuelve a participar en ia vida ciánica por el Influjo vital con el que este
difunto inform a al recién nacido o al fruto por nacer en el clan." (1949. 76).

Parentesco, fis ió n y expansión

En una de las primeras reflexiones ecológicas dignas de este nombre en


antropología social. Sahlins analizó, en 1961. la estrategia subyacente a la
organización del linaje. Habló entonces de naturaleza 'p red a d o ra ' del linaje,
subrayando asi su carácter necesariam ente invasor, su ambición de ocupar él
solo la totalidad del m edio circundante. Pero el térm ino "predador" era in apro­
piado. h abría sido preferible hablar de la naturaleza 'colon iza d ora ' del sistema
de linaje, pues para un linaje no se trata de sustentarse Je otros menos
afortunados, sino de asfixiarlos dem ográficam ente y sustraerles, en consecuen­
cia. el acceso a los medios de producción. La via seguida por esta estrategia es
la especulación en m aterial humano, más que en capital económ ico. Un linaje
se enriquece no am asando riquezas sino am asando mujeres, niños y otros
dependientes, recursos todos ellos que acaban en una Invasión total del medio.
Claro está que este sistem a se va m odificando perm anentem ente, ciertos
linajes crecen en proporción geométrica, mientras que oíros que han desee ndido
por debajo de la extensión critica, desaparecen lisa y llanam ente. Rara vez
com prendieron los autores la lógica del sistema de linaje, e interpretaron sus
signos de vitalidad com o precursores de su desaparición. Pues un linaje exitoso
entra en un rápido proceso de disgregación aparente: la agricultura sobre
cham icera limita la extensión m áxim a de los grupos de residencias, y desde ese
m om ento el linaje exitoso se ve apresado en un proceso de escisiparidad
recurrente, m ás espec tacú larcu an to más rentable es su estrategia dem ográfica.
El proceso de fisión se opera por razones que podríamos calificar de
puram ente físicas: explotación máxima de cierto entorno en relación con una
cierta tecnología de producción. El grupo que se separa parte a colonizar, bien
sea un entorno virgen, bien sea. un entorno ya ocupado pero por un grupo que
exhibe una m enor vitalidad y que pronto será elim inado o absorbido. El
m ecanism o de estos efectos puram ente Osleos fue frecuentemente observado y
m uy b ien descripto (cf. Mondjannagni. 1977. 135).
Lo m ism o en cuanto a los efectos de estructura. Com o apuntábam os no
obstante m ás arriba, refiriéndonos a la em ergencia de los efectos de estructura
com o “ sen tim ien to' en la conciencia de los agentes, los individuos que se
encuentran "topológieam ente" en los bordes que aparecen en las fracturas no
dejarán de sentir las tensiones previas y ulteriores com o otros tantos problem as
■personales", y tratarán de resolverlos com o tales, mientras que los efectos de
estructura se hallarán efectivam ente fuera de su radio de acción (cf. Mondjan-
nagni. 1977, 164).

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A. M. Marwick le toca el mérito (1965) de haber concitado la atención sobre


el papel de la hechicería en la justificación de los procesos de fisión en la
conciencia de los actores. Naturalmente, las tensiones no son reconocidas por
lo que son. fracturas de carácter físico, sino que se las atribuye a la malevolen­
cia. Como no se trata de una malevolencia localtzable -y con m otivo- es una
malevolencia esotérica atribuida a individuos que actúan en la sombra merced
a una coalición secreta (el pacto de sangre, en este caso, cuyo mecanismo fue
detallado por P. Hazoumé en 1937). Las tensiones que derivan en fracturas son
eonceptualtzadas. pues, como asuntos de hechicería por aquellos que las
padecen en su propio cuerpo, para acabar estos situados estructuralmente en
el mismo lugar de fragilidad en que aparecerá la fractura. Por consiguiente, el
sentimiento refleja la estructura: al igual que en el complejo de Edipo, la
coincidencia es casual. El hecho de que la acusación de hechicería ocasione una
disociación catastrófica en el seno de la comunidad, facilita a su vez el proceso
de escisión, de una manera en cierto sentido catalítica. M. Auge considera
demasiado 'gru eso' este mecanismo, y ve en él la huella de lo que por su parte
califica de explicación "hiperfuncionaJista' (1975. 92).
En otro texto nos hemos referido a la tendencia de la explicación funciona-
lista a funcionar como "excusa' más que como "justificación" (Jorion. pendiente
de publicación), pero aqui se trata, no obstante, de otra cosa. Marwick no
pretende en absoluto Justificar moralmente la hechicería, ni tampoco entiende
que la hechicería intervendría sólo en el caso de surgir tensiones que preludien
la escisión de los grupos. Comprobar que estas tensiones aparecen en la
conciencia del actor en forma de explicación por la hechicería, y que esta
explicación a su vez precipita la segmentación, de ningún modo implica un
'flnalismo cándido', sino que constituye la simple constatación de un mecanis­
mo complejo donde el desconocimiento retroactúa en el mundo físico precipi­
tando una fractura desde entonces Ineluctable. Al tener el mundo humano una
naturaleza eminentemente leibnizlana (siempre y cuando nos tomemos el
trabajo de entender a Leibniz). parece verosímil que todo vaya a pedir de boca
en el mejor de los mundos posibles.

Identidad e individuación

En este punto hemos alcanzado el nivel en que la estructura se nos presenta


como sentimiento. Y en este punto retomaremos la cuestión de la Identidad.
Consideremos nuevamente un linaje exitoso, por ejemplo el de los reyes de
Abomey. que llegaron a tener dos mil esposas. El éxito demográfico engendra
éxito demográfico, los linajes se parten y el sentido de la identidad se pierde. Allí
donde había una sola identidad, de pronto se encuentran dos: esto no deja de
tener consecuencias para el sujeto. Dierterlen ha señalado lo siguiente: 'S e
supone, tal vez gratuitamente, que hacen falta momentos excepcionales para
crear condiciones de formación de individualidades, por ejemplo la de los Jefes
(...]. Habría que esperar un ensanchamiento de las perspectivas tribales para
observar las primeras manifestaciones de la individualidad: migraciones que
colocan al grupo de migrantes en la obligación de concebirse diferente del núcleo
del que se separa; formación de poblados; aparición de clases que constituyen
E L S U J E T O E N E L P A R E N T E S C O A F R IC A N O 131

fracciones cada vez más diferenciadas y que obedecen a reglas ahora modifica­
das." (1973. 11)
Esla observación toca aJ nodulo mismo de lo que esleimos analizando, pero
es preciso desarrollarla. Ortigues nos recuerda que *[...| la enfermedad es por
si misma individualizante' (1973. 566). De ahi partiremos.
Tendremos que Imaginar una aldea africana, compuesta por unos treinta
cercados parentales de "paja", ai que conducen tan sólo unos estrechos
senderos casi siempre inundados. Una de esas aldeas donde la presencia del
hombre o la mujer blancos todavía suscita el entusiasmo de los niños. Estas
aldeas existen aún. En los últimos años, la pesca en lagunas disminuyó
considerablemente: unos lo atribuyen a la escasez de peces: otros lo relacionan
con el hecho de que el número de pescadores regulares ha pasado de doce a
ciento veinte. Algunos abandonaron la pesca porque el precio de las barras fijas
utilizadas como pesquerías aumentó considerablemente, y se orientaron a la
pequeña agricultura. Pero las zonas fértiles de la planicie de inundación han
sido invadidas por pobladores de aldeas vecinas, y ei espacio comienza a
escasear. En nuestra aldea imaginaria hay una sola familia, cuyos miembros
descienden todos del fundador de la aldea, instalado en ella a comienzos del
siglo XLX. Por lo tanto, todos los hombres de la aldea son hermanos, entiéndase
hermanos, medio hermanos o primos paralelos. En este momento, uno de ellos
se encuentra precisamente un tanto marginado, pues es victima de una de esas
combinaciones de disenteria y malaria que le valieron aJ Africa Occidental el
poco envidiado titulo de The Whiíe Man's grave, la tumba del hombre blanco.
Nuestro hombre vuelve a descubrir una verdad universal: que unos cuantos
espasmos violentos en las tripas bastan para hacemos odiar a la n>za humana
entera.
Este hombre, pues, rumia oscuros pensamientos. ‘ Mis hermanos, se dice,
están en la aldea, dormitando a la sombra de un mango, y en cambio yo padezco
aqui mi calvario." Prosigue entonces su reflexión a la manera especulativa: "Si
somos hermanos, si participamos de la misma esencia, si somos "los mismos'
como gustamos decir, entonces ellos deberían sufrir tanto como yo o. por lo
menos, lamentarse colectivamente de la suerte que me aflige. Sin embargo,
permanecen abiertamente indiferentes. Todos son indiferentes. Y su unanimi­
dad es muy sospechosa." Nuestro hombre continúa empeñosamente su refle­
xión: "¿No será que se han puesto de acuerdo? Ha habido casos. ¿Acaso no
exageraron la importancia de algunos incidentes, como mi breve aventura con
la cuarta mujer de mi hermano mayor? ¿No habrán decidido envenenarme?
(Esto explicarla muy bien el triste estado en que hoy me encuentro!'
El razonamiento es el siguiente: si quieren mi muerte colectivamente esto
Indica que son los mismos, pero si saben que mi muerte no los afectará, esto
Indica que saben bien que yo. por mi parte, soy diferente. Masamba Ma Mpolo
escribe: "Ndoki (el envenenamiento en el sentido africano) no come fuera del
clan.* (1976, 36). De este modo, la acusación de hechicería se insinúa como
representación de una Asura en la identidad colectiva Nuestro hombre está
listo para reconocerse a si mismo una individualidad autónoma. El fenómeno
que se está preparando es el de una reducción del sujeto de la clase de
equivalencia propuesta por el parentesco clasLfícatorio, al individuo.
Pero aún se trata sólo de una sospecha, habrá que acudir al adivino, al

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bokono. quien hará decidir al Fa (uodoun de destino), si fue realmente la envidia


la que condujo a los allegados a un envenenador (nzondatoj. o si se trata de la
ira de un antepasado deificado lixxioun). o incluso de un ataque dirigido por
brujos ‘ profesionales’ (azeto). Si realmente fue la malevolencia la que indujo a
los hermanos a querer matar a otro hermano, estallara el escándalo. Unos y
otros tomarán p a n id o v la tensión culminara en la expulsión del cuerpo extraño^,
un dia. la victima autodesignada se exilia, seguida de un pequeño grupo de
defensores, elem entos más o menos insatisfechos de la aldea. Al establecerse
en otra parte encuentran para si una nueva identidad a una escala más
humana, simbolizada por el fundador de la nueva comunidad (cí. Mondjannag-
ni. 1977. 164 & 141).
El resorte paranoico de esta nueva identidad no nos parece diferente del que
preside la constitución de esa otra identidad que es el yo (y este es el sentido del
estadio del espejo). Aqui. desde luego, la identidad no encuentra su soporte en
un Individuo -ú n ico- más que a titulo provisional: sucederá mientras un grupo,
o mejor dicho un subgrupo de hermanos, no se haya reconocido en e lla El
individuo sacrificado a esta dolorosa experiencia es aquel que, para su
desdicha, se encontró en el punto topológico preciso en que se esbozaba la
fractura venidera. En nuestras propias sociedades, y por más lejos que se
remonte la memoria, esta ind rviduación se ope ra muy pronto en la vida, y de una
m anera irreversible: el drama, que en las sociedades a que nos referimos es sólo
experiencia de unos pocos, entre nosotros es la suerte común. En estas
sociedades más avanzadas donde el poder se concentra en una descendencia
hereditaria, es una familia singular la que se especializa en la individuación, en
beneficio de todos (GLrard. 1969. mostró a las claras el paso histórico de la
Individuación personal y provisional a la individuación familiar y hereditaria).
Esto debería llevar a cuestionam os sobre la constitución del sujeto. Nosotros
tenemos por adquirido el acceso del niño a lo simbólico cuando la Ley formulada
en un lenguaje interviene en la forma de un tercero. Esto significa sobreentender
que el lenguaje podría expresar otra cosa que la Ley. es decir, que el vínculo del
lenguaje con la verdad es contingente. Aqui nada puede ser tenido por obvio.
'L o s dioses pertenecen a lo real', señaló Lacan. ¿el lenguaje pertenece a otra
cosa, es una cultura donde se fabrica una medicina haciendo una Infusión con
algunos extractos de un sura? Si el lenguaje pertenece a lo real, el acceso a lo
simbólico es harina de otro costal. El lenguaje no es simbólico por necesidad:
para que llegue a serlo es preciso que haya ruptura entre él y los dioses (cuando
sólo queda un dios, éste puede hacerse Verbo, es decir que. por inversión, es él
el que comparte la naturaleza de un lenguaje lalcisado; en lo sucesivo es un
efecto de significante, y no por ello resulta menos poderoso). Este paso de)
lenguaje de lo real a lo simbólico tiene, en nuestras culturas, una fecha (cf.
Detlenne, 1967. capitulo V. "Le procés de lalclsallon*). Kojeve apunta: 'P o r lo
que sabemos, todo esto sucedió por primera vez en Grecia, digamos que en los
tiempos de Tales, para fijar las ideas. Fue ah i. y en esa época, cuando la
arbitrariedad del nexo entre el sentido y el morfema se reveló discursivamente
en la forma 'epistem ológica' de la afirmación según la cual un solo y mismo
morfema dado podía tener, según el caso, un sentido “verdadero' o 'fa ls o '.*
(1968. 190)
Para que el sujeto pueda coincidir con el individuo humano es menester que
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sea hablado, atravesado por los efectos de significante, es menester que su
postulado dominio sobre el lenguaje sea siempre pillado en falla. Ahora b ien. no
hay dominio imaginable mientras el lenguaje siga estando en connivencia con
lo sagrado, es decir, mientras, como aqui. el lenguaje pertenezca a lo real.

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FREUD Y t-f\ C U E STIO N DEL LAZO SOCIAL

A luin Dclricu

En F.l mtürstnr en la cultura (1930), Freud afirma (p.i^s 37 y 44*1 t|ii(* la


sociedad no existe sino a partir del momento en que hay un acto fundador, es
decir, una alianza basada <*n undererho. SI la fuerza puede constit ulr un grupo,
en cambio no podría formar lazo social durable. pues olra fuerza puede desligar
lo que había calado unido
En una tarta a Elnsleln de septiembre de 1932. en la m a l traía sobre El
ponjtjf d i' l« guí'rro. afirma que si la violenc ia e*i necesaria para la cohesión (Ic
una comunidad, además hace Talla, para que ésta dure, que sus m iembro» estén
libados por mecanismos Identifica torios 1 Volverá más adelante sobre esta
noclón de Identificación. Apuntemos que en esta misma carta (püi>. 9) Freud no
opone el derecho a la violencia, slnoque define el derecho com o'la fuerza de una
comunidad".
Podemos comprobar que después de 1912, ano en que se publicó T6U-m y
talni. Li terirla (reudlana no cambio en lo que respecta a este punió. El estado
de sociedad es el de un Estado de derecho, derecho que ha sido Instaurado.
Queda por determinar si esta Instauración resulta de Ja voluntad común y
consciente de individuos concebidos seuun el esquema dr la filosofía clásica,
sujetos razonables capares de evaluar las desventajas del estado de violencia
permanente lanío para su supervivencia «“orno para su placer.
Es innegable que Freud adopta a menudo una visión contractual. Incluso en
sus obras más tardías. toda vez que en El malestar en la cultura Ipágs. 49 a 51)
afirma que el otro se descubre útil: - p a r a dominar la naturaleza; - p a r a
obtener la satisfacción sexual: - y, desde el punto de vista fie la mujer, para la
defensa de su prole; en síntesis, que esta utilidad, sobre un fondo de carencia
e Inseguridad. Impulsa a vivir en sociedad. Incluso al precio de aceptar penosas
restricciones.

* Las página» de las obras di- Freud mr nrlnnado» en este articulo corresponden a las
respectiva» ediciones francesas. |N T.|
KTtKUl) Y !> Cl ( s n o N OKI. I-A/f) SOCIAL

No encuentro más que una razón para esa persistencia. Kn Freud no hay una
c.iraclert/.u Ion clara (Ir l.i frontera qur v p a r.i lo humano de lr> no humano LJr
ahí qu r no pueda suprrar r l dilem a sigulrnlr elagrnte de la culltira. rl homhrr.
¿ rs causa o cierto d r esla culi un», que tiende a yugular las pulsiones? Esto pudo
hatx'rlo Inrliado a operar una bipartición en cl v r humano, heredada drl
|wnsamlento rrllgloso y filosófico l'ero Freud no .idoptó rsta concrpclón
dualista. sino qur |>or r| contrario, unifico al hombre, no bajo el signo de la
condencln m/onante sino bajo rl de la s>ub|etivarlón Inconsciente. Sin embargo,
al no haltrr Imputado esla subjetlvaclón al lengua|e nunca planteo qur los uní
versos simbólicos creado» por los honibres lursrn tan aólo efecto» del dominio
(|ur In slmlV)ll(C). rn srnlldo general, ejerce sobre el ser humano. I’or lo lanío,
no nos sorprrndr qu r recurriera a una concrpcIOn causall&ta derivada de las
teorías utilllartslas y de las teorías del contrato
Afiora bien. prlin<-ro. Freud nunca se conforma con esle Upo de argumenta­
ción y. segundo. Introduce una lógica radicalmente nueva, la del Inconsciente,
caracterizada, entre otras cosas, por la Ignorancia drl llem p oyd e la causalidad.
Por rsn flnalmrnte no plrnsa como un historiador La prueba esta en que entre
los hechos que le ofrecen los trabajos etnológicos dirige electivamente su
alendOn a dos prácticas que. desde un punto dr vista realista y utilitarista, son
las más Incomprensibles: las del tótem y el tabú
i Freud hará un uso ferundo de la Irracionalidad de estos dos hechos para
explicar la existencia de la sociedad. Veamos cOmo.
Del tótem dice (pág. 10) lo siguiente- 'E s un animal. |...| m.to raramente una
planta o una fuer/a natural |...| que mantiene con rl conjunto del grupo una
relación partlrular. El tótem es | ..] el antepasado del grupo I |. Aquellos que
llenen el mismo tótem están sometidos a la obligación sagrada |... I de no matar
* a su tótem [...I'.
Freud hace notar entonces que no hay relación lógica entre la exogamia y el
hecho totémlco. aun cuando siempre se presentan Juntos. Después, examinan
do rl fenómeno del tabú, expresa; *Las prohibiciones tabú no se apoyan en
ninguna razón: su origen es desconocido. Incomprensibles para nosotros, les
parecen naturales a quienes viven hajo su Imperio" (pág. 30).
He aquí, por consiguiente, dos hechos que se muestran Irracionales y que
, se articulan en un punto preciso: no matar y luego consumir el tótem que es
tabú. Eslos hechos reaparecen en nuestra cultura bajo las form a» de la
prohibición del Incesto y de la arbitrariedad del Imperativo categórico.
Ahora bien, los fenómenos totemlcos y del tabú aparecen en sociedades
repartidas por todo el mundo. EnreiTarian. pues, algo universal, pero debido
precisamente a la varletlad de las culturas que los conocen resultan estrlrta-
t mente Inanalizables en términos de lógica soclohlstórlca o socioeconómica.
Freud, sorprendido por la analogía existente entre las conducías de algunos
pacientes y los fenómenos en cuestión, alrtbuye a estos fenómenos un origen
puramente psíquico.
Aquí se anuncia cl paso al costado que da Freud en relación con sus
predec esores filósofos, sociólogos, etnólogos, psicólogos... El enigma del aban­
dono del estado de naturaleza hallará su solución, al precio de revelar el sentido
de prácticas sociales aparentemente desvinculadas de los fines realistas del
contrato societario.

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1M AI jMN DKIJURU

¿Cu.'li » fr w . purs. la verdadera fuenlr del cambio rofliunllttrlo que. de lo


grupo!. condujo a lo sorlal?
¿Serlo la sexualidad ’ No, responde Freud en Tótem 1/ (abu. La necesidad
sexual, dire. "es im potente 11.1ra unir a lo?, hombres com o l« harén las exigencias
de 1 ítnservación. la Satisfacción sexual es ante lodo un asunto privarlo" (pág
891
Mas adelante añade *l.a necesidad sexual, lr|os de unir a los hombres, los
divide' tpag lf>5) Si esta necesidad forma la/o. especialmente en su vertiente
homosexual, es con la condlrion de quedar inhibida en cuanto a sus fines, y
sublimada.
por consiguiente. Freud Imputa la unión a las exigencias de la conservación
yotra Ks.te m om ento de su obra cata encuadrado por su primera leoria de las
pulsiones Distingue entonces entre éstas dos grandes grupos; las pulsiones
sexuales y las pulsiones drl yo. que ya en 1910 habían sido hom ologadas ron
las pulsiones de auloconservaclón (cf. 'Conc epto pslcoanalilieo de las pertur­
baciones psicopáticas de la visión") Freud afirma que estas pulsiones de
auloconscrvación son capaces de tener en cuenta la realidad, dicho de otra
manera, de plegarse al principio de realidad, principio que. Junto con el de
plarer. nge el funcionam iento yolco (cf. 'Los dos principios del funcionamiento
mental*. 191 1).
SI bien hay conflicto Interno en el yo, sin em bargo éste debe su aptitud
realista a! herhode constituirse por identificación, loqu e supone necesarlamen
te afirmación de la diferencia, diferencia que de|a al otro la posibilidad de
quedar, no solo en posición de ideal, sino también en posición legislante.
Es verdad que el conflicto interno en el y o se duplica en una ambivalencia
respecio de lo que es exterior a él. es decir, el otro y el mundo. SI la posibilidad
de la sociedad llene que ser atribuida a esta insiancta. entonces habremos de
Imaginar que un acontecim iento estabilizará las fuerzas antagónicas y las
ambivalencias en presencia, o sea un aconteclm lenlo psíquico o al menos de
repercusión psíquica, que modificará la economia Interna del conjunto.
Cuando Freud se coloca en posición de historiador, produce un relato de ese
acontecimiento. Pero ruando se coloca en la del psicoanalista, piensa la
naturaleza y los efectos del acontecim iento supuesto según el modelo del
funcionamiento psíquico tal como se lo ha enseñado la clínica.
Freud va a presentarnos un proceso dialéctico cuyo motor no es otro que el
conflicto que opone a los dos grupos de pulsiones. SI bien no toda oposición da
lugar a un desarrollo, lo cierto es que. para el ser humano, hay necesariamente
historia, debido a que su premaluración y la derellcclón que ella ocasiona es la
de un ser apresado en el orden simbólico. La necesidad pasa a ser. de este modo.
faJta y dem anda jam ás satisfecha. En síntesis, el hombre desea y su deseo es
Incluso el deseo del Otro. Por otra parte, por el mismo proceso en que. en el
registro yolco. hay afirmación de una diferencia respecto del Otro, hay aliena­
ción a este Olro. el cual, por ser garante de la imagen, de la complelud. tiene la
Ipseldad. por asi decir. De este modo, no sólo el hombre desea por el Otro, sino
que es el Otro. Esto no es aún lo suficientemente preciso como para comprender
la dialéctica que aqui nos ocupa, pues para conducir al lazo social es necesario
que la guerra con el otro, pero no un otro cualquiera, ponga fundamentalmente
en peligro a aquel que desala las hostilidades, no porque se arriesgarla a perder
M í í . U D Y t-A C U I . '. T ’O N iJfci. S O C IA L

un oh)rto. sino porque harta desaparecer rl yo ele a q u e l a quien a f r e t e


I jt la teoría írrudlana se desprende La irlra de qur en üJiirna Instancia fc>
im aginarlo y lo sim bólico se artlc ulan sobre la ftí>ijra del padre, figura clave 'leí
Ideal del yo Ahora bien, este mismo padre, odiado por poner una barrera a las
pulsiones Mámales, a la vrf. es anuido como es am ado el yo e investido por las
m ism a » pulsiones. irxla ve/ que t orno M b e m t». La energía libtdina! de La que
el y o actim com o r r v r v a oscila, en cuanto a sus objeto», entre lo* polo-» yotcc*
y objétales
Retom ando los personajes del m ito darwino-frrudiario. La Identificación de
los hijos con el padre provoca u na Identificación tra s v e rs a l entre los hermanos.
Pero m ientras el padre prohíba el acceso a las mujeres, el odio se cernirá sobre
él Dicho de otra manera, m ientras cl padre aparezca eternizado bajo ia Imagen
de un padre todopoderoso, los lazos grupales resultaran frágiles, ya que cada
uno de tos hijos am biciona para si ocupar el lunar del padre imaginarlo El
asesinato del padre que resuelve el conflicto podna repetirse indefinidamente,
a menos que provocara un sacudimiento psíquico que impidiera su retomo
Conocem os el esquem a freudiano. Com o los hijos también amaban al padre,
su asesinato provocó un sentim iento de culpabilidad tan Intenso que la ley
arbitrarla se Impuso en la forma de una Interiorización de la Interdicción (pro­
hibición del Incesto, pues), y re m odeló esa parle del psiqulsmo que es el sistema
yolco. hasta el punto de que se separó de él una parle, el superyó Según Freud.
fue tan radical esta autonom lzación en el Interior del yo. que en su segunda
tópica lo Inducirá a proponer el superyó como Instancia
Asi pues, en este m odelo el acontecim iento social es. primero, un acontecí
miento psíquico. Ciertamente, no hay más social que el sellado en un contr.Ho,
pero éste es 1a forma Institucional de una ley Inlem a propia de cada uno. ,Jor
eso se sostiene el contrato sociaJ. es decir que el conlraio social es algo más que
una ordenación temporaria, a renovar eternamente, de las relaciones humanas
En 1932. en la carta a Elnstein ya citada. Freud afirma que la Identificación
es la clave de la estabilización del lazo social -La Identificación constituirla un
lazo afectivo pero diferente del amor, que es objeta!-. Es un lazo a-objeta!, si
aceptamos este modo de caracterizar las Investiduras narcislslas
Este lazo nace del destino de lo que la teoría psicoanaJillra denominó "com ­
plejo de Edlpo". Cuando la Ley se convierte en derecho, la sociedad sustituye a
lo grupa! y el derecho se en cam a en lo Institucional
En resumen, el fenóm eno de integración de la ley del padre y el de
Identificación con un antepasado común, permiten considerar la posibilidad de
que desaparezcan los conflictos fraternos y de que la circulación de los objetos
se convierta en econom ía política, gradas al mecanismo del desplazamiento
m elonim lco que hace posible, y adem ás Ineluctable, el dominio d d significante
sobre el ser humano.
Queda por resolver la cuestión de la transmisión de la huella dejada por este
acontecimiento ediplco. Verem os de qué modo esto se conjuga en Freud con la
cuestión de la frontera o de la ausencia de frontera enlre la psicología colectiva
y la psicología Individual.
Pero antes de exam inar este problema consagraré algunos desarrollos a la
cuestión del mito en ia teoría freudiana del tazo social

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ALAIN DKI.RIKU

La función del mito

Es de sobra evidente que. no bien se (rala de explicar el origen de cualquier


sistema simbólico que nos englobe, acudimos necesariamente al mito, y la razón
está en que este nos habla tanto como nosotros hablamos de él. y que el orden
del lenguaje es el de un sistema que tiene por característica la de remitir
indefinidamente de un signo a otro, la de no permitir jamás el reposo del d is­
curso. pues finalmente se enunciaría el código del código.
Ahora bien, toda teoría es un intento de producir una representación estable
de lo real, pero le falta el significante sobre el cual descansaría y que le ase­
guraría su dominio decisivo sobre su objeto.
Freud estaba persuadido de este necesario recurso al milo aún en las cien­
cias físicas, y escribía a Eínstein. en la carta ya mencionada (pág. 13): "¿Tiene
usted tal vez la impresión de que nuestras teorías son una forma de mitología?
|...| ¿Acaso no es propio de todas las ciencias reducirse a esta suerte de
mitología? ¿Es diferente para usted en el campo de la física?"
El mito es, por lo tanto, una manera de acercarse al sentido, dando cuenta
de lo simbólico por un acontecimiento que no pertenece a la esfera del lenguaje;
o bien, si es la palabra de otro la que instituye este simbólico, a ese otro se le
debe atribuir la totalidad del ser a fin de que. al menos para él. no haya remisión
Infinita en el discurso. Oe ahí que las representaciones míticas coagulen la
historia, en iodos los casos a contrapelo, y que en cierto modo impongan una
concepción repetitiva de la historia, más allá de las formas múltiples que
aparecen en el devenir del mundo.
Asi pues, ningún gran sistema escapa a la coagulación. Incluso los que
colocan el sentido al término de la serie y no en su comienzo. Lo demuestran los
hlstoriclsmos. que conciben un mundo por fin en reposo. Sin embargo, la
diferencia entre una teoria que se sirve del mito y otra que plantea utopias no
recae tanto en los principios causales como en la relación que el pensamiento
teórico mantiene en ellas con lo simbólico. El mito enuncia, casi siempre inge­
nuamente. la falta del orden simbólico, al mismo tiempo que permite moverse
al pensamiento: la utopia es un Intento de llenar la falta, y por eso sus laboriosas
construcciones evocan un mundo tan trabajado por la muerte.
No se puede poner sobre el mismo plano el mito tradicional y el mito de una
teoria que reemplaza a los actores por conceptos, en el caso de Freud a
individuos por fuerzas psíquicas. Así. para él. lo que se convierte en sujeto activo
de la historia son fuerzas intrapsiqulcas reales, que. por ser humanéis, están
necesariamente tomadas en la representación; si eso puja siempre, es cierta­
mente porque está lo pulsional con su vertiente afectiva, pero si la puja hace
historia, es porque está lo simbólico. SI la historia se repile, no obstante, es
porque en ese encuentro de lo real pulsional y lo simbólico hay efecto de
estructura. Puesto que este encuentro se Juega en un drama llamado Edipo
-drama, por lo tanto acción-, Freud quiso reencontrarlo en el inicio de los
tiempos: de ahí su relato mítico.
Al no haber situado radical y explicllamente en el hecho del lenguaje las
razones del drama humano, el fundador del psicoanálisis se vio obligado a
pensar por la historia aquello que determina que para el ser humano haya
historia.
F R E U D V LA C U E S T IO N D E L L A Z O S O C IA L 139

A causa de esto, se Iba a encontrar en apílelos a la hora de explicar la Irans*


rnlslón del acontecimiento psíquico súbitamente hislorizado e hlstorizanle.

Transmisión de la huella del drama ediplco original

Puesto que la huella del drama edipico. mítico o no, presenta dos vertientes,
la fácHcay la afectiva, aún es preciso que los hombres puedan reconocer aquello
que quedó borrado o transformado en los hechos que rememoran velad amen te
el acontecimiento original. En Tótem y tabú Freud avizora esla posibilidad (pág
182), E Inmediatamente después del pasaje en que se afirma la noción de un
Inconsciente a la vez decodificador y dado de entrada con un código hereditario,
hallamos, si ñola respuesta a la pregunta que Freud se formula, al menos la vía
que finalmente la despejaría, pues hace observar que las realidades psíquicas
bastan para comprender los procesos afectivos ya que tienen más realidad que
los actos materiales, en todos los casos, dice Freud, en los neuróticos y en los
primitivos, dada la organización narcisistlca de estos.
Y llega a la conclusión de que si la preeminencia de lo psíquico sobre lo
material demostrara ser exacta, seria posible prescindir de la repetición del acto
inaugural, "pues la realidad psíquica bastaría para explicar todas las conse­
cuencias" (pág. 133).
No obstante, esta verificación sigue siendo problemática, ante lodo porque
Freud constata que varias características del pslqutsmo humano contradicen
la instauración, y por ende el mantenimiento, de los lazos sociales. En segundo
lugar, ¿cómo Imaginar que lo que constituyó un acontecimiento psíquico a nivel
de las personas pueda perdurar a través de los tiempos en forma de herencia
cultural Indestructible? Consideremos, en un primer paso, cuáles son esas
fuerzas opuestas al lazo social.
Como ya hemos visto, la primera es la sexualidad, que tiende a hacer que los
Individuos se replieguen en su vida privada Incestuosa, y que induce relaciones
conflictivas entre los hijos y los padres, y consiguientemente entre los herma­
nos. Las segundas son las tendencias destructivas.2 que se orientan no sólo a
los objetos exteriores, sino también a la existencia propia de cada cual, si se
considera la pulsión de muerte.3
Por lo tanto, Freud Juzga globalmente la vida pulsional de asocial. Siendo así,
¿cómo no provoca ésta la quiebra de lo político? Conocemos su respuesta, cen­
trada en la plasUcldad de la vida pulsional y en los peligros corridos por el yo.
Para él. a quien tanto le Importara la acción, era sin embargo inconcebible
que la aventura mítica transformadora del yo tuviera que repetirse sin tregua,
lo que por otra parle constituiría una concepción históricamente insostenible.
Al no haber atribuido al orden significante la permanencia que comprobaba, se
sirvió de un modelo biológico. Desemboca asi. en Tótem y tabú, en la mLxiura
Insostenible del 'alm a colectiva" (pág 180). Esla noción lo autoriza a concebir
una psicología colectiva calcada sobre la psicología individual. Finalmente, el
alma colectiva, dice, no es otra cosa que el Inconsciente. Pero no con ello se
elimina la dificultad, por lo mismo que la posibilidad del Inconsciente no es
deducida del lenguaje. Por lo tanto, la Idea del alma c o l e c t i v a v a a ser mantenida,
y con ella el asiento de la pslcologia colectiva en la psicología individual. Asi. en

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¡4 0 ALA 1N D t U v i E U

M dsés y la nNujión montyeisía. texto de 1934, se puede leer esle pasaje


sorprenden le: *[,..) también la especie hum ana sufre procesos de conlenidos
agresivo-sexuales que dejan huellas permanentes aunque en su m ayoría hayan
sido apartados y olvidados- Posteriorm ente, tras un largo periodo de latencta.
vuelven a mostrarse activos y producen fenómenos comparables, por su
estructura y su tendencia, con los síntom as neuróticos' (pag. 109). Más
adelante añade: "Las masas, al igual que el individuo, conservan en form a de
huellas mne m icas inconscientes las impresiones del pasado' (pág. 127).
Decididam ente, esta cuestión de la transmisión pone a Freud en aprietos, y
entonces realizará un acto de fe. refiriéndola una vez más a la biología pero esla
vez contradiciendo la de su época, que abandona la hipótesis de la herencia de
los caracteres adquiridos. En el mismo trabajo nos dice: “Cuando hablam os de
la persistencia de una tradición antigua en un pueblo, de la form ación de un
carácter nacional, pensamos eti una tradición hereditaria y no en una tradición
transm itida oralmente. (...) Al adm itir que semejantes huellas m ném icas
subsisten en nuestra herencia arcaica, franqueamos el abism o que separa la
psicología individua! de la psicología colectiva y podemos tratar a los pueblos
de la m ism a manera que al individuo n eu rótico.' (pág. 135).
Es casi una ironía que la teoria del sujeto del inconsciente, sujeto descen ­
trado si lo hay. sea la única que permita re introducir al sujeto en la re flexión
sociológica.
Com o no es cuestión de negar que los individuos actúen en función de las
estrategias y valores de los diversos grupos a que pertenecen, ¿por qu é se
interesarían los sociólogos en el discurso freudiano?. ¿cóm o es que explicaría
éste la readopción casi autom ática de los valores e ideologías en cuestión?
Sobre este último punto se ha dicho bastante, por lo que me lim ito a recordar
que todo gira en lo m o de la cuestión de la identificación, contentándom e con
señalar que es precisamente en una obra referida al sujeto del lazo social.
Psicología d e las m asas y análisis del yo (1921). donde Freud produce la
elaboración m ás com pleta de e sla noción, ello prueba, adem ás, que para é) no
se trataba de hacer psicoanálisis aplicado cuando trataba de los hechos
sociales, sino de dilucidar problemas internos a la teoría pslcoanalítica.
Pero se dirá que ignorar las condiciones de posibilidad últimas del fu n cio­
nam iento social no impide observar cóm o se desenvuelven socialm enle las
relaciones hum anas. Es verdad, pero esto tiene com o m ínimo dos consecu en ­
cias nefastas: primeram ente, se cierra uno la posibilidad de com prender las
aberraciones que llevan a que eso no funcione com o seria de esperar, habida
cuenta de los estrictos Intereses socioeconóm icos y de las posiciones axiológlcas
existentes. En segundo lugar, la fecundidad de la noción de autonom ía
introducida por el pensamiento sociológico y político sufre un m enoscabo, pues
la autonom ía no es únicam ente esa movilidad a varias velocidades que hace que
eso avance desigualm ente; también es porque eso aclúa en otra parte y de una
m anera distinta a com o lo habría hecho suponer el estado de la form ación social.
{Com préndase bien! A unque toda práctica social sólo pueda tener lugar en
el espacio posible de la form ación en que nace, tam bién es verdad que las
m odalidades de la práctica considerada suelen exigir, para com prender su
existencia, la introducción de la noción de sujeto deseante.
Cuando el sociólogo puede asignar claram ente el lugar de u na práctica, ha
FKEUD Y LA CUESTION DEL LAZO SOCIAL 141

cumplido su papel, y este papel es precisamente defendible porque hay una


autonom ía del Juego social frenle a aquello que lo hace posible, o sea el deseo
del hombre como deseo del O lro; pero este mismo deseo empuja tanto a actuar
com o a parar de actuar, ocasiona la Instalación de prácticas (nodlgoque las cree
de pies a cabeza) Irracionales en lo que respecta a una lógica del Interés.
Ahora bien, estas prácticas producen efectos, de rebote, en la formación
social, puesto que son fuenle de Intercambios culturales, legislativos, científi­
cos, etc., que a su vez las transforman. Seria una aberración, pues, ignorar su
sentido al tiempo que se aspira a analizar sus efectos.
¿Quiere esto decir que hay oue crear una nueva raza de sociólogos-
psicoanalistas? Por supuesto que no. No se trata más que de Incluir al deseo
entre las fuerzas sociales productivas, y de sltu arsu lu g a re n el campo de estas
fuerzas.
Seria 1nú til y fas tid loso re pe tir e n cada trabajo sociológico qu e. detrás de todo
eso. hay sujeto deseante, sobreentendiéndose que. por la operación misma de
reducción psicoanalitica en cuanto al sujeto, la teoría psicoanalitica permite
pensar la existencia de una realidad distinta y autónoma, la de la producción
y reproducción social, y permite entrever, por la operación Identlficatoria. la
existencia de fenómenos grupales en lo m o de cuestiones que, por su parte,
dependen de una lógica ajena a la del sujeto del Inconsciente. Pero al mismo
tiempo, permite pensar el surgim iento de prácticas asocíales y antisociales que
no pueden pensarse en térm inos de crisis soclo-económ lco-polillca. Entonces
el sociólogo tendrá que imprimir una torsión en su discurso, para mostrar loque
el síntoma revela, no la existencia de inconscientes particulares sino la
Incapacidad de la formación en la que ellos nacen para regular tas fuerzas
siempre activas que se oponen al m antenim iento de los lazos sociales. Al hacerlo
sigue siendo sociólogo, como lo sigue siendo cuando, sirviéndose de las
categorías pslcoanaliticas. explica p o rq u é triunfa o fracasa una practica que
nace de la quiebra parcial o total de una forma Institucional directamente con­
cernida por el deseo sexual.

NOTAS

1. Oui la phiiosophie, n" 2, febrero -marzo de 1984, pág. 10


2. Cf. L'avenir d'une 11/us ion, págs. 9 a 16.
3. Cf. Malaise dans la clulllsalíon, pág. 68.

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M. Za/lropoulo»: í'rcken (ación............. ..... .... ....... .... ■>

primera parte
¡A SC U Í& O Í)F, CIENCIA

I J.-A. MMer: La» respuesta* de k> real........................................... 'i


II N . Chanaud: La teoría de U/%Juego* y la pregunta del w je t o .......... 2.0
III P. Henry: El punto de vista.............................................. ~..............27
IV P. Naveau: Dl&cur&o de la ciencia y discurso de la histérica..... 37

S erjunda parte
ETICA DEL PSICOANÁLISIS Y MEDICINA

V S. Leclalre: La función ética del psicoanálisis................................... 44


VI E. Ralmbauit: Prácticas de La enfermedad y de la muerte................. 55
VII C. Lantéri-Laura: Psicoanálisis y psiquiatría.................................... 62

Tercera parte
EL ARTE. EL OBJETO Y LA ESCENA DEL DESEO

VIII D. Silvestre: El Fantasma.............................................................. 74


IX M. Zaflropoulos: La mirada y el masoquista................................... 90
X M. Polzat: La voz en la ópera................................................ .........

Cuarta parle
EL SER SOCIAL

XI R. Cevasco: Goce místico y lazo social........................ - ................ 58


XII P.-L. Assoun.El sujeto del Ideal..................................................... * 07
XIII S. Zlzek: Los atolladeros de la 'desublimación represiva'................115
XIV P. Jorion: EL sujeto del parentesco africano................... -......... . 127
XV A. Delrieu: Freud y la cuestión del lazo social.................................134

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C sle tibio se lerminó da Imprimir el 25 de m an o h i:
de 1989, en Color E le , Paso 192. Avellaneda. S». A s .»- éi.
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L científico que manipula lo
real, cl de la procreación, por ejemplo, tiene horror de su acto. Hso
explica mis apelaciones a los juristas, a los sacerdotes, a lodos los
especialistas de la regulación simbólica, a los que querría pacificadores
v que reagrupa en comités de ética
Pero él tiene la elección: encontrar la fe en la oscuridad de las
iulcsias... o proseguir con el psicoanálisis en el desciframiento del
deseo que sustenta su práctica.
“ Desencadenamiento de la ciencia",decía Jacques Lacan. Kscl aspee
te» dominante de “ 1:1 malestar en la cultura” , largamente utilizado
desde Freud, y que en junio de 1984 evocaba el Coloquio Psicoani
lisis v prácticas sociales", el primero de su género organizado por e!
C.NRS

l on las contribuciones de P.-L. Assoun, R. Ccvasco, N. CJiarraud,


A. Delneii, P Hcnrv, P Jorion, Cí. lantén-Laura, S. Lcclaire, J.-A.
Miller, P. Naveau, M Poi/ar, 1! Raimbault, O. Silvestre, M Zafiro
poulos, S. Zizck

MANANTIAL
S K R I 1-: M A V O R

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