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EN SITUACIÓN DE CALLE
A
partir de las crisis experimentadas en Latinoamérica durante las décadas
de los setenta y ochenta, avenidas, parques y plazas fueron ocupados por
niños, niñas y jóvenes para vender algún producto, ofertar algún servicio
e incluso para vivir.
Estos niños, niñas y adolescentes fueron primariamente denominados “niños de
la calle” y asociados con una serie de conductas catalogadas como desviadas, tales
como consumo abusivo de drogas, promiscuidad y delincuencia. Héctor Castillo
explica el desarrollo de este fenómeno en México a partir del análisis siguiente:
De aquí se desprende que los llamados niños de la calle provienen de las co-
munidades rurales y de los asentamientos irregulares que se formaron en las pe-
riferias de las grandes ciudades, en donde las posibilidades de desarrollo laboral
y educativo son escasas, y aun los servicios más elementales (agua, drenaje, etc.)
son precarios. El trabajo directo de investigación con estos grupos llevó, a nivel
teórico e institucional, al establecimiento de una distinción fundamental, aquella
existente entre “niño de la calle” y “niño en la calle”. De acuerdo con esta clasi-
ficación, un niño de la calle es aquel que, habiendo roto temporal o definitiva-
mente los lazos con su familia, depende únicamente de sí mismo para lograr la
subsistencia y utiliza la calle como espacio para vivir. Un niño en la calle, por el
contrario, usa este lugar solamente para obtener un ingreso que estabilice la eco-
nomía de la familia de la que forma parte (Espinosa et al 2001, p. 48).
En este sentido, el trabajo que los niños y niñas realizan en las calles constituye
un eslabón, no de exigua importancia, en la cadena de lo que se ha denominado
sector informal de la economía, cuyo auge se relaciona con la adopción del mo-
delo de desarrollo neoliberal y cuyas principales características son: la evasión de
impuestos, la incorporación de distintos integrantes de la familia (incluidos niños
mo, el programa para niños y niñas trabajadores/as está dirigido a dos tipos de
población: niños y niñas trabajadores de calle (a quienes se contacta primero en
su lugar de trabajo en calle y posteriormente se les atiende en su domicilio) y a
los niños y niñas trabajadores de mercado (quienes acuden a un centro de día
además de recibir apoyo familiar en el hogar).
El perfil y las maneras de contactar a los niños que viven en la calle han ido
cambiado a través de los años, pues se ha observado un decremento en el número
de niños y niñas en esta condición. Las razones no están del todo claras, Dobson
(2006) propuso que una leve recuperación económica junto con la inversión del
gobierno mexicano en programas sociales (concretamente el Programa Oportu-
nidades) tienen que ver con las causas de esta disminución. También es probable
que la estructura que se ha desarrollado y especializado alrededor de la calle du-
rante las últimas décadas —conformada por organizaciones de la sociedad civil,
instituciones de gobierno y redes informales construidas por quienes trabajan o
han vivido en la calle— evite que grandes grupos de niños, niñas y jóvenes se en-
cuentren de hecho viviendo en las calles.
Además, con la modificación al artículo 18 de la constitución, que establece
la reclusión en Centros Especializados únicamente para aquellos sujetos entre
catorce y diecisiete años que hayan cometido delitos graves como homicidio,
secuestro o violación, el CORSMIEP (Actualmente llamado Centro de Interna-
miento Especializado para Adolescentes CIEPA) no constituye más una vía para
contactar niños que han vivido en la calle. La ubicación y la atención que reciben
actualmente estos niños y niñas (infractores menores de catorce años, muchos
de ellos con antecedentes de calle) permanecen como una incógnita, pues los
menores de catorce años que cometen infracciones deben ser canalizados al DIF,
sin embargo, Juconi ha comprobado que, por lo menos en la ciudad de Puebla,
el número de niños y niñas con este perfil en dicha institución es muy reducido,
especialmente en comparación con las cantidades que anteriormente captaba el
CORSMIEP. Frente a esta situación, Juconi ha tenido que buscar instituciones y
112 espacios alternos para localizar niños, niñas y familias con el perfil adecuado para
los servicios que ofrece.
Así, a través de un contacto profundo y extenso con la realidad y con la historia
de los niños, Juconi comenzó a definir y a detectar nuevos matices de la misma. La
satisfacción de necesidades básicas y la educación han resultado de importancia
medular en el quehacer de muchas instituciones, incluida la Fundación Juconi,
ya que constituyen marcadores de bienestar y potenciales herramientas para la
inclusión social. Sin embargo, en muchos de los casos, no son suficientes para que
el niño se convierta en un sujeto activo, productivo y pleno.
Tras analizar sus prácticas y resultados durante varios años, el personal de Ju-
coni encontró que una parte del trabajo que había sido realizada de forma casi
asistemática e inconsciente, era una pieza clave para conseguir que los niños,
niñas y jóvenes se reintegraran a la sociedad de manera cabal y digna. Esta parte
del trabajo tenía que ver con la función terapéutica de la relación de los niños y
niñas con el programa y con el personal de la institución.
Esta reflexión se vio reforzada por investigaciones en el campo del desarrollo
emocional y las neurociencias, así como por el contacto de Juconi con especialis-
tas en estas áreas.
Además, en la Fundación Juconi se decidió emprender un programa de moni-
toreo de los/ las egresados/as, con el fin de calibrar el impacto de las diferentes
áreas del programa a mediano y largo plazo en la vida de estos jóvenes. Los ha-
llazgos en este rubro refuerzan la importancia del aspecto terapéutico: Gran parte
de los/ las egresados/as de las primeras generaciones (cuando el aspecto tera-
péutico era tratado de manera incidental) muestran desajustes emocionales que
les impiden establecer relaciones armoniosas (conducta violenta, resentimiento
hacia sus familias de origen, etc.), aunque muchos de ellos son trabajadores/as
responsables con oficios u ocupaciones estables.
Alrededor de 1995, a través de las observaciones realizadas por consultores ex-
ternos, muchos aspectos del Programa Juconi fueron calibrados en su dimensión
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Tanto la teoría como la práctica señalan que la salida de un niño/ niña de su casa
para ir a vivir o trabajar en la calle tiene que ver con alguna forma de violencia
(maltrato físico, maltrato psicológico, abuso sexual o negligencia). La presencia
de niños y niñas en la calle es indicativa de una incapacidad de los padres o de la
familia para cubrir las necesidades de sus miembros.
Estas necesidades, en principio aparecen como necesidades materiales, pero
también son de índole emocional y afectiva.
La violencia no implica sólo el ámbito doméstico, no hablamos sólo de padres
golpeadores o indiferentes, hablamos también de gobiernos y políticas públicas
que no alcanzan a combatir la inequidad ni a proporcionar servicios básicos de
educación y salud para toda la población.
Las necesidades del niño/ niña no son solamente físicas (alimento, abrigo,
limpieza) también abarcan el establecimiento de vínculos y el desarrollo de sen-
timientos de seguridad y confianza. A partir del contacto visual, las caricias y la
calidez de las relaciones el niño/ niña aprende que el mundo es un lugar don-
de puede sentirse a salvo, si recibe maltrato o ve sus necesidades insatisfechas
aprende, por el contrario, que el mundo es un sitio amenazante en donde no
puede encontrar alivio ni bienestar y esto tendrá importantes repercusiones en su
conducta y sus relaciones. Felicity de Zulueta lo ha puesto en estos términos: “La
violencia es el apego estropeado” (1993: 64).
Las emociones abrumadoras producen respuestas predecibles en los órganos de
nuestro cuerpo, incluido el cerebro, ocasionando alteraciones fisiológicas además de
daños psicológicos, sobre todo durante las primeras etapas de la vida (Bloom 1999:
2). Asimismo, los vínculos de apego establecidos en este período tienen un impacto
definitivo en las relaciones que un niño/niña establecerá en la edad adulta. Las ex-
periencias vividas en la infancia (positivas o negativas) tienen un peso innegable
en la conformación la personalidad y en la salud integral de los seres humanos. El
Estudio de Experiencias Adversas durante la Infancia (ACE, por sus siglas en in-
glés), que abarca una muestra significativa de la población estadounidense, señala
que una niñez afectada por la adversidad comúnmente desencadena problemas
en la vida adulta. Estos problemas incluyen: a) desajustes sociales, emocionales y
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Las Experiencias Adversas durante la Infancia (ACE) incluyen el abuso físico severo y recurrente,
el abuso emocional severo y recurrente, el abuso sexual, el que un miembro del hogar sea alcohóli-
co, drogadicto o se encuentre convicto, el que un miembro del hogar padezca alguna enfermedad
mental o que ambos padres biológicos se encuentren ausentes (Felitti 2002, 2004).
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