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INFANCIA Y JUVENTUD

EN SITUACIÓN DE CALLE

Elsa Herrera Bautista

I. El problema y las miradas

A
partir de las crisis experimentadas en Latinoamérica durante las décadas
de los setenta y ochenta, avenidas, parques y plazas fueron ocupados por
niños, niñas y jóvenes para vender algún producto, ofertar algún servicio
e incluso para vivir.
Estos niños, niñas y adolescentes fueron primariamente denominados “niños de
la calle” y asociados con una serie de conductas catalogadas como desviadas, tales
como consumo abusivo de drogas, promiscuidad y delincuencia. Héctor Castillo
explica el desarrollo de este fenómeno en México a partir del análisis siguiente:

Es una consecuencia directa de los flujos migratorios de la población rural a la ciudad


que se produjeron en los años cincuenta, durante los períodos de Miguel Alemán, Adolfo
López Mateos y hasta Ruiz Cortines. En aquella época, que se llamó de “desarrollo
estabilizador” hubo un crecimiento económico importante, con altas tasas de empleo y
110 muchísima industrialización: entonces, el concepto de “modernización” pareció arrai-
garse en la sociedad mexicana. El paso de una sociedad rural a una sociedad urbana
provocó el crecimiento de la ciudad de México y otras urbes como Monterrey y Guadala-
jara. Los procesos de industrialización fueron acompañados de un éxodo de emigrantes
que nunca fue controlado ni regulado (citado en Avilés y Escarpit, 2001, p.33).

De aquí se desprende que los llamados niños de la calle provienen de las co-
munidades rurales y de los asentamientos irregulares que se formaron en las pe-
riferias de las grandes ciudades, en donde las posibilidades de desarrollo laboral
y educativo son escasas, y aun los servicios más elementales (agua, drenaje, etc.)
son precarios. El trabajo directo de investigación con estos grupos llevó, a nivel
teórico e institucional, al establecimiento de una distinción fundamental, aquella
existente entre “niño de la calle” y “niño en la calle”. De acuerdo con esta clasi-
ficación, un niño de la calle es aquel que, habiendo roto temporal o definitiva-
mente los lazos con su familia, depende únicamente de sí mismo para lograr la
subsistencia y utiliza la calle como espacio para vivir. Un niño en la calle, por el
contrario, usa este lugar solamente para obtener un ingreso que estabilice la eco-
nomía de la familia de la que forma parte (Espinosa et al 2001, p. 48).
En este sentido, el trabajo que los niños y niñas realizan en las calles constituye
un eslabón, no de exigua importancia, en la cadena de lo que se ha denominado
sector informal de la economía, cuyo auge se relaciona con la adopción del mo-
delo de desarrollo neoliberal y cuyas principales características son: la evasión de
impuestos, la incorporación de distintos integrantes de la familia (incluidos niños

Doctora en Sociología por el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universi-


dad Autónoma de Puebla. Ha participado en diversas investigaciones sobre el tema de infancia y
juventud en situación de calle. Actualmente trabaja en el Centro de Apoyo Técnico de la Funda-
ción JUCONI, teniendo a su cargo el Programa de Monitoreo de los Egresados.
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y niñas), el empleo intensivo de mano de obra, el uso de tecnologías simples y el


requerimiento de poco capital y escasa calificación (Estrada 1999).
Generalmente se acepta que el niño de la calle representa una problemática
más urgente en relación con el niño en la calle, pues al estar desligado de su
familia se encuentra expuesto a una amplia gama de peligros, vicios y abusos, de
tal suerte que es proclive a desarrollar adicciones y/o conductas delictivas. En
cambio, el niño en la calle se relaciona con una actividad laboral que constitu-
ye frecuentemente una estrategia para la sobrevivencia familiar, siendo —hipo-
téticamente— menos susceptible a sufrir explotación o inclinarse a los vicios y
al crimen. Aunque en México resulta complejo estimar la magnitud cuantitativa
de ambos fenómenos ya que no hay estadísticas 100% confiables –en parte por
las dificultades que presenta acceder a los propios niños y niñas que están en la
calle y en parte porque aún las metodologías empleadas en los conteos más se-
rios exhiben debilidades (Dobson 2006; Thomas de Benítez 2008)– el trabajo de
intervención e investigación realizado por diferentes instituciones y académicos
ha permitido conocer el fenómeno a profundidad de manera cualitativa (Ortiz
1999; Avilés y Escarpit 2001; Calderón 2003; Magazine 1999, 2003; Gigengack
2000) enseñándonos varios aspectos de la realidad cotidiana de los niños y niñas
que viven y/o trabajan en la calle. Por ambas fuentes (cuantitativas y cualitativas)
sabemos que la pobreza, la desintegración familiar, diversas formas de violencia,
la falta de oportunidades de educación, la paternidad precoz, las adicciones y las
infracciones a la ley, son problemas que muchos niños y niñas en situación de
calle probablemente han enfrentado o enfrentarán.
Las maneras de apreciar el problema han ido cambiando y superponiéndose
conforme las instituciones acumulan experiencia y conforme se transforman las
condiciones políticas y económicas de cada país o región. En el siglo XIX, por
ejemplo, los niños abandonados que pedían limosna figuraban en la lista de “va-
gos, léperos y mal entretenidos” (categorías empleadas para designar al conjunto
de los pobres callejeros) por considerárseles vagos en potencia, siempre dignos
de sospecha (Araya 2005, p.47). Otra mirada sobre los niños y niñas en situación 111
de calle los define como víctimas, carentes casi por completo de racionalidad
(Ortiz 1999). Situados en el polo opuesto, muchos estudios enfatizan el albedrío,
los aprendizajes y las estrategias desarrolladas por los niños, niñas y jóvenes en
situación de calle. El esfuerzo por comprender y desestigmatizar sus prácticas, el
reconocimiento de su capacidad para tomar decisiones y constituirse en agentes
que construyen activamente sus redes de sobrevivencia, son temas recurrentes en
la literatura (Luchini 1999; Beazley 2002; Burr 2006; Young 2004; Kilbride et., al
2000; Evans 2006; Van Blerk 2005).
El contacto directo y el trabajo cotidiano con estos grupos de niños y niñas
enseña que su realidad no puede definirse unidimensionalmente: no son sólo
víctimas de la pobreza ni tampoco sujetos que ejercitan su albedrío sin cortapisas,
más bien, su relación con la calle deriva de un conjunto amplio de problemas,
muchos de los cuales se han atendido solamente de manera tangencial.

II. La experiencia de Juconi

En México, específicamente en la ciudad de Puebla, la Fundación Juconi AC


comenzó a trabajar con niños en situación de calle en el año de 1989. Los edu-
cadores realizaban recorridos por sitios donde los niños solían congregarse
(como los mercados y la Central de Autobuses) para invitarles a participar en
actividades lúdicas y educativas que propiciaran su integración al programa.
También establecían contacto con niños internos en el Centro de Observación
y Readaptación para Menores infractores (CORSMIEP), quienes, tras concluir
su reclusión eran canalizados a la Fundación Juconi para que fueran a vivir al
hogar de transición.
A raíz del contacto directo con los niños, Juconi comprobó que quienes viven
en la calle tienen necesidades muy diferentes a las de aquellos que sólo trabajan
en ella, por lo que se desarrollaron dos programas de atención distintos. Asimis-
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mo, el programa para niños y niñas trabajadores/as está dirigido a dos tipos de
población: niños y niñas trabajadores de calle (a quienes se contacta primero en
su lugar de trabajo en calle y posteriormente se les atiende en su domicilio) y a
los niños y niñas trabajadores de mercado (quienes acuden a un centro de día
además de recibir apoyo familiar en el hogar).
El perfil y las maneras de contactar a los niños que viven en la calle han ido
cambiado a través de los años, pues se ha observado un decremento en el número
de niños y niñas en esta condición. Las razones no están del todo claras, Dobson
(2006) propuso que una leve recuperación económica junto con la inversión del
gobierno mexicano en programas sociales (concretamente el Programa Oportu-
nidades) tienen que ver con las causas de esta disminución. También es probable
que la estructura que se ha desarrollado y especializado alrededor de la calle du-
rante las últimas décadas —conformada por organizaciones de la sociedad civil,
instituciones de gobierno y redes informales construidas por quienes trabajan o
han vivido en la calle— evite que grandes grupos de niños, niñas y jóvenes se en-
cuentren de hecho viviendo en las calles.
Además, con la modificación al artículo 18 de la constitución, que establece
la reclusión en Centros Especializados únicamente para aquellos sujetos entre
catorce y diecisiete años que hayan cometido delitos graves como homicidio,
secuestro o violación, el CORSMIEP (Actualmente llamado Centro de Interna-
miento Especializado para Adolescentes CIEPA) no constituye más una vía para
contactar niños que han vivido en la calle. La ubicación y la atención que reciben
actualmente estos niños y niñas (infractores menores de catorce años, muchos
de ellos con antecedentes de calle) permanecen como una incógnita, pues los
menores de catorce años que cometen infracciones deben ser canalizados al DIF,
sin embargo, Juconi ha comprobado que, por lo menos en la ciudad de Puebla,
el número de niños y niñas con este perfil en dicha institución es muy reducido,
especialmente en comparación con las cantidades que anteriormente captaba el
CORSMIEP. Frente a esta situación, Juconi ha tenido que buscar instituciones y
112 espacios alternos para localizar niños, niñas y familias con el perfil adecuado para
los servicios que ofrece.
Así, a través de un contacto profundo y extenso con la realidad y con la historia
de los niños, Juconi comenzó a definir y a detectar nuevos matices de la misma. La
satisfacción de necesidades básicas y la educación han resultado de importancia
medular en el quehacer de muchas instituciones, incluida la Fundación Juconi,
ya que constituyen marcadores de bienestar y potenciales herramientas para la
inclusión social. Sin embargo, en muchos de los casos, no son suficientes para que
el niño se convierta en un sujeto activo, productivo y pleno.
Tras analizar sus prácticas y resultados durante varios años, el personal de Ju-
coni encontró que una parte del trabajo que había sido realizada de forma casi
asistemática e inconsciente, era una pieza clave para conseguir que los niños,
niñas y jóvenes se reintegraran a la sociedad de manera cabal y digna. Esta parte
del trabajo tenía que ver con la función terapéutica de la relación de los niños y
niñas con el programa y con el personal de la institución.
Esta reflexión se vio reforzada por investigaciones en el campo del desarrollo
emocional y las neurociencias, así como por el contacto de Juconi con especialis-
tas en estas áreas.
Además, en la Fundación Juconi se decidió emprender un programa de moni-
toreo de los/ las egresados/as, con el fin de calibrar el impacto de las diferentes
áreas del programa a mediano y largo plazo en la vida de estos jóvenes. Los ha-
llazgos en este rubro refuerzan la importancia del aspecto terapéutico: Gran parte
de los/ las egresados/as de las primeras generaciones (cuando el aspecto tera-
péutico era tratado de manera incidental) muestran desajustes emocionales que
les impiden establecer relaciones armoniosas (conducta violenta, resentimiento
hacia sus familias de origen, etc.), aunque muchos de ellos son trabajadores/as
responsables con oficios u ocupaciones estables.
Alrededor de 1995, a través de las observaciones realizadas por consultores ex-
ternos, muchos aspectos del Programa Juconi fueron calibrados en su dimensión
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terapéutica y se comenzó un proceso de reflexión y sistematización de las diferentes


prácticas. En 2001 se fundó el Centro de Apoyo Técnico y se consolidó una meto-
dología que incluye aspectos terapéuticos y educativos para propiciar la reintegra-
ción de los niños y niñas, tomando como marco de referencia la Convención de los
Derechos de los Niños y las Niñas (CDN). El derecho a una vida libre de violencia se
convertiría en eje fundamental del quehacer de Juconi, pues la violencia, en lugar
de la situación de calle como tal, constituye el principal reto a vencer.

La situación de calle como síntoma de la violencia

Tanto la teoría como la práctica señalan que la salida de un niño/ niña de su casa
para ir a vivir o trabajar en la calle tiene que ver con alguna forma de violencia
(maltrato físico, maltrato psicológico, abuso sexual o negligencia). La presencia
de niños y niñas en la calle es indicativa de una incapacidad de los padres o de la
familia para cubrir las necesidades de sus miembros.
Estas necesidades, en principio aparecen como necesidades materiales, pero
también son de índole emocional y afectiva.
La violencia no implica sólo el ámbito doméstico, no hablamos sólo de padres
golpeadores o indiferentes, hablamos también de gobiernos y políticas públicas
que no alcanzan a combatir la inequidad ni a proporcionar servicios básicos de
educación y salud para toda la población.

…podemos definir violencia como el comportamiento deliberado de unas perso-


nas contra otras personas que probablemente causa daños físicos o psicológicos.
Esta definición podría, por supuesto, ampliarse para incluir las distintas formas
de violencia social: los efectos de la pobreza, la explotación laboral infantil, la falta
de asistencia sanitaria y de educación adecuadas, así como otros comportamientos
negligentes no deliberados cometidos por parte de los estados, las familias y otras
personas (Unicef 1999).
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La violencia que experimentan estos niños y niñas abarca varios niveles y sue-
le incrementarse conforme avanza su estadía en la calle, por lo que es urgente
buscar soluciones en este campo (Thomas de Benítez 2007). La exposición a la
violencia, sobre todo cuando es repetida como suele ser la violencia familiar, fre-
cuentemente daña la capacidad del individuo para desarrollar recursos que le
permitan romper el círculo vicioso en el que se encuentra inmerso: Un niño o
niña expuesto/a a la violencia tiene mayores probabilidades de participar en sus
relaciones como víctima o como victimario (Williams 1997).

La familia y la necesidad de restaurar los vínculos

Es importante considerar que la pobreza y la violencia afectan no sólo a estos/as


niños y niñas, sino también a sus familias, las más de las veces nos encontramos
frente a un problema intergeneracional y a personas mal preparadas para afron-
tarlo. En este sentido, intentar ayudar a los niños y niñas desvinculándoles de su
historia y de su familia de origen no contribuye a la solución de un problema que
es más bien ecosistémico.
Por ello Juconi decidió enfocarse en la restauración de los vínculos con la
familia, intentando integrarla, en la medida de lo posible, a un proceso de su-
peración de la marginalidad y la violencia. La tarea no ha sido fácil, en especial
porque implica varios frentes: no sólo los consabidos temas de la estructura, la
educación y la capacitación para el empleo, sino el tratamiento terapéutico de
situaciones traumáticas y conflictos emocionales, lo cual demanda la profesiona-
lización de nuestras prácticas.
Como veremos a continuación, eliminar la violencia en las familias y ayudar
a la superación del trauma que ésta ocasiona no se justifica únicamente en tér-
minos de lograr el bienestar emocional del individuo, es además una vía para
resolver problemas sociales y de salud pública.
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III. La propuesta de Juconi

A partir de su experiencia y de los conocimientos en las áreas de desarrollo neu-


ronal y psicoterapia, Juconi propone una metodología educativa-terapéutica para
atender los problemas que determinan la salida de niños, niñas y familias a la calle.
Nuestro enfoque asume la violencia como causa originaria de la situación de
calle. Los individuos expuestos a la violencia de manera sostenida no tienen la
capacidad para echar mano de herramientas que les permitan superar la margi-
nalidad, y su salida a la calle, si bien constituye una estrategia de sobrevivencia,
también es una condición que agudiza su vulnerabilidad. El problema de la vio-
lencia y sus efectos sobre el desarrollo humano no solamente se discute en térmi-
nos psicológicos, tiene implicaciones a nivel fisiológico y sociológico.
Es sabido que el crecimiento del cerebro culmina hasta la adolescencia, cuan-
do los huesos del cráneo se cierran por completo, y que durante los primeros
años de la vida las neuronas poseen una plasticidad mayor que en cualquier otra
etapa del desarrollo. También se reconoce que el ambiente influye sobre el desa-
rrollo del cerebro, si el cerebro recibe estímulos de diferentes tipos, activa dife-
rentes áreas y afina diferentes funciones, de ahí la relevancia de las intervenciones
tempranas en el desarrollo infantil (Eming Young y Fujimoto 2004).
El desarrollo cerebral pues, se ve influido por el ambiente y estudios recientes
muestran que el estrés negativo/tóxico durante la primera infancia afecta negati-
vamente la configuración de los circuitos y las conexiones cerebrales (Shonkoff y
Philips 2000). Las experiencias de violencia (y éstas incluyen el descuido y la negli-
gencia) son una clara fuente de estrés.
Cuando el organismo está sometido a esta influencia su funcionamiento se altera,
el sistema nervioso acelera su funcionamiento y se liberan hormonas que lo prepa-
ran para escapar o defenderse. Esta es una respuesta fisiológica, determinada por
nuestra herencia evolutiva (Bloom 1997, 1999).
De acuerdo a la teoría del apego, para sobrevivir los seres humanos depende-
114 mos de los vínculos que desarrollamos con otros seres humanos: Un recién naci-
do no puede sobrevivir si no es a partir de los cuidados que le proporcionan los
adultos a su alrededor (padres o cuidadores). Como señala Sandra Bloom:

En tanto especie, sobrevivimos porque nos desarrollamos como animales sociales


para protegernos mutuamente y la naturaleza social de los seres humanos está basa-
da en nuestra necesidad de aferrarnos a otros seres humanos desde la cuna hasta la
tumba (1999 p. 2).

Las necesidades del niño/ niña no son solamente físicas (alimento, abrigo,
limpieza) también abarcan el establecimiento de vínculos y el desarrollo de sen-
timientos de seguridad y confianza. A partir del contacto visual, las caricias y la
calidez de las relaciones el niño/ niña aprende que el mundo es un lugar don-
de puede sentirse a salvo, si recibe maltrato o ve sus necesidades insatisfechas
aprende, por el contrario, que el mundo es un sitio amenazante en donde no
puede encontrar alivio ni bienestar y esto tendrá importantes repercusiones en su
conducta y sus relaciones. Felicity de Zulueta lo ha puesto en estos términos: “La
violencia es el apego estropeado” (1993: 64).
Las emociones abrumadoras producen respuestas predecibles en los órganos de
nuestro cuerpo, incluido el cerebro, ocasionando alteraciones fisiológicas además de
daños psicológicos, sobre todo durante las primeras etapas de la vida (Bloom 1999:
2). Asimismo, los vínculos de apego establecidos en este período tienen un impacto
definitivo en las relaciones que un niño/niña establecerá en la edad adulta. Las ex-
periencias vividas en la infancia (positivas o negativas) tienen un peso innegable
en la conformación la personalidad y en la salud integral de los seres humanos. El
Estudio de Experiencias Adversas durante la Infancia (ACE, por sus siglas en in-
glés), que abarca una muestra significativa de la población estadounidense, señala
que una niñez afectada por la adversidad comúnmente desencadena problemas
en la vida adulta. Estos problemas incluyen: a) desajustes sociales, emocionales y
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cognitivos; b) comportamientos de alto riesgo (adicciones, prácticas sexuales sin


protección, etc.); c) enfermedades incapacitantes y d) muerte temprana.1
Dado que muchos niños y niñas en situación de calle o vulnerabilidad han
experimentado carencias y/o violencia en etapas cruciales de su desarrollo y en el
seno de sus familias, no es raro que sus condiciones emocionales/ físicas se hallen
deterioradas y que no estén en condiciones óptimas para el aprendizaje y el esta-
blecimiento de relaciones que fomenten su sano desarrollo. En este sentido, hay
todo un trabajo previo de restauración de recursos internos para lograr la reinte-
gración del niño/ niña a la sociedad. Este trabajo refiere a un problema anclado
en la historia del niño/ niña y su tratamiento no puede desligarse de la misma.
En esta historia, la familia es una pieza fundamental, un esfuerzo por reparar los
vínculos y procesar las experiencias traumáticas es básico para que los niños/
niñas adquieran recursos y habilidades que les permitan mejorar la calidad de su
participación en la sociedad.
Juconi se propone restaurar el sentido de seguridad en los niños, niñas y fami-
lias con las que trabaja, esto sólo será posible mediante la reducción y paulatina
erradicación de la violencia en sus relaciones, lo que demanda un trabajo tanto
terapéutico como educativo. Los costos humanos y financieros de este proceso
aumentan en relación directa con la magnitud y la profundidad del daño, por
lo que la prevención y la detección temprana son armas muy valiosas para lograr
un tratamiento exitoso. El trabajo con los niños y niñas pequeños/as, así como
con parejas recién formadas ayudará a crear ambientes más favorables para la
infancia, disminuyendo el riesgo de experiencias traumáticas que afecten negati-
vamente el desarrollo y las capacidades de los niños y niñas.
Si bien se trata de restaurar/ promover el bienestar emocional de los niños y
niñas, las implicaciones de este enfoque distan mucho de restringirse al plano in-
dividual; el problema puede muy bien situarse en el terreno de la política pública.
Después de todo ¿Cómo se puede pedir a una madre que satisfaga las necesidades
emocionales de su bebé si no cuenta con recursos para cubrir sus necesidades bá-
sicas de alimento? Cuando pensamos en el desarrollo de un niño o de una niña, 115
es imprescindible considerar el medio familiar y social que le rodea, pues es allí en
donde se deben organizar las acciones pertinentes para lograr un desarrollo inte-
gral y armonioso. Sin embargo, muchas familias no cuentan con los recursos nece-
sarios para brindar a sus nuevos miembros la estimulación y los ambientes óptimos
para fomentar el desarrollo de sus capacidades. Estos ambientes deben cubrir bási-
camente tres tipos de necesidades: fisiológicas (salud y nutrición), emocionales (re-
laciones cálidas y libres de violencia) y cognitivas (estímulos para diferentes áreas:
lenguaje, motricidad, etc.). Por ello, en materia de política social, es fundamental
impulsar los programas que apoyen a los padres en la estimulación y crianza de los
niños y niñas pequeños/ as, haciendo énfasis en la calidad de los mismos.
El Center on the Developing Child (2007) de la Universidad de Harvard ha defini-
do algunos factores que aumentan la efectividad de las Políticas de Intervención
en la Infancia Temprana, entre estos factores se encuentran:

• El acceso universal a servicios médicos para mujeres embarazadas, niños


y niñas en edad preescolar.
• Las visitas de especialistas en educación inicial para apoyar/ capacitar a
los padres en la estimulación del desarrollo de sus hijos e hijas.
• La creación de centros de educación inicial para niños y niñas de escasos recursos.
• El desarrollo de servicios intensivos de alta calidad para niños y niñas que
padecen abuso o negligencia persistentes.
• Programas generadores de ingresos económicos para familias viviendo
situaciones de extrema pobreza.

1
Las Experiencias Adversas durante la Infancia (ACE) incluyen el abuso físico severo y recurrente,
el abuso emocional severo y recurrente, el abuso sexual, el que un miembro del hogar sea alcohóli-
co, drogadicto o se encuentre convicto, el que un miembro del hogar padezca alguna enfermedad
mental o que ambos padres biológicos se encuentren ausentes (Felitti 2002, 2004).
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Dada la extraordinaria importancia que tienen los primeros años de la vida, es


necesario implementar programas que estimulen realmente el desarrollo infantil.
La atención que se brinda a los niños y niñas en las guarderías públicas y privadas,
así como en los centros de educación preescolar debe propiciar la convivencia
armoniosa entre compañeros/as y maestros/as, la colaboración y comunicación
con los padres de familia y ofrecer experiencias de aprendizaje significativo a tra-
vés materiales que estimulen las diferentes capacidades de niños y niñas.
La implementación de programas encaminados a lograr el bienestar infantil
resulta, en todos los sentidos, menos costosa que la inversión requerida para so-
lucionar las secuelas de la violencia, el trauma y la adversidad durante la infancia.
Si tomamos como referencia el Estudio sobre Experiencias Adversas encontramos
que invertir en los niños y niñas pequeños/ as (por ende, en sus familias) reduci-
ría considerablemente los costos que generan problemas como el alcoholismo, la
drogadicción, la hipertensión o la depresión, no sólo en términos de salud, sino
en términos de productividad, atención médica, seguridad pública, etc.
Las experiencias obtenidas a lo largo de veinte años de trabajo con niños, niñas,
jóvenes y familias marginadas han llevado a Juconi a adoptar como fundamento de sus
prácticas el derecho de los niños y niñas a vivir una vida libre de violencia, establecien-
do dos principios básicos que buscan asegurar la integración social plena y digna:

1. Los niños y niñas provenientes de familias marginadas y afectadas por la


violencia requieren apoyo terapéutico antes de que puedan beneficiarse de
cualquier otro tipo de apoyo.

2. Construir familias seguras y comprensivas, con la capacidad para promover


el desarrollo y la participación de los niños y niñas en la sociedad, es fun-
damental para lograr la integración social y romper los ciclos de violencia
intergeneracional que afectan tanto el desarrollo de los niños y niñas como
el desarrollo de la sociedad.
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