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En los estados democráticos modernos, más o menos comunes durante los últimos 200
años, posteriores a la predominancia durante gran parte de la historia de la humanidad
de regímenes monárquicos, aristocráticos, oligárquicos o tiránicos y principalmente de
aquellos estados siervos de ultramar tan comunes a todas las potencias económicas y
militares al rededor del mundo, al menos en teoría, los conceptos de ciudadano y
ciudadanía se han venido fortaleciendo con el fin de empoderar y crear identidad
dentro de un grupo de administrados como una nueva forma de organización social
que genere cohesión y paridad de criterios al interior de los estados.
Las calidades que nos imponen las palabras ciudadano y ciudadanía nos hacen parte
de un todo, de una estructura que nos concede derechos y que también nos impone
deberes y obligaciones, independientemente de la mayor o menor capacidad,
probidad, honradez, honorabilidad o principios éticos de nuestros gobernantes, siendo
de manera preponderante y fundamental, estos gobernantes quienes se convierten en
los responsables de potenciar las posibilidades económicas, sociales, culturales con el
objetivo de generar riqueza en beneficio de todos, o por el contrario, según ocurre
desafortunadamente en muchos países, estos gobernantes se convierten en los
culpables de que la esperanza de progreso, generación de oportunidades, garantías
de estudio, salud, desarrollo, se pierdan de manera irremediable para las actuales
generaciones y peor aún, desde el presente se aseguran de que las generaciones
venideras serán en su calidad de ciudadanos, parte de un estado que poco aportará
al progreso de los individuos en cuanto a la generación de desarrollo. Es así, como
nuestros gobernantes desde hoy, se aseguran de minar la esperanza al interior de cada
administrado, léase ciudadano.
Esta diferenciación de colectividades (estratos, grupos, castas, partidos) hace que los
integrantes de cada una de ellas tengan diferentes oportunidades, posibilidades,
garantías, protección, recursos, herramientas, beneficios, apoyos, condiciones que al ser
compartidas y de conocimiento común dentro de determinado grupo, refuerza la
cohesión al interior de cada colectividad, pero al mismo tiempo implica la separación
y aislamiento del resto de las colectividades con diferentes rasgos de distinción o
identificación común.
El modelo primigenio de Contrato Social que derivó en el Estado Social de Derecho, nos
hace pensar en principio que estamos cobijados desde nuestro nacimiento por un
contrato, por un pacto de sangre en el cual asumimos una ciudadanía ante ese estado-
nación, que nos permitirá previo cumplimiento de unas condiciones, que pueden
denominarse habitus, elementos culturales o sociales que identifican a los individuos de
ese estado, sentirnos sus protegidos. Entregamos nuestra libertad total y nos plegamos a
unas normas comportamentales con el fin de gozar de unas garantías y prebendas
propias de cada nación. Es ahí donde tiene origen la ciudadanía fiscal, pues no es
posible exigir nuestros derechos o beneficios, sin haber también aportado en la medida
de nuestras capacidades al sostenimiento de todos los emolumentos que el estado
requiere para su cabal y normal funcionamiento en su condición de proveedor. Es
totalmente necesaria la aceptación de esa condición propia de cualquier empresa en
este caso un determinado estado, pues sólo permanecerá intacta la posibilidad de
generar nuevos bienes en la medida que cuente con los recursos requeridos para el
efecto.
La política como la forma de administrar esa empresa que se llama Estado, tiene
elementos propios que la definen y generan al interior grupos de interés que
denominamos partidos políticos, grupos de ciudadanos aglutinados alrededor de una
ideología, que promoverá unos derechos sociales, económicos, políticos, unos niveles
determinados de libertad de pensamiento y autodeterminación, pero que de manera
concomitante impondrá unas obligaciones entre ellas las Obligaciones Fiscales. Los
impuestos son la sangre que lleva la vida a cada rincón del estado o país, sangre a la
que podríamos llamar progreso u oportunidades que en teoría se irradian en igualdad
de condiciones, pero que debido a la manera en que esos grupos de interés conciben
el desarrollo de la colectividad, protegen determinados sectores de la sociedad en
desmedro del resto.
Ciudadanía Fiscal
Con algunos elementos culturales ancestrales negativos, con un legado imperfecto que
nos ha sido heredado, podemos aceptar que venimos de antepasados de origen latino,
cultura donde el pago de impuestos se relaciona de manera directa al temor del
contribuyente de desafiar el poder coercitivo del estado, concepto que ha sido
históricamente reforzado por normas de carácter administrativo y penal que
claramente señalan en ese sentido. Entonces la variable determinante dentro de
nuestra cultura tributaria y el comportamiento tributario que a diario desarrollamos es la
probabilidad de sanción. Sin embargo y de manera contraria, en países con orígenes
en culturas sajonas o escandinavas, el nivel cumplimiento es muy alto a pesar de la
escasa coerción que se ejerce desde el estado para el cumplimiento de las
obligaciones fiscales de sus ciudadanos-administrados honrando ese Contrato Social del
que forman parte de manera voluntaria y consiente.
Cada ciudadano autónomamente, con una cultura fiscal interiorizada desde la escuela
en sus primeros años de formación, en la creación de esa conciencia cívica desde la
familia, debería saber que cuando como consecuencia de una determinada
ciudadanía se obtiene algún beneficio de la vida en sociedad, se está obligado de
manera natural y recíproca a realizar una contribución equilibrada y equitativa al
sostenimiento de esa comunidad (Esta contribución la llamaremos Impuesto) a manera
de retribución y con el objetivo principal y específico de que esas buenas condiciones
permanezcan y puedan ser transmitidas a las futuras generaciones.
Bien entrados en el siglo XXI, no hemos podido los Colombianos comprender que la
responsabilidad fiscal constituye la garantía de una estructura de poder, de una
capacidad de administración y de la posibilidad de permanencia de esos derechos y
beneficios en el tiempo, teniendo claro que serán los ciudadanos quienes soportan el
costo de financiarlos.
Por último y haciendo uso del término horizonte estratégico posible se proponen algunos
elementos a considerar que en el mediano y largo plazo permitirían obtener un resultado
distinto del esfuerzo conjunto y mancomunado que implica la cultura tributaria.
Ajustar la estructura impositiva del país, propendiendo por unas cargas distribuidas de
manera equitativa, alejadas de los intereses particulares de algunos grupos de poder
que obtienen desde la estructura misma de la legislación colombiana, prebendas,
beneficios y ventajas, que son excluyentes y exclusivas dando origen a distorsiones en la
visión de estado, de sociedad, de país en desmedro de la capacidad de trabajo en
equipo que podríamos llegar de desplegar.