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SINE QUA NON

ROBERT D. KAPLAN
El retorno de la Antigüedad
La política de los guerreros

JL--
EDJOONEsa

llarcelona o Bogotá o Buenos Aires. Caracas. Madrid. México D.F. o Montevideo. Quito. Santiago de Chile
El bando que sabe cuándo combatir y
cuándo no hacerlo se alzará con la victoria.
Existen caminos que no hay que transitar,
ejércitos a los que no hay que atacar y ciuda-
des amuralladas que no hay qut· asaltar.

SuNZI

Todo aquel que desee saber qué ocurrirá


debe examinar qué ha ocurrido: todas las co-
sas de este mundo, en cualquier época, tienen
su réplica en la Antigüedad.

MAQUIAVELO
ROBERT D. KAPLAN

El retorno de la Antigüedad
La política de los guerreros

Traducción de Jordi Vid.al


ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
PREFACIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23

l. NO EXISTE UN MUNDO «MODERNO» . . . . . . . . 29


Cuando las crisis futuras lleguen en grandes
oleadas, nuestros líderes comprenderán que el
mundo no es «moderno» ni «postmoderno»,
sino una mera continuación del antiguo: un
mundo que, a pesar de su tecnología, los mejo-
res filósofos chinos, griegos y romanos ha-
brían comprendido y por el que habrían sabi-
do cómo navegar.

II. THE RIVER WAR DE CHURCHILL . . . . . . . . . . . . . 47


La primera gran obra histórica de Churchill,
publicada en 1899, a sus veinticinco años, reve-
la los orígenes de su pensamiento y la fuente de
la grandeza que le permitió dirigir Inglaterra
contra Hitler en la Segunda Guerra Mundial.
La batalla de Omdurman fue una de las últi-
mas de su género antes de la era de la guerra
industrial: una sucesión panorámica de car-
gas de caballería en las que el joven Churchill
tomó parte. The River War muestra el mundo
antiguo dentro del moderno: es aquí donde
iniciamos nuestro viaje con el fin de arrancar
del pasado las armas que necesitamos para el
presente.

III. LA GUERRA PÚNICA DE TITO LIVIO


61
Aníbal contra Roma, de Tito Livio, ofrece
imágenes ortodoxas de virtud patriótica y en-
señanzas inestimables sobre nuestro tiempo.
Tito Livio, el observador objetivo por excelen-
cia, propone ideas atemporales acerca de las
pasiones y la motivación humanas y demuestra
que el vigor para enfrentarnos a nuestros ad-
versarios debe emanar en el fondo del orgullo
por nuestro pasado y sus logros. «No importa
-escribe Livio- que califiquen tu prudencia
de timidez, tu sabiduría de pereza, tu estrategia
de debilidad; es preferible que un enemigo sa-
bio te tema a que los amigos necios te elogien.»

IV. SUN ZI Y TUCÍDIDES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75


Es discutible que exista una obra filosófica en
la que el conocimiento y la experiencia estén tan
cáusticamente condensados como en El arte de
la guerra de Sun Zi. Si la moral de Churchill se
resume en su testarudez y la de Tito Livio en
su virtud patriótica, entonces la moral de Sun
Zi es el honor del guerrero. Un líder virtuoso
es «el que avanza sin pensar en adquirir fama
personal y retrocede a pesar de determinado
castigo». La Historia de la guerra del Pelopo-
neso de Tucídides introdujo el pragmatismo en
el discurso político. La idea de que el interés
propio genera esfuerzo y éste posibilidades
convierte su historia de hace 2.400 años en un
arma contra el fatalismo.

V. LA VIRTUD MAQUIAVÉLICA . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
Para Maquiavelo, una política se define no por
su excelencia, sino por su resultado: si no es
efectiva, no puede ser virtuosa. Los líderes mo-
dernos pueden aprender a obtener resultados
aplicando el concepto de virtud maquiavélica.
«Puesto que uno debe partir de la situación ac-
tual-escribe Maquiavelo-, sólo puede traba-
jar con el material del que dispone.» Curtido
por su experiencia de gobierno, Maquiavelo
cree en la virtud pagana: despiadada y prag-
mática, pero de ningún modo amoral. «Todos
los profetas armados triunfan -escribe-,
mientras que los desarmados fracasan.»

VI. DESTINO E INTERVENCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . 109


¿Cuándo una guerra, una rebelión u otro pe-
ligro resulta previsible? Con Maquiavelo
como guía, este capítulo trata del determinis-
mo: la creencia de que fuerzas preceden-
tes históricas, culturales, económicas y de
otra índole determinan los acontecimientos.
Se examinan las enseñanzas de la previsión in-
quieta de Maquiavelo: el peligro de inter-
pretar el pasado de manera demasiado res-
tringida.
VII. LOS GRANDES PERTURBADORES: HOBBES
Y MALTHUS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
Hobbes, influenciado por la agitación política
de su tiempo, llegó a creer que, así como la va-
nidad y el exceso de confianza pueden cegar a
los hombres, el miedo puede hacerles ver con
claridad y actuar moralmente. «La esencia de
la virtud -escribe Hobbes- es ser sociable
con los que serán sociables y temible con los
que no lo serán.» Según Hobbes, el altruismo
es antinatural, los seres humanos son rapaces y
la lucha del hombre contra los demás es la con-
dición natural de la humanidad. La libertad
constituye un beneficio sólo después de ins-
taurado un orden. Thomas Malthus, el primer
filósofo que consideró las repercusiones polí-
ticas del empobrecimiento del suelo, el ham-
bre, la enfermedad y la calidad de vida entre
los desfavorecidos, definió el debate más im-
portante de la primera mitad del siglo XXI.

VIII. EL HOLOCAUSTO, EL REALISMO Y KANT . . . 151


La nueva era de los derechos humanos que
los políticos y los medios de comunicación
han proclamado no es del todo nueva ni del
todo real. Puesto que el mundo está lleno de
crueldad, las enseñanzas morales del Holo-
causto -esa atrocidad emblemática- serán
difíciles de aplicar a nuestr:a satisfacción. El
filósofo Immanuel Kant consagró su vida a
definir un sistema de leyes universales. El ob-
jetivo de Kant es la completa integridad, una
moralidad de justicia abstracta e intención
más que de consecuencias. El reto del realis-
mo consiste en combinar tácticas severas con
los objetivos kantianos de largo alcance en
circunstancias complejas y originales.

IX. EL MUNDO DE AQUILES: SOLDADOS


ANTIGUOS, GUERREROS MODERNOS 177
La guerra será cada vez menos convencional
y declarada, y se dirimirá más dentro de los
estados que entre ellos. Siempre ha habido
guerreros que, en palabras de Homero, «en su
ánimo anhelan el combate», pero el desmoro-
namiento de los imperios de la guerra fría y el
trastorno que éste ocasionó -junto con el
avance de la tecnología y la urbanización de
las zonas más deprimidas- ha provocado la
división de familias y la reanudación de cultos
y vínculos de sangre. La consecuencia es el
nacimiento de una nueva clase de guerrero,
más cruel que nunca y mejor armado. Derro-
tar a los guerreros dependerá de la velocidad
de reacción de Estados U nidos, no del dere-
cho internacional.

X. LA CHINA DE LOS REINOS GUERREROS Y LA


AUTORIDAD GLOBAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201
Las ciudades-estado sumerias del tercer mile-
nio a.C. en Mesopotamia, el antiguo Imperio
de los Maurya del siglo IV a.C. en la India y el
antiguo Imperio Han del siglo n a.C. en China
son ejemplos de sistemas políticos en los que
territorios diversos y remotos estuvieron vin-
culados por medio de alianzas comerciales y
políticas. También hoy, en un progresivo clima
de comercio global, la aparición de algún tipo
de autorid.ad mundial dispersa es probable-
mente inevitable, a menos que se produzca una
gran guerra entre dos o más grandes potencias,
como Estados Unidos y China. Pero incluso
esa unidad tan sutil requerirá el principio orga-
nizador de una gran potencia.

XI. TIBERIO . . .. .. .. . .. . .. . .. . . . .. . . . . .. . .. . .. .. 221


Los ejemplos del pasado reflejan mejor el ver-
dadero valor y la libertad de pensamiento. El
gran liderazgo convivirá siempre con el mis-
terio del personaje que lo encarna; no hay
más que considerar el caso del denostado em-
perador romano Tiberio. En la primera mitad
de su mandato, Tiberio conservó las institu-
ciones y las fronteras imperiales de su prede-
cesor, Augusto, estabilizándolas al mismo
tiempo lo suficiente como para se soportaran
los excesos de sucesores como Calígula. Fun-
dó pocas ciudades, anexionó pocos territorios
y no atendió los caprichos del pueblo; sin em-
bargo, fortaleció los territorios que Roma ya
poseía añadiendo bases militares y combinó
la diplomacia con la amenaza de la fuerza
para preservar una paz que era favorable a
Roma. A diferencia de Churchill o Pericles,
Tiberio no es un modelo inspirador. Pero, en
lo que se refiere a sus puntos fuertes, puede
constituir un modelo excelente.

BIBLIOGRAFÍA ESCOGIDA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 229


AGRADECIMIENTOS

Doy las gracias a los siguientes estudiosos que cri-


ticaron los borradores preliminares: Francis Fukuya-
ma, catedrático de economía política en la Universidad
Johns Hopkins; John Gray, catedrático de pensamiento
europeo en la London School of Economics; David
Gress, catedrático de lenguas clásicas en el Instituto de
Griego y Latín de la Universidad de Aarhus (Dinamar-
ca); Robert B. Strassler, editor de The Landmark Thu-
cydides, y, en particular, Paul A. Rahe y Jay P. Walker,
catedrático de historia en la Universidad de Tulsa. No
obstante, las opiniones contenidas en este libro son ex-
clusivamente mías, al igual que los errores.
William Whitworth, director honorario de The At-
lantic Monthly, me inculcó la idea de que un periodista
podía y debía profundizar en temas normalmente reser-
vados a especialistas. Cullen Murphy, director gerente
de The Atlantic, leyó un borrador y me brindó -como
ha hecho durante años- elegantes críticas. Michael Kelly,
director de The Atlantic, contribuyó publicando una
sinopsis preliminar de este libro en forma de artículo.
Michael Lind, mi amigo y colega en la New America

-17-
Foundation, leyó borradores y aportó ideas y sugeren-
cias detalladas sobre lecturas complementarias. Adam
Garfinkle, director de The National lnterest, accedió a
publicar un extracto del original antes de su publicación.
Owen Harries, director honorario de The National ln-
terest, me estimuló en el tema del determinismo. Anasta-
sia Bakolas, graduada en relaciones internacionales por la
Universidad de Columbia y lectora de griego antiguo,
hizo lo propio respecto a Tucídides. También recibí ayuda
de Roben Berlin, Eric Cohen, Carl Coon, Corby Kum-
mer, Ernest Latham, Toby Lester, Alan Luxenberg, "R alph
Peters, Harvey Sicherman y Nikolai Slywka.
Devon Cross, presidenta del Donor's Forum Ol11n-
ternational Affairs, me proporcionó una ayuda econó-
mica fundamental en los principios de mi carrera, que
me permitió escribir mis primeros libros sobre Etiopía y
los Balcanes. Entonces no pude agradecérselo por escri-
to y aprovecho ahora la ocasión para hacerlo.
Al igual que con mis anteriores libros, a lo largo de
más de una década, mi agente literario, Carl D. Brandt,
fue un estratega y amigo. Joy de Meni1, mi editora en
Random House, se reveló como una asesora serena y to-
lerante además de especialista en libros. Jason Epstein,
de Random House, aportó extensas notas que fueron de
gran ayuda. Marianne Mero1a, de Brandt & Hochman,
ha coordinado magistralmente las traducciones a len-
guas extranjeras de mis libros y artículos durante años.
Lo más importante: este proyecto sencillamente no
habría sido posible sin el generoso apoyo económico de
la New America Foundation en Washington, D.C. Ted
Halstead, su presidente y director ejecutivo, me propor-
cionó una base institucional de la que no había disfruta-
do anteriormente, al mismo tiempo que me permitió tra-

-18-
bajar en casa, en el oeste de Massachusetts. Es un joven
visionario, que no se deja intimidar por la controversia.
Doy las gracias también a Steve Clemons, James Fallows,
Hannah Fischer, Jill Gravender, Sherle Schwenninger,
Gordon Silverstein y al resto de la directiva, personal, so-
cios e internos de New America.

-19-
El verdadero tesoro del hombre es el te-
soro de sus errores, apilados piedra sobre
piedra durante miles de años. (...]Romper la
continuidad con el pasado, querer empezar
de nuevo, denigrar al hombre y plagiar al
orangután. Fue un francés, Dupont-White,
quien alrededor de 1860 se atrevió a excla-
mar: «La continuidad es un derecho del
hombre; es un homena}e a todo aquello que
lo distingue de la bestia.»
JOSÉ ÜRTEGA Y GASSET,
Historia como sistema, 1941
PREFACIO

El pecado original de todo escritor es ver el mundo


sólo desde su propia perspectiva. La objetividad es ilu-
soria. Como Don Quijote dice a Sancho Panza, «eso que
a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de
Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa». Del mismo
modo, las discusiones de los expertos en política exterior
son una demostración de cómo las mentes más privile-
giadas pueden discrepar sobre los detalles más insignifi-
cantes. Muchas veces he oído emplear a un experto la
palabra «inexacto» para referirse a algo que él considera
un error pero que, en realidad, no es más que una inter-
pretación distinta a la suya.
A menudo, lo que pasa por ser un análisis es simple-
mente una expresión de las propias experiencias vitales
aplicadas a una cuestión concreta. De ese pecado ema-
na otro: el de seleccionar hechos e ideas para defender
una visión particular. Es posible que este dilema no ten-
ga solución.
En consecuencia, mi autobiografía es significativa.
No he enseñado nunca en una universidad, no he parti-
cipado en ningún comité asesor de alto nivel ni he de-

-23-
sempeñado cargos oficiales. Carezco de todas esas expe-
riencias útiles. La perspectiva que ofrezco se basa en un
tipo de formación distinto: el de un cuarto de siglo como
reportero en el extranjero. Fue el impacto de presenciar
directamente guerras, agitación política y pobreza en el
tercer mundo lo que dirigió mi atención hacia los clási-
cos de la filosofía y la política, con la esperanza de en-
contrar justificación para los horrores que veían mis
ojos. Los libros que más me atraían eran los que, de una
u otra forma, me ayudaban a comprender mis propias
experiencias sobre el terreno. Los siete años que pasé en
Grecia y los extensos viajes a Sicilia y Túnez me pusie-
ron en estrecho contacto con Historia de la guerra del
Peloponeso, de Tucídides, y con Aníbal contra Roma, de
Tito Livio. Estos libros me proporcionaron una nueva
perspectiva sobre mi propio tiempo y los lugares en los
que trabajaba.
No puedo aspirar a igualar la erudición de aquellos
que han dedicado toda su vida al estudio de las grandes
obras. Un profano que se enfrenta a los clásicos podría
compararse con un viajero durante sus primeros días
en un país desconocido: hay cosas que interpretará
erróneamente, pero también detectará otras que los re-
sidentes han dejado de observar desde hace tiempo. Sir
Richard Francis Burton, explorador del siglo xrx, es-
cribe:

N o menosprecies, amable lector, las primeras im-


presiones [... ]si hay que dibujar un perfil bien defini-
do, debe hacerse inmediatamente después de llegar a
un lugar; cuando la sensación del contraste todavía
está fresca en la mente, y antes de que un segundo
y un tercero hayan desplazado los primeros pensa-
mientos. (... ]El hombre que ha habitado un montón
de años en un lugar ha olvidado todas las sensaciones
con las que lo vio por primera vez, y si escribe sobre
él, lo hace para sí y para s.us viejos compañeros, no
para el público. El dibujante que actúe como pro-
pongo cometerá, sin duda, algún que otro error.[... ]
Pero, en general, el gouache será verídico y gráfico. 1

La filosofía es tan apasionante para el profano como


para el experto, y espero ser capaz de transmitir mi entu-
siasmo por los filósofos cuya obra estudio. Mis opciones
son un tanto arbitrarias. Imagino lo que pensará el lec-
tor: «Si escribe sobre Maquiavelo, ¿por qué no lo hace
sobre Nietzsche? Si escribe sobre Kant, ¿por qué no so-
bre Locke ?» Puesto que mi centro de interés es la políti-
ca exterior, he hecho hincapié en algunos filósofos y es-
critores a quienes considero especialmente relevantes y
provocativos en lo que a ese tema se refiere.
La filosofía no es necesariamente instructiva. Puede
ser inútil o, en ciertos casos, incluso peligrosa: Neville
Chamberlain estaba muy versado en los clásicos, al igual
que Winston Churchill. El ministro de Asuntos Exterio-
res de Benito Mussolini, el conde Ciano, era un devoto
de Séneca. Martín Heidegger, a quien algunos conside-
ran el mayor filósofo del siglo xx, se hizo nazi después
del ascenso de Hitler al poder. Pero si bien existen gran-
des peligros, todavía es posible tratar de sacar partido de
la filosofía para los políticos, particularmente con res-

l. Richard Francis Burton: Wanderings in West Africa from


Liverpool to Fernando Po, Dover, Mineola, Nueva York, 1991, pp.
20-21. [Versión en castellano: Vagabundos por el oeste de África, 3
vols., Laertes, Barcelona, 2001.]

-25-
pecto a temas de los que uno posee una experiencia pe-
riodística de primera mano.
De hecho, en el ensayo que sigue a continuación no
dejo de ser periodista: presento un informe sobre los clá-
sicos y las opiniones de estudiosos contemporáneos, in-
tegrándolos en un artículo como haría cualquier perio-
dista con el material dispar con que cuenta.
No soy optimista ni idealista. Los estadounidenses
pueden permitirse el optimismo en parte porque sus
instituciones, entre ellas la Constitución, fueron con-
cebidas por hombres que pensaban trágicamente. An-
tes de que el primer presidente jurase el cargo ya se
habían establecido las reglas de la censura. James Ma-
dison escribió en el número 51 de The Federalist que
los hombres están tan lejos de la redención que la úni-
ca solución consiste en comparar unas ambiciones con
otras y unos intereses con otros: «Si los hombres fue-
sen ángeles, no sería necesario ningún gobierno.» La
separación de poderes estadounindense se basa en ese
severo enfoque de la conducta humana. La Revolución
francesa, por el contrario, comenzó con una fe ilimita-
da en el sentido común de las masas -y en la capacidad
de los intelectuales para obtener buenos resultados- y
terminó con la guillotina.
Los fundadores de la nación estadounidense eran pe-
simistas constructivos hasta el punto de preocuparse
constantemente por lo que podía torcerse en las rela-
ciones humanas. Así como es función del escritor inspi-
rar, también puede serlo molestar, decir aquello que su
público potencial preferiría no oír. También la política
exterior suele concebirse a la luz de guiones pesimistas.
Así, mi pesimismo y mi escepticismo pueden estar rela-
cionados. Porque las dificultades de los estadistas en el

-26-
nuevo siglo no emanarán de las muchas cosas que irán
bien en las relaciones internacionales, y que los huma-
nistas celebrarán debidamente, sino de las cuestiones
más oscuras de esta época.
No obstante, toda discusión acerca del nuevo siglo
debe empezar por el viejo.

-27-
1

NO EXISTE UN MUNDO «MODERNO>>

Los males del siglo xx emanaron de movimientos


populistas que fueron monstruosamente explotados en
nombre de ideales utópicos y vieron su fuerza amplifica-
da por las nuevas tecnologías. El partido nazi empezó
siendo una cruzada a favor de los derechos de los obre-
ros organizada por un cerrajero muniqués, Anton Drexler,
en 1919, un año antes de que Hitler asumiera el poder
del mismo. Los bolcheviques surgieron también en me-
dio de una agitación política emancipadora y, al igual
que los nazis, explotaron el sueño de la renovación so-
cial. En cuanto los nazis y los bolcheviques ocuparon el
poder, los inventos de la era industrial resultaron crucia-
les para sus crímenes. En cuanto a Mao Zedong, su em-
puje a favor de la industrialización intensiva mediante el
establecimiento de comunas utópicas conllevó la muerte
de por lo menos 20 millones de chinos durante el Gran
1
Salto Adelante, entre 1958 y 1962.

l. Las casi tres décadas del mandato de Mao en China provoca-


ron 35 millones de muertos civiles. En comparación, el dominio co-
munista en la Unión Soviética causó 62 millones de muertos civiles

-29-
Puede que el siglo xx sea un mal consejero para el
XXI, pero sólo los necios lo dejarían de lado, sobre todo
porque ahora los movimientos populistas impregnan el
mundo, provocando desorden y exigiendo una transfor-
mación política y económica. Asia es una causa de preo-
cupación específica. India, Pakistán, China y otras po-
tencias emergentes laten con nuevas tecnologías, ardor
nacionalista y fuerzas desintegradoras internas. Recor-
demos las palabras de Alexander Hamilton:

Pretender una continuación de la armonía entre


una serie de soberanías independientes e inconexas,
situadas en el mismo vecindario, sería no hacer caso
del curso uniforme de los acontecimientos humanos
y desafiar a la experiencia acumulada a lo largo de los
tiempos. 2

Así, los males del siglo XXI pueden derivar también de


movimientos populistas, que se aprovechan de la demo-
cratización, motivados esta vez por creencias religiosas y
sectarias y fortalecidos por una revolución postindustrial:
particularmente la tecnología de la información. Los ex-
tremistas hindúes que incendiaron mezquitas en la India a
principios de los noventa y atacaron a cristianos a finales
de la misma época pertenecen a un movimiento obrero
dentro de la democracia india que utiliza cintas de vídeo e
Internet para difundir su mensaje. Fenómenos similares
se han dado en Indonesia, Irán, Nigeria, Argelia, México,
Fiyi, Egipto, Pakistán, Cisjordania y el Nazaret árabe,

y el dominio nazi en Alemania ocasionó 21 millones de muertos. Rudy


J. Rummel: «Statistics of Democide», The Economist (11-9-1999).
2. The Federalist, 6.

-30-
por mencionar sólo algunos lugares en los que grupos re-
ligiosos y étnicos, predominantemente obreros e inspira-
dos por la democratización, usan la tecnología de las co-
municaciones modernas para causar agitación.
El fervor populista es alimentado por tensiones so-
ciales y económicas, a menudo agravadas por el creci-
miento demográfico y la escasez de recursos en un pla-
neta cada vez más urbanizado. En las próximas décadas,
2.000 o 3.000 millones de personas más vivirán en las
vastas y empobrecidas ciudades del mundo en vías de
desarrollo.
El capitalismo global contribuirá a este peligro,
aplastando tradiciones y engendrando dinámicamente
otras nuevas. Las ventajas del capitalismo no se distri- //
buyen de forma equitativa, de suerte que cuanto más
dinámica es la expansión capitalista, más desigual es la
distribución de riqueza que de ella suele derivarse. 3
Así, dos clases dinámicas surgirán durante la globaliza-
ción: los nuevos ricos emprendedores y, de un modo
más inquietante, el nuevo subproletariado, los miles de
millones de trabajadores pobres, recientemente llega-
dos del campo, que habitarán los asentamientos en ex-
pansión que rodean las grandes ciudades de África, Eu-
rasia y América del Sur.
Se calcula que el acceso a Internet a través de orde-
nadores y teléfonos móviles aumentará desde el actual

3. La rema per cápita aumenta como promedio mundial un


0,8% al año, pero en más de cien países de hecho la renta ha dis-
minuido desde 1985. También lo ha hecho el consumo individual
en más de sesenta países. Véase James Gustave Speth: «The Plight
of the Poor», Foreign Affairs (mayo-junio de 1999). Véase también
Thomas Homer-Dixon: The Ingenuity Gap, Knopf, Toronto y
Nueva York, 2000.

-31-
2,5% de la población mundial hasta un 30% en el año
2010; pero del 70% del mundo que seguirá sin estar co-
nectado para entonces, aproximadamente la mitad no
habrá hecho nunca una llamada telefónica. 4 Las dispari-
dades serán enormes, mientras que el terrorismo que
emana de tales disparidades gozará de unos recursos tec-
nológicos sin precedentes.
La propagación de información no necesariamente
favorecerá la estabilidad. La invención de los tipos mó-
viles por parte de Johannes Gutenberg, a mediados del
siglo xv, no sólo condujo a la Reforma sino también a las
guerras religiosas posteriores, por cuanto la repentina
proliferación de textos suscitó controversias doctrinales
y despertó agravios largo tiempo olvidados. La propaga- IÍ
ción de información en las próximas décadas conducirá
no sólo a nuevos pactos sociales, sino también a nuevas
divisiones a medida que la gente descubra cuestiones
nuevas y complejas sobre las que disentir.
Me fijo en el lado oscuro de cada acontecimiento no
porque el futuro tenga que ser necesariamente malo,
sino porque es así como se han producido siempre las
crisis de la política exterior.

Los políticos occidentales, según sus declaraciones


públicas, creen que la agitación étnica y religiosa es debi-
da a la opresión política, aun cuando sea la libertad polí-

4. Estimación de Manuel Castells, catedrático de sociología en


la Universidad de California en Berkeley y autor de la trilogía The
Information Age: Economy, Society and Culture, Blackwell, Nueva
York, 1999. [Versión en castellano: La era de la información: econo-
mía, sociedad y cultura, 3 vols., Alianza, Madrid, 1999.)

-32-
tica lo que ha desencadenado a menudo la violencia que
las sociedades liberales aborrecen. No hay nada más vo- / /
luble y más necesitado de una dirección disciplinada e
ilustrada que las vastas poblaciones de obreros mal pa-
gados, subempleados y deficientemente educados que
están divididos por etnias y creencias.
La pacificación, en particular, resultará cada vez
más difícil. Esto se debe a que las conversaciones de
paz exitosas requieren la centralización del poder. Sólo
los gobernantes fuertes pueden justificar los cambios
de postura históricos necesarios para la paz, a menudo
con la ayuda de medios de comunicación dóciles y una
oposición mínima. Sin las herramientas de la dictadura,
Anuar el-Sadat de Egipto y el rey Hussein de Jordania
no habrían podido firmar la paz con Israel. La demo-
c~es un proceso largo y accidentado: ge~á
gobernantes débiles y vacilantes antes de generar_~a­
riizac~es estables. Hay quien dice que sólo cuando el
mundo árab~ S~- democratice firmará la paz con Israel;
no necesariamente. La liberalización en lugares como
Egipto y Siria puede desencadenar fuerzas extremistas
que, a corto plazo, desestabilizarán todavía más Orien-
te Próximo.
Los políticos occidentales creen que es posible de-
rrotar a los dictadores simplemente quitándolos de en
medio. Jacob Burckhardt, historiador suizo del siglo
XIX, escribe: «Como los malos médicos, pensaban que
curarían la enfermedad eliminando los síntomas y se
imaginaban que, si se daba muerte al tirano, la libertad
rendía por sí sola.» 5 En los años noventa, los gobiernos

5. Véase Burckhardt: The Civilization of Renaissance in ltaly,


p. 46.

-33-
occidentales exigieron elecciones en todo el mundo en
vías de desarrollo, a menudo en lugares con altos íngi-
ces de analfabetismo, instituciones frágiks y feroce_s
disputas étnicas. Los dictadores fueron reemplazados
por primeros ministros electos. Pero dado que los pro-
pios dictadores eran manifestaciones de un desarrollo
social y económico deficiente, su destitución permitió
con frecuencia que se perpetuaran los mismos vicios
~ajo el disfraz democrático; como por ejemplo en Pa-
kistán y Costa de Marfil, dos grandes estados de van-
guardia en el sur de Asia y África occidental, respecti-
vamente, donde los líderes electos robaron enormes
sumas y enfrentaron a las distintas etnias entre sí, has-
ta que a finales de los noventa los militares de ambos
países dieron sendos golpes de estado, que la pobla-
ción local recibió con palpable alivio. 6 Naturalmente,
el gobierno militar no solucionó nada y la agitación
continuó.
Aun cuando Occidente interviene y se hace cargo de
la administración local, como en Kosovo y Haití, facto-
res culturales e históricos insolubles pueden impedir la
estabilidad. El último día del siglo XX, seis meses des-
pués de que el presidente estadounidense Bill Clinton y
el primer ministro británico Tony Blair hubiesen de-
clarado la victoria en Kosovo, Bernard Kouchner, el ad-
ministrador de las Naciones Unidas en aquel país, di-
jo que la reconciliación étnica entre serbios cristianos
ortodoxos y albanos musulmanes seguía siendo un ob-
jetivo remoto. «No se puede cambiar la mentalidad y el
corazón de una persona al cabo de siglos de dificulta-

6. Véase Fareed Zakaria: «The Rise of Illiberal Democracy»,


Foreign Affairs (noviembre-diciembre de 1997).

-34-
des, luchas y odios en cuestión de semanas o meses. N o
es posible.» 7
No sólo hay que evitar dar por sentados la reconci-
liación étnica y el triunfo de la democracia liberal, sino
también el sistema actual de naciones-estado. La época
postcolonial se encuentra sólo en las primeras fases de
desintegración. El residuo de los imperios europeos en
África y el subcontinente asiático todavía proporciona
una división de territorios algo estable. Sólo en zonas
marginales como Somalia y Sierra Leona ese sistema se
ha descompuesto. En la próxima década, puede derrum-
barse en sociedades mucho más extensas, populosas y
urbanizadas, como por ejemplo Nigeria y Pakistán, don-
de los episodios de intervención serán particularmente
problemáticos.
El espectacular crecimiento de las ciudades en las úl-
timas décadas incrementa la posibilidad de que, en el
nuevo siglo, vastas metrópolis, con sus tierras adyacen-
tes y poblaciones leales, eclipsen a las naciones en im-
portancia política. Estados U nidos es cada vez más un
conglomerado de ciudades-estado que compiten pacífi-
camente. Un 85% de los habitantes de Arizona reside en
el gran corredor urbano Tucson-Phoenix, y se calcula
que en 2050 lo hará el98%. 8 El noroeste del Pacífico se
está convirtiendo en una sola comunidad urbana situa-
da a lo largo de la carretera interestatal 5 desde Eugene
(Oregón) hasta Vancouver (Columbia Británica), lo que
difumina cada vez más la frontera entre Estados Unidos
y Canadá. En otras partes del mundo, un número sig-

7. Citado en un reportaje de Memli Krasniqi para Associated


Press (1-1-2000).
8. David K. Taylor, demógrafo de la ciudad de Tucson.

-35-
nificativo de ciudades-estado emergentes -Sao Paulo,
Bogotá, Moscú, Kíev, Bakú y Kunming, en el sur de
China-, todas ellas rodeadas por regiones débiles y
anárquicas, pueden ser controladas por oligarcas finan-
cieros y militares, algunos de ellos instruidos y otros
criminales. En esos principados neomedievales provis-
tos de nuevas tecnologías, el dinero podrá dar la victoria
en las elecciones y los cuerpos militares y de seguridad
influirán en la política en un grado mucho más elevado y
sutil que hoy en día.
·En las partes más ricas del mundo, donde existe el
imperio de la ley, no está claro si esas entidades políticas
emergentes necesitarán gobiernos: algunas de ellas po-
drán sobrevivir de ágiles sucursales ejecutivas que sumi-
nistren unos pocos servicios esenciales al mismo tiempo
que instituciones globales cada vez más robustas asumen
otras responsabilidades burocráticas.
Las ciudades siempre han vivido más allá del bien y
del mal, en esplendor y fealdad, creatividad y terror, con
ideas y dispositivos nuevos: lugares para experimentar
en vez de juzgar. Imagínese las multitudes que vivirán en
ciudades-estado opulentas dentro de unos años: felices
en sus colmenas de hormigón, subsistiendo de cine, tele-
visión e Internet, pasando de una moda a la siguiente,
condicionadas por las opiniones de los demás a través de
unos medios electrónicos en continua expansión hasta el
punto de poner en peligro su personalidad, aunque se
empeñen en proclamar lo contrario. 9

9. Véase el excelente artículo de James Salter: «Once Upon a


Time, Literature. Now What?», The New York Times (13-9-1999).
Salter cita al novelista Don DeLillo sobre las masas que habitan en
ciudades.

-36-
Sólo las masas islámicas han cuestionado seriamente
el estado moral de las ciudades de nuestro tiempo. El
fundamentalismo islámico presta apoyo moral y psico-
lógico a los millones de campesinos que han emigrado a
las Ciudades de Oriente Próximo, el sur de Asia e Indo-
nesia, en cuyos humildes suburbios ven atacados sus va-
lores al mismo tiempo que los abastecimientos de agua y
otros servicios se averían. Así, mientras nuestras elites
hablan sobre la globalización como antiguamente sobre
el marxismo, surge una nueva lucha de clases vinculada a
la religión y las tensiones de la vida urbana en el tercer
mundo.
El siglo xx fue el último de la historia en que la hu-
manidad era mayoritariamente rural. 10 Los campos de
batalla del futuro serán terrenos urbanos muy comple-
jos. Si los soldados norteamericanos no saben luchar y
matar de cerca, la condición de superpotencia de Esta-
dos Unidos queda en entredicho.

La revolución industrial fue de escala: fábricas in-


mensas, rascacielos y redes ferroviarias que concentra-
ron el poder en manos de gobernantes de vastos territo-
rios; no sólo gobernantes responsables como Bismarck
y Disraeli, sino también como Hitler y Stalin, que inten-
sificaron así sus maldades. Pero la revolución postindus-
t_:ial oto_Eg~ poder a cuaJ..9Ei~.r~gue_!_t:;_l]._ga.~~ t~l_~f9no
móvil y_~na bo~a de ex~!gsiv2_s. La superioridad militar

1O. Según Joel E. Cohen, catedrático de demografía en la Rocke-


feller University, se calcula que en 2006 un 50% de la humani-
dad residirá en condiciones urbanas; en 2050, esa cifra aumentará a
un 85%.

-37-
de Estados Unidos garantiza que esos nuevos adversa-
rios no lucharán según los conceptos occidentales de
, 1 justicia: nos atacarán por sorpresa, asimétricamente, en
nuestros puntos más vulnerables, como han hecho a me-
nudo en el pasado.
¡ 1 La asimetría concede a terroristas y criminales infor-
máticos su fuerza, por cuanto esos adversarios actúan
fuera de las normas y sistemas de valores aceptados in-
ternacionalmente en un plano en que la atrocidad es una
forma legítima de guerra. \r"Las enormes dimensiones del'j"
las instituciones democráticas estadounindense hacen que
la planificación militar y la obtención de armas resulten
aparatosas y que haya que dar cuenta de ellas públicamen-
te. Los futuros adversarios de Estados Unidos no estarán
sometidos a tales restricciones. Sus operaciones serán rá-
pidas y sencillas, no dejarán huellas documentales ni se
someterán a supervisión pública; ésa será su ventaja. Los
dictadores insensatos, como Saddam Hussein, que li-
bran guerras convencionales contra Estados Unidos son
excepciones históricas: es más probable una versión quí-
mica y biológica de Pearl Harbar.
Los grupos terroristas tendrán cada vez más acceso a
las armas biológicas. Aun en el caso de que tales armas
continuasen en manos de los estados, tal vez no bastaría
con la diplomacia para neutralizarlas, por cuanto for-
man parte de una revolución tecnológica progresiva e
imparable. De hecho, la aceleración de la tecnología
científica en genética, biología, química, óptica e infor-
mática abre nuevos e inmensos horizontes a la produc-
ción incontrolada de armas.

11. Véase Winn Schwartau: «Asymmetrical Adversaries: Looming


Security Threats», Orbis (primavera de 2000).

-38-
Hay que pensar también que nos hallamos al borde
de un nuevo e importante desarrollo en materia de ex-
ploración espacial y despliegue de satélites. Según cier-
tas estimaciones, un 20% de la economía estadouni-
dense podría destinarse a actividades relacionadas con
el espacio en el año 2025, con programadores de soft-
ware, ingenieros y otros trabajadores cualificados pro-
cedentes de todos los rincones del mundo (sobre todo
del subcontinente indio) que desarrollarían y gestiona-
rían esas nuevas tecnologías para multinacionales im-
plantadas en Estados UnidosY La difusión de ese po-
der a consejos privados puede desencadenar nuevos
males todavía sin nombre; recuerde que los términos
«fascismo», «totalitarismo» y «nazismo» no fueron de
uso corriente hasta las décadas tercera y cuarta del siglo
pasado.
Por otra parte, la tecnología podría magnificar el po-
der de los propios estados, otro factor temible dada la
experiencia estadounidense de los últimos cien años.
Por ejemplo, un estado malévolo podría emplear nuevas
tecnologías para librar una guerra no declarada contra
Estados Unidos, mediante el uso estratégico de bandas
terroristas y criminales, manipulando al mismo tiempo
un poderoso medio de comunicación global para escon-
der sus intencion,es.
Por supuesto que las nuevas tecnologías aportarán
un montón de avances beneficiosos, pero ésa es otra ra-
zón para que los líderes militares y civiles de Estados
Unidos sean prudentes. El optimismo científico de co-
mienzos del siglo xx propició que los europeos no estu-

12. Doctor Brian Sullivan, ponencia sobre doctrina del espacio


para el Mando Espacial de EE.UU.

-39-
viesen preparados para las calamidades que pronto les
llegarían. Los nuevos ingenios brindarán nuevas oportu-
nidades, como siempre han hecho, a la maldad humana.
A diferencia de una espada o un hacha, que actúa como
una prolongación del brazo humano, la máquina no tie-
ne relación alguna con el cuerpo; de este modo se rompe
para siempre el vínculo emocional entre un acto violento
y su autor, lo que amplía considerablemente la esfera de
la perversidad impersonal. Piense en el rifle de asalto,
una máquina que convierte la energía calorífica en ener-
gía cinética. Ésa es otra de las enseñanzas del siglo xx:
el vínculo -cuando no estamos alerta- entre acelera-
ción tecnológica y barbarie.
Hasta ahora tan sólo he mencionado fuerzas motri-
ces: tendencias que ya son visibles (la expansión de po-
blaciones, ciudades, capitalismo, tecnología, división de
clases según el nivel de ingresos, etc.). Pero habrá tam-
bién golpes de refilón: acontecimientos que nos llegan
por sorpresa, como hizo el sida en los años ochenta. 13
Las catástrofes naturales, como inundaciones y terremo-
tos, que desestabilizan los sistemas políticos frágiles,
pueden constituir uno de esos golpes de refilón; la clo-
nación de seres humanos diseñados genéticamente con
fines militares por parte de una potencia en alza como
China puede ser otro. Luego está el calentamiento del
planeta, que podría resultar tanto una fuerza motriz
como un golpe de refilón al precipitar catástrofes natu-
rales y reacciones políticas extremistas a ellas.

13. Los conceptos de «fuerzas motrices» y «golpes de refilón»


fueron empleados en una conferencia por Steven Bernow, del Ener-
gy Group Tellus Institute de Boston, elll de septiembre de 2000 en
New Paltz (Nueva York).

-40-
La palabra «moderno» sugiere un deseo de separar
14
nuestra vida y nuestro tiempo del pasado. Las ideas, la
política, la arquitectura o la música modernas no impli-
can una prolongación del pasado ni una reacción contra
él, sino su rechazo. El término es por tanto una celebra-
ción del progreso. No obstante, cuanto más modernos
seamos nosotros y nuestras tecnologías, más mecaniza-
das y abstractas serán nuestras vidas, más probabilidades
habrá de que nuestros instintos se rebelen y más astutos y
taimados nos volveremos, aunque sea de manera sutil.
Las comunicaciones electrónicas, al permitirnos evi-
tar los encuentros cara a cara, hacen que resulte más fácil
cometer crueldades, por cuanto accedemos a un campo
abstracto de pura estrategia y engaño que comporta po-
cos riesgos psicológicos. Auschwitz fue posible en parte
porque la nueva tecnología industrial distanció a los ge-
nocidas alemanes de sus actos. Un ejecutivo de una em-
presa líder en Internet me dijo que los juegos de poder
corporativo más brutales -en los que se recortan depar-
tamentos enteros al mismo tiempo que se oculta a cada
equipo lo que sucede a los demás- se dan en empresas
en las que las comunicaciones electrónicas han sustitui-
do las relaciones cara a cara.
También la meritocracia alimenta la agresividad, por-
que concede a millones de personas nuevas oportunidades
de dar salida a sus ambiciones, enzarzándose en una com-
petencia desesperada con los demás. Lo vemos claramente
en el trabajo y en los más altos niveles de los negocios, el
Gobierno y los medios de comunicación. En consecuencia,

14. Carl E. Schorske: Thinking with History: Explorations in


the Passage to Modernism, Princenton University Press, Princen-
ton, 1998, pp. 3-4.

-41-
esperar que las relaciones futuras entre estados y otros gru-
pos políticos serán más armoniosas o más sensatas gracias a
los adelantos tecnológicos parece una postura poco realista.
En aquellas sociedades que no puedan competir tec-
nológicamente, existe la posibilidad de que muchos varo-
nes jóvenes, en calidad de guerreros, violen y saqueen casi
de un modo ritual, vistiendo insignias tribales en vez de
uniformes, como los paramilitares serbios y albaneses, los
milicianos indonesios, los guerrilleros musulmanes de
Cachemira, los bandidos chechenos y los soldados rusos.
Por supuesto que lugares como Rusia y Serbia pueden re-
cuperarse política y económicamente, y que sus jóvenes
pueden llegar a ser trabajadores diligentes. Esos lugares
arruinados no formarán jamás una mayoría de países sino
que seguirán constituyendo una minoría periódicamente
cambiante, suficiente para provocar inestabilidad regional
y crisis constantes que los estadistas deben afrontar.
El tópico mediático de la aldea global confiere presti-
gio a los propios medios que lo emplean, como por ejem-
plo la CNN. Pero los estadistas deben intentar resolver
verdades difíciles, no tópicos. Conflicto y comunidad son
factores inherentes a la condición humana. En tanto que
el Occidente postindustrial pretende negar la persisten-
cia de conflicto, África, Asia, el subcontinente indio y el
Cáucaso, entre otros lugares, ponen a prueba su supervi-
vencia mientras grupos étnicos y religiosos tratan de so-
meter a sus rivales y crear sus propios dominios derriban-
do las elites existentes. 15

15. Véanse los ensayos de Raymond Aron: <<Clausewitz» y


<<D'une sainte famille a l'autre», citados en Tony Judt: The Burden
of Responsibility: Blum, Camus, Aran, and the French Twentieth
Century, University of Chicago Press, Chicago, 1998, p. 158.

-42-
Creer que existen soluciones a la mayoría de los pro-
blemas internacionales es tener un conocimiento super-
ficial de la historia. A menudo no hay soluciones, tan
sólo confusión y decisiones insatisfactorias.
Por eso, cuando el general George Marshall-el artí-
• fice de la victoria militar estadounidense en la Segunda
Guerra Mundial y de la reconstrucción de la Europa de
postguerra-llegó a ser el jefe de la Academia de Infan-
tería de Fort Benning (Georgia), en 1927, rechazó el re-
glamento y el énfasis que éste ponía en las «soluciones»
y lo sustituyó por «ejercicios realistas» que inculcaran
16
a los oficiales «iniciativa» y «criterio». El manual de
los presidentes y secretarios de Estado de mañana de-
bería reflejar la sabiduría de Marshall en Fort Benning.
Marshall dudaba .

... un hombre no puede pensar con pleno conoci-


miento y hondas convicciones acerca de[ ...] las cues-
tiones internacionales básicas de hoy sin por lo me-
nos haber revisado mentalmente el período de la
guerra del Peloponeso y la caída de AtenasY

Marshall conocía la historia antigua. También las


nuevas reglas del liderazgo tendrán que basarse en ella.
La historia antigua, como demostraré, es la guía más fia-
ble de lo que probablemente afrontaremos en las prime-
ras décadas del siglo XXI.

16. Véase Barbara W. Tuchman: Stilwell and the American Expe-


rience in China, 1911-45, Macmillan, Nueva York, 1970, p. 123.
17. Del discurso de Marshall en la Princeton U niversity el 22
de febrero de 194 7.

-43-
Éste no es un ensayo sobre qué pensar sino sobre
cómo pensar. No escribo de política específica sino de
política como una consecuencia de la reflexión, no del
sentimiento. Los políticos experimentados como Mar-
shall no se guiaron por la compasión sino por la nece-
sidad y el interés propio. El Plan MarshaU no fue un
regalo para Europa sino un esfuerzo para contener la
expansión soviética; cuando la necesidad y el interés
propio se calculan debidamente, la historia califica ese
pensamiento de heroico.
En opinión de Marshall, un oficial elegante y reserva-
do a quien muy pocos se atrevían a llamar por su nombre
de pila, el heroísmo era consecuencia del criterio sereno,
que se alcanzaba sobre la base de una información inade-
cuada: en un campo de batalla real, la información sobre
el enemigo es siempre incompleta; para cuando se sabe lo
suficiente, ya es demasiado tarde para hacer nada.
Las crisis de la política exterior son como las batallas.
La política interior tiende a basarse en estudios estadísti-
cos y negociaciones prolongadas entre los poderes eje-
cutivo y legislativo, pero la política exterior depende
con frecuencia de la pura intuición para comprender
los acontecimientos, a menudo rápidos y violentos, que
ocurren en el extranjero, complicados por las diferencias
culturales. En un mundo en que la democracia y la tec-
nología avanzan más deprisa que las instituciones nece-
sarias para sostenerlas -mientras los propios estados se
desgastan y son transformados por la era de la urbaniza-
ción y la información hasta resultar irreconocibles-la
política exterior será el arte, más que la ciencia, de la ges-
tión de la crisis permanente.
A medida que las crisis futuras lleguen en oleadas,
nuestros líderes se darán cuenta de que el mundo no es

-44-
moderno ni postmoderno, sino simplemente una conti-
nuación del antiguo: un mundo que, a pesar de sus tec-
nologías, los mejores filósofos chinos, griegos y roma-
nos habrían podido comprender. También lo harían
quienes, como el general Marshall, manifiestan la anti-
gua tradición del escepticismo y el realismo constructi-
vo. Pero escepticismo y realismo son categorías dema-
siado amplias como para constituir una guía útil para
estadistas.
A fin de cuentas, Winston Churchill y N eville Cham-
berlain fueron realistas y calcularon posibilidades y con-
secuencias basándose en la experiencia y los intereses
propios del pasado. El respeto de Churchill por restable-
cer el equilibrio de poder europeo a favor de Inglaterra no
requiere mayores comentarios. Pero también los con-
temporizadores fueron pragmáticos. El rearme de Ale-
manía era normal desde un punto de vista histórico, y a
mediados de los años treinta Hitler podía ser considerado
simplemente como otro dictador despreciable con el que
Occidente tendría que vérselas y no como el maníaco
que se revela en Mi lucha, especialmente cuando, dos dé-
cadas antes, 8,5 millones de hombres habían muerto en
una guerra, producto del error de cálculo y la confusión,
que no aportó beneficios demostrables. Al contrario:
produjo un desastre. Por otro lado, Stalin ya se había sig-
nificado como un genocida, mientras que Hitler (por lo
menos antes del comienzo de la Segunda Guerra Mun-
dial) todavía no. Para los contemporizadores, permitir
una Alemania rearmada para vigilar a la Rusia soviética
parecía una actitud perfectamente razonable.
Pero eso no impidió a Churchill tratar no sólo de con-
tener a Hitler sino también, en último término, de ani-
quilarlo. Y tampoco le impidió temer más a Alemania que

-45-
a la Rusia soviética, aun cuando había sido el propio
Churchill quien, siendo ministro de la Guerra, entre 1919
y 1921, encabezó los esfuerzos occidentales por derribar a
los bolcheviques en la guerra civil que siguió a la Revolu-
ción de Octubre. De hecho, Churchill -que buscó una
alianza con Stalin contra Hitler- había sido siempre el
más anticomunista de los contemporizadores.
La cuestión es: ¿por qué fue Churchill realista de un
modo en que no lo fue Chamberlain? ¿Qué parecía sa-
ber Churchill, en aquella circunstancia concreta, que
puede guiar a los estadistas en las crisis futuras? Respon-
der a estas preguntas constituye el primer paso para
afrontar el mundo que nos aguarda.

-46-
II

THE RIVER WAR DE CHURCHILL

El historiador británico John Keegan escribe: «Nin-


gún otro ciudadano del segundo milenio, el peor de la
historia, mereció más [que Churchill] ser reconocido
como un héroe para la humanidad.» Tanto Churchill
como Franklin Delano Roosevelt, dice Keegan, «sacaron
su objetivo moral de la tradición anglosajona del imperio
de la ley y la libertad del individuo. Cada uno pudo ser el
adalid de esa tradición porque el mar protegió su país de
1
los enemigos de la libertad sin salida al mar».
El 4 de junio de 1940, delante de la Cámara de los
Comunes y tras la evacuación británica de Dunkerque y
con Francia al borde de la derrota, Churchill dijo a su
pueblo: «Defenderemos nuestra isla a cualquier precio.
Lucharemos en los campos de aterrizaje; lucharemos en
los campos y en las calles. [ ...]Jamás nos rendiremos.»
Rara vez unas pocas frases han inspirado tanto a una na-
ción. Isaiah Berlín, el filósofo de Oxford, observó que
Churchill «idealizaba» a sus compatriotas «con tanta in-

1. John Keegan: «His Finest Hour», U.S. News & World Re-
port (29-5-2000).

-47-
tensidad, que al final se acercaron a su ideal y empezaron
a verse tal como él los veía ... ». 2
Hay muchas maneras de explicar el poder y la gran-
deza de Churchill, pero puede que Berlín haya sido
quien mejor lo hizo cuando escribió: «La categoría do-
minante de Churchill, el único principio organizador de
su universo moral e intelectual, es una imaginación his-
tórica tan viva y extensa como para encerrar la totalidad
del presente y la totalidad del futuro en el marco de un
pasado rico y multicolor.» Y puesto que «el sentido más
acusado de Churchill es el sentido del pasado», particu-
larmente la historia antigua, está también, en palabras de
Berlín, «familiarizado con las tinieblas ... ».
Churchill vio claramente las intenciones de Hitler
muy pronto, ya que estaba familiarizado con monstruos
hasta un punto que Chamberlain no alcanzaba. El de
Chamberlain era un realismo superficial. Sabía que su
pueblo quería la paz y gastar su dinero en necesidades do-
mésticas en vez de en armamento, por lo que le concedió
estas cosas. (Cuando Chamberlain regresó de Múnich
después de apaciguar a Hitler, fue aclamado como un
héroe.) Pero Churchill sabía más. Era un hombre con
menos ilusiones, en parte porque había pasado la mayor
parte de su vida -fuera de sus años escolares-leyendo y
escribiendo sobre historia y experimentando directa-
mente las guerras coloniales del Reino Unido como sol-
dado y periodista.~Por eso, sabía cuán intratables e irra-
cionales eran los seres humanos. Como todos los sabios,

2. lsaiah Berlin: << Winston Churchill in 1940», en The Proper


Study of Mankind: An Anthology of Essays, Farrar, Strauss and Gi-
roux, Nueva York, 1998. El ensayo sobre Churchill se publicó por
primera vez en The Atlantic Monthly en 1949.

-48-
pensaba trágicamente: creamos normas morales con el fin
de medir nuestras propias insuficiencias.
Por supuesto, Churchill distaba mucho de ser perfec-
to, especialmente en lo que respecta a su política hacia Hit-
ler. Y tampoco es que Chamberlain haya sido tan obtuso
como mucha gente cree. De haber resultado los aconteci-
mientos sólo un poco distintos, ahora Chamberlain goza-
ría de mayor consideración. Es posible que fuera más desa-
fortunado que insensato. Armar las defensas británicas a
la vez que se analizaban las intenciones de Hitler, como
hizo Chamberlain, tuvo la virtud de ganar tiempo para el
Reino U nido mientras la opinión pública hacía causa co-
mún con el Gobierno para la eventual lucha contra Hitler.
Con todo, hay algo que podemos tildar de churchilliano
que merece la pena estudiar como ideal.
Entre Europa al comienzo de la Segunda Guerra Mun-
dial y los agostados desiertos de Sudán a finales del siglo xrx
hay una notable distancia. Pero es allí donde se revela el
pensamiento de Churchill sobre cuestiones que afrontamos
hoy en día. Es allí donde iniciamos nuestro viaje para to-
mar del pasado las armas que necesitamos para el presente.

A mediados de los ochenta me encontraba enJartum,


la capital de Sudán, cubriendo una hambruna que había
asolado el Cuerno de África. EnJartum di con un libro
sobre el Sudán de cien años atrás: The River War: An
Historical Account of the Re-Conquest of the Soudan.
Era la primera gran obra histórica de Churchill, publica-
da en 1899 en dos volúmenes. 3

3. WinstonS. Churchill: The River War: AnHistoricalAccount ofthe


Re-Conquest of the Soudan, 2 vols., Longmans, Green, Londres, 1899.

-49-
The River War trata de casi dos décadas de la historia
colonial británica, a partir de 1881, cuando Gran Bretaña
intervino militarmente en Egipto para mantener a su go-
bernante, Tawfiq bajá, en el trono después de una revuelta
popular. El bombardeo naval de Alejandría, seguido por
un efectivo desembarco de tropas, había dejado al Reino
Unido la tarea de gobernar Egipto y Sudán, que era una
provincia egipcia. Ese mismo año, la rebelión islámica de
Muhammad Ahmad -llamado el Mahdi, «el Salvador»-
abocó los remotos desiertos de Sudán a un torbellino. El
Reino Unido mandó al general Charles George Gordon,
un condecorado héroe de guerra, a evacuar la guarnición
egipcia en Jartum. Allí las fuerzas del Mahdi rodearon a
Gordon, que resistió un asedio de varios meses hasta que el
primer ministro británico, William Gladstone, envió con
demora una misión de rescate que llegó a la ciudad dos días
después de que Gordon, espada en mano, hubiese muerto
por la acción de guerreros mahdistas. La debacle contribu-
yó al hundimiento del gobierno liberal y al comienzo de un
largo período de dominio conservador en el Reino U nido.
Los conservadores iniciaron el proceso de reconquistar Su-
dán, que incluía la infiltración de espías, la prolongación
del ferrocarril hacia el sur siguiendo el Nilo y el envío de un
cuerpo expedicionario. Todo ello culminó en la victoria del
general Herbert Kitchener sobre el ejército mahdista en
1898, en Omdurman, en la orilla izquierda del Nilo, frente
a Jartum. La batalla de Omdurman fue una de las últimas
de su género antes de la época de la guerra industrial: una
sucesión panorámica de cargas de caballería en la que el jo-
ven Churchill, oficial del 21. 0 Regimiento de Lanceros,
tomó parte. Recuerdos dramáticos de juventud como ésos
debieron de conferir a Churchill una visión más amplia del
destino del Reino Unido que el que tuvo Chamberlain.

-50-
The River War de Churchill, con sus descripciones
generales de «civilización» y «barbarie», sus juicios in-
cómodos sobre las costumbres de otras naciones y pue-
blos y sus escenas de guerra gráficas y pintorescas, se lee
como las Historias de Heródoto y a veces incluso como
la Jlíada de Homero. El mismo hombre que salvaría la
civilización occidental cuatro décadas más tarde escri-
be sobre «negros del color del carbón» que «mostraban
las virtudes de la barb••.rie». Describe los árabes como la
«raza más fuerte» que «imponía sus costumbres y su
lengua a los negros. ( ... ] El egipcio era fuerte, paciente,
sano y dócil. El negro era, en todos estos aspectos, in-
ferior a él». 4 Sin embargo, para Churchill el gobierno
egipcio «no era amable, sabio ni ventajoso. Su intención
era explotar a la población local», no mejorarla: sustitu-
yó «la ruda justicia de la espada» por «las complejida-
des de la corrupción y el soborno». La aseveración de
Churchill de que «el suelo fértil y el clima deprimen-
te del delta [del Nilo]» no lograron generar «una ra-
za guerrera» es el compendio del fatalismo geográfico
-o determinismo, en la terminología de los eruditos-
y por lo tanto lamentable según los criterios de la opi-
nión contemporánea.
También está Churchill, el escritor de viajes, descri-
biendo el «diáfano» aire del desierto que «relucía y res-
plandecía como encima de un horno»; las jors (zanjas
pedregosas) «llenas de una extraña hierba de olor dul-
zón»; «las bayonetas caladas» con el «acompañamiento
frenético y escalofriante» de los «tambores y pífanos de
los regimientos ingleses». En la batalla de Omdurman
el ejército mahdista, con sus estandartes decorados con

4. The River War, Prion, pp. 4-6, 63.

-51-
escrituras del Corán, recuerda al joven Churchill las
«antiguas representaciones de los cruzados en el tapiz de
Bayeux». 5
Churchill anheló siempre drama y paisaje, elementos
que contribuían a la fuerza de sus discursos en tiempo de
guerra. Es como un geógrafo para el que los seres hu-
manos constituyen la fauna inteligente de un territorio.
Explica pacientemente las interrelaciones de precipita-
ción, fertilidad del suelo, clima, elefantes, aves, antílopes
y tribus nómadas. Churchill no es racista: le preocupan
más las diferencias culturales que las biológicas. Afirma
que la vasta superficie de Sudán «contiene muchas dife-
rencias de clima y situación, y éstas han dado origen a
razas peculiares y diversas de hombres». 6 Es un enfoque
similar al de Aristóteles, Montesquieu, Gibbon, Toyn-
bee y otros grandes filósofos e historiadores.
Lo que salva a The River War de incurrir en el fatalis-
mo y limitarse a la mera aventura es que la descripción
ásperamente realista de tribus y desierto hace su con-
quista de lo más significativo e inspirador: un paisaje fí-
sico y humano intratable se erige en el obstáculo que
los hombres rectos superan. Cuanto más adversas pare-
cen ser la historia y la geografía y menos prometedor el
material humano, más prolíficas son las oportunidades
de heroísmo. Porque son los individuos, hombres y
mujeres, además de la geografía, los que determinan
la historia. Como escribe Isaiah Berlín refiriéndose a la
Grecia antigua, la historia es «lo que Alcibíades hizo y
padeció», pese a «todos los esfuerzos de las ciencias so-
ciales» por demostrar lo contrario. The River War se ajus-

5. Ibídem, pp. 122, 160, 161, 164, 182, 193.


6. The River War, original, p. 14.

-52-
ta a esa definición. Es una narración que hace justicia al
genio personal. Tomemos como ejemplo al general Gor-
don, sobre quien Churchill escribe:

Un día era subalterno de zapadores; al siguiente,


mandaba el ejército chino; al otro, dirigía un orfana-
to, o era gobernador general de Sudán, con poderes
supremos sobre la vida y la muerte, la paz y la guerra.
Pero en cualquier calidad[ ... ] observamos un hom-
bre despreocupado tanto de la reprobación de los
hombres como de las sonrisas de las mujeres, de la
vida o el bienestar, de la riqueza o la fama?

Gordon se había distinguido en primer lugar por su


temerario valor en la guerra de Crimea. Tras incendiar el
palacio del emperador chino y contribuir a sofocar la re-
belión de Tai Bing, regresó triunfalmente a Inglaterra en
1865, donde recibió el apelativo de Gordon el Chino. En
la década de 1870 lo encontramos en la región ecuatorial,
en el sur de Sudán, donde dibujó el mapa del curso supe-
rior del Nilo y fundó una serie de puestos coloniales.
Más tarde, como gobernador general de Sudán, aplastó
rebeliones y combatió el comercio de esclavos. Cristia-
no devoto, se hizo acreedor al título de mártir cuando re-
sistió las fuerzas mahdistas en Jartum. Como la descrip-
ción de grandes hombres de Plutarco, la descripCión de
Gordon por parte de Churchill demuestra que el autor se
interesa principalmente en las personalidades y la 8acción
individual, en el deber cumplido y recompensado.

7. The River War, Prion, p. 9.


8. Véase la introducción de Arthur Hugh Clough a la edición
inglesa de 1864 de The Lives ofthe Noble Grecians and Romans.

-53-
Para Churchill, la gloria está arraigada en una mora-
lidad de consecuencias, de resultados reales y no de bue-
nas intenciones. La empresa militar británica en el valle
del Nilo fue admirable sólo porque fue seguida por «la
maravillosa tarea de generar buen gobierno y prosperi-
dad».9 De hecho, los británicos construyeron carreteras
y otras infraestructuras y fomentaron servicios públicos.
En mis múltiples visitas a Sudán en los años ochenta, oí a
sudaneses recordar con orgullo y nostalgia el largo pe-
ríodo de dominio británico y la década de independen-
cia que siguió, antes de que la agitación, la rebelión y el
fanatismo religioso regresaran por primera vez desde
el mahdismo.
Puede que Churchill se haya mostrado a veces inge-
nuo acerca de la influencia duradera del Reino U nido so-
bre sus colonias, pero nunca fue cínico. De hecho, en una
época en que el gobierno democrático recién instaurado
en Sierra Leona implora al Reino Unido que no retire sus
comandos, en que la comunidad internacional mantiene
protectorados en Bosnia y Kosovo para impedir un re-
surgimiento del genocidio étnico, en que un cuerpo de
ocupación australiano contribuye a salvaguardar los
derechos humanos en Timor Oriental, es difícil condenar
a Churchill por haber apoyado intervenciones colonialis-
tas que aportaron estabilidad y una mayor calidad de vida
a los lugareños. Lo cierto es que la retórica de Churchi11 y
algunas de sus intenciones son asombrosamente pareci-
das a las de los intervencionistas morales de hoy en día.
Churchill escribe que el colonialismo británico en el
valle del Nilo era honesto porque pretendía lo siguiente:

9. De la introducción de Churchill en 1933 a una versión corre-


gida de The River War, Prion, p. xiii.

-54-
... llevar la paz a las tribus en lucha, administrar
justicia donde todo era violencia, quitar las cadenas a
los esclavos, extraer la riqueza del suelo, sembrar las
primeras semillas del comercio y el saber, acrecentar
en pueblos enteros sus aptitudes para el deleite y re-
ducir las posibilidades de dolor. ¿Qué idea más her-
mosa o qué recompensa más valiosa puede inspirar el
esfuerzo humano? La acción es honrada; el ejercicio,
estimulante, y los resultados suelen ser sumamente
provechosos. 10

Cuando Occidente se planteó intervenir en la antigua


Yugoslavia y en otros lugares, también quiso reemplazar
la violencia por justicia, acabar con las indignidades hu-
manas, poner los cimientos para la renovación comercial,
etcétera. Por supuesto, Occidente no pretendía sacar pro-
vecho ni «extraer las riquezas del suelo», como deseaban
Churchill y otros colonialistas británicos. Tampoco man-
tenía Occidente un punto de vista racista acerca de los ha-
bitantes del lugar como el que tenían los británicos.
Por otra parte, en un mayor grado que los defenso-
res de la intervención moral en los años noventa, Chur-
chill estaba atento a las consecuencias prácticas y a las
ventajas morales de las empresas militares. Demues-
tra cómo la derrota de los italianos en Etiopía en 1896
pudo inspirar al fundamentalismo islámico el ataque a
las guarniciones egipcias probritánicas apostadas en
Sudán. Así pues, el restablecimiento del equilibrio de
poder en el noreste de África fue un motivo clave para

10. Véase Paul A. Rahe: «The River War: Nature's Provision,


Man's Desire to Prevail, and the Prospects for Peace». Véase tam-
bién The River War, original, pp. 18-19.

-55-
la expedición del general Kitchener. 11 Fue una expedi-
ción que el Reino Unido podía permitirse, ya que go-
zaba de un período de paz y prosperidad económica. El
Reino Unido se contaba entre las principales naciones
industriales y centros financieros de la época. Y ésa
puede ser la similitud más seductora entre la interven-
ción británica en Sudán y la estadounidense en los Bal-
canes: en los noventa, Estados U nidos era una nación
en paz que disfrutaba del cómodo predominio hereda-
do de su victoria en la guerra fría. Por eso pudo permi-
tirse una empresa moral cuyas ventajas estratégicas si-
guen siendo objeto de discusión.
A sus veintitantos años, Churchill no se engaña so-
bre las realidades locales. Es consciente de los errores de
los aliados del Reino U nido en Egipto, hasta un extremo
al que no llegaron muchos estadounidenses en Vietnam
del Sur en los años sesenta. Explica que la opresión egip-
cia, en vez del fanatismo religioso, fue la verdadera causa
de la revuelta mahdista. Los sudaneses, dice, se estaban
«arruinando; sus bienes eran robados; sus mujeres eran
violadas; sus libertades eran reducidas [... ]». 12 Churchill
tampoco es ajeno a los errores de Gordon, por mucho
que admire al general mártir. Compara el misticismo
cristiano y la personalidad inestable de Gordon con el
fanatismo mahdista.
Pero el escepticismo de Churchill jamás conduce a la
desesperación. Apoya la acción militar, con la condición
de que merezca la pena moral y estratégicamente, que
esté dentro de las posibilidades de su país y que no se en-
gañe en cuanto a las dificultades: el clima, las enormes

11. Churchill: The River War, Prion, p. 69.


12. The River War, original, p. 35.

-56-
distancias, las facciones guerreras locales y el subdesa-
rrollo general de la región.
Churchill volvió a demostrar que era un hombre sin
ilusiones cuando instó a Estados U nidos a retrasar, de
1942 a 1944, una operación a través del canal de laMan-
cha contra la Europa ocupada por Alemania: su altísi-
mo optimismo, necesario para unir a Inglaterra en los
días sombríos de 1940, se transformó enseguida en caute-
la tan pronto como Estados Unidos entró en la guerra.
Cuatro décadas antes, en Sudán, Churchill había escrito
sobre cómo la lenta y metódica concentración contra
los mahdistas a finales de los años ochenta y en los no-
venta del siglo XIX garantizó la subsiguiente victoria
británica. Su paciencia y moderación salva la distan-
cia entre realismo e idealismo. Puede que el realista
tenga los mismos objetivos que el idealista, pero en-
tiende que a veces es necesario posponer la acción para
asegurar el éxito.

Churchill el archicolonialista es indisociable del Chur-


chill que se enfrentó solo a Hitler. El lenguaje llamati-
vo, apasionado y rítmico que inspiró a los millones de per-
sonas que le escucharon por radio en 1940 está omnipre-
sente en las páginas de The River War. Tanto en la última
década del siglo XIX como cincuenta años después, el beli-
cismo impenitente de Churchill emanaba no de la prefe-
rencia por la guerra, sino de un emotivo sentido victoriano
del destino imperial, amplificado por lo que lsaiah Berlín
llama una rica imaginación histórica. En un brillante análi-
sis de The River War, el estudioso estadounidense Paul A.
Rahe vincula el estilo y la cosmovisión del Churchill de
veinticinco años con los de los historiadores antiguos de

-57-
13
Grecia y Roma. Churchill sabe que si una nación es prós-
pera, siempre tiene algo por lo que luchar:

Porque, como en el estado romano, cuando ya no


hay mundos que conquistar ni rivales que destruir,
las naciones cambian el deseo de poder por el amor al
arte, y así, por medio de una debilitación y un declive
graduales pero continuos, pasan de las vigorosas be-
llezas de los desnudos a los atractivos más sutiles de
los vestidos, y entonces se sumen en el verdadero
erotismo y la máxima decadencia. 14

El hombre que celebró la empresa colonialista de su


nación y más tarde la llevó a la guerra contra una Alema-
nia mucho más fuerte estaba profundamente inmerso no
sólo en la historia de su propio país y civilización, sino
también en la historia antigua: lo cual ilustra que sin lu-
cha -y la sensación de inseguridad que la motiva- hay
decadencia. En el siglo I a.C. Salustio escribe: «La di-
visión del Estado romano en facciones guerreras [... ] se
había originado unos años antes, como consecuencia de
la paz y de esa prosperidad material que los hombres
consideran como la mayor dicha», por cuanto «los vicios
predilectos
15
de la prosperidad» son «libertinaje y orgu-
1Io». La comprensión de esta verdad por parte de Chur-
chill contribuye a justificar su inflexibilidad, que los grie-

13. Véase el ensayo de Rahe en Churchill as Peacemaker, Cam-


bridge University Press, Cambridge (Reino Unido), 1997, pp. 82-119.
14. Churchill: The River War, original, pp. 19-20.
15. Salustio: The ]ugurthine War, Penguin, Nueva York, 1963,
p. 77. [La conjuración de Catilina. La guerra de Yugurta, Alianza
Editorial, S.A., Madrid, 2000.

-58-
gos asociaban con «virilidad» y el «concepto heroico». 16
The River War y los discursos de Churchill durante
la Segunda Guerra Mundial son ejemplos de un tipo
concreto de testarudez: la capacidad de establecer prio-
ridades morales. Los contemporizadores consideraban
moralmente repugnante pretender una alianza con Sta-
lin o apoyar un golpe militar contra Hitler, puesto que
había accedido al poder democráticamente, a pesar de
los pactos postelectorales entre bastidores. Los con-
temporizadores, escribe el profesor Rahe, dieron rienda
suelta a sus sensibilidades morales a un alto precio; «eran
más amables que sensatos. Al negarse a cometer el más mí-
nimo pecado, incurrieron en un error mucho más grave».
Hoy en día, a diferencia de finales de los treinta, no
afrontamos una amenaza de las dimensiones de Hitler.
El carácter bipolar de la Segunda Guerra Mundial y las
alianzas de la guerra fría han dejado de ser patentes. La
situación de Occidente es más parecida a la de los últi-
mos victorianos, que tuvieron que enfrentarse con peque-
ñas guerras sucias en rincones anárquicos del globo como
Sudán. 17 ¿Acaso es exagerado imaginar una expedición a
través de extensiones desérticas similares para capturar
otro personaje mesiánico como Osama hin Laden?
The River War muestra el mundo antiguo dentro del
moderno. Demuestra que sólo aceptando la geografía y
el largo registro de la historia es posible superarlos: tales
fuerzas coactivas deben vencerse, no negarse. Así, un en-
foque churchilliano de la política exterior empieza con
humildad, viendo cómo las luchas de hoy son asombro-
samente parecidas a las de la Antigüedad.

16. Véase C. Maurice Bowra: The Greek Experience, World,


Nueva York, 1957, caps. 2 y 10.
17. Véase Rahe, op. cit.

-59-
III
LA GUERRA PÚNICA DE TITO LIVIO

Sin lugar a dudas, el mundo antiguo era distinto al


nuestro. Heródoto recoge costumbres y atrocidades que,
si bien nos resultan extrañas y espantosas, eran comunes
2.500 años atrás: los isedones de Asia central cortaban en
trozos los huesos de los muertos y los mezclaban con los
de las ovejas; los escitas degollaban víctimas de sacrificio
sobre una palangana, luego las desmembraban y lanza-
ban las partes cortadas al aire; los tracios lloraban el na-
cimiento de un bebé debido al sufrimiento que debería
soportar a lo largo de la vida y se alegraban en los entie-
rros porque el dolor de la existencia había terminado; los
persas elegían los niños varones más hermosos de sus
poblaciones sometidas y los castraban, a la vez que ente-
rraban vivos a otros. Es posible que Heródoto exagerara
tales horrores o incluso se inventara algunos, pero en su
época la crueldad estaba a la orden del día y solía pasar
desapercibida, así como en los tiempos subsiguientes los
gladiadores luchaban hasta la muerte, los cristianos eran
arrojados a leones hambrientos, etc.
No hay necesidad de extenderse más sobre las di-
ferencias entre pasado y presente. No obstante, las se-

-61-
mejanzas con nuestro tiempo son extrañas, porque las
pasiones y las motivaciones humanas han cambiado
poco en el transcurso de los milenios. Los conoci-
mientos sobre la época antigua nos ayudan a compren-
der la nuestra: «Nada es grande ni pequeño salvo por
comparación», escribe Jonathan Swift. 1 En su obra
maestra Los viajes de Gulliver, los gigantes de Brob-
dingnag permitieron a Gulliver ver mucho más lejos
de la vanidad de su propia civilización, mientras que
los diminutos habitantes de Lilliput -caricaturas de
los hombres modernos- «ven con gran precisión,
pero no muy Iejos». 2
Escuchando el discurso público en Estados Unidos,
uno podría pensar que la moralidad es enteramente una
invención judeocristiana. Pero éste fue el tema central del
escritor pagano Plutarco en sus perfiles de grandes hom-
bres.3 Comparando Alcibíades, un político griego, con
Coriolano, un general romano, Plutarco observa que
mantener el poder «mediante el terror, la violencia y la
opresión no es sólo una desgracia sino también una injus-
ticia».4 Cuando Séneca arremete contra los líderes que
demuestran ira, es porque muchos de los estados que co-
nocía poseían instituciones débiles o inexistentes que no
podían restringir a sus gobernantes, igual que algunos es-
tados actuales del mundo en vías de desarrollo. 5

1. Jonathan Swift: Gulliver's Travels, p. 90.


2. Ibídem, p. 55.
3. Véase Plutarco: The Lives ofthe Noble Grecians and Ro-
mans. Aunque Plutarco vivió a principios de la era cristiana, fue sa-
cerdote en el templo pagano de Delfos.
4. Ibídem, vol. 1, p. 322.
5. Véase Séneca: Moral and Política! Essays, Cambridge Uni-
versity Press, Cambridge (Reino Unido), 1995, pp. 15, 155.

-62-
Y cuando Cicerón dice, en el siglo 1 a.C., que «todos
los cimientos de la comunidad humana» están amena-
zados por tratar a los extranjeros peor que a los ciuda-
danos romanos, ya sienta la base de la sociedad interna-
cional. 6 Los tiempos han cambiado menos de lo que
creemos.

Pocos autores demostraron más interés que Tito Li-


vio, el historiador de principios y mediados de la Repú-
blica romana, por la moralidad y la repercusión que los
individuos tienen sobre los acontecimientos. Y pocas
obras demuestran tanto la extraña semejanza entre el
mundo anúguo y el recientemente extinto siglo XX
como Aníbal contra Roma, un relato aleccionador con
muchas similitudes con la Segunda Guerra Mundial
que parece prevenir contra la arrogancia de nuestro
tiempo.?
Como las generaciones anteriores, los hijos de la ex-
plosión demográfica creen en su singularidad: que su
época es única y que son más sensatos y sabios que aque-
llos que les precedieron. Tito Livio exhorta contra este
amor propio perenne a la vez que ilustra lo común que
ha sido. Cuando un general cartaginés no logra conven-
cer a sus paisanos de que su buena suerte no puede durar
siempre, Tito Livio comenta irónicamente que «es hu-
mano negarse, en una época de regocijo, a escuchar ar-

6. Véase Cicerón: Selected Works, p. 168.


7. El profesor Donald Kagan escribe: «Como la guerra contra
Aníbal, la Segunda Guerra Mundial surgió de grietas en la paz prece-
dente y el fracaso de los vencedores a la hora de modificar o defender
de una forma vigilante y enérgica la solución que impusieron.>> En
On the Origins ofWar and the Preservation of Peace, p. 281.

-63-
gumentos que convertirían la sustancia de la misma en
una sombra». 8
Tito Livio nació en Patavium (Padua) en el año 59 a.C.
y murió en Roma en el17 d.C. Consagró la mitad de su
vida a escribir una extensa historia de Roma en 14 2 li-
bros, de los que Aníbal contra Roma comprende desde
el 21 hasta el 30. 9 Tito Livio no participó en política y
por tanto no tenía de ella un conocimiento de primera
mano. Tampoco estuvo muy implicado en el mundo li-
terario de su tiempo, al que pertenecían los poetas Hora-
cio y Virgilio. A diferencia de éstos, desconfiaba de la
prosperidad de la época y consideraba su decadencia el
comienzo del declive de Roma. De hecho, mientras que
Horacio realizaba profecías triunfalistas de dominio
mundial y Virgilio adulaba de vez en cuando a Augusto,
Tito Livio advertía de los peligros que acechaban en el
horizonte y que sus conciudadanos romanos preferían
pasar por alto. 10 Tito Livio, el observador objetivo por
excelencia, sigue siendo leído por sus pintorescas des-
cripciones de hombres y acontecimientos y sus llamati-
vas ideas sobre la naturaleza humana.
Aníbal contra Roma muestra una versión antigua de
patriotismo: el orgullo por el propio país, sus estandartes
e insignias y su pasado. Leyendo a Tito Livio, uno entien-
de por qué en Estados U nidos el hecho de exhibir la han-

8. Véase Tito Livio: The War with Hannibal, libros 21-30 de The
History ofRome from lts Foundation, Penguin, Nueva York, 1965, p. 182.
9. De los 142libros, se han perdido todos excepto 35.
• 10. Véase el ensayo de Henry Francis Pelham, catedrático de
Oxford y conservador de la Bodleian Library, en la undécima edi-
ción de The Encyclopaedia Britannica, Nueva York, 1910-1911. De
los dos, Virgilio era más propenso al triunfalismo que Horacio, quien
de vez en cuando exhibe un agudo sentido de la fragilidad del poder.

-64-
dera en el Día de los Caídos y en el4 de Julio es un acto
virtuoso y por qué el orgullo nacional es un requisito pre-
vio para una política exterior churchilliana.
Los distintos libros de Tito Livio proporcionan
imágenes ortodoxas de virtud patriótica y sacrificio ex-
tremo. Lucio Junio Bruto, el comandante romano de fi-
nales del siglo VI a.C. que derrocó a los reyes etruscos,
preside la ejecución de sus propios hijos por traición.
Cayo Mucio Escévola, otro comandante romano, pone
su mano sobre un brasero para demostrar a los etrus-
cos que soportará cualquier dolor para derrotarlos. 11
Y también está la célebre descripción que Tito Livio
hace de Lucio Quincio Cincinnato, quien, en el año 458
a.C., fue «llamado a dejar su arado» para llevar refuer-
zos a un ejército romano asediadoY Cincinato fue ele-
gido dictador gracias a sus proezas, pero en cuanto ter-
minó la crisis militar dimitió de su cargo. En el relato de
Livio, cuando Cincinnato se pone una toga y cruza el Tí-
ber alejándose de su hacienda, sacrifica simbólicamente
su familia para servir a la República, arriesgando su
prosperidad por su paísY Su regreso posterior a la ha-
cienda demuestra que el poder es menos importante
para él que el bienestar de su familia, una vez que lapa-
tria ya no está en peligro. Por mucho que Tito Livio
adorne el relato, sus valores son tales que podemos iden-
tificarnos con ellos. Como Alexis de Tocqueville, com-

11. Véase Andrew Feldherr: Spectacle and Society in Livy's


History, University of California Press, Berkeley, 1998, p. 120. Los
episodios de Bruto y Escévola figuran en el segundo libro de la his-
toria de Roma de Tito Livio.
12. En el libro tercero de la historia de Roma de Tito Livio.
13. Véase Feldherr, op. cit.,pág. 120.

-65-
prende que una república sana se deriva de vínculos cí-
vicos y familiares sólidos.
Los errores objetivos de Tito Livio y su visión ro-
mántica de la República romana no deberían apartarnos
de sus grandes verdades. Merece la pena reiterar que los
clásicos no se leen por sus detalles objetivos, sino por la
ayuda que nos brindan para pensar en nuestro propio
tiempo. Debemos recuperar el atractivo que los clási-
cos tenían para los estudiosos del siglo XIX como Chur-
chill, quienes los leían no como críticos o verificadores
de la realidad sino por su inspiración, y porque debían
hacerlo.
De hecho, la creencia de Tito Livio en la urbanidad
de Roma es menos romántica de lo que parece. Se basa
en la firme consecución de un gobierno constitucional:
pese a las tensiones bélicas, se celebraban elecciones y
censos anuales, se organizaban levas para el ejército y se
escuchaban imparcialmente las peticiones de exención. 14

La Primera Guerra Púnica se inició con una disputa


local entre colonos romanos y griegos en Siracusa que,
alimentada por complicadas alianzas, enfrentó a Roma y
Cartago por toda Sicilia. Terminó con la derrota de Carta-
go, a la que Roma impuso una compensación abrumadora
y humillante. Al igual que en la Europa del siglo xx, esto
desembocó en un segundo conflicto. Aníbal contra Roma
es la crónica de la Segunda Guerra Púnica, que se sucedió
durante diecisiete años ininterrumpidos en Europa y el
norte de África hasta el202 a.C., en una serie de grandes

14. Véase la introducción de Betty Radice a The War with


Hannibal.

-66-
batallas que asolaron la mayor parte de la región medite-
rránea. La victoria de Roma en la Segunda Guerra Púnica
la convirtió en potencia universal, lo mismo que sucedió a
Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial.
• Tito Livio comienza su relato calificando la.?egun-
da Guerra Púnica de «la guerra más memorable de la 4is-
toria» .15 N o sería ninguna exageración definirla cog1o
una de las mayores guerras de todos los tiempos. La lu-
cha abarcó lo que en Occidente se~derab~ el ~n­
cfo conocido.
Se ha acusado a Tito Livio de idealizar a Aníbal, el co-
mandante cartaginés. Sin embargo, un lector que se en-
frente al texto por primera vez podrá ver algo más: que el
Aníbal de Tito Livio -en su ansia nihilista de violencia
y agitación- presenta elementos de un Hitler de la era
pretecnológica. Incluso para los criterios de su tiempo,
Aníbal era un ser despiadado: confiscaba tierras y que-
maba niños vivos sin más razón que el hecho de la con-
quista. Aníbal es un líder falsamente heroico; necesita
la guerra para legitimar su dominio y satisfacer su sed
de muerte. 16 Como Hitler, estaba amargado por la paz
impuesta e injusta de una guerra anterior. Sin embargo,
Aníbal culpa a su gente en lugar de a sí mismo por su de-
rrota, dando a entender que los cartagineses no son lo
bastante dignos de él.

15. Tito Livio: The War with Hannibal, p. 23. Las palabras de
Tito Lívio reproducen las de Tucídides en el primer libro de Histo-
ria de la guerra del Peloponeso, donde dice que escribió su libro
porque preveía que sería la guerra más importante de la historia.
16. Véase el apartado sobre Hitler en John Keegan: The Mask
of Command, Viking Penguin, Nueva York, 1987. [Versión en cas-
tellano: La máscara del mando, Ministerio de Defensa, Subdirec-
ción General de Publicaciones, Madrid, 1991.]

-67-
Aníbal tuvo la ventaja de atacar a un enemigo moral-
mente exhausto tras una guerra anterior. Como sucedió
con el Congreso de Estados U nidos -que permaneció
impasible mientras Hitler violaba el tratado de Versalles,
entraba en Renania y atacaba Polonia-, el Senado de
Roma tuvo muchas dificultades para enfrentarse con la
amenaza de Aníbal después de que violara el tratado que
puso fin a la Primera Guerra Púnica y se apoderara del
territorio romano en España. 17 «Los romanos apartaron
la mirada, y luego emprendieron acciones que eran ina-
decuadas para su fin», escribe Donald Kagan, catedráti-
co en Yale, comparando los orígenes de la Segunda Gue-
rra Púnica con los de la Segunda Guerra Mundial. 18 La
política contemporizadora estuvo presente en el Senado
romano: aristócratas rooseveltianos advertían de los pe-
ligros que Cartago encarnaba, mientras que provincia-
nos aislacionistas se resistían a la acción. Cuando Aníbal
presionó sobre Roma después de abandonar España y
cruzar los Alpes para entrar en Italia, el tribuno populis-
ta y aislacionista Quinto Bebio Herenio dijo al Senado
que sólo la nobleza quería la guerra. Para cuando el Se-
nado se dio cuenta de que debía actuar, el único recurso
que quedaba era la guerra total.
En 216 a.C., con «casi toda Italia invadida» y decenas
de miles de soldados romanos aniquilados por Aníbal en
la batalla de Cannas, en el sureste de Italia, la situación de

17. De hecho, las primeras incursiones de Roma en Córcega y


Cerdeña fueron también violaciones del tratado. El profesor Kagan,
en su excelente libro, escribe que la paz que Roma había impuesto a
Cartago «fue de lo más inestable: amargó a los perdedores sin privar-
les de la capacidad de vengarse». Véase On the Origins ofWar, p. 255.
18. Ibídem, p. 273.

-68-
Roma parecía la del Reino U nido después de Dunkerque
y antes de la batalla de Inglaterra. 19 «No tenía parangón
en la historia [... ] aquello que Roma se disponía a afron-
tar», escribe Tito Livio con unas palabras que presagian
las de ChurchilJ.2° Como la Inglaterra de Churchill, Roma
se negó a pedir la paz y siguió luchando.
La limitada democracia de Roma suponía una des-
ventaja a corto plazo. Su constitución otorgaba el man-
do militar compartido a dos líderes elegidos para un año,
lo que solía conllevar una estrategia incompetente. 21 Por
otra parte, el estado romano no siempre podía obligar a
la población a hacer lo necesario para derrotar a Aníbal.
Las agrias discusiones entre .las autoridades y los pue-
blos que padecían en toda Italia eran frecuentes. No
obstante, fue el trato liberal que tuvo Roma con esos
mismos pueblos súbditos -algo nuevo en la historia del
Mediterráneo-lo que en el fondo impidió que se rebe-
laranY A largo plazo, fue la democracia -aunque una
sombra de las democracias occidentales de hoy en día-
lo que hizo de Roma una nación hasta un punto al que
Cartago no pudo llegar. Tito Livio, citando al cónsul ro-
mano Varrón, dice que Cartago era una «soldadesca bár-
bara», porque sus tropas «no sabían nada de la civiliza-
ción de la ley». 23
El ejército cartaginés estaba formado por mercena-
rios que hablaban distintas lenguas, con los que Aníbal
sólo podía comunicarse mediante intérpretes. La falta de
19. Tito Livio: The War with Hannibal, p. 154.
20. Ibídem, pp. 154-155.
21. Véase Susan Raven: Rome in Africa, Evans Brothers, Lon-
dres, 1969, capítulo 3: «The Wars Between Rome and Carthage>>.
22. Ibídem.
23. Ibídem, p. 172.

-69-
un objetivo común contribuyó a la derrota de Cartago.
Irónicamente, los múltiples debates internos de Roma le
conferían una estabilidad latente que anticipaba la aseve-
ración de Maquiavelo de que los estados eficaces requie-
ren un grado moderado de agitación para favorecer un
dinamismo político sano.
La guerra de Roma contra Aníbal necesitaba el equi-
valente romano de la presidencia ejecutiva de Estados
Unidos en la Segunda Guerra Mundial y la guerra fría. El
Senado romano -una oligarquía prestigiosa- gobernó
como un consejo de guerra supremo, mientras que las
24
asambleas electas vieron cómo languidecía su poder. El
Senado reconoció la amenaza cartaginesa a tiempo, pero
empezó con cautela mientras la población romana, anta-
ño muy pasiva ante las victorias de Aníbal en España,
ahora clamaba venganza contra él. Tito Livio nos dice que
la «prudente táctica dilatoria» del cónsul Quinto Fabio
Máximo rompió «la terrible continuidad de derrotas ro-
manas», lo que hizo temer a Aníbal que Roma había ele-
gido por fin un líder militar competente. Pero, dentro de
Roma, las acciones de Fabio Máximo «no recibieron más
que desprecio>>. 25 Tito Livio, citando a Fabio Máximo,
dice: «No importa que califiquen tu prudencia de timi-
dez, tu sabiduría de pereza, tu estrategia de debilidad; es
preferible que un enemigo sabio te tema a que los amigos
necios te elogien.>>26 Así, Tito Livio nos recuerda cómo la
opinión pública -las clamorosas opiniones de los que
nos rodean- puede a menudo equivocarse.

24. Véase la introducción de Betty Radice a The War with


Hannibal. .
25. Tito Livio: The War with Hannibal, p. 120.
26. Ibídem, p. 139.

-70-
¿Es el Aníbal de Tito Livio real? Incluso los detra~to­
res de Tito Livio admiten que éste poseía una percepción
extraordinaria de las personalidades y su influencia en los
acontecimientos. Si bien puede haber pecado un poco de
popularizador romántico, es posible que la perspectiva
de Tito Livio ilustre cómo los romanos de lól época au-
gusta veían su pasado y a sus enemigos. De hecho, de no
haber sido por Tito Livio (y Cicerón), es d11doso que el
republicanismo hubiese sobrevivido como ideal en Ro-
ma, aunque no fuese restablecido en la práctica.
La diferencia entre la Roma de la época de Tito Livio
y la Roma en tiempos de lq. Segunda Guerra Púnica, más
de doscientos años antes, se acerca a la diferencia entre
Estados Unidos durante la guerra fría y en tiempos de la
Segunda Guerra Mundial. En vida de Tito Livio, Roma
vio el declive de pequeñas haciendas, el traslado de la
poblac;;ión a ciudades y suburbios, la ~parición de una
plutocracia en una sociedad más compléja. opulenta, y
revueltas contra el aumento de los impuestos y el s~rvi­
cio militar, mientras que la Roma de la Segunda Guerra
Púnica había viviqp un período de unidad y patriotismo
relativos contra un poderoso enemigo.
La historia de Tito Livio combina orgullo y nostalgia,
tanto como los libros a¡;:tuales celebran la generación de la
Segunda Guerra Mundial. Cuando los enviados de Roma
entran en el Foro para anunciar a un pueblo eufórico y llo-
roso que un ejército cartaginés ha sido derrotado cerca
de Sena, en el noreste de Italia, y que el general cartagi-
nés Asdrúbal ha muerto, el tiempo se contrae al evocar
otras multitudes concentradas en las esquinas de las calles
para oír las noticias de la rendición alemana y japQnesa.
. Tito Livio enseña que la energía necesaria para en-
frentarnos a nuestros adversarios debe emanar en el fon-

-71-
do del orgullo por nuestro pasado y nuestros logros. No
hay que avergonzarse de ver nuestro pasado con roman-
ticismo, sino que es algo que debe cultivarse.
Tito Livio ofrece también otras enseñanzas. Cuando,
después de una derrota militar, Roma opta por un dicta-
dor, Tito Livio explica que eso se debe a que «un cuerpo
enfermo es más sensible al dolor que uno sano»; un país
desesperado elegirá una solución extrema después de un
trastorno menorY La elección del cuasidictador Alberto
Fujimori en Perú, en 1990 -y, más recientemente, del
general Hugo Chávez en Venezuela y del general Pervez
Musharraf en Pakistán-, ilustra esa verdad. Cuando
Cartago infringe un pacto de no agresión con Roma,
Tito Livio observa que las «cuestiones de la ley» carecen
en buena parte de sentido a menos que reflejen el equili-
brio de poder sobre el terreno/ 8 un aspecto que el huma-
nista francés Raymond Aron también comenta dieci-
nueve siglos Jespués:

Los hombres saben que a la larga el derecho inter-


nacional debe someterse a la realidad. Un status territo-
rial termina invariablemente por ser legalizado, siempre
y cuando perdure. Una gran potencia que quiera im-
pedir a un rival realizar conquistas debe armarse y no
proclamar con antelación una desaprobación moral.Z9

Las escenas de espantosas carnicerías -hombres dur-


miendo sobre cadáveres, pueblos enteros exterminados, ba-

27. Ibídem, pp. 102-103.


28. Ibídem, p. 42.
29. Raymond Aron: Peace and War: A Theory of International
Relations, p. 305.

-72-
tallas tan intensas que incluso· un terremoto pasa desaperci-
bido-- demuestran con todo detalle que los horrores de la
guerra no han cambiado.30 Después de leer a Tito Livio,
cabe incluso imaginar que Vietnam será recordado dentro
de cien años como un oscuro conflicto fronterizo en los
confines del imperio estadounidense de la guerra fría, uno
que quebró temporalmente el vínculo entre la elite gober-
nante y una gran parte de los ciudadanos. O también podría
verse Vietnam como otra Siracusa, la rica ciudad siciliana
que los atenienses trataron de someter durante la guerra del
Peloponeso en una expedición que fracasó estrepitosamen-
te porque -como ocurrió con la política estadounidense
en Vietnam a principios de los sesenta-unos líderes insen-
satos intentaron conquistar mucho y demasiado lejos .
..- Tanto la Segunda Guerra Púnica como la Segunda-
Guerra Mundial son episodios de un drama interminable
de hitos trascendentales, cuya trama no se determina nun-
ca con antelación y que tenemos la capacidad de alterar
completamente, siempre y cuando creamos en nosotros
mismos como Roma hizo cuando fue desafiada por Aní-
bal. Si bien la historia de Tito Livio puede empañar la uni-
cidad de nuestras luchas, muestra también cuán heroicas
pueden parecer esas batallas dentro de unos milenios,
cuando las generaciones futuras serán inspiradas por nues-
tros triunfos sobre el fascismo y el comunismo tal como
Livio nos inspira a nosotros con su relato de la victoria de
Roma sobre Cartago. Así pensaba Churchill en el pasado,
..- y así deberían pensar en él también nuestros líderes.

30. Ibídem, pp. 96-100. No sólo la Segunda Guerra Mundial y


Vietnam, sino también Masada. El suicidio colectivo de los comba-
tientes de la resistencia judía contra Roma en el año 73 d. C. presen-
ta cierta semejanza con el suicidio colectivo de los senadores de Sa-
gunto en 218 a. C., antes de ser capturados por Aníbal.

-73-
IV

SUN ZI Y TUCÍDIDES

Una crisis exterior, corno la guerra, «es el campo de la


incertidumbre [... ] oculta en la niebla de una incertidum-
bre mayor o menor», según el general prusiano Karl von
Clausewitz. Y en esa niebla de incertidumbre, una inteli-
gencia amplia «es llamada para sondear la verdad con
criterio instintivo» .1
La política exterior es lo contrario del conocimiento
general: incluso con los mejores espías, vigilancia por sa-
télite y expertos en la región, subsiste siempre una carga
crítica de oscuridad provocada no sólo por la ausencia
de información sino también por su exceso y la confu-
sión en la que éste puede desembocar. El criterio instin-
tivo es fundamental. Un presidente o un líder puede po-
seer un intelecto pobre, pero aun así mostrar un buen
criterio. Maquiavelo, parafraseando a Cicerón, explica
que un hombre ordinario que valore la libertad identifi-

l. Karl von Clausewitz: On War, p. 243. Todas las referencias


de página corresponden a la edición en rústica de 2000 de Modern
Library, publicada junto con The Art ofWarfare, Ballantine, Nueva
York, 1993, de Sun Zi.

-75-
cará a menudo la verdad. 2 Ronald Reagan fue un hombre
así. 3 Reagan, como Harry Truman, era más culto de lo
que la mayoría de la gente cree (Truman llevaba consigo
a Plutarco en sus viajes), pero ambos carecían de preten-
siones intelectuales y de formación académica y ambos
fueron despreciados por las elites políticas de su tiempo.
Un secretario de Estado o ministro de Asuntos Exte-
riores debe convertir los impulsos de un presidente en
una actuación compleja. Esto requiere una formación
intelectual, de la que la literatura es la gran proveedora,
ya que aumenta la propia experiencia con la perspicacia
de las mentes más preclaras. Por ejemplo, Clausewitz,
que definió la guerra y la estrategia para los lectores de
los siglos XIX y xx, se empapó de las obras románticas y
poéticas de Friedrich von Schiller y de la filosofía moral
de Immanuel Kant. 4
Si la literatura es el recurso silencioso de los estadis-
tas, entonces no existen obras más afines a nuestros
propósitos que los antiguos clásicos sobre guerra y po-
lítica, los cuales proporcionan una distancia emocional
del presente particularmente valiosa en una era mediá-

2. Véanse Maquiavelo: Discourses on Livy, Oxford University


Press, Nueva York, 1997, p. 30 y Cicerón: Selected Works.
3. Una encuesta entre 58 historiadores, realizada por C-SPAN
y publicada el21 de febrero de 2000, situaba a Reagan undécimo en
una clasificación de 41 presidentes estadounidenses según el desem-
peño general de sus funciones. Jimmy Carter, que le precedió, ocu-
pó el vigésimo segundo lugar, y George Bush, que le sucedió, el vi-
gésimo. Richard Reeves, un eminente historiador y analista, calificó
a Reagan como el más eficaz de los presidentes recientes, aunque el
menos intelectual. Véase su estudio en George (febrero de 2000).
4. Aunque Clausewitz rechazó finalmente el idealismo de
Kant, se benefició de su descubrimiento.

-76-
tica, en que muchos de nosotros nos hemos vuelto ins-
trumentos del momento, obsesionados por los últimos
acontecimientos informativos o encuestas de opinión
hasta el extremo de que a veces parece como si el pasado
y todas sus enseñanzas hubiesen dejado de existir.
Cuanto mayor sea el desprecio por la historia, mayo-
res serán los errores respectó al futuro. La expectativa de
que una Rusia extensa y multiétnica, que mantuvo poco
contacto con la Ilustración, tendría una transición demo-
crática efectiva, comparable a la de la pequeña y monoét-
nica Polonia -que estuvo impregnada de las tradiciones
centroeuropeas-, demostraba una completa ignorancia
de la historia y la geografía rusas; las llamadas a una rápida
transición a la democracia en China pasan por alto tanto
la violencia y la agitación que se desencadenaron cuando
las dinastías precedentes chinas se hundieron como el ac-
cidentado historial de la democracia en lugares con insti-
tuciones débiles, una clase media minoritaria o inexistente
y divisiones étnicas.
Los clásicos ayudan a compensar esa amnesia histó-
rica. Maquiavelo escribe:

/ ... todo aquel que desee saber qué ocurrirá debe


examinar qué ha ocurrido: todas las cosas de este
mundo en cualquier época tienen su réplica en la An-
tigüedad[ ...] puesto que tales acciones son ejecutadas
por hombres que tienen y han tenido siempre las
mismas pasiones, las cuales, necesariamente, deben
ocasionar los mismos resultados. 5

Confucio lo expresa de una manera más simple:

5. Maquiavelo: Discourses on Livy, p. 351.

-77-
/ Siendo aficionado a la verdad, soy admirador de
la Antigüedad. 6 /

Leer a los pensadores eminentes de la Antigüedad


pagana es encontrar una coherencia insólita, claridad de
análisis y convicciones unánimes, expresadas diversa-
mente. Puesto que el error de cálculo en la Antigüedad
podía dar lugar a una actuación traumática, la filosofía
política tenía un cariz lúcido. Esto es cierto no sólo en el
caso de los sabios de Grecia y Roma, sino también en los
de la antigua China.

Las civilizaciones mediterránea y china surgieron


casi al mismo tiempo, cada una ignorante de la otra du-
rante miles de años, como si existiera vida inteligente en
algún otro lugar de la galaxia pasando por tribulaciones
vagamente similares a las nuestras, con ambas especies
destinadas a encontrarse en una era tecnológicamente
avanzada. A finales del siglo m a.C., en la cúspide de la
República romana, cuando Roma y Cartago se enfrenta-
ban en la Primera y Segunda Guerras Púnicas, los reinos
guerreros de China se fusionaron bajo el señorío feudal
de la dinastía Han. La ascendencia de los Han puso fin a
un proceso que vio estados chinos fuertes dominar a los
más débiles, sólo para ser reemplazados por estados to-
davía más poderosos. Pese a los períodos de anarquía,
con el tiempo el feudalismo fue dando paso en China a
una burocracia embrionaria. En suma, a pesar de las di-
ferencias entre las civilizaciones china y mediterránea, la

6. Véase Confucio: The Analects, , Oxford University Press,


Nueva York, 1993, Libro 7, capítulo 1, pág. 24.

-78-
división de los pueblos chinos en distintos grupos y so-
beranías condujo -como en el Mediterráneo- a las
guerras, la conquista y la política de poder; de modo que
los antiguos filósofos de China, Grecia y Roma extraje-
ron conclusiones similares sobre la naturaleza humana.
Es discutible si existe una obra filosófica en la que el
conocimiento y la experiencia estén tan cáusticamente
condensados como El arte de la guerra de Sun Zi. Si la
1 moral de Churchill se resume en su testarudez y la de
Tito Livio en su virtud patriótica, entonces la moral
de Sun Zi es el honor del guerrero, y el guerrero más ho-
norable es tan grande en la esfera política que se evitan
por completo las campañas militares. 1'
La vida de Sun Zi no está documentada por ningún
hecho histórico/ Si bien pudo ser ministro de la corte en
la China del siglo IV a.C., también es posible que no exis-
tiera jamás. El arte de la guerra puede representar la sabi-
duría acumulada de mucha gente que experimentó el
período caótico de los reinos guerreros anterior a la esta-
bilidad relativa del dominio de los Han a finales del siglo
m a.C. Sea como fuere, El arte de la guerra no es tanto un
libro de texto militar como una obra filosófica de un autor
que conoce personalmente la guerra y la detesta, aunque
reconoce su desgraciada necesidad de vez en cuando. /
En las batallas del período de los reinos guerreros
participaron arqueros, carros y soldados de infantería
que formaban filas de cientos de kilómetros a través de
montañas y ciénagas. Combatían en ellas decenas de mi-
les de hombres, tanto reclutas como guerreros profesio-
nales. El sufrimiento era extraordinario. Así, si algunos

7. Véase la introducción de Ralph Peters a Sun Zi: The Art of


Warfare, Modern Library, Nueva York, 2000.

-79-
de los consejos de Sun Zi, particularmente lo que dice
respecto a los espías, parecen extremos, es porque sabe
por experiencia que las medidas extremas suelen ser ne-
cesarias para alejar la guerra sin deshonrarse.
¡ Sun Zi explica que en la guerra la «excelencia supre-
ma» consiste en no tener que luchar, por cuanto el co-
mienzo de la batalla significa un fracaso político. La gue-
rra, como Clausewitz repetiría 2.300 años después, es
una prolongación no deseada pero a veces necesaria de la
política. Sun Zi advierte que el mejor modo de evitar la
guerra -consecuencia violenta del fracaso político- es
pensar estratégicamente. La búsqueda estratégica del in-
terés propio.no es una seudociencta fría y amoral, sino ~1
acto moral de~ os que-CoñOCeñ-foShorrores ·ae.1á-
batalla r_preten~~~-e:'~E~:d<:>_s.- -------·-- .
--oñ comandante en jefe que «planifique y calcule
como un hombre hambriento» puede evitar la guerra, se-
gún Sun Zi. Si el presidente Clinton, por ejemplo, se hu-
biera concentrado en Kosovo con la misma intensidad en
los meses anteriores a la guerra aérea de la OTAN, en la
primavera de 1999, que demostró durante la guerra en sí,
habría podido evitar la lucha. Si el presidente George
Bush se hubiera concentrado más eficazmente en Irak en
los meses anteriores a la invasión de Kuwait por parte de
Saddam Hussein en agosto de 1990, tampoco habría teni-
do necesidad de recurrir a la guerra.
Coincidiendo con Confucio, Sun Zi afirma que un
verdadero comandante no se deja influir jamás por la
opinión pública, por cuanto la virtud puede ser lo con-
trario a la fama o la popularidad. 8 (Plutarco, que consi-
deraba la «popularidad» y la «tiranía» el «mismo defec-

8. Véase Confucio: The Analects, Libro 12, capítulo 20, p. 47.

-80-
9
to», insinuó que la una conducía a la otra. ) El ejemplo
de Sun Zi de un comandante virtuoso es aquel «que
avanza sin pensar en adquirir fama personal y retrocede
a pesar de determinado castigo» si es en beneficio de su
ejército y su pueblo. En los años veinte, mientras re-
construía un estado turco sobre las ruinas del Imperio
otomano, Mustafá Kemal Atatürk lanzaba con frecuen-
cia su ejército contra fuerzas superiores, con un riesgo
considerable para su integridad física. En los años trein-
ta se retiró del territorio rico en petróleo que había con-
quistado en Irak por el bien de la estabilidad regional, un
gesto que Sun Zi habría aplaudido.
Sun Zi condena toda suerte de engaño, excepto que
1 sea necesario para obtener ventaja estratégica con el fin
de evitar la guerra. Puesto que eludir la guerra requiere
premeditación, pone mucho énfasis en los espías: /

La presciencia no puede obtenerse de fantasmas y


espíritus. [ ... ]Debe proceder de personas, gente que
conozca la situación del enemigo. [ ...] Así, sólo los
gobernantes perspicaces y sus. comandantes superio-
res que puedan utilizar a las personas más inteligen-
tes como espías suyos están destinados a conseguir
grandes cosas. 10 ;

Según Sun Zi, los buenos espías evitan el derrama-


miento de sangre. Una sociedad como la estadouniden-
se, que a menudo menosprecia el espionaje y de este
modo deja de atraer a sus mejores miembros a la profe-

9. Véase Plutarco: <<Comparison of Romulus with Teseus», en


The Lives of the Noble Grecians and Romans l.
10. Sun Zi: The Art ofWarfare, pp. 123, 125.

-81-
sión de ia información secreta, es una sociedad conde-
nada a incurrir periódicamente en guerras innecesarias.
Una ironía de la generación posterior a la Segunda Gue-
rra Mundial (y de los medios de comunicación, que
refleja sus valores) es que proclama una época de dere-
chos humanos al mismo tiempo que denigra la profesión
que históricamente previene las flagrantes violaciones de
los derechos del hombre. l
Sima Qian, el cronista de las dinastías Qin y Han,
1 que escribió en los siglos r y rr a. C. (doscientos años des-
pués de Sun Zi), condena también el engaño para evi-
. tar el derramamiento de sangre. «Las grandes obras no
atienden a escrúpulos insignificantes, la virtud abur1~.m-
te no se preocupa por las sutilezas -escribe-. Aquel
que persigue lo pequeño y olvida lo grande sin duda pa- .
gará por ello más ade1ante.» 11 Los espías se asocian por /
necesidad con gente sórdida e inmoral. Si uno quiere in-
filtrarse en los cárteles colombianos de la droga, debe te-
ner libertad para reclutar secuaces. La gente honrada
simplemente no tendrá credibilidad en esa cultura crimi-
nal. La labor de espionaje exige años de esfuerzo, a me-
nudo con elevado riesgo personal, para alcanzar el resul-
tado más pequeño. Los grandes éxitos se silencian para
proteger a los implicados. La obtención de información
secreta fue un ingrediente básico en la victoria de Occi-
dente en la guerra fría. Si los medios de comunicación
denuncian una infracción insignificante al mismo tiem-
po que hacen caso omiso del beneficio más grande y ocul-
to de nuestras agencias de seguridad nacional violan las
máximas de Sun Zi y Sima Qian.

11. Sima Qian: Records of the Grand Historian: Qin Dynasty,


Columbia University Press, Nueva York, 1961, p. 187.

-82-
Sun Zi y Sima Qian escriben corno si hubiesen expe-
rimentado personalmente grandes sufrimientos físicos y
estuvieran dispuestos a llegar a cualquier extremo para
evitar su repetición. La suya es una moral de trascenden-
cia que tiene su eco en los antiguos griegos y romanos,
así como en Maquiavelo y Churchill.

La filosofía china combina la observación fría y mo-


ralmente objetiva con una reacción moral. La filosofía
griega es similar.
El relato que hace Heródoto de las guerras entre
Grecia y Persia a principios del siglo v a.C. no es nun-
ca sentenciosa. «Se enfrentaba con los hechos de los
hombres y los revisaba como revelaciones fascinantes,
como los naturalistas habían observado los planetas y
12
las estrellas, las estaciones y el tiempo.» Para Heró-
doto, que viajó extensamente por el Mediterráneo y
Oriente Próximo, los hombres podían haber sido rato-
nes enjaulados. Su curiosidad objetiva contribuye a ex-
plicar la atractiva atemporalidad de sus relatos.
La victoria de Grecia sobre Persia descrita por Heró-
doto desembocó trágicamente en un conflicto entre las
propias ciudades-esudo griegas conocido como la gue-
rra del Peloponeso. Este episodio fue narrado por Tucí-
dides, nacido hacia el año 460 a.C. y una generación más
joven que Heródoto.
Tucídides se crió en el seno de una familia rica e in-
fluyente. Su padre poseía extensas minas de oro enTra-
cia, en el norte de Grecia. Gracias a sus propiedades y a

12. José Ortega y Gasset: Toward a Philosophy of History, pp.


266-267.

-83-
las relaciones políticas en Tracia y Atenas pudo adquirir
un amplio conocimiento de Grecia y estableció contacto
con los hombres que forjaron la historia de su tiempo.
Tucídides estaba en Atenas en 430 a.C., cuando se decla-
ró el brote de peste que también él contrajo. Pero sobre-
vivió a la enfermedad y, en 424 a.C., fue elegido junto
con otro general, Eucles, para defender Tracia de las
fuerzas espartanas. En noviembre del mismo año Eucles
se hallaba en la ciudad tracia de Anfípolis cuando los in-
vasores espartanos lanzaron un ataque por sorpresa en
medio de una tempestad de nieve. El ejército de Tucí-
dides se encontraba frente a la isla de Tasos y no pu-
do regresar a tiempo de salvar la ciudad. La captura de
Anfípolis conmocionó Atenas. Evidentemente, la cul-
pa recayó sobre Tucídides, a quien los atenienses deste-
rraron.
Durante las dos décadas siguientes, Tucídides, caído
en desgracia, dividió su tiempo entre su propiedad en
Tracia y sus viajes por el Peloponeso, dominado por Es-
parta. Historia de la guerra del Peloponeso, de Tucídides,
es la obra no sólo de un historiador militar, sino también
de alguien que ha conocido la enfermedad, la batalla y la
humillación política en primera persona.
Puede que Historia de la guerra del Pelopone$o sea la
obra más emblemática sobre la teoría de las relaciones
internacionales de todos los tiempos. Es el primer traba-
jo que introduce el pragmatismo general en el discurso
político. Sus enseñanzas han sido elaboradas por autores
como Hobbes, Hamilton, Clausewitz y, en nuestra épo-
ca, Hans Morgenthau, George F. Kennan y Henry Kis-
singer. En contraste con Sun Zi y Cicerón, cuyas obras
abundan en máximas, Tucídides es un militar cuya filo-
sofía emana naturalmente de su descripción de acontecí-

-84-
mientos violentos. Mientras que el foco persistente de
Tucídides en el interés propio puede resultar ofensivo
para algunos, su concepto de .que el interés propio da
origen al esfuerzo, y éste a opciones, hace de su historia
de la guerra del Peloponeso, escrita hace 2.400 años, un
correctivo para el fatalismo extremo fundamental del
marxismo y el cristianismo medievalY
La guerra entre Atenas y Esparta, el tema de Historia
de la guerra del Peloponeso, no fue simplemente un cho-
que entre dos ciudades-estado. Atenas y Esparta mante-
nían alianzas con muchas ciudades-estado más peque-
ñas, tan complejas y difíciles de administrar como los
dos bloques de la guerra fría. En el Libro Quinto -la
crónica de «la paz que fracasó»-, Tucídides ilustra que
la toma de decisiones en la Antigüedad requería el domi-
nio de variables no menos numerosas y complejas que
aquellas con las que se enfrenta un presidente de Estados
Unidos. 14
En 421 a.C. Atenas y Esparta firmaron un tratado de
paz. Esparta deseaba una tregua en la guerra contra Ate-
nas para ejercer presión militar sobre Argos y sus otros
vecinos del Peloponeso, la región meridional de la Grecia
continental. Pero los aliados de Esparta en Tracia y Calcí-

13. Véase la monografía inédita de Anastasia Bakolas: Human


Nature in Thucydides, Wellesley College.
14. De una conversación con Robert B. Strassler, editor de The
Landmark Thucydides: A Comprehensive Cuide to the Peloponne-
sian War. El libro de Strassler, repleto de mapas y con notas a pie
de página del texto de Tucídides, es la mejor introducción a una
guerra compleja. Sin embargo, para un estudio detallado de la Paz
de Nicias, como se denomina, véase Donald Kagan: The Peace of
Nicias and the Sicilian Expedition, Cornell University Press, Ithaca,
Nueva York, 1981.

-85-
di ca (en el norte de Grecia) se negaron a ser súbditos de
Atenas, que era una de las condiciones del tratado. Entre-
tanto, en el Peloponeso, la importante ciudad-estado de
Corinto se alió con Argos para impedir que Esparta do-
minara la zona. En el centro del Peloponeso, la ciudad -es-
tado de Mantinea, que acababa de conquistar una serie de
ciudades más pequeñas, se unió a Corinto y Argos para
proteger su nuevo pequeño imperio contra Esparta.
Pronto los calcídicos se unieron también a la alianza an-
tiespartana. Pero Beocia y Megara, ambas amenazadas
por la Atenas democrática, acudieron en auxilio de Espar-
ta. Ésta necesitó la ayuda de Beocia para capturar Panac-
tum, una ciudad próxima a Atenas, que los espartanos
esperaban canjear con los atenienses por Pilos, en el Pelo-
poneso. Con el tiempo, accedieron al poder en Atenas y
Esparta otros hombres, que no habían negociado el trata-
do de paz y que, por lo tanto, estaban menos comprometi-
dos con el mismo. Finalmente, el tratado de Esparta con
Atenas se rompió y las dos potencias reanudaron la guerra.
Si la descripción anterior parece sumamente confusa,
imagínese lo que podría ser tratar de explicar los entresi-
jos de las alianzas de la guerra fría a los lectores dentro
de cien años. De hecho, la lentitud y dificultad de los
transportes en la antigua Grecia la hacían, en términos
relativos, tan vasta como el mundo. Así, la descripción
que hace Tucídides de los Cálculos desnudos y laberínti-
cos de poder e interés constituye una metáfora apropia-
da para la política mundial contemporánea.
Atenas y Esparta llegaron a la guerra por culpa de
unos aliados incontrolables: la misma razón por la que
Rusia, Alemania, Francia y el Reino Unido entraron en
guerra en 1914. Si Churchill no hubiese salvado Occi-
dente de Hitler, ahora podríamos considerar la Primera

-86-
Guerra Mundial como el comienzo de la decadencia oc-
cidental, así como la guerra del Peloponeso inició el oca-
so irreversible de la Grecia clásica.
El historial militar lleva a Tucídides a la siguiente
conclusión: sea lo que fuere lo que creamos o profese-
mos, la conducta humana es guiada por el miedo (eho-
15
bos), el interés propio (kerdos) y el honor (doxa). Es-
tos aspectos de la nat~leza humana p;ovocan guerra
e inestabilidad, que justifican la anthropinon, la «condi-
ción humana». Ésta, a su vez, conlleva crisis políticas:
c~ando el physis (instint~-~!~L!EL'::~Las<?._~r.~ ~~-s _norn_()Í16
(leyes), la política fracasa y es sustituida por la anarquía.
La solución a la anarquía consiste en no negar el miedo, el
interés propio ni el honor, sino dominarlos con el fin de
obtener un resultado moral.
/ El relato de Tucídides del conflicto entre Atenas y la
ciudad de Mitilene -en la isla de Lesbos, en el este del
mar Egeo- es un ejemplo de su idea desprovista de ilu-
siones de la conducta humana. /
Mitilene había sido aliada de Atenas en la guerra con-
tra Persia. Los habitantes de aquella ciudad habían te-
mido siempre a los atenienses, pero temían todavía más
a Persia. Era el interés propio, más que la religión o el
patriotismo, lo que inspiró su alianza con Atenas. De
hecho, de no existir la guerra entre Grecia y Persia, que
requería unidad entre las ciudades-estado griegas, no ha-
bría habido paz entre Atenas y Mitilene, o entre Atenas

15. Véanse Tucídides: The Peloponnesian War, University of


Chicago Press, Chicago, 1989; W. Robert Connor: Thucydides,
Princeton University Press, Princeton (Nueva Jersey), 1984; y
Bakolas: Human Nature in Thucydides.
16. Ibídem.

-87-
y Esparta. Tucídides observa que incluso después de la
guerra con Persia, Esparta se abstuvo de emplear la vio-
lencia contra Atenas por el respeto que le infundía el
poder naval de ésta. Pero en cuanto la posición militar
ateniense pareció debilitarse, se reanudaron las hostili-
dades. Así pues, el concepto de equilibrio de poder acce-
\ dió al pensamiento político a través de Tucídides.
En una petición del apoyo de Esparta contra Atenas,
los habitantes de Mitilene apelaban no a los ideales de
los espartanos sino a su propio interés. Argumentaron
que su isla ocupaba una posición estratégica, su flota era
fuerte y podían suministrar a los espartanos información
secreta esencial sobre los atenienses.
El ejemplo más llamativo de Tucídides sobre cómo el
poder y el interés propio motivan nuestros cálculos es
el llamado diálogo de los melios. Melos era una isla neu-
tral, situada en el centro del Egeo y militarmente vulne-
rable a Atenas. Los atenienses envían un contingente a la
isla y dicen con arrogancia a sus habitantes:

1 ... pues vosotros sabéis como nosotros que, si el


derecho interviene en las apreciaciones humanas para

,
inspirar un juicio sobre idénticas necesidades, los po-
derosos dominan y los débiles ceden. 17

Dicho de otro modo, puesto que Melos es débil, pue-


de ser tratada injustamente. Los atenienses no tienen nin-
guna necesidad estratégica de Melos, pero la consideran
una recompensa que se les debe por liderar las ciudades-
estado griegas contra Persia. Tucídides apunta que los ate-
nienses no poseen un sentido trágico del futuro: creen que

17. Véase Tucídides: The Peloponnesian War, V: 89, p. 365.

-88-
su grandeza durará siempre y que, por lo tanto, pueden
actuar impunemente. Son intrépidos, lo que puede con-
ducir a la arrogancia. Según Tucídides, una política exte-
rior completamente amoral no es práctica ni prudente.
Los atenienses no se plantean en ningún momento
que los melios lucharán, una· presunción que resultará
errónea. Entre Atenas y Melos estalla una prolongada
guerra que concluye cuando los atenienses -tras la ren-
dición de los melios- matan a los isleños varones y es-
clavizan a las mujeres y los niños. La triste victoria de los
atenienses sobre Melos, cegados por el elevado concepto
que tienen de sí mismos, es un preludio del desastre mi-
litar de Atenas en Sicilia (similar al de Estados Unidos en
Vietnam) al cabo de menos de tres años. Como ocurrió
en Vietnam, los atenienses hicieron caso omiso de los sig-
nos de peligro inminente incluso cuando se involucraron
más profundamente:

Gozando como iban gozando de una fortuna fa-


vorable, los atenienses creían que no podían hallar
ningún obstáculo en su camino y que podían acome-
ter cualquier empresa, ya fuese fácil o difícil, tanto si
sus recursos eran muchos como deficientes. Y la cau-
sa era el éxito de hechos imprevisibles, que les hacía
18
confundir su fuerza con sus esperanzas.

Historia de la guerra del Peloponeso enseña cómo el


poder y la opulencia impidieron a Atenas ver las frías
fuerzas de la naturaleza humana que yacen justo debajo
del barniz de la civilización, amenazando su buena suer-

18. Véase The Peloponnesian War, IV: 65 y The landmark Thu-


cydides, p. 258.

-89-
te. Por ejemplo, en los primeros compases de la guerra,
después de oír una oración fúnebre de labios del estadis-
ta ateniense Pericles que alaba la virtud, la reacción de
los atenienses de «sálvese quien pueda» ante un brote
de peste revela precisamente su falta de virtud.
La descripción que hace Tucídides de la aceptación
de principios contradictorios y las atrocidades delibera-
das demuestra que los males totalitarios del siglo xx son
menos exclusivos de lo que cabría suponer. 19 Porque lo
que nos choca de los nazis es que perpetraron sus críme-
nes en una sociedad industrializada y socialmente avan-
zada, donde se creían extinguidos los instintos atávicos.
Sin embargo, son precisamente los tabúes i.¡npuestos por
la civilización lo que puede hacer que a veces se entienda
el odio como una «renovación de la virilidad». 20 Tucí-
dides nos enseña que la ~ivilización reprime la_b3.~~a­
rie, pero jamás podd erradic~~/ 1 Así, cuanto más
avanzados social y económlcá.mente sean los tiempos,
más necesario es para los líderes conservar el sentido
de falibilidad y vulnerabilidad de sus sociedades: ésa
\ es la defensa definitiva contra la catástrofe.

En la filosofía de Tucídides y Sun Zi es fundamental


la idea de que la guerra no es una aberración. Abundan-

19. Véase Peter Green: Classical Bearings: 1nterpreting Ancient


History and Culture, University of California Press, Berkeley,
1989,p. 24.
20. Véase <<The Reinvention of Hatred>> en Geoffrey Hartman:
A Critic's ]ourney, Y ale University Press, New Haven (Connecti-
cut), 1999.
21. Para un ejemplo de cómo el conflicto saca lo peor de los se-
res humanos, véase The Peloponesian War, III: 82.

-90-
do en los antiguos griegos y chinos, el filósofo francés de
mediados del siglo xx Raymond Aron y su contemporá-
neo español José Ortega y Gasset observan que la guerra
es inherente a la división de la humanidad en Estados
y otras agrupacionesY La soberanía y las alianzas ra-
ra vez se producen en el vacío; surgen de las diferencias
con otros. El concepto opuesto a la guerra en chino, an,
si bien se ha traducido tradicionalmente como «paz»,
en realidad significa «estabilidad>>. 23 Así, como apunta
Aron, mientras que nuestros ideales han sido general-
24
mente pacíficos, la historia ha sido a menudo violenta.
Aunque esto debería ser obvio, va repitiéndose dado
el tono triunfalista del discurso público en el período
posterior a la guerra fría. Por alguna razón el hundi-
miento de un Estado soviético excesivamente centrali-
zado y la retirada del Ejército Rojo de Europa central,
en lugar de interpretarse como el retorno a un modelo
de conflicto más normal, se ha recibido como la prueba
de que la sociedad civil asoma por el horizonte en todo
el globo.
Puesto que la humanidad, como demuestra Tucídi-
des, está dividida en grupos que se encuentran en ince-
sante oposición entre sí, la característica principal de to-
dos los estados es su manejabilidad: rara vez se puede
clasificar a los estados como estrictamente buenos o ma-
los. Tienden por el contrario a actuar bien durante un

22. Véanse Aron: Peace and War: A Theory of International


Relations, p. 321; Ortega y Gasset: The Revolt of the Masses, p. 129
y Clausewitz: On War, p. 357.
23. Véase el resumen sobre Sun Zi de Ian McGreal en Great Li-
terature of the Eastern World, HarperCollins, Nueva York, 1996.
24. Aron: Peace and War: A Theory of International Relations,
p. 300.

-91-
tiempo y mal durante otro, o bien en un aspecto y mal
en otro, mientras navegan sin fin en busca de provecho.
Es por ello que la expresión «estado granuja>>, aunque
ocasionalmente apropiado, puede revelar también las

t ilusiones idealistas de quien la utiliza, por cuanto juzga


equivocadamente la naturaleza de los propios estados.
Reconociendo que la división entre el bien y el mal
suele ser falsa para los estados, Raymond Aron escribe
(haciéndose de nuevo eco de Tucídides y Sun Zi) que la
crítica del idealismo «no sólo es pragmática sino tam-
bién moral», porque «la diplomacia idealista incurre de-
masiado a menudo en el fanatismo>>. 25 De hecho, la acep-
tación de un mundo gobernado por un concepto pagano
de interés propio ejemplificada por Tucídides concede a
la política mayores posibilidades de éxito: reduce las ilu-
siones, limitando así el radio de acción del error de cál-
culo. El liberalismo basado en la historia reconoce que la
libertad no emana de la reflexión abstracta ni de la mo-
ral, sino de las decisiones políticas difíciles que toman
los gobernantes actuando en interés propio. Como seña-
la el humanista e historiador danés David Gress, la liber-
tad se desarrolló en Occidente principalmente p~e
servía al interés del poder. 26 ------··-- -··-·---- ·---- --~ · · --·
-----...-- ..........----~- --- ~

25. Ibídem, p. 307.


26. Véase Gress: From Plato to NATO: The Idea ofthe West
and Its Opponents, Free Press, Nueva York, 1998, p. 1.

-92-
V

LA VIRTUD MAQUIAVÉLICA

Maquiavelo popularizó el pensamiento antiguo, aun-


que a menudo no estaba de acuerdo con sus pormenores y
le daba un giro original y radical. Maquiavelo creía que,
puesto que el cristianismo alababa a los dóciles, permitía
que el mundo fuese dominado por los malvados: prefería
una ética pagana que elevara el instinto de conservación a
1
la ética cristiana de sacrificio, que consideraba hipócrita.
Sin embargo, hay que tener cuidado con Maquiavelo. Co-
moquiera que reduce a menudo la política a simple técnica
y astucia, resulta fácil encontrar en sus escritos una justifi-
cación para casi todas las opciones políticas.
El Oriente Próximo de finales del siglo xx demuestra
la visión penetrante de Maquiavelo de la conducta hu-
mana. En 1988, durante la Intifada palestina, el ministro
de Defensa de Israel, Isaac Rabin, al parecer dijo a los

l. Véase el ensayo del profesor Lawrence F. Hundersmarck so-


bre Maqu~avelo en lan P. McGreal (ed): Great Thinkers of the Wes-
tern World. La crítica del cristianismo por parte de Maquiavelo está
relacionada con la de Friedrich Nietzsche, quien creía que, equipa-
rando la mansedumbre con la bondad, el cristianismo justificaba,
aunque indirectamente, la inacción y la mediocridad.

-93-
soldados israelíes que «fuesen a romperles los huesos»,
refiriéndose a los manifestantes palestinos. Otros me-
dios menos violentos no habían conseguido calmar a los
manifestantes, mientras que el empleo de munición pro-
vocó víctimas palestinas que, a su vez, engendraron nue-
vos disturbios. El mundo presionaba a Israel para que
llegara a un arreglo con los palestinos. No obstante, Ra-
bin optó por «romperles los huesos». Sabía que sólo los
regímenes debilitados y mal dirigidos, como el del difun-
to sha de Irán, transigían con la anarquía callejera. Las ac-
ciones de Rabin fueron condenadas por los liberales esta-
dounidenses. Sin embargo, la posición de Rabin en las
encuestas de opinión israelíes comenzó a subir repentina-
mente. En 1992los electores israelíes de línea dura sepa-
saron al moderado partido laborista sólo porque Rabin
encabezaba la lista. Una vez elegido primer ministro, Ra-
bin utilizó sus nuevos poderes para firmar la paz con los
palestinos y los jordanos. Isaac Rabin, asesinado por un
activista de extrema derecha en 1995, es ahora un héroe
para los humanistas liberales de todo el mundo.
Los admiradores occidentales de Rabin prefieren olvi-
dar su crueldad con los palestinos, pero Maq uiavelo habría
entendido que tales tácticas eran esenciales para la «virtud»
de Rabin. En un mundo imperfecto, dice Maquiavelo, los
hombres buenos inclinados a hacer el bien de'bensaoerser
. malos. y puesto que todos compartimos el mundo so-c"I~i~
añade, la virtud tiene poco que ver con la perfección indivi-
dual y mucho con el resultado político.J\sí, para Maquia-
velo, una política se definen_? p~r su exce~~~i~!. sin~_rsu
\ cfe'S'eñlace: st no es dicaz, no puedeser virtuosa. 2
------~-~ ,_,. ....

2. Véase Harvey C. Mansfield: Machiavelli's Virtue, Universi-


ty of Chicago Press, Chicago, 1966, pp. 20, 33.

-94-
~ Al igual que Maquiavelo, Churchill, Sun Zi y Tucídi-
vdes, también Raymond Aron cree en una moralidad de
~resultados y no de buenas intenciones. Tras la subida de
Hitler al poder, viendo que la política francesa de desar-
me y negociación con Alemania no constituía ningún
sustituto de la preparación nulitar, Aron escribió que
«una buena política se mide por su eficacia», no por su
pureza, lo que prueba el hecho de que las verdades pa-
tentes de Maquiavelo se redescubren independiente-
mente en todas las épocas. 3
Las tácticas severas de Rabin otorgaron a éste credi-
bilidad para firmar la paz; así pues, sus tácticas poseían
virtud maquiavélica. Rabin fue sólo tan brutal como las
circunstancias requerían, no más. Luego empleó su
fama de brutalidad en beneficio de sus conciudadanos,
algo que también recomendó Maquiavelo. Rabin no
se ablandó simplemente para evitar la fama de violento
al mismo tiempo que permitía que continuara el de-
sorden. También en esto actuó como un verdadero
príncipe.
En cambio, la decisión de la Administración Clinton,
en su primer mandato, de hacer depender la renovación
de la posición comercial de China como una de las na-
ciones más favorecidas exclusivamente de una mejora de
la situación de los derechos humanos en aquel país no
fue virtuosa; no porque la política fracasara en su intento
de lograr una mejora de los derechos humanos en China,
sino porque estaba claro desde el principio que fracasa-

3. Véase el artículo de Aron en Esprit, citado en Ton y Judt: The


Burden of Responsibility: Blum, Camus, Aron, and the French
Twentieth Century, p. 150.

-95-
ría. 4 Esa política fue mojigata, emprendida con pocas
esperanzas de conseguir resultados prácticos, meramen-
te para demostrar aquello que la Administración estado-
unidense entendía como su superioridad moral.
En 1999 las Naciones Unidas sancionaron un refe-
réndum sobre la independencia de Timor Oriental, en
posesión de Indonesia, que provocó ataques bien orga-
nizados por parte de milicias contrarias a la independen-
cia en los que la capital, Dili, fue incendiada y miles de
personas fueron asesinadas, en muchos casos torturadas
y decapitadas. Esta escalada de terror era fácilmente pre-
visible. Meses antes se había advertido reiteradamente a
las Naciones Unidas acerca de lo que ocurriría si se cele-
braba un plebiscito sin garantías de seguridad.' Así pues,
en su alarmante falta de previsión, mala planificación y
caótica puesta en práctica, el ejercicio democrático de la
ONU carecía de virtud maquiavélica.
En 1957 el rey Hussein de Jordania disolvió un go-
bierno elegido democráticamente que se estaba volvien-
do cada vez más radical y prosoviético, e impuso la ley
marcial. Más tarde, en 1970 y de nuevo en los ochenta,
tomó medidas enérgicas contra los palestinos, que habían
tratado de derribar su régimen. Sin embargo, los actos an-
tidemocráticos del rey Hussein salvaron su reino de unas
fuerzas que habrían sido más crueles que él mismo. Al
igual que su «hermano de paz» Rabin, el monarca jorda-

4. Véase el relato de Patrick Tyler, jefe de la oficina de The New


York Times en Pekín, en A Great Wall: Six Presidents and China: an
Investigatíve History, The Century Foundation/Public Affairs,
Nueva York, 1999.
5. Véase «What Is the Timor Message?», The Wall Street]our-
nal (29-9-1999).

-96-
no empleó sólo la violencia justa y no más. En consecuen- (
cia, su violencia fue esencial para su virtud.
El dictador chileno Augusto Pinochet, por otro lado,
empleó una violencia excesiva y, por lo tanto, carece de
virtud maquiavélica. Maquiavelo no habría aprobado las
acciones de Pinochet, de las Naciones Unidas en Timor
Oriental ni la política inicial de Clinton hacia China; en
cambio, habría levantado, sonriendo, su copa en honor
de Rabin y el rey Hussein en el sosiego de su propiedad
toscana.
Sustituyendo la virtud cristiana por la pagana, Ma-
quiavelo ha explicado mejor que ningún experto de
nuestro tiempo cómo Rabin y Hussein llegaron a ser lo
que fueron. Tampoco hay nada amoral en la virtud pa-
gana de Maquiavelo. Isaiah Berlín escribe: «Los valores
de Maquiavelo no son cristianos,pero son valores mo-
rales.» Son los valores de la antigua polis de Aristóteles
y Pericles, los valores que garantizan una comunidad
política estable. 6
Tucídides escribe sobre la virtud, lo mismo que mu-
chos autores romanos, especialmente Salustio/ Pero Ma-
quiavelo abunda en ella. «Virtud», o virtu en el italiano
de Maquiavelo, deriva de vir, la voz latina que significa
«hombre». Para Maquiavelo, «virtud» equivale a «valor»,
«capacidad», «ingenuidad», «determinación», <<energía» y

6. Véase el ensayo de Berlin «The Originality of Machiavelli»


en su colección The Proper Study of Mankind. También Montes-
quieu hizo la distinción entre «virtud política>> y «virtud cristiana»
en The Spirit of the Laws, Cambridge University Press, Nueva
York (1748), 1989, p. xli.
7. Para una larga discusión sobre el concepto de virtud pública
de Salustio, véase D. C. Earl: The Política! 'Thought ofSallust, Cam-
bridge U niversity Press, Cambridge (Reino U nido), 1961.

-97-
«habilidad»: vigor masculino, pero normalmente en bus-
ca del bien general. 8 La virtud presupone ambición, pero
no sólo en aras del progreso personal.
En el capítulo octavo de El príncipe, Maquiavelo men-
ciona a Agatocles el Siciliano, que llegó a ser gobernador
de Siracusa a finales del siglo IV a.C., para señalar que «la
suerte o el favor jugaron un papel muy pequeño o nulo»
en el éxito de Agatocles. Más bien fue «superando innu-
merables dificultades y peligros» y «ascendió en la milicia
y adquirió poder». Sin embargo, Maquiavelo dice que
«no puede llamarse virtud a matar a los propios conciu-
dadanos, traicionar a los propios amigos, ser traidor,
despiadado e irreverente» cuando se carece de un propó-
sito elevado, como fue el caso de Agatocles.
La virtud pagana de Maquiavelo es virtud pública,
mientras que la virtud judeocristiana es, las más de las
veces, virtud privada. Un ejemplo célebre de buena vir-
tud pública y mala virtud privada podrían ser las elusio-
nes un tanto maliciosas de la verdad por parte del presi-
dente Franklin Delano Roosevelt para lograr que un
Congreso aislacionista aprobara en 1941la Ley de Prés-
tamo y Arriendo, que autorizaba el suministro de arma-
mento a Inglaterra. «En efecto -escribe el dramatur-
go Arthur Miller sobre Roosevelt-, la humanidad está
en deuda con sus mentiras.» 9 En sus Discursos sobre
la primera década de Tito Livio, Maquiavelo aprueba
el fraude cuando sea necesario para el bienestar de la

8. Véase el apéndice de Russell Price en su traducción de The


Prince. Véase también Plutarco: The Lives of the Noble Grecians
and Romans !, p. 291.
9. Véase el ensayo de Miller «American Playhouse», Harper's
(junio de 2001).

-98-
polis. 10 Ésta no es una idea novedosa ni cínica: Sun Zi es-
cribe que política y guerra constituyen «el arte del enga-
ño», que, si se practica sabiamente, puede conducir a la
victoria y la reducción del número de víctimas.U El he-
cho de que sea un precepto peligroso y fácil de emplear
mal no lo despoja de aplicaciones positivas.
Por supuesto que la virtud militar de Maquiavelo y
Sun Zi no siempre es conveniente para el liderazgo civil.
Los generales deben usar el engaño; los jueces, no. Me re-
fiero únicamente a la política exterior, en la que la violen-
cia y la amenaza de su aplicación se emplean sin recurrir a
ningún tribunal. Si bien las instituciones internacionales
se están consolidando, todavía no están lo bastante desa-
rrolladas como para cambiar esta cruel realidad.

Nicolás Maquiavelo nació en 1469 en Florencia, en el


seno de una familia noble venida a menos. Su padre no
pudo permitirse darle una buena educación y el joven
Maquiavelo trabajó bajo la tutela de maestros oscuros.
Hasta cierto punto fue autodidacto, lo que le salvó de las
abstracciones escolásticas que impregnaban la cultura de
su época. La oportunidad de Maquiavelo llegó en 1498
con la ejecución de Girolamo Savonarola, un monje aus-
tero cuya política extrema desembocó en una repulsa
popular y la elección de un gobierno republicano más
moderado en la ciudad-estado de Florencia. Maquiave-
lo, que por entonces contaba veintinueve años, fue nom-
brado secretario del consejo militar y diplomático de la
república. Durante los catorce años siguientes fue uno

10. Véase Mansfield: Machiavelli's Virtue, p. 61.


11. Véase Sun Zi: The Art ofWarfare, p. 74.

-99-
de los principales diplomáticos de Florencia, lo que le
permitió viajar a la Francia de Luis XII y conocer civiliza-
ciones distintas a la suya. Cuando la caída de la dinastía
Borgia sumió el centro de Italia en la confusión, Maquia-
velo, en 1505, visitó a los oligarcas más importantes de
Perusa y Siena para tratar de hacerlos aliados de Floren-
cia. Al año siguiente presenció directamente el feroz so-
metimiento de Perusa y Emilia por el papa guerrero Ju-
lio II. Al mismo tiempo que mandaba despachos a Floren-
cia sobre los progresos de la campaña de Julio, Maquiave-
lo tuvo que visitar los campamentos de soldados florenti-
nos y pagar su reclutamiento en la lucha para volver a
tomar Pisa. No obstante, en cuanto Pisa fue recuperada en
1509, Florencia se vio amenazada por Francia y España.
La carrera política de Maquiavelo terminó abrupta-
mente en 1512 con la invasión de Italia por fuerzas espa-
ñolas fieles al papa Julio. Enfrentados al saqueo de su ciu-
dad, los florentinos se rindieron y su república -junto
con sus instituciones públicas- fue disuelta. Progresista
por naturaleza, Maquiavelo había reemplazado las fuer-
zas mercenarias de la república por milicias de ciudada-
nos. Pero las nuevas milicias no consiguieron salvar Flo-
rencia y la familia Médicis regresó del exilio como la
oligarquía dominante. Maquiavelo les hizo ofertas de in-
mediato, pero fue en vano: los Médicis le destituyeron
de su cargo y lo acusaron de tomar parte en una conspi-
ración contra el nuevo régimen.
Tras ser encarcelado y torturado en el potro, Ma-
quiavelo fue autorizado a retirarse a su granja. Allí, en
1513, se encerraba todas las noches en su despacho y
meditaba sobre la historia de Grecia y Roma antiguas,
comparándola con su considerable experiencia de go-
bierno, que, como la de Tucídides, incluyó responsa-

-100-
bilidades militares, fracaso y humillación pública. La
sabiduría de ambos hombres fue consecuencia de sus
errores, mala suerte y sufrimientos. En el caso de Ma-
quiavelo, el resultado fue El príncipe, su obra más co-
nocida sobre política, publicada en 1532, tras su falleci-
miento. Se trataba de una guía para ayudar a Italia y su
querida Florencia a defenderse contra los antagonistas
extranjeros intolerantes. Al enseñar a la reinstalada fa-
milia Médicis cómo honrarse a sí mismos y a Florencia,
Maquiavelo escribió movido por la profunda tristeza
por la condición humana, que conocía personalmente:

M e río, y mi risa no está dentro de mí;


12
ardo, y la ira no se ve por fuera.

La Italia a la que Maquiavelo hizo frente estaba divi-


dida en pueblos y ciudades-estado, «sometida a faccio-
nes mortíferas, golpes de estado, asesinatos, agresiones y
derrotas guerreras» Y Maquiavelo creía que «puesto que
uno debe partir de la situación actual, sólo puede traba-
jar con el material del que dispone». 14 Sin embargo, la

12. Véase William Manchester: A World Lit Only by Pire: The


Medieval Mind and the Renaissance; Portrait of an Age, primera
edición en rústica, Little, Brown, Boston, 1992, p. 1OO.
13. Citado de Jacques Barzun: From Dawn to Decadence: 500
Years of Western Cultural Life; 1500 to the Present, HarperCollins,
Nueva York, 2000, p. 256. [Versión en castellano: Del amanecer a la
decadencia: 500 años de vida cultural en Occidente, Tauros, Madrid,
2001.] Véase también Maquiavelo: Florentine Histories, Princeton
University Press, Princeton (Nueva Jersey), 1991. [Versión encaste-
llano: Historia de Florencia, Alfaguara, Madrid, 1978.]
14. Barzun: From Dawn to Decadence: 500 Years of Western
Cultural Life, p. 256.

-101-
Italia de principios del Renacimiento, como demuestra
el legado artístico, literario y económico, poseía una cul-
tura cívica profundamente arraigada y apoyada por am-
plias comunidades culturales. La anárquica situación
que comparten Costa de Marfil, Nigeria, Pakistán, In-
donesia y otros lugares en la actualidad puede ser peor,
de modo que los políticos estadounidenses, en vez de
andarse con cumplidos y condenar los elementos franca-
mente autocráticos, no tendrán más remedio que traba-
jar con el material disponible. En Indonesia, por ejem-
plo, obligar a los nuevos gobernantes democráticos a
que segreguen todavía más a los militares -antes inclu-
so de consolidar su poder y sus instituciones- proba-
blemente conduciría al sangriento hundimiento del país
y no a una democratización más rápida.
Maquiavelo salió a relucir en las conversaciones que
mantuve con líderes políticos y militares en U ganda y
Sudán a mediados de los ochenta, en Sierra Leona a
principios de los noventa y en Pakistán a mediados de
esa misma década. En todos esos lugares -amenazados
por la corrupción, la anarquía y la violencia étnica- el
reto consistía en mantener el orden civil y la integridad
del estado por todos los medios y con todos los aliados
posibles. Si bien el objetivo final era moral, los medios
eran a veces ofensivos. En los casos de Uganda y Pakis-
tán, significó golpes de estado. Después de derrocar al
líder electo de Pakistán, Nawaz Sharif, en octubre de
1999, el general Pervez Musharraf llamó al comandante
en jefe de las fuerzas estadounidenses en Oriente Próxi-
mo, el general Anthony C. Zinni, y le explicó sus accio-
nes con palabras que Maquiavelo bien podría haber em-
pleado.
Defendiendo a Maquiavelo, el erudito Jacques Barzun

-102-
afirma que si fue realmente un «monstruo moral», enton-
ces «Una larga lista de pensadores» -entre ellos Aristóte-
les, san Agustín, santo Tomás, John Adams, Montes-
quieu, Francis Bacon, Spinoza, Coleridge y Shelley, todos
los cuales «han aconsejado, aprobado o tomado prestadas
máximas maquiavélicas»- constituirían «una legión de
inmorales». 15 No obstante, el recelo de Maquiavek?Jl.a
convertido su ñüt;bre en sinónimo de cinismo y falta
deéSérú~os. Es un od1o avtvado onginárlaiñeñte p¿r-la
Contr~ne oriila católica, cuyas piedades fueron definidas
por Maquiavelo como máscaras para el interés propio.
Maquiavelo, preeminente entre los humanistas renacen-
tistas, puso el énfasis en los hombres en lugar de ponerlo
en Dios. Insistió en la necesidad política y no en la perfec-
ción moral para formular su ataque filosófico a la Iglesia.
De este modo abandonó la Edad Media y contribuyó,
junto con otros, a inspirar el Renacimiento reanudando la
vinculación con Tucídides, Tito Livio, Cicerón, Séneca y
otros pensadores clásicos de Occidente. 16 ·

Maquiavelo examina también los mismos temas que


los escritores de la antigua China. Tanto Sun Zi como los
autores del Zhan Guoze -los discursos del período de
los reinos guerreros en China- creían, al igu~ue Ma-
quiavelo, que los hombres son perversospornaturaleza
y requieren formación moral par~-~-;~·buenos. Tañ11)iéi;.
c.omo Maguiavelo subrayan el poder del inte:és...EE2Eio
iD:dividual para forjar y_ mej~~~!~E.ª~ - .
Tanto El príncipe como los Discursos sobre la primera

15. Ibídem, p. 258.


16. Maquiavelo fue «el hombre del Renacimiento», escribe el
profesor Harvey C. Mansfield. Véase Mansfield: Machiavelli's Vir-
tue, p. 9.

-103-
década de Tito Livio están repletos de ideas estimulantes.
Maquiavelo escribe que los invasores extranjeros apoyarán
las minorías locales contra la mayoría con el fin de «debili-
tar a los poderosos dentro del propio país», que es como se
comportaron los gobiernos europeos en Oriente Próximo
en el siglo XIX y principios del XX cuando armaron a mino-
rías étnicas contra los gobernantes otomanos. Escribe so-
bre la dificultad de derribar los regímenes existentes por-
que los gobernantes, por muy crueles que sean, están
rodeados de hombres leales, que sufrirán si el soberano es
destronado; en este sentido, previó la dificultad de sustituir
dictadores como Saddam Hussein. «Todos los profetas ar-
mados triunfan, mientras que los desarmados fracasan», es-
cribe, pronosticando el peligro de un Bin Laden. Savonaro-
la fue un profeta desarmado que fracasó, mientras que los
papas medievales, junto con Moisés y Mahoma, fueron
profetas armados que triunfaron. Hitler fue otro profeta
armado, y se necesitó un esfuerzo extraordinario para ven-
cerle. Sólo cuando Mijaíl Gorbachov dijo claramente que
no defendería los regímenes comunistas en Europa del Este
con la fuerza, el profeta desarmado Vaclav Havel pudo
triunfar.
Sin embargo, es posible que Maquiavelo vaya demasia-
do lejos. ¿Acaso no fue él mismo un profeta desarmado que
consiguió influir en los estadistas durante siglos con un
simple libro? ¿No fue Jesús un profeta desarmado cuyos
a
seguidores contribuyeron hacer caer el Imperio romano?
U no debe tener siempre presente que las ideas importan,
para bien y para mal, y que reducir el mundo simplemente
a luchas de poder equivale a hacer un uso cínico de Ma-
quiavelo. No obstante, algunos académicos e intelectuales
van demasiado lejos en la dirección opuesta: tratan de redu-
cir el mundo simplemente a ideas y descuidan el poder.

-104-
Maquiavelo sostiene que los valores -buenos o ma-
los- son ineficaces sin armas que los respalden: incluso
una sociedad civil necesita policía y un poder judicial creí-
ble para hacer cumplir sus leyes. En con-secuencia, para
los políticos, proyectar el poder es lo primero; los valores
son secundarios. «El poder de hacer daño es poder de ne-
gociación. Explotarlo es diplomacia», escribe el experto
en ciencias políticas Thomas SchellingY Abraham Lin-
coln, el príncipe definitivo, comprendió esto cuandó dijo
que la geografía norteamericana se ajustaba a una nación y
no a dos, y que su bando triu~faría siempre y cuando es-
18
tuviera dispuesto a pagar el precio en sangre. El príncipe
de Maquiavelo, César Borgia, no consiguió unir Italia
contra el papa Julio, pero Lincoln fue lo bastante despia-
dado como para atacar las granjas, casas y fábricas de los
19
civiles sudistas en la última fase de la guerra de Secesión.
De este modo Lincoln volvió a unir la zona templada de
América del Norte, evitando que cayera en manos de las
potencias europeas y dando lugar a una sociedad de masas
con unas leyes uniformes.

La virtud es más compleja de lo que parece. Puesto


que los derechos humanos son un bien patente, cree-
mos que fomentándolos somos virtuosos. Pero eso no
siempre es cierto. Si Estados Unidos hubiese presiona-

17. Véase Thomas C. Schelling: Arms and Jnfluence, Yale Uni-


versity Press, New Haven (Connecticut), 1966.
18. Véase el segundo mensaje anual de Lincoln al Congreso, di-
ciembre de 1862.
19. Véase Mark Grimsley: Th~ Hard Hand ofWar: Union Mi-
litary Policy Toward Southem Civilians, 1861-1865, Cambridge
University Press, Nueva York, 1995.

-105-
do demasiado a favor de los derechos humanos en Jor-
dania, el rey Hussein podría haberse debilitado duran-
te sus luchas por la supe{vivencia en los años setenta
y ochenta. Lo mismo puede decirse de Egipto, donde
una política estadounidense completamente dominada
por la inquietud por los derechos humanos debilitaría
al presidente Hosni Mubarak, cuyo sucesor probable-
mente mostraría un menor respeto por los derechos de
las personas. El mismo caso se da en Túnez, Marrue-
cos, Turquía, Pakistán, la República de Georgia y mu-
chos otros países. Si bien regímenes como los de Azer-
baiyán, U zbekistán y China son opresivos, el vacío de
poder que probablemente los reemplazaría causaría to-
davía más sufrimiento.
Para Maquiavelo, la virtud es lo contrario de la recti-
tud. Con su machaconería incesante acerca de los valo-
res, los republicanos y demócratas de Estados Unidos
parecen menos pragmáticos renacentistas que eclesiásti-
cos medievales, porque dividen de manera beata el mun-
do entre el bien y el mal.
El comentario de Isaiah Berlin, en el sentido de
que los valores de Maquiavelo son morales pero no
cristianos, pbntea la posibilidad de varios sistemas de
valores justos pero de coexistencia incompatible. Por
ejemplo, si Lee Kuan Yew de Singapur hubiese adop-
tado la doctrina estadounidense de las libertades indi-
viduales, habrían resultado imposible la meritocracia,
la honradez pública y el éxito económico auspiciados
por su autoritarismo moderado. Mientras que Singa-
pur ocupa uno de los primeros puestos en los índices
de libertad económica -libertad respecto a la confis-
cación de bienes, códigos tributarios caprichosos, le-
yes onerosas, etc.-, el estado africano de Benín, una

-106-
democracia parlamentaria, se encuentra en el cuarto
inferior de esos índices. 20
El ideal de Maquiavelo es la «patria bien gobernada»,
no la libertad individual. Es posible que a veces la «patria
bien gobernada» sea incompatible con un medio de comu-
nicación agresivo, cuya búsqueda de la «verdad» puede dar
lugar a poco más que informaciones molestas y fuera de
contexto, por lo que el riesgo de denuncia puede persuadir
a los líderes para concebir nuevos métodos de discreción.
Cuanta más «moralidad» exijan los barones de la erudición
en situaciones complejas en el extranjero, donde todas las
opciones son malas o implican un gran riesgo, más virtu
necesitarán nuestros líderes para engañarlos. Así como los
sacerdotes del antiguo Egipto, los oradores de Grecia y
Roma y los teólogos de la Europa medieval socavaron la
autoridad política, también lo hacen los medios de comuni-
cación. Si bien el recelo del poder ha sido fundamental en el
credo estadounidense, los presidentes y jefes militares ten-
drán que tomarse un respiro en el acoso de los medios de
comunicación para enfrentarse a los retos de la toma de de-
cisiones en décimas de segundo en las guerras futuras.
Los ideales de Maquiavelo influyeron en los Padres
Fundadores de Estados Unidos. Ciertamente, los funda-
dores norteamericanos tenían más fe en la gente ordina-
ria que Maquiavelo. No obstante, el recuerdo del desas- J
-~ tre de gobierno parlamentario de Oliver Cromwell en la
Inglaterra de mediados del siglo xvn los hizo sanamente
recelosos de las masas. «Los hombres son ambiciosos,
vengativos y rapaces», escribe Alexander Hamilton, ha-
ciéndose eco de Maquiavelo (e, inconscientemente, de

20. The Fraser Institute: «Economic Freedom of the World»,


The Economist (11-9-1999).

-107-
los antiguos chinos). 21 Es por ello que James Madison
prefería una «república» (en la que los antojos de las ma-
sas se filtran a través de «sus representantes y agentes») a
una «democracia» directa, en la que el pueblo «ejerce el
gobierno personalmente»Y El núcleo de la sabiduría de
Maquiavelo consiste en que la neces1daª2.!!!~Ú?- y el
interés propió""impulsan la política, y que esto puede ser
bueno en sí mismo, ya que los intereses ropios en com-
petencia ponen los cimientos e término medio, mien-
tras que los argumentos morales rí idos c~cen !\la
guerra y el con 1cto civil, rara vez las mejores opcwnes.
~uiavelo subraya que «todas las cosas de los hom-
bres están en movimiento y no pueden permanecer
fijas». Así, la necesidad primaria es irresistible, porque,
como explica Harvey C. Mansfield, catedrático en Har-
vard, «un hombre o un país puede permitirse la genero-
sidad hoy, pero ¿qué ocurrirá mañana?».B Es posible
que Estados Unidos tenga el poder para intervenir en
Timor Oriental hoy, pero ¿podrá permitirse luchar en el
estrecho de Formosa y la península de Corea mañana?
La respuesta puede ser afirmativa. Si los estadouniden-
ses disponen de recursos para detener una tragedia de
derechos humanos a gran escala, es positivo hacerlo, siem-
pre y cuando valoren sus posibilidades no sólo para este
día, sino también para el siguiente. En una época de cri-
sis constantes, la «previsión in uieta» debe constituir la

---
columna vertebral de to a política prudente. 24

2L The Federalist, 6.
22. The Federalist, 14. Véase también The Federalist, 10.
23. Véase Mansfield: Machiavelli's Virtue, p. 88.
24. Ibídem. La idea de Maquiavelo no es del todo nueva. Tucí-
dides, por ejemplo, elogia a Pericles por su «previsión» (pronoia).

-108-
VI

DESTINO E INTERVENCIÓN

El concepto maquiavélico de previsión inquieta nos


conduce a una de las cuestiones más desconcertantes de
las relaciones internacionales: ¿cuándo resulta previsible
una guerra, una atrocidad o cualquier otro. peligro?
Polibio, que escribió en el siglo u a.C., creía que los
orígenes de la guerra de Alejandro Magno contra Persia
en el año 333 a.C. se remontaban varias décadas, toda-
vía en vida del padre de Alejandro, Filipo II. Polibio,
que obtuvo abundante material de su carrera de estadis-
ta griego, explicó que «la causa ocupa el primer lugar en
una determinada serie &-acontecimientos el comien-
z!! v~e después». 1 Por «causa» entiende las condicio-
nes «que influyen con antelación en nuestros objetivos y
decisiones»; por «comienzo», sólo las acciones inmedia-
tas que provocan un cataclismo.
Así, las decisiones tomadas por los líderes yugosla-
vos a finales de los ochenta y principios de los noventa
fueron simplemente el comienzo de la reciente guerra,

l. Véase Polibio: The Rise of the Roman Empire, Penguin,


Nueva York, 1979, pp. 183-184.

-109-
no su causa. Ésta podría tener su origen en la guerra ci-
vil yugoslava que se desarrolló durante la Segunda Gue-
rra Mundial, o, más probablemente, a principios de los
ochenta, cuando una economía frágil, una estructura de
seguridad en decadencia desde la guerra fría y una insu-
rrección étnica albanesa contra los serbios en Kosovo se
combinaron para intensificar el conflicto étnico y propi-
ciar condiciones favorables a una mayor violencia.
Condiciones favorables no significa inevitabilidad,
sino simplemente una posibilidad grande si los políticos
no hacen caso de lo evidente. Yugoslavia no era tan in-
tratable ni compleja como para que Margaret Thatcher
no hubiese podido evitar que la guerra se propagara a
Bosnia golpeando furiosa la mesa con su bolso en cual-
quiera de las reuniones celebradas por la OTAN en 1991
o principios de 1992, de haber sido todavía la primera
ministra británica.
Puesto que la detección temprana es una condición
sine qua non de la prevención de crisis, y dado que cir-
cunstancias individuales como el golpe en el seno del
partido conservador que derrocó a Thatcher en 1990 no
se pueden prever, la política exterior ha de ser el arte de
organizar inteligentemente aquella información que sí se
pueda prever, con el fin de establecer un marco de refe-
rencia, aunque impreciso, de los acontecimientos futu-
ros. Ésa es la enseñanza de la «previsión inquieta» de
Maquiavelo.
Lo que se puede prever es aquello que cambia lenta-
mente o no cambia en absoluto: el clima, los recursos bá-
sicos, el ritmo de urbanización, las relaciones interétni-
cas, el poder de la clase media, etc. Un motivo de que las
Naciones Unidas sigan de cerca los índices de alfabetiza-
ción y fertilidad (y luego clasifiquen los países según un

-110-
Índice de Desarrollo Humano basado en tales factores)
es que son descriptivos del presente e instructivos sobre
el futuro.
La suspensión de la segunda vuelta de las elecciones
argelinas, en enero de 1992, no fue la causa del terrorismo
islámico ni del conflicto civil en Argelia, sino tan sólo su
comienzo. Entre las causas figuran los índices sorpr~­
dentemente ~levados de crecimiento demográhc_2.Lur-
banización en las décadas anteriores a 1992, de r~Ódo que
l~giones de varonesjóvenes frustrados y sin empleo
inundaban las ciudades y los suburbios. 2 También hay
que tener en cuenta la reinvención del islam en un escena-
rio urbano moderno e impersonal que lo dota de un rigor
ideológico del que carecía en las zonas rurales. Estas cir-
cunstancias podrían haber puesto fácilmente a los políti-
cos sobre la pista del conflicto inminente en Argelia.
En 1989, cuando cayó el muro de Berlín, un analista
que confiara únicamente en las pruebas de la historia, la
cultura y la geografía habría podido prever el estado de
los antiguos países miembros del Pacto de Varsovia una
década más tarde. Antes de la Segunda Guerra Mundial y
del aplastamiento de Europa del Este por parte del Ejérci-
to Rojo, los territorios católicos y protestantes de Alema-
nia del Este, Polonia, Hungría y Checoslovaquia occiden-
tal-todos los cuales habían formado parte del Imperio
de los Habsburgo- se habían vanagloriado de poseer una
clase media amplia y enérgica. La producción industrial en

2. Las décadas posteriores al colonialismo vieron cómo la po-


blación argelina se duplicaba en .cada generación, mientras que el
número de habitantes urbanos en relación con el resto de la pobla-
ción aumentaba en más de un 5% cada año. Entre las fuentes figu-
ran el Population Reference Bureau y el Banco Mundial.

-111-
el oeste de Checoslovaquia rivalizaba con la de Inglaterra y
Bélgica. La situación era distinta en las naciones balcánicas
de culto ortodoxo y en Rusia, abrumadas por siglos de ab-
solutismo bizantino, otomano y zarista, donde las clases
medias eran puntos diminutos en medio de un vasto cam-
pesinado. De esas naciones más pobres, Rusia fue siempre
la más desfavorecida, con un tejido social desgarrado por
más décadas de comunismo que los Balcanes y problemas
más complicados si cabe por el tamaño, la diversidad ét-
nica y la proximidad a las regiones menos estables de
Asia. No es de extrañar que, en el año 2000, el grado
de desarrollo económico en Europa del Este fuese
aproximadamente el mismo que antes de la Segunda
Guerra Mundial, siendo la parte septentrional de la re-
gión, el antiguo Imperio d~ los Habsburgo, la más prós-
pera, por delante de los Balcanes y de Rusia, la peor si-
tuada. Entre tanto Croacia, obedeciendo el destino de
un territorio fronterizo entre Europa central y los Bal-
canes, fue desgarrada por la violencia balcánica en los
años noventa, pero ahora avanza hacia la sociedad civil
más deprisa que sus vecinos meridionales.
Existen algunas excepciones a esta pauta histórica y
cultural: los serbios, que están peor que muchos rusos ur-
banos; los católicos de etnia húngara en el norte de Serbia,
que están peor que los rumanos ortodoxos de Bucarest; y,
asombrosamente, Grecia, una nación balcánica y orto-
doxa que está situada por delante de Polonia, la Repúbli-
ca Checa y Hungría en el Índice de Desarrollo Humano
de las Naciones Unidas. 3 Pero que Grecia escapara del

3. Véanse los distintos Índices de Desarrollo Humano publica-


dos anualmente por el Programa de Desarrollo de las Naciones
Unidas.

-112-
comunismo y el subdesarrollo balcánico requirió una
contrainsurrección respaldada por Estados U nidos que
combatió las guerrillas comunistas, seguida por 10.000
millones de dólares en concepto de ayuda de la Doctrina
Truman (en dólares de la década de 1940) para un país con
sólo 7,5 millones de habitantes, y una gran injerencia por
parte de la CIA en la política interior griega durante los
años cincuenta.
Las ventajas de utilizar modelos históricos y cultura-
les para vislumbrar el futuro son evidentes, pero tam-
bién lo son los inconvenientes. ¿Qué habría ocurrido si
la Administración Truman hubiese abandonado a Gre-
cia? A finales de los cuarenta, Grecia se encontraba atra-
sada económicamente, sin una clase media tradicional,
desgarrada por las disensiones civiles, no expuesta a la
Ilustración occidental y geográfica y espiritualmente más
próxima a Rusia que a Occidente. La historia y la geogra-
fía indicaban que ayudar a Grecia era una causa perdida.
Sin embargo, funcionó. Y por muy cara que resultara la
intervención estadounidense en Grecia fue barata com-
parada con el coste en gastos de defensa y sufrimiento
humano porque evitó que Grecia se convirtiera en un sa-
télite soviético en 1949.
El desmembramiento de 'la Unión Soviética es otro
argumento contra lo que Isaiah Berlín descartó como
«Ínevitabilidad histórica>>. 4 Por muy enfermizo que fue-
se el sistema soviético, el espectáculo de un imperio con-
tinental desmoronándose rápidamente sobre sus cimien-
tos, sin un ejército invasor que lo instigara, tuvo pocos
precedentes en la historia. Fue esta conclusión dramática

4. Véase el ensayo de Berlín del mismo título en Four Essays on


Liberty, Oxford University Press, Oxford, 1969.

-113-
e imprevista de la guerra fría lo que incitó a uno de los
colegas de Berlín a declarar: «La "inevitabilidad" tiene
bastante mala fama.» 5
Un argumento conmovedor contra la inevitabilidad
son los Shi ji (Recuerdos históricos o hechos históricos
memorables), de Sima Qian, el Tucídides de la antigua
China, cuya historia de las dinastías Qin y Han incluye
muchos pasajes como éste:

Chen She, nacido en una humilde choza con ven-


tanas diminutas y una puerta de adobe, jornalero en
el campo y recluta de guarnición, cuyas aptitudes no
alcanzaban ni tan siquiera la media [... ] dirigió un
grupo de varios cientos de soldados pobres y cansa-
dos en una revuelta contra Qin. [... ] Las armas que
improvisaba con azadas y ramas de árbol no podían
igualar lo afilado de lanzas y picas; su reducido gru-
po de reclutas de guarnición no era nada al lado de
los ejércitos de los nueve estados. [... ] Qin [era] un
gran reino y durante cien años hizo que las antiguas
ocho provincias rindieran homenaje a su corte. Sin
embargo, después de hacerse dueño de las seis direc-
ciones[... ] un solo plebeyo [Chen She] se enfrentó a
él y sus siete templos ancestrales cayeron. 6

Si el futuro fuese predecible de verdad, la ciencia po-


lítica gozaría de un mayor respeto, y el determinismo
-la creencia de que fuerzas históricas, culturales, eco-

S. Véase Norman Stone: «There Is No Such Thing as lnevitabi-


lity», The Sunday Telegraph (28-2-1999).
6. Sima Qian: Records of the Grand Historian: Han Dynasty !,
pp. 12-13.

-114-
nómicas y otros antecedentes determinan de hecho el
futuro de individuos y naciones- no tendría tan mala
reputación. Las guerras rara vez se han ganado mediante
el fatalismo, y las victorias en el campo de batalla contra
fuerzas muy superiores han cambiado generalmente el
curso de la historia. «Una de las flaquezas perennes de
los seres humanos -escribe el difunto historiador britá-
nico Arnold Toynbee- es imputar su fracaso a fuerzas
que escapan por completo a su control.» 7 Un gran líder
necesita un cierto sentido del idealismo y la posibilidad.
El príncipe de Maquiavelo ha perdurado en parte porque
es una guía instructiva para aquellos que no aceptan el
destino y exigen la máxima astucia para vencer fuerzas
más poderosas.
No obstante, difícilmente se deriva de ello que los
políticos deban hacer caso omiso de todos los factores,
objetivos y subjetivos, que anuncian las crisis y permiten
tomar medidas para tratar de evitarlas.

El determinismo ha sido objeto de debate desde que


los estoicos griegos identificaron dos conceptos aparen-
temente contradictorios: la responsabilidad moral indi-
vidual y la causalidad, es decir, la creencia de que nues-
tros actos son la consecuencia inevitable de una serie de
acontecimientos previos. 8 Fue contra el determinismo
de la Iglesia católica medieval, según la cual la historia
seguía una sola dirección y finalidad, que se rebeló Ma-
quiavelo. La historia del siglo xx hace del determinismo

7. Toynbee: A Study of History, p. 247.


8. Véase el ensayo de Isaiah Berlin: «From Hope and Fear Set
Free», The Proper Study of Mankind.

-115-
la cuestión filosófica más sustancial que se presenta ante
los políticos de hoy en día, porque detrás de los errores
del marxismo y otros desatinos yace el error de leer con
excesivo rigor el pasado.
Si bien el marxismo es el caso clásico de una filosofía
determinista, el determinismo fue también un factor
presente en la política contemporizadora de la Alemania
nazi en los años treinta. La contemporización revelaba el
peligro de una estrecha fijación en el poder -quién lo
ostenta y quién no- que pone a uno en la difícil posi-
ción de tomarlo o bien someterse. A saber, el director
favorable a la política contemporizadora de The Times
de Londres, Geoffrey Dawson, planteó que «si los ale-
manes son tan poderosos como la gente dice, ¿no debe-
ríamos ir con ellos?». 9 Chamberlain creía que el rearme
de Hitler era una consecuencia preocupante pero inevi-
table de la capacidad industrial de Alemania, su pobla-
ción numerosa y dinámica y su posición estratégica en
el corazón de Europa. Así pues, no se podía detener al
líder nazi.
A diferencia del respetable y honrado Chamberlain,
Churchill era un bebedor y se rodeaba de una «vergon-
zosa pandilla de libertinos». 10 Fue precisamente una
personalidad como ésa, inestable y autoritaria, la que

9. Véanse Albert Wohlstetter: «Bishops, Statemen, and Other


Strategists on the Bombing of Innocents», Commentary (junio de
1983 ), las cartas de respuesta de Bruce Russett, Samuel Huntington
y Brent Scowcroft y la réplica de Wohlstetter en el número de di-
ciembre de 1983.
10. Véase la reseña de Michael Howard sobre John Lukacs:
Five Days in London, M ay 1940, The National Interest (primavera
de 2000).

-116-
constituyó un antídoto contra el fatalismo de Cham-
berlain. Dada su exuberancia y su sentimentalismo res-
pecto al Imperio británico, a Churchillle resultaba ini-
maginable un desenlace que el primer ministro inglés
no ayudara a forjar. De este modo captó lo ilógico de la
actitud de Chamberlain hacia Hitler, que anulaba la in-
fluencia del propio Chamberlain.
Churchíll era un pluralista por naturaleza: alguien
que cree que muchas cosas (particularmente sus propias
acciones) interactúan, y que no hay una sola cosa que
determine verdaderamente el futuro. Como Ronald Rea-
gan, otro líder que demostró ser más clarividente que el
mandarinato de Asuntos Exteriores que le desdeñaba,
Churchill estaba dotado de una pasión moral-un odio
puro- que resultó más efectiva que el pragmatismo y
fatalismo de Chamberlain. 11 El discurso inaugural de
Reagan parece sacado de Churchill: «Yo no creo en un
destino que caerá sobre nosotros hagamos lo que haga-
mos. Creo en un destino que caerá sobre nosotros si no
hacemos nada.»
A Reagan pudo parecerle irracional creer en los ochen-
ta que la guerra fría era transitoria y que el muro de Berlín
se desmoronaría. A este respecto, Reagan mostró otra
característica del determinismo: la de ser excesivamente
racional, un defecto al que los analistas políticos y otros
expertos son especialmente propensos. Un hombre me-
ramente racional no habría desafiado a Hitler como lo
hizo Churchill.
Mientras que Churchill y Reagan representaron la fir-
meza estratégica y moral contra unas fuerzas considera-

11. Véase Edmund Morris: Dutch: A M emoir of Ronald Rea-


gan, Random House, Nueva York, 1999, p. 413.

-117-
bies, en 1993 el presidente Clinton pareció encarnar el fa-
talismo de los contemporizadores al no intervenir en la
antigua Yugoslavia para detener los crímenes de guerra
cometidos por serbios contra musulmanes en Bosnia.
Algunas de las críticas más acres contra la opción
de Clinton de no intervenir pronto en Bosnia proce-
dieron de los admiradores de Isaiah Berlín, cuya de-
fensa del derecho de los individuos a actuar contra las
grandes injusticias y las coacciones de la historia, la
cultura y la geografía ocupaba el trasfondo del debate
sobre Bosnia. Tanto Berlín como Churchill aborrecían
el determinismo, aun cuando la descripción geográfica
y cultural que hiciera Churchill en su The River War
esté impregnada de él. Es necesario explicar esta apa-
rente contradicción con el fin de diferenciar la previ-
sión inquieta, que es sensata, del determinismo, que a
menudo no lo es.

En plena guerra fría, cuando las ciencias sociales iban


en ascenso con su promesa de soluciones si podían reunir-
se los datos suficientes sobre la conducta humana -una
época en que muchos eruditos rechazaron los valores
burgueses en favor de utopías marxistas y proclamaron
que todos los hombres eran «animales políticos»-, Isaiah
Berlín, que residía y enseñaba en Oxford, defendió el
pragmatismo burgués, apoyó los ~compromisos contem-
porizadores» por encima de la experimentación política,
dudó de los valores de las ciencias sociales y se mostró es-
céptico sobre las ventajas de la participación política. 12

12. Michael Ignatieff: Isaiah Berlin: A Lije, Holt, Nueva York,


1998, en particular, p. 24.

-118-
Berlín encarna el escepticismo y la valentía intelectual a
los que todos los estadistas deberían aspirar.
Berlín resumió su ataque contra el determinismo en
una conferencia pronunciada en 1953 y publicada al año
siguiente bajo el título de «lnevitabilidad histórica», en
la que tacha de inmoral y cobarde la creencia de que
enormes fuerzas impersonales como la biología, la geo-
grafía, el entorno, las leyes de la economía y las caracte-
rísticas étnicas determinan nuestras vidas.B Berlín criti-
ca a Toynbee y Edward Gibbon por ver las «naciones»
y «civilizaciones» como entidades «más concretas» que
los individuos que las personifican, y por ver abstraccio-
nes como la «tradición» y la «historia» como «más sa-
bias que nosotros». Michael Ignatieff, biógrafo deBer-
lín, escribe: «El núcleo de su concepto moral reside en
una intensa aversión por los intentos de negar a los seres
humanos su derecho a la soberanía moral. Tanto el co-
munismo como el fascismo fueron culpables de ello por
el modo en que trataron de adoctrinar a sus adeptos y li-
quidar a sus enemigos.» 14

La geografía, las características de grupo, etc. influyen


en nuestras vidas, pero no las determinan; los individuos
son más concretos que las naciones a las que pertenecen;
el libre pensamiento es esencial en nuestra naturaleza, y
mientras la historia pueda ser más sabia que nosotros, no
podemos conocer su rumbo, aun cuando los políticos
deben utilizar todos los medios a su alcance para antici-
parse a los acontecimientos. Si bien estos puntos pare-

13. El ensayo está incluido en Berlin: Four Essays on Liberty.


14. Véase Ignatieff: lsaiah Berlin: ALife, p. 200.

-119-
cen evidentes, se necesitaba valor para sostenerlos en el
mundo académico en el que Berlín se movía, que se ha-
llaba entonces en las fauces del marxismo y otras modas
pasajeras de las ciencias sociales.
Hoy en día el marxismo y el fascismo contra los que
Berlín dirige sus ataques han sido vencidos. Pero otras
ideologías deterministas -el islamismo radical y la fe
ciega en la tecnología, por ejemplo- seguirán evolucio-
nando, y es por ello que creo que la literatura antitotali-
taria de Berlín sobrevivirá mucho tiempo después del si-
glo xx. Sin embargo, los retos de la política exterior de
hoy no pueden resolverse sin remitirse hasta cierto pun-
to al entorno, la demografía, las circunstancias históricas
y otros factores que Berlin, en su ataque devastador con-
tra todas las formas de determinismo, parece a primera
vista rechazar.
Parafraseando al filósofo alemán Immanuel Kant, Ber-
lín dice que el determinismo es incompatible con la mora-
lidad porque sólo aquellos «que son los verdaderos auto-
res de sus actos [...] pueden ser alabados o censurados por
lo que hacen». 15 No está diciendo que el entorno, la de-
mografía y las circunstancias históricas no importen, ni
que no afecten a la opción individual; dice tan sólo que en
el análisis final, todos nosotros -periodistas, estadistas,
jefes militares étnicos, etc.- debemos asumir la respon-
sabilidad moral sobre nuestras acciones, por mucho que
puedan estar influidas por fuerzas externas. Admitiendo
cómo el entorno influye en acciones y deseos, Berlín es-
cribe: «Difícilmente se puede esperar que los hombres
que viven en condiciones en las que no hay suficiente co-

15. Véase Berlín: «The Counter-Enlightenment», en The Pro-


per Study of Mankind.

-120-
mida, calor, abrigo y un grado mínimo de seguridad se
16
preocupen por la libertad de contrato o de prensa.»

La previsión sobre la base de los índices de fertilidad


y urbanización antepone la conducta colectiva a la opción
personal y descansa fundamentalmente sobre un supuesto
de determinismo biológico: la reacción de los primates al_
estrés de la superpoblación. Éste es el caso, por ejemplo, de
las predicciones de violencia de masas en Ruanda anterio-
res a 1994 y basadas en la disminución de la fertilidad del
suelo, un crecimiento demográfico vertiginoso (la mujer
ruandesa media concebía ocho veces a lo largo de su vida
reproductiva) y los antecedentes de matanzas étnicas en los
años sesenta y setenta. 17 La previsión de la violencia no la
hacía inevitable e incluso habría podido contribuir a impe-
dirla si los funcionarios se hubieran tomado las prediccio-
nes con la suficiente seriedad y hubieran actuado a tiempo.
Quizá parezca insistir en lo evidente, pero ha habido
una tendencia entre algunos periodistas e intelectuales a
calificar esas predicciones de deterministas simplemente
porque advierten de consecuencias poco prometedoras.
El Center for Army Analysis de Washington, que
ha compilado un impresionante historial de prediccio-
nes de inestabilidad en distintas regiones, considera los
países casi como los actuarios de seguros consideran a
las personas: la opción moral del individuo desempeña

16. Véase la introducción de Berlín a Four Essays on Liberty.


17. Véanse Valerie Percival yThomas Homer-Dixon: Enviran-
mental Scarcity and Violent Conflict: The Case of Rwanda, Univer-
sity of Toronto, 1995; «World Population Data Sheet, 1992», Popu-
lation Reference Bureau, Washington; y Stanley Meisler: «Rwanda
and Burundi», The Atlantic Monthly (septiembre de 1973).

-121-
un papel mínimo o nulo en sus análisis, mientras que
las enormes fuerzas impersonales como la geografía y
la historia tienen un papel muy destacado. Los méto-
dos de este centro no son únicos en la comunidad mi-
litar y los servicios de información estadounidenses.
Basándose en gran medida en orientaciones históri-
cas, especialmente una tendencia al conflicto étnico,
la Agencia Central de Inteligencia (CIA) advirtió del
brote de violencia en Yugoslavia un año antes de que se
produjera. Fue una suposición legítima al servicio de la
previsión inquieta. Cuando Berlín censura el determi-
nismo, jamás dice que debamos hacer caso omiso de los
signos inminentes de peligro.
Así, cuando Churchill escribió sobre la incidencia de
la geografía, el clima y la historia sobre los habitantes
africanos y árabes de Sudán no estaba siendo fatalista;
tan sólo comunicaba lo que sabía y había experimenta-
do, ilustrando con ello el extraordinario esfuerzo que se
requeriría para cambiar las cosas en aquel país.
Esa franqueza es absolutamente necesaria. Tratar cada
país y cada crisis como una pizarra en blanco, repleta de
posibilidades optimistas, es peligroso; lo que es factible en
un lugar puede no serlo en otro. En este sentido, Ray-
mond Aron escribe acerca de «una ética sensata, arraigada
en la verdad del "determinismo probabilista"», porque
«la opción humana actúa siempre dentro de ciertas coac-
ciones o limitaciones como la herencia del pasado». 18 La

18. Véase el excelente artículo de Daniel J. Mahoney: «Three


Decent Frenchmen», The National Interest (verano de 1999), reseña
de The Burden of Responsibility de Tony Judt. Véase también Fran-
ciszek Draus (ed.): History, Truth and Liberty: Selected Writings of
Raymond A ron, U niversity of Chicago Press, Chicago, 1985.

-122-
palabra clave aquí es «probabilista», es decir, un determi-
nismo parcial o vacilante que reconoce diferencias obvias
entre grupos y regiones pero no simplifica excesivamen-
te, y que deja la puerta abierta a muchas posibilidades. El
arte de gobernar con valentía nunca hace apuestas teme-
rarias basadas en la esperanza; actúa cerca de los lími-
tes de lo que parece factible en una situación dada, por
cuanto hasta las situaciones más terribles pueden tener
desenlaces mejores o peores.

Así, una política exterior responsable requiere un


grado limitado de determinismo. También requiere una
dosis limitada de contemporización: no capitular nunca
ante las flagrantes violaciones de los derechos humanos
podría suponer la presencia de tropas estadounidenses
patrullando no sólo en Somalia, Haití, Bosnia y Kosovo,
sino también en Abjasia, Nagorno-Karabaj, Cachemira,
Ruanda, Burundi, Congo nororiental, Sierra Leona, Li-
beria, Angola y muchos otros lugares. La creación de un
cuerpo policial de ámbito mundial -organizado por
Estados Unidos y otras potencias bajo los auspicios de
la ONU- realizaría intervenciones frecuentes y más
prácticas. No obstante, seguiría habiendo discusiones
sobre dónde intervenir, sobre todo si el alcance de la
atrocidad aumenta en todo el mundo a medida que el
crecimiento demográfico, la urbanización y la escasez de
recursos agrava el conflicto étnico. Cuando se detienen
los abusos de los derechos humanos en cualquier parte,
es posible que las tropas inter"nacionales deban permane-
cer allí indefinidamente. En consecuencia, la interven-
ción, aun disponiendo de la voluntad y los hombres ne-
cesarios, será siempre selectiva.

-123-
La obsesión de Estados Unidos por el desastre de Mú-
nich demuestra lo selectiva que ha sido siempre la política
exterior estadounidense respecto a qué emergencias se
consideran importantes y cuáles no. En 1919 los aliados
occidentales reconocieron la conquista ilegal de la penín-
sula china de Shandong por parte de Japón. Volvieron a
mostrarse contemporizadores cuando en 1932 Japón em-
prendió la conquista de Manchuria. Esto condujo en 1937
al «saqueo de Nanjing», donde los soldados nipones «ma-
taron con sus propias manos» a entre 40.000 y 60.000 civi-
les chinos usando bayonetas, ametralladoras y querose-
no.19 No obstante, en las encendidas discusiones sobre
Bosnia, Ruanda y Timor, fue Múnich lo que normalmen-
te salió a colación; no Nanjing, aun cuando sigue siendo
una importante cuestión diplomática sin resolver entre
Japón y China. La particularidad de la memoria colectiva
sugiere que los estadounidenses serán igualmente juicio-
sos respecto a intervenciones futuras, especialmente da-
das las limitaciones de sus recursos políticos y militares y
la enormidad del mundo y sus complejos problemas.
Los norteamericanos intervendrán, y deberían ha-
cerlo, cada vez que un interés estratégico irresistible se
cruce con un interés moral, como ocurrió en los años
treinta tanto en Manchuria como en Europa central y,
más recientemente, en Bosnia. Pero, en otros casos, las
decisiones de intervenir se basarán en una variedad de
factores legítimos: la geografía, las pautas históricas y
étnicas, la facilidad de actuación, los puntos de vista de

19. Véase Barbara Tuchman: Stilwell and the American Expe-


rience in China, 1911-45, p. 178. Véase también «Ghosts from Chi-
na and Japan», The Economist (29-1-2000). Según algunas estima-
ciones, las víctimas en Nanjing alcanzaron la cifra de 300.000.

-124-
los aliados y el alcance de la propia determinación, que,
si es suficiente, puede pasar por encima de todos los obs-
táculos. La aparición de un verdadero cuerpo policial
mundial aumentará el ámbito de participación, pero no
ad infinitum.
El cristianismo trata de la conquista moral del mundo,
mientras que la tragedia griega trata del choque de ele-
mentos inconciliables. Como Maquiavelo manifiesta con
crueldad, pero también con precisión, el progreso suele
derivar del daño ajeno. 20 Al decidir dónde intervenir, los
políticos tendrán que poner esas verdades difíciles al ser-
vicio de los objetivos de largo alcance de Washington;
la política exterior estadounidense deberá reconocer que,
mientras que la virtud es positiva, una virtud excepcional
puede ser peligrosa. 21
Las personas y su destino importan entadas partes.
Así pues, cada vez que Estados Unidos generalice al res-
pecto y deje de intervenir, será culpable de indiferencia,
ignorancia y cálculo político. Por otro lado, no se puede
hacer como la cañonera humeante que aparece en El co-
razón de las tinieblas de Conrad, que disparaba indiscri-
minadamente a la oscura inmensidad. 22

20. Véanse Maquiavelo: Discourses on Livy, libro primero; y


Mansfield: Machiavelli's Virtue, p. 75.
21. Véase Mansfield, p. 116.
22. Véase Ralph Peters: Fighting for the Future: Will America
Triumph?, Stackpole, Mechanicsburg (Pensilvania), 1999 y Joseph
Conrad: H eart of Darkness (1902) [Versión en castellano: El cora-
zón de las tineblas, Alianza, Madrid, 1997.]

-125-
VII

LOS GRANDES PERTURBADORES: HOBBES


YMALTHUS

En política exterior, una aceptación modesta del des-


tino conducirá a menudo a la disciplina en lugar de a la
indiferencia. La constatación de que no siempre po-
demos salirnos con la nuestra es la base de un punto de
vista que descansa sobre una sensibilidad antigua, por
cuanto la tragedia no es tanto el triunfo del mal sobre el
bien como el triunfo de un bien sobre otro que causa su-
frimiento. La conciencia de este hecho conduce a una
moralidad firme, arraigada tanto en el miedo como en la
esperanza. Las ventajas morales del miedo nos llevan a
dos filósofos ingleses que, como Maquiavelo, han in-
quietado durante siglos a las personas de buena volun-
tad: Hobbes y Malthus.

Thomas Hobbes nació en 1588 y vivió hasta los no-


venta y un años, una edad asombrosamente avanzada
para su época. Aunque la posteridad le tiene por un filó-
sofo pesimista, personalmente fue un genio. Hombre
alto y de porte erguido, Hobbes se mantuvo activo hasta

-127-
el final; y tradujo la Odisea y la Ilíada de Homero a los
ochenta y tantos. Hijo de un vicario que le abandonó
cuando tenía cuatro años, fue criado por un tío próspe-
ro y estudió" en Oxford, donde cursó geografía entre
otras disciplinas. Como tutor de un joven rico, William
Cavendish, Hobbes tuvo el privilegio de viajar por Eu-
ropa y utilizar una magnífica biblioteca, en la que em-
prendió un viaje intelectual que le llevaría a través de los
clásicos griegos y latinos; la historia, las ciencias y las
matemáticas, todo lo cual compiló en una serie de grue-
sos tomos de filosofía, principalmente en el Leviatán,
tan controvertido en vida de Hobbes como en la actuali-
dad debido a su preferencia por la monarquía sobre la
democracia y su duda de que los seres humanos tengan
la capacidad de opción moral. Hobbes realizó también
una traducción-de la Historia de la guerra del Pelopo-
neso de Tucídides que sigue leyéndose en la actualidad.
Hobbes fue influido por el descontento que se apo-
deró de Inglaterra en los años treinta del siglo XVII, segui-
do por las guerras civiles de 1642-1651. Aunque muchos·
de sus temas políticos ya se habían articulado antes de la
anarquía de los años cuarenta del siglo XVII, aquellos terri-
bles sucesos consolidaron y pulieron sus puntos de vista.
En 1642las quejas sobre los impuestos, los monopo-
lios y el papel del clero condujeron a una guerra entre el
rey Carlos I y el Parlamento. El «nuevo ejército mode-
lo» parlamentario avanzó por el suroeste de Inglaterra,
mientras que los escocese.s rebeldes invadieron el norte.
La huida de las tropas monárquicas obligó a Carlos a
buscar refugio entre los escoceses, quienes lo entregaron
a sus enemigos parlamentarios. Carlos escapó, iniciando
así otra orgía de batallas ganadas por el nuevo ejército
modelo, que le juzgó y ejecutó en 1649. Luego la lucha

-128-
se extendió a Irlanda, donde los católicos y monárquicos
leales a Carlos II -recién coronado en Escocia y con
nuevos aliados escoceses- se rebelaron contra el ejérci-
to parlamentario. Aunque el Parlamento sofocó la re-
vuelta en Irlanda, no pudo evitar que Carlos II se aden-
trara profundamente en Inglaterra. Pero el nuevo rey no
tardó en ser derrotado, lo que puso fin a las guerras civi-
les en 1651.
El lord protector de la Commonwealth fue Oliver
Cromwell, un fogoso puritano que más de dos décadas
antes había protagonizado el ataque contra los obispos
de Carlos I que contribuyó al inicio de la guerra civil.
Cromwell creía que los cristianos podían comunicarse
directamente con Dios sin la mediación del clero. Con
su genio organizador, había fundado el nuevo ejército
modelo del Parlamento, que resultó demasiado podero-
so incluso para la propia institución parlamentaria, lo
que obligó a algunos de sus miembros a pedir la ayuda
de los escoceses contra él. Fue la escisión entre el Par-
lamento y su ejército lo que alentó a los monárquicos a
reanudar la guerra civil, pese a las numerosas bajas.
Después de que su ejército disolviera el Parlamento,
Cromwell se erigió en un verdadero dictador. Trató de
sustituir el Parlamento con un segundo cuerpo legislativo,
que, debido a su radicalismo, recibió el nombre de Asam-
blea de los Santos. Fueron los seguidores de Cromwell,
conocidos como «cabezas redondas» -a causa de su pelo
cortado muy corto- quienes profanaron sepulcros con
bajorrelieves e imágenes religiosas, que consideraban ído-
los. Cromwell murió de mala~ia en 1658. En 1661, tras la
restauración del reinado de Carlos II, sus restos embalsa-
mados fueron sacados de la abadía de Westminster y vuel-
tos a enterrar con los de los criminales en Tyburn.

-129-
Si bien Hobbes residió en París durante la mayor
parte de ese período, estuvo en compañía de exiliados
monárquicos que habían huido de Inglaterra para salvar
sus vidas. Así, como Tucídides y Maquiavelo, su filoso-
fía es indisociable de la agitación política que conoció di-
rectamente.
Hobbes basaba su filosofía en acontecimientos histó-
ricos y contemporáneos, como hicieran también Tucídi-
des y Maquiavelo; en ellos encontraba ejemplos de cómo
los seres humanos se comportaban en función de sus pa-
siones. La historia enseñaba a Hobbes que, así como la
vanidad y el exceso de confianza pueden cegar a los
hombres, el miedo puede hacerles ver con claridad y ac-
tuar moralmente. Según Hobbes, la virtud está arraigada
en el miedo. Y «la esencia de la virtud -escribe Hob-
bes- consiste en ser sociable con los que serán sociables
y temible con los que no lo serán» .1
Entre los muchos análisis útiles del pensamiento de
Hobbes, quizás el más claro es The Political Philosophy of
Hobbes: lts Basis and lts Genesis, del experto en ciencias
políticas de la Universidad de Chicago Leo Strauss, publi-
cado en 1936.2 Para Strauss y otros, Hobbes puede ser el
máximo exponente de pesimista constructivo. Su pers-

l. Véase Leo Strauss: The Política! Philosophy ofHobbes: lts Ba-


sis and lts Genesis, University of Chicago Press, Chicago, 1966, p. 49.
2. A menos que se indique lo contrario, mi compendio de la fi-
losofía de Hobbes se deriva -además del propio Hobbes- de la
edición de 1966 de University of Chicago Press del libro de Strauss.
Los escritos de Strauss sobre Hobbes y otros filósofos han mostra-
do a menudo más claridad que los de académicos de generaciones
posteriores, que con frecuencia han criticado a Strauss. No obstan-
te, incluso los críticos de Strauss admiten que su libro sobre Hobbes
fue su mejor obra.

--:-130-
pectiva de la naturaleza humana es sumamente .som-~
bría. Según Hobbes, el altruismo es antinatural, los se-
res humanos son rapaces, 1~ lucha del hombre contra
los demás es la condición natural de la humanidad y la
razón suele ser impotente contra la pasión. Este con-
c'epto de la naturaleza humana constÍtuye la base para
la separación de poderes perfilada en la Constitución
estadounidense, como corroboran los comentarios de
Hamilton en el sentido de que «las pasiones de los hom-~
~\ bres no se someterán a los dictados de la razón sin coac-
11' ción» y de Madison respecto a que «la ambición debe
estar hecha para contrarrestar la ambición». 3 En un
guiño más general a Hobbes, Hamilton y Madison
subrayaron con firmeza el poder de los motivos irra-
cionales sobre los ideales. «A menudo los hombres se
oponen a una cosa simplemente porque no han tenido
parte en su planificación -escribe Hamilton- o por-
que puede haber sido planeada por aquellos a los que
tienen aversión.» 4
Hobbes escribe que los seres humanos se parecen a
los otros animales en que están constantemente expues-
tos a múltiples impresiones, las cuales despiertan en ellos
temores y apetitos sin fin. Puesto que los seres humanos
pueden imaginar el futuro, son menos vulnerables a las
impresiones momentáneas. No obstante, su capacidad ~
de pensar en lo que vendrá les produce apetitos y temo-
res adicionales, sin precedentes en el reino animal. Así
pues, el hombre es «el animal más astuto, más fuerte y
más peligroso». 5

' 3. The Federalist, 15 y 51.


4. The Federalist, 70.
S. De Hobbes: De Homine (1658). Véase Strauss, p. 9.

-131-
El mayor temor de un hombre, nos dice Hobbes, es a
la muerte violenta: morir a manos de otro hombre. Hob-
bes afirma que este miedo «prerracional» constituye la
base de toda la moralidad, por cuanto obliga a los hom-
bres a la «concordia» entre sí. 6 Pero es una moralidad de
necesidad, no de elección. Los seres humanos, con el fin
de' protegerse físicamente, no tienen más remedio que
someterse al Gob1erno, que Hobbes compara con un
Leviatán: lo que Dios, en el Libro de Job, llama el «rey
de todos los hijos del orgullo». 7 ,_

Este punto de vista no era del todo original. Aristóte-


les, en el siglo IV a.C., había indicado que la ciudad-esta-
do nace para la defensa de vidas y propiedades contra los
criminales. 8 Y en el siglo XIV IbnJaldún, político y soció-
logo árabe, definió «la autoridad real» como aquella que
r¡ ejerce una «influencia represora~~ sobre otros hombres,
«por cuanto la agresividad y la injusticia forman parte de
la naturaleza animal del hombre». 9 Lo que Hobbes hizo
fue explicar con más detalle una idea antigua.
Puesto que su propósito inicial es evitar que los
hombres se maten unos a otros, el Leviatán es un mono-
polizador de la fuerza. Así, se puede «dar por supuesto»
el despotismo como el estado de cosas natural. 10 Hobbes
prefería la monarquía a otras formas de gobierno porque
reflejaba la jerarquía del mundo natural. Si bien la demo-

6. Strauss, pp. 17, 22.


7. VéanseJob, 41:26, y Hobbes: Leviathan, capítulo 28.
8. Véase Aristóteles: Politics. Por ejemplo, el Libro 1, capítulos
1 y 2, pp. 8, 12. [Política, Gredos, Madrid, 1995.]
9. IbnJaldún: The Muqaddimah: An Introduction to History,
Bollingen/Princeton University Press, Princeton (Nueva Jersey),
1958, p. 47.
10. Strauss, pp. 60-61, y Leviathan, capítulo 17.

-132-
cracia y otros tipos avanzados de régimen son «artificia-

l
les», pueden tener éxito, pero requieren un pueblo edu-
cado, además de elites con talento, para echar raíces.U
«Antes de que los conceptos de justo e injusto pue-
dan darse -escribe Hobbes para la posteridad-, debe
existir algún poder coercitivo.» 12 Porque «allí donde no
ha precedido ningún pacto[... ] cada hombre tiene dere-
cho a todas las cosas, y, en consecuencia, ninguna acción
puede ser injusta» Y En resumen, en el mundo violento f;
de los hombres un acto es inmoral tan sólo si es punible. .
Sin un Leviatán que castigue lo que es incorrecto, no '
puede haber escapatoria del caos del estado natural.
En 1995 y 1996los habitantes de Freetown, la capital
de Sierra Leona, estuvieron protegidos por la presencia
de mercenarios surafricanos. Cuando éstos se marcha-
ron, en 1997, hubo un golpe militar que desencadenó la
anarquía y graves violaciones de derechos humanos. El
Gobierno civil sólo recuperó el poder con la ayuda de
otro grupo de mercenarios, esta vez procedentes del Rei-
no Unido. 14 Cuando éstos se fueron, un ejército de ado-
lescentes adictos a las drogas invadió Freetown en di-
ciembre de 1998, matando, mutilando y secuestrando a
miles de personas mientras el orden en la capital se rom-
pía por completo. Dos años más tarde, cuando la misma
turba rodeaba de nuevo Freetown, la comunidad interna-
cional envió comandos británicos para proteger la capi-
tal. Sierra Leona, sin instituciones eficaces, sin economía

11. Ibídem.
12. Leviathan, capítulo 15.
13. Ibídem.
14. Véase Christina Lamb y Philip Sherwell: «Sandline Boss
Blames Blair for Carnage in Sierra Leone», The Sunday Telegraph
(14-5-2000).

-133-
y con multitud de jóvenes armados, era una réplica del es-
tado natural.'Lo que necesitaba no eran elecciones, sino
un Leviatán, un régimen lo bastante poderoso como para
monopolizar el uso de la fuerza y proteger a los habitan-
tes de la anarquía de las bandas armadas. Así como un ré-
gimen despótico debe preceder a uno liberal, el orden
debe preceder a la democracia, porque el Estado en su
forma original sólo puede emanar del estado natural. No
servirá de nada celebrar elecciones en Haití o en la Repú-
blica Democrática del Congo si no existe un gobierno ca-
paz de atajar la violencia.
La libertad sólo es posible una vez establecido el or-
den. «Decimos que la naturaleza del hombre es la bús-
queda de la libertad -escribe Isaiah Berlin-, aun cuan-
do muy pocos hombres en la larga vida de nuestra raza la
han perseguido de veras, y parecen contentarse con ser
gobernados por otros.[... ]¿ Por qué se debería clasificar al
hombre sólo en términos de lo que en el mejor de los ca-
sos pequeñas minorías de aquí y allá buscaron en su pro-
pio beneficio, pero incluso con menos lucha activa?» 15 El
catedrático de Harvard Samuel P. Huntington, en su obra
clásica El orden político en las sociedades en cambio, inci-
de más directamente en Hobbes: «La distinción política
más importante entre países concierne no a su forma de
gobierno, sino a su grado de gobierno. Las diferencias en-
tre democracia y dictadura son más pequeñas que las di-
ferencias entre aquellos países cuya política encarna el
consenso, la comunidad, la legitimidad, la organización,

15. De Berlín: Four Essays on Liberty, citado por John Gray en


Berlin, Fontana/HarperCollins, Nueva York, 1995, p. 141. Berlín
escribió esto para explicar las ideas del intelectual liberal ruso del si-
glo XIX Alexandr Herzen.

-134-
la eficacia y la estabilidad y aquellos países cuya política
es deficiente en estas cualidades.» 16
Hobbes afirma que el miedo a la muerte violenta (no
el miedo al castigo por un crimen cometido) es la base de
la conciencia, y también de la religión. El miedo a la muer-
te violenta es un temor intenso y clarividente que permi-
te a los hombres comprender plenamente la tragedia de
la vida. Es a partir de esa constatación que los hombres
adoptan las convicciones internas que los llevan a fundar
sociedades civiles, mientras que el miedo al castigo es un
«temor momentáneo que sólo ve el siguiente paso» Y
El miedo a la muerte violenta es la piedra arygular del
interés propio ilustrado. Al establecer un estado, los
hombres sustituyen el miedo a la muerte violenta -un
temor mutuo que lo impregna todo- por el miedo que
sólo aquellos que infringen la ley deben afrontar.
Los conceptos de Hobbes son difíciles de entender
para la clase media urbana que desde hace __ ..:mpo ha per-
dido el contacto con el estado natural del hombre. Pero,
por muy adelantada cultural y tecnológicamente que sea
una sociedad, seguirá siendo civil sólo mientras pueda
imaginar de algún modo la condición original del hombre.
Por supuesto que las drogas y la biotecnología pue-
den transformar la naturaleza humana en nuestro tiem-
po, pero sólo pueden hacerlo en las regiones avanzadas
del mundo, donde quienes poseen el control de estos re-
cursos emplearán, como siempre, principios nobles en la
búsqueda de su interés propio. Por otra parte, cuanto
mayores sean los progresos ·en biotecnología, menos te-

16. Huntington: Political Order in Changing Societies, Yale


University Press, New Haven (Connecticut), 1968, p. 1.
17. Strauss, pp. 25-26.

-135-
meremos la muerte; y, según los cálculos de Hobbes,
más vanidosos y en consecuencia inmorales nos volvere-
mos probablemente. Con más desarrollo tecnológico,
nuestras pasiones serán más refinadas y obsesivas, lo que
aumentará nuestra propensión a la crueldad. Cuanto más
creamos que nos hemos alejado del estado natural, más
necesitaremos que Hobbes nos recuerde lo cerca que es-
tamos en realidad de él.

Hobbes fue influido por las ciencias, pero su filosofía se


basa en su interpretación de la historia y su observación de
los individuos. Quizá ningún otro filósofo tuvo una visión
más perspicaz de los motivos que constituyen el funda-
mento de la sociedad civil, lo que puede justificar la reper-
cusión de Hobbes en The Federalist Papers. Cuando Ma-
dison escribe que «las causas de la facción no pueden
eliminarse y ;)ólo se puede buscar alivio en los medios de
controlar sus efectos», recoge la idea de Hobbes de que los
seres humanos tienden al conflicto y que la única solución
es una fuerza superior y predominante: la cuestión básica
del Leviatán de Hobbes. 18 Los Padres Fundadores de la
Constitución estadounidense tenían un miedo abrumador
a la anarquía. Hamilton hace una siniestra descripción del
feudalismo, con sus débiles dirigentes que dan lugar a fre-
cuentes batallas señoriales, mientras que Madison defiende
los cínicos recursos empleados por Solón, el estadista de la
antigua Grecia, para mantener el orden en Atenas. 19 «Una

18. Las cursivas son de Madison. Véase The Federalist, 1O.


19. The Federalist, 17 y 38. Solón confesó haber dado a su pue-
blo no el gobierno más conveniente a su felicidad, «sino el más tole-
rable para sus prejuicios».

-136-
NACIÓN sin un GOBIERNO NACIONAL --escribe Hamilton-
es, en mi opinión, un espectáculo horrible.» 20
Aunque Hobbes se oponía a la democracia, era un li-
beral que creía que la legitimidad del gobierno deriva de
los derechos de los gobernados, algo que le distingue
de Maquiavelo. 21 Además, Hobbes era un moderniza-
dor, ya que en la época de sus escritos la modernización
supuso la descomposición del orden medieval mediante
el establecimiento de una autoridad central, que éllegiti-
mó.22 The Federalist Papers podría definirse como una
elaboración de la verdad de HobbesY
Los Padres Fundadores de la Constitución estadouni-
dense empiezan allí donde se quedó Hobbes, con la nece-
sidad de establecer el orden para reemplazar la anarquía, y
proteger a los hombres unos de otros. A partir de aquí, los
Padres Fundadores pasan a considerar la manera de lograr
que el instrumento de ese orden no sea tiránico. «En la
concepción de un gobierno -escribe Madison-, la gran
dificultad reside en esto: primero hay que capacitar al go-

20. The Federalist, 85.


21. Véase Francis Fukuyama: The End ofHistory and the Last
Man, Free Press, Nueva York, 1992, p. 154. [Versión en castellano:
El fin de la historia y el último hombre, Planeta, Barcelona, 1992].
Véase también Thomas L. Pangle y Peter J. Ahrensdorf:]ustice
Among Nations: On the Moral Basis of Power and Peace, Universi-
ty Press of Kansas, Lawrence, 1999, p. 150. Aristóteles escribe que
los mejores regímenes son aquellos «que buscan el beneficio co-
mún»; véase Aristóteles: Politics, p. 88.
22. Véase Huntington: Political Order in Changing Societies, p. 102.
23. El profesor Burton M. Leiser escribe que «Hobbes se anti-
cipó a muchos de los principios esenciales que intervinieron en la
fundación de la república americana»; véase el ensayo de Leiser
sobre Hobbes en lan P. McGreal: Great Thinkers of the Western
World, HarperCollins, Nueva York, 1992.

-137-
bierno para que controle a los gobernados, y a continua-
ción obligarlo a controlarse a sí mismo. La dependencia
del pueblo es, sin duda, el control principal del gobierno;
pero la experiencia ha enseñado a la humanidad la necesi-
dad de precauciones auxiliares.» 24
Esas precauciones -que Madison denomina «inven-
ciones de prudencia»- son los mecanismos de control que
dividen el Gobierno de Estados Unidos en los poderes eje-
cutivo, legislativo y judicial, y la rama legislativa se bifurca
a su vez en un Senado y una Cámara de Representantes. 25
Pero aun cuando los Padres Fundadores creían me-
nos en la monarquía que Hobbes, se concentraron en
el problema de cómo la pasión y el interés propio im-
pulsan a los hombres a perjudicar a otros. De ahí la re-
flexión esperanzada de Madison de que la futura «Repú-
blica de los Estados Unidos» constaría de una sociedad
«dividida en tantas partes, intereses y clases de ciudada-
nos que los derechos de los individuos, o de la minoría,
correrían poco peligro frente a las combinaciones intere-
sadas de la mayoría». La seguridad, concluye Madison,
sería garantizada por una «multiplicidad de intereses» y
una «multiplicidad de sectas».26
Si bien los Padres Fundadores recorrieron una gran
distancia a partir de Hobbes, jamás se alejaron de su te-
sis principal: que el buen gobierno sólo puede surgir de
una comprensión astuta de las pasiones de los hombres.
Como escribe Madison, «se puede esperar tan poco de
una nación de filósofos como de la estirpe filosófica
de reyes anhelada por PlatÓn» Y

24. The Federalist, 51.


25. Ibídem.
26. Ibídem.
27. The Federalist, 49.

-138-
No obstante, así como es imposible concebir la Re-
volución norteamericana sin la invención de los tipos
móviles por parte de Gutenberg, también es imposible
imaginarla sin la filosofía de Hobbes y Maquiavelo. Fue
Maquiavelo quien identificó la necesidad del hombre de
adquirir provisiones materiales como la base de cual-
quier conflicto. Y puesto que el futuro es imprevisible,
un hombre nunca sabe cuánta riqueza material es sufi-
ciente; de este modo sigue adquiriendo, lo necesite o no.
Esto llevó a Hobbes a esbozar un órgano imparcial de
supervisión -el Estado- que regulara pacíficamente la
lucha por la posesión. 28 Hobbes, el primer filósofo que
distinguió completamente el Estado de la sociedad, pre-
vió una autoridad burocrática moderna cuyo objetivo,
según él mismo y los Padres Fundadores, no era nunca
perseguir el bien supremo, sino únicamente el bien co-
mún.29
Los Padres Fundadores suscribieron la idea de la vir-
tud pagana. Reconociendo que la facción y la lucha son
esenciales para la condición humana, sustituyeron las es-
feras de la política de partido y el mercado por campos
de batalla reales. 30 Al igual que Esparta, Estados Unidos
sería un «régimen mixto» en el que los distintos poderes

28. Véase Harvey C. Mansfield: Machiavelli's Virtue, Univer-


sity of Chicago Press, Chicago, 1966, pp. 293-294. Véase también el
comentario de Carnes Lord en Maquiavelo: The Prince, Yale Uni-
versity Press, New Haven (Connecticut), 1997.
29. Mansfield, pp. 293-294. Véanse Hamilton en The Federa-
list, 6 sobre las utopías engañosas y Paul A. Rahe: RepublicsAncient
and Modern, University of North Carolina Press, Chapel Hill,
1994.
30. Véase Rahe: Republics Ancient and M odern JI: N ew M odes
& Orders in Early Modern Political Thought, pp. 94-95.

-1~9-
lucharían unos contra otros; pero mientras que Esparta
se consagró a la guerra, Estados Unidos -protegido por
grandes océanos- se dedicaría al comercio pacífico. 31
El buen gobierno -y, asimismo, la buena política ex-
terior- dependerá siempre de una comprensión de las
pasiones humanas, que emanan de nuestros miedos ele-
mentales. Según Hobbes, la razón y la moralidad son res-
puestas lógicas a los distintos obstáculos y peligros- que
afrontamos en nuestras vidas. Así, la filosofía (la investi-
gación racional) trata de la resolución de fuerzas, y en po-
lítica exterior eso conduce a la búsqueda de orden. 32

Puesto que tantos estados del mundo en vías de


desarrollo poseen instituciones endebles, la cuestión
suprema en la política mundial a principios del siglo XXI
será el restablecimiento del orden. Este guión hobbesia-
no se verá agravado por presiones demográficas. Mien-
tras que la población mundial en conjunto está enveje-
ciendo, durante la próxima década muchas sociedades
que ya son pobres y violentas generarán cifras cada vez
mayores de jóvenes para los que no habrá suficientes
oportunidades de empleo; estas explosiones demográfi-

31. En Republics Ancient and Modern III: lnventions of Pru-


dence: Constituting the American Regime, p. 172, Rahe escribe:
<<Madison y sus colegas [... ] jamás dudaron de verdad que Estados
Unidos de América era --como la antigua Esparta, aunque de un
modo radicalmente distinto- un régimen mixto.» Véase también
Michael A. Ledeen: Machiavelli on Modern Leadership: Why Ma-
chiavelli's lron Rules Are as lmportant and Time/y Today as Five
Centuries Ago, St. Martin's, Nueva York, 1999, p. 109.
32. Véase la introducción de Michael Oakeshott a Hobbes: Le-
viathan, 1997.

-140-
cas de jóvenes serán especialmente comunes en lugares \
como Cisjordania, Gaza, Kenia, Zambia, Pakistán, Egip-
to, etc. Esto nos lleva a Malthus, el filósofo más relacio-
nado con las consecuencias negativas del crecimiento
demográfico. Nos guste o no, las crisis en muchos paí-
ses en el futuro previsible serán de signo hobbesiano y
malthusiano.
Hace años, en el cuartel general del Mando Militar
Central (CENTCOM) de Estados Unidos en Tampa (Flo-
rida), me entrevisté con el comandante en jefe, el general de
la Marina Anthony Zinni. Comentamos las amenazas que
surgían en Oriente Próximo, la zona de responsabilidad del
CENTCOM, y hablamos sobre los menguantes recursos
hidráulicos, el crecimiento demográfico y el desafío que
esas tendencias planteaban a los distintos regímenes. Los
otros militares y estudiosos presentes no pusieron en duda
la importancia de esas tendencias. A fin de cuentas, muchos
de los escenarios de conflicto en las últimas décadas -In-
donesia, Haití, Ruanda, la franja de Gaza, Argelia, Etiopía,
Sierra Leona, Somalia, Cachemira, Islas Salomón, etc.-
presentaban índices anormalmente altos de crecimiento de-
mográfico, sobre todo entre los jóvenes, y escasez de recur-
sos antes de los brotes de violencia.
Por evidente que esa idea pueda parecer, la debemos a
la obra de Thomas Robert Malthus Primer ensayo sobre
la población. El ensayo de Malthus, publicado en 1798,
era una reacción al optimismo de los pensadores preemi-
nentes de la época, de manera destacada William Godwin
en Inglaterra y el marqués d~ Condorcet en Francia, alen-
tados por la proximidad de un nuevo siglo y el ambiente
de cambio y libertad que barría Europa después de la Re-
volución francesa (las guerras napoleónicas todavía no se
atisbaban en el horizonte).

-141-
Godwin creía que los hombres, guiados por la razón,
eran perfectibles, y que su racionalidad les permitiría vivir
pacíficamente en el futuro sin leyes ni instituciones. En
lugar del Estado, proponía comunidades dotadas de auto-
gobierno. Condorcet --que recibió con entusiasmo el co-
mienzo de la Revolución francesa para morir después en
prisión como una de sus víctimas- creía, como Godwin,
que los seres humanos eran capaces de progresar infinita-
mente hacia una perfección absoluta, con la destrucción
de la desigualdad entre naciones y entre clases como con-
secuencia.33 Malthus replicó que la perfección humana
contradecía las leyes de la naturaleza. Este mismo punto
de vista fue suscrito por Tucídides a principios del si-
glo v a.C., Maquiavelo en el siglo XVI, Hobbes en el XVII,
Edmund Burke y los Padres Fundadores de la Constitu-
ción americana en el XVIII e Isaiah Berlín y Raymond Aron
en el XX. Aun cuando las sociedades ideales imaginadas
por Godwin y Condorcet llegaran a existir, argumentaba
Malthus, la prosperidad, por lo menos al principio, incita-
ría a la gente a tener más hijos que vivirían más tiempo, lo
que daría lugar a un crecimiento de población que provo-
caría, a su vez, sociedades más complejas, con elites cerra-
das y subclases. El ocio, agregó Malthus, causaría tanto
perjuicio como beneficio. En cuanto a la satisfacción hu-
mana, escribe: «Las sedas finas y los algodones, los enca-
jes y demás lujos ornamentales de un país rico pueden

33. William Godwin: An Inquiry Concerning Political ]ustice


and lts Influence on General Virtue and Happiness (1793) [Versión
en castellano: Investigación acerca de la justicia política, Júcar, Gi-
jón, 1985.] Marqués de Condorcet: Sketch for a Historical Picture of
the Progress of the Human Mind (1795) [Versión en castellano: Bos-
quejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano
Editora Nacional, Madrid, 1980.]

-142-
contribuir de forma muy considerable a aumentar el valor
canjeable de su producción anual; sin embargo, contribu-
yen en un grado muy pequeño a aumentar el volumen de
felicidad en la sociedad.» 34
Cuando Charles Darwin leyó el ensayo de Malthus en
1838, anunció: «Por fin he encontrado una teoría con la
que trabajar.» 35 Darwin veía de qué manera la lucha por los
recursos en una población en aumento podía preservar las
variaciones favorables y acabar con las desfavorables, con-
duciendo así a la formación de nuevas especies. En 1933
John Maynard Keynes escribió acerca del ensayo de Mal-
thus: «Está profundamente arraigado en la tradición de la
ciencia humanística[ ...], una tradición caracterizada por el
amor a la verdad y una lucidez sumamente noble, por una
cordura prosaica exenta de sentimiento o metafísica, y por
36
un inmenso desinterés y espíritu público.»
Sin embargo, la principal teoría de Malthus -que la
población aumenta geométricamente mientras que los
recursos alimenticios sólo lo hacen de forma aritméti-
ca- era errónea. Fue Condorcet quien acertó al prede-
cir que las herramientas de la revolución industrial con-

34. Véase David Price: «Üf Population and False Hopes: Mal-
thus and His Legacy», Population and Environment: A]ournal of
lnterdisciplinary Studies (enero de 1998). Véase también Malthus:
An Essay on the Principie of Population, Norton, Nueva York,
1988, pp. 11 O, 122. [Versión en castellano: Primer ensayo sobre la
población, Alianza Editorial, S.A., Madrid, 2000.]
35. Véase Nora Barlow: The Autobiography of Charles Dar-
win, Collins, Londres, 1958. Véase tambiénJohn F. Rohe: A Bicen-
tennial Malthusian Essay, Rhodes & Easton; Traverse City (Michi-
gan), 1997.
36. Véase la introducción del profesor Philíp Appleman a Mal-
thus: An Essay on the Principie of Population.

-143-
tribuirían de un modo significativo al rendimiento agríco-
la. Así, Condorcet expuso el defecto fundamental al ren-
dimiento de Malthus: que dado que el alimento y la ener-
gía requeridas para nuestra supervivencia proceden, en
última instancia, del Sol, y éste tardará miles de millones
de años en apagarse, los métodos que podemos concebir
para aprovechar esa energía son virtualmente ilimitados. 37
Con todo, los teóricos sociales pueden ser juzgados
por las preguntas que plantean más que por las que contes-
tan. Si bien Condorcet tenía razón, Malthus fue mucho
más allá. Incluso más que Adam Smith en Investigación
sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones;
Malthus introdujo el tema de los ecosistemas en la filosofía
política contemporánea, enriqueciéndola en grado sumo.
Los hombres podemos ser más nobles que los monos,
pero no dejamos de ser seres biológicos. En consecuencia,
Malthus sugirió que nuestros políticos -nuestras relacio-
nes sociales- se ven afectados por las condiciones natura-
les y las densidades de población de la Tierra.
Malthus, el sexto hijo del adinerado y liberal Daniel
Malthus, nació en 1766 con un labio leporino y paladar
hendido. En Cambridge estudió matemáticas, historia y
filosofía, pero en parte por su defecto de habla decidió
entrar en la Iglesia y llevar una vida un tanto retirada en
el campo. Padre e hijo estaban muy unidos, y el joven
Malthus, un escéptico conservador, mantuvo muchas
discusiones amistosas con su progenitor, influenciado
éste por los ideales utópicos de Jean-Jacques Rousseau y
la Revolución francesa. Aunque no estaba de acuerdo
con su conservador hijo, Daniel Malthus se sintió tan

37. Véase Ronald Bailey: «The Law of Increasing Returns»,


The National Interest (primavera de 2000).

-144-
impresionado por el razonamiento del joven que le con-
venció para que plasmara sus pensamientos en papel.
El ensayo que se derivó del orgullo paterno perturbó
intensamente la paz. Malthus, uno de los hombres más
tranquilos y joviales, al que no importunaban nunca las in-
terrupciones (especialmente de los niños, a los que dedica-
ba toda su atención), fue humillado por la elite literaria de
la época, entre otros por Wordsworth, Coleridge y She-
lley.38 Este último calificó a Malthus de «eunuco y tirano»
y «apóstol de los ricos» por su realista declaración, basada
en la observación empírica, de que «no podemos esperar ex-
cluir a los ricos y la pobreza de la sociedad».39 En Canción
de Navidad, de Dickens, el personaje Ebenezer Scrooge,
que había comentado que los pobres podrían morir y
«reducir el exceso de pobla<;ión», satirizaba a Malthus. 40
Friedrich Engels tachó el ensayo de Malthus de «blasfemia
repugnante contra el hombre y la naturaleza». 41
La teoría geometricoaritmética de Malthus de cómo
la pobreza es consecuencia del exceso de población fue
sólo un ejemplo de su tesis más amplia sobre las relacio-
nes entre paz social y provisiones. En 1864 John Stuart

38. Véase el ensayo de Appleman.


39. Véase F. L. Jones: The Letters of Percy Bysshe Shelley,
Oxford University Press, Nueva York, 1964. Los ataques igual-
mente radicales y farisaicos de Shelley contra la política pragmática
y eficaz del vizconde Castlereagh pudieron contribuir al suicidio de
éste en 1822.
40. Charles Dickens: A Christmas Carol, Londres, 1843. [Ver-
sión en castellano: Canción de Navidad, Espasa-Calpe, Madrid,
1999.] Véase también la introducción de Appleman a Malthus: An
Essay on the Principie of Population; y Rohe: Bicentennial Essay.
41. Véase L. Meek: Marx and Engels on the Population Bomb,
University of California Press, Berkeley, 1971

-145 __;__
Mili señaló en defensa de Malthus que «hasta el lector
más ingenuo sabe que Malthus no hizo hincapié en este
desafortunado intento de dar precisión numérica a cosas
que no la admiten, y cualquier persona sensata debe
comprender que esto es completamente superfluo en su
razonamiento». 42 De hecho, Malthus revisó su ensayo
seis veces, y abandonó su argumento numérico al mismo
tiempo que mantenía la tesis central: que la población se
dilata hasta los límites impuestos por sus medios de sub-
sistencia. Y puesto que los aumentos de provisiones
conllevaban incrementos de poblaciones (por lo menos
en las sociedades preindustriales y protoindustriales a
las que Malthus se refiere), esa deducción era razon.. ~~lc.
Allí donde la comida escasea, ya sea por causa de los
precios, la mala distribución, la malversación política o la
sequía, a menudo se han producido conflictos o padecido
enfermedades. En Etiopía y Eritrea, en los años ochenta, vi
personalmente cómo una sequía causada en parte por fac-
tores climatológicos y el agotamiento del suelo por una po-
blación en aumento intensificaba el conflicto étnico, que, a
su vez, fue manipulado por un régimen etíope asesino. La
gente no exhibe pancartas que rezan: «Ahora que somos
tantos, actuaremos de manera irracional.» Las explosiones
demográficas no provocan agitación por sí mismas, pero
agravan las tensiones étnicas y políticas existentes, como en
Ruanda y en el archipiélago indonesio, por ejemplo.
Malthus escribe que siempre habrá «vicio y miseria»
y que «el mal moral es absolutamente necesario para la
producción de excelencia moral», ya que la moralidad

42. Véase Stuart Mill: Principies of Political Economy with


Sorne ofTheir Applications to Social Philosophy, Savill and Edwards,
Londres, 1867.

-146-
requiere la elección consciente del bien sobre el mal.
«Según esta idea -sigue diciendo-, el ser que ha visto
mal moral y ha experimentado desaprobación y repug-
nancia al respecto, es esencialmente distinto al ser que
sólo ha visto bien.» 43 Sin mal no puede existir virtud. Es
decir, la voluntad de hacer frente al mal con fuerza en los
momentos propicios es el sello de un gran estadista.
Aunque ahora damos por supuestas estas observacio-
nes, Malthus sigue provocando resentimiento. más que
cualquier otra figura de la Ilustración. Los humanistas le
rechazan debido a su determinismo implícito. Trata la hu-
manidad como una especie en vez de un conjunto de indi-
viduos obstinados. Luego están los que, como el difunto
economista clásico Julian Simon, entienden que el ingenio
humano resolverá cualquier problema de recursos, ob-
viando que ese ingenio suele llegar demasiado tarde para
anticiparse a la agitación política: la Revolución inglesa de
1640, la Revolución francesa de 1789, las revueltas euro-
peas de 1848 y numerosas rebeliones en los imperios chi-
no y otomano acontecieron sobre un fondo de gran creci-
miento demográfico y escasez de alimentos. 44
Malthus -el primer filósofo que consideró las repercu-
siones políticas del empobrecimiento del suelo, el hambre,
la enfermedad y la calidad de vida entre los desfavoreci-
dos- es un agente irritante porque ha definido el debate
más importante de la primera mitad del siglo XXI. A medida
que la población mundial aumente de 6.000 a 10.000 millo-
nes de habitantes antes de la· estabilización prevista, po-

43. Malthus: An Essay on the Principie of Population, p.124.


44. Véase Jack A. Goldstone: Revolution and Rebellion in the
Early Modern World, University of California Press, Berkeley,
1991.

-147-
niendo a prueba el medio ambiente del planeta como nunca
antes -con 1.000 millones de personas acostándose ham-
brientas y violencia (política y criminal) crónica en las re-
giones pobres del mundo__:_, el término «malthusiano» se
oirá cada vez con mayor frecuencia en los próximos años. 45
Esta situación no puede sino verse exacerbada por el
calentamiento del planeta, que un equipo de científicos de
las Naciones Unidas cree que provocará grandes inunda-
ciones, enfermedades y sequía que interrumpirán la agri-
cultura de subsistencia en muchas partes del mundo. El ca-
lentamiento del planeta, como fenómeno del mundo físico,
es otro ejemplo del dogma de Malthus en el sentido de que
los ecosistemas tienen una incidencia directa en la política. 46
Aun dejando de lado el calentamiento del planeta, los
políticos deberán enfrentarse al peligro de grandes po-
blaciones urbanas, políticamente explosivas, que habi-
tarán zonas de inundación y terremotos por primera
vez en la historia, ya sea en el subcontinente indio, en el
delta del Nilo, en los tectónicamente inestables Cáuca-
so, Turquía e Irán, o en China, donde dos tercios de la
población, que generan el 70% de la producción indus-
trial, viven por debajo del nivel de inundación de ríos
caudalososY Y a medida que la ciencia aprende a prede-

45. Véase el excelente artículo de Mayra Buvíníc y Andrew R.


Morríson: «Living in a More Violent World>>, Foreign Policy (pri-
mavera de 2000). Los índices de homicidios en el mundo aumenta-
ron un 50% en los años noventa: un 15% en el mundo industriali-
zado, un 80% en Latinoaméríca y un 112% en el mundo árabe, por
ejemplo.
46. Véase Robert Evans: «Report Warns of Impact of Global
Warming», Reuters (19-2-2001).
47. Véase Vaclav Smil: China's Environmental Crisis: An ln-
quiry into the Limits of National Development, Sharpe, Armonk
(Nueva York), 1993.

-148-
cir el tiempo y otros fenómenos naturales, los políticos
querrán saber qué deparará el futuro a esas regiones eco-
lógica y políticamente frágiles. Esto añadirá otro ele-
mento malthusiano a la política exterior.
Si Malthus se equivoca, ¿por qué es necesario demos-
trarlo una y otra vez, en cada década y cada siglo? Quizá
porque, hasta cierto punto, existe un miedo corrosivo a
la posibilidad de que tenga razón. La imagen de esa joya
azulada y frágil que flota en el espacio, vista por primera
vez por los astronautas de la nave Apolo en 1969 -y
amenazada por el calentamiento, la contaminación, la
reducción de la capa de ozono, la urbanización irregular,
la escasez de recursos y el crecimiento demográfico-,
fue la constatación de que, para que nuestro ecosistema
sobreviva y prospere, es preciso observar determinados
límites de crecimiento: unos límites que Malthus fue el
primero en identificar.

-149-
VIII

EL HOLOCAUSTO, EL REALISMO Y KANT

En décadas recientes, una abundancia sin preceden~


tes ha llevado a un altruismo y un idealismo ina.uditos, lo
que ha complicado nuestra reacción a las difíciles reali-
dades manifestadas por filósofos como Hobbes y Mal-
thus. Detrás de este altruismo e idealismo acecha la som-
bra del Holocausto. Puesto que la política exterior es, en
el fondo, la prolongación de las inclinaciones y condi-
ciones internas de un país, es necesario decir algo al res-
pecto.
A principios del siglo XXI el Holocausto se ha con-
vertido en algo más que un recuerdo para los judíos. En
Estados Unidos se enseña por ley en las escuelas públi-
cas. En el Capitolio se celebran ceremonias conmemora-
tivas todos los años. El Gobierno federal sufraga la ma-
yor parte de los gastos de mantenimiento del Museo del
Holocausto de Estados Unidos, cerca del monumento
conmemorativo a Jefferson en Washington, D. C. Peter
Novick, en su libro The Holocaust in American Lije, lo
llama «la atrocidad emblemática», el «criterio en función
del cual decidimos qué horrores merecen nuestra aten-
ción» y cuáles no.

-151-
El Holocausto llegó a tener una importancia enorme,
no sólo por su horror intrínseco sino también por las
circunstancias específicas de la vida estadounidense una
vez concluida la Segunda Guerra Mundial. En los años
cincuenta, cuando los judíos se incorporaban rápida-
mente a la sociedad estadounidense, las organizaciones
judías norteamericanas rara vez mencionaban el Holo-
causto; optaron por formar parte de la corriente general
patriótica en una época en que judíos como Ethel y Julius
Rosenberg desempeñaban un papel destacado en las in-
vestigaciones de espionaje. de la guerra fría y en que el
antisemitismo todavía abundaba. 1 Criado en los años cin-
cuenta, el director de cine Steven Spielberg aprendió poco
sobre el Holocausto de una cultura que apreciaba el con-
senso y la asimilación. Spielberg declaró que rodar La lis-
ta de Schindler fue «una consecuencia de su creciente con-
ciencia judía», que no se inició hasta los setenta. 2
En realidad fue en los sesenta cuando el Holocausto
empezó a transformarse de una colección de recuer-
dos familiares marchitos en un acontecimiento totémi-
co. El éxito de ventas de William L. Shirer Auge y caída
del JI1 Reich en 1960 y el juicio contra Adolf Eichmann
en 1961 pueden haber jugado un papel más discreto en
este proceso que los propios años sesenta, un período de
agitación social que desembocó, ya en los setenta, en
«una época consagrada a la diversidad [...], la explicación
de la etnicidad y la exploración del patrimonio propio»,

l. Véase Novick: The Holocaust in American Lije, Houghton


Hifflin, Boston, 1999, pp. 91 ~98. Véase también Eva Hoffman:
<<The Uses of Hell», The New York Review of Books (9-3-2000).
2. Véase Hilene Flanzbaum: The Americanization of the Holo-
caust, Johns Hopkins University Press, Baltimore (Maryland),
1999, pp. 10-11.

-152-
en palabras de la estudiosa del Holocausto Hilene Flanz-
baum.3 El Holocausto no tardó en convertirse en el rela-
to definitorio de una generación de judíos que habían
llegado a formar parte de la corriente general secular es-
tadounidense y que, por tanto, requerían un nuevo em-
blema de identificación con sus antepasados étnicos en
un momento en que las culturas ortodoxa y yiddish se
habían perdido en gran parte.
El Holocausto influyó en -y fue influido por- el
culto al victimismo que floreció como consecuencia de
los años sesenta, cuando mujeres, negros, indios ameri-
canos, armenios y otros colectivos fortalecieron su iden-
tidad mediante referencias públicas a la opresión sufrida
en el pasado. Este proceso estaba vinculado a Vietnam,
una guerra en la que las fotografías de víctimas civiles
-la niña que huía del napalm, por ejemplo- «sustitu-
yeron las imágenes tradicionales de heroísmo». 4
El Holocausto adquirió una mayor significación des-
pués del triunfo occidental en la guerra fría, cuando el
desmoronamiento del comunismo atrajo la atención ha-
cia los genocidios perpetrados por Stalin y Mao. Luego
llegaron las atrocidades en Bosnia y Ruanda, con sus mis-
teriosas similitudes con el Holocausto, especialmente
el mortífero aparato burocrático. La identificación con el
Holocausto nos enseñó a ver a las víctimas en aquellos lu-
gares no sólo como una masa de cadáveres blancos o ne-
gros sino también como individuos, cada cual con una

3. Ibídem, p. 11. Además, Novick afirma (p. 128) que Shirer


dedica sólo un 2 o 3% de su libro de 1.200 páginas al asesinato de
judíos europeos; así pues, no conviene exagerar la influencia de su
libro en el aumento de la conciencia del Holocausto.
4. Novick, p. 190.

-153-
vida concreta. El inimaginable ataque de los nazis contra
los derechos humanos condujo a una preocupación sin
parangón por los derechos del hombre. ~ -
f Pero fue también la seguridad física y material sin
precedentes puesta de manifiesto por los barrios resi-
denciales surgidos en las décadas posteriores a la Segun-
da Guerra Mundial lo que proporcionó a muchos es-
tadounidenses -sobre todo jóvenes-los medios para
integrarse en el grado supremo de altruismo: el que no se
limita a la propia familia o grupo étnico, sino que se ex-
tiende a toda la humanidad. 5 Quizá por primera vez en
la historia había una generación sin una experiencia di-
recta de pobreza, depresión, guerra, invasión y otros ho-
rrores que los seres humanos han considerado durante si-
glos como elementos corrientes de la vida cotidiana: la
guerra fría, por el hecho de ser fría, era también abstracta;
mientras que en la guerra de Vietnam, en un grado signi-
ficativo, combatieron las clases menos favorecidas. A me-
dida que se manifestaba la rebelión juvenil de los sesen-
ta, ese capullo suburbano engendraba conformidad y un
idealismo enrarecido, un deseo de ir más allá de la política
internacional en lugar de participar en ella, con los insatis-
factorios compromisos morales que implicaba. /
\ Al final de la guerra fría, muchos creyeron que los es-
tadounidenses podrían escapar por fin de la condición
humana con la democracia, el capitalismo de libre mer-
cado y un nuevo respeto por los derechos del individuo
la política de fuerza y el interés propio de naciones y

5. Para una descripción concisa de los distintos niveles de al-


truismo obtenidos en parte de otras fuentes, véase el capítulo 6 de
Carl Coon: Culture Wars and the Global Village, Prometheus,
Amherst (Nueva York), 2000.

-154-
otros grupos. 6 La caída del muro de Berlín infundió la
esperanza de que toda la humanidad caminaba hacia el
mismo horizonte progresista. Era una intención que
Berlín y Raymond Aron -haciéndose eco de Tucídi-
des, Maquiavelo, Hobbes y los Padres Fundadores de / (
la Constitución americana- tildaron de poco realista,
por cuanto semejante ideal se encuentra fuera de la his-
toria, que nunca está exenta de división y conflicto hu-
manos/
De hecho, la preocupación de la derecha republicana
por los «valores» y la de los liberales por la «interven-
ción humanitaria» pueden ser un signo no tanto de una
moralidad superior tras la derrota del comunismo como
del lujo que proporcionan la paz y la prosperidad. En su
aclamada biografía de ficción del emperador Adriano, la
novelista Marguerite Yourcenar especula acerca de que
en el siglo n d. C. la mayor libertad de las mujeres roma- 1/
nas no fue de carácter cívico sino consecuencia de los
buenostiempos. 8 Aunque la expansión de la riqueza en
Estados Unidos puede favorecer un mayor altruismo,
la pobreza y la inseguridad -combinadas con el creci-
miento demográfico y la urbanización en las regiones

6. Véase Anatol Lieven: «Qu'.est-ce qu'une nation?», The Na-


tional 1nterest (otoño de 1997).
7. V éanse Michael lgnatieff: Isaiah Berlin: A Lije, p. 245; Ray-
mond Aron: Peace and War: A Theory of lnternational Relations,
pp. 149, 163; y Alexander Hamilton, James Madison y John Jay:
The Federalist Papers, pp. 110-111,233,308,314-315,322,360-361.
8. Marguerite Yourcenar: Memoirs of Hadrian, Farrar, Strauss
and Giroux, Nueva York, 1963, p. 116. Si bien se trata de unas me-
morias ficticias, la obra está meticulosamente documentada y ofrece
una descripción del pensamiento de Adriano tan detallada como la
de cualquier historiador.

-155-
menos desarrolladas del mundo- generarán más cruel-
dad, ya que limitarán el altruismo al ámbito de grupos
nacionales y subnacionales.
Debemos tener presente que la nueva era de los dere-
chos humanos que los políticos y los medios de comu-
nicación han declarado no es del todo nueva ni del to-
do real. Ya desde los tiempos de Cicerón, los estadistas
han proclamado principios morales para una «comuni-
dad humana» que ningún dictador tiene el derecho de
abolir. 9 En 1880 el primer ministro británico, William
Gladstone, afrentado por la deliberada manipulación del
poder por parte de Benjamín Disraeli, afirmó que la de-
~ cencia cristiana y los derechos humanos dirigirían a par-
tir de entonces la política exterior. Gladstone habló de
«una nueva ley de las naciones» que protegería «la invio-
labilidad de la vida» incluso en «las aldeas de las monta-
ñas de Afganistán». 10 Naturalmente, no iba a ser así. Al
término de la Primera Guerra Mundial el presidente ame-
ricano Woodrow Wilson proclamó (en palabras muy si-
milares a las de Gladstone) otra era de los derechos hu-
manos, que tampoco llegó a materializarse. En 1928
sesenta y dos naciones -entre ellas Japón, Alemania,
·• Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos- firmaron el
pacto de Briand-Kellogg, que proscribía la guerra, y con-
fiaron en la opinión pública para hacerlo cumplir. «Los
críticos que se mofan de ello -escribió el secretario de
Estado estadounidense Henry L. Stimson- no han val o-
9. Véase Cicerón: Selected Works, p. 168.
10. Véase Henry Kissinger: Diplomacy, Simon & Schuster, Nue-
va York, 1994 también Carsten Holbraad: The Concert of Eurape: A
Study in German and British International Theory, 1815-1914,
Longmans, Londres, 1970; y A. N. Wilson: Eminent Victorians,
Norton, Nueva York, 1989.

-156-
rado con precisión la evolución de la opinión pública
desde la Gran Guerra.» 11 Pero los principios general-
mente no se cumplen por sí solos, como Henry Kissin-
ger nos recuerda, y no tardó en estallar la Segunda Gue-
rra Mundial. 12 '

Después de la Conferencia de Yalta, el presidente


Roosevelt declaró «el final[ ... ] de la acción unilateral, las
alianzas exclusivas, las esferas de influencia, el equilibrio
de fuerzas y todos los demás recursos que se han proba-
do durante siglos, y siempre han fracasado». 13 En su lu-
gar propuso una «organización universal», las Naciones "
Unidas. 14 A las pocas semanas, a principios de 1945, Sta-
lin creó una esfera de influencia que mantendría cautiva
a la Europa central y oriental durante más de cuatro dé-
cadas. Consciente del peligro, Churchill trató sin éxito
de convencer a Estados Unidos para que tomara Berlín y
Praga antes de que lo hiciera el Ejército Rojo.
Actualmente, en el espíritu de Gladstone, Wilson,
Stimson y Roosevelt, se ha declarado una nueva era de los
derechos humanos, aun cuando la globalización, con to-
das sus virtudes, demuestra también ser una fuerza que
fomenta la urbanización deficiente, la desigualdad econó-¡
mica y una conciencia étnica intensificada, responsables
en algunos casos de instigar el extremismo político y la
consiguiente violación de derechos humanos.

11. Henry L. Stimson y McGeorge Bundy: On Active Service


in Peace and War, Harper & Brothers, Nueva York, 1948, p. 259.
12. Véase Kissinger: Diplomacy, p. 372.
13. Véase Robert Dallek: Franklin D. Roosevelt and American
Foreign Policy, 1932-1945, Oxford Unive,rsity Press, Nueva York,
1979, p. 520.
14. Ibídem.

-157-
Los valores, aunque sean universales en principio,
requerirán siempre el uso de la fuerza y el interés propio
para su cumplimiento. En los años noventa, el Vaticano,
el Patriarcado Ortodoxo Oriental y las Naciones Uni-
das reaccionaron a los crímenes de guerra en los Balca-
nes no con una condena inequívoca sino con vacilación,
exactamente como habían reaccionado instituciones
similares a los crímenes de los nazis. Esperar de los se-
res humanos y las organizaciones que velen por los inte-
• reses ajenos antes que por los propios equivale a pedirles
que renuncien a su instinto de conservación. Incluso en
el caso de las agencias de ayuda humanitaria y otras or-
ganizaciones no gubernamentales, el interés propio es
prioritario: ejercen presiones para intervenir en zonas
en las que son activas en lugar de otras en las que están
menos presentes. Uno de los motivos por los que los
medios de comunicación prestaron tanta atención a Bos-
nia y, comparativamente, poca a las atrocidades étnicas
concurrentes en Abjasia, Osetia del Sur y Nagorno-Ka-
rabaj fue que las agencias de ayuda humanitaria -a ve-
ces las mejores fuentes de los medios de comunicación-
eran más activas en los Balcanes que en el Cáucaso. Pues-
to que el mundo está lleno de crueldad e incluso nuestras
\. mejores intenciones son a veces menos de lo que parecen,
las enseñanzas morales del Holocausto -esa «atrocidad
emblemática»- serán difíciles de aplicar a nuestra satis-
facción en muchos lugares.

Es la geografía lo que ha contribuido a preservar la


economía de Estados Unidos y el factor que en el fondo
puede ser el responsable de su altruismo panhumanista.
Como señala John Adams, «no existe una providencia

-158-
especial para los norteamericanos, y su naturaleza es la
misma que la de los demás». 15 El historiador John Kee-
gan explica que el Reino Unido y Estados Unidos pu-
~ dieron defender la libertad sólo porque el mar los prote-
gía «de los enemigos de la libertad sin salida al mar». El
militarismo y pragmatismo de la Europa continental, a
la que los estadounidenses se han sentido siempre supe-
riores, es consecuencia de la geografía, no del carácter.
Los estados e imperios en competición lindaban entre sí
en un continente muy poblado. Las naciones europeas
no podían retirarse nunca al otro confín de un océano en
caso de un error de cálculo militar. Así pues, sus políti-
cas exteriores no podían fundarse en una moralidad uni-
versalista, y se mantuvieron bien armadas unas contra
otras hasta que fueron dominadas por la hegemonía de
Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.
Alexander Hamilton afirma que si Gran Bretaña no hu-
biera sido una isla sus efectivos militares habrían sido
tan autoritarios como los de la Europa continental, y
«con toda probabilidad» el Reino Unido habría llegado
a ser «víctima del poder absoluto de un solo hombre». 16
Los vastos océanos han proporcionado a Estados
Unidos la protección necesaria para hacer progresar
los principios universalistas. Sin embargo, en un mundo
cada vez más pequeño, en el que Oriente Próximo y el
África subsahariana estarán militarmente tan cerca de
Estados Unidos como Prusia lo estuvo de la Turquía
otomana, el margen para el error de cálculo seguirá re-
duciéndose. Así, una variante del pragmatismo europeo

15. Véase Adams: Works, Little, Brown, Boston, 1850-1856,


4:401.
16. The Federalist, 8.

-159-
podría infiltrarse entre el público norteamericano y sus
políticos. La moralidad de Wilson es atractiva sólo mien-
tras los estadounidenses crean que son invulnerables. La
voluntad pública de abandonar la misión humanitaria en
Somalia en 1993, después de contabilizada una pequeña
cifra de víctimas, y el apoyo público de la guerra aérea en
Kosovo en 1999 pudieron ser presagios de esa tendencia.
El aislacionismo fue siempre indisociable del idealismo
de Estados Unidos, porque, si no podía cambiar el mun-
~ do, por lo menos podía abandonarlo, como hizo des-
pués de la Primera Guerra Mundial. Pero a medida que
la tecnología salva las distáncias oceánicas, el binomio de
aislacionismo e idealismo empieza a ser reemplazado
por el compromiso activo y el realismo. La prudencia
disciplinará las pasiones de Estados Unidos más incluso
que en el pasado.

La característica definitoria del realismo es que las


relaciones internacionales son dirigidas por principios
morales distintos a los que rigen la política interior, un
concepto justificado por las obras de Tucídides, Maquia-
velo, Hobbes, Churchill y otros. La necesidad de esta
distinción fue subrayada por el nacimiento del capitalis-
mo moderno: el estímulo para la raison d'état de Riche-
lieu. A fin de cuentas, ¿qué es el capitalismo moderno
sino raison d'économie ?17 La racionalidad requerida para
manejar las complejas operaciones económicas del Esta-
do francés burocratizado que surgió a principios del si-

17. Véase Otto Híntze: «Calvínísm and Raison d'état», en Fe-


líx Gílbert (ed.): The Historical Essays of Otto Hintze, Oxford Uni-
versíty Press, Nueva York, 1975.

-160-
glo XVII suplantó gradualmente la arbitrariedad indivi-
dual de los señores feudales y proporcionó el contexto
para el comparable pragmatismo de Richelieu en asun-
tos exteriores. George Kennan observa que la n{oralidad
privada no es un criterio para juzgar la conducta de los
estados ni para comparar un estado con otro. «Hay que
dejar predominar otros criterios más tristes, más limita-
dos, más prácticos.» 18 El historiador Arthur Schlesinger
Jr. comenta que, en asuntos exteriores, la moralidad no
~ reside en «la proclamación de absolutos morales» sino
en «la fidelidad al propio sentído del honor y la decen-
cia», y en «la suposición de que las otras naciones po-
seen tradiciones, intereses, valores y derechos propios y *"
legítimos». 19
Las matanzas étnicas en Bosnia y Ruanda ofendieron
el «sentido del honor y la decencia» de los estadouni-
denses. Pero su tardía entrada en Bosnia y su falta de in-
tervención en Ruanda ilustran la dificultad de aplicar la
moralidad privada a la política exterior. Tanto si se apo-
yaba como si no la intervención en esos casos -e inclu-
so admitiendo que habría podido hacerse algo más por
poco precio y riesgo, especialmente en Ruanda-, era
legítimo que los políticos se preocuparan por la posi-
bilidad de que Estados Unidos se atascara, como en
Vietnam, en los Balcanes y en África centrooriental. En
octubre de 1993, seis meses antes de la crisis en Ruanda,

18. Véase Kennan: Realities of American Foreign Policy.


19. Véase Arthur M. Schlesinger Jr.: The Cycles of American
History; citado en George F. Kenna:n: Ata Century's Ending: Re-
flections, 1982-1995, Norton, Nueva York, 1996, p. 213. Kennan
observa que el punto de vista de Schlesinger está «firmemente arrai-
gado en el pensamiento federalista>>.

-161-
dieciocho soldados norteamericanos habían resultado
muertos y decenas más heridos en Somalia, durante el
peor combate desde la guerra de Vietnam. De haber ocu-
rrido algo parecido en Ruanda, el apetito público de in-
tervención armada habría podido disiparse, lo que hu-
biera complicado las posteriores actuaciones de 1995 en
Bosnia y de 1999 en Kosovo, y tenido consecuencias ne-
gativas en otras partes.
La imposibilidad de resultados perfectos es apuntada
por la ya fallecida historiadora estadounidense Barbara
Tuchman en su análisis de la política contemporizada de
Occidente frente a Japón a principios de los años treinta:

Los estadistas no son adivinos y emprenden sus


acciones en un contexto contemporáneo sin vistas
del otro lado de la montaña. La resolución de una
crisis se desarrolla en fases, sin la ventaja histórica de
ver el acontecimiento entero. [... ] Es dudoso que al-
guna fase de la crisis de Manchuria pudiera haberse
desarrollado de un modo distinto, ya que durante el
proceso no hubo alternativas probables a las que aga-
rrarse, ni posibilidades que se escaparan por poco.
;. Algunos períodos engendran grandeza; otros, debili-
dad. La crisis de Manchuria fue uno de los sucesos
·~

causativos de la historia engendrada no por hipótesis


trágicas, sino por las limitaciones inherentes a los
hombres y los estados. 20

China es otro caso del choque de principios exte-


riores e interiores. Cuando el régimen chino más libe-

20. Véase Barbara Tuchman: Stílwell and the American Expe-


rience in China, 1911-45, p. 134.

__:_ 162-
ral del siglo xx reformó su economía pero no su sis-
tema autoritario, tanto la Administración de George
Bush como la Administración Clinton en su segundo
mandato no pretendieron imponer a China los valores
morales norteamericanos; más bien los fomentaron in-
directamente mediante un aumento del comercio, que
benefició la economía de Estados Unidos y contribuyó
a estabilizar las relaciones entre ambos países. Limitar
(pero en modo alguno eliminar) el énfasis en los dere-
chos humanos en la política de Washington en relación
a una gran potencia asiática fue una buena ilustración
del realismo de Kennan, que es moral, aunque no sea
judeocristiano.
En el siglo XXI el realismo es apropiado para un mun- ,.
do hobbesiano en el que no existe un Leviatán global
que monopolice el uso de la fuerza con el fin de castigar
la injusticia. Pese a ser la potencia preeminente en el
mundo, Estados Unidos sólo puede castigar la injusticia
de vez en cuando, o de lo contrario se excedería perma-
nentemente en sus relaciones con hegemonías regionales
como China, además de intervenir permanentemente en
pequeñas guerras, con lo que su fuerza disminuiría. Lo
mismo puede decirse de la OTAN y otros organismos.
El Tribunal Internacional de La Haya es un intento va-
liente de resolver este dilema hobbesiano. Pero el tribu-
nal (junto con otras autoridades supranacionales) es sólo
el comienzo de un proceso para crear un Leviatán inter-
nacional. El mundo sigue siendo un lugar en el que va- .
rías fuerzas, que representan distintos valores y grados 1
de altruismo, compiten entre sí y, a menudo, violenta-
mente.
Tanto en la Antigüedad como en el mundo posterior
a la guerra fría subsiste la pregunta principal de las rela-

-163-
ciones exteriores: ¿quién puede hacer qué a quién? 21 La
expresión «equilibrio de fuerzas» no es tanto una teo-
ría de las relaciones internacionales como una descrip-
ción de las mismas.
El presidente Theodore Roosevelt identificó el interés
nacional con el equilibrio de fuerzas. Estableció la Zona
del Canal de Panamá en 1903, un protectorado económico 1
t sobre la República Dominicana en 1905, y ocupó Cuba en
1906 con el fin de fortalecerse en su hemisferio contra el
empuje de la influencia europea en un mundo más interre-
lacionado. Después de que Hitler desbaratara el equilibrio
de fuerzas en Europa, Churchill, un anticomunista empe-
dernido, buscó una alianza con Stalin para corregir el dese-
quilibrio. El presidente Richard Nixon, otro enconado
anticomunista, siguió el ejemplo de Churchill tres déca-
das más tarde cuando buscó una alianza con China con-
tra la Unión Soviética, con el fin de alterar el equilibrio
mundial de fuerzas a favor de Washington. 22 En 1995, los
~de Dayton que detuvieron el genocidio en
Bosnia habrían~sibles si Estados Unidos no hu-
biese restablecido previamente el equilibrio de fuerzas en
la antigua Yugoslavia armando las tropas croatas contra
Serbia. Como se dice en el Zhan Guoze, el compendio de
sabiduría de la China del siglo m a.C., «si Su Majestad de-
sea ser hegemónico debe utilizar el eje del Imperio para
amenazar a Zhu y Zhao. Cuando Zhao sea fuerte, Zhu te
será fiel. Cuando Zhu sea fuerte, Zhao te será fiel. Cuando
ambos se te hayan unido, entonces Qi tendrá miedo»Y

21. Véase Fareed Zakaria: «Is Realism Finished?», The Natio-


nal lnterest (invierno de 1992-1993).
22. Ibídem.
23. Zhan Guoze, pp. 124-125.

-164-
Mientras no exista un Leviatán que domine los países
del mundo, las luchas de poder continuarán definiendo
la política internacional y una sociedad civil global se-
guirá estando fuera del alcance. Democracia y globaliza-
ción son, a lo sumo, soluciones parciales. Históricamen-
te, las democracias han sido tan propensas a la guerra
como los demás regímenes. 24 El difunto humanista de
1Oxford Maurice Bowra escribió: «Atenas brinda una re-
l futación notable del engaño optimista de que las demo-
cracias no son belicosas ni ávidas de imperio.» 25 Lacre-
ciente interdependencia económica en el comienzo del
siglo xx no evitó la Primera Guerra Mundial, mientras
que Estados Unidos y la Unión Soviética permanecían
en paz pese a que hubiera poco comercio entre ambas
naciones. 26 La interdependencia económica engendra
sus propios conflictos, mientras que las nuevas demo-
cracias en lugares con instituciones débiles y rivalidades
étnicas suelen ser volubles. Veamos de nuevo la opinión
de Alexander Hamilton, la voz más perspicaz de la Re-
volución norteamericana:

¿Acaso no ha habido tantas guerras fundadas en


motivos comerciales desde lo que prevaleció el actual
sistema de naciones como hubo antes otras ocasiona-

24. En The Federalist, 6, Hamilton demuestra que las repúbli-


cas comerciales desde Atenas hasta el Reino Unido del siglo XVIII
han estado a menudo en guerra. Si bien «el pueblo compone una
rama del cuerpo legislativo nacional» en el Reino Unido, pocas na-
ciones «han ido a la guerra con mayor frecuencia»; guerras que, «en
muchos casos, provenían del pueblo».
25. Véase C. M. Bowra: The Greek Experience, p. 88.
26. Ibídem.

-165-
~
(!: das por la codicia de territorio o dominio? ¿Acaso el
espíritu del comercio no ha administrado, en muchos
casos, nuevos incentivos para el apetito de lo uno y lo
otro? Apelemos a la experiencia, la guía menos fali-
ble de las opiniones humanas, para que dé respuesta a
estas preguntas. 27

En consecuencia, los realistas creen que mientras


que los derechos humanos progresan, en teoría, gracias
a la democracia y la integración económica, en la prácti-
ca progresan gracias a resolver relaciones de poder de
formas que permiten un castigo más previsible de la in-
justicia. Naturalmente, eso implica a menudo tanto de-
mocratización como libre cambio, pero no siempre.
Porque, en los asuntos humanos, las cuestiones morales
suelen estar vinculadas a cuestiones de poder.
Tomemos como ejemplo Serbia en 1990: su crueldad
contra los civiles de Bosnia y Kosovo fue en algunos as-
pectos comparable a la de Rusia en Chechenia, a la de
Armenia en Nagorno-Karabaj, a la de Indonesia en Ti-
mor Oriental, a la del ejército indio en Cachemira, a la del
Frente Revolucionario Unido en Sierra Leona, a la de Ab-
jasia en Georgia, a la de los grupos rebeldes en el Congo,
etc. Sin embargo, Rusia, Armenia y la India eran regíme-
nes democráticos en la época en que cometieron sus
atrocidades. Y si bien los argumentos a favor de la inter-
vención occidental en Bosnia y Kosovo eran en gran
parte morales, lo que sos~uvo esos argumentos morales
fueron, en realidad, cuestiones de poder. A diferencia
del Congo, Cachemira y otros lugares de África y Asia,
la antigua Yugoslavia tenía una importante inciden-

27. The Federalist, 6.

-166-
cia estratégica en la seguridad europea y el futuro de la
OTAN. La antigua Yugoslavia era mucho más vulnera-
ble a la presión militar que otros lugares en conflicto.
Cuando transcendieron los informes sobre las atrocida-
des masivas cometidas por tropas rusas contra civiles en
Chechenia, los mismos funcionarios de la Administra-
ción Clinton que tan enérgicamente habían presentado
argumentos morales a favor de la intervención en Koso-
vo enmudecieron de repente. A diferencia de Serbia, que
podía bombardearse con impunidad, Rusia era una gran
potencia provista de un arsenal nuclear.
En Pakistán vi personalmente cómo el cambio en el
equilibrio interno de fuerzas había mejorado la situación
de los derechos humanos, aun cuando un régimen mili-
tar había sustituido a otro democrático en octubre de
1999. 1\.arachi, una ciudad de 14 millones de habitan-
tes quehab'Ía presenciado miles de muertes a causa de
la violencia entre comunidades, se volvió más pacífica
porque los militares podían desempeñar el papel de Le-
viatán de una forma más efectiva que los civiles elegidos
democráticamente. Además, el Gobierno militar era ca-
paz de hablar claro contra prácticas tribales tan abomi-
nables como las «leyes de blasfemia» y «asesinatos de
honor» de un modo que los primeros ministros demo-
éráucos, temerosos de los líderes musulmanes radicales,
no ·podían hacer. Los militares, por lo menos al prin-
cipio, no intimid¡1ban a los periodistas hasta el punto
en que lo habían hecho los primeros ministros civiles.
Y podían favorecer la causa de la democracia local por-
que tenían una mayor influencia sobre los jefes triba-
les que los políticos civiles.
Al final, los militares paquistaníes no lograron fun-
dar los cimientos de una sociedad civil, pero estuvieron

-167-
en una mejor posición para intentarlo porque el jefe del
golpe, el general Pervez Musharraf, poseía más poder y
«virtud» que sus predecesores civiles. Admirador del
fundador progresista de Turquía, Mustafá Kemal Ata-
türk, el general Musharraf era, al decir de todos, el go-
bernante paquistaní más liberal en varias décadas, a pe-
sar de no haber sido elegido en las urnas.
No obstante, si bien las relaciones internacionales
son en el fondo cuestiones de poder, esta constatación es
peligrosa a menos que se utilice para fomentar lo que
Schlesinger denomina «el honor y la decencia», un con-
cepto que implica finalmente la síntesis de la v~a­
gana y a ju eocristiana. Como escribe Jacques Barzun,
«pa ce mala istona seguir refiriéndose hoy en día a
"nuestro patrimonio judeqcristiano". Habría que añadir
a esta expresión "pagano" o "grecorromano"». 28
Aunque a lo largo de este ensayo he subrayado la
distinción entre los valores paganos y los judeocristia-
nos, se solapan también de manera considerable, y no
sólo a causa de la filosofía moral de Cicerón y Plutar!¿g.
Algunas versiones del cristianismo s~ bastante compa-
tibles con el realismo de la política exterior. Richelieu y
Bismarck eran partidarios, respectivamente, del pietis-
mo católico y luterano, que combina la piedad personal
con un sano recelo de la teología y el racionalismo reli-
giosos.29 Ambos eran cristianos devotos que creían que
~ las pasiones irracionales de los seres humanos eran lo su-
,, ficientemente perversas para requerir métodos hobbe-

28. Véase Barzun: From Dawn to Decadence: 500 Years ofWes-


tern Cultural Life; 1500 to the Present, p. 52.
29. Véase Lothar Gall: Bismarck: The White Revolutionary !,
1851-1871, Unwin Hyman, Londres, pp. 29, 92.

-168-
sianos con el fin de garantizar el orden. También san Í
Agustín, en La ciudad de Dios, como explica Garry
Wills, expone un enfoque re.alista de la sociedad ausen-
te en las opiniones liberales tradicionales del mundo.
Mientras que «el liberalismo no puede hacer más que
condenar con frustrada incomprensión» esos vínculos
«irracionales» de tribu y etnicidad, san Agustín conside-
ra que, si bien tales vínculos no contribuyen al amor a
Dios y la justicia perfecta, pueden fomentar la cohesión
social, algo que siempre es bueno. 30 Y, por supuesto, en
el siglo xx encontramos a Reinhold Niebuhr, el teólogo
protestante y militante en la guerra fría que abrazó la
doctrina del «realismo cristiano».
~
Por lo que parece, lo que todos estos hombres busca-
ban a tientas era un modo de utilizar la moralidad paga-
na pública para hacer progresar -aunque indirectamen-
te- la moralidad judeocristiana privada. Expresado en
términos de actualidad, los derechos humanos son fo-
mentados finalmente y con la máxima garantía por la pre-
servación y el aumento del poder estadounidense.

Consideramos estas verdades manifiestas: que to- ~


dos los hombres han sido creados iguales, que están
dotados por su Creador de ciertos Derechos ina-
lienables, que entre ellos están la Vida, la Libertad y
la búsqueda de la Felicidad.

30. Garry Wills: Saint Augustine, Lipper/Viking, Nueva York,


1999, p. 119. Véase también Thomas L. Pangley Peter J. Ahrendorf:
]ustice Among Nations: On the Moral Basis of Power and Peace,
p. 75. En San Agustín: The city of God, véanse en particular los li-
bros 15 y 19. [Versión en castellano: La ciudad de Dios, Orbis, Bar-
celona, 1985.]

-169-
Hacia 1~ misma época en que Thomas Jefferson re-
dactó estas palabras para .la Declaración de Indepen-
dencia americana, un profesor que ejercía la cátedra de
lógica y metafísica en la Universidad de Konigsberg (la
actual Kaliningrado ), en Prusia oriental, Immanuel Ka.iu,
empezó a trabajar en una serie de libros que demostraban
que esos derechos eran ciertamente «inalienables» y tan J
f básicos para las necesidades de la humanidad como el ali--~
' mento y el agua.
Kant nació en 1724 en Konigsberg y murió en la
misma ciudad en 1804. Procedía de una familia pobre y
devotamente religiosa y asistió a la escuela parroquial,
donde tomó aversión a la religión organizada. Entró en
la Universidad de Konigsberg a los dieciséis años. Allí
pasaría toda su vida: como estudiante y graduado en
ciencias naturales, como profesor y, finalmente, co-
mo catedrático desde los cuarehta y seis años, cuando
empezó a escribir en serio. Jamás se casó ni viajó. Pa-
ra Kant, la experiencia servía de poco comparada con
la vida intelectual, y su obra es un reflejo de esta prio-
ridad.
Kant se aparta de la tradición de Tucídides, Tito Li-

¡
vio, Maquiavelo, Hobbes y otros para quienes la histo-
ria era la materia prima de la filosofía. Como Platón,
Kant persigue la sociedad perfecta, aquella basada en la
razón en lugar de la experiencia. Kant no puede ayu-
darnos a resolver el mundo tal como es. Pero sí puede
ayudarnos a comprender mejor los valores por los que
luchamos.
Los párrafos de Kant tienen tantos significados que
recuerdan la intensidad de la poesía. La Crítica de la ra-1
zón pura es su obra más conocida, pero la Fundamenta- \
ción de la metafísica de las costumbres, que se derivó de

-170-
forma natural de la Crítica, resulta más acorde con nues-
tro propósito.31
Mientras que los realistas admiran a Hobbes por su ¡·
análisis de la humanidad tal como es, Kant es admirado
porque muestra hasta qué punto la humanidad puede
mejorar. De hecho, su ensayo sobre la «~ua»
propone un astuto mecanismo histórico para garantizar
el progreso moral. 32 Pero, en realidad, ambos filósofos
no están en desacuerdo. Kant también puede ser un ob-
servador perspicaz de la motivación humana. Escribe
que, si bien la moralidad parece ser la causa de nuestras
acciones, «no se puede deducir con certeza que ningún
impulso furtivo de amor propio, bajo la mera apariencia
de» costumbres, no sea la verdadera causa de nuestros
actos, «por cuanto nos agrada presumir atribuyéndonos
falsamente un motivo más noble». 33 Puesto que «el exa-
men de conciencia más intenso» no nos permitirá ver
«más allá» de nuestros motivos y los de los demás, la
prueba de la acción moral sólo puede deducirse median-
te la razón, nunca de la mera experiencia. 34 Puesto que
sabe que los cálculos egoístas se ocultan detrás de tan-
tos argumentos supuestamente morales, Kant critica el
«moralismo político», que tacha al adversario de inmo-
ral simplemente a causa de una diferencia política. 35

31. lmmanuel Kant: Groundwork of the Metaphysics of Mo-


rals, Cambridge University Press, Nueva York (1785), 1997.
32. Véase el ensayo de Kant: «To Perpetua! Peace: A Philoso-
phical Sketch>>, 1795.
33. lmmanuel Kant: Groundwork of the Metaphysics of Mo-
rals, p. 19.
34. Ibídem.
35. Véase Zakaria. Véase también el apéndice 1 del ensayo de
Kant <<To Perpetua! Peace».

-171-
Al igual que Hobbes, Kant sabe que nuestros miedos
y apetitos nos hacen actuar irracionalmente. Pero luego
pregunta: ¿acaso no hay leyes que indican cómo debe-
{ ríamos actuar? 36 Para demostrar que tales leyes existen,
se entrega a un razonamiento libre de prejuicios impues-
tos por la experiencia.
Kant dice que cuando actuamos como queremos sin
que eso impida que los demás obren del mismo modo, se
trata de una ley universal que ningún gobierno tiene de-
recho a negar. 37 Para ilustrar lo que pretende decir, des-
cribe una conducta que, aunque justificable, no podría
hacerse universal sin graves contradicciones:

• Consideremos un hombre cuya vida está repleta


de problemas que le sumen en la desesperación.
Sabiendo por tanto que, con toda probabilidad, el
futuro le tiene reservada más desdicha que felici-
dad, decide por amor propio quitarse la vida. Aun-
que justifica semejante acción, Kant advierte que
el suicidio no podría ser una ley universal por-
que el propósito general de la vida no puede ser su
propia destrucción.
• Consideremos otro hombre que necesita que le
presten dinero para sobrevivir, pero sabe que nun-
ca podrá devolverlo. Desesperado, toma el dinero
de todos modos. Sin embargo, si todo el mundo
hiciera lo mismo, dice Kant, ya no habría nadie
que prestara dinero: Así pues, no podría ser una
ley universal.

36. Immanuel Kant: Groundwork of the Metaphysics of Mo-


rals, p. 24. Véase también la introducción de Christine Korsgaard.
37. Ibídem, p. 31.

-172-
• Por último, consideremos un hombre en circuns-
tancias afortunadas que sólo quiere que le dejen en
paz, y por consiguiente no ayuda ni perjudica a los
urgentemente necesitados. Pero, explica Kant, no
puede desear sin contradicción que todo el mun-
do actúe siempre así, porque habrá momentos en
la vida en que necesitará la buena voluntad de los
demás.

Kant, lo mismo que Hobbes, no afirma que la inmo-


ralidad sea irracional; las contradicciones sólo surgen
cuando tratamos de hacer universal una conducta inmo-
ral o amoraP 8 Demuestra que la única conducta que po-
demos desear sin contradecir que todos la adopten se
basa en la buena voluntad. Ésta tiene un valor intrínseco
aun cuando no dé lugar a buenos resultados; así pues, su
valor no depende de la experiencia. Actuar con buena ·1
voluntad significa ver a cada hombre o mujer como «Un
39
fin en sí mismo» y no simplemente como un «medio».
Kant sostiene que los seres humanos que se tratan unos a
otros como fines en vez de como medios son hombres
libres. Un hombre libre actúa según sus principios en lu-
gar de hacerlo según sus miedos y apetitos, ya que éstos
constituyen las fuerzas externas que oprimen nuestra li-
bertad.
¿Y si la buena voluntad conduce a consecuencias de-
sastrosas? ¿Acaso no estuvieron algunos contemporiza-
dores motivados, por lo menos en parte, por la buena
voluntad? ¿Y es cada hombre, incluido Hitler, un fin en

38. Véase la introducción de Korsgaard.


39. Immanuel Kant: Groundwork of the Metaphysics of Mo-
rals, p. 37.

-173-
sí mismo que hay que tratar bondadosamente? Por su-
puesto que no. Kant no niega la existencia del mal; más
bien subraya que, precisamente porque el mundo de la
política es tan confuso, la filosofía moral no puede depen-
der de lo que ocurre en él, de lo contrario los hombres no
tendrían ideales. Y sin ideales no habría fundamento para
los derechos humanos resumidos, por ejemplo, en la De-
claración de Independencia de Estados U nidos: derechos
que son indiscutibles porque, como los Padres Fundado-
res, deseamos que sean universales sin contradicción.
Aunque distintos sistemas de valores morales pue-
den coexistir, Kant demuestra que sigue habiendo prin-
cipios universales por los que merece la pena luchar;
algo que sabemos muy bien a causa del Holocausto.
Sin embargo, Kant a diferencia de Hobbes, Maquia-
velo, Tucídides y Sun Zi, aporta pocos consejos prácti-
cos para enfrentarse a un mundo dominado por la pa-
sión, la irracionalidad y el mal periódico, un mundo en
el que naciones con distintas experiencias históricas,
como Estados Unidos y China, mantienen disputas legí-
timas sobre cómo fomentar el bienestar de sus ciudada-
nos. Así pues, un estadista debe emplear la sabiduría de
esos otros filósofos para alcanzar los objetivos esboza-
dos por Kant.
Kant simboliza una moralidad de intención más que
de consecuencias, una moralidad de justicia abstracta más
que de resultados reales. Le preocupa la bondad o maldad
de una norma, mientras que la política suele tratar de la
bondad o maldad de un acto concreto en una circunstan-
cia específica, por cuanto la misma norma podría produ-
cir buenos resultados en una situación y malos resultados
en otra. El objeto de Kant es la pura integridad, mientras
que la política se basa en la justificación, ya que si un acto

-174-
es justificable por sus probables consecuencias, por muy
sórdidos que sean algunos de los motivos internos que lo
impulsan, sigue existiendo cierta parte de integridad in-
herente al proceso de toma de decisiones. Como dice Ma-
quiavelÓ, en un mundo imperfecto los hombres inclina-¡
dos a hacer el bien -y los que tienen la responsabilidad
del bienestar de otros muchos- deben saber cómo ser
malos de vez en cuando, y saborearlo. Puede que
Franklin D. Roosevelt no hubiera conseguido lo que hizo
de no haber sido tortuoso por naturaleza. El arte de go-
bernar exíge una moralidad de consecuencia. un estadis-
ta debe se~ capaz de pensar en lo impensable. Si tiene que
actuar en un entorno insensato, como la Serbia de Slobo-
dan Milosevic o el Irak de Saddam Hussein, «es una locu-
rainculcar el decoro de la cordura». 40 En octubre de 1998,
en Belgrado, Milosevic comentó a Richard Holbrooke
que Estados Unidos no estaba lo bastante loco como para
bombardear Serbia, a lo que Holbrooke replicó que sí, que
quizás estaban lo bastante locos. La aprobación de una lo-
cura calculada por parte de Holbrooke significaba una
moralidad de consecuencia. Esa moralidad churchilliana
se siente a gusto sacando el mejor partido de un mal asunto.
Por supuesto que si los estadistas persiguieran só-
lo una moralidad de consecuencia se ahogarían en el ci-
nismo y el engaño. Deben meditar por lo menos sobre
cómo, en palabras de Kant, «deberían actuar»: porque
en un mundo completamente falto de una moralidad de
intención, muy pocos dirían la verdad o cumplirían sus

40. Véase la defensa que el profesor J. J. C. Smart hace de la


moralidad consecuente en J. J. C. Smart y Bernard Williams: Utili-
tarianism: Por and Against, Cambridge U niversity Press, Cambridge
(Reino Unido), 1973, p. 93.

-175-
promesas. 41 Pero el hecho de que haya peligros inheren-
tes a una moralidad de consecuencia no implica que ésta
no deba predominar en el arte de gobernar. «El único
patrón de la ventaja -afirma Cicerón- es el bien mo-
ral.»42 Pero eso sólo es cierto en términos generales.
Aunque la ventaja moral de Occidente sobre el bloque
del Este resultó decisiva en la guerra fría, enfrentado a la
realidad de una agresión soviética se vio obligado a usar
tácticas como el espionaje, el despliegue de armas nu-
cleares y el apoyo a regímenes desagradables.
Si bien una política exterior sin intención moral sería
cínica, una política que pretenda dirigir, justificar y ala-
bar todas sus acciones con imperativos morales se arries-
ga a ser extremista, por cuanto el fanatismo suele ir de la
mano de la incorruptibilidad. Ése es también el proble-
ma de la fe. No es que la religión sea mala, explica Ma-
quiavelo, sino que conduce al extremismo cuando su
desapego del mundo choca demasiado con los asuntos
mundanos. La separación entre la ética privada y la polí-
tica, iniciada por Maquiavelo entre otros y completada
por Hobhes, plantó los cimientos de una diplomacia li-
bre del absolutismo alejadq del mundo de la Iglesia me-
dieval. Debemos ir con cuidado para no regresar a ese
absolutismo, ya que si en política existe el progreso, éste
ha sido la evolución desde la virtud religiosa hasta el in-
terés propio secular. 43

41. Véase D. H. Hodgson: Consequences of Utilitarianism,


Oxford University Press, Londres, 1967.
42. Cicerón: «Ün Duties: IIl», en Selected Works, p. 191.
43. Véase Harvey C. Mansfield: Machiavelli's Virtue, p. 8.

-176-
IX
EL MUNDO DE AQUILES: SOLDADOS ANTIGUOS,
GUERREROS MODERNOS

Nada es grande, escribe Séneca, «si no es al mismo


'!_tiempo tranquilo». Los gladiadores, sigue diciendo, «es-
-tán protegidos por la destreza, pero se quedan indefen-
sos por la ira» .1
Quizá más que en cualquier otra época, el estadis-
ta del futuro tendrá que controlar sus emociones, por
cuanto habrá muchas cosas con las que irritarse: los gru-
1 pos que se nieguen a jugar según las reglas de Estados
Unidos cometerán atrocidades constantemente. La reac-
ción desproporcionada exigirá un precio terrible a medi-
da que la tecnología lleve a Estados Unidos más cerca,
por ejemplo, de Oriente Próximo, de lo que ha estado
nunca de Europa. Todos los pasos diplomáticos serán
también militares, a medida que la separación artificial
entre las estructuras civiles y los mandos militares, que
ha sido una característica de las democracias contem-
poráneas, siga desvaneciéndose. Volveremos a los lide-

1. Véase Séneca: «Ün Anger», en Moral and Political Essays,


pp. 41, 28.

-17.7-
razgos unificados del mundo antiguo y de los primeros
,. tiempos de la modernidad, lo que Sócrates y Maquiavelo
identificaron como una verdad fundamental de todos los
sistemas políticos, sea cual fuere la etiqueta que esos sis-
temas reivindiquen para sí.
La escisión entre autoridades civiles y militares no
.,. apareció hasta el siglo XIX, con la profesionalización de
los ejércitos europeos modernos. En parte porque la guerra
fría se prolongó tanto tiempo, dio lugar a una institución
militar demasiado vasta y bien informada como para reti-
rarse a los márgenes de la política. El presidente de la Jun-
ta de Jefes de Estado Mayor es ahora un verdadero miem-
bro del Gabinete del presidente de Estados Unidos. Los
, comandantes en jefe de las regiones de Oriente Próximo,
Europa, el Pacífico y América son los equivalentes mo-
dernos a los procónsules romanos, con unos presupuestos
que duplican los del período de la guerra fría, aun cuan-
do los presupuestos del Departamento de Estado y de
otros órganos civiles de política exterior se han reducido. 2
Lo que aumentará esta tendencia es la mezcla de los
sistemas militares y civiles de alta tecnología, que deja
cada vez más a los expertos militares a expensas de los
expertos civiles y viceversa. Las guerras cortas y limita-
das y las operaciones de rescate en las que participará
Estados Unidos no habrán de ser sancionadas por el
Congreso ni por los ciudadanos; lo mismo puede decirse
de los ataques con derecho preferente contra las redes

2. Véase Dana Priest: «A Four-Star Foreign Policy?», The


Washington Post (28-9-2000). Véase también mi ensayo «The Dan-
gers of Peace», en The Coming Anarchy, Random House, Nueva
York, 2000. [Versión en castellano: «Los peligros de la paz>> en La
informáticas de los adversarios y otras medidas relacio-
nadas con la defensa, que en muchos casos se manten-
drán en secreto. La colaboración entre el Pentágono y
el Estado corporativo es necesaria, y aumentará. Ir a la
guerra será cada vez menos una decisión democrática.
En una época en que llevaba semanas movilizar y
transportar divisiones armadas a través de los mares, era
posible que los presidentes consultaran al pueblo y al
Congreso al respecto. En el futuro, cuando las brigadas
de combate puedan introducirse en cualquier parte del
mundo en 96 horas y divisiones enteras en 120, y cuan-
do la mayoría de las acciones militares sean ataques re-
lámpago aéreos e informáticos, la decisión de utilizar la
fuerza se hará autocráticamente por grupos reducidos de
civiles y oficiales, y la diferencia entre ellos se desvane-
cerá con el tiempo. 3 Ya ahora, la diferencia de conocí- \
miento entre generales que actúan casi como políticos y ¡
especialistas civiles en política de defensa es a menudo
insignificante.
Si bien el derecho internacional cobra mayor impor-
tancia por medio de las organizaciones comerciales y los
tribunales de derechos humanos, jugará un papel más
modesto en la dirección de la guerra, porque ésta será
cada vez menos convencional y declarada, y se librará
dentro de los estados en lugar de entre ellos. El concepto
de «derecho internacional» promulgado por Hugo Gro-
cío en la Holanda del siglo XVII, según el cual todos los es-
tados soberanos son tratados como iguales y la guerra se
justifica sólo en defensa de la ~oberanía, es esencialmente

3. Para estadísticas sobre el traslado de brigadas y divisiones,


véase Stephen P. Aubin: «Stumbling Toward Transformation: How
the Services Stack Up», en Strategic Review (primavera de 2000).

-179-
utópico. Los límites entre paz y guerra suelen ser confu-
sos, y los acuerdos internacionales se respetan sólo si la
fuerza y el interés propio están allí para mantenerlos. 4
En el futuro, no espere que la justicia en tiempo de gue\
rra dependa del derecho internacional; como en la Anti-
güedad, esa justicia dependerá del carácter moral de los
propios jefes militares, cuyas funciones serán a menudo
indistinguibles de las de los líderes civiles.
La «antigüedad» de las guerras futuras tiene tres di-
mensiones: el carácter del enemigo, los métodos emplea-
dos para contenerlo y destruirlo y la identidad de quie-
nes tocan los tambores de guerra.

El coronel Ralph Peters, analista de seguridad nacio-


nal, escribe que los soldados estadounidenses «están muy
bien preparados para derrotar a otros soldados. Por des-
gracia -prosigue-los enemigos a los que probablemen-
te nos enfrentaremos[... ] no serán "soldados"», dotados
de la disciplina y profesionalidad que esta palabra implica
en Occidente, sino «"guerreros" primitivos erráticos de
lealtad voluble, acostumbrados a la violencia y sin intere-
ses en el orden civil». 5
Siempre ha habido guerreros que, en palabras de Ho-
mero, «en su ánimo anhelan el combate». 6 Pero el desmo-
ronamiento de los imperios de la guerra fría y el trastorno
que ocasionó -junto con el avance de la tecnología y la

4. Raymond Aron: Peace and War: A Theory of lnternational


Relations, p. 305.
5. Véase Ralph Peters: Fighting for the Future: Will America
Triumph?, p. 32.
6. Véase Homero: The !liad, Canto XIX, línea 179.
urbanización en las zonas más deprimidas- ha provoca-
do la división de familias y la reanudación de cultos y
vínculos de sangre, incluyendo un islam y un hinduismo
más militantes. La consecuencia es el nacimiento de una
clase de guerrero más cruel que nunca y mejor armado.
\ Abarca los ejércitos de adolescentes asesinos en África
.l occidental, las mafias rusas y albanesas, los traficantes
de droga latinoamericanos, los terroristas suicidas de
Cisjordania y los cómplices de Osama bin Laden que se
comunican por correo electrónico. Como Aquiles y los
antiguos griegos que hostigaban Troya, la emoción de la
violencia reemplaza los deleites de la vida casera y los
festejos. Aquiles exclama:

Pero antes no podría penetrar por mi garganta


ni bebida ni comida, ahora que mi compañero ha
muerto[ ...]
Por eso nada de lo que dices me importa,
sino la matanza, la sangre y el doloroso gemir de
los hombres. 7

Los guerreros de hoy en: día proceden a menudo de


entre los cientos de millones de jóvenes desempleados
del mundo en vías de desarrollo, irritados por las dispa-
ridades de renta que acompañan una globalización dar-
winiana que supone la supervivencia económica de los
más fuertes; aquellos grupos e individuos que sean disci-
plinados, dinámicos e ingeniosos treparán hacia la cima,
mientras que las culturas que no sean capaces de compe-
tir tecnológicamente generarán un número desmesurado
de guerreros. Asistí personalmente a la formación de

7. Ibídem, líneas 254-265.

-181-
guerreros en las escuelas islámicas de los barrios bajos
de Pakistán: los niños de esos suburbios miserables no
tenían más identidad moral ni patriótica que las que les
inculcaban sus maestros religiosos. Una era de armas quí-
micas y biológicas es perfectamente adecuada para el
martirio religioso.
Los guerreros son también ex presidiarios, supuestos
patriotas étnicos y nacionales, oscuros intermediarios de
armamento y drogas impregnados de cinismo y milita-
res fracasados, oficiales dados de baja de ejércitos anti-
guamente comunistas y del tercer mundo. Las guerras
en los Balcanes y el Cáucaso en los años noventa presen-
taron a todos esos tipos resucitados como criminales de
guerra. Ya sea en Rusia, Irak o Serbia, el nacionalismo en
nuestro tiempo es, según el coronel Peters, simplemente
una forma secular de fundamentalismo. Ambos emanan
de una sensación de agravio colectivo y fracaso his-
tórico, reales o imaginarios, y predican una edad de oro
perdida. Ambos deshumanizan a sus adversarios y equi-
paran compasión con debilidad. Así, aunque existen di-
ferencias enormes entre, por ejemplo, un Radovan Ka-
radzic y un Osama bin Laden, ninguno de los dos juega
según las reglas occidentales; ambos son guerreros.
Hitler fue un guerrero, un prototipo de skinhead con
bigote que arrebató el control de un estado industrial
adelantado. Cualquiera que entienda que los incentivos
económicos racionales determinan el futuro de la políti-
ca mundial debería leer Mi lucha. Ninguno de los gue-
rreros que hemos visto desde la caída del muro de Berlín
ha supuesto una amenaza estratégica comparable. Pero
esto podría cambiar: el desarrollo y la profusión de in-
genios nucleares más pequeños de baja tecnología, así
. . .
euros «combatientes de la libertad» en amenazas estraté-
gicas. Ya no se precisa una economía a gran escala para
fabricar armas de destrucción masiva. Estados Unidos
nó puede mantener su monopolio sobre las nuevas tec-
nologías militares, muchas de las cuales no son caras y
pueden ser adquiridas por sus adversarios gracias al libre
carribio. Mientras que el combate medio durante la gue-
rra de Secesión norteamericana requería 10.000 hombre~·
por cada kilómetro cuadrado de frente de batalla, la cifra
es ahora de 93, y seguirá disminuyendo a medida que 1
guerra sea cada vez menos convencional y dependa me-
nos de los soldados.
Las respuestas estadounidenses a los ataques de
esos guerreros son inconcebibles sin el factor sorpresa,
lo cual convierte la consulta democrática en una idea
tardía. 4
La guerra está sujeta al control democrático sólo
cuando es una condición claramente separada de la paz.
En las confrontaciones de la guerra fría, como Corea y
Vietnam, la opinión pública desempeñó un papel desta-
cado, pero un estado prolongado de cuasiconflicto ca-
racterizado por incursiones de comandos y ataques elec-
trónicos a los sistemas informáticos del enemigo -en
los que la rapidez de la reacción constituye la «variable
mortal»- no será dirigido por la opinión pública en la
misma medida. 8 Un conflicto semejante presentará gue-
rreros en un bando, motivados por el agravio y el sa-
queo, y una aristocracia de estadistas, cargos militares y
tecnócratas en el otro, motivados, cabe esperar, por la
virtud antigua.

8. Véase James Der Derian: «Battlefield of Tomorrow: Net-


war», Wired (7-7-1999).

-18)-
Por supuesto que Estados Unidos podría afrontar
conflictos armados no sólo con grupos de guerreros, sino
también con grandes potencias como China. Pero en lu-
gar de desplegar sus soldados para jugar según las reglas
impuestas por Estados Unidos, el adversario podría op-
tar por utilizar virus informáticos o bien dar rienda suel-
ta a sus aliados guerreros de Oriente Próximo, apoyados
por su tecnología militar, y negar al mismo tiempo cual-
quier relación con esos terroristas apátridas. También
Rusia podría hacer uso estratégico de terroristas y crimi-
nales internacionales para combatir en una guerra no
declarada. Precisamente porque Estados Unidos es mi-
litarmente superior a cualquier grupo o nación, debería
esperar ser atacada en sus puntos más débiles, fuera de
los límites del derecho internacional.
La vigilancia exige recordar a los troyanos de la Ilíada 1>
de Homero. Eran la envidia del mundo: corteses y civili-
zados, rodeados de magníficos edificios y tierras de culti-
vo, deseosos tan sólo de que los dejaran en paz y conven-
cidos de que su prosperidad y éxito podían aportar siempre
una solución. Sin embargo, fueron asediados por unos je-
. fes piratas de la otra orilla, empujados a la guerra por los
dioses griegos, unos dioses que, con sus intrigas y rabie-
tas, son reflejos atemporales de la irracionalidad humana.
«Tres mil años no han cambiado la condición humana
-observa el humanista Bernard Knox-, todavía somos
amantes y víctimas de las ansias de violencia.» 9
· Escribiendo en 1939, cuando su Francia natal estaba
a punto de ser ocupada por.los nazis, la filósofa y activis-
ta de la resistencia Simone Weil elogió la Ilíada como el
«espejo más puro» de nuestra experiencia colectiva; de-

9. Véase la introducción de Knox a The !liad.

-184-
mostraba cómo «la fuerza, hoy como en el pasado, ocu,-
pa el centro de toda la historia humana» .10
Estados Unidos es una república pacífica y comercial
que normalmente ha tratado de evitar la guerra. Pero sus
líderes deberían ser capaces de apreciar la descripción
que hace Homero de los defensores de Troya, aguardan-
do el amanecer para atacar a los griegos:

Llenos de soberbia, sóbre los puentes de la batalla


se asentaron toda la noche, y muchas hogueras
suyas ardían.
Como en el firmamento las estrellas alrededor de
la clara luna
aparecen relucientes cuando el ambiente se torna
sereno .. Y

Por lo menos en un aspecto, la guerra antigua era


más civilizada que la de nuestro tiempo. El objetivo de la
guerra antigua era generalmente matar o capturar al je-
fe adversario y exhibirlo dentro de una jaula. Debido al
estado primitivo de la tecnología, la única forma de lle-
gar hasta el líder enemigo y sus allegados más próximos
consistía en abrirse paso a través del grueso de su gente y
su ejército, lo cual requería batallas sangrientas y mucha
crueldad. Pero, a partir de la Ilustración, los líderes occi-
dentales se han eximido de la pena merecida y han pre-
tendido castigarse unos a otros indirectamente: destru-
yendo los ejércitos rivales y .,-desde Grant y Sherman-

10. Véase la introducción de Knox, así como Weil: «The !lliad;


or, The Poem of Force», traducido por Mary McCarthy y publica-
do en 1945 en la revista Politics.
11. The Illiad, Canto VIII, líneas 638-642.

-185-
haciendo sufrir también a la población civil. Pero ¿es real-
mente más honrado matar miles de personas con bombar-
deos aéreos que con la espada y el hacha? En Kosovo,
los ataques de la aviación fueron mucho más efectivos
contra objetivos civiles que militares. No obstante, las
inminentes tecnologías de precisión -que permiten di-
rigir proyectiles hacia blancos concretos- harán que los
ataques contra el jefe ofensor sean bastante prácticos. En
l el futuro, los satélites podrán rastrear los movimientos
de individuos concretos a través de sus firmas neurobio-
lógicas, como hacen ahora los escáneres TACa una dis-
tancia de varios centímetros. Reinventaremos la guerra
antigua; pronto será posible matar o capturar a los auto-
res de grandes crueldades en vez de castigar a sus súb-
ditos, que en muchos casos son también sus víctimasY
¿Habría sido más humano asesinar a Milosevic y sus
allegados en lugar de bombardear Serbia durante diez
semanas? En el futuro, tales asesinatos serán posibles.
Puesto que muchos de los futuros enemigos de Estados
Unidos probablemente no habitarán en países tan desa-
rrollados tecnológicamente como Serbia, puede que no
haya objetivos adecuados para bombardear como plan-
tas de aprovechamiento eléctrico y tratamiento de agua.
El único blanco podría ser el propio jefe o guerrero. En
el este de Afganistán, donde se esconde Osama hin La-
den, atacar su «infraestructura» equivale a destruir tan
sólo unas cuantas tiendas de arpillera, teléfonos móviles
y ordenadores, todo lo cual es inmediatamente reempla-
zable.13

12. Véase Peters, pp. 109-110.


13. Se trata de un aspecto que tocan por separado dos analistas
de Washington: Reuel Marc Gerecht y Edward Luttwak.

-186-
Puesto que las guerras futuras supondrán ataques de
precisión contra los puestos de mando, alcanzar esos
centros neurálgicos informáticos supondrá a menudo
eliminar el liderazgo político. La le..x.,.cor:ua los ~~sjna­
tos que surgió de la experiencia norteameñCaii'ieñViet-
nam será desechada o bien evitada. 14
Tanto si las guerras futuras son incruentas como si
no, tendrán un carácter innegablemente antiguo en la
manera de dirigirlas. La de Kosovo, desde el punto de
vista estadounidense, fue una guerra incruenta: miles
de civiles (principalmente albanokosovares) murieron
para que no hubiese bajas de la OTAN. Pero, en el caso de
que se hubiera abatido una docena de aviones de la OTAN,
Clinton habría podido verse obligado a dar la guerra por
concluida. El apetito estadounidense de guerra es pare-
cido al de los romanos, cuyas legiones profesionales y
asalariadas no tenían deseo de luchar contra guerreros
ávidos de una muerte gloriosa. Por eso los romanos evi-
taban enfrentamientos en campo abierto y preferían ase-
dios caros y sistemáticos en los que sus bajas se reducían
al mínimo. 15 Además, iban protegidos con pesados cas-
cos, petos, hombreras y grebas, aun cuando todo esto li-
mitaba su agilidad. Estados Unidos no es el primer gran
imperio que menosprecia las bajas. /
«Si la acción militar no tiene gastos -plantea Mi-
chael Ignatieff- ¿qué restricciones democráticas queda-

14. Para una discusión sobre la legalidad del asesinato, véase


Mar k Vincent Vlasic: «Cloak and Dagger Diplomacy: The U. S. and
Assassination», Georgetown ]o urna! of International Affairs (vera-
no-otoño de 2000).
15. Véase el presciente artículo de Luttwak: «Toward Post-He-
roic Warfare.»

-187-
rán al uso de la fuerza?» 16 Es sólo el espectro de las vícti-
mas lo que llama la atención del público, provocando un
debate que tiene significación democrática porque llega
más allá de los medios de comunicación y los ámbitos in-
telectuales. Cuando estuve en Nuevo México y Colorado
en el comienzo de la guerra aérea de Kosovo, observé que
en todas partes los televisores sintonizaban programas de
entretenimiento, especialmente retransmisiones deporti-

~
vas, en vez de la continua cobertura de la guerra que reali-
zó la CNN. Pensé que Estados Unidos podría bombar-
dear cualquier lugar del mundo durante semanas y el
público no se opondría, siempre y cuando no hubiese ba-
jas norteamericanas y la bolsa no se resintiera.
La mayoría de los líderes del Occidente posterior a la
guerra fría evitarían todas las intervenciones no estratégi-
cas, con los riesgos que conllevan, si no fuera por los me-
dios de comunicación y los ámbitos intelectuales. Puesto
que los medios de elite están dominados por cosmopoli-
tas que habitan el mundo fuera de la nación-estado, tien-
den a recalcar los principios morales universales por enci-
ma del interés propio nacional. «La mayoría de periodistas
-dice Walter Cronkite- sienten poca devoción por el
orden establecido. Creo que están más inclinados a po-
nerse del lado de la humanidad que del lado de la autori-
dad y las instituciones.» 17 En manos de los medios de co-
municación, el lenguaje de los derechos humanos -el
grado máximo de altruismo- se convierte en un arma
poderosa que puede llevarnos a guerras en las que quizá
no deberíamos combatir. 18

16. Véase lgnatieff: Virtual War: Kosovo and Beyond, p. 179.


17. Véase la entrevista con Cronkite en Playboy (junio de
1973), p. 76.
18. Ibídem, pp. 184, 213-214.

-188-
Si los medios de comunicación encuentran una causa
a la que adherirse, pueden formar y sustituir la opinión
pública, como hicieron en el caso de Bosnia y Kosovo,
cuando la prensa fue abrumadoramente intervencionista
mientras que el público, como comprobaron las encues-
tas, se mostró poco entusiasta. Los medios de comunica-
ción y los ámbitos intelectuales son castas profesionales
que no se distinguen más que las de los oficiales milita-
res, médicos, agentes de seguros, etc., ni son más repre-
sentativas de la población. Como otros colectivos profe-
sionales, a menudo están más influidos entre sí que por
aquellos que no pertenecen a su sector social. Frente a
un público indiferente, esta cuasiaristocracia puede for-
mar las opiniones de los líderes occidentales como los
antiguos nobles hacían con sus emperadores. Y será difí-
cil resistirse a los argumentos de los medios de comuni-
cación. Los argumentos en materia de derechos huma-
nos promovidos hasta la saciedad por la prensa tienen
un aire claramente inquisitorial.
Los corresponsales de televisión en el escenario de
catástrofes, como el bombardeo israelí de Beirut en 1982
y la hambruna de Somalia una década más tarde, mani-
fiestan una visión apasionada en la que la emoción susti-
tuye al análisis: no les importa nada qu~­
rrendo espectáculo que se desarrolla ante sus ojos, y ante
1
el cual «hay que hacer algo». Los medios de comunica-
ción encarnan valores liberales clásicos, que se preocu-
pan por los individuos y su bienestar, mientras que la
política exterior suele preocuparse por las relaciones en-
tre estados. Así pues, es más probable que los medios de
comunicación sean militaristas en lo que afecta al sufri-
miento y los derechos individuales que cuando los inte-
reses vitales de un estado se ven amenazados.

-189'-
Por supuesto, hay veces en que las emociones indis-
ciplinadas de corresponsales y activistas por los dere-
chos humanos son exactamente aquello que los líderes
necesitan oír, como en Sarajevo en 1992 y 1993. El arte
de gobernar consiste en distinguir entre qué es justo y
qué es meramente mojigato o poco práctico. Un deter-
,n minismo sensato y vacilante requerirá siempre una se-
lección.
«El bando que sabe cuándo combatir y cuándo no
\. hacerlo se alzará con la victoria -afirma Sun Zi-. Exis-
ten caminos que no hay que transitar, ejércitos a los que
no hay que atacar y ciudades amuralladas que no hay
que asaltar.» 19 De hecho, la creciente tendencia a la gue-
rra urbana -Tuzla, Mogadiscio, Karachi, Panamá, Bei-
rut, Gaza, etc.-, además de las intervenciones en terri-
torios anárquicos como Somalia y Sierra Leona, pueden
imponer una crueldad por parte de Estados Unidos que
la propia gente que exige la intervención no puede tole-
rar. Como el general ateniense Nicias dijo, advirtiendo
en 415 a. C. contra la intervención en Sicilia:

Es necesario considerar que vamos como una ciudad


a habitar en un país extranjero y enemigo y que, desde el
primer día en que pisemos tierra, debemos ser dueños de
ella, o bien darse cuenta de que, en caso de derrota, en-
contraremos hostilidad por todas partes.20

Como los estadounidenses en Vietnam, los atenien-


ses habían sido atraídos a Sicilia por sus aliados. Temien-

19. Sun Zi: The Art of Warfare, pp. 80, 131.


20. Tucídides: The Peloponesian War, Libro VI, capítulo
XXIII.

-190-
do el efecto dominó del creciente poder de Siracusa, los
atenienses llegaron a creer que la conquista de la aparta-
da Sicilia era crucial para el mantenimiento de su impe-
rio. La prosperidad los había hecho arrogantes sobre sus
posibilidades de éxito y demasiado idealistas con respec-

l to a su causa. Subestimaron el enorme esfuerzo y la bru-


, talidad que serían necesarios para vencer y la expedición
terminó en tragedia.
La prudencia dicta que tomemos la guerra sin bajas
como un mito, pese a los adelantos tecnológicos como
las balas que incapacitan sin herir. La guerra es incer-
tidumbre, caracterizada por fricción, azar y desorden,
como dice Clausewitz. Según el teniente general de la
Marina estadounidense Paul van Riper, las fuerzas arma-
das tendrán que actuar en una gran variedad de escena-
rios, «desde desiertos a selvas y zonas urbanas densa-
mente pobladas con antagonistas incrustados», entornos
que no conducen a la dominación tecnológica. 21 Las mu-
niciones dirigidas por sistemas láser y electroópticos no
rastrearán objetivos en una densa masa de árboles ni im-
pedirán las víctimas civiles en las ciudades. Aun en el
caso de que funcionen bien, los sensores por ordenador
y los dispositivos de escucha pueden abrumar las or-
ganizaciones militares con datos difíciles de asimilar.
A medida que se acumule más información, la diferencia
entre información y conocimiento real podría ampliarse.
El universo profético de Robert McNamara, con sus
medidas cuantitativas y supuestos de la teoría del juego,
nos adentra más profundamente en la ciénaga de Viet-
nam. La confianza exclusiva en la tecnología, antaño in-

21. Véase Van Riper: «Information Superiority», Marine Corps


Gazette (junio de 1997).

-191-
genua y arrogante, tiene poco en cuenta la historia local,
las tradiciones, el terreno y otros factores que son esen-
ciales para emitir juicios sensatos.
~ Por suerte para la Administración Clinton, los sofisti-
cados serbios de Belgrado no eran norvietnamitas y estu-
vieron dispuestos a rendirse una vez que las bombas inte-
rrumpieron su abastecimiento de agua. Quizá también
nosotros, los occidentales, admitiríamos la derrota si un
enemigo nos cortara el agua corriente, los teléfonos y el
suministro eléctrico. Sin embargo, no deberíamos esperar
que los guerreros con muy pocos bienes materiales en
juego sean tan vulnerables. Las balas que no matan y las
ondas sónicas que inmovilizan una multitud provocando
una sensación de náuseas y diarrea pueden facilitar la ope-
ración de un comando, pero los guerreros interpretarán
esa aversión a la violencia como un signo de debilidad y /
cobrarán mayores ánimos para defender su causa.
«La guerra futura puede resultar más violenta, no
menos -escribe el coronel de la Aviación estadouniden-
se Charles Dunlap Jr.-. Un adversario que libre una
guerra neoabsolutista podría recurrir a una serie de ac-
ciones horrendas [... ] de baja tecnología para compensar
y distraer las fuerzas de alta tecnología de Estados Uni-
dos.»22 El enemigo capturará rehenes y esconderá provi-
siones vulnerables a los bombardeos de precisión debajo
de escuelas y hospitales. Para tales adversarios, los valo-
res morales -el temor a los daños colaterales- repre-
sentan la mayor vulnerabilidad de Estados U nidos. La
verdad más sincera y conmovedora de los antiguos es el

22. Véase Dunlap: «21" Century Land Warfare: Four Dange-


rous Myths>>, U.S. Army War College, Parameters, Carlisle, (Pen-
silvania) (otoño de 1997).

-192-
enorme abismo que separa la virtud politicomilitar de la
perfección moral del individuo. Es una verdad tal que
puede contribuir a definir el siglo XXI, cuando nos vea-
mos obligados a elegir en mitad de una guerra de alta
tecnología entre lo que es acertado y lo que es, desgra-
ciadamente, necesario.
Otro problema, según el coronel Dunlap, será la in-
voluntaria colusión entre los medios de comunicación
globales y los enemigos de Estados Unidos. Dunlap y
otros analistas de defensa imaginan unos gigantescos
conglomerados mediáticos, «integrados verticalmente»,
con sus propios satélites de vigilancia.
Una empresa, Aerobureau, de McLean (Virginia),
puede desplegar ya una redacción volante: una aeronave
equipada con video, audio y conexiones informáticas
por satélites múltiples, cámaras giroestabilizadas y con
la capacidad de manejar vehículos provistos de cámaras
en tierra por control remoto. Pregunta Dunlap: «¿Qué
necesidad tendrán nuestros enemigos de gastar dinero
en la construcción de extensas competencias de informa-
ción secreta? Los medios de.comunicación se converti-
\rán en los "servicios de inteligencia de los pobres".» /
Los medios de comunicación ya no son simplemente
el cuarto poder, sin el que los otros tres no podrían fun-
cionar con honradez y eficacia. Debido a la tecnología y
la consolidación de nuevas organizaciones -similar a la
consolidación de las alianzas entre compañías aéreas y
empresas automovilísticas-, los medios de comunica-
ción se están convirtiendo en una potencia mundial por
derecho propio.
El poder de la prensa es deliberado y peligroso por-
que influye espectacularmente en la política occidental
al mismo tiempo que no asume responsabilidad alguna

-193-
sobre las consecuencias. De hecho, el perfeccionismo
moral de los medios de comunicación sólo es posible
porque es irresponsable políticamente.
Cuando Estados U nidos se convirtió en una nación
independiente, la prensa se propuso que el Gobierno
fuese justo. Alertar al público de los problemas huma-
nitarios que acontecen en el extranjero tiene que ver con
esa función, pero no así dirigir la política, sobre todo si
los funcionarios están obligados a actuar con menos al-
truismo que los medios de comunicación. La responsa-
bilidad principal de un estadista es para con su país,
mientras que los medios de masas piensan en términos
universales. La emotiva cobertura de los acontecimien-
/ tos de Somalia por parte de un medio de comunicación
de alcance mundial presagió una intervención estadou-
nidense que, por mal definida, desembocó en el peor
desastre para las tropas estadounidenses desde Vietnam, 1
un desastre que contribuyó a prevenir a los políticos
contra la intervención en Ruanda. En un mundo de cri-
sis constantes, los políticos deben ser muy selectivos
sobre dónde y cuándo creen que merece la pena sumer-
girse en la «incertidumbre» del conflicto que describe
Clausewitz.

Así como las guerras del futuro serán, en muchos as-


pectos, antiguas, también lo serán la naturaleza de las
alianzas militares y las razones que justifiquen la entra-
da en la guerra. Si los europeos llegan a desplegar una
fuerza militar verdaderamente independiente de Estados
Unidos, eso sólo puede implicar que Washington se acer-

\ que más a Moscú y otras potencias con la finalidad de


contrarrestarla. Así, un futuro ejército europeo sólo po-

-194-
drá ser cuasiindependiente de la OTAN. Como en His-
toria de la guerra del Peloponeso, un mundo de alianzas
cambiantes volverá a utilizar el lenguaje del equilibrio de
fuerzas.
El concepto de «guerra justa», preconizado por Hugo
Grocio, se hacía eco de san Agustín y los teólogos me-
dievales, quienes trataron de definir las circunstancias
bajo las que el cristianismo podía presentar batalla legí-
timamente.
La «guerra justa» de Grocio presuponía la existencia
de un Leviatán -el papa o el emperador del Sacro Impe-
rio romano- para hacer cumplir un código m~ero
efii:iññiUndo sin un árbitro internacional de la justicia,
las discusiones en torno a la «justicia» o «injusticia» de la
guerra tienen escasa significación fuera de los círculos
intelectuales y jurídicos en los que se dan. Los estados y
otras entidades -ya sea Estados Unidos o los tigres ta-
miles- irán a la guerra cuando consideren que obedece
a sus intereses (estratégicos, morales o ambos) y, por
tanto, les traerá sin cuidado que otros consideren su
agresión como injusta. Según las encuestas, más del 90%
de los votantes griegos -ciudadanos de una democracia
adscrita a la OTAN- calificó la campaña aérea contra
Serbia de injusta. Pero los estadounidenses no hicieron
caso de la interpretación de guerra justa por parte de la
opinión pública griega e hicieron lo que creían que era
necesario. La población griega esgrimía lo que conside-
raba un argumento moral para justificar un interés na-
cional: los serbios eran cristianos ortodoxos y aliados
históricos de los griegos. Sin embargo, eso es lo que ha-
cen todas las naciones en tiempo de guerra; no es patri-
monio exclusivo de Grecia.
Ho Chi Minh mató por lo menos a 10.000 de sus

-195-
propios civiles antes de la entrada de las tropas nortea-
mericanas en Vietnam. ¿Hizo eso que la intervención
estadounidense en Vietnam fuese justa? Tal vez, pero
aun así fue un error. La guerra con México fue proba-
blemente injusta, por cuanto fue motivada por pura
agresión territorial, pero a Estados Unidos le mereció
la pena librarla porque adquirió Tejas y todo el suroeste,
\ California incluida.
En el siglo XXI, como en el XIX, los norteamericanos
iniciarán hostilidades -ya sea en forma de operaciones
de las fuerzas especiales o -de virus informáticos dirigi-
dos contra centros de mando enemigos- siempre que
sea absolutamente necesario y vean una clara ventaja en
hacerlo, y posteriormente justificarán su acción. No se
trata de una actitud cínica. La base moral de la política
exterior dependerá del carácter de la nación y sus líderes,
no de las prescripciones absolutas del derecho interna-
cional.
Con todo, existe un modelo que explica cómo es
probable que los estados y otros grupos afronten la
guerra en el futuro. Se trata de un viejo modelo basado
en un antiguo código de honor y descrito en un ensa
yo de Michael LindY Éste dice que en las sociedades
primitivas, las ciudades fronterizas ingobernables y el
mundo del crimen organizado, la injusticia ha sido re-
parada siempre por los propios perjudicados o por sus
poderosos protectores; así, la seguridad de los débiles
depende del consentimiento de sus protectores a ejer-
cer la fuerza.
De hecho, las relaciones feudales entre estados más
fuertes y más débiles han caracterizado la política mun-

23. «The Honor Paradigm and lnternational Ethics», inédito.

-196-
dial desde tiempos inmemoriales. Aún hoy, potencias
económicas civiles como Alemania y Japón y estados-
nicho como Kuwait, rico en petróleo, y Singapur, un
tigre del comercio, tienen funciones específicas en un or-
den mundial occidental, en el que Estados Unidos pro-
porciona seguridad militar. ,r
En lugares donde predomina el imperio de la ley, se
espera que uno reciba insultos sin recurrir a la violencia.
Pero en una sociedad sin leyes, el consentimiento a reci-
bir injurias indica debilidad, y ésta puede invitar al ata-
que.u-T. mlndo sin un..J...~n:;. algo pa~cidq: un lí-
der de a a ianza debe desempeñar el papel de cacique
bárbaro. En teoría, el derecho internacional dirige lapo- ¡{?'
lítica mundial; en la práctica, las relaciones entre grandes
potencias son reguladas por una especie de código de
honor. Lind señala que «el concepto de Jruschov de" co-
existencia pacífica" y competencia del tercer mundo, y la
instalación de un teléfono rojo, fueron establecidos para
ritualizar la lucha por el poder, no para acabar con ella». /
Tales convenciones, prosigue, «podrían compararse con
las complicadas reglas que rodean el duelo aristocráti-
co». Es posible que este código no sea judeocristiano,
pero no por ello deja de ser moral. Incluso en un territo-
rio anárquico, una reacción desmesurada -matar a mi-
les de civiles en Beirut con el fin de proteger su frontera
septentrional, como hizo Israel en 1982- puede ser en-
tendida como violencia libertina, y por tanto como falta
de legitimidad. En todas las épocas, una reputación de
fuerza debe ser equilibrada por otra de compasión. Un
cacique bárbaro puede tener que defender de vez en
cuando a clientes inmorales (como el apoyo estadouni-
dense a algunos dictadores durante la guerra fría), pe-
ro si lo hace con tanta frecuencia como para excluir to-

-197-
do lo demás, su jefatura puede desprestigiarse y con-
siguientemente ser derrocada. Un futuro en el que los
jefes rivales se arriesgan al asesinato como nunca antes
-con ataques sorpresa contra centros de mando infor-
máticos- es perfectamente propicio para un código de
honor.
Los sistemas en los que dos grandes potencias se en-
frentan entre sí en una lucha ritualizada, como en la gue-
rra fría, tienden a ser más estables que el actual, en el que
\ hay muchas fuerzas secundarias sin que la principal sea
~ un Leviatán. 24 En la Europa anterior al siglo xx, cuando
un estado se volvía demasiado poderoso, a menudo los
demás se unían para equilibrarlo. Pero existe también la
tendencia opuesta: que los estados débiles apacigüen una
potencia emergente, como cuando muchos estados del
tercer mundo se alinearon con la Unión Soviética en el
apogeo de su fuerza en los años sesenta y setenta. Esto es
lo que ocurre ahora, a medida que el mundo ex comu-
nista y los países en vías de desarrollo tratan de imitar el
modelo norteamericano de capitalismo democrático. Sin
embargo, no debemos olvidar nunca que ese desarro-
llo positivo se basa en el poder de Estados Unidos co-
mo cacique. Rumania y Bulgaria copiaron el fascismo
cuando la Alemania nazi estaba en ascenso. Ahora que
lo está Estados Unidos, copian su democracia. Si los
norteamericanos son débiles militarmente -si no son
1 capaces de enfrentarse con el nuevo desafío de los gue-
rreros-, sus valores políticos pueden eclipsarse en el
mundo entero.
Bernard K.nox escribe que, según los antiguos griegos,

24. Véase Kenneth Waltz: Theory of International Politics,


McGraw-Hill, Nueva York, 1979.

-198-
el pasado y el presente, puesto que son visibles, «están de-

'l lante de nosotros», mientras que el futuro, «invisible, está


detrás de nosotros». 25 El futuro de la guerra ya está detrás)
de nosotros, en los tiempos antiguos. Y también lo estj..
_ como veremos, el futuro de la autoridad global. /

25. Véase Knox: Backing into the Future: The Classical Tradi-
tion and Its Renewal, Norton, Nueva York, 1994, pp. 11-12.

-199-
X

LA CHINA DE LOS REINOS GUERREROS


Y LA AUTORIDAD GLOBAL

Desde la caída del muro de Berlín en 1989, se han


propuesto diversas teorías con respecto al futuro de la
política global. Detrás de esas teorías optimistas está
el supuesto implícito de que las elites prósperas y ra-
zonables son lo bastante dominantes como para conducir)
el mundo hacia más democracia, más derechos humanos
y más integración económica. Las teorías pesimistas que
prevén democracias deficientes, choques de culturas y
anarquía llaman la atención sobre la debilidad de esas eli-
tes, particularmente sobre su incapacidad para controlar
un enjambre de actores obstinados e irracionales, a menu-
do resentidos por el subdesarrollo.
Las teorías sociales tienden a ser lineales. Describen
una serie de incidentes y procesos que conducen hacia
un fin definible. Sin embargo, el mundo se caracteriza
por la simultaneidad: incidentes y procesos muy dife-
rentes que ocurren al mismo tiempo llevan a fines distin-
tos. Así pues, en el mejor de los casos, una teoría social
es un fracaso útil; en vez de demostrar su punto de vista,
da a las personas una nueva perspectiva de los aconteci-

-201-
miemos, haciendo que vean lo conocido bajo un prisma
desconocido. Puesto que todas esas teorías -optimistas
y pesimistas- captan alguna tendencia importante en
un mundo que va en distintas direcciones a un tiempo,
pueden sintetizarse en una visión global que, pese a to-
da su complejidad y sus contradicciones, tiene un tema
concreto. Un ejemplo de un mundo igualmente comple-
jo y contradictorio, pero sin embargo comprensible, se
encuentra en el libro VIII de Historia de la guerra del
Peloponeso.

Tucídides no dio una conclusión apropiada a su his-


toria cuando murió, en el norte de Grecia, hacia el año
400 a.C., pero es posible que para entonces ya hubiera
dejado de escribir. La absoluta complejidad de los cam-
bios políticos y militares en el archipiélago griego pudo
haberse convertido en una carga excesiva para él. 1
El libro VIII, el último tomo de Historia de la guerra
del Peloponeso, sigue un fino hilo argumental. Después del
desastre militar en Sicilia, en el que los atenienses se ha-
bían extendido demasiado, éstos sorprendieron a sus ad-
versarios armando más buques y reanudando l;¡t gue-
rra contra Esparta. Tras una serie de batallas navales, los
atenienses resultaron victoriosos. En la isla de Samos, en
el Egeo oriental, apoyaron una rebelión contra la oli-
garquía proespartana que propició la alianza de Samos
con Atenas. Pero en otra isla oriental, Chíos, las faccio-
nes locales ayudadas por Esparta se levantaron con éxito

l. De una conversación con Robert Strassler, autor de The


Landmark Thucydides: A Comprehensive Guide to the Peloponne-
sian War, Free Press, Nueva York, 1996.

-202-
contra Atenas. Entretanto, Esparta y Persia firmaron un
tratado que ayudó a los espartanos a conquistar nuevas
islas. Pero, al mismo tiempo, Persia también negociaba
con Atenas. En su propio territorio, Atenas estaba divi-
dida entre fuerzas prodemocráticas y prooligárquicas,
estas últimas favorables a Esparta. Los aliados de Espar-
ta, los persas, estaban divididos también a causa de la
rivalidad entre sus dos comandantes supremos: Fama-
bazo, en el norte del Egeo, y Tisafernes, en el sur. Pero la
rivalidad entre los dos comandantes persas causó a Per-
sia menos daño que el que la división política en Atenas
infligió a esta ciudad-estado.
Aunque Tucídides no termina el relato, un tema te-
nue y disperso empieza a emerger de esta complejidad
oscilante: el vano triunfo de Esparta, que no puede man-
tener su hegemonía recién adquirida sobre el archipiéla-
go griego sin la ayuda de Persia. Así, Esparta acaba por
custodiar el flanco occidental del frágil y caótico Impe-
rio persa.2
Un tema igualmente tenue y disperso resulta de com-
binar todas las teorías posteriores a la guerra fría. Vea-
mos un planteamiento.

La democracia liberal conquista las naciones del an-


tiguo Pacto de Varsovia, a excepción de Rusia y un par
de estados balcánicos. También conquista el Cono Sur
de Latinoamérica, la mayor parte del Lejano Oriente y
algunos lugares más. No obstante, en la mayor parte del
mundo en vías de desarrollo, la democracia existe más
nominalmente que de hecho y adopta a menudo la for-

2. Véase el epílogo de Strassler a The Landmark Thucydides.

-203-
ma de regímenes híbridos. México celebra unas eleccio-
nes efectivas, pero tiene dificultades para construir insti-
tuciones como la policía y tribunales de fiar; la conse-
cuencia es una agitación apenas controlable. La India
\ sigue siendo oficialmente un caso de triunfo de la demo-
cracia, pero sólo si no se hace caso a la realidad de las
bandas urbanas, las elecciones locales amañadas, el
aumento de la escasez de agua y la justicia vigilante. Tan-
to la India como México están minadas por un volcán de
jóvenes desempleados en suburbios urbanos que tiene
como resultado la formación de movimientos populis-
tas inconstantes; sin embargo, estas dos democracias
agrietadas sobreviven y generan industrias de alta tec-
nología. Indonesia, Pakistán, Nigeria y otros países no
tienen tanta suerte, si bien lo que ocurre allí no capta
la atención de los titulares, como hacen los fracasos en
Somalia, sino que supone simplemente un grado más
de malestar crónico que en la India y México. Las ten-
siones culturales y de civilización, además de las demo-
gráficas y medioambientales, son manifiestas en todas
partes.
Mientras tanto, en China, la presión de una clase
media urbana en expansión conduce a más democracia;
las consecuencias son violencia y separatismo étnico,
agravados por la escasez de recursos. Sin embargo, la
globalización triunfa, aun cuando se ve comprometida
por las frecuentes reacciones violentas generadas por
movimientos populistas en todo el mundo en vías de
desarrollo. Por otra parte, los ricos metrocomplejos
de alta tecnología dominados por sociedades globales,
y con sus propias políticas de comercio exterior, carac-
terizan el sureste de China, Singapur, la cuenca del Me-
kong, el noroeste del Pacífico, Cataluña y otras regio-

-204-
nes. 3 Lugares como el gran· Beirut, el gran Sao Paulo y
Bangalore, en la India, son ciudades-estado muy acti-
vas, pero afectadas por legiones de pobres. A medida
que el poder de las sociedades y de los habitantes de los
suburbios aumenta, el del estado tradicional disminu-
ye. Pero en Rusia, China, India, Pakistán y otros luga-
res, el estado resiste con políticas irresponsables y pro-
gramas de armamento.
En Estados Unidos, la cuestión más conflictiva no es
una caída económica al cabo de unos años de prosperidad
sin precedentes, sino las tensiones con México que la pros-
peridad y la democracia provocan. México es cada vez más
democrática, pero sigue siendo anárquica y está afectada
por la pobreza. Debido a la democracia de México, Estados
U nidos está obligado a tratarlo como un igual, aun cuando
el gobierno mexicano electo, aguijoneado por presiones
populistas, formula exigencias que Washington no puede
satisfacer. Estas dos sociedades enormemente desiguales se
integran a una velocidad suicida; la consecuencia es una agi-
tación social a ambos lados de la frontera, positiva a largo
plazo pero caracterizada por crisis a corto plazo. Los trau-
mas de un mundo unificador, bueno y malo, creativo y des-
tructivo -incluidos la democratización y los choques de
civilizaciones- son encauzados a través de la tumultuo-
sa consolidación histórica de México y Estados U nidos.
En el África subsahariana, así como en algunas partes
de Oriente Próximo y el sur de Asia -con los índices de
crecimiento demográfico más espectaculares del mun-
do hasta 2050-, los conflictos violentos forjan los acon-
tecimientos tal como lo hicieron en Europa en el si-

3. Véase mi artículo «Could This Be the New World?», The


New York Times (27-12-1999).

-205-
glo xx. 4 No obstante, la enorme anarquía del mundo en
vías de desarrollo presiona a las elites globales para que
\1 fortalezcan y amplíen las instituciones internacionales.
Y La «autoridad» mundial se hace realidad, pero eso no
implica un gobierno mundial. El Leviatán que emerge de
entre el hurlío de todas las guerras, el caos y las zonas
acordonadas de prosperidad es frágil e incompleto. Aun
así, es algo que nunca existió en el pasado.
El siglo xxr es casi tan violento como el xx. Debido al
t marchitamiento de las naciones-estado y al ascenso de
{ las ciudades-estado y de muchas soberanías oficiosas y
superpuestas reina un feudalismo benigno. Sin embargo,
puesto que cada vez más y mejores instituciones globa-
les amplían el radio de acción del castigo de la injusti-
cia, aumenta también la diferencia entre la moralidad
nacional y la moralidad en las relaciones exteriores. Es
(íl' un mundo ni menos ni más unido que el antiguo Impe-
rio persa. Cuanto más nos fijamos en la Antigüedad,
) más aprendemos sobre este mundo nuevo.

Las ciudades-estado sumerias del tercer milenio a.C.


en Mesopotamia, el antiguo Imperio de los Maurya del
siglo IV a.C. en la India y el antiguo Imperio Han del si-
glo n a.C. en China son ejemplos de sistemas políticos
en los que territorios diversos y remotos estuvieron su-
ficientemente vinculados entre sí, por medio de alianzas

4. Según el Population Reference Bureau, la población de la In-


dia aumentará de 1.000 a 1.600 millones de habitantes durante la
primera mitad del siglo XXI, mientras que la de África pasará de los
800 millones actuales a 1.800 millones en el año 2050, a pesar de las
muertes causadas por el sida.

-206-
comerciales y políticas, como para regular su conducta y
tener en cuenta modelos morales similares. 5 En lugar de
una raison d'état había una raison de systeme equivalen-
te: la creencia de que hacer funcionar el sistema consti-
\ tuía la moralidad más elevada, porque la alternativa era
el caos. El miedo a la muerte violenta, como Hobbes ex-
plicaría más tarde, hacía que los hombres cedieran parte
de su libertad a cambio del orden, lo que conducía a un /
imperialismo a menudo débil y sombrío. ./
El antiguo Sumer, a diferencia del Egipto faraónico,
no era un solo imperio, sino la unión de por lo menos
doce ciudades amuralladas e independientes del sur de
Mesopotamia, cerca del golfo Pérsico: Ur, Kisch, Uruk,
Nippur, Lagash, etc., cada una con su propia personali-
dad, vida comercial, dios dominante e intereses estraté-
gicos. No obstante, todas estaban unidas por una cultura
y una lengua comunes. Surgieron disputas inevitables
por el territorio, el agua y la regulación del comercio. La
solución no fue el absolutismo, como en Egipto, ni la in-
dependencia total que caracterizó las relaciones entre los
sumerios y sus vecinos, sino un sistema que podría cali-
ficarse de hegemonía. Una ciudad-estado, en virtud de
su poder, mediaba en las disputas entre las demás, hasta
que su poder era eclipsado por una de sus vecinas, que
entonces la sucedía como hegemónica. Entre 2800 y
2500 a.C. las ciudades-estado de Kisch, Uruk, Ur y La-
gash rivalizaron por la supremacía. Aunque con el tiem-
po la competencia debilitó Sumer (que más tarde sería

5. Véase Adam Watson: The Evolution of International Socie-


ty: A Comparative Historical Analysis, Routledge, Nueva York,
1992. La mayor parte del material contenido en los párrafos si-
guientes está inspirado por este magnífico libro.

-207-
conquistado por los vecinos Elam y Acad), fue, sin em-
bargo, un sistema viable que preservó la unidad a la vez
que permitía a cada ciudad-estado un grado sustancial
de soberanía.
La India del siglo IV a.C., en cambio, era un mosaico
de comunidades más complejo. Muchas de ellas, si bien
independientes, estaban unidas por un hinduismo común
y restringidas por una red de normas que habían surgido
de sus mutuos contactos comerciales y políticos. Puesto
que la supervivencia de cada ciudad-estado dependía de
sus relaciones con los estados circundantes, también aquí
la raison de systeme constituía la máxima moralidad polí-
tica. Obviamente, los estados más fuertes trataban de do-
minar a los más débiles, pero, aunque lo consiguieran, no
se entrometían en el comercio cotidiano ni las costumbres
de sus súbditos. Sin embargo, a diferencia de Sumer, no
había hegemonía y, por lo tanto, la política era más caóti-
ca. Esta situación cambió cuando Chandragupta Maurya
fundó, en el año 321 a.C., un imperio centrado en el no-
reste de la India, que se extendería por la mayor parte del
subcontinente asiático y dependería de las estratagemas
imperiales de Grecia y Persia.
El principal consejero de Chandragupta era Kautal-
ya, el autor de un clásico de la política, el Arthasastra
(Libro del Estado). La obra de Kautalya ha sido compa-
rada con El príncipe de Maquiavelo debido a su visión
penetrante, aunque implacable, de la naturaleza humana.
Como Maquiavelo, Kautalya explica cómo un príncipe,
al que llama «el conquistador», puede fundar un impe-
rio explotando las relaciones entre varias ciudades-esta-
do. Afirma que cualquier ciudad-estado que linde con la
propia debería considerarse como enemiga, ya que ten-
drá que someterse en el transcurso de la construcción de

-208-
un imperio. Pero una ciudad-estado alejada que limite
con un enemigo debe considerarse como amiga, porque
puede utilizarse contra el enemigo sin amenazar la segu-
ridad propia. Este mismo concepto hizo que Nixon y
Kissinger vieran la China de Mao como amiga a princi-
pios de los setenta, por cuanto lindaba con el enemigo,
la Unión Soviética, y estaba amenazada por ésta. 6 El
consejo de Kautalya es virtuoso porque, según dice, el
objetivo de la conquista es la felicidad de todas las ciu-
dades-estado mediante la creación de estabilidad. Los
territorios conquistados, escribe, deberían ser gober-
nados como lo fueron en el pasado, debería preservarse
su forma de vida y, en vez de exigirles tributos, habría
que devolver los impuestos a los conquistados como
recompensa por su sometimiento.
El imperio fundado por Chandragupta, con la ayuda
de Kautalya, garantizó la seguridad sobre una región ex-
traordinariamente extensa en la que floreció el comer-
cio. Era una región que, debido a la lentitud de los viajes
por tierra y mar, equivalía, como la Grecia de la guerra
del Peloponeso, a todo el mundo actual.
Pero el caso más curioso de un sistema antiguo de
autoridad que permitía a los territorios que abarcaba ser
independientes e interdependientes al mismo tiempo es
China. Mientras que Grecia, Sumer, la India y otras ci-
vilizaciones de Oriente Próximo estuvieron todas ellas
influenciadas y se vieron afectadas por otros imperios
(particularmente Persia), China era un universo en sí
mismo con sus vecinos primitivos y nómadas girando en
su órbita.
De finales del siglo XII a principios del siglo VIII a.C.,

6. Véase Watson, p. 81, edición en rústica.

-209-
la China central fue un sistema feudal vagamente gober-
nado por la casa real de los Zhou, establecida a orillas del
río Wei. El señor feudal de la dinastía Zhou dominaba in-
directamente hasta 1.770 feudos, cada uno de ellos gober-
nado por un comandante de guarnición o un miembro de
la extensa familia real. En 770 a.C. la capital de los Zhou,
debilitada por las luchas de poder, fue saqueada por los
bárbaros. El sistema feudal sobrevivió, aunque los feudos
se independizaron progresivamente.
De forma gradual surgieron diversos estados fuertes,
especialmente Chu, en el sur, y Jin, en el noroeste. Algo
más débiles que éstos, pero lo bastante fuertes comn
para dirigir sus propios imperios a pequeña escala, --ran
Qin y Qi, en el es~e. De este modo, en el siglo VI a.C. im-
peraba un equilibrio de fuerzas entre Chu, Jin, Qin y Qi.
Había también una liga antihegemónica de estados para
contener la creciente influencia de Chu, y potencias me-
dias como Zheng. 7 Ésta, cqn un gobierno vigilante y un
ejército fuerte, cambió de alianzas catorce veces entre
Chu y la liga contraria a Chu con el fin de mejorar su si-
tuación. No obstante, puesto que cada potencia requería
alianzas con las otras, surgió una especie de sistema que
fomentó la integración militar y política de China. Con-
tribuyeron a este proceso el comercio, el crecimiento de
las ciudades y la sustitución de las estructuras feudales
por una burocracia hasta cierto punto tipificada.
En el siglo v a.C. Chu fue desafiado de nuevo, esta
vez por sus vecinos del sur, Wu y Yue, que salió victorio-
so. Entretanto, las grandes potencias de Jin, Qin y Qi se
debilitaron debido a luchas internas de poder. La com-

7. Watson, capítulo 8, varias enciclopedias, traducciones de


Xun Zi, etc.

-210-
plejidad de la política china se incrementó todavía más.
Al cabo de medio siglo de confusión, surgieron siete po-
tencias mayores y seis menores. El único reino antiguo
que sobrevivió a la sacudida fue Chu, que, aun siendo
una potencia meridional, había asimilado la cultura sep-
tentrional de sus rivales, una parte del proceso de inte-
gración que recorría China pese a las fracturas políticas.
Siguió a continuación (del475 al221 a.C.) otro ciclo
de luchas de poder conocido como el Zhang guo, el pe-
ríodo de los reinos guerreros. Fue una falta de armonía
progresiva; muchos de los patrones culturales y estruc-
turas burocráticas que caracterizarían China durante los
dos milenios siguientes se desarrollaron durante el pe-
' ríodo de los rei.nos guerreros. Aquella época generó así-,
1 mismo una excelente filosofía, como la de Sun Zi, autor
1 de El arte de la guerra, y la de Xun Zi, un pensador con-
fuciano cuya máxima más célebre es: «La naturaleza del
hombre es el mal; su bondad sólo se adquiere por medio
de instrucción.» Es algo que Hobbes o Hamilton ha-
\ brían podido escribir. ·· /
La consolidación cultural y burocrática de China du-
rante el período de los reinos guerreros propició que el
número de grandes potencias disminuyera de siete a tres
a mediados del siglo m a.C. Estaban Chu en el sur, Qin
en el oeste y Qi en el este, las dos últimas resurgiendo de
largos períodos de luchas internas. En el año 223 a.C.
Qin había sometido a sus dos rivales y fundado el pri-
mer imperio unificado en la historia china. En 206 a.C.
una rebelión reemplazó la efímera dinastía Qin por la de
los Han, que duraría más de cuatrocientos años: el pri-
mer gran imperio panchino.
El Imperio Hanno1ue una dictadura impuesta exclusi-
vamente desde una capital imperial. Más bien representaba

-211-
una grandiosa armonía de distintos pueblos y sistemas:
monarquías, jefaturas militares, etc. A pesar de todas sus
luchas de poder, los estados guerreros individuales habían
evolucionado a lo largo de siglos de consolidación cultural
y burocrática hasta convertirse en los distintos elementos
de un sistema más grande que ellos mismos. Si se contem-
pla la antigua China como un microcosmos del mundo en-
tero, entonces el siglo XXI puede vivir el equivalente
aproximado del Imperio Han de los primeros tiempos: un
sistema global emergente de los grandes conflictos y la
anarquía del período de los reinos guerreros.
En The Evolution of lnternational Society, Adam
Watson, ex diplomático británico, observa sabiamente
que la integración política en la antigua Grecia, Sumer, la
India y China requirió siempre supuestos culturales co-
munes para moldear normas e instituciones. 8 Si bien el
mundo actual es culturalmente diverso, se está forjando

l.
j
una cultura cosmopolita singular, propia de la clase me-
dia alta. A medida que esta nouvelle cuisine cultural se
propague, también lo harán las instituciones internacio-
nales. Así como los estados modernos se presentan en la
actualidad con una clase media industrial, la expansión
de esa nueva clase alta global marcará finalmente la tras-
cendencia de los propios estados.
Y así como los estados más poderosos del siglo xx te-
nían su propia economía para abastecer las necesidades
de su población, las necesidades sumamente específicas
de los nuevos cosmopolitas globales requerirán una eco-
nomía de escala mundial en la que estados y regiones po-
drán especializarse en una u otra línea de producción.
De este modo, la humanidad podría cerrar una grieta en

8. Watson, p. 121.

-212-
el ciclo histórico al reinstaurar a escala planetaria losan- . /
tiguos sistemas de Grecia, Sumer, la India y China. / /
No estoy diciendo, con el debido respeto a Marx, que
la historia siga una dirección rígida; tampoco digo que la
historia no sea más que una condenada cosa detrás de
otra. Simplemente sugiero, como hizo Montesquieu en
el siglo XVIII, que las cosas parecen moverse en una cier-
ta, aunque imprecisa, dirección hacia una «moralidad in-
ternacional mínima», y que se pueden discernir algunas
pautas generales. 9

La aparición de algún tipo de autoridad mundial


dispersa es probablemente inevitable, a menos que se
produzca una gran guerra entre dos o más grandes po-
tencias como Estados· Unidos y China. La continua-
ción del caos en el África subsahariana y otros lugares
puede darse independientemente de la convergencia de
las instituciones globales de elite al mismo tiempo que
impulsa ésta. Cada nueva guerra africana generará más
reuniones internacionales en lugares como Ginebra y
Washington que acrecentarán la voluntad de los parti-
cipantes de responder mejor la próxima vez. De este
modo, las organizaciones internacionales y los equipos
de rescate multinacionales seguirán evolucionando y
madurando. Las grandes potencias como Estados Uni-
dos delegarán la responsabilidad a los organismos in-
ternacionales para no sobrecargarse; se hará en nombre
9. Véase Montesquieu: The Spirit ofthe Laws, en particular el ((
libro 1, capítulo 3, y el libro 10, capítulo 3. Véase también Thomas
L. Pangle y Peter J. Ahresdorf:]ustice Among Nations: on the Mo-
ral Basis of Power and Peace, University Press of Kansas, Lawren-
ce, 1999, p. 157.

-213-
de una moralidad universal por el bien de un interés
propio nacional.
Pero la probabilidad de la convergencia política glo-
bal dice poco de su utilidad. La Unión Europea (UE) es
un sistema. Pero todavía no está claro si la UE será efec-
tiva o simplemente fomentará un insulso despotismo
burocrático que se convertirá en el caldo de cultivo de
reacciones nacionalistas peligrosas. En el siglo m a.C. el
emperador de Qin unificó China por primera vez en la
historia, pero su adopción dellegalismo -una doctri-
l
r•. na que defiende una reglamentación burocrática inflexi-
ble- condujo al hundimiento de la dinastía en menos
de dos décadas. En cambio, la dinastía Han que la suce-
dió duró más de cuatrocientos años, porque combinó lo
mejor dellegalismo con el confucianismo, que enseñaba
tradición y moderación. Sea una Unión Europea inspi-
radora o bien despótica y cobarde, sea la unidad median-
te ellegalismo opresivo de los emperadores Qin o bien
mediante el confucianismo más progresista de los empe-
radores Han, si un sistema global refleja los valores de
las democracias occidentales o no, eso marca la diferen-
{¡ cia en el mundo.
Recuerde que la unidad que Grecia alcanzó al fi-
nalizar la guerra del Peloponeso no necesariamente
hizo progresar la civilización, por cuanto significó la
derrota de la democracia ateniense a manos de Espar-
ta y su aliada, Persia. Pero el sometimiento de los rei-
nos guerreros al sistema de valores confuciano de los
emperadores Han fue una buena cosa; su equivalente
global sólo puede ser alcanzado ahora por Estados
Unidos.
El difunto filósofo político inglés E. H. Carr escribe:
«Internacionalizar la autoridad en un sentido real signi-

-214-
fica internacionalizar el poder.» 10 El poder no se fabrica
de la nada. La creación de las Naciones Unidas en 1945
no hizo poderosa esta institución, ni siquiera útil. Pese a
encontrarse en la sexta década de su existencia, la ONU
es eficaz sólo hasta el punto en que tiene la aprobación
tácita de una gran potencia, sobre todo de Estados Uni-
dos. Cuando la ONU actúa realmente sola es porque
ninguna gran potencia considera de su interés intervenir
en el asunto. Asimismo, la exaltada nueva condición de
las instituciones internacionales -el tribunal de críme-
nes de guerra de La Haya, por ejemplo- sería imposible
de no haber sido por la victoria militar y política de los
aliados occidentales en la guerra fría, que liberó los orga-
nismos internacionales de la iníluencia soviética. Las
instituciones globales como el tribunal de crímenes de
guerra son una consecuencia del poder occidental, no un
sustituto del mismo.
«Históricamente -escribe Carr- todos los enfo-
ques en el pasado de una sociedad mundial han sido
el producto del dominio de una sola potencia.» 11 No
hay síntomas de que esto haya cambiado. La globali-
zación significa la difusión de las estratagemas comer-
ciales de Estados U nidos, adaptadas por cada cultura a
sus propias necesidades: unas buenas, otras malas. El
predominio de este modelo -junto con el de la demo-
cracia, los tribunales de crímenes de guerra y organi-

10. Véase Carr: The Twenty Years' Crisis, 1919-1939: An Intro-


duction of the Study of lnternational Relations, Macmillan, Lon-
dres, 1939, p. 107. Naturalmente, Carrera también un historiador
prosoviético. Sin embargo, eso no le quita el mérito de plantear al-
gunos aspectos interesantes en The Twenty Years' Crisis, que no
trata de la Unión Soviética.
11. Ibídem, p. 232.

-215-
zaciones de pacificación eficaces- requirió una lucha
de varias décadas contra la Unión Soviética que con-
llevó operaciones secretas de gran alcance y sistemas
de armamento nuclear que no siempre podían expli-
carse o justificarse en términos de una moralidad uni-
versal.
Y para que el poder de Estados Unidos perdure, de-
berá ser mejorado por un nivel de altruismo más pri-
mitivo que el de la sociedad universal que pretende
fomentar. El patriotismo estadounidense-el homenaje
a la bandera, las celebraciones del14 de Julio, etc.- debe
sobrevivir lo bastante como para proporcionar el arma-
zón militar de una civilización global emergente que,
con el tiempo, podría volver obsoleto ese patriotismo.
Una mayor libertad individual y más democracia pue-
den ser las consecuencias de una sociedad universal cuya
creación no sea posiblemente del todo democrática. Al
fin y al cabo, más de doscientos estados y cientos de
fuerzas influyentes no estatales suponen una plétora de
intereses restringidos que no hará progresar ningún in-
terés más amplio sin el mecanismo organizador de una
gran autoridad. 12
Pero, ¡ay!, el premio de los estadounidenses porga-
nar la guerra fría no es solamente la oportunidad de am-
/Í pliar la OTAN, o de celebrar elecciones democráticas
en lugares que jamás las habían conocido, sino algo mu-
cho más grande: los norteamericanos, y nadie más que
ellos, redactarán los términos de la sociedad internacio-
nal. Como Joseph Conrad dijo a un amigo durante la
Primera Guerra Mundial, los estadounidenses no lu-
' chan específicamente por la democracia parlamentaria,

12. Véase Matthews: «Power Shift.»

-216-
sino «por la libertad de pensamiento y el progreso en la
forma que sea» Y
Quizá la constatación más sublime de Churchill ha-
ya sido que el Reino U nido se acercaba al ocaso y otra
/
potencia naciente y más fuerte, que compartía sus valo-
res, estaba destinada a ocupar su lugar: Estados Unidos.
Churchill vio en Franklin Roosevelt lo que Chamber-
lain no supo ver: al gran político con el que vencería a
Hitler, y que permitiría luego al Reino Unido retirarse
elegantemente de la historia. Pero Estados Unidos no
puede permitirse ese lujo. No se divisa en el horizonte
una fuerza creíble con el poder y los valores de la nación
norteamericana. Es posible que las Naciones Unidas o
una combinación de organizaciones internacionales se
conviertan algún día en esa fuerza. Pero no es seguro, ni
mucho menos. En su ensayo sobre la «paz perpetua»,
Kant imagina una unión de naciones amantes de la liber-
tad, no una organización universal. Así pues, Estados
Unidos tiene ante sí las décadas más importantes de su/
política exterior. ./

Un siglo de desastrosas esperanzas utópicas nos ha


hecho regresar al imperialismo, esa forma de protección
ordinaria y fiable para minorías étnicas y otros colecti-
vos sometidos a ataques violentos, ya sean los judíos
protegidos por el sultán de Turquía de la sed de sangre
de las mayorías étnicas locales o los musulmanes de Bos-
nia protegidos tardíamente por las legiones imperia-

13. Carta a John Quinn, 6-5-1917, New York Public Library.


Citado en Z. Nadjer:]oseph Conrad: A Chronicle, Cambridge Uni-
versity Press, Cambridge (Reino Unido), 1983, p. 424.

-217-
les de Occidente. Pese a las tradiciones antiimperialistas
de Estad~s U nidos, y pese al hecho de que el discurso
público ha deslegitimado el imperialismo, una realidad
imperial predomina ya en la política exterior norteame-
ricana. ¿Qué son las misiones de la OTAN en Bosnia. y
Kosovo sino protectorados imperiales, con los que los
romanos y los Habsburgos estaban tan familiarizados?
El molesto derechista Patrick Buchanan se equivoca al
decir que Estados Unidos es una república, no un impe-
rio; no cabe duda que es ambas cosas.
La debilidad y la flexibilidad propias de ese imperio
no tradicional dirigido por Estados Unidos constitui-
rán su fortaleza. Un nuevo imperio no declarado, que
se ahorrará los ceremoniales autoengañosos de las Na-
ciones Unidas, de ahí su poder. Joseph Nye Jr., decano
de la Kennedy School de Harvard, habla de una hege-
monía norteamericana «blanda». Sun Zi afirma que la
posición estratégica más fuerte es «informe»; es una po-
sición que los enemigos no pueden atacar porque e~iste
en todas partes y en ninguna. 14 Un imperio estadouni-
dense debe ser así. Debe funcionar como «un gobier-
no en marcha», como el ejército democrático griego de
Jenofonte, que cruzó los confines más remotos del caó-
tico Imperio persa en el año 401 a.C. con sus tropas dis-
cutiendo libremente sobre. cada paso que se daba. 15
Ningún otro cuerpo militar imperial ha sido tan ma-
nifiestamente multiétnico, vinculado por los valores de

14. Sun Zi: The Art ofWarfare, p. 91.


15. Véase la introducción de George Cawkwell a Jenofonte:
The Persian Expedition, Penguin, Nueva York, 1972. El ejército de
Jenofonte se retiraba a Grecia tras un intento fallido de ayudar a
Ciro el Joven a conseguir el trono de Persia.

-218-
una Constitución en vez de por lazos de sangre. Entre
los alimentos precocinados que consumen las tropas de
las fuerzas especiales de Estados Unidos hay paquetes
que contienen hala/, adecuado para las restricciones die-
téticas de los musulmanes, y comida kosher para los ju-
díos. En el momento de escribir estas líneas, el jefe del
Ejército de Estados Unidos -uno de los miembros de la
Junta de Jefes del Estado Mayor- es el general Eric
Shinseki, un estadounidense de origen japonés cuya
familia vivió en un campo de internamiento durante la
Segunda Guerra Mundial.
Pero extender este imperio multiétnico sólo puede
hacerse ágilmente; una sola guerra con u~a pérdida im-
portante de vidas estadounidenses (por ejemplo, en el
estrecho de Formosa) podría echar a perder el apetito de
internacionalismo de la opinión pública. El triunfalismo
no tiene cabida en la política exterior de Estados Uni-
dos: sus ideales deberán hacerse menos rígidos y más va-
riados si se quiere que satisfagan las necesidades de los
rincones más lejanos del planeta. «La democracia es con-
traria a la movilización imperial», advierte el ex conseje-
ro en seguridad nacional Zbigniew Brzezinski, debido
a la abnegación económica y el sacrificio humano que
esa movilización acarrea. 16 De hecho, la fuerza restricti-
va de su propia democracia hace difícil para los nor-
teamericanos exigir y orquestar auténticas transiciones
democráticas en todas partes. Sólo con cautela y previ-
sión inquieta podrá Estados Unidos crear un sistema in-
ternacional seguro.

16. Brzezinski: The Grand Chessboard: American Primacy and


l ts Geostrategic l mperatives, Basic Books, Nueva York, 1997, p. 36.

-219-
TIBERIO

Cuanto mayor es el alcance del imperio estadouni-


dense, cuanto más compleja se vuelva su civilización
-con su mandarinato técnico y científico en rápida ex-
pansión-, más a gusto debe sentirse un estadista con el
aislamiento. Puesto que son el tamaño y la complejidad
de las instituciones políticas y militares estadounidenses
lo que las hacen tan vulnerables, la salvación de Estados
Unidos residirá en generalistas que no se dejen intimidar
por los especialistas que están a sus órdenes.
La verdadera valentía e independencia de pensamien-
to están más afianzadas en ejemplos del pasado, escogi-
dos de las páginas de los grandes libros. Fue el patriotis-
mo virtuoso que Churchill tomó de autores como Tito
Livio lo que le ayudó a mantener el Imperio británico. Si
bien el imperio estadounidense es radicalmente distinto
al británico, la construcción de una comunidad global se
beneficiará siempre de esa inspiración.
El liderazgo efectivo residirá siempre en el misterio
del personaje. En la edición de 1911 de la Encyclopaedia
Britannica, James Smith Reíd, catedrático de historia
antigua en la Universidad de Cambridge, escribió lo si-

-221-
guiente sobre el difamado emperador romano del siglo r
d.C. Tiberio:

El precio de su inescrutabilidad eran una aver-


sión y un recelo generales. Pero detrás de sus de-
fensas se encuentra una inteligencia muy poderosa,
fría, lúcida y penetrante. Muy pocos han poseído
semejante perspicacia, y probablemente no se enga-
ñaba nunca sobre las debilidades de los demás o las
suyas propias. [... ]Tiberio demostró su competen-
cia en todas las esferas del Estado más en virtud de
su diligencia y aplicación que por genio. Su mente
trabajaba tan despacio, y estaba acostumbrado a de-
liberar tanto tiempo, que a veces algunos cometían
el error de considerarle un indeciso. En realidad era
un hombre extraordinariamente tenaz. [...] La clave
de buena parte de su carácter reside en la observa-
ción de que en su juventud se había planteado cierto
ideal de cómo debía $er un romano de alta condi-
ción, y se aferró rigurosamente a ese ideal. [... ] La
atención que Tiberio dedicó a las provincias fue in-
cesante. Su máxima favorita era que un buen pastor
debía esquilar sus ovejas en vez de desolladas. Al
morir, dejó los pueblos súbditos del Imperio en una
condición de prosperidad como no habían conoci-
do antes ni volverían a conocer jamás. 1

Tiberio dejó el tesoro imperial veinte veces más rico


de como lo heredó. Abandonó los juegos de gladiadores
y prohibió los aspectos más extravagantes del culto impe-

1. Véase la undécima edición de The Encyclopaedia Britannica,


Nueva York, 1910-1911.

-222-
rial a la personalidad, como designar un mes con el nom-
bre del emperador. La mala reputación que se le atribuye
se deriva principalmente de la segunda parte de suman-
dato, cuando delegó poder en la guardia pretoriana y
«adoptó, bajo la influencia de sus temores, una buena dis-
posición a derramar sangre». 2 Desde el año 23 d. C. hasta
su muerte, en el37 d.C., Tiberio se convirtió en la peor
clase de tirano y construyó una serie de mazmorras y cá-
maras de tortura alrededor de su complejo de villas en la
isla de Capri, donde vivía rodeado por un séquito de
guardias y aduladores. Su crueldad era obscena. No obs-
tante, es posible que fuese en parte consecuencia de una
enfermedad mental. Es sólo la primera parte de suman-
dato, del14 al23 d. C., que se puede poner como ejemplo
de liderazgo competente. Desgraciadamente, no había
ningún mecanismo para una transmisión pacífica de po-
der después de sus nueve años como emperador.
Con todo, Tiberio preservó las instituciones y las
fronteras imperiales de su predecesor, Augusto, y las dejó
lo suficientemente estables como para que soportaran los
excesos de sus sucesores, como Calígula: «Su postura era
la de un realista, incluso un pesimista, sin ilusiones res-
pecto al destino humano, la naturaleza humana y la polí-
tica», escribe la historiadora contemporánea Barbara
Levick, de Oxford. 3 Tiberio construyó pocas ciudades,
anexionó pocos territorios y no atendió a los caprichos
populares; más bien fortaleció los territorios que Roma
ya poseía agregando bases militares y combinó la diplo-

2. Ibídem. Tampoco hay que olvidar el accidente del mandato


de Tiberio: la ejecución de Jesús en una remota provincia romana.
3. Véase Levick: Tiberius: The Politician, Routledge, Londres
(1976), 1999, p. 85.

-223-
macia con la amenaza de la fuerza para preservar una paz
que favorecía al lmperio. 4 «Es en su áspero enfoque de la
naturaleza humana donde la veneración de Tiberio por
la ley tiene sus orígenes», escribe Levick. Tiberio se per~
cató de que, en las circunstancias de Roma, el Senado
sólo podía ser protegido mediante el abrumador poder
militar del emperador. Por supuesto, fue la tensión del
poder absoluto lo que finalmente le desquició y justificó
sus múltiples errores y crueldades. 5
A diferencia de Churchill o Pericles, Tiberio no es
un modelo inspirador, pero puede que merezca la pena
examinar sus puntos fuertes. En opinión de muchos his-
toriadores, fue gracias a Tiberio que Roma sobrevivió
tanto tiempo en Occidente. Los líderes estadounidense
del futuro podrían hacerlo peor como para ser elogiados
por su tenacidad, su inteligencia penetrante y su capaci-
dad de llevar la prosperidad a partes remotas del mundo
bajo la blanda influencia imperial de Estados Unidos.
Cuanto más efectiva sea su política exterior, más venta-
ja tendrá Estados Unidos en el mundo. Así, lo más pro-
bable es que los historiadores futuros consideren los Es-
tados Unidos del siglo XXI como un imperio además de
una república, por muy distinto que sea de Roma y de
cualquier otro imperio de la historia. Porque, a medida
que transcurran décadas y siglos, y Estados Unidos haya
tenido cien presidentes, b incluso ciento cincuenta, en
lugar de cuarenta y tres, y éstos figuren en largas listas
como los gobernantes de los imperios pasados -roma-
no, bizantino, otomano-, la comparación con la Anti-

4. lbídem,pp.138-139, 142-145. La ciudad de Tiberíades, en la ori-


lla del lago homónimo, fue construida en realidad por Herodes Antipas.
5. Ibídem, p. 178. Levick se inspira en Tácito: Anales, VI, 48, 4.

-224-
güedad aumentará en vez de disminuir. Roma, en con-
creto, es un modelo de potencia hegemónica porque uti-
liza varios medios para fomentar una pizca de orden en

un mundo desordenado; la razón por la que Maquiavelo,
Montesquieu y Gibbon le dedicaron tanta atención. 6 Olí-
ver Wendell Holmes denominó a sus compatriotas esta-
dounidense «los romanos del mundo moderno».
Es evidente que uno puede escribir infinitamente so-
bre las diferencias entre el siglo I y el XXI d. C., pero tanto
entonces como ahora no existe un mejor atributo para
un gobernante que la humildad basada en una valora-
ción precisa de sus propios límites, de la que emana la
astucia más aguda. Franklirt Roosevelt acercó firme y
furtivamente Estados Unidos a la guerra contra Hitler
al mismo tiempo que la negaba porque sabía que un
Congreso republicano aislacionista no le apoyaría. Del
mismo modo, las campañas de Tiberio en Germanía y
Bohemia en los años 5 al 10 d.C. le convirtieron en el
principal artífice del sistema imperial romano en Euro-
pa; no obstante, cuando llegó a ser emperador, su políti-
ca respecto a esa región fronteriza estuvo marcada por la
prudencia. En el28 d. C., después de que una precipitada
ofensiva romana contra los bárbaros en la baja Germa-
nía ocasionara numerosas bajas en el ejército de Roma,
Tiberio las ocultó deliberadamente para evitar la presión
popular para vengarlas: la mayor fortaleza de Tiberio era
su percepción de las debilidades de Roma/ Bajo suman-

6. Véase especialmente Montesquieu: Considerations on the


Causes of the Greatness of the Romans and Their Decline, Hackett,
Indianápolis, 1999. [Versión en castellano: Grandeza y decadencia
de los romanos, Alba, Madrid, 1998.]
7. Tácito elogia a Tiberio por esta acción. Véanse Tácito, IV, 72;
y Levick, pp. 136,223.

-225-
dato, «las funciones de las fuerzas romanas en las fronte-
ras se limitaban a la observación de los pueblos del otro
lado mientras éstos se aniquilaban unos a otros». Para
Roma, esa «inactividad magistral logró una tranquilidad
que duraría un largo período». 8 Evidentemente, Estados
Unidos no puede permanecer inactivo del mismo modo.
Sin embargo, cuanto más prudente sea, más efectivo será.
En los albores del siglo XXI, los medios de comuni-
cación globales demuestran escasa solidaridad por los
retos y las tremendas ironías a los que se enfrentan aque-
llos que ejercen el poder; cultivan la virtud más pruden-
te de solidarizarse sólo con los que no tienen poder. No
obstante, los presidentes más ilustres de Norteamérica
sabían que el uso sensato de la fuerza era la guía más
segura hacia el progreso. En el salón Roosevelt del ala
oeste de la Casa Blanca, donde se celebran importantes
reuniones del Estado Mayor, hay un relieve de Teddy
Roosevelt con estas palabras del vigésimo sexto presi-
dente de Estados Unidos -palabras que habrían podi-
do escribir Maquiavelo, Tucídides o Churchill-: «La
lucha enérgica por el derecho más noble que se permite
el mundo.» Junto a ese relieve, dentro de una vitrina co-
locada en la repisa de un pequeño hogar del salón, está el
premio Nobel de la Paz que Roosevelt ganó en 1906 por
mediar en el final de la guerra ruso-japonesa. Roosevelt
se había alegrado de la destrucción de la flota rusa a ma-
nos de Japón, por cuanto temía la influencia de Rusia en
Europa. Pero prefería Rusia debilitada en lugar de des-
truida, con el fin de contener a Japón. Ése fue el motivo
que propició su mediación. La política de la fuerza al

8. Véase la undécima edición de The Encyclopaedia Britannica,


Nueva York, 1910-1911.

-226-
servicio de la virtud patriótica -un principio tan anti-
guo como las grandes civilizaciones clásicas de China y
el Mediterráneo- es lo que el premio Nobel de la Paz
de la Casa Blanca venera en realidad. La política norte-
americana durante la guerra fría fue hasta tal punto una
variante de ese concepto que no estará nunca anticuada.
Estados U nidos no es nada sin su democracia; es la
patria de la libertad en vez de la sangre. Pero para sem-
brar sensatamente sus semillas democráticas en un mun-
do más extenso, que es más próximo y peligroso que
nunca, se verá obligado a aplicar ideales que, aunque no
sean necesariamente democráticos, son honestos. Cuan-
to más respetemos las realidades del pasado, más nos
alejaremos de él.

-227-

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