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El lugar de los sueños en la Cura Psicoanalítica

De Freud a Lacan

¿Qué hacer con los sueños en la cura psicoanalítica? Esta es la pregunta que
ha animado mi trabajo como miembro del cartel el sueño en la experiencia
psicoanalítica.
Para intentar responderla me propuse tomar dos momentos específicos de la
historia del psicoanálisis en los que se aborda el estatuto de los sueños en la
cura. En primer lugar, el que se ha considerado como el momento fundacional
del psicoanálisis, es decir la publicación de la interpretación de los sueños por
Freud en 1990, y en segundo lugar el período de la enseñanza de Lacan a partir
de su seminario Aún, momento que inaugura la que se ha llamado su última
enseñanza. La propuesta consiste pues en colocar en tensión estos dos
momentos sumamente ricos en elaboración, y extraer las implicaciones que esto
tendría para la dirección de la cura hoy.

En la interpretación de los sueños Freud se propone elevar la importancia de los


sueños para la clínica, convirtiéndolos en la puerta de entrada a una nueva forma
de concebir la etiología de las neurosis. Freud propone allí por primera vez que
tanto los síntomas neuróticos como los sueños son manifestaciones de un nivel
de funcionamiento psíquico ignorado por la medicina hasta entonces, el
inconsciente. Freud plantea el inconsciente como una de las tres instancias del
aparato psíquico, junto al preconsciente y la consciencia. El inconsciente sería
una instancia conformada por la articulación de una serie de inscripciones o
huellas mnémicas que separan el aparato perceptual del aparato motor. En el
inconsciente la energía psíquica animaría el movimiento de representaciones en
sentido progresivo desde la percepción hacia la consciencia; pero antes de poder
acceder a ella, estas representaciones deberían atravesar el sistema
preconsciente, en el que opera una instancia censora que deformaría los
contenidos considerados intolerables, antes de que pudieran finalizar su
recorrido y derivarse a través del sistema motor. Plantea además que dicha
deformación no sería arbitraria, sino que estaría regida por leyes precisas, que
identifica bajo los términos de condensación y desplazamiento.
Freud describe por lo tanto el aparato psíquico como un mecanismo que durante
la vigilia deriva la energía que inunda el organismo a través del sistema motor.
Durante el reposo, por su parte, el acceso a la conciencia estaría vedado,
obligando a los contenidos a desplazarse en sentido contrario luego de ser
deformados por la censura del preconsciente, proceso que Freud denomina
regresión. De esta manera los contenidos avanzarían hacia las huellas
mnémicas más primitivas para finalizar su recorrido estimulando el aparato
perceptual. Esta estimulación desencadenaría la formación de representaciones
alucinatorias de los contenidos y deseos inconscientes, fenómeno que
conocemos bajo el nombre de sueño. El sueño sería por tanto un medio para
derivar energía psíquica, sin la necesidad de activar el sistema motor, o
dicho de otro modo, una forma de producir satisfacción que permite seguir
durmiendo.
Este modelo le permite a Freud plantear una serie de postulados revolucionarios
respecto a los sueños. En primer lugar:
 Los contenidos manifiestos aparentemente arbitrarios de los
sueños se encuentran relacionados a contenidos latentes
intolerables para la conciencia.
 En segundo lugar, que no hay nada de arbitrario en la deformación
onírica, por lo que es posible acceder al contenido latente a partir
del contenido manifiesto.

Podemos concluir de la elaboración Freudiana para efectos del presente trabajo


que el psicoanálisis en este primer momento supone un sentido oculto tras el
sinsentido aparente de los sueños, así como una satisfacción oculta tras el
aparente malestar de los síntomas neuróticos; y más importante aún, propone
que el sentido y la satisfacción se encuentran articulados entre sí en el
inconsciente.
En este punto cabría preguntarse por las implicaciones que dichos postulados
tendrían para la cura psicoanalítica. A este respecto Freud concibe la
interpretación como la herramienta definitoria del psicoanalista, la operación
capaz de sacar a la luz las relaciones entre el sentido y la satisfacción, a partir
del material cifrado por la censura en las formaciones del inconsciente. Los
sueños por lo tanto constituirían en términos de la cura una ventana privilegiada
a la articulación de satisfacción y sentido en el inconsciente, que funge de
soporte tanto del material manifiesto del sueño como del síntoma que causa
sufrimiento al neurótico. Al hacer surgir a la consciencia dicho sentido a través
de la interpretación, su representación cifrada se haría innecesaria para la
economía psíquica, provocando el cese del síntoma en cuestión. A esto apunta
la cura en esta etapa temprana del psicoanálisis.

Ahora bien ¿qué mutaciones, permanencias, o innovaciones podemos encontrar


respecto a la tesis Freudiana de los sueños en la última enseñanza de Lacan?
Hablar de la última enseñanza de Lacan es hablar de un momento de virajes y
cuestionamientos profundos en la historia del psicoanálisis. Si un primer
momento de la enseñanza de Lacan estuvo marcado por el retorno a Freud, y
específicamente al Freud de la primera tópica, propuesta en la interpretación de
los sueños, se podría adelantar la hipótesis de que su última enseñanza esté
marcada más bien por una radicalización de la tesis Freudiana, en el sentido de
dar un paso más allá en la forma de concebir la articulación entre sentido y
satisfacción.
J. L. Miller propone justamente en su seminario la experiencia de lo real en la
cura psicoanalítica que la última enseñanza de Lacan estaría signada por un
intento de abolir la dualidad previamente sostenida entre semblante y
satisfacción, de mostrar una equivalencia entre ambas dimensiones. Las
nociones de discurso, letra y finalmente de sinthome dan cuenta de esta
intención monista frente a la dualidad planteada en la interpretación de los
sueños.
Si algo ha caracterizado esta última enseñanza es el encuentro con la impotencia
de lo simbólico frente a lo real. Si el estructuralismo le permitió a Lacan en su
primera enseñanza soñar con la dominación de lo real por lo simbólico, la última
enseñanza plantea que el orden simbólico en tanto discurso del Otro implica la
estructuración de una forma relativamente estable de gozar.
Dicho de otro modo, Lacan sostiene que más que dominar lo real del goce, la
palabra, y todo aquello perteneciente al orden del semblante no sirve sino para
gozar.
Aquí podemos apreciar un punto de coincidencia entre este último Lacan y el
primer Freud, específicamente en torno al planteamiento de que el sueño en
tanto formación del inconsciente sirve para tramitar satisfacción. Sin embargo
estas coincidencias terminan al entrar al terreno de la dirección de la cura.
Lacan coincide con Freud en reconocer la presencia de un sentido cifrado en el
inconsciente, que tiene estatuto de verdad para el sujeto que la porta, pero el
análisis no apunta precisamente a su develamiento. La verdad miente, dice
Lacan, por el simple hecho de ser el soporte de un modo de gozar.
Con este movimiento Lacan separa definitivamente al psicoanálisis de toda
forma de hermenéutica, ya que no enfrenta, como Freud, lo verdadero del
contenido latente a lo falso del contenido manifiesto, más bien enfrenta la verdad
en tanto semblante, al vacío de lo real para hacerla vacilar.
¿Qué podemos decir entonces de la dirección de la cura en la última
enseñanza de Lacan, y el lugar que los sueños ocuparían en la misma?
Para responder esta pregunta hay que volver a los cambios que sufre la relación
entre el inconsciente y la satisfacción en los diferentes tiempos de la cura.
Siguiendo a Miller podemos decir que en un primer momento el inconsciente se
presenta en el equívoco entre lo real y lo imaginario, como una contingencia que
trastoca un ideal. En un segundo momento la transferencia permite que el
estatuto simbólico del inconsciente pase a primer plano, permitiendo el
despliegue de la verdad que lo mantiene sujeto a una forma de gozar. La
interpretación permite aquí al analista hacer resonar los significantes para hacer
tambalear el sentido, debilitando los lazos que conectan los significantes y
significados que articulan la verdad del analizante. Finalmente en un tercer
momento, el análisis apunta a ese más allá de lo simbólico, más allá de la verdad,
donde el inconsciente retorna como un real bajo la forma de lo más singular
de su forma de gozar, ese núcleo irreductible e ininterpretable que se
opone a toda forma de identificación, al que Lacan llamó sinthome. El
sinthome se opone al síntoma, en la medida en que el síntoma guarda algo de
generalidad. Frente al sinthome no hay interpretación que valga, de lo que se
trata en este punto es de encontrar un saber hacer con eso que se es, más allá
de toda identificación. En palabras de Miller el análisis apunta a que el analizante
se libere después de haberlas recorrido, de las escorias heredadas del discurso
del Otro. A ser su sinthome, es a esto a lo que invita el análisis en esta última
enseñanza de Lacan. El sueño en tanto formación del inconsciente tendrá un
estatuto diferente según el tiempo de la cura en que se presente, es decir como
un real sin sentido que genera sorpresa en un primer momento, como una
expresión cifrada de la verdad inconsciente que se ofrece al Otro del saber en
un segundo momento, y me planteo como hipótesis, si en un tercer momento el
sueño aparecería como una manifestación de la nueva ficción inconsciente que
el analizante ha construido a partir de su sinthome.
En este punto emerge lo que podríamos considerar el rasgo de distinción
fundamental entre los dos momentos de la elaboración psicoanalítica que hemos
tomado, el cual más que situarlo sobre la concepción del sueño como fenómeno,
lo ubicamos en torno a su función en la cura.
Si para Freud en la interpretación de los sueños, la cura se alcanza a partir de la
producción de un plus de sentido, al develar el significado oculto del sueño
mediante la interpretación, para Lacan la cura se alcanza al hacer deconsistir los
semblantes que recubren una forma de gozar, Lacan cambia el signo de la
interpretación, haciendo de ella una herramienta que resta sentido en lugar de
sumarlo.
Esta sería, para concluir, el punto central de la diferencia que podemos captar
entre ambos momentos. Si la palabra y el aparato simbólico son portadores de
goce, la interpretación del analista en tanto plus de sentido estaría
inadvertidamente al servicio de la perpetuación de un programa de goce. Solo la
interpretación que apunta a un menos del sentido cifrado en el inconsciente,
podría permitir eventualmente alguna reacomodación de ese modo de gozar que
causa sufrimiento al ser hablante.
Llegados a este punto me interroga la amplitud de la pregunta que ha conducido
mi elaboración ¿Por qué abarcar los puntos extremos de la historia del
psicoanálisis para decir algo del lugar de los sueños en la cura? Esta pregunta
me revela, que lo que fue mi sujeto de cartel en estos meses de trabajo constituyó
una excusa para tramitar otra pregunta mucho más general, que ha marcado mi
trabajo a lo largo de estos tres años en el CID, a saber ¿qué es el
psicoanálisis?
Afortunadamente esta pregunta está lejos de encontrarse respondida para mí.
Sin embargo mi recorrido por el cartel me ha permitido adelantar una respuesta
provisional, que me anima a seguir trabajando. Hoy puedo plantear a la luz de
lo que muestra el trabajo con los sueños, que el psicoanálisis constituye una
práctica que se vale de los semblantes para hacerlos deconsistir,
permitiéndole al ser hablante la invención de una nueva forma de hacer
con lo más singular de su satisfacción.

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