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Identidades en la sociedad del conocimiento

Fernando Broncano 1

Palabras clave: academia, ciencia, empresa, industria, economía, cultura, tra-


bajo, gestión, comercialización, capitalismo cognitivo.

1. LA EMERGENCIA DE LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO COMO CAPITALISMO


COGNITIVO

T
oda identidad, personal o colectiva, tiene una dimensión social en el sentido
de que está situada en un espacio social constituido tanto por las relaciones
que articulan esa sociedad como por los componentes culturales y materia-
les que la hacen posible. Caracterizamos nuestro contexto sociohistórico como
«sociedad del conocimiento», pero tal vez debería denominarse capitalismo cogni-
tivo. Se caracteriza, como su nombre indica, por dos procesos complejos que con-
vergen en un modo de producción caracterizado por estos dos calificativos: «capi-
talismo» y «cognitivo». El término cognitivo se opone a las otras dos grandes
modalidades históricas del capitalismo: el mercantil, del siglo XVIII y gran parte del
XIX, y el industrial, que ha dominado el siglo XX hasta la llegada de la sociedad de
la información. Si observamos la secuencia, cada uno se refiere a un fenómeno que
ocupa el centro nuclear de la producción y reproducción social y económica. No
implica que otras formas económicas no sean importantes, sino que hay una nueva
que está transformando la economía y la sociedad. Así, el capitalismo mercantil no
acabó con la propiedad de la tierra como origen de buena parte del poder econó-
mico, de hecho, ocurrió lo contrario, como en el caso de Inglaterra, donde la aris-
tocracia expropió las tierras comunes. Sin embargo, fueron las sociedades mercan-
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Universidad Carlos III, Getafe (Madrid), fernando.broncano@uc3m.es
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tiles las que constituyeron las nuevas formas económicas y reestructuraron los
viejos imperios basados en el monopolio del comercio. Algo similar ocurrió con el
capitalismo industrial. Moulier Boutang, un gran teórico del capitalismo cognitivo,
observa con perspicacia que Marx y Engels, a mediados del siglo XIX, no dedicaron
su tiempo al estudio de los millones de trabajadores que, como sirvientes o campe-
sinos, constituían la mayoría de la base popular de la Inglaterra de su tiempo, sino
a los veinticinco mil obreros de la industria de Manchester. Sabían que el centro de
la economía había basculado hacia esa forma de organización de la producción que
fue la industria.
La industria estaba basada en una base material y en una social de producción:
la base material la constituyeron las máquinas. Grandes o pequeñas, las máquinas
son sistemas mecánicos de transferencia de energía, de conversión de energía de
unas modalidades en otras: química en mecánica, mecánica en eléctrica…, etc. Las
máquinas generan procesos y producen objetos que se convierten, en el modo ca-
pitalista, en mercancías. La base social fue la organización industrial del trabajo. Se
caracteriza por varios rasgos: en primer lugar, por tener como base fundamental
empresas localizadas espaciotemporalmente de manera bien definida; en segundo
lugar, por una división técnica del trabajo entre trabajadores, convertidos casi en
partes o servidores de las máquinas y una cúpula de técnicos, organizadores y ges-
tores; en tercer lugar, por una organización social del trabajo que estaba determi-
nada por la máquina. Marx había observado que una empresa industrial tenía algo
de cuartel, y tenía razón. Un orden jerárquico que terminaba en la cadena de mon-
taje (como paradigma), donde los obreros se habían transformado, mediante téc-
nicas de ordenamiento de tiempos y movimientos, en sistemas acoplados a la má-
quina. El flujo de energía, desde su extracción hasta la producción final de
mercancías, estaba en la base de esta inmensa estructura social que era la empresa
industrial y sus correspondientes cadenas de empresas de producción, transporte
y distribución.
En el capitalismo cognitivo, por supuesto, ni han desaparecido las empresas
comerciales (todo lo contrario, se han convertido en uno de los grandes sectores
determinantes de la economía) ni mucho menos las empresas industriales, casi to-
das ahora deslocalizadas en territorios menos proclives a la defensa de las necesi-
dades vitales de los obreros. Pero es la producción, distribución y uso del conoci-
miento lo que ha transformado el conjunto de los procesos económicos y sociales.
La producción del conocimiento a la escala en la que se ordena la sociedad del
conocimiento es raramente ya una producción puramente personal. Por el contra-
rio, es una producción social, comunitaria y reticular. Entre finales del siglo XIX y
comienzos del XX la ciencia irrumpió en el conjunto de la cultura y la sociedad pro-
moviendo nuevos modos de crear conocimiento. En 1939, ya en los albores de la II
Guerra Mundial, el científico y filósofo de la ciencia Jon Desmond Bernal escribió
un libro que habría de convertirse en el primer y más importante manual de política
científica. Se titulaba La función social de la ciencia. En su prólogo, observaba Ber-
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nal: «la ciencia ha dejado de ser una ocupación de nobles curiosos o de mentes in-
geniosas apoyadas por patrones ricos y se ha convertido en una industria apoyada
por grandes monopolios estatales y por el propio estado. Imperceptiblemente, esto
ha alterado el carácter de la ciencia, que ha pasado desde una base individual a una
base colectiva y ha incrementado la importancia del aparato y de la administración»
(1967, p. xi). Bernal tenía razón en que la ciencia había transformado la producción
del conocimiento en una nueva forma de producción social. Hijo de su tiempo,
pensaba que esta forma era la industrial. Estaba pensando en el laboratorio como
análogo en el terreno epistémico a la empresa en el económico. Bernal, sin embargo,
no había reparado en que esta aparente «industrialización» de la ciencia era sola-
mente parte de un proceso mucho más profundo y revolucionario.
El final de la II Guerra Mundial y la consiguiente Guerra Fría constituyeron
enormes sistemas de producción de conocimiento que fueron resultado de la con-
vergencia de varios procesos sociales con resultados epistémicos: el primero, la
creación de la universidad de masas. La educación universitaria llegó a nuevas ca-
pas de la sociedad formando una nueva cultura en buena medida determinada por
la ciencia. La universidad, por otra parte, dejó de ser una institución básicamente
educadora para incorporar como objetivo central la investigación. En segundo lu-
gar, se creó un tejido de relaciones institucionales entre laboratorios de empresas,
departamentos universitarios e instituciones estatales. En tercer lugar, la produc-
ción de conocimiento dejó de basarse en la historia intelectual del investigador,
que perseguía sus propios objetivos de forma errática para crear enormes comple-
jos de proyectos movilizadores de numerosos investigadores, ingenieros y gestores.
Por último, llegó la sociedad de la información y las tecnologías de tratamiento
de la información. Se produjo así una nueva modalidad que ha sido llamada «Nue-
va Producción del Conocimiento» (Gibbons et al., 1997), alejada de las formas más
tradicionales de las disciplinas, de la división entre ciencia básica y aplicada, entre
ciencia y empresa, entre sistema científico y político. Aparece así una nueva forma
de economía basada en la organización flexible del trabajo, más articulada por
proyectos, como si fuera una academia, que por procesos de producción tradicio-
nales, orientada a la producción de conocimiento como espacio competitivo, del
mismo modo que la ventaja en precios fue el motor de la sociedad industrial basada
en la economías de escala. La producción y distribución de conocimiento se reor-
ganizó con la llegada de las tecnologías de la información, pero sobre todo esta
reorganización produjo una nueva forma de capitalismo, el capitalismo cognitivo.
El segundo elemento que ha transformado la sociedad contemporánea ha sido
la forma capitalista de organizar la economía del conocimiento. Es necesario, aun-
que sea brevemente, detenernos un momento para señalar el lugar estratégico que
la producción, reproducción y distribución del conocimiento tienen en la nueva
economía.
Se ha caracterizado el capitalismo contemporáneo de numerosas formas, de-
pendiendo de la característica que se haya considerado central. La más usual es la
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de financiarización, que hace alusión a la inmensa diferencia que existe entre la


economía financiera, el flujo global de capitales que se mueve como una nube de
estorninos por todos los mercados financieros, y la «economía real» basada en la
producción y circulación de mercancías. Tiene razón Moulier Boutang en que la
financiarización es un resultado y no una causa del capitalismo contemporáneo.
En la formación de la nueva sociedad está una larga serie de transformaciones que
condujeron a la superación del capitalismo industrial: la crisis ecológica y la cre-
ciente conciencia de la fragilidad de la dependencia de las energías de materiales
fósiles; las crisis sociales de la sociedad del bienestar, relacionadas con un pacto
social entre las fuerzas sociales, enfrentada al abaratamiento de los transportes y
la facilidad de la deslocalización de las empresas; la entrada en la nueva economía
capitalista de las inmensas multitudes habitantes de los anteriores países de orga-
nización estatalista (URSSS y, sobre todo, China). Pero, sobre todo, la aparición
de nuevas economías nacionales basadas en la explotación de la innovación tecno-
lógica. Primero fue Japón, cuyo ministerio de ciencia y tecnología se convirtió en
un motor de la transformación económica y llevó a lo que popularmente se cono-
ce como «toyotización», «customización» y conversión de la fábrica en una espe-
cie de laboratorio de innovación. Más tarde fueron los países llamados «tigres
asiáticos»: Corea del Sur, Taiwan, Singapur y Hong Kong, cuyas economías se
basaron en un comienzo en la copia de artefactos de microelectrónica e informá-
tica y posteriormente en la creación de tecnologías propias orientadas al mercado
mundial. Por último, el también llamado metafóricamente el «dragón asiático»,
China, cuyo salto desde una economía estatalista a la sociedad del conocimiento y
el capitalismo cognitivo ha sido probablemente el proceso que define de forma
más clara el paso al siglo XXI. Otras economías duales que han saltado desde la
simple especialización en mano de obra barata a la economía del conocimiento
son las de países como India o Brasil. Ahora bien, como estudió y anticipó Ma-
nuel Castells en su obra magna (1999; 2001a, b), en cierto modo profética, sobre
la sociedad del conocimiento (llamada aún por él «sociedad de la información»)
fue la constitución mundial de tecnopolos o tecnopolis en varios lugares del mundo
donde la educación e investigación científica, el capital de riesgo y el apoyo estatal
significaron algo similar a lo que fue Manchester en la Inglaterra del siglo XIX o
Detroit en el siglo XX. Lugares donde se ha gestado la transformación de la econo-
mía. Los «Silicon Valley» han sustituido a los polos industriales de los dos siglos
pasados.

2. DESINFORMACIÓN Y DESCONOCIMIENTO: LAS CONTRADICCIONES CULTURALES DE LA


SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO

No pensemos, sin embargo, la sociedad del conocimiento como un tiempo


prometedor de creatividad y liberación del esfuerzo y el sudor. Es una selva de
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contradicciones y paradojas. La sociedad de la información y el conocimiento ha


devenido en una inmensa industria de la desinformación y el desconocimiento
que subyace a la máquina de fabricar lemas como «creatividad», «innovación»,
«excelencia» y cosas parecidas (Santamaría, 2018). La primera y fundamental es
la contradicción entre cómo se produce el conocimiento, cómo la forma neolibe-
ral del capitalismo se apropia de él y cómo distorsiona su carácter social, colecti-
vo y cooperativo. Si la transformación en el trabajo productivo y reproductivo es
real también lo es la apropiación capitalista de este trabajo de la humanidad, de
sus redes y de sus conexiones. Si, en el capitalismo industrial, la fuente de la ri-
queza era la plusvalía obtenida de la forma física del trabajo, ahora lo es la que se
obtiene del trabajo creativo, del control de la atención, los afectos y vínculos
emocionales, del entusiasmo que constituyen un núcleo esencial de la naturaleza
humana. La apropiación o expropiación se produce de múltiples maneras, pero
la más efectiva ha sido mediante la externalización de la mano de obra, mediante
la creación de dispositivos organizacionales que se apropian de las redes creati-
vas en la forma de subcontratas, trabajo en precario, subordinación darwiniana
en una carrera competitiva por la supervivencia, expropiando la esperanza de
futuro y centrando la vida en la leve esperanza de que algún día las cosas mejora-
rán; en la creación de la metáfora de la crisis para ocultar un nuevo cambio en el
modo de producción.
Boutang propone una metáfora para dar cuenta de la nueva forma en que se
produce el conocimiento como trabajo social cognitivo: la polinización. No es
una metáfora ingenua puesto que ya Marx había usado la metáfora del panal
para distinguir el trabajo animal y humano. Los dos fabrican estructuras, pero el
humano lo hace intencionalmente. En el caso de la sociedad del conocimiento, la
polinización cognitiva se refiere a la inmensa red de interacciones: educativas,
sugestivas, de imitación, de colaboración, de flujo de conocimientos, de aporta-
ciones y pequeños descubrimientos que van generando el cúmulo de conoci-
mientos por los que nuestra sociedad se reproduce. La fábrica creativa funciona
porque los actos continuos, mínimos y cooperativos de transmisión y tratamiento
de la información, de compartición de conocimientos y de creación comunitaria
hacen florecer y desarrollarse las semillas de nuevos artefactos y diseños, nuevas
teorías y visiones que transforman la realidad y los procesos de reproducción
social. Son trabajos conectados, interdependientes, cuya continuidad se basa en
que han generado hibridaciones virtuosas de mentes y máquinas en red. El tra-
bajo intelectual producido individualmente, basado en pequeños grupos infor-
males y «colegios invisibles» disciplinares es sustituido por redes abiertas y hete-
rogéneas que se conectan a través de la circulación masiva de información. El
globo se convierte en un inmenso campus de conocimiento en el que se entrecru-
za la investigación profesional especializada con la apertura de espacios transdis-
ciplinares que permiten fertilizaciones cognitivas improbables y aparentemente
alejadas.
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La sociedad del conocimiento —ahora ya casi está olvidado— nació de la revo-


lución educativa que experimentó el mundo en los años sesenta, que permitió el
acceso a la educación superior a un tanto por ciento muy elevado de la población
tanto como el relativamente fácil acceso a la información a través de las nuevas
tecnologías. Sobre esta base se constituyeron las inmensas redes creativas. Las dis-
ciplinas científicas multiplicaron el número de sus practicantes y crecieron, a veces
en forma arborescente y otras mediante extrañas aleaciones de campos de investi-
gación heterogéneos, como por ejemplo las ciencias cognitivas, donde la psicolo-
gía, la informática, la filosofía o la lingüística se fusionaron en algo ajeno a todas
ellas. La polinización cognitiva fue el motor, pero el combustible fue el acceso a la
educación superior en una universidad aún basada en la búsqueda de conocimien-
to y en modelos educativos abiertos y relativamente desinteresados de las «deman-
das del mercado». Una forma educativa que ha comenzado a desaparecer en el
mundo al compás de la desaparición creciente de los animales polinizadores, insec-
tos o pájaros.
El mismo éxito de la producción masiva y colectiva de pequeñas innovaciones
incrementales en todos los ámbitos, desde la teoría científica a las tecnologías, pro-
dujo la paradoja de una conversión progresiva e imparable del conocimiento en
una suerte de forma de capital apropiable y apropiado. Las grandes reformas edu-
cativas y comerciales que la revolución neoliberal de Margaret Thatcher y Ronald
Reagan impulsó en los años ochenta convirtieron a las nuevas formas económicas
en motores y a la vez destructoras de la misma fábrica colectiva del conocimiento.
Como una suerte de pesticida respecto a la polinización, las reformas neoliberales
crearon un inmenso aparato de propaganda sobre la sociedad del conocimiento
que ocultaba una realidad mucho más oscura: la lenta decadencia de los impulsos
motivantes y los vínculos afectivos sobre los que se sostenían las comunidades
epistémicas del siglo XX, cuando en unas cuantas décadas se produjeron sorpren-
dentes revoluciones científicas y tecnológicas en todos los campos. Su modelo
darwiniano, individualista y competitivo ciega y daña irreversiblemente el trabajo
cooperativo, la nueva articulación de lo manual y lo intelectual, de lo natural y ar-
tificial, de lo emocional y lo cognitivo. Y daña al macrosistema en una loca carrera
por la producción de mercancías que no se orientan a la reproducción del sistema,
sino a la producción de beneficios.
Daniel Bell, uno de los primeros autores que entrevió la llegada de la sociedad
del conocimiento, escribió en 1976 en su libro Las contradicciones culturales del
capitalismo que la sociedad moderna se sostenía sobre un andamio de «dobles
vínculos» culturales, es decir, sobre mensajes contradictorios en los que lo que se
dice y lo que se quiere decir se contradicen. Mats Alvesson, profesor sueco de la
universidad de Lund, y colaboradores, dentro una una escuela que se denomina
«Estudios Gerenciales Críticos» (Alonso y Fernández, 2018; Alvesson y Hugh,
2008), han profundizado en estas contradicciones culturales en una secuencia de
libros en los que han observado de cerca la tensión entre los mensajes que articulan
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la vida de las grandes corporaciones, instituciones y organizaciones contemporá-


neas y resumen así estas contradicciones y dobles vínculos:

Se nos dice constantemente que debemos ser perspicaces, que tendríamos que
ser trabajadores del conocimiento empleados por empresas intensivas en conoci-
miento que hacen negocios en la economía del conocimiento. Nuestros gobiernos
gastan miles de millones intentando crear economías del conocimiento, nuestras em-
presas alardean de su inteligencia superior y los individuos pierden décadas de su
vida montando buenos currículos y, sin embargo, esta inteligencia colectiva no pare-
ce reflejarse en las organizaciones que hemos estudiado. Mucho de lo que ocurre en
ellas fue descrito —a veces por sus mismos empleados— como estupideces. Lejos de
ser «intensivas en conocimiento» nuestras más conocidas organizaciones han deve-
nido en motores de estupidez. Hemos visto con frecuencia cómo gente perspicaz
deja de pensar y comienza a hacer cosas estúpidas, cómo dejan de hacerse preguntas,
de dar razones por sus decisiones, de prestar atención a lo que sus acciones causan.
En vez de pensamiento complejo encontramos jerga sin base, afirmaciones agresivas
o visión túnel. La reflexión, el análisis cuidadoso y la reflexión independiente de-
caen, las ideas idiotas se aceptan como válidas, si hay gente que tiene dudas rápida-
mente sus sospechas se cortan por lo sano. El resultado es que la falta de pensamien-
to se ha convertido en el modus operandi de las organizaciones de hoy día (Alvesson
y Spicer, 2016, pp. 60-69).

Alvesson ha escrito numerosos libros estudiando la vida de la empresa y las


grandes organizaciones como Knowledge Work and Knowledge-Intensive Firms
(2004) o The Stupidity Paradox (2016), en los que muestra las zonas oscuras de la
sociedad del conocimiento. Reconoce que sí, el conocimiento ha transformado a
una gran parte de la economía, pero observa también que ha generado oleadas de
estupidez institucional producida por los nuevos discursos del liderazgo y de la
inteligencia emocional que terminan siendo puros adornos de un poder cada vez
más jerárquico de gente que siendo inteligente se ha vuelto tonta y repetitiva. La
estupidez, la ignorancia y la poca atención a las nuevas ideas se esconden en el
corazón de las organizaciones bajo el palio de un aparato propagandístico creado
por eslóganes de creatividad, elasticidad, lealtad y entusiasmo o innovación perma-
nente. La estupidez se muestra en la forma estructural de engancharse a eslóganes,
pero impedir las ideas críticas; en empeñarse en proyectos dirigidos a crear marcas,
pero raramente a instaurar tecnologías realmente nuevas; en esconder bajo los le-
mas de la excelencia y la renovación la creación de una nueva burocracia de con-
trol y «accountability» cuya principal función es justificarse a sí misma. La socie-
dad del conocimiento —afirma— ha logrado que una enorme cantidad de jóvenes
con carreras promisorias en la investigación científica se hayan ido a las empresas
donde terminan en redes de trabajo repetitivo a producir power points entusiastas
para que los CEO estén satisfechos. Y, en términos reales, la mayoría del trabajo
que se ha producido es de baja cualificación: guardias de seguridad, limpiadoras,
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camareros, transportistas, servidores a domicilio, almacenistas...; empleos, además,


mal pagados y precarios. No es un problema episódico de una etapa de crisis, sino
una nueva estructura del trabajo.
Una segunda paradoja que detectan él y sus colaboradores en Return to mea-
ning. A Social Science with Something to Say (2017) es el efecto devastador que ha
tenido en la misma producción del conocimiento. La educación en todos los ni-
veles ha sufrido también el proceso de renovación generado por el nuevo discur-
so. Nuevas profesiones de dirección y liderazgo se imponen a los viejos claustros.
Los profesores son examinados no por sus conocimientos, sino por una barroca
colección de protocolos y actividades que presuntamente incrementan la cali-
dad. Todo ello resulta en una creciente pérdida de autonomía, en un terror per-
manente a la vigilancia gerencial y una creciente crisis de desconfianza y tensio-
nes internas entre el profesorado. En la universidad el daño es más grave, pues
genera un enorme sistema de publicaciones con cada vez menos significado y
más industria de publicación. La investigación, sostiene, se ha convertido en el
juego de la publicación. Las universidades han entrado en una loca carrera por
la publicación que genera un enorme negocio de revistas de impacto que, para-
dójicamente, apenas se leen (el 80% de los artículos publicados no son leídos, al
menos en los primeros años de publicación) y lleva a los nuevos investigadores a
adaptarse al sistema mediante el aprendizaje de técnicas de publicación que se
explican en los programas de doctorado, dirigidas a conseguir que si hay alguna
idea nueva se esconda en un nuevo lenguaje de la repetición de palabras y con-
ceptos de los anteriores artículos de la revista, sin lo que es raramente tenida en
cuenta por los editores o por reviewers con sus propias agendas e imaginarios.
La producción de conocimiento tiene siempre un componente personal muy
fuerte pues la psicología de quien se embarca en una trayectoria de investigación
se mueve entre la curiosidad o el apasionamiento con un problema y la necesidad
de mirarse en los ojos de quienes son también personas expertas en su campo. La
dependencia de otros se ha hecho cada vez más densa a medida que el conocimien-
to se hace cada vez más experto y dependiente de medios de observación y experi-
mentación tecnológicamente complejos. La progresiva mercantilización del cono-
cimiento ha generado un desequilibrio hacia las psicologías individuales que se
encuentran cada vez más aisladas en una carrera competitiva en la que cualquier
miembro de un equipo de investigación es visto como un obstáculo en la carrera, y
donde la falta de reconocimiento produce psicologías distorsionadas que Alvesson
clasifica respecto a dos ejes de actitudes: el que va desde una concepción puramen-
te instrumental de la investigación hasta una suerte de narcisismo cuasiautista y el
que distancia una actitud cuasireligiosa y ritual hacia el conocimiento de una pers-
pectiva cínica y ajena al compromiso con el conocimiento. En este espacio se en-
cuentran adaptaciones de carácter patológico que construyen narrativas de vida
que tratan de hacerse cargo de un espacio social agreste y contrario a lo que son las
fuentes sociales del conocimiento.
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Instrumentalismo

Ritualismo Carrerismo

Incrementalismo Autodenigración

Religiosidad Cinismo

Dircusivismo Desesperanza radical

Esoterismo Hedonismo

Narcisismo

Figura 1. Posiciones de existencia académica según Alvesson

Estas posiciones de existencia, que Alvesson traduce en ciertos lemas justifica-


torios del trabajo inmaterial en que consiste la producción del conocimiento, las
oímos todos los días a las trabajadoras y trabajadores del conocimiento en nuestras
instituciones, aunque sea con ese oído que tenemos para las frases que nunca se
pronuncian en voz alta pero que se gritan en el interior de quienes tenemos cerca
y a los que observamos:

— Ritualismo científico: «Soy un investigador real».


— Incrementalismo: «Soy parte de una comunidad mucho mayor».
— Esoterismo: «Estoy haciendo algo que solo unas cuantas personas pueden
entender».
— Discursivismo: «Uso las palabras correctas, así que soy bueno en esto».
— Egocentrismo: «Estoy haciendo algo que es extremadamente importante
para mí».
— Hedonismo: «Puede que esto no conduzca a mucho conocimiento, pero me
divierto haciéndolo».
— Auto-denigración: «Mi investigación es inútil, así que yo también lo soy».
— Carrerismo: «Puede que no sea significativo, pero qué rápido estoy subien-
do por la escalera».
— Desesperanza radical: «En vez de hacer como todos yo he elegido sufrir he-
roicamente».

Historias de vida que uno escucha en la universidad que, con pequeñas varian-
tes, se repiten en todos los pasillos y tiempos de café de las instituciones de la so-
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ciedad del conocimiento: periodistas que creyeron en el trabajo de investigación;


ingenieros contratados como creadores en empresas intensivas en conocimiento
que pasan el día en trabajos rutinarios; analistas de datos que se limitan a arreglar
en presentaciones de PowerPoint las estadísticas y hojas de cálculo para que su jefe
superior presuma ante los de más arriba; médicas que creyeron un día en la fun-
ción social de la medicina y pasan el día recibiendo a setenta pacientes a quienes
no pueden ni siquiera mirar al rostro porque sus ojos están pendientes del ordena-
dor donde el tiempo de consulta se emplea en rellenar protocolos.
Max Weber había analizado las estructuras vocacionales en la sociedad de las
profesiones modernas en su conocida obra El político y el científico. La idea de
vocación, de origen religioso, como ocurre con la misma idea de profesión, deno-
taba una estructura motivacional que acompañaba tanto descriptiva como norma-
tivamente a la división del trabajo inmaterial en las fases avanzadas del capitalismo
todavía no postindustriales. La llegada de la sociedad del conocimiento ha trans-
formado la estructura epistémica y práctica de la reproducción social. El resultado
no ha sido una reestructuración de las arquitecturas motivacionales, sino, por el
contrario, una destrucción de las subjetividades que formaban la fábrica de la
aportación personal al trabajo social del conocimiento. Subjetividades que no en-
cuentran un nuevo encaje en los largos procesos que exige el conocimiento sin
adoptar alguna de las identidades dañadas que producen las formas sociales que ha
instaurado la sociedad neoliberal.
La tercera de las contradicciones del capitalismo cognitivo, quizás la creadora
de mayores paradojas, es la creación de escasez de conocimiento por la forma so-
cial en la que se realiza la sociedad del conocimiento. La sociedad del conocimien-
to es una enorme fábrica de ignorancia estratégica y de desinformación sistémica.
El capitalismo cognitivo es también y sobre todo un laberinto de muros a la circu-
lación de datos, información y conocimiento. La ceguera estructural se genera en
todos los niveles: en la recolección de datos, en la transformación en información
y en la producción y distribución de conocimiento.
No hay conocimiento, ni información, ni cosecha de datos sin decisiones sobre
qué conocer. Incluso con las poderosas máquinas de recolección que crean las
nuevas tecnologías, la memoria y las capacidades de procesamiento son limitadas.
Desde lo personal a lo colectivo, conocer e informarse significa tomar decisiones
de qué es lo relevante y lo irrelevante, hacia dónde mirar y cuándo y sobre qué
velar la mirada. Es más, la educación es también y sobre todo educación de la aten-
ción y la curiosidad, por ello educación de la agencia epistémica, de la concentra-
ción de las capacidades cognitivas sobre un problema o tema particular. Mas, pre-
cisamente porque una topografía del conocimiento significa también un mapa en
negativo de la ignorancia, podemos analizar una sociedad por cuáles son las zonas
de lo real que deja en penumbra y cuáles permite ilustrar.
Las elecciones de conocimiento y búsqueda de información siempre están en rela-
ción con la estructura social y con la posición social y epistémica que las personas
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ocupan en ella, pero lo que hace interesante la dimensión política de la epistemología


es examinar si esas elecciones tienen sesgos sistémicos derivados de las estructuras de
poder y de las posiciones respectivas de los grupos dominantes y subordinados en las
sociedades concretas. Si volvemos la mirada a la historia de la ciencia en sus primeros
centenarios de existencia, tal vez encontraríamos una forma de crecimiento arbores-
cente y tal vez fractal en la que los problemas enfocados, los proyectos emprendidos
y las teorías desarrolladas siguen sendas erráticas determinadas tan solo por el estado
del conocimiento en el momento inmediato y las complejas convergencias de curiosi-
dades en las comunidades científicas. No es que la ciencia en sus comienzos fuese
ajena al poder, todo lo contrario, pero la misma forma del poder, ajena en buena par-
te a las demandas de lo cognitivo, no imponía más sesgos epistémicos que los de sus
propias incompetencias o de sus actitudes reactivas inmediatas. La situación cambia
cuando la segunda y tercera revoluciones industriales y las formas avanzadas de esta-
do modernos descubren el papel estratégico de la información y el conocimiento.
Aunque la I Guerra Mundial vislumbró ya este descubrimiento, la II Guerra Mundial
fue definitivamente, entre otras cosas, una guerra por la hegemonía epistémica. El
fascismo descubrió el poder del monopolio de la información periodística y ambos
lados la fuerza de la movilización masiva de la ciencia y la ingeniería al servicio de la
estrategia de guerra. El mundo que nació de aquella guerra, de su continuación en la
Guerra Fría, fue ya un mundo ordenado por filtros sistémicos de conocimiento e ig-
norancia. En los capítulos siguientes recorreremos algunas de las zonas sombreadas
de la sociedad del conocimiento, pero ahora querría apuntar solamente algunas cau-
sas productoras de las contradicciones epistémicas de la sociedad del conocimiento.
La primera tiene que ver con la naturaleza de los mercados en la era del capita-
lismo avanzado. Los mercados, como se encargaron de estudiar los grandes teóri-
cos de la economía neoclásica, especialmente von Hayek, son una mezcla de siste-
mas de ignorancia y de información. Cada agente económico, sostiene el
economista austriaco, conoce un poco acerca de sus intereses y del medio econó-
mico que le rodea, pero no conoce la estructura general de los precios ni la forma
del mercado y de hecho, afirmaba, es mejor que no lo haga. La ignorancia es la
madre de la información que suministra el mercado a través del mecanismo de la
oferta y la demanda. Los individuos miopes generan un equilibrio de oferta y de-
manda que informa sobre ambas dimensiones del mercado. Eso es al menos lo que
dice la teoría, pero la realidad se distorsiona no solamente por la existencia bien
conocida y estudiada de los monopolios, sino por el impacto creciente que tienen
las asimetrías de información sobre los mercados. Las diferencias de información
nacen de muchos factores, uno de ellos es la capacidad de determinar la abundan-
cia o escasez de bienes: otros, los más habituales actualmente, del nacimiento de
nuevos mercados de información a través de grandes, oligopolistas, empresas con-
sultoras cuyas calificaciones influyen poderosamente en los flujos económicos. Hay
ya una larga literatura sobre la relación entre la crisis financiera del 2007-8 y la
perturbación de las agencias calificadoras. Es difícil separar el entrelazamiento de
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lo moral y lo epistémico en esta crisis, pero lo cierto es que la información evalua-


tiva se convirtió en un actor más en el mercado, en un productor de distorsiones.
Paradójicamente, en uno de los juicios que siguieron a la crisis, dos directivos sal-
varon su responsabilidad afirmando que el futuro económico es imprevisible. Pa-
radójico, pues la era de las agencias de calificación surgió, como los seguros, para
rebajar la ansiedad ante el riesgo del futuro. Pero esta nueva forma de mercados,
muchas veces dirigidos por abstrusos modelos matemáticos creados por los nuevos
ingenieros de la economía financiera no es solamente una fuente de distorsión in-
formativa económica, sino de toda la cultura material de la humanidad. El merca-
do global informa mal ya sobre cuáles son las necesidades humanas estratégicas o
tácticas. En la medida en que los capitales viajan como bandadas de estorninos
aleatoriamente hacia las zonas donde perciben posibilidades de beneficio, la socie-
dad no percibe bien cuáles son las necesidades reales de innovación, ni las necesi-
dades materiales, ni siquiera las aspiraciones de los mínimos consumidores cuyo
poder de determinación está sesgado ya por la información que los grandes pode-
res informacionales poseen sobre ellos. Se agrava la situación cuando, como vere-
mos en el siguiente capítulo, el mercado se extiende a los «servicios» que incluyen
todo el sistema educativo y en parte el de investigación y desarrollo.
Y esta es la segunda causa productora de ignorancia: las relaciones entre el po-
der y la producción y circulación de la información. En la medida que la cadena de
obtención de datos, transformación en información, producción de conocimiento
se ha convertido en una enorme industria que abarca desde la ciencia a los medios
de masas y a las esferas económica y política la estructura epistémica de las socie-
dades, se convierte en un sistema osmótico que filtra datos, sesga el tratamiento
informacional y limita la producción de conocimiento. El caso del número de falle-
cidos en la Guerra de Irak, que ha merecido una entrada en la Wikipedia 2, es un
botón de muestra de cómo se gestiona la información en el mundo. Aún en marzo
de 2018 el Washington Post daba cuenta de las dificultades de conocer un hecho
central para comprender la geoestrategia del mundo en el siglo XIX. Un grupo de
investigadores de salud pública de la Universidad John Hopkins estimó en 2004,
aún en plena guerra, que los muertos ascendían a más de cien mil personas usando
análisis de datos con métodos epidemiológicos. El artículo fue publicado en la re-
vista de primera línea de medicina The Lancet y fue muy criticado por todo tipo de
agencias estatales y mediáticas. En 2006, usando métodos más finos, subió el nú-
mero a más de seiscientas mil personas. En 2017, The New York Times elevaba el
número a cerca de ochocientas mil 3, treinta y un veces la cantidad que sostenía el
2
https://en.wikipedia.org/wiki/Casualties_of_the_Iraq_War; https://www.washingtonpost.
com/news/politics/wp/2018/03/20/15-years-after-it-began-the-death-toll-from-the-iraq-war-is-still-
murky/?utm_term=.43c46651b1dd (10/08/2018).
3
https://www.nytimes.com/interactive/2017/11/16/magazine/uncounted-civilian-casual-
ties-iraq-airstrikes.html?rref=collection/sectioncollection/magazine&action=click&contentCollec-
IDENTIDADES EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO 73

Gobierno estadounidense. En noviembre de 2017, The Independent 4 reconocía


que no se conoce el número de muertos, que podría ascender a más de un millón.
En esta controversia sobre el conteo de muertos, increíblemente interesante por-
que refleja muy bien las tensiones de la sociedad del conocimiento, se han enfren-
tado métodos de recolección de datos, técnicas de extracción de información, fia-
bilidad de las fuentes y, por supuesto, intereses políticos de todo orden.
Se ha desarrollado toda una rama de la economía especializada en la informa-
ción, en el análisis de los costos y de su acción en la circulación de mercancías, pero
sobre todo, a lo largo de las últimas décadas, conducidos por la creciente depen-
dencia de los datos, se han producido procesos de concentración de poder econó-
mico en el dominio de la información. En los diversos dominios de la información,
desde los medios de comunicación a las comunicaciones, desde las bases de datos
a las grandes máquinas dirigidas a la producción de datos científicos, el aumento
exponencial de la información, para cuya medida se han debido crear nuevas esca-
las —Zetabytes (ZB, 1021 bytes), Yottabytes (YB, 1024 bytes)—, se sostiene sobre
una compleja red material de medios de extracción, almacenamiento y computa-
ción que cada vez menos depende de organismos sometidos a control público y
pertenecen, por el contrario, a las superpoderosas empresas de la industria de la
información. Hay, en consecuencia, restricciones en los primeros pasos de acceso
a datos y a producción de información, pero, sobre todo, hay una selección siste-
mática de datos, información y conocimiento respecto a los intereses en juego. De
nuevo, el ejemplo que ha sido más estudiado por las terribles consecuencias que
tuvo en la crisis financiera de 2008 fue el de los extraños paquetes financieros ba-
sados en créditos de alto riesgo, como las hipotecas subprime o los préstamos a
estudiantes en EE. UU. Lo curioso de la crisis, como ya se ha explicado tantas ve-
ces, es que los modelos financieros que se usaron para crear nuevos productos para
los mercados de capitales estaban diseñados específicamente para producir igno-
rancia sobre las bases reales económicas sobre las que se asentaban estos produc-
tos, como ha analizado la abundante literatura sobre la crisis o las comisiones crea-
das por los estados con este fin.
Hemos entrado en lo que la antropóloga Marilyn Strathern (2000) ha llamado
culturas de la auditoría 5, sociedades que aspiran a la transparencia y a la accounta-
bility en todos los niveles de la vida y especialmente en todo lo que respecta a la

tion=magazine&region=rank&module=package&version=highlights&contentPlacement=3&pg-
type=sectionfront&_r=0 (10/08/2018).
4
https://www.independent.co.uk/voices/us-isis-air-strikes-civilian-deaths-syria-iraq-america-
no-idea-how-many-dead-the-uncounted-a8066266.html (10/08/2018).
5
De entre los varios artículos que componen el libro, es muy ilustrativo el de Richard Harper,
un antropólogo que acompaña en un trabajo etnográfico a un equipo del Fondo Monetario Interna-
cional durante una visita de unos días para examinar las cuentas de un país (Arcadia, en el artículo)
y describe todo lo que son rituales del «accounting», incluidas también qué preguntas hacen y cuáles
no hacen sobre los hechos económicos del país.
74 FERNANDO BRONCANO

organización del Estado, la sociedad y los servicios públicos. «Accountability», un


término omnipresente en todos los discursos gerenciales contemporáneos, tiene un
doble significado, como lo tiene en parte también la expresión española de «dar
cuenta»: por un lado, la responsabilidad; por otro, la «contabilidad» o numerabi-
lidad de los datos. Lo interesante en la inmensa industria de la monitorización
transparenciante es justamente lo que queda en la sombra, porque no puede ser
contado ni siquiera a través de indicadores estadísticos barrocos. Así, mientras, a
pesar de muchas controversias, hay numerosos indicadores de pobreza y estados
carenciales, los datos obtenibles son la mayoría de las veces difíciles de obtener o
dependen de organizaciones no gubernamentales. Pero lo que es más difícil de
llegar a conocer es lo «no contable», porque necesitaría ser «contado», es decir,
«narrado» de la experiencia de pobreza y exclusión. Por más que conozcamos la
tasa de aumento de los alquileres en las grandes ciudades, difícilmente sabremos
de manera agregada las experiencias de exclusión de jóvenes con bajos salarios o
en paro que deben compartir pisos infectos y vivir en pequeñas y oscuras habita-
ciones. El cómo sus planes de vida pueden quedar distorsionados por su incapaci-
dad de acceso a una vivienda digna no aparece en los datos contables porque solo
podría ser «contable» en relatos de experiencia que difícilmente llegan a los gran-
des medios de comunicación.
En la sociedad de la información basada en la explotación de los datos, todo
aquello que depende de un trabajo narrativo, e incluso que dependería de la obser-
vación práctica porque pertenece al dominio del conocimiento tácito, queda en las
sombras, muchas de ellas producidas por la intensa luz artificial que busca la trans-
parencia de la sociedad. En el mundo de la investigación y la enseñanza, la situa-
ción es mucho más lamentable debido a que la inmensa mayoría de la dedicación
se produce en territorios de interacción personal, de tareas «incontables» que no
producen más resultados observables que las transformaciones mutuas que sufren
alumnos y docentes, que nunca pueden verse reflejadas en los protocolos de cali-
dad que inundan ahora los despachos gerenciales.

3. LA MERCANTILIZACIÓN DE LA INFORMACIÓN Y EL CONOCIMIENTO 6

Como otrora las tierras comunes en Inglaterra o las fuentes de materias primas
en los territorios colonizados de los siglos XVIII y XIX, también la información y el
conocimiento están sufriendo un proceso de conversión en mercancía. Este proce-
6
Me refiero con este título a un proceso que así es calificado de forma creciente por la prensa
especializada en educación: https://www.timeshighereducation.com/features/is-the-academy-too-clo-
se-to-silicon-valley; http://www.pnas.org/content/111/24/8788; https://policyreview.info/articles/
news/facebook-shuts-gate-after-horse-has-bolted-and-hurts-real-research-process/786; https://www.
theguardian.com/science/2017/nov/01/cant-compete-universities-losing-best-ai-scientists
IDENTIDADES EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO 75

so tiene una parte visible, que experimentamos en los procesos de transformación


de la educación, de los sistemas de investigación y desarrollo y, en general, en la
nueva concepción gerencial de los servicios públicos, y una parte más profunda e
invisible, que ocurre cuando, desde la misma naturaleza del conocer como activi-
dad y del conocimiento, su producto se concibe en la forma de mercancía y la
producción y distribución se ordenan en la forma metafísica que prescribe la doc-
trina económica neoliberal. Es este segundo espacio en sombras el que necesitaría-
mos pensar con cuidado para no trivializar en eslóganes y clichés los, por otra
parte, bastante evidentes, episodios de mercantilización del conocimiento.
La forma cultural que dio origen a la ciencia y, junto a ella, a la estructura epis-
témica de los estados y sociedades modernas fue el invento que llamamos esfera
pública. La diferencia que separa sustancialmente el modo del conocimiento pre-
moderno del moderno radica en dos pilares: el primero, la hibridación de personas
y sistemas artificiales que, al modo de prótesis, amplifican las capacidades de ob-
servación y computación; el segundo, más importante, en la creación de un espacio
social donde se pone a prueba la fiabilidad de las innovaciones intelectuales o
prácticas de los miembros de la multitud de agentes productores de conocimiento.
Los historiadores de la ciencia han detectado cuán relacionadas están estas dos
fuerzas impulsoras. Steven Shapin y Simon Schaffer, en uno de los más influyentes
libros de las últimas décadas (Leviathan and the Air-Pump. Hobbes, Boyle and the
Experimental Life, 1985) relataron cómo en el siglo XVII los orígenes del pensa-
miento sobre el estado moderno y la singularidad de la ciencia se entrelazaron en
una disputa muy iluminadora sobre lo que estaba ocurriendo. Boyle apoyaba la
importancia que tenía la nueva bomba de producir vacío como un instrumento de
ampliación de los sentidos que una sociedad ilustrada como la Royal Society, com-
puesta de diversos tipos de personas, no solamente aristocráticas, podían tener
para entender una nueva forma de ver el mundo. Hobbes, conservador pero muy
informado de la nueva filosofía moderna, quería sobreimponer el poder social y la
metafísica que él consideraba coaligada a la mera observación hibridada con apa-
ratos. El tiempo dio la razón a Boyle. A lo largo del siguiente siglo apareció un
nuevo modo de conocer donde la intersección entre mentes, máquinas y sistemas
comunitarios de conocimiento no podía separarse sin socavar la nueva forma de
conocimiento que denominamos «ciencia». Tres siglos más tarde, el sociólogo Ro-
bert K. Merton, vislumbró, siguiendo a Weber, que la ciencia había generado un
ethos particular que caracterizaba como comunismo, universalismo, desinterés y
escepticismo organizado. La idea central es que el conocimiento no era solo produc-
to de mentes individuales, sino resultado de un complejo sistema de dependencias
emocionales y epistémicas. Así, las capacidades y el juicio de cada agente estaban
mediadas por el previsible juicio de otros agentes pares en la investigación. El ge-
nio individual, que ciertamente depende de las capacidades y trayectoria de los
individuos, no tendría sentido en la ciencia sin la existencia de una comunidad con
la que se comparten tanto conocimientos como ignorancias y dudas (escepticismo
76 FERNANDO BRONCANO

organizado) y tanta pasión por investigar como desinterés colectivo en lo que no


sean los problemas comunes. En un sentido bastante preciso, el invento de la cien-
cia no fue tanto un método como una cultura, en el sentido de prácticas y planes
compartidos en un entorno material de máquinas y formas técnicas de relacionarse
con el mundo y con los otros. La filosofía de la ciencia del siglo pasado desarrolló
esta idea de lo común y de lo que la socióloga Margaret Gilbert ha llamado recien-
temente agencia conjunta, que se traduce básicamente en el compromiso con cier-
tos objetivos comunes.
En la segunda mitad del siglo pasado, una serie de autores como John D. Ber-
nal, Derek K. Solla Price y Eugene Garfield (2009) usaron estas ideas para intentar
medir lo inmedible, las estructuras ocultas de estas comunidades a través de las
citas que aparecían en los artículos, pues se creía que la cita era un indicador fiable
del reconocimiento de la autoridad epistémica de la otra persona, de manera que
así suponían que se hacía visible la estructura oculta de la compleja mezcla de con-
fianza y cooperación que sostenía las redes científicas. Esta base sociológica dio
origen a toda una disciplina cada vez más barroca, la cienciometría, y a poderosas
agencias de recolección de datos como el ISI (Institute of Scientific Information),
creado por Garfield en los años sesenta, pero pronto pasó a ser propiedad de em-
presas de la información como Thomson Reuters o, ahora, Clarivate Analytics; o
SCOPUS, otra base de datos lanzada en 2004 por la multinacional de la edición
Elsevier. Lo que había comenzado a ser una forma de estudio de la ciencia en su
forma avanzada, que incluso se denominaba al principio «ciencia de la ciencia», se
fue convirtiendo poco a poco en una fuerza transformadora de la propia autocon-
cepción de la ciencia. En las décadas posteriores se desarrolló exponencialmente
toda una batería de indicadores de productividad (bibliometría), cooperación
(análisis de coautorías), impacto (a través de los índices de impacto) e incluso con-
tenido (a través del análisis de copalabras). En principio esta nueva superestructu-
ra informacional sobre la ciencia no tendría por qué ser contraproducente, más
bien lo contrario, pues podría haber sido (y podría ser de hecho) un instrumento
valioso de análisis de las derivas de la ciencia. Sin embargo, fue un instrumento
para un proceso mucho más dañino que está conduciendo a lo que antes he califi-
cado como nuevos enclosures o vallamientos y cercados de los bienes comunes del
conocimiento.
La transformación fue en parte filosófica y en parte social. Se fue generando una
formalización de las relaciones de producción y reproducción científica tomando
como modelo el mercado, en donde el beneficio económico se sustituía por algo
tan etéreo como el «reconocimiento» medido en la forma de los indicadores métri-
cos de productividad. Así, comenzó a entenderse la investigación como un juego de
publicaciones de oferta y demanda en el que un investigador o investigadora esta-
rían interesados en publicar y ser citados, algo así como «vender su mercancía», y
los consumidores o lectores en «comprar» aquel producto de calidad, para lo que
se basarían en alguno de los indicadores de producción. Algunos autores, que apli-
IDENTIDADES EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO 77

caron métodos econométricos a este juego (Zamora Bonilla, 2004), consideran que
la competencia tiende a «garantizar» la calidad y excelencia de los resultados por-
que crea un equilibrio que se refleja en la dureza de los controles que soportan las
publicaciones científicas. El problema filosófico en esta concepción es de dos tipos.
En términos generales, identitarios, se considera que la naturaleza del sujeto
cognoscente es la de una persona que compite por lograr un beneficio personal en
la forma de reconocimiento. Parecería a primera vista que es más realista porque
no se abandona en brazos del mito de que los científicos serían una especie de án-
geles desinteresados que organizan sus vidas en aras de la verdad y que serían
«gente como los demás», que busca su propio beneficio de la forma que sea. Pero
esto es una terrible confusión. No se trata de que en el juego del conocimiento
solamente participen seres generosos y bienintencionados, no. La tasa de distribu-
ción de caracteres morales no es diferente a la del resto de la población. El error
consiste en creer que el juego del conocimiento tan solo puede existir basándose
en un cálculo de beneficios de reconocimiento. Se trata de una equivocación sobre
cómo funcionan las dependencias epistémicas en el trabajo cognitivo. Es posible
que alguien que practique la neurocirugía sea una persona deseosa de enriquecer-
se, puede que solo aspire a ganar mucho dinero y reconocimiento, pero en el mo-
mento en que entra en la sala de operaciones depende de una compleja red socio-
técnica de atención y experiencia de todo el equipo y el valor «de uso» o funcional
de esas dependencias no puede expresarse en el valor monetario o de prestigio. Es
simplemente una relación de dependencia cognitiva, emotiva, funcional y práctica.
Si en la operación cada acción estuviese motivada por su valor de cambio en el
mercado del dinero o de las ideas, el pobre paciente no tendría muchas oportuni-
dades de salir con vida del quirófano.
Aquí reside el núcleo del problema a la vez epistemológico y político de la mer-
cantilización del conocimiento. El conocimiento como producción social, o más
bien como producción individual de seres sociales, se sostiene sobre un tejido que
no puede ser teorizado como un mercado de las ideas sin distorsionar y apantallar
la naturaleza real del trabajo cognitivo. Por eso es tan central en la epistemología
política un reciente debate que se ha llevado a cabo en el ámbito de la filosofía
analítica sobre la naturaleza del testimonio como fuente de conocimiento. Aparen-
temente es un debate un tanto abstruso, pero llega al corazón de la naturaleza so-
cial del conocimiento plantea el problema allí donde debe estar. Para una tradición
que considera que el mérito del conocimiento solamente debe adscribirse al indi-
viduo, y que tiene una concepción atomista de la agencia epistémica, el testimonio
es simplemente aceptar la palabra de otro cuando uno tiene evidencia de que el
otro dice la verdad. En un mundo en el que se sospechan todos autointeresados, el
que acepta la palabra del otro sería el más listo examinando las pruebas de la vera-
cidad. Es una vieja concepción que se remonta a la teoría del sujeto epistémico que
elaboró la filosofía moderna de Descartes a Hume, que solo Thomas Reid se atre-
vió a desafiar. Sostenía Reid con toda la razón que la inmensa mayoría de conoci-
78 FERNANDO BRONCANO

mientos los hemos recibido de otros: de nuestros padres y maestros, de nuestras


lecturas y, en general, de la sociedad entendida como un inmenso sistema de com-
partir conocimientos. Si el modelo fuese el del estado de naturaleza epistémica
donde todos temen la mentira del otro, viviríamos en la permanente duda y des-
confianza. Ningún proyecto personal o colectivo sería posible. El testimonio, nom-
bre que damos en epistemología a la forma social del conocimiento, se sostiene en
cuanto que acto normativo de compartir conocimiento, de una relación donde los
lazos de responsabilidad y confianza convierten el conocimiento en un bien común
a quien pregunta y quien responde.
Preguntar es un acto de habla con una curiosa y compleja estructura epistémica.
Pensemos, primero, en interrogaciones que no son preguntas epistémicamente ge-
nuinas. Así, por ejemplo, el detective policía en la sala de interrogatorios nunca
pregunta al acusado aquello que ignora. Todo lo contrario, pregunta por lo que ya
sabe para tratar de encontrar alguna contradicción en el procesado. Sería una in-
genuidad por su parte que le preguntase: «Oiga, ¿fue usted quien robo el banco la
noche de autos?». Del mismo modo, la profesora que pone al alumno en el brete
de responder a una cuestión en el examen tampoco está haciendo una pregunta
genuina. Solo trata de saber si el otro sabe responder adecuadamente. Preguntar es
un acto arriesgado. Implica dos cosas: la primera, mostrar al otro que no se sabe,
es decir, que uno está en una cierta penuria epistémica respecto a una cuestión. La
segunda, ponerse en manos del otro, a quien implícitamente se le está diciendo:
«Dependo de tus palabras para lo que necesito». Los niños aprenden este juego y
crean lazos de confianza epistémica con sus padres tomándolos como referentes
cognitivos entre los tres y los cinco años —para fastidio de los padres, que sufren
un bombardeo de preguntas continuas—. Este acoso a los padres es fundamental
en la maduración del carácter epistémico del niño. Sin tal estrategia, el niño perma-
necería en una sistémica desorientación cognitiva (Frazier et al., 2009). Por eso los
niños, que aún tienen un sentido básico de la confianza en el mundo preguntan,
mientras que los adultos temen hacerlo para no mostrar su precariedad cognitiva.
El testimonio como acto de cooperación epistémica, de compartir conocimien-
to, es un juego de preguntar y responder. Porque responder no es menos complejo
que preguntar. Hay un sentido implícito de responsabilidad epistémica en el acto
de responder. Por supuesto, se puede mentir, incluso se pueden emitir mentiras
piadosas u ocultamientos parciales de la verdad, como estudió la casuística jesuíti-
ca barroca, pero la respuesta, una vez que se acepta la carga de saber que uno sabe
más que el otro y que está dispuesto a compartir conocimiento, implica que las
palabras de uno van respaldadas por la conciencia propia de que se sabe de qué se
habla.
Preguntar y responder, así, es uno de los juegos de lenguaje básicos que consti-
tuyen la naturaleza social de lo humano. La ciencia no hizo ningún descubrimiento
excepcional, sino que transformó en institución (o campo intelectual, como le gus-
taba llamarlo a Pierre Bourdieu) una forma básica de la fábrica humana. La cultu-
IDENTIDADES EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO 79

ra, el modo en que la sociedad se reproduce, es en gran medida el resultado de la


creación de un espacio común producto del juego de preguntar y responder. Un
texto científico o un proyecto ingenieril son resultado de un juego social de pre-
guntas y respuestas. En la ciencia, las preguntas son colectivas, parte del proyecto
social de conocer y hacer posible algo nuevo; las respuestas son también colectivas,
fruto del esfuerzo individual de añadir algo a lo que ya se sabe. El producto final es
la compleja mezcla de conocimiento, dudas, ignorancia y preguntas y planes abier-
tos que compone la cultura científica de la humanidad.
Esto es lo que pone en peligro inminente la mercantilización del conocimiento.
Al concebir en la teoría, y, como veremos en un momento, también en la práctica
una traducción del sistema de creación y distribución social del conocimiento
como un inmenso sistema de intercambio de citas y prestigio por publicaciones, el
modelo neoliberal esconde la verdadera naturaleza del trabajo epistémico. El mo-
delo de mercado de las ideas oculta las correspondencias entre la estructura social
y las estructuras semánticas y pragmáticas del conocimiento, oculta las relaciones
de contenido y las dependencias epistémicas que mantienen entre sí las preguntas
y respuestas en las que consisten las redes de conocimiento.
Se piensa de forma trivial y superficial que cuando se habla de mercantilización
todo se limita a comprar y vender. Ciertamente, hay mucho de conversión de la
educación y el conocimiento en mercancías, pero, por desgracia, el problema es
más profundo y peligroso. Tiene que ver con el análisis que Marx hizo del capita-
lismo en El Capital y que resumió en la metáfora del fetichismo de la mercancía.
Clara Ramas San Miguel, en su iluminador análisis de este concepto (Ramas, 2018),
explica de forma perspicua que la forma mercancía no es sino un modo de ocultar
el trabajo social bajo la forma de valor de cambio. Sin usar la jerga marxiana el
sociólogo y periodista político William Davies (2014; 2017), lo explica muy clara-
mente al afirmar que el neoliberalismo es la conversión de todos los ámbitos en
«economía», en un modo de pensar económico. La Escuela de Frankfurt lo había
intuido ya sin aún entender cuán profundamente habrían de extenderse las raíces
de este modo de organizar la existencia. Adorno y Horkheimer se limitaron a dar
cuenta de cómo la reflexión sobre fines era sustituida por el pensamiento instru-
mental, pero el cambio estaba en un estrato más profundo. Se trataba de apantallar
el significado, el contenido, el valor de uso de las cosas y las ideas (el valor de uso
de las ideas, en la perspectiva wittgensteiniana, no es sino el significado), por su
valor de cambio.
Vayamos primero a la dimensión más filosófica del problema antes de volver
sobre la experiencial y fenomenológica. La idea de mercado de las ideas ancla sus
orígenes en la filosofía de uno de los padres teóricos del neoliberalismo, Karl Po-
pper. Él, y siguiéndole también el sociólogo Donald Campbell, postuló que la histo-
ria de las ideas sigue un patrón darwiniano, que las ideas compiten entre sí impo-
niéndose algunas y desapareciendo otras. La lucha por la supervivencia de las ideas
debería sustituir, sostenía Popper, a las tensiones sociales, haciendo que sean las
80 FERNANDO BRONCANO

ideas y no las personas las que se maten entre sí. El paso siguiente en esta construc-
ción lo dio el tan interesante como conservador Michael Polanyi al sostener que las
comunidades científicas reflejaban en su competencia interna entre sus miembros la
lucha por la supervivencia de las ideas. Descubrir por qué esta noción de la historia
de las ideas, científicas o no, es complejo de llevar a cabo, pues implica sumergirse
en muchas reflexiones sobre la naturaleza de las ideas; solamente apuntaré un argu-
mento en contra. Se trata de la constatación del holismo del significado. Las ideas,
los significados para expresarnos con más precisión, dependen unos de otros. Cuan-
do modificamos alguno, sea en su uso, sea en su sentido, sea en su referencia, modi-
ficamos de una forma imprevisible todas las relaciones de dependencia que lo inser-
tan en la red de la palabra. Los significados tienen mucho en común con la vida y
una de las cosas que tienen en común es precisamente la dependencia, la existencia
ecológica. Por eso las versiones baratas del darwinismo son tan peligrosas. Si des-
truimos la especie de las abejas no estamos simplemente sustituyendo una especie
por otras en competencia, posiblemente estemos dañando a todas las especies vege-
tales cuya supervivencia depende de los procesos de polinización que son un sub-
producto del modo de alimentarse que tienen las abejas. Lo mismo ocurre con las
ideas y los significados. La inmensa red de dependencias de significados crea ecosis-
temas semánticos donde proliferan en relaciones de coevolución densas redes de
significados. Así, por ejemplo, «fuerza» fue un término que se transformó cuando
apareció la física newtoniana, mucho más cuando surgió en el siglo XIX la noción de
energía, y aún más en la física cuántica y relativista. Los significados, sostenía el filó-
sofo americano Willard V. O. Quine, son como una red que conecta con el mundo
en sus periferias y transmite cambios imprevisibles e improbables por toda la red,
afectando con el tiempo a los centros, allí donde residen los significados estructura-
les que dan sentido a nuestra existencia.
Los valores de cambio y los mercados, pese a la filosofía atomista que los sus-
tenta, funcionan también de modo holístico y sistémico, pero nunca son una repre-
sentación adecuada de los valores de uso o de los significados en lo que nos impor-
ta ahora. Tienen derivas que dependen de otras fuerzas que no son los usos,
funciones y sentidos. Muchas de las dependencias son ocultas e invisibles. Nadie
cita a Einstein ahora a pesar de que sus ideas están en la base de la física contem-
poránea. El artículo más citado de la revista del primer cuartil de una cierta disci-
plina puede serlo simplemente por un efecto episódico de la moda del momento
sin tener apenas capacidad transformadora en las próximas décadas. Sin embargo,
el modelo del mercado de las ideas confunde redes diferentes y, lo que es más gra-
ve, usa las redes de valor de cambio para ocultar las redes de valor de uso.
Si se tratase solamente de un conflicto de representaciones, la controversia po-
dría quedar en un puro debate intelectual si no fuese porque ha producido trans-
formaciones profundas en las prácticas y, sobre todo, en las identidades. La más
perniciosa de todas ha sido asumir como identidad lo que era una pura relación de
la posición propia en el mercado de las ideas. En el plano institucional, las organi-
IDENTIDADES EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO 81

zaciones de la sociedad del conocimiento han invertido o pervertido su capacidad


real de innovación o transformación social representándola por su posición en el
mercado comercial. Empresas que hoy se presentan como grandes innovadoras y
líderes de la revolución tecnológica no son sino depredadoras de innovaciones que
se producen en otros lugares, pero que su posición dominante en la sociedad de la
información permite la metamorfosis de pupa en mariposa. Por el contrario, las
grandes transformaciones tecnológicas y científicas contemporáneas se han produ-
cido por la conducta cooperativa de gente e ideas alejadas entre sí que convergen
en producir cambios sustanciales. Se he citado muchas veces, pero conviene seguir
citándolo: los desarrollos en código abierto que produjeron GNU-Linux, una pla-
taforma que hoy es usada en los grandes servidores y las supercomputadoras, nació
y creció ajena a la lógica del mercado; sin embargo, pocos dominios hay donde la
conversión de valor de uso en valor de cambio se haya dado más rápidamente que
en el mundo de la informática.
La situación es peor en lo que se refiere a las identidades personales en la socie-
dad del conocimiento. Trabajos como los de Remedios Zafra, Alberto Santamaría,
Luis Enrique Alonso o William Davies o novelas como las de Belén Gopegui, Mar-
ta Sanz o Elvira Navarro van dando cuenta de cómo los discursos de la ideología
liberal están configurando identidades fracturadas que comienzan a ver el propio
relato de vida bajo la forma de un currículo, transformando las decisiones y planes
de vida en «inversiones en sí mismo», como las carreras de investigación se trans-
forman en una aleatoria búsqueda de puestos posdoc de proyecto en proyecto. Y,
tristemente, como explicaba más arriba, se generan adaptaciones perversas que se
manifiestan como caracteres epistémicos patológicos, producto de la adecuación
del lento trabajo colectivo del conocimiento al rapidísimo movimiento de los mer-
cados de los puestos y las ideas.
La gran revolución metafisicocientífica de las últimas décadas ha sido el descu-
brimiento de la complejidad como trama básica de lo real. Por vez primera en la
historia de la humanidad y de su conocimiento del mundo, sabemos que el mundo
en el que vivimos está organizado como un ecosistema en el que los procesos físi-
cos, biológicos, humanos, económicos y sociales son interdependientes y el funcio-
namiento de unas partes depende del funcionamiento y las consecuencias de lo
que ocurre en otras partes. Como ha ocurrido tantas veces en la historia, el descu-
brimiento no se produce un día en la mente de una persona, sino que resulta de la
convergencia de múltiples procesos teóricos y prácticos. Podríamos referirnos a
textos proféticos, como La primavera silenciosa de Rachel Carson, escrito en 1962,
cuando el mundo se vanagloriaba de la revolución verde y ella se atrevió a decir
que los pesticidas estaban dañando el medio ambiente de formas irreversibles; o al
científico mexicano Mario J. Molina, que comenzó a avisar de que los compuestos
de clorofluorocarbonos y otros componentes estaban dañando la capa de ozono,
que permite la existencia de la fotosíntesis y de la vida tal como la conocemos sobre
la Tierra. Pero han sido millones de pequeñas aportaciones en todas las ciencias y,
82 FERNANDO BRONCANO

sobre todo, una conciencia generalizada, fruto del activismo de tantas multitudes,
lo que nos ha hecho conscientes de la interdependencia. Desde la escala planetaria
a la corporal, desde la biología a la economía, hoy somos conscientes del difícil
equilibrio de los sistemas, de su fragilidad y de las irreversibilidades que inducen
las consecuencias no queridas de algunos procesos y acciones. El daño que está
causando la mercantilización del conocimiento a estos complejos sistemas se pue-
de pensar en términos ya casi evolutivos.

4. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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