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CH ARLES M A U R R A S

MIS IDEAS POLITICAS


TEXTO ORDENADO POR
PIERRE C H ARD O N

Ubmr’m S IG u T x x f
Ê& 12 fe. fr-23 . M . 41& 3* |

I , BOGOTA - Colombia.

ED ITO RIAL HUEMUL S. A.


SANTA FE 2237 - BUENOS AIRES
Título del original francés:
Mes Idées Politiques
Librairie Arthème Fayard

Traducción castellana de
J ulio Irazusta

Impreso en la Argentina
Printed in Argentina

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723

C opyright© b y E dito rial HUEMUL, S. A., Bs. As., 1962


DE NUESTRO CATALOGO

Aguirre Elorriaga, Manuel, S. J., El Abate de Pradt en la eman­


cipación hispanoamericana. (2? e d ició n ).
Alem, etc., La revolución del 90.
Angelis Pedro de, Acusación y defensa de Rostís.
Anzoategui, Ignacio B., Nueve cuentos.
Aretz, Isabel, Costumbres tradicionales argentinas.
Balestra, Juan, El Noventa.
Belgrano, Mario, Rivadavia y sus gestiones diplomáticas con Es­
paña. (1815*1820).
Belloc, Hilaire, Europa y la fe.
— El estado servil.
— La Revolución Francesa.
Bosch, Mariano G., Historia del Partido Radical. La U. C. R.
1891-1930.
Bouscaren, Anthony T., La política exterior soviética.
Brinton, Crane, Los Jacobinos.
Buraham, James, La revolución de los directores.
Burnett, John, La aurora de la filosofía griega.
Bustamante, José Luis, Los cinco errores capitales de la interven­
ción anglo-francesa en el R ío de la Plata.
Butterfield, Herbert, La política de Maquiavelo.
Busaniche, José Luis, El bloqueo francés de 1838 y la misión
Cullen. Federalismo y rosismo.
Cañé, Miguel, La diplomacia de la Revolución.
Carbia, Rómula D., La Revolución de Mayo y la Iglesia. Contri­
bución histórica al estudio de la cuestión del Patronato Nacional.
Clifton Goldney, Adalberto A., El cacique Nanvuncurá. Ultimo
soberano de ia Pampa.
Colinon, Maurice, La Iglesia frente a la Masonería.
Concolorcorvo, El Lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos
Aires hasta Lima.
Cornejo, Atilio, Apuntes históricos sobre Salta. 2da. edición co ­
rregida y aumentada.
Dabin, Jean, El Estado o la Política.
Hernández, José, Martín Fierro, Introducción, notas y vocabulario
de Horacio Jorge Becco.
Hutchinson, Thomas J., Buenos Aires y otras provincias argentinas.
Irazusta, Julio, Vida política de Juan Manuel de Rosas a través dt
su correspondencia. Cuatro tomos.
—- Tom o V : La agresión anglo-francesa. 1845-1848.
— Perón y la crisis argentina.
— Vrquiza y el pronunciamiento.
— Ensayos históricos.
—> Tomás M. de Anchorena o la independencia americana a le
luz de la circunstancia histórica.
— Las dificultades de la historia científica y el “ Rosas’' de i
Dr. Celesta.
Ivern, Andrés, Rosas y la medicina.
Laferrere, Roberto de, El nacionalismo de Rosas.
La disipación de las tinieblas, El origen de la masonería.
Leumann, Carlos Alberto, La literatura gauchesca y la poesía gau­
chesca.
López, Vicente Fidel, Manual de historia argentina.
Lugones, Leopoldo, La Grande Argentina.
Manoilesco, Mihaial, El partido único.
Mao Tse Tung, Sobre la guerra de guerrillas. Prólogo del briga­
dier general Sammuel B. Griffitb.
Marangoni, Matteo, Comprender la música.
Marco del Pont, Augusto, Roca y su tiem po (Cincuenta años de
historia argentina).
Maulnier, Thierry, El pensamiento marxista.
Maurras, Charles, Mis ideas políticas.
Molinari, Diego Luis, Prolegómenos de Caseros.
Montarce Lastra, Antonio, Redención de la soberanía. Las Malvi­
nas y el diario de doña María Sáez de Vem et.
Oliver, Juan Pablo, Alberdi.
Palacio, Ernesto, Historia de la Argentina. 1515-1857. Dos tomos.
D’Amico, Carlos, Buenos Aires, sus hombres, su política.
Dawson, Christopher, El movimiento de la revolución mundial.
. — Progreso y religión.
Delmas, Claude, La guerra revolucionaria.
Dent, E. J., Las óperas de Mozart.
Dolí, Ramón y Cano, Guillermo, Las mentiras de Sarmiento. Poi
qué fué unitario.
Driencour, Jacques, La propaganda, nueva fuerza política.
Duran, Leopoldo, Contribución a un diccionario de seudónimos
en la Argentina.
Ezcurra Medrano, Alberto, Las otras tablas d e Sangre.
Fay, Bernard, La Masonería y la revolución intelectual del siglo
XVIII.
Furlong, Guillermo, S. J., Los jesuítas y la cultura rioplatense.
Nueva edición corregida y aumentada.
-— Matemáticos argentinos durante la dominación hispánica.
— Médicos argentinos durante la dominación hispánica.
— Músicos argentinos durante la dominación hispánica.
—* Artesanos argentinos durante la dominación hispánica.
— Bibliotecas argentinas durante la dominación hispánica.
— Arquetipos argentinos durante la dominación hispánica.
Gálvez, Jaime, Rosas y el proceso constitucional.
— Rosas y la navegación de nuestros ríos. Segunda edición.
Gálvez, Manuel, La Argentina en nuestros libros.
Gallardo, Guillermo, La política religiosa de Rivadavia.
Garasa, Delfín L., El quehacer literario.
García de Loydi, Ludovico, S. J., El virrey Sobre Monte.
Gaxote, Pierre, El siglo de Luis XV.
Genta, Jordán B., Libre escamen y comunismo.
Gierke, Otto Von, Las ideas políticas de la Edad Media.
Gómez Ferreyra, Avelino I., S. J., Pedro “ El Americano” y una
misión diplomática argentina. (2da. edición aumentada y co ­
rregida).
Grant, Michel, Literatura latina.
Guenon, René, El teosofism o , Historia de una seudo religión.
Harmuth, Gerhard, y Schwalberg, Georg, El “ Graf Spee” en el
mar. (D e K iel a Punta del Este).
Passage, Henri du, S. J., Moral y capitalismo.
Pérez, Joaquín, San Martín y José Miguel Carrera.
— Historia de los primeros gobernadores de la provincia de
Buenos Aires. El año X X desde el punto de vista político-
social.
i Presas, José, Memorias secretas de la Princesa Carlota.
Puentes, Gabriel, El gobierno de Balcarce.
Pueyrredón, Carlos A., La diplomacia argentina con los países
americanos. 1815-1819.
Quesada, Ernesto, La época de Rosas.
Rapela, Enrique, Cosas de nuestra tierra gaucha.
Remond, René, La derecha en Francia. De 1815 a nuestros días.
Rodríguez Larreta, Carlos, Después de Caseros.
Rojas, Ricardo, Historia de la literatura argentina. Los modernos.
dos tomos.
— l ídem, Los coloniales. Dos tomos.
Rosa, José María, Defensa y pérdida de nuestra independencia
económica. 3ra. edición aumentada y corregida.
— Nos los representantes. 2da. edición aumentada y corregida.
Saldías, A dolfo, Historia de la Confederación Argentina. Rosas y
su época. Edición ilustrada. Tres tomos..
Sarmiento, Domingo F., Condición del extranjero en América.
Sierra, Vicente D., Historia de la Argentina. Tomo I. Introducción,
conquista y población. (1492-1600).
— Tomo II. Consolidación de la labor pobladora (1600-1700).
— Tomo III. Fin del régimen de gobernadores y creación del
virreinato del ¡Río de la Plata. (1700-1800).
— Tomo IV. Fin del régimen virreinal e instalación de la
Junta de Mayo en 1810. (1800*1810).
_— Tom o V, Los primeros gobiernos patrios. (1810-1813).
Sinclair, T . A., Historia del pensamiento político griego.
Torre Re vello, José, La orfebrería colonial en Hispanoamérica y
particularmente en Buenos Aires.
Thibaudet, Albert, Las ideas de Charles Maurras.
Trenti Rocamora, J. Luis. El teatro en la América Colonial.
— Grandes M ujeres de América.
Vargas Ugarte, Rubén, S. J., El Episcopado en los tiempos de ló
emancipación sudamericana.
Vásquez, Aníbal S., José Hernández en los entreveros jordanistaS,
Vocos, Francisco J-, El problema universitario y él movimiento
reformista.
Wast, Hngo, Año X.
Wiikes, Josué T., y Guerrero Cárpena I., Formas musicales rio-
plateases. Cifras, estilos y milongas. Su género hispánico.
A
MADAME
LA MARQUESA DE MAILLÉ
i
TABLA DE M A T E R I A S

PREFACIO

La política natural

I. — La Desigualdad protectora .......................... 15


II. — Libertad más Necesidad .............................. 19
III. — ■Herencia y V olu n ta d .......... ........... .......... .. 24
IV. — De la Voluntad política p u r a ...................... 34
V. — La cuestión obrera y la democracia social 37
V I. — ¿Adonde van los franceses? .......................... 51
C on clu sió n . — La Naturaleza y el H o m b re .......... 61

I . — EL HOMBRE

Si el hom bre es enemigo del hom bre o su amigo 67


Naturaleza y Fortuna .................................................. 73
Naturaleza y R azón..................................... 81

n . — PRINCIPIOS

La V e r d a d ..................................................................... 87
La Fuerza ...................................................................... 90
El Orden ........................................................................ 92
lo MIS IDEAS POLÍTICAS

La Autoridad ........................................ ................ .... 94


Naturaleza de la Autoridad
Las condiciones de la autoridad verdadera: la edu­
cación de los jefes
Ejercicio de la autoridad: El Poder,

La Libertad ................................................................. 103


E l Derecho y la Ley .................................................... 106
Precisiones acerca de la naturaleza de la ley

La Propiedad ....................................................... 111


La Herencia ....................... 112
Deber de la herencia .................................................. 114
La Tradición ............................................................... 115

i n . — LA CIVILIZACION

¿Qué es la C iv iliza ción ?.............. , ............................ 119


El P ro g re so ................................................................... 130
¿Q ué encierra la idea de progreso?

IV . — LA CIENCIA POLÍTICA

Ante todo, p o lític a ......................................... . . .......... 139


De la Biología a la P o lític a ...................... * . . . . . . . . 140
Las Leyes ........... 144
El Empirismo organ izador..................... 149
La Historia ....................................................... 151
La constante humana enseñada por la historia

La Sociedad ............................... 154


Condiciones de vida de la Sociedad
El m ito Igualdad
La Asociación, hecho natural

El E sta d o ........ ............................................................... 160


La Razón de Estado

Distinciones entrela m oral y la p o lític a ................... 163


CHARLES MAURRAS 11
Del Gobierno .......................... ............ ................ .. 166
Organizar
D el vicio de la discusión
Generosidad de la Potencia
La Acción
Conocim iento y utilización del Interés
■El Dinero
Soberanía
La Opinión
La guerra y la paz ....................................................... 174

V. — LA DEM OCRACIA
Nacimiento de la Dem ocracia: E l Liberalismo . . . . 181
Consecuencias del liberalism o ................................ .. 182
l 9 El Espíritu revolucionario. La apelación al ex­
tranjero
29 La Anarquía. La vanidad de la Anarquía
Reinado de la D em ocracia.......................................... 187
La Democracia no se puede organ izar...................... 189
En poder del Dinero
Lá E lección: m edio de gobierno dem ocrático . . . . . 193
D el sufragio universal
El sufragio universal es conservador
E l Estado Dem ocrático: La República Francesa . . . 197
La máquina de hacer mal
El gobierno de las cosas
La República es una oligarquía
El Parlamentarismo ........ .......................................... 201
La inestabilidad obligatoria
Ausencia de espíritu nacional
El Parlamentarismo puro o 'el reinado del dinero
La República democrática y parlamentaria “ es” la
centralización
Consecuencias directas de la Centralización:
I, El intermediario
II. La Burocracia: La proliferación de los fun­
cionarios
III. El Estatismo
Límites de la Justicia en la República
12 MIS IDEAS POLÍTICAS

Los partidos ........ ..................................................... 212


Naturaleza de los partidos
El viejo Partido Republicano
El Partido Liberad
El Partido Radical
El Partido Socialista
El Partido Comunista
Conclusión: del Radicalismo al Comunismo. D ife­
rencias débiles o nulas

V I. — LAS CUESTIONES SOCIALES

La E con om ía ................................ ........... ............... . · 231


El orden económ ico es el orden de la naturaleza
Relaciones de lo económ ico y lo político
La cuestión económica y las leyes sociales

Las Glasea ............................................... 236


Las Clases y el Individuo
La verdad histórica sobre las Clases

El conflicto social ...................................................... 241


El Campesino ........................................... 243
Cómo es destruida la sociedad

La organización del T rabajo: Corporación y Sindi­


calismo ............................................................... 252
La Corporación
D el Sindicalismo

V II. — RETORNO A LA S COSAS V IV IE N TE S

Francia y los- fran ceses................................... 259


La Patria ........................................................................ 261
La Patria: hecho de naturaleza
El egoísm o patriótico
La N a c ió n ...................................................................... 266
E l hom bre y su n acion alidad...................................... 269
CHARLESMAURRAS 13

E l N acion alism o............................. ........ ..................... 271


Patriotismo y Nacionalismo: definiciones

E l gobierno de F ra n c ia ............... .. ..................... .. 274


D e la Aristocracia
Las condiciones geográficas
El Imperio, nacido de la Revolución
D e la Dictadura: Dictador y Rey

E l Nacionalismo integral:LaM on arqu ía.................. 283


El Nacionalismo integral
La Monarquía
El mal m enor: la posibilidad del bien
Herencia y Autoridad
■Λ

'y

t
P R E F A C I O

L A PO LÍTICA N ATURAL

I
LA DESIGUALDAD PROTECTORA

El pollito rompe la cáscara del huevo y se echa a correr.


Poca cosa le falta para exclamar: “ Soy libre” . . . Pero ¿ y el
hom brecillo?
A l recién nacido le falta todo. Mucho antes de correr* necesita
ser sacado de su madre, lavado, envuelto, alimentado. Antes de
estar instruido para dar los primeros pasos, decir las primeras
palabras, debe ser guardado de riesgos mortales. El escaso instinto
que tiene es impotente para procurarle los cuidados necesarios, es
preciso que los reciba, bien ordenados, de otro.
Ha nacido. Su voluntad no nació, ni su acción propiamente
dicha. N o ha dicho Yo ni Mi, y está muy lejos de hacerlo, cuando
un círculo de rápidas acciones obsequiosas se ha dibujado en
tom o de él. El hom brecillo casi inerte, que perecería si afrontase
la naturaleza brutal, es recibido en el recinto de otra naturaleza
solícita, clemente y humana: no vive sino porque es su pequeño
ciudadano;
Su existencia ha comenzado por esta afluencia de servicios exte*
riores gratuitos. Su cuenta se abre con liberalidades que aprovecha
sin haber podido merecerlas, ni siquiera ayudarlas con un ruego;
no pudo pedirlas ni desearlas; sus necesidades todavía no le fueron
reveladas. Años pasarán antes que la memoria y la razón adqui­
ridas vengan a priponerle ningún débito compensador. Sin em­
bargo, en el primer minuto del primer día, cuando toda vida
personal es muy extraña a su cuerpo, que se asemeja al de una
bestezuela,. atrae y concreta las fatigas de un grupo del que
depende tanto como de su madre cuando estaba encerrado en su
seno.
Esta actividad social tiene, pues, como primer carácter, el de
ÍS

V
16 MIS IDEAS POLITICAS %··'

no comportar ningún grado de reciprocidad. Ella es de sentido


único, y proviene de un mismo término. En cuanto al término
que el niño significa, es mudo, infans, y está desprovisto de líber*
tad com o de poder; el grupo en que participa está perfectamente
puro de toda igualdad: ningún pacto posible, nada que se aseméje
a un contrato. Para esos acuerdos morales se requieren dos. La
moral de uno de ellos aún no existe.
No se podría registrarlo en términos demasiado formales, ni
admirar demasiado ese espectáculo de autoridad pura, ese paisaje
de jerarquía absolutamente definida.
Así, y no de otra manera, se configura en su primer rasgo el
rudimento de la sociedad de los hombres.
La naturaleza de este principio se define tan luminosamente que
en seguida resulta esta grave consecuencia, irresistible, a saber que
nadie se engañó tanto com o la filosofía de los “ inmortales princi*
píos” cuando describió los comienzos de la sociedad humana como
el fruto de convenciones entre mocetones tan bien formados como
llenos de vida consciente y libre, obrando en perfecta igualdad,
casi pares si no pares, y casi contratantes, para concluir este o
aquel abandono de una parte de sus “ derechos” con el expreso
propósito de garantizar el respeto de los ajenos.
Los hechos hacen añicos y polvo esos ensueños. Su Libertad es
imaginaria, su Igualdad postiza. Las cosas no ocurren así, no
preparan nada que se le asemeje, y presentándose de m odo muy fi
diverso, el tipo regular de todo lo que se desarrollará a continua­
ción es esencialmente contrario a aquél. Todo evoluciona y evolu­
cionará, obra y obrará, decide y decidirá, procede y procederá
por acciones de autoridad y desigualdad, contradiciendo en ángulo
recto la grotesca hipótesis liberal y democrática.
Supongamos que no sea así y que la hipótesis igualitaria tenga
l a ' menor apariencia. Imaginemos, por imposible, al hombrecillo
de una hora o de un día, acogido, como lo quisiera la Doctrina,
por el coro de sus pares, compuesto de niños de una hora o de
un día. ¿Qué harán en torno de él? ¿Qué servicio le prestarán?
Si se quiere que sobreviva, que ese pigmeo sin fuerzas esté ro­
deado de gigantes, cuyas fuerzas se emplean en su favor sin su
control, según el gusto de ellos, según el corazón de ellos, con
toda arbitrariedad, al solo fin de impedirle perecer, se precisa de
necesidad absoluta: Desigualdad sin medida y Necesidad sin re­
serva, que son las dos leyes tutelares cuyo genio y poder debe
soportar para su salvación.
No es sino mediante este Orden “ diferencial com o todos los
órdenes” que el hombrecillo podrá realizar este tipo ideal del
progreso: El crecimiento de su cuerpo y de su espíritu.
Crecerá en virtud de esas desigualdades necesarias.
El m odo de llegada del hom brecillo, los seres que lo esperan
y la acogida que le dan, sitúan el advenimiento de la vida social

m
teS
CHARLES MAURRAS 17

tony aquende la aparición del menor acto, de voluntad. Las raíce·


del fenómeno tocan las profundidades de la física misteriosa.
Solamente que (y este nuevo punto importa más tal vez que el
prim ero) aquella Física árquica y jerárquica no tiene ninguna
ferocidad. ¡M uy al contrario! Benigna y dulce, caritativa y gene­
rosa, ella no muestra ningún espíritu de antagonismo entre aque­
llos que pone en com unión: si no hubo ni sombra de un tratado
de paz, es en primer lugar porque no hubo el menor indicio de
guerra, de lucha por la vida entre el recién llegado y quienes lo
recibían: es una ayuda mutua para la vida, ofrecida por la natu­
raleza al pequeño huésped desnudo, hambriento, lloroso, que no
tiene siquiera en la boca un óbolo que le pague su bienvenida. La
Naturaleza no se ocupa sino en socorrerlo. El llora y ella lo
acaricia y lo mece esforzándose por hacerlo sonreír.
En un mundo donde las multitudes dolientes elevan a griandes '
clamores reivindicaciones mínimas, qué aquellos que las escuchan
no dejan de calificar de calamidades máximas — en este mundo
donde se supone que todo debe surgir de la contradicción entre
ciegos intereses y de la batalla de irreducibles egoísmos— ', he
aquí algo muy distinto y que no se puede considerar com o el azar
de un encuentro ni com o el accidente de una aventura; he aquí
la constancia, la regla, y la ley general del primer día: una lluvia
de beneficios qüe cae sobre el recién nacido. Con menosprecio de
todo equilibrio jurídico, ¡se lo hace comer sin que haya trabajado!
Se lo obliga, sí, se lo obliga a ¡aceptar sin que haya dado! Si
las madres responden, es preciso hacer vivir a quien se hizo
nacer, su sentimiento no es clasificable éntre los duros axiomas
de lo Justo, procede del complaciente decreto de una Gracia.
O si hay empeño absoluto en hablar de Justicia, ésta se confunde
por cierto con el Amor. ¡A sí es! Ninguna vida humana conduce
su operación primordial corriente sin que se la vea revestir esos
adornos de la ternura. Contrariamente a las grandes quejas del
poeta romántico, la letra social, que aparece en el hombro des­
nudo, no está escrita con el hierro. A llí no se ve más que la
huella de los besos y de la leche: su fatalidad se revela, hay que
reconocer allí el rostro de un favor.
...P e r o el hom brecillo crece: sigue en el mismo camino real
del mismo beneficio indebido, literalmente indebido; no cesa
de recibir. Además de habérsele inculcado una lengua, a veces
rica y sabia, con la gravé herencia espiritual que ella aporta, una
nueva cosecha que él no sembró es recogida día a día: la instruc­
ción, la iniciación y el aprendizaje.
La pura receptividad del estado naciente disminuye a medida
que se atenúa la desproporción de fuerzas entre su m edio y é l;
el esfuerzo, ahora posible, le es exigido; la palabra que se le
dirige, más grave, puede teñirse de severidad. A las primeras
dulzuras que lo originaron, sucede un amor viril, que incita al
trabajo, lo prescribe y lo recompensa. La imposición se emplea
18 MIS IDEAS POLÍTICAS

a veces contra él, pues el hombrecillo, más dócil en un sentido,


lo es menos en otro: se ve capaz de defenderse, hasta para resis*
tir a su propio bien. Debe trabajar, y el trabajo puede costarle.
Pero lo que él pone de su parte es largamente compensado por
la suma y el valor de nuevas ganancias — cuya cuenta aproxima-
tiva no puede establecerse aquí sino a medias.
En efecto, debemos hacer; a un lado lo que el hom brecillo
adquiere de más precioso: la educación del carácter y el mode­
lado del corazón. Este capítulo, vasto y com plejo, está infestado
de tontos, bandidos, desvergonzados que conservan allí cierto
margen de sofismas para sostener la baja tesis del niño-rey y del
niño-Dios, cuya sublime originalidad sería violada por los padres,
extraviada por los maestros, empobrecida o afeada por la educa­
ción, mientras que está patente que dicho amaestramiento nece­
sario limita el egoísmo, dulcifica una dureza y una crueldad
animales, enfrena locas pasiones y hace elevar así del “ pequeño
salvaje” al más amable, fresco y encantador de los seres que
existan: el adolescente, niña o muchacho, cuando es éducado y
civilizado. La verdad se ríe de los más enredados sofismas. Mas,
puesto que nuestra exposición de los hechos debe demostrar antes
que describir, es preferible descuidar una buena parte de los
mismos y cortar los excesos de un debate oneroso. Atengámonos
a lo indiscutible, a lo que no tiene réplica : nos basta la alta
evidencia de la unilateral generosidad que el predecesor otorga
atl sucesor del espíritu. Ahí, no se supone que el niño pueda
comprar con una línea o compensar con un punto el haber in­
menso que se le ha comunicado, tal como fue capitalizado por
su ascendencia, mucho más pesada en siglos de lo que él tiene
en años. Su círculo nutricio así transformado en energía y luz
se agranda inmensamente, y nada aparece allí que pueda aún
asemejarse a ningún, régimen de igualdad contractual. Si se quiere,
hay un intercambio. Pero es el de la ignorancia a cambio de la
ciencia, el de la inexperiencia de los sentidos, la torpeza de los
movimientos, la incultura de los órganos, a cambio de la ense­
ñanza de las artes y de los oficios: don puro y verdadero hecho
al niño del proletario como al niño del propietario, regalo común
“ al becado y al heredero” , pues el más pobre recibe su parte;
en un sentido es infinito y no comporta ninguna compensación.
Así alimentado, acrecido, enriquecido y adornado, el hombre­
cillo tiene entonces mucha razón en tomar conciencia de lo que
vale y, si “ se ve la punta de la nariz” , estimar a su justo precio
las brillantes novedades de que aspira a tomar la iniciativa a su
tiempo. Pero hasta que haya dado una prueba, hasta que haya
puesto en planta una obra, apenas si puede acceder al feliz con­
tenido de los cuernos de la abundancia que se le ofrecen. Como
se tomó el trabajo de nacer, apenas debe tomarse el de cosechar
para ingerirlo, el fruto de oro de la palma que el dios descono­
cido suele depositar a sus pies.
CHARLES MAURRAS 19

II
LIBERTAD MAS NECESIDAD
Acabado el crecimiento, he aquí un nuevo nacimiento. D el niño
sale el adulto. La conciencia, la inteligencia, la voluntad aparecen;
al ejercerlas, él es dueño de sí. Le ha llegado sn turno de vivir,
su yo está en condiciones de devolver a otros y o todo o parte,
o más o menos de lo que le fue adjudicado sin ninguna subasta.
Su esfuerzo personal se asemeja al de sus padres, tiende a los
mismos fines de eterna melancolía y universal descontento que
impulsan a todo mortal al intento de cambiar la faz del mundo,
lo que no ocurre jamás sin vértigo ni embriaguez. Los aturdi­
mientos de la acalorada juventud no pueden contribuir mucho
a abrirle los ojos sobre la verdad de la vida. Empecemos por
fingir que hacemos lo mismo, y sigamos a nuestro joven adulto
en el torbellino de esa actividad que el deseo, el ejem plo y sus
seducciones anudan, desatan, estimulan y estorban.
El eterno obrero se pone pues a la obra; hace y deshace, arranca
y agrega, derriba y reconstruye, a menos que, viajero y mediador,
trafique, compre y venda. Así puede entrar en todas las vueltas
y revueltas del mundo y la obediencia que lo llevan a experimen­
tar y a veces a conocerse: constante o n o consigo mismo, fiel o
no hacia otro, no puede por menos de medir la altura de sus
hermanos, superiores o inferiores, sobrepasándolos, sobrepasado
por ellos, según su valor o su fortuna, pero hallando muy pocos
iguales aunque le sea usual, cóm odo y cortés hacer y decir com o
si todos lo fueran.
Aquello que puede reconocer como verdadera igualdad entre
los hombres que se le revelan, se asemejaría más bien a una
cosa que sería la misma en todos. ¡C óm o representarse esta
entidad?
Es un compuesto de ciencia y conciencia: algo que es lo mismo
que lleva a los unos y a los otros a ver, sentir y recordar en
todo objeto, lo que es lo mismo, invariable, fijo, sin variaciones;
una facultad de adherir espontáneamente a los axiomas univer­
sales de los números y las figuras; a refugiarse y hallar reposo
en las percepciones o conquistas inmemoriales del huen sentido
m oral; la distinción del bien y del m al; la actitud de escoger o
rehusar el uno y el otro. En fin, para decirlo con una palabra,
aquello que con formas o intensidades diversas constituye, en su
esencia, lo personal.
Para hacer su idea más clara pensemos en el arquitecto de la
ciudad del alma o su geómetra o dibujante-agrimensor, ocupado
en delimitar con la pluma o el lápiz los vagos terrenos baldíos,
ocupados o disputados por los sentimientos, las pasiones, las
imágenes, los recuerdos, todos aquellos elementos, diversos de
energía com o de valor que le son naturales a cada hom bre: la
m
20 MIS IDEAS POLÍTICAS

curva irregular con que los dibuja puede tender a formar un


círculo o un óvalo o cualquier otra figura, pero figura flotante,
móvil, extensible, y dotada de las elasticidades de la vida. Ahora
bien, he aquí algo que va a obligar al mismo profesional a ser­
virse de su compás,, y con un ángulo constante, para el rayo que
describirá un circulito concéntrico de rígida circunferencia: el
círculo determinará el reducto donde está y se acumula el tesoro,
el depósito de los bienes espirituales y morales con qne la razón
y la religión concuerdan para hacer el atributo de la humanidad.
T odo hombre que tiene eso vale como cualquier otro hombre
para eso. Ahí se asienta pues lo impenetrable y lo inviolable, lo
inalterable, lo incoercible, lo sagrado. Las nueve décimas partes
del amor, que son físicas, reciben allí su misteriosa y última i
décima parte, semidivina, chispa que lo eterniza o lo mata. Es
el lugar reservado al punto más elevado de nuestra naturaleza.
Y como se repite tal cual en cada uno de los hombres más disí­
miles, es la medida de todos por fin hallada. ¿Cuántas veces
aquel metro mental y moral podrá referirse a la estatura y vo­
lumen de los innúmeros ejemplares realizados del ser humano?
¡La intensidad de sus pasiones! ¡La extensión de sus necesidades!
¡Su talento! ¡Sus robusteces! ¡Sus vicios! ¡Aquellas de sus
virtudes que provienen de una fuente corpórea o de origen mix­
to! ¡T od o aquello que la persona asocia y agrega de carácter mi­
neral, vegetal o animal, en el zócalo viviente de su humanidad!
De la universal expansión humana surge este punto de referen­
cia. No hay que pensar que lo hayan descubierto los Modernos.
L o conocieron muy bien Sófocles y Terencio. El auditorio de sus
téatros no lo ignoraba. Por máis que se abuse de alguno de sus
textos, nuestros Antiguos no dudaban de que la personalidad
estuviese igualmente presente en el esclavo y el amo. El pequeño
servidor platónico llevaba en sí, com o Sócrates, toda la geometría.
Lo que no qniere decir que fuese el igual de Sócrates ni se
considerase, o pudiese considerarse, com o tal: lo cual hubiese
sido equivalente a sostener que somos todos iguales porque todos
tenemos una nariz. Pero con que esta identidad, que sirva y
pueda servir de unidad de relación, basta; toda la actividad ra­
cional y moral de los hombres hállase por ello sometida a una
misma legislación. Él es distinto en otra cosa. En aquélla es el
mismo. Que la acción personal dependa de la vida privada, de la
vida social y política, todo lo que ella tiene de voluntario, com­
prometido en el cuadro de los derechos y de los deberes, cae
bajo el criterio de lo Justo y de. lo Injusto, y del Bien y del Mal.
Tal es el circulito, y su jurisdicción. No podría extenderlo a
todo el bosque viviente de las acciones inconscientes e involun­
tarias que recubre y puebla a la gran figura difusa de que está
rodeado. La medida de las leyes morales no puede bastar a la
policía de este área inmensa.
He aquí en primer lugar (lo que no se discute de nadie) la
CHARLES MAURRAS 21

ley del cuerpo: cubrirse para no resfriarse, apoyarse para no


caer, alimentarse para no perecer. Pero deben existir otra« leyes.
Un coro de beneficios colectivos se impuso ya al nacien.te animal
humano con la mira de ayudar su crecimiento físico y moral. Si
crecer y madurar lo emancipa de los lazos originarios, ¿no va
a ser sometido a otras condiciones que también tendrán su grado
de necesidad? No está prometido a la soledad. No la soportaría.
El hombre adulto, por turbia que sea la agitación que lo impulsa,
y a menudo por el efecto de esa turbación, no cesa de soportar
un primer movimiento que consiste en buscar a su semejante,
para atraerle o unirse a él.
Ahora bien, tengamos cuidado de advertir que ante todo él no
va a proponerle ni ponerle alguna condición definida de acuerdo
deliberado. Su movimiento será personal más adelante: aún no
es más que individual.
Antes de ser electiva«, sus afinidades han sido instintivas.
Hasta comenzaron por ser fortuitas y confusas: a menudo debidas
únicamente al concurso de las circunstancias. E l niño ya ju gó
mucho, con numerosos compañeros (y los primeros que encuen­
tra) antes de articular e l gentil ¿quieres jugar conm igo? de los
jardines públicos de nuestras grandes urbes. El hábito de estar
juntos se anudó solo; consuetudo en que la Moral antigua vió
un carácter de Amistad. Lo que es reforzado por las camarade­
rías de la adolescencia. Por fin, con la inteligencia de l a . vida,
los motivos de hacerlo aparecen cada vez más razonables y bue­
n o s : desde entonces todo ocurre, se lo puede decir osadamente,
com o si el hombre hecho tomara conciencia de las prodigiosas
ventajas que le valió su función social innata y hubiese decidido
acrecerlas imitando la obra de la Naturaleza no sin renovarla con
su arte. Así la criatura de la Sociedad “ quiere a su vez inventar
y crear la asociación” .
En realidad, eso es menos neto. Un chorro incontenible de con­
fianza inicial le hace desear y solicitar de su semejante el soco­
rro, el concurso o las dos cosas juntas. Pero ahí un instinto no
menos fuerte engendra un movimiento inverso, una desconfianza
que conduce a desear y solicitar precauciones y garantías ©n el
uso de ese socorro o de ese concurso. Sea por alguna intuición de
genio, sea a tientas, busca y halla cómo eliminar de esa asociación
lo que en ella teme: el riesgo de las variaciones, el peligro de
la perversión. Busca, halla la manera de asociar la duración con
la seguridad. Las cláusulas de un Contrato van a agregarse a to­
dos los bienes de la asociación deseada: que sean jurada« o no,
com o orales o no, escritas en el ladrillo o en la piedra, en la
piel de un animal, de un tronco de árbol o en el papel, se
menciona allí la fe de las personas que deciden por fin com pro­
meter sus voluntades firmes según los dictados de sus espíritus
conscientes.
22 MIS IDEAS POLÍTICAS

La primera confianza en la asociación inicial no puede asombrar;


surge del sentimiento de un mismo destino en la debilidad y el
esfuerzo, en la necesidad y la lucha, en la defensa y el trabajo.
¡A m í! ¡Socorro! ¡Una ayudita! ¡Una manito! Nada más natural
al hombre: débil, hállase siempre demasiado solo; fuerte, no se
siente jamás ni bastante seguido ni bastante obedecido. ¿Habría
buscado con tanta avidez el concurso de sus semejantes si éstos
no hubieran sido tan disímiles, si todos hubiesen sido sus pares,
y si cada úno de ellos se le hubiera parecido como un número
a otro número? Lo que deseaba en otros era lo que no hallaba
exactamente igual en sí. La desigualdad de los valores, la diver­
sidad de los talentos son los complementos que permitieron y
favorecieron el ejercicio de funciones cada vez más ricas y p o ­
tentes. Ese orden nacido de la diferencia de los seres engendró
el éxito y el progreso comunes.
Cuanto a la desconfianza entre asociados ella debía depender
de los modos de la colaboración: al enganche y la voluntariedad,
el horario, las estaciones, el com plejo de condiciones favorables
y hostiles; depende sobre todo de los productos resultantes de
los trabajos en común: son objetos materiales a distribuir; están
predestinados a los continuos reclamos que nacen de todos los
repartos. El socio se cuida del socio con la misma espontaneidad
con que lo hace contra el ladrón o el estafador.
Si pues la necesidad impone la cooperación, el riesgo del anta­
gonismo tampoco será jamás suprimido: la superabundancia de
los productos salidos del maqumismo no lo remediará en nada.
En la abundancia universal siempre habrá lo m ejor y lo menos
bueno, las diferencias de calidad serán apreciadas, deseadas, dispu­
tadas. Lo que tendrá el honor* y la dicha de apaciguar el ham­
bre elemental, despertará otros deseos, numerosos, ardientes entre
los cuales renacerá la disputa. La historia nos enseña que las
guerras, extranjeras ó interiores, no nacieron todas de la escasez.
Los litigios civiles también tienen otras causas. ¿N o ocurre que
los más ricos se disputan lo superfluo? Se esfuerzan por prevenir
este mal universal previéndolo; se establecen acuerdos por los
cuales las partes se comprometen a sí mismas. Que el Contrato
produzca a su vez dificultades, es la vida y su juego de intereses
apasionados. Las simientes de guerra son eternas, como las nece­
sidades y los deseos de la paz.
Hay que asociarse para vivir. Para vivir bien hay que contratar.
Como si saliese de un verdadero impulso físico, la Asociación se
asemeja a un apremiante y humilde consejo de nuestros cuerpos,
cuyas miserias se entresolicitan. El Contrato proviene de las es­
peculaciones deliberantes del espíritu que quiere conferir la esta­
bilidad y la identidad de su persona razonable a los cambiantes
humores de lo que no es él. Para ilustrar el distingo, pensemos
e n la s causas que unen a la pareja natural: poderosas, profundas,
movedizas com o el am or; y comparémoslas a la razón distinta
CHARLES MAÜRRAS 23

del pacto nupcial que las junta y las sublimiza en un hogar que
quiere durar.
Anudada, seUada por el Contrato, la Asociación merece consi­
derarse como la maravilla de las químicas sintéticas de la natura-
raleza humana. Esta maravilla, inhallable en el origen de las
relaciones sociales, nace en su centro floreciente, cuyo fru to' es.
La Asociación contractual fue precedida y fundada — y luego pue­
de ser sostenida— por todo aquello que toma parte en la "cons­
titución esencial de la humanidad” : hay que desearle posarse
con fuerza en los conglomerados preexistentes, seminaturales, co­
m o semivoluntarios, que le ofrece la herencia gratuita de milenios
de historia feliz: los hogares, las ciudades, las provincias, las cor­
poraciones, las naciones, la religión.
En suma, el Contrato, instrumento jurídico del progreso social
y político, traduce las iniciativas personales del hombre que quie­
re a su vez crear agrupaciones nuevas, que agraden a su pensa-·
miento, que sean a la medida de sus deseos, para salvaguardar
sus intereses: el arte, el oficio, el juego, el estudio, la piedad, la
caridad; basta pensar en esas compañías, en esas confraternida­
des, para sentir en qué medida la persona puede allí multiplicar
la persona, lo humano sobrepasar lo humano, fecundándose las
promesas y las esperanzas unas con otras. Una acción que sabe
hacer servir las construcciones de la Naturaleza para la voluntad
del Espíritu, confiere a sus obras una firmeza sobrehumana.
Aunque se lo haya dicho demasiado, no habrá que creer que la
Asociación voluntaria haya hecho especiales progresos en nues­
tros días.
Su poder más bien se debilitó, y la causa de ello es clara. De­
pende de la decadencia de la persona y de la razón.
La Edad Media vivió del contrato de asociación destinado al
entero edificio de la vida. La fe del juramento intercambiado de
hombre a hombre, presidió al encadenamiento de la multitud de
servicios bilaterales cuya vasta y profunda eficacia se dejó sentir
durante largos siglos. Amo estatutario de las voluntades, el com­
promiso contractual nacía en la carreta, se imponía por la espada
y regulaba el cetro de los reyes. Pero esta noble mutualidad
jurídica, vivificada por la religión, estaba fuertemente arraigada
y por así decir injertada en el sólido tronco de las instituciones
naturales: autoridad, jerárquía, propiedad, comunidad, lazos per­
sonales con el suelo, lazos hereditarios de la sangre. En lugar
de oponer la Asociación a la Sociedad, se las combinaba una con
otra. Sin lo cual el sistema habría rápidamente languidecido, en
el caso de que hubiese jamás comenzado.
Desde entonces, se trata penosamente de hacer creer al hombre
que no es en verdad tributario o beneficiario de compromisos
personales: así pretende regularlo todo con un quiero o no
quiero. Las creaciones impersonales de la Naturaleza y de la
Historia le son presentadas como muy inferiores a las suyas. Se
24 MIS IDEAS POLÍTICAS

le reserva los caracteres de la conveniencia, la utilidad y la bon*


dad como si él hubiera sacado todo de sí mismo por la industria
individual de su cerebro con la elección más o menos personal
de su corazón. Entretanto, ¿fue él quien al nacer se sustrajo de
una muerte cierta? Fue cogido y salvado por un estado de cosas
que lo esperaban. ¿Fue él quien inventó la disciplina de la cien­
cia y de los oficios que aprovecha sin tasa? R ecibió hechos esos
capitales del género humano. Si no se queja de esos bienes, los
aprecia muy poco y distingue cada vez menos todo lo que debe
aún sacarles.

III
HERENCIA Y VOLUNTAD

Pues esta alta fuente sobrehumana no se agotó.


No hemos agotado tampoco el riesgo de las desdichas a que
se halla sujeta toda vida de hombre, que tenga seis meses, veinte
o cien años. Después del frío, el báinbre, la desnudez, la igno­
rancia, muchas otras adversidades la amenazan, las que la pueden
vencer o sobre las que puede triunfar según sean su coraje, su
inteligencia y su arte.
Lo cual depende bastante del hombre. Este puede llevar una
conducta desarreglada, de acuerdo a tales o cuales principios im ­
provisados que vienen a lisonjear su deseo. Pero también puede
prestar seria atención a los usos y costumbres establecidos antes
de él. Este Hombre de Costumbres tiene sus razones, esta Razón
ha sido verificada por la experiencia.
Porque hay una Barbarie, lista para destruir y requisar las so­
ciedades — porque ellas encierran una Energía siempre dispuesta
a violentarlas— , porque se hace una mezcla de Barbarie y Anar­
quía muy apta para arruinar y romper todos los contratos del
trabajo social — porque esas dos amenazas siempré están en sus­
penso— , les ocurrió a nuestros antepasados establecerse com o
soldados y buenos soldados, ciudadanos y buenos ciudadanos, pa­
ra guardar su paz, mantener sus hogares, y el resultado debe ser
tenido en cuenta; puesto que sin él no estaríamos donde estamos.
La ley civil y militar no nació de una voluntad arbitraria del
legislador ni del capricho de una dominación. A l fundar esos p i­
lares del orden se obedeció a necesidades muy distintas. Es acon­
sejable no conmoverlos, en razón de los males que ahorran.
Otros males serían evitados, y grandes bienes procurados, si e l
orgullo individual fuese menos reacio para concebir las condi­
ciones normales del esfuerzo humano, las leyes de su éxito, el
orden de su progreso, todo ese código aproximativo de la suerte
cuyos artículos la Naturaleza parece haber redactado a una media
CHARLES MAURRAS 25
luz algo crepuscular, pero en que el hombre ve claro desde que
se lo propone. Lo que lo ha conservado es lo que lo conserva y
lo conservará. Esos procedimientos tutelares deberían ser un obje­
to de su constante estudio: permitirían hacer por medio de la
ciencia, sabiendo lo que hace, aquello que se consigue demasiado^
com o pura rutina. Y largas horas de escuela se acortarían.
El poeta filósofo Mauricio Maeterlinck nos interesó en nuestros
años mozos cuando nos traducía la famosa parábola emersoniana
del carpintero que se cuida muy bien de colocar arriba de su
cabeza la viga que quiere labrar a escuadra: la pone entre las
piernas, para que cada uno de sus esfuerzos se multiplique p o r
el peso de los mundos y la fuerza reunida del coro de las estre­
llas. Pero el carpintero puede estar ebrio o lo c o ; puede haberse
hecho una idea falsa de la gravitación, o ignorarla: si coloca arri­
ba lo que debe estar abajo, la fatiga y el agotamiento lo vencerán
antes de haber concluido su trabajo, o habrá prodigado un tiem­
po excesivo y una labor desmesurada, corriendo enormes riesgos
de hacerlo mal. Es lo que le ocurre al hombre que descuida el
concurso bienhechor de las leyes que disminuirían su esfuerzo.
El quiere sacarlo todo de su propio fondo. Espíritu limitado, co­
razón enviciado, niega las verdades adquiridas para seguir las
quimeras que ni siquiera inventó.
Sin embargo, algo bueno y dulce que no hemos nombrado to­
davía: la familia, que le abrió las puertas de su vida le da un
consejo fortificado por la idea del honor y el sentido de la dig­
nidad, que inclina a todo adulto civilizado a volver a empezar los
establecimientos de esta providencia terrestre. Pero ¡es aquello
que muchos quieren negar hoy! Muy recientemente nuestros ru­
sos, embrutecidos o pervertidos por judíos alemanes, habían es­
timado que se podría hallar algo infinitamente m ejor que lo
hecho por la madre Naturaleza en lo que concierne a la recep­
ción y la educación de los niños. El episodio de su nacimiento
siempre humilló un poco al espíritu innovador. E l liberalismo
individualista y el colectivismo democrático quedan igualmente
chocados, no sin lógica, al ver que los hijos de los trabajadores
más conscientes y emancipados sean así arrojados a la vida sin
ser previamente consultados, ni solicitados para pronunciarse con
el voto sobre tan grave aventura. No podían remediarlo: por lo
menos nuestros rusos quisieron aplicarse firmemente a estatizar
y centralizar los hogares' domésticos que hasta entonces, entre
ellos como en otras partes, formaban republiquetas bastante li­
bres que vivían por sí mismas, según la ley de los muertos, más
o menos modificada por la fantasía de los vivos. A este sistema
irracional sustituyeron administraciones, servicios y oficinas esta­
tales. Apoyados en el sentir de sus pedólogos inventores de una
ciencia superior a la Pedagogía — la que según ellos era insufi­
cientemente marxista y a veces hasta antimarxista— , decretaron
que el niño arrancado cuanto antes posible a sus padres debería
26 MIS IDEAS POLÍTICAS

entregarse a las casas-cunas, guarderías y jardines públicos. Lo


que antiguamente era el mal menor se convertía en la nueva re­
gla. El niño fue de inmediato invitado a formarse a sí mismo,
por la elección de sus maestros y monitores. ¡Gran progreso que
resultó desdichado! Los rusitos crecieron mal. Se ha visto des­
arrollarse en hordas errantes a una juventud lisiada, enferma,
criminal. Se debió diezmarla, y volver a la moda antigua, verifi­
cando el principio de que la Antifísica es más cara y menos se­
gura que la Física. Quien puede utilizar la caída de agua, la
marea y el viento, no necesita ir a buscar en las entrañas de la
tierra un combustible artificial. En política las fuerzas utilizables
están al alcance de la mano. ¡Y con qué potencia! Desde que el
hombre se pone a trabajar con la Naturaleza, el esfuerzo queda
aliviado y por así decir compartido. El movimiento vuelve a em­
pezar por sí sólo. El hijo halla muy sencillo llegar a ser lo que
su padre; el antiguo lactante, alimenta a otro; el herrero trata
de conservar y aumentar la herencia a fin de legarla a su turno;
el ex alumno enseñará. El antiguo aprendiz será maestro de obras;
el antiguo iniciado, iniciador. T odos los deberes de que se ha
sido beneficiario quedan invertidos y transferidos a nuevos bene­
ficiarios, por una mezcla de automatismo y conciencia en la que
tienen parte las costumbres, las imitaciones, la simpatía, las an­
tipatías, y de la que hasta es preciso guardarse muy bien de
excluir los atractivos del egoísmo, pues ellos no están en con­
flicto obligatorio con el bien social.
Pero Mirabeau es el único revolucionario que haya compren­
dido algo de eso. En su mayoría ellos sueñan lo contrario: pa­
decen la rabia de reconstruir el mundo sobre la punta de una
pirámide de voluntades desinteresadas. No pueden soportar la im­
portuna evidencia de que las cosas prefieren descansar en una
base espaciosa y natural.
Entretanto ¿qué dice la Naturaleza? En su amplio consejo, en
el que todos los recursos de la vida son puestos en acción, nada
prevalece sobre el mantenimiento y la protección del techo do­
méstico, pues de allí, palacio real o simple choza, todo salió:
trabajos y artes, naciones y civilizaciones. No se ha observado
bastante que, en el decálogo, el único motivo invocado en apoyo
de un mandamiento, afecta al artículo cuarto: el que funda la
familia, que los Septantes expresan así: “ Honrarás padre y ma­
dre para vivir largamente en esta buena tierra que Dios nuestro
Señor te dio .” De hecho ¿fueles concedida una vida particular­
mente larga a los mortales que observaron esta regla? No se lo
sabe, pero es cierto que la longevidad política pertenece a las
naciones que a ella se conformaron. Ningún gobierno feliz se
emancipó de aquella regla. Se lo ha visto todo, menos eso. La
historia y la geografía de los pueblos, siendo muy variadas, pro­
ducen regímenes cuya forma exterior varía también; pero el
hecho de que el Poder nominativo sea allí unitario o plural,
CHARLES MAURRAS 27
cooptado, hereditario, elegido o tirado a la suerte, nada tiene
que ver con este otro, de que los únicos gobiernos que viven
mucho tiempo, los únicos prósperos son, siempre y en todas
partes, aquellos que están públicamente fundados en una fuerte
preponderancia otorgada a la institución paternal. Por lo que
reza con las Dinastías, eso va de suyo. Pero las grandes Repú­
blicas, todas aquellas que vencieron y se sobrepusieron a las
edades, fueron francos patriciados: Roma, Venecia, Cartago. Las
que niegan esos principios de la Naturaleza no tardan en negarse
a si mismas practicando un nepotismo desenfrenado, com o lo
liace nuestra República de los Camaradas, que es ante todo una
República de hijos de papá, de yernos y sobrinos, de cuñados y
de primos.
Com o las familias son desiguales en fuerzas y propiedades, un
prejuicio puede acusar a su reinado de establecer injustas des­
igualdades iniciales entre los miembros de una generación. Antes
de encarar este reproche, miremos en la cara a quienes lo formulan.
Son, o judíos que desde hace un siglo lo deben todo a la prima­
cía de su raza o satélites de la Nobleza republicana. Su impúdico
oligarquismo secreto, los bajos provechos que le sacan establecen
cuántas mentiras envuelve su fórmula de igualdad. Pero esas
mentiras también muestran que no se destruye a la Naturaleza:
con sangre desigual, la Naturaleza procrea hijos sanos o enfer­
mos, bellos o feos, débiles o fuertes, y prohíbe a los padres
desinteresarse de sus criaturas dejándolas jugar, sólitas, su fortuna
entera en el paño verde del examen o el concurso. Que éste sea
vigilado, que las pruebas del examen sean leales, que la trampa
y el fraude queden severamente reprimidos, lo exige la justicia,
y hay que clamar para que así sea, pues nada es más cierto.
Pero no es de ninguna manera cierto que la justicia exija el
concurso en todo, ni que todo sea concurso en la vida. Nada
prueba tampoco que algunas debilidades, comprobadas en la
pista de carreras, no se puedan compensar en otra parte y que,
en fin, la credencial del campeón, el diploma del primero de
la clase o del medalla de oro, sean los únicos títulos para clasi­
ficar a los humanos. El torneo y la justa son hermosas pruebas:
pero la vida tiene otras, que no son juegos y de las que está
ausente la convención. El valor personal que no se podría cul­
tivar demasiado tiene derecho a los grandes puestos, en los cua­
les nada se debe omitir para colocarlo; pero en razón misma
de lo que es el mérito no le es ni muy difícil ni siquiera des­
agradable en el fondo sobrepasar en uno u otro terreno a los
titulares de otros valores no personales. De hecho el mérito
personal dirá siempre la última palabra. El hombre que se hizo
a sí mismo recibió con ello, además de un temperamento sólido,
una robusta altivez, una original reserva. El hombre que des­
ciende de sus antepasados conserva también un justo orgullo.
Cuando esos variados poderes se suman en un mismo sujeto,
28 MIS IDEAS POLÍTICAS

tanto m ejor para él y aun más para la colectividad. Cuando ellos


rivalizan, es aún excelente. Cuando luchan con odio, tanto peor.
Pero ¿es el odio fatal?
La competencia, aun la más moderada sería desastrosa, si no
existiese más que un fin en el mundo y si la vida no ofreciese más
que un objetivo a los deseos y a las ambiciones; si sobre todo, el
primer lugar en la sociedad o el Estado debiese entregarse nece­
sariamente al ganador de los ganadores, al laureado de los laurea­
dos, debiendo la prueba de las pruebas comportar la designación
pública y suprema del m ejor así llamado a reinar en razón de
su número 1 ; pero no ocurre nada de eso. Por una parte las
sociedades sanas y los Estados bien constituidos no ponen su corona
en remate ni en concurso, y por lo demás, dentro de la extrema
variedad de los empleos de la vida y del talento del hombre,
las conciliaciones, las equivalencias, los acomodos posibles abun­
dan. Se dirá que los conflictos abundan igualmente. ¿Se creerá
realmente que la selección artificial de los méritos personales
esté tan désprovista de rozamientos dolorosos? Dejando su im­
perio “ al más digno” , Alejandro lo entregaba también a las ba­
tallas de sus lugartenientes, quienes lo despedazaron, como era
natural, en nombre del sentimiento de la dignidad y de la supe­
rioridad de cada uno. Similares voces de orden, extendidas a
toda la vida civil, la agitan y la entristecen. Lo que termina por
establecer, en el pueblo de los competidores, un grado de emula­
ción apasionada que segrega espantosa envidia. La salud pública
nada gana con ello, el nivel general no tarda en sufrir graduales
derrumbamientos: aun en las razas m ejor dotadas, democracia
acaba en mesocracia .
Todos los declamadores insistirán en los daños de los excesivos
desniveles. En efecto, perpetuadas en exceso las desigualdades
exageradas pueden tender a captar una suma de bienes que de
ese m odo volveríanse inútiles. Entretanto nada es más raro ni
más difícil que la duración de las fortunas muy grandes, y si
llega a ocurrir, implica a menudo su justificación: sobre todo en
un país activo y nervioso com o el nuestro, tal duración exige
virtudes excepcionales. Por lo común, los vastos bienes se acumu­
lan con mayor facilidad que se conservan, y se conservan con
mayor facilidad que se transmiten. Poderes de transferencia y
despojo constantes parecen implícitos mi los dominios demasiado
extensos cuya apariencia es la más estable. La pereza y la disi­
pación son hijas de la abundancia excesiva. Mas por su parte la
pobreza contiene un aguijón enérgico y salubre, que no tiene
más que picar al hombre para hacerla desaparecer bastante rá­
pidamente. Esas compensaciones y esas oscilaciones naturales
¿tienen p or objeto final hacer reinar un juicioso equilibrio? Co­
mo quiera su efecto moderador y atemperador no es dudoso. En
cualquier sentido que gire la rueda de la fortuna, ella gira: los
CHARLES MAURRAS 29

celos y las envidias no son ofuscados eternamente por los mis­


mos objetos.
El error consiste en hablar de justicia, que es virtud o disciplina
de las voluntades, con m otivo de esos arreglos que están por
encima (o por debajo) de toda convención voluntaria de los
hombres. Cuando el mozo de cordel, en la canción marsellesa,
se queja de no haber salido “ de las bragas de un comerciante o
de un barón” , ¿a quién alcanza el reproche?, ¿a quién el agra­
v io ? Dios está demasiado arriba y la Naturaleza es indiferente.
El mismo hombre tendría razón de quejarse de no haber reci­
bido lo que se debía a su trabajo, o sufrir alguna ley que se lo
quita o que le impide ganarlo. Tal es la zona en que ese gran
nombre de justicia tiene un sentido.
Las iniquidades a perseguir, castigar y reprimir fueron fabri­
cadas por la mano del hombre y es sobre ellas que se ejerce el
papel normal de un Estado policía en una sociedad que él quiere
justa.' Y aunque el Estado tenga que observar los deberes de la
justicia en el ejercicio de cada una de sus funciones, no es por
justicia, sino en razón de otras obligaciones como debe tratar en
la débil medida de sus poderes, de moderar y regular el juego
de las fuerzas individuales que le están confiadas.
Pero no puede administrar el interés público sino a condición
de utilizar con lúcida pasión los variados resortes de la natura­
leza social, tales cuales ellos son, tales com o ellos juegan, tales
como ellos prestan servicio. El Estado debe abstenerse de aspirar
a la im posible tarea de revisarlos y cambiarlos; mal pretexto, la
llamada “ justicia social” : ésta es el apodo de la igualdad. E l
Estado político debe evitar de conmover las infraestructuras del
estado social que no puede alcanzar ni alcanzará, pero con las
cuales sus imbéciles empresas pueden causar grave daño a sus
súbditos y a sí mismo.
Los imaginarios agravios, dirigidos en nombre de la igualdad
contra una Naturaleza de las cosas perfectamente irresponsable,
producen el efecto invariable de hacer perder de vista la sin­
razón real de los criminales responsables: ladrones, estafadores
y filibusteros, que son los aprovechados de todas las revolucio­
nes. Los especuladores que espuman el ahorro público no des­
empeñan jamás su asqueroso oficio con impunidad más tranquila
que en las épocas en que los celos populares son artísticamente
desviados hacia la “ riqueza adquirida” , o movilizados contra las
“ doscientas familias” . La Finanza culpable descuella entonces en
hacer pagar en lugar suyo a una agricultura, una industria, un
com ercio enteramente inocentes de las condiciones que dependen
de su estado natural.
. En cuanto a los bienes imaginarios esperados de la igualdad,
harán sufrir a todo el mundo. Al prometerlos, la democracia no
logra sino privar injustamente al cuerpo social de los bienes
reales que saldrían no digo del libre juego, sino del buen uso
30 MIS IDEAS POLÍTICAS

de las desigualdades naturales para el progreso y el provecho de


cada uno.
Aquel que para igualar suprime toda concentración de riqueza,
suprime también las reservas indispensables que debe inmovilizar
toda empresa que sobrepase un poco el orden com ún: de nada
sirve reemplazar esos tesoros privados por los del Estado; la
decadencia asegurada y rápida de todos los Estados gravados con
semejante carga revela la insuficiencia de aquel m edio de sus­
titución.
Aquel que para igualar suprime la transmisión normal de los
bienes que no fueron devorados en una generación, suprime tam­
bién una de las fuentes de aquella preciosa concentración: supri­
me además todo lo que compone y prolonga los capitales m o­
rales, que son todavía más preciosos. Desaparecen medios edu­
cativos: el tono de las costumbres, su elegancia, su perfección,, su
refinamiento; ¡bárbaro y triste sistema en el que todo se reduce
a las medidas de una vida de hombre o m ujer! ¿Se cree no des­
truir sino injustos privilegios personales? ¿Se piensa no empo­
brecer más que a ciertas clases colmadas? Se despoja a la colec­
tividad entera. Una feliz sucesión dé napas de influencia super­
puestas irrogaba beneficios de que participaban basta los más
desheredados, que elevaba el estado general del país, establecien­
do allí un alto promedio de cultura y urbanidad: se hace nau­
fragar todo eso en la misma grosería.
El extranjero que nos visitaba bajo el antiguo régimen admira­
ba el delicado francés, puro y fino, que hablaban los simples
artesanos del pueblo de París. Su lenguaje reflejaba una especie
de pulida superficie, un orden de natural distinción inherente a
las sociedades bien constituidas: dispares ordines sane proprios
hene constituía e civitates como lo comprueba fuertemente la
sabiduría ca tólica ...
’ No hay bien social que no se coseche en el campo casi ilimitado
de las diferencias humanas. Pongámoslas al mismo nivel, y todo
languidece. Se deshonra a la justicia y se traiciona su interés
imponiendo su nombre al humo que sale de esas ruinas.
La odiosa envidia contra la grandeza ¿hará preferir esas rui­
nas? Sepamos por lo menos que no se evitarán. La mediocridad
no dura sino porque no conserva ni renueva nada, carente de
generosidad, de devoción, de corazón. Las violencias internacio­
nales siempre amenazantes, las erosiones internas debidas a la
complacencia en bajos errores, dan muy pronto al traste con
semejante régimen: ellas lo destruyen o más bien él se destruye
en ellas. El porvenir humano quiere como defensores a un cierto
heroísmo, a una cierta caballería que no puede hallarse igual­
mente compartida en todos. Las excepciones humanas son indis­
pensables a la humanidad. Si se las reprime, declinan, después
desaparecen, pero llevándose toda la vida. Se requieren fuertes
señoríos para que haya burguesía próspera, y burguesía próspera
CHARLES MAURRAS 31
para que haya artesanía activa y artes florecientes. Las cabezas
poderosas y generosas, más que la belleza y el honor del mundo
constituyen ante todo su energía y su salvación.
No hay que dejar oprimir esta verdad. Es preciso atreverse a
decirla, lo más alto posible, y sin volver sobre sí inútiles mira·
das, sino contemplando nada más que aquella verdad, su claridad
y su beneficio. El hombre pobre se honrará rindiendo justicia a la
riqueza, ante todo porque existe, y después si se le da buen empleo.
El hombre sin antepasados no cumple más que con su deber al
elogiar con justicia las capitalizaciones seculares y el servicio
histórico y moral de la herencia. Lo que nada le quitará de su
dignidad ni de su altivez, pero justificará su desprecio por el
ladrido de perros cuyo oficio consiste en pensar como perros:
esos polemistas de la anarquía expresan una idea digna de ellos
cuando pretenden que las relaciones humanas están necesariamen­
te en tensión y agriadas por la experiencia de las desigualdades;
más bien lo están por la proclamación de igualdades que no
existen. Se conocen niños que no sufren por no igualar la esta­
tura de sus padres. Se conocen amos y servidores entre quienes
la clara diferencia de funciones establece la más sencilla de las
familiaridades, una especie de parentesco. Si la deseable frater­
nidad de los hombres quisiera que fueran iguales, esta virtud no
podría unir a los hermanos en la carne allí donde existen mayo­
razgos y segundones. Pero de superior a inferior, como de infe­
rior a superior, la deferencia, el respeto, el interés, el afecto, la
gratitud, son sentimientos que suben y bajan fácilmente los gra­
dos de la escala inmemorial, sin que la Naturaleza les oponga
ningún obstáculo real. Ella incita sus movimientos, por la diver­
sidad de los servicios ofrecidos, solicitados, prestados. Tal es el
diálogo del anciano con el joven. Tal es la conversación del
maestro con el discípulo. Nada más cordial que la relación de
los hombres y de los jefes en un buen ejército. Por añadidura,
la justa altivez de unos, la arrogancia insoportable de algunos,
otros, ¿tendrían que sufrir o hacer sufrir? Errores, pasiones y
amarguras, que serán, pese a todo, menos crueles que los constan­
tes efectos del frenético mito de un igualitarismo imposible, cuan­
do agudiza, consolida y perpetúa los antagonismos fortuitos de
la vida, al vivir, el viento de las cosas, al soplar, aliviarían, disi­
parían, modificarían o curarían.
El mal del mundo es tan natural com o el bien, pero el mal
natural es multiplicable por el sistema, por los artificiosos exci­
tantes de la democracia. En el fondo, por envidiables que sean
las grandezas sociales, el sentimiento de las inferioridades es de
todos el que provoca más escozor, para quienes interroga la ver­
dad de los corazones. Batte, oprobio de la montaña sagrada, sufre
incomparablemente más de no ser ni Moréas ni Racine que el
peor igualitario de no ser un Rotschild o un Montmorency. Saberse
idiota cerca de Mistral, de Barres o de Anatole France es mucho
32 MIS IDEAS POLÍTICAS

más duro que vivir com o pequeño burgués en el mismo barrio


que el señor de Villars.
Además nada obliga a sufrir la menor injusticia. No se trata
de agacharse ante ningún tirano. La obsesión del abuso posible
hace olvidar que su represión es posible también. Cualesquiera
que sean los Poderes, hay otros Poderes a su lado. Hay un Poder,
Poder soberano que tiene por función primera caer sobre los
grandes cuando son culpables.
No se admitirá este punto de vista, hasta se lo rechazará a
priori si se pone confianza en el lugar común revolucionario que
supone esencial enemistad entre los gobernantes y los gobernados.
Sin embargo, sus intereses son comunes. Y el más fuerte de todos
es el interés de la justicia que el uno “ distribuye” y que el otro
reclama. La justicia contra los Crandes es tal vez la más frecuen­
te, si no la más fácil, cuando el Soberano, constituido sanamente,
no reposa ni en la Elección ni en el Dinero, sino que se funda
él también en la Herencia. Sin tal poder, la impunidad como la
preponderancia quedan aseguradas para los malos adquirentes,
poseedores, sucesores de los bienes de fortuna. C otí el poder
hereditario, los abusos sociales son juzgados y corregidos por el
buen ejercicio del principio de que se prevalecen indebidamente;
el castigo que se les da es el más legítimo, el más sensible, el
más corriente y el más eficaz: toda la práctica de la Monarquía
franeesa lo prueba.
El gobierno de las familias, tan mal comprendido, es el más
progresista de todos. A 'mediados del siglo xix un revolucionario
francés, de paso en Londres, se indignaba del espectáculo que
daba y aún da, en aquella supuesta democracya, la institución
de un senado hereditario muy ricamente dotado. Un comerciante
de la City le respondió: “ Tal vez tendríais razón, señor, acerca
de este o aquel miembro de la Alta Cámara, pues el lord Tal es
conocido por su estreches de espíritu. Tal otro por su crasa igno­
rancia. Un tercero o cuarto por su ebriedad. Y eso le vale a
nuestra comunidad algunas pérdidas netas. Pero que el quinto
o el décim o sea una persona distinguida y digna de su rango (lo
que también ocurre) su posición nativa lo va a poner en condi­
ciones de reembolsamos, centuplicado, lo que todos los otros
hayan podido costam os”
Nada que contenga mayor verdad práctica.
Una comunidad así organizada posee en efecto, sin revolución
ni desorden, ni favores ilegales, dentro del orden y el derecho,
cuadros que estarán seguros de renovarse y refrescarse con un
brillante personal, superiormente instruido y preparado para los
grandes empleos que puede ejercer en el primer vigor de la edad.
Porque era hijo de Filipo, Alejandro había conquistado el mundo
antes que el demagogo Judio César hubiera tenido la misma idea,
aunque él había nacido en el alto patriciado de su República.
Por el sistema de la antigua Francia, el genio vencedor de R ocroi
CHARLES MAURRAS 33
pudo revelarse a los veinte años. Un país de derecho hereditario
está siempre abastecido de “ jóvenes ministros”1; y no una vez
cada medio siglo a favor de indignas aventuras, tales como nues­
tro Panamá de 1892, como nuestro Frente Popular de 1937: salvo
tales accidentes, nuestra democracia m ereció el apodo de Reinado
de los Ancianos. El rendimiento de las dinastías no está hecho,
pues, para un partido ni para un mundo. Es el bien evidente en
todo. Y el interés del pueblo bajo es el que más depende de
aquél. Aun suponiendo que las minorías empiecen siempre por
servirse egoísticamente a sí mismas, la minoría viajera tiene los
colm illos más largos que la otra, es fuerte acaparadora y consu­
m idora: le falta, decía Renán, el hábito de ciertas ventajas y de
ciertos placeres de que el “ hombre de calidad” , está “ harto” .
Este ávido derecho de pernada de advenedizos sin modales puede re­
ducir en proporción la magra parte del populacho. Además la mala
administración democrática com o su defectuosa organización, su
personal inferior deben' atraer periódicamente, a intervalos cada
vez más bravos las calamidades que recaen más pesadamente so­
bre las cabezas de los menos favorecidos. L os franceses fueron
invadidos seis veces desde la aurora de este hermoso régimen:
lo que representa muchas casas destruidas, péndulos y máquinas
robadas, mujeres secuestradas y niñas violadas. Cuanto más fuer­
tes son las crisis de revolución y de guerra, más sufren los “ pe­
queños” , mientras que los “ grandes” se las arreglan. Si existe un
soberano interés para la clase más modesta de la nación, es pre­
cisamente la paz del orden, la transmisión regular de sus m o­
destos haberes, hasta en proporción de su débil volum en: esta
clase experimenta una particular necesidad de no hallarse sin
recursos en la hora solemne, pero crítica por excelencia, de los
grandes y terribles gastos que la llegada del recién nacido debe
costar.
A llí en efecto se muestra y va a brillar la virtud magnífica del
capital, y del más humilde. Todo lo que puede disminuir esta
primera inversión en tom o a la cuna es horrible para la natura­
leza de la sociedad. Pero todo aquello que conserva y acrece su
reserva selila los acuerdos de lo humano con lo sobrehumano.
Se llora por la baja natalidad, por la despoblación. ¿Se ha pen­
sado lo suficiente en la importancia de ese pequeño capital do­
méstico, debidamente descentralizado, establecido a corta distancia
de las cunas? ¡T oda vida nueva depende, sin embargo, de él!
— Pero ¿usted habla de capital cerca de la cuna del recién
nacido?, ¿de todos los recién nacidos?
— Seguro.
— ¿D e todas las cunas?
— ¡D e t o d a s !... A condición de que usted no vaya a buscar la
escuadra y la plomada para cantarme: “ De todos igualmente.”
— ¡Bah! ¿P or qué no?
— ¡Y a lo había usted olvidado! ¡La igualdad lo haría fundir
todo, y nadie tendría ya nada!
34 MIS IDEAS POLITICAS

IV
DE LA VOLUNTAD POLITICA PU RA
Se está, pues, amenazado de no tener pronto ya nada en los
tristes países en que los fundamentos naturales de la política están
durablemente reemplazados por aquellas absurdas invenciones del
Estatismo igualitario y del supuesto Voluntarismo popular, que
con ser un poco menos alocados que en Rusia, no pueden resistir
mucho tiempo a la agravación natural del peso de su insania.
Ni siquiera los menos juiciosos de nuestros antepasados se ha­
bían figurado nada semejante. Nuestros sobrinos, si la escapan,
no lo querrán creer. Era ya la opnión de Edgar Poe, hace cien
años, cuando escribía la admirable “ Parábola de los perros de
pradera” .
— ¡C óm o, hace decir a la posteridad pasmada, los antiguos
americanos se gobernaban a sí mismos! ¡N o es posible! “ Tenían
pues la idea, la más extraña del mundo, de que todos los hom­
bres podían nacer libres e iguales.”
Pero eso no duró “ hasta el día que un individuo llamado mul­
titud (o popu) estableció un despotismo que en comparación
con el de Heliogábalo era un paraíso. Este Popu (un extranjero
dicho sea de paso) era, según se dice, el más odioso de todos los
hombres que jamás hayan obstruido la tierra. Era insolente, rapaz,
corrompido. Tenía la estatura de un gigante, el pescuezo de un
ctímello con el corazón de una hiena y el cerebro de un pavo
real. Acabó por morir de un exceso de su propio furor, que lo
agotó”
Como se nos ha hecho contemporáneos de esas increíbles ton­
terías, gobernados por esas insolencias, esas rapacidades, esta
corrupción, fuimos un poco atrapados por el animal gigante, esta
multitud o este Popu, sin corazón ni cerebro, destinado a reven­
tar de sus cóleras de ganso . . . Pero estamos también algo com ­
pensados de aquella vergüenza por el espectáculo maravilloso,
elevado a la perfección.
Personas que suscribieron e hicieron suscribir un programa
cuyas profundas dificultades e inauditas complicaciones no pue­
den negar, tienen la probabilidad de ponerse de acuerdo sobre
la manera de realizarlo.
—Millares y millares de votos, tendrán que decir: quiero. Y
lo que de ese modo habrán querido, se producirá. Bastará que
esas mayorías designen ejecutores : y el programa será ejecutado.
— '¿Aun lo im posible?
— Sobre todo lo imposible.
¡La Luna! No hay más que pedir la Luna. D óciles manos la
irán a coger en el cielo. Se la hará bajar, del mismo m odo que
a la Justicia y a la Igualdad caligrafiando sus nombres con tinta
roja en un papel de marbete dorado.
CHARLES MAURRAS 35
Apenas designados, los pobres ejecutores de esas miríficas vo­
luntades sienten llover todo lo contrario de las promesas que
habían jurado. Sus mandantes apenas lo sospechaban. Mas poco
a poco las evidencias se ponen de manifiesto. Lo que no puede
ser se niega a ser. Lo que debe ser, lo que produce el antecedente
que se ha planteado, sigue el curso de su consecuencia. Se quería
la paz, pero con el desarme: por todas partes estallan las fatali­
dades de la guerra, y se debe rearmar de nuevo. Los salarios
subieron, pero los precios también; es preciso que los salarios
suban más aún: ¡cóm o subirán si ya no se tiene dinero para
pagarlos!
Ahí, es verdad, el pensamiento de Popu es el de un humilde
salvaje: atribuyen las resistencias y las oposiciones que haya en
las cosas no al absurdo de sus “voluntades mayoritarias” , sino a
las fuerzas secretas de misteriosas almas ocultas bajo las cosas', y
que son animadas por voluntades hostiles. ¡Así vedlo! El oro
de Francia debía afluir al tesoro a las primeras encantaciones del
señor Auriol. ¡Imaginaos, ese perverso metal no lo hizo y tuvo
en cambio el estúpido temor de fundirse allí! Fue preciso ocu­
parse de ofrecerle garantías. ¡Es eso natural? ¡Y la Luna! Este
satélite habría también debido dejarse caer, desnudito, en el le­
cho del señor Paul Faure. ¡L o que no ocurrió! ¡Malevolencia!
¡Perversidad! El fascismo cuyo mal espíritu ronda en la noche.
Por desdicha para esos idiotas a quienes su desgracia puede v ol­
ver malos, no se puede acusar aquí sino a una voluntad. La de
ellos. Se habría podido detener el alza de los precios evitando
la suba del costo de producción; no lo quisieron; quisieron todo
lo contrario. Se habría podido tener dinero; hicieron todo lo
necesario para no tenerlo y aun para destruir todo medio de
conseguirlo, disminuyendo el ritmo de la producción, aumentan­
do el número de los brazos cruzados y suscitando todas las que­
rellas posibles entre quienes necesitan estar en paz para trabajar
bien.
Su fracaso regular es, pues, previsible. N o es su animismo de
canacos lo que puede volver dudoso el resultado de la previsión.
Mas, tontería o duplicidad, a menudo las dos cosas, la previsión
es rech azada... ¡de o ficio! ¡P or dogma! ¡Y pasión! ¡E interés!
Un régimen que vive de las “ voluntades del pueblo” es el pa­
raíso de los cretinos, pero también de aquella canalla.
El derecho legal de la Democracia, casi su deber, consiste en
prescindir de las buenas cabezas y de los buenos corazones: si
no se pasara sin ellos, ¡sería verdaderamente el soberano rey y
el soberano dios! Habría entonces algo por encima de esas reales,
imperiales y pontificales mayorías, que en verdad no pueden com­
partir su corona ni con la virtud, ni con el saber ni con la razón.
Nuestras memorables elecciones del 3 de mayo de 1936 encara­
maron en el ministerio de Justicia alguien que ni siquiera tenía
el diploma de doctor en derecho, que era simple idóneo, puesto
36 MIS IDEAS POLÍTICAS

que no había conseguido el título de bachiller: ahora bien, su


cartera, siendo técnica confiere a ese ignorante presuntuoso altas
funciones jurídicas; ¡helo ahí constituido en el Gran Juez de
Francia, présidente nato del Consejo de Estado, presidente nato
del Tribunal de los Conflictos, árbitro de los más sabios y d ifí­
ciles litigios! Naturalmente, apenas instalado, el llamado Rucart
elevó su voz para otorgarse una ciencia infusa, com o la que
pertenece a cada producto de la voluntad nacional, expresión
directa y pura del derecho del número: D erecho que elige a sus
oficiantes, los consagra y los despide cuando se le da la gana,
sin una mirada a su capacidad o su incapacidad. D erecho que se
ríe del bien y del mal que pudieran sacar de su puesto. ¡U n ico
de todos los derechos que puede poner fuera de su ley a la Com ­
petencia, la Calidad y al Exito mismo! Y así, ¡o h felicidad! E l
Derecho democrático, se excluye de la duración com o del éxito.
La Democracia acude, pues, con los ojos vendados, al cemen­
terio.
Pero lo que es menos chistoso, arrastra a los demás.
¿C óm o no se lo ha advertido? Se deja decir y escribir que
es traicionada por la experiencia de sus errores. Es traicionada
por sí misma. Así no hubiese sido jamás experimentada, tod o
espíritu claro debió rehusarle todo porvenir, como toda razón,
desde el momento que ella se ofreció y se definió. Joven y dis­
traído como un André Chenier, pudo necesitar ver en la acción
a los espantosos malvados, los verdugos garrapateadores de leyes;
los 'Rivarol vieron en seguida lo que sería aquello: era idiota creer
que un gran pueblo puede marchar con la cabeza para abajo;
idiota, que fuese gobernado p or lo más vil y vanidoso que
había en su seno; idiota que los menos directamente interesados
en su bienestar tuviesen allí legalmente la mayor influencia p or
su número, sus facciones.
T od o buen cerebro de 1789 podía ver brillar, a la luz de las
puras antorchas de los Derechos del Hombre, el incendio que
anunciaban, y deducir de ellos, efecto próximo o lejano, algo
que debía asemejarse al regicidio, a las guerras dilatadas, a Tra-
falgar, a Leipzig, a Waterloo, a Sedán, a la despoblación, a la
decadencia, a todos nuestros retrocesos generales, no sin distin­
guir allí, clara y precisa, su esencial calidad de productos natu­
rales de la democracia política.
D el mismo modo los buenos cerebros de 1848 y 1871 no nece­
sitaron envejecer medio siglo ni un siglo: de la democracia social
vieron salir, como el fruto de la flor, la común destrucción de
los capitales y del trabajo que los engendra y los reproduce.
La democracia en el Estado no podía sino arruinar al Estado.
La democracia en el Taller y en la Usina debía arruinar al
Taller y a la Usina.
Aquello era tanto más seguro cuanto que la democracia em ­
pezaba a marchar en una hora de la vida mundial que le apor­
taba un m edio fácil de introducir una trágica confusión.
CHARLES MAURRAS 37

V
L A CUESTION OBRERA Y L A DEM OCRACIA SOCIAJL

Aproximadamente de la misma edad que nuestra Revolución,


la gran industria habrá aportado al nacer un enorme contingente
de nuevos bienes, pero también un desequilibrio que no se vio
en seguida.
Los capitanes de industria que presidieron el surgimiento sin
precedentes de toda la inmensa maquinaria que renovaba el va­
por, eran buenos espíritus, osados y prácticos: el. hecho es que
no sintieron cüál debía ser la renovación moral que debía acom­
pañar el cambio material obtenido. Se los dice sin entrañas. Las
tenían como usted y yo. La explicación debe estar en otra parte.
La gran novedad de la usina moderna, ese vasto engranaje in­
humano, comportaba un obrero sin relaciones, verdadero nómade
extraviado en un desierto de hombres, con un salario que aun
alto variaba demasiado, no le aseguraba ninguna defensa econó­
mica seria, puesto que su suerte “ no dependía ya de su esfuerzo
y previsión, sino de accidentes que él no dominaba” 1; su
facultad de discutir las condiciones de trabajo, limitada por las
condiciones de su vida, su negativa a trabajar viniese de él o de
su empleador podían reducirlo a la muerte sin frases. Ni propie­
dad, ni estatuto profesional, ni garantía para el porvenir. Ningu­
na libertad real. Desde ese momento cualquiera fuese en el ori­
gen su sentimiento patriótico, o su sentimiento social, ¿cóm o evi­
tar que el obrero se transformase en agente y juguete de las re­
voluciones?
Entretanto, su primer reflejo defensivo fue normal: acudió al
eterno procedimiento del hombre. Fue apretándose junto a sus
semejantes, prometiéndoles sostenerlos si ellos lo sostenían, cómo
se aplicó a transformar su debilidad en fuerza; se asoció; de
ese m odo se esforzó por debatir con los Poderes que necesitaba,
pero que también necesitaban de él, las cláusulas de un contrato
más libre y menos oneroso. Lo que llama con horrible vocablo
la “ solidaridad de clase” , en su expresión absoluta no traduce la
realidad, puesto que las mismas clases pueden tener intereses muy
diferentes. Pero ese m odo de agruparse representaba un reflejo
de defensa vital. Cierta comunidad era necesaria a su vida: no
era la clase, pero la clase pareció corresponder a dicha necesidad.
N o se repasa sin horror ni piedad lo que se dijo y se hizo
contra las más legítimas de las asociaciones, desde aquel decreto
Le Cbapelier, dado en 1791, que niega en términos expresos los
“ supuestos intereses comunes” del trabajo, ¡en nombre de la
democracia política y de su individualismo contractual!

i René de Planhol.
38 MIS IDEAS POLITICAS

Las consecuencias fueron amargas.


Tanto más amargas cuanto más tiempo puso el legislador del
siglo XIX en reconocer la necesidad elemental del mundo obrero.
El prejuicio jurídico sostuvo y cubrió todo lo que hubo de in­
comprensión, espíritu de lucro o autoritarismo injustificado, en
la resistencia de ciertos empleadores.
En el fondo, el mal se acrecentó y duró porque el empleador,
el legislador y el obrero vivían los tres en el mismo error polí­
tico: los tres creían ser, o deber ser una Libertad y una Igualdad
ambulantes. Sus derechos se formulaban de manera idéntica. Na­
turalmente cada uno los entendía a su m odo. Si el más débil
denunciaba alguna enorme desigualdad real, el más fuerte res­
pondía que la igualdad quedaría, al contrario, satisfecha y per­
feccionada, cuando cada uno se aplicase a ser exactamente aque­
llo a que se había comprometido. Jamás los términos de u n ,
problema, a tal punto viciados, lo alejaron más de toda esperanza
de solución. De ahí no podía surgir sino una bárbara anarquía,
pues sus causas venían igualmente de arriba, de abajo y del
medio constituido por los Palacios oficiales de la legislatura de­
mocrática.
De esos Palacios llovieron las leyes que acentuaban el antago­
nismo y llevaban al extremo una guerra más que civil. Su go­
bierno de los partidos hallaba un perfecto auxiliar en la lucha
de clases, sus facciones, sus intrigas, sus tráficos y sus sobresaltos
siempre renacientes: en lugares dé Francia donde no existía nin­
guna gran industria, pero donde había clases com o en todas
partes, se vio al Socialismo confeccionado de pie a cabeza en
un despacho de policía, para el placer de un candidato. En otros
lugares la democracia social no tenía necesidad de propulsores
oficiales: hallaba todas sus facilidades en las leyes y en la au­
sencia de leyes para invadir, agitar y pervertir los desdichados
medios obreros. El señor de R oq x ha contado cómo la legislación
del trabajo se emprendió a reculones por el segundo imperio y
fue continuada del mismo m odo por la República. La manera
como en 1884 fue reprobada la idea de los sindicatos mixtos de
patrones y obreros nos informa sobre el pensamiento y la se­
gunda intención del legislador. Tales necesarias uniones queda­
ban aún relegadas al porvenir por el señor Millerand en 1904,
cuando la idea justa de la cooperación general comenzaba a
aparecer . . .
Es legítimo decir que en el mismo desdichado período, los
jefes, los contramaestres, los patrones, trataban a menudo con
éxito de instituir hermosas obras de filantropía y caridad. La
serie de sus fundaciones generosas fue muy recientemente coro­
nada por esas cajas de sobresalario familiar, que los honran lo
mismo que los bellos jardines obreros debidos a la benévola
colaboración de ciertos grupos religiosos. Con todo, los grandes
patrones no abordaban casi otra cosa que lo accesorio de la vida
CHARLES MAURRAS 39

obrera. La Tour dn Pin y su escuela los exhortaban en vano a


tener en cuenta lo esencial.
¡A y ! ¿L o podían?
Tenían en la cabeza todo l o necesario para no comprender
nada de eso. El movimiento revolucionario del siglo xvm no
había podido establecer en Francia ningún orden viable por culpa
de sus ideas directrices. Tales ideas les sobrevivieron. Son pura­
mente negativas. Ingeridas en dosis masivas o infinitesimales, tie­
nen la única virtud de criticar y sublevar, no de componer ni
de organizar. Hubo un antiguo régimen; no hay nuevo régimen,
sino un estado de espíritu tendiente a impedir que ese régimen
nazca.2 La Tour du Pin hallábase ante un obstáculo mental y
moral más fuerte que la pasión y aun que el interés.
¡ Pobre burguesía francesa! Sin ser del todo radical, com o su
legislador ortodoxo, ni socialista, com o el obrero sindicado, aque­
lla burguesía profesa y practica una dilusión de democratismo
revolucionario. Si tuvieran la cabeza libre de tal cosa, los emplea­
dores no se atendrían a obras de beneficencia.
Habrían sin duda emprendido y proseguido en mejores condi­
ciones su propia organización sindical, pero una vez establecidos
tales grupos defensivos, y aclarándose la situación, habrían adver­
tido que no había sólo allí formaciones de combate y que, para
la paz, era preciso completarlas con una poderosa iniciativa capaz
de romper las estrecheces del individualismo, sobreponiéndose a
sus timideces y renovando las jerarquías del acuerdo.
¿Era difícil comprender la necesidad de una asociación general
que reuniera todos los factores humanos de la producción? ¿N o
sin duda para negar las poderosas divergencias del interés, tra­
ducidas en feroces querellas? ¡Pero sí para tomar desde arriba
un punto de vista más nítido y claro de convergencias no menos
fuertes creadas por el inmenso interés común — objeto de su
trabajo— el principio de la vida de todos!
Pues desde el humilde, aun el más humilde, al más poderoso,
aun el más poderoso, aquella comunidad de intereses puede y
debe moderar las contradicciones y poner las operaciones en su
lugar, que es subordinado. El obrero metalúrgico cree tener un
interés absoluto en imponer el más alto salario posible y el
patrón del acero, en rebajarlo al máximo, pero los dos tienen el
mismo interés, mucho más fuerte, en que su parte común, la
metalurgia, subsista y sea floreciente.
¡Tanto más cuanto que la economía industrial no se desarrolla
en el marco del planeta! El planeta no es “ un” taller, com o lo
pretendieron los Say. El marco real de la economía es la Nación.
Si tal huelga obrera hizo anular los pedidos extranjeros recibidos
por los patrones franceses, tales encargos son transferidos a las
industrias del otro lado de la mancha, o del otro lado del Rin, y
2 Of. Mis tres ideas ipolíticas: Chateaubriand, ¡Midhelet, Sainte-
Beuwe.
40 MIS IDEAS POLITICAS

nuestros patrones no son los únicos que sufren: el trabajo perdido


por ellos, lo está igualmente para nuestros obreros. Los unos que­
dan privados de ganancias, los otros de salario. Si la huelga de
nuestras minas obliga a importar carbón, los salarios y ganancias
perdidos para nosotros son ganados por el extranjero en contra de
nosotros. En suma, perdemos y ganamos juntos, patrones france­
ses y obreros franceses: toda guerra de los sindicatos patronales
y obreros halla pues su necesario límite en la comprensión de
una suerte común, sometida al común denominador nacional. Que
su disciplina se desconozca, enmascarada o encubierta, puede ser
el efecto accidental de los sucesos, de los sistemas y de sus con­
flictos; no por ello es menos prodigioso que ni de la planta baja
obrera ni de los pisos altos patronales, nadie elevará con el tono
y el estrépito de voz necesarios, un clamor natural de piedad,
de salvación y de paz.
¿C óm o el uno o el otro de los interesados o cada uno de ellos
no dijo y repitió?:
— Si debemos luchar entre nosotros, no luchemos sino hasta
el punto en que la lucha se vuelva mortal, en que se hace vital
suspender las hostilidades para ayudamos y unimos. Admitiendo
que nuestras uniones de clase hayan tenido o conserven su razón
de ser, completémoslas con uniones de oficio. A iesas vastas cla­
sificaciones horizontales de patrones, de técnicos, de empleados
y de obreros, comparables a las bandas en la latitud terrestre,
agreguemos clasificaciones verticales para comunicar entre nos­
otros, para organizar nuestros contactos permanentes, para regular
los intercambios' de puntos de vista normales que reclama la
naturaleza de nuestras industrias: husos de longitud social que
horadan y atraviesan las espesas capas estratificadas de la antipatía
y de la ignorancia mutuas en las comunes labores de la economía
del país. Nuestras divisiones conducen a la ruina total de la
•Casa francesa. Hay que asociar sus fuerzas convergentes. A socie­
mos sin excepción desde los más simples jornaleros hasta los su­
premos grandes jefes, sus colaboradores de todos los rangos, y,
en la verdad de la vida nacional asegurémonos las ocasiones y
los medios de discutir juntos el detalle de nuestros intereses.
Semejante organismo superior debe volverse, sea con facilidad,
o con dificultad, pero seguramente, fraternal. ¿P or qué n o? La
Unión del Sindicato es estrecha y directa, y lo seguirá siendo.
Puede haber otra unión amplia y durable también, comparable
a esas uniones territoriales que juntan a pobres y ricos, dirigentes
y dirigidos, en el cuerpo y el corazón de una misma patria. L o
que será la Corporación.
Tal perspectiva equivale muy bien a un armisticio. Admitamos
que en un comienzo no haya más que una corta tregua. ¡A sí
sea! Después de haber tratado una vez, se trataría dos y tres
veces. Después se llegaría a hablar com o buenos amigos y la
guerra impía dejaría de ser endémica y sistemática. Las condicio-
CHARLES MAURRAS 41

nes de la paz social serían discernibles. Nada prueba que entre


miembros del mismo cuerpo, las guerras sean lo único natural.
La ayuda mutua también lo es, ¿P or qué aquellos que pueden
trabajai· juntos para extraer la hulla o soplar botellas no podrían
trabajar juntos en arreglar sus ¿Uficultaáes?
¿E l gran mal del obrero moderno depende de la falta de se­
guridad? ¿Nada tiene que le pertenezca, que asegure su porve­
nir? Especiales tipos de propiedad pueden ser realizados para é l:
la propiedad moral de su profesión, análoga a la del grado para
el oficial; la propiedad común ya existente (en escala demasiado
pequeña) en el Sindicato, y que puede extenderse a la Corpora­
ción, donde por esfuerzos bilaterales conjugados servirá como sím­
bolo y lazo al concurso permanente de todos los factores morales
de la misma industria. Junto al bien sindical y al bien corporati­
vo, deberán nacer aún propiedades familiares, para dar más fijeza
y duración a un orden consolidado. Así desaparecerá el proleta­
riado. Así el trabajador dejará de flotar en un medio extraño.
Será el ciudadano, el burgués de una Ciudad. Una burguesía obre­
ra puede y debe continuar e l desarrollo de las viejas burguesías
campesinas, industriales, comerciales e incorporar al obrero en
la sociedad, según el voto de Augusto Comte. Una vez más ¿por
qué no?
Todo eso se ha visto. N o formulamos hipótesis en los espacios.
A menudo los hombres intentaron vivir de ese modo, no sin éxi­
tos, tan famosos com o variados. Su Historia expresa su natura­
leza: la que no es desfavorable a ese concordato em pírico, y, en
el caso nuevo, la ciencia y el poder del hombre moderno colocan
en sus manos instrumentos de una eficacia inaudita, para crear
estados de bienestar y de vida fácil más com pletos, más extensos
y m ejores que antes. ¿Por qué no retomar, renovándolo, aquello
que tuvo éxito? ¡Eso no puede fracasar si uno se pone, una ves
más a la tarea con todo el corazón y con toda la cabeza!
¿P or qué? ¿Cóm o y por qué no se lanzó este llamado? O
cuando lo fue, ¿cóm o no se extendió ni pudo franquear los lím i­
tes de la pequeña provincia ocupada por el grupo avanzado de
los pioneros de la Tour de Pin? ¿Qué es lo que impidió a pa­
trones y obreros recoger esas voces perdidas y darles un eco
debido?
Parece que nadie podría rehusar su atención a los comienzos
de aquella esperanza: ¿Cóm o o por qué se le tenía repugnancia?
Si había negociaciones delicadas que conducir, ¿quién podía va­
cilar en abrirlas?
¿Quién podía en principio rechazar su examen?
¿Q uién?
La democracia.
Ella sola, cuya acción está visible en todas partes.
La democracia ocupa al Estado legislador con su gobierno di­
vidido y divisor.
42 MIS IDEAS POLÍTICAS
La democracia trabaja, amenaza, obsesiona y paraliza a su
patronado.
La democracia excita y agita a su proletariado.
Frente al programa de reforma que se acaba de leer y que
tiende a la paz, la democracia redactó el suyo, que tiende a la
guerra. Dueña de una vasta porción del mundo obrero, ella por
así decir contrató una obra de tipo guerrero, tal como el que
postula su pensamiento más general: som eterlo todo al estableci­
m iento de la igualdad, desorganizar para igualar.
El Número democrático tiende a construir una sociedad for­
mada de unidades iguales, que no existe ni puede existir. El
Número democrático tiende de ese m odo a destruir la sociedad
formada en grupos desiguales, únicos capaces de vida y únicos
que existen.
La democracia es una diosa guerrera. Hace reñirl a los par­
tidos políticos, al emitir la paradójica promesa de sacar un
estado permanente y apacible de la batalla indefinida, que pres­
cribe en su Constitución y en su Ley; pretende también ordenar
y organizar el trabajo encendiendo entre los diversos factores
del trabajo un sistema regular de inextinguibles enemistades.
Pero un día u otro la democracia social hace como la demo­
cracia política: acaba por confesar que no se trata ni de paz
ni de negociaciones. Hará la guerra hasta que la guerra cese por
falta de combatientes, quedando el combatiente no proletario eli­
minado por una dictadura del proletariado que arrebata a todo
el que no es proletario el poder político, el poder económ ico y
sin duda, com o en Rusia, la misma vida, pasando todos los bienes
del difunto a una repartija supuestamente igual, por obra de la
posesión en común de los medios de producción.
Esta posesión en común váldrá lo que valga, pues o bien el
instrumento caerá de las manos del obrero, o producirá bienes
variables y desiguales, según su fuerza, su aplicación, su habili­
dad, su saber. El “ derecho” igual no se sostendrá mucho tiempo
ante el “ hecho” de la extrema, de la infinita desigualdad física y
moral de los copartícipes. Se puede hablan con sonrisas de la
muy improbable duración de los efectos de aquel improbable
reparto igualitario. Fuera de Rusia, donde la prueba está hecha,
no es sino un porvenir que está en la falda de los Dioses. En la
democracia social, lo actual, lo vivo, no está allí. Su vida consiste
esencialmente en su pasión guerrera, que nada tiene de social
ni de económ ico, pasión enteramente política y moral, o si se
quiere impolítica e inmoral, pues, lleva violentamente a la Na­
ción y a la civilización a su caída final, por una “ lucha final”
despiadada: su pasión de la igualdad.
Para mantener esta lucha los políticos de la democracia so­
cial, vestidos de doctores, se aplicaron a justificarla. Pero el
tiempo debilitó mucho sus primeros argumentos. Ya no es posi­
ble sostener, com o hace setenta años, que los ricos se vuelven
CHARLES MAURRAS 43
cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. El curso
de las cosas nos valió otras desdichas: no aquélla. En el enri­
quecimiento del mundo, un ahorro generalizado, la difusión de
la riqueza mobiliaria, la fiscalidad al servicio de los desposeídos
y en detrimento de los otros, la división y la expoliación de las
herencias, el envilecimiento de la propiedad rural, dibujaron una
o varias evoluciones muy diferentes de la que anunciaba la falsa
“ ley de bronce” . Salvo crisis de paro debidas a accidentes locales
y temporarios, casi todos políticos, se vive trabajando, y nadie
se halla reducido al extremo anunciado en 1848 de morir com ­
batiendo.
Se ha visto declinar y debilitarse igualmente otro ilustre m e­
dio de justificar sangrientas predicaciones. Ninguna ley de la
historia universal consagra las clases a combatirse sin cesar. Ello
ha ocurrido. A veces. A menudo. En ciertas épocas. En lugares
determinados y contados. El combate de los ricos y de los p o ­
bres es un episodio final de los regímenes democráticos. Pero
no siendo ese régimen ni perpetuo ni universal, el conflicto de
las clases no es bastante extenso ni bastante importante para ex­
plicar en el presente, en el pasado, y en el futuro, toda la mar­
cha del género humano, ni siquiera para dar la clave de sus
principales tendencias. Aquella ley es imaginaria. E im pidió dis­
tinguir a la verdadera. Pues mucho más grave y extenso fue el
otro antagonismo muy diferente, que se produce de m odo inmi­
nente, no de clase a dase, sino en el interior de una clase — siem­
pre la misma— , la que dirige o domina, aristocracia o burguesía.
Aquí o allá; Pueblo magro o pueblo pingüe pueden entretanto
reñir. Por todas partes y en todo tiempo, basta que se levanten
grandes casas, helas enfrentadas: el universo de las oligarquías
es una eterna Verona donde sus Mónteseos y sus Capuletos se
disputan con furor constante. A llí ño se ve otra paz que por la
fuerza, y que viene del exterior, salvo en circunstancias extrema­
damente raras que permitieron el nacimiento de los Patriciados
imperiales de la Historia. Que sean del Oro, de la Sangre, de la
Inteligencia, las minorías tienen la propiedad de rivalizar y des­
garrarse hasta que se siga la muerte. La lucha de las clases no
podría explicar la continua batalla intestina que se libra en el
seno de aquella clase. Por el contrario es su propia batalla la
que suscita el género de lucha caracterizada por la acción de las
plebes contra los patriciados: sublevaciones casi siempre condu­
cidas por patricios desertores de su clase y animados contra sus
pares de feroces rencores sembrados por su guerra fratricida. Los
Gracos eran la flor del patriciado de Roma. El último dictador
popular, Julio César, descendía de Y ulo, de Eneas, de Venus.
Eso se había visto en Clístenes y en Pericles. Lo que se volvió
a dar en todos nuestros reyes del mercado, en todos nuestros
Mirabeau. Eso continúa bajo nuestros ojos en todo ese mundillo
perverso de plutócratas demagogos, abogadillos radicales, socialis­
44 MIS IDEAS POLÍTICAS

tas y comunistas, nacidos de burgueses y burguesas, movilizados


contra su burguesía por apetitos y celos de burgueses. Así con­
sideradas, las luchas de las clases parecen mucho menos espon­
táneas de lo que son: la iniciativa les viene de otra parte y re­
vela un frecuente carácter de artificio político muy p u r o ...
Y después, ¡las clases!
¡Las clases/ ¡Una cosa pequeñísima en comparación con el
gran hecho natural e histérico que jamás nació sino por un
acuerdo superior entre las clases,' general, total, consistente, re­
sistente: ¡Las Naciones!
¡Y es en nombre de este pobre mito de las luchas de clases
com o se cree desmembrar aquella organización vertical de las
Naciones en provecho de una alianza horizontal e internacional
de las Clases! No digamos: olla de barro contra olla de hierro.
Digamos: ¡simple olla de ensueño! No se logró crear ninguna
Internacional. La que existía antes de la guerra de 1914, ¡se
quebró en ella! Después de la guerra se fundaron dos, tres,
cuatro, lo que equivale decir: ninguna. En el único lugar donde
se haya visto su sombra, lo que se fundó lo fue por la nación
judía en el marco d e . otra nación organizada, dentro de las
fronteras de un imperio, preexistente, y ese monstruo no cesó de
evolucionar hacia la restauración de lo Nacional, de lo Militar
y lo que es aun más significativo, se puso a diezmar a los inicia­
dores de su Revolución, a encarcelar y matar en tanto cuanto
pudo a sus judíos, solo y único cimiento de la Internacional.
Miremos entre nosotros, la misma historia. Los gastos militares a
los cuales sus diarios no habían cesado de oponerse desde hace
cincuenta años y para los cuales sus diputados jamás habían
votado un céntimo; ¡cuanto se trató de explicar la palinodia, sus
retóricos se intitulan “ Gobierno Nacional” -—“ en el sentido ele­
vado de la palabra” — !
Los antinacionales confiesan así que las naciones corresponden
a necesidades naturales, mucho más fuertes que sus charlatane­
rías, puesto que se los llevan por delante y los pisotean, a ellos
que se negaban a aceptarlas.
Nada hay más serio en las otras fórmulas con que la democra­
cia social intenta excusar su perniciosa batalla. Dichas fórmulas
que ante todo nada tienen de social, son las monótonas voces de
orden de politicastros revolucionarios en favor de la monótona
utopía de la igualdad. Por ellas se condena so pretexto de inmo­
ralidad, el provecho: desde entonces la pura obediencia del Deber
o el puro Am or ¿serán los ángeles del trabajador? Es que se
espera que así trabajará poco, no se esmerará, ni ahorrará, ni se
perfeccionará, en suma no saldrá de su clase y quedará rema­
chado, sólidamente remachado, en el sentimiento de la eternidad
de su m al: las buenas actitudes, las útiles cóleras, las provecho­
sas envidias seguirán fermentando para los políticos, que hacen
de ellas su ganapán.
CHARLES MAURRAS 45
Con las mismas voces de orden, el trabajo del obrero no debe
ser remunerado por las piezas que produce, sino sometido a la.
medida del tiempo que emplea en producirlas. ¿Absurdo? Es
absurdo para di hombre que resulta su víctima, para la industria
que con ello pierde libertad y calidad, para la nación cuya ruina
es. Pero la razón democrática queda satisfecha con elevar una
dificultad más contra el obrero que quisiese poner el pie en el
escalón superior de su oficio o de su arte. Neutralízase así o se
atenúan sus cualidades personales, su especial habilidad, todo
aquello que puede valerle alguna prom oción a la autoridad en
la política. Por m edio del sindicato, la tribuna, el diario, los
camaradas podrán volverse consejeros municipales o generales,
diputados, senadores, ministros, presidentes: patrones, no, jamás.
Se les enseña que es imposible. Se pone sumo cuidado en decir­
les que sería sospechoso. Cuando por azar lo que no debía ocu­
rrir ocurre, cuando el obrero llegado a la maestría se vuelve
director y capitalista, se le pone la etiqueta de tránsfuga; vese
inculpado de una especie de traición. Lo que no quita para qué,
com o se vio en el Norte, cuando un raro agravio se hará a sus
hijos y a sus nietos de que no salieron del muslo de Júpiter:
vuestros abuelos fueron vistos en la mina o cerca del tela r...
¿Tuvieron, pues, algún m edio de abandonar su condición de
condenados de la tierra?, ¿de treparse al mástil social?, ¿de
atrapar la sortija? Luego, pues, la ley de las cosas ¿es un poco
menos inhumana de lo que vosotros decíais?
Sobre estas observaciones cien veces formuladas, a nuestra loca
juventud le gustaba repetir que el gobierno no es socialista. No.
No es más que democrático. Pues lo que hace y es no puede ten­
der sino a multiplicar o complicar los obstáculos materiales para
la regulación social de la cuestión obrera. Tal es su oficio. Le es
preciso mantener la guerra social: Su guerra. Excluye por defi­
nición todo régimen corporativo, pues se trata de un régimen
de paz. El obrero que se dejara tentar por ese régimen sería un
renegado; el pátrón, un charlatán. ¿P or qué? Porqüe la diferen­
cia de los estadios y de las condiciones no es negada p or el
régimen corporativo. La corporación viola el principio esencial,
no de un socialismo lógico y honrado, sino de la política demo­
crática: la igualdad.
Por la misma razón se debérá proscribir la máxima de coope­
ración social articulada por Augusto Comte, que antes admiraron
y practicaron los “ nobles proletarios” de su obediencia: “ protec­
ción de los fuertes a los débiles, devoción de los débiles hacia
los fuertes” . Los antiguos corporatistas del Libro pasaban por
confesar aquel principio. Hasta parecían pensar con un papa
“ que no hay hombre tan rico que no necesite de otro; que no
hay hom bre tan pobre, que en algo no pueda ser útil a otro ” . 3
3 León xan.
46 MIS IDEAS POLÍTICAS

En aquellos tiempos pastorales el Socialismo exhibía una forma


humana, no desnaturalizada por la democracia.
— La ayuda mutua es indispensable, es la ley de la naturaleza.
— ¡N o, nada de ayuda mutua!
¡Sobre todo nada de ley natural!
La democracia social predica un igualitarismo contra natura
según el cual el fuerte debe insultar al débil y él débil odiar
al fuerte.
La misma voluntad de alimentar este odio, para perpetuar aquel
combate alcanzará con la misma difamación todo don gratuito
que inspirase al patronado su religión o su bondad. El obrero
tiene el deber de rehusar esos dones, es cuestión de dignidad.
¡Com o si pudiese resultar indigno recibir de buen grado lo que
se ofrece de buen grado! Pero el donante eventual siempre debe
ser considerado como un ladrón. Doble ladrón: roba a la socie­
dad (en las plusvalías), roba al trabajador (en el provecho). Y
ese ladrón selecto no tiene siquiera el derecho de arrepentirse,
ni de restituir, com o no sea al perceptor de impuestos, al gen­
darme y al revoltoso. Todas las obras debidas a la voluntad pa­
tronal son calificadas d e “ paternalistas” ; mancha que señala una
hostilidad radical a toda extensión y desarrollo de la magistratura
del padre de familia en la vida social. ¿N o halláis que este v o­
cabulario de enemistad va demasiado lejos? Traiciona muy bien
el lógico sentimiento de los doctores de la democracia sobre los
primeros arreglos sociales, que rodean de generosidades conmo­
vedoras al hombrecillo-rey, desde el minuto y el segundo de su
advenimiento. Su entera escuela debe ponerse en guerra contra
todo lo que el Sistema de la Naturaleza puede comportar de pro­
picio y benévolo. A l dogma russoniano de la bondad original del
corazón humano, agrégase aquí la frenética convicción de una
maldad fundamental del Mundo y de la Vida: el uno y la otra
deben tenerse por enemigos erizados y adiestrados contra el gé-
hero humano. El fondo de su doctrina equivaldrá a la denigra­
ción regular y a la calumnia general del Ser, Esos amos denomi­
nan ley de las cosas aquello que frangolla y decreta su interesado
artificio: ¿n o exigen que el más fuerte parezca necesariamente
inclinado a atribuirse, siempre y en todas partes, todo el prove­
cho? ¿n o requieren que el más débil parezca perder, siempre y
en todas partes, en el juego de la vida? Pero si eso fuera cierto,
¿cóm o obtendría el hom brecillo, gratis pro D eo, el acceso inme­
diato a lo que le es necesario en el capital ambiente?
Los demócratas liberales chochean. Pretenden o sobrentienden
que basta dejar hacer a los elementos enfrentados para ver surgir
de ellos la solución excelente, o la menos mala posible. ¡Las le­
yes del mundo no son tan dulces! Todas nos propinan efectos a
menudo tan rigurosos como deliciosos. Pero su orden constante
no es hostil al hombre, y el hombre tiene la propiedad de extraer
el bien de aquello que en un principio puede hacer mal. Esta
CHARLES MÁURRAS 47

noble industria de nuestro coraje y de nuestro espíritu vale más


que las diatribas o las jeremiadas, y sobre todo que el dogma de
fatales quejas perpetuas sobre desdichas incurables. El esfuerzlo
humano es duro. Su meritoria pena debe comprobarse con firme­
za, frente a la arrogante satisfacción que hincha al optimismo
ciego, estrecho y cruel. Ni los demócratas liberales, ni los de­
mócratas sociales, éstos llorando y aquéllos riendo, no alcanzan
a legitimar el monismo simplista que les hace olvidar la mitad
de las cosas. Ni los unos ni los otros entienden nada de la dua­
lidad profunda que parece el ritmo ordinario y extraordinario
del universo.
Así, cuando se sigue el curso de las ideas madres, se es llevado
a generalidades casi exteriores a la Física de las sociedades. Pero
los hechos observables concuerdan lo suficiente para revelar la
causa política luminosa, esencial, de los conflictos sociales a que
asistimos: ¡democracia! ¡democracia!
Quienquiera pierda de vista esta luz está condenado a la con­
fusión de los peores equívocos. Todos los días se oye censurar
al Comunismo, muy digno de censura por cierto. Se ataca al So­
cialismo, por cierto muy reprensible. Pero lo que hay que re­
prender esencialmente en ellos es un punto que les es común,
el mismo punto que induce a un tercer partido, el partido radical,
a su Estatismo, animado del mismo ritmo de repartija igualitaria
y no menos enemigo del hombre que los otros dos sistemas: en
los tres casos la misma tendencia a la nivelación hace negar o
combatir, todos los apaciguamientos naturales, y positivos, luego,
desiguales en forma y materia, que pueden proponerse, estudiarse
y obtenerse.
En los tres casos, en grados de diferentes fanatismos, estalla la
fe en que ninguna vida pueda vivirse ni feliz ni honorablemente
sino por la igualdad. Pero tarde o temprano estalla aquel fondo
único del triple error general que arroja a víctimas y verdugos
al sentimiento de una batalla sin salida.
Es que el gran mal no proviene ni del Comunismo ni del So­
cialismo, n i . del Estatismo radical, sino de la democracia. Quitar
la democracia, y un Comunismo no igualitario puede tomar des­
arrollos útiles a la luz de pasadas experiencias; los bienes co­
munales fueron más frecuentes en la antigua Francia que en
la nueva; del mismo m odo, las comunidades poseedoras; el ceno­
bitismo de las congregaciones religiosas llevó al extremo diversos
modos de posesión sin propiedad, pero que inclinaba al despren­
dimiento de los bienes materiales y no al furor de la igualdad en
el reparto o el disfrute. Por la misma razón, un Socialismo no
igualitario conformaría su sistema de propiedades sindicales y
corporativas a la naturaleza de las cosas, y no a utopismos arti­
ficiosos. Un Estatismo no igualitario puede tener las mismas
v ir tu d e s ... — ¿C óm o? ¿E l Estado?— ¡Si, el Estado!! Pero ¿cuál
Estado? No el Estado de la democracia, simple rapiña universal,
MIS IDEAS POLÍTICAS

donde cada uno acomete y de donde nadie saca más que sobras.
El Estado del bien público puede concebir esta o aquella empresa
determinada, que el interés nacional justifica. Cuando Luis X IV
fundaba Los Gobelinos, ninguna máxima lo obligaba a generalizar
el sistema, ni a prolongarlo si hubiese resultado oneroso. En toda
tentativa por regular la cuestión social, la ablación previa de la
democracia se impone exactamente como las precauciones de la
asepsia en el tratamiento de una herida.
Con el morbus democráticas desaparece el escándalo del patro*
nado, y del estimulante regular que da el Estado a los menores
casos de antagonismo social, a los más superficiales, a los más
artificiales, que su ley quiere extender y envenenar por gusto.
Emancipadas de las ideas com o de los sentimientos y de las fac­
ciones de la democracia, las buenas voluntades existentes recobran
su libertad de movimiento, los espíritus cesan de sufrir tensiones
sistemáticas, las animosidades artificiales, nacidas de la instigación
de los políticos pueden caer, atenuarse y arreglarse. Los arreglos
deseables hallaránse en libertad de elaborarse y concluirse. Lo
que no eB fatal, sino posible, el Bien, se intenta y se prosigue; a
veces, se hace.
Aquel bien renace a lo largo de las fronteras francesas. Los
políticos de las democracias vencidas debieron refugiar entre
nosotros su desesperación. ¡Se comprende el furor de los Sturao,
de los Nitti, de los Labriola! En efecto, ¿qué es el fascism o ?
Un Socialismo liberado de la democracia. Un Sindicalismo eman­
cipado de las trabas a que la lucha de clases había sometido el
trabajo italiano. Una voluntad metódica y feliz de apretar en un
mismo “ haz” todos los factores humanos de la producción na­
cional: patrones, empleados, técnicos, obreros. Una decisión do
encarar, tratar y resolver la cuestión obrera en si misma, ponien­
do de lado toda quimera, y de unir los sindicatos en corporacio­
nes, dé coordinarlos, de incorporar al proletario en las actividades
hereditarias y tradicionales del Estado histórico de la Patria, y
destruir de ese m odo el escándalo social del proletariado. Este
fascismo une a los hombres en el acuerdo: hace jugar las
fuerzas naturales juntas, asegura las funciones sociales más va­
riadas con ayuda de los grandes y de los pequeños, siendo clasi­
ficados todos los obreros de la misma producción con referencia
a su objeto común y no en relación con el Estado, en la condi­
ción y lugar personal del sujeto , cualquiera que sea: vuélvese
posible el diálogo entre los ciudadanos, y en efecto, se hablan
en lugar de insultarse. El Estado nacional invita a la amistad y
a la unión, en lugar de incitar al odio y a la división com o lo
hace y debe hacerlo el Estado democrático electivo. Nada impide
esperar que se sigan buenos hábitos, y que la cordialidad vuelva
a deslizarse en las relaciones sociales hasta entonces dominadas
por un antagonismo envidioso. ¡Pues todo sale de ahí! O casi
todo. Uno de los iniciadores del sindicalismo agrícola en Francia,
CELARLES MAURRAS 49

Gailhard-Bancel, decía que la primera condición de sus éxitos


dependió siempre de un espíritu de benevolencia y amistad, lo
más a menudo debido, en su católica Ardèche, al sentimiento
religioso. Otros sentimientos pueden influir igualmente: el pa­
triotismo, el civismo, el espíritu de buena vecindad, ¿qué se y o ?
Pero para que tales impulsos prevalezcan, es preciso que el virus
segregado por las luchas de clases y de partido quede radical­
mente eliminado : el Estado democrático, la Democracia social
deben perecer. L o que no es posible sin “ operaciones de policía
un poco rudas” contra los agitadores de oficio. T odo régimen
electivo y parlamentario, por sus convulsiones revolucionarias
legalizadas, crea una tribu de perturbadores activa y voraz: no
se les puede arrancar su cebo sino a la fuerza. En Italia se nece­
sitó una dictadura. El genio de la dictadura y del dictador cal­
m ó, pacificó y reanimó a un país que vacilaba entre las fiebres
y las languideces. D evolvió a su destino, a una raza ardiente,
inteligente, paciente, valiente. Logró más de una vez dar vuelta
adaptándolo al bien común aquello que habría podido deservirlo.
P or muchas que sean las diferencias que se deban establecer en­
tre la centralización adoptada por Italia, cuya unidad data de
1870, y las libertades locales debidas a un país tan antiguamente
unificado como el nuestro, debemos ver esta evidencia: con el
fascism o , el gran daño comunista y las renacientes decepciones
del socialismo fueron ahorradas a la península, y es absurdo sos­
tener que fuera al precio del aplastamiento del pueblo. E l pueblo
obrero italiano disfruta hace largo tiempo de un estatuto que el
nuestro no tiene. Gran importancia se le da en él, com o es na­
tural a las desconfianzas humanas siempre despiertas, y que tie­
nen razón de ser: el régimen se empeña en establecer y consoli­
dar la garantía para los hogares modestos por medio de sólidos
contratos. Pero estos mismos contratos podrían ganar o perder
mucho de su eficacia material, según el espíritu que los determi­
ne y la moral que los anime. Ahora bien, el impulso natural de
la amistad queda aquí reconocido, alentado, premiado, la política
va de acuerdo con la religión para' predicar el amor al prójim o,
es decir, al más prójim o de nuestros semejantes, en la calle, en
la ciudad, en la provincia, en el Estado no pudiendo el género
humano venir sino en quinto lugar.
Ante los resultados de esta política de la mano tendida, es nor­
mal que las democracias al haber adoptado la fórmula del puño
tendido, se hayan dado la voz de orden común del “ antifascis­
m o” : su mayor interés vital consiste en impedir la formación de
todo haz nacional tendiente a suprimir o reducir las competen­
cias de que ellas viven. Por esto concluyo que en ningún orden
social surgirá ni podrá surgir si no se empieza por arrancar al
mundo obrero de la democracia, después de haber arrancádose
uno mismo, quiero decir, antes que nadie el burgués.
Este pronóstico no es nuevo. Se sabía lo que se decía hace ya
50 MIS IDEAS POLÍTICAS

cuarenta añ os 4 cuando se recogía la experiencia de los mayores


y las reflexiones personales en la doble máxima de que: la demo­
cracia es el mal, la democracia es la muerte. Sólo que esta muerte
se vuelvé trágica, sus pródromos se anuncian como muy crueles.
Dondequiera que el trabajador es inducido a desorganizar y a
destruir aquello de que debería vivir, el absurdo del procedi­
miento más o menos conocido y adivinado, crea pesadas melan­
colías, amarguras dolorosas o insanas cóleras. El sentido, el espí­
ritu de este régimen contra natura acabaron por hacer entre nos­
otros, com o en Rusia y en España, estados de fanática pasión
bastante novedosos, definidos por un gusto punzante hacia la
matanza por la matanza a menudo seguido por deseos de aniqui­
lamiento que no están en desacuerdo con las tendencias al suici­
dio y a la esterilidad. La raza y los seres se abandonan con el
mismo impulso que los irritados corazones.
La Naturaleza del Ser social y vivo, desafiado por el Nivel, es
detestada. Se la odia y persigue hasta en las maravillas con que
el hombre efímero intenta sobrevivirse. Las hordas que salmodian
“ del pasado hagamos tabla rasa” , después de haber vaciado los
armarios y quemados los graneros, ponen a saco todo aquello
con que el genio, las artes y la ciencia quisieron decorar el por­
venir entrevisto en sueños; estatuas, cuadros y monumentos caen
bajo el hacha y el martillo.
Esos frenesíes pueden sorprender, por lo que caracterizan a una
época de excepcionales subversiones, pero también por lo que
su epidemia tiene algo ajeno a nuestro Occidente. Este último
punto es el más grave: todas las grandes crisis modernas tienen
un carácter oriental; bíblicas por su espíritu o judías por su
personal en siglo xvi, la Reforma alemana, la Reforma inglesa, la
Reforma francesa, después en los siglos xvm y xix las tres revolu­
ciones de Francia, entre el Terror y la Comuna, por fin en el
xx las convulsiones de Moscú, de Ruda, de Madrid y de Barcelona
muestran aquel mismo rasgo más o menos vivo, pero fundamental,
de expresar sea un hebraísmo intelectual, sea los actos de hebreos
de carne y hueso. Lo que no es dudoso ni para Lutero ni para
Knox, ni para Calvino, ni para Juan Jacobo, ni para Marx, ni
para Trostsky, ni para sus discípulos rusos, húngaros o ibéricos.
Un espectador desinteresado, el señor Béraud, escribe a un ami­
go ju d ío: “ ¿Puédese recordar sin estremecerse que el primer al­
borotador de Rusia se llama Kerensky; que la alborotadora de
Alemania se llama Rosa Luxem burgo; que el alborotador de
Baviera se llama Kurt Eisner; que el alborotador de Austria se
llama Otto Bauer; que el alborotador de Italia se llama Claudio
Treves y que el alborotador de Cataluña se llama Moisés Rosen-
berg” y que todos “tienen un maestro único, M arx?” Agitadores

4 Desde antes de La Encuesta sobre la Monarquía.


CHARLES MAURRAS 51

o ideólogos, o unos y otros, atestiguan la misma violenta presión


del Oriénte semita sobre un Occidente que ella desnacionaliza
antes de desmoralizarlo. Este mesianismo de judíos camales, lie*
vado al paroxismo por su demencia igualitaria y que prescribe
verdaderos sacrificios humanos, lo ha osado todo para imponer
una fe absurda y, cuando llega la hora de la ineluctable desespe*
ración, el energúmeno judío todo lo destroza.
Pero es preciso no olvidar que antes del brutal estallido judío,
una paciente política, no menos judía, había actuado m profun­
didad por la vía de ia erosión. Los dos trabajos se explican y se
complementan el uno por el otro; la Evolución preparó sabia­
mente la Revolución, lo que hace comprender la palabra-límite
de José De Maistre: satán .

VI
¿ADÓNDE V A N LOS FRANCESES? '

Y entretanto, las democracias languidecen en muchos lugares,


casi por todas partes, la Revolución está vencida, vencida con el
amor del mal y de la muerte, por aquellos ardientes apetitos de
vivir que animan al ser real; el marxismo ruso mismo parece
aflojar: ¡a los franceses les cuesta comprender que su país pueda
quedar expuesto a tantas amenazas!
Francia fue la primera de las naciones en sufrir ciegamente un
mal que ella denominó su bien, pero también la primera en ana­
lizarlo, para devolverle todos sus verdaderos tristes nombres. El
Renacimiento francés de las ideas de salvación irradió por el
m undo: ¿C óm o no produjo en la práctica su efecto político y
social en toda la extensión de nuestro país?
No reduzcamos sus efectos. Aun habiendo desde el fin del siglo
xvm sido emitidas entre nosotros las más altas lecciones de p o­
lítica natural, los efectos y sus influencias' no han cesado. Ella
siguió extendiéndose y profundizándose. “ Todo aquel que piensa,
en la medida en que piensa” en tierra francesa, se ha puesto na­
turalmente a pensar en contra de la muerte de la Sociedad y en
contra de la muerte del Estado.
Pero habría sido necesario que este pensamiento pudiese di­
fundirse. En un país en que las ideas hubiesen circulado sin con­
tralor, la afluencia de la luz habría sido irresistible: católicos y
positivistas de la Restauración, historiadores del Segundo Imperio
y de la Tercera República habrían acabado por elaborar un cuer­
po de doctrinas sin réplica. Jamás se les replicó. Pero el interés
bostil logró fabricar buenas pantallas o sólidos diques para dete­
ner su marcha o amortiguarla. “Medios materiales” de cuya falta
52 MIS IDEAS POLÍTICAS

podía Augusto Comte, muerto en 1857, quejarse ya con justicia.


La verdad choca con la consigna de un Estado electivo que, a
merced del voto, no puede descuidar su defensa en la cabeza y
el corazón de los votantes.
De ahí un curioso divorcio, pronto acrecentado desde hace una
treintena de años, entre los grupos populares, los más sometidos
al Estado, y toda la parte de la inteligencia nacional que, más
libre, pudo y supo examinar las ideas recibidas en materia de
historia, moral, y filosofía política. Esta reacción llegó clara y
fuerte, a la enseñanza estatal, en sus grados secundario y supe­
rior: los profesores de liceo o dé facultad participan en gran
medida de ella, en razón de la independencia natural de sus fun­
ciones. Pero la escuela primaria le queda casi completamente
extraña, y hasta se puede decir que le está sustraída: casi nada
sabe de ese poderoso movimiento crítico. Su personal, formado
en una especie de redil, o de seminario laico, llamado Escuela
Normal de maestros, se adiestra para una especie de sacerdocio y
de apostolado a favor de la herencia ideal de la Revolución. Sus
libros escolares, sus manuales de estudio tienen allí un atraso de
medio siglo. Todas las correcciones determinadas por espíritus
tan laicos y libres como Renán o Fustel de Coulanges o Taine o
Bainville son metódicamente puestos de lado. La Contrarrevolu­
ción espontánea que irradió desde Francia por Europa y el
mundo se detuvo en el umbral de las noventa escuelas encargadas
de mantener, departamento por departamento, una dogmática igno-
rantina, alimenticia, oficial. Por esos nuevos levitas, la “ masa” del
pueblo conserva, pese a todo, un vago conformismo hacia las nu­
bes de 1789. Ideas despreciables y obsoletas, instituciones crimi­
nales siguen siendo ofrecidas com o el pan y el vino de un pro­
greso continuo. El maestro de escuela lo dice, el pequeño alumno
lo cree. Es frecuente, sin duda, que un generoso olvido post­
escolar haga justicia de esos falsos bienes. ¡A m enudo! ¡Feliz­
mente! N o siempre.
Después de la escuelita, la pequeña prensa está del mismo modo
al servicio del mismo dogma interesado. La función de esta
prensa consiste en explotar a favor de la democracia un curioso
lote de quiproquós, nacidos de chatos retruécanos. Nuestro viejo
pueblo tiene las costumbres de la independencia. Antes volvíase
hacia el rey por horror de la opresión, fuese esta clerical, señorial
o burguesa. No más hoy que ayer, la opresión politiquera no pue­
de encantarlo. Reacciona contra ella dondequiera que la siente.
P or esto es que se empeñan en evitar su difusión. Y el éxito del
narcótico no es nulo. Pero aun allí no siempre ocurre que la
virtud de las palabras no surta efecto. Inclusive se agota en la
tarea. ¿La Libertad? Sea, ¿pero Libertad de quién? ¿La de los
estafadores del ahorro público? ¿La Libertad de qué? ¿La de
estafar? Por supuesto se responde que la libertad general siem­
pre queda defendida, mientras los elegidos del voto sean diputa-
CHARLES MAURRAS 53

dos al gobierno. Tal se cree, hasta cierto ponto, pero por una
razón que hay que averiguar: nuestro diputado de la circunscrip­
ción es el agente de una protección que se vuelve necesaria contra
la centralización administrativa y la uniformidad de aquellos re­
glamentos napoleónicos de que Francia no ha cesado de sufrir;
un régimen absurdo requiere el absurdo remedio electoral, que
le hace fraude; Francia estallaría si el campesino, el comerciante,
el empresario, el pequeño rentista no tuviesen aquellas especies
de comisionistas parisienses que, nombrados en apariencia para
hacer leyes, tienen p or oficio recorrer por cuenta de su clientela
las antecámaras de los ministros y las oficinas de los grandes
servicios públicos: así es como respiran nuestros supuestos ciu­
dadanos bajo el peso de una burocracia opresiva. Con todo, cuan­
do en la misma ocasión el diputado ha hecho su ley, por lo ge­
neral torcida, su elector comprende que debe obedecerla, exacta­
mente como la ley de un rey o de un emperador: ésta no sería
más imperiosa que aquélla. La palabra de libertad escrita en* las
paredes de los edificios públicos de nada sirve. La palabra de
igualdad tampoco impide que el gran elector local sea un perso­
naje superior y temible. Toda esta charla es impotente para en­
mascarar la mala calidad del gobierno constituido por los inca­
paces que en menos de setenta años produjeron más de cien
ministerios sucesivos, cada uno de los cuales comportaba una
veintena de hombres entre quienes la responsabilidad dividida al
infinito, quedaba prácticamente disuelta. Pero justamente esas
rápidas sucesiones, asociadas a dicha irresponsabilidad crearon el
hábito de falsas sanciones, preñadas de escepticismo y de indife­
rencia. ¡La comedia de los cambios fue causa de que la gente
se resignara con un fácil fatalismo a la ilicitud! Se la siente. Se
la sufre. ¿Se la recuerda? ¿Se la relaciona con su causa? La
inteligencia puede habitar en los individuos, pero un pueblo ne­
cesita hacer un gran esfuerzo de su cerebro colectivo, siempre
débil, para que si averiguó los orígenes de tal guerra larga y
sangrienta, o aun de tal enorme pérdida de dinero, aquella causa
le quede presente y lo vuelva enteramente contra un régimen
político determinado. Los politicastros no carecen ni de habilidad
ni de actividad para engañar al transeúnte.
¡Durante mucho tiempo lograron hacer oír bien alto la gloria
de pertenecer a un Estado sin jefe! ¡P ero se empieza también a
decir: sin jefe , no hay dirección; ¡qué lástima!
Un sentimiento de duda e insatisfacción acabó por nacer y
aumentar poco a poco. Un número creciente de franceses lo sin­
tió. Mucha gente comprende que el pretexto de salvar las liber­
tades públicas, establece el despotismo de un partido que asegura
la inmunidad de los camaradas prevaricadores y concusionarios.
Esta clarividencia ha aumentado acerca de ciertos puntos. Sobre
otros aún busca su expresión directa o su virtud disolvente. A
despecho del muelle optimismo predicado por los diarios del
54 MIS IDEAS POLITICAS

régimen, y que constituye un raro poder de embrutecimiento, el


creciente descontento debe llegar a unirse con la inteligencia
contrarrevolucionaria, cuyos desarrollos, jamás detenidos, están en
pleno vuelo.
La opinión oficial lo niega, fundándose en un estado de inde­
cisión y de apatía que ella condena a no cesar jamás. Pero las
apatías son sacudidas por la inquietud de los intereses; las inde­
cisiones ceden al terror de las grandes crisis.
Sigue siendo cierto que la seguridad del Partido reinante está
menos amenazada de lo que ocurriría si la reacción del espíritu
francés hubiese hallado el poderoso concurso a que tenía dere­
cho en los medios donde se habría debido sentir su grave im por­
tancia y su alta necesidad. Después de creaciones como el Círculo
Fustel de Coulange, que reunió a una selecta minoría de los tres
estadios de la enseñanza, después de las repetidas advertencias
de un cuerpo médico numeroso y lúcido, la inmensa clase media
francesa y con mayor razón las clases superiores habrían debido
poner al país en un estado de alerta y de defensa más avanzado.
No lo ha hecho.
¿P or qué? Ello se debió a ciertas causas y a ciertas razones.
Las razones son las mismas que determinaron el error cardinal
existente en el· comienzo de la cuestión obrera: dependen del vie­
jo error de la democracia liberal· convertido en hábito del len­
guaje y del “ pensamiento” a que se aferra más de un espíritu
poco cultivado de capitalista, de patrón, de gran propietario.
Las causas se deben al lamentable temor que expande y gene­
raliza un aparato fiscal· judiciario y administrativo cuyos abusos
son arbitrarios, fáciles y frecuentes. Ahí, los grandes se hacen
chiqnitos. Suponiendo que las “ congregaciones económicas” so­
metan a los políticos, ¡los políticos se lo devolvieron con creces!
Cuanto a los verdaderos pequeños o medios, aquellos para quie­
nes la política no es un oficio, no se atreven a hablar de política
sino en voz baja. Los franceses, que tienen lástima de los italianos
por la tiranía policial, no han mirado con alguna atención o pro­
fundidad en torno de ellos. La araña estatal tejió entre nosotros
'una inmensa tela. Pero este grado de estatización se nos escapa.
Estamos insensibilizados a sn respecto. No por ello es menos
monstruoso. La política cuestiona el pan de los hogares france­
ses, el establecimiento de los niños, su carrera demasiado a me­
nudo administrativa, los protectores que hay que contemplar, las
subvenciones, favores, exoneraciones que es preciso obtener y
sin las cuales ya no se puede vivir.
Los comités electorales, las sociedades secretas, los funcionarios,
el mundo ju dío obligan a la inmensa clase media á la más ver­
gonzosa prudencia.
Algunas charlas de café y de redacciones de periódico quedan
libres, o por lo menos, lo estaban antes del Frente Popular, pero
capas enteras de este pueblo suspicaz y altivo están más que
CHARLES MAURRAS 55
aterrorizadas: intimidadas. Apenas lo sospechan. La persecución
directa y formal suscitaría una salubre irritación: la amenaza
queda oscura y vaga; no podría emprender nada contra la liber­
tad de pensar, pero limita increíblemente su expresión en privado
com o en público. ¡C óm o se lamenta pronto haberse "mostrado” !
¡C óm o, a instancias de parientes y amigos, se promete con faci­
lidad a sí mismo y a los otros "n o volver a hacerlo” ! Este cesa-
rismo sin César llega a desvirilizar a ciertos sectores del país
real, aquellos que están más próximos al país legal. ¡Jamás se
dirá bastante, qué mal moral nos hicieron en eso las institucio­
nes del año v m ! Es su despotismo anónimo e indoloro, pero de
ninguna manera inofensivo. Esos hábitos trajeron una singular
evolución de la lengua: Antes preciso y fuerte, el francés vuélvese
fláccido, oblicuo, impreciso, todo en retrocesos, trasposiciones y
cobardes antífrasis. Parece que se quisiera poner algodón en -la
boca y forrar con estopa la punta de la pluma. Los partidos p o­
líticos, cuyo interés parecería consistir en ser precisos, acabaron
ellos mismos por perder el orgullo de la bandera, la sonoridad
del programa. Todos sus nombres son trucados. Los defensores
de la autoridad y de la tradición se hacen llamar independientes
o liberales. Los reaccionarios son "republicanos de izquierda” . Ya
no hay oportunistas: ¡todos son radicales desde que esa bella
palabra no significa ya nada! Lo importante es esquivar la idea
precisa, la que comporta compromisos con la lógica, o pesados
trabajos de espíritu crítico. Algunos grandes órganos, guiados por
el interés, publican dignas defensas de la familia y de la herencia,
pero esas buenas composiciones escolares acaban por ser corona­
das con un elogio emotivo de la “ verdadera democracia” . . . Con
algunas temporadas de esta complaciente y sistemática traición
del vocabulario, se tendrá la Torre de Babel, con todas sus con­
secuencias de dispersión y equivocación. Indudablemente el mé­
rito de los retóricos será mayor al hacerse comprender, y los
beneficios de los filibusteros que los pagan serán más hermosos.
Pero cuando el historiador-filósofo queda reducido a gemir su
Vera rerum amisimns vocabula, muchas cosas quedan comprome­
tidas, si no perdidas. Quienes ante ese cuadro se sonríen con buena
fe muestran una peligrosa ligereza: no se debe permitir el fraude
en las etiquetas, a riesgo de que se deterioren los productos. ¿C ó­
mo se espera acabar con el menor de nuestros males, si se pierde
el coraje de nom brarlo?
¡Y aún no estamoá al cabo de la lista de nuestras miserias!
Hay que mencionar el doloroso accidente, que, más que ningún
otro, afectó las profundidades de la verdadera Francia porque le
ocultó el franco diagnóstico qne podía curarla.
A despecho del Estado y su estatismo, de su escuela, de su
prensa, el malhechor espíritu de la supervivencia revolucionaria
habría sufrido derrotas más rápidas, amén de haber sido induda­
blemente eliminado, si la ignorancia o el error de las autoridades
56 MIS IDEAS POLÍTICAS

sociales no hnbiese recibido un sólido refuerzo de un lado desde


el cual, justamente, se tenía derecho a no temerlo demasiado.
Verdad es que era también el lado de donde había sido absurdo
esperar lo peor, hallándose siempre aquel mundo com o la vieja
Austria, “ con un atraso de un ejército, de un año, de una idea” .
Cuando en enero de 1901, en la Encíclica Graves de Communi,
el Papa León X III permitió a los católicos adornarse con la eti­
queta de “ demócratas” , les recomendó expresamente no emplear
jamás dicha palabra, sino en un sentido que precisaba con fuerza:
quería, dijo, que “ la democracia cristiana” nada tuviese en co­
mún con la “ democracia social” , pues ella se le diferencia tanto
com o el sistema socialista difiere de la ley cristiana. Y , D octor
más aún que Jefe, agregaba que “ quedaría condenado quien fal­
sease esta palabra en un sentido político” . Seguramente, escribía
el Papa, ala democracia, según etimología misma del término y
el uso que le dan los filósofos, indica el régimen popular, pero
en las circunstancias actuales no hay que emplearla (sic usurpan ­
da est ) , sino quitándole todo sentido político y sin atribuirle nin­
guna otra significación que dicha benéfica acción cristiana cerca
del pueblo ( beneficam in popu lu m actión em Ch r is t ia n a m )” En
suma, diríamos nosotros: una demofilia religiosa. En nombre de
la justicia, con insistencia, se recomendaba aún a los demócratas
cristianos ahorrarse entre todos los extravíos de la democracia
social, aquellos que tienden expresamente a la nivelación de las
condiciones civiles ( aequatis civibus ) a riesgo de encaminar a la
igualdad de los bienes ( ad bonorum etiam inter eos aequalita ­
tem sit cressus ) . Y el Papa observaba que la reforma social no
podia tener éxito sino con el concurso de todas las clases. Utiles,
muy útiles servicios debían esperarse de la clase superior: “ de
aquellos a quienes su situación ( locus ), su fortuna ( census ) , s u
cultura espiritual, su cultura moral dan en la ciudad más influen­
cia” . “ A falta de su concurso — agregaba— , apenas es posible ha­
cer algo verdaderamente eficaz ( quod vere valeat ) para mejorar
com o sería deseable la vida del pueblo” . En suma, la Encíclica
excluía y condenaba ( nefas srr) una democracia cristiana inspi­
rada en el igualitarismo, que tendiese a la lucha de clases, al
celoso descrédito de la fortuna y del nacimiento: errores todos
juzgados incompatibles con el principio de la conservación y del
mejoramiento del Estado ( conservationem perfectionemque:
civitatis ) . , 1 ■i'ii p?]
Tal es en sus términos y su espíritu el Acta de Nacimiento de
la Democracia Cristiana.
— ¡B ah! — se respondió en un grupo de católicos influyentes— ,
el Papa tragó la palabra, se tragará la cosa.
Se creyó estar obligados a hacérsela tra ga r... La situación algo
se prestaba para ello. Pues ante todo se estaba en Francia; el
gobierno popular ya existía allí, y diez años antes el mismo
pontificado había aconsejado arreglarse con la República. La
CHARLES MAURRAS 57

“ democracia política” estaba allí naturalmente a cubierto de las


censuras.
En segundo lugar, los principios de la democracia social estaban
escritos en el acápite de todas las actas del régimen y en el
frente de todos sus monumentos: podía volverse delicado criti­
carlos, o aun tenerlos por sospechosos; era exponerse a la des­
confianza, adoptar una actitud de tácita rebelión, que debía des­
concertar el respeto debido a las instituciones, predicado y vuelto
a predicar.
En tercer lugar — y esencialmente— , si se metía el dedo en el
engranaje electoral y parlamentario, el empleo de la “ palabra”
influía forzosamente a favor de la “ cosa” , aquella que se quería
hacer “ tragar” al Papa y también a la masa católica francesa, la
que, sin embargo, no gustaba de ella; es cierto que se le prome­
tía ganar por este medio asombrosas mayorías: los jóvenes abp-
gados, los jóvenes sacerdotes animados de gran celo, dedicados a
la meritoria tarea de dar conferencias, hacer visitas y formar
círculos de propaganda, secretariados del pueblo con la mira de
ejercer “la acción popular cristianad tan altamente recomendada,
no tuvieron más que pasar la calle, para hallar todas las tentacio­
nes de la democracia política y todas las seducciones de la demo­
cracia social en los mítines, las conferencias y sus debates contra­
dictorios. ¡Con mayor razón si eran llevados com o candidatos!
¿L o serían? ¿N o lo serían? No era el deseo lo qüe faltaba. Y
desde entonces, ¿cóm o no ser arrebatado por la necesidad de
sobrepujar la política de la izquierda y la sociología de la extre­
ma izquierda. ¡Ninguno de ellos dejó de hacerlo! Pero no se
podría decir que se dejaron ir a ello con inocencia: de hecho se
precipitaron sea al debate sobre la lucha de clases, en el que
introdujeron un áspero acento de moralistas y sermoneadores;
sea a las reivindicaciones directas de la democracia social; sea a
las supremas deducciones del principio del gobierno popular. D e
ello resultó entre otras cosas, principalmente en el Oeste, que
los castillos y los presbiterios bailáronse pronto a cuchillo pelado:
¡e l bajel católico singlaba pues hacia un rumbo bastante alejado
de la Graves de Communi!
Un incidente vino a irritar las pasiones. Desde hacía un cuarto
de siglo, p o r desdichada transformación gradual, la revista de la
Asociación Católica, y las Organizaciones laterales fundadas p or
hombres de tradición, discípulos de Le Play y el conde de Cham-
bord, fueron asediadas y luego ocupadas, por fin sometidas a
jóvenes equipos que se creían muy avanzados porque profesaban
algunas de las ideas que habían causado horror a sus abuelos,
las mismas ideas que la evolución de la inteligencia francesa es­
taba en camino de rechazar. De ese m odo la Tour du Pin, el
padre de Pascal, y varios otros, objetos de un respeto irónico,
acababan por ser tratados de fósiles o aparecidos; el núcleo fun­
dador quedaba prácticamente desplazado; su influéncia pasaba a
58 MIS IDEAS POLÍTICAS

otros; que se creían seguros del triunfo, y que lo estaban en su


medio.
Pero, de pronto, con el vivo estupor de esos jóvenes “ de dere­
cha izquierdistas” apareció, desembocando de una extrema de­
recha, más joven, más ágil y mucho más mordiente, una ofensiva
contrarrevolucionaria, antidemócrata y antirrepublicana, que unía
a sus cualidades de acción la seria ventaja de hallarse muy fuer­
temente pertrechada de argumentos. Su dialéctica, reforzando sus
polémicas, no tardó en descalabrar al neo-liberalismo republicano
y democrático: los jóvenes avanzados, sintiéndose retardatarios,
quedaron débiles y desdichados en el debate y la supuesta van­
guardia fue zarandeada y puesta fuera de combate, relegada a
retaguardia, promovida al rango de anticuada izquierda ultrarreac-
cionaria, pronto abandonada por todo lo viviente en la juventud
de derecha. Los hijos de los monárquíco-bonapartistas adheridos
a la República, se desadhirieron, para militar apasionadamente
con los nuevos defensores de la autoridad, de la tradición y del
orden, de la jerarquía y de la monarquía.
Las razones que éstos alegaban eran indiscutibles; hubo que so­
portarlas. Lo que no fue chistoso. Menos aún lo fue, y más in­
soportable que todo, el notorio desmentido de hecho, dado al
prejuicio que había movilizado a todo aquel mundo y determi­
nado todo aquel error: prejuicio sin fundamento com o sin valor,
en virtud del cual el espíritu moderno debía ir siempre a izquier­
da, debiendo los territorios del porvenir pertenecer desde los
cimientos o volver de derecho, a las ligas absurdas desarrolladas
por piadosos retóricos sin cerebro. ¡N o se sabe bien qué especie
de resorte de relojería mística con la función de resonar en el
espacio y sobre los abismos, de m odo a calificar de arcaísmo
definitivo todo aquello que hasta entonces había constituido la
fuerza y la vida, el orden y la alegría del universo!
Pero las eternas adquisiciones de la inteligencia y de la
experiencia volvían a tomar la delantera. Demostrábase sin
mayor trabajo la extrema frivolidad de aquella fácil apelación
a la antinomia del ayer y del mañana, del presente y del
porvenir.
El acontecimiento mostraba no haber en ello nada de fatal
ni de ineluctable en el progreso de las ideas revolucionarias.
Ellas no eran invencibles. Habían sido vencidas, y lo que era
mucho pero, ¡con su gloria desvanecíase el mal argumento de
falsa fuerza mayor, con que se había recubierto la taimada
sublevación contra las precauciones dictadas por León X III!
Lo que el Papa había fingido tragar, era vomitado p or la natu­
raleza de las cosas. La avenida de la historia cerrada a esos
pobres espíritus, se abría a sus censores, cuya edad, cuya fe,
cuyo número, cuyo éxito, cuyo acierto se apoderaron alegre­
mente de un “ siglo” que los otros habían descontado con cierto
apresuramiento. ¡Qué chasco! A fuerza de llorarlo, formáronse
CHARLES MAURRAS 59

dolorosas llagas que sangraron mucho tiempo y no curaron jamás.


Vese aún exudar del cerebro de algunos ancianos las preciosas
gotitas de esta rabia recalentada, inolvidable. ¡Pues no valía
la pena haber sacrificado las más santas fidelidades personales
y domésticas, entristecido a muchos amigos, maltratado y dis­
gustado a muchos maestros, en nombre de una inexcusable meta­
física del Tiem po para así encontrarse contradichos, humillados,
relegados al lugar de los veteranos y de los burgraves, p o r el
tiem po real, por el divino Anciano que no perdona sino a la
Verdad!
. La muerte de León X III no había arreglado las cosas. Su
sucesor, pensador vigoroso, juicioso y lúcido político, puso el
colm o a la angustia de aquella pandilla de conservadores extra­
viados; condenó teóricamente a su Surco.
Condena que no tuvo nada de efectivo, pues los juegos esta­
ban hechos, las posiciones tomadas, las organizaciones electorales
y sociales fundadas, y todas las vanidades agudizadas se defen­
dían con uñas y dientes. ¿Podíase dar media vuelta? De otro
m odo, humanamente ¿qué hacer?
N o se podía abrigar la menor esperanza de escapar a la nueva
crítica ni de refrescar los rebosados tópicos: se estaba derrotado
de antemano en aquellos debates del sentido histórico y de la
razón. Había también el peligro de exponerse a los reproches
pontificales. Acabóse por buscar refugio, con paso grave y alti­
vo, en las cimas superiores del espíritu práctico, afectando gran
desprecio por las especulaciones doctrinarias. Convínose en adop­
tar el vocabulario, las ideas y los principios en vigor de las
“ masas populares” , a fin de corresponder a sus “ aspiraciones” .
No sin afanarse por reverenciar verbalmente a la ortodoxia, la
indiferencia por la verdad o la mentira llevóse tan lejos que,
mediante algunas reservas de forma contra la demagogia y la
“ falsa” democracia, se ingeniaron para continuar no teniendo
para nada en cuenta las poderosas razones de Moral o de P olí­
tica natural con que brillaba toda la Encíclica Graves de Commu-
n i: reciprocidad de los servicios entre las clases y las condicio­
nes, beneficios de sus desigualdades, privilegios de la naturaleza
o de la historia. Similarmente se mandó a guardar los mejores
trabajos de la Escuela Social Católica; se dejó a los monárquicos
ocuparse casi solos de esta doctrina corporativa que hoy tiene tan
vivo éxito que ha llegado a ser un “ lugar común” de la reforma
social, gracias a los trabajos de los Valdour y los Bacconnier:
altas épocas en que la corporación presentaba el serio defecto
de contrariar al sindicalismo electoral.
Luego ¡cóm o esperar de un mundillo herido por este reciente
fracaso el menor interés por el movimiento intelectual contrarre­
volucionario que precisamente entre 1900 y 1910 hallábase en el
origen de todos sus males! Muy por el contrario el rencor unido
a una muy quimérica esperanza de desquite, volvió a todo ese
60 MIS IDEAS POLITICAS

mundo más que indulgente a las peores exageraciones de nues­


tros “ cristianos rojos” durante aquellos dichos últimos años;
pues ora dio el escándalo de aprobar las explosiones del comu­
nismo religioso o del antipatriotismo saerdotal, ’ ora dando el
otro escándalo, peor aún de no dejarlo ver al desaprobarlas.
De ello resultaron en gran escala dolorosos daños.
El público formado por una vasta región del m ejor país real
de Francia fue así entregado sin defensa a los engaños de la
verborrea oficial: no recibió las luces a que tenía derecho sobre
el fondo de los principios que regulan los intereses mayores de la
existencia social y civil.
El pabellón de una cruel caridad vino a cubrir los mismos
errores que, en España, ya chorrean hermosa y pura sangre.
El amor del pueblo pareció deber permitir la explotación de
esos errores. Con desprecio que se creyó hábil y prudente se
juzgó esos nudos poderosos y breves con los cuales — com o e l
castigo a ciertas faltas— adhiere la catástrofe material, depende
de y sigue al error político. Una asombrosa virtuosidad vocal
se puso al servicio de aquel culpable silencio del espíritu.
Mientras tanto, era famoso desde hacía muchos años el siguien­
te diálogo:
— Vuestra democracia envenena — decía Le Play a Tocqueville.
— Pero — respondía aproximadamente Tocqueville—fe ¿y si yo
desespero de administrar el antídoto?
— Yo no administraré el veneno — replicaba el sólido Le Play.
Una funesta retórica iba pues a sustituirse a cualquier filoso­
fía; la clase dirigente, o que habría debido dirigir, practicó o
sufrió en política o en sociología una especie de anestesia obliga­
toria ante el Error. ¡En vano! El Error era dejado en paz, o
contemplado, servido, propagado y hasta aclamado y durante
largo tiempo pudo bogar, próspero y feliz,
Bajel favorecido por el fuerte Aquilón:
no por ello corría menos en dirección a ciertas rompientes que
boy se ven sin anteojos de largavista. ¿Cóm o habría ocurrido
de otro m odo? ¿Y cómo no se lo había pensado? Más allá de
las palabras están las cosas. Tarde o temprano les toca el turno
de hacerse sentir. De nada sirve entonces haber cedido al “ mayor
desarreglo del espíritu” que consiste en presentarlas como se
las quiere, y no tales com o son. Querer bacer creer en la paz,
en vez de consentir en ver una guerra que viene, lleva al des­
arme que vuelve a la guerra más desastrosa. Querer hacer creer
que se tienen los bolsillos llenos de millones, cuando en ellos
no queda un cobre, combina la estafa con la desnudez. Querer
hacer creer en la posible benevolencia de la lucha de clases y
de la envidia democrática, madre de todos nuestros males, no
disminuye su malicia, pero la disimula y la recomienda, la pro­
tege y la facilita, la envenena, la agrava y la multiplica.
CHARLES MAURRAS 61

Que esos males hayan crecido de ese m odo, es una evidencia


que oprime corazones viriles: pero aún no llama a la reflexión
a todas las cabezas que podrían y deberían reflexionar. Es abí
sobre todo donde reina en nuestros días aquel error de la gente
bien presentido por el gran Le Play. Y nada es más espantoso.
Que ante un riesgo tan grave lo m ejor del país no se levante
con la decisión que se debería esperar de su parte, que lo más
profundo de las mejores almas, la pura cima de la piedad cívica
y de la devoción social no se bañen siquiera en luces suficien*
tes, y que dichas luces no vengan de donde deberían proceder,
es algo que aumenta horriblemente todos nuestros inmediatos
peligros.
Pues, en fin, la nación que así se deja sin dirección es la
misma de la que varias vecinas solicitaron, aprendieron, recibie­
ron las leyes de su Renacimiento. Como se lo ha dicho muy
bien: “ Francia se quedó con el honor, mientras otros países lo
aprovechan” 5 ¿Se la dejará aún mucho tiempo pudrirse en una
inferioridad mental llena de vergüenza?
Su renovación intelectual puede aún tardar, pero nuevos atra­
sos pondrían en peligro más que su paz: su vida.

C O N C L U S I Ó N

L A N ATURALEZA Y EL HOMBRE

Por ello es que no cedemos al llamado de vanas abstracciones


cuando aquí suplicamos a los espíritus sinceros remontarse a
los principios para revisar sus vistas de conjunto: es particular­
mente indispensable que dirijan una mirada firme sobre aquel
punto esencial de la relación existente entre lo voluntario y
natural, lo moral y lo físico en la trama social del ser humano.
Engañándose o dejándose engañar, reemplazando el conoci­
miento por una “ fe” , democrática o liberal, que nada autoriza
y que todo desmiente, uno hace más que exponerse a pruebas
sanguinarias: se les anticipa con precipitación; en ciertos casos
se ayuda a adelantarlas.
Hay que conocer las verdades de la naturaleza o perecer bajo
sps golpes.
No nos dejemos reprochar el humilde grado en que se man­
tiene aquí la investigación.
No dejemos decir que nos demoramos en la materia del
hombre.
No compartimos de ningún modo la opinión de descuidar ni5

5 R e n é (Gilloiuin.
62 MIS IDEAS POLITICAS

la estructura humana, ni lo que estructura y materia comportan


dé movimientos, impulsos, vuelos superiores. Para examinar a
fondo un tema, se empieza por distinguirlo de lo que no es él.
Materia, ¡sea! Para conocerla es preciso aproximarse a palpar
esta preciosa tela de la vida social. Semejante materia no es
más desdeñable que la de cualquier otro huésped del universo.
Cierto predicador romántico atronó la catedral de Notre Dame,
declamando en su púlpito contra Santo Tomás de Aquino, cul­
pable de haber derivado de la materia su Principio de Individua­
ción. Ese golpe de címbalo sonoro no impedirá a nadie abordar
sin falsa vergüenza, con serena sencillez, el estudio de los pri­
meros elementos naturales del com plejo humano. Cuanto m ejor
se penetre aquello de que está hecho, m ejor se podrá liberarlo
de las falsas ideas cuyas aplicaciones cuestan caro.
Cuanto m ejor se vea en su verdad a la naturaleza, m ejor se
sabrá ubicar los derechos y los deberes donde están, en vez
de llenar su espacio donde no se puede practicarlos porque ni
están ni pueden estar allí: allí no se halla sino relaciones de
necesidades con las que no se puede otra cosa que reconocerlas
y, para vencerlas, empezar por obedecerles.
¡La naturaleza de los hombres, la que precede su voluntad,
es un tema cuya sola mención basta para ofuscar al panjurismo
contractual, del que proceden, según voluntarismo sin freno,
aquellas divagaciones de la democracia liberal cuyo falso su­
puesto es que podemos todo lo que a nuestra fantasía se le
antoje querer! Sus ambiciones son alocadas, su locura hace jus­
ticia del principio de que salen. Todo lo que se proclama en su
honor jamás hará que el hombrecillo pueda elegir su papá y
su mamá, ni que su libertad, por soberana que sea, pueda elegir
la ubicación de su cuna. Ésto decide el punto. Ni Kant ni
Platón tienen nada que ver en ello. Sus invenciones de vida
aiiterior quedan aquí sin ningún valor. De bueno o de mal
grado, hay que admitir esos territorios naturales, ni queridos,
ni elegidos, ni elegibles, reconocer su eventual beneficencia, o
resignarse a ■cegueras de sistemas que son la muerte del pen­
samiento y el suicidio del acto.
El viaje a las tinieblas a medias de la Física social no puede
hacerse por lo demás sin despertar en su penumbra diversas
transparencias que iluminan como por debajo este o aquel plano
en que nuestros elementos puramente materiales se reúnen con
nuestros elementos personales y morales y pueden asimismo
aspirar a alcanzar ciertas partes divinas del ordenamiento de
la vida.
Ante la tabla de la Ley que impone la obligación de hacer
vivir y criar a los niños, la exacta descripción del hom brecillo
recién nacido, su estado de extremo desamparo, que le confiere
la cualidad de indigente natural con el rango de rico legatario
y alto beneficiario social, parece por así decir llegar al justo y
CHARLES MAURRAS 63

hermoso encuentro del gracioso instinto materno y paterno cuya


profunda conciencia honra las personas dignas del nombre
humano.
En conclusión, podría sobrepasar la Física. Deja entrever que
el Ser bruto no puede no encerrar una esencia formal y cierta
de Bien. Podríase luego determinar allí las posibilidades de
una dicha adormecida, misteriosamente propicia a ciertos desti­
nos del hombre, que puede desprenderse de un análisis riguroso
y circunspecto.
Evitemos llevar más adelante este rasgo, para atenernos a su
expresión más simple: la humilde intelección de lo sensible eleva
el rayito de una luz, que tal vez no se esperaba, hacia la m edi­
tación de las leyes superiores, cuyos términos ella verifica y
refuerza. Lejos por consiguiente de perjudicarse como lo creen
los imbéciles, aquellas verdades que se aproximan y convergen,'
sacan nuevas influencias y valor de la diversidad de sus puntos
de partida.
Distinguir no es poner en conflicto; no es siquiera dividir, ni
separar. La Moral es la regla de la acción voluntaria. La Política
natural tiene por objeto profundizar un orden impersonal. Sin
duda Antiguos y Modernos, incluso los más grandes, pudieron
confundir tales objetos con otros bastante vecinos. Lo que no
es una razón para volver eterna la confusión. Por mi parte todo
me incita a conducir lo más profundamente que pueda, este estu­
dio de los fundamentos sociales de la vida humana que ha sido
mi constante preocupación.
En los lugares algo remotos en que el tiempo no me faltó para
mirar hacia atrás, y recordar los caminos recorridos, perdidos o
reencontrados, quise juntar las ideas esenciales que iluminan mi
reflexión y mi acción. La pequeña Suma que se hizo me pare­
cería que articulara con menor nitidez lo que dice si no se rela­
cionara con lo que una filosofía llamaría causas segundas, y otrb,
primeras leyes naturales. Cualquiera sea el nombre que se le dé,
lo que es, es.
H e aquí lo seguro.
Causas o Leyes, estos principios son demasiado claros y su
claridad demasiado benéfica para consentir en dejarlos enre­
darse, oscurecerse o desfigurarse.
No habría que creer que la máquina política y social gire de
vacío. Cuando hace llover fuego y sangre, ¡los pobres humanos
quedan abajo! Muy al revés de la perra de Malebranche, el
sentimiento para sufrir no les falta. Un pensamiento ajustado
puede socorrerlo, a veces salvarlo. Es tenerles lástima decir
la verdad.

Enero-Febrero de 1937.
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1

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I

EL HOMBRE
1

*1

!
SI EL HOMBRE ES ENEMIGO DEL HOMBRE
O SU AMIGO

Los verdaderos filósofos se niegan constantemente a


hablar de los hombres sino como reunidos en sociedad.
No hay ningún solitario. Robinson mismo estaba soste-
nido y perseguido en su isla por los innumerables resul-
lados del trabajo inmemorial de la humanidad.
El eremita en su desierto, el estilita al tope de su
columna en vano se aíslan y atrincheran; ambos apro­
vechan riquezas espirituales acumuladas por sus prede­
cesores; por escaso que sea su alimento o su vestimenta,
es siempre a la actividad de los hombres que lo deben.
Absolutamente solos, morirían sin dejar huella. Así lo
exige una ley profunda, la que si aun está mal conocida
y formulada, se impone a nuestra especie de modo tan
riguroso como la caída se impone a los cuerpos graves
que pierden su punto de apoyo, o la ebullición al agua
calentada a cien grados de temperatura.
El hombre es un animal político (es decir, en el mal
lenguaje moderno, un animal social), observaba Aris­
tóteles en el siglo IV anterior a nuestra era. El hombre
es un animal que forma sociedades o, como lo decía él,
ciudades, y la ciudad que forma se funda en la amistad.
Aristóteles creía en efecto que el hombre, de modo
general y cuando todas las cosas por otra parte son
iguales, siempre halló natural placer en contemplar y
tratar a sus semejantes. Todos los instintos de simpatía
y frecuentación, el gusto por el hogar y la plaza públi­
ca, y el lenguaje, los refinamientos seculares de la
conversación debían parecer inexplicables si en el punto
de partida no se admitiese la natural amistad del hom­
bre por el hombre.
68 MIS IDEAS POLÍTICAS

— He aquí hombres, debía decirse aquel observador


de la entera naturaleza; he aquí hombres que comen
y beben juntos. Se han buscado, invitado a comer y
beber, y es evidente que el placer de la compañía decu­
plica el placer de cada uno. Este niño se divierte, pero
en verdad no juega si no se le permite tener compañero
de recreo. Se necesita una gran pasión como la ava­
ricia o el amor para quitar al hombre el gusto por la
sociedad. Aun entonces su rostro exhibe la huella de
las privaciones y de los combates que sufrió en su fuga.
Las rutas se volvieron seguras. Entretanto los carre­
teros se esperan los unos a los otros para marchar en
convoy, y este placer de engañar juntos el hastío es tal
que el uno descuida la atención de su yunta de bueyes,
el otro la hora de su mercado. La última actividad de
los ancianos cuyos años concluyen consiste en ir a agru­
parse al sol para decirse y repetirse cada día las mismas
palabras ociosas. Tales son los hombres, de todas las
condiciones. Pero, ¿qué decir de las mujeres? Su ejem­
plo es sin embargo el más maravilloso, pues todas se
detestan y pasan su vida entera buscándose. Así el
gusto de vivir juntos es en ellas más fuerte que aquel
espíritu de rivalidad que nace del amor.

* *

Los pesimistas de todos los tiempos a menudo nega­


ron a Aristóteles su principio.
Pero todo lo que dijeron y pensaron ha sido resumi­
do, veinte siglos después de Aristóteles, por el amigo y
maestro de Carlos n Estuardo, el autor del Leviathan,
teorizador de la Monarquía absoluta, aquel ilustre
Hobbes, quien se adelantó a los modernos teorizadores
de la concurrencia vital y del predominio del más fuerte.
Hobbes sentó en principio que el hombre nace ene­
migo del hombre, enemistad que se resume para él en
la memorable fórmula: el hombre es un lobo para el
hombre. La historia universal, la observación contení·
CHARLES MAURRAS 69

poránea proveen tan considerable número de verifica­


ciones aparentes de dicho principio, que es casi inútil
mostrarlas.

* *

— Pero — dice alguien— ¡Hobbes es un pesimista muy


moderado! No parece sospechar que carga con el peso
de una espantosa calumnia a la especie de los lobos
cuando se atreve a compararla con la especie de los
hombres. ¿Ignora pues que los lobos, como lo dice el
proverbio, jamás se comen entre sí? Y el hombre no
hace sino eso.
” E1 hombre se come al hombre sin cesar. Y no come
sino al hombre. La antropofagia aparece a los espíritus
superficiales como un rasgo particular de ciertas tribus,
tan lejanas como salvajes, y que disminuye día a día.
¡Qué ceguera! La antropofagia no disminuye ni des­
aparece: se transforma.
” Ya no comemos carne humana, comemos trabajo
humano. Con excepción del aire que respiramos, ¿hay
un solo elemento de los que tomamos a la naturaleza
que no fuera previamente regado por el sudor y las
lágrimas de los hombres?
’’Sólo es en la campaña donde podemos aproximamos
a un arroyuelo natural o a una fuente natural a beber
agua del cielo, tal como nuestra tierra la destiló en sus
antros y sus rocas. El más sobrio de los ciudadanos,
aquel que no bebe más que agua, empieza a exigir una
especie particular de agua, embotellada, sellada, trans­
portada, con lo que atestigua el mismo esfuerzo huma­
no por el más precioso elixir. El agua de las ciudades
es allí conducida a gran costo de captación y cana­
lización.
’’Regresad al campo, coged allí un racimo o una
fruta: no sólo el árbol o la cepa exigieron largo cultivo,
sino que su tallo no se halla al estado natural,. fue in­
jertado, mediante una larga serie de injertos indefini-
70 MIS IDEAS POLÍTICAS

dos, que transformaron aún, a menudo mejorando el


brote injertado. La simiente misma, por las selecciones
de que fue objeto, lleva en su misterio un capital del
esfuerzo humano. A l morder la pulpa del fruto, mor­
déis una vez más el trabajo del hombre.
” No tengo que enumerar todas las razas de animales
que fueron amansadas, domesticadas, humanizadas, pa­
ra proveer el alimento o el vestido de los hombres.
Entretanto, observad cómo aquellos recursos que no son
naturales deben recibir una segunda especie de aderezo,
ún nuevo grado de humanización para alcanzar el ho­
nor de sernos ingeridos. No basta esquilar la lana de
las ovejas, trabajo humano; es preciso que esta lana
sea tejida por la mano diligente del ama de casa o de
la criada. No basta abatir la carne, o trocearla; es una
necesidad universal someterla al fuego antes de devo­
rarla: trabajo humano. Por todas partes hállase este
intermediario entre la naturaleza y nuestros cuerpos.
” ¡No, los lohos no se entredevoran de esta manera!
Y es porque el lobo no come el trabajo del lobo que
tan rara vez es llevado a hacerle al lobo aquella guerra
que es de necesidad entre los hombres.
” E1 lobo halla en la naturaleza que lo rodea lo que
el hombre está obligado a pedir al hombre. La natura­
leza es inmensa, sus recursos son infinitos; el lobo pue­
de llamarla su madre y buena nodriza. Mas los produc­
tos manufacturados, los productos humanizados, aque­
llo que el hombre llama sus bienes, hállame en número
relativamente ínfim o; de ahí, entre los hombres una
rivalidad, una concurrencia fatales. El festín es estrecho:
todo nuevo huésped será mirado de reojo, como él será
malmirado por las personas ya sentadas a la mesa.
’ ’Este recién llegado no se presenta al hombre ya en
posesión, como un simple consumidor cuyo apetito es
temible; es también un ser de presa, un eventual con­
quistador. Producir, fabricar uno mismo, es indudable­
mente un medio de vivir; pero hay otro medio, que
consiste en arrebáfar los productos de la fabricación,
sea por la astucia, sea por la violencia. Es a menudo
CHARLES MAURRAS 71

el interés del hombre, de lo que hay infinitos testimo­


nios : la mayoría de quienes no son ni ladrones ni ban­
didos pasan su vida en el temor de ser asaltados o
robados. Prueba segura de que su reflexión personal,
su experiencia, la tradición y la memoria hereditaria
están acordes en señalar la energía siempre subsistente
de los instintos de rapiña y de fraude. Llevamos en la
sangre el genio de la conquista.
” E1 hombre no puede ver al hombre sin imaginárselo
en seguida como a un conquistador o un conquistado,
como explotador o explotado, como vencedor o vencido
y, en fin, para decirlo con una palabra, como enemigo.
Por más que diga Aristóteles que el hombre es social,
no lo sería si no fuera industrioso; y los frutos de su
industria le son tan necesarios o le parecen tan hermo­
sos que no puede poseerlos sin verse obligado muchas
veces a tomar las armas. La defensa de esos bienes, o
su robo, es toda la historia del mundo.”

* *

Hay una gran parte de verdad en el discurso de los


pesimistas que de aquel modo van más lejos que Hobbes
y los suyos. Y o querría que se resignaran a dar por
cierto todo lo que dicen, y no temieran enseñar que en
efecto el hombre es más que un lobo para el hom bre;
pero a condición de corregir el aforismo agregándole
este otro, nuevo, cuya verdad es igualmente rigurosa, de
que el hombre es un dios para el hombre.
Sí, la industria explica la concurrencia y la rivalidad
feroces desarrolladas entre los hombres. Pero la indus­
tria explica igualmente sus concordancias y sus amista­
des. Cuando Robinson descubrió por primera vez la
huella de un pie desnudo impreso en la arena, tuvo un
sentimiento de temor, diciéndose a la manera de Hob­
bes: “ He aquí al que se comerá todo mi bien, y que
me devorará a m í . . . ” Cuando descubrió al.débil Vier­
nes, pobre salvaje inofensivo, dijóse: “ He aquí a mi
72 MIS IDEAS POLÍTICAS

colaborador, mi oliente 7 m i protegido. Nada tengo que


temer de su parte. Él tiene que esperarlo todo de mí.
Lo utilizaré.”
Y Viernes vuélvese útil para Robinson, quien lo
somete a los empleos y trabajos más variados. En poco
tiempo, el nuevo habitante de la isla presta servicios
infinitamente superiores a todos los gastos materiales
de su mantenimiento. La riqueza del ex solitario se
multiplica por la cooperación, y él mismo queda a salvo
de las dos sugestiones del desierto, el frenesí místico o
el embrutecimiento. E l uno por el otro se elevan pues
y por así decir se civilizan.
El caso de Robinson es demasiado particular y pri­
vilegiado para que se lo fije jamás como punto de
partida de una teoría de la sociedad; el gran error de
los sistemas aparecidos en el siglo xvm fue el de razonar
sobre casos similares. Sabemos que para darnos cuenta
del mecanismo social, hay que observarlo en su elemen­
to primitivo y que siempre lo fue: la familia. Pero es
la industria, la necesidad de la industria lo que fijó a
la familia y la volvió permanente. A l recibir a los hijos
y las hijas que le daba su mujer, el hombre sentía
desarrollarse en sí los mismos instintos hace un mo­
mento observados en el corazón de Robinson: “ He aquí
colaboradores, clientes y protegidos. Nada tengo que
temer de ellos. Ellos todo lo pueden esperar de mí. Y
el beneficio me hará bien a mí mismo.” A medida que
crecía su familia, el padre observaba que su poder au­
mentaba también, así como su fuerza y todos sus medios
de transformar en tom o suyo la rica, salvaje y temible
naturaleza o de defender sus productos contra compe­
tidores o conquistadores.
Observad, os lo ruego, que es entre seres de condición
desigual donde siempre parece constituirse la sociedad
primitiva. Rousseau creía que esta desigualdad resul­
taba de las civilizaciones. ¡Es todo lo contrario! La
sociedad, la civilización, nacieron de la desigualdad.
Ninguna civilización, ninguna sociedad podría salir de
seres iguales entre sí. Los verdaderamente iguales, colo-
CHARLES MAURRÁS 73

cados en condiciones iguales, o siquiera meramente


análogas, se habrían casi fatalmente entredevorado. El
intercambio y el comercio libres de bienes equivalentes,
no están en el origen, sino en las últimas consecuencias
de largos perfeccionamientos sociales. La desigualdad
de los encuentros crea necesidades de aceptación y de
concesión que resultan fecundos, su mal se atenúa, su
bien se fortifica, en lo físico y en lo moral. Que un
hombre pueda dar la vida o la seguridad, o la salud por
otro, el cual por sí mismo las perdería, he aquí rela­
ciones sociales nuevas; el primero utiliza y si se quiere,
“ explota”, con un capital que ha creado, salvado o re-'
constituido al segundo llevado por el interés bien en­
tendido, por el amor filial o el reconocimiento en hallar
dicha explotación agradable, o útil, o por lo menos
tolerable.
El instinto de protección o el instinto paternal causa­
ron otros efectos. El jefe de familia no tuvo solamente
hijos engendrados de su vida. Fugitivos, suplicantes acu­
dieron a él, quienes en estado de debilidad, desnudez e
impotencia, venían a ofrecerle sus brazos y también sus
enteras personas a cambio de una protección sin la cual
estaban condenados a perecer. Por adopciones de este
género, la familia debía acrecentarse. La guerra, que
era siempre indispensable llevar en cualquier momento
contra familias rivales, aportó una nueva especie de
acrecentamiento. Siempre fue excepcional en la histo­
ria del mundo que el grupo victorioso sacrificara para
comerlo o hasta para satisfaced su venganza, al grupo
vencido. Las mujeres de toda edad son casi siempre
reservadas: las más jóvenes para el papel de esposas o
de concubinas, las mayores para los oficios domésticos
en los cuales se las apreció en todos los tiempos. Si la
matanza, aun de los guerreros, es cosa rara, la reducción
a esclavitud es por el contrario un hecho tan general
que Bossuet no pudo considerarlo sin respeto. Cuando
se lo piensa, ningún hecho primitivo puede marcar me­
jo r el precio inmenso que todo hombre atribuye a la
vida y a la función de otro hombre.
74 MIS IDEAS POLÍTICAS

— Hace un momento me resultabas un lobo, pero en


euanto vencí al lobo, lo mato, pues él no puede sino
hacerme nuevos daños. Ahora bien: tú, que eres un
hombre, a quien puse por tierra y que yace herido en
el suelo, me resultas ahora como un dios. ¿De qué me
serviría tu muerte? Tu vida, por el contrario, podría
volverse una nueva fuente de bienes. Levántate, te cu­
raré. Mejórate, y te emplearé.
’’Mediante algunas precauciones indispensables toma­
das contra tu fuerza y contra los recuerdos de tu liber­
tad, te trataré bien para que trabajes para mí. Cercano
a mi hogar, participando de mi seguridad, de mi ali­
mento y de todos mis otros poderes, vivirás mucho
tiempo: tu trabajo, ¿lo entiendes?, tu inestimable tra­
b a jo entra en mi propiedad. Pero yo me veo obligado
a garantizarte, además de la existencia, la subsistencia
y todos los géneros de dicha que sean compatibles con
la mía.”
De ese modo el rostro del esclavo era amigo para el
amo. Y poco a poco, cuando el hábito se le sumó, cuan-
.do el olvido hubo operado su labor, cuando el buen
trato cotidiano hubo hecho olvidar cierta crueldad pri­
mitiva, el rostro del amo volvióse amigo para el esclavo.
Significó previsión, tutela y gobierno. Después de al­
gunas generaciones, relaciones de nuevo género se es­
tablecen; en virtud de la reciprocidad de los servicios,
el esclavo se consideraba como miembro secundario,
pero necesario, de la familia.

Ora por el sentimiento del peligro común, del que


nacían los pactos de jefes de familia sensiblemente
iguales entre sí; ora por el abatimiento o la sujeción
de familias vecinas, la familia primitiva extendióse
hasta formar una nueva agrupación civil, un estadillo
¡político; el mecanismo de su formación es el que ya
liemos visto funcionar.

I
CHARLES MAURRAS 75

. La industria da poder, determina la concurrencia,


hace nacer en el grupo la necesidad de elementos nuevos;
de donde, el aumento de las familias y su federación;
de donde aun las puertas abiertas, mediante el estable­
cimiento de ciertas condiciones, para los vagabundos y
los tránsfugas, y asimismo para los enemigos vencidos.
A cada estadio, el dicho de Aristóteles se verifica; es
la amistad quien preside la fundación de la ciudad.
Pero la fórmula de Hobbes no por eso queda desmen­
tida, sin embargo: porque el hombre es lobo para el
hombre, el reducto se eriza de murallas, torres y otras
obras de fortificación. La amistad se establece como
entre los participantes del mismo hogar, entre quienes
están envueltos por el mismo muro; para los otros, la
enemistad o por lo menos la precaución y la descon­
fianza se declaran.
No hay que entender por amistad la amistad pura,
ni por enemistad una enemistad absoluta. Los extran­
jeros o, como se los llamaba en la antigüedad griega,
los bárbaros no son necesariamente enemigos. Pero ante
todo son diferentes por las costumbres, la lengua, el
atuendo, las leyes. Y además, sus desplazamientos casi
siempre tienen por objeto la rapiña. Con todo, se los
suele recibir como huéspedes e interrogarlos como sa­
bios. Se responde a sus preguntas para que respondan
a las que se les formula. £1 conjunto de sus caballos o
de sus navios constituye además un gran elemento de
curiosidad, a veces de codicia. Las relaciones empiezan
por las más simples, el intercambio por vía de trueque,
puesto que aún no existe la moneda. He aquí especies
de amistades internacionales. ¡Pero ellas son precarias
y muy relativas, en comparación con las causas de ene­
mistad siempre a punto de estallar entre gentes tan
diversas y movidas por intereses tan contrarios!
Inversamente, en el interior de cada ciudad, si es
muy cierto que la amistad nacida de apremiantes inte­
reses comunes ha hecho relegar la verdadera guerra
fuera del reducto, y por así decir a la periferia de aquel
gran cuerpo, no por eso faltan robos y adulterios come-
76 MIS IDEAS POLÍTICAS

tidos, dándose sablazos los amantes rivales y puñetazos


y cuchilladas los mozos de cordel competidores. Entre·
tanto subsiste una paz relativa. Hay antipatías y envi·
dias, pero p or motivos de poca importancia, sobre los
cuales es fácil o posible la reconciliación.
Por lo demás, respondiendo a la necesidad de paz y
de orden esencial a la vida, y que los progresos de la
industria vuelven imperiosa, la ciudad, la gran comu­
nidad civil, ya naturalmente dividida en familias y en
corporaciones de oficiales, comporta y si es necesario
suscita la formación de ciertas comunidades secundarias
entre las cuales se distribuyen los ciudadanos, según sus
afinidades y sus gustos. Son asociaciones religiosas, con­
fraternidades de mutuo socorro, sectas filosóficas y li­
terarias. Va de suyo que los miembros de cada corpora­
ción no pueden experimentar mucha simpatía por los
miembros de la corporación vecina: La simpatía aumenta
proporcionalmente entre los miembros del mismo gru­
po, lo que es un gran beneficio. Dos confraternidades
de penitentes, la una azul y la otra gris, pueden causar
en una ciudad el día de la fiesta votiva, dos o tres
querellas, amén de una buena riña; la amistad ejercí­
tase allí a lo largo de todo el año, en el interior. de
. cada una, para mayor beneficio material y moral de
las unas y de las otras. Cuanto más viva es la guerra en
el exterior, más estrecha vuélvese en el interior la ca­
maradería. El hombre está hecho de ese modo, y las
sociedades que pudieron atravesar las dificultades de
la historia son precisamente aquellas que, conociendo
por reflexión o presintiendo por instinto dichas leyes
de la naturaleza humana, ajustaron a ella su conducta
punto por punto.
Una comunidad subsiste mientras entre sus miembros
las causas de amistad y de unión superan a las de ene­
mistad y división.
La policía, los tribunales se instituyen para castigar,
reprimir y si es preciso destruir aquellos de cada co­
munidad que muestran a sus hermanos o compañeros
el rostro del lobo que deberían reservar para el enemi-
CHARLES MAURRAS 77

go común. Del mismo modo los honores ántnmos o


postumos sirvieron en todo tiempo para recompensar
a aquellos miembros de la comunidad que se mostraron
más “ lobos” para el enemigo o, si es permitido decirlo
así, más “ dioses” para sus amigos y compatriotas. Mu­
chos héroes fueron así deificados, a título militar y civil,

* *

Rostro de dios, rostro de lobo, la expresión alternati­


va del rostro humano en presencia del hombre resulta
de su constitución, de su ley. Naturalmente filántropo*
naturalmente misántropo, el hombre nécesita del hom­
bre, pero le teme; únicamente las circunstancias regulan
el funcionamiento de esos dos sentimientos que se com­
baten, pero se complementan.*
No creo que puedan desaparecer jamás. Me parece
una tontería esperarlo. Las sociedades más bajas, que
fundaban las más estrechas fraternidades, fueron tam­
bién las más terribles para todo aquello que trataba de
vivir fuera de su recinto. Pongo por testimonio los re­
cuerdos del Imperio romano, el que al dilatarse por
toda la tierra habitada, no perdonaba sino a sus venci­
dos y aplastaba todo lo demás. La cristiandad, tan dulce
para las poblaciones abrigadas en su vasto seno, se aban­
donaba a la violencia natural de todo instinto cuando
encontraba paganos o sarracenos. Hoy, la civilización
inglesa tan moderada., tan respetuosa, tan jurídica ha­
cia sus ciudadanos, no reconoce ni derecho ni fuerza
fuera de su fuerza o de su derecho. Rasgo curioso: en
opinión de todos aquellos que lo vieron de cerca, el
inglés moderno es personalmente servicial, hospitalario,
humano hacia el extranjero cualquiera que sea, que
acogió a su lado y con el cual contrajo alianza. Su vo­
luntad formal tiene el poder de crear tales acepciones
de personas. Pero son, como se dice en derecho, espe­
cies puras, y fuera de las cuales se cree con el deber de
mostrar rostro de lobo a todos los bárbaros: su rostro
78 MIS IDEAS POLITICAS

de dios queda reservado para los hijos de la vieja


Inglaterra.
Se puede burlar ese patriotismo, ese nacionalismo.
Pero él es conforme a grandes leyes físicas. Se relaciona
con los elementos del género humano. Para crear o
mantener a un pueblo próspero, a una civilización flo ­
reciente, no se halló nada m ejor ni nada diferente.
No digáis que puede contribuir a la guerra externa:
sin duda alguna, ahorra la guerra civil, que es la más
atroz de todas.
NATURALEZA Y FORTUNA

Si se me concede que el azar contribuye en pequeña


parte a nuestra rectitud de inteligencia, pretenderé que
no hay que burlarse jamás del azar; es un gran sim-
plificador, un gran abreviador de querellas. Los dados
eran sagrados entre diversos pueblos más juiciosos que ·
nosotros.
o

Nuestra influencia en los acontecimientos no depende


de nosotros solos. A veces de una singular facilidad.
Para captarlos, puede bastar la fuerza de un niño.
Poder no es a menudo sino destreza o dicha, ¡y todo
se puede!
e

Las grandes razas humanas, tan sensibles a todos los


atractivos, saben con la mayor facilidad del mundo,
plegarse a las desdichas y a las dificultades de la suerte.
¿N o era el joven Alcibiades el honor y las delicias de
Atenas, quien se encenagaba y se perdía en las delicias
del gran rey, pero se reía de placer adaptándose a la
farsa de Lacedemonia?
Las altas energías son flexibles. El hombre verdade­
ramente hecho para saborear las alegrías de la vida es
aquel que sabe pasarse sin ellas con la misma alegría.

Y o no soy de aquellos que se ríen de la bella ilusión


abrigada por los antiguos acerca de los astros. Tal vez
sabían que sus carros inflamados, en realidad, estaban
roídos y gastados por su vida luminosa; con gran sabi-
80 MIS IDEAS POLÍTICAS

daría, no veían esos mundos en sí mismos, sino qae los


concebían en relación con su propia vida. No es dudoso
que una estrella no sea un buen emblema de perennidad
en comparación con la existencia de los efímeros. Todo
lo que sabemos o creemos saber destruirá difícilmente el
ingenuo informe de nuestros sentidos. No creemos inju­
riar a la ciencia invocando la estrella en su altura, como
estable y eterna, mientras nosotros rodamos miserable­
mente sobre las olas del mar. La estrella nos proporcio­
na una imagen satisfactoria y un tipo aproximado de la
relativa perfección hacia la que tiende el corazón del
hombre. ¡Alta estrella, estrella estable, estrella eterna,
es cerca de ti donde se halla refugio contra las violencias
y las astucias, los abismos y los repliegues de las tenta­
ciones y de las corrupciones del mar!
NATURALEZA Y RAZÓN

Lo instintivo y lo inconsciente están en la base de


la naturaleza humana; si ésta es una mezcla de bien y
de mal, no es enteramente mala. Un hombre que fuera
todo voluntad consciente sería un autómata, con ribetes
de cretino.

Como hay en el alma humana una porción entera­


mente mecánica, condición y sostén de las otras partes,
y a falta de la cual nada se sostendría, porción a la cual
se aplican todas las leyes del mundo mineral, hay tam­
bién en nosotros una provincia vegetativa, que sostiene
y luego condiciona a la sensitiva y a la racional.
Es preciso ponerse en regla con estas leyes del alma
vegetativa si se quiere ser un buen animal, bieneducado,
si se quiere ser un buen animal razonable, o humano,
sentir bien, es decir, sentir como animal sano y completo.

E l mundo físico tiene leyes, y la naturaleza humana


las suyas, que no se inventan, pero se descubren. El
espíritu del hombre, en lugar de especular en las nu­
bes, debe mirar en torno para hallar consejo y direc­
ción en la luz.
Hay un hombre perfecto. Por lo cual no quiero decir
una figura mediocre en que se compensen los defectos y
las cualidades de un ser humano: expreso el límite del
poder humano. Los monstruosos, los excesivos, los hin­
chados no sobrepasan dicho límite, aunque tengan el
hábito de decirlo. Quedan muy para acá de él. El hom-
82 MIS IDEAS POLÍTICAS

bre no concibe nada más allá de ese término; es ahí


donde colocó a los dioses. En dos palabras, el hombre
es un animal que razona. Esta vieja definición me parece
por cierto la única satisfactoria. Ni la moralidad, ni la
socialidad, ni por cierto el sentimiento son particulares
al hombre. A él no le pertenece sino la razón; es lo
que lo distingue, sin separarlo, del resto de la natura·
leza.
Esta naturaleza es representada en él toda entera, en
su cuerpo, que tiene peso, número y medida como los
metales, organización como los vegetales, sensibilidad
y movimiento como los animales, y que así parece la
más alta flor de la tierra; su razón se nutre, se agudiza,
es activada y esclarecida sin cesar por los tributos que
el mundo le paga a través de esos canales. En un hom­
bre perfecto, es preciso que la razón, así condicionada
por toda la naturaleza, desarrolle toda la amplitud de
su energía por el modo preciso en que aquello no puede
dañar a la expansión perfecta de un cuerpo y de un
corazón floreciente, la razón llevada al exceso, agostan­ 4
do al animal, seca sus propias fuentes de desarrollo;
y en cuanto a la cultura exclusiva del cuerpo, muy claro
está que oscurece al alma razonable y le quita al hom ­
bre su ingenio.

Así queda el hombre formado por cincuenta siglos de


civilización, al punto de que casi perdió la idea de la
fundamental enemistad de la naturaleza. El coro de
las cosas que lo rodea le parece un conjunto armonioso,
claro, benévolo, con tal de no vivir allí solo.
Si tiembla en el desierto, es de soledad.
En cuanto ese desierto se puebla, el hombre se tran­
quiliza en seguida. Tiene sin duda fe en sí mismo; pero
también lo domina, por una especie de rápido contagio,
un sentimiento de confianza y abandono en la solidez,
en la constancia, en la riqueza y en la generosidad de
su Universo.
La máquina del mundo no es conducida por los vo-
CHARLES MAURRAS 83

cabios pronunciados ante ella o por las frases inscriptas


en sus manubrios, sino por criaturas vivas: necesidades,
intereses, reales fuerzas llenas de apetito.

Así sea, el mundo se desarrolla, lo sabemos. Pero sa­


bemos también que tiene por campo de evolución dos
infinitos. La más ligera modificación exige millares de
siglos. Entre los hombres, la cáscara de las costumbres
cae con tanta facilidad como ella es reemplazada; pero
no es más que la corteza, ¿y qué sabemos de lo esen­
cial en el hombre que se halla alterado desde hace
cuatro mil años?

Tener razón, es todavía una de las maneras en que


el hombre se eterniza: tener razón y cambiar los dichos
comunes y corrientes en un pequeño número de propor­
ciones coherentes y razonables, es cuando se lo alcanza
aunque sea sobre algún punto, lá obra maestra de la
energía.
Tener razón no hasta. Pero es lo indispensable y por
ahí se debe comenzar. Y si se ha empezado por no
tener razón, hay que abandonar el error, volver sobre
sus pasos al punto desde el cual se avanzará y se pro­
gresará, en lugar de dar vueltas en círculo, recular o
patinar.

t Nada más delicioso para el pensamiento del hombro


que experimentar una ley por el testimonio de un he­
cho independiente y espontáneo, de algún hecho pos­
terior a la fórmula de la ley.
Uno se confirma en el profundo sentimiento de que
razonar no es soñar y de que hay correspondencias
i misteriosas entre las concepciones de nuestro espíritu
[ y la confusa corriente de las cosas reales.
84 MIS IDEAS POLÍTICAS

Siempre tuve a la razón por el instrumento útil


cuya estructura nos define su alcance. Ella no lo ve
todo por cierto, pero no vale la pena arrancarse los
ojos porque la filosofía de la óptica reproche a dichos
órganos algún vicio de constitución. Desesperar de los
recursos de la razón es tan vano como esperarlo todo
de ella.

En cuanto se apoderan de nosotros, las facultades, que


son fuerzas ciegas, quieren para sí la corona, sin repar­
to; pero el placer de la inteligencia y de la razón, no
es reinar, no es poder, sino sencillamente ver lo que
reina, y asignar a cada actividad el lugar que le es
más conveniente. Si es fácil para la razón dar el cetro
al más digno, le resulta superfluo y algo imposible arro­
gárselo indebidamente.

La razón, es decir, la inteligencia que modera, mide


o apremia a todas las pasiones.

Únicamente los débiles excluyen la razón del senti­


miento. En los fuertes, la convicción es tanto más aca­
lorada cuanto que se funda en motivos vistos con más
claridad.

La razón y el sentimiento, sosteniéndose vuelta a


vuelta y regulándose el uno por la otra, son la salva­
guarda y la esperanza del mundo.
II

PRINCIPIOS
LA V E R D A D

Sí, señor; sí, señora; es porque “ el discurso es duro”


qué su eficacia será dulce; es porque el libro deja un
“ sabor amargo en la lengua” que, más adelante, será
tónico y curativo.
Los jalones colocados en las rutas no ponen sus indi­
cadores en estilo dulce y florido: emplean el estilo de
su utilidad. Precisos, directos, insistentes y autorita­
rios, no dicen: si yo no me engaño, no dudan de sí, no
se excusan por lanzar con rudeza a la vista de los tran­
seúntes las flechas de la dirección y las cifras de la dis­
tancia. Mas ¿se queja el viajero? Por poco que tenga el
corazón dispuesto a filosofar, agradece al autor prove­
chosas brutalidades por las cuales ni siquiera se siente
tiranizado.
A él le toca aminorar o apresurar la velocidad, seguir
o cambiar de orientación. La piedra miliar sólo dice
en términos claros lo que es, y aquello que hay que
tener en cuenta. Cuanto más el dato preciso limite el
pensamiento, en razón misma de aquel estrecho mojón,
las fantasías del corazón, los votos de la imaginación,
las necesidades, las comodidades y los intereses perso­
nales obtendrán más seguridad y m ejor podrán darse
libre curso. Una indicación incierta, un dato vago o
falso, pareciendo lisonjear la arbitrariedad del pasean­
te, restringirán la libertad de su movimiento, de su
reposo, disminuirán sus poderes reales, pues los riesgos
anexos a las consecuencias de un itinerario descuidado
y caprichoso serán multiplicados por la insuficiencia
de aquella información.
Es gran error pensar que las contingencias, como se
dice, se acomoden más fácilmente con un principio flojo
88 MIS IDEAS POLÍTICAS

y flotante: muy por el contrario, toda indecisión en los


principios complica el estudio de los hechos, así como
su tratamiento; la incertidumbre hállase introducida
de ese modo en el único punto donde podía venirle un
poco de luz, y a las complejidades de la tierra se habrán
agregado las sombras del cielo.
La verdad, sol duro, pero claro, se contenta con esta­
blecer desde arriba lo que hay que saber y pensar antes
de obrar. Muestra el bien, señala el mal, hace distin­
guir las proporciones en que el uno y el otro se encuen­
tran y se mezclan en la infinita variedad de nuestros
casos humanos. Una vez así esclarecido, el hombre está
lejos de haber resuelto los problemas de su vida prác­
tica, pero tiene con qué resolverlos, y si como le ocurre
demasiado a menudo, no puede elegir sino entre males,
discernirá mejor cuál sea el menor, su esfuerzo podrá
aplicarse a evitar lo peor, lo que tal vez constituye la
mayor virtud del gobierno de sí y de los otros.

La verdad no sólo está defendida por aquello que


tiene naturalmente de general, de elevado, de abstracto
y de extraño al hombre, sino que para decidirse a ele­
varse hasta ella, se precisa un impulso generoso del
pensamiento, más allá del presente, un amplio cálculo
acerca del porvenir. Para adherir a dicha verdad que
todo vela, es preciso además un esfuerzo de la voluntad,
que imponga silencio a muchos instintos.
La verdad, “ no digo la sinceridad, digo la verdad
entera, el acuerdo del lenguaje y del pensamiento con
las realidades exteriores” , la verdad juzga aún ser otra
cosa que la suprema voluptuosidad de la inteligencia:
es la habilidad soberana, es la fuerza todopoderosa.

La sinceridad no es la verdad. La intención más recta


y la voluntad más firme no pueden haqer que lo que
es no eea.,
CHARLES MAURRAS 89

No sobrestimemos ninguna virtud, pero hagamos jus­


ticia a las virtudes de la evidencia. No hay sonrisa,
mueca o parloteo de floridos ingenios que pueda resis­
tírseles. Las decisiones que ellas provocan son graves,
a veces penosas en la vida del espíritu, la vida exterior
no les obedece siempre, pero el servicio que prestan es
tal que prevalecen sobre todo.

Lo verdadero vale por sí mismo, Pero hay verdades


amargas y verdades dulces. Las hay útiles, las hay pe­
ligrosas. Las hay que debemos reservar para los sabios
y otras que convienen como alimentos de todos.

¡Algunos revolucionarios puramente oratorios y mís­


ticos pueden juzgar que, fábula o verdad, cualquier
cosa es buena para el pueblo! Nosotros creemos que el
pueblo tiene necesidades menos exigentes que la mino­
ría selecta. La verdad le hace tanta falta como el pan.
La mentira históricopolítica envenena a un pueblo con
la misma limpieza que el cianuro de potasio.

Un desdén que no se expresa no es una acción. Por


el contrario, un error y una mentira que no nos toma­
mos el trabajo de desenmascarar adquieren poco a poco
la autoridad de lo verdadero.
LA F U E R Z A

Hay debilidades tiránicas, debilidades perversas y


vencidos dignos de serlo, como hay victoriosos benéfi­
cos, héroes de la energía y del poder a quienes la hu­
manidad debe inmensos progresos, colosos de salud y
de fuerza que merecieron la bendición del pasado y el
porvenir. La fuerza en sí misma, despojada de sus ca­
racteres adventicios y circunstanciales, la fuerza que
no se halla aún al servicio ni del bien ni del mal, la
fuerza desnuda es por sí misma un bien, muy precioso
y muy grande, pues es la expresión de la actividad clel
ser. Es imbécil querer ignorar su beneficio.

No hay que cansarse de repetirlo, para desalentar al


sofisma nocivo: la fuerza por sí, reducida a sí misma,
es un bien. Lo que no quiere decir que siempre haga
.bien o que no haya un Isien mayor.
Buena en sí, también es capaz de los mayores benefi­
cios, así como de defender la patria, castigar el crimen,
vengar el honor o proteger la inocencia.
Pero como es capaz de todo, le es necesaria como
primera garantía una regla y, puesta al servicio de la
mejor causa, un orden. El orden contribuye a hacerla
entera y completamente eficaz. Pero el orden la con­
serva también de lo que pretende servir; el orden le
impide volverse a su pesar contra lo que le es querido.
Toda fuerza desordenada se halla expuesta a dicho
peligro.
CHARLES MAURRAS 91

Para moderar la fuerza queda la Razón, es decir, el


sentido de la mesura y de las proporciones intelectuales
queda aquel sentido cívico que agrega al orden superior
del espíritu no sé qué principio de cordialidad, de sen­
cillez, quisiera atreverme a decir la caridad, que no
quiere la muerte del culpable, sino, y con mucho afán,
su enmienda.
Quedan también aquella claridad, aquella franqueza,
consecuencia natural de la rectitud de espíritu, que no
permite ni hipocresía ni disfraz, sino que va derecho
ante sí, con la visera levantada y el pecho descubierto,
aquella serenidad tranquila que conviene a quienes
asumieron libremente nobles funciones.

Las teorías de la fuerza no están de ningún modo en


contradicción con la doctrina de la solidaridad; y de
todas maneras, la ayuda mutua entre los hombres ne­
cesita ser fuerte para protegerse o sentirse protegido
contra la violencia.
Si en el mundo no vale más que la fuerza, resulta
indispensable ser fuerte; si hay otra cosa, si como nos­
otros pensamos hay algo mejor, y mucho mejor, es aun
más necesario ser fuerte y poderoso para salvar o des­
arrollar esos verdaderos bienes.
EL O R D E N

Como no podría existir la figura sin el rasgo que la


ciñe y la línea que la contiene, desde que el Ser em­
pieza a alejarse de su contrario, desde que el Ser es,
tiene su forma, su orden, y es aquello mismo que lo
limita, lo que lo constituye. ¿Qué existencia carece de
esencia? ¿Qué es el Ser sin la ley? En todos los grados
de la escala, el Ser se debilita cuando el orden cede;
se disuelve por poco que el orden ya no lo mantenga.

El orden no es sino un medio. Es un punto de parti­


da. Restablecer el orden restituye una atmósfera favo­
rable a la acción del espíritu como a la del cuerpo.
Aquel orden hace posible, o mejor, la obra emprendi­
da. Le garantiza su duración, y le proporciona auxilia­
res o protectores.

La regla humana no consiste en matar, én destruir


ni en aniquilar el sujeto que ella debe por el contrario
desarrollar manteniéndolo en su camino.

Necesidad de subordinar para coordinar y ordenar;


¡no hay paparrucha oratoria que pueda ir contra esa
matemática!

Conformarse al orden, abrevia y facilita la tarea.


Contradecir o discutir el orden es perder el tiempo.
CHARLES MÀURRAS 93

E l orden, se lo ha dicho ya, es una justicia superior.

Para el orden histórico y político, poseer no es nada,


tener no es nada, si no se está en condiciones de conser­
var también.

En la guerra como en la paz, el orden es precioso


entre todos los bienes. Con su falsa dureza, con su rigor
aparente, economiza las existencias, como mide y utili­
za los esfuerzos.
El soldado que se queja del orden es enemigo de sí
mismo. La ciega bondad que le hace coro a dicho
soldado es una enemiga del soldado. Enemiga incons­
ciente e involuntaria; ¿qué importa la intención si ella
lo envía a la muerte?
Justamente porque es ingrato y liviano, porque el
olvido y la inestabilidad le son ordinarios, el hombre
advirtió pronto que necesita buscar en el Tiempo, que
cambia sin cesar, puntos de referencia inmóviles, inva­
riables puntos de apoyo, cada vez que trata de realizar
un designio de cierta importancia, que quiere ser fiel
a su propósito y a su amor.
Escribo deliberadamente esta última palabra, que no
expresa sino el sentimiento de las personas; pues si las
fuertes pasiones tienen sus ritos aniversarios; si la re­
petición de ciertas fechas provoca un retorno natural
del pensamiento hacia los misterios dolorosos o felices
de la vida del corazón, con mayor razón cuando no se
trata ya de un solo ser, sino de una sociedad, de una
religión, de una causa, será necesario eternizar en sus
fechas los recuerdos felices o funestos.
N o o l v id a r : es el punto de partida de todo orden y
de toda ley.
LA AUTORIDAD

Cuando el primer movimiento del entusiasmo ha pa­


sado, ningún orden puede nacer sino de la autoridad.

NATURALEZA DE LA AUTORIDAD
La idea de que la autoridad pudo construirse por
abajo no habría podido entrar en la cabeza de nuestros
abuelos, que eran juiciosos.
En verdad no fue fabricada ni por abajo ni por
arriba.
La autoridad nació. En los individuos, en las familias,
en los pueblos, es un don en que la voluntad de los
hombres tiene muy poco que ver.
La observación más vulgar está aquí enteramente de
acuerdo con el texto católico omnis potestas a Deo. En
una de la s. más viejas “ Cartas a Panchita” el señor
Marcelo Prévost recuerda a su sobrina cómo después
dé haber aprobado su bachillerato, ella supo obligar
al secretario de la Facultad a que le mostrará sus notas,
con desprecio de los reglamentos universitarios y de
las leyes del Estado. Tenéis el gran don, Panchita, de la
autoridad, observaba sentenciosamente el tío Marcelo.
¿Creía acertada su observación? ¿Llegaba al fin de lo
que observaba?
La autoridad, así tomada en su nacimiento, es algo
simple y puro. Ciertos tipos humanos la poseen, los
otros carecen de ella.
Haciendo a un lado a quienes no saben más que
obedecer, el hombre de libertad, reconocible en la alti­
vez de un corazón que nada doma, difiere de aquel
que se caracteriza por la dignidad y que sobre todo
CHARLES MÀURRÀS 95

inspira respeto: el hombre de autoridad difiere de los


otros dos. Su libertad se impone naturalmente a la li­
bertad ajena, su dignidad es radiante, arrastra y trans­
porta. No es el respeto ni la admiración, sentimientos
inertes, es una docilidad entusiasta la que le responde.

* *

Lejos de ser irracionales, los votos instintivos van más


rápido que lá razón consciente, y la lógica clarividente
no por ello les falta más que a las pasiones de un gran '
amor. El autor de la Vida Nueva nos dice que al ver
por primera vez a Beatriz el corazón empezó a latirle
impetuosamente, lo que Dante desarrolla y explica en
estos términos: “ . . . El espíritu de la vida que reside
en la bóveda más secreta del corazón empezó a temblar
con tanta fuerza que su movimiento se dejó sentir en
mis más pequeñas venas, y temblando dijo estas pala­
bras: ‘Ecce deus fortior me, qui veniens dominabitur
me.’ He aquí un Dios más fuerte que yo, y que me va
a dominar. Entonces, el espíritu animal, que está en la
alta bóveda a donde todos los espíritus sensitivos van a
llevar sus percepciones, empezó a asombrarse mucho, y
dirigiéndose particularmente a los espíritus de la visión,
dijo estas palabras: 4Apparuit jam beatitudo nostra’
Nuestra beatitud apareció.. . ” Hay que releer todo
este penetrante y poético análisis, de una época en que
los sofismas perezosos de Alemania y de la judería no
habían impuesto aún al occidente europeo una ridicula
filosofía de lo inconsciente. Lo que era inconsciente,
se lo llevaba a la conciencia. Lo que escapaba a las
primeras percepciones de la razón, una razón más sutil
lo arrebataba a la noche.
Esta explicación de los fuertes presentimientos de
un corazón enamorado, tal como Dante nos la propor­
ciona, puede aplicarse a los transportes instintivos de
un alma obediente ante la autoridad, que ella cree con­
venirle: un juicio rápido le hace concebir como bené-
/
96 MIS IDEAS POLÍTICAS Á

fica aquella fuerza tenida por útil y bienhechora, cuyo,


orden le anuncia protección, justicia o victoria. Gusta
en ella el esbozo de un bien misterioso. ¿Por qué signo
la conoce? Es la gran dificultad del asunto. Algunos
jefes militares se hacen obedecer por el genio, otros
por el valor, otros por una especie de fe mística. Las
dotes exteriores y brillantes de un Condé pueden agre­
garle la magia del ejemplo, pero otros generales lleva­
dos en litera irradiaron el mismo prestigio.
Henrí Fouquier, que fue de los Mil, gustaba de ¡
contar que Garibaldi anciano fanatizaba a sus bandas i
diciéndóles a media voz, del fondo del coche en el que
lo confinaban sus reumatismos, un sencillo: “ ¡Adelan­
te, señores!” ¡Tal es la suma de pasiones, de esperanza
y confianza que duermen en el alma humana! Poco
basta para hacerlas surgir, pero esa nada es indispensa­
ble, y ninguna convención, ningún arreglo, ningún arti­
ficio de voluntad hace las veces del primer don natural.

La autoridad es del mismo orden que la virtud o el


genio o la belleza.

- Los más sabios engranajes jamás reemplazaron la


autoridad nacida. . .

Los franceses del siglo x,se habían alineado en torno


a la raza que desde hacía más de cien años los había
siempre defendido con eficacia. ¿De dónde procedía
esta raza, de qué cielo había bajado al país? Inmigran­
tes sajones o señores campesinos autóctonos o también
descendientes de los burgueses parisienses, la erudición
no cesa de discutirlo. No se discute sobre la autoridad
adquirida poco a poco por su poder feliz, ni sobre el
beneficio de su dinastía, ni sobre su constante dicha.
Ella expresa desde hace siglos un poder de protección

i
CHARLES MAURRAS 97

y de reparación, configura todo aquello que el cora­


zón y el espíritu de los hombres, aislados o reunidos,
espera y cree de una autoridad verdadera.

La verdadera autoridad es naturalmente juiciosa; una


autoridad insensata no es concebible. La idea de autori­
dad no significa en efecto solamente el poder y el gran
poder ejercido por un hombre o un grupo de hombres,
sino que además encierra el conocimiento del objeto
sobre el cual se ejerce y aplica dicho poder. Cuanto más
crece la autoridad, mejor se desarrolla tal conocimiento.
Cuanto más perfecta es la autoridad, implica una mayor
claridad y exactitud de aquel conocimiento, y más se
adapta a él.

La autoridad no sería una necesidad política eterna,


si paralelamente a ese instinto director, que constituye
el fondo del alma de los jefes, no existiese en el alma
de los súbditos y de los ciudadanos un instinto de obe­
diencia, constancia, decía Richelieu, que es la expresión
viviente del mayor interés de las multitudes: ser go­
bernadas y bien gobernadas, en un buen sentido, con
firmeza.

LAS CONDICIONES DE LA AUTORIDAD


VERDADERA: LA EDUCACIÓN DE LOS JEFES
El desarrollo de lo que se llama la civilización moder­
na tiende a dar a las fuerzas materiales una creciente
ventaja sobre las fuerzas morales.
¡Si nos fiamos a ella para realizar la justicia social
o la dulcificación de las costumbres, nos preparamos
considerables decepciones! Esta civilización no iguala
ni las fortunas ni las condiciones: su complejidad no
cesa, por el contrario, de ahondar diferencias entre los
98 MIS IDEAS POLÍTICAS

hombres, ella no emancipa: la autoridad de la ciencia


y de la industria tendería más bien a establecer nuevas
razas de esclavos. Por fin, en lugar de apaciguar y con­
ciliar, sus necesidades son de tal rigor que parecen cor­
tar en ángulo recto, destruir o renegar de todo lo que
es humano.
Ni el juego de la oferta y de la demanda que consti­
tuyó al capitalismo, ni el principio de las nacionalidades
que ha creado nuestra paz armada, ni la lucha de cla­
ses, con la que las masas sublevadas responden al capi­
talismo hambreador, no podrían expandir por el mundo
una atmósfera de poema pastoril. Nos arrojaría más
vale hacia los lobos insociales como obligados a vivir
por categoría de clases o de razas, según la costumbre
de los lobos. El barniz hereditario de las costumbres
se descascara poco a poco, la supervivencia de las tra­
diciones generales se borra y las estadísticas de la cri­
minalidad muestran lo que de ella sale como consecuen­
cia inevitable.
Considerad los progresos del atletismo (que podría
constituir en una sociedad bien regulada una admirable
escuela de disciplina y elegancia), la pasión (por otra
parte excelente en sí misma) de prevalecer en esos jue­
gos violentos, los nuevos instrumentos creados por la
ciencia y sus aplicadores: esa multiplicación de las
fuerzas antiguas y esos nuevos medios puestos al servi­
cio de energías sin freno, no tienen más qué darse libre
curso: y el moralista ve por mil indicios renacer la
brutalidad.
En cuanto al lenguaje de nuestros contemporáneos,
hablo de los mejores, de quienes son educados, si no
bien educados, hombres y mujeres, vuelve a la onoma-
topeya primitiva, si dejamos hacer a la vida, a las fuer·;
zas, a los destinos.
En un régimen de brutalidad, no son ni los jefes ni
las órdenes, ni siquiera el orden con su jerarquía nece­
saria* lo que falta. Los asesinos de Septiembre tenían
jefes. No fueron órdenes lo que faltó a los fusiladores
del duque de Enghien o de monseñor Darboy. No de-
CHARLES MÀURRAS 99

hemos quejarnos de nuestro tiempo a este respecto.


Las diferencias de clases están más marcadas que hace
medio siglo, la arrogancia y el despotismo de las auto­
ridades estarían más bien en camino de aumentar. En
los espíritus dirigentes lo que falta es aquella luz que
es el signo de su derecho a dirigir. Los jefes subsisten
y su poder aumenta, pero son jefes bárbaros librados
a los impulsos de la pasión o del interés. Mandan, con­
ducen, pues sus tropas lo quieren, pero mandan mal y
conducen erróneamente, por falta de aprendizaje.
Son, pues, ellos también, más aún que las masas pro­
letarias por la6 cuales se finge un interés tan vivo, ver­
daderos desheredados.
El tesoro intelectual y moral cuya herencia les corres­
pondía recoger fue desdeñado y finalmente se ha per­
dido. Así lo dispuso el espíritu de la democracia liberal,
que desorganizó al país por arriba; tomando la voz del
progreso, fingiendo poseer las promesas del porvenir
hizo abandonar el único instrumento de progreso, que
es la tradición, y la única semilla de porvenir, que es
el pasado.
La historia de la tercera república basta para mostrar
el inconveniente que puede haber en entregar la legis­
lación, los ejércitos, la economía, la diplomacia, y todas
las formas de la autoridad y de la influencia a espíritus
sin dirección y sin cultura, a corazones sin dignidad y
sin dominio de sí.
La historia simétrica de la Inglaterra conservadora,
donde todos quienes gobernaron y sirvieron en los altos
empleos habían pasado por la dura y larga preparación
intelectual y moral de las viejas universidades, con gran
refuerzo de versos griegos y discursos latinos, comprue­
ba hasta qué punto es verdad que la verdadera dicha
de los pueblos depende del buen adiestramiento de sus
conductores. La espada del conquistador, el bastón del
pionero, incluso el lápiz del bolsista, todas aquellas
modalidades de la fuerza y de la astucia pueden y deben
procurar grandes bienes a condición de haber pasado el
tiempo necesario bajo la férula del educador. Todo lo
100 Mis IDEAS POLITICAS
que se quita de la férula, no es quitado a la férula ni a la
autoridad que la detenta: se lo quita a la entera masa
del pueblo: la nación y el género humano son los pri­
meros despojados.

La disminución del común haber intelectual y moral


es una pérdida para todo el mundo: los pequeños per­
derán con ello tanto como los grandes.
También lo perderán mucho más que los grandes,
pues lo que perfecciona, refina y eleva a los grandes
constituye, en provecho de los otros, la más preciosa
garantía, y a menudo la única, contra los abusos del
poder a que expone precisamente la grandeza. Ciertos
matices de virtud y de honor, ciertos persuasivos y her­
mosos acentos de la voz que manda son los frutos direc­
tos de la educación únicamente.
Ocurre con ello como con la religión.
Quien dijo que una religión era necesaria para el
pueblo, dijo una espesa tontería. Se necesita una reli­
gión, se necesita una educación, se necesita un juego de
frenos poderosos para los conductores del pueblo, para
sus consejeros, para sus jefes, en razón misma del papel
directivo y de refrenamiento que están llamados a des­
empeñar cerca de él: si los furores de la bestia humana
son temibles para todos, conviene temerlos en mayor
proporción cuando la bestia disfrute de poderes más
fuertes, capaces de permitirle devastar un campo de
acción más extenso.

Toda libertad no es conveniente en cualquier Estado;


cada Estado depende de sus antecedentes históricos y
de su configuración geográfica, como cada hombre de
sus antepasados y de su país. Saludables y tutelares
dependencias, puesto que dieron la vida, la sostienen
y la conservan, y que quien se sustrae a ellas muere.
La libertad varía con los tiempos y lugares, pero no
hay Estado que pueda durar sin una autoridad soberana.
CHARLES MAURRAS 101

Si, pues, se quiere hablar con exactitud, no es la


libertad lo que es general, necesario, de derecho ecumé­
nico, primitivo y humano; es la autoridad.

EJERCICIO DE LA AUTORIDAD:
EL PODER
La propiedad del poder se asemeja a las otras pro­
piedades, resulta del trabajo, del trabajo hecho, “ bien
hecho” . La fuerza desnuda puede aplicarse al bien
como al mal, a la construcción y a la destrucción. Cuan­
do ha hecho el bien, cuando ha construido se le atribu­
ye su mérito, su prestigio y su gloria, y ve también
nacer ese producto que se llama la autoridad.

La carencia del poder se asemeja a la vacancia de un


campo. Lo toma el que quiere, lo conserva el que puede.

Cuando el poder está vacante, es como decía Juana


de Arco, ¡verdadera lástima para el reino! Y gran m i­
seria también. Tomar el poder en ese caso, cuando se
tiene la fuerza para ello, es sencillamente un acto de
caridad o de humanidad. ’Un pueblo necesita jefe como
un hombre el pan. En tal hipótesis no sólo se restablece
el derecho del primer ocupante, sino que hay un deber
riguroso, una obligación estricta para quien lo puede,
de ocuparlo. Cuando los ciudadanos están amenazados
por el enemigo, se debe mandarlos si se lo puede hacer.
Cuando el desorden está en la calle, hay que devolverle
el orden si se tienen los medios.
102 MIS IDEAS POLITICAS

El poder no es una idea, es un hecho, y se cree en


ese hecho cuando se hace sentir; todas las críticas del
mundo no podrán nada contra la fuerza de un con­
quistador.

La mayoría de los moralistas, que son espíritus con­


fusos, juzgaron que el poder corrompía el corazón del
hombre. Cuando el poder es elevado y dura, cuando
dura un poco, su efecto es enteramente opuesto, el
aprendizaje de las responsabilidades se perfecciona y
su experiencia perfecciona en vez de echar a perder.
LA LIBERTAD

La libertad no está en el comienzo, sino en el fin.


No está en la raiz, sino en las flores y los frutos de la
naturaleza humana o para decirlo m ejor de la virtud
humana. Se es más libre a medida que se es mejor. Hay
que llegar a serlo. Nuestros hombres creyeron atribuir­
se el precio del esfuerzo por una famosa declaración
de Derechos, ostentando en sus alcaldías y sus escuelas,
sus ministerios y sús iglesias que dicho precio se adquiere
sin esfuerzo. Mas pregonar por todas partes que cada
uno nace millonario ¿equivaldría para cada uno a la
sombra de un millón?
¿Diréis que es un derecho a la libertad? El derecho
al millón no sería más vano.

La libertad, principio metafísico, es una cosa: las


libertades son otra. La voluntad del pueblo, suma de
las voluntades individuales, es una cosa; la voluntad
general, expresión del interés general de una nación,
de una raza, de un país, es otra cosa, muy diferente.

La libertad del loco se llama locura, la del tonto,


tontería, la del bandido, bandolerismo, la del traidor,
traición, y así de lo demás. Decir que las libertades se
limitan las unas con las otras es enteramente exacto
acerca del estado salvaje o de anarquía: lo que significa
simplemente que los fuertes oprimen o explotan a los
débiles mientras los débiles no se subleven contra loa
104 MIS IDEAS POLITICAS

fuertes y las víctimas eventuales no hayan encontrado


un procedimiento seguro para ametrallar a mansalva y
a discreción a sus verdugos. La libertad concebida co­
mo régimen o como principio, es un caos, generalmen­
te doloroso.
Los ciudadanos algo reflexivos no se dejan pues in­
timidar por juegos de palabras. Definen la libertad
como un poder o una fuerza,' fuerza o poder que vale
lo que valen sus súbditos y su objetivo. La eterna ridi­
culez de los siglos x v iii y xix consiste en tomar la liber­
tad como una regla o cómo un objetivo, cuando no es
sino un medio o una materia.

La libertad vive en pocos hombres.


Quien habla de libertad real, habla de autoridad. La
libertad de testar crea la autoridad del jefe de familia.
La libertad comunal o provincial crea el poder real de
las autoridades sociales que viven y residen en el pago.
La libertad religiosa reconoce la autoridad de las leyes
espirituales y de la jerarquía interna de una religión.
La libertad sindical y profesional consagra la autoridad
de la disciplina y de los reglamentos en el interior de
las corporaciones y sociedades de los oficios.
Tales son los hechos observables.
Entretanto, si en lugar de observar se mira dentro
de sí mismo para reflexionar, adviértese que la natura­
leza misma de la libertad positiva — aquella que no se
concibe en relación con un obstáculo por sortear, aquella
que se ejerce y se alimenta de su fuente profunda— , la
libertad, es potencia.
Social, se ejerce en la sociedad y tiene como punto
de aplicación no el mármol como el poder de un escul­
tor, ni la máquina, como el poder de un mecánico, sino
los honibres comprometidos con nosotros en la vida
social.
¿Qué es, pues, tina libertad? Un poder.
Quien no puede nada no es de ningún modo libre.
w

CHARLES MAURRAS 105


u
Quien puede mediocremente es mediocremente libre.
Quien puede infinitamente también es infinitamente
libre. Una de las formas del poder es la riqueza. Otra
de esas formas es la influencia, la fuerza física, la fuerza
intelectual y moral. ¿Sobre qué se ejercen con variedad
esos diversos poderes? Sobre hombres. Y tal poder ¿a
quién pertenece? A hombres. Cuando una libertad hu­
mana hállase en su punto más alto y encontró objetos
humanos en qué aplicarse e imponerse, ¿qué nombre
toma? Autoridad. Una autoridad luego no es sino una
f libertad llegada a su perfección.
Lejos de contradecir la idea de libertad, la idea de
autoridad por el contrario es su cumplimiento y com­
plemento. La libertad de un padre de familia es una
autoridad. La autoridad de una confesión religiosa es
una autoridad. También son autoridades la libertad de
una asociación, de una comuna, de una provincia de­
terminada.
Guando se quiere que el Estado respete en el orden
económico la iniciativa privada, se pide en el fondo
que respete lo que Le Play llamaba con hermoso dicho:
las autoridades sociales. Todas las libertades reales, de­
finidas y prácticas, son autoridades. La libertad opues­
ta a la autoridad; la libertad que consiste en no ser
influido por los demás, pero también en no influirlos,
dicha autoridad neutra no es conciliable ni con la na­
turaleza ni con el orden de la vida.

■\
EL DERECHO Y LA LEY

Siempre creí qué el privilegio de los derechos repre­


sentaba también el privilegio de los deberes.

La experiencia de la naturaleza de las cosas establece


que el dominio del derecho común es muy restringido
y que por el contrario hay una multitud de derechos
privados. Cada grupo de hombres, que tiene su vida
particular, merece un tratamiento especial. Quien se
“ privilegia” quiere ser tratado conforme a su privile­
gio, y cuando ese voto no es escuchado, el sujeto sufre,
ante todo en el cuerpo del que forma parte y posterior­
mente en sí mismo, a consecuencia de la desconsidera­
ción y relajamiento que necesariamente afecta a dicho
cuerpo.

' El derecho, para imponerse y aun para subsistir, ne­


cesita que se lo haga valer, que se lo sostenga y se lo
pregone, comporta actividad, o se desvanece poco a poco
en la sangre, y las cenizas de los hombres sacrificados
y los edificios incendiados, luego en el frío sublime de
aquellos espacios vacíos donde va a extinguirse el ruido
de voz del más vehemente de los retóricos.
Es lo que jamás comprenderán los retóricos. Se pa­
san la vida personificando el “ derecho” . Pero los hom­
bres de análisis se preguntan qué puede ser aquella per­
sona sin sujeto., aquel derecho sin base viviente: a su
turno les toca no comprender la antítesis recibida en
todas partes, acerca de un derecho que se opone a la
CHARLES MÀURRAS 107

fuerza, esta fuerza que se quiere presentar como lo


opuesto al derecho. Equivale a poner en oposición el
triángulo y el color. Hay triángulos coloreados, puede
haber colores extensos en superficies triangulares. No
concibo un derecho que fuera abstracto, que estuviera
separado de una persona moral o material en la que
existe, vale decir de una fuerza.
Hay la fuerza, más o menos fuerte, que tiene derecho;
hay la fuerza más o menos fuerte que no lo tiene; pero
el ser de razón que, sin ninguna fuerza sería el dere­
cho o tendría derecho, es algo que no se puede concebir.
E l derecho, que tiene necesidad de la fuerza para ser
reconocido, la necesita igualmente para existir.

La deducción jurídica parte de los principios de lo


justo y lo injusto, sus primeras nociones representan
ya la segunda o tercera potencia de una elevada abstrac­
ción, y sus definiciones son necesariamente tan ba¡jas
como flotantes cuando se trata de adaptar su generali­
dad a la vida práctica: entre la multitud de los hechos
particulares a menudo muy diversos, y que se contra­
rían a veces, el espíritu está casi fatalmente inducido a
perder de vista las razones impersonales de fijar su
elección o siquiera de conducir la atención; entonces
cuando a falta de razones impersonales aparecen las
otras: el motivo personal surge, activo y vigilante, y la
idea del derecho no queda ya esclarecida y guiada sino
por la idea del yo, de ese yo que no existe sin derechos,
pero que pretende tenerlos todos y que gobierna instin­
tivamente los movimientos de la idea hacia su interés
exclusivo, a veces comprendido en un sentido tiránico,
pero siempre hasta cierto punto despreocupado del buen
orden, inconscientemente favorable a cierta anarquía.
¡ Líbrenme los dioses de decir que el Derecho lleva
a la anarquía, cuando al contrario la quiere regular y
pacificar! Pero nació guerrero. En m i opinión, la pre­
ferencia dada al método jurídico sobre el método era-
108 MIS IDEAS POLITICAS

pírico debe-convenir a las sociedades florecientes, fuer­


temente asentadas en principios que estallan por todas
partes y son obedecidos por todos.

- ·

Separad al hombre de su familia, de su nación, de


su oficio, decidle que es rey, decidle que es Dios, y
embriagadlo con la idea de Justicia, ¡veréis con qué
corazón contará los agravios que se le hagan y cuáles
podrán ser sus indulgencias para los agravios que le
ocurra inferir a otros! Este juez demasiado parte, es
una parte demasiado interesada y demasiado apasiona­
da para que sea razonable someterle teóricamente todo
litigio. Quien se atribuye todos los derechos comienza
por imponer al mundo entero todos los deberes, sin ol­
vidar las sanciones que corresponden a todo incumpli­
miento. Ahí reside la verdadera locura del individua­
lismo revolucionario, sea político, social o moral. Es
imposible que un animal tan sensible, tan triste, tan
vulnerable como el hombre, una vez colocado en el
altar interior que le erige la dogmática liberal, no se
crea, nueve de diez veces, el acreedor de sus semejantes
y del universo, cuando el más miserable, es por el con­
trario su deudor al infinito.
Aquella ilusión dél crédito contra la sociedad no
puede sino ser fomentada por la absurda metafísica de
los Derechos.

! PRECISIONES ACERCA DE LA
NATURALEZA DE LA LEY
Según venerable máxima, la ley se forma por opera­
ción del soberano (constitutione regís), por aceptación
del súbdito (consensu populi ) . Indudablemente nues­
tros juristas traducen mal estas palabras. Se figuran
que consensu quiere decir consentimiento expreso, rati-
CHARLES MAURRAS 109

ficación explícita, aprobación formal, más o menos


votada o escrita.
Histórica y políticamente, el genio humano es más
libre y más expeditivo; su acción se embaraza menos
con comodidades y palabras. Por consensus, hay que
entender adhesión de hecho, ora ruidosa como la acla­
mación que seguía a la coronación de los reyes, ora el
simple murmullo aprobativo con que Homero hace
seguir la palabra de los jefes. EIIEYOYMHZAN
AXAIOI. Pero en la inmensa mayoría de los casos,
en el caso con que no se hacen historietas, la adhesión,
consiste en el hecho de no oponer ninguna contradic­
ción importante, de comprender, y de ejecutar.
Decir: “ Señor Súbdito, he aquí una ley obligatoria:
¿la aceptáis? ¿Estáis seguro de quererla? Nos hace falta
vuestra firma” , es en propiedad querer sugerirle que
responda “ no” , y discuta al infinito para no obedecer.
El odio de la novedad y el espíritu de contradicción son
asaz poderosos en el hombre, para no poner la salud
pública a merced de éste.
Pero sigue siendo verdad que la ley debe ser hecha
para que se la obedezca fácilmente. Una ley debe ser
aceptable. La ley no es ley cuando su enunciado basta
para provocar a la gente a infringirla. Quiere asenti­
miento,, natural y rápido.
El partido que ataca a una ley cuya defensa nadie
toma puede estar en lo cierto o equivocado, pero no
es esa la cuestión: el autor de dicha ley no habrá por
ello cometido menos el error político de no esperar
mejores coyunturas y disposiciones más favorables del
espíritu público. Su ley no es más que un decreto del
estado de sitio que deberá sostener con las armas en la
mano, sin tener derecho a quejarse o asombrarse.

El espíritu de las leyes modernas se ha alejado del


espíritu de las leyes que rigen los hechos de la vida
real, y no pudiendo estos hechos reales tener en cuenta
110 MIS IDEAS POLÍTICAS

el trozo de papel que los desnaturaliza o la araña que


teje su tela en el cerebro del legislador, siguieron des­
arrollándose de acuerdo a las pesas, las medidas y los
números de que se componen.
Se dice: “ ¡Pero el hecho puede ser el crimen!, ¡el
hecho puede ser la monstruosidad!, ¡el hecho puede
ser el error!”
Sin duda: la política y la moral realistas no conside­
ran los hechos crudos y desnudos como los prototipos
y modelos de la vida. Pero recomiendan dos puntos:
Ante todo, considerar las leyes según las cuales los
hechos reales se encadenan, pues si éstos pueden ser
viciosos y criminales, las leyes del vicio y del crimen
no lo son; el orden de las causas y de los efectos que
rige las realidades aun malas no es de ninguna manera
malo, es, además, excelente conocerlo y calcularlo, co­
nocimiento y cálculo que son los únicos en permitir la
acción.
Segundo punto, la acción no tiene la menor probabi­
lidad de resultar seria y útil sino a condición de enca­
rar un objetivo definido y justo. No basta tener uü
“ ideal” en la cabeza ni hacerse una idea cualquiera del
derecho y del “ deber” : este moralismo, este jurismo,
este idealismo deben estar conformes con la verdad
ideal, moral y jurídica. En otros términos ante todo
hay que tener razón.
Una idea falsa es una idea falsa. Querer imponerla
al mundo so pretexto de que el mundo dehe ser gober­
nado por las ideas es una pretensión absurda cuya apli­
cación será forzosamente criminal o funesta. Las ideas
no son iguales entre sí. Todos los supuestos derechos
no son válidos. Y todos los modos de regular las costum.
bres no son dignos de respeto. E l error moderno pro­
viene de esta asimilación brutal de los sistemas contra­
rios soñados por el cerebro humano. En un error có­
modo, sin duda, para los oradores y los litigantes. A
éstos los autoriza a sostener todas las causas. A aqué­
llos, a contentar a todos los auditorios. Pero los pueblos
que les tienen confianza lo pagan.
LA P R O P I E D A D

La propiedad es la natural salvaguarda del hombre,


animal industrioso, aun más que razonable, a quien sus
necesidades, su debilidad, el descontento que aporta
desde la cuna imponen un estrecho deber de transfor­
mar el medio que lo rodea. Pascal no tenía razón al
burlarse de esos pobres niños que dicen: yo soy dueño
de este rinconcito.
No se diría yo, si no se dijese mío. Sin la propiedad,
el hombre es un condenado
7 a muerte.

Poseer, es mandar, es disponer de sí, es poder resistir


a los otros, es ejercer una influencia aunque más no. sea
por reacción.
La propiedad libera la existencia y confiere una au­
toridad por lo menos sobre los bienes de la tierra y los
frutos del trabajo.
LA H E R E N C I A

. La naturaleza procede lo más frecuentemente por


imitación y repetición: pero también tiene sus inno­
vaciones, sus caprichos, sus iniciativas. En este caso
obra con extremo vigor.
Cuando le place dar nacimiento a un hombre de gue­
rra entre apacibles magistrados, o a un marino en un
linaje de viñateros, la nueva vocación se marca con
fuerza, es servida por una voluntad bastante firme para
quebrar todas las resistencias. Pero estas resistencias
y aquellas dificultades tienen algo bueno. Son pruebas,
como exámenes naturales, que dejan pasar a los fuertes
predestinados, pero devuelven los otros a la condición
hereditaria que les es más conveniente, pues ella les
asegura la defensa y el abrigo.

Como medio de acción hacia un porvenir, la herencia


és el más recto y simple de todos.
Su utilidad general resulta del destino del productor
dotado de razón, que se reproduce antes de morir.
La vida humana sería indignamente corta si la natu­
raleza no hubiese proporcionado a las sociedades un
procedimiento que transmite los frutos del trabajo por
la sangre.
La llama impersonal cuyo depósito tiene el hombre
no hace sino atravesarlo para correr a otros, pero delega
en los niños que procrea un poder sobre los bienes que
él ha procreado como aquéllos y a menudo para aqué­
llos. La posteridad inerte que sale de sus manos será
vivificada por su posteridad viviente. Cuando sus nie­
tos empiecen a fecundar sü herencia, todo trabajador
CHARLES MAURRAS 113

algo enamorado de su obra siente con verdad que ha


vencido dos veces a la muerte. El poder de legar lo
que le queda da a la actividad de una vida bien vivida
el más alto laurel natural.
Observemos cómo las sociedades cristianas de la edad
media, penetradas por el sentimiento natural de la vida
futura, siempre se mostraron en extremo sensibles a la
recompensa terrestre del padre en el hijo. Cantaron
con toda el alma el Abraham et semini ejus in sécula.
Nuestras diversas razas monárquicas o imperiales sa­
len de naciones ardientemente convencidas de la reali­
dad del reino dé los cielos: ¿Cómo pueblos menos cre­
yentes prestarían menos atención al voto carnal de la
duración hereditaria? Esta es su única defensa contra
el tiempo; no tienen más que esta ancla para echar al
abismo del porvenir. En rigor las ambiciones heredita­
rias habrían podido debilitarse por un vuelo brusco de
las esperanzas celestes; ¿se comprendería lo contrario?
Se podría razonar así:
— Si algún Dios oculto en el secreto de los corazones
o elevado sobre el abismo interplanetario asiste inmó­
vil y mudo, ardiente y todopoderoso, al desarrollo de
. los esfuerzos de la humanidad, es su misma ley la que
verifica en las cosas y los hombres; no puede sino
bendecir su efecto múltiple.
Pero si los espacios infinitos están vacíos y si el co­
razón humano no está él mismo sostenido por ningún
“ consuelo interno” , todas las dichas del ser y todos sus
beneficios parecen más expuestos a la erosión del tiem­
po y a los golpes de la muerte, su tradición, su trans­
misión parece pues más preciosa en la inmensidad so­
litaria a la perpetua indigencia. jT odo medio de salvar
o prolongar este amoroso esfuerzo personal se vuelve
con ello más sagrado! Con ello el pensamiento amena­
zado se aferra más firmemente a la filosofía del orden
y al conocimiento de las leyes que lo conservan. Si
este orden sucumbe, el creyente conserva un refugio en
la ciudad divina: aquél que ya no cree sufre la catás­
trofe de todo lo que su sueño disputaba a la muerte.
DEBER DE LA HERENCIA

Para justificar lo que el sentido común y la costum­


bre mantienen con fuerza, no hablemos de derecho,
sino de deber.
Deber de legar y de testar.
Deber de heredar.
Aquellos que llamamos desheredados o proletarios
oyen a veces que se les predica no ser su situación justa
desde su punto de vista. La herencia es justa y benefi­
ciosa para todo el mundo.
El bien que se fija en una familia natural o legal
puede tener fuentes dudosas: se rescata y se moraliza
por su fijeza, por el sólido beneficio que establece en
su torno al regularizar las condiciones de la vida, al
distribuir el trabajo y asegurarlo, preparando un firme
punto de apoyo a las generaciones por venir.
No hay diferencia entre el daño causado a la natu­
raleza por la muerte de un hermoso animal, seguida
del retorno de sus elementos al polvo universal, y la
destrucción de una fortuna cualquiera a la muerte de
su creador.
Hay en ello pérdida neta para la sociedad como para
la naturaleza, obligadas a recomenzar un largo y peno­
so trabajo.
Las organizaciones sociales prósperas son aquellas que
impiden a dichas realidades volver a la nada y ayudan
a evitar que mueran del todo: aquellas proveedoras de
la vida, siendo enemigas-natas de la destrucción, hicie­
ron de la herencia una institución respetada y del tes­
tamento, lo podemos decir, una especie de sacramento.
LA T R A D I C I O N

Tradición quiere decir transmisión.

La verdadera tradición es crítica, y a falta de aquellas


distinciones, el pasado no sirve ya para nada si sus
éxitos cesan de ser ejemplos y sus fracasos lecciones.

En toda tradición, como en toda herencia, un ser


razonable hace y debe hacer la deducción del pasivo.

La tradición no es la inercia, su contraria; la herencia


no es el nepotismo, su falsificación.

Todas las tradiciones tuvieron un comienzo, y los sen­


timientos de fidelidad monárquica, si se remontan muy
arriba, no lo hacen indefinidamente: lo que empezó
puede volver a empezar; lo que tuvo un punto de par­
tida puede volver a encontrar otro.
La oposición entre razón y tradición, equivale a la
antítesis entre realidad e idea o arte y naturaleza, lo
que puede asimilarse a la oposición entre el vinagre
y el aceite, lo dulce y lo amargo, lo fluido y lo sólido
en una cosmogonía de pueblos niños.
T

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i
III

LA CIVILIZACION
ψ

i
! ι

I
¿QUÉ ES LA CIVILIZACIÓN?

EL HOMBRE ES UN HEREDERO
Pocas palabras se emplean más, pocas palabras se
definen menos que aquélla. Entiéndese a veces por
civilización un estado de costumbres dulcificado. Otras
veces se entiende la facilidad, la frecuencia de las re­
laciones entre los hombres. Se imagina aún que ser
civilizado, es tener ferrocarriles y hablar por teléfono.
En otros casos, como mínimo, ello consiste en no devo­
rar a sus semejantes. No hay que despreciar en absoluto
esas maneras un poco diversas de interpretar la misma
palabra, pues cada una de ella es preciosa; cada una
representa una acepción corriente, uno de los rostros
de uso, que es el amo del sentido de las palabras.
Hallar la verdadera definición de una palabra no es
contradecir el uso, sino, por el contrario, ordenarlo,
explicarlo, ponerlo de acuerdo consigo mismo. Experi­
méntase una especie de placer sensual a] entrar en este
medio confuso y vago para poner en él la luz con la
unidad.
Los fabricantes de diccionarios tienen demasiado que
Jescribir para embarazarse seriamente con aquella pre­
ocupación. El único pequeño léxico que tengo a mi
alcance en el momento de escribir sale del paso de
modo muy barato, y no creo que sus colegas hagan ma­
yores gastos. Lo copio: “ Civilizar, hacer civil, cultivar
las costumbres, dar la civilización. — Civilización, ac­
ción de civilizar, estado de lo que es civilizado. — Cíuí-
lizador, quien civiliza. — Civilizable, lo que puede ser
civilizado.” Y eso es todo. Ni una palabra más. El
único cabito de vela proporcionado por aquel ingenioso
12 0 MIS IDEAS POLÍTICAS

lexicógrafo está en “ cultivar las costumbres” , lo que no


ilumina el tema sino mediocremente. Podríamos reco­
rrer cantidad de doctos volúmenes sin quedar más ade­
lantados. Vale tal vez la pena concentrar con fuerza la
atención, pensar en las sociedades que llamamos bárbaras
y salvajes, compararlas entre sí, ver sus semejanzas, sus
diferencias y tratar de sacarles sus indicaciones.

• *

Os ahorraré esta empresa de análisis, que correría el


riesgo de pareceros fatigosa, y no os someteré más que
su resultado.
Éste me parece que se defiende bastante bien por la
evidencia que arroja.
¿N o os parece que el verdadero carácter común de
toda civilización consiste en un hecho y en uno solo,
notable y general? El individuo que viene al mundo
en una “ civilización” halla incomparablemente más de
lo que aporta. Una desproporción que se debe llamar
infinita se establece entre el valor propio de cada indi­
viduo y la acumulación de valores en medio de la cual
surge.
Cuanto más próspera es una civilización y cuanto más
se complica, más se acrecientan dichos valores, y aun
cuando (lo que es difícil saber) el valor de cada hu­
mano recién nacido aumentase de generación en gene­
ración, el progreso de los valores sociales cercanos, siem­
pre sería bastante rápido como para aumentar incesan­
temente la diferencia entre su enorme total y un aporte
individual cualquiera que sea.
De ahí se sigue que una civilización tiene dos soste­
nes. Ante todo es un capital, en seguida es un capital
transmitido. Capitalización y tradición, he ahí los dos
términos inseparables de la idea de civilización. Un
capital. . . — pero va de suyo que no hablamos de fi­
nanzas puras. Lo que compone dicho capital puede ser
material, pero también moral.
CHARLES MAURRAS 121
La industria, en el gran sentido de la palabra, vale
decir la transformación de la naturaleza, vale decir el
trabajo, vale decir su vida, no tiene por único resultado
cambiar la faz del mundo, ella transforma al hombre
mismo, lo perfecciona, como la obra y el instrumento
perfeccionan al obrero, como el obrero y la obra per­
feccionan la herramienta. El capital do que hablamos
designa evidentemente el resultado de aquella simultá­
nea metamorfosis triple.
E l “ salvaje” que no hace nada o nada más que lo
estricto necesario para las apremiantes necesidades de
la vida, deja al bosque, a la pradera, a la maleza su'
primitivo aspecto. Nada agrega a los dones de la natu­
raleza. No crea, agregándose a ellas, un fuerte capital
de riquezas materiales. Si tiene instrumentos o armas,
es en pequeñísimo número y de arte tan sumaria como
primitiva . . . Pero dicho arte, siendo sumario, tampoco
exige, como lo hace toda industria algo desarrollada,
relaciones múltiples y variadas entre vecinos, congéne­
res, compatriotas. Contrae sin duda, como en toda so­
ciedad, costumbres, pero rudimentales: sin riqueza ni
complejidad. La corporación es débil, la división del
trabajo apenas avanzada: las artes y las ciencias son lo
que la industria y la costumbre. Todo su capital social
se reduce a la más simple expresión: ni para el vestido,
ni para la habitación, ni para el alimento el individuo
obtiene de las sociedades que lo forman otra cosa que
las provisiones esenciales o los cuidados indispensables.
El hierro fue durante mucho tiempo ignorado; incluso
se asegura que hay salvajes que no tienen la menor idea
del fuego.
* *

Pero los capitales particulares al estado salvaje tienen


aun otra miseria: la de ser frágiles y tener pocas proba­
bilidades de duración. Es la choza sin cesar en recons­
trucción. Es el cinturón o el taparrabos de corteza seca.
Son las provisiones que se deben buscar día á día. Nin­
gún medio hay allí de eternizar las adquisiciones. ¡No
12 2 MIS IDEAS POLÍTICAS

hablo siquiera de la estructura! Pero las lenguas ha­


bladas no soportan más que un pequeñísimo número de
asociaciones de ideas. Hay secretos útiles, preciosos,
descubiertos por acaso o según ingeniosas observaciones
personales, expuestos a perderse irreparablemente en la
noche. Ni memoria colectiva, ni monumentos, ninguna
continuidad.
O bien el hombre se fija, y el movimiento natural
de las cosas terrestres, que se renuevan sin cesar, no
cesa de borrar metódicamente toda huella de cada
esfuerzo. O yerra de lugar en lugar, y su carrera viene
a agregar su turbulencia a las otras causas de desper­
dicio y de olvido. Cada tentativa de constituir en
común sólidos capitales queda expuesta a riesgos inde­
finidos.
La tradición no está ausente, puesto que no hay
sociedad sin tradición, ni hombre sin sociedad: pero
está en su punto más bajo. El individuo no podría
subsistir sin ella: porque ella es miserable y débil, la
debilidad y la miseria de los individuos quedan paten­
tes; sin embargo, en presencia de tan magra herencia,
el recién nacido puede ser considerado, sin que tenga
que ruborizarse demasiado de lo poco que aporta en
comparación con lo que recibe. Si debe mucho a la
sociedad, le sería posible transformarla en su deudora.

* *

Pero muy al contrario, el civilizado, por serlo, tiene


obligaciones mucho mayores hacia la sociedad de las
que ésta podría jamás tener para con él. En otros tér­
minos, él tiene mayores deberes que derechos.
Y en esto cuando hablo de civilizados, no quiero
hablar de uno de esos favoritos de la naturaleza y de
la historia que, nacidos franceses, o italianos, o espa­
ñoles, o aun anglo-sajones, se benefician con algunos de
los más brillantes, felices y maravillosos procesos del
género humano,
CHARLES MAURRAS 123

No señalo siquiera al miembro de una de esas peque­


ñas nacionalidades secundarias, que participan, por su
posición en el espacio o en el tiempo, de nuestros vastos
desarrollos generales.
Más allá de las diversas clientelas de nuestra civilizá-
ción occidental, la extensión e inmensidad del capital
acumulado, la influencia del nuestro crea reservas de­
masiado numerosas, potentes y bien transmitidas, y
demasiado brillantes para que no sea enteramente ri­
dículo oponerles, o comparar con ellas la frágil imagen
de un recién nacido apenas separado de su madre. En
tales casos es cierto que el individuo queda abrumado
por la suma de bienes que no son suyos y de que, sin
embargo, aprovecha en medida más o menos extensa.
R ico o pobre, noble o patán, se baña en una atmósfera
que no es la naturaleza bruta, sino la naturaleza huma­
na, que él no ha hecho, y que es la magna obra de sus
innumerables predecesores directos y laterales, o más
bien de su fecunda asociación y de su útil y justa
comunidad.
No, no comparemos los incomparables. Tomemos
más bien civilizaciones menos avanzadas, aun inconclu­
sas y bárbaras, donde el coro de las ideas, los sentimien­
tos y los trabajos no hace más que balbucear sus anti­
guas palabras: las edades heroicas, las tribus en los
primeros tiempos de su migración, o las ciudades en los
primeros días de su fundación, o el mar en los primeros
días de sus marineros, los campos en los primeros días
de su desmonte. ¡Qué desmesurado capital representa
la simple reja curva de un arado, el paño de una vela, el
tallado de un trozo dé roca, el yugo de una carreta,
la obediencia de un animal de carrera o de tiro! ¡Cuán­
tas observaciones, cuántos tanteos significan los menores
datos precisos acerca de las estaciones, el curso de los
astros, el ritmo y la caída de los vientos, las relaciones
y los equilibrios! No solamente ningún hombre aislado
puede comparar su saber con el saber general que ex­
presa aquello, sino que jamás una sola generación, agre­
gando sus esfuerzos, realizaría nada semejante. Del
124 MIS IDEAS POLÍTICAS

punto de vista individual, si este punto de vista fuese


admisible para una inteligencia y una razón humanas,
no se podría ver una pala ni un remo sin veneración:
las dos pobres herramientas sobrepasan infinitamente lo
que puede concebir una imaginación solitaria, con ma­
yor razón lo que puede llevar a cabo un arte personal.
Como las palas y los remos se multiplicaron y diver­
sificaron, como los instrumentos de la industria y esta
industria misma en actividad secular, no cesaron de
acrecentarse y afinarse: así las civilizaciones, acrecien­
tan, perfeccionan sus recursos y nuestros tesoros. El
pequeño salvaje era alimentado por su madre y adies­
trado por su padre en ciertos ejercicios indispensables.
Nada durable en torno de él, nada organizado; lo que
tenía de ropa, se lo cogía de aquí y de allá o lo tomaba
de los árboles y de las hierbas con sus propias manos.
Así de lo demás. Pero alrededor del hombre civili­
zado todo abunda. Halla edificios más antiguos que él
y que le sobrevivirán. Un orden está preparado de ante­
mano para recibirlo y responder a las necesidades ins­
criptas, sea en su carne, sea en su alma. Como los ins­
trumentos físicos están adecuados a la delicadeza de las
cosas, hay disciplinas, ciencias y métodos que le permi­
ten aclarar su imagen del mundo y guiarse por sí mismo.
No examino si es más feliz o desdichado, pues se trata
db una cuestión enteramente distinta de la que se plan­
tea aquí; sencillamente estoy obligado a comprobar que
él tiene mucho más que el salvaje, la condición y la
actitud de un deudor.
Su deuda para con la sociedad está más o menos
proporcionada a la intensidad de su vida: si vive poco,
debe relativamente poco; pero si aprovecha las innume­
rables comodidades que sus contemporáneos, los antepa­
sados de estos últimos y los suyos propios acumularon
para eu servicio, ¡pues bien!, su deuda aumenta en la
misma amplia proporción. Pero en un caso como en el
otro, no puede esperar saldarla: cualesquiera sean los
servicios que un individuo presta a la comunidad, puede
seo: venerado por sus sucesores, vale decir, colocado en
CHARLES MADERAS 12S

el número de los comunes bienhechores de la raza, mas


en el punto del tiempo en que estamos, jamás quedará
a mano con sus predecesores. Inventad el cálculo dife­
rencial o la vacuna de la rabia, sed Claudio Bernard,
Copérnico o Marco Polo, jamás pagaréis lo que debéis
al primer labrador ni al que fletó la primera nave.
Con mayor razón el primer individuo recién llegado,
y, como se dice, el Individuo debe ser llamado el más
insolvente de los seres.

* #

, Pero, de todos esos individuos, el más insolvente, sin


duda, es aquel que pertenece a la civilización más rica
y más preciosa. Si, pues, hay una civilización de este
tipo, sus miembros deudores por excelencia podrán
definirse todos por este rasgo.
Deberíamos, me parece, protestar contra un error de
lenguaje bastante común. Se habla indiferentemente
de la civilización y las civilizaciones. No, no es de nin­
guna manera la misma cosa. Hay en China una civili­
zación: es decir, un capital material y moral que se
transmite. Hay industrias, artes, ciencias, costumbres.
Hay riquezas, monumentos, doctrinas, opiniones, cuali­
dades adquiridas, favorables a la vida del ser humano.
Igual fenómeno en las Indias, en el Perú, si se quiere,
en ciertos respectos al fondo del África, donde se fun­
daron reinados poderosos, y en las islas de la Oceanía. Lo
que en el planeta es excepcional, no es tal vez cierto
grado de civilización, sino más bien cierta barbarie. El
hombre es conservador, acumulador, capitalizador y
tradicionalista por instinto. Por desarrolladas que estén
sin embargo esas diferentes civilizaciones, no son, ha­
blando en propiedad, la Civilización.
La Civilización no será definible sino por la historia.
Hubo un momento en los fastos del mundo en que, más
inventivo e industrioso de lo que lo había sido jamás,
el hombre advirtió sin embargo que tanto arte se ago­
126 MIS IDEAS POLÍTICAS

taba en vano. ¿De qué servía, en efecto, aumentar el


número de los bienes y la cantidad de las riquezas?
Toda cantidad es susceptible de nuevos acrecentamien­
tos, todo número de un aumento indefinido. Lo mara­
villoso, lo sublime, lo grandioso o lo enorme, todo lo
que depende de la cantidad o del número de los ele­
mentos utilizados, no puede prometer a la avidez del
hombre sino decepción. Una torre o una columna de
cien pies puede alzarse otros cien pies suplementarios,
los cuales pueden ellos mismos ser igualmente multipli­
cados. ¿Qué representan, pues, esos progresos entera­
mente materiales? Ni en las ciencias, ni en el arte, ni
siquiera para las simples comodidades de la vida, aquel
montón de cosas significa nada. Cuanto más se infla,
tanto más excita, desesperándonos, nuestros deseos.
Un poeta, un pobre poeta llegado con atraso en una
edad decadente y que asistía al descenso de la Civiliza­
ción, Baudelaire, no definió mal la insaciable naturaleza
de un deseo que trata de satisfacerse con el número de
sus placeres:
El disfrute agrega fuerza al deseo.
¡Deseo, añoso árbol al que el placer sirve de abono,
Mientras se endurece y crece tu corteza,
Tus ramas quieren ver el sol de más cerca!.
¿Crecerás siempre, gran árbol más vivaz
Que el c ip r é s ? ...

Los versos son bastante mediocres. El sentimiento e3


verdadero,· la idea profunda. Sí, el deseo crecerá siem­
pre, y, con él, la pena, el sinsabor y la inquietud. Las
civilizaciones, al imponer al hombre su deuda, no le
prometerán sin embargo más que uña carrera absurda
y sin fin hasta que experimente el sentimiento de “ la
infinita vanidad de todo” , como decía el desdichado
Leopardi.
Pero cuando sintieron esa vanidad de la búsqueda,
los griegos no quisieron admitir que fuera infinita. Pu­
sieron un término a la carrera perpetua. Un maravi­
lloso instinto, más que la reflexión, o si se quiere un
CHARLES MÀURRAS 127

rayo de sobrehumana o divina razón hízoles sentir que


el bien no estaba en las cosas, sino en su orden; no
estaba en el número, sino en la composición, y no de­
pendía en ningún modo de la cantidad, sino de la cali­
dad. Introdujeron la fuerte noción de los límites, no
sólo en el arte, sino en el pensamiento y en la ciencia
de las costumbres. En moral, en ciencia, en arte, sin­
tieron que lo esencial no dependía de los materiales; y
aunque empleando las materias más preciosas, les apli­
caban su medida. La idea del “ punto de perfección y
de madurez” dominó a ese gran pueblo tanto tiempo
como siguió fiel a sí mismo.
El rey Salomón creía elaborar ciencia al establecer
la nomenclatura de las plantas desde la más tenue basta
la más alta. Un griego, Aristóteles, nos enseñó que dicho
catálogo de los conocimientos no es más que un punto
de partida, que no hay ciencia verdadera sin orden y
que el orden de la ciencia no es ni el del tamaño ni
el de la pequenez. Del mismo modo los artistas de
Egipto y de Asia enviaron a Grecia muestras de su des­
treza; al desarrollarse en esta tierra y en estas razas
favoritas, los modelos orientales atestiguaron que el arte
no consiste en hacer colosos, ni en desformar la natu­
raleza en muecas de monstruos, ni en copiarla lo más
cerca posible hasta lograr una semejanza perfecta: el
arte griego inventó la belleza. Y similarmente, en el
gobierno de sí, los moralistas enseñaron que la dicha
no depende de la infinidad de los elementos que se
apropian, ni tampoco en la avara sequedad del alma
que se retrae y quiere aislárse; importa que el alma
sea dueña de sí, pero también que sepa hallar su propio
bien y cosecharlo elevándose a ello con esfuerzo feliz.
Así la filosofía griega abordó la virtud.
Esta civilización, toda en calidad, llamóse únicamente
en sus bellos días, la Grecia. Roma fue quien la dispersó
en el universo, primero con las legiones de sus soldados
y de sus colonos, en seguida con los misioneros de la
fe cristiana. Las dos Romas conquistaron de este modo
casi todo el mundo conocido y, por el Renacimiento,
12 8 MIS IDEAS POLÍTICAS

se reencontraban y completaban a sí mismas, cuando


la Reforma interrumpió su magnífico desarrollo.
Los historiadores y los filósofos sin pasión empiezan
a apreciar con exactitud qué retroceso de la civilización
debe en adelante expresar el nombre de Reforma. De­
bemos en Francia profundas acciones de gracia al buen
sentido de nuestros reyes y de nuestro pueblo, los cuales ¡
por un esfuerzo común rechazaron aquella mentirosa
liberación. Fue su resistencia lo que permitió el des­
arrollo de nuestra nacionalidad en los siglos xvi, xvn
y aun en el xvill: tan completo, tan brillante, de tan
perfecta humanidad que Francia volvióse la heredera
legítima del mundo griego y romano. Por ella la me­
dida, la razón y el gusto reinaron en nuestro Occidente.
Más allá de las civilizaciones bárbaras, la civilización
se perpetuó hasta los albores de la época contemporánea. ¡
Pese a la Revolución, que no es sino la obra de la
Reforma reanudada y demasiado cruelmente lograda
—pese al romanticismo que no es sino una continuación
literaria, filosófica y moral de la Revolución— , se pue- i
de, además, sostener que la civilización nuestra en este
país de Francia conserva aún hermosas huellas de su
pasada belleza: nuestra tradición no está sino interrum­
pida, nuestro capital subsiste. De nosotros dependería
hacerlo florecer y fructificar de nuevo. ,
Ün recién nacido, según Le Play, es un pequeño bár­
baro. Pero cuando nace en Francia, ese pequeño bár­
baro está llamado a recibir por la educación un delicado
extracto de todos los trabajos de la Especie. Puédese ¡
decir que su iniciación natural hace de él, en toda la
fuerza del término, un hombre de calidad. *
Algunos de nuestros vecinos y rivales lo sospechan. . .
Los alemanes son bárbaros, y los mejores de entre ellos
lo saben. No hablo de los moscovitas ni de los tártaros.
El género humano, es nuestra Francia, no sólo para i
nosotros, sino para el género humano. Los deberes que
ella tiene hacia él pueden medir nuestras obligaciones
para con ella. I

•I

1
CHARLES MAURRAS 129

* #

Del estado de salvajismo al estado de civilización


bárbara, del estado de barbarie civilizada al estado de
plena civilización, me esforcé por establecer una con­
tinuidad de definiciones que sean claras. No pretendo
deducir de ellas una moral, ni las reglas de la justicia.
Un gobierno fuerte puede sacarles sin embargo, los prin­
cipios de una dirección intelectual y civil.
EL PROGRESO

No liay que creer en el progreso general del mundo.


Hay progreso.
Los hubo, e inmensos; puede haberlos.
No hay adelanto regular ni mejoramiento creciente,
automático de los valores humanos en el género huma­
no. El hombre histórico (pues apenas se sabe lo que
es el hombre prehistórico) es por todas partes el mismo,
o poco le falta. Un punto se ha ganado, uno solo, en
la Edad Media por el predominio de un poder espiri­
tual reconocido por toda la República cristiana, la uni­
dad de aquel poder único.
Quitad esa viviente unidad, ¿y cómo quisierais que
procediesen las rivalidades de pasiones e intereses mul­
tiplicados por la desinteligencia o la incomprensión
profunda de las ideas, los prejuicios, las creencias, las
lenguas?
El tren del mundo no es una curva regular ascenden­
te, ni por otra parte descendente; es una línea quebra-
' da, con altos y bajos.

Falta mucho para que nuestro pensamiento se haya


acelerado la mitad de lo que la velocidad de nuestros
trenes; y nuestra alegría de vivir, si aumentó no ha
correspondido a la creciente variedad de las distrac­
ciones y las tentaciones que se ofrecen a nosotros.
Bajo el cambio universal que nos ilusiona y nos em­
briaga ocúltase alguna profunda y gran ley de inmovi­
lidad o por lo menos de equivalencia compensadora
en la oscilación de las diversas transformaciones. . .
CHARLES MAÜRRAS 131
¿Nada podrá romper el misterioso equilibrio sin el cual
la fortuna y el placer del hombre llegarían al cielo?

El deseo y la esperanza del progreso humano, vale


decir de una continuidad de ganancias colectivas, con­
servadas de edad en edad y cuya suma sobrepasa siem­
pre la suma de las pérdidas, me parecen sentimientos
de excelente orden que conviene cultivar, así como vigi­
lar, en las almas jóvenes.
Pero nada nos asegura que dicho deseo y dicha espe­
ranza deban verificarse en los hechos. En otros términos,
no veo ningún modo de establecer sanamente como
principio de filosofía natural, que el progreso humano
sea fatal, ni tampoco que desde hace dos mil quinientos
años, desde el año en que se acabó el Partenón, si se
quiere, los hombres tomados en conjunto, o si se pre­
fiere la humanidad occidental, haya hecho ningún pro­
greso sensible. Se dice que la señal evidente del progreso
es un creciente respeto por las ligeras formas vivas. No
creo que se pueda estimar como un progreso el respeto
del hacha para el criminal homicida.

¿QUÉ ENCIERRA LA IDEA DE PROGRESO?


La persuasión en que se está de que las artes, las
ciencias y toda la obra humana prosiguen siempre a
un mismo paso es una de las más florecientes entre nues­
tras ideas recibidas. Por ella se juzga, de ella se induce
y se deduce. . . Sobre ella reposan sistemas enteros de
historia artística y moral.
Es en virtud de esa idea que a toda costa se quiere
establecer que nuestros antepasados de la Edad Media,
excelentes arquitectos, deberían ser buenos poetas aun­
que fuesen bastante mediocres en poesía y es por la
misma idea que se impone al viejo Homero un arte,
una lengua y un gusto de barbarie, porque los joyeros,
132 MIS IDEAS POLÍTICAS
los alfareros y los estatuarios de su época estaban aún
sumidos en. aquella barbarie, aunque no se pueda com­
parar sin injusticia su divina gracia con el balbuceo
del arte micénico.

* *

Aquella falsa idea de Progreso, tal como anida en los


cerebros letrados (su expresión es más sumaria en el
ignorante) aquella idea resulta pues de una doble ope­
ración de antropomorfismo.
I 9 Se imagina cada época como un ser único, cuyas
partes todas son órganos solidarios que se desarrollan
de manera simultánea y concordante;
2 9 Se conciben las épocas sucesivas como una serie
de acrecentamientos regulares y continuos de la misma
persona. . .
Esas dos conjeturas gratuitas prestaron por otra parte
inapreciables servicios a los filósofos que tenían el arte
de manejarlas. Simulemos por un momento adoptarlas.
No bastan para justificar la idea de progreso como hoy
se la formula, pues quedan por demostrar algunas otras
cosillas.
Si la humanidad forma un ser único, y si cada una
de sus fases forma un sistema viviente y un todo bien
ligado, nada prueba, primeramente que dicho ser no
sea de otro reino de la naturaleza en que la curva de tres
términos (nacimiento, desarrollo y decadencia) está
reemplazada por algún otro ritmo o más simple o más
complejo, por ejemplo en alternativas de sueño y des­
pertar como las que se observan en algunos infusorios,
o cualquier otro régimen de sucesión y movimiento que
se quiera imaginar.
Si se sacrifica esta primera dificultad y se admite
que la ley de la humanidad sea la que siguen los ani­
males superiores, nada prueba en segundo lugar que
nuestra especie no haya sobrepasado el punto fijo de
su madurez y que, habiendo sido antes alcanzado este
CHARLES MAURRAS 133

grado de perfección, de apogeo y de plenitud, no este­


mos llegando a la declinación.
Sería necesario luego, para robustecer la idea de pro­
greso, agregar esta tercera conjetura, por lo menos tan
gratuita como las otras:
39 Este gran Ser cuya unidad discernimos en cada
época y en la sucesión de las épocas queda para acá de
la edad madura y su crecimiento aún sigue.
Sé bien que se puede evitar dicho postulado recu­
rriendo a este otro:
39 Bis. Se trata de un gran Ser de particular especie,
con el poder de desarrollarse indefinidamente.
Este punto de vista parece cómodo. Pero observad
que al adoptarlo se cambia bruscamente de método:
después de haber atribuido a la Humanidad las dos
primeras fases de la vida de cada uno de nosotros, na­
cimiento y organización, se le niega la tercera, y descas­
tando bruscamente este antropomorfismo o zoomorfis-
mo, se la imagina como un Dios. Se la absuelve de la
degeneración, se la emancipa de envejecer, se la consi­
dera libre de la obligación de morir, se le atribuyen
fuerzas inagotables; se le da la perspectiva del movi­
miento perpetuo, del perfeccionamiento sin límites . . .
He ahí un notable defecto de falta de continuidad en
el espíritu, en un cálculo que exigiría el mayor lujo de
rigor lógico y de vigilancia crítica.

* *

Es verdad que este acto de incoherencia resulta


fructífero.
A l negar la posibilidad de la decadencia, se desarma
de antemano toda crítica. Nada autoriza tal acto de fe
en el progreso indefinido del género humano, aserto
inverificable; pero nada tampoco lo desmiente.
Alegar las pérdidas o los déficit evidentes y las ma­
nifiestas regresiones no serviría sino para suscitar un
distingo especioso entre las apariencias y la realidad.
134 MIS IDEAS POLÍTICAS

Decir que nuestro globo o el sol que lo alumbra, al


enfriarse, disminuirán y al cabo arruinarán las condi­
ciones de la vida humana, es querer hacerse contestar
que el genio humano suplirá las insuficiencias de la
naturaleza avara: las tierras, los soles vecinos nos pro­
porcionarán el calórico necesario, y nuestros sobrinos,
amos de los espacios del cielo, quedarán libres de su
obligación de trocar aquella mediocre morada por un
astro mejor, cuando el primero se haya vuelto inhabita­
ble: les bastará saber vencer por la razón un pequeño
sentimiento de patrioterismo cosmográfico.

* *

Repito pues que una fe rigurosa, ingeniosa y poco


delicada en materia de pruebas siempre defenderá al
viejo dogma del Progreso, formulado en aquellos tér­
minos, contra todos los asaltos de los espíritus inquisi­
dores. Pero dicha fe es de orden místico, no “ cien­
tífico” , aunque a menudo usurpara este último título.
Se la adquiere, como lo expuse, por un cambio de mé­
todo que constituye un error de lógica, en el que los
equivocados se mantienen gracias a la imaginación y al
sentimiento.
Luego convendría tal vez a los progresistas desplegar
menos arrogancia y menos orgullo hacia la fe religiosa
de las almas simples; pues en suma la suya no difiere
en ningún grado ni en ningún punto de la fe del car­
bonero euado reposa en el postulado que he descripto.

* #

¿Dejarán el postulado del crecimiento ilimitado para


atrincherarse en la conjetura de que la raza humana
sea un joven organismo apenas escapado a la infancia?
Esto es más lógico, pero no más cierto. Muy bien está
conceder al sentido común que nuestro género humano,
concebido como ser vivo, está condenado a perecer un
CHARLES MAURRAS 135

día como el fruto maduro; pero que la flor esté apenas


acabada, el botón apenas abierto, he aquí algo mucho
menos seguro.
Con todo, quedando inverificable dicha opinión, ad­
quiriría algún valor y merecería ser tomada en cuenta
si estuviese arraigada en el pensamiento de la mayoría
de los hombres. Podríase ver en ella una señal de
verdor y de novedad, y un indicio de la secreta juven­
tud del mundo, análogo al hervor de verde savia bajo
la corteza negruzca y aun denudada, en la que soplan
las primeras brisas de la primavera naciente. Aquí el
sentimiento bien comprobado en todas partes, consti-,
tuiría un fuerte argumento.
¿De dónde resulta que tal sentimiento sea casi inha­
llable? Es de la vejez que se quejan todos los hombres,
por jóvenes que sean, y por nuevos que sean sus grupos
en la historia; la adolescencia con sus turbaciones, sus
calores y sus difusas esperanzas, no se revela ni en sus
actos, ni en sus discursos. P or todas partes, aun entre
nosotros, cuando se habla instintivamente y se sigue la
naturaleza, es a los Antiguos que se invoca, es del Pa­
sado que se deduce gloria y riqueza, es en la Experiencia
donde los sabios y los ignorantes se refugian y atrinche­
ran en caso de dificultades.
Si se escucha el corazón de la humanidad, ella no
parece recordar, sino la Edad de oro o el Paraíso pri­
mitivo. Este sentimiento de melancólica añoranza es
general; lo que por el contrario está muy poco difun­
dido, lo excepcional, y particular a un pueblo, a una
casta, es un momento muy limitado de su historia, por
ejem plo para los franceses de la Revolución y del Im­
perio, para los anglosajones contemporáneos, para los
mercaderes de cerdo americanos hacia 1868, para algu­
nos electricistas de hoy, es aquella robusta fe, que con­
fina con la embriaguez, en el porvenir de su raza o de
su oficio, en los progresos del género de civilización
que su rango representa o que crea su esfuerzo; con
todo, tal sentimiento está en baja, y deja ver el origen
artificial, libresco y escolar de sus nubes y humaredas.
136 MIS IDEAS POLÍTICAS

¿Por qué no dejarle su nombre a la esperanza? ¿Por


qué insistir en querer sacar del justo orgullo de los
espacios terrestres y celestes vencidos, de la naturaleza
dominada y humanizada, un dogma no autorizado
por nada?
IV

LA CIENCIA POLÍTICA
ANTE TODO, POLÍTICA

Cuando decimos “ ante todo, política” , queremos de­


cir : la política primero, primera en el orden del tiempo,
de ninguna manera en el orden de la dignidad. Equivale
a decir que la ruta debe, tomarse antes de llegar a su
punto terminal; la flecha y el arco deberán empuñarse
antes de dar en el blanco; el medio de acción prece­
derá el centro a que se lo destina.
DE LA BIOLOGÍA A LA POLÍTICA

Las ideas salidas de la ciencia de la naturaleza y de


la vida desempeñaron, ante todo, en el siglo pasado,
un importante papel histórico; papel excitante y libe­
rador que está lejos de haberse acabado.
Muchos esíritus, hallando por una parte ciertos afo­
rismos de política corriente, y viéndolos en oposición
directa con los principios que regulara todo el régimen
de la naturaleza, fueron llevados a examinar dichos
aforismos de esta manera: ¿Constituyóse la naturaleza
sobre un principio y la sociedad humana sobre el opues­
to?, ¿o los dos principios son los mismos?, ¿o sin ser
ni los mismos ni contrarios, no son dichos principios
a la vez análogos y diferentes? He ahí el problema
que la biología contribuyó poderosamente a plantear,
y a plantear bien. Que posteriormente diera lugar a
confusiones, que haya hecho tomar simples analogías,
a menudo lejanas, por identidades, ¡de acuerdo! Pero
sus servicios primitivos no por ello son menos inol­
vidables. -
Los unos son provisionales, y los otros, permanentes.
Las ideas biológicas obraron por sugestión al poner la
ciencia política en condiciones de percibir bien, por
sus medios, la esencia de la hereditariedad política, de
la selección política, de la continuidad política. Propor­
cionaron además y proporcionarán contribuciones ma­
teriales que evidentemente es imposible descuidar: pues
por distinta que sea la herencia política de la herencia
biológica, numerosas relaciones entre los dos órdenes
de hechos, resultan de que el ser social, el hombre, es
también un ser viviente, sometido a las leyes de la vida.
La ciencia política es autónoma: lo que no quiere
CHARLES MAURRAS 141

decir que esté sin comunicación con las otras ciencias.


La sociología es distinta de la biología: lo que no
quieré decir que sean dos extrañas sin relación entre eí.

Una sociedad puede tender a la igualdad, pero en


biología la igualdad no está más que en el cementerio.
Cuanto más vive y se prefecciona el ser, más división
del trabajo comporta desigualdad de funciones, la que
provoca una diferenciación de los órganos y su desigual­
dad, incluso desigualdad de sus elementos, cualquiera
sea la identidad originaria de que se prevalgan esos ele­
mentos primitivos: la igualdad puede estar en lo bajo
de la escala, al comienzo de la vida; ella es destruida
por los progresos de la vida misma. El progreso es
aristócrata.
Lo que no prueba por cierto (no aún) que nuestro
progreso social deba cumplirse del mismo modo que
el progreso animal, a expensas de la igualdad de los
individuos; lo que no prueba (no aún) que los funda­
mentos y los órganos del Estado deban ser desiguales.
Con todo, ello introduce en los espíritus reflexivos, con
las claras nociones acerca de la marcha constante de
la naturaleza, la de que el sentimiento de esa marcha
no es del todo el que nos propone el dogma revolucio­
nario. Esos espíritus reflexivos son así llevados a vaci­
lar entre dos conjeturas: tal vez exista en la naturaleza
universal un reino humano, establecido como un impe­
rio dentro de un imperio, y cuya reglamentación gene­
ral, difiriendo de todas las otras leyes naturales, le es
enteramente opuesto, y comporta su vuelco absoluto;
probablemente también, pues la primera hipótesis poco
verosímil choca con todas las ideas de la época, tal vez
aquella concepción revolucionaria es falsa y el estatuto
del género humano deba también dar un amplio lugar
a las leyes de autoridad y jerarquía que son la provi­
dencia visible de los otros seres.
142 MIS IDEAS POLITICAS
1

* *

Cuanto mayor peligro comporta el método biológico


si se lo maneja a título de prueba, mayor interés ofrece
como estimulante de la reflexión e instrumento del des­
cubrimiento, pudiendo las ideas sociales descubiertas
por esta vía ser verificadas y demostradas por otra.
No temamos otorgar demasiado a la analogía en este
orden de cosas. Ella es la reina de la investigación para
todas las disciplinas del saber. Cualquiera sea la dife­
rencia existente entre el intestino, el hígado, el cerebro 'j
en el hombre y en los diversos mamíferos, nadie vacila
en establecer entre dichos órganos observaciones y com- i
paracionés de que aprovecha el conocimiento. ¿Cómo
podrían no tener ningún sentido para la humanidad, j
las tres leyes generales válidas para todos los grados del
ser, desde el bathybius hasta el chimpancé? Ello equival­
dría a decir que la roca, la planta, la bestia, son seres
pesados, pero que el ser humano nada tiene que ver [
con la balanza y las pesas. La unidad del plan de la
vida interrumpiríase en absoluto y bajo todos los res­
pectos, en el umbral de la sociedad humana.
Aun admitiendo que estemos colocados fuera de la
serie animal, amasados y modelados con otro limo que j
todo lo que vive, ¿es moralmente posible que no ten­
gamos ninguna especie de afinidad con esta naturaleza j
que nos envuelve y nos apremia? Las triviales precau­
ciones que impiden morir a la universalidad de las razas
animadas, ¡no tomarían la menor parte en salvaguardar
nuestra vida! Si los “ sublimes animales” , caros al poeta
romántico, son aptos para ofrecer los modelos de estoi- ¿
cismo moral, sería por lo menos razonable no rechazar
tampoco sus lecciones de perseverancia en el ser, de
resistencia material, de prosperidad y de duración físicas.
Tal es, además, el reflejo espontáneo del espíritu hu- |
mano: la sabiduría de las naciones jamás se privó de
hacerlo; sus fábulas, sus proverbios, a menudo hicieron
valer las relaciones paralelas entre los miembros y el
estómago, los reyes y las naciones. Las lenguas huma-
' CHARLES MAURRAS 143

ñas identifican corrientemente el cuerpo social y el pue­


blo, con las cabezas y los jefes. ¿Pura presunción?
Tal vez.
* *

La inmensa ratificación general aportada por las cien­


cias de la naturaleza no es similarmente sino una pre­
sunción. Pero esta presunción está corroborada. Pues
desde que se aborda el estudio directo, la historia pro­
pia de los fenómenos especiales al hombre, la doctrina
aristocrática y monárquica queda demostrada en su lu­
gar y a su modo. Comte y Fuste! de Coulanges pueden
confirmar a Taine y Bourget; las leyes específicas que
preservan de la muerte al hombre en sociedad no son
las de las abejas y de las hormigas; son del mismo or­
den, de la misma familia y están contestes en rechazar
todo sistema de democracia en las causalidades del mal
y de la muerte.
Desde entonces, todas las presunciones que habían
anunciado o hecho persentir la prueba directa, la en­
vuelven en esta dulce irradiación de vivencias persuasi­
vas que son para la verdad, contemplada cara a cara,
lo que el lisonjero movimiento de la fosforescencia para
las flechas rectilíneas, para los rayos de la luz pura.
Ésta prosigue su obra, y lo demás hace las veces del
más útil de los ornamentos.
LAS LEYES

Según Comte, la política, hija de la biología, encierra


como otra ciencia, leyes precisas, anteriores y superio­
res a las voluntades de los hombres: es en relación con
dichas leyes naturales que deben juzgarse las legisla­
ciones.
Una justa ley política no es una ley regularmente vo­
tada, sino una ley que concuerda con su objeto y con­
viene en las circunstancias. No se la crea, se la deduce
y descubre en el secreto de la naturaleza según los
lugares, los. tiempos y los Estados.

Las fórmulas políticas no son aparatos de hacer bar­


quillos, y si las leyes de las naciones, como las del
mundo y las del hombre son inmutables, es preciso ver
que todas las situaciones de la historia y de la geografía
son originales.
Tienen algo único que debe tratarse como tal.

No se trata en ningún modo de leyes del devenir, de


leyes del movimiento de las sociedades, de leyes de su
dinamismo , sino de LEYES de su estado.
No se trata de determinar la ley (hasta aquí no apre­
hendida) , según la cual se operó o se habría operado
la evolución del género humano o del Occidente civili­
zado, ley que, si fuese conocida, permitiría una deduc­
ción general del porvenir.
N o : se trata de leyes según las cuales se presentan
CHARLES MAURRAS 145

algunos hechos, que tienen por costumbre de no seguir


separadamente.
Leyes comparables a aquellas cuya acción siguen la
naturaleza y el laboratorio. Consisten en lazos constan­
tes, y tales que, dado el antecedente, se puede estar se­
guro de ver aparecer el consecuente. Por ejemplo, la
elevación del agua a la temperatura de cien grados y
el fenómeno de la ebullición. Por ejemplo, el adve­
nimiento de la elección democrática y el fenómeno de la
centralización. Se puede evitar que el agua se caliente
hasta los cien grados, cuando hierve: no se puede im­
pedirle hervir a esa temperatura. Se puede evitar qüe
aparezca la democracia electiva: si se produce, no se
puede impedir que ella centralice.
Del mismo modo que la búsqueda de las leyes del
devenir de las sociedades parece haber dado hasta aho­
ra resultados flotantes, azarosos, discutibles, estériles,
se muestra cierta y fecunda la investigación de constan­
tes regulares y leyes estáticas. Lo que se dice de su
complejidad no es más que un sofisma perezoso. ¿Qué
es lo que no es com plejo? ¿Qué complejidad bien estu­
diada no vuelve tarde o temprano a lo simple? Lo que
se agrega para excluir el conocimiento político de la
verdad, con el fin de reducirlo a una vaga verosimilitud,
proviene de pobres espíritus demasiado interesados en
ignorar.
Pues si es verdad que la experiencia política, en sen­
tido estricto, es pura observación histórica y escapa a
una experimentación propiamente dicha, es decir y va
de suyo, al experimento del gabinete químico, es verdad
también que aquella amplia y clara experiencia del
pasado derrama en el teórico político un rayo de luz
cuyo equivalente no conoce el químico y que el físico
debe suponer y calcular. El teórico político observa la
serie y el encadenamiento de los hechos. Mas por otra
parte lo que sabe del hombre le permite percibir tam­
bién aquello que engendra dichos acontecimientos: el
juego interior de las pasiones, de las ideas, de los inte­
reses humanos se le muestra puro y al desnudo, de mo-
146 MIS IDEAS POLÍTICAS

do que su observación no se detiene en las apariencias,


en los fenómenos, sino que penetra las razones de ser,
las generatrices. Desde entonces el historiador no se
contenta con ver y hacer ver que la democracia electo­
ral tiene por efecto centralizar; dice por qué esta cade­
na es constante. Su observación es también una expli­
cación: el poder nacido del voto está obligado, para no
perecer, a asegurarse de los votantes; nada es más
temible para este poder que las libertades de dichos
votantes, lo que le induce automáticamente a confiscár­
selas una tras otra. Esta psicología sería sensible a la
razón. Pero además está confirmada, en sus motivos y
móviles, por los discursos y los escritos de los contem­
poráneos del acontecimiento observado. Imposible con­
tar el hecho sin hacer alusión a lo que ocurre en la ca­
beza y el corazón de aquellos que lo produjeron.
En el laboratorio de la Historia Universal, el hom­
bre se halla como sujeto y objeto de la experiencia. Pero
esta situación paradójica es tal vez lo que da a las
conclusiones de la Historia Política un valor que no
pertenece a las del químico. Éste se halla reducido a
conjeturas acerca de lo que pasa en el interior de los
cuerpos interrogados; el historiador y el político cono­
ce, por adentro, por así decir, los átomos más secretos
de la causa espiritual de las reacciones de que es testigo.
-—•¡Bien! Pero entonces ¿qué provecho se saca de
este conocimiento?
— ¡Pues bien! Si poseyéramos la ley de evolución del
mundo y la curva gobernadora del porvenir, nos sería
fácil decir absolutamente', en tal fecha, en tal circuns­
tancia, tal acontecimiento ocurrirá.
No tenemos esta Ley, pero tenemos leyes, constantes,
las que nos permiten decir: si esto ocurre, aquello ocu­
rrirá. Planteada tal causa, surgirá tal efecto: aquel
punto negro en el horizonte marino anuncia esta o
aquella tormenta. Si el Número de los votos gobierna,
el Dinero gobernará tras él; si la democracia aparece,
he aquí que sobrevendrá la plutocracia. Donde nace
la democracia, nacerá la centralización, etc., etc.. . .
CHARLES MAURRAS 147

Volvamos sobre nuestros pasos. Si la política puede


ser objeto de ciencia, es muy preciso que las institucio­
nes primitivas no nazcan de actos personales como las
voluntades, de una convención, de un contrato debatido
entre entidades independientes, dueñas de su suerte. El
postulado de la ciencia positiva es que las sociedades
sean hechos de naturaleza y de necesidades. Pero desde
los comienzos de esta joven ciencia, el postulado se veri­
ficó. No se encontró huella del contrato primitivo; toda
sociedad humana apareció como contemporánea del h o m .'
bre. La ley, la ley civil y política misma, apareció co­
mo una relación que fluye de la naturaleza de las cosas
confórme a la definición de Montesquieu y contraria­
mente a la definición democrática de la declaración:
“ La ley es la expresión de la voluntad generaT’ . Rela­
ción de conveniencia o relación de necesidad, la ley
escapa a lo arbitrario: no se decreta libremente, sino
que surge del examen de situaciones que no dependen
de dicha “ Libertad” .
Tal fue la primera palabra de la ciencia política ape­
nas constituida.
La segunda palabra que escribió no fue menos consi­
derable, pues fue la de organización.
Cuando los franceses se hayan vuelto dignos de com­
prender el alcance y la profundidad del lenguaje que
heredaron de sus padres, ya no dirán organizadóni
volverán a la palabra propia: y dirán orden. En vez
de organizar, los verbos ordenar o poner en orden pre­
valecerán.
* *

Una tercera palabra de importancia infinita es pro­


nunciada por la ciencia política. Enseña que las socie­
dades que examina no se componen en ningún modo
de individuos, sino de familias.
El individuo no es una unidad social. Unicamente la
148 MIS IDEAS POLITICAS -4
familia constituye dicha unidad. Las sociedades no
están hechas para una época del hombre. Se desarro­
llan más. allá. ¿Hasta qué punto? No sabemos...
Pero la existencia de esta amplia vida que nos envuel­
ve y sostiene, no está en duda. Prácticamente las socie­
dades son quizás inmortales. No veo por qué las más
fuertes no durarían tanto como el género humano. En
todo caso para concebirlas tales, hay que concebirlas
históricamente.
* *

Un cuarto punto se establece en la ciencia política;


es el criterio de las sociedades. ¿Cuál es? Una vida
próspera. Le Play invoca a cada paso los ejemplos de
las - sociedades prósperas. Fue sobre todo según ese
criterio empírico, y del estado de la Francia y de la
Europa contemporáneas como fueron juzgados y conde­
nados los principios democráticos y revolucionarios por
Renán, Taine, Balzac, Bonald, Burke, Macaulay y algu­
nos otros.
La política llega, así, a definirse: la ciencia y las
condiciones de la vida próspera de las comunidades.
Un principio mortal, o que traiga la disminución de
la salud y de . la prosperidad generales, hállase, pues,
• automáticamente refutado, negado, por esta ciencia.

4
EL EMPIRISMO ORGANIZADOR

Desde la edad en que se cree pensar, jamás imaginé


que las teorías hiciesen nacer las instituciones. Pero es
verdad que yo no podría tampoco negar el poder de
una doctrina justa en el espíritu de un estadista, porque .
ningún fatalismo histórico fue jamás de mi agrado. Si
se quiere, tuve “ teorías” , y si se . quiere, todavía las
tengo: pero en todo tiempo, esas teorías merecieron
nombre, el que muestra su prudencia y humildad; se
llaman el Empirismo organizador, es decir, el aprove­
chamiento de las dichas del pasado con miras al porve­
nir que todo espíritu bien nacido le desea a su país.
El examen de los hechos sociales naturales y el análi­
sis de la historia política conducen a determinado nú­
mero de verdades ciertas, el pasado las establece, la psi­
cología las explica y el curso ulterior de los aconteci­
mientos contemporáneos las confirma y las reconoce;
mediante un poco de atención y seriedad, no se nece­
sita un arte muy sutil para dar una aplicación correcta
de aquellas ideas, así deducidas de la experiencia, y que
los nuevos hechos desprendidos de una experiencia pos­
terior tiene la mayor prohabilidad de verificar.
En tal caso la deducción es la consecuencia natural
de las inducciones bien hechas. El sentido crítico des­
pierto en la primera parte de la operación no extingue
su antorcha durante los misterios de la segunda, puesto
que se halla en el momento de la partida y en el de la
llegada.

No somos metafísicos. Sabemos que las necesidades


pueden cambiar. Puede haber un momento en que los
150 M is IDEAS POLÍTICAS

hombres experimenten la necesidad de garantizarse con­


tra lo arbitrario por bien numerados artículos de ley.
Hay otros momentos en que esta autoridad impersonal
de la ley escrita les parece un profundo engaño.
En el primer caso, reclaman constituciones.
En el segundo, los estatutos les parecen importar ca­
da vez menos, y se interesan más por la responsabili­
dad viviente de las personas, y por su acción.

» .

El método que siempre me pareció más acorde con


las leyes de la vida, jamás otorgó un finiquito general
y “ ^n bloque” a lo que hicieron nuestros padres. Con­
cediendo a sus personas un piadoso respeto, el espíritu
crítico se reserva el derecho de examjmay sus obras y
sus ideas.
Pero el espíritu crítico ve claro: el revolucionario no
sabe ni quiere mirar: Del pasado hagamos tabla rasa,
dice su canción. Odio este programa de amnesia.
No, nada de tabla rasa. Entretanto, ¡vía libre!
LA HISTORIA

Nuestra maestra en política es la experiencia.

La experiencia se asemeja a la Musa, es hija $e la


r Memoria.

La historia no es una experiencia de gabinete: con


todo, sus innegables repeticiones, en circunstancias ora
idénticas, ora diversas, permiten establecer con rigor
satisfactorio, cuadros de presencia, de ausencia y de
variaciones comparables a los que favorecieron el pro­
greso del estudio de la naturaleza. Es vano sostener
en el papel, que lo aguanta todo, la originalidad absolu­
ta, la unicidad de los fenómenos históricos. Son origi­
nales, son únicos, pero su serie no lo es.
Bainville admiraba el cuadro de las monótonas “ se­
ries” del mundo y las estables virtudes del complejo
humano. Los vaivenes de la historia llevan constantes
tales que, bien conducidas, permiten formular previsio­
nes sin sufrir derogaciones.
La experiencia de la historia contiene la ciencia y
el arte de ese género de descubrimiento: si ninguna
idea preconcebida reguló su desarrollo, el resultado es
cada vez más favorable a las ideas de contrarrevolución,
de antiliberalismo, de antidemocracia. La experiencia
de la historia está llena de los osarios de la libertad y
de los cementerios de la igualdad.
152 MIS IDEAS POLITICAS

LA CONSTANTE HUMANA ENSEÑADA


POR LA HISTORIA
El arte de velar bien por la seguridad de los pueblos
se remonta a los principios directores de todas las artes
elementales; la primera verdad de que un filósofo o
un magistrado deba penetrarse es la de que el mundo
se modifica con extrema lentitud, si con todo se modi­
fica. Las partes variables son las menos importantes.
Lo que importa aparece constante. Es por los grandes
rasgos generales de constancia humana, que es urgente
guiarnos, siempre que pensamos en arreglar algo para
el porvenir.
A fuerza de mostrarnos masas que evolucionan y as­
pectos que se transforman, se nos oculta a los obreros
de la evolución y a los artesanos de la transformación.
Sin los jefes, sin los santos, sin los héroes, sin los reyes,
la historia es ininteligible. Una nación se compone de
naciones, una raza de razas, un Estado de Estados. Ya
se trate de la feudalidad, de las comunas o de la Iglesia,
la verdadera vida no está en los miembros sucesivos,
accidentales y efímeros, sino en los lazos invisibles que
dan al conjunto cierta unidad. Es de eso y no de otra
cosa que hay que escribir la historia: la historia de
Francia y no la historia de los franceses.
La historia universal en su detalle es imposible. La
ley de conjunto que la simplificara y la condensara en
lección grande y fuerte, esta ley general no me parece
haber sido descubierta. El historiador útil sabe aislar
un hecho, circunscribir una acción, describir -un perso­
naje: el hecho, la acción, el personaje pueden permitir
la captación del cómo en las cosas humanas. El campo
de nuestra experiencia se aumenta de ese modo y esta­
mos en mejores condiciones para comprender e inter­
pretar los hechos presentes y futuros. Aunque los casos
y los hechos estén en número infinito, si con todo co­
nocéis con algún detalle y a fondo la manera en que
Chicago, Atenas y Quimper-Corentin se desarrollaron,
CHARLES MAURRAS 153

tenéis la probabilidad de daros cuenta fácilmente de la


curva seguida por la mayoría de las otras Ciudades y
de los otros Estados. Cierto, hay que estar siempre a
la espera de alguna sorpresa; la naturaleza y la historia
están llenas de trampas tendidas a la fatuidad de los
mortales. Pero esta verdad se halla también contenida
en la historia de Atenas, de Quimper y de Chicago. ..
Si para hacer una fábula, tomáis en la mano un pu­
ñado de arena y escucháis el confuso murmullo de los
átomos innumerables, y sois sabio, verificaréis que sobre
cien veces, noventa y nueve aconsejan: tener confianza.
La centésima: desconfía, y el doble consejo es exacto;
pues nada se hace sin crítica, nada sin fe.
LA S O C I E D A D

CONDICIONES DE VIDA
DE LA SOCIEDAD
Es muy cierto que un pequeñísimo número de indi­
viduos excepcionalmente distinguidos y poderosos trans­
forman una sociedad: no lo hacen sino transformando
las instituciones o la religión, pero jamás modificando
una a una cada cabeza del infinito rebaño de los
individuos.
“ El individuo” en cuanto tal, abstracto; el individuo
considerado como unidad indiferente que puede ser
Pedro o Pablo, igualmente el individuo parece com­
poner la sociedad; en realidad, no la hace: es hecho y
deshecho por ella.
Los individuos que obran no son individuos. Son
personas. Arreglándoselas müy bien, siguiendo las re­
glas de un arte delicado y profundo, aprovechando la
ocasión, beneficiando de las situaciones, en una palabra
colocadas en los puntos más propicios, sabiendo hacer
jugar las jutictura rerum, los lugares de conjunción de
las cosas, aquellas personas de elección modifican y
reforman el medio social, y de ahí pueden resultar pa­
ra el “ individuo” progresos correspondientes, los que
lentamente adquiridos se incorporan en él de época
en época.

EL MITO IGUALDAD
La igualdad no puede reinar en ninguna parte; pero
su obsesión, su deseo, estableecn un espíritu político
CHARLES MAURRAS 155

opuesto a las necesidades vitales de un país: el espíritu


democrático mata la disciplina militar y el pueblo
necesita ejército; el espíritu democrático, por la envi­
dia que destila, mata la concordia civil, la cordialidad,
la paz entre los particulares, y el pueblo necesita con­
cordia, paz y cordialidad.
En un Estado poderoso, vasto, rico y complejo como el
nuestro, cada uno debe tener seguramente la mayor can­
tidad posible de los derechos, pero no depende de nadie
hacer que tales derechos sean iguales cuando correspon­
den a situaciones naturalmente desiguales. Cuando, pues,
en tal caso, la ley viene a proclamar dicha igualdad, la
ley miente, y como los hechos cotidianos ponen al descu­
bierto aquella mentira, quitan a los ciudadanos el res­
peto debido al régimen político de su país, y en conse­
cuencia éstos reciben un permanente consejo de anar­
quía e insurrección.

LA ASOCIACIÓN: HECHO DE
NATURALEZA
¿Qué es la Asociación? ¿Hay un “ derecho” de aso­
ciación para el individuo? ¿No sería más exacto afir­
mar que hay para él un deber, una obligación y, di-
ciéndolo más claramente, una necesidad de asociación
para todos los casos en que puede vivir?
Vayamos más lejos. ¿Forma el individuo la sociedad?
¿Dónde? ¿N o es, por el contrario, la sociedad la que
forma al individuo? ¿No es él por todas partes su
producto?
Consideremos aun el mundo de los seres vivientes.
Hay especies (las muy inferiores) en que el individuo
determina una especie de sociedad; son aquellas en
que la reproducción se opera por vía de disparidad.
Un ser, cuyas partes todas parecen homogéneas y casi
idénticas, se divide en dos; he ahí dos seres enteramen­
te semejantes. No es el caso del animal superior; aquí
156 MIS IDEAS POLÍTICAS

hace falta una pareja, se necesitan dos individuos muy


diferentes para producir un tercer individuo. Este
nuevo ser no nace de un generador, ni siquiera de dos
generadores, sino más exactamente de la sociedad de
esos generadores. La asociación es distinta de la suma
de los asociados. Comienza por parecer su madre.
Pero en el género humano, por una parte el recién
nacido es tan débil, y por otra está llamado a tales
grados de desarrollo, que la sociedad no lo abandona
jamás. Ella lo recibe y lo continúa, lo precede y lo
sigue; anterior y posterior a cada uno de nosotros,
aquella grande hada bienhechora, que dispone por to­
das partes de algunas industrias y tradiciones útiles,
pero que entre nuestras razas occidentales centraliza un
inmenso capital civilizador, nuestra sociedad humana
(sin ser deudora de los más vastos genios que siempre
recibieron de ella mayores bienes de los que le apor­
taron) parece la acreedora universal de -nuestros seme­
jantes. En verdad, como lo observó tan bien León de
Montesquiou en La Razón de Estado, no se puede de­
cir: “ 1^ El hombre, 2® La sociedad” . Es preciso, de
absoluta necesidad, alinearse entre quienes dicen: “ 1?
La sociedad, 2® El hombre” .
El hombre asociado, a la vez agrupado y aislado,
regulado y liberado por la asociación no es absoluta­
mente m ejor que el hombre individual; sencillamente
es más apto para una vida superior, para la vida de
sociedad. Osa menos para su capricho. Tiene mayor
interés en osar para el bien común, puesto que la co­
munidad que lo apremia es muy pequeña y el bien de
la comunidad está más próximo al suyo.

·■

La época de la asociación vuelve a empezar. Los sin­


dicatos, las corporaciones, las comunidades y las com­
pañías de todo género serán para el siglo XX lo que las
catedrales fueron para el XII. La masa colectiva se ha
heqho tan fuerte que ningún individuo sentiráse con
CHARLES MAURRAS 157

valor, vida, seguridad y por consiguiente dicha, sino en


tanto cuanto se vea fuertemente encuadrado en ella,
sostenido y disciplinado en colectividad secundaria a
la que puedan ligarlo todas las fibras de su carne y
todos los resortes de su alma.
Y si se quiere conocer el fondo de mi pensamiento,
diré que siempre fue así en todos los tiempos en que el
hombre vivió normalmente. La anarquía general del
siglo XIX forjó para los mejores un cerebro revoluciona­
rio en el que se deforma la noción natural del yo hu­
mano. El verdadero yo, el yo espontáneo, es un nos­
otros, o no tiene sentido.
Un hombre habituado a reflexionar con rigor y que
hace la cuenta de todo lo que es diferente de sí queda
aterrorizado de la exigüidad y de la miseria de su pe­
queño dominio estrictamente propio y personal. Nos­
otros somos nuestros antepasados, nuestros maestros,
nuestros mayores. Somos nuestros libros, nuestros cua­
dros, nuestras estatuas; somos nuestros paisajes, somos
nuestros viajes, somos (acabo por lo más ajeno y desco­
nocido) , nosotros somos la infinita república de nues­
tros cuerpos, el que toma prestado del exterior casi
todo lo que es, para destilarlo en alambiques cuya di­
rección y sentimiento mismos nos escapan por completo.

La sociedad no es por cierto un gran animal cuyos


individuos no serían más que sus células subordinadas.
Pero tampoco es una de esas “ inversiones en común”
de voluntades que se llama, en Derecho, asociaciones.
La sociedad no es una asociación voluntaria: es un
agregado natural.
No ha ' sido querida, ni elegida por sus miembros.
Nosotros no escogemos ni nuestra sangre, ni nuestra
patria, ni nuestra lengua, ni nuestra tradición. Nuestra
sociedad natal nos es impuesta. La sociedad humana
forma parte de las necesidades de nuestra naturaleza.
Tenemos únicamente la facultad de aceptarla, de rehe·
158 MIS IDEAS POLÍTICAS

larnos contra ella, de huirle tal vez sin poder pasamos


sin ella esencialmente.

Para el espíritu realista, advertido por la historia, si


no e6tá deformado por una falsa historia del Derecho,
la verdadera garantía del derecho individual se llama
ante todo la sociedad, en seguida la asociación.
Tened una sociedad sólida, y en la que el primer
núcleo social, la familia, sea fuerte: los derechos pri­
mordiales, sean religiosos, domésticos, o escolares, ha­
llarán su línea de repliegue y defensa.
Tened asociaciones poderosas, especialmente asocia­
ciones de oficios, y los otros derechos esenciales hallarán
su quicio y fundamento.
Tened un Estado bien construido y tales derechos
distintos, diversos, a veces en conflicto, no harán de la
sociedad su campo de batalla, porque el orden púhlicó
hallaráse también provisto de un fiador en carne y
hueso, que será su magistrado responsable e interesado.
Fuera de ahí, no tendréis sino partidos que se combati­
rán, intereses que ee devorarán entre sí.

En una sociedad bien hecha, el individuo debe acep­


tar la ley de la especie, y no la especie perecer por la
voluntad del individuo.

Una legislación individualista, como no considera sino


al individuo, sin tener en cuenta la posición que él
ocupa en el mundo, ni su familia, ni su clase, ni su
país, ni su trabajo, tal legislación pretende salvar en
primer lugar y hacer respetar los derechos de cada uno.
Inscribe, en efecto, en muy hermosos caracteres, la
máxima de que semejantes derechos son infinitamente
respetables y hay que sacarles el sombrero, Pero cada
CHARLES MAURRAS 159
5 "

individuo aislado en nombre de la ley hállase incapaz


le asegurar el ejercicio de aquellos famosos derechos.
Helo ahí entregado sin defensa a las escasas organiza-
dones que pudieron crearse a despecho de la ley; si
«e,|les escapa, recae bajo los poderes del Estado, lo*
|ue por añadidura tienen la ley de su parte.

Del punto de vista de la felicidad y la defensa de


»da uno, nada más importante que dichas asociaciones
•ocundarias e intermediarias, las que garantizan el ho-
Hir, la vida local y los oficios. Mas para que existan
^resistan, hace falta otro poder.

f

'{
Basta una nada para destruir. Se necesitan años de
«fuerzo, labor y paciencia para crear. El sucio soplo
lo un retórico basta para arruinar. El crecimiento de
lo» sociedades es más lento que el del embrión, del lác­
ente y del niño; su caída es relativamente más rápida
uín que la del ser viviente suprimido por una bala o
ma cuchillada.

i>
EL E S T A D O

La familia funda el Estado, puesto que, por un·


parte, la población no existe sino por ella, y que i>·"
otra, es ella la que distingue la sociedad política <1'
las otras: sociedad que no se recluta por la volum.nl
de sus miembros, sino normalmente por vía de gen
ración, sociedad en que se nace y se reproduce. ^·■
soy miembro del Estado francés a causa de mi padn
de mi madre y de sus progenitores. Puedo ratifñ n
o declinar tal condición; yo no la creo, es ella la <¡ti·
me crea. Los hijos adoptivos que se agregan por olí '
vías a la gran familia francesa no lo hacen sino |>«»i
que un primer Estado francés, familia de familias, in
engendrado naturalmente.

Toda doctrina del Estado dispensador y distribuidm


de derechos será disuelta por esta simple observación
de que la sociedad, tanto espiritual como temporal -
anterior (lógica como históricamente) al Estado.

El Estado y la sociedad son cosas distintas. La "


ciedad comienza en la familia, su primera unidad
continúa en la comuna, la asociación profesional \
confesional, la infinita variedad de los grupos, 1'
corporaciones, compañías y comunidades, a falta il­
las cuales toda vida humana languidecería. El Estad-
no es más que un órgano indispensable y primordinl
de la sociedad.
CHARLES MAURRAS 161

El Estado, cualquiera que sea, es el funcionario de


la sociedad.
• ■

El Estado, cuando está bien constituido, casi nada


tiene que hacer con los individuos. Es sobre las socie­
dades que tiene a su cargo, así como sobre sus mutuas
relaciones que se ejercen sus principales atributos: única­
mente los criminales, con los héroes y los santos, per­
sonalidades de excepción, tienen relaciones con el Es­
tado, que tiene el derecho de conocer tales anomalías,
o para honrarlas, o para castigarlas. Agreguemos a la
lista de las personas en comercio directo con el Estado,
el pequeño número de los funcionarios, incluidos los
ejércitos de tierra y de mar. Por lo que respecta a
todo lo demás, un Estado normal deja obrar, bajo
su cetro y su espada, en la multitud de las pequeñas
organizaciones espontáneas, colectividades autónomas,
que existían antes que él y tienen probabilidad de so­
brevivirle, verdadera sustancia inmortal de la nación.
En esas esferas distintas, dotadas de privilegios tan
variados como sus funciones, se desarrollará, no el inha­
llable “ Individuo” , que no florece allí ni cada veinti­
cinco años, ni cada cien años, ni jamás, sino la fauna
y la flora humanas de los diferentes individuos, bien
nutridos por su territorio, preservados por este aire de
su clase y de su país, y estimulados también por la
atmósfera de los grupos facultativos a que su honor,
su interés, o su placer los incorporó regularmente.
Del “ círculo” del pueblecito al Instituto de Francia
hay una serie de grupos. El individuo encuentra allí
derechos proporcionados a su rango y a sus servicios, a
su dignidad y a su valor. Así el menor de nuestros
compatriotas es privilegiado por el destino. R ico o
pobre, es patricio, puesto que participa. de la noble
calidad de francés y goza por eso de las poderosas pre­
rrogativas y el inmenso patrimonio material y moral
162 MIS IDEAS POLITICAS

puesto gratuitamente a su disposición por todo lo qur


hicieron sus antepasados.
De su obra inmemorial, mantenida y continuada por
la tradición fluyen todas las virtudes, todos los valore'«
individuales de que la naturaleza no había proporcio
nado más que el germen: la voluntad, la libertad, H
sentimiento, la razón al grado a que la sociedad fran
cesa supo elevar todo eso. Flor de la cultura francesa,
el individuo francés no fue ciertamente ni su principio,
ni su fin, ni su raíz, ni su fruto.

Los recuerdos, los odios, los amores que los simple*


particulares no pueden mantener de manera constante,
un Estado los toma por su cuenta, los apunta en un
registro, registro que pone al día para estar en condi­
ciones de ejercer todos sus derechos, sostener todos sus
intereses y cumplir todos los deberes allí inscriptos. En
un Estado normal, las emociones públicas no son mero1«
ixppulsos de sensibilidad, barridos, reemplazados al
primer viento contrario: vuélvense la materia y la suw
tancia de actos útiles, y sirven para recobrar y restaurar
lo que pudo perderse por la comunidad.

. ·

LA RAZÓN DE ESTADO
La razón de Estado está en la naturaleza de las cosas.
Esa razón vale tanto cuanto vale el Estado.
La razón de un Estado que se halla por encima d»·
los partidos se inspira en las necesidades superiores
de la existencia de la nación.
Un Estado creado por los partidos no tiene otra razón
que la que puede tener: corta, estrecha, variable, con­
tradictoria. Cubre los intereses particulares en vez de
defender los intereses generales.
DISTINCIONES ENTRE LA MORAL Y LA
POLÍTICA

No se puede basar un cálculo político razonable en


la esperanza de que el mundo entero hallaráse un día
en el sentido de la bondad.

La política no es la moral. La ciencia y el arte de


la conducta del Estado no es la ciencia ni el arte de la
conducta del hombre. Donde el hombre en gene­
ral puede quedar satisfecho, el Estado particular puede
ser derrotado.

El orden político y el orden de la conciencia son


distintos. La conciencia humana persigue.fines espiri­
tuales, busca la salvación individual. La política, que se
atiene a lo temporal, se interesa por la vida próspera
de las comunidades; determina las condiciones genera­
les del bien público en los grupos naturales. Dadas
tales leyes, que ella trata de discernir y formular con
la mayor nitidez científica, traza e ilumina la conducta
de los políticos, aproximadamente como la fisiología, la
patología y la terapéutica inspiran y dirigen la conduc­
ta de los médicos.

Como hubo fenómenos puramente químicos o físicos


en la organización de un Descartes o de un San Vicente
de Paul, toda sociedad se construye según necesidades
naturales cuya esencia se trata de conocer con exactitud,
sin afirmar ni negar su justo fundamento. No sabemos
164 MIS IDEAS POLÍTICAS

si es justo que un hijo no pueda elegir a su padre, o


que un ciudadano sea arrojado en una raza antes de
haber manifestado su libre voto, su libre elección. Sa­
bemos que las cosas no son dueñas de ocurrir de otra
manera. ¿Es justo que una opinión bien intencionada,
cuando es absurda, pueda perder a un Estado? Tal vez;
mas para la salvación de dicho Estado, lo impórtante
no será decidir si la cosa es justa, sino conocerla para
evitarla. El medio infalible de extraviar a quienquiera
se aventure en la actividad política, es evocar inopina­
damente el concepto de la moral pura, en el momento
que debe estudiar las relaciones de los hechos y sus
combinaciones.
La moral se superpone a las voluntades: ahora bien,
la sociedad no sale de un contrato de voluntades, sino
de un hecho de naturaleza.

A l examinar la estructura, el ajuste y las conexiones


históricas y sociales, se observa la naturaleza del hom­
bre social (no su voluntad), la realidad de las cosas (y
no su justicia) : se comprueba un conjunto de hechos
de los que no se podría decir después de todo si son
morales o inmorales, pues escapan por esencia a la cate­
goría del derecho y del deber, desde que no se refieren
a nuestras voluntades.

No hay relación directa entre la perfección moral y


la perfección de las formas políticas, hallándose ésta
ligada a objetos muy extraños a la moralidad de los
hombres, como la condición geográfica o económica de
su terruño.

Escipión se impone por la dulzura; ahora bien, es


moralmente muy bueno ser dulce. Aníbal se impone
por el terror; ahora bien, es moralniente muy malo sem-
CHARLES MAURRAS 165

brar el miedo. Pero no es en tanto cuanto potencias


morales que el terror aquí, y la dulzura allá, operaron.
Lo hicieron en otra esfera, en tanto cuanto potencias
de sentimiento. Un cartesiano diría que Aníbal, así
como Escipión, hállanse en el orden mecánico más bien
que en el moral: es por impresiones en cierto modo
maquinales que esos dos generales fueron poderosos y
afortunados: la dulzura del uno y el terror del otro co­
rrespondían a las situaciones que uno y otro encaraban.
Invertid las situaciones, dad a Aníbal los pueblos que
Escipión supo domeñar con su buen modo, y los suble­
vará unánimemente contra sí, con lo que se perderá
tal vez; dad a Escipión los pueblos que Aníbal subyu­
gaba por el rigor, y su mansedumbre podrá muy bien
no inspirarles sino la rebelión. En otros términos la
ternura y la dureza, la dulzura y la violencia, antes de
ser fuerzas morales, son fuerzas, y es en tanto cuanto
fuerzas que obran en política, felices o desdichadas
según el grado, el instante, o el lugar de la aplicación.
¿Qué diremos? Que ni la bondad, ni por lo demás la
malicia, tienen virtud propia en el orden de los éxitos
y de los reveses militares o políticos: cuando un hom­
bre de bien queda vencedor, no es la honestidad la que
está victoriosa, ni la perversidad cuando prevalece el
perverso. Este dominio de la fortuna política está some­
tido a leyes particulares y específicas.
DEL GOBIERNO

ORGANIZAR

Tomo la palabra organizarse en su sentido primero:


Organizarse a sí mismo, poner de acuerdo el propio
pensamiento con el pensamiento, saber adonde se va,
en qué vehículo y por qué caminos.
Organizar, significa diferenciar. Diferenciar, es lo
contrario de igualar. Una nación se compone de gente
nacida aquí y no allá, implica nacimiento, herencia, his­
toria, pasado. Constituye una primera objeción al sueño
babélico de la anarquía.
Quiero decir que para organizar se debe destruir. Sí,
pero en el orden de los hechos una vez consumados. Mas
para arrastrar los espíritus, para inducirlos a realizar un
proyecto, el orden es inverso: hay que organizar antes
de destruir, si se quiere triunfar en destruir.
Tal es el sentido de la palabra atribuida por lo gene­
ral y creo que erróneamente a Dantón: “ No se destruye
sino lo que se reemplaza” . El dicho seria digno de
aquel funcionario del antiguo régimen, uno de los raros
espíritus políticos de la Revolución. Para cambiar lo
que existe, hay que tener en la cabeza otra cosa que
el decreto de un gobierno provisorio y de una apela­
ción al pueblo. Las concepciones inconsistentes y mal
definidas no impulsan jamás a la acción. Por lo menos
en imaginación, el hombre quiere algo sólido y preciso.

DEL VICIO DE LA DISCUSIÓN

El arte de hacer prolongar la discusión entre quienes


saben y quienes no saben es la más elemental de todas
! CHARLES M AURRAS 167
I
las artes. Siempre lo practicamos, cuando niños, en el
colegio:
— Pero . . . Entonces .. . Sí . . .
Basta con tres palabrejas repetidas diez o veinte veces.
Responden a todo, y pueden llevar a cualquier parte.
Sin duda el saber está provisto de herramientas para
disipar una por una aquellas dudas de mala fe, para
volverlo a poner todo en el buen camino o bajo su ver­
dadera luz. Pero tal fastidioso trabajo representa una
enorme pérdida de tiempo, un igual desperdicio de
fuerzas, sin tener en cuenta que produce necesariamente
en el exterior una conmoción de la confianza, una de­
tención más o menos neta de los entusiasmos que se
pronunciaban. Tal es la obra natural dé la crítica, cual­
quiera que sea, cuando se desarrolla en las asambleas o
ante públicos numerosos. No se necesitan más que unos
segundos para emitir voces destructoras; se necesitan
horas y horas para reconstruir con paciencia las verda­
des particulares m ejor desprendidas de los hechos por
las competencias técnicas: a veces incluso las más robus­
tas verdades de buen sentido no vuelven a imponerse
sino penosamente y con extrema lentitud.
¡A y ! Sería entonces precioso para un pueblo que se
pudiera “ hacerlo obedecer a la influencia’*. Sería en­
tonces cuando resultaría preciosa la autoridad moral, la
que arrastra antes de convencer, la que persuade antes
de argumentar. Ella salva de la inercia o del estan­
camiento que, en la lucha política o militar, son las
causas fatales de las últimas desdichas. He aquí por qué
todos los maestros de la ciencia política, que pertene­
cieran a la escuela teológica como Maistre y Bonald,
o a la escuela positivista, como Comte y sus discípulos,
circunscriben la discusión al orden teórico, al dominio
de la elaboración, pero la proscriben de la acción. No
hay religión de la discusión ni moral de la discusión,
pues desde que se obra moral y religiosamente, ya no
se discute, se decide y se arriesga. Esperar en tal caso
la “ certidumbre” , además de contradictorio debate, es
resignarse a perecer. No hay Gobierno de la discusión;
168 MIS IDEAS POLITICAS

gobernar, es asimismo confiar y arriesgar. Pero tal riesgo


de la acción moral, religiosa o política, es el riesgo jui­
cioso por excelencia; nada sería más imprudente ni
irracional en dichas materias que no arriesgar. Pues se
arriesga mucho más aún con abstenerse, discutir y
deliberar, se corre el riesgo mayor y peor, puesto que
el enemigo está en armas, si no se arma contra él antes
que él, el riesgo que se corre es de caer desarmado bajo
sus golpes.

GENEROSIDAD DE LA POTENCIA

La verdadera amistad de pueblo a pueblo no es un


fenómeno sentimental, sino un hecho de orden elemen­
tal y primitivo dependiente de un orden de necesidades
casi físicas. Un pueblo vigoroso atrae a otros pueblos
con tangibles señales de amistad haciéndolos partícipes
de lo que tiene, haciéndolos participar de la irradiación
agradable y útil que produce.
Para irradiar el bien en torno de uno, es preciso en
primer lugar ser con plenitud, y no haber consentido
ninguna derogación en el capítulo del honor. En se­
gundo lugar es preciso poseer, tomar y conservar, si se
quiere dar, lo que supone un firme uso de la fuerza, el
rendimiento de esta fuerza, y generosas y juiciosas dis-
t'ribuiciones de su producto.
Refrán: No se hace el bien en torno de uno sino acu­
mulando ante todo en sí mismo fuerza. Trabaja, obra,
gana, produce: ni los clientes ni los pobres abandona­
rán tu puerta mostrándote el puño. Acuéstate al sol
o a la lluvia como un miserable, en sueño inerte de tu
destino: tal bien improductivo no excitará más que en­
vidia, celos, odio, peligros y estarás en peligro si perpe­
túas ese espectáculo de inacción y de semipenuria. Mos­
trarás públicamente que no podrás servir de ayuda a i
nadie. Aunque más no sea para ser generoso, Pueblo
francés, aplícate a ser fuerte.
CHARLES MAURRAS 169

LA ACCIÓN
Se compone, se transige cuando por otro lado se tié-
nen garantías.
Se maniobra en torno a un pivote firme y fuerte.
Pero cuando todo está por conquistar en un medio
donde todo se desplaza, se transforma, se pierde con
inaudita rapidez, un solo método es recomendable por­
que es el único fuerte, y consiste en ser uno mismo, con
plenitud, integralmente. En organizarse poderosamen­
te, en atraer a sí todos los recursos y todos los medios
que se puede esperar con honradez; y así armado y
dotado, marchar, correr con la mayor rapidez posible,
derecho ante sí, con osadía, inflexiblemente: todo lo
que no muere, todo lo que no entra en disolución está
destinado por la misma ley de la naturaleza, a agregarse
tarde o temprano a dicho núcleo cuyo crecimiento es
regular y que progresa hacia un objetivo bien visto, con
movimiento rectilíneo y acelerado.

CONOCIMIENTO Y UTILIZACIÓN
DEL INTERÉS
En la inmensa mayoría de los seres el interés perso­
nal es el nervio de la acción privada. Nadie produciría
ni se ingeniaría para variar los modos de la producción,
con la mira de obtener el mayor rendimiento con el
menor esfuerzo, si el aguijón del interés no lo obligara.
Dicho interés puede ser egoísta, como puede ser colec­
tivo. Puede ejercerse en nombre de un hombre solo,
como puede obrar én nombre de una familia o de una
asociación: siempre se ejerce en las mismas condicio­
nes, por intermedio de un cerebro o de un corazón de
hombre empeñado en la gestión de dicho interés, re­
compensado por el éxito y castigado por el fracaso; en
pocas palabras: fuerte, profunda y personalmente res­
ponsable.
170 MIS IDEAS POLÍTICAS

Con un Estado fuerte y Asociaciones poderosas podría


realizarse el sueño de Mirabeau: “ E n q u e el legislador\
se contentase con hablar al interés individual, p ro p o r­
cionarle los m edios d e ejercerse, y d e dirigirlo invenci­
b lem en te hacia el interés general, para el m a yor bien
d e tod os los resortes políticos” . En otros términos, según
el voto de Augusto Comte, tal régimen podría “ apelar
a los im pulsos personales e n ayuda d e los afectos socia­
les” , concediendo a los particulares tentados las liberta­
des favorables al bien público.

“ E l interés general es la suma d e los intereses particu­


la re s” Sostened lo contrario de esta tontería, y decid
que el interés general se resta de los intereses particu­
lares; y estaréis más cerca de la verdad.
Esta resta no se hace espontánea, sino autoritativa-
ineníe. Los particulares la consienten cuando la ope­
ración está hecha, o se ven obligados a dejarla hacer.
Un pequeñísimo número es capas de percibir la utilidad
de los sacrificios consentidos por los particulares al
Estado; un número aun más pequeño ve los peligros
de los sacrificios consentidos por el Estado a los par­
ticulares.
No creo por cierto que el interés dirija al mundo,
y más bien creo que lo inmoviliza y lo pierde; pero es
evidente que los átomos particulares y particularistas
de que se componen las masas del mundo son fácilmente
arrastrados en la dirección de sus intereses.
El desinterés obra poco al estado puro, salvo en algu­
nos héroes. El interés puro guía a menudo muy mal.
El verdadero arte del político consiste en saber discer­
nir el punto en que pueden coincidir la pasión y el
deber, el interés privado y el interés nacional.
CHARLES MAURRAS 171

EL D I NE R O
La riqueza es un bien, su concentración es una fuer­
za; pero esta fuerza se dispersa y se disuelve en manos
del individuo que se deja engañar por ella, con el enga­
ño de las cosas materiales y el engaño de la idea de
provecho, si quiere transformarlo en supuestas satisfac­
ciones personales, las que desde la primera a la última
no pueden sino engañar.
Cualquiera sea el disfraz que emplee, el Dinero tiene
demasiada pretensión, es demasiado vanidoso, dema­
siado ambicioso por el hecho de ten erlo to d o , para que
sea posible desconocerlo.
Peor aún que el de la multitud y del Mundo (el cual
aunque inerte y absurdo puede tener cierta fibra hu­
mana) el g ob iern o del Dinero crea la sinrazón y el
crimen.
El Dinero presta hermosos servicios, cuando está-
corno las otras fuerzas humanas, en su lugar de gran
servidor. Más allá y más arriba, no puede sino destruir.

SOBERANÍA
No aceptamos ni implícita ni explícitamente el prin­
cipio de la soberanía nacional, puesto que opusimos por
el contrario a dicho principio el de la soberanía d e la
salvación pública, o d el bien p ú b lico , o d el b ien general.

No creemos en la soberanía del pueblo. Y no lo cree­


mos porque no existe. Cuando se la proclama, quiere
1 decir que no hay verdadero soberano y que las funcio-
! nes soberanas serán en adelante ejercidas por cualquie­
ra, por el recién llegado y sobre todo por nadie: y que
los negocios públicos quedarán librados al azar de los
azares o caerán en plena acefalía.
172 MIS IDEAS POLITICAS

El gran honor de reconocer y de expiar está reservad«


al tipo de gobierno en que la soberanía se halla concen
trada en el alma única y en la persona viviente de ur,
hombre.
El miriápodo democrático tiene una vida demasiadc
difusa y un sentido demasiado obtuso para entrever si·
quiera el principio de las grandes obligaciones políticas
Ni las observa ni las viola, y para decir verdad no peca
más que las bestias.

LA OPINIÓN
Donde la opinión gobierna, nadie gobierna, la espon­
taneidad gubernamental ya no tiene siquiera .un cen­
tro, un órgano, ni un lugar: ateniense, polaco, francés,
el Estado ya no puede sino flotar como tapón de corcho
o rodar como bola de billar. Con todo si la indepen­
dencia y la iniciativa caen de ese modo a cero, eso no
anuncia de ninguna manera el fin del movimiento ni
de las tribulaciones: ¡muy al contrario! La actividad
que nosotros ya no tenemos, se nos la da; si no marcha­
mos, se nos hace marchar.

No se trata de conocer la opinión de las nueve déci­


mas partes de los franceses sobre las condiciones de la
salvación pública, sino antes bien cuáles son las con­
diciones reales de dicha salvación. Aunque no se estu­
viera sino solo contra 38 millones, en conocer aquellas
condiciones, se tendrá razón en proponerlas, sostenerlas
y abogar por ellas, en trabajar para hacerlas prevalecer:
sobre la opinión de los demás, por todos los medios que<,
se presentaron,
CHARLES MAURRAS 173

Guando se toma por árbitro a la opinión corriente,


se la empeña en la más terrible de las tareas.
Hoy ella quiere vivir, mañana querrá morir. No cam­
biaréis la naturaleza del hombre, pero habréis destruido
las juiciosas precauciones que las sociedades civilizadas
tomaron contra esas causas de muerte.

Escribo con toda tranquilidad que un príncipe que


se crea la criatura de la opinión no podrá cumplir la
■parte más difícil de la función real, que es la de escla'·
jrecer y dirigir a la opinión en lugar de seguirla, vale
¡decir contrariarla a veces cuando la salvación pública
¡lo requiere. En las postrimerías del siglo XVIII, y vís-
|peras de la Revolución, nada igualaba la impopularidad
¡de Austria en los medios franceses que se creían “ bien
¡informados” . Toda la historia subsiguiente muestra, sin
¡embargo, que la monarquía con sus ministros, y su sis-
jtema del vuelco de las alianzas, tenían razón contra la
¡opinión más poderosa y difundida.
j Importa que el príncipe sepa y sienta que no depende
jde la opinión, que no fue creado por ella, y que no
!recibió de ella sus derechos.

L
LA GUERRA Y LA PAZ

Para quien ve las cosas y ya no las palabras, el azote


de la guerra nace del juego natural de las fuerzas vita­
les. No es un estado excepcional ni un acceso raro y
maravilloso, sino, por el contrario, el efecto casi cons­
tante y siempre temible de las pasiones tendidas y de
los intereses desplegados. Basta dejar correr: las unas
y los otros llegan a la lucha armada, así entre particu
lares como éntre naciones; la paz que les pone fin nací
de una labor profunda, enérgica y poderosa; y desde
que la tarea se detiene, la paz se detiene también. Nc
se comprende nada acerca de la paz si no se la concibe
como la obra maestra del arte política en la vida social
nacional o internacional.
Para lograr dicha obra maestra, es preciso que todo*
lo quieran. Para destruirla hasta con uno solo. Nos
otros mismos podemos ser el perturbador. Pero tal ve¡
•lo puede ser otro. Razonar como si bastara destruir ei
nosotros, o en algunos de entre nosotros, los instintos
las voluntades, y las fuerzas de guerra, es precisamenti
descuidar lo que domina a todo lo demás.
Pues si en efecto, a nuestro lado, dichos instintos peí
sisten en un solo grupo de naciones o en una sola nación
nada se ha hecho por la paz: un solo “ p erro rabioso ei
E u r o p a acabará con la paz.
Nosotros no perturbaremos la paz si somos justos ;
juiciosos y si, fieles a la máxima de nuestros reyes
siempre queremos razón guardar.
Pero si ni nuestra razón, ni nuestra justicia, ni nuéf
tra sensatez bastaran a impedir que la paz fuese pertui
bada, seríamos menos razonables que los animales i
omitiésemos advertir que la paz del justo y del juicios
CHARLES MÁURBAS 175

sucumbirá fatalmente el día en que ella tenga la des­


dicha de provocar lás codicias exteriores sin mostrarse
bastante fuerte para defenderse y rechazar al agresor
o al usurpador.
E l lenguaje unilateral de. los moralistas puede luego
parecer inadecuado a la solución de este problema
político, a menos que reciba un estricto complemento,
formulable de este m odo: sí, en un sentido la paz de­
pende enteramente de las virtudes morales de 'Uno solo,
pero a condición de no olvidar que, si la sensatez y
la justicia son virtudes, la prudencia es otra, y una
cuarta virtud se llama fuerza.

Los discípulos de Marx tratan de una especie de bie­


nes que todos los moralistas estiman preciosos, legítimos
y agradables, pero determinados, contados y de tal na­
turaleza que disminuyen cuando se los consume y se
los reparte. La comunidad de esos bienes no puede lle­
varse sino únicamente hasta cierto punto, pues siempre
llega un momento en que hay que devolverlos al disfrute
individual e incorporarlos a un egoísmo personal o co­
lectivo, a un “ vientre”. 1 La guerra es casi inherente
al reparto de semejantes bienes: por su naturaleza
misma, ellos la vuelven siempre posible y amenazadora.

El gran productor, el productor desenfrenado dé ri­


quezas materiales, el trabajador que se enorgullece de
crear y multiplicar aquella especie de bienes cuya esen­
cia consiste en ser repartidos, crea en su torno o en sí
poderes de destrucción que al desarrollarse obrarán a
mano armada. Pues creará celos insanos. Se embria­
gará él mismo con sus propios ensueños, y para madu-

i £2 diesho es de Jules Guende.


176 MIS IDEAS POLÍTICAS

rarlos con más rapidez, le parecerá la más prudente de


las ambiciones suprimir todas las rivalidades. Siempre
le será posible exaltar para arrastrarlos a un movimien­
to belicoso, a esos elementos medios que de suyo ten­
derían a preferir las dulzuras del consumo y del dis­
frute. Así es como el espíritu de equilibrio aconsejado
por el trabajo en su primer grado, por el ahorro y las
otras artes llamadas pacíficas, queda roto muy pronto
por el espíritu de empresa e iniciativa inherente a toda
técnica puramente material. Hay que superar la con­
cepción de las riquezas divisibles y susceptibles de ser
robadas para abolir ese género de guerra de rapiña que
es para la sociedad de las naciones lo que el robo para
la sociedad de las familias.

Se peleará menos por el bienestar material cuando


los hombres y los pueblos no se preocupen tanto por él.
Fuera de este desprendimiento, fuera de este espíritu
católico, todas las perspectivas del porvenir son fatal­
mente guerreras.

Aun cuando los razonamientos del pacifismo econó­


mico no fueran falsos como fichas no resolverían nada
tampoco. La cuestión no quedará resuelta sino cuando
la humanidad, habiendo recobrado una comunidad de
conciencia y de pensamiento y de fe, los pueblos em­
piecen a comprenderse un poco entre sí. Es un asunto
de pensamiento, antes que de sentimiento. De razón,
antes que de justicia o de amor.

Se hizo burla a veces, tratándola de círculo vicioso,


de la definición de la vida por Bichat, como el conjunto
de las fuerzas que resisten a la muerte. Este supuesto
círculo es una idea de profunda filosofía que rinde ho*
CHARLES MAURRAS 177

menaje a la excepcional y maravillosa calidad de la


reacción de la vida en medio de los encarnizados asaltos
qne sufre por todas partes.
Así la noción de la paz, inspirada por su verdadero
amor y su justa estimación, debe concebirse en relación
con la infinita multitud de los elementos y poderes que
conspiran, sea a impedirle nacer, sea a destruirla ape­
nas nacida.
Los pacifistas ignoran el precio de la paz: la suponen
enteriza, natural, sencilla, espontáneamente engendrada
en nuestro globo. Ahora bien, es preciso hacerla, es el
producto de la voluntad y del arte humana. No, no hay
cualidad más bella y noble que la de pacífico. Pero ella
conviene solamente al héroe que la hace. Él no la halla
bajo un repollo. Para hacerla, debe manejar las herra­
mientas que se llaman armas. Antes de la bomba y de
la granada, era la espada. Antes de la espada, el mazo
y el bastón.
Nuestra moral tiene un punto débil. Creemos que las
cosas se conservan solas, creemos que la paz es hija de
la naturaleza. De ningún modo. La paz requiere muchos
esfuerzos, mucha inteligencia, mucha devoción o mu­
chos sacrificios; el pasado del género humano está ahí
para recordar que a las naciones como a las familias
les es más difícil conservar que adquirir y conquistar.
y

LA DEMOCRACIA
1
NACIMIENTO DE LA DEMOCRACIA:
EL LIBERALISMO

Los liberales clásicos y su posteridad anárquica y de­


mocrática, salida de 1789, sostienen que un hombre
equivale a otro; y así justifican igualmente la supresión
de los rangos sociales, de las corporaciones de oficios,
la desaparición de toda variedad en los estatutos de las
provincias, las ciudades y los hogares. Donde el antiguo
régimen veía una combinación de seres diferentes por
su valor, su papel, su función y que no se volvían seme­
jantes sino en el cementerio, el régimen moderno soñó
con una yuxtaposición de personas supuestamente igua­
les e idénticas. A l aplicar esta doctrina, los políticos la
diluían para dulcificar su absurdo agregándole princi­
pios contrarios; pero al estado puro y franco, es aquello
lo que dice, aquello lo que hace, y no otra cosa.
CONSECUENCIAS DEL LIBERALISMO

1? EL ESPÍRITU REVOLUCIONARIO

Crear descontentos para obtener agitados y en seguid«


disfrutar del desorden, es el ordinario procedimiento
del espíritu de revolución.
El espíritu revolucionario cree que la política está é
llamada a dar precio a los individuos; olvida que «u |
tarea no consiste sino en hacer prosperar las comuni í
dades. De esta confusión salió todo su error. Dondr
la sabiduría universal piensa en la dicha colectiva, ni §
el bien público, en la unidad colectiva, es decir, en 1« I
Familia, en el Estado, en la Raza, en la Nación, rl f
revolucionario piensa en la dicha y en las satisfacción™ ¡
privadas, con otras palabras, en la insurrección. '

El desorden revolucionario, fundado en una filosofí»


individualista, cuenta casi con tantos cómplices como
mediocres, envidiosos, tontos y canallas puede haber
en Francia.

La rutina consiste en seguir ciegamente lo que tuvo


razón de ser y ya no la tiene. La propia tarea de 1«
revolución está en ponerlo todo patas arriba por un
quítame allá esas pajas. El efecto común de la rutin«
y de la revolución es patinar en el mismo lugar;
la inercia.
CHARLES MAURRAS 183

La revolución verdadera, no es la revolución en la


calle, sino el modo revolucionario de pensar.

Para combatir contra todas las tradiciones sociales, el


espíritu revolucionario se había presentado ante todo
como el lugarteniente de la ciencia, como su mandante,
como su presunto heredero. Y el espíritu revolucionario
enseñaba una ciencia contraria a las revoluciones, pero
también contraria a los gobiernos.
Si hasta cierto punto la negación de lo metafísico y
de lo revelado, de lo sobrenatural y de lo milagroso
podía prevalerse de cierto progreso general en el cono­
cimiento del mundo físico, éste nada aportaba ni podía
aportar a aquella crítica de las autoridades y de las
desigualdades en que se apoya esencialmente la demo­
cracia. La crítica democrática no es física, sino meta­
física. No nació de la ciencia, sino de una religión, y
de una religión falsa.

LA APELACIÓN AL EXTRANJERO
La Revolución procede en Francia de un esfuerzo
del Extranjero y de sus secuaces, con miras a desplazar
el indígena. Esta conquista pacífica no se podía reali­
zar sin el concurso de íos peores. Cuando una potencia
extranjera se instala por la fuerza de las armas en un
país determinado, ella convoca a los. mejores, a los no­
tables, a los príncipes, a los jefes, e imponiéndoles la
delegación de su fuerza, los hace responsables de la per­
cepción del impuesto y de la seguridad de sus propios
agentes. Pero cuando en lugar de consolidar la ocupa­
ción, se trata de abrir el camino al ejército de invasión,
es a la hez del pueblo a quien se dirige el Extranjero.
Soborna a los demagogos para que ellos subleven al
vagabundo sin ley ni rey contra la parte poseedora
y laboriosa del país. Se esfuerza por obtener que los
184 MIS IDEAS POLITICAS

menos interesados en el orden público se beneficien


con el máximo de poder público. Hace la Revolución
y se aplica a disfrazar de Gobierno dicha Revolución:
demasiado feliz cuando puede, como lo pudo en Fran­
cia, para lograr medidas constitucionales y legislativas
cuyos efectos particulares repetidos a cada día, dando
ventajas al criminal contra el hombre de bien, al bohe­
mio contra el ciudadano, establecen por fin la denomi­
nación casi regular de los más insignes bandidos. Tal
gobierno, no contento con debilitar todas las defensas
exteriores, las entrega: créa un estado de espíritu de
impaciencia y de traición; estupefacto con su propia
impotencia, ahito de vejaciones y de persecuciones, el
pueblo en su mayoría va a buscar el gendarme donde
está, es decir en el exterior. El Extranjero presenta en­
tonces un rostro de libertad y llega a pacificar los
desórdenes que ha pagado. Lo que no se vio única­
mente como lo creen nuestros ingenuos historiadores
revolucionarios, en los años de 1791 y 1792. Todas las j
repúblicas italianas recurrieron, aproximadamente del
mismo modo, a ese mismo gendarme que se llamaba
ora el César de Alemania, ora el podestá de algún cas­
tillo cercano.
¡Y aquellas ciudades griegas del tiempo de Polibio!
¡Y algunos conservadores franceses del tiempo de Hitler!

2* LA ANARQUÍA
El anarquismo es la fórmula lógica de la democracia.
Pero es imposible detenerse en un anarquismo ideáL Es
un principio que enérgicamente reclama su realización
integral. E l espíritu de un anarquista, si es recto, bien
dotado y consecuente consigo mismo, llega con facili­
dad a concebir y desear el estado de naturaleza. Su­
pongo que entonces se trata para él y para su doctrina
de un momento bastante peligroso.

i
CHARLES MAURRAS 185

LA VANIDAD DE LA ANARQUÍA
La anarquía pretende sencillamente destruir, para
abolirlos definitivamente, los lazos que según ella,
esclavizan y deshonran a la humanidad: ahora bien, si
la vemos contribuir de buen grado a las destrucciones
que medita, la vemos rehacer en su propio seno, en su
pequeña ciudad de anarquía, todo lo que ha destruido
en el exterior.
Gran contradicción que quita a su programa anar­
quista su explicación racional y su justificación moral,
pues no se tiene el derecho de destruir lo que se está
obligado a reconstruir de ese modo sin demora. Pero
eso no es todo: el sistema social así remendado tiene
numerosas probabilidades de resultar inferior al que
supuestamente debería reemplazar.
Admitiendo, para simplificarlo todo, que los materia­
les recogidos en un día de improvisación valgan lo que
los que había reunido la prueba de los tiempos, y su­
poniendo que una generación (la de hoy) pueda valer
por sí sola, lo que la innumerable serie de las prece­
dentes, el nuevo edificio social no corresponderá sino
a necesidades efímeras y parciales; representará el fruto
de una corta experiencia, sugerida por un pequeño
número de necesidades muy limitadas. Necesitará repa­
raciones constantes, perpetuas complementaciones. Ape­
nas se podrá disfrutarlo. Será incesante la necesidad de
colmar en él lagunas y precipicios. Una policía rudi­
mentaria, una justicia, un ejército, una marina, una
diplomacia rudimentarios, he ahí lo que nos ofrece para
suceder a la diplomacia, la marina, el ejército, la jus­
ticia y la policía que había compuesto con tiempo dis­
ponible la industria de treinta siglos de esfuerzo his­
tórico, esclarecida por millones de hechos concretos.
* *

Destruir la Sociedad para reedificarla en tales con­


diciones, es proponernos hacer añicos un transatlántico
para sacarle una armadía. N o conozco nada más sal-
186 MIS IDEAS POLÍTICAS

vaje. ¿Cómo puede ocurrir que anarquistas sinceros v


cultos no lo hayan jamás advertido?
No abrigo el sueño infantil de adoctrinar a los hom
bres que abrazaron la Revolución como una carm«
Pero están aquellos cuyo destino no se lia fijado y <·■■
quienes levanta su voz la razón. Además, están I"
jóvenes. Toda la juventud francesa debería oírse drm
y repetir, mañana y tarde, que el anarquismo (y m
sucedáneo, el liberalismo) es por esencia un enga'ín
bobos. No lleva a ninguna idea clara. No eomporu
satisfacción, ni de espíritu, ni de hecho, fuera
oficio del político.
♦X· *

Se podrá destruir una sociedad, pero no se destruim


la sociedad. La necesidad social revela e impone <m
píricamente su poder a aquellos mismos que la nieaan
en teoría y cuya teoría no puede siquiera prométeme
una desgravación de las cargas sociales. El yugo social
que ellos conciben no será menos pesado que el de qm
sufren; pero, apoyado en instituciones menos útiles, sn»
menos útil, menos caritativo y menos poderoso. Su aui<·
ridad podrá ser de calidad menos fina y menos firme
pero será tanto más imperiosa, embarazosa, exigente <
inclinada a entrometerse en los menores detalles.
Tal fue de hecho el resultado de nuestra Revolución
Ella destruyó la autoridad monárquica, para estaU·
cer una autoridad administrativa mucho más vejatoria
Deshizo la colaboración jerárquica de los “ órdenes” pac
establecer “ clases” cada vez menos comunicantes, qm
están en guerra declarada. De un tipo social muy pn
feccionado, el liberalismo de 1789 nos hizo deseendn
a un tipo elemental: ¿nos hará el anarquismo baja·
todavía más abajo?
$

REINADO DE LA DEMOCRACIA

¿Qué es el democratismo? El hombre práctico pre­


guntará por quiénes es profesada en Francia aquella
doctrina abstracta y, puesto que reina, cuáles son los
hombres a quienes debe su reinado. El examen más
sencillo de la situación permite responder que no son
hombres.
De ser hombres, no habrían tenido los medios de
ejecutar, de hacer durar ese prodigio. Pensad en que
el mayor, el más antiguo, el más venerable poder espi­
ritual por una parte, y por otra que los hombres de
espada, los que llevan el fusil al hombro, los que apun­
tan el cañón están jaqueados y perseguidos por un sim­
ple sistema de instituciones y de ideas: ¡por la demo­
cracia !
De ser hombres, habrían cedido, se habrían dividido
y devorado entre sí, al administrar aquella institución
y aquel sistema. Hay, pues, que pensar otra cosa, en
una organización, en organizaciones —específico que se
trata de organizaciones históricos, de familias físicas o
psicológicas— , en estados de ánimo, de sentimiento, de
voluntades heredadas de padre a hijo desde hace siglos
— en compañías tradicionales— , en dinastías.
Dinastías judías y metecas.
Dinastías extranjeras, por ejemplo, las que fomenta­
ron la Revolución francesa.
, De tal mecanismo histórico tuvo intuición aquel sol­
dado de la otra gran gruerra a quien el señor Poincaré
preguntaba qué haría con los alemanes vencidos:
— Colgaremos a su Emperador, y los j o . . . robaremos
con la República.
* *
188 MIS IDEAS POLÍTICAS

Los defensores de la democracia, aquellos que no


carecen totalmente de sensatez ni de inteligencia, son
místicos puros: su opinión no se mantiene sino gracias a
rara mezcla de ensueños e impulsos verdaderamente
subjetivos. Ni la historiá de los hombres, ni el estudio
de su naturaleza permiten adherir al democratismo, co­
mo a un principio superior.
Francia fue puesta por la Revolución en un estado
material vecino del individualismo democrático. Todas
las organizaciones nacionales fueron quebradas, el indi­
viduo sin lazos quedó reducido a polvo. Organizaciones
extranjeras, desde entonces, no cesaron de crecer y de
arraigarse en la sociedad francesa; pues su disciplina
interior se mantenía y afianzaba a favor de nuestro
desmigajamiento. La doctrina democrática que hace
del Estado una providencia, del ciudadano el adminis­
trado y el pensionado es su más poderoso instrumento
de propaganda y de conquista.
Impedir a los franceses organizarse y calificarse fuera
del Estado y de la Administración, que aquéllas han
tomado como instrumento, tal es pues el programa na­
tural necesario de dichas organizaciones, por poco que
deseen continuar su dominación entre nosotros.
LA DEMOCRACIA NO SE PUEDE ORGANIZAR

1? Los teorizadores políticos llaman democracia a


todo gobierno (crateo) confiado a la mayoría (demos),
sea derivado de las voluntades individuales, o de las
voluntades individuales puestas en adición. La demo­
cracia ideal sería aquella cuyos actos legislativos o ad­
ministrativos expresaran leal pero exclusivamente· la
suma de aquellas voluntades, las qué para ser sumadas
deben concebirse como iguales entre sí, cualesquiera
sean sus diferencias de valor. Esencialmente la demo­
cracia se funda en el sistema del valor político igual
de los individuos.
29 Los biólogos admiten por otra parte que en un
cuerpo viviente, un órgano es un elemento diferenciado,
vale decir creado o vuelto distinto de los otros elementos,
debido a las disposiciones particulares recibidas. El
hígado y el cerebro, el corazón y el estómago pertene­
cen al mismo cuerpo, están hechos de los mismos ele­
mentos fundamentales, pero tienen cualidades, poderes
diferentes; son órganos.
Hay vivientes casi inorganizados; son los animales
llamados inferiores, cuyos elementos enteramente celu­
lares, idénticos los unos a los otros por naturaleza y
posición, sometidos al mismo régimen, cumplen también
el mismo trabajo; la decisión del todo no es allí sino
el total de la decisión de las partes Pero en cuanto
esos inferiores se organizan, como se lo observa en las
colonias animales, el régimen de igualdad se modifica de
tal modo que desaparece. Cada elemento o cada grupo
de elementos se aplica a determinada función particular,
más o menos útil, agradable, noble y activa, y tales fun­
ciones y elementos se subordinan ellos mismos los unos
a los otros: a consecuencia de esta división del trabajo
y también del orden que de ello se sigue, cada función
190 MIS IDEAS POLÍTICAS

se realiza con mayor rapidez y mejor. Luego hay pro­


greso, pero a la vez comienzo de desigualdad.
A medida que se sube en la escala animal, tales des­
igualdades vuélveme más numerosas, más profundas y
si se quiere, más chocante. Están en razón directa de
la perfección orgánica. Si la igualdad es la fórmula de
la justicia, los vertebrados superiores son monumentos
puros de injusticia inmanente, puesto que elementos
de la misma composición originaria en ellos cumplen
funciones tan cruelmente desiguales como, por ejemplo,
lo son la función sensitiva y la de la digestión. Habien­
do los elementos, adquirido cualidades muy diferentes,
el poder director del conjunto recae no en el mayor
número de dichos elementos, sino en aquellos que se
hallan mejor calificados para ver y para prever: en los
órganos de la sensibilidad y del movimiento.
— Vosotros, los que habláis de dar o devolver órganos j
a nuestro pueblo, be ahí lo que es un órgano. No ha- ¡
bléis más de órgano, dejad de tomar a préstamo en I
sociología metáforas de la biología o convenid en que ¡
un órgano es un elemento de diferenciación, vale decir
de desigualación; pues la organización desarrolla la
calidad y disminuye la importancia propia del número.
¿Aceptáis esta verdad? En tal caso, no nos habléis más
de organizar una democracia, es decir, de atemperar un
gobierno de igualdad por medio de la desigualdad, o
usad la palabra que corresponde, y poneos de acuerdo
con nosotros en que organizar una democracia, equivale
a destruirla.

EN PODER DEL DINERO


El progreso, tal como lo concibe la democracia, tien­
de a asegurar al individuo recursos viajeros, pero h»-
«úéndolo tributario de organizaciones capitalistas, ext^
riores y superiores a él y de las cuales el Estado es,
ora el gerente, ora el presidente, ora el amo absoluto.
El ideal del progreso democrático hace del pobre

I
CHARLES MAURRAS 191
|iudadano no propiamente un rentista del Estado, sino
,m siervo y un pupilo del Estado.

í En un Estado degenerado en democracia, sus atribu­


ciones naturales (políticas, diplomáticas, militares) tien­
den a desaparecer; pero se crea otras de repuesto. Ante
todo, hospitalero y maestro de escuela, proveedor de las
bellas artes, vendedor de fósforos y de cigarrillos, tiende
3convertirse en copero y panadero universal. Toma pues
el pan y el vino donde esté, en el sótano del rico, después
je los menos ricos, después de los más humildes propie­
tarios y cuando la riqueza se ha disipado, administra la
escasez y preside la hambruna.

De cualquier modo que se proceda, es seguro que el


dinero es el que hace el poder en democracia. Lo elige,
lo crea y lo engendra. Es el árbitro del poder democráti­
co porque sin él, dicho poder vuelve a la nada o al caos.
Sin dinero, no hay diarios. Sin dinero, no hay electores.
Sin dinero, no hay opinión que se exprese. El dinero es
el genitor y el padre de todo poder democrático, de todo
poder elegido, de todo poder mantenido en dependencia
de la opinión. Lo que explica el furor de las discusiones
parlamentarias cuando recaen sobre el punto de inciden­
cia del dinero y del elector, del dinero y de la opinión,
del dinero y del gobierno.
Cada partido trata de deshonrar al otro. Pero todos
jnedan deshonrados en la medida que son democráticos
í f que reconocen al poder el derecho de nacer como na­
cen. La multitud nada sabe de esto, que forma parte, de
!á farsa. ¿Se trata de inform arlo?; es otro capítulo de
la misma irrisión. Como quiera que se acomode y por
más protestas que formule, el pobre pueblo es gobernado
¿ )or el oro o el papel, por quienes lo detentan y por quie­
nes lo venden, únicos que le fabrican sus maestros de
scuela y sus jefes.
192 MIS IDEAS POLITICAS

El amor del dinero es común a los regímenes, a lo·


pueblos y a los hombres. Hay variaciones en el grado
de esta avidez y de esta avaricia, pero la historia univn
sal no muestra en ninguna parte un gobierno que calo
viese libre del amor del dinero o que pudiese hallaro
absolutamente emancipado de su influencia. Sólo qm\
hay regímenes que existen independientes de él. lint
otros a los cuales da el nacimiento directamente y qin
sin él no existirían. El Regente podía ser, por ejemplo,
un político ávido y codicioso. No era la criatura «leí
dinero. Su autoridad emanaba de otra fuente que I*
finanza. La finanza no era generadora de su poder, Jo·
vergonzosos lazos que lo ligaban con sucios financislu·
eran abominables accidentes personales que desapareció
ron con su persona. Moralmente, no tenía la excusa que
los del negociado del Panamá, mas en sus venas corito
una sangre real que nada debía al oro. Pero lo que agni
vaha su crimen daba también esperanzas al “derecho"
electivo.
Corrompido, corruptor, eran los vicios del príncipe
Pero no fluían del principio. Muerto él, bastaba que un
príncipe honesto y moderado le sucediese para que la
integridad volviese por sus fueros. Mientras que en do
mocracia el elegido puede ser virtuoso; no por ello r» i
menos el producto y el productor, el efecto y la cauaa
de la plutocracia soberana. Ella lo hace nombrar, )
luego él la sostiene; ella regenera su autoridad haciendo
renovar su mandado, y él la defiende lo mejor que pueda
contra la justicia y contra la nación.
No hay ejemplo de que haya jamás salido de ese tr
rrible círculo sino sustituyendo las autoridades nacidai
a las autoridades elegidas y el derecho hereditario al
derecho electivo.
El derecho hereditario, en virtud de las debilidade*
inherentes al corazón humano, puede llegar una vez, do»
veces, diez veces a escándalos de dinero. El derecho po*
pular, por la propia energía de su movimiento natural
llega a ellos necesariamente, y siempre y cada vez más.
LA, ELECCIÓN: MEDIO DE GOBIERNO
DEMOCRÁTICO

El mal no es el hecho de una elección, sino el sistema


electivo extendido a todo, la democracia. “ La democra­
cia es el mal, la democracia es la muerte.”

DEL SUFRAGIO UNIVERSAL


Siempre que mostramos cuánto mal p olítico,, econó­
mico, intelectual y moral ha hecho, hace y hará a Fran­
cia el régimen electivo, no faltan badulaques que res­
pondan: — ¿de modo que usted no quiere más electores
ni elegidos?— . ¿Entonces usted no quiere que la nación
pueda hacerse oír? ¿Usted quiere que sus negocios le
caigan resueltos desde arriba sin que ella tenga el dere­
cho de decir una palabra sobre sus derechos?
Los más tontos agregan: ya lo vemos venir, usted la
tiene con el sufragio universal.
Tan poco la tenemos con el sufragio universal que
nosotros querríamos extenderlo. Querríamos que los ni-
|ños de teta, que no pueden votar, estuviesen repre-
Ssentados en el sufragio de sus padres. Querríamos ver
|votar a las mujeres, por lo menos a aquellas que repre-
: sentan una existencia no empeñada en los lazos del ma-
Itrimonio, un interés no confundido con los complejos
; intereses del hogar. El sufragio universal no nos “ atemo-
j riza” de ninguna manera. Nos asustan las cosas a que
se lo aplica. Pero en relación con ellas, en relación
con el gobierno y la soberanía, el sufragio censitario es
tan absurdo, tan incompetente como el sufragio univer-
194 MIS IDEAS POLÍTICAS

sal. En la antigua Alemania, la que era una República


de Príncipes, la elección del soberano pertenecía a siete
electores: esta elección del superior por un puñado de
inferiores no causó más daño a la antigua Alemania que
los que la misma elección le causa a la Francia moderna
cuando es cumplida por millones de electores. El mal
no proviene del número de los votantes, sino del objeto
sobre el cual votan. Si se les da a decidir las tendencias
del gobierno, si se les da a elegir el jefe, se puede apostar
diez m il contra uno a que elegirán al hombre cuya nariz
les plazca y que no tendrá más cerebro que una calabaza;
se puede apostar diez m il contra uno a que exigirán del
gobierno la política de su interés particular, sacrificando
el interés geenral, la política del menor esfuerzo y del
menor trabajo sin preocuparse del alejado presente, ni
del próximo futuro. Los príncipes electores de Alemania
obraban en ello exactamente como los ciudadanos sobe­
ranos de la república francesa. Lo último en que pen­
sarán el uno y el otro será por cierto el interés público.
En la medida en que se emancipa del Estado, la elec­
ción no es una cosa en sí, de la que se ocupen profesio­
nalmente los electores, abstracción hecha de todo lo d e-:
más. La elección es a la opinión lo que la sombra al
cuerpo, lo que el reflejo a la imagen. El espíritu electo- ¡
ral olvida la acción y la propaganda de las ideas para;
correr tras el único espejismo del voto. Todo se deshace
y se pierde en la noche de una derrota electoral, cuando
el trabajo de varias temporadas ha tendido únicamente
a ganar hancas.
He aquí por qué el soberano interés público; he aquí,
por qué el jefe gobernante, responsable del interés pú-j
blico, no debe quedar librado a la fortuna de la elección,j
esté ella regulada por docenas o por millones de hom­
bres. Tal abandono general es absurdo en sí; parece más
absurdo si se toman en cuenta las perturbaciones que
elecciones de» tal importancia, de tal peso y de tal gra­
vedad causan a la nación.
La democracia consiste en dar la dirección general J
superior, el gobierno y la soberanía que se expresa, por
CHARLES MAURRAS 195

, la vía del sufragio. No es la universalidad del sufragio


lo que se debe deplorar. Es su punto de aplicación y su
competencia falseada. Es el hecho de que el sufragio sea
consultado por la democracia sobre aquello que más
ignora, sobre aquello que es más incapaz de dirigir, y en
lo que funciona con más actividad.

EL SUFRAGIO UNIVERSAL ES
CONSERVADOR
Jamás pensamos suprimir el sufragio universal. Se
puede decir que el sufragio universal debe elegir una
representación y no un gobierno, sin querer suprimir
dicho sufragio, y queriendo todo lo contrario.
Pues dicho sufragio, entre muchas virtudes y muchos
vicios, posee una propiedad fundamental, inherente a
su mismo ser: el sufragio universal es conservador.
Los teorizadores plebiscitarios no se equivocan al com­
parar el sufragio universal con la “ masa” de los físicos.
Es casi tan “ inerte” como ella. Su error está en aplicar
mal esa verdad, y en considerar un sufragio inerte,
sea como medio de crear el soberano, sea como un re­
sorte de oposición y revolución. Su error sobre el pri­
mer punto es evidente. Sobre el segundo, basta pensar
que se necesita un gran prestigio, una popularidad muy
poderosa para emocionar y conmover a un pesado ama­
sijo de voluntades que no concuerdan sino en la idea de
un profundo reposo. La apelación al pueblo puede ser
una útil y poderosa palanca en los períodos de perturba­
ción, cuando el gobierno vacila y se inclina de sí mismo
a la muerte. De poca cosa vale en los otros casos. Nada
vale contra un partido bien constituido, fuerte, unido,
resuelto a explotar a la nación hasta el tuétano.
Fuera de las horas críticas, y en tanto cuanto parezca
subsistir un orden material cualquiera, el sufragio uni­
versal conserva todo lo que existe, todo lo que tienda a
existir. Es conservador de lo que dispone del poder, de
196 MIS IDEAS POLÍTICAS

lo que parece beneficiar del éxito: radical, si él gobier­


no tiende al radicalismo; socialista, si el socialismo pa­
rece dominar al gobierno.
La multitud asiente, sigue, aprueba, lo que se hac«
arriba y por encima de su cabeza. Se necesitan inauditos
descontentos para quebrar su murmullo de aprobación
La multitud se asemeja a la masa; es inerte como ella
Sus violencias de los días de motín son asimismo fenó
menos de inercia; ella sigue la línea del menor esfuerzo:
es menos difícil seguir las inclinaciones vergonzosas (
feroces, que resistirles por reflexión y voluntad. La fa
cuitad de reaccionar, muy desigualmente repartida, nt
llega a su plenitud sino en un pequeño número de aerei
escogidos,. únicos capaces de concebir y llevar a cabe
otra cosa, que lo que es.
El número dice amén, el sufragio universal es conser
vador.
EL ESTADO DEMOCRÁTICO: LA REPÚBLICA
FRANCESA

LA MAQUINA DE HACER MAL

En república, no vivimos en el dominio de las razones


; deliberadas y reflexivas, sino en el orden de las causas
brutas.
Flujo o reflujo de opinión, rutina de las oficinas pú­
blicas, agitaciones y desfiles oficiales, codicias coloniales,
operaciones de grupos parlamentarios y financieros, tales
? impulsos discontinuos no constituyen una política.
Un elector conservador y patriota debería establecer
el balance de lo que le cuesta semejante máquina de ha­
cer mal. Sacrificios de dinero. Considerables en tiempo
de elecciones. Sacrificios de ideas, de juicio, de convic­
ción, a veces de honor: se toma un trabajo loco por
alguien que no representa su pensamiento, ni siquiera
un pensamiento que le sea tolerable en el orden religio­
so, social, económico, nacional. En último análisis, ese
alguien es derrotado, sin otro beneficio que haber dis­
persado, desmoralizado y desalentado a un número siem­
pre creciente de buenos franceses.
Habría que reflexionar en que si tal es la regla del
juego (que lo es), no hay nada más inmoral ni más disol.
vente que dar a este error el nombre de ley y a este
pecado el nombre de regla.
Bajo el nombre de la igualdad, lo que ella hace no
es orden, sino anarquía inconfesada, encubierta y se pue­
de preguntar si una anarquía lisa y llana no sería menos
peligrosa que la práctica inveterada de esta regla y de
esta ley.
198 MIS IDEAS POLÍTICAS

La democracia venera oscuramente a lá anarquía,


como su expresión franca, osada y pura.
Cuando la desdicha de los tiempos la obliga a comba­
tir, sufre directamente su fascinación, y siempre caerá
de ese lado desde que una causa exterior cese de atemo­
rizarla.
La república, en el espíritu de su fundación y de sn;
lógica, no debe admitir ni ejército, ni familia, ni clases,
ni ahorro, ni propiedad, ni orden, ni patria, nada en
fin que sea nacional o social. Su punto de partida revo­
lucionario induce a dejar complacientemente que se
realice el programa revolucionario, si no a realizarlo1
ella misma.

EL GOBIERNO DE LAS COSAS


¿Quién no comprende, quién no ve la razón profunda
de la extrema precariedad del bien, bajo el régimen re­
publicano? Nada lo detiene, nada lo fija. Ninguna ins·
titución está encargada de capitalizar las lecciones de la
experiencia. Ninguna magistratura estable, y que dur!
por sí misma es capaz de resistir a los ciegos remolino!
. de una opinión engañada. ¡
La debilidad de sus hombres tiene poquísima imporj
tancia en comparación con la nocividad del régimen!
¿De qué hay queja? De que importantes intereses quej
den largo tiempo sin ser tomados en cuenta, para despuél
recibir solución por improvisaciones más que peligrosa^
El escándalo es doble. Pero sale de una fuente únical
de la irresponsabilidad ere el tiempo. A cada minuto dj
ese tiempo, se puede hallar un ministro para erguir e¡
torso, cubrir a los subordinados y reivindicar la patero!
dad de este o el otro acto. Pero a los tres meses o a la!
tres semanas de distancia, el ministro ha cambiado, ej
su persona, o por su grupo o su partido, y es imposibl
volver a encontrar en e l poder al autor de tales demora!
de tales negligencias, de tales postergaciones para el díj
CHARLES MAURRAS 199

siguiente; y si por milagro se lo vuelve a encontrar, res­


ponde con frialdad que habiendo dicho sí, y después
no, no hizo más que obedecer a necesidades objetivas.
Las que son variables y lo hicieron variar. Ellas solas
son las que cuentan. Ellas las que gobiernan. ¿A flojan
ellas su presión sobre las facciones y las asambleas?; to­
do se afloja y no se hace nada. ¿Ellas aprietan?; se
sufre la presión y se improvisa lo que habría debido
madurarse con seriedad y meditarse profundamente. En
suma, el hombre abdica ostensiblemente y se entrega
al gobierno de las cosas mudas. ¡Imaginemos una carre­
ta cualquiera así abandonada a la ley de las fuerzas
ciegas! Es la que se aplica al carro del Estado.

LA REPÚBLICA ES UNA OLIGARQUÍA


Tal es la “ consecuencia” para el gobierno de la nación,
en lo que respecta a los asuntos generales del Estado pro­
piamente dichos, donde su incompetencia y su incapaci­
dad son notorias.
Pero hay asuntos que le son propios y en que la repú­
blica muestra cierta continuidad y hasta cierta destreza:
su política religiosa (una política sectaria), los elementos
constantes de su política de partido, el arte de servir y
remunerar al elector. Ahí se diseñan realidades nuevas
que importa mucho ver bien.
No hay en la república freno para la república, aun­
que haya en la monarquía frenos para la voluntad del
monarca. Quien dice reyecía, dice Consejos Reales, Es­
tamentos del pueblo. Quien dice democracia dice go­
bierno doble: el aparente, del número, y el real, de las
oligarquías y del oro.
Observemos la composición promedio de los grupos
que, en torno al Poder, ejercen influencia y, a las veces,
mueven la autoridad. Como todos los gohiemos del mun­
do, desde que se hallan más o menos instalados, la repú­
blica es en su conjunto un gobierno de familia. Algunos
200 MIS IDEAS POLÍTICAS

millares de familias ocupan en ella, por medio de las


asambleas y las administraciones, lo que se llama las
avenidas del poder. Forman lo que se puede también
designar como el eje de dicho poder. Muchos cambios ;
se hacen y deshacen en torno a este eje. Pero él mismo
sigue en conjunto sin cambiar.
La herencia republicana no es una vana palabra. Ni I
la de nobleza republicana. Aunque socialista, Enrique |
Salengro pide suceder a Rogelio Salengro.
La supuesta igualdad democrática hace el simple pa- j
peí de una atractiva y perturbadora mentira.
La defensa republicana consiste en mantener su for- ;
mulario tradicional. Lo que. hace para conservar la man* 1
tequera del poder: democratismo doctrinario y pasional i
con miras a una oligarquía real.
EL P A R L A M E N T A R I S M O

| LA INESTABILIDAD OBLIGATORIA

El diputado recibe de sus electores un mandato de


empresario de crisis ministeriales. Es por la crisis y por
la amenaza de crisis como los representantes del pueblo
obtienen del poder ejecutivo aquellos favores y compla­
cencias que tienen la secreta misión de arrancarle. Es
ipreciso que cada diputado sea ministro o amigo de los
|ministros. En un Parlamento con más de ochocientos
miembros, tal situación exige una rotación en el personal
ministerial. Es preciso que los gabinetes se sucedan con
cierta frecuencia.
En tales condiciones, el contralor ejercido por minis­
tros tan efímeros no puede ser serio. Lo propio de un
¡ministro consiste en ignorar a su administración. Traba­
ja en mantenerse, y para lograrlo maniobra en el terreno
Iparlamentario. La Cámara, el Senado, su despacho de
audiencias para el día en que recibe a senadores o dipu­
tados, he ahí el país que conoce. A veces descuella en
lia tarea. . . Para lo demás, eso marcha a la buena de
Dios, y fatalmente del peor modo.
I Existe en Francia como en todas partes, una masa de
jhombres ocupada en ganár el pan o procurarse placeres
jcotidianos, y que jamás estará atenta a su interés más
jgeneral y profundo.
' Es con ella que el régimen republicano es cruel: pues
tal régimen la supone capaz de proveer espontáneamente
a su propia salvación; y como eso no es cierto, dicho ré­
gimen, tan activo cuando se defiende, hállase sin recur­
sos para la defensa del país que se queda al descubierto
y desmantelado. ¡Quienes deberían asumir la aparente
202 MIS IDEAS POLÍTICAS

misión de prever y preparar, son apremiados por otrui


intereses!

AUSENCIA DE ESPÍRITU NACION Al j


Lógicamente la república es una negación: exclusión
de un jefe hereditario, oposición a su retomo. En rm
lidad es un espíritu, que puede ocasionalmente estni
de acuerdo con el interés nacional, pero que no puede
ser dicho interés, que debe consistir en algo distinto,
siendo un espíritu de lucha interna, de división interim.
espíritu de partido o de coalición de partidos. La exp<*
riencia muestra que dicho partido cuando gobierna « j
Francia está por lo común dominado por otras miran
que las del interés nacional, religiosas, sociales, amni
de su política exterior: cuando no gobierna es mucho
peor, se arroja sin contemplaciones contra todas lan
realidades nacionales, destruyendo nuestra marina cu
provecho de Inglaterra bajo Luis XYI, declarando la
guerra al mundo por el placer de derrocar al mismo
monarca; después luchando sin tregua durante lo j
treinta y tres años de la Restauración y del gobierno
de Julio contra toda la política de paz, favorable a h» ;j
expansión alemana, al progreso prusiano, aplaudiendo ¡
más adelante los retrocesos de los aliados naturales dr j
Francia, la batalla de Sadowa en 1866, las caídas dr I
Carlos de Ausburgo en 1918, 1920, 1921. ¡
No creo que se pueda discutir esta tendencia del oh
píritu republicano. Está confirmada por todos sus acto* .
atestiguada por los volúmenes de sus escritores en verso j
y en prosa. Puede sacrificarse por la patria, como puede
preferirse a ella: naturalmente, es algo distinto de nurs |
tra patria . Es la adhesión a una especie de confesión |
religiosa cuyos intereses temporales no son nuestros j
intereses nacionales. Estando el espíritu republicano f
así tentado por la defensa o la expansión de su propia
causa, corre sin cesar el riesgo de elegir mal: ¡el asalto
CHARLES MAURRAS 203

es tan poderoso, la resistencia tan mediocre I Cierto, la


mayoría de los republicanos son franceses como nos­
otros, pero si el patriotismo habita en su corazón, su
espíritu político está hecho de concepciones apatrióticas
y que pueden tender a volverse antipatrióticas. ¡No
equivocarse sobre esta palabra! Patriota empezó por
significar ciudadano del mundo, y conservó esta acep­
ción mientras guardó una atribución estrictamente re­
publicana. Cuando el uso lo puso de acuerdo con su
etimología, hízose más o menos sospechosa. Estando la
política republicana entera, más o menos inspirada en
métodos confesionales aplicados a Europa, aplicados' al
trabajo, a la vida social, destruye la nación, en lugar
de conservarla según la función de la política.
E l reinado de la Cámara, y de m odo general, el go­
bierno parlamentario en Francia evoluciona, pues, cada
vez más hacia el tipo del Beneficiario sin obligación
ni sanción. Se es candidato y elegido para aprovechar
y hacer aprovechar a algunos grandes electores. Los
verdaderos republicanos, los demócratas de estricta ob­
servancia, abandonan cada vez más la noción de la
comunidad de los intereses nacionales. No conocen más
que los suyos propios, y descuellan en mostrarlo todos
los días de su vida.
Es la dominación de los intereses, pasiones, volunta­
des de un partido sobre el interés mayor del pueblo
francés, sobre las condiciones de su existencia.

EL PARLAMENTARISMO PURO O
EL REINADO DEL DINERO
Sabemos, no cabe duda, que el parlamentarismo ja­
más fue “ el paladio de la libertad” .
Únicos entre todos los pueblos, nosotros hemos tenido
el parlamentarismo puro. Libre del arbitraje de la
monarquía, puesto que estábamos en república. Libre
de la dirección de la Iglesia, puesto que estábamos en
204 MIS IDEAS POLÍTICAS

anticlericalismo. Libre del contralor de las grandes


corporaciones nacionales, puesto que la Revolución
—la Revolución y sus agentes ejecutores: el Consulado,
el Imperio— lo había dispuesto todo no sólo para des­
truir dichas corporaciones, sino para impedirles recons­
tituirse de modo durable y viviente. El parlamentaris­
mo francés no podía siquiera encontrar ni soportar pre­
tiles o contrapesos comparables a los que existen y
funcionan aún en Suiza en la constitución cantonal, ni
siquiera a los vestigios de altas tradiciones de la corona
inglesa que los Estados Unidos llaman Suprema Corte
de Justicia y que nuestros reformadores en el papel
cometen la niñería de creer trasplantables de un plu­
mazo con sus cualidades de imparcialidad e indepen­
dencia . . .
Hemos tenido el parlamentarismo puro. En otros
términos, por aquel reinado de los parlamentarios, la
dominación del Dinero.
La Prensa verifica día a día, anécdota por anécdota,
cómo del elector al elegido, del elegido al ministro, del
ministro aún al elegido y al elector, todo se trata, se
regula y se salda, más o menos, con sucias historias de
dinero.

LA REPÚBLICA DEMOCRATICA Y
PARLAM ENTARIA “ ES” LA CENTRALIZACIÓN
Parlamentaria o plebiscitaria, ninguna República po­
dría descentralizar. Pongamos todos los puntos sobre
las íes. Yo no quiero decir que no haya república des­
centralizada. Sé de la existencia de Suiza y de los
Estados Unidos. Digo que, del estado de centralización,
una república, sea parlamentaria o plebiscitaria, no
puede pesar al estado descentralizado. Y esto por una
razón muy fácil de comprender: porque los grandes
poderes públicos son en ella electivos . El gobierno,
cualquiera que sea, tiene, pues, interés para hacerse
reelegir, de conservar en su mano —en el mayor núme-
CHARLES MÁURRAS 205

ro posible— a los administradores de los servicios pú­


blicos; en otros términos, de centralizar. Cuanto más
funcionarios tiene a su devoción, mayores probabilida­
des tiene aquel poder central electivo de mantener a
sus electores, siendo los funcionarios el más precioso
de los términos medios entre el elector y él.
Lejos, pues de querer descentralizar, un gobierno elec-
|tivo debe querer lo contrario; el término natural de una
! reptíblica democrática es en efecto el socialismo de Esta-
j do democrático: la obra maestra de la centralización y
! el funcionarismo. El mecanismo de la centralización
! administrativa es tan eficaz, sus efectos son tan poderosos
y continuos que tienden a regir no sólo los rodajes dél
orden político, sino los mejores elementos del cuerpo
social.

! CONSECUENCIAS DIRECTAS DE LA
CENTRALIZACIÓN; / . EL INTERMEDIARIO
i En un sistema gubernamental en que treinta y nueve
|millones de hombres, fichados y clasificados en innume-
rables carpetas, están sujetos a reglamentos generales
uniformes y minuciosos para todo el detalle de su exis­
tencia individual, social y cívica, la discusión es continua,
eterna e inextinguible sobre los modos de la aplicación:
;los casos dudosos son innumerables, y por grave que sea
el peligro de favoritismo que presente el debate de dichos
casos individuales, la aplicación automática de la regla­
mentación comportaría dificultades morales, y hasta
materiales, e iniquidades más graves aún. Entre la ley
centralizadora y los súbditos de dicha ley, hace falta
un abogado permanente, poderoso con la administra­
ción. Mientras la centralización lo esclavice y lo opri­
ma, el elector tendrá necesidad de un portavoz bien
armado, situado en el centro de las cosas, y este elegido
deberá estar hecho de su mano, amasado con su arcilla,
’empavesado con los colores de su aldea.
La burocracia nacional es un abuso atemperado por
206 MIS IDEAS POLITICAS

aquel abuso del parlamentarismo. El diputado de cam­


panario. indispensable para la buena gente, es una nece­
sidad popular que da ingenuamente la medida del m al!
oscuro, pero muy hondo, hecho al Estado por el régimen
centralizado, consustancial con el régimen republicano.
Quitad la centralización, haced resolver en el lugar,;
pero con verdad, y sin la oblicua intervención del partido
gobernante, la mayoría de los asuntos administrativos,;
judiciales y fiscales que erizan la existencia del ciudada-!
no rey, la cuota de amor al diputado tendrá probabilida­
des de desaparecer. No puede desaparecer en la demo- j
cracia donde la centralización va creciendo, aun y sobre;
todo cuando se charla acerca de empresas descentraliza­
das de fachada.
El cabestro de las instituciones consulares no es des­
prendido por el diputado, pero la víctima, el ciudadano, j
el pueblo, halla en él un órgano que le sirve para respirar I
y suspirar: su murmullo de reclamaciones volverá a pasar i
por su diputado, aquel diputado que él conoce y frecuen­
ta, el hombre de una circunscripción bien determinada,;
del que sabe hacer un representante real, un instrumen­
to directo.
El verdadero mandato del diputado o senador, lo que
le da valor y precio, se aplica a operaciones que no se
llevan a cabo ni en la sala de sesiones ni siquiera en los,
pasillos de la cámara. El oficio verdadero, el servicio;
interesante del elegido del pueblo consiste en efectuar
diligencias en provecho, iba a decir a favor, de su elector.
Favor sería impropio e injusto. No hay favor cuando
hay necesidad: y aquí la necesidad no es dudosa. La i
tupida y tensa red de nuestro mecanismo administrativo!
necesita en verdad aquella mediación continua entre las;
oficinas ministeriales parisienses y el justiciable de la·
periferia.
El único caso determinado en que el ciudadano pueda ¡
obtener garantías personales contra el Estado es aquel en
que se vuelve agente electoral y cliente regular de algún
poder electivo.
CHARLES MAURRAS 207

II. LA BUROCRACIA: LA PROLIFERACIÓN


DE LOS FUNCIONARIOS
En un país normal, así sea el m ejor constituido del
mundo, demasiados funcionarios exponen al Estado a
sufrir muchas exigencias. Pero cuando dicho Estado re­
posa todo entero en la elección, está a su merced: les
basta en efecto a los funcionarios entenderse para conte­
nerlo, lo que por otra parte no adelanta nada ni sus asun­
tos ni los negocios públicos.
¡ El Estado modelo comporta el menor número posible
¡de funcionarios, funcionarios todos elegidos autoritati-
¡vamente, bien elegidos, bien pagados y bien defendidos'.
¡Todos los monopolios, todas las funciones parásitas,
¡todas las cargas que no son esenciales y propias del
iEstado, deben serle devueltas a la iniciativa privada.
¡Los ex asalariados del Estado no deben tardar en adver-
¡tir que se ganan m ejor la vida, que ella les está me[jor
¡asegurada y es más independiente, en la mayoría de las
ramas de las industrias y administraciones particulares.

El gran número de pequeños salarios es más costoso


que el pequeño número de los grandes sueldos, y el
gobierno del Número comporta la multiplicación de
los pequeños funcionarios, desgracia tácita, pero segura,
infligida a los más importantes: ¡la calidad y la impor­
tancia se sacrifican enteramente! Cuanto más impor­
tante es el servicio social, más celos se le tienen, más
se lo difama, y se lo desprecia políticamente' más.
Ejemplo: la muralla común de todo y de todos, el
ejército queda reducido a los salarios de hambre, y
como antes que el ejército sostenedor de la guerra existe
un cuerpo seleccionado que tiene por misión defender
la paz, éste, que es el cuerpo diplomático, también es
de aquellos cuya remuneración está menos proporciona­
da con sus funciones.2 Fatalidad democrática eviden-
2 Hay de tiempo en tiempo “ ajustes” varios.. Pronto se los
deja atrás para atender a otros gastos.
208 MIS IDEAS POLITICAS

te: ¿no hay que distraer los recursos de la salvación pú­


blica para el mantenimiento de monopolios onerosos y
la subvención de la masa electoral y de los agentes elec-
torales?
Eso no es todo. La democracia se traduce por la abo­
lición natural de los servicios gratuitos, que se podrían
solicitar de servidores de honor, devotos al Estado, a
cambio de un poco de prestigio, de consideración y di
dignidad. Cuando el Estado pierde su majestad, cuando
su consideración está librada a todos los políticos arbi-
trarios, cuando su prestigio ya no es un nombre, ni si­
quiera una palabra de uso corriente en la conversación,
nadie se apresurará a servirlo por nada. Por otra parte
ni él mismo lo espera.
Esa especie de servicios comporta independencia y al­
tivez: los celos, la envidia, el suspicaz espíritu de unifor­
midad y de igualdad que son el nervio de toda democra­
cia, no toleran aquellas virtudes. Los que las tienen
quedan, pues, excluidos, eliminados, de modo casi auto­
mático, de los servicios del Estado: la religión, la clase,
el origen, las ideas políticas, ¡otros tantos pretextos sus­
tanciales! No hay que tener repugnancia para salvai
tales vallas. La gente bien educada que dispone de gran
holgura, que estaría orgullosa de representar, sin remu­
neración o con sueldo irrisorio, un papel administrativo
o judicial de primero o segundo orden, especie de hom­
bres tan frecuente en otras épocas, no puede ser sino
escasísima entre nosotros. ¡N i siquiera se ofrecen ya!
Los partidos avanzados les marcaron demasiado bien el
caso que podía hacerse de ellos: el ritmo de la democra­
cia necesita la periódica depuración de los empleos pú­
blicos por la misma razón qué se agrava cídicamentí
el presupuesto de sus gastos.

III. EL ESTATISMO
Entre el estatismo social y el individualismo social no
hay una contradicción por resolver, sino una consecuen

i
CHARLES MAURRA5 209

cia que se debe señalar. Un lógico que parte de la sobe­


ranía del individuo y que quiere construir un Estado,
puede morir antes de haber salido de su yo fundamental
y trazado su sistema; pero si lo formula, si lo levanta so­
bre aquel fundamento individualista, no puede concebir
ni realizar otra cosa que el despotismo del Estado. Teó­
ricamente su Estado es el más absoluto de los soberanos
absolutos, puesto que es la emanación de un total de so­
beranías individuales incoercibles de las que recibe toda
su fuerza, toclla su autoridad, toda su majestad. Siendo
prácticamente el único producto de aquellas voluntades
soberanas, no pudiendo admitir ningún grupo intermedio
entre el individuo y él, dicho Estado tiene a merced de
su ley a las personas y los bienes. Cada uno se halla solo
contra el Estado, que es el signo de todos. Y todas las
unidades pueden ser así trituradas cada una a su tumo
por la masa unida y coherente de las otras. Éstas tienen
el derecho y el deber de formarse en un bloque, y aqué­
lla no puede ante su coalición, ni de hecho ni de derecho,
sino obedecer.

Cuando el Estado lo es todo, ya no es más nada: es


una tesis que se sostiene y se demuestra. Pero la misma
tesis establece que cada uno de los ciudadanos cae enton­
ces por debajo de cero.
Cuando sería necesario que todos obraran para que
alguno lo hiciera, cada uno cesa de obrar, por lo menos
con iniciativa y progresó; y nuestra actividad social se
convierte en la mecánica repetición, cada vez más lenta
y hasta tendiente a la inercia, de las actividades singu­
lares y personales que aún subsisten. La gestión finan­
ciera de la república debilita la producción de la riqueza:
ataca de parálisis aquella débil producción, al mismo
; tiempo que duplica su consumo.
210 MIS IDEAS POLITICAS

LÍMITES DE LA JUSTICIA EN LA
REPÚBLICA
Nuestra justicia es importante en razón de un hecho
inicial, que domina la cuestión: se quiso darle dema­
siado. Se quiso darle todo. Se quiso absorber en lo
justo lo político, y referir a la universalidad del orden
júdicial lo que es del dominio estricto del Estado. Y
es porque hay una razón de Estado que se debe consti­
tuir el Estado con tanta precaución; que se debe con­
centrar en él el máximo de la sensatez, de la conciencia,
de la prudencia, de la personalidad y de la justicia.
Únicamente un Estado muy personal, muy consciente
de sus responsabilidades personales puede ejercer con
utilidad las altas prerrogativas extrajudiciales, o si se
quiere, hiperjudiciales que le corresponden. Según val­
ga dicho Estado, valdrán sus aplicaciones de la razón
de Estado. Si vuestro Estado está envilecido en los par­
tidos, si es el esclavo de las Finanzas, o del Extranjero
del interior, aquéllas serán muy miserables; en vez de
servir y proteger la salvación nacional, su razón de
Estado servirá “ el interés superior de la República” ;
dicho de otro modo, los intereses sucesivos y cambiantes
de las facciones.
El recurso a la “ voluntad del príncipe” será tanto
más vil cuanto menos franco, y menos directamente in­
vocado. La pretensión de tratarlo todo regular y judi­
cialmente tendrá por efecto falsear hasta la forma mis­
ma de la justicia y hacer recibir como expresión pura
de la ley lo que será su disfraz. Se querrá suprimir toda
intervención de lo “ arbitrario” para evitar algunos abu­
sos; pero en cambio se habrá ganado la hipocresía judi­
cial con sus continuas intervenciones, sus violaciones
crónicas, sus falsificaciones endémicas. Cuando la auto­
ridad legítima no existe, su función, que es eterna y
necesaria, está usurpada por el primer esclavo recién
llegado. No existiendo ningún poder superior a la ley
escrita, no encarnándose la ley en ninguna soberanía
viviente y capaz de decir: “ la Ley soy yo” , veráse a
CHARLES MAURRAS 211

todos los magistrados llegar por necesidad política a


trampear la ley, lo que le quita poco a poco toda auto­
ridad. Una ley que se viola habitualmente pierde todo
prestigio y todo valor.
¡ Lo perderá tanto más cuanto más humillados y dismi-
puidos queden sus aplicadores e intérpretes.
| ¿Quién escribirá en detalle la historia de la magistra­
tura francesa desde la “ depuración“ de Martín Feuillée?
I ¡Quién contará los casos en que los iguales o superio­
res del procurador general Fabre, del asunto Rochette,
pudieron lamentar éstas o aquéllas entre las “ más gran­
des humillaciones de su vida” !
LOS PARTIDOS

NATURALEZA DE LOS PARTIDOS


¿Qué es el gobierno de la república? El gobierno de
los partidos, o nada.
¿Qué es un partido? Una división, un reparto. Las
“palabras de la tribu” ofrecen a menudo una contextura
sagrada que contiene, conserva y salvaguarda su sentido.
Aquí, él es límpido. No hay más que cerrar los ojos y
escuchar su sonido, jPartido! Abramos de nuevo los
ojos: ¿contradice el espectáculo la audición y el enten­
dimiento?
Ningún resultado político se obtiene, en el funciona­
miento normal del régimen, sino por aquella operación
divisora y aquella lucha intestina. Así se llega a los
honores. Es el juego de los partidos quien elige. Una
vez elegido, se puede predicar el acuerdo, pero sobre
todo después de haber contraído el compromiso formal
de no volver a presentarse ante el elector.
¿De dónde proceden los partidos? O más bien ¿qué
es lo que da a los partidos y a los clanes aquel incurable
ardor cuya quemadura no suele sino renovarse y avivar­
se con el tiempo? Nuestros clanes naturales están des­
truidos, nuestros clanes históricos pasan por aniquilados.
Pero las clases subsisten y nuestro Estado se halla cons­
tituido de modo a no poder sacarles sino más mal que
bien.
Los revolucionarios siempre las explotan, esforzándo­
se por legitimarlas con antagonismos económicos in­
existentes, pues lejos de divergir, nuestros intereses más
esenciales de hecho, convergen. El interés general, sin
ser la suma de los intereses particulares los comprende,
sin embargo, y los envuelve: el más alto, el más profundo;
CHARLES MAURRAS 213

de los intereses de cada uno tiende en el plano real a


la unidad del todo. El reparto y la división son plagas
de las que cada uno tendrá que sufrir. Sin embargo,
por bellos que sean los llamados a la conciliación, a la
concesión, a la convergencia de acciones y propósitos,
esta idea tan natural resulta muy fría en comparación
con los calores artificiales y los furores ficticios a que
su falsa doctrina eleva las pasiones divisoras.
El elemento generador de los partidos es pasional y
casi siempre personal. Un hombre, un nombre sirven
de bandera, y esta flota y palpita con mayor vivacidad
cuando un pretexto le es proporcionado, sea por una
ambición engañada, sea por una negación de justicia,
sea por una venganza ejercida o soportada.

Francia está desgarrada porque quienes la gobiernan


no son estadistas, sino hombres de partido. Honrados,
únicamente piensan en el bien del partido; deshonestos,
en llenarse los bolsillos. Unos y otros son los enemigos
de Francia. Francia no es un partido.

En un país constituido como Francia, que no es un


país enteramente representado por su aristocracia, ni
i por su burguesía, la república no duró sino porque ésta
i fue la propiedad de un partido, de un partido cerra-
; do, organizado asaz celosamente para responder a todos
: los asaltos.
Las ideas de los partidos, las ideas divisoras tienen
j en república agentes apasionados; pero la idea unita­
ria, la idea de la patria no tiene allí ni servidor devoto
; ni guardián armado.
o

| No se hace la guerra sin provisiones ni municiones.


! En su guerra es preciso que los partidos vivan y com­
batan con todos los objetos que les caen bajo la mano.
214 MIS IDEAS POLITICAS

El entendimiento con el Extranjero es el ingrediente


esencial y clásico del régimen de los partidos. Posible
y contingente bajo cualquier otro gobierno, es necesa
rio en república. Hay que cambiar el régimen, £
resignarse a dicho mal.
e

Igualmente hay que cambiar el régimen o resignarse


aproximadamente del mismo modo a cierta dosis de
rutina en las grandes administraciones cuyo tipo sor
la Marina y la Guerra. En ellas no se triunfa sobre la
rutina, debido al espíritu revolucionario que anima
a los partidos.
El contralor revolucionario del Parlamento jamás
hizo otra cosa que superponer a los antiguos abusos,
abusos incomparablemente mayores. Todo lo que se
pueda decir de las oficinas públicas, que son rutinarias
y papeleras, si se quiere, pero competentes y experi­
mentadas, jamás se pondrá en el otro platillo de la
balanza con las insanias de una comisión parlamentaria
o delegado del parlamento, a menudo ignaro o turbu­
lento, entremetido por definición.

No se ha dicho, ni escrito, ni pensado en ninguna


parte, en la esencia del régimen republicano, que las
cuestiones militares, ligadas a la vida de la patria, sean
superiores a la República, como superiores a la quered
lia de los partidos. Los más patriotas entre nuestros
republicanos esquivan aquella cuestión sobre la prio·';
ridad entre la patria y los partidos — entre la Francia,
o la República—, diciendo que son dos sinónimos y
que el Estado republicano y el Estado francés no son
sino una sola cosa.
Pero la naturaléza de las cosas se encarga ella sola
de la distinción, y es entonces cuando a medida que
se producen los acontecimientos, las reacciones estríe·
CHARLES MAURRAS 215

taimente propias a cada uno, dan la medida de las


personas, los caracteres y los espíritus.

Los partidos, incluso el partido comunista, son cono­


cidos, reputados, y tenidos por sindicatos de intereses
personales destinados a mantener un parasitismo de
Estado.

EL VIEJO PARTIDO REPUBLICANO


El viejo partidó republicano hizo la república y. se
jacta de ello: la república le ha dado su situación actual
y él aprovecha. El mecanismo de esta doble acción his­
tórica no es difícil de advertir. Hacer la república era
perseguir a los partidos de los regímenes anteriores,
marcarlos, echarlos de los empleo públicos y darles en
seguida sucesores interesados en el mantenimiento del
estado de cosas. La primera revolución se formó una
clientela vendiendo los bienes nacionales; la tercera
república ha reclutado su mando “ depurando” la admi­
nistración nacional y repoblándola con sus criaturas.
Se ha formado así un vasto plexo de intereses mante­
nidos en suspenso por el temor de la desgracia y el de­
seo del ascenso. Todos esos intereses, hay que recono­
cerlo, están disciplinados a maravilla. Tienen completa
confianza en sus jefes de fila, y éstos a su vez, no
“ largan” a sus clientes. Este tácito contrato bilateral
pudo antes llamarse “ unión republicana” . Podrá cam­
biar de nombre y llamarse asimismo unión radical-so­
cialista: creed que el personal, con diferencia de algu­
nas cabezas, será el mismo; se reclutará en los mismos
medios y se gobernará con la mira puesta en los mis­
mos intereses de personas y clanes.

Sí, los intereses de una raza, de una vasta familia. El


interés solidarizado de cierto número de miles de hom-
216 MIS IDEAS POLÍTICAS

bres. La logia masónica, el comité central eran sus dos


hogares en cada cabeza de distrito; y estaban represen­
tados en las menores aldeas por un emisario de confian­
za, cartero rural, maestro de escuela o pequeño despa­
chante de alcohol y tabaco; había entre ellos gente
inteligente; y los había también infinitamente estúpi­
dos. Pero ni la estupidez ni la inteligencia eran la ca­
racterística de aquella curiosa brigada. ¡Ni siquiera los
apetitos!, ni siquiera las codicias ni los odios. Muchos
de ellos eran ricos. Los había hasta honestos. Sin em­
bargo, las figuras de aquellas repúblicas originarias, de
aquellos republicanos que fundaron la República, ton­
tas o finas, corrompidas o íntegras, espartanas o atenien­
ses, tienen todas un mismo rasgo: el don de hablar, de
integrar, de arrastrar al pueblo. Todos nacieron dema­
gogos. Siguen siendo demagogos en cualquier lugar que
se los visite: en el consejo municipal de distrito o en
las oficinas de la cámara, en la tribuna del senado así
como en las mesas tambaleantes de los plomos abollados.

* *

¿Dónde aprendieron eso? ¿De dónde sacaron ese arte


del éxito en las asambleas? Nadie podría decirlo; y
nadie puede negar que lo posean. Es muy independien­
te de la elocuencia, de la autoridad o del mérito personal.
Esta especialidad que no pertenece por cierto a la
fina flor del país, no corresponde tampoco de ninguna
manera al buen promedio de las cualidades francesas.
Pero es casi un rasgo étnico o profesional: un instinto
parecido al que hace los buenos marinos o los buenos
agricultores.
Se nace demagogo como se nace judío. Como los ju ­
díos son diestros en el manejo del oro, los viejos repu­
blicanos son diestros en el “ manejo” de las asambleas.
Los he comparado con los judíos. Y he aquí una
nueva semejanza. El oro de los judíos es estéril. No
produce más que oro. Igual que con las aptitudes d e -.
magógicas del viejo partido republicano. Dicho partido
CHARLES MAURRAS 217

jfto pudo nada, no concibió nada, no produjo nada. Es


político de carrera y de profesión, pero nada tiene de
político. Sin duda les hizo la guerra a los conservado­
res, pero en virtud de un método mucho más que de
una doctrinarle era preciso desposeer a fin de poseer a
su vez.
Es el procedimiento de una horda en país conquista­
do. La nuestra puso mano en los empleos, en los pro­
vechos: sería muy difícil decir que haya tenido además
una conducta, designios seguidos, concepciones particu­
lares o generales sobre nuestros asuntos interiores o
|exteriores, a excepción (hay que decirlo) del plano
! anticlerical. Los resultados son nulos afuera como adeii-
|tro, y, sin embargo, es tínicamente con el partido que la
¡ república es posible.
# *

El procedimiento no varía.
Ante todo el viejo partido republicano obra. Por
i medio de leyes o decretos, obra; en seguida les dice a
‘ los electores: — Elegid entre mí (es decir, entre las
i revoluciones que hice) y la revolución desconocida, la
misteriosa anarquía, la espantosa guerra civil que esta­
llaría si yo, yo, gobierno revolucionario, revolucionario,
pero gobierno, no estuviese aquí para dosificarlo, rete­
nerlo y medirlo todo.
* *

Los grandes errores del espíritu están en la fuente de


la mayoría de los desarreglos de la acción. Ahora bien,
es imposible haberse engañado más completamente so­
bre las ideas y las cosas, que el elemento sincero y fa­
nático del V iejo Partido Republicano.
Los fundadores de la república, aquellos que hace
ciento cincuenta años se hallaban en presencia del fruto
de la obra capeta, el reino de Francia, la civilización de
Francia, tenían dos ideas directrices. La primera era
que se debía cambiar todo aquello, pues dicho compues-

L.
218 MIS IDEAS POLÍTICAS

to político, social, moral, no siendo bneno ni valiendo


mucho, debía rehacerse de arriba abajo. ¡“ Otra cosa,
pero no esto” ! Tal fue el primer punto de su idealismo
En segundo lugar aquellos reformadores querían, lo«
unos el parlamento como en Inglaterra, los otros la
democracia como en Suiza, todos el protestantismo co
mo en Prusia; nuestro catolicismo les parecía inferior
por definición a la Reforma; nuestras aristocracias je*
rarquizadas bajo el rey, les parecían lamentables al
lado de las burguesías y campesinados cantonales; por
fin la enérgica concentración del poder propiameni«
político en manos de los sucesores de Luis el Grande y
de Enrique el Grande les parecía una tiranía, compara
da con el parloteo de las Cámaras y el “ régimen di
gabinetes” . Todo el idealismo de entonces procedía d<·
un triple descontento de nosotros mismos. Bajo tres
formas se pensaba en la dirección de los tres tipos te*
nidos por superiores, en un “ progreso” religioso, social
y político. Hoy medimos los tres retrocesos nacidos de
ese triple esfuerzo.

EL PARTIDO LIBERAL
El partido liberal se quedó en los viejos temas a la
moda en su juventud, según los cuales había antagonis­
mo necesario entre una nación y su gobierno. La co­
operación de la ciudad y sus magistrados con los ciuda­
danos, la fraterna solidaridad de los Estados con sus
súbditos, la profunda reciprocidad de servicios basada
en la comunidad absoluta de sus intereses, estas fuertes
verdades hoy presentes en todo espíritu joven y vivien­
te, perceptibles en el examen de todo gobierno nacional
quedaban recubiertas en los cerebros de hace medio siglo
por el problema metafísico-jurídico de la balanza y
división de los Poderes. Augusto Comte no trataba dicho
contrasentido político y moral sino con la mezcla de risa
y enojo que mostraba hacia todos los sucedáneos de la
anarquía revolucionaria, para condenar lo que llamaba
CHARLES MAURRAS 219

¡ ya el más nocivo y atrasado de los partidos. Salvo en


: el Palacio de Justicia, donde este bizantinismo hace aún
estragos, mucho menos que antes por otra parte, las
nuevas generaciones se le emanciparon. Ellas ven al
público con el gobierno, en lugar de verlo en contra
de él. Conciben al magistrado, al jefe, como un protec­
tor o guía, como un director ( rex ) , no como un enemigo.
El liberal no piensa sin la ayuda de ese método peri-
mido. ¿No está en el gobierno? Luego está en la opo­
sición. ¿No tiene el poder? Luego tiene mandato de
poner todos los palos posibles e imaginables en las rue­
das del poder. No hay término medio entre el ejercicio
directo y la oposición directa, entre el poder absoluto
y la crítica absoluta. No le habléis de colaboración ni
de concurso. ¿Qué querríais decir con eso? El no com­
prende tal lenguaje. Si es jefe de gobierno, pondrá el
mismo frenesí para usar de la autoridad oue hoy pone
en agitarse contra ella: su liberalismo rabioso se volve­
rá jacobinismo violento, pero en los dos casos aplicará
a su procedimiento gubernamental la marca, o para
decirlo mejor, la tara del espíritu revolucionario, que
no puede concebir la sociedad nacional bajo el régimen
de la unión y de la paz. Siempre la Quiere tener divi­
dida contra sí misma: en vez de tender a lograr con­
vergencias felices, entrechoca en eterno dualismo, irre­
ductibles divergencias con la intención más o menos
confesada de explotarlas a fondo.
Tal es el espíritu, tal es la teología del régimen. Si
el liberalismo no estuviese moderado por el buen senti­
miento que a veces tienen algunos liberales del peligro
que su partido hace correr a la paz interior del país, no
se rehusaría indefinidamente a ver sus consecuencias
lógicas autorizadas por los famosos precedentes de 1792
y 1871. ¿Duplicar la guerra extranjera con una guerra
civil? Después de todo, ¿por qué no? Metafísica de
otro tiempo que puede servir para medir la alta anti­
güedad del fósil que nos la proporciona. Ella mide
también la antigüedad y la fosilidad de la república.

I
L
220 MIS IDEAS POLÍTICAS

EL PARTIDO RADICAL
Este partido se define suficientemente por su perso­
nal: horda de destructores surtidos, que pueden estar
divididos por odios personales o competencias de apetito,
pero que están reunidos por un alimento colectivo en
torno al pensamiento que los disciplina.
¿Quién está primero, este alimento o aquel pensa­
miento? ¿Es la religión del desorden, el gusto de las
desorganizaciones lo que los hace arrojarse de ese modo
sobre el capital moral y material de Francia? ¿O su
verba crítica está encendida por la perspectiva de un
saqueo y su provecho? La respuesta a dicha pregunta
debería por necesidad variar según las personas y las
épocas de su carrera. En todo caso los dos móviles se
llevan bastante bien.
Esas dos maneras de comprender la Revolución no se
estorban de ningún modo y hacen cooperar las fuerzas
del espíritu que tiende a destruir con las aspiraciones
de la bolsa que quiere llenarse. En esta asociación de
desintereses y concupiscencias, la doctrina confiere a
los intereses que la sirven autoridad, majestad, grandi­
locuencia; los intereses procuran a la doctrina una fuer­
za de propulsión de que carecería enteramente si que­
dase librada a sus propios medios. La primera seduce
y, tranquiliza a los ingenuos, los segundos tientan y jun­
tan a los canallas.
• *

¿Cómo pudo darse crédito en un pueblo que no es


más tonto que otro, a esta doctrina de división y a esta
obra de despilfarro, que no tienden sino a matarlo?
Drumont observa a veces que cuesta imaginar un pueblo
destruyéndose con sus propias manos. Pero se imagina
muy bien a un pueblo que destruye a otro, y que para
destruirlo mejor, lo engaña, lo embriaga y lo envenena^
Judit de Betulia no siempre es una hermosa viuda; hay
ideas, sueños, espejismos que al menos por un tiempo,
parecen más hermosos que Judit; cuando Judit tiene el
CHARLES MAURRAS 221

nombre de una filosofía, de una sensibilidad, de una


escuela y de una moda literaria, y cuando ese prestigio,
ese encanto son bien conocidos como mortíferos a cien­
cia cierta, basta saber dirigir sus fuerzas contra un ene­
migo. Es lo que hizo en Francia desde el fin del siglo
XVlll, el Extranjero del interior ayudado por los del
exterior, ingleses y prusianos.
Sin duda el entusiasmo por el error de Juan Jacobo
dejó hace tiempo de ser espontáneo, pero también desde
hace tiempo a favor de dicho entusiasmo, se cumplieron
las operaciones políticas por las cuales se logró copar
las altas posiciones de la administración, la universidad,
las academias, donde se tienen todas las facilidades para
imponer los ruiseñores de hace ciento veinte años. Ha­
biendo instilado a sus adversarios, a los jefes del país,
todas las ideas y todos los sentimientos capaces de debi­
litarnos para así esclavizarnos, los cuatro estados confe­
derados (judío, pi'otestante, masón, meteco) 3 man­
darán mientras nosotros soportemos la autoridad legal
que ha quedado bajo el imperio de su veneno.
« *

3 Los cuatro Estados Confederados: En un consejo de m i­


nistros tenido en septiembre de 1898, cuando los últimos adversa­
rios de la revisión dei proceso DTeyíus denunciaban el poder de
los judíos, de los protestantes, de los masones, el señor Bris-
son, presidente dei consejo, y ministro del Interior, defendió
enérgicamente a los tres grupos puestos en cuestión y en el ourso
de sus declaraciones exclamó que los judíos, los franc-masones y
los protestantes eran E L 3CSQÜEIÆ1TO DEL REGIMEN REPU­
BLICANO. Para que este esqueleto· quede completo, hay que
agregarle un grupo injustamente omitido por el señor Brisson, el
grupo extranjero de los metecos instalados en Francia en lugar
de los franceses, y protegidos y favorecidos ,por las leyes de la
República “francesa” .
Esas cuatro oligarquías, de naturaleza profundamente interna­
cional, todopoderosas y reinantes, han sido llamadas los cuatro
Estados confederados.
JNTos damos .cuenta por otra parte de que se debe establecer un
distingo entre los protestantes, y lo hemos hecho. Muchos de entre
ellos están ' profundamente arraigados por su carne y su corazón
en la tierra de Francia; ni su patriotismo ni su nacionalismo
pueden ser puestos en duda, pero los más "‘avanzados” de entre
ellos se dejaron desnacionalizar. Debemos a un equipo esencial­
mente protestante la escuela primeria anárquica, fundada por loe
Brisson, los Bécaut, los iSteeg, todopoderosos en el Estado.
222 MIS IDEAS POLÍTICAS

Necesitaban acabar el establecimiento de su doctrina:


de donde la hostilidad al catolicismo, en particular a la
escuela católica. Les era preciso mantener la centraliza­
ción: de donde la necesidad de limitar las concesiones
socialistas en el punto preciso donde la administración
perdería la superioridad sobre los grupos obreros, per­
mitiéndoles la menor vida autónoma; en el caso contra­
rio, acentuar el socialismo de Estado mechándolo con
el sindicalismo obrero del más poderoso sindicalismo, el
de los servicios públicos. Por fin les es preciso evitar
en las regiones medias de la opinión pública, alarmar
con un programa demasiado subversivo. Mentirle al cen­
tro, arrojarse sobre la derecha católica y concederle a la
izquierda simples apariencias: es el programa radical.
Sobre ese triple objetivo, todo el mundo está de
acuerdo: el estatismo para dominar, el anticlericalismo1
para pervertir, el oportunismo para no ser barridos.
. . . Y el oportunismo prevalece cada vez desde hace
varios lutros. Y con él, la corrupción, la concusión y la
estafa.

EL PARTIDO SOCIALISTA

¿Qué es en el fondo el socialismo? Una solución del


problema planteado por la democracia. Siendo la volun­
tad del número reina del Estada, no puede sino tender a
convertirse en reina de la sociedad, vale decir del orden
económico, en la usina, en la burocracia, en la campaña,
por todas partes. No digáis que sería la ruina de todo.
El Número jamás lo creerá. Siempre obrará, si es dueño
del Estado, de modo a apoderarse de las riquezas produ­
cidas y de los medios de producción, con el fin (Je repar­
tírselos. Eso es lo inevitable. Hay demócratas que tien­
den a dicho resultado decretando que todo será función
de Estado, monopolio de Estado, convirtiéndose así cada ;
ciudadano en funcionario. Es el socialismo de Estado, i
CHARLES MÀÜRRAS 223

Sale del corazón y las entrañas de la democracia. Asi


resuelve ella el problema que ella plantea al instituirse.
Otros piensan que la igualdad democrática, ya realizada
en el Estado, proseguirá en la sociedad por medio de la
bomba aspirante de la fiscalidad, tomando el Estado a
los particulares todo lo necesario para empobrecerlos a
fin de poder él enriquecer su perezoso número: este
socialismo fiscal, otra emanación de las visceras demo­
cráticas, proporciona una segunda solución. El socialis­
mo ortodoxo o comunismo científico proporciona una
solución algo diferente, más pomposa, más preciosa, abra­
zando en apariencia una organización industrial más
compleja y avanzada, pero que no puede ni debe tenerse
como una de las soluciones del único problema cuyos
|términos están planteados, cuyas cifras están alineadas
|desde el primer momento en que la democracia, al alcan-
|zar su primer objetivó, se apodera de la fuerza pública.
El Número, si es amo, no puede tender sino a obtener
de la nación sujeta lo que precisa.
De una u otra manera, cualquier dictadura del prole­
tariado dehe permitirle al Número alimentarse sin hacer
nada.
i Apartar la solución socialista propiamente dicha, in-
¡ cluso descuidar el socialismo de Estado, no es resolver
: nada y dejar todas las x en el pizarrón. ¿Sois demócra­
ta? ¡Muy bien! La democracia quiere volverse cecocrá-
tica (dueña de casa), plutocrática (dueña de la riqueza)
¡no existe sino por y para esta voluntad. ¿Qué respon­
déis? ¿Sí o no? Si es no, no sois demócrata. Si es sí,
reaparecen todos los inconvenientes del socialismo; si no
es ni si ni no, todo ocurre como si se tratara de un sí.
El hambre, la sed, los apetitos, las codicias despertadas
: por la sola palabra democracia, se dan curso, reinan 60-
bre el elector, por el elector sobre el Estado, por el Es­
tado sobre las finanzas, y heos ahí, cómo decía el otro,
en el torno.
224 MIS IDEAS POLÍTICAS

EL PARTIDO COMUNISTA
¿En qué difiere el comunismo del socialismo revolu­
cionario? Por el método, en que acelera el desorden.
Por la doctrina, en que no perdona las componendas de
la democracia burguesa: es igualitario por lo que res­
pecta a las destrucciones, es autoritario y hasta jerárquico
cuando pretende reconstruir conforme a los intereses y
las miras de un partido. El sistema de oligarquía, ma­
sónica y judía, que la República francesa practica sin el
título, son instituidas y confesadas francamente por el
comunismo.
Pero no hay que perderse en esos matices. Tomado
desde un poco arriba, ¿qué es el socialismo o “ comunis­
mo” más o menos “ científico” ?
Es el espíritu de la República democrática, y el mismo
que el del liberalismo, el cual, procedente de la política, s<*
introduce en la economía y el trabajo. Vosotros, decían
los avanzados a los doctrinarios del tiempo de Luis Fe­
lipe, establecéis la monarquía constitucional en el Estado,
¿cóm o podríais conservar la monarquía absoluta en la
usina y en la manufactura? Por más respingos que se
den, por más que se chicanee, el problema está ahí. Si
todo el mundo es rey, todo el mundo debe ser patrón.
Si los asuntos comunes de la nación están bien dirigidos
por la voluntad de todos, ¿cómo la voluntad de todos no
gestionaría aun mejor los asuntos particulares de un
comercio y de una industria? Del punto de vista del
interés general, la pendiente es directa: si el bien común
político dice: República , el bien común económico y
social debe decir: Comunismo, con mucha mayor razón.
Pues quien puede lo más, puede lo menos. Si el poder
elegido es excelente para la Casa de Francia, debe ser
mejor aún para la Casa Dupont y Durand.
¡Podéis alegar el derecho: derecho de herencia, dere­
cho de propiedad! Comprendo este legitimismo social.
Pero había un legitimismo político que alegaba el dere­
cho hereditario de una familia real, su derecho, fruto
del más útil y poderoso trabajo secular en el mando del
CHARLES MAURRAS 225

! país, al cual lo había constituido como una aparcería o


; un taller.
Ese legitimismo político es escarnecido por los repu­
blicanos. ¿P or qué los socialistas y los comunistas no
escarnecerían el legitimismo social de los republicanos
burgueses de hoy?

CONCLUSIÓN: DEL RADICALISMO AL


COMUNISMO. DIFERENCIAS DÉBILES O NULAS

Distinguir entre la revolución social y la revolución


política es absolutamente vano. Todas las democracias
de la historia recorrieron el doble trayecto. El artículo
primero decía igualdad política y, una vez admitida
dicha igualdad, por otra parte teórica, fue preciso decir,
artículo dos, igualdad social; los dos términos no perte­
necen a series diferentes, su esencia es la misma; respon­
den a las mismas necesidades. En Grecia, en Italia, toda
constitución democrática tuvo por efecto imputar poco
a poco a los “ ricos” las cargas de la ciudad: lo que tenía
por efecto llegar a los más sórdidos métodos de obstruc­
ción política, de cobardía cívica y de empobrecimiento
social.
Ciudades florecientes, grandes Estados, verdaderos im­
perios fueron así arruinados en un periquete.

* *

Los comunistas representan una estricta observancia:


menos informado, menos atento a la constitución política
y social de este país, tal como resulta de las instituciones
del año VIH, su marxismo judeo-moscutario omite o
finge omitir aquellas facilidades de revolución lenta o
de expoliación gradual.
En el fondo, sin embargo, no se presenta sino a título
: de estimulante y de auxiliar.
226 MIS IDEAS POLÍTICAS

Estimulante, para impedir que los socialistas se duer­


man en sus prebendas, en sus proconsulados y subsecre­
tarías. Auxiliar, para el gran día. En la sociedad como
en la naturaleza sucede que las cosas proceden ante todo
por grados muy matizados, casi insensibles, pero llega
un momento en que toda evolución necesita completarse
por aquella “ gran partera de las sociedades” que se llama
la Fuerza. Este hecho de fuerza más o menos brutal, más
o menos explosiva, no sería por cierto cumplido por los
burgueses ventrudos y blandos del tipo socialista parla­
mentario. Pero los comunistas están allí: una vez que
hayan hecho “ arder” cierto número de pisos y de casas,
los socialistas parlamentarios (que les habían puesto una
escalera de mano para que pasaran por encima de las
rejas del Palacio Borbón) se ocuparán en poner en ar­
tículos de leyes, limpitos y precisos, aquellos incendios,
saqueos y asesinatos.
* «

Para los partidos de izquierda jamás se trata de doc­


trina, ni siquiera de programa. Una sola voz de orden,
un interés: la lucha contra la reacción. Jamás mi radical
bien nacido se dejará regimentar bajo una bandera sos­
pechada de reacción. En cuanto se le muestre una tira
de paño rojo: como el toro arremete, el radical marcha­
rá. Este radical no hace así más que seguir sus hábitos,
aquel otro su pasión. Lo esencial es que marcha. Mar­
cha como para encontrarse con sus hermanos socialistas
en torno a la urna, de la que una mala ley hace depender
la suerte del país.
Esta conjunción del radical con el socialista, que se
denuncia como una inmoralidad, es la cosa más natural
del mundo.
* *

Dicha conjunción es tan natural por lo menos como


la conjunción del socialista con el comunista.
CHARLES MAURRAS 227

¿Cómo es que no se ve esto con mayor claridad?


No se puede repetirlo demasiado; hay en el socialismo
1dos rasgos distintos, y el más importante no es aquel que
i asigna su nombre al socialismo: el plan de regulación
del problema llamado social, entendido más particular-
; mente como la cuestión obrera, tal como se plantea en
: la gran industria. Este socialismo, el más vigoroso y me-
; jor definido, no es el de los grandes batallones. La gran
industria en Francia no está bastante desarrollada, pese
a la guerra y a la pos-guerra, para explicar la presencia
de numerosos socialistas en la izquierda radical. Pero
en las regiones más extensas de Francia, en que duminah
la vida rural, el artesanado, la pequeña industria, el
pequeño comercio, socialista antes significaba republica­
no extremo, color “ sangre de buey” , ultrarradical. Dicho
extremismo, dicha exageración, se aplicaban entonces a
las ideas. Hace mucho tiempo que las ideas republicanas
cesaron de suscitar entusiasmo o confianza. Su fanatismo
ha sufrido una caída profunda. El débil residuo subsis­
tente se asemeja mucho menos a un estado de espíritu
. que a un interés, o más bien a la idea de un interés, pero
interés privado y casi personal. El socialismo del Medio­
día, por ejemplo, tiende sobre todo a realizar el progra­
ma demócráticoestatista: todo él mundo funcionario, un
empleíto para todo el mundo, en un plano de igualita­
rismo ingenuo. Lo que quiere el radical no es otra cosa.
Luego ambos quieren y deben querer gordos presupues­
tos, con grandes impuestos confiscatorios.

* *

Pero el radical, miembro de organizaciones en que la


gran burguesía no está sin representantes, tiende a colo­
car el punto de la expoliación un poquito menos abajo
de lo que lo haría el socialista. El primero llama a
grandes voces a los gendarmes contra la gente que posee
más de los cien m il francos que él tiene en su cartera.
El segundo, armado con su horquilla socialista o revolu­
cionaria, hace funcionar la bomba aspirante desde los
I

2 28 MIS IDEAS POLITICAS

cincuenta, los veinte o los diez mil. El principio es el


mismo, porque el sentimiento que lo inspira también lo
es: la envidia.
No hay que forjarse ilusiones, ni dejarse hacer el cuen­
to del tío por un puñado de charlatanes de colmillos
largos; el severo análisis de la conjura electoral no da
en absoluto más que eso. Revivimos los tiempos de la
ciudad antigua en que cada vez que cierto grado supe­
rior de civilización material se alcanzó, cuando la plu­
tocracia, maniobrando a la democracia, había hecho
desaparecer al patriciado y a la reyecía, los bienes colec­
tivos reunidos, incluso los tesoros espirituales y morales
que se les habían agregado, quedaron envueltos en la
misma ruina. Lo fueron como es necesario, por medio
de la misma lucha furiosa entre los pobres y los ricos,
entre la tropa de los. productores activos y felices y la
multitud de los consumidores pobres y ávidos que hallan
muy cómodo adjudicarse el fruto del trabajo, primero
por la legislación y en seguida por la revuelta, el saqueo
y la matanza. No hay diferencia entre esos dos juegos
de facciones, desde hace dos mil años hasta hoy. La de­
mocracia política produce la democracia social. El prin­
cipio de igualdad anexo a la capacidad del sufragio de
las personas exige que se lo extienda a la propiedad de
las cosas. No hay conservador demócrata capaz de un
poco de reflexión y de lógica en el espíritu que pueda
dar una respuesta decente a esta pregunta:
— ¿Por qué no es usted comunista?
El comunismo diluido se llama socialismo. El socia­
lismo diluido se llama radicalismo, democratismo, repu­
blicanismo. A cualquier altura que se Reve la solución
del principio-veneno, se advierte que mata natural y
necesariamente a la Ciudad y al Estado, a la Patria y a
la Humanidad.
VI

LAS CUESTIONES SOCIALES


LA E C O N O M Í A

Siendo la economía la ciencia y el arte de alimentar


a los ciudadanos y a las familias, de convidarlas al ban­
quete de una vida próspera y fecunda, es uno de los
fines necesarios de toda política. Luego es más impor­
tante que la política. Debe pues venir después de la
política, como el fin viene después dél medio, como el
término está al fin del camino, pues una vez más, es el
camino lo que se toma si se quiere llegar al término.

En materia económica, más aún que en política, la


primera de las fuerzas es el crédito que nace de la
confianza.
e

El auge económico incita al progreso político.

EL ORDEN ECONÓMICO ES EL ORDEN


DE LA NATURALEZA
La doctrina liberal asegura que el bien social resulta
mecánicamente del juego natural de las fuerzas econó­
micas . ¿Cómo lo sabe? Al paso que los hechos econó­
micos vienen a desmentir su esperanza optimista y fa­
talista, responde: esperad, el equilibrio se va a producir
solito. Pero ese famoso equilibrio no se produce. Los
consejos de los economistas liberales tienen para nos­
otros el valor que habría tenido antes para el género
humano una secta de naturistas que le hubiesen reco-
232 MIS IDEAS POLITICAS

mendado cruzarse de brazos a esperar que la tierra


diera de sí los frutos y las cosechas. Si hubiese escu­
chado tales voces, el género humano esperaría aún, o
habría muerto de frío y de necesidad.
No, ni la naturaleza ni el juego espontáneo de las
leyes naturales bastan para establecer el equilibrio eco­
nómico. Pero, ¡ cuidado!; dichas leyes en las que sería
locura poner confianza ciega y mística, sería todavía
más locura descuidarlas. Cultivemos, atormentemos, for­
cemos incluso el amplio y extraño seno de la vieja na­
turaleza, agreguemos a sus fuerzas nuestra fuerza y nues­
tra sensatez, nuestra previsión y nuestro interés, dupli-
quémoslas por todas partes nosotros mismos. Pero sepa­
mos que no manejaremos las cosas sino a condición de
obedecerles. Cosechar en invierno, vendimiar en la pri­
mavera, he ahí lo imposible. Antes de cosechar y de
vendimiar, conozcamos la estación natural de las vendi­
mias y de las cosechas. Y si queremos influir, mejorán­
dolo, en el orden económico, conozcámoslo. Por encima
- de todo apliquémonos muy bien a no desconocer ningu­
no de sus hechos esenciales. Como siempre, pagaríamos
dichos olvidos y dichas ignorancias, o más bien nuestro
pueblo pagaría nuestros grandes errores.

RELACIONES DE LO ECONÓMICO Y LO
POLÍTICO
No es cierto decir que las crisis económicas siempre
son causas de las crisis políticas. Sin embargo, sería falso
decir que no lo son jamás. La verdad es que las unas
y las otras son por turno causa y efecto. Ciertas explosio­
nes en 1789 resultaron de la miseria; pero sin el espíritu
que el filosofismo había determinado en gobernantes y
gobernados, ¿habrían los motines degenerado en revohi-
ciones? En 1848, sin el licénciamiento de los talleres
nacionales, no se habrían tenido las jornadas de junio,
pero dichos talleres jamás se habrían abierto sin las
CHARLES MAURRAS 233

ideas políticas de la crisis de febrero.


Los fenómenos económicos parecen hacer, por otra
parte, en la historia, el papel de excitador antes que el
de determinador; son causas materiales antes,que causas
formales.

No somos secuaces del Estado-Providencia, pero el


Estado no tiene únicamente funciones de gendarme. Las
tiene, si no de ecónomo, de contralor y presidente de
la economía, y comprendemos muy bien que su protec­
ción no se detiene en los productos y debe extenderse
también y ante, todo al hombre, su productor.
¿Cuál podría ser el porvenir de la raza, de la nación,
si el Estado se desinteresara de las condiciones ofreci­
das por la vida a sus nacionales?

LA CUESTIÓN ECONÓMICA Y LAS LEYES


SOCIALES
Si afirmáis que nuestras leyes sociales fueron hechas
torcidamente, sobre un doble principio de lucha de cla­
ses y uniformidad de organización, estaréis cerca de la
verdad. Lo estaréis plenamente si, oponiendo principio
a principio, solicitáis que se legisle o reglamente por
regiones y profesiones, luego de escuchar dictámenes de
las competencias, luego del acuerdo directo con los in­
teresados. Mas, por favor, ¡que no se nos opongan ya
quién sabe qué fatalidades de leyes de la economía cuyo
juego mecánico habría determinado un inevitable en­
carecimiento de la vida a raíz de cada elevación del
salario!
Se dice: “ Es evidente” . No lo es tanto como se dice.
Las leyes que se formulan suponen que se sobreentiende:
—Todo lo. demás, igual por otra parte; si no interviene
ningún otro factor, si no entra en juego ninguna otra
ley más extensa. Vuestra ley es verdadera en sistema
234 MIS IDEAS POLITICAS

cerrado: yo estaría obligado a vender más caro si, pagara


más a obreros que no me produjeran plusvalía corres­
pondiente; 45 si, lo repito, estuviese obligado a reali­
zar los mismos beneficios que antes; pero que yo lo
esté, es una hipótesis verificada en ciertos casos y des­
mentida en otro, pues un lucro cesante no es necesaria­
mente una pérdida, ni una causa de quiebra por liquida­
ción: se puede ganar menos y seguir haciendo honor a
su firma; por lo demás no es inconcebible ni sin prece­
dente que un acrecentamiento, del salario obrero deter­
mine el mejoramiento o aumento del producto.
¿Se me dirá que los obreros no quieren eso? ¿Que
los patrones tampoco? Tal vez están en su derecho, pero
la expresión de su voluntad, el ejercicio de tal derecho
no son el juego fatal de una ley natural. Otras ideas y
otras costumbres pueden modificar dichas voluntades al
civilizarlas: el antagonismo entre dos derechos muestra
el conflicto de dos barbaries enfrentadas, de ningún mo­
do la flexible necesidad natural exterior de las voluntades.

• ·

En esta corrupción del lenguaje que caracteriza a nues­


tro tiempo se pierde de vista el sentido de la noción de
ley en tanto cuanto se la concibe como signo de la suce­
sión entre dos hechos. La elevación del salario y la del
precio de los artículos pueden hallarse en estrecha rela­
ción, pero dicha relación puede y en consecuencia debe
corregirse por medio de otros factores interpuestos con
oportunidad. Aquí, una m ejor administración. Allá,
más ardor en el trabajo. Más arriba, finanzas depura­
das que permitan aliviar las cargas públicas, una des­
centralización racional6, un estudio de la legislación

4 Es dicha plusvalía lo que la experiencia Blum no ¡ha sabido


¡provocar e incluso (ha impedido en seco (1936-1937).
5 La experiencia Blum ha procedido al revés; centralización
y aumento de los impuestos, etc. (1936-1937),
CHARLES MÁURRAS 235

comercial más vigilante. En ningún caso puede la “ ley”


económica significar que una población rica debe morir
de hambre cada vez que el salario de los obreros aumen­
ta en ella, pues equivaldría a decir que la ley de la
gravedad nos obliga fatalmente a rompernos el pescuezo.
Las leyes proporcionan la tabla de las constancias en
la naturaleza. A l hombre le corresponde no dejarse
esclavizar por ellas, sitio aprovechar su fiel informe. En
nombre de las leyes fatales de la caída física, se sube
en globo, y quizá se llegue a los astros. Las fatalidades
de la economía deben así componerse con la mira puesta
en el bien de la nación. No hay proteccionismo, no hay
libre cambio que valgan: hay o vigilancia o incuria, háy
organización inteligente de las tarifas o resignación a
su juego automático y mecánico, que no puede sino ser
desastroso como toda resignación humana a los capri­
chos de la naturaleza. Una situación material tan com­
pleja como la del suelo francés exigiría una policía eco­
nómica áspera y apasionadamente dirigida, pero esta
policía presupone también un Estado fuerte, vivaz; de­
voto a los intereses de la patria entera y no a los de
un partido; un Estado ocupado en el porvenir de los
pueblos y ya no condenado a debatirse sin esperanza
en cada una de las más miserables de las dificultades
del presente; un Estado bien servido, respetado, atento
a las particularidades significativas y afanoso de inter­
pretar cada upa de sus advertencias para traducirla en
acto. . .
LAS C L A S E S

Que haya clases, que el reconocimiento de tal hecho


sea la obra de los partidos más avanzados, he ahí sin
duda una victoria del sentido común sobre la uniformi­
dad y la igualdad soñadas poi· la democracia liberal.
Hay clases, hay que decirlo y pregonarlo: constituyente,
legislador o administrador, un estadista deberá tener en
cuenta la comunidad de intereses y gustos particulares
a los habitantes de una misma zona social.
Querer obrar descuidándolo, equivale a plantear un
problema tachando uno de sus factores principales. Pero
dicho factor esencial, no es el único ni esencialmente
benéfico; nada prueba que él deba por sí solo crear la
paz social.
Si ocurre que se combata de clase a clase, la paz no
reina siempre en el interior de cada una de ellas; entre
quienes más se combate generalmente es entre pares. La
rivalidad de Mónteseos y Capuletos sintetiza él caso de
las aristocracias gobernantes; pero las burguesías nada
tienen que envidiarles y sabemos cuán violentas animosi­
dades pueden proseguirse entre familias de abogados o
mercaderes, como vemos las mismas luchas, fratricidas en
lo que hoy se llama la clase obrera.
Esas guerras intestinas pueden sin duda ser apacigua­
das por un enfoque juicioso del interés común. Pero lo
mismo puede suceder con las luchas de clase a clase, a
favor de importantes comunidades de intereses, los cua­
les existen igualmente de una a otra.
Puede dividirse la sociedad por descansillos, por pisos
y por zonas; pero esta división natural no es la única: ;
de un grado a otro de la escala hay relaciones de soli­
daridad estrechísima. Del más bajo al más alto. La¡
CHARLES MAURRAS 237

industria del pan, la de la construcción, se extienden


de la más humilde vida rústica o urbana a los rangos
superiores de la más alta sociedad; la solidaridad entre
todos quienes tienden a crear los mismos productos pue­
de y debe pues ser tan viva y profunda como la solida­
ridad de una misma clase: ¡es mucho más social y
pacificadora!
Nosotros la preferimos con creces. Sin negar las cla­
ses, las subordinamos a las corporaciones de los oficios
que reúnen a todas las clases y juntan los miembros de
la nación, en lugar de ubicarlos divididos.

LA CLASE Y EL INDIVIDUO
El que abandona su posición social, si lo hace sin
motivo y demasiado pronto, corre el riesgo de dañarse
a sí mismo y de dañar a los demás: mal doble y triple,
que se debería evitar en el interés de cada uno y
de todos.
J£1 espíritu revolucionario cree a la política llamada
a distribuir premios a los individuos; ignora que su
función es hacer prosperar la comunidad. Donde la
sabiduría universal piensa en la dicha colectiva, en el
bien público, en la unidad social, es decir, en la fami­
lia, el Estado, la nación, el espíritu revolucionario pien­
sa en la dicha y la satisfacción privadas. Naturalmente,
al primer rumor de esa noticia, el individuo acude tem­
bloroso, pidiendo su parte. Pero se lo engaña, y dicha
parte es vana. Lo que hace la desgracia de los grupos
que lo engendran, rara vez constituye su felicidad; aque­
llo que daría paz y orden a dichos grupos, con frecuen­
cia se lo daría a él también. Se empobrece la sustancia
de un país, se vuelve anémico a un pueblo cuando se
sostiene que todo niño inteligente debe pasar, de la plebe
a la nobleza, del trabajo manual del campo al trabajo
manual de la pluma, cambiar su blusa por la levita o
el saco del empleadillo y del maestrito de escuela; el
238 MIS IDEAS POLÍTICAS

orden de la comunidad lo sufre evidentemente, pero el


titular de, esa transferencia no se enriquece ni mejora
necesariamente con ello; tal ascenso, si puede enorgu-
llecerlo, comporta igualmente una ruptura de hábitos
por falta de preparación, que puede hacerlo sufrir, al
exponerlo a sinsabores y penas que no hallarán com­
pensación.
Todo espíritu objetivo advierte que lo difícil no es
llegar, sino mantenerse de padre a h ijo : las alturas so­
ciales y aun las posiciones medias son en extremo difí­
ciles de conservar más allá de la primera o segunda
generación: son fuertes las tentaciones, fácil el ablan­
damiento, probable la caída. ¿Cómo podrían ejercerse
las tareas de la división social sin el poderoso y vasto
movimiento espontáneo de traslación secular que trae a
los buenos y se lleva a los malos? La maravilla no está
en que muchos se reemplacen unos a otros, sino en que
un pequeño número no sea reemplazado. Algunas fa­
milias tienen larga vida por la energía de sus fibras, por
la solidez de la tradición y por la calidad del esfuerzo.
Son pocas. El Estado debe más bien ayudarlas: es la
eliminación lo que constituye el hecho corriente llama­
do derecho común.

LA VERDAD HISTÓRICA SOBRE LAS CLASES


La Revolución cambió el curso natural y el ritmo
normal de la vida en Francia. No hay pues que alabar­
la, ni por consiguiente censurarla de haber inventado
lo que ningún suceso histórico podría inventar: un he­
cho tan natural como el movimiento que renueva las
altas clases por la ascensión de familias, y a veces hasta
de tribus enteras, salidas del pueblo. ¿Cómo se habría
reformado la aristocracia militar en Francia después
de la guerra de los Cien Años, o después de las guerras
de religión, tan mortíferas, sin el movimiento de trans­
ferencia que hizo pasar la toga a la espada y renovó la
CHARLES MAURRAS 239

loga de pie a cabeza? ¿Cómo explicar si no un movi­


miento de: la misma especie de aquel período Luis ca­
torceno, reinado de vil burguesía, según Saint-Simon, y
¡que llevó al Tercer Estado a su apogeo? No se puede,
¡ sin embargo, juzgar las costumbres del antiguo régimen
! por los efectos de algunas ordenanzas dictadas dos o
¡tres lustros apenas antes de 1789 y que muestran un
¡pensamiento de reacción tan pasajero como alocado.
¡En Francia jamás, ni siquiera en aquel acceso, de fiebre
iaristocrática, causa de entredichos enojosos entre dos
clases tan vecinas como entonces lo eran el Tercer
¡Estado y la Nobleza, y que tuvo asimismo la desdicha de
enajenar a una parte de la nobleza una parte del pueblo
de París y de diferentes provincias. ¿Qué importancia
tienen, os lo pregunto, esas anécdotas al lado de diez
siglos de sensatez política continuada?

* »

El libro de oro del patriciado acabó por cerrarse en


Venecia. En Francia jamás, ni siquiera en aquel acceso
final, el antiguo régimen jamás cesó de admitir el paso
de una clase a otra. Lo admitía, lo protegía y, si acaso
era necesario, según los tiempos lo favorecía. Pero no
lo provocaba. 0 para decirlo mejor, no erigía en deber
la decisión de provocar tales abandonos de la propia
clase. La constitución de ese deber contra natura, tal es
precisamente la tara del régimen moderno o más bien
(pues dicho régimen no existe a causa de su tara) la
tara de la concepción moderna del Estado.

* *

Todos los hombres políticos dignos del nombre, a cual­


quier tiempo y nación que pertenezcan, saben que un
cambio, en cualquier respecto que se produzca, es un
tema digno de las atenciones y las precauciones más vivas.
Que un hombre cambie de comarca y, según la expre-
I- '

L
240 MIS IDEAS POLÍTICAS

sión de Mauricio Barres, se desarraigue, es una pertur­


bación, qué puede ser feliz y fructífera si el sujeto des­
arraigado halla, sin mucho retardo y sin causar pertur­
bación en su medio, un suelo mejor y más favorable a
sus aptitudes. Con todo, es preciso vigilarlo, y no supo­
ner que el mero hecho del cambio sea un bien en sí.
Del mismo modo, que otro hombre cambie de clase,
es otra perturbación y otro riesgo, que puede ser feliz
para el público como para el individuo qué abandona
su clase si éste se agrega en poco tiempo a otra, con
otras funciones m ejor adaptadas a sus condiciones y vir­
tudes personales: ahí tampoco hay que creer que el
mero hecho de buscar lo mejor permita encontrarlo, y
que el deseo de progreso, aun seguido de esfuerzo, asi­
mismo coronado por un éxito aparente, sea el progreso
mismo.
En una palahra, el abandono de su clase por el indi­
viduo debe ser tratado por la Política, si es nacionalista,
como un mal intrínseco, de que pueden salir grandes
bienes, o mayores males». La consideración de los bienes
eventuales puede hacer aceptar el mal pasajero que es
su condición: pero el riesgo de los males posibles dehe
entrar en la cuenta.
* *

Ahora hien: he ahí la parte de la cuenta descuidada


y que por fuerza debe descuidar el espíritu revolucio­
nario. Siéndo liberal, dicho espíritu no concibe más
que a los individuos. Siendo igualitario y democrático,
dicho espíritu no considera de los individuos sino los
valores y las capacidades personales, sin calcular las
capacidades de circunstancias, y los valores de posición.
Además, se determinará por su lógica interna para con­
siderar muy poco estos últimos, así como igualmente
para exagerar las primeras.
EL CONFLICTO SOCIAL

La primera preocupación del legislador debe ser la


de sustraer el dominio social a las pasiones y a los inte­
reses de la política.

La paz social se asemeja a la paz de las naciones;


dura por un esfuerzo que se debe renovar incesante­
mente.

Será preciso plantear la cuestión social en relación


con lo que constituye su objeto.
Se la plantea en términos subjetivos, es decir, en re­
lación con los súbditos de marras: patrones, obreros,
proletarios, propietarios. Lo que es natural en Repú­
blica democrática, donde todo depende y debe depender
de la voluntad de los individuos, y que votan.
Se divide a los ciudadanos franceses por clases, según
el grado de fortuna o de rango que ocupan, o el grado
de la escala social a que se elevaron. De ahí estas fórmu­
las brutales: los que no tienen nada contra los que lo
tienen todo, los que trabajan contra -los que disfrutan,
etcétera. La verdadera, la sólida, la consistente realidad
está ausente de esas clasificaciones enteramente acciden­
tales. Un campesino pobre, un propietario de campaña
y un obrero agrícola en realidad tienen más intereses
comunes de los que jamás tendrán entre sí un proletario
de la ciudad y un propietario del campo, un rentista
de gran ciudad y un gran aparcero. La distribución
242 MIS IDEAS POLÍTICAS

por clases, por zonas sociales fundadas en la riqueza o


el rango social es enteramente ficticia.
Hay que clasificar por profesiones, por objeto traba­
jado, pues cada categoría tiene sus pobres y sus ricos,
sus proletarios y sus propietarios, ayudando éstos a
aquéllos, aquéllos socorridos por éstos.
El viejo pregón judío-alemán de: proletarios de todos
los países, unios, no se profirió únicamente de circuns­
cripción territorial a circunscripción territorial, sino
que fue llevado de profesión a profesión, de oficio a
oficio, de cuerpo social a cuerpo social.

No liay un solo mal, el proletariado. Hay dos males:


el proletariado y el capitalismo. De su confrontación
surge la idea de su antídoto común.
¿Qué antídoto? La incorporación del proletariado en
la sociedad por operación de fuerzas políticas y morales
distintas del Capital: del Gobierno hereditario, de la
Corporación y la Religión, las que quitarán al Capital
su ismo despótico, impidiéndole reinar solo.
EL C A M P E S I N O

¿Por qué está el campesino descontento del lugar que


la República le ha hecho en el mundo? ¿P or qué el
hijo del campesino francés cambia de oficio? ¿Por qué
se despueblan las campañas francesas? ¿Por qué hay
que recurrir a hordas extranjeras en la época de las
grandes zafras? ¿Por qué a despecho del maqumismo,
el viejo puente-nuevo sigue siendo una verdad y se oye
cada vez más que la tierra carece de brazos?
La respuesta es sencilla. Lo que la República podía
hacer por el campesino era muy limitado. El Kamtchat-
ka de sus concesiones a la antidemocracia fue permitir
la asociación rural, que dio frutos excelentes. Pero di­
cha asociación quedó estrictamente limitada a los con­
temporáneos. El campesino puede contratar libremente
con sus vecinos y sus prójimos, a la vez que con sus
colegas más alejados: le está prohibido contratar libre­
mente, en la duración de los tiempos, con aquellos que
descienden o descenderán de él. No tiene ni libertad
de testar, ni los derechos de sustitución, verdadero equi­
valente moderno del antiguo derecho de mayorazgo, lo
que grava a la tierra con la más pesada de las servidum­
bres: el reparto igual y, por vía de consecuencia ineluc­
table, las fuertes hipotecas, al cabo de las cuales están
los inevitables despojos. Un elemento moral, la heren­
cia comprendida sanamente, es el único que asegura la
posesión durable del primero de los materiales: del suelo.
* *

Una burguesía de picapleitos fue la principal bene­


ficiaría del loteo del antepenúltimo siglo. En las ocasio­
nes en que los campesinos recibieron vanamente su
244 MIS IDEAS POLÍTICAS

parte de los despojos, los antiguos propietarios fueron


rápidamente vengados por los daños que desde entonces
agobiaron a la pequeña propiedad. No soy de aquellos
que encaran bajo el aspecto de fatalidades históricas
insuperables la evolución de la propiedad hacia el des­
pedazamiento y la destrucción. Pero una vez producido
el fenómeno, una vez despojado el gran propietario, el
pequeño propietario lo aprovecha poco: criatura del
financista y del traficante en bienes raíces pronto se
vuelve su víctima.
Los parásitos se le echan encima y lo despojan en
poco tiempo. Parasitismo imposible de evitar; armado
con los abrumadores derechos de mutación y sucesión
que promulga la democracia, el fisco está ahí para
entregar la pequeña propiedad a la usura. Y la usura,
a su vez, reconstituye en lugar de los dominios tradicio­
nales, dominios a veces más vastos, pero en propiedad
colectiva, tristes haberes de esa fortuna “ anónima y
vagabunda” que despoja a todo agricultor, pobre o rico,
noble o villano, de las culturas de la patria.
* «

Los sistemas políticos tienen efectos automáticos, y la


voluntad humana, por libre que sea, tiene pocos medios
para anularlos. El régimen electivo presupone la igual­
dad de los electores, la que presupone la igualdad de
las funciones: si se sobrentiende que un hombre vale lo
que cualquier otro, o una función lo que cualquiera
otra; que se puede indiferentemente y a la vez ser cam­
pesino, burgués, diputado, senador, presidente de la
República, nadie querrá ya ser campesino, y cada cual
será más o menos candidato a la presidencia. La demo­
cracia es una bomba aspirante, y la escuela su órgano
esencial de aspiración. No se la reformará. Lo que hay
que destruir es el régimen si se quiere reencontrar el
equilibrio de los intereses y restaurar el curso de los
honores y de los valores.
CHARLES MAURRAS 245

El régimen estéril esterilizó a la nación. Si la elec­


ción nacional no recae donde es debido, si el trabajo
de campo no es ayudado y continuado, las probabilida­
des de porvenir nacional quedarán reducidas a tan poca
cosa, que el único medio de oponer fuerza a fuerza,
causa a causa, factor material a factor material en de­
mocracia quedará perdido por el simple hecho de dicho
abandono.

CÓMO ES DESTRUIDA LA PROPIEDAD


Hay partidarios de la pequeña propiedad. Los hay
de la mediana o de la gran propiedad. Jamás compren­
dí mucho esa especie de divisiones, cuando es tan fácil
comprender que las grandes explotaciones apoyadas en
fuertes bases hereditarias son inmensos bienes históri­
cos, pero que la pequeña y la media propiedad conve­
nientemente defendidas, proporcionan en cada momen­
to de la vida nacional una admirable fuente de energía
inteligente y de mesurada actividad. Los demócratas
tienen la costumbre de proceder por fórmulas excluyen-
tes, entre las cuales queda poco por concebir. Nosotros
procederemos al revés, por afirmaciones adicionadas,
compuestas, organizadas. Nos place tener bajo la misma
mirada las diferentes formas en que se enlazan y ayudan
recíprocamente las instituciones naturales. Donde el
espíritu revolucionario profetiza que esto matará aque­
llo, nosotros decimos que esto podrá hacer nacer aquello,
o se las arreglará con aquello.
La gran propiedad necesita para desarrollarse, defen­
der, guiar y patrocinar: como, para resistir y mantenerse,
la pequeña propiedad necesita ser amparada, guiada y
defendida. Pero dicha común necesidad mutua está ella
misma sometida a una condición política. A esas dos
propiedades les hace falta un Estado libre de la servi­
dumbre del oro. Para que la pequeña y la gran propie­
dad puedan hacer apelación al ministerio del oro sin
246 MIS IDEAS POLÍTICAS

tener que temerle como el árbitro de todo es precis<


que el Estado sea bastante poderoso para dominar 1;
usura, bastante sensato para moderar al fisco, y pro
porcionarlo eon los intereses de la fortuna nacional, 1
que está incorporada al suelo; bastante dueño de sí po:
fin para no pedirle nada a la elección democrática.
EL OBRERO

Cuando se razona sobre los obreros, la burguesía pien­


sa y habla como ella les reprocha a los obreros vivir:
divaga sin preocupación por el mañana, sin previsión,
sin tener en cuenta el conjunto de la situación. No
hagáis caso de las conversaciones de hombres qué a
menudo traducen más ideas de las qüe pertenecen a su
ambiente a título de expresión de la sensibilidad de
una clase, tomad lo que dicen las mujeres sobre el tema
y admiraréis cuánta ceguera se puede agregar al espí­
ritu de justicia y a la caridad.
Ellas dicen:
— ¿N o es el obrero más feliz que antes? ¿No vive
con más holgura y comodidad? ¿No está m ejor vesti­
do y alojado? ¿No come m ejor?
Es verdad. Pero ellas olvidan que tal es el caso
general. La vida general ha elevado sus condiciones de
poder material, y este progreso común a todos no es
el de una sola clase. Los agravios de ésta, si existen,
quedan intactos.
— Los salarios aumentaron — agregan ellas.
— Seguramente. Pero todo aumentó, incluso el costo
de la vida.
Y la observación precedente se verifica una vez más.
— Sí, pero el patronado jamás se mostró tan pródigo
en beneficencia y ayuda social.
Y enumeran los suplementos de salario y las sub­
venciones directas del Capital anónimo o del Patrón
personal. .. Y se agrega de buena gana, si se habla de
los suyos:
— Mi padre, o mi hermano, ¡es tan bueno! ¡Mi ma­
rido es tan generoso! ¿¡Q ué más quieren que hagan!?
2 48 MIS IDEAS POLITICAS

¡Pero nada! O más bien una sola cosa. Sencillamente,


señora o señorita, esto: ¡que comprendan! Vuestro se­
ñor padre, vuestro señor hermano o vuestro señor ma­
rido no son inmortales. Pueden verse llevados a cesar
su explotación. Sus buenas disposiciones, mortales y
cambiantes, como todo lo que vive, pueden desaparecer:
de excelentes, volverse inicuas; de generosas, volverse
avaras; de benévolas, volverse contrariantes y dificul­
tosas. Todo lo que de ellos depende, ¿variará así tam­
bién? Y la condición del obrero ¿debe seguir tales
variaciones?
La bondad de vuestro señor padre o de vuestro señor
marido asegura a los proletarios que de él dependen
una posición estable, un porvenir reglamentado, una
vejez al abrigo de las primeras necesidades. ¿Y si esta
bondad cambia? ¿Si un contrato de venta la reemplaza
por la indiferencia de una “ sociedad” ? ¿Admitiréis que
todo lo demás sea puesto en cuestión? ¿Que todo aque­
llo que se creía estable deba volver a bambolearse? Yo
no digo: No es justo; digo: No es posible, pues ahí se tra.
ta no de una acción, sino de un hombre capaz de pensar
y de obrar, que debe querer volcar ese sistema de ines­
tabilidades opresivas. Si admitís la imposibilidad de
deteneros ahí, discerniréis la verdadera cuestión, que es
de principio. ¿Será el obrero dueño del mañana?
La cuestión no se plantea muy duramente en los pe-
quéños oficios calificados, que se ejercen en localidades
de mediana población. Donde todos se conocen, las cos­
tumbres estableecn por sí mismas un mínimo de orden
y de paz. Los rigores anárquicos se dulcifican de hecho.
Pero se hacen sentir con toda su violencia en las vastas
aglomeraciones de la gran industria, donde miles de
obreros enganchados individualmente ocupan un puesto
que a veces les vale buenos salarios, pero que no lo
ocupan sino por azar, para un día. Nada hay que lo
garantice. Quienes lo pierden, pierden exactamente todo
lo que tienen. Si no ahorraron nada, no les queda sino
tender la mano.
Pero ahí se levantan las voces que ya conocemos:
CHARLES MAURRAS 249

‘‘ ¡Tanto peor! ¡Era cosa de ellos, cuando ganaban mu­


cho! Cada uno debe arreglárselas” , e t c . . . . Uno en
efecto se las arregla, y como puede. Es un hecho que
el obrero apenas puede o sabe economizar. Pero desde
que se le predica arreglárselas, es otro hecho el de que
se las arregla asociándose, coaligándose con sus camara­
das. Su sistema para arreglárselas consiste en pedir por
la coalición y la huelga, los más altos salarios posibles,
sea con miras al ahorro, sea para otros objetivos. No
hay por qué preguntarle cuáles: es asunto suyo, es su
lucha. Sí. El caso de la lucha de clases nacerá o volverá
a nacer cuando una clase hable del deber de las otras
en lugar de examinar si ella cumple el suyo.

* ■ ■ *

En lugar de imaginarse a todo obrero como perezoso,


agitado, disipador, ebrio, imagínese un obrero normal,
ni demasiado laborioso ni demasiado haragán, aficiona­
do a veces a levantar el codo sin ser alcoholista, de mano
abierta, pero no agujereada; imagíneselo debiendo sos­
tener a una mujer y a sus hijos. Y pregunto: ¿Si dicho
proletario de esa laya puede admitir con facilidad que
su porvenir no dependa sino de la bondad de un buen
señor,, aún muy bueno, o de las generosidades de una
compañía que puede de la noche a la mañana borrarlo
de la lista de su personal? Si no se dejan a dicho obrero
normal otros recursos que ahorrar de sus altos salarios
inestables, ¿no se lo obliga desde entonces y en concien­
cia, hasta en nombre de sus deberes de padre y esposo,
a mostrarse ante el empleador exigente hasta lo absurdo,
hasta la locura, hasta la destrucción de su industria nu­
tricia? En tal caso, únicamente la exigencia le asegura
el mañana.
Situación sin analogía en la historia. El siervo tenía
su gleba y el esclavo su amo. El proletario no posee su
propia persona, no estando seguro del medio de alimen­
tarla. No tiene “ título” , ni “ estado” . Es salvaje y vaga-.
250 MIS IDEAS POLÍTICAS

hundo. Se puede sufrir por lo que él sufre. Pero mal


que él lo sufre la sociedad misma. Se comprende la
cuestión obrera cuando se ha visto bien que ella está ahí.

* «

El obrero que no tiene más que su trabajo y su sala­


rio debe naturalmente aplicar su esfuerzo a ganar mu­
cho con poco trabajo, sin escrúpulo de agotar la indus­
tria que lo emplea. ¿Por qué se preocuparía acerca del
porvenir de las cosas, en un mundo que no se preocupa
por el porvenir de los suyos?
Todo en su destino lo confina al presente: él le saca
lo que el presente puede darle. Es posible que lo expri­
ma. Es él el primer exprimido.
—Lo que no quita para que con eso mate la gallina
de los huevos de oro. Lo que no deja de ser el acto de
un idiota puro.
—Admitamos que sea idiota, mi querido señor. ¿Y
usted? Usted le critica que comprometa su porvenir:
luego, lo exhorta a pensar en él; ahora bien, quiere us­
ted decirme bajo qué forma un proletario asalariado
puede concebir el mañana?; como no sea bajo forma
de alto salario siempre inflado, no tendrá más remedio
que figurárselo como la conquista de lo que usted llama
su propio bien, y de lo que él llama “ instrumento de
su producción” . Tales pretensiones, tal vez insanas, son
aquellas que deberían nacer de la desesperación de un
ser humano reducido a la triste suerte del simple asala­
riado. Todo le impedía tener previsión razonable: su
previsión se ha vuelto irracional.
Lo que no quita para que haya producido magníficas
virtudes de mutua devoción.
El honor sindical, la unión de las clases son fuerzas
morales que no se debe subestimar, aunque hayan sido
horriblemente explotadas y envenenadas por los políti­
cos demócratas.
CHARLES MAURRAS 251

¿De dónde proviene dicha explotación? ¿Qué la per­


m ite?; ¿la produce y, a veces, la vuelve necesaria?

* *

El burgués no comprende que si el obrero y él no


abordaron todavía en serio y cordialmente, como ciu­
dadanos del mismo pueblo y órganos de un mismo Esta­
do, la difícil, pero clara cuestión que los obsesiona, es
porque la política democrática republicana debió — por
su interés más egoísta— enfrentarlos con problemas apa­
rentes y de pura fachada. Letrado, culto, dueño de
grandes ocios para la reflexión, el burgués no supo leer
lo que el obrero que colgaba el busto de Mariana (a)
delante de la Bolsa del Trabajo descifró con facilidad:
el nombre y el apodo del enemigo común: ¡política!,
¡ democracia!
¡O h!, no es inferioridad de vuestra parte, señor bur­
gués, es también vuestra previsión, y en esta previsión,
timidez. No veis la cuestión porque teméis verla, en
razón de las perspectivas muy seriamente inquietantes
que podría mostraros. Pues la cuestión, la verdadera,
que consiste en establecer al proletariado, representa y
acarrea de vuestra parte ciertas concesiones de fondo, y
sacrificios de forma, que revisarían todo el régimen eco­
nómico existente. Ahora bien: véis ya perfectamen­
te hasta dónde se puede haceros ir, marchar y correr
si tomáis ese camino. Si concedéis A, se os pedirá B,
y será preciso llegar hasta la Z. Más vale defen­
derlo todo, puesto que se declara quererlo tomar todo,
y que entre quienes se defienden como vos y la nueva
clase ávida y ambiciosa que os ataca, nadie está y en
Persona, para hacer respetar y durar un justo acuerdo
recíproco consentido. *

(a) Ajpodo ¡peyorativo que los antirrepublicanos dan en Francia


a la Re¡p&blica. (Nota del traductor).
6 Estas lineas fueron escritas hacia 1908, en ocasión de las
huelgas de Draveil-Vigneux.
LA ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO:
CORPORACIÓN Y SINDICALISMO

LA CORPORACIÓN

Si en e l siglo XIII y mucho, mucho tiempo después, si


en vísperas de la Revolución, la corporación prestaba
servicios, dichos servicios no se limitaban al provecho
privado de sus miembros; comportaba ventajas públicas,
quiero decir ventajas para la propiedad. El obrero or­
ganizado en la corporación de un oficio se beneficiaba
con la inmensa fuerza que la asociación y la unión agre­
gan a cada unidad humana; si la organización de tales
unidades contribuía a volver estable y próspera la socie­
dad: comportaba pues una disciplina para la corpora­
ción y sus miembros, para el grupo y las personas que
lo componía.
El individuo, como se osa decirlo 7 no era, pues,
“ libre” : para ser feliz, soportaba para bien y para mal
“ la fuerza” del grupo, quedando encuadrado y regimen­
tado en la corporación, aun en las épocas en que ésta era
floreciente. Y no fue por el abuso de los cuadros ni de
las reglamentaciones como la corporación pereció.
— La corporación había declinado no porque encua-

7 Si hablamos de obreros y de trabajadores franceses, no


digamos: el individuo. Este 'perro es un individuo. Este otoño es un
individuo. El primero de los seres vivos, por más abajo que se lo
tome en la escala orgánica, es un individuo. Para un Hombre, para
un Obrero, para un Francés, empleo el único término conveniente,
y digo que es una persona, y al restablecer el vocablo adecuado
no hago solamente trabajo de gramático, sino que evito un error
que la lógica impondría; pues si el individuo es dios, no· se le pone
bozal al individuo perro, no se atraviesa al individuo' pollo con el
hierro del asador, no se arroja al individuo grano de trigo bajo
la rueda del molino.
CHARLES MAURRAS 25$

draba demasiado, sino porque lo hacía mal, porque a


la larga sus cuadros habíanse vuelto demasiado estrechos
y minuciosos, y se habían prestado a la constitución de
monopolios abusivos, a veces peligrosos para el público,
a veces embarazosos para ciertos especuladores y gente
de horca cuyo poder estaba en vías de aumentar. Pese
a todo, era sobre esa vieja base muy reformable donde
subsistía el trabajo nacional; y cuando ya bajó la reye-
cía, la pandilla de los economistas y russonianos la hizo
bambolear, y quiso romperla, el sentimiento público en­
cabritado opuso tales resistencias que fue necesario com­
poner y ceder terreno. Como las quejas contra la corpo­
ración de oficios no procedían de miembros “ oprimidos” ,
sino del exterior, principalmente de políticos teóricos y
hombres de negocios, las viejas trabas molestaron, sobre
todo, a los ambiciosos y a los explotadores, y hubo que
retroceder. El rey Luis X V I tuvo el buen sentido de
retraerse: no lo bastante, pero algo. La Revolución no
retrocedió. Dictó el decreto Le Chapelier, que cada
cual puede leer en nota de la página 2 del Anuaria de
los sindicatos. 8
Este decreto no volaba de ningún modo al socorro de
comodidades personales: ¡era la expresión de la teoría
russoniana, y no otra cosa!

8 He aquí el texto del artículo III de la Ley Le Chapelier,


año II: “ Si contra los principios de la Libertad y de la Consti­
tución, ciudadanos dedicados a las mismas profesiones, artes
y oficios, tomasen deliberaciones o hiciesen convenios tendientes
a rehusar de concierto o a no aceptar sino a determinado precio el
socorro de su industria o de su trabajo, dichas deliberaciones o
convenios, acompañados o no por Juramentos, son declarados
inconstitucionales, atentatorios a la Libertad y a la Declaración
de los Derechos del Hombre y de efecto nulo” .
Los obreros y jornaleros fueron advertidos además, por una de­
cisión del Comité de Salud Pública, del segundo día de pradial del
año H, quie todos aquellos que se coaligaran en el terreno profe­
sional para defender sus intereses comunes supuestos compare­
cerían ante el tribunal, revolucionario.
Una ¡petición se dirigió a la Asamblea Nacional por miles de
obreros de las corporaciones. Le Chapelier la hizo rechazar, e
hizo decretar que las reuniones de obreros eran inconstitucionales.
Finalmente proclamó en la tribuna que ya no había más que el
interés particular de cada individuo y el interés general del
gobierno.
254 MIS IDEAS POLÍTICAS

El espíritu de ese decreto era el de prohibir a los


obreros (o a los patrones), coaligarse “por sus intereses
comunes supuestos” . — ¿Porque su comunidad era opre­
siva para los unos o los otros? ¡A h, no!: porque sus
asociaciones y uniones inspiraban suspicacias a los celos
que un Estado, que los russonianos, llamados entonces
jacobinos, no concebían sino como absoluto y sin límites,
emancipado de toda sociedad secundaria, conforme al
voto esencial del Contrato Social. Fue contra el interés
y la libertad de las personas, obreras y patronales, que
se dictó el famoso decreto: las violentas resistencias
que halló desde entonces lo prueban con abundancia.

La historia obrera del siglo xix no es más que una larga


aspiración y una ardiente reacción de las personas obre­
ras y de las voluntades obreras, contra el régimen de
aislamiento “ individual” impuesto por la Revolución,
mantenido por el bonapartismo y el liberalismo burgués
sucesor del jacobinismo, no menos despótico, que llegó
a imponer su insana doctrina a la reyecía de julio, pero
que fue vencido (a medias y de la mala manera) bajo
el segundo imperio, cuando por fin el derecho de coali­
ción reconocido fue desencadenado, en lugar de ser
organizado.
e

DEL SINDICALISMO
La concentración sindical responde a la concentración
capitalista, con armas similares, y su lucha cesa de ser
enteramente desigual; será necesario o contar con la
masa obrera organizada o resignarse a interrumpirlo to­
do, a paralizar la industria, la nación, la civilización.
La última hipótesis es inaceptable. Es preciso que la
obra sea. Es preciso que el mundo moderno prosiga su
tarea propia, que consiste en ordenar nuestra Tierra.
Es preciso que intervenga un tratado entre los principios
en guerra y para provecho de todos. Las relaciones del
CHARLES MAURRAS 255

trabajo con el capital deben regularse por compromisos


recíprocos, que les permitan concederse garantías equi­
valentes, estableciendo por una y otra parte, la fuerza
Kla prosperidad.
La guerra social tiene partidarios; cualesquiera que
lean, quieran lo que quieran, no pueden querer que
licba guerra sea eterna. Y la inmensidad de los daños
;on que ambos campos están amenazados por igual, más
d campo obrero que el patronal, en verdad, mostrará
Jaramente que las ventajas de la guerra, de sus labores,
le sus ejercicios y de sus pruebas, no pueden concebirse
lino a título transitorio. Hay que llegar a la paz de.
odos modos; y si se reconoce por una parte que la paz
ocial por el socialismo (o la puesta en común de los
nedio6 de producción) es solución quimérica, por la
►tra se vuelve a la realidad sindical, primer germen de
a organización corporativa, la que de suyo define o
ugiere un acuerdo. Acuerdo a la vez industrial y moral,
lindado en el género del trabajo, inherente a la persona
leí trabajador, y que reconoce a quienes no tienen
»ropiedad material propiamente dicha, una propiedad
lamada moral: la de su profesión, un derecho: el de
u propio grupo profesional. Es la única idea capaz
le pacificar al trabajo dándole una ley aceptable para
odos los interesados. Pero la pacificación y la legisla-
ion del trabajo presuponen un orden político. Mien-
ras los ambiciosos y los intrigantes hallen en las pertur-
aciones sociales el medio legal y fácil de entrar a las
sambleas y los ministerios, las leyes mismas serían
orjadas con miras a provocar y facilitar dichas per-
firbaciones.
Este régimen, es la prima para los agitadores. Orga-
iza, regula con toda exactitud su carrera. Quienquiera
aya predicado la huelga y la deserción, siempre será
ecompensado por los sufragios del pueblo.
No se llega· de otra manera. Hay que pasar por los
ifimos grados de la perturbación y de la anarquía para
olverse guardián del orden. El personal del Gobierno
gpublicano se recluta por la Revolución.
VII

RETORNO A LAS COSAS VIVIENTES


FRANCIA Y LOS FRANCESES

Ponemos a Francia ante todo, y al servicio de Francia,


nos esforzamos por establecer exámenes exactos e ideas
verdaderas.
Nacer en Francia y de vieja sangre francesa, aun cuan;
do se proceda del último de los desheredados, es aun
nacer poseedor de un capital inmenso y de un privilegio
sagrado. Es llevar consigo, y. en sí, un título de herencia.
Es adquirir posibilidades de progreso moral y material
que no fueron ofrecidas con tal abundancia a los hijos
de ninguna otra nación.

[·;

Las largas duraciones históricas merecen, en el pasado,


una admiración estudiosa; en el presente, nuestra filial
devoción. Que haya una Francia, que ese tesoro territo­
rial, intelectual y moral haya descendido a través de
los siglos hasta nosotros, es un beneficio que todo ciuda­
dano y todo hombre digno de este nombre deben empe­
ñarse en prolongar y perpetuar. Aunque el fin de cada
uno sea inevitable, los obreros de la sociedad futura tie­
nen el deber de trabajar por el porvenir; no como se
nos lo hace decir con harta estupidez, según los antiguos
planes, sino sobre planes conformes a esas grandes leyes
que permitieron a los antiguos planes el ser seguidos.

El cimiento de la nación francesa no es poderosísimo,
el depósito de nuestras tradiciones no se acumuló en
la raza y en el país, sino porque Francia existe por
modo muy diverso del mero hecho de constituir una
260 MIS, IDEAS POLÍTICAS

treintena y una cuarentena de millones de cabezas vi­


vientes. Cuarenta millones de hombres vivientes, sí;
pero un billón de hombres muertos. El verdadero ci­
miento, helo ahí.
Como Francia es políticamente anterior a los france­
ses, la agricultura francesa es superior a los campesino*
franceses, la industria francesa a los industriales fran­
ceses. Pastoreo y laboreo , decía Sully; el gran ministro
de un gran rey se cuidaba muy bien de decir: pastores
y labradores.
LA PATRIA

LA PATRIA: HECHO DE NATURALEZA


Nuestra patria no nació de un contrato entré sus hi­
jos, ni es el fruto de un pacto consentido entre sus
voluntades: he ahí algo que el espíritu de fines del siglo
XIX admitía ya. Pero he ahí también algo que se rehu­
saban a servir, a saludar y siquiera a admitir los soste­
nedores lógicos del individualismo revolucionario: la
idea de patria. Sólo que ésta pudo imponerse, gracias
a la fuerza de las amenazas europeas: fue luego, preciso
que el Gobierno, poco a poco, se patriotizara y se m ili­
tarizara, que retornase, en una palabra, a la línea del
mayor interés que nos sea común. Pero esta reacción
de hecho, esta reacción instintiva y física, por otra parte
contrariada por las fuerzas y los intereses republicanos,
no es lo que justifica la idea de patria.
* *

Siéntese la tentación de definirla como una asocia­


ción de intereses; pero 6Í la palabra de intereses encie­
rra un sentido precioso, la de asociación destruye su
efecto, pues “ asociarse” es un acto de voluntad perso­
nal, y no es nuestra voluntad lo que nos hizo franceses.
Nosotros no quisimos nuestra nacionalidad, no la he­
mos ni deliberado, ni siquiera aceptado. Algunos tráns­
fugas por cierto la abandonan; quienes se quedan no
eligen quedarse. Es un estado que les acomoda, y que
diez mil veces contra una ni siquiera pensaron que
alguna vez podría dejar de acomodarles. Una asocia­
ción dura por la acción continua de la voluntad perso-
nal, la patria dura al 'Contrario por una actividad- gene-
262 MIS IDEAS POLÍTICAS

ral superior en valor, como en fecha, a la voluntad da


las personas. La patria es una sociedad natural, o lo
que equivale exactamente a lo mismo, histórica. Su
carácter decisivo es el nacimiento. No se elige su patria
—la tierra de sus padres— como no se elige padre y
madre. Se nace francés por el azar del nacimiento, como
se puede nacer Montmorency o Borbón. Ante todo es
un fenómeno de herencia.
La sensibilidad democrática y republicana que so
debate instintivamente contra esas ideas, y sobre todo9
contra sus consecuencias, hace lo que puede por es·
caparles.
* *
Los franceses se vuelven amigos nuestros porque son
franceses; no son franceses porque los hayamos elegido
como amigos. Estos amigos son recibidos por nosotros:
nos fueron dados por la naturaleza. No dejemos jamás
poner aquella carreta delante de este buey. Tampoco
dejemos decir que al poner delante lo que debe estarlo,
sacrificamos lo que sigue, pues esto no está bien sino
estando en su lugar. Nada será más precioso que tener
franceses unidos por lazos de amistad. Mas para tener­
los tales, hay que aceptar los medios, y no contentarse
con declaraciones e inscripciones en las paredes. Más
se hará por la amistad de los franceses con decir el
origen y las fuertes razones de su comunidad nacional,
que con imponerles desde ahora simpatías teóricas, obli­
gatorias. Los franceses de hoy se asombrarán si se em­
pieza por afirmar el carácter forzosamente amistoso de
sus relaciones cívicas, pues la vida social no es de nin­
guna manera un idilio, y los desmentidos a dicbo sueño,
como no cesan de llover en los hechos, multiplican los
motivos de decepción e irritación con que la amistad
efectiva quedará retardada.
* *
Por el contrario, el estudio de nuestro antiguo paren­
tesco francés y de sus ventajas acrecm udas por d i«
CHARLES MAURRAS 263

siglos de colaboración gradual despertaría los sentimien­


tos que unieron a nuestros padres, contra el enemigo
amenazante, en torno al cetro, a la espada tutelar, al
patrón y al defensor coronado. Nuestra historia mues­
tra ser muy cierto que los Estados se fundaron en la
amistad, pero en extremo falso que una vez fundados,
los Estados no se mantengan sino sobre aquella base.
Pues la amistad surtió efecto. Creó una herencia. Y
es entonces cuando dicho principio hereditario pasa a
desempeñar un papel de primer plano. Tal la sugeren­
cia que emana del nombre mismo de patria; como lo
proclama con más alta voz aún el término de nación,
que significa nacimiento, o no significa nada.
Así concebido en su meollo histórico, en su esencia
hereditaria, el patriotismo se aproxima a las ideas con­
tra las que en todo tiempo se levantó la democracia.
Hace desaparecer las viejas repugnancias que podrían
subsistir contra la noción de soberanía hereditaria.
Cuando se comprende que una patria tiene por misión
resistir a las tormentas del Tiempo, cuando se concibe
la nación, como Barres, a modo de “ una cosa eterna” ,
cuando se sabe que Francia no es una reunión de indi­
viduos que votan, sino un cuerpo de familias que viven,
las objeciones de principio se desvanecen y el sentido
histórico reclama como necesidad o conveniencia lo
que primero parecía una dificultad.
Cierto, es necesario q u e. la patria se conduzca con
justicia. Pero no es el problema de su conducta, de su
movimiento, de su acción el que se plantea al intentarse
enfocar o practicar el patriotismo, sino la cuestión de
su existencia misma; el problema de su vida o de su
muerte.
Para ser justa (o injusta), ante todo es preciso que
exista. Es sofístico introducir el caso de la justicia, de
la injusticia o de cualquier otro m odo de la patria, en el
capítulo que sólo trata de su ser. Agradeceréis y honra­
réis a vuestro padre y a vuestra madre, porque son tales
con independencia de su título personal a vuestra sim­
patía. Agradeceréis y honraréis a la patria, porque ella
264 MIS IDEAS POLÍTICAS

es ella, y vosotros sois vosotros, con independencia de


las satisfacciones que ella puede dar a vuestro espíritu
de justicia o a vuestro amor de la gloria. Vuestro
padre puede ser enviado a presidio: lo honraréis ¡lo
mismo. Vuestra patria puede cometer grandes errores:
empezaréis por defenderla, por conservarla segura y li­
bre. Nada perderá con ello la justicia; la primera con­
dición de una patria justa como de toda patria, es la
de existir; y la segunda, por otra parte, la de poseer la
independencia de movimientos y la libertad de acción
voluntaria sin las cuales la justicia ya no es más que
un sueño.

EL EGOÍSMO PATRIÓTICO
Sí, todos los socorros de los hombres, se deben al
hombre. Edipo y don Juan están de acuerdo. Con todo,
me parece recordar que está más recomendado socorrer
ante todo a nuestro prójim o, y como prójim o (en el
lenguaje sagrado, proximus), es un verdadero superla­
tivo, de ahí resulta que nuestra primera caridad debe
enderezarse hacia los seres humanos menos alejados de
nosotros.
¿Es esto egoísmo? N o; salimos así de nosotros, de
nuestro verdadero nosotros, el que se llama yo. Ninguna
huella hay de egoísmo en tomar ante todo como objeto
de nuestros cuidados a gente a cuyo lado la suerte nos
puso en la vida. Es con móvil juego de metáforas cuando
se dice: egoísmo nacional o “ egoísmo sagrado” . Tales
egoísmos colectivos no tienen sujeto personal único que
sea su responsable. Las así llamadas críticas del egoísmo
nacional no tienen ningún objeto. Quien sirve a su
patria no se sirve a sí mismo. Se consagra a otra cosa,
distinta de él. Y es por otra parte a ese grupo muy
próxim o: casa, calle, aldea, a quien se aplica un amor
del prójim o real y fecundo.
CHARLES MAURRAS 265

^ Por ahí tenemos, sin duda, a los chinos y los tibeta-


nos, a quienes honro y admiro, pero están algo le§os
para sacarles ningún provecho. Empecemos por darle
un empujoncito a nuestro vecino Ucalegón, sobre todo,
si se le quema la casa; es un principio de moral elemen­
tal y la política lo ratifica.
......................... U U'i'f W ...... ...... . .. . '"‘ "i................. .. ....... ......... 1,1 " ..

LA NACIÓN

La idea de nación no es una “ nube” como lo sostienen


los chiflados anarquistas; es la representación en tér­
minos abstractos de una fuerte realidad. La nación es
el más vasto de los círculos comunitarios que existen,
en lo temporal, sólidos y completos. Quebradlo, y dejáis
desnudo al individuo, quien perderá toda su defensa,
todos sus apoyos, todos sus socorros.
Libre de su nación, no lo estará ni de la penuria, ni
de la explotación, ni de la muerte violenta. Concluimos,
pues, conforme a la verdad natural, que todo lo que él
es, todo lo que tiene, todo lo que ama está condicionado
por la existencia de la nación: por poco que quiera guar­
darse, es preciso que defienda, cueste lo que cueste, a su
nación. No hacemos de la nación un Dios, un absoluto
metafísico, sino cuando más, en cierto modo, lo que los
antiguos habrían llamado una diosa. Los alemanes que
deifican a Alemania hablan de su viejo Dios, como de
Jehová, único, infinito y todopoderoso. Una diosa Fran­
cia entra naturalmente en relación y componenda con
los principios de vida internacional que pueden limitarla
y equilibrarla. En una palabra, la nación ocupa la cum­
bre en la jerarquía de las ideas políticas. De estas fuer­
tes realidades, es la más fuerte; eso es todo.
Subsumiendo todos los otros grandes intereses comunes
y teniéndolos bajo su dependencia, está perfectamente
claro que en caso de conflicto, todos aquellos intereses
deben ceder ante él, por definición: al cederlo, ceden
aún a lo que ellos contienen en sí mismos de más general.
CHARLES MAURRAS 267

La nación está antes que todos los grupos de la nación.


La defensa del todo se impone a las partes.

En el orden de las realidades, están las naciones. Las


naciones antes que las clases. Las naciones antes que los
negocios.

El derecho de las naciones participa de su desigualdad.


Contiene pues algo idéntico y algo diferente.
El sentimiento nacional varía evidentemente de pue­
blo a pueblo; hay formas de gobierno que lo protegen
y lo fortifican, otras que lo dejan relajarse y disolverse.
Bajo estas diferentes formas, tradiciones desiguales en
fuerza y eficacia se mantienen — se descuidan— o se
renuncian.
La diversidad de tales elementos es una de las causas
de la diversidad de Europa, la que reacciona ella misma
sobre las naciones, por la variedad de sus cuadros terri­
toriales, de sus necesidades y ambiciones, y de las satis­
facciones que tales ambiciones y necesidades hallan en
las otras.

Para decirlo bastan las palabras: se entra en un par­


tido, pero se nace en una nación. No se podría repetir
demasiado que hay entre los dos términos la diferencia
que va de la Asociación a la Sociedad.
Quienes se asocian, crean el elemento común estable­
cido entre ellos. Los miembros de una sociedad empie­
zan por pertenecerle. Pueden en seguida adherirse a
ella, rebelarse contra ella o abandonarla, pero ella les
preexistía. Si la voluntad personal de ellos crea su con­
ducta respecto de ella, la existencia de ella no depende
de la de ellos, sino en débil medida, y muy alejada.
268 MIS IDEAS POLÍTICAS

Para establecer el carácter distintivo de una nación


Cualquiera, podemos limitarnos a considerar un momen­
to único de su historia. Las cualidades que se afirman
de un pueblo deben ser constantes, de modo que se
revelen a lo largo de toda su vida.
EL HOMBRE Y SU NACIONALIDAD

Los órganos de amplia unificación, los creadores de


grandes nacionalidades no son las personas, en inmensa
tropa de pequeñas voluntades autónomas. Estas limitan
su campo de acción al interés particular de cada uno y
al limítrofe, de la familia, que es la “ prolongación” del
yo. Es lo más que se puede pedir al ciudadano consulta­
do libremente. En historia, toda la añadidura viene de
una raza de seres bien diferentes, del puñadito de los
jefes: fundadores, directores, organizadores.
Ellos perfeccionan una vida social superior a la vida
individual. Quitad, suprimid, tales cuadros mejorados por
ellos, destruid sus cimientos, tratad de relacionarlo todo
con el “ individuo” , dadlo todo al Número, quitadlo todo
a la Calidad y veréis nacer formaciones nuevas, que val­
drán exactamente lo que valga el promedio personal.
Italia vale más que las personas que componen al pueblo
italiano, lo mismo que Francia vale más que nuestros
franceses; pero ocurre que ni nuestra Francia, ni Italia
tuvieron por principio generador al sufragio universal y
al régimen igualitario. Una y otra descansan en genera­
ciones de amos, de héroes y de artistas, de semidioses y
de santos.

Es cierto que la nacionalidad no es un fenómeno de


raza. De lo que no se sigue que sea el resultado artificial
de un acto de voluntad contratante. Sin duda, adheri­
mos con cierta libertad a nuestra raza, a nuestra nacio­
nalidad, a nuestra nación, pero lo hacemos como se con­
siente de la manera más tácita, y la adhesión es solicitada
y arrancada por una multitud de fuerzas bienhechoras,
amadas y queridas, contra las cuales no estamos siquiera
270 MIS IDEAS POLÍTICAS

en guardia y que soportamos del mejor grado 9999 ve­


ces sobre 10.000.
Entre la Naturaleza bruta, la que se entiende en sen­
tido estricto y directo, y el artificio jurídico o de cual­
quier otra especie, nacido de la voluntad más o menos
arbitraria del hombre, hay un intermediario que se po­
dría llamar según la naturaleza: la Sociedad. La vida
social forma parte esencial de la naturaleza del hombre,
la que no puede en absoluto existir sin ella. La naciona­
lidad es una modalidad de dicho estado natural. Se
puede llamarla hecho social. No es de una necesidad
tan rigurosa para el hombre como la de vivir en común.
A esta necesidad no se puede escapar, como tampoco a
la sociedad que la satisface, mientras que se puede cam­
biar de nacionalidad y también aprovechar la diversidad
de las naciones para vivir más o menos al margen de
toda nacionalidad.
La nacionalidad deriva pues, de la naturaleza humana
definida y calificada por la sociedad. Lejos de represen­
tar el simple voto de nuestra voluntad personal, corres­
ponde a una enorme masa de deseos, pasiones, necesida­
des, aspiraciones, costumbres, hábitos, maneras de ser,
de pensar, de hablar, que a menudo llega a modelar el
físico y en que la conciencia refleja y la voluntad deli­
berada de las personas representan un papel que puede
ser el primero, pero que no siempre ni con mayor
frecuencia lo es.
Para convencerse de ello, basta considerar dos casos:
reducida a sí misma, la forma jurídica de la idea de
nación se destruye; es el ubi bene, ibi patria: ¡si la pa­
tria está donde está mi bien, donde se está bien está
también la patria! Por el contrario, despojada de or­
namentos jurídicos, la idea de nacionalidad, tal como
acabamos de demostrar sus componentes naturales, so­
ciales, históricos, se tiene perfectamente en pie; se la
puede aún decorar y pulir, pero lo principal está en
aquello. . .
La doble comprobación juzga el valor respectivo de las
concepciones en presencia.
EL NACIONALISMO

Hay que comenzar por el comienzo, y afirmar, enseñar


r distribuir una doctrina positiva, que pueda a la vez
nteresar al cerebro y al corazón. La discusión vendrá
lespués. Empezad por plantear la idea de Francia. Ha-
sed que vuestros contradictores del futuro sean llevados'
i dar la misma importancia que vosotros a la indepen-
lencia francesa. Para eso, desarrollad la filosofía del
nacionalismo francés. Motivad con fuerza los sentírmen­
os que desearías arraigar entre los espíritus cultos. El
nejor medio de probar el valor de la idea de patria
;stá en mostrar de manera concreta lo que vale la nues-
;ra, lo que le debemos, cómo nos envuelve, nos sostiene
f nos predestina por todas partes. Nuestra historia, bien
malizada, puede igualarse con el más conmovedor de
los poemas.

PATRIOTISMO Y NACIONALISMO:
DEFINICIONES
Por su pasado y su etimología, como por sus sentidos,
las dos palabras tienen dos acepciones completamente
listintas. Patriotismo se dijo siempre de la piedad hacia
íl suelo nacional, la tierra de los antepasados y, por ex­
tensión natural, el territorio histórico de un pueblo: la
irirtud que designa se refiere, sobre todo, a la defensa
leí territorio contra el Extranjero. Como la palabra
presupone una frontera determinada y un estado polí­
tico definido, tiene algo oficial e instalado. Los intri­
gantes y los filibusteros, como decía Mistral, están bien
272 MIS IDEAS POLÍTICAS

obligados a sacarle el sombrero. Pero por necesario qu#|


sea el patriotismo, lejos de volver inútil la virtud dfl
nacionalismo, la provoca en la vida.
El Nacionalismo se refiere, en efecto, antes que a la
Tierra de los Padres, a los padres mismos, a su sangra
y a sus obras, a su herencia moral y espiritual más aún
que material.
El nacionalismo es la salvaguarda debida a todos aquo·
líos tesoros que pueden estar amenazados sin que un
ejército extranjero haya pasado la frontera, sin que el
territorio esté físicamente invadido. Defiende a la na·
ción contra el extranjero del interior. La misma pro·
tección puede ser debida aun en el caso de una do·
minación extranjera continuada, cuya fuerza consagrada
por un derecho escrito no haya, sin embargo, llegado a
ser un derecho real, como sucedió especialmente en Po·
lonia, en Irlanda, y más antiguamente en la Italia del
tiempo de Mis Prisiones.

Del hecho de que un pueblo imponga doctrina o mé­


todo a otro pueblo, no se sigue de ninguna manera que
lo aproxime a una cultura más general y más vecina de
lo universal. Puede ocurrir. Pero no ocurre siempre.

Lo propio del espíritu clásico francés está en enrique­


cerse por adaptación, por intususcepción de todos lo«
grandes descubrimientos de la humanidad. Así Roma,
según Montesquieu, se honró con utilizar todos los ins­
trumentos de guerra, todos los buenos métodos que pudo
observar entre sus enemigos. El germanismo se encierra
por el contrario en la estrecha prisión de un espíritu
nacional que no tiene de humano más que sus preten­
siones, pues de hecho está muy estrictamente circuns­
cripto en el espacio y el tiempo.
I

CHARLES MAURRAS 273


I

¿Hay, pues, nacionalismo y nacionalismo? ¿Hay, pues,


i tantos nacionalismos como naciones? Pero la misma di­
ficultad puede plantearse para el patriotismo en cuanto
se distingue de la simple piedad elemental del suelo
natal y de su campanario. No más que los hombres, las
patrias no son iguales ni tampoco las naciones. En todo
esto el espíritu debe cuidarse de la trampa que le tiende
el vocabulario de la democracia internacional y el de
los juristas que no prestan atención a la diferencia entre
los materiales de sus deducciones. El viejo dicho de que
una ciencia es ante todo un lenguaje bien hecho no cesó
de ser verdad. No se pueden abolir las distinciones ne­
cesarias con sólo descuidarlas. La abstracción legítima
tiene reglas precisas; se-las puede ignorar, pero eso no
basta para suprimirlas.

i; ' -

M *
EL GOBIERNO DE FRANCIA

DE LA ARISTOCRACIA
Francia no está hecha para vivir en democracia. Ni
Francia, ni país alguno. La democracia es una “ mentira
universal” , el dicho no es mío, sino de Pío IX. La de­
mocracia es una enfermedad política. Se sale de ella
o se muere. No se vive en democracia. Y quienes ha­
blan de la “ democracy” de los países ingleses, no la co­
nocen. La democracia inglesa es lo que llamamos en
buen griego y en buen fra.ncés, una aristocracia (repú­
blica de tres cabezas, Corona, Lores, Comunes, conversa­
ciones, parlamento entre esas tres cabezas). América es
una plutocracia. No hay democracia viviente sino en
los países desgarrados y heridos de muerte.
Pero la aristocracia no es el buen remedio para Francia.

* *

Quien piensa en el régimen aristocrático o burgués


está ante todo obligado a considerar que hoy no hay
gobierno de los Grandes, sin rivalidad entre los Grandes.
Las disensiones, las divisiones, el odio de los clanes y
de las clases (al estilo galo) es la plaga constante de
las burguesías, como de las aristocracias.
La buena gente les dice: ¡Pero unios, pues! ¡Pero
cesad vuestras querellas personales!
Y los mayores pregoneros de la unión son al mismo
tiempo los más grandes comunes divisores.
Y sin un poder único, nó electivo, sustraído por su
naturaleza a esas divisiones, todo régimen semejante se
halla condenado a las vicisitudes de las repúblicas grie-,
CHARLES MAURRAS 275

ga, italiana, flamenca, a los desgarramientos de Francia


durante las ¿usencias y las minorías reales de la guerra
de los Cien Años, durante los debilitamientos del poder
monárquico en los siglos xvi y xvn, durante el interregno
del xix y del xx.
Ese pasado, aunque puede parecer arcaico, es, sin em­
bargo, explicativo: da la razón de lo que vemos, y nos
proporciona su comprensión luminosa.

* *

La Tour du Pin decía que la autoridad no nacía es­


pontáneamente de la masa. Le es exterior, aunque sea
allí ardientemente deseada y nada haya que le sea más
útil. Ni los príncipes de Alemania ni los eupátridas de
Atenas, ni la caballería polaca pudieron sacar de sus
Dietas y Consejos lo que la Dieta y el Consejo no tenían.
Cuanto mayor era el valor personal de los miembros
componentes de dichas asambleas, m ejor funcionaba el
quot capita tot sensus, y más la autoridad pertencía a los
elementos divisores. Basta cerrar los ojos del cuerpo
para abrir cinco minutos los ojos del espíritu: esos sim­
ples axiomas de simple sabiduría política son irresistibles.
Se les resiste, sin embargo, porque se sufre más o me­
nos la ilusión de tres o cuatro grandes aristocracias cuyo
éxito llena la historia del mundo. Hubo una Boma, una
Cartago, una Venecia y en nuestros días hay la República
imperial de los ingleses.

* *

Tan fuerte es dicha ilusión que el grán Fustel de


Coulanges mismo se dejó extraviar por ella. No se ad­
vierte que en esos raros ejemplos de éxito aristocrático,
la naturalezá había hecho inauditos gastos de prepara­
ción. En Roma, en Cartago, en Yenecia, en Londres,
un bien público de perfecta homogeneidad (aquí la Tie-
276 MIS IDEAS POLÍTICAS

rra, en otras partes el Mar) permitía que la unión de


loe buenos ciudadanos se hiciese espontáneamente en
todos los casos mortales. Dondequiera que esta homoge­
neidad no exista, vale decir en la mayoría de los casos,
la República aristocrática está condenada a un rápido
fracaso. Por esta razón ella fracasó en Atenas. Fracasó,
fracasa y fracasará en Francia por la misma razón.

LAS CONDICIONES GEOGRAFICAS


Nuestros galos contemporáneos de Julio César no ca­
recieron ni de generosidad ni de consagración a la causa
de su país. Quienes daban la vida, rara vez supieron ha­
cerse una concesión de amor propio.
¿A quién, a qué la habrían hecho por otra parte?
¿A l bien público? Pero ¿acaso lo conocían? ¿Lo había
para ellos? Es un error hablar de una nación gala. La
Galia era una expresión geográfica, y su territorio es­
taba ocupado por razas tan diversas como los celtas y
los ligures, los iberos y los kymris. Dicho territorio
mismo era, más aún que hoy, de una extrema variedad
de cultivos y explotaciones. Las aristocracias que con
un territorio exiguo supieron fundar grandes imperios
poseían una situación económica muy homogénea; Car-
tago y Yenecia se dedicaban uniformemente al tráfico
comercial, Roma al laboreo y al pastoreo: de ahí la
profunda unidad de miras entre quienes representa» an.
el Común interés económico. Aquí sucedía lo contrario;
las federaciones galas sufrían ya la inmensa variedad
del esfuerzo económico francés, tal como lo establece
la variedad de nuestra geografía.

* *

Gran cultivo y pequeño cultivo, cultivo de la viña y


cultivo de la remolacha y de los cereales están ya en
CHARLES MAURRAS 277

antagonismos aunque no tomemos más que el dominio


agrícola. Pero agregad las industrias que de él se deri­
van, y el comercio, tan desarrollado en nuestra larga
extensión de costas bañadas por tres mares, la disposi­
ción de las vías férreas que irradian en todas direccio-
¡ nes, la diversa pendiente de los ríos que dicta su orden
a los canales. . .
Toda selecta minoría moral que en un país ¿sí consti­
tuido se forme por elección o selección, podrá estar bien
reclutada — por un prodigio de suerte— entre los más
representativos elementos de la fortuna nacional: cuanto
mayor sea la fidelidad con que expresen a Francia, más
estarán en guerra los unos contra los otros, no por
mezquindad de corazón, sino por la tiránica diversidad
de sus puntos de vistas respectivos más legítimos.

* *

Con la mejor voluntad del mundo, trabajarán por


neutralizarse, por anularse los unos a los otros, y final­
mente por sustraerse los unos a los otros. Esta mutua
sustracción, esta mutua disminución, será su común y
constante carácter. No podrán agregarse los unos a los
otros, como lo estuvieron antes, sino por la operación
de una fuerza de otra esencia, aunque también fundada
en la propiedad — la propiedad del mando— por una
fuerza representativa de los intereses, pero que los do­
mina como el interés general domina al interés parti­
cular y del mismo modo que la prosperidad política
representa y domina la prosperidad económica en un
Estado.
Cualquiera sea el modo con que se la componga y
por bien reclutada que esté, ninguna' selección, ninguna
cooptación, ninguna aristocracia francesa sentirá ni re­
presentará con exactitud el interés nacional de nuestra
Francia, al punto de poder gobernarla. Muy bien hecho,
com o reino, Francia es una paradoja geográfica, un
monstruo europeo si está en República.
278 MIS IDEAS POLÍTICAS
i

La sola ausencia de un poder independiente bastante


fuerte para hacer convergir nuestros intereses demasiado
varios nos condena a luchas furiosas: cada instante de
esa vida equivale para el país a una herida, que la
divide, que la agota y la aproxima con certeza a su fin.
e

EL IMPERIO , NACIDO DE LA REVOLUCIÓN


El Imperio es un gobierno de opinión, democrático,
plebiscitario, electivo. Luego es dependiente. De lo que
se puede concluir sin dificultad que no es independiente.

Lo que le falta al imperio es el nacionalismo. La


reyecía es nacionalista, es un gran hecho. El Imperio
es extranacional, es otro hecho.

Sin faltar a la justicia debida a las glorias del Imperio,


las más puras se obtuvieron muy directamente a con­
trapelo del más profundo interés francés. Ningún Bor-
bón, ningún miembro de la familia Capeta habría,
fisiológicamente, llegado a concebir o a consentir la
política exterior de Napoleón III, que fue un sueño
de estudiante internacional.
Niégase que sea justo asimilar el imperio y la demo­
cracia. Dicha asimilación no es m ía; ante todo lo es de
los emperadores y de su partido. Las monedas llevaban
esta inscripción: “ República francesa, Napoleón Empe­
rador” . El imperio quiso a veces, aunque no siempre,
fundar la herencia y la dinastía: no provenía de ella.
Su principio era revolucionario, electivo, democrático,
invocaba la voluntad popular expresada en el plebiscito,
y de hecho ios grupos que la sostenían confundíanse
con aquel partido “ avanzado” y aquel partido liberal
que en el siglo XIX constituyeron el partido de la guerra.
CHARLES MAURRAS 279

Basta recordar las fechas de 1880, 1840, 1848, para dejar


este punto fuera del debate.
Sin duda aquella democracia se encarnaba en un hom­
bre, pero nuestros mejores teorizadores políticos han
enseñado, de acuerdo con toda la historia antigua y
moderna* que la democracia tiene varios aspectos: pue­
de gobernar directamente en sus comicios o delegar un
consejo y una asamblea, o aun entregarse a un hombre
que puede llamarse Cleón o Pericles, Graco o Mario,
algunos Césares o los Napoleones.
Se llama democrático un poder que así proviene del
número cuyo elegido es, sea dicho poder ejercido por
uno o por varios.
En el polo opuesto ocurre que el poder hereditario
puede residir en una sola familia y su jefe, el rey, o
distribuirse entre varias familias componentes de un
patriciado, un senado, como en las repúblicas de Venecia
y Roma.

Es enteramente arbitrario escindir el Consulado del


Imperio, y no menos ficticio Cortar como otros lo po­
drían hacer, el Consulado o el Imperio de la Revolución.
Todo eso, emanado exactamente del mismo principio
hace un conjunto y debe juzgarse como tal. Forma la
masa de veinticinco años de guerra y operaciones diplo­
máticas que se resumen, desde el punto de vista político,
desde el punto de vista de los resultados, en los nombres
de Trafalgar, Leipzig y Waterloo; si los tratados de
1815 fueron menos desastrosos de lo que sostuvo el libe­
ralismo durante medio Siglo, fue gracias a la experiencia
diplomática de la Restauración. Por elevadas que sean
las álturas militares y morales a que llegaron nuestras
banderas entre 1792 y 1815, hay que darse cuenta de
que la derrota fue su última palabra.
280 MIS IDEAS POLÍTICAS

La democracia puede ser el imperio. El imperio es


una forma de democracia.
La república plebiscitaria o parlamentaria es un go­
bierno sujeto a la opinión y que saca su principio de la
elección. El imperio plebiscitario es un gobierno sujeto
a la opinión y que saca su principio de la elección: aun
cuando creyó volverse hereditario* buscó, ante la pri­
mera amenaza de conmoción, su punto de apoyo en la
opinión, en la elección, tanto con los decretos de 1860
y el plebiscito de mayo de 1870, como con el Acta adi­
cional de los Cien Días.
Quiso ser hereditario, pero no se sintió tal. La política
exterior e interior de Napoleón III estuvo gobernada
por la necesidad interna del plebiscito, en el sentido
de agradar a las mayorías; orden material, letras giradas
sobre el porvenir, fanfarronerías diplomáticas y milita­
res, todo eso se compaginaba.
El príncipe hereditario debe ante todo haber nacido
tal y habituádose a concebir en sí el origen de su
poder. Tiene que hacerlo aceptar. Debe obtener asen­
timientos. No tiene que mendigar el sufragio de las
voluntades.

DE LA DICTADURA:
DICTADOR Y REY
Las grandes crisis no se desatan sin dictadura. Luego
el dictador es necesario. ¿Basta? La historia de las
grandes dictaduras muestra lo que ellas tienen de bueno
y de malo, la pendiente que las arrastra.
La dictadura necesita contrapesos. No en el orden
de la libertad, lo que sería contradictorio. Pero sí en el
orden del interés público. La dictadura corta y colecti­
va, luego casi anónima, se atreve a todo, y para salvarlo
todo, lo compromete todo, todo lo extrema y abusa
de todo. Pronto vuélvese tan odiosa como la peor li­
cencia en los regímenes de extrema anarquía. Las dic-
CHARLES MAURRAS 281

taduras personales y vitalicias comportan más modera­


ción, porque encierran una responsabilidad directa y
constante, porque la preocupación del porvenir no puede
serles extraña. El espíritu humano está hecho de tal
modo que el imperio de los grandes deberes y la expe­
riencia de los grandes poderes lo instruyen como para
medirse con ellos.
Sin embargo, un hombre solo es poca cosa. Una vida
de hombre, un corazón de hombre, una cabeza de hom­
bre, todo eso está muy expuesto, es demasiado permeable
a las balas, al cuchillo, a la enfermedad, a muchas aven­
turas. La única forma racional y sensata de la autoridad
de uno solo es la que reposa en una familia, de primo­
génito en primogénito, según ley que excluye la com­
petencia y es un poder de tal m odo natural que, pues
comporta la dictadura y de manera virtual la detenta, el
jefe que la ejerce, ya no se llama dictador: es rey (com­
prendamos bien la palabra: rex, director y conductor,
funcionario de la inteligencia), y dicha magistratura
real, combinando las dos ideas del mando y de la heren­
cia, es algo tan flexible que no cesa de ser ella misma
cuando varía con el tiempo y muestra ora el aspecto
paternal de una simple presidencia de sus Consejos o
de los Estamentos de su pueblo, ora la apariencia de la
dictadura directa, ora la dictadura indirecta por medio
de un ministro de primer plano. Como ocurre con las
cosas muy grandes, la institución es muy superior a los
hombres. Su principal valor está en utilizar completa­
mente al pasado en provecho del presente y de no sacri­
ficarle, sin embargo, el porvenir.
«

Nos aferramos con fuerza a estos dos términos de dic-


tádura y reyecía porque estando la dictadura en la ne­
cesidad y en la evidencia de las cosas, si se aparta al
rey de dicha función, sin embargo, inherente a su ma­
gistratura histórica, ella será desempeñada por gente
que la ostentaría como un título al favor público. Nada
282 MIS IDEAS POLÍTICAS

se puede fundar entre nosotros fuera de la reyecía. Mas


se puede parecer fundar algo, y así condenar el país a
nuevas conmociones.
La dictadura real ofrece, además, la ventaja de reno­
var los títulos de la monarquía nacional. Así como con­
viene juzgar por su valor, flotante y variable, los frágiles
papeles de las Constituciones y las Cartas, es preciso
igualmente considerar lo que les ocurrió muchas veces
representar. Con papel o sin él, las dinastías se mantie­
nen en razón de los servicios efectivos prestados a su
pueblo. 'i ,
EL NACIONALISMO INTEGRAL:
L A MONARQUÍA

EL NACIONALISMO INTEGRAL

El patriota puede creerse republicano. Sin embargo,


prefiere ver la fuerza francesa unirse y multiplicarse
ante las rivalidades extranjeras, a verla dividirse y
agotarse a sí misma en los conflictos interiores. Cuando
no se confiesa a sí mismo los mudos sentimientos de su
generosa rebelión ante el espectáculo del crónico y
sistemático desgarramiento de la Ciudad, cada hecho de
guerra intestina le produce violento horror: lo que
evita reprobar en general, lo censura y lo rechaza en
detalle. Su republicanismo es un sistema en el que
puede creer, pero que no puede ver practicado sin su­
frir. Atribuye al efecto detestado, causas diversas: ora
a hombres malos (cuyo igual valor el Derecho republica­
no le enseña a reverenciar), ora a los partidos furiosos
(cuyos conflictos convalida el mismo Derecho e implican
el gobierno). De tal modo que es republicano sin admi­
tir las consecuencias de la República, ni las condiciones
de funcionamiento. Es verdad que es patriota de la mis­
ma manera. Quiere levantar a su patria sin admitir los
medios, como quiere conservar la República sin admitir
sus efectos ordinarios y naturales.

i °
Un nacionalista consciente de su papel admite como
regla de su método que un buen ciudadano subordine
sus sentimientos, sus intereses y sus sistemas al bien de
la Patria. Sabe que la Patria es la última condición de
284 MIS IDEAS POLÍTICAS

su bienestar y del bienestar de sus conciudadanos. Toda


ventaja personal que se pague con una pérdida para la
Patria, le parece ventaja falsa y engañosa. Y todo pro­
blema político que no se resuelva en relación con los
intereses generales de la Patria le parece un problema
incompletamente resuelto. El nacionalismo impone,
pues, a las diversas cuestiones que se agitan ante él un
común denominador, que no es otro que el interés de
la Nación. Como para aquel romano de que hablaba
Bossuet, el amor de la Patria está antes de todo.
He visto en la Acrópolis, cubriendo la terraza donde
se eleva la fachada oriental del Partenón, los restos del
templete que los romanos, amos del mundo, habían
levantado en aquel lugar a la diosa Roma, y confieso
que la primera idea de este edificio me pareció una
especie de profanación. Pensándolo mejor, hallé que
el sacrilegio tenía una audacia sublime. A la belleza
más perfecta, al derecho más sagrado, Roma sabía pre­
ferir la salvación de Roma, la gloria de las armas roma­
nas y, no satisfecho con absolverla, el género humano
no cesa de tributarle gratitud. La Inglaterra contempo­
ránea dio ejemplos de la misma implacable virtud anti­
gua. El nacionalismo francés tiende a suscitar entre
nosotros una igual religión de la diosa Francia.
La monarquía hereditaria es en Francia la constitu­
ción natural, la única constitución posible del poder
central. Sin rey, todo lo que quieren conservar los na­
cionalistas se debilitará ante todo y en seguida perecerá
necesariamente. Sin rey, todo aquello que quieren re­
formar durará y se agravará o, apenas destruido, reapa­
recerá bajo formas equivalentes. Condición de toda re­
forma, la monarquía es también su complemento normal
e indispensable.
Esencialmente, el realismo corresponde a todos los
diversos postulados del nacionalismo: por eso se llamó
a sí mismo el nacionalismo integral.

9
CHARLES MAURRAS 285

LA MONARQUÍA
En los comienzos de la reyecía nacional, por encima
el fenómeno de protección y patronazgo, hay que
bicar ante todo un hecho tan completo, tan primordial,
in digno de consideración como el que más, el hecho
e fuerza, que es también de amor; el hecho de natu-
ileza, que también es de voluntad: la paternidad.
Los reyes de Francia fueron los Padres de la Patria.

La admirable obra real, si se la rehace con método,


odrá soportar presiones y choques mucho más fuertes
ue los pobrecitos mecanismos constitucionales ofrecidos
quí y allá por modestos reformadores. ¿Resistirá la
rueba del tiempo, que todo lo corroe? ¿Resistirá por
iempre? Son problemas trascendentales. No es bueno
tanteárselos a los hombres.
Humana y nacionalmente, no estamos seguros sino de
na cosa: la monarquía reconstituiría a Francia, pero
in la monarquía Francia perecerá.

Se demuestra la necesidad de la monarquía como un


eorema. Una vez planteada la voluntad de conservar
mestra patria francesa, todo se encadena, todo se deduce
on movimiento ineluctable. La fantasía, la elección
aisma, ninguna parte tienen en el asunto; si habéis
esuelto ser patriota, obligatoriamente seréis mohárqui-
o. Rero si os veis así llevado a la monarquía, no teñ­
iréis libertad para oblicuar en dirección al liberalismo,
1 democratismo o sus sucedáneos. La razón lo quiere,
íay que seguirla e ir hacia donde ella conduce.
286 MIS IDEAS POLITICAS

EL MAL MENOR, LA POSIBILIDAD


■ DEL BIEN
No siendo los charlatanes de la monarquía, como los
hay de la democracia, jamás enseñamos que la monar­
quía aparte por mero hecho de presencia los males con
que la guerra civil o la guerra extranjera, las epidemias
físicas o las pestes morales pueden amenazar a las
naciones.
Lo que decimos es que en los países hechos como
Francia, la monarquía hereditaria reúne no las mejores
condiciones, pero sí las únicas que ofrezcan defensa
contra dichas calamidades. La monarquía no es incapaz
de error, pero está m ejor armada que cualquier otro
poder para averiguarlo, precaverlo y en caso de con­
traste, retornar a la verdad para proceder a las nece­
sarias reparaciones.
Si una brusca evolución económica o social, intelectual
o religiosa se impone, la monarquía puede presidirla
sea afortunadamente, sea con el mínimo de perjuicios.
Si, azotada por un ciclón como a veces los vio des­
encadenarse la historia, se sufre alguna brutal revolución,
el paso es menos rudo, la caída menos completa cuando
se producen bajo un jefe, bajo un príncipe cuya suce­
sión, regulada de antemano, excluirá todo conflicto en­
tre competidores. Así, en monarquía, los intereses su­
periores, los más extensos, los más graves están colocados
en una atmósfera asaz alta y serena para que se pueda
esperar que el huracán no la alcánce. Si, pese a todo,
llega allí, ¡pues bien!, tanto peor. E l género humano,
en el extremo de su angustia, habrá siempre contado
con el máximo de sus garantías. En tal desdicha, in­
mensa, la calamidad sería más frecuente, más completa
y más dolorosa si el poder supremo estuviese colocado
más abajo.

Aun decaída, desmoralizada, desorientada, la monar­
quía lleva en sí misma el sentimiento y deja tras de sí
CHARLES MAURRAS 287

la noción de una responsabilidad, de una memoria, de


una tradición, cosas todas de que los Parlamentos de·
mocráticos carecen.
La monarquía real confiere a la política las ventajas
de la personalidad humana: conciencia, memoria, ra­
zón, voluntad; el régimen republicano disuelve sus de­
signios y sus actos en una colectividad sin nombre, sin
honor ni humanidad. Luego, como la monarquía repre­
senta naturalmente la capacidad del mayor bien y del
menor mal, la república significa la posibilidad perma­
nente del peor mal, del menor bien. Por lo que toca
a los elementos del/m al y del bien, son datos que de­
penden de las circunstancias y de los hombres: ningún
régimen crea los hombres ni sus circunstancias intelec­
tuales y morales. Evidentemente, la organización repu­
blicana despilfarra y pervierte los admirables recursos
de corazón y de espíritu que Francia le proporciona.
La monarquía creó sus condiciones primeras. Eviden­
temente, crearía las condiciones de su renacimiento.
Sí, la república es el m al; sí, el mal es inevitable en
república. Y lo que decimos de la monarquía, es que
ella posibilita el bien. El bien público, imposible en
república, es practicable en monarquía; en monarquía
aunque equivocase el rumbo, el mal público queda mu­
cho menos dañino que en república, pues está sujeto a
pasar con el mal ministro o el mal rey, mientras el mal
republicano, inherente a la república, no podría acabar
sino con ella.

En la monarquía francesa, la autoridad es indepen­


diente, única, sin reparto.
Para la mayoría de los hombres del siglo xix y de aun
hoy, absolutismo es sinónimo de d esp otism o , de poder
caprichoso e ilimitado.
Es absolutamente inexacto: poder absoluto significa
exactamente, poder independiente; la monarquía fran­
cesa era absoluta en tanto cuanto no dependía de nin-
288 MIS IDEAS POLÍTICAS

guna otra autoridad, ni imperial ni parlamentaria, ni


popular: no por eso era menos limitada, atemperada
por multitud de instituciones sociales y políticas here­
ditarias o corporativas, cuyos propios poderes le impe­
dían salir de su dominio y de su función. Su derecho
confinaba con una multitud de derechos que la soste­
nían y la equilibraban. La antigua Francia estaba
“ erizada de libertades” .

Ni el anciano Guillermo, ni Víctor Manuel, ni Luis


X IV fueron príncipes mediocres, y sin embargo, el his­
toriador político o el político filósofo siéntese tentado
a preferirles aquel magnífico Luis X III, que permitió
al gran Cardenal cumplir su incomparable dictadura
fundadora y reparadora.
La reyecía es una institución de tal índole que a toda
fuerza nacional la emplea según su valor, casi sin des­
perdicio, como para que dé su máximo rendimiento.
En una Prusia republicana hubo grandes probabili­
dades de que Bismarck, Moltke y Roon se hiciesen la
guerra; Prusia habría entonces valido: lo que valía el
partido de algunos de esos hombres, del vencedor, menos
lo que valía la suma de cada uno de los partidos vencidos.
,Con la reyecía, Prusia valió: lo que Bismarck, más
Roon, más Moltke, más el efecto multiplicador de su
buena armonía establecida tanto por la función como
por el alto valor personal del rey.
No soñamos con restaurar en Francia una monarquía
parlamentaria. Ella está probablemente en su lugar
en Bélgica, donde puede cumplir una función nacional
superior y aun en Inglaterra, cuyo imperio sostiene.
Por lo que nos toca, jamás los inmensos beneficios
de la Restauración nos engañaron sobre la excesiva parte
que el régimen parlamentario daba en ella a los excesos
del sistema electivo. Hay que retornar a un régimen
que restablezca la distinción entre el Gobierno, encar­
gado de gobernar, y la Representación, encargada de
CHARLES MÁURRAS 289

representar. En el actual estado de las naciones, los


reinos, imperios y repúblicas se quejan todos del despil­
farro financiero: despilfarro que sale de la confusión
general del Parlamento con el soberano.
La monarquía francesa, “ tradicional, hereditaria, an­
tiparlamentaria y descentralizada” , es decir, la monar­
quía representativa y corporativa es la única que es ca­
paz de poner fin a dicho abuso.

La república tiene necesidad de imponerse a las con­


ciencias, puesto que reposa en las voluntades. Necesita
el entusiasmo de los súbditos, que son sus electores y
que, nominal y constitucionalmente, tienen su destino
en las manos.
Por el contrario, la monarquía existe por su propia
fuerza, sua mole stat. Ella no necesita consultar a cada
instante a un supuesto soberano elector. En suma, le
basta con ser tolerada, soportada, y siempre se le da
más y mejor, precisamente porque su principio no la
obliga a hostigar a la gente para exigirle constantemente
hallarla hermosa. La república es una religión. La
monarquía es una familia. Ésta no tiene necesidad sino
de que se la encuentre aceptable. Aquélla exige que se
sigan sus ritos, sus dogmas, sus sacerdotes y sus partidos.

HERENCIA Y AUTORIDAD

Las minoridades, las regencias constituyen la llaga


de las monarquías. Ahí está el defecto de ese modo de
gobierno, que no es perfecto, puesto que ningún go­
bierno lo es, pero que es el menos imperfecto de todos.
Sin embargo, su defecto puede ser atenuado por una
buena ley de sucesión (por ejemplo, la de la Casa de
290 MIS IDEAS POLÍTICAS

Francia), por el espíritu político de la raza reinante y


también por la voluntad, el patriotismo y la razón de los
ciudadanos, a quienes se pide una o dos veces por siglo
un esfuerzo juiciosamente limitado a algunos años. Lo»
demócratas que esperan evitar dicha calamidad procla­
mando la república se asemejan a aquel Gribouille que
se ahoga en el mar para evitar la mojadura de una llu­
via: pues proclamar la república, es precisamente esta­
blecer en permanencia el mal que se quiere alejar. Es
erigir en institución permanente un período de peligro
y de crisis, es volver la minoridad perpetua, ofrecer la
regencia a la universal competencia.
¡ Con qué arte sublime y con qué rápido cincel buriló
Bainville aquella elegante asimilación!

Por lo que me toca, siempre cuidé de separar las


reflexiones sobre la herencia política y económica con
las vagas, aventuradas y capciosas generalizaciones so­
bre la estricta herencia fisiológica. Una aristocracia
puede estar formada por sangres diversas, y ello no obs­
tante cumplir sus más altas funciones, si otras condi­
ciones se le dan favorablemente. Hay en los comienzos
de la historia de Francia una aristocracia franca, una
aristocracia escandinava, una aristocracia galorromana:
las tres juntas concurrieron al admirable sistema feudal.
Más adelante el fenómeno se repitió en las mismas
condiciones.
Fue por la herencia profesional, que no era la heren­
cia de los rangos ni de las dignidades, como se formó
aquella selección de familias, gracias a la cual pudo
Francia producir, de edad en edad, durante siglos, un
personal tan notable de oficiales, jueces, diplomáticos,
artesanos, que descollaron en todas las especies de indus­
trias y de oficios.
CHARLES MAURRAS 291

Quienes anhelan la autoridad, serían juiciosos si com­


prendieran que la autoridad no es obra de la mano del
hombre, ni se fabrica por vía de elección; que la autori­
dad es nacida, que es tm don del cielo.
Las personas efímeras no tienen por qué buscar cuál
de entre ellas es la más apta para gobernar. Correspon­
de al conjunto de las razas francesas, o más bien a su
historia, decidir cuál es la familia-jefe.
Dos de esas grandes familias, después de buenos ser­
vicios, fueron alcanzadas por el derrocamiento: los hijos
de Carlos reemplazaron a los hijos de Cío vis, después
los hijos de Roberto sucedieron a los hijos de Carlos.
No hay medida común entre la obra merovingía o
carolingia, y aquella gran empresa nacional de genera­
ción en generación a que procedieron con éxito cons­
tante, los robertinianos, después llamados capelos. Gra­
cias tal vez a su admirable ley de sucesión, aquellos
príncipes-modelo construyeron la patria o la reconstru­
yeron. Cuando caían, el Estado declinaba con ellos.
Cuando se volvían a levantar, el Estado resurgía con
ellos. Lo que se vio dos veces en la Guerra de los
Cien Años (Carlos V, Carlos V II) lo que se repitió con
las guerras de religión y bajo Enrique I V . . . La Fronda
y Luis X IV nos dieron su último ejemplo antes que la
anarquía revolucionaria nos condujese a Trafalgar, Leip­
zig, Waterloo, Sedán por una curva descendente moti­
vada por su regicidio o su destierro, y en la que el
retomo momentáneo de tres de entre ellos determinó el
punto de resurgimiento nacional.
La familia que, entre sus minas, se arrogó el título
de IV dinastía, hizo exactamente la misma bancarrota
que la anarquía revolucionaria de donde ella procedía.
La elección de la historia es muy clara.
EL REY

Corruptible en cuanto hombre, el rey tiene como


rey la ventaíja de no estar corrom pido: su regla de
sensibilidad consiste en mostrarse insensible a todo lo
que no afecte sino lo particular, su género de interés,
en estar naturalmente desprendido de los intereses que
por debajo de él solicitan todos los Otros: dicho interés
está en independizárseles.
El rey puede desconocerlo, puede olvidarlo. Supon­
gamos lo peor. Un espíritu mediocre, un carácter débil
lo exponen a errar y equivocarse. ¡No importa, sin
embargo! Su valor, el valor de un hombre, es infinita­
mente superior al de la resultante mecánica de las
Fuerzas, a la expresión de una diferencia entre dos
totales.
Valgan lo que valieren su carácter o su espíritu, quedan
aún, sin embargo, un carácter, un espíritu; es una con­
ciencia, un corazón, una carne de hombre, y su decisión
representará algo humano, mientras que el voto de 5
contra 2 ó de 4 contra 3 representa el conflicto de 5 ó
de 4 fuerzas contra otras 2 ó 3 fuerzas. Las fuerzas
pueden en sí mismas ser pensantes, pero el voto que las
expresa no piensa; por sí mismo no es decisión, un juicio,
un acto coherente y motivado tal como lo desarrolla y
lo encarna el Poder personal de una autoridad conscien­
te, nominativa, responsable.

Tal poder juzga como calidad. Aprecia los testimo­


nios en vez de contar los testigos.
CHARLES MAURRAS 293

Bien o mal, así es como procede, y tal procedimiento


es superior en sí al de la suma y de la resta.
Teniendo interés en saber la verdad con el fin de
distribuir justicia, alienta a los unos, tranquiliza a los
otros, y a veces no escucha más que a uno, si uno solo
le parece digno de ser escuchado. Si el caso llega, lo
defiende contra todas las emboscadas y las tentaciones
de los poderosos. Ese discernimiento humano, de los
valores intelectuales y morales difiere, como el día de
la noche, del grosero y ciego procedimiento de las demo­
cracias. La idea de remitirlo todo a una especie de com­
bate singular o batalla general de los intereses en con­
flicto es una regresión que repite, bajo una forma ntieva
y mucho menos bella, aquellos duelos judiciales ante los
cuales ya se mostraban indignados los predecesores de
San Luis.
Únicamente la barbarie puede poner su confianza en
las soluciones de las mayorías y del número. La civili­
zación hace intervenir lo más a menudo posible el dis­
cernimiento de la verdad, el culto del derecho. Pero
eso presupone que el Uno tomado por juez y jefe se
distinga de las fuerzas llamadas a ser arbitradas por él.
El soberano no es el súbdito, el súbdito no es el sobera­
no. A l mezclarlos, la democracia lo embarulla todo, to­
do lo complica, todo lo retarda, y su regresión retrotrae
el mundo a los más bajos estadios del antiguo pasado.

Si se compara lo comparable: los vicios de una asam­


blea con los vicios de un príncipe hereditario, las virtu­
des de una asamblea con las virtudes de un rey, se ad­
vierten graves diferencias. La institución real palia o
combate los efectos del mal, mientras que la institución
republicana los apoya y amplifica. Igualmente la mo­
narquía presta a la virtud de las personas reales un
apoyo activo, permanente, mientras la democracia fati­
ga, desespera, agota o corrompe forzosamente a sus
mejores servidores.
294 MIS IDEAS POLÍTICAS

La peor sanción de la “ responsabilidad” real es el


regicidio o la deposición, o la caída de la dinastía: sin
embargo, ella puede ser aplicada con la mayor iniquidad
del mundo, como, por ejemplo, a Enrique IV o a Luis
X V I. Pero la idea de esta sanción es bastante fuerte
para relevar el promedio de los reyes por encima de
lo habitual. La conservación de su vida, de su gloria
y de su herencia se confunde, en la psicología natural
de los reyes, con la conservación del Estado.
Están interesados en que el Estado les sobreviva, y
de hecho el nuestro no sucumbió gravemente más que
una sola vez desde 987 hasta 1792. Pero desde hace 144
años, desde que el régimen electivo está oficialmente
establecido entre nosotros, ya no son más que caídas,
revoluciones, desastres, deslizamientos cuyas responsabi­
lidades están divididas a la vez en extensión y duración:
en extensión, puesto que se reparten entre los jefes elec­
tos, su parlamento y la opinión de todo un pueblo; en
duración puesto que en tanto cuanto responsabilidad,
política se limita a las personas sin repercutirse en su
descendencia.

Un rey destronado vuélvese un miserable desterrado.


Un republicano que ha perdido el poder es un gran
personaje que jamás pierde la esperanza de recuperarlo
y vive rodeado de una corte de parásitos activos y tur­
bulentos.
Es por esto que un rey si es a la vez áspero y prudente
respecto dél bien público, porque mucho perdería con
faltar a una y otra de esas cualidades, el republicano
nada pierde ni con descuidarlo todo: incluso podrá de­
cirse al caer que ya sabrá desquitarse y repararlo todo
la próxima vez.
A este precio uno puede permitírselo todo. Eróstrato
incendiaba el templo de Éfeso, pero se asaba en su in­
terior. En régimen republicano, se le puede prender
CHARLES MAURRAS 295

fuego a los cuatro costados de nuestras administraciones,


salir bien parado y volver a empezar.

¡Ah, sí! ¡N o es indiferente que el rey y los príncipes


sean buena gente y personas capaces!
Pero los reinados buenos y grandes, las restauraciones
brillantes están siempre ligados al espíritu de la institu­
ción, que vuelve esos altos valores humanos infinitamen.
te más frecuentes y productivos que en república, por
la razón de que un príncipe, dos príncipes, diez prínci­
pes son más fáciles de educar que diez millones de
electores o, aun, que nueve de diez centenas de esos
políticos en su mayoría improvisados, que se llaman
parlamentarios.
Pero, en fin, lo esencial del mecanismo real no des­
cansa en el valor de las personas, y el valor del reinado
no resulta de dicho elemento único.
En república, ¡todo depende de eso! En república,
la virtud es indispensable, la virtud heroica, la virtud
estoica. O ya no hay más nada. ¡Y el mínimo de virtud
exigible comporta una fe romana jurada y cumplida
para las promesas con que se colmó al elector!
Puesto que todo allí depende de los sufragios dados
por el elector a un programa, el régimen se desmorona
y deshonra, si el electo no guarda fidelidad al programa
de su elector, por lo menos “ en el promedio de los ca­
sos” . Ocurre luego, y debe ocurrir en un país republi­
cano como el nuestro, lo que, por ejemplo, habría ocu­
rrido en la edad media si los juramentos de fidelidad y
homenaje, fundamentos morales de la jerarquía feudal,
no hubiesen tenido por garantías corrientes y normales
cierto tonus moral y religioso, cierto sentido del honor
que hacía viable el sistema. El sistema se debilitó cuando
dichas virtudes se debilitaron para dar lugar a estados
de ánimo y de corazón diferentes.
¡A l menos puédese decir que la fidelidad feudal vivió
296 MIS IDEAS POLÍTICAS

y duró por varios siglos! Pero ¿y la virtud repu­


blicana? Aun limitada únicamente a la fidelidad con
los compromisos electorales, fue negada desde su cuna
en 1792, en sus primeros pasos, cuando las asambleas
centralizaron para ejecutar un programa descentraliza-
dor» cuando hicieron la guerra para aplicar un progra­
ma de paz, cuando destruyeron la monarquía que tenían
el mandato de conservar. Tales asambleas tuvieron en
vista únicamente el poder y la condición de dicho poder
personal en vez de ejecutar el mandato de sus comiten­
tes. Dichas asambleas de usurpadores eran pues lo con­
trario de la “ virtud” .
Esta virtud republicana no existió más que en los
sueños de cierto número de doctrinarios ideólogos. La
realidad los anuló siempre tan bien que los republicanos
de la III República, apenas vencedores electorales de la
reacción, no tuvieron nada más urgente que declarar
cumplidos los tiempos heroicos y decretar la destitución
de los vejestorios.
Con esa destitución, la institución realizó la destitu­
ción de la Patria.
Pusiéronse entonces a gobernar entre sí, para su uso
y beneficio, ayudados, servidos, y protegidos conforta­
blemente por las ficciones y las realidades del régimen.
Pero así se precipitó la ruina de todo lo demás.
O abjuramos de esas fábulas mentirosas, demolemos
eisas realidades peligrosas, restauramos la verdad política
y restablecemos la monarquía nacional, o hay seguras y
tristes probabilidades de tenernos que decir antes de
mucho que somos los últimos franceses.
Este libro se terminó de imprimir
el día 30 de noviembre del
año 1962, en los talleres
P kllegrini, Impresores,
San Blas 4027,
Bnenos Aires

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