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Teórico Nº 24
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Teoría y Análisis Literario
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de un estudiante que ha sido el primero de la clase y que, porque era judío, al demonio.
Para un francés primero de la clase es lo peor que le puede suceder. Para cualquier, no
es necesario ser francés. Del primero del ranking pasó a estar fuera de todos los
rankings posibles. ¿Qué tiene que ver eso con la filosofía? Derrida dice que tiene que
ver. Para alguien dedicado a la crítica literaria como yo, quien toda la vida enseñó que la
biografía no interesa, es bastante sorprendente.
Alumno: ¿No se toma como caso de reflexión, como ejemplo más que otra cosa?
Profesor: No sé bien lo que querés decir. La palabra “caso” sería adecuada
porque es algo absolutamente individual y en El monolingüismo del otro él se plantearía
como ejemplo, con lo cual Derrida me patearía si escuchara esto, pero no importa.
Pensemos en lo que tiene presentarse como ejemplo, desde el punto de vista del
narcisismo de cada cual, y, segundo, desde un punto de vista estrictamente filosófico.
Bueno, estaba hablando de la primera parte del final. A decir verdad, lo que
ustedes digan no me interesa demasiado; a mí lo que me interesa, realmente, es el título.
Así que póngale un título. Esto obliga a una reflexión extra, a una síntesis. Es
interesante ver cómo se las ingenian para presentar algo de tal modo que le interese al
otro que los escucha, en este caso, quien les habla. O sea, usen la imaginación, traten de
encontrarle un sesgo particular, propio, al tema. No se les va a pedir una tesis original
sobre nada, pero si un destello que ilumine o distraiga o alegre. No veo porque el
estudio tiene que ser penoso, el examen ya lo es. Si es un tema comparativo mejor. O un
tema que hayan descubierto ustedes y que no fue en principio descubierto por nosotros.
Yo no pretendo conocer al dedillo a todos los autores que enseñamos, más o menos y
hasta por ahí. Siempre me podrían mostrar algún detalle y eso sería sorprendente,
divertido y casi extraordinario para un examen. Uno espera esas cosas y se dan. Es casi
obligatorio, por otro lado, que no vengan solos al examen, que vengan con un papel. Me
interesaría que vinieran con lo que en español se llama “ayuda memoria”, en Buenos
Aires “machete”. Pueden traer lo que quieran, aunque si ustedes traen los apuntes
completos de la materia, dudo que en ese shock que se produce entre el que toma
exámenes y ustedes puedan consultar nada. Imagino un revoleo de hojas. Es decir, una
síntesis, en una o dos páginas, en donde ustedes tengan claro los pasos que van a dar al
exponer. La exposición es eso: que alguien tenga claro por dónde empiezan, por qué han
seguido por ahí o porque concluyen de determinada manera. La exposición debería
durar unos diez minutos y no más. Esto es por algo terrible e injusto pero es así; en las
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épocas donde hay muchos alumnos para rendir, regularmente en las últimas fechas,
tienen menos tiempo para exponer, unos diez minutos como dije. En cambio, si hay dos
alumnos para dar examen no hay problema.
La segunda parte del examen, en mi caso, son preguntas relacionadas con el
tema especial que han expuesto, por contraste o por extensión, de tal modo de pasarlos a
otro tema del programa. Tema que, evidente e intrínsecamente, tiene que ver con eso
que ustedes me han expuesto. Por ejemplo, ustedes hablan del problema del autor en la
teoría literaria y para esto eligieron textos de Foucault y Barthes. La consecuencia
lógica de esto es que yo pregunte que opina Derrida del asunto, cómo introducirías a
Derrida en este asunto. Si dejan de lado a Foucault yo les preguntaré por Foucault o
sobre el formalismo ruso. Es decir, cosas que hemos visto a partir de lo que ustedes
dice. Insisto, es lo que yo hago pero no necesariamente es la regla. Se les puede
preguntar acerca de lo que acaban de decir.
La tercera parte, para mí, es lo que yo llamo el “ping-pong”. O sea, preguntas
sobre el programa. En lo que a mí respecta yo no pregunto por las notas al pie sino por
los grandes títulos y esto por dos razones. Una es por buenas razones; si yo pregunto
qué es la “ostranenie” y ustedes no contestan, para qué les voy a preguntar en casa de
quién se reunía la OPOIAZ en San Petersburgo. En ningún caso tendría sentido pero
hay alumnos que muestran un saber casi absoluto y uno se ve tentado a que se luzcan
más y pregunta este tipo de cosas. La mala razón es que si no saben eso para qué seguir.
No es tan así la cosa, podemos seguir un rato, pero uno sabe que ante tres titulares, si
fallan dos, es un problema. En la página de esta alta casa de estudios, por otra parte, hay
algo que se llama “calendario académico” donde aparecen los turnos de examen. Esta
materia siempre toma examen los martes a las diez de la mañana dentro de las semanas
que corresponden al turno de examen en cuestión.
Siempre tengo problemas para empezar con Derrida. Creo que no por falta de
lectura de Derrida, sino por otras cosas. Les recuerdo que tienen que leer “La estructura,
el signo y el juego en el discurso de las ciencias humanas”, para prácticos. No llegó a
ser una pelea porque Lévi-Strauss, el aludido en ese texto, no contestó. A veces no
contestar a una polémica, por parte de los intelectuales, es un gesto de absoluta
arrogancia. Es decir, quién sos vos para que yo te conteste. Derrida leyó este texto en
1966, en Baltimore, en un congreso sobre las ciencias humanas y la crítica que iba a ser,
por el peso de los que ahí estaban, un congreso sobre estructuralismo. Estaban Lacan
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que hay entre literatura y ley. Si yo les preguntó quién se dedicó a ver esta relación entre
literatura y ley que es una norma, finalmente, la respuesta es Mukarovsky.
Cita de “¿Qué es un autor?”: está hablando de los mecanismos que obturan esta
nueva visión del autor condensada en la frase de un literato que es Beckett: “No importa
quién habla —dijo alguien— no importa quién habla”. Derrida diría todo lo contrario,
sobre todo importa quién escribe. Por supuesto, esto no lo dijo Derrida en ningún lado.
Foucault está hablando de la escritura que es uno de los métodos donde se cuela, nueva
e insospechadamente, esta vieja idea del autor. La palabra “escritura” empezaba a estar
de moda, donde antes se decía el estilo de Fulano ahora se cambia, sin mayor reflexión,
y se habla de la escritura de un determinado autor. “Me pregunto si esta noción,
reducida a veces a un uso corriente, no transpone, en un anonimato trascendental, los
caracteres empíricos del autor. Ocurre que uno se contenta con borrar las marcas
demasiado visibles de la empiricidad del autor haciendo jugar, una paralelamente a
otra, una contra otra, dos maneras de caracterizarla: la modalidad crítica y la modalidad
religiosa. En efecto, otorgarle a la escritura un estatuto original, ¿no es de hecho una
manera de traducir en términos trascendentales, por una parte, la afirmación teológica
de su carácter sagrado, y por otra, la afirmación crítica de su carácter creador? Admitir
que la escritura por la historia misma que hizo posible, está en cierto modo sometida a
la prueba del olvido y de la represión, ¿no es acaso representar en términos
trascendentales el principio religioso del sentido escondido (con la necesidad de
interpretar) y el principio crítico de las significaciones implícitas, de las
determinaciones silenciosas, de los contenidos oscuros (con la necesidad de comentar)?
En fin, pensar la escritura como ausencia, ¿no es simplemente repetir en términos
trascendentales el principio religioso de la tradición a la vez inalterable y siempre llena,
y el principio estético de la supervivencia de la obra, de su conservación más allá de la
muerte, y de su exceso enigmático con respecto al autor?”.
Es decir, considerar la escritura de esta manera es considerarla como algo
místico, teológico, religioso, un secreto que, por supuesto, siempre da algo para
comentar. Notemos que, en este momento, Foucault pretende borrar de su método de
indagación el comentario porque el comentario, según Foucault, repite en otro lado lo
que ya ha sido dicho en el origen. Una especie de glosa. Después cambiará de idea, pero
en el momento en que escribe esto se opone a esta idea hermenéutica que es la idea del
comentario. El texto cumple, por otra parte, con el precepto que lo guía: “No importa
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quién habla —dijo alguien— no importa quién habla”. No interesa el sujeto sino la idea
que está puesta en circulación, pero la palabra “escritura” había sido puesta en
circulación (por lo menos esta caracterización de la teoría de Derrida que me parece
absolutamente acertada, no sé si acertada en la crítica pero sí en la calificación) por
Derrida.
Ustedes sabrán que, en “¿Qué es un autor?”, hay dos figuras que no se
mencionan pero que están presentes. Una es Barthes, a quien le contesta y con quien en
ese momento se ha peleado, y la otra es Derrida. Está molesto con Derrida porque, en el
año ’63, si no me equivoco, aparece la primera gran obra de Foucault. Esta obra lo hace
conocer realmente en los ámbitos filosóficos, aunque ya lo era en parte, y esa obra es
Historia de la locura. Su querido alumno Derrida, lo había sido recientemente, da una
conferencia creo que en la Collége Philosophique sobre la Historia de la locura en la
época clásica. Por supuesto, Foucault está como invitado. Después de un introito en que
alaba al maestro (diciendo que con el maestro siempre se tiene un diálogo interior, el
maestro como una voz que surge de adentro, etc.), se dedica a demoler un aspecto que
para Derrida hace que toda la obra caiga, a la que realmente admira (debemos suponer
que eso es cierto y verdadero). La disputa gira en torno a la interpretación del famoso
“cogito” cartesiano. La conferencia de Derrida se llama «Cogito et histoire de la folie» y
es bastante dura. Concretamente, lo que está en discusión, para Derrida, es la
interpretación de una frase de Descartes : “¿Pero qué ? ¡Son locos!” (cómo nos vamos a
dedicar a los locos). Foucault la interpreta de una manera, en consecuencia con su
teoría, de que lo que hace Descartes es lo que hace toda Europa en general con los
locos: excluirlos, dicho en forma muy rápida y muy banal, si ustedes quieren. Derrida
sostiene que esta lectura es ingenua, lo cual es una patada en el hígado para un filósofo.
Está frase de Derrida, traduzco, debió pegarle no sé si en el hígado o en las partes
pudendas: “El totalitarismo estructuralista operaría aquí un acto de encierro del cogito
que sería del mismo tipo de las violencias de la edad clásica”. El estructuralismo lo
ponía loco a Foucault como ustedes saben.
Lo que voy a decir ahora figura en la biografía, una buena biografía aunque
demasiado preocupada por la orientación sexual de Foucault, de Didier Eribon. En el
momento no pasó nada, fueron amigos durante varios años más, pero parece que, años
después, la conferencia de Derrida es publicada. Los dos escribían en una revista que
había fundado Bataille: Critique. Entonces aparece, en la revista, una reseña de alguien
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cuyo nombre no recuerdo. El secretario de redacción de la revista o algo así era Derrida.
El autor de esa reseña tomó partido, en cuanto a la interpretación del “·cogito”, por
Derrida y menospreció a Foucault. Lo que hace Foucault es tratar de que esa reseña no
sea publicada y entonces Derrida dice que no, está hablando de mí y en esto no me
meto. A partir de ahí se pelearon a muerte, como corresponde a una relación entre
profesor y alumno. El maestro no puede tolerar, en una pelea, que el discípulo tenga
razón. Por lo tanto, se toma su tiempo, ocho años exactamente, y en una de las
revisiones de Historia de la locura incluye “Mi cuerpo: ese papel, ese fuego” que es una
respuesta a Derrida. Manda la respuesta en cuestión diciéndole que le perdone por
responder tarde. Sobre esto se han escrito, además de innumerables artículos, media
docena de libros. Es una polémica importante pero confieso que supera mi
incompetencia filosófica como para que ustedes se banquen semejante cosa explicada
por mí. Este es el preámbulo.
A lo que es el corazón de esta clase, me gustaría ponerle un título (para que vean
que uno puede ponerle título a las cosas). El título es “La biografía y la muerte”. Para
mí, la filosofía de Derrida es una filosofía escatológica, como él mismo dice, o una
filosofía mortuoria dicho más simplemente. El tema de la muerte no es algo que aparece
y desaparece, algo digno de reflexionar, como en el caso de Heidegger. Recuerden la
famosa frase de Heidegger que, después luego, también comentó Derrida: “La muerte es
la imposibilidad de una posibilidad”. Las reflexiones y aún el miedo a la muerte, algo
más vital, es central y permea todo lo que escribió, de alguna manera, Derrida en menor
o mayor grado. Dice Derrida en un artículo de un libro de cabo a rabo mortuorio que le
dedico a su amigo Paul de Man. Paul de Man se radicó en Estados Unidos pero fue
perseguido por su pasado nazi. Pasa por ser un radical de los estudios
deconstruccionistas en Estados Unidos, pero en su Bélgica natal había sido pronazi. Eso
estalla ante la luz pública y decreta, de algún modo, la muerte de la deconstrucción
derridiana en Estados Unidos. En Memoria para Paul de Man, un libro traducido al
castellano en Gedisa, dice: “El discurso de la escritura funeraria no sigue a la muerte,
trabaja sobre la vida en lo que llamamos autobiografía y tiene su lugar entre la ficción y
la verdad”.
¿Por qué la autobiografía está entre la ficción y la verdad? Porque la
autobiografía es un género literario y todo género literario participaría, según Derrida,
de alguna manera, de lo ficticio. Derrida le cambia el nombre a la autobiografía o a la
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un diálogo entre una voz supuestamente masculina y una voz supuestamente femenina,
incluía un casette donde Derrida decía las partes masculinas y una actriz, más o menos
famosa en la época, recitaba las partes femeninas. Ahí se cita un verso en español. Un
verso mortuorio, desde luego, de la más famosa poesía de la lengua castellana y quizás
una de las más hermosas. Es un soneto de Quevedo y es un soneto evidentemente
mortuorio. Le han puesto título pero creo que, evidentemente, Quevedo no le puso
ningún título. Dice el poema:
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra, que me llevaré el blanco día;
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso linsojera;
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una despedida, dice: “Dios quiere decir que la muerte puede poner fin a un mundo pero
no significa el fin del mundo. Un mundo siempre puede sobrevivir a otro. Hay más de
un mundo, más de un mundo posible. Esto es lo que nos gustaría creer por poco que
creamos o que creamos creer en ‘Dios’, pero la muerte, la muerte misma, si hay algo a
lo que pueda llamarse así, no deja lugar ni la menor oportunidad ni al recambio ni a la
supervivencia del solo y único mundo, del ‘solo y único’ que hace de cada ser vivo,
animal, humano o divino, un ser vivo solo y único”.
Derrida sería como el nuevo obispo Bossuet, un escritor del siglo XVII que se
caracterizó por escribir oraciones fúnebres. Fue preceptor del Delfín de Luis XIV. A mí
me parece gracioso, a ustedes tal vez les parezca obsceno y tiene algo de obsceno.
Derrida sabía muy bien que se iba a morir, tenía cáncer de páncreas, y no dejó que nadie
dijera su oración fúnebre sino que hizo una pequeña carta al respecto. A mí me da un
poco de risa, aunque está mal que uno se ría de estas cosas. Es un gesto por lo menos
extraño que Derrida diera orden de que, cuando muriese, se leyese esta carta que les voy
a leer. “Jacques no quiso ni ritual ni oración. Sabe por experiencia qué prueba supone
para el amigo que se hace cargo. Me pide que os agradezca el haber venido, que os
bendiga, os ruega que no estéis tristes, que no penséis más que en los numerosos
momentos dichosos que le habéis dado la posibilidad de compartir con él. Sonreídme,
dice, como yo os habré sonreído hasta el final. Preferid la vida y afirmad sin descanso la
sobrevida...Os amo y os sonrío desde donde quiera que esté”. Pueden pensar lo que
quieran de este gesto notable, para no valorarlo.
Me interesaría concluir un poco la clase con el problema del autor y de la
autobiografía. Primera cita de un libro del ’96, un libro norteamericano. La vida de
Derrida se dividió entre su enseñanza en Francia y su enseñanza en Estados Unidos. En
Estados Unidos reina la filosofía analítica y, por lo tanto, Derrida nunca enseñó en
ningún departamento de filosofía norteamericano y sí en los departamentos de literatura,
de literatura comparada o de francés en su defecto, lo que le daba un aire muy literario,
ante los ojos norteamericanos, a la filosofía de Derrida, con todo lo que esto implica
para los departamentos de filosofía. “Como ustedes saben, la filosofía tradicional
excluye la biografía. Considera a la biografía como algo exterior a la filosofía. Ustedes
recordarán la fórmula de Heidegger acerca de Aristóteles: ‘¿Cuál fue la vida de
Aristóteles? Pues bien, la respuesta está contenida en una sola frase: nació, pensó, murió
y todo el resto es pura anécdota”. Esta sería la posición filosófica: un verdadero filósofo
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no tiene biografía, tiene pensamiento. Derrida, quizás por razones biográficas, judío y
argelino, con una nacionalidad de segunda.
Segunda cita sobre la biografía. Es de “Autobiografía en la enseñanza de
Nietzsche y la política del nombre propio” de 1984. “Ya no consideramos más la
biografía de un ‘filósofo’ como un corpus de accidente empíricos que dejan un nombre
y una firma fuera de un sistema que estaría a disposición de una lectura filosófica
inmanente, la única que se considera filosóficamente legítima”. Tercera cita. Es de
Papel para escribir a máquina: “Me cuento entre los pocos numerosos que han
recordado constantemente: es muy necesario y hay que hacerlo bien volver a poner en
escena la biografía de los filósofos y el compromiso firmado, en particular, el
compromiso político de su nombre propio. Ya sea que se trate de Heidegger y también
de Hegel, de Freud y de Nietzsche, de Sartre o de Blanchot”.
En un film dijo lo siguiente. Esto lo tomo de la única biografía que hay de él que
se llama Derrida, editada por Flammarion en el 2010. El autor de la biografía cita lo
que dice Derrida en esta película dedicada a él. De paso, Derrida, más que Foucault y
Lacan, fue un filósofo mediático. Me parece que esto ha sido poco estudiado y vale la
pena que se lo estudie. Esto fue algo que le repugnaba, en este sentido es adorniano.
Derrida se caracterizaba por algo poco cortés con el público, por lo menos para el
público norteamericano que tenía codificado cuánto duraba una conferencia
universitaria; media hora, cuarenta minutos o nada. Derrida está hablando de los
grandes filósofos (Kant, Hegel y Heidegger) y dice: “Me gustaría oírlos hablar de su
vida sexual. ¿Cuál es la vida sexual de Hegel o de Heidegger?”. Yo diría: mejor no
saberlo. Debe ser de un pasmoso aburrimiento. Evidentemente tenía esperanzas de
descubrir algo interesante. Si le interesa el secreto, hay un secreto casi por naturaleza en
nuestra vida, privado por naturaleza, que es nuestra vida sexual. Si colgamos nuestras
fotos en Internet, la privacidad de nuestra vida sexual es algo a revisar. “Porque se trata
de algo de lo que no se habla. Me gustaría oírlos evocar algo de lo que no hablan. ¿Por
qué los filósofos se presentan en su obra como seres asexuados? ¿Por qué borraron su
vida privada de las obras? ¿Por qué no hablan nunca de cosas personales? No digo que
sea necesario hacer un film porno sobre Heidegger o Heidegger. Quiero oírlos hablar
acerca del lugar que el amor representa en su vida”. Yo diría que son dos cosas
diferentes. El amor, en buena medida, es exactamente lo contrario de la vida sexual.
Lacan dice y yo repito. Fin de la pornografía.
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