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UN HOMBRE PARA TODAS LAS GENERACIONES: UNA LECTURA

DE REGRESO DE TRES MUNDOS DE MARIANO PICÓN SALAS

Tiempo presente y tiempo pasado


se hallan, tal vez, presentes en el futuro,
y el futuro incluido en el tiempo pasado.
Si todo tiempo es un presente eterno
todo tiempo es irredimible.
T.S. Elliot

Si toda palabra escrita tiene la pretensión de convertirse en una extensión de


la memoria y la existencia de un individuo, que desea, más que su proyección
particular, ofrecer un testimonio de-su-humanidad para la historia de su nación,
¿qué pasa con aquella nación que se niega a desarrollar una conciencia histórica al
soslayar estos aportes como representación de una identidad nacional? Es claro
que no todo concepto de nación viene preconcebido y que la identidad es una
condición cultural que va reconfigurándose al adquirir nuevas significaciones.
En algún momento de nuestra historia republicana intelectuales venezolanos
como Valentín Espinal, Fermín Toro, Cecilio Acosta o Juan Vicente González
libraron una batalla particular contra los gobiernos de turno, los tiranos impuestos y
los caudillos del momento. Cada uno a su manera invocó por una nación donde el
machete o el fusil, arma del “iletrado”, alternara con la retórica, la palabra escrita y
la construcción de un imaginario cultural, arma del “letrado”. Algunos de ellos
apoyaron al dictador de turno, otros a su manera veían en la figura de los antiguos
héroes de la gesta independentista, la representación moral de lo que en su
momento Cecilio Acosta llamó el “ciudadano esclarecido”
Con la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935, Venezuela ingresa en el siglo
XX ensayando una democracia con abierta ejecución ideológica representada por
los partidos políticos. Este ejercicio queda interrumpido al poco tiempo debido a las
posiciones encontradas por aquellos sujetos significativos desde el poder, teniendo
como consecuencia levantamientos militares, golpes de Estado y el primer
magnicidio registrado en nuestra vida republicana. De esta manera las
manifestaciones del poder van alternándose de montoneras y caudillismo del siglo
XIX a intentonas militares en el XX. La idea es recurrente entonces: la violencia

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como manifestación de un nuevo e inédito comienzo. Si algo predominará en estos
años será la figura del intelectual, el cual, como señala el crítico venezolano Javier
Lasarte (2005) “observa e interroga las orientaciones de los intercambios sociales,
guiado por la difícil utopía del pluralismo democrático y en nombre de ideales
revisados (…) como la “igualdad” y la “justicia” (p. 131).
El fundamento que nutre una conciencia nacional podría encontrarse en un
devenir histórico, o la historia como representación incesante en la vida política de
las sociedades. Mariano Picón Salas reconstruye ‒no solo para la historiografía
cultural latinoamericana‒, su búsqueda personal para comprender (uno de sus
libros recurre a esta palabra, Comprensión de Venezuela) la historia desde otros
territorios culturales, como lo son la (auto)biografía y el testimonio; no es casual que
su primer libro tenga por título Buscando el camino (1920). La dialéctica en él es
palpable: buscar en la ausencia / presentar esa ausencia: la historia funcionará para
Picón Salas ya no como categoría determinista para explicar el presente, a esa
categoría aplicará la sensibilidad que produce lo humano, no solo persigue
transformar el pensamiento venezolano por medio de la cultura, sino que a esa
cultura suma (otro de sus títulos Suma de Venezuela) su propia identidad, su huella.
Continuador de las preocupaciones ciudadanas de Espinal, Toro, Acosta, entre
otros, su personal manera de observar el mundo, unificado entre lo local y lo
“mundial” (cosmovisión), nos mostrará que el dilema de cualquier hombre y su
época, es nuestro dilema contemporáneo con la historia.

Regreso de tres mundos: nobleza y “areté”

En uno de los capítulos de la Paidea (1997), Werner Jaeger expone cómo


Telémaco al salir de Ítaca inicia también un viaje pedagógico en el cual tendrá
que asumir un papel parecido al de un “embajador”. Siendo un niño parte de la
isla para saber si el padre sigue con vida o está retenido en algún lugar del

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Peloponeso. Se entrevistará con notables ancianos, rogará por ayuda, se
hospedará en los palacios de Néstor, rey de Pilos, y Menelao, rey de
Lacedemonia. Al tiempo que trascurre la conversación, los reyes quedan
maravillados, entienden que el linaje de Odiseo persiste en el hijo, el niño se ha
convertido en sujeto, persona, individuo. ¿No es acaso estas analogías la
categoría mítica que utiliza Picón Salas en Regreso de tres mundos (1959)?
Ensayo autobiográfico, escritura del “yo” no deja extraviar la vinculación de los
procesos formativos que lo contienen como individuo-persona, un
reordenamiento del mundo desde la experiencia y la cultura adquirida por medio
del estudio y la reflexión. Picón Salas expresa en este libro anfibológico que
“Cada hombre, cada generación debe encontrarse con sus propios reveses, y
librar su peculiar apuesta por el destino. Solo para que un hermoso cuento que
también se llama Historia, narramos lo que a nosotros nos pasó” (pp. 528-529).
Pero contar la Historia no es igual que leerla en la biblioteca de los mayores, salir
al mundo es también abandonar un universo cercano y conocido, abandonar el
paraíso implica no recuperarlo, el precio es la atracción por los abismos
existenciales, no es casual que la cita que inicia el texto sea determinativo:
“mundo, demonio y carne” (p. 525). La existencia no puede convertirse en
inconciencia, a decir de Picón Salas es también “someter a armonía y
comprensión los instintos y el entendimiento” (p. 530).
Visto de esta manera Regreso de tres mundos nos remite a una
autobiografía intelectual pero también espiritual que recuerda un poco a las
Meditaciones de Marco Aurelio. Armonizar el entendimiento no es solo adquirir
una sólida formación cultural, es también vincular lo social con el capital cultural
del intelectual para determinar las pulsiones históricas y políticas. Con esto no
me refiero al término intelectual orgánico esbozado por Antonio Gramsci, etiqueta
que el propio Picón Salas rechazaría si se tiene en cuenta la postura política
adoptada por él: “En medio de ese furor de endemoniados que tanto derechas
como izquierda parecía acosarnos, preferí mi liberalismo ‒un poco anacrónico‒
al monopolio de la verdad y las fórmulas inflexibles que ofrecían los nuevos
empresarios de los mitos” (p. 530).

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Picón Salas ve en el liberalismo la defensa de la libertad individual. Quizás
observará que esta defensa va en conjunción entre la palabra y la acción que es
enunciada por el intelectual como diseminación de su pensamiento. El verdadero
compromiso, más allá del orden político encarnado en el fanatismo ideológico,
deberá ser el reordenamiento de nuestra identidad nacional. En La traición de los
intelectuales (1951), Julien Benda señala que los intelectuales del siglo XIX y XX
son:

hombres que coloca su interés más allá del mundo práctico (…) al adoptar las
pasiones políticas les aporta el formidable apoyo de su sensibilidad, si es artista,
de su fuerza persuasiva, si es pensador en su prestigio moral en uno y otro caso
(p. 48).

Luego del encuentro con la “pasión, belleza y libertad” que le depara la


literatura, Picón Salas nos señala que el escritor debe desempeñar el papel de
un “geólogo” (p. 541): ir más allá de la superficie para adentrarse a las
profundidades de la conciencia. Se pregunta si será capaz de hacerlo al
compararse con sus maestros literarios y al hacerlo proyecta su mirada fuera del
hogar, piensa en la cultura, llega a escuchar, nuevamente por voz de sus
mayores, que “no había llegado, y acaso no llegaría nunca, la auténtica hora de
la cultura” (p. 545). Entiende que era preciso partir, conocer y conversar con otros
intelectuales, presiente la necesidad, más que estudiar la carrera de Derecho
para la cual se había preparado decide la interacción y la educación sentimental
de la noche con otros escritores. En el caso de Picón Salas la literatura no será
evasión de la realidad sino propósito para autoafirmarse en el mundo.

Historia o metahistoria

Sumergirse en la historia es para Picón Salas hablar de sí mismo. Su prosa


autobiográfica revela una compleja paradoja: bien sea para introducir en la

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autobiografía la historia o para que la historia permita el discurso de la
metahistoria. Por otro lado, el tiempo del discurso historiográfico y autobiográfico
es compartido, es decir, atiende el pasado, presente y futuro. Recordemos
algunos de sus títulos para leer en ellos el mismo fluir: Buscando el camino
(1920), Viaje al amanecer (1933) y Regreso de tres mundos (1959).
En Regreso de tres mundos el tiempo transcurre desde la memoria a la
historia unidas por una condición de un eterno presente. El fluir de la memoria y
la historia se unen a relaciones de semejanzas, se anula el pasado como
categoría sincrónica y se proyecta al futuro desde el ahora. Es así como describe
y compara la explotación petrolera con el proceso de la conquista; el consumismo
de los productos importados con los procesos neocoloniales de la
evangelización; los caballos de la conquista por poderosas máquinas que
perforan la tierra. Todos estos ejemplos nos hablan de la reconfiguración
constante del imaginario cultural del venezolano. Más adelante se describe el
curioso dato de una Constitución del año 1864 (no aprobada) en la que todos los
venezolanos teníamos el derecho a hacer nuestra propia revolución: habla de
nuestras contradicciones heredadas del siglo XIX republicano: dos tiempos
configurados por un mismo sujeto histórico. Héctor Jaimes en La reescritura de
la historia en el ensayo hispanoamericano (2001) nos da a entender que, a la
utilización del pronombre personal, el yo de Picón Salas termina por hablar de un
nosotros con el objetivo de cartografiar una conciencia nacional:

En la escritura de la historia, el pasado involucra a todos los hombres; en la


escritura autobiográfica, el pasado se refiere tan solo a la experiencia del
individuo que escribe, pero en ambas el registro del pasado es el tema principal
(p. 145).

Regreso de tres mundos fue un libro escrito durante la dictadura


perezjimenista, al igual que Los días de Cipriano Castro (1953). En el primer libro
el autor recuerda su llegada y su breve estadía en Caracas. Este tiempo le ayudó
a entender y calcular el alcance de la dictadura gomecista y el costo que tendría
que pagar si se quedaba en la ciudad: ya sea como un escritor al margen de la
tiranía o un preso más en la construcción de carreteras que al salir se encontraría

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viviendo en un país sin ningún tipo de progreso intelectual. Al tratar de escoger
alguna opción entendió que la diferencia era que algunos venezolanos podían
“tomar el sol, recorrer las calles como si fuera el corredor de la cárcel, y a otros
le tapiaron el calabozo” (p. 561). En el prólogo a la segunda edición de Los días
de Cipriano Castro (1955) dice: “Me interesó la época no como suma de nombres
propios o registro de episodios infelices, sino porque desde ella podía ver algunos
rasgos de la existencia venezolana en un momento de infortunio histórico” (s/n).
Los rasgos son coincidentes entre las dos dictaduras: persecución a los
disidentes, exilios políticos, diáspora, y por supuesto, los campos de
concentración. La historia recurre al pasado desde el presente, lo (auto)biográfico
reclama un lugar testimonial, una memoria que se extiende al futuro, la
preocupación del intelectual es ver y saber la semejanza de los sucesos terminan
por confundir el ahora, que podríamos llamar futuro. En Los nombres del exilio
(1993), José Solanes explica que:

La prospección, como la retrospección, no queda en simple ejercicio intelectual


y, en el ámbito del que habita el presente, es con emociones y sentimientos
como se va acusando la perspectiva y se percibe como próxima o lejana cada
parcela de lo vivido y de lo que queda por vivir (p. 171).

El proyecto de Picón Salas pareciera ser el de la reescritura de una historia


que pueda ser prospectiva-retrospectiva e introspectiva. De esta manera el autor
nos hace saber que el papel del intelectual (entre otros) no es solamente ser
testigo de una generación, sino ser la representación de esa generación. Al
recordar la diáspora de la dictadura gomecista el autor dirá sobre el exilio: “mucho
nos fuimos ‒casi secretamente‒ a sufrir, rehacernos o deshacernos en tierras
lejanas” (p. 563). No será una decisión fácil, no solo la ruina económica lo empuja
a marcharse, está el compromiso como intelectual: arriesgar la vida como lo
hicieran otros escritores, morir en el intento o plegarse a la sombra del poder.
Entiende que como escritor es importante seguir aprendiendo, será precisamente
en Chile donde percibirá que “cada cosa que estaba mirando, se transformaba
en incesante imagen, en necesidad de comunicación y reflexión” (p. 568), ¿será

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acá donde medita sobre una metahistoria que involucre la memoria y la existencia
como proceso formativo de una identidad nacional?

Un hombre para todas las generaciones

Regresar significa comenzar: confrontar la experiencia adquirida con los


prejuicios de los que se quedaron. Compara su situación con la de Francisco de
Miranda (recordemos la biografía de Miranda), la del exiliado formado en el
exterior y que representa una amenaza al prejuicio de los que se quedaron. A su
regreso Picón Salas señala que el país permanece igual, incluso observa cómo
la literatura nacional se ha petrificado con dos tipos de discursos: los “señoritos”
que terminaron frustrados al ignorar la realidad de la dictadura y los que
sobrevivieron a las cárceles. Ante esta situación se pregunta si se puede
trascender el momento histórico y soslayar la necesidad de pensar en el militar
como el gran organizador de la tranquilidad nacional en pleno siglo XX.
Este volver implica pasar por el “complejo del hijo pródigo que no puede
entrar en casa con mucho ruido” (p. 601). Genera desconfianza por las decisiones
que como superintendente del Ministerio de Educación toma al recomendar una
comisión de pedagogos chilenos, costarricenses y cubanos para modernizar la
educación en el país. Picón Salas dirá que estas críticas son motivadas por “la
ignorancia, la xenofobia, (…) vanidad y resentimiento” (citado por Rafael Pineda
en su Iconografía de Mariano Picón Salas, 1989, p. 89). Esta misma ignorancia
será expresada al acusar de “burgués”, “reaccionario” o “comunista” al contrario
para invalidarlo políticamente, quizás recordando que en el siglo XIX llamar a
alguien “godo” se consideraba una ofensa a los que representaban o defendían
la ideología conservadora.
El tono de autobiografía intelectual o espiritual de Regreso de tres mundos
va dando paso a una escritura muy parecida a las que conservan los testamentos
literarios. Los últimos capítulos del libro evocan el deseo de que nuestras
vicisitudes con la política no transciendan y dominen nuestra cotidianidad, es
notable ver el rechazo de la ideología, sea de derecha o de izquierda. ¿Cómo

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ubicarse en una neutralidad sin que esto represente una contradicción?
Contradicción al aceptar que el Estado pueda abolir la miseria, combatir la
pobreza y al mismo tiempo, pretenda “fiscalizar el pensamiento y meterse en ese
otro mundo inventor, poético y desasosegado, que es el espíritu” (p. 610). Picón
Salas nos muestra que eliminar la contradicción no es estar al servicio de lo
hegemónico sino al servicio de una política que contemple lo social como
oportunidad de darle un significado a nuestra existencia, al integrar a nuestro
espíritu una verdadera cultura liberadora, contraria a los vicios y defectos de una
cultura populista y demagoga. Presenta como ejemplo a los sofistas
contemporáneos: si el marxismo es la sustitución radical del poder por imposición
(violencia), el intelectual orgánico (retomo la idea gramsciana) ve en el mismo
poder la alteridad para establecer acuerdos o convenios no coercitivos que
impacten en una verdadera social-democracia. La idea de Picón Salas es muy
parecida a la Julián Benda sobre el papel que deben tener los intelectuales, no
el de un profeta-filósofo y menos un académico o clérigo; para Picón Salas el
“(…) intelectual no puede rehuir de su papel político (…) El intelectual incomoda,
entonces, porque sabe que el pensamiento y el juicio son tareas más difíciles de
lo que propala el frenético orador de plazuela” (pp. 610-611).
Regreso de tres mundos no fue bien recibido por la “sociedad de
intelectuales” representada en periodistas, grupos literarios, suplementos…
Antonio Pascuali en “El personalismo ético en Mariano Picón Salas” (1960),
indica que el libro, al ser confesión, les dio a los lectores el argumento para
señalar a Picón Salas como ejemplo no modélico de un escritor que huye al
compromiso histórico de su país. Este señalamiento contra el libro lo aprovecha
Pascuali para exponer a esos mismos críticos que al condenar el libro también
se liberan de un examen de conciencia y autocrítica de sus postulados básicos.
Para Pascuali la categoría de sujeto o individuo no se puede aplicar
filosóficamente a Picón Salas, la esencia que mejor lo define es “persona”:
persona porque se es con el otro en una comunidad organizada e
interdependiente. Mientras que la categoría de individuo aplica a una metafísica
de la conciencia, al ser que no se puede pluralizar, dice Pascuali “Persona es

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libertad. No la libertad de indiferencia del voluntarismo metafísico, ajena a la
conciencia, ni la libertad crítica y discontinua” (p. 441). Bajo esta premisa es que
Pascuali nos da la seguridad de una ética “personal” pues para el filósofo, Picón
Salas representa al intelectual preocupado por las constantes decisiones que una
comunidad acepta sin medir el impacto de esos cambios en las nociones de
libertad y pensamiento, es decir, cómo se ve afectado ese otro:

Personalismo es la obsesión del otro, la mirada constante en la presencia ajena


que me define como único, lo cual concluye en angustia reformadora de
dimensiones metafísicas (…) y no deja de ser un personalismo rectamente
entendido aquel que invierte toda su intencionalidad moral en el obsequio de la
autobiografía ejemplar, como una manera de darse al otro un gesto de caridad
y amor (p. 441-442).

La historia sin identidad es una categoría aséptica. Con picón Salas


entendemos que ingresar en la historia es unificar la experiencia de los “otros”
por un “nosotros” como nación, en un ahora contemporáneo. El compromiso del
intelectual es advertir de los excesos, descuidos e irresponsabilidad de lo
hegemónico, de allí que es incómodo en vida y luego de fallecer pasa a un olvido
voluntario. La ética “personalísima” nos enseña que los valores asumidos por el
intelectual son una extensión indeleble de su escritura, testimonio de una
existencia que está dispuesta a seguir dialogando siempre y cuando existan
receptores y lectores.

BIBLIOGRAFÍA

• Abbagnano, N. (1993). Diccionario de filosofía. México: Fondo de Cultura


Económica.
• Arfuch, L. (2013). Memoria y autobiografía. Exploración en los límites.
Argentina: Fondo de Cultura Económica.

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• Benda, J. (1951). La traición de los intelectuales. Chile: Ediciones Ercilla.
• Jaimes, H. (2001). “Mariano Picón-Salas: Del yo al nosotros”. En: La
reescritura de la historia en el ensayo hispanoamericano (pp. 143-164).
España: Espiral Hispanoamericana.
• Lasarte, J. (2005). “Picón Salas: pensamiento crítico y democracia social”.
En: Al filo de la lectura (pp. 131-143). Caracas: Universidad Católica
Cecilio Acosta / Universidad Simón Bolívar.
• Pascuali, A. (1960). “El personalismo ético en Mariano Picón Salas”. En
Sardio (7), pp. 429-459.
• Pineda, R. (1989). Iconografía de Mariano Picón Salas. Caracas:
Biblioteca Ayacucho.
• Salas, M. (1983). “Regreso de tres mundos”. En: Viejos y nuevos mundos
(pp. 525-610). Caracas: Biblioteca Ayacucho.
• ‒‒‒‒‒‒‒‒‒ (1955). Los días de Cipriano Castro. Barquisimeto: Editorial
Nueva Segovia.
• Solanes, J. (1993). Los nombres del exilio. Caracas: Monte Ávila Editores
Latinoamericana.

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