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1. La relación representación-texto.
Arte del refinamiento textual y de la práctica de signos. Abismo entre texto (lectura poética) y
la representación de lectura inmediata.
Arte de un genio creador, pero necesitado del concurso activo y creativo de muchas personas.
Solo encuentra su acabamiento en el instante en que el espectador plural se convierte en
público. A través del arte teatral —pensaba Víctor Hugo— la muchedumbre se transforma en
pueblo. Aunque, por otra parte, Brecht mostraba que con el teatro se acentuaban las
diferencias entre los públicos.
Arte peligroso: la censura no le quita nunca el ojo de encima. Arte fascinante: exige una
participación física y psíquica de una índole muy diferenciada. El teatro tiene la posibilidad de
mostrar los hilos paradójicos con los que se trama una sociedad.
La semiología del teatro ha de considerar al conjunto del discurso teatral “como lugar
integralmente significante”. Partir de esta complejidad impone que la mirada del analista no se
decante por una posibilidad reduccionista.
Si se privilegia el texto, se juzgaría con cierta injusticia la competencia del director en función
de su habilidad para reflejar el núcleo literario. En todo caso, se parte de la premisa de la
equivalencia semántica entre texto y representación, pero puede ser que esta equivalencia sea
una ilusión porque en la representación hay elementos materiales que son enteramente
distintos a los signos textuales que vertebran el sentido literario. Por otra parte, los signos
literarios pueden muy bien permanecer legibles únicamente en el contexto específicamente
literario y no poder salir de esa estructura.
Además, hay otro abismo adicional —suponiendo que el mensaje literario pase por entero al
especio de la representación— entre representación y espectador.
Lo más juicioso es pensar en que no hay equivalencia entre texto y representación y que en
cada representación se cuentan las cosas de maneras diferentes.
Si la representación funciona como sistema de signos, ello quiere decir que el sentido es
transmisible. Ello sugiere una sacralización del texto y una lectura —del director— que hace
del núcleo literario algo que ha de ser “movilizado” de modo cabal y, por tanto, aparece la
dificultad de ver la obra como verdaderamente una obra de arte. El peligro se acentúa si se
privilegia no ya el texto sino una lectura particular del mismo. Esta vía conduciría a un
fetichismo de la textualidad y a prohibir —o, al menos, a inhibir— cualquier progreso
escénico. El riesgo es la esterilización del teatro. Un paliativo sería la diferenciación entre lo
que es del texto y lo que es de la representacion.
Hay quienes optan por el rechazo, a veces radical, del texto. Esto es frecuente en la vanguardia.
El texto puede desaparecer, incluso. Esto lo dice Artaud.
Y es que el problema tiene que ver con la negativa a la diferenciación entre lo que es del texto y
lo que es de la representación.
Ahora bien, no es posible examinar con los mismos instrumentos los signos textuales y los
signos no verbales de la representación: la sintaxis (textual) y la proxémica constituyen dos
aproximaciones diferentes al hecho teatral, aproximaciones que no conviene confundir, de
entrada, sobre todo si hay que mostrar ulteriormente sus relaciones.
Así como no hay propiamente hablando un “lenguaje” teatral, no hay tampoco un “signo”
teatral. Aunque sí hay “elementos aislables equivalentes a signos. Esto da lugar a las más
acaloradas polémicas, pues la pregunta por los criterios de designación del signo, así parece,
siempre serán arbitrarios.
Se compone de dos partes: el significante y el significado. La relación entre estos puede no ser
visible o manifiesta, por ejemplo: silla no se parece a una silla. En este sentido el signo es
arbitrario. Además es lineal; su descodificación obedece a un orden cronológico. Hay un tercer
elemento llamado referente, puede ser real o imaginario. El signo silla tiene como significante el
morfema silla, pero no necesariamente la silla del mundo.
Luis Prieto distingue entre signos intencionales (señal) y no intencionales (indicio). Estos, a su
vez, pueden ser verbales o no verbales respectivamente. En el ámbito de la representación los
signos son señales porque, en teoría, son intencionales, aunque pueden ser indicios si denotan
otra cosa no deseada.
Pierce diferencia los indicios y los íconos de los símbolos el indicio se halla en relación de
contigüidad con el objeto al que remite; el icono mantiene una relación de semejanza con el
objeto denotado.
Prieto considera que la noción de signo debe ser entendida, según “el universo del discurso”.
El humo, funciona como indicio allí donde, socioculturalmente, se entiende en asociación con
el fuego.
Eco señala que las “semejanzas” entre el icono y el objeto no son fiables.
Por otra parte, para Pierce, el símbolo refiere a una relación sociocultural preestablecida entre
icono y objeto: la azucena con la blancura o la inocencia. Todo signo puede ser indicio y
símbolo: el color negro refleja sentidos diferentes en Occidente y en Asia.
El signo teatral es indicio e icono, y a veces también símbolo. Icono, por ser el teatro, una
producción de las acciones humanas; indicio, puesto que todo elemento de la representación se
inserta en una serie en al que adquiere sus sentido.
El signo teatral es complejo. Se puede estudiar bajo la idea del paradigma y bajo la del
sintagma.
Una forma de ver un grupo de signos operando, es considerando la idea del “apilamiento
vertical”. Ello expresa la posibilidad de un entreverado de discursos.
Consecuencia 2. Todo signo, por más mínimo que sea su poder vinculante, es susceptible de
una “resemantización”. Todo signo es como una pregunta para el espectador que reclama una
o varias interpretaciones. Incluso las oposiciones signo-estímulo-icono se ven continuamente
desbordadas por el funcionamiento mismo de la representación; saltarse la valla de las
oposiciones es uno de los rasgos más distintivos del teatro.
La gran dificulta en el análisis del signo teatral es entonces, su polisemia. Se trata en todo caso
de una polisemia ligada al proceso de constitución del sentido. Junto al sentido principal,
“evidente”, denotativo, todo signo conlleva otros significados (connotados) distantes a aquel.
Las connotaciones son atribuibles al contexto sociocultural.
“La especificidad del teatro reside en la posibilidad de privilegiar un sistema de signos, de hacer
jugar las redes de signos unas contra otras y de crear, en el propio texto-guión, un juego de
sentidos cuyo equilibrio final puede ser muy variable”
El referente del texto teatral remite a una cierta imagen del mundo, a una cierta figura
contextual de los objetos del mundo exterior. Así, la diadema, en una tragedia de Corneille,
remite no tanto a un objeto real, cuanto a la realeza o al rey; el referente de la diadema es la
realeza tal como la ve Corneille. El objeto real sólo tiene una importancia secundaria.
El referente tiene un doble estatuto: 1) se identifica con el referente del texto teatral; la
diadema de Otón de Corneille, representado en 1975, tiene como referente a la realeza
corneliana. 2) Materialmente está presente la “diadema” física, aunque pueda ser representado
por un actor de carne y hueso. Un signo es icónico cuando lleva su referente, como es el caso
aquí, en sí.
La representación construye al texto y podría decirse que construye su propio referente. Esta
es una situación semióticamente monstruosa porque un signo se encontraría en 3
referentes: el referente del texto dramático; él mismo como su propio referente; su
referente en el mundo.
Léase página 28, para comentar in extenso el ejemplo de la diadema que muestra la naturaleza
paradójica del signo teatral que condiciona el estatuto del teatro.
La historia viene a dar claridad: “Cada momento de la historia, cada nueva representación
reconstruye R como un referente nuevo de T y como un nuevo “real” referencial; y este nuevo
“real” de la representación remitirá a un segundo referente, distinto en cada caso en razón de
su actualidad, es decir, en razón del momento preciso, aquí y ahora, de la representación” 28
Y es que sólo es posible hablar de signo y de referente en función del destinatario del
“mensaje”
Se reitera que la actualización teatral está constituida por un conjunto de signos articulados, a
su vez, en sub-conjuntos: el Texto y la Representación.
Sea como sea, el teatro comunica, se efectúa como un acto comunicativo. Véase las ecuaciones.
Mounin no está convencido; de lo que dice se infiere que en el teatro no puede haber
comunicación puesto que no es hecho evidente la intención de comunicar. Pero la autora
contra argumenta; “la intención de comunicar no puede limitarse a la intención de comunicar
una ciencia o unos conocimientos determinados, claros y distintos. Se puede querer comunicar
aun cuando uno no sepa con claridad lo que comunica” El teatro es arte. La riqueza de los
signos desborda a la intención de comunicar.
Cierto es que no todos los signos pueden ser tomados como parte de un proyecto consciente
Y competirá al director escénico la tarea de hacer intencionalmente comunicativo el conjunto
de los signos teatrales. Tanto el director como el dramaturgo dirían: hemos querido hablar,
aunque no hemos querido decir eso o, o hemos podido decir lo que “queríamos decir”
f) La función poética remite al mensaje propiamente dicho y puede aclarar las relaciones entre
las redes sémicas textuales y las de la representación. Jakobson entiende la poética como “la
proyección del paradigma sobre el sintagma"
3.3. El receptor-publico.
Ningún comediante, ningún director dirían que el espectador es un ser pasivo. Algunos se
contentan adjudicándole una función fática.
El espectador, más bien, orienta al artista en determinada dirección. Además hay algo así como
un dialogo entre los espectadores que se da por respuesta a lo que tiene en frente. Más que el
director, es el espectador quien fabrica el espectáculo. Está obligado a seguir una historia, y
además a recomponer en cada instante el conjunto de signos que le es presentado. Está
obligado a apropiarse del espectáculo. He ahí el carácter demandante del teatro: un
involucramiento físico y psíquico. Brecht incursionó en esta idea.
3.4. La denegación
El teatro, en cuanto tal, está afectado de irrealidad y tal coeficiente es irreductible. El teatro
posee el estatuto del sueño, es una construcción imaginaria (que se vale de elementos reales).
En él todo ocurre como en un doble espacio: el de la vida cotidiana, que obedece a las leyes de
la existencia, a la lógica que preside su práctica social, y otro espacio que no está apresado por
la acción. Puede permitirse el lujo de ver funcionar las leyes que lo rigen sin someterse a ellas,
ya que estas leyes se encuentran expresamente negadas en su realidad forzada.
Mímesis: Desdoblamiento que permite ver una lógica distinta a la de la existencia real.
Catarsis: Deseo colmado por la “construcción del fantasma” (onírica freudiana) o por la
construcción de un “real concreto” (teatro), por un juicio que niega la realidad a partir del cual
se ven exorcizados los temores y deseos. Este es un elemento presente tanto en el psicoanálisis
como en la escena teatral.
Capítulo II.
“En teoría es posible iniciar el estudio de un texto por el análisis del discurso”
“Parece concluyente que sólo es posible una “lectura” de la totalidad del espectáculo, de la
ceremonia, o, en su defecto, del texto-guion. La reconstrucción intelectual y la catarsis psíquica
sólo se satisfacen con la fábula (entendida como un todo)”
Por debajo de la infinita diversidad de relatos subyace un número limitado de actantes. Esto
supone, claro está, una macroestructura internamente coherente.
Las macroestructuras no reflejan simplemente un modo de lectura. “La determinación de la
estructura actancial nos permite hacer, p.e., un ahorro de análisis tan confusos como el del
clásico análisis “psicológico” de los personajes”, también de análisis dramatúrgicos abocados a
los clásicos.
Por captar significativamente las acciones, este modo de análisis está más del lado de la
semántica que de la lingüística.
Si esta tesis es correcta, nos dice van Dijk, “es preciso que podamos controlarla, que demos
con las reglas (transformacionales) que unen a estas macroestructuras con las representaciones
semánticas (frases, oraciones) de la superficie textual” y pasar así de lo profundo a lo superficial
y viceversa. Van Dijk confiesa su impotencia.
En la medida en que estamos frente a estructuras que sobrepasan a las frases ya nos situamos
más allá de la lingüística clásica. La macroestrutura es transfrástica. Cuando se sobrepasa la
formalización se está en el contenido, y se cae en el dominio de la semántica. Pero también el
análisis de las macroestructuras sobrepasa a la semántica propiamente dicha, pues se enfrenta al
problema de la ideología.
Un problema es que “sustituir la ideología por el sistema significante lleva aparejado el riesgo,
no solo de separarse de la historia y del sujeto, sino, además, el de nunca poder elucidar la
producción y la transformación internas o externas de estos dos sistemas”
Quizá sea aún utópico intentar analizar estas macroestructuras textuales esforzándose a su vez
por no desconectarlas de sus condiciones de producción, es decir, de su relación con la
historia.
“Nuestra investigación”, dice Ubersfeld, “por simple e ingenua que parezca, puede permitir, en
el campo del teatro, delimitar el lugar donde se articulan estructuras e historia”
Se opta pues por el modelo actancial haciendo algunos retoques a lo que realizado por
Greimas, Propp y Bremond. El texto teatral tiene, naturalmente, un valor insoslayable, hay que
interrogarle sobre su carácter tabular ya que si se quiere ver en él una estructura tendrá que
presentar elementos concurrentes (de la manera estructural del análisis semiótico).
Sería difícil afirmar que el teatro es sin el actor. Parece ser que la unidad básica del texto teatral
es el personaje. No obstante, hay que advertir que:
2.- La noción de personaje tiene una carga “mistificante”. Hay que ser cautos respecto
a la posibilidad de darle la tarea de ser la unidad básica del teatro.
Greimas establece una serie de unidades jerarquizadas y articuladas: actante, actor, rol,
personaje. Esto permite encontrar las mismas unidades en T y R, de manera que la estructura
profunda del texto será también la estructura profunda de la representación. A partir de esto
puede verse cómo surgen estructuras de superficie. Este modelo permite ver la articulación y el
funcionamiento entre texto y representación.
El modelo actancial no es una forma, es una sintaxis capaz de generar un número infinito de
posibilidades textuales. Cada una de estas formas engenedradas a) se inscribe dentro de una
historia del teatro y b) es portadora de sentido (está relacionada con conflictos ideologicos)
3. El modelo actancial.
“El modelo actancial es ante todo extrapolación de una estructura sintáctica” Greimas. Un
actante se identifica con un elemento que asume una función sintáctica.
El sujeto (S) busca un objeto (O) en dirección o interés de ser D2 (concreto o asbtracto), en
esta búsqueda el sujeto tiene sus aliados (A) y sus oponentes (Op) Véase el ejemplo de la
página 49 sobre la búsqueda del Graal. Este esquema aplica también a toda trama regida por el
tema amoroso. Véase el esquema de la página 50.
Hay una tensión articulada entre sujeto y objeto a través de ayudantes y opositores. Las
combinaciones son multiples.
Un oponente, por su parte, rara vez se convierte en ayudante. Esta cambio obedece a “la
complejidad inherente de la acción misma, es decir, a la acción de la pareja fundamental:
sujeto-objeto”. Entiendo esto como una acción que responde a una trama predeterminada por
las cualidades propias del sujeto y del objeto. En este sentido no cabe el análisis psicológico del
ayudante/oponente.
En el caso de Edipo rey es la Ciudad la que envía expresamente a Edipo (S) para que aleje la
peste de Atenas dando muerte al asesino Layos. La Ciudad se ofrece a sí misma (D2) un
sacrificio epiatorio obligando a Edipo a perseguir y convencer a un criminal que no es otro que
él mismo. El sujeto (S) Edipo no puede seguir identificándose con la Ciudad sin tomar partido
contra sí mismo; de ahí el suceso extraño que lo lleva a quedarse ciego y a exiliarse. Queda de
manifiesto que es la Ciudad la que se ofrece a sí misma la representación dramática del destino
de Edipo rey.
En el caso de El Cid, Eros destinador empuja a Rodrigo hacia Jimena y viceversa, es el Eros de
la reproducción social conformado según las leyes de la sociedad feudal (recuérdese el aspecto
ideológico que soporta a la semántica teatral)
A veces sucede que la Ciudad aparece en dos lugares opuestos y de modo simultaneo, como en
Antígona. Esto indica que existe una crisis en la ciudad, una división interna en orden a unos
“valores”
La identificación del destinatario con el sujeto permite decidir sobre el sentido individualista o
no del drama.
Esta es la pareja básica de todo relato dramático. El sujeto se une al objeto de su deseo o de su
querer por una flecha que indica el sentido de su búsqueda. No hay claridad al momento de
determinar quién es el sujeto. Frecuentemente se le confunde con el héroe. La determinación
del sujeto sólo puede hacerse en relación con la acción y en correlación con el objeto.
Hablando con propiedad, no existe un sujeto autónomo sino más bien un eje sujeto-
objeto. Diremos que es sujeto de un texto literario aquello o aquel en torno a cuyo a cuyo
deseo se organiza la acción. Es sujeto, pues, el actante que arrastra en su movimiento a todo
texto. Hay consecuencias de esto:
c) El sujeto puede ser un sujeto colectivo, pero no puede ser una abstracción. El sujeto es
siempre un animado.
d) El objeto de la búsqueda del sujeto puede ser individual, pero las consecuencias de esa
búsqueda son plurales, y afectan a otros actantes.
El análisis actancial obliga a ver los actantes como dentro de un conjunto donde son
interdependientes.
“que S desee O” muestra que las acciones que emprenda el sujeto pueden ser autónomas, pero
siempre estarán “destinadas” por D1.
Ejemplo:
No hay autonomía del sujeto en el conflicto teatral cuando parece presentarse sólo es una
ilusión al servicio de una ideología. La narrativa no coincide con la realidad. Aunque, como
sabemos, frecuentemente, —y ¡qué bueno!— incide en ella. Pero esta último nos llevría a otro
punto que no atañe aquí, al problema de las posibilidades políticas del teatro.
Metonimia: Figura retórica de pensamiento que consiste en designar una cosa con el
nombre de otra con la que existe una relación de contigüidad espacial, temporal o
lógica por la que se designa el efecto con el nombre de la causa (o viceversa), el signo
con el nombre de la cosa significada, el contenido con el nombre del continente, el
instrumento con el nombre del agente, el producto con el nombre de su lugar de
procedencia, el objeto con la materia de que está hecho o lo específico con el nombre
genérico.
Se trata del deseo del sujeto. El deseo es la “flecha” que conecta sujeto con su objeto. En la
frase —enunciado— corresponde al verbo. En cualquier caso, el deseo alude a un sujeto que,
como habíamos dicho anteriormente debe ser animado, humano. El deseo es
fundamentalmente un querer. Ello señala que el sujeto es eventualmente un hacer. Esta
situación “formal-dinámica” determina la acción dramática.
No son otra cosa sino las relaciones que pueden darse dentro del modelo actancial donde,
como puede recordarse, hay seis casillas.
a) Todo ocurre como si el sujeto retuviera algo que el oponente desea. La desaparición del
sujeto es lo único que puede calmarlo.
b) El oponente se opone al deseo del sujeto hacia el objeto. Aquí hay rivalidad, un choque entre
dos deseos. Triangulo activo o conflictual.
Se tratará del anverso del anterior. Describe de qué modo la acción tal como se presenta a lo
largo del drama, está hecha con vistas a un beneficiario, individual o social. Explica no el
origen de la acción sino el sentido del desenlace de la misma. Nos muestra una especie de
diacronía (“tiempo del sistema”), un antes y un después. Este esquema nos muestra el modo
como la acción del sujeto se inscribe en la resolución del problema planteado, se pregunta por
la relación entre sujeto y destinatario, entre la acción individual del sujeto y sus consecuencias
individuales, y también socio-históricas. Plantea al director la cuestión semiológica clave:
¿cómo mostrar el sentido, a un tiempo individual y socio-histórico, del desenlace? ¿Cómo
hacer consistir un significado general, idiosincrásico, en una situación individual, ejemplar?
Este aspecto del teatro muestra que los hombres se hacen de la situación socio-histórica en la
que se encuentran. No existe ningún caso de teatro no ideológico.
3.8.1. La reversibilidad
Por ejemplo, en toda historia amorosa el sujeto pasa a ser objeto y viceversa. “Si es cierto que
Rodrigo ha comenzado a amar a Jimena, también es cierto que Jimena le ha correspondido. Lo
que ocurre es que las imposiciones sociales, el código, limitan las posibilidades (en este caso)
del actante femenino para convertirse en sujeto”. El análisis semiológico, al ser formal y
basarse en un fondo que está bajo el texto y bajo la representación, puede darse la posibilidad
de jugar con los signos. La representación se da también ciertas licencias. Las inversiones en
los énfasis de los signos son posibles.
Un método sencillo para determinar el modelo actancial principal consiste en construir una
serie de modelos a partir de los principales personajes tomados como sujetos.
Observaciones:
b) Semejanza y oposición del objeto del deseo, objeto en contradicción con la relación de
grupo deseada.
c) “Percibo aquí en toda su complejidad, conflicto doble entre los sujetos, por un lado, y
entre cada sujeto y su oponente, por otro”
“Este breve análisis nos hace ver con toda claridad la relación entre la contradicción del
modelo como proceso operatorio, sin más valor eurístico, y la construcción que pretende
determinar las estructuras inherentes al objeto. Es preciso desconfiar a la vez de estos dos
puntos de vista, del primero por implicar un relativismo, un empirismo del conocimiento; del
segundo por proyectar como “verdades objetivas” los resultados de métodos de investigación;
uno y otro revelan un positivismo científico. En la medida en que el teatro es una práctica
significante, el análisis (complejo) del modelo o de los modelos actanciales constituirá sólo
la determinación de ciertas condiciones teóricas de esta práctica significante”
La presencia de los dos sujetos, presencia tan característica del texto de teatro actualiza la
ambigüedad fundamental del texto (…) El misántropo nos autoriza a colocar la ambigüedad en
lo actancial. Un análisis, secuencia a secuencia (…) nos mostraría cómo el sujeto Alcestes y el
sujeto Calimena alternan en la sucesión del relato dramático; “Se obtendrán dos descripciones
de la estructura profunda del relato que darán dos lecturas posibles” El problema dramático
del texto coloca al espectador no ante una elección sino ante una oscilación permanente entre
entre los dos modelos” puede darse una lectura doble, dialógica que impone al espectador este
vaivén constitutivo del texto teatral.
Con frecuencia se pasa de un modelo a otro o, incluso, se dala substitución de un modelo por
otro en el transcurso de la acción.
Podría construirse un modelo actancial en el que Calisto sería el sujeto, Melibea el objeto, y
Celestina el ayudante. Este esquema es un tanto reductor por no reflejar toda la movilidad de
los personajes. Por lo demás, este esquema, que puede ofrecer una lectura de la obra en sus
inicios, se ve desbordado cuando Celestina entra en juego moviendo todos los peones.
¿Es posible un esquema en que Celestina aparezca en la casilla del sujeto? La dificultad estriba
en que la obra ofrece una búsqueda amorosa y esta tiene un sujeto y un objeto bien definidos.
En cierto modo no son los actantes los que desaparecen sino, más bien, el deseo del sujeto.
Sujeto reificado, el cadáver de Amadeo o cómo librarnos de su presencia. Los microsujetos de La
cantante calva. Pero “el debilitamiento del sujeto adopta una forma más “racional” en Adamov,
la labor dramatúrgica de su primeras piezas consiste en mostrar los esfuerzos infructuosos del
héroe central por constituirse como sujeto”; el subjetivismo de sus obras es una especie de
contraprueba del modelo actancial clásico.
a) Hay algo de intuitivo en este modelo. Se debe estar abierto a las rotaciones y permutación.
b) El factor tiempo debe estar presente en la determinación del modelo actancial, de manera
que se debe estar atentos a la evolución de la puesta en escena. Sin embargo, una guía factible
será siempre el texto. ¿Dialéctica?
4. Actores, roles.
4.1. El actor.
El actor es una “unidad lexicalizada” del relato literario o mítico. Los actantes hacen referencia
a una sintaxis narrativa; los actores son reconocibles en el interior de los discursos particulares
en que se manifiestan. El actor es una particularización de un actante; la unidad
antropomórfica que pone de manifiesto la noción o la fuerza que abarca el término de actante.
Un actor se define por un cierto número de rasgos característicos. Si dos personajes poseen a
la vez las mismas características y hacen la misma acción constituirán un mismo actor. Según
esto, el actor viene determinado por la trama textual. Es una unidad del relato.
El actor es el elemento abstracto que permite ver las relaciones entre personajes.
Con todo, la identidad de los rasgos distintivos no basta para establecer la identidad de los
actores, se precisa también de la identidad del proceso.
b) Pero sirve para explicar el funcionamiento del personaje y las relaciones entre personajes.
4.2. Roles.
Pero no hay que confundir actor con rol. Al igual que el actor, el rol es una de las mediaciones
que permiten pasar de un “código” actancial abstracto a las determinaciones concretas del
texto (personajes, objetos).
Hablando con propiedad, un rolo sólo puede darse en un relato rígidamente codificado. En la
comedia clásica no son propiamente actores sino roles: la joven doncella, el traidor, el galán, el
gracioso…
En las formas teatrales codificadas con menor rigor, un personaje puede desempañar un rol
para el que no está conformado. El proceso se realiza pasando del actor al rol codificado y del
rol codificado al actor. Por ejemplo, se pueden construir los galanes de Racine codificándolos
en la representación según las normas del galán del drama popular sentimental (ideología). El
director es el responsable de las descodificaciones y las codificaciones.
“Así como cualquier análisis semiológico del texto acaba poniendo en claro el código que
sostiene el proceso de escritura y conforma los elementos animados del relato confiriendo a
este código su historicidad y sus caracteres ideológicos, de igual modo toda representación
debe trabajar sobre la relación entre actor y rol para poner en claro o para paliar la historicidad
y las determinaciones ideológicas del doble código del texto y de la representación” 82. Es
notorio que una lectura textual del teatro es insuficiente.
NOTA: Algunas de las determinaciones de los roles están codificadas al máximo; son provistas
por la tradición. En estos casos se prioriza lo escénico y se pone en segundo lugar el texto.
Escribir para el teatro no significa escribir para la economía de editores y libreros; se trata, más
bien, de una práctica socioeconómica, la de la escena, lo que implica un lugar escénico, unos
comediantes, un público, unas inversiones y unas estructuras materiales cuyas consecuencias
inciden en la escritura (…) de descuidar estos condicionamientos, la escritura teatral se expone
a la irrepresentabilidad o a la falta de comprensión”83.
También se debe recurrir a la historia para solventar cuestiones como: la relación entre el actor
Escapino (artífice de pillerías) y el rol codificado del criado (en particular del criado pícaro) de
las comedias latina e italiana.
Consideraciones:
b) Una investigación más precisa exigirá un estudio secuencia a secuencia con 1.- anotación de
las acciones del actor por el orden en que aparecen; 2.- anotación desde un punto de vista
lexical; 3.- anotación, por orden de aparición, de los rasgos sémicos que figuran en las
didascalias y en el dialogo.
Un estudio aún más fino tendrá que vérselas con el estudio no tanto del actor sino del
personaje. El actor apenas es una capa del complejo conjunto del personaje teatral.
1.- El texto de teatro necesita, para existir, de un lugar, de una espacialidad donde desplegar las
relaciones físicas con los personajes.
3.- El texto de teatro se ofrece en signos espacializados; el espacio del libro es un espacio sin
relieve.
4.- Las descripciones del texto teatral son raramente poéticas, son más bien funcionales; están
orientadas menos a la construcción imaginaria que a la representación
5.- Es curioso; el espacio no es gravado con (en la) escritura, es vacío. Es en él donde se
produce la articulación texto-representación.
Aunque el lugar está débilmente presente en el texto, éste no podrá leerse sin él.
2.- Los elementos que permiten la construcción del lugar escénico son las didascalias
El estatuto de este lugar es diferente del lugar imaginario novelesco. El lugar textual, por otra
parte, requiere de una espacialidad concreta. El espacio teatral es el lugar mismo de la mimesis
en que, construido con los elementos del texto, deberá afirmarse al mismo tiempo como figura
(ción) de algo en el mundo.
La espacialización del lenguaje en las ciencias humanas permite enriquecer el análisis del hecho
teatral en su relación con el conjunto de las actividades humanas. Todas las metáforas que
subrayan el carácter espacial de las actividades humanas pueden encontrar una explicación
fecunda en el dominio del teatro.
La clásica oposición entre sintagma y paradigma en la lingüística es útil para el estudio del texto
teatral caracterizado por la riqueza y complejidad del funcionamiento del eje paradigmático.
Véase: los grafos arborescentes de Chomsky.
Freud dirá, por su parte: “la psique es extensa. No lo sabe”. Freud y luego Lacan han
presentado toda una serie de formalizaciones espaciales del aparato psíquico. Sin embargo, no
hay que considerar esta espacialidad desde un ángulo excesivamente “realista”. Cada una de las
partes de la psique tiene su campo de acción, su espacio propio.
Metáfora y metonimia; dos figuras del lenguaje que remiten al espacio, la primera como
condensación, la segunda como desplazamiento.
El signo escénico es de naturaleza icónica; esto significa que el signo tiene una relación de
similitud con aquello que quiere representar. Ya sea por semejanza o “en razón de los
caracteres propios del objeto” el icono es significativo, según Pierce. Algo parecido dice
Morris, aunque precisa: “un signo icónico es signo semejante por algunos aspectos que denota.
Por consiguiente, la iconicidad es una cuestión de grado” El ejemplo del retrato es óptimo.
Sobre el asunto Eco dice: “los signos icónicos reproducen ciertas condiciones de la percepción
del objeto sólo después de haberlas seleccionado según códigos de reconocimiento y de
haberlas anotado según convenciones gráficas”
Se requiere de una adaptación de lo antedicho para poder referirlo al espacio escénico, pues…
Importante: la tarea del semiólogo (y del dramaturgo) consiste en encontrar, en el interior del
texto, los elementos espacializados o espacializables que asegurarían la mediación texto-
representacion. Afirmar que existe una relación entre estructuras textuales y estructuras
espacio-temporales de la representacion es un postulado que no puede justificarse
teóricamente pero del que hay que partir.
3) desde el “publico”. A partir de la percepción que el espectador puede tener del espacio
escénico y del funcionamiento psíquico de sus relaciones con esta “zona particular” del mundo
constituida por ese mismo espacio escénico.
1
Claro está que una forma de estructurar la experiencia humana y de proveer los criterios de legibilidad la
brinda también, por su parte, la ciencia, pero esa es otra cuestión. J. Dewey ofrece, en este sentido, una
valiosa argumentación en favor de la experiencia, aunque no en detrimento de la ciencia.
¿De qué es icono el espacio teatral? 1) Del universo histórico, de realidades psíquicas, del texto
literario.
En cualquiera de estos casos, el espacio escénico sostiene una relación con el texto-soporte
“…el espacio del drama burgués o del drama naturalista, no es sólo la imitación de un lugar
sociológico concreto y correspondiente a la clase dominante, sino la transposición topológica
(icónica) de las grandes características del espacio social tal como fue vivido por un
determinado estrato de la sociedad” 120
“Inútil añadir que las cosas se complican al verse obligado el director teatral a espacializar no
tanto el espacio social del tiempo o de la historia en que el texto fue escrito cuanto su propio
espacio social y el de sus espectadores. También aquí, el texto funciona como elemento
mediato” 120
El espacio escénico puede presentársenos también como un vasto campo donde se enfrentan
las fuerzas psíquicas del Yo.
Si bien es una lectura freudiana, los textos anteriores a Freud pueden ser leídos bajo su
esquema.
Se sugiere que el espacio teatral de Maeterlinck puede ser leído desde la óptica del
psicoanalista. (¿no es esto un acercamiento riesgoso que pone fuera de foco la justa apreciación
semiológica? ¿Sería de verdad “más rentable”?)
Se habla de una lectura triangular que va de las estructuras psíquicas a las estructuras textuales
e, inversamente, de las estructuras a los materiales del espacio escénico.
Interesante es la nota al pie de página: “la noción de espacio permite comprender cómo
pueden coexistir significaciones diferentes o, si se quiere, hasta contradictorias, precisamente
por tener el mismo campo de acción” ¿quiere decir esto que la pauta que rige es el espacio del
significado y no el significado en el espacio? Sabemos, por lo que hay dicho Ubersfeld, que el
texto es irrebasable; nada está por encima de él y corresponde a la fuente de sentido de una
representación. Pero, si de lo que se trata es de tender un puente entre el texto y la
representacion, y el ícono es lo que posibilita esto, ¿no exhibe esto, insisto, una contradiccion?
“…la casi totalidad del léxico objetal de la Andrómaca de Racine se refiere a las partes del
cuerpo: la boca, el corazón, los ojos, las lágrimas” se asienta una problemática del cuerpo en un
área semio-lexical del objeto. Problemática que puede servir, se dice, como “matriz” de la
espacialidad en una representación de Racine.