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LA NORMALIDAD FILOSÓFICA
LATINOAMERICANA COMO NORMALIDAD
EDUCACIONAL DE LA FILOSOFÍA
Proyecto de Tesis para optar el Grado Académico de Magister en Filosofía
Asesor:
Lima, Perú
2019
1
Índice
Pág.
2
1. Título del Proyecto:
3
filosóficos para consumo colectivo (filosofemas, teorías, propuestas, etc.) y a brindar
respaldo al ejercicio de la actividad filosófica en sus procesos económicos de
producción, circulación y consumo de dichos bienes filosóficos. Pero todo, sin
menoscabo de la dimensión individual y personal del filosofar. La institucionalización
de la filosofía no significaba, ni mucho menos, una muerte del filosofar individual o un
cercenamiento a la creatividad, como equivocadamente pensaba el ahora extinto Javier
Sasso2. Sin duda, dicha institucionalización favorecía, por un lado, su
profesionalización, esto es, su conversión en una carrera profesional de carácter
académico mediante su adscripción a una universidad; y, por otro lado, favorecía,
asimismo, la expansión de cátedras y cursos de filosofía para el fomento de una
educación filosófica en las diversas instituciones educativas, inclusive escolares, y
siempre actualizada o actualizable conforme a los avances científicos experimentados
por la pedagogía o al surgimiento de nuevas corrientes, autores o teorías en el ámbito de
las Humanidades. Esto último de por sí señala un especial rasgo de la normalidad
filosófica de ser un proceso abierto y no con ley de clausura y que, en virtud de su
incorporación a la cultura y a su consecuente acercamiento a la gente, está llamada a
fomentar en esta la necesaria educación filosófica que avive en aquella el desarrollo de
la criticidad y la reflexividad como insumos necesarios para la construcción de una
ciudadanía más democrática, consciente y comprometida.
4
Así, pues, una problemática como la descrita nosme suscita el ánimo de acopiar
información y reflexión pertinentes con el fin de ofrecer en esta investigación un ensayo
de contestación a interrogantes como las siguientes:
-La normalidad filosófica latinoamericana, como evento filosófico que es, ¿tiene,
además, un carácter de fenómeno educacional? Si es así, ¿en qué consiste y de qué
carácter es?
2.2. ¿Qué objeciones y reparos acerca del carácter de esta normalidad filosófica
plantean algunos filósofos que no están muy conformesdisconformes con ella? Y
¿qué tengo que responder a aquellos?
2.3. ¿En qué medida el testimonio filosófico vivo y personal del propio Francisco
Romero Delgado contribuye a contestar con claridad a tales objeciones y reparos?
2.4. ¿Cuáles serían las raíces históricas novecentistas de dicha normalidad filosófica
latinoamericana que evidencien su carácter de evento histórico-educacional?
3. Justificación de la investigación:
1° la filosofía no debe anclarse solo en la universidad, sino que, fiel a su tradición, está
llamada a cumplir un rol liberador/emancipador esencial en la educación de los pueblos;
5
2° la profesionalización de la filosofía, como parte de la normalidad filosófica, es solo un
momento administrativo de esta, que no tiene por qué obstar el desarrollo de su función
educacional, que básicamente es crítica y problematizadora;; y, que la
4. Objetivos de la investigación:
4.2.3. Establecer que la trayectoria filosófica, profesional y personal del propio Francisco
Romero constituye un testimonio filosófico y fuente para desvirtuar de manera
categórica algunas de dichas opiniones.
4.2.4. Indagar cuáles serían las raíces histórico-educacionales del giro institucional que
implicó la normalidad filosófica como evento educacional en su dimensión
administrativa, sobre todo desde el siglo XIX, para relievar su carácter abierto y
dialéctico.
5. Hipótesis:
6
5.2. Hipótesis Específicas:
6. Variables:
7
6.2. Variables independientes:
7. Marco Teórico:
8
¿Qué papel juega la enseñanza de tal filosofía normalizada como un mecanismo de
incorporación de nuevos sujetos o conciencias reflexivas al torrente histórico del filosofar
tradicional? ¿Se puede orientar su enseñanza hacia ese objetivo de la normalización? ¿Se
puede pensar en la posibilidad de una normalización de la filosofía sin que se tenga que
considerar algún nivel de transmisión o de enseñanza de dicha actividad, de dicho filosofar
involucrado como parte del proceso? Porque, mediante el fomento irrestricto de su
enseñanza, se fomenta, al mismo tiempo, que la filosofía en Latinoamérica transite de una
etapa meramente individual, prenormalizada (en la cual el atributo más importante está
constituido por un filosofar que se diluye en el cantón de la mera subjetividad personal,
desconectada de cualquier pretensión intersubjetiva, contraproducente a los objetivos
colectivos de la democracia) a una etapa dialógica, al modo de la pedagogía preconizada
por el educador brasileño Paulo Freire, en la cual la nota distintiva viene dada por el
diálogo intercultural.
4 1997a:35.
5 2005a:209. Las comillas y el paréntesis son suyos.
9
de lo que Romero caracterizó como el estado de normalidad filosófica en Latinoamérica.
Pero, el otro aspecto, el formativo, supuso la enseñanza-aprendizaje de una tradición
ideológica, la occidental (=solo europea, pero desde nosotros, traspasa lo meramente
europeo), de cuyo proceso de estructuración histórica no habíamos sido partícipes. Empero,
ya occidentalizados, debíamos asumir como nuestra dicha tradición, conociéndola y
recuperándola en reversa, hacia atrás, generándose un desajuste de comprensión de dicha
tradición que el doctor Francisco Miró Quesada denomina vivencia del desenfoque.
¿En qué consistió esta? Según el parecer del doctor Miró Quesada, los pensadores del
siglo XIX tenían un serio problema hermenéutico con los productos filosóficos europeos:
podían entender estos escritos, pero no podían comprenderlos porque desconocían la
tradición en cuyo contexto ideológico se dio a conocer dichos bienes filosóficos. Esto
propició, como dijimosje antes, que tengan que conocer en reversa dicha tradición,
retrocediendo en el tiempo, generando una recuperación anabásica de dicha tradición.
Sin embargo, como dejamosé señalado más arriba, los indicadores del estado de
normalidad filosófica que incluyó Francisco Romero en su diagnóstico de 1940 son todos
movibles o cambiantes y generan, en consecuencia, que la normalidad filosófica sea un
evento filosófico-educacional movible, dialéctico, abierto. Tales indicadores se actualizan,
enriquecen, revisan, modernizan, consolidan, ahondan o incluso se renuevan acorde a los
tiempos, conforme a la economía filosofía-sociedad.
10
otro, con el mundo de las cosas, del pasado y de la tradición, y de la experiencia del tú
(…)”9, escribe10. Esta experiencia permite integrarse, autoformarse espiritualmente,
enfrentándose a la realidad de la vida, y en eso la ‘pedagogía filosófica’ cumplirá un rol
extraordinario.
Asumir el reto liberacionista que planteó el doctor Salazar en 1968, implicará fomentar
en Latinoamérica una educación para la emancipación, la cual, como diría Adorno
siguiendo a Kant, conducirá al individuo a vencer su minoría de edad aprendiendo a valerse
de su propio entendimiento11, encaminando, de este modo, su ser a contribuir al
engrandecimiento de la democracia. “La democracia descansa sobre la formación de la
voluntad de cada individuo particular, tal como se sintetiza en la institución de la elección
representativa. Para que de ello no resulte la sinrazón, hay que dar por supuestos el valor y
la capacidad de cada uno de servirse de su entendimiento”, escribe Adorno12. En esto,
nuevamente, la filosofía tiene excepcional importancia, porque aprender a valerse de su
propio entendimiento significará, por ejemplo, desarrollar su sentido crítico como una
facultad de juzgar hasta convertirlo en un hábito, como pensaba James 13. Además,
significará desarrollar nuestra capacidad de pensar como una de aquellas capacidades que
Passmore denomina abiertas, es decir, ‘abiertas a’ desarrollarse gradualmente y en forma
ascendente14, desde sus niveles más simples, mecánicos o ‘cerrados’ hasta los más
complejos y competentes. De esta manera -siguiendo a Amartya Sen 15- se puede sostener
que, desarrollando el individuo humano sus capacidades, se desarrollará la sociedad.
¿Qué se busca con una educación filosófica de este jaez? Mediante la educación, ante
todo, se busca la integración social de los individuos humanos, de tal modo que cada quien
pueda desarrollar sus capacidades y las ponga al servicio de sí mismo y del conjunto social.
“La educación requiere una estructura social diferenciada, con la función de socializar a los
jóvenes, preparándolos para su integración ideológica, moral y productiva en la sociedad”,
escribe, por ejemplo, el profesor Felipe Aguado16. No se trata de una mera adaptación, sin
más, que procure gente dócil, acrítica y remisa. Por el contrario, hace falta, para la
construcción de la democracia, un joven crítico, reflexivo, comprometido y participativo.
En consecuencia, una educación tendrá sentido cuando, impregnada de intencionalidad
filosófica, haga suyos estos ideales y los transforme en aprendizajes esperados.
Como escriben los profesores Cerletti y Kohan, “en la polis, la filosofía se vuelve
crítica radical del status quo imperante en la política, en la ciencia, en el arte, en todas las
9 1994:222.
10 1994:222.
11 Cf. Adorno 1998:115.
12 Ibíd.
13 Cf. James 1994:105. Para un tratamiento más amplio de este punto relativo a la criticidad, conviene
revisar, entre otros, a Cerletti y Kohan 1997: esp. Cap.4; Passmore 1969, 1982 y 1983:Cap.IX; y Raths y
otros, 1971.
14 Cf.1983:55.
15 Cf. Sen, 2000.
16 2010:13.
11
formas sociales y culturales dominantes”17; y pienso que en estas palabras se halla
prefigurado todo un programa curricular para la educación filosófica en permanente estado
de renormalización, porque, si la filosofía es crítica, entonces quienes filosofen deben ser
críticos y la juventud que aprende a filosofar deberá aprender a ser crítica con lo
establecido. En otras palabras, hay que orientar a los jóvenes hacia el cultivo de esa actitud
crítica18 y a modelar su juvenil entendimiento mediante el crisol de la razón pura, porque el
cultivo de esa actitud crítica de por sí es ya una forma de compromiso con el mejoramiento
de la convivencia humana en la que la sociedad en su conjunto se encuentra empeñada. De
esta manera, se producirá una democratización del saber y, por consiguiente, del cultivo de
la filosofía: filosofía para todos y no solamente para unas minorías exclusivas (académicas,
élites culturales, etc.) o con pretensiones monoculturales exclusivas y excluyentes19.
17 Op.Cit.:113.
18 Al respecto, son interesantes las sugestiones del llamado ‘enfoque crítico’ sustentado por las profesoras
María Cristina González y Nora Stigol (1993). Además, como señala la Dra. Di Segni, “la enseñanza de la
filosofía ocupa un lugar importante en este punto. Tiene herramientas para promover el pensamiento crítico en
los jóvenes y ayudarlos a ubicarse ante la realidad que les toca vivir pero puede también optar por argumentar
positivamente sobre lo que estoy criticando, relativizando todo conocimiento, guiando hacia un fuerte
escepticismo o un nihilismo que algunas tribus urbanas toman como bandera” (2009:357).
19 Véase, por ejemplo, Cifuentes, 2010 (Vol. I).
20 Sobre la expresión, ‘derecho a la filosofía’, véase, entre otros, Derrida 1990, 1991 y 2002, y Pettier, 2007.
12
Si el derecho a la filosofía tiene un kantiano sentido cosmopolítico, como sugiere la
perspectiva asumida por Derrida, entonces lo tiene universal; es decir, es un derecho para
todos y todas, o no es para nadie. Ni tampoco es excluyente: para unos sí y para otros no. El
ejercicio de este derecho se sustenta en la legalidad que dimana de la normalización de la
filosofía, y por tanto esta es fuente de legitimación institucional de los actos filosóficos que
involucra el ejercicio soberano de dicho derecho, entendiendo aquí por ‘acto filosófico’ a
toda aquella intervención o realización que se logra llevar a cabo o alcanzar en o desde el
ámbito de la filosofía o del filosofar. Sobreentendiendo el carácter institucional que el
estado de normalidad adjudica a la filosofía, entonces los ‘actos filosóficos’ devienen en
actos institucionales que, si bien suponen el filosofar de cada individuo en el ámbito
intransferible de su propia subjetividad, implican, al mismo tiempo, los supuestos relativos
al filosofar colectivo o como construcción social, en una suerte de construcción colectiva
que, a su vez, presupone pero también enriquece la tradición cultural en la cual se inserta
dicho filosofar como acto de construcción social de conocimiento 21. Dicho de otro modo: si
una institución guarda la memoria colectiva contenida en una determinada tradición,
entonces, una institución como la filosofía, normalizada, habrá de ser simultáneamente
tributaria y depositaria de la tradición ideológica en la cual dicha filosofía y su filosofar
correspondiente se inscriben. Como toda institución, esta institución filosófica evoluciona,
se complejiza o diversifica sus virtualidades de desarrollo, generando más derecho y siendo
capaz de empoderar políticamente a los ciudadanos en la medida que el derecho a filosofar
es capaz de adjudicar a estos una creciente ciudadanía reflexiva, como diría el profesor
Carlos Thiebaut22.
“Todo ser humano tiene indiscutiblemente derecho a pensar con libertad: es más, es
deber de cada uno hacerlo así, siempre que tenga los medios y la posibilidad de hacerlo”,
escribía St. John Harley en 173023. ¿Cómo podría el Estado, por consiguiente, garantizar
esta expresión de la libertad personal conculcando el derecho a la filosofía en un contexto
de filosofía ‘normalizada’ y no cifrada al voluntarismo personal de los filósofos
prenormalizados? No se trata de imitar acríticamente, evidenciando la cultura imitativa de
que hablaba el doctor Salazar, puesto que el apetito metafísico no es patrimonio
monocultural de alguna ideología, discurso cultural, grupo étnico o nación en particular y
que signifique subordinación y dominación ideológica y política por parte de otros con más
21 Según la perspectiva sociológica señalada por Berger y Luckmann (1998), en la construcción social del
conocimiento se tiene en cuenta no solo las ideas y tesis de los intelectuales –una perspectiva diferente a la de
Collins (2005)- sino cualquier conjunto de conocimientos.
22 Cf. Thiebaut, 1998.
23 Cf. Hersch 1973:234. Además, el Art° 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice:
“Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la
libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia,
individual y colectivamente, tanto en público como en privado, la enseñanza, la práctica, el culto y la
observancia”, y el Art° 19 dice: “Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este
derecho incluye no ser molestada a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y
opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”. Al suprimirse la
educación filosófica de la educación secundaria, por consiguiente, se está produciendo un flagrante atentado
contra los derechos humanos.
13
poder. Todo individuo humano tiene derecho a que se le introduzca desde la escuela en el
pensar filosófico con vistas a la construcción de la democracia, la cual, como ha mostrado
Nussbaum24, necesita de las humanidades, que no consentirá que se formen ciudadanos-
robots, consumistas, indiferentes y acríticos, hundidos en el fango incierto del presentismo
consumista y hedonista. Además, el desarrollo –ya lo mostró Amartya Sen- no es sólo
económico: también el hombre tiene urgentes necesidades espirituales que satisfacer y
capacidades intelectuales que desarrollar. Pero, con medidas como esta, sentenciamos a los
jóvenes a seguir preparándose para ser los nuevos Sísifos que el gran capital y el
consumismo contemporáneos requieren. Porque, como dice Darío Antiseri, “(…) un
sistema educativo que prohíba a un joven estudiar filosofía es un sistema que defrauda a
este joven en las cosas más importantes producidas en la historia del hombre”25.
8. Antecedentes:
14
8.1. Por ejemplo, el filósofo mexicano Leopoldo Zea fue uno de los primeros filósofos,
entre los más renombrados, en pronunciarse a favor del diagnóstico romeriano. Por
ejemplo, en un artículo suyo, fechado en 194627, con entusiasmo hace un rápido recuento
del estado de la ‘normalización’ de la filosofía en la Iberoamérica de aquellos días. En la
brevísima introducción, de un párrafo, nos dice que la ‘normalización’ significa que las
disciplinas filosóficas formaban ya parte esencial de la cultura iberoamericana, lo cual, en
sana lectura, querrá decir que en esta parte del mundo se empezaba a enfocar las diversas
disciplinas filosóficas y algunos de los problemas que en cada una de ellas se venía
abordando, sobre todo en Europa. Los pensadores ya no tomaban el quehacer filosófico
como una suerte de apéndice escolástico; ahora, dice, la filosofía forma parte habitual de
las ocupaciones culturales y, en consecuencia, “el estudioso de la filosofía dejaba así de ser
un ente extravagante y entraba a formar parte de la comunidad cultural”, escribe 28. Se
formaba, a su decir, una opinión filosófica.
8.2. Entre las voces críticas de la normalidad filosófica que merecen especial atención
tenemos la del profesor argentino-mexicano doctor Horacio Cerutti Guldberg. A tenor de
sus escritos29, el doctor Cerutti piensa que la normalidad filosófica representa en
Latinoamérica un momento neocolonizador en el plano de las ideas, porque significa la
consagración de la filosofía europea, la filosofía del colonizador entre nosotros. Entonces,
la filosofía que se hace aquí sería repetitiva, y su enseñanza en el sistema educacional solo
serviría para asegurar mayor colonialidad de Europa hacia nosotros. Por ello, habría que
impulsar una descolonización de la filosofía cuestionando su normalización, que solo ha
servido para aquello y para producir filósofos apolíticos, sin compromiso latinoamericano,
pro europeos y cómplices de dicha colonialidad. Tal normalidad filosófica solo vendría a
ser un evento burocrático y academicista. Por ello, el doctor Cerutti y el Grupo Salteño que
lideraba propugnaban la desescolarización de la filosofía, proponiendo, en su defecto,
seminarios de filosofía para trabajadores.
8.3. A esta posición, que tipifico como ideologizada, responderé con esta investigación
enfatizando que la normalidad filosófica no es necesariamente lo que el doctor Cerutti
pretende. Responderé detalladamente, por ejemplo, que la praxis filosófica del propio
Francisco Romero niega de plano los supuestos básicos del doctor Cerutti. Además,
responderé que mi visión de la normalidad filosófica no es ideológica sino más objetiva,
27 Cf. Zea, 1946.
28 1946:137.
29 Véase bibliografía, al final.
15
poniendo de relieve que la normalidad filosófica representa un momento de la historia de la
filosofía en Latinoamérica en el cual se da inicio a la institucionalización y
profesionalización de la filosofía con personería jurídica propia, sin estar supeditada a
ningún tipo de poder, ni civil ni eclesiástico. Dicha normalización filosófica ha generado la
aparición de oportunidades históricas para los pensadores latinoamericanos de estar a la par
con aquellos de otras latitudes. Se empoderan y no son menos que nadie. Se profesionalizan
y, sin supeditarse a nadie, son también capaces de producir bienes filosóficos e incorporar a
Latinoamérica al concierto filosófico universal, como, sin duda, es el caso del propio doctor
Cerutti. Por estas razones, responderé que desescolarizar la filosofía, como plantean el
doctor Cerutti y su Grupo Salteño no soluciona nada sino que, más bien, nos estanca y nos
predispone, ella sí, a seguir siendo colonizados por otras potencias ideológicas. No me
opongo a que se enseñe a filosofar a los trabajadores, pero eso no significa necesariamente
la desescolarización de la filosofía. Ahí está el ejemplo vivo de la Cátedra Korn de
Romero. Y responderé, además, que, por el contrario, la filosofía, como parte del proyecto
normalizador, cumple una función educacional, y su presencia y enseñanza crean la
posibilidad de que los latinoamericanos podamos reflexionar críticamente sobre nuestra
cultura dominada y alienada, como sugería el doctor Salazar, y podamos fomentar una
liberación ideológica, similar a la emancipación mental de que se hablaba en el siglo XIX,
contribuyendo a formar ciudadanos reflexivos y dialógicos, siguiendo las recomendaciones
metodológicas del pedagogo brasileño Paulo Freire30.
10. Metodología:
Introducción
Capítulo 1: Síntomas de un despertar vocacional
1.1. Preámbulo
30 Cf. Freire 1971 y 2002.
16
1.2. ¿Qué dijo Romero acerca de la normalidad filosófica latinoamericana?
1.2.1. El discurso en el PEN Club, 1934
1.2.2. Sobre la filosofía en Iberoamérica, 1940.
1.2.3. Enrique José Varona, 1941.
1.3. La filosofía como función ordinaria (y dialéctica) de la cultura
1.4. Monólogo prenormalizado, dialogicidad normalizada y discurso universal
1.5. La normalidad filosófica, un fenómeno educacional en movimiento
Capítulo 2: Diálogo con algunas voces discrepantes
2.1. Preámbulo
2.3.1. Preámbulo
2.3.2. Normalidad filosófica e inautenticidad de la filosofía
2.3.3. La desescolarización de la filosofía
3.1. Preámbulo
3.2. El programatismo moral romeriano y la filosofía latinoamericana
3.3. La apuesta militante y programática de Romero
3.3.1. En la cátedra universitaria
3.3.2. En la Cátedra Korn
3.3.3. Romero, misionero cultural
3.3.4. Romero, normalizador en las sombras
Capítulo 4: Raíces históricas y significación de la normalidad educacional de la filosofía
4.1. Preámbulo
4.2. La vivencia del desenfoque y los primigenios procesos de subjetivación filosófica
4.3. El giro institucional de la filosofía latinoamericana en el siglo XX
4.4. Significación del giro institucional y el proyecto ideológico letrado
4.5. Normalidad filosófica y pedagogía de la dialogicidad
17
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