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Los Pergaminos de Melquiades

Sexo y poder en Carora colonial.


Orlando Álvarez Crespo

A partir de las disposiciones emanadas del Concilio de Trento (1545–1563), la


actividad evangelizadora se orientó hacia la depuración del cuerpo a partir del
establecimiento de un conjunto de prohibiciones carnales que producirían una
limpieza espiritual. Cuando se peca o se delinque, no sólo se ofende a Dios, sino
que se le deja la puerta abierta al Demonio. Así lo entendían los clérigos
coloniales y por ello fueron tan duros en reprimir los pecados de la carne. Por
tanto, vigilar las relaciones sexuales entre estos núcleos se convirtió en una tarea
fundamental. La presencia del Demonio que siempre llegaba por la vía de los
pecados de la carne, se convirtió en la legitimación de la acción de la Iglesia sobre
el mundo.

La primera vez que la ciudad de Carora presencia un escándalo que involucra a


personas poderosas por razones de sexo fue cuando tiene lugar (1576) el
asesinato del acaudalado comerciante Don Pedro de Avilés, de 54 años de edad,
esposo de Doña Inés de Hinojosa, (una hermosa mestiza que imitaba el caminar
de los felinos), a manos del amante de esta de nombre Jorge Voto, florentino,
tañedor de la vihuela y maestro de danza. De este asesinato, ante la compungida
figura de la viuda, fueron sospechosos casi todos los 48 varones de la ciudad. Y al
decir verdad los primeros pobladores de Carora no eran “muy buena comida”. El
propio Pedro de Avilés, apostador, fanático de los dados y las cartas, había
estado preso en 1546 por órdenes de Carvajal. El capitán Martín de Albujar,
aventurero, que llegó a Carora cuando todos lo creían muerto, anduvo, en 1570,
tras El Dorado, introdujo el Pericón. El Cura de entonces era un portugués que
llegó al Nuevo Mundo violentando una prescripción prohibitiva de Carlos V. Y estos
eran solo una muestra de los “principales”. A casi todos los interrogó el Corregidor
Pablo de Mosquete y Montemayor. De sus actuaciones, el Escribano Publico, Juan
Esteban del Real, levantó las “actas policiales” del caso. No se dio nunca con el
verdadero asesino. Una solterona de 45 años, Concepción Landarete, “pretendió”
atribuirle el asesinato al mismo Diablo.

En 1610, de El Tocuyo, había llegado una negra rabona y caderuda, que “dio
mucho que hablar en la joven ciudad”. Se llamaba Juana Cataño, esclava del
principal tocuyano Juan Cataño. Descendiente de esclava, “inexplicablemente”
llega a Carora con mucho dinero; tanto así que sufragó la mayor parte de los
gastos de la construcción del Convento de Santa Lucia. Lucia Cataño “no se
anotaba mal”: al mismo tiempo compartía su ardiente y voluptuoso cuerpo con el
Alcalde Ordinario, en 1624, Juan Álvarez Franco, llamado Alvarito, y con el
acaudalado encomendero Juan Alonso de la Bermeja.

Tuvo al menos tres hijas “que no le perdieron pisada a su madre”. Una hija suya,
Ana Cataño estuvo involucrada al mismo tiempo sexualmente involucrada con un
alcalde Juan Antonio Mosquera quien ejerció en 1616 y con un cura de la ciudad.
Algunos afirman que una hija casó con el alcurnioso y linajudo caraqueño
Clemente Ponce de León. Otra hija, Lucia, vivía amancebada con el acaudalado
cura Hernando de Ocampo, fue la abuela del primer sacerdote nacido en suelo
caroreño: el licenciado Juan Ramos Serrano, rector del Seminario de Caracas.
Este cura era sobrino de la esposa de Juan de Salamanca.

Estas mulatas libres de origen caribeño llegaron a ser catalogadas como


blancas mucho antes de la utilización de los beneficios de la Real Cédula de
Gracias al Sacar. Le sacaron mucha utilidad a su cuerpo y a sus curvas. Fue tal
el grado de importancia de las hembras con este apellido que gracias al dinero
del Pbro. Hernando de Ocampo y al enlace con españoles "principales"
lograron ordenar tres presbíteros y doctores.

Por este amancebamiento de las “muy vituperadas” Cataño con los hombres
principales de la ciudad, a pesar el rumor de sus relaciones eran “ilícitas y
pecaminosas” era incitador y subvertía el orden religioso y civil (por ser relaciones
inter-étnicas) no hubo excomunión por parte de las autoridades religiosas locales.

Pero a finales de 1721 tiene lugar un escandaloso pleito público que involucra a
dos alcaldes de la ciudad, a sus amantes y al Licenciado Ignacio Antonio de Hoces
y Mogollón (1699-1776) Comisario de la Santa Inquisición. Para el referido año,
ejercían de alcaldes Pedro Alejandrino Álvarez de la Parra (1667- 1735) y Juan
José Riera Álvarez (1689).

Don Pedro Alejandrino Álvarez de la Parra estando casado (segundas nupcias)


con Doña Catalina de Azuaje y siendo padre de seis hijos, vivía amancebado con
“una pecadora”. Igual sucedía con el otro alcalde Juan José Riera Álvarez. Estos
alcaldes debieron ser muy lascivos y berrinchosos, pues cada uno al menos tuvo
seis hijos cada uno. Pedro Alejandrino en 48 años casó tres veces (el último a los
68 años), y Juan José casó con una tripona llamada Micaela de Arrieche.

De seguro el apretado cura Ignacio Antonio de Hoces les llamó la atención


sobre su conducta sexual. Pero estos no hicieron caso… Como se trataba de
relaciones inter-étnicas, sin el concurso del sacramento del matrimonio, y era un
muy mal un mal ejemplo, el cura rector tomó la decisión extrema de la
excomunión. El escándalo era incitador y subvertía el orden religioso y civil. La
autoridad religiosa sabía de la intensidad de las relaciones extramatrimoniales, la
gravedad reposaba en que éstas se hicieran públicas. El inconveniente en la moral
colonial no era el acto mismo, sino el peligro latente que representaba para los
buenos cristianos.

El caso de excomunión que dejaba a Carora sin Gobierno, dejòa a estos dos
caroreños principales “sin Dios ni Iglesia” fue elevado al Obispo de Caracas, Don
Juan García Abadiano, y a la Real Audiencia que revocaron la decisión del Padre
Hoces y Mogollón. El caso pretendió “entapararse”. Se dijo después que el cura
los excomulgó por problemas de “dogma y disciplina”, lo cual es solo aplicable a
las órdenes religiosas. Pero los caroreños todos sabían que el caritativo y
emprendedor Padre Hoces y Mogollón los había “dejado sin Dios” porque
perdiendo el temor a Dios y la vergüenza al mundo, se soltaron el moño e hicieron
público y notorio su amancebamiento para ofensa de Dios y de la Santa Iglesia”…
Y no hay peor delito que la ofensa a Dios… Se había formado este cura en la
doctrina de San Pablo y de Tertuliano sobre la sexualidad y estaba convencido del
poder seductor de los incubos y súcubos.

El padre Hoces será recordado luego por ser el “constructor” de la casona hoy
llamada El Balcón de los Álvarez”, construida como su casa de habitación en
1741. En 1744, Con los recursos dejados por un misterioso penitente hizo edificar
la Capilla del Cerro de la Cruz. En 1745, dirigió los trabajos de la construcción del
templo de Aregue a petición del agente de la Compañía Guipuzcoana, Don
Cristóbal de la Barreda como pago de una promesa. Este cura anualmente hacia
traer desde Maracaibo un importante cargamento de mercancía que repartía entre
sus parientes pobres, esclavos, “vergonzantes y pobrería en general”. Heredó
algunas herencias importantes de parientes suyos con las cuales pudo sufragar
los gastos de sus obras sociales y de los edificios religiosos como hizo 1743
cuando levantó la Capilla de San Dionisio que lo hizo con su dinero y el aporte de
las mujeres de Carora. El presbítero Licenciado Ignacio Antonio de Hoces y
Mogollón, ordenado en el seminario de Caracas en 1725, había nacido el 31 de
julio de 1699, murió en la fría mañana del 16 de diciembre de 1776.

Los casos de notorios y públicos amancebamientos de hombres de poder “que


ofendían a Dios” de 1576 y de 1624 quizás fueron más graves que el de 1721,
pero no hubo un cura celoso del dogma como Dios manda y que en Carora han
sido la excepción.

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