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Un cristiano comienza a leer

el Evangelio de Marcos
Alessandro Pronzato
CAPÍTULO CITA BÍBLICA TOMO PRIMERO
EL «INVENTOR» DEL EVANGELIO
Mc/01/01
Mc/01/02- EN EL PRINCIPIO EXISTÍA EL EVANGELIO...
01-02
08
Mc/01/09-
EL BAUTISMO DE JESÚS
11
Mc/01/12-
TENTACIÓN EN EL DESIERTO
13
Mc/01/14-
03-05 INAUGURACIÓN DEL MINISTERIO DE JESÚS
15
Mc/01/16-
LLAMADA DE LOS PRIMEROS DISCÍPULOS:
20
Mc/01/21-
UNA JORNADA EN CAFARNAÚN
45
Mc/01/21-
EN LA SINAGOGA
28
Mc/01/29-
EN CASA Y FUERA DE CASA
34
Mc/01/35-
06-09 HUIDA AL DESIERTO:
39
Mc/01/40-
CURACIÓN DE UN LEPROSO
45
Mc/02/01-
PERDÓN Y CURACIÓN
12
Mc/02/13- LA VOCACIÓN DE LEVI - JESÚS SE SIENTA
17 A LA MESA CON LOS PECADORES
Mc/02/18-
DISCUSIÓN SOBRE EL AYUNO
22
Mc/02/23- EL ESCÁNDALO DE LAS ESPIGAS
28 ARRANCADAS:
Mc/03/01-
EL HOMBRE CURADO EN DÍA DE SÁBADO
06
10-14
Mc/03/07-
JESÚS Y LA MULTITUD
12
Mc/03/13- LA LLAMADA DE LOS DOCE:
19 JESÚS FORMA UN NUEVO PUEBLO:
Mc/03/20-
LA NUEVA FAMILIA DE JESÚS
35
Mc/04/01- LA JORNADA DE LAS PARÁBOLAS
09 PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
Mc/04/10-
POR QUÉ JESÚS HABLABA EN PARÁBOLAS:
12
EXPLICACIÓN DE LA PARÁBOLA DEL
Mc/04/13- SEMBRADOR
15-19
20 MEJOR: INTERPRETACIÓN DE LOS
DISTINTOS TERRENOS
Mc/04/21-
LUZ Y ESCUCHA
25
Mc/04/26-
LA SEMILLA QUE CRECE POR SI SOLA:
29
Mc/04/30-
EL GRANO DE MOSTAZA
34
Mc/04/35- LA JORNADA DE LOS MILAGROS:
6/6 FUERZA Y DEBILIDAD DE Dlos
Mc/04/35-
20-24 JESUS CALMA LA TEMPESTAD DEL LAGO
41
Mc/05/01-
EL ENDEMONIADO DE GERASA
20
Mc/05/21- EL PODER DE LA FE: LA HEMORROISA ES
CURADA Y LA HIJA DE JAIRO DEVUELTA A
43 LA VIDA
Mc/06/01- JESÚS MOTIVO DE ESCÁNDALO PARA SUS
06 PAISANOS
Mc/06/07-
MISION DE LOS DOCE
13
Mc/06/14-
MUERTE DE JUAN EL BAUTISTA
25-29 29
Mc/06/30- VUELTA DE LOS APÓSTOLES:
44 PRIMERA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES:
JESÚS CAMINA SOBRE LAS AGUAS
Mc/06/45-
DESEMBARCO Y CURACIONES EN
56
GENESARET
Mc/07/01- DISCUSIÓN SOBRE LAS TRADICIONES
23 DOCTRINA SOBRE LO PURO Y LO IMPURO
Mc/07/24-
30-33 30
LA FE DE UNA MUJER PAGANA

Mc/07/31-37 JESÚS CURA A UN SORDOMUDO


Mc/08/01-10 SEGUNDA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES
Mc/08/11-13 LOS FARISEOS PIDEN UNA SEÑAL
LA LEVADURA DE LOS FARISEOS Y DE
Mc/08/14-21 HERODES - O SEA, LA CEGUERA DE LOS
34-36 DISCÍPULOS
Mc/08/22-26 CURACIÓN DEL CIEGO DE BETSAIDA
Mc/08/27-30 LA PROCLAMACIÓN DE PEDRO

TOMO SEGUNDO

PRIMER ANUNCIO DE LA PASIÓN Y


Mc/08/31-33 RESURRECCIÓN
OPOSICIÓN Y REPROBACIÓN DE PEDRO
01-04 Mc/08/34-9/01 PARA SEGUIR A JESÚS
Mc/09/02-10 LA TRANSFIGURACIÓN
DIÁLOGO SOBRE ELÍAS
Mc/09/11-29
CURACIÓN DE UN MUCHACHO EPILÉPTICO
SEGUNDO ANUNCIO DE LA PASIÓN Y
Mc/09/30-32
RESURRECCIÓN
Mc/09/33-37 QUIÉN ES EL MAYOR
QUIÉN PUEDE USAR EL NOMBRE DE
05-08 Mc/09/38-41
JESÚS
ADVERTENCIAS CONTRA EL ESCÁNDALO
Mc/09/42-50
NECESIDAD DE LA SAL Y DE LA PAZ
Mc/10/01-12 CONTROVERSIA SOBRE EL DIVORCIO
JESÚS ACOGE A LOS NIÑOS
Mc/10/13-16
Y A LOS QUE SON COMO ELLOS
SEGUIR A JESÚS
Mc/10/17-31
09-12 EN EL DESAPEGO DE LAS RIQUEZAS
TERCER ANUNCIO DE LA PASIÓN Y
Mc/10/32-34
RESURRECCIÓN
Mc/10/35-45 LA ASIGNACIÓN DE LOS PUESTOS
Mc/10/46- CURACIÓN DEL CIEGO BARTIMEO EN
52 JERICÓ
Mc/11/01-11 ENTRADA EN JERUSALÉN
MALDICIÓN DE LA HIGUERA ESTÉRIL
Mc/11/12-26
13-17 Y PURIFICACIÓN DEL TEMPLO.
JESÚS BAJO INVESTIGACIÓN:
Mc/11/27-33
OBJECIONES CONTRA SU AUTORIDAD
PARÁBOLA DE LOS VIÑADORES
Mc/12/01-12
HOMICIDAS
Mc/12/13-17 EL IMPUESTO AL CESAR
LOS SADUCEOS Y LA RESURRECCIÓN DE
Mc/12/18-27
LOS MUERTOS
Mc/12/28-34 EL PRIMER MANDAMIENTO
18-22
EL MESÍAS, HIJO DE DAVID
Mc/12/35-40
DENUNCIA CONTRA LOS LETRADOS
Mc/12/41-44 LA CALDERILLA DE LA VIUDA
Mc/13/01-37 DISCURSO ESCATOLOGICO

TOMO TERCERO

Mc/14/01-11 COMPLOT, UNCIÓN Y TRAICIÓN


PREPARATIVOS PARA LA CENA PASCUAL.
DENUNCIA DEL TRAIDOR.
Mc/14/12-31
INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA.
PREDICCIÓN DE LA NEGACIÓN DE PEDRO
EN GETSEMANÍ: LUCHA, SOLEDAD Y
ORACIÓN.
01-05 Mc/14/32-52
PRENDIMIENTO DE JESÚS Y FUGA DE LOS
DISCÍPULOS
PROCESO ANTE EL SANEDRIN.
Mc/14/53-72 CONFESIÓN DE JESÚS Y NEGACIÓN DE
PEDRO
JESÚS ANTE PILATO:
Mc/15/01-20
INTERROGATORIO, CONDENA E INSULTOS
EL CAMINO DE LA CRUZ.
Mc/15/20-39 CRUCIFIXIÓN Y MUERTE.
CONFESIÓN DE FE DEL CENTURIÓN.
LAS MUJERES DEL CALVARIO.
06-10 Mc/15/40-47
SEPULTURA DE JESÚS.
Mc/16/01-08 RESURRECCIÓN
FINAL CANÓNICO DE MARCOS
Mc/16/09-20
APÉNDICE
UN CRISTIANO COMIENZA A LEER EL EVANGELIO DE
MARCOS I (1)
PRONZATO

1 - Mc/EVANGELISTA

EL «INVENTOR» DEL EVANGELIO

Marcos, un hombre libre


Le habían marcado con un apodo curioso: Marcos es el «de los dedos cortos» 1. Lo que
no debe hacer pensar necesariamente en una mutilación física. Se trata más bien de un
defecto natural: dedos pequeños en relación a su estatura.
Por lo demás, los datos de que disponemos no excluyen las incertidumbres, es más,
aumentan.
Ante todo, el nombre mismo. La opinión más acreditada y más difundida señala al autor
del evangelio en aquel Juan Marcos del que hablan los Hechos. Con más precisión: «Juan,
por sobrenombre Marcos» (12, 25).
Su madre era María, una viuda de Jerusalén rica e influyente.
Parece que su casa era un lugar habitual para las reuniones de los primeros cristianos.
Allí se dirigió Pedro, una vez que dejó la prisión. Alguno adelanta la hipótesis de que en esta
casa se encontraba «la estancia superior» en la que se reunieron los apóstoles después de
la Ascensión, e incluso «la sala grande del piso superior» de la última cena.
Durante un tiempo, «Juan, por sobrenombre Marcos» (Hech 12, 25) acompaña a Pablo y
a Bernabé desenvolviendo -parece- tareas administrativas u organizativas.
En Panfilia, un hecho clamoroso. Marcos se separa bruscamente de sus compañeros y
vuelve a Jerusalén. Probablemente porque no estaba previsto aquel apéndice del viaje.
Pablo, en cierto sentido, no le perdona esto. Considera la marcha de Marcos como una
deserción clara. Más tarde, en efecto, con ocasión del segundo viaje, opone una neta
repulsa a Bernabé, cuando le sugiere llevar con ellos a su primo Marcos. «...Pensaba que
no debía llevar consigo al que se había separado de ellos en Panfilia, y no les había
acompañado en la obra» (Hech 15, 38).
El disenso debió explotar con una cierta aspereza y les llevó a separarse: Bernabé y
Marcos embarcaron rumbo a Chipre, Pablo y Silas emprendieron el camino de Siria y
Cilicia.
Más tarde parece que la irritación de Pablo se aplacó. Pero despierta no pocas
sospechas la recomendación que se ve obligado a dirigir a los colosenses con ocasión de
una probable llegada de Marcos: «...Si va a vosotros, dadle buena acogida» (Col 4, 10). Es
lícito pensar que en las comunidades «paulinas» anidaba aún el mal humor en relación al
«desertor».
Entre los dos, de todos modos, debió haber una reconciliación, porque en la carta a
Filemón (v. 24) Pablo habla de Marcos como de uno de sus "colaboradores" (sunergos).
Y más tarde Pablo escribía a Timoteo: «Toma a Marcos y tráele contigo, pues me es muy
útil para el ministerio» (2 Tim 4, 11).
Y ésta fue, casi con certeza, la ocasión de la venida de Marcos a Roma.
Así pues, vinculado a las actividades apostólicas de Pablo, se dan encuentros y
conflictos y decisiones autónomas. Pero, como advierte justamente V. Taylor, «aunque
comparte muchas ideas religiosas de Pablo, Marcos no es paolista en el sentido estricto de
la palabra».
Y, sobre todo, la relación de colaboración con Pablo, no le impide vincularse a Pedro, tan
estrechamente que muchos lo consideraban como un «intérprete» suyo.
La relación con Pedro debió ser bastante profunda, con rasgos de ternura, de tal modo
que el apóstol puede escribir: «Os saluda también... mi hijo Marcos» (I Pe 5, 13).
Sin embargo, y aun teniendo lazos de intimidad con Pedro, y siéndole deudor de tantas
cosas, Marcos en su evangelio no duda en presentar a veces al maestro en una luz no
excesivamente favorable, haciendo incapié en circunstancias y detalles que pasan
desapercibidos a los otros evangelistas, de tal manera que algunos críticos no dudan hablar
de «antipatía petrina». Y alguno va más lejos, hasta insinuar que «en Marcos se encuentra
una tendencia a atenuar la primacía de Pedro reconocida en la tradición, y a poner el
acento sobre ciertos detalles susceptibles de oscurecer un poco la reputación del príncipe
de los apóstoles» (E. Trocmé).
Bastan estos apuntes para dejar intuir una personalidad compleja y que no se deja
enjaular en esquemas cómodos.
Tiene líos con Pablo, pero al mismo tiempo le está cercano en el momento más delicado.
Comparte con él algunas ideas, pero toma también sus distancias. La familiaridad con
Pedro no le impide bosquejar un retrato en el que no faltan las sombras. Otra cosa: escribe
en griego, pero parece que piensa en arameo. Sus simpatías se dirigen hacia los paganos
(para ellos escribe el evangelio), sin renegar al mismo tiempo de su tradición
judeo-cristiana.
¿Quién es, pues, Marcos? Es difícil definirlo con precisión 2.
Sólo una cosa se puede decir con certeza, además del detalle de los "dedos cortos": era
un hombre libre.
Un poco como su Cristo, sigue sorprendiendo. Y. sobre todo, rechaza corresponder a la
imagen que, por comodidad, alguno quisiera imponerle.
Sin duda existen indicios de su libertad.
Tendrá los «dedos cortos», si os place. Pero hábiles para arrancarse de encima los trajes
excesivamente estrechos que le hemos confeccionado.

Marcos, un escuchador
"En el principio existía la predicación" 3.
Marcos ha llegado a la fe a través de la escucha.
Y, antes de escribir el evangelio, fue escuchador del anuncio gozoso, de la buena noticia.

«El no había oído al Señor ni había sido discípulo suyo, pero más tarde... fue discípulo de
Pedro» 4.
Según Clemente de Alejandría, Marcos se había decidido a escribir, presionado por las
demandas de los oyentes de Pedro:
«A Marcos, discípulo de Pedro, mientras éste predicaba en Roma abiertamente el
evangelio ante algunos caballeros del César y presentaba mucho testimonios acerca de
Cristo, le rogaron que les ayudase a recordar todas las cosas que decía Pedro. Entonces
escribió, a base de lo que Pedro había contado, el evangelio denominado de Marcos».
Según esta misma fuente, Pedro, una vez conocida esta iniciativa, ni la prohibió ni la
alentó desde el principio. Más tarde, sin embargos habría legitimado lo escrito.
También san Jerónimo habla de Marcos como "intérprete del apóstol Pedro... No conoció
personalmente al Señor salvador, pero narró las cosas que había oído predicar al Maestro,
con más fidelidad a los hechos que a su disposición".
Aunque algunos estudiosos, recientemente, han levantado serias dudas acerca de ciertos
testimonios, en particular del de Papías, es cierto de todos modos que la predicación de
Pedro no ha sido la única fuente de información para Marcos, que tenía a su disposición
testimonios preciosos tanto individuales como comunitarios.
Advierte muy precisamente Taylor: «...De una manera opaca, como a través de un cristal,
podemos ver al evangelista manos a la obra y, al fondo, a muchos otros respecto de
quienes él es deudor. Su bagaje era mucho más rico que un cuaderno de apuntes y una
memoria tenaz. Tras de él está la actividad enseñante de una iglesia viva. El participaba de
esto y dependía de ello.
Podemos decir más, porque la enseñanza está basada en la reflexión y la reflexión en el
testimonio. Los predecesores de Marcos no eran solamente enseñantes, sino también
predicadores y evangelistas, hombres que habían recibido, repensado y proclamado la
buena noticia del reino de Dios. Su evangelio es mucho más que una empresa privada: es
un producto de la vida de la iglesia, inspirada por el Espíritu de Dios».
Marcos puede escribir su evangelio porque vive intensamente una experiencia de iglesia.
Es testigo creíble, no porque ha visto, sino porque ha oído.
«Dichosos los que aun no viendo creen» (Jn 20, 28).
Marcos pertenece a esta raza.
Y a todo esto hay que añadir, naturalmente, su experiencia personal, «...la de un hombre
particularmente sensible a la profundidad del misterio que se ha abierto con la fe en Cristo.
Mientras escribe, parece que haya tenido todo el tiempo para dar la medida de su
carácter desconcertante. Es consciente de que ante él el hombre no terminará nunca de
pasar de la oscuridad a la luz, no sólo porque Jesús se revela el hijo y el santo de Dios,
sino también porque en él la obra de Dios se lleva a cabo solamente en la contradicción y
en la lucha.
"También aquí Marcos parece hablar por experiencia. El ha llegado al conocimiento
íntimo de Jesús el Cristo, ofreciendo la propia colaboración a su actividad continuada en la
iglesia. Ha participado en la actividad misionera encontrando el fracaso y la persecución. Y
así es como ha entendido lo que significa ser compañero de Jesús, y toma a pecho
recordar a los que quizá lo han olvidado, que no puede haber eficacia para la iglesia en su
misión, al margen del camino recorrido por Jesús. La gloria se encuentra al fin de la lucha.
El primado se traduce en servicio y en don de sí. Y a este propósito el discípulo no
terminará nunca de convertirse de las miras humanas para entrar en las miras de Dios" 5.

Marcos, uno a quien hay que escuchar


Más que un escritor, Marcos es alguien que cuenta.
Le interesan sobre todo los hechos, las acciones. Incluso su teología es una teología
"fáctica", que no se expone sino que debe captarse según se va desenvolviendo cada caso.

Marcos narra para alimentar la fe de los oyentes, más que para polemizar con los
adversarios.
Revela muchas veces que Jesús enseñaba, sin preocuparse de precisar qué es lo que
enseñaba. Como queriendo invitarnos a «leer» lo que Jesús hace, más que su doctrina.
Tiene un estilo personal, más bien rudo (alguno se atreve a llamarlo incluso «rústico»),
vivaz, sin complacencias estilísticas, que se preocupa de la solidez. Los estetas lo definen
«bárbaro». Pero es más bien, simplemente popular.
Pretende, sobre todo, hacerse entender.
Su griego es el hablado (la koiné o dialecto común).
Tiene un vocabulario discreto, no excesivamente variado, pero tampoco pobre 6.
La diversificación de términos aparece evidente cuando se trata de describir cosas
concretas. Once palabras diferentes para indicar la casa y sus partes, diez para los
vestidos, nueve para los alimentos.
Marcos tiene predilección por los diminutivos (perritos, migajas, niña, hijita, barquilla,
sandalias, lóbulo de la oreja...), y también por los números.
Muchos le critican una sintaxis aproximativa. En realidad, hay que reconocer que Marcos
usa los tiempos de los verbos con extrema desenvoltura, a veces mezclándolos a capricho
en un mismo período. Usa preferentemente el presente histórico. Es alérgico a las
oraciones subordinadas, y más que coordinar las frases, las «yuxtapone» usando y
abusando de la «y». En dos versículos (10, 33-34, cf. el texto griego) logra meternos hasta
nueve "y" 7.
Frente a la inflacción de "y", se advierte una falta casi total de «luego», al final de un
razonamiento.
En compensación, abundan los «en seguida» y «nuevamente» 8 Entendámonos.
Cuando Marcos quiere construir un período según todas las reglas, lo logra perfectamente.
Basta leer los versículos 25-27 del episodio de la hemorroisa, en el capítulo 5. Pero,
ofrecida esta demostración, prefiere volver a los períodos breves, marcados por la sucesión
rápida de las "y", que, en el fondo, traicionan su antecedente semítico. Y será bueno no
olvidar que el antepasado de este estilo semítico es el estilo oral.
No duda lo más mínimo en añadir al final de una narración un detalle omitido
anteriormente. Como en el caso de la resurrección de la hija de Jairo, donde encontramos
una conclusión al menos sorprendente: «La muchacha se levantó al instante y se puso a
andar, pues tenía doce años» (5, 42).
Alguno se detiene a contar los numerosos anacolutos, con los que Marcos va sembrando
su narración. En realidad, esas construcciones como partidas y dejadas ahí incompletas,
como suspendidas en el aire, resultan muy significativas del carácter del evangelista. Se
diría que, en ciertos momentos, Marcos se deja llevar la mano por el acoso de los eventos,
por el deseo impetuoso de contar, por la urgencia de seguir adelante. Por lo que la frase
queda como retardada, no logra dejar atrás la rapidez de la acción.
Y después encontramos las redundancias, los pleonasmos, las repeticiones molestas que
hacen arrugar la nariz a numerosos estilistas de exquisito paladar. Unos ejemplos típicos:
«Envíanos a los puercos para que entremos en ellos» (5. 12). «Les enseñaba muchas
cosas por medio de parábolas, y les decía en su instrucción" (4, 2). «Pero él seguía callado
y no respondía nada» (14, 61).
Algunas de estas repeticiones son incluso desagradables: «Y estaba escrita la
inscripción) (15, 26). Otras, sin embargo, valen para subrayar algunos detalles y para dar
mayor fuerza a la frase: «Al atardecer, a la puesta del sol" (1, 32); «De madrugada, cuando
todavía estaba muy obscuro» (1,35); «Y muy de madrugada... a la salida del sol" (16, 2). O
también: «¡Calla, enmudece!» (4. 39); «¿Por qué alborotáis y lloráis?» (5, 39).
«Esta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía
para vivir"(12, 44).
A veces la misma expresión, la misma idea, es retomada por personas diferentes, como
en el caso del paralítico: «perdonar los pecados» (cap. 2). Observa X. L. Dufour: «el arte
del narrador se hace notar especialmente cuando deja al oyente tiempo para recordar lo
que ya había dicho... Poner de relieve la palabra importante en un relato, he ahí lo que
caracteriza a un buen narrador" 9.
Por otra parte, esta característica de Marcos exige la ley del paralelismo, una forma típica
de repetición que se da en la Biblia -especialmente en los libros sapienciales y en los
salmos- y en los escritos rabínicos. Estas fórmulas paralelas 10 favorecen sin duda la
atención y el proceso de memorización.
En el arte de narrar propio de Marcos, no se puede ocultar su desaparecer en el texto, su
circunspección, su discreción. No expresa juicios. No impone nada. Se limita a presentar.
No afirma categóricamente. Sugiere.
Para terminar, quiero decir que Marcos lleva las de ganar más cuando se le escucha que
cuando se le lee. Es necesario esforzarse para «oír» sus palabras.
Y. sobre todo, imaginar los gestos. Que tienen una importancia capital en el estilo oral.
Recientemente tuve la oportunidad de asistir a distancia, en un mercado oriental, a un
coloquio entre dos hombres. Tuve la impresión de «ver» sus palabras, si bien no logré
distinguirlas.
Su mímica, su gesticulación, eran más elocuentes que las palabras. Creo que me enteré
de todo, aunque no oí nada.
Sin gestos, Marcos resulta incompleto.

Un evangelio visualizado
Marcos cuenta. Pero cuenta por medio de imágenes.
Se puede afirmar que su evangelio es un evangelio «visualizado» 11.
La existencia de Cristo se nos presenta en una serie de secuencias de ritmo impelente,
los detalles que interesan, los gestos esenciales, el estilo descarnado, ninguna
complacencia caligráfica, ninguna concesión a la espectacularidad.
Más que suaves separaciones, tenemos bruscos desgarrones y aperturas imprevistas.
Los personajes jamás son decorativos. Se les pone allí sólo cuando tienen algo que decir
o que hacer.
Fuertes contrastes.
Tomemos una escena típica, la de la curación del leproso (1, 40- 45). Toda ella viene
expuesta sobre las contraposiciones más estridentes: cercanía-lejanía; delicadeza-irritación;
contacto-separación brutal, orden de callar-difusión de la noticia; desierto-multitud.
Apenas te sientes atrapado por un sentimiento, e inmediatamente te ves afectado por el
opuesto.
Se diría que Marcos logra traducir en imágenes incluso las profundidades del misterio de
Cristo.
Y. frente a sus gestos, a sus palabras, a sus actitudes, todos los personajes se ven
obligados a salir del nido de su neutralidad, se ven obligados a descubrirse, a tomar
postura.
Ante las provocaciones de Jesús, tienes la impresión de que Marcos fotografíe los
pensamientos secretos de sus interlocutores, les ponga a plena luz.

Algunos primeros planos parecen crueles, dan la impresión de un retrato no de rostros


sino de corazones. Es la máquina de fotografiar que parece dotada más que de lentes
adicionales, de un bisturí que sabe a dónde tiene que llegar.
De hecho ni tú mismo logras escapar. Te sientes implicado, escudriñado, al desnudo.
Sobre todo, obligado a dar una respuesta precisa.
Entendámonos. Decir que el lenguaje de Marcos es un lenguaje hecho de imágenes, no
significa denunciar una ausencia de pensamiento. El pensamiento está, y de qué manera.
Sólo que no se te ofrece a través de ideas abstractas, sino que te ves obligado a
descubrirlo, a atraparlo, en aquellos fotogramas que se suceden.
Debes seguir la acción, si quieres captar algo.
Comprendes quién es Jesús observando dónde va. Su identidad se descubre a través
del itinerario que sigue. Si tú también llegas hasta el fondo, lo descubrirás 12.
Si quieres aprender su lección, debes estar atento, más que a lo que dice, a lo que hace.

Su doctrina se desvela a través de sus acciones.


Su enseñanza aparece a través de sus movimientos, su programa a través de las
posturas que adopta.
Se explica con los gestos concretos.
El Cristo de Marcos podría decir:
«No he venido a demostrar sino a mostrar» (M. Pomilio).
Y también los discípulos se ven obligados, ante todo, a tomar postura.
La lectura de los acontecimientos depende del puesto en el que se colocan.
Por otra parte, el Maestro reserva sus explicaciones «a los que ya han tomado la
decisión» (F. Belo).
Cierto, el trasfondo de Marcos está constituido por una teología robusta, pero que se te
presenta, no de una manera explícita y orgánica, sino de una forma alusiva. Son como
ráfagas de luz que dejan entrever territorios que deberás explorar personalmente.
La teología de Marcos aflora, de cuando en cuando, sobre el terreno trillado por el paso
de Cristo. Tú tienes que ahondar pero sin perder, naturalmente, los contactos con aquel
caminante infatigable.
Luego el evangelio de Marcos es más afín a nuestra sensibilidad, madurada en la
civilización de la imagen.
Pero se impone una precisión. Su evangelio «visualizado» no entra en las categorías de
la diversión, de la evasión, sino que se inserta en la categoría del compromiso.
No dispensa de pensar. Al contrario: te obliga a pensar.
Más que estimular la curiosidad, solicita una decisión.
No colecciones, emociones y sensaciones, sino responsabilidades precisas.
Es interesante, cierto. Pero en la medida que «interesa», compromete tu existencia.
Lo lees, es más lo ves, no para «pasar» alguna hora de entretenimiento espiritual.
Encuentras algo dentro que te molesta. Una enfermedad que sólo «pasa» cuando se
convierte en incurable.
Nos empuja hacia arriba, pero con los pies en tierra Otros dos aspectos
característicos de Marcos: la simplicidad y la concreción.
Quizás su narración ha estado marginada durante mucho tiempo precisamente por su
excesiva simplicidad. Una simplicidad tan...
compleja, capaz de desanimar a cualquiera.
Se salía de apuros diciendo: "Excesivamente simple". O también:
«¿Y esto es todo? Es tan elemental...».
En realidad era una postura defensiva, una confesión de incapacidad. La simplicidad
como pretexto para enmascarar el malestar.
En efecto, la simplicidad de Marcos no es un dato inmediato. La descubre, al final de una
búsqueda fatigosa, quien tiene aliento y coraje para llegar hasta el fondo.
Los usuales instrumentos de investigación sirven, frecuentemente, para complicar las
cosas, o para hacerlas difíciles. Pocas veces logran descubrir la simplicidad.
Se necesita capacidad para hacer las cuentas con la complejidad de los varios
elementos, para llegar a la simplicidad.
«Ahí está todo» no es un grito de desilusión, sino la conquista más sensacional. Pero es
necesario despojarse durante el camino... de todo lo demás. Una ardua tarea de
desprendimiento.
La simplicidad se descubre no acumulando, sino perdiendo muchas cosas. ¿Quién está
dispuesto a aceptar este tipo de pobreza? Sí, Marcos te lleva, inexorablemente, hacia la
simplicidad. Por eso mucha gente lo ha mantenido, prudentemente, a distancia.
Nosotros nos encontramos a nuestras anchas con las complicaciones. Las creamos a
posta. Son los puntales indispensables de nuestra impotencia.
Frente a la simplicidad, nos encontramos molestos. No sabemos ya qué hacer. No
sabemos siquiera dónde poner las manos, y no podemos meterlas en los bolsillos,
precisamente porque ya no tenemos bolsillos...
¿No nos defenderemos acaso de la simplicidad de Marcos porque tenemos miedo de
perder nuestras máscaras? ¿O también porque no queremos renunciar a nuestras
posiciones? El otro aspecto es la concreción.
La tensión entre contingente y absoluto atraviesa -como observa agudamente P.
Lamarche- todo el evangelio de Marcos.
Estamos orientados hacia el absoluto, pero sin perder jamás de vista lo contingente.
El misterio de Cristo se presenta en el cuadro de una existencia normal.
La gloria aparece en una dimensión de modestia.
Obviamente, Marcos nos invita de continuo a «ir más lejos». a levantarnos sobre un
plano más elevado. Pero sin perder el contacto con el suelo.
Y a veces tenemos peligro de perdernos en la atmósfera enrarecida del misticismo, y
basta un detalle (como la almohada en el episodio de la tempestad calmada, o también la
recomendación de dar de comer a la muchacha resucitada en el milagro hecho en casa de
Jairo) para hacernos volver a tierra.
Se ha dicho que este evangelio nos obliga siempre a tener los pies en tierra.
Se permiten los vuelos, no las evasiones.
Es posible elevarse, pero no separarse de una realidad concreta.
La ley -obligatoria para un cristiano- de la superación, no conduce jamás al campo de la
irrealidad.
Algunos ejemplos.
La escena del bautismo de Jesús -con los cielos abiertos, la voz de lo alto- se une con la
tentación del desierto.
Las curaciones en masa en Cafarnaún y el relativo encuadre del entusiasmo popular,
provocan la salida nocturna hacia la soledad orante.
El episodio de la transfiguración se une estrechamente con el anuncio de la pasión.
La entrada triunfal en Jerusalén constituye el preludio del «vía crucis».
Esto significa tocar la tierra con los pies.
Con Marcos se va «más lejos», no hay duda. Pero mucho cuidado con perder el punto de
apoyo.
Con él es posible ver «otras cosas», a condición de no perder de vista «las cosas
acostumbradas».
Siguiéndolo, se llega a otro mundo, pero sin huir aún de este mundo.
Nos conduce a alcanzar el cielo sólo si estamos dispuestos a decir, en cualquier
momento, dónde está la tierra.
Nos permite acercarnos a Dios, con tal de que no nos alejemos de los hombres.
Parece que Marcos fue apreciado por sus cualidades organizadoras.
Solamente con tipos concretos como él la aventura se convierte en una cosa
terriblemente seria.

El evangelio más germinal 13.


Hace un tiempo el concordismo pretendía armonizar los datos de la revelación con los de
la ciencia. Conciliar los «seis días» de la creación con Darwin. Poner de acuerdo la
narración de la conquista de Jericó con las excavaciones más recientes, los datos de la
Biblia con los de la historia y los de la arqueología.
Hoy el concordismo pisa otros caminos.
Se busca, por ejemplo, descubrir en el evangelio un código de comportamiento social o
una praxis política.
Se integra la revelación para deducir de ella un discurso válido para siempre y para todas
partes, una visión del mundo bien definida.
Se olvida que «lo que se nos ofrece en la Escritura, lo que la exégesis debe investigar y
liberar es una semilla, una semilla que tiene necesidad del humus de las civilizaciones
humanas para dar su fruto. Sin duda esta semilla, cuando se nos comunica por medio de la
Escritura, es inseparable de un cierto desarrollo, de un cierto razonamiento, que refleja la
cultura de la época; pero, a través de este lenguaje... hemos de encontrar la idea que está
en la base.
«...Podemos decir que nuestra tentación permanente al escrutar la Escritura, aun
aceptando en teoría que constituye el germen de nuestra fe, consiste en analizar esta
semilla con microscopio, con la esperanza de encontrar allí... una pequeña planta en
miniatura. Se intenta encontrar en la Escritura la colegialidad y una organización eclesial, y
nosotros nos limitaríamos simplemente a adaptarlo a nuestro tiempo, o también se sueña
con reproducir la práctica de las comunidades primitivas. El problema es más complejo...»
(P. Lamarche).
Cierto, el evangelio nos ofrece un contenido objetivo. ¡Pero en forma de semilla! Y, de
los cuatro evangelios, el de Marcos es sin duda el más «germinal».
Una semilla necesita, para desarrollarse, un humus, una tierra mezclada con estiércol.
Es necesario no confundir el dato objetivo, la fuerza intrínseca de esta semilla, con los
ropajes y las manifestaciones que ha tomado a través de los siglos.
Hay que tener en cuenta el dinamismo interno de la semilla, no otras cosas.
Semilla significa vida.
La semilla no equivale a resultado conseguido, definitivo.
Semilla es, simplemente, posibilidad.

Un evangelio que tiene un "principio" 14


De aquel principio se desarrolla un movimiento progresivo, una revolución gradual, un
crecimiento 15.
Marcos adopta un procedimiento que se podría definir de «amplificación y desarrollo
dinámico».
Leyendo ciertas páginas, se advierte un algo diferente del simple paralelismo, como
algunos quisieran.
Son más bien círculos concéntricos, que se abren cada vez más.
Así, a la predicación de Juan Bautista, corresponde la de Jesús.
Pero Jesús es el «más fuerte». Sólo su palabra es de verdad «poderosa».
Y, progresivamente, a lo largo de todo el evangelio, se multiplican los casos en los que
Marcos, partiendo de un hecho concreto, amplía su significado y su alcance.
Jesús enseña en la sinagoga de Cafarnaún. E, inmediatamente, aparece una afirmación
general acerca de la autoridad, y novedad de su doctrina.
Realiza un solo exorcismo. Y he aquí un reconocimiento de su poder de echar demonios.
Cura, dentro de la casa de Simón, a una persona y he aquí, inmediatamente después, la
descripción de numerosas curaciones.
Después de la «jornada de Cafarnaún» afirma que debe ir a «otra parte».
Perdona los pecados al paralítico, y se desencadena la polémica acerca de su poder
universal de perdonar los pecados.
Llama, para que le siga, al publicano Leví. E inmediatamente le vemos sentado a la mesa
en compañía de muchos publicanos y pecadores. Y como si no fuera suficiente, especifica
que él ha venido a «llamar» no a lo justos sino a los pecadores.
Al pequeño círculo de «sus» familiares, que lo cercan, contrapone la vasta familia de los
que «hacen» la voluntad de Dios.
El mismo milagro tiene en sí un dinamismo que lleva, de la consideración de esta
manifestación de «poder», a contemplar la salvación total.
Y podríamos continuar hasta lo infinito, documentando este típico proceso de
«extensión».
Incluso una sola palabra de Jesús viene "amplificada" y tienes la impresión de que
provoca resonancias infinitas.
El dinamismo de desarrollo peculiar del evangelio de Marcos incluye en sí la tensión
«continuidad-ruptura».
En efecto, «en el desarrollo de la historia de la salvación, Jesucristo aparece en
continuidad con el antiguo testamento y aun así constituye la novedad por excelencia» 16
La «etapa» representada por Cristo fue preparada evidentemente por el itinerario anterior, y
resulta inexplicable sin él. Y. sin embargo, esta etapa es un viraje decisivo, inesperado.
Cristo inaugura una situación radicalmente nueva.
La experiencia de Jesús no se desarrolla a la vez que las precedentes, su mensaje no se
añade a otros ya vistos.
Con Cristo se establece un salto cualitativo.
Estamos colocados frente a su novedad. Una novedad desconcertante, «escandalosa».
Este aspecto de novedad se advierte inmediatamente por las multitudes, que quedan
asombradas y admiradas, y caen en la cuenta instintivamente de la diversidad, la distancia,
respecto a la enseñanza de los maestros autorizados.
Pero también los escribas y fariseos advierten enseguida el peligro y preparan las armas.

Y es precisamente en torno a la «novedad-Cristo» -que no es una simple prolongación


del antiguo testamento- donde se determina el conflicto, se precisa la oposición, se
desencadena el contraste irremediable.
La palabra de Cristo, aun manteniendo la continuidad con el discurso precedente iniciado
con la creación, aparece totalmente nueva, inédita, en ruptura con las esperanzas y el
lenguaje habitual de los hombres. En efecto, es la expresión de la libre iniciativa de Dios.
Cuando Dios «inventa», los hombres, aferrados a sus propios esquemas, no saben por
dónde andan.
No, los hombres no pueden adueñarse de esta novedad, no pueden atraparla con sus
viejos instrumentos. De hecho, precisamente los escribas y fariseos, los más «preparados»,
son los más lejanos y se defienden de esa novedad.
«Esta novedad se hace inaccesible para quien pretende adueñarse de ella. Es un
misterio que se ofrece y se comunica únicamente a quienes lo solicitan» (Mc 4, 10-12).
Es una novedad-don, no una conquista.
Más que dejarse atrapar, nos atrapa.
Los hombres no pueden apropiársela. Ella es la que se adueña de nosotros.
«El hombre no puede comprender a Dios, sino que es Dios quien se da al hombre» (X. L.
Dufour).
Como se ve, el evangelio de Marcos lleva muy lejos.
Un viaje hacia el centro, como dice B. Maggioni.
Es un evangelio que tiene un principio.
Marcos pide que te dejes conducir hacia un punto determinado (y se guarda bien de
anticiparte cuál es ese punto), hacia un descubrimiento.
Debes sencillamente «salir fuera» de tu seguridad, abandonar tu suficiencia, reconocer tu
ignorancia. Este es el inicio.
No. No existe un fin.
El evangelio de Marcos tiene un principio pero no un final.
Cuando has llegado a este descubrimiento, has llegado a aquel "reconocimiento", todo
comienza para ti.
Es como decir que el evangelio de Marcos parte de un principio y llega a otro inicio.

Actualidad de Marcos e imposibilidad de atraparlo


Hoy el evangelio de Marcos se ha puesto de moda.
Y sorprende, si se piensa que durante siglos este texto ha sido olvidado (incluso en la
liturgia).
A un evangelio que no habla del nacimiento y de la infancia de Jesús, no presenta el
sermón de la montaña, olvida muchas parábolas (p.e. las de la misericordia), no registra las
exhortaciones comunitarias (Mt 18, 10-22), se le trataba con descarada indiferencia. E
incluso se le miraba con recelo.
Y después se le acusaba de un lenguaje -por lo menos- descuidado, y una sintaxis
aproximativa, de un material pobre, de un cierto desorden en la exposición 17.

Hoy la situación ha cambiado completamente. Las cotizaciones de Marcos en la bolsa de


valores de la preferencia y del interés de los lectores y estudiosos, han alcanzado cotas
inimaginables.
El fenómeno, aunque llamativo y, bajo muchos aspectos, inexplicable, no es otra cosa
que una «obligada indemnización por daños» en favor de Marcos, por demasiado tiempo
injustamente infravalorado e, incluso, desacreditado.
Empezó san Agustín hablando de él como de un plagiador pedestre de Mateo, sin una
pizca de originalidad 18, Así, después de un período inicial de amplia popularidad, Marcos
ha sido olvidado durante siglos Y. he aquí que los críticos, desde hace pocos años,
descubren que Marcos es el primero que escribe, es más, el que inventa aquel género
literario que se llama evangelio. Su texto habría «creado» una fuente en la que se
inspiraron tanto Mateo como Lucas.
Hoy, la prioridad de Marcos constituye un dogma indiscutible para la mayor parte de los
estudiosos de todas las escuelas.
Así pues, el primero es el evangelio de Marcos.
Un momento. Antes aún, existiría un evangelio primitivo de Marcos. Es la famosa
hipótesis de Ur-Markus, o proto-Marcos. Una teoría descubierta, discutida, desmentida,
archivada y desempolvada, sepultada y resucitada un montón de veces.
De esta manera Marcos, de seguidor (¡y plagiador!) de Mateo, se convertiría en copiador
de sí mismo (¡con añadidos!).
Viene a la memoria un episodio singular registrado en la historia de la pasión.
«...Un joven le seguía cubierto sólo de una sábana, y le detienen. Pero él dejando la
sábana, se escapó desnudo» (Mc 14, 51-52).
Según una cierta tradición, aquel joven sería el mismo Marcos.
Al margen de la credibilidad de esta identificación, me parece que Marcos sigue gastando
una broma parecida a los estudiosos que se preocupan de el.
Le han puesto las manos encima por centenares: los del análisis literario, los de la crítica
histórica, después los seguidores de la «historia de las formas», con su obstinación para
hallar el Sitz im Leben 19 del que han nacido las narraciones. Etiquetas altisonantes para
las distintas disciplinas: Formgeschichte, Redaktionsgeschichte, Traditionsgeschitte. Por
tanto los hermeneutas de todas las razas, los partidarios de una «exégesis total», los
teólogos de diversas clases, los que proponen una lectura «sincrónica» o también
«diacrónica». Recientemente los partidarios del análisis estructural, los estructuralistas
lacanianos, y otros más.
Todos dan a entender que finalmente han capturado a Marcos, que le tienen atrapado
entre sus manos doctas. Y no se percatan -o quizás sí, caen en la cuenta perfectamente-
de que sus uñas agarran solamente una sábana.
El ha escapado a otra parte Y probablemente se lo pasa bien viendo tanto ahínco por
una sábana de papel.
Ni siquiera todos están de acuerdo acerca de los materiales empleados por Marcos.
Especialmente en la clasificación 20.
Se tiene la impresión de que, tratándose del primer evangelista, se encuentre siempre
uno en el vacío, predomine la incertidumbre.
Pero de vez en cuando se dispara una declaración perentoria: «Una cosa es cierta...»
Sólo que de esta única cosa cierta existen a decenas. Y cada una, por lo regular, viene
inmediatamente sometida a discusión por otro estudioso.
Así hay quien sostiene que el evangelio de Marcos es totalmente «despolitizado» 21. y
hay quien hace hasta una lectura materialista y política de este evangelio 22.
Alguno acusa a Marcos de «timidez teológica», e incluso de «pobreza de pensamiento
teológico». Y otros, con la mayor desenvoltura, dicen que no, y están dispuestos a
demostrar que existe una sólida estructura teológica que sostiene todo el texto.
Se habla de la «simplicidad» de Marcos («elementariedad» en ciertos casos). Y después
se escriben miles de páginas acerca del "secreto mesiánico" 23.
Se subraya su neutralidad, su desaparición (éffacement, dirían los franceses) en el texto,
su limitarse a registrar impersonalmente los sucesos. Y he ahí un estudioso que dedica un
capítulo de su libro a las «antipatías manifestadas por el evangelista». Y otro a las "causas
defendidas por Marcos" 24.
Para no hablar ya de la fecha de composición de su evangelio 25.
Un suceso de importancia fundamental, como la toma de Jerusalén y la destrucción del
templo, lleva a la mayor parte de los estudiosos a esta conclusión «indiscutible». Marcos ha
escrito su evangelio ciertamente antes del año 70: de otra manera no hubiera omitido un
hecho de aquella importancia, del que ni siquiera existen indicios en el capítulo 13 (sermón
escatológico).
Otros. por el contrario, precisamente en el capítulo 13, encuentran indicios
«evidentísimos» de aquel acontecimiento. Por consiguiente: ¡la fecha habría que retrasarla
hasta después del año 70! Es la tesis, sobre todo, de un estudioso inglés 26.
Evidentemente Marcos se divierte mucho con aquella sábana...
El hecho es que él está en otra parte. Y se libra hábilmente de todas aquellas disputas (¡y
quién sabe cuántas sorpresas dará todavía en el futuro!).
Y además no es a él a quien debemos alcanzar.
Examinemos también la sábana 27 en todos sus componentes, estudiemos atentamente
su trama, no desperdiciemos ni siquiera un hilo, un pedacito, una manchita (con tal de que
no nos dejemos atrapar a su vez por esta sábana...).
Pero no olvidemos que es importante no perder de vista a otro.
A aquél que han arrestado para llevarlo a crucificar.
Marcos nos advierte que es de éste de quien debemos preocuparnos.
.......................
1. Colobodactylus es el término que encontramos en el «prólogo antimarcionita» que quizás siguiendo la tradi-
ción de Papías había de Marcos como "intérprete de Pedro".
2. Incluso su identificación, en base a lo que hemos dicho, no es precisamente segura.
3. Es la célebre expresión de Fascher: "Am Anfang war die Predigt».
4. Testimonio de Papías, obispo de Gerápolis, referido en la Historia eclesiástica de Eusebio.
5. J. Delorme. Aspetti dottrinali del secondo vangelo en Da Gesù ai vangeli. Assisi 1971, 128.
6. Sobre 11.241 vocablos según el cálculo de Rigaux-1.345 son diferentes (Swete cuenta 1.270 palabras
diferentes, no contando los nombres propios. Mc tolera bien la confrontación con los otros sinópticos: 1.691
sobre 18.305 en Mt: 2.055 sobre 19.428 en Lc. Pero supera netamente a Jn, el más pobre en vocabulario:
sólo 1.011 palabras diferentes sobre 15.416. Por encima de todos, Pablo. Es significativo el cálculo
concerniente a la Carta a los Hebreos: 1.038 vocablos diferentes usados sobre un total de 4.951.
7. Con razón, pues, los estudiosos hablan de "parataxis (yuxtaposición de las frases) más que de sintaxis
(conexión de frases sucesivas, con participios y proposiciones subordinadas): a este respecto, son típicos
en Mc los "asindetones" (falta de partículas de conexión entre las partes del discurso).
8. Cuarenta y treinta veces respectivamente.
9. Il vangelo secondo san Marco, en Introduzione al nuovo testamento II: L'annuncio del vngelo, Roma 1977.
10. Mc usa ya el paralelismo sinonímico ya el antitético.
11. La expresión es de P. Lamarche (Révélation de Dieu che Marc, París 1976) del que tomo muchas de estas
consideraciones. El autor sostiene que se trata de una «presentación visual del kerigma en el cuadro de una
existencia". p. 17. El mismo teólogo acerca -con las debidas proporciones- el estilo de Mc al cinematográfico
de un Dreyer o de un Bresson.
12. F. Belo destacando como «uno de los esquemas fundamentales de la narración de Mc el del camino, típico
de los que siguen a Jesús", habla de "praxis de los pies.
13. La expresión es también de P. Lamarche,. al cual debo muchas de estas observaciones.
14. "Arché" como observa P. Lamarche significa un principio que exige un cumplimiento.
15. Merece destacarse el hecho de que casi todas las parábolas recogidas por Mc están centradas en la idea
de crecimiento.
16. P. Lamarche. o. c., 14.
17. Papías tuvo que tomar la defensa de este evangelio, admitiendo, sí, un cierto desorden y una disposición de
la materia distinta de los otros, pero reivindicando la absoluta honestidad y veracidad de Mc, y además su
"esmero" en el modo de narrar 18. "Marcus eum (Mt) subsecutus tamquam pedisequus et breviator eius
videretur» (De consensu evangelistarum I, 2, 4).
19. Literalmente: "lugar en la vida". Expresión casi intraducible, a excepción del... francés: "milieu de vie".
Podemos traducirlo así: contexto (o situación) ambiental.
20. V. Taylor hace de ellos este inventario: apotegmas, historias de milagros, historias referentes a Jesús,
construcciones marcianas. sumarios, dichos y parábolas. Dufour distingue: grupos de pasajes presentados
por algún testigo, grupos de proveniencia catequética, grupo de relatos más vagos, sumarios y conexiones
principales. Además, naturalmente, del relato de la pasión que forma un bloque por sí mismo. Bultmann:
relatos de los milagros y relatos referentes a Jesús (hechos y palabras). Relatos de la pasión y resurrección.
Debelius: paradigmas,."novellen", leyendas, historia de la pasión, mito de Cristo.
21. Cf. C. Masson. L'évangile de Marc et l'eglise de Rome Neuchâtel 1968. 43 s.
22. F. Belo. Lectura materialista del evangelio de Marcos, Estella 1975.
23. Baste leer, entre todos, el ponderado estudio de Minette de Tillesse. Le secret messianique dans l'évangile
de Marc, Paris 1968.
24. E. Trocmé. La formation de l'èvangile selon Marc, Paris 1968.
25. Hoy, sin embargo, la fecha más probable, entre los estudiosos, se coloca entre el 64 y 67.
26. S. G. F. Brandon. en su obra The Fall of Jerusalem, tiene un capitulo significativo: "La reacción de Mc".
Reacción se entiende frente al hecho de la toma de Jerusalén (70) y frente al triunfo de los Flavios en Roma
(71). Su tesis se resume así: Mc escribe ya para una iglesia terriblemente probada por la persecución de
Nerón (64). Entonces como los romanos no afinaban mucho en eso de distinguir entre judíos y cristianos,
Mc se preocupa con su evangelio de subrayar sobre todo la neta ruptura obrada por Cristo en relación con el
judaísmo. Y cita algunos hechos: Jesús, desde el principio de su misión, ha chocado contra la oposición de
los «dirigentes» judíos: Jesús ha rechazado la noción hebrea de mesías nacional, se ha distanciado de los
Zelotes: en la narración de la pasión hace pasar la responsabilidad de los romanos a los judíos: Pilato fue
"forzado" por los jefes del pueblo. En suma, un intento de no exasperar excesivamente a los romanos y al
mismo tiempo, de calmar la fiebre apocalíptica desencadenada por los sucesos de aquellos años. Así pues,
la fecha del evangelio habría que fijarla después del año 71. Otro estudioso, O Callaghan, recientemente,
basándose en los descubrimientos de Qumrán, cambia sin más la fecha de composición del evangelio de
Mc hacia los años 50-55.
27. Por otra parte, etimológicamente, la palabra "texto", sugiere la idea de un tejido.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 26-31)

2 - PROLOGO (1, 1-13)

Mc/01/01

EN EL PRINCIPIO EXISTÍA EL EVANGELIO... 1, 1

1. Comienzo del evangelio 1 de Jesucristo, hijo de Dios

¿Es un principio desafortunado?


Como apertura parece más bien banal.
Un exordio como éste descalificaría a cualquier predicador.
Un muchacho que se arrancase con «principio del tema acerca de "una fiesta en familia"»,
ciertamente no se atraería la consideración benévola del maestro. El hecho es que a Mc no
le importan nada las reglas estilísticas. Está convencido de que el mensaje contiene en sí
motivos válidos para ser aceptado; por lo que no se preocupa mucho del envoltorio,
descuida tranquilamente el modo de la presentación.
Y después, adelante. Mc no dice «éste es el principio de mi libro» (el término
«evangelio», en este caso, no indica aún un libro).
Cuando escribe el evangelio 2, o sea el anuncio gozoso de Jesucristo, ha sido ya
acogido por las primeras comunidades cristianas, y recorre los caminos del mundo.
Ahora, este acontecimiento, el evento-Cristo, ha tenido un principio.
Podemos traducir libremente: todo ha comenzado así.
Ha tenido su principio con la proclamación de Juan el Bautista, con la predicación de
Cristo y más tarde de los apóstoles, y continúa todavía hoy con el anuncio gozoso dado por
la iglesia.
En realidad, el aparente fracaso estilístico de Mc esconde perspectivas sorprendentes.
También el primer libro de la Biblia se abre con la misma expresión: «En el principio»
(Gén 1, 1). También así el evangelio de Juan.
Por decirlo de alguna manera, Dios es «desenganchado» de la fijeza de las ideas
inmutables y aparece «en acción». Su palabra crea el mundo, y llama a las cosas a la
existencia. O también es una palabra que se hace carne, y pone su morada entre nosotros.

Mc nos lleva a un nuevo «principio» (arché). Es la recreación.


Más que una doctrina, la de Jesucristo es una alegre noticia. Una historia que afecta a la
fe, que se refiere a la salvación de los hombres.
Jesucristo es, al mismo tiempo, el sujeto y el objeto de la predicación (también de aquella
que se despliega a través de los apóstoles). El es quien trae la alegre noticia, y él es, al
mismo tiempo, el contenido de este anuncio.
La «alegre noticia» es Jesús mismo.
Una comunidad cristiana se forma cuando un grupo de personas acogen este «anuncio
gozoso» y se encargan de transmitirlo.
El evangelio es siempre un principio, una posibilidad de comenzar o recomenzar.
El evangelio es el principio de conocimiento de Cristo, de una vida con él, de un camino
recorrido junto con él. El evangelio, pues, como principio y fuente de vida cristiana.
Cristo se coloca al «principio». Determina una ruptura con el mundo viejo. Y representa la
novedad, el principio de una nueva creación. Si existe una referencia al pasado, esta
referencia es sólo para «cerrarlo» definitivamente, abrir el capitulo de la esperanza e
introducirnos en el futuro.

«...Jesucristo, hijo de Dios».


Todo tiene su principio en una intervención decisiva de Dios en la historia de los
hombres.
La alegre noticia tiene como protagonista a Jesús, que es proclamado Mesías 3 e hijo de
Dios.
Aquí Mc anticipa dos palabras que forman la síntesis de las dos grandes secciones de su
evangelio. La primera, en efecto, se cierra con la profesión de fe de Pedro: «Tú eres el
Cristo» (8, 29). La segunda encuentra su final en la profesión de fe del centurión:
«Verdaderamente este hombre era hijo de Dios» (15, 39).
La expresión «hijo de Dios» se usa en tres momentos decisivos de la vida de Jesús: en el
Bautismo (1, 11), en el episodio de la transfiguración (9, 7) y, precisamente, en la confesión
del centurión al pie de la cruz.
Para evitar equívocos y triunfalismos peligrosos, Mc precisa inmediatamente que el
«evangelio» del que se ocupa no se coloca en la línea de la espectacularidad y de los
triunfos de tipo imperial. El hijo de Dios va desvelándose en los rasgos comunes de Jesús.
Aquel hombre, venido de Nazaret de Galilea (1, 9), el carpintero, el hijo de María (6, 3), que
recorre un camino muy alejado del triunfo, caracterizado por la humildad, por el servicio y
por la cruz, y por la solidaridad con el mundo de los humildes, aquel hombre que se hace
portador de un amor rechazado pero obstinado, él es el Mesías, el esperado, el hijo de
Dios.
Quizás la novedad está precisamente aquí. Una «noticia gozosa» que deja de lado el
esquema ya gastado de los honores, del esplendor, del triunfo terreno, de la gloria, para
asumir los rasgos insólitos de la debilidad, de la derrota, de la pobreza.
del sufrimiento, de una vida «gastada en favor de» (no olvidemos que es el hijo de Dios
«dado» a nosotros) Y todo esto es, paradójicamente, buena noticia En efecto Jesús de
Nazaret es el Señor, el hijo de Dios. El vencido alcanza la victoria, el crucificado ha
resucitado. Cruz y gloria.
Como principio es más bien desconcertante.
Bastante lejos está todo esto del desacierto estilístico.
Con aquel exordio inocuo, banal, Mc en realidad provoca una ruina de notables
proporciones. Y «desafortunado» resulta un mundo viejo, que desaparece frente al evento
inaudito, al "hecho-Cristo".
Quizás lo habían olvidado. Pero para empezar, es necesario que algo acabe.
Cristo es el principio de todo. Con él todo puede comenzar.
Con tal de que no nos quedemos llorando sobre las ruinas, de que no quedemos
aprisionados por los escombros.
No podemos seguirlo llevando a la espalda los restos más o menos gloriosos del pasado.

Todo empieza así. Con el final de alguna cosa.


Este es, y no otro, el anuncio gozoso.
.................
1. Literalmente: anuncio alegre, buena noticia. anuncio gozoso.
2. Lc no usa jamás el termino "evangelio". Mt lo emplea muy raras veces, y nunca en solitario ("el evangelio del
reino" o "este evangelio"). En Mc, por el contrario, aparece con frecuencia el vocablo "euanghélion" que
evidentemente prefiere. Cristo comienza su misión "predicando el evangelio de Dios", (1. 14) e invitando:
"creed en el evangelio", (1, 15). Habla de la necesidad «de que sea proclamado el en evangelio a todas las
naciones» ( 13. 10).Comentando el gesto de la mujer que derramó sobre la cabeza de Jesús un perfume de
mucho precio. dijo: «dondequiera que se proclame el evangelio en el mundo entero, se hablará también de lo
que ésta ha hecho para memoria suya» (14. 9) Comentaremos mas adelante dos pasajes (8. 35: 10. 29) en
los que se subraya una estrecha relación entre la "causa de Jesús" y el "evangelio". Mc. pues, no usa nunca
euanghélion para indicar un libro.La palabra proviene del griego profano. Originalmente significa la
recompensa dada al mensajero por su mensaje; o también, en plural, las ofrendas presentadas a los dioses
por una buena noticia. Por extensión, pasó a indicar el mensaje mismo, la buena noticia anunciada. Se
trataba casi siempre del anuncio de una victoria militar. A veces el nacimiento o la llegada al trono de un
emperador, o sea un acontecimiento que podrá incidir en el destino de un pueblo, que afectaba a su futuro.
Ya por el mismo gesto del mensajero -la derecha levantada en señal de saludo, el rostro radiante- se
entendía que se trataba de una noticia alegre. En las raras veces que el término aparece en el antiguo
testamento (seis veces), indica el alegre mensaje o la recompensa por el alegre mensaje. El mensajero de
cosas alegres era premiado, el heraldo de malas noticias era castigado. Sea como fuere, este vocablo
siempre se usa en sentido profano, nunca religioso. Dice Cullmann: "Para los primeros cristianos el
evangelio significa ante todo la buena noticia de la salvación realizada en Cristo Jesús, como fue anunciada
por los apóstoles. Sólo más tarde este término se aplicará para indicar la redacción literaria de la buena
noticia apostólica" (Cristología del NT, Buenos Aires 1965). Justino mártir introducirá hacia el año 150 d.C.-el
término euanghélion para designar un libro.
3. El rey consagrado, ungido, en hebreo se traduce por mashiah (mesías) y en griego por christos.
........................................................................

Mc/01/02-08 Mt/03/01-12 Lc/03/03-18 Jn/01/19-35

El que precede
Así pues el anuncio gozoso (v. 1 ) comienza con la predicación de Juan el Bautista.
Cuando Dios actúa en la historia, aparece en escena un hombre.
Juan es el punto de contacto, la bisagra entre el antiguo y el nuevo testamento.
La referencia a Isaias subraya el desarrollo progresivo - continuidad y ruptura- del plan
de Dios. Juan cumple la función de precursor, o sea del que precedes en cuanto testigo del
pasado.
El camino del Señor, que llega, está cortado. Es necesario abrirlo, quitando el
impedimento fabricado por el pecado del pueblo. Muchos «senderos» llevan lejos, o a
ninguna parte. Es necesario «rectificarlos» (v. 3), con referencia al Dios que se presenta
cercano al hombre.
El contexto en que Juan «proclama» es el desierto.
Topográficamente debe tratarse del desierto de Judá, pero más que descubrir un lugar
determinado, aquí estamos llamados a leer un símbolo. O sea el desierto como lugar de la
cercanía, de la intimidad con Dios. En el desierto precisamente Yahvé ha hablado a su
pueblo, es más, lo ha convertido en «su» pueblo. En el desierto se han celebrado las bodas
entre Dios y el pueblo elegido.
Es normal que el tiempo de la salvación se inaugure también en el desierto.
¿Qué «proclamaba» Juan? Esencialmente un bautismo de conversión.
Es necesario quitar a la palabra «conversión» la connotación moralística que se le ha
echado encima, para restituirla al significado original de cambio de mentalidad, cambio de
rumbo.
Es la exigencia de una re-orientación de la propia existencia, en cuyo caso la conducta
es simplemente consecuencia y expresión concreta.
Sobre todo, es necesario «convertir», cambiar los pensamientos, rescatarlos de la
dispersión, para orientarlos hacia aquél que, solo, puede dar significado a nuestra
existencia.
Esta conversión o arrepentimiento representa la condición para ser perdonados y
acogidos por Dios.
Evidentemente hay una exageración en la afirmación de que «todos» salen para acudir a
Juan (v. 5). El mismo Mc, más adelante, obligará a dar el verdadero alcance a esta
expresión (cf. 9, 13, 11, 31).
Se subraya la realidad de que el mensaje de Juan afecta a todos, y no a una categoría
restringida de personas. La salvación se ofrece a todos, no es monopolio de una élite.
Pero Mc con aquel «todos» pone en evidencia, sobre todo, la fuerza y el éxito de la
predicación que activa un movimiento, suscita un interés, provoca un «éxodo» impensable.

Primer plano
Después de habernos ofrecido una panorámica del ambiente y del acudir de las masas,
ahora Mc resalta un primer plano de la figura del Bautista.
Describe a Juan, con trazos rápidos, en su estilo austero. Juan llevaba un vestido de piel
de camello y una correa de cuero (que, en realidad, debía ser una especie de taparrabos
ceñido a la cintura, y consiguientemente iba debajo y no sobre el vestido).
La referencia a los profetas, y en particular a Elías, aparece bastante evidente.
Su alimento eran las langostas que los beduinos pobres comían habitualmente, también
tostadas o saladas. La miel puede ser la libada por las abejas en las grietas de las rocas, o
también la miel vegetal, producto de la secreción de ciertas plantas, por ejemplo de los
tamariscos.
Juan se preocupa de precisar que «el más fuerte» viene detrás de él o después de él.
Normalmente el que está detrás es el discípulo, o el siervo. Aquí el Bautista advierte que no
conviene dejarse engañar por este momentáneo invertirse de papeles: él, que está delante,
es solamente un siervo, y ni siquiera es digno de ponerse de rodillas para prestar el oficio
más humilde, en relación a aquél que viene después.
En suma Juan, como profeta, crea una espera, invita a prestar atención a un personaje
más grande. No concentra el interés sobre su propia persona, sino que orienta hacia otro.
«Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu santo» (v. 8).
Podríamos traducirlo más eficazmente:
«Yo os he sumergido en el agua. El os sumergirá en el Espíritu santo».

PROVOCACIONES
1.Este es un extraño desierto. Un desierto donde resuenan voces y gritos, poblado de
presencias, caracterizado por un ir y venir incesante.
Juan no predica en las plazas, sino en el desierto.
Para ponerse en contacto con los oyentes, huye de la ciudad, y se deja alcanzar por las
gentes en el desierto. El no va hacia los otros son los otros los que corren hacia él.
No se busca un público, se hace buscar.
Quizás sea necesario recuperar este sentido del desierto como lugar del encuentro, como
espacio de la comunión. Reencontrar el coraje de la soledad, de la cercanía de Dios, como
posibilidad privilegiada para acercarse a los otros.
«Desde el momento en que hayas aprendido a prescindir de los hombres, los hombres
caerán en la cuenta de que no podrán prescindir de ti», decía un monje antiguo.
En el silencio las palabras se limpian de la costumbre, y reencuentran su esplendor y su
fuerza original.
La iglesia debe escoger el desierto como lugar de la predicación.
No para huir del mundo, para evadirse de una realidad incómoda, sino para volver a dar
al propio mensaje aquella intensidad y aquella profundidad, aquella resonancia, que son los
signos inconfundibles de una palabra que viene de lejos y pone en movimiento algo.
En el desierto el anuncio encuentra el camino para llegar al corazón del hombre. Sobre
todo si quien lo lleva -como Juan- evita cuidadosamente concentrar la atención y la
admiración sobre sí; no quiere llamar la atención, no está preocupado por la propia
grandeza, no hace problema de prestigio o interés o triunfo personal, sino que orienta hacia
otro.
Precursor es aquel que corre delante. Es un hombre, que revestido de debilidad, se limita
a advertir que está llegando «el más fuerte».
La pequeñez, reconocida, puede ser manifestación de la grandeza.
La miseria, admitida, lejos de ser un impedimento, puede traducirse en transparencia.
Solamente la presunción, el presumir es lo que se traduce en opacidad.
Una iglesia que se hace pequeñas que no se anuncia a sí misma.
que se echa a un lado para dejar pasar a otro. se convierte en creíble y suscita interés.
El desierto es plenitud, presencia, comunicación, cercanía.
Lo contrario del desierto no es la vida, la comunidad de los hombres, sino el vacío y la
lejanía.

2. «...Y todos los habitantes de Jerusalén salían para ir a él» (v. 5).
Comienza un nuevo éxodo, radicalmente distinto de los otros.
Jerusalén ya no es la meta, como en los éxodos precedentes, sino el punto de partida.
Se sale de la ciudad para dirigirse hacia la nueva patria, cuyos confines no están
definidos.
Se proclama la tierra prometida, pero todavía no se sabe dónde está, qué será y cómo
será.
Pero es necesario salir. Abandonar la ciudad de las situaciones cómodas, de la
costumbre, de las estructuras tranquilizadoras, para aventurarse en dirección de la tierra
nueva. Dejar los refugios para vivir a la intemperie. Se da la espalda a la «casa de
esclavitud» para correr el riesgo del reino de Dios.
Y siempre está entre medias el desierto.
Esta vez la meta no es una tierra sino una persona.
Cristo se convierte en el verdadero «territorio sagrado» que se nos promete, el «lugar»
donde es posible habitar.
El único acomodo consentido a los nómadas del nuevo éxodo está en él.

CONFRONTACIONES
Conversión
CV/DESIERTO La conversión ha sido objeto constante de las llamadas
de los profetas. No se pone el acento en el cambio de las cualidades o de las acciones de
un hombre, sino en su orientación global, en su relación con Dios. Evidentemente todo esto
incluye también la postura interior y la conducta exterior del hombre; pero esto sólo importa
como expresión de aquella reorientación, no como algo que se pone en marcha
independientemente de aquello. A un corredor que corre en una dirección equivocada, no le
sirve para nada hacer el máximo esfuerzo, mientras no aparezca alguien que le incite a
hacer una «conversión» para marchar en la dirección opuesta (E. Schweizer, Das
Evangelium nach Markus, Gottingen 1978).

Inicio del camino de la nueva liberación


Este último éxodo, inicio del camino de la nueva liberación, es totalmente distinto del de
Egipto o del de la esclavitud de Babilonia. La gente sale ahora de Judea y de Jerusalén,
que habían constituido la meta de los éxodos precedentes y vuelven a atravesar el Jordán,
pero en sentido contrario: es un éxodo hacia una nueva patria, en la que todavía no ha
entrado nadie, diversa de la patria que custodia las tumbas de todos nuestros padres,
diversa del sagrario-osario de esta vieja tierra. Judea y Jerusalén en efecto son el lugar
sagrado, del que ahora es necesario salir, pasando a través de un nuevo mar Rojo, para
liberarse de la esclavitud de la ley que mata, y acoger el Espíritu que vivifica: hace falta
salir de la propia justicia, dice Pablo (Fil 3, 7 s) para acoger al Señor que ya no está en su
lugar santo e inaccesible, sino aquí entre los hombres, en el hombre Jesús, en quien
"reside corporalmente" toda la plenitud de la divinidad» (Col 2, 9) (Una comunità legge il
vangelo di Marco, Napoli 1979).

Los solitarios
Han sido ordenados sacerdotes de misterios arcanos, cancelan nuestra debilidades.
En lo oculto ruegan por nuestros pecados y están en oración, suplicando por nuestras
locuras...
Las montañas se han convertido en antorchas, la gente se encamina hacia ellas.
Donde está uno de ellos, los que se le acercan quedan reconciliados.
Son baluartes en el desierto, gracias a ellos tenemos la paz (Efren el Sirio).

Desierto y vocación
En el Génesis se dan así dos «Adán», dos tipos de humanidad, mejor, dos aspectos del
hombre: el del primer capítulo, que consiste en someter el universo dándole un paisaje
humano, trazando sobre él carreteras, construyendo casas, dominando las fuerzas de la
naturaleza y de los animales; y está el del segundo capítulo, que consiste en resolver el
problema moral y la relación al bien. Los dos aspectos, de hecho, resultan
complementarios; el proyecto divino es, al mismo tiempo, según la mentalidad hebrea,
capacidad de dominarse, «trabajar» el propio ser, considerándolo como un «Adamah», una
tierra que hace falta cultivar; y, al mismo tiempo, dominar el mundo, cultivar el suelo y
construir ciudades. Es necesario, contemporáneamente, cambiar la faz del mundo y vencer
ciertos deseos. (A. Abecassis).

El ser inútil
El nómada es, en primer lugar, Abel, el ser improductivo, inútil, la nada. El se siente
superfluo y no se priva de recordárselo.
Pero precisamente en su ser marginal está su fuerza. Se ve obligado a justificarse y a dar
un significado a la propia vida frente al ciudadano. Sentirse inútil no quiere decir estar
satisfecho de sí mismo, significa ser nada y sentirse condenado a buscar la propia
identidad y a convertirse en algo (Ibid).

Desierto y revelación
El desierto es, ante todo, aprendizaje y conocimiento de sí. Es revelación del ser a sí
mismo, mientras la ciudad es el lugar del tener, que esconde y da seguridad (Ibid.).

El desierto crea narraciones


Ser elegidos por Dios significa ante todo ser capaces de desarraigo perpetuo, porque la
enseñanza de la torá solamente se puede entender por quien hace de su propia vida una
ruptura continua y se siente «un extranjero que reside en todas partes...».
El mismo razonamiento es totalmente diverso en la ciudad que en el desierto. El hecho es
que el desarraigo de un lugar comporta una propia lógica, la del mundo del objeto, de la
tierra, del habitat fijo y de la familiaridad.
El razonamiento del nómada, por el contrario, se adapta a sus peregrinaciones. Está
hecho de parábolas, proverbios, proclamaciones fáciles de acomodar, y de llevar consigo
de un punto a otro...
...Se dan las narraciones porque existen leyes liberadoras (Ibid.).

Desierto, lugar de la palabra


La experiencia de los hebreos en el desierto, la inseguridad que allí encuentran, tienen
como tarea el destruir la seguridad propia de la vida sedentaria, y del arraigo, el destruir la
fuerza de la organización cósmica y descubrir una relación a la transcendencia hecha de
palabra y de diálogo.
...La elección colectiva del pueblo hebreo en el desierto representa la voluntad de asumir
una existencia típica y ejemplar: la de la palabra.
...Los rabinos recuerdan que el término desierto se dice en hebreo «midbar», o sea
«lugar de la palabra» (Ibid.).

El desierto es Dios que te espera


El desierto es Dios que te espera con paciencia, con amor.
El desierto es Dios y el silencio es su palabra (E. Guiot, Notes spirituelles).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 39-46)
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EL BAUTISMO DE JESÚS
Mc/01/09-11 Mt/03/13-17 Lc/03/21-22

En fila con los pecadores


Cuando acontece el inaudito evento, Mc se las arregla con indicaciones más bien vagas:
«por aquellos días» (v. 9), o sea, genéricamente, durante el ministerio de Juan el Bautista.

De Jesús se dice simplemente que viene de Nazaret, una aldea que jamás antes se
había nombrado en los libros sagrados 1
No se precisa la edad, ni el aspecto físico, ni las características. Ninguna ficha biográfica,
ni siquiera sumaria.
Mc no habla del nacimiento ni de la infancia de Jesús. Comienza hablando de su
nacimiento a la misión que le ha sido confiada por el Padre. Se diría que el evangelista
tiene prisa por descubrir el desarrollo del «anuncio gozoso». Por algo en este episodio
tropezamos con el primer «enseguida» (v. 10) de una larga serie, que quiere subrayar la
urgencia de la misión de Cristo.
Y encontramos a Jesús en fila con los «penitentes» que han seguido a Juan desde el
desierto hasta el Jordán para ser bautizados.
En fila con los pecadores. Solidario con su pueblo, puesto en el camino de la conversión.
Jesús se presenta no «separado» de los otros sino en la hilera de los pecadores.
«Y con los rebeldes fue contado» (Is 53, 12).
«A quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a
ser justicia de Dios en él» (2 Cor 5, 21).
En el episodio narrado por Mc, y en el que afloran numerosas referencias al antiguo
testamento, se pueden especificar tres elementos:
-los cielos «rasgados»,
-la voz,
-la venida del Espíritu.

Se derrumba el muro de separación


Los «cielos cerrados» indican el muro de separación entre Dios y el hombre,
consecuencia del pecado. Son el signo de la ira de Dios en relación a la humanidad
pecadora.
Ha sido interceptada la ligazón entre el cielo y la tierra. «Los hombres no viven y no se
mueven ya en Dios, y esta lejanía de Dios determina su profunda miseria» (G. Dehn).
Cobra, pues, toda su fuerza dramática la invocación de Isaías (63, 19):
«¡Ah! si rompieses los cielos y descendieses...».
Esta oración fue escuchada:
«...Veréis el cielo abierto» (Jn 1, 51).
Se ha terminado el tiempo de la enemistad, se ha levantado el diafragma de separación.

Cesa el insoportable silencio de Dios


Y ha terminado también el tiempo del insoportable silencio de Dios.
No se rompen sólo los cielos, se ha roto también el silencio.
Dios toma la palabra.
Y cuando vuelve a resonar su voz, esto sucede para indicar una presencia: su Hijo.
Jesús es así la palabra definitiva que el Padre tiene que decir al mundo.

El Espíritu nuevamente ha puesto manos a la obra


BAU/PALOMA PALOMA/BAU: El Espíritu desciende sobre Cristo en forma de paloma.
Esta imagen sigue haciendo discutir. La paloma a veces sirve para representar a Israel,
la nación esposa de Yahvé.
En el judaísmo, por otra parte, se habla de la voz de Dios que resuena en el tiempo como
el arrullo de una paloma.
Me parece, sin embargo, que la referencia más acertada es aquella del Espíritu, que, en
los orígenes, aletea sobre el caos primitivo para fecundarlo y ponerlo en orden (Gén 1, 2).
El Espíritu, ahora, está presente en la nueva creación. En efecto, con el bautismo de
Jesús «comienza una historia, la historia del mundo nuevo» (F. J. Lecnhardt).
Y este Espíritu se posa, además de sobre las aguas, sobre Jesús.
«En el antiguo testamento la bajada del Espíritu de Dios sobre un hombre significa la
específica vocación para llevar a cabo una obra por encargo de Dios» (J. Schmid).
Además de un «reconocimiento», una credencial de parte de Dios, es una investidura
oficial.
El bautismo de Cristo fue siempre un problema para las primeras comunidades cristianas,
que veían en él, una entronización de Jesús y una toma de posesión de su oficio de
Mesías.
A este propósito es significativo que el término «hijo» puede traducirse también por
«siervo».
Cristo hijo del hombre e hijo de Dios. «Siervo» que se pone a disposición para realizar el
plan de salvación.
Podemos decir: siervo de Dios y siervo de los hombres.
En la obediencia y en el amor.

PROVOCACIONES
1. «Vio que los cielos se rasgaban...» (v. 10). El sujeto es, sin duda, Jesús.
Se suscita, sin embargo, la discusión sobre qué tipo de visión es ésta. Y. sobre todo, si
también los presentes, o al menos Juan, vieron los cielos abiertos.
Me parece una cuestión irrelevante. La atención, en efecto, de ahora en adelante, se
dirige hacia la tierra. Es la tierra quien se convierte en morada de Dios. Que haya podido
ver los cielos abiertos es una cuestión sin importancia en relación a la posibilidad, ofrecida
a todos, de ver al hijo de Dios que anda por nuestros caminos.
Si se rasgan los cielos es sólo para indicar, que de ahora en adelante, debemos mirar
con más atención a la tierra.
Desde que alguien ha bajado, se trata de mirar bien alrededor.
«Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?» (Hech 1. 11).

2. El bautismo es «inmersión en la muerte» para volver a salir a la nueva vida. En este


sentido, se puede decir que Jesús recibirá el verdadero bautismo en el Calvario.
El mismo hablará de la propia muerte en términos de «bautismo» (/Mc/10/38).
Acertadamente se ha dicho que «la muerte será el punto culminante de su servicio».
También entonces, como en el bautismo de Juan, resonará la voz: «verdaderamente,
este hombre era hijo de Dios» (/Mc/15/39).
El evangelio de Mc prácticamente se abre y se cierra con la misma afirmación acerca de
la identidad de Jesús.
Al principio y al fin una voz.
La primera baja de lo alto. La segunda sube de abajo.
La afirmación inicial del Padre es convalidada por el reconocimiento final del centurión.
A la «declaración» de Dios acerca de su propio hijo, corresponde la declaración del
hombre.
La fe es precisamente este punto de encuentro entre una «sugerencia» que llega de lo
alto -y sólo puede venir de lo alto, no «de la carne y de la sangre»- y una respuesta que
parte de las profundidades de una experiencia humana.
Nuestra respuesta, «confesar» que Jesús es el hijo de Dios, en el fondo no es otra cosa
que dar la razón al Padre.
Y aunque sea necesaria una vida para llegar a esto, el largo itinerario para dar esa
respuesta está plenamente justificado.
Quiere decir que se ha superado el examen fundamental.
.................
1. El nombre Jesús se deriva del hebreo Yehoshuà (abrev. Yéshua), y significa «Yahvé salva», o también«Yahvé es
generoso».

(·PRONZATO-3/1.Págs. 35-50)
3 - TENTACIÓN EN EL DESIERTO
Mc/01/12-13 Mt/04/01-11 Lc/04/01-13

Las sorpresas del Espíritu


Empiezan las sorpresas del Espíritu, que posándose sobre Cristo, en vez de protegerlo, lo
lanza al desierto.
"Le impulsa al desierto..." (v.12):literalmente lo empuja fuera.
El verbo usado por Mc1 no indica una dulce presión, sino un empujón decidido, casi una
acción violenta. Como resalta Taylor, Mc usa este verbo en las narraciones de la expulsión
de los demonios, cuando habla de la necesidad de sacarse el ojo si es motivo de escándalo
(9,47), con ocasión de la expulsión de los vendedores del templo (11,15) y en la parábola de
los viñadores que echaron fuera de la viña al heredero (12,8).
Podemos añadir: Adán "expulsado" del Edén (Gén 3.24). En este último caso el símbolo
resulta bastante transparente: Jesús, nuevo Adán, afronta el mundo de la lejanía de Dios
atravesado por las potencias del mal, para dirigir el retorno de la humanidad hacia la patria
perdida.
Aquí el desierto no es ya el lugar ideal de los encuentros con Dios, sino el lugar de la
prueba, de la lucha con Satanás con el opositor, el que obstaculiza el proyecto de Dios.
«...Pues no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras
flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Heb 4, 15).
Pues "...habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados»
(Heb 2, 18).
Mc, a diferencia de Mt y Lc, no precisa el contenido y la forma de las tentaciones. Ni hace
mención del ayuno. En compensación añade el detalle de los «animales salvajes» (chacales,
zorros, lobos, gacelas, y, quizás, panteras, según la opinión de Lagrange).
La tentación parece que duró "cuarenta días", pero no la sitúa al término de los cuarenta
días, como en los otros sinópticos.
Cuarenta es una especie de número sagrado en la Biblia. Indica simbólicamente, el
tiempo de la opresión, de la prueba, de la purificación, del duro camino hacia la salvación.
Recordemos los cuarenta días del diluvio, los cuarenta años de la peregrinación de Israel
por el desierto, los cuarenta días de espera de Moisés en el Sinaí (Ex 34, 28), los cuarenta
días concedidos a los habitantes de Nínive para su conversión (Jon 3, 4), los cuarenta días
del camino de Elías por el desierto (I Re 19, 8). Y cuarenta años duró la dominación de los
filisteos sobre Israel (Jue 13, 1).
El verbo «tentar» (v. 13) se usa casi siempre en el sentido de poner a prueba con una
intención hostil.

La tentación dura toda la vida


En cuanto a Mc, sostengo que el dejar la tentación en la indeterminación es intencional.
En realidad, a lo largo de todo el evangelio Cristo sufre la tentación. Durante todo el
desarrollo de su misión, Cristo tiene que afrontar a quien intenta disuadirlo, «separarlo» del
camino emprendido: el del servicio, de la debilidad, de la obscuridad, de la derrota, del
sufrimiento. Siempre habrá alguien que le "sugerirá" otro camino, le invitará a dejarse servir,
a comportarse como amo y no como siervo, le propondrá ser Mesías «de otra manera», le
solicitará para que sea Dios acomodándose a los deseos de los hombres.
Y es significativo que Mc, a diferencia de Mt (4-10) ponga el «¡apártate, Satanás!» no en
este momento, en el desierto, sino mucho más tarde (8, 33). Y el mandato irá dirigido a un
apóstol, es más, al primero de los apóstoles.
TENTACION-CONTINUA: Una curiosa tradición hebrea sostiene que Satanás acusa al
hombre todos los días del año menos uno: el del "gran perdón" (kippur). En efecto,
sumando las letras que forman la palabra ha-satan como si fueran cifras, ¡se obtiene el
numero 364!
Pero no hay duda alguna de que Jesús sale victorioso, en el desierto, allí donde el
pueblo elegido ha flaqueado.
Durante toda su vida, Cristo resistirá a las instigaciones del adversario, de «aquel que
divide», permaneciendo obediente al Padre, y a su voluntad. «No sea lo que yo quiero, sino
lo que quieres tú» (Mc 14, 36).
La fidelidad a la misión recibida es posible gracias a la unión con Dios y a la fuerza del
Espíritu.
Que Cristo haya superado la prueba del desierto Mc más que afirmarlo explícitamente lo
sugiere con las dos imágenes de los «animales salvajes» y de los ángeles que le servían
(v. 13).
Quizás viene a cuento recordar un texto judío: (además, naturalmente, del texto de Is 11,
6 s, donde se describe el reino mesiánico caracterizado por la paz entre los animales
salvajes; cf. también Sal 90. 11-13)
«Si, pues, hacéis el bien, los hombres y los ángeles os bendecirán y Dios será glorificado
gracias a vosotros en medio de las naciones. Y el diablo huirá lejos de vosotros, y los
animales salvajes os temerán, y el Señor os amará, los ángeles se dedicarán con premura
a vosotros» (Testamentum Nephtalim 8, 4).
Algunos ven en las fieras un elemento «indiferente» de la soledad de Jesús en el
desierto. Me parece, sin embargo, que aquí la imagen puede indicar o bien la victoria de
Cristo sobre las potencias del mal, o bien una referencia a Adán que, rodeado de animales,
les había dado un nombre, signo de dominio (Gén 2, 20).
La armonía restablecida con los animales sería signo de la comunión restablecida entre
el hombre y Dios. Y, en suma, la reconciliación entre las creaturas y el creador.
De todos modos «la victoria está ciertamente indicada en el hecho de que los ángeles le
servían. Las potencias celestiales están a disposición de quien ha hecho huir al diablo» (G.
Dehn).

PROVOCACIONES

1. "...El Espíritu lo impulsa...". Me agrada esta acción del Espíritu, inmediatamente


después del bautismo.
Cristo es echado fuera, empujado hacia el desierto para librar un combate.
El Espíritu no mima al creyente, no le asegura un clima «favorable», no pone al
resguardo su fe.
Más que aire acondicionado, es "soplo" que empuja hacia el mundo, donde las potencias
del mal obstaculizan el plan de Dios.
"Echa fuera" de la tibieza de una piedad confortable, de esquemas garantizados que
excluyen cualquier tipo de aventura, de estructuras en las que el funcionamiento ocupa el
puesto de la vida, para precipitarse en el desierto donde se vive el riesgo de la fe y donde
se siente uno abofeteado por los rigores de la vida real.
El Espíritu no protege, hace salir a la intemperie.
No dispensa de las dificultades, sino que nos mete precisamente dentro de ellas.
Después de la inmersión en el agua, el Espíritu nos sumerge en las ambigüedades,
contradicciones, peligros de la existencia cotidiana. Es el bautismo en la humanidad.
Es la participación en las luchas de los hombres.
El mismo Espíritu nos hace hijos de Dios, y hermanos de todos los hombres. Nos une
hacia arriba y hacia abajo.
El desierto -lugar de la prueba, de la lucha, no de la evasión- se convierte así en el punto
de soldadura entre las dos dimensiones, la divina y la humana.
La vida en el Espíritu no produce «almas bellas», sino cristianos que aprenden el oficio
de hombres en medio de los otros hombres.
La vida en el Espíritu no es parada, no es nido, sino camino, itinerario que ha de
inventarse día a día.
Un cristiano que se coloca «al resguardo», no es alguien que se pone al seguro. Es
alguien que se ha escapado a la fuerza del Espíritu, que se ha sustraído a su «soplo».

2. "Estaba entre los animales salvajes y los ángeles le servían...". Hemos dicho que es la
imagen de la armonía reencontrada, de la humanidad reconciliada con Dios.
Pero esta armonía debemos restablecerla antes que nada dentro de nosotros.
Sólo recuperando la fidelidad a nuestra vocación, redescubriendo en ella las líneas
fundamentales coincidentes con el proyecto de Dios, tenemos la posibilidad de poner un
poco de orden también en torno a nosotros.
La paz, pues, como plenitud, unidad reencontrada. Como relación con Dios que, lejos de
empobrecer, enriquece y potencia las relaciones con los hombres.

CONFRONTACIONES

Cuando nos dejamos llevar de la ira, cuando ofendemos a alguien, cuando somos
víctimas de una tristeza mortal, cuando nuestros pensamientos son prisioneros de la carne,
¿todavía creemos que el Espíritu santo permanece en nosotros? ¿Podemos acaso esperar
que el Espíritu santo esté en nosotros cuando odiamos a nuestro hermano o cuando
maquinamos alguna injusticia? Debemos más bien saber que, cuando nos dedicamos a los
buenos pensamientos y a las buenas obras, entonces el Espíritu santo habita en nosotros:
pero cuando, por el contrario, somos prisioneros de un pensamiento malvado, es señal de
que el Espíritu santo nos ha abandonado. Por esta razón se ha escrito a propósito del
Salvador: «Aquél sobre el que veas que el Espíritu santo se queda sobre él, ése es...» (Jn
1, 33) (·Jerónimo-SAN, Comentario al evangelio de san Marcos).

La narración de Mc acerca de la permanencia en el desierto y la tentación de Jesús


presenta, si bien en su extrema brevedad, un esplendor particular. Aquí prevalecen, en
efecto, los aspectos luminosos del acontecimiento: la comunión con Dios, la paz mesiánica,
la bendición celestial, sobre quien se deja conducir dócilmente por el Espíritu de Dios, y eso
que le hará entrar en lo obscuro de la tentación, en las pruebas de la fe y en los peligros de
la existencia. El Espíritu de Dios es más fuerte que el poder de las tinieblas (R.
Schnackenburg, El evangelio según san Marcos, Barcelona 3 1980).

Y dijo aún: nadie, que no sea tentado, puede entrar en el reino de los cielos; de hecho
-dice- quita las tentaciones, y nadie se salva (Antonio el Grande).

Y dijo más: Obediencia y continencia amansan a las fieras (Antonio el Grande).

DESIERTO/SOLEDAD SOLEDAD/DESIERTO El desierto no sostiene al hombre débil.


Lo aplasta. Sólo puede sobrevivir quien ama el esfuerzo y la lucha (Milad Aissar).

La soledad enseña a ser hombre, con toda la simplicidad (A Louf).

El desierto, la soledad, significa para el hombre pecador la prueba más terrible, la que le
hace patentes todos los demonios que lleva en sí mismo... Descubrimos en nosotros simas
de locura, y más simplemente un vacío, una angustia vertiginosa que la pantalla de las
otras criaturas no disimula (L. Bouyer).

El desierto es lugar y tiempo de pruebas: momento providencial en el que Dios se vuelve


hacia su pueblo,puesto fuera de las seguridades habituales. Entre Egipto y Palestina se
coloca el desierto con sus ocasiones de sufrimiento purificador y de profundización... Y el
evangelio de las tentaciones representa un vigoroso prefacio de todo el evangelio (A.
Gehn).
La soledad no es la única bienaventuranza, ni siquiera es bienaventuranza. La verdadera
soledad es la que destruye nuestros sentidos, nuestro corazón, nuestra alma, la que
arranca la máscara que cubre nuestro rostro (Bruno de J. M.).

El monje en el desierto más que buscar al diablo busca a Dios... Los recursos del
desierto son conscientes de que pueden resistir a las potencias del mal, sólo con la ayuda
de Dios. No aceptan enfrentarse con Satanás más que con la certeza de encontrar a Dios
(J. Steinmann).

El desierto es, fundamentalmente, una situación de inseguridad vital. Un lugar que ofrece
una solución única, una única situación objetiva al hombre-perdido-en-el-desierto: una
mirada y una espera confiada en el Dios redentor, una confianza radical y absoluta en sólo
Dios (E. Schillebeeckx).

Que un corazón de hombre pueda amar a Dios como un hijo, que un cuerpo de carne
encuentre fuerza para vivir para Dios, que el hijo de una raza pecadora, en un mundo
dominado por la riqueza, por la astucia y por la violencia, tenga el coraje de escoger la
debilidad, la pobreza, la inocencia: he aquí el testimonio supremo que Cristo ha ofrecido al
Padre en el desierto (J. Guillet).

Tenemos el peligro de pasar en silencio el aspecto de austeridad propio del desierto. Nos
encontramos demasiado a gusto en este tema. El desierto de las tentaciones de Jesús no
tiene nada de confortable. Y hay que admirarse frente a nuestra tranquilidad de alma en
ciertos retiros que llamamos desiertos, y que deberían, por el contrario, someternos a una
prueba dura: la prueba de la conversión (C. Longere).

H/MADUREZ: Sólo las cosas que ofrecen resistencia, hacen al hombre (V. G. Rossi).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 51-56)

4 - INAUGURACIÓN DEL MINISTERIO DE JESÚS:


Mc/01/14-15 Mt/04/12-17 Lc/04/14s.

Este es el tiempo favorable


Este primer resumen 1 introductorio describe la inauguración del ministerio público de
Jesús y presenta los temas de su predicación.
Mc, también en esta ocasión, se queda en vaguedades, poco preocupado por establecer
una fecha precisa. Su cronología se sitúa «en la óptica de la historia de la salvación» (J.
Weiss).
Sigue la praxis de la predicación antigua, «comienza donde comenzaban los primeros
predicadores misioneros» (Taylor).
El exordio de la actividad pública de Jesús es fijado genéricamente, coincidiendo con el
arresto de Juan. En el «apresamiento» de Juan se puede advertir una anticipación de la
suerte que tocará también al «más fuerte». También Jesús será «entregado» en manos de
los enemigos 2.
Evidentemente, entre la proclamación en Judea -predicación de Juan, bautismo,
declaración del Padre, tentación- y la aparición en Galilea, existe un vacío que Mc no se
preocupa de llenar y que puede muy bien ser completado con los relatos del cuarto
evangelio.
El verbo usado para indicar la predicación es «proclamar» 3. La intervención de Dios en
medio de nosotros tiene la contraseña, pues de la proclamación.
Así como la preocupación dominante de Mc es la actualidad, podemos concluir que la
predicación, la proclamación, hace actual la intervención de Dios. Cada vez que se anuncia
el evangelio, Dios entra en acción.
El programa-anuncio de Jesús es expresado con cuatro fórmulas muy breves:
1. El tiempo se ha cumplido;
2. El reino de Dios está cerca;
3. Es necesario convertirse;
4. Hay que creer en el evangelio.

Un programa expresado en un solo versículo.


Las dos primeras fórmulas constituyen la revelación por parte de Dios. Las dos últimas
comprenden la decisión por parte del hombre Una decisión que se expresa en dos
exigencias: conversión y fe.

Pero examinemos el texto más de cerca.


El tema de la proclamación es el evangelio, o sea el anuncio gozoso, que nos viene de
Dios.
Es importante atenerse a la traducción literal: la buena noticia es dada de parte de Dios.
«...Decía» (v. 14). Es un momento histórico, son las primeras palabras de Jesús. Después
que habló Juan, después de la declaración del Padre en el bautismo, he aquí que Jesús,
finalmente, toma la palabra.

«El tiempo se ha cumplido» (v. 15). Es el anuncio del cumplimiento. Kairós quiere decir
tiempo determinado, circunstancia favorable, pero también «medida justa». Dice Nolli: «Mc
usa esta metáfora para indicar, que estando llena la medida, ya no hay nada que añadir al
tiempo transcurrido antes del evento esperado». Por tanto Jesús no orienta hacia el futuro.
Este es el tiempo establecido por Dios, esta es la estación favorable. La atención es
dirigida al presente.

«Marcos intenta resaltar "el día" en que, a través de la palabra de Jesús, resuena la
proclamación del reino de Dios. En este "día" es cuando comienza lo que es nuevo, por el
mismo hecho de su proclamación. Su "cumplimiento" tiene la resonancia del ahora, hoy,
aquí».

RD/PRESENTE: «Y se ha hecho cercano el reino de Dios». Los especialistas encuentran


aún dificultades frente a esta expresión. Oscilan, en sus traducciones, entre «está cerca» y
«ha llegado». O sea: ¿presencia efectiva o sólo proximidad?, «¿está a las puertas» o «ha
venido»? Dejemos la palabra al filólogo: «el perfecto (usado por Mc) indica que el
acercamiento ha sido gradual y ahora ha terminado, equivale casi a presente: ha llegado,
llega, está aquí» (G. Nolli).
Son matices. El concepto que permanece es el de una realidad presente o inminente.
Algo que ha llegado a cumplimiento.
Esta realidad del reino es ofrecimiento, don. Es algo hecho por Dios, que el hombre
simplemente puede buscar, recibir.
«Principio del último tiempo (escatológico) puesto bajo el influjo del amor y de la luz de
Dios». (R. Schnackenburg).

CV/RD RD/CV Frente a esta realidad, surge la exigencia de la «conversión», o sea de un


cambio radical de postura.
La conversión exigida, más que un ir para atrás, es un mirar hacia adelante, hacia el
«nuevo», el inaudito evento. No se trata de un conocimiento de sí mismo de tipo psicológico
o de una exasperada introspección en sentido existencial. Convertirse, aquí, significa
colocarse frente a la buena noticia anunciada por Jesús y tomar postura ante la persona
misma de Jesús.

«Creed en el evangelio». Suena más bien extraña esta fórmula: fe en el evangelio.


Normalmente el objeto de la fe es una persona, Dios o Cristo. Aún «es necesario que el
evangelio se predique, a fin de que, a través de la predicación, el hombre llegue a la
conversión y a la fe. El evangelio es el camino para llegar a la fe, a Dios y a Cristo» (W.
Trilling) .
Pablo dirá: «la fe viene de la predicación» (Rm/10/17).
Creer en el evangelio, es creer en el mensaje de Cristo -palabras y acciones.
Y, así como «la alegre noticia» viene de Dios, creer significa también que las buenas
noticias sólo podemos esperarlas de Dios, o, si quieres, que de parte de Dios solamente
pueden esperarse buenas noticias...

Hemos dicho que este sumario sintetiza la predicación de Cristo.


Pero no es necesario concluir que Jesús fuese de una parte a otra repitiendo el mismo
estribillo, la sustancia era ésa. Por lo demás, Jesús se adaptaba a las circunstancias y a las
personas.
Es una frase, con todo, que desarrolla una fuerza misteriosa: ser creyentes al evangelio.
Y tienes la impresión de que tu vida está como aferrada y empujada hacia una decisión.
Una vida que se juega, precisamente, tomando en serio o rechazando -acoger o rehusar-
una noticia.
«El momento decisivo» es aquel en que «decido» si la cosa me interesa o más bien nada
tiene que ver conmigo...

Galilea, cuna del evangelio


Jesús elige el campo del propio trabajo. No Judea, ni siquiera Jerusalén, centro religioso
y cultural, sino Galilea.
Esta región, que es la parte septentrional de Palestina, está separada también
políticamente -a partir de la muerte de Herodes el Grande (4 a.C.) de Judea, y se resiente
del influjo helenístico. Junto con los hebreos, habitan allí numerosos paganos.
Se caracteriza por una cierta riqueza debida, sobre todo, a una agricultura bastante
floreciente, si bien una parte del territorio está en manos de extranjeros.
Jesús nació en Belén, en Judea, pero le llamaron «galileo» (Mt 26, 69) porque pasó casi
toda su vida en Nazaret (¡Mc 6, 1, llega incluso a hablar de Nazaret como de su ciudad
natal!).

Los sinópticos ambientan en Galilea la mayor parte del ministerio de Jesús. Aquí son
reclutados los primeros discípulos, y es significativo que sólo Judas, entre los doce
apóstoles, probablemente no era galileo.
También las mujeres que le acompañaban son galileas.
Mc, sin duda, tiene predilección por Galilea. En su evangelio aflora una oposición
bastante marcada entre Galilea y Jerusalén.
La primera aparece como lugar de la acogida, del «anuncio gozoso», la segunda como la
ciudadela fuerte del rechazo.
La primera parte de su evangelio (del 1, 14 al cap. 9) está ambientada en Galilea.
Después, en el capítulo 10, Jesús "sube a Jerusalén", y será ya para morir.
La cita con el resucitado, sin embargo, vuelve a concertarse en Galilea. Allí los apóstoles
podrán encontrar al Señor glorificado. «...Id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá
delante de vosotros a Galilea, allí le veréis» (/Mc/16/07).
Es significativo que Mc, a diferencia de Lc, indique precisamente Galilea y no Jerusalén
como lugar de donde ha de volver a partir el evangelio, porque es el lugar "donde la buena
noticia" comenzó a ser proclamada.
Como la misión de Jesús comienza en Galilea, así la misión continuada por sus apóstoles
debe recibir el impulso desde Galilea.
El mismo paisaje, muy dulce, con la vasta y luminosa extensión del lago, representa en
contraste con Judea, más bien áspera -el marco ideal para el anuncio gozoso.
Dejemos en paz la geografía.
Jesús no parte de un lugar importante. La cuna del evangelio es Galilea, un lugar
insignificante, un punto sin relieve, un sitio cualquiera.
Pero allí donde se siembra y se recibe la palabra, el lugar es rescatado de la
insignificancia, adquiere relieve, se hace centro del mundo.
La geografía es diseñada de nuevo por el paisaje de la palabra de Dios. Los confines
son, desde ahora, los conquistados por la «buena noticia» .
La región que cuenta, de ahora en adelante, es el corazón del hombre.
Allí donde un hombre responde al evangelio, Jesús encuentra su propia patria.

El reino de Dios
RD/QUÉ-ES Otro concepto fundamental expresado en la "proclamación" de Cristo es el
del «reino de Dios». Tendremos ocasión de volver a desarrollar este tema, sobre todo
comentando las parábolas.
Ahora es suficiente esbozar algunos trazos.
La expresión de Cristo no es en absoluto nueva. «Toda la suma de lo que esperaba
Israel del futuro se resumía en el concepto del reino de Dios» (Bousset).
Es verdad que, en algunas partes, la idea de «reino» o de monarquía resulta más bien
rara. Y será necesario incluso decidirse por inventar alguna fórmula más expresiva.
Se trata, esencialmente, del señorío, del dominio, de la soberanía de Dios sobre el
mundo.
«El reino de Dios no es un lugar, una situación o un grupo de personas, sino el hecho de
que Dios reina y las potencias que se le oponen (pecado, muerte, Satanás), son vencidas»
(A. Comba).
Israel en cuanto pueblo se consideraba «cliente» de derecho para este reino, porque
había recibido de Dios la ley (torá) y a ésta acomodaba la propia vida.
Es cierto que no se excluía una visión universalista y escatológica (con referencia al fin
de los tiempos). Porque el poder real de Dios deberá extenderse a toda la tierra y durar
para siempre.
Pero mientras tanto la espera se teñía de fuertes tonos nacionalistas.
Poco a poco esta espera se transformó en un ideal político. Era escandaloso el hecho de
que Israel -fiel a la voluntad de Dios- estuviera bajo el poder de los pueblos que rechazaban
el dominio de Dios. He aquí entonces que la espera del reino se convierte en espera del día
de la venganza, en el que serán castigados los enemigos de Dios (esto es, de su pueblo).
La predicación de Cristo, pues, volviendo a tomar el antiguo tema del reino, contrasta
netamente con esta última perspectiva temporalista.
Su reino es espiritual.
«El reino de Dios anunciado por Jesús está más bien en oposición con el reino de
Satanás que con los reinos paganos de este mundo... Los discípulos deben orar por la
"liberación del mal", (Mt 6, 13), no por la libertad política del imperio romano» (J. Schmid).
Aunque el reino encontrara en el futuro su pleno cumplimiento -cuando Dios será todo en
todas las cosas (I Cor 15, 28)-, ya ahora está presente en su persona y en su obra
(predicación y obras).
La entrada en el reino no está garantizada por pertenecer a un pueblo, sino que se
llevará a cabo mediante una respuesta personal -conversión, elección, decisión,
compromiso, capacidad de sacrificar todo a sus exigencias radicales.
Si existen privilegiados allí, éstos son los que no tienen derecho: los débiles, los
pequeños, pecadores, pobres, extranjeros.
Permanece, de todos modos, la idea de fondo en la proclamación inicial: el reino de Dios
está presente en Jesús. Su misterio es el misterio de la persona de Cristo. Dodd habla de
«escatología realizada». Proclamar el evangelio, de ahora en adelante, significa manifestar
que Dios actúa en los acontecimientos.
En la perspectiva de Cristo, finalmente, puesto que el reino viene determinado
esencialmente por la relación entre Dios y los hombres, más que la extensión importa la
profundidad.
Como puede verse, también en el tema del reino de Dios, Cristo representa la
continuidad, y al mismo tiempo, la ruptura.

CONFRONTACIONES

Solidario y separado
Entre Cristo y Satán, entre el reino de Dios y el reino del mundo existe un contraste
irreductible . El Mesías es solidario con la historia, pero no con la lógica de Satanás que
con frecuencia le sirve de guía: precisamente, puesto que está de parte del hombre, no
acepta el pecado. Así el Mesías aparece al mismo tiempo solidario y separado.
Siempre es difícil para el cristiano encontrar la medida justa (pero podemos también
hablar de justa «originalidad») en su manera de situarse dentro de la historia.
Dos modos serían fáciles (y precisamente por esta facilidad suya y claridad se convierten
en tentaciones) : el conformismo y la fuga.
Pero la historia del hijo de Dios -que es el modelo de la originalidad cristiana- no permite
ni una cosa ni la otra: el discípulo no puede aceptar el conformismo (de esa manera ya no
sería portador de la "novedad" del reino), y tampoco puede salvar su diversidad en la fuga,
evitando el conflicto (no sería ya signo de la «solidaridad» de Dios), más bien debe
manifestarse a sí mismo en un esfuerzo (bastante incómodo) de participación crítica». (B.
Maggioni, El relato de Marcos, Madrid 1982).

No de este mundo, pero en este mundo


/Jn/18/36 El reino de Dios no es de este mundo, pero está en este mundo para conseguir
convertirlo en otro mundo (Una comunitá legge il vangelo...).

Conversión
¿Qué significa convertirse?
CV/QUE-ES: La conversión nace, ante todo, como respuesta a un evento (supone, por
tanto, la fe), esa alegre noticia que debería dilatar el corazón: en Jesús se nos ha
aparecido, en toda su profundidad, el increíble y sorprendente amor de Dios hacia
nosotros, hacia el hombre, hacia cada hombre. He ahí el evento que debe aceptar, del que
debo fiarme y sobre el que he de modelarme ("creer en el evangelio" /Mc/01/15): he ahí la
conversión.
No es un cambio parcial, sino un verdadero y preciso vuelco, un paso (sin calcular las
consecuencias) del egoísmo al amor, de la defensa de mis privilegios a la solidaridad más
radical.
Es un cambio que no puede contenerse en las viejas estructuras (personales, mentales,
sociales): las rompe.
Las viejas estructuras fueron creadas para servir a otro tipo de Dios y para otra visión del
hombre (B. Maggioni).

Galilea, lugar de lo cotidiano


El inicio no fue puesto en un lugar privilegiado, sino en Galilea, el lugar donde siempre se
había desarrollado la vida de Jesús: el lugar de lo cotidiano, que se convierte así en el
lugar donde se encuentra a Dios (Una comunitá lege...).

....................
1. Los sumarios, en el evangelio de Mc, son una especie de resúmenes que hablan de forma breve y general
de la enseñanza y de la actividad de Jesús durante un cierto periodo de tiempo. Ofrecen, en suma, un
cuadro sintético del desarrollo de los acontecimientos. Cf. Taylor. 53.
2. El verbo "entregar" (que hemos traducido por «arrestar») implica la idea de una "entrega" que entra en el plan
de Dios, y representa un punto característico de la teología de Mc. Es una palabra-clave que se encuentra
especialmente en la narración de la pasión. Pertenece al lenguaje del martirio.
3. Keryssein. Juan proclama el "bautismo de conversión" (1.4), y "el más fuerte", que venía detrás de él (1, 7). Y
Jesús "proclama el evangelio de parte de Dios" (1 14). Más adelante explicará que "ha salido para eso" (1,
38-39). Más tarde confiará a los doce la tarea de "proclamar" (3, 14). Y, de hecho, vemos a éstos que
"proclamaban" que la gente se convirtiera (6, 12).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 59-66)

5 - LLAMADA DE LOS PRIMEROS DISCÍPULOS:


Mc/01/16-20 Mt/04/18-22 Lc/05/01-11

Un Jesús siempre en movimiento


El Jesús de Mc es un Jesús siempre en movimiento.
En la primera fase, este movimiento se sitúa en una región precisa, Galilea. Y aquí
adquiere un relieve excepcional el lago, o mar, como se le llama comúnmente según el uso
semita 1. Es un espejo de agua de 21 km. de largo, 11 de ancho, con una profundidad
máxima de 45 metros, que está a 212 metros bajo el nivel del mar, y es conocido por la
abundancia de peces. Rodeado de una crestería de montañas, representa un lugar de paso
importante, y se ve salpicado por numerosas ciudades y pueblos de pescadores.
En las orillas del mar de Galilea, Mc ambienta la escena de la llamada de los primeros
cuatro discípulos.
El Jesús en movimiento es también un Jesús que pone en movimiento a las personas.
La narración resulta esquemática, descarnada, desprovista de connotaciones
psicológicas.
Las informaciones se reducen a lo esencial: se trata de pescadores, que están haciendo
su oficio. Entre las dos parejas, la única diferencia está en que los dos últimos gozan de una
cierta holgura económica porque tienen asalariados a su servicio.
Lc coloca la llamada de los primeros discípulos después del episodio de la pesca
milagrosa (5, I s).
Jn se manifiesta más preocupado por explicar, por seguir el desarrollo de la vocación. Hay
una graduación. En efecto, al menos dos discípulos (Simón y Andrés) pertenecían al círculo
del Bautista y habían tenido ya contactos anteriores con Jesús (Jn 1, 35 s). Por lo que ésta
sería una segunda llamada, o vocación explícita.
A Mc le importa el final. El presenta hechos, unos resultados, no lo que está pasando en
la intimidad de las personas. El recoge la decisión final, no los estadios intermedios. Su
esquema de vocación es muy simple: llamada-respuesta.
Y el asunto es tanto más sorprendente cuanto podía haber obtenido de uno de los
interesados -Pedro- material de primera mano bastante abundante con el que construir una
narración completa.
O. quizás, es que al mismo Pedro se le había quedado en la memoria sólo el encuentro
decisivo, el momento de la respuesta.
El instante en que pronunció el sí debió terminar por oscurecer los tiempos preparatorios.

Algunos hablan, y con razón, de escena ideal o llamada tipo, en donde, precisamente en
la trama de una narración reducida a lo esencial, cada uno puede encontrarse a sí mismo, la
relación personal con Cristo.

Los componentes de una llamada


Teniendo, pues, presente esta escena "«ejemplar" podemos fijar algunos elementos
siempre válidos para la llamada de los discípulos. Por parte de Cristo: mirada, iniciativa,
urgencia.

1. Una mirada.
E1 «vio» no es una anotación banal (para dirigirse a una persona, hace falta verla...). Se
trata de una mirada que encandila a un individuo, una mirada que elige, escoge. Lo saca
fuera de la gente. «Aquella es la persona que me interesa, que me importa para lo que llevo
entre manos». En suma, que el encuentro comienza con el «ver» a la persona. La mirada
se hace mensaje, propuesta de comunión. Así se desarrollará también la llamada de Levi
(2, 14). En el episodio del joven rico (10, 21) la mirada expresará una nota de afecto.

2. Iniciativa.
En el judaísmo contemporáneo eran los discípulos los que buscaban, elegían al maestro.
El rabino no llamaba para sí a los discípulos, sino que él era «llamado», «elegido» por ellos.

Cristo, por el contrario, toma la iniciativa. La llamada viene de él, y sólo de él. Y la
invitación es el signo de la absoluta gratuidad, quiero decir de la no-motivación (por parte
del hombre). Resulta, pues, más bien desconcertante.
La vida cristiana es respuesta cuando se manifiesta la gracia, no decisión autónoma. Si
me decido es porque he sido invitado en esta dirección por alguien que se ha decidido a
favor mío.
El hombre puede ponerse en camino sólo después de que Dios haya comenzado a andar
por los caminos del hombre.
No somos nosotros los que vamos a la búsqueda de Dios. Es Dios quien se pone a
buscar al hombre.
«El seguimiento no es una conquista: es un ser conquistado».
El discípulo no captura al maestro, sino que es asido por él.

3. Urgencia.
«...E inmediatamente» (v. 20). Puesto que es el «momento favorable», la «estación
oportuna» (el kairós), la llamada asume carácter de urgencia. Cristo está impaciente, quiere
que se aprovechen inmediatamente de la ocasión que se les ofrece. La invitación es
categórica. Urgente. Mejor el rechazo explícito que los titubeos.
En la llamada se revela la eficacia de la palabra. Es una palabra «creadora», la que crea
los discípulos.

Los componentes de la respuesta


Por parte de los discípulos, podemos destacar: fe, desprendimiento, seguimiento, dejarse
hacer.

1. Fe. El discípulo se caracteriza por la fe, que es un «fiarse» de una persona, responder
a su llamada, si bien no se miden, concretamente, todas las consecuencias de ella. Es
aceptar vivir una aventura de la que no se calculan con precisión las dimensiones y los
riesgos.
Cristo no presenta la lista detallada de sus exigencias, no dice lo que quiere, y adonde
llevará, exige una adhesión decidida, incondicional .
Y el discípulo no pide explicaciones. Aquel maestro, por otra parte, más que dar
explicaciones, señala tareas. Las explicaciones, en todo caso, llegarán más tarde. Después
que el discípulo haya «hecho». El significado de lo que ha sucedido, de lo que se ha vivido,
se descubre únicamente cuando las cosas están hechas.
«La importancia y la función de la fe en Mc son reales, si bien difícilmente reducibles a
fórmulas claras. No hace especulaciones sobre la fe, como Pablo. La recuerda como un
advenimiento, como una respuesta generosa al contacto con Jesús... Se presenta la fe
como antídoto del miedo» (B. Rigaux). Y me atrevería a decir del cálculo de la prudencia
humana, del miedo a comprometerse.

2. Desprendimiento. Al «inmediatamente» (v. 20) de la llamada corresponde el «al


instante» (v. 18) de la respuesta. Y la decisión se expresa por una separación : de las
redes, de un oficio, de las cosas, de los lazos familiares.
La respuesta se traduce en una separación, en una renuncia, en un alejarse.

3. Seguimiento. Pero el acento no se pone tanto sobre el dejar (v. 18 y 20) cuanto sobre
el seguir (v. 18 y 20).
Discípulo no es alguien que ha abandonado algo. Es quien ha encontrado a alguien.
La «pérdida» es compensada con creces por la ganancia.
El descubrimiento hace palidecer lo que se ha dejado atrás.
«Si alguno quiere venir en pos de mí...» (/Mc/08/34). El seguimiento es precisamente lo
que justifica la separación.
El discípulo, pues, es alguien, que sigue a Cristo, se pone en su compañía, establece
una comunión de vida con él.
«La palabra seguir es la que caracteriza al discípulo, no la palabra aprender» (B.
Maggioni). El discípulo no acepta una doctrina, sino un proyecto de vida 2. No discute con
el maestro.
Lo sigue. Cristo llegará a ser conocido a medida que se camina tras él. Se trata de
aceptar su «praxis» .
«El seguimiento, pues, no es una decisión ética autónoma ni una aceptación intelectual
de doctrinas, sino que es concretamente un nuevo hacer y un nuevo pensar que emerge
del evento de la gracia» (E. Schweizer).
Y también para nosotros, discípulos de hoy, que no hemos participado en la historia
terrena de Cristo, permanece válida la dimensión de «seguimiento», que algunos traducen
por «imitación». Se trata de recorrer el mismo camino de Cristo, hacer sus mismas
opciones, repetir sus gestos, asumir sus pensamientos y sus tomas de postura, inspirarse
en sus criterios, tener sus preferencias.
Habrá gente que ni siquiera sabrá qué significaba todo esto. Lo aprenderán llevándolo a
la vida.

4. Dejarse hacer. «Haré de vosotros pescadores de hombres» (v.17). Conocen el oficio


de pescadores de peces. Otra cosa, no.
Tenemos así el último rasgo que caracteriza al discípulo: «dejarse hacer» por el maestro.

«Haré de vosotros...».
Es difícil, por no decir imposible, encontrar un discípulo ya completamente hecho,
perfecto, «en la meta».
Discípulo es simplemente aquél que se está haciendo.

Los discípulos
En el evangelio de Mc es muy raro encontrar a Cristo solo. Lo vemos habitualmente en
compañía de los discípulos.
B. Rigaux ha calculado que, de 671 versículos que constituyen el evangelio de Mc, 498
versículos (esto es, el 76%) refieren palabras y acciones de Jesús, de las que son testigos
los discípulos. Pero no son pocos los casos en que Mt y Lc, en lugares paralelos, olvidan a
los discípulos para nombrar únicamente a Jesús.
Por el contrario Mc une estrechamente al maestro con los discípulos. Ordinariamente
Jesús está con sus discípulos. Es la imagen preferida por el evangelista.
Hay una excepción: cuando manda a los doce a misionar. En esta circunstancia se diría
que Mc nada tiene que contar a propósito de Jesús. Cuando faltan los discípulos, Mc se
encuentra extrañamente molesto, es más, se diría que anda escaso de material. Y entonces
llena el hueco refiriendo las opiniones de Herodes acerca de Cristo, y el martirio de Juan el
Bautista.
Sólo cuando vuelven los doce, el evangelista puede reanudar la narración interrumpida
(cf. 6, 14-29).
«La única circunstancia en la que Jesús se queda solo es en Getsemaní. Para su pasión,
Jesús está solo, los discípulos han escapado. Esta visión de Jesús solo se hace entonces
dramática.
«Desde el principio, Jesús está siempre con sus discípulos y Mc no puede decir nada
acerca de él, si los discípulos no están presentes. Esto explica por qué la llamada de los
cuatro está puesta al principio. Se trata de una elección deliberada del autor" (J. Delorme).

Así pues, Jesús se hace presente a través de la presencia de sus discípulos.

PROVOCACIONES

1. Lo que Mc cuenta no se refiere a una categoría privilegiada de personas, de


super-invitados a una aventura privilegiada, de superdotados para una empresa
excepcional.
Es algo que atañe a todos aquellos que deciden tomar en serio el evangelio, creer en la
"buena noticia".

2. La llamada de Cristo no se sitúa en un espacio sagrado, en un momento religioso, sino


en un cuadro profano.
Gente que trabaja. Simón y Andrés, Santiago y Juan, caen en la red de Cristo
precisamente cuando realizan su oficio de pescadores.
En la iglesia estoy al abrigo, puedo sentirme relativamente tranquilo. Cuando me
encuentro en la Galilea de lo cotidiano, atareado con el quehacer de cada día, es cuando
corro el riesgo de encontrarme cara a cara con alguien que necesita de mi oficio para...
cambiármelo, para darle un sesgo distinto, que me llama «a otro lugar», aun dejándome en
el puesto acostumbrado. Entonces puedo continuar haciendo el mismo oficio, pero con otra
perspectiva. E incluso estoy autorizado a considerarme satisfecho también cuando no
obtengo resultado alguno, no consigo nada, o sea... gano todo.
Se puede anunciar el evangelio desempeñando cualquier oficio. Corren peligro los que
se consideran especialistas, expertos, profesionales del evangelio, obreros del reino a
tiempo completo, y no caen en la cuenta de... hacer otra cosa... O sea, precisamente lo
contrario de los primeros discípulos: se consideran ya dentro desde la llamada, en el
interior de un espacio sagrado, y el evangelio, en sus manos, se convierte en un
instrumento con el que «pescan» de todo, excepto hombres para el reino»

3. «Haré de vosotros pescadores de hombres...». Sucede, a veces, que se encuentra


uno con ciertos "llamados" que se les ha hecho ser... quien sabe qué, pero ciertamente no
«pescadores de hombres». Frente a ciertas tareas encomendadas, hay que preguntarse si
una vocación puede ser impunemente «vaciada» de su finalidad más esencial. Es verdad
que lo importante es lo que se es, no lo que se hace. Pero existe un «hacer»
-especialmente en el campo burocrático-administrativo- que está demasiado lejos del oficio
de «pescadores de hombres» y que se justifica (mejor: no se justifica en absoluto) sólo
porque la pesca resulta productiva, pero no en términos evangélicos... Es aún más grave el
caso de personas a las que se les priva de un contacto directo con los hombres y se les
obliga a manejar papeles sofocando así sus más profundas exigencias y mortificando las
aspiraciones más legítimas en relación incluso con la vocación que han elegido.
Cristo «hará discípulos», o sea, les hará crecer en la linea del desarrollo de su persona
en relación a las exigencias del reino. Algunos «responsables» (!), sin embargo, saben
solamente «utilizar» a las personas, Cristo «promociona». Mientras algunos logran sólo
mortificar y sofocar, Cristo «llama». Estos otros «se sirven».
Dígase lo que se diga, la «voluntad de Dios» sólo puede ser invocada para la promoción
de las personas, no para su utilización en clave instrumental y de intereses prácticos.

4. Ser discípulo significa seguir a Cristo, recorrer su mismo camino. Cuando uno no
comparte el proyecto del Maestro, sus actitudes de servicio, ya no es uno que sigue, sino
uno que se distancia de Cristo.

5. Los discípulos siempre están presentes con Jesús en el evangelio de Mc. Podemos
decir también: la presencia de Jesús está asegurada en el mundo por la presencia de los
discípulos. Si éstos no se dejan ver, la escena queda vacía, Cristo está como «bloqueado»,
se encuentra en la imposibilidad de actuar, el evangelio no tiene nada que decir.

CONFRONTACIONES

Con esta narración Mc no pretende hacer otra cosa que exponer de una manera típica lo
que ha de acontecer cuando Jesús llame a los hombres a ser sus discípulos. Deben
obedecer, y nada más. Esto se palpa con una claridad incomparable, en aquello que no se
dice en la narración: no sabemos nada de la emoción que en aquel momento debe haber
sobrecogido el corazón de los pescadores, nada acerca de la solemnidad de aquel
momento, en el que por vez primera han sido arrancados de la apatía de una vida de
pequeños burgueses, para tomar parte en acontecimientos de importancia histórica. Ni una
palabra sobre la gravedad de la hora, sobre la amargura de la renuncia, cuando deben
dejar su profesión (en la que también se puede servir a Dios), abandonar la mujer, los hijos,
la casa, la patria, por una suerte incierta y precaria. Oímos una sola palabra: «seguidme», y
como respuesta solamente esto: «ellos, dejando al instante las redes y a Zebedeo, su
padre, se fueron tras él». Jamás una historia de vocación ha sido contada más brevemente
(G. Dehn).

¿Qué quiere decir el «lago» en la presentación de Mc? El lago es el lugar en que vive la
gente de Galilea y donde trabaja: Jesús busca y encuentra a la gente en la propia
situación. Mc nos presenta a Jesús que va por los caminos del mundo a buscar a la gente
allí donde está (C. M. Martini).
................
1. Lc habla de "lago de Genesaret". Jn usa la denominación «lago de Tiberíades».
2. Aquí encontramos el otro elemento diferenciador con respecto a los rabinos. Sus discípulos, en efecto, son atraídos por
la doctrina del maestro de la que quieren posesionarse, captar de ella todos los secretos, y así convertirse ellos a su vez
en maestros. Con Cristo no se hace uno nunca "maestro", se permanece siempre y sólo discípulo.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 67-74)
6 - II. UNA JORNADA EN CAFARNAÚN (1, 21-45)
Debía ser una pieza fuerte en la predicación de Pedro. La llegada de Jesús a su ciudad 1,
la parada en su casa, el contacto con sus paisanos. Una fecha inolvidable, como suele
decirse.
Mc aprovecha esta oportunidad para presentar, con su estilo peculiar, un cuadro
característico de la actividad de Jesús.
El material se distribuye siguiendo un plan preciso.
Tenemos así un «espacio organizado».
El espacio se divide en tres sectores:
-sinagoga
-casa
-puerta de la casa.
Por tanto tenemos la sinagoga como lugar de la plegaria pública.
La casa, lugar de la vida privada.
La puerta, o sea el espacio externo -digamos la plaza- como lugar de la vida pública.
La indicación resulta bastante evidente: «Mc pone junto todo el espacio imaginable,
religioso y profano, privado y público. Un modo, el suyo, para mostrar que la acción de Jesús
interesa al ser humano en su totalidad, en todas sus dimensiones» (J. Delorme).
La actuación de Cristo no se limita al espacio religioso, sino que entra en la esfera de la
amistad y va dirigida a ponerse en contacto con la multitud.
En un determinado momento la sinagoga -la de Nazaret- lo echará fuera de la puerta (6,
2). Pero no por esto se parará la actividad de Jesús. Siempre habrá gente, siempre habrá
espacios abiertos de la vida profana. «El evangelio no puede ser aprisionado dentro del
mundo religioso» (J. Delorme).
En cuanto a la organización del espacio, es necesario subrayar la contraposición
ciudad-desierto, dos elementos que se encuentran al principio y al fin de las narraciones.
Aparentemente, la ciudad, como lugar del encuentro, el desierto, como lugar de la
soledad, de la fuga. En realidad, dos modos diversos y complementarios de encuentro,
como veremos más adelante.

Mc, además de organizar el espacio, organiza también el tiempo.


Frecuentemente no duda concentrar en una sola jornada sucesos que se desarrollan en
tiempos diversos. Pone la geografía, como la topografía, como las indicaciones
cronológicas, al servicio de una perspectiva teológica.
También aquí, la de CAFARNAÚN, puede ser una jornada tipo. Por consiguiente los
acontecimientos no se desarrollan estrictamente en las 24 horas del día.
Son estos:
-Jesús enseña en la sinagoga y cura a un endemoniado (1, 21-28).
-Cura a la suegra de Pedro (29-31).
-Cura a muchas personas después de la puesta del sol (32-34).
-Se retira a orar a un lugar solitario (35-39).
Por tanto una jornada que se abre con la plegaria pública y se cierra (abriéndose otra)
con la oración en solitario, y se desarrolla a través de la enseñanza y las obras.
Una jornada en que se da el elemento lucha y el elemento contemplación, el estar juntos
entre amigos, y el estar con la gente común, la atención a la miseria humana y la atención a
Dios, el entrar (v. 21 ) y el salir (v. 35), el darse y el liberarse. En suma, puede decirse, una
jornada en la que no falta nada. Completa.

EN LA SINAGOGA
Mc/01/21-28 Lc/04/31-37

Después de la proclamación, la enseñanza


Jesús, pues, se presenta en la "casa de oración" en Cafarnaún, insertándose en la vida
religiosa de su pueblo.
Las sinagogas 2 eran lugares de culto que, especialmente después del exilio, se habían
difundido por todos los centros, y también por las aldeas (eran suficientes diez miembros
para construir legalmente una sinagoga; el culto en día de sábado exigía la presencia de al
menos siete personas). No se podían ofrecer sacrificios, porque éstos estaban reservados
al templo de Jerusalén.
En la sinagoga se comenzaba por la plegaria, seguía después la lectura y la explicación
de la ley (parece que, a excepción de las fiestas fijas, los sábados se hacía una «lectura
continua» del Pentateuco.
En general eran edificios muy sencillos. Algunos bancos para los fieles, un atril, un
armario donde se guardaban los rollos de las Escrituras, bajo la responsabilidad de un
vigilante (hazzan), una especie de sacristán.
El comentario 3 -homilía- podría hacerlo además del presidente de la asamblea, alguno
de los participantes, con tal de que fuera hombre.
Jesús, en la sinagoga, «se puso a enseñar» (v. 21). Y tenemos el segundo verbo
característico (didàskein), después del que indica «proclamar» (kerysseyn).
Viene en primer lugar el anuncio, después la enseñanza. Mc -como hemos indicado más
arriba-, no precisa el objeto de la enseñanza.
Habla incluso de los apóstoles que "no entendían", pero sin explicarnos qué es lo que no
entendían.
Evidentemente, para él, es importante sobre todo el hecho de la predicación, el acto de
enseñar, con independencia de un contenido.
De una manera u otra la enseñanza de Jesús provoca estupor, asombro entre los
oyentes. Quienes captan inmediatamente la diferencia con la enseñanza impartida por los
maestros autorizados del templo: «Les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los
escribas» (v. 22).
Y, sin embargo, los escribas eran los especialistas de la enseñanza, los teólogos, los
comentaristas de la Escritura, los intérpretes cualificados de la ley.
¡Si existía alguien con autoridad, eran precisamente ellos! Evidentemente la autoridad de
Jesús -la que impresionaba a la gente- es de otro tipo. Es una autoridad que viene de lo
alto.
Y diré incluso que viene de dentro. No es una autoridad ligada al puesto que uno ocupa,
sino a la persona en sí misma.
No es una autoridad profesional, sino la de uno que desprovisto de títulos, se impone por
otra cosa. En Cristo el mensaje «forma cuerpo» con su ser. El es el mensaje.
Es verdad que impresiona el hecho de que, cuando Jesús se presenta, lo que con mayor
fuerza afecta a sus contemporáneos se expresa con la palabra: «autoridad». Una autoridad
que hace palidecer a la de los demás.
Una autoridad que es sinónimo de su libertad.
«Jesús se rebela contra los maestros de la ley, y su rebeldía es en favor de los
pequeños. Los maestros les imponen un yugo insoportable. Ignoran que Dios les hace
libres. Imponen a Dios sus conveniencias sociales y sus reglas. Y Jesús le devuelve a Dios
su libertad, transgrediendo el poder de los escribas y fariseos y rechazando los
fundamentos de su autoridad» 4.
Si Jesús alguna vez transgrede la ley tanto como para escandalizar a los maestros, será
sólo porque su libertad no es otra cosa que «una forma de su amor al prójimo» (Ch.
Duquoc). Y esto lo advierten inmediatamente los «pequeños». Cómo intuyen que Cristo, a
diferencia de los escribas, no es un simple comentador, sino un creador.
G. Bornkamm establece un paralelo entre la «inmediatez» de Jesús en los contactos con
la gente y su autoridad. Dice:
«Este término de autoridad recubre sin duda todo el misterio de la persona y de la
influencia de Jesús, tal como se perciben en la fe; así él superó todo lo que es puramente
«histórico». Y, sin embargo, con tal expresión se designa una realidad propia del Jesús
histórico y que precede a cualquier interpretación. En los más diversos encuentros.
Jesús aparece siempre con una autoridad inmediata que tiene su fuente en él mismo.
«Pero los hombres, a los que se dirige, están también presentes en su realidad concreta.
Todos aportan algo: los justos, su justicia; los escribas, el peso de su doctrina y de sus
argumentos; los publicanos y los pecadores, su culpabilidad; los que buscan asistencia, su
enfermedad, los endemoniados su posesión diabólica y los pobres, la carga de su pobreza.
Nada de eso es eliminado ni ignorado, pero en el encuentro con Jesús nada de ello cuenta
ya porque este encuentro obliga a cada uno a salir de su situación adquirida. Todos los
relatos sobre Jesús dan cuenta de este descubrir a los hombres tales y como son
realmente. Esto se hace naturalmente y con sencillez, sin que haya coacción para
descubrirse a sí mismo, al contrario de lo que ocurre en ciertas maneras de predicar».

«...Poseído por un espíritu inmundo» (v. 23). Ante todo no debemos pensar en la
impureza sexual. En el lenguaje bíblico «impuro» significa, simplemente, «contrario a lo
sagrado». Todo lo que se opone a la santidad de Dios se considera "impuro". 0 sea, la
noción de impureza indica «el ámbito en que se encuentra el hombre que vive lejos del
único Dios verdadero, a merced de los ídolos y de las potencias hostiles a Dios» (K.
Gutbrod).

Una palabra que es acción


«...¿Qué tienes tú con nosotros?» (v. 24). Las traducciones posibles de esta expresión
son numerosas: «¿Qué tenemos en común»?; y también: «¿por qué te metes en nuestros
asuntos?», «¿qué tenemos que ver contigo?», «¿qué hay entre nosotros y tú?». O sea, es
la protesta contra una intervención inoportuna, fastidiosa, en relación a gente que no lo ha
provocado. «Preocúpate de tus cosas, y déjanos en paz».

«Yo te conozco, sé quién eres tú: el santo de Dios» (v. 24).


Lagrange advierte que el demonio pasa con desenvoltura del «nosotros» (mayestático,
cuando se trata de reivindicar los derechos del clan) al yo (para poner de manifiesto los
méritos y la perspicacia personal).
«El santo de Dios» no es un titulo mesiánico y falta en la predicación primitiva. Indica, de
modo genérico, un hombre que está en relación especial con Dios y que está dotado de
fuerzas sobrenaturales: un individuo cogido por el «espíritu de Dios».
Sea como fuere, el reconocimiento de Satanás es significativo: a través de la predicación,
Satanás advierte que su reino está amenazado por la irrupción del reino de Dios, siente
vacilar su propio poder. Satanás se convierte así en el «teólogo» que sabe, que ve con
precisión 5.
Pero Cristo rechaza el testimonio de este teólogo. No es el reconocimiento del demonio el
querido por Jesús.
Pero «conocer el nombre» tiene una significación precisa. En efecto, quien sabe el
nombre de una persona -según la mentalidad semita- ejercita un poder sobre aquella
persona. Posesionarse del nombre -para el demonio- equivale a anular la acción del otro, a
neutralizar su intervención.
No es casualidad que las narraciones de expulsión de demonios, a diferencia de los
milagros de curación, asuman las características de una verdadera lucha. Cuando Cristo
libera a un poseído, da la impresión de estar comprometido en una batalla difícil.

«Cállate...» (v. 25). El verbo, literalmente, exige una acción como de «poner el bozal».
Tengamos presente que Cristo no recurre a los exorcismos usuales en aquel tiempo:
fórmulas mágicas, conjuros... Se sirve simplemente de una palabra.
Y aquí está lo central de la narración. Mc quiere demostrar que la palabra de Jesús es
eficaz, poderosa. Palabra que es acción.
La autoridad se ejercita no sólo en la enseñanza, sino también en la acción.
El milagro es otra manifestación de su autoridad.
El término «autoridad» -exousìa- se entiende en el sentido fuerte de «poder divino». Y
este poder divino es el que Cristo transmitirá a los doce: «...para enviarlos a predicar con
poder de expulsar los demonios» (3, 14-15), «...dándoles poder sobre los espíritus
inmundos» (6, 7).
Y la gente quedaba pasmada, y hasta perturbada (v. 27) frente a esta autoridad-poder.
Dios está presente y actúa en el mundo ya a través de la enseñanza, ya a través de la
palabra que da la curación.
"¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!" (v. 27).
Moffatt traduce: «Este presenta una enseñanza nueva con autoridad». Cristo no es un
simple repetidor como los escribas.
Lleva algo radicalmente nuevo.
La autoridad es un don (Mt 28, 19) y tiene carácter profético.
Los oyentes quedaban asombrados porque la voz de la profecía había quedado muda
durante mucho tiempo en Israel" (Taylor).
En medio de tantas voces, resuena finalmente una voz.
No se puede decir que escaseasen las palabras. Y, sin embargo, aquella era la palabra
esperada...
La novedad está en el hecho de que es una palabra que hace acontecer algo.
«¿Qué es esto»?... (v. 27). La interrogación demuestra cómo Jesús se convierte en
problema. La predicación obtiene su efecto cuando los hombres, sobrecogidos, se ven
obligados a hacerse preguntas...

El primer milagro
Es inútil disimularlo. Mc crea situaciones embarazosas. El primer milagro que cuenta es la
liberación de un endemoniado6. De muy distinto cariz, por ejemplo, es el primer signo
narrado por Juan: el milagro realizado durante un banquete de bodas (Jn 2, 1-11).
Esta colocación de Mc no es ciertamente casual. Dentro de poco tendremos la narración
del endemoniado de Gerasa, y descrito con una abundancia de matices que sólo puede
atribuirse a una intención muy precisa.
Por otra parte, en todo el evangelio de Mc, la expulsión de los demonios ocupa un lugar
muy importante.
Y así nos sentimos perplejos. Es difícil hacer digerir estos episodios a hombres de
nuestro tiempo, que tengan un mínimo de conocimientos científicos.
En una mentalidad primitiva muchas enfermedades, especialmente las mentales, se
atribuían al influjo, o a la "posesión" de espíritus malos (llamados también "demonios"). Con
la obsesión demoníaca con frecuencia, tienen conexión también las disminuciones físicas,
la mudez, la sordera, la ceguera, la parálisis, la epilepsia.
En estos fenómenos casi nunca se plantea la cuestión del pecado ni se pronuncia un
juicio moral sobre los individuos. Son víctimas de fuerzas malignas, eso es todo.
Hoy nosotros, en ciertos casos, hablaremos de epilepsia, histeria, crisis
maníaco-depresivas, esquizofrenia. En vez de "endemoniado" podremos hablar de
«paranoico».
Jesús no se separa de la mentalidad de su tiempo, parece incluso que la comparte, no
advierte que se trata de causas naturales.
El hecho es que Cristo no ha venido para abrir caminos a la psiquiatría moderna. Los
hombres deberán hacer su oficio, dirigir sus investigaciones para determinar las causas del
mal.
Jesús hace una «lectura teológica», no científica, del caso que tiene ante sí. Se
encuentra frente a un individuo que no es quien es, está desintegrado, ocupado
abusivamente por otro. Su condición "es nuestra situación común de hombres caídos, en
poder de las fuerzas del mal e incapaces para entrar en comunión con Dios". (B. Maggioni).

La diagnosis de Cristo -que va a las raíces de la situación- no es una diagnosis médica.


Su "etiología", más que llegar a las causas, llega al "enemigo" y es un enemigo común, de
Dios y del hombre. En aquel pobre hombre Jesús lee el signo de la presencia del
adversario, del que divide, o sea de aquel que impide el plan de Dios y destruye al hombre,
"de aquel que se apropia" de un poseído de Dios.
La expulsión, entonces, se convierte en la expulsión del ocupante abusivo, la liquidación
de las fuerzas del mal, el saneamiento de un terreno contaminado. Se verifica la
expropiación, con una acción de fuerza para volver a consagrar aquel territorio.
"El espíritu inmundo" debe salir para que el hombre "ocupado", bloqueado, pueda a su
vez salir de su prisión y reencontrar la armonía y la unidad perdidas.
El éxodo del hombre hacia Dios, comienza con el éxodo forzoso de los demonios
"usurpadores".
Y todo esto sucede con una palabra simple y perentoria que se diferencia de los
exorcismos entonces en uso.
"El resultado final... es la liberación del mal: esta lucha contra el espíritu del mal cualifica
todo el evangelio que nos presenta a Jesús siempre dispuesto a sacarlo de su nido en
todas las situaciones y a liquidarlo".
Afirma justamente un exegeta: «...Daba la impresión de que por cualquier rendija de
terreno aparecían demonios... Jesús es el gran vencedor de los demonios. A cualquier
parte que llega, desdemoniza la tierra» (Kasemann). La tierra, liberada de las fuerzas del
mal, vuelve a ser habitable para el hombre, espacio de libertad y lugar de comunión.

PROVOCACIONES

1. ¿Acaso ciertas autoridades no se asemejan a la de los escribas? Hablo porque tengo


el poder. Mientras que Cristo tiene el poder porque habla de una cierta manera. Es su
palabra la que es poderosa, eficaz.
No pretende hacerse oír porque tiene autoridad, sino que tiene autoridad -quiero decir
que se gana la autoridad- porque logra hacerse escuchar, porque tiene una palabra que
decir, una palabra que asombra, llega a los oyentes, pone en movimiento a algunos y a
algunas cosas.
O sea, no es la palabra la que se deriva de la autoridad, sino la autoridad la que se
deriva de la palabra que uno tiene que decir, de cómo la dice, del fruto que produce.
No es la autoridad quien, de manera simplista, me da el derecho a hablar.
Es la palabra de la que soy portador la que me merece la autoridad.
Desde otro punto de vista: no es el título lo que me da derecho a la palabra, es la
cualidad de la palabra lo que me da el título.
Y el criterio que permanece es el del "«asombro".
La gente se asombra de la enseñanza de Cristo. Y empieza a preguntarse acerca de su
persona. De «cómo habla» es invitada a descubrir «quién es». Cristo no exige ser tomado
en serio declarando inmediatamente la propia identidad. Es su palabra «poderosa, eficaz»
la que obliga, en un cierto sentido, a tomarlo en serio.
La palabra no tiene miedo a los obstáculos, a las oposiciones que provoca. Debe temer
solamente el aburrimiento.
La suerte peor que puede tocar a la palabra no es la de ser rechazada.
Una palabra en la que no se paran mientes, que no mueve nada, que pasa inadvertida,
que es interpretada en el surco de lo «requetesabido». Esta es la verdadera derrota de la
palabra.
Lo opuesto a la acogida de la palabra no es el rechazo, sino el «dejar decir».
Lo contrario del "«asombro" es el corazón endurecido, por lo que la palabra no logra
liberar, hacer «salir fuera» hacia lo nuevo.

2. Sigamos con las diferencias entre Jesús y los escribas. Estos, siguiendo el hilo de sus
doctas explicaciones, engolfándose en sus disputas sutiles, entrando por todos los
senderos de la casuística, terminan por olvidar el núcleo de la palabra, su fuente. La
palabra se hace pretexto para hablar de otra cosa.
Se puede hablar de Dios hablando de otra cosa.
Pero no se puede hablar de otra cosa cuando se habla de Dios.

3. Hoy, en ciertos ambientes, se discute acerca de la autoridad y su pretensión de venir


de arriba. Quiero decir que existe una manera segura para averiguar si viene de arriba:
controlar si va hacia abajo, o sea en dirección del hombre, como elemento de liberación y
de crecimiento, y no de poder y de manipulación.

4. «¿Qué tienes tú con nosotros, Jesús de Nazaret»? (v. 24).


Algunas oraciones nuestras sirven precisamente para mantener a distancia al Señor,
para impedirle que se meta en nuestros asuntos. Entre nosotros y él no puede haber nada
en común en la «sinagoga», porque no hay nada en común fuera, en la vida.
Entonces Cristo se convierte en un extraño, es más en un intruso, aunque le tengamos
en los labios.
La oración adquiere el sello de autenticidad el día en que nos lleva a reconocer que entre
él y nosotros no hay nada en común, que entre nuestro mundo, nuestro «estar juntos», y su
palabra existe la incompatibilidad.
La salvación comienza en el momento mismo en que aceptamos que él venga a
«destruirnos» (v. 24).

5 «Un hombre poseído por un espíritu inmundo» (v. 23).


Nuestro diagnóstico debería subrayar siempre el de Cristo:
analizar, en su raíz, todas las fuerzas que impiden al hombre ser hombre. Denunciarlas y
exorcizarlas.
Se trata de una tarea sagrada, cuyo lugar para ejercitarlo es la iglesia, como lo es para la
predicación.
Pero todo esto es posible sólo si se parte de la convicción de que los enemigos del
hombre son los enemigos de Dios, que todo lo que atenta contra la dignidad del hombre
constituye una blasfemia contra la gloria de Dios, todo lo que amenaza al hombre
representa un ultraje a la santidad de Dios. En suma, que los derechos de Dios son
pisoteados en su "imagen y semejanza". Que los intereses de Dios se juegan en el campo
del hombre. Que se lucha a favor de Dios cuando uno se pone, concretamente, de parte de
su criatura.
El enemigo es común. Dios no sabe qué hacer con los homenajes reservados a su
santidad, cuando su propiedad es invadida...
Nuestra palabra no debe ser clara e intransigente sólo cuando se trata de
«salvaguardar» la doctrina y la moral. Debemos tener el coraje, y sobre todo el poder de la
palabra, cuando se trata de defender al hombre de todas las esclavitudes.
La autoridad ayuda a crecer -es su tarea específica- solamente si logra «hacer salir» del
hombre todo aquello que tiende a esclavizarlo.
Y aunque algún «usurpador indebido» nos grite que no nos debemos mezclar en ciertos
asuntos, no debemos dudar. Es más, esa es la señal decisiva de la legitimidad de la lucha.

Ninguna duda al respecto. El hombre es asunto de Dios.


Por esto nos debe interesar.

CONFRONTACIONES
La predicación debe convertirse en palabra de Dios
La predicación debe convertirse en palabra de Dios. El tiene «autoridad», precisamente
aquella autoridad que faltaba a los escribas: para hablar de Dios, ellos hablaban de sus
cosas. Lo que ellos llamaban asuntos de Dios, eran ni más ni menos sus disputas e
interpretaciones humanas. Pero cuando Jesús anunció el evangelio, hizo que la gente se
encontrara de golpe en presencia de Dios mismo. La autoridad con que hablaba era la
autoridad de aquel que habla como el Padre le había enseñado (Jn 8, 28) y a quien el
Padre había entregado todo (Mt 11, 27). Ahora la predicación vuelve a ser palabra de Dios,
y los hombres se asustan porque se sienten puestos ante el Dios vivo: con terror ellos se
dan cuenta de que Dios está ausente de su vida (G. Dehn, o. c.).

¿Somos unos repetidores?


La enseñanza es nueva porque está llena de autoridad. Es el reverso de la de los
escribas, los cuales sólo tienen una autoridad profesional: son unos profesionales de la
Escritura, de la interpretación de la ley, transmiten una tradición que repiten. Al contrario,
Jesús habla sin título: su autoridad procede de algo que no es una simple cualificación
profesional...
Hoy sabemos bien que, junto a aquellos que tienen una autoridad de competencia
profesional, están aquellos cuya palabra se impone con una cierta evidencia, porque tiene
sabor a testimonio auténtico.
Si tenemos una función de enseñanza en la iglesia, podemos preguntarnos: ¿somos
escribas, que repiten una lección aprendida de memoria, o somos testigos? (J. Delorme, o.
c.).

Una concepción dramática de la encarnación


Así como existe una oposición absoluta entre el mal y la santidad divina, la venida de
Jesús, del santo de Dios, desencadena la guerra. Es el desorden, la batalla, el terror, el
pánico. Jesús no es solo el médico que ofrece un remedio. Su venida aviva un sobresalto
del mal y la publicación del evangelio hará desencadenar las persecuciones. En Mc se
advierte una concepción dramática de la encarnación.
No es una aventura bañada en agua de rosas... (Ibid.).

La tentación nunca es anónima


En el evangelio de Mc Satanás es el adversario de Jesús, la potencia con la que Jesús
choca en su misión de anunciador y protagonista del reino de Dios...
...EI evangelio reproduce el modo de hablar del ambiente judío circunstante, pero para
afirmar una realidad, cuya comprensión es dada por cuanto Jesús dice y hace. El evangelio
y el mismo Jesús no se interesan por Satanás como personaje en sí, sino en la medida en
que afecta al reino de Dios, esto es, a ese proyecto de salvación que se ha hecho cercano
y actual en Jesús. Un proyecto en el cual los primeros protagonistas son siempre Dios y el
hombre, la fidelidad y el amor de Dios, la libertad y la responsabilidad del hombre.
Pero el hombre madura su libertad y responsabilidad, como respuesta al proyecto de
Dios, en una situación histórica ambigua y conflictiva, en la que debe constantemente
escoger entre verdad y mentira, rendición y resistencia, amor y odio, vida y muerte.
Esta es la tentación constante del hombre. Y la respuesta humana no se da a una fuerza
o a una situación anónima, sino que es acuerdo o alianza con un tú.
Y el tú humano es el que está frente a cualquier elección, el cual hace referencia al tú de
Dios, a su palabra. O sea, cualquier elección es acogida o rechazo del diálogo con Dios
mediado por el diálogo interpersonal humano. Cuando el evangelio afirma que Jesús ha
vencido al reino de Satanás demuestra que el diálogo constructivo y liberador con Dios en
la historia es una realidad en acto. Cualquier desconfianza o fatalismo que lleve al rechazo
de esta realidad, es connivencia secreta con el reino de Satanás, y adhesión personal a
Satanás.
Entonces la presentación que hace el evangelio de Satanás en términos personales,
podría sugerir lo siguiente: la tentación nunca es anónima, no es jamás simplemente el mal,
porque el hombre es interpelado en sus decisiones y elecciones libres, siempre a nivel
personal. Sólo a nivel de estas relaciones interpersonales libres, donde el hombre se
encuentra ante el tú de Dios, puede también mezclarse la alianza con el poder adversario,
Satanás (R. Fabris).
.......................
1. Cafarnaún es Kephar-Nahourn «aldea de Nahum» o "aldea del consuelo". Se encuentra en la orilla
nord-occidental del mar de Galileas a poca distancia del punto en que el Jordán desemboca en el lago. Pasa
por ella la antigua carretera comercial que une Damasco con el Mediterráneoq la "via maris" o carretera que
conduce al mar. Puede identificarse con la actual Tell Hum. Las ruinas descubiertas por las excavaciones
no pertenecen a la sinagoga en que entró Jesús, sino a un edificio posterior, que bien puede haber sido
construido sobre el terreno de la sinagoga precedente.
2. En el lenguaje hebreo, sinagoga significa "punto de reunión, cita, asamblea". La palabra griega significa
literalmente: "reunidos juntos". Sobre el desarrollo del culto sinagogal remitimos a la introducción del II
volumen de Un cristiano comienza a leer el evangelio de Marcos.
3. El comentario -que pertenece al complejo fenómeno del midrash- pretendía ser sobre todo una actualización
de las Escrituras. Había el midrash de tipo halakha (de un verbo que significa "caminar", por consiguiente un
camino a seguir, que subraya sobre todo el aspecto moral, el comportamiento práctico). Y había otro de tipo
haggada, cuyo con empalma particularmente con las partes narrativas, para poner de relieve, sobre todo, el
contenido espiritual, y comprende también las narraciones poéticas, las leyendas, las tradiciones orales y,
en general,. todos los comentarios de cariz edificante.
4. Ch. Duquoc, Jesús, hombre libre Salamanca 6ª edic., 1982. 30.
5. Alguno, como Minette de Tillesse, había de los demonios como teólogos de Mc.
6.Sobre demonios. endemoniados y exorcismos en el evangelio de Mc, cf. Ia introducción al II volumen de Un
cristiano comienza a leer el evangelio de Marcos.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 74-88)

7 - EN CASA Y FUERA DE CASA


Mc/01/29-34 Mt/08/14-16 Lc/04/38-41

Una narración «dictada» por un testigo ocular


El episodio, de suyo muy simple -una mujer en la cama con fiebre; Jesús la toma por la
mano: ella se levanta, curada, y se pone a servir a los huéspedes- es introducido en la
«jornada» de Cafarnaún que Mc organiza teológicamente en función de todo su evangelio.
Va unido, ante todo, con lo que precede: la enseñanza en la sinagoga, que tanto había
impresionado a los asistentes.
Hay que notar que el vocabulario de Mc, entre los términos que caracterizan el milagro
-prodigios, señales, poder-, usa casi exclusivamente este último. «El poder de Dios» se
manifiesta en Jesús. Sobre todo su palabra es poderosa. Los milagros no sirven sino para
confirmar, manifestar el poder, la eficacia de la palabra.
La narración -como observa X. L. Dufour- parece dictada por un testigo ocular. Se podría
muy bien presentar así: «inmediatamente, al salir de la sinagoga, nos dirigimos a nuestra
casa. También vinieron con nosotros Santiago y Juan. Mi suegra...» O sea, Mc refiere un
recuerdo personal de Pedro.
Se trata de una perícopa que pertenece, sin duda, a la categoría "narraciones de
milagros".
Normalmente, en este género, Mc sigue un esquema fijo:
1. Descripción particularizada de la enfermedad: duración, gravedad, impotencia de los
médicos, escepticismo acerca de la posibilidad de curación, circunstancias varias.
2. Fe exigida por Jesús para salvar-curar.
3. La intervención de Jesús caracterizada por una extrema simplicidad (una palabra o un
gesto).
4. Efecto provocado: casi siempre instantáneo.
5. Efecto en los presentes: estupor, admiración. Difusión de «la palabra».
Aquí, en verdad, parecen faltar los elementos 1, 2, 5. Y no es poco.
Sin embargo, leyendo atentamente el texto, se encuentra todo Es fundamental la frase
«le hablan de ella» (v. 30). Cierto, no es el evangelista quien hace una descripción de la
enfermedad, sino que son los amigos los que informan a Jesús acerca del caso.
Pero además del elemento 1, en la frase «le hablan de ella» también se puede leer, al
menos implícitamente, la fe (elemento 2): no se limitan a informarlo. En un cierto sentido, lo
ponen al corriente, «para que se haga cargo» en una postura de confianza, después de lo
que han visto en la sinagoga.
En cuanto al estupor y a la divulgación del hecho (elemento 5), todo viene diferido para un
poco más adelante, en el episodio siguiente. La gente le lleva, confiada, los enfermos,
porque han sabido todo y están admirados.

Algunas dificultades
No faltan, sin embargo, dificultades.
Surgen algunas preguntas legítimas.
¿Por qué Simón vive con los suegros, aquí en Cafarnaún, cuando, según Juan (1, 44), su
casa estaría en Betsaida? Los usos orientales confirmarían esta cohabitación. Sobre todo
por razones de trabajo (y esto explica también la presencia de Andrés).
Y después está la otra «dificultad». ¿Por qué se alude sólo a la suegra que, una vez
curada, se pone a servirles? Y la mujer ¿qué hace (mejor, qué no hace)? Alguno,
siguiendo a san Jerónimo, sugiere que Simón se habría quedado viudo.
Pero la explicación se contradice con una información de Pablo (I Cor 9, 5), según la cual
la mujer de Pedro le acompañaba durante los primeros viajes misionales.
Quizás aquí se olvida que Mc no tiene intención de presentarnos un cuadro completo de
vida familiar. El se interesa por un milagro y de su consecuencia más inmediata. Para
documentar la curación efectuada pone en escena a la suegra que sirve y esto por el
simple motivo de que era la suegra la que tenía la fiebre, y no la mujer de Simón...
Otro problema me parece totalmente banal: si «le hablan de ella» se debe entender
solamente en el sentido de justificar su ausencia en razón a los deberes de la hospitalidad,
o también se debe considerar como una súplica -aunque tímida- para que la curara.
Personalmente, quitaría el "o también". Las dos cosas juntas están bien puestas.
Justificación y esperanza. Excusas y súplica.
Todos están de acuerdo, no obstante, en subrayar la extrema simplicidad de la escena
central, que se describe fuera de un marco de espectacularidad. El gesto de Cristo es
natural, expresa humanidad y familiaridad. Aquí, como en otros pasajes, el milagro no es
«teatro».
El reino de Dios entra en la vida de los hombres a través de la puerta de servicio de la
simplicidad.

Un verbo que lleva lejos


El verbo egheiren ("la levantó"), intercalado entre dos participios adquiere todo su relieve.
Tengamos presente que es el verbo usado para indicar la resurrección de los muertos.
Luego la comunidad primitiva podría leer el episodio en clave de resurrección bautismal,
y esto, independientemente de la intención explícita de Mc.
Cierto, la escena hay que considerarla, ante todo, en su valor concreto, inmediato, al
margen de su alcance simbólico.
Pero no olvidemos que el simbolismo de Mc es un «simbolismo participante»1. Diría
también «abierto» a todos los desarrollos, provocador. El describe una escena con la
máxima naturalidad, lanza allí parece que por casualidad, un verbo muy particular. Y
nosotros como los primeros cristianos, desde el momento en que «el símbolo da que
pensar» nos dejamos llevar al hilo de aquella imagen de curación, hasta leer el
acontecimiento más o menos así: «el creyente es un ser que, salido fuera del mundo del
pecado donde permanecía postrado, se pone de pie y sirve al Señor, él solo» (X. L.
Dufour).
Entre otras cosas, conviene tener presente que, según la mentalidad de los hombres que
fueron testigos del episodio, a la fiebre se le atribuía un origen demoníaco (por eso se dice
«la fiebre la dejó» (v. 31), como si se tratase de un individuo). El término se deriva de un
verbo que significa «quemar, encender».
Los rabinos hablaban de la fiebre como «fuego de los huesos». Es significativo el
siguiente texto del Levítico: «Traeré sobre vosotros... la tisis y la fiebre, que os abrasen los
ojos y os consuman el alma» (26, 16).
He aquí que, como en otras ocasiones, la curación hecha por Cristo subraya su
intervención en el campo dominado por el demonio, por la muerte y por la enfermedad, y la
victoria mesiánica sobre las fuerzas del mal.
La curación hace referencia a la salvación total operada por el poder de Cristo.
A través del mismo itinerario simbólico, pasamos de la sinagoga (casa de la ley) a la
«casa de Pedro», o sea a la iglesia. Cristo deja la sinagoga para hacer de la iglesia la casa
de la salvación. Sólo aquí el creyente «es levantado» por Cristo, es «resucitado».
El contraste aparece bastante explícito: ineficacia de la ley-poder de la palabra.

Una última consideración sobre v. 31: «Se puso a servirles».


El servicio prestado a Cristo y a los «suyos» es el modo escogido por la persona curada
para decir gracias.
Alguno ve aquí la representación de la mujer como celebrante de una liturgia familiar
sacada de los gestos y de las ocupaciones cotidianas.
Siempre en clave simbólica, E. Schweizer ve aquí más bien "la forma específica del
seguimiento femenino". No estoy de acuerdo.
Me parece que el servicio a Cristo y a los hermanos (a Cristo en los hermanos)
constituye la forma obligada de cualquier seguimiento.
El cristiano es alguien que pasa de la enfermedad al servicio, a imitación de aquel que ha
dicho: «No he venido a ser servido sino a servir» (Mc 10, 45).

Todos
La escena, ahora, se mueve hacia el exterior de la casa.
«Al atardecer, a la puesta del sol» (v. 32). No es la consabida repetición inútil. Mc
recuerda que estamos en día de sábado. Y sólo con la puesta del sol, cesa la obligación
del descanso, y por tanto se pueden trasladar los enfermos.
«Todos los enfermos... La ciudad entera...». Es una exageración, evidentemente.
Pero el pensamiento de Mc es bastante transparente: «todos» aquellos que sufren tienen
algo que ver con Jesús, pueden dirigirse a él.
Si la intención del evangelista es la de plantearnos la pregunta fundamental: «¿quién es
Jesús»?, aquí estamos invitados -como lo seremos todavía muchísimas veces- a tomar nota
de las personas que lo rodean. Aquella asamblea de personas miserables reunidas ante la
puerta del pescador, nos ayudan a descubrir su identidad.
Mt (8, 17) añade una referencia bíblica precisa:
«El tomó nuestras flaquezas.
y cargó con nuestras enfermedades» (Is 53, 4).
Es sorprendente que la cita se coloque aquí y no durante la pasión.
Alguno observa que, en relación a "todos los enfermos» (v. 32) presentes, Jesús,
solamente curó... a muchos (v. 34).
G. Nolli nos ofrece una explicación de equilibrista: «No quiere decir que algunos no
fueran curados, sino que curó a todos, y eran muchos».
Algún otro estudioso, más simplemente, advierte que se trata de un semitismo (evitado,
por otra parte, tanto en Lc como en Mt).
Aparte de los resultados cuantitativos, me parece que es importante aceptar el símbolo:
toda la humanidad miserable acude a Jesús.
Es claro que todo esto no se refiere únicamente a Cafarnaún.
El reino de Dios ha llegado, porque Jesús no mantiene distancias con el dolor humano.

«...No permitió hablar a los demonios, pues le conocían» (v. 34).


Tenemos aquí la extraña consigna del silencio. Un argumento decisivo a favor del
«secreto mesiánico».
La orden de Jesús se dirige, además de a los demonios, a nosotros.
Como si dijese: no es este el momento de la proclamación, ya que se da la sospecha
legítima de... un clima favorable. El éxito, el entusiasmo popular pueden llevar a engaño, a
distorsionar su imagen.
Hay que esperar.
«El misterio de Cristo se hará de verdad patente, únicamente en la cruz, y sólo quien lo
sigue en el camino de la cruz puede en verdad comprenderlo» (E. Schweizer).
En aquel momento se romperá la consigna del silencio. Y todos nos veremos obligados a
«pronunciarnos» acerca de él.
Ahora es demasiado pronto.
Excesivamente fácil.

PROVOCACIONES
1. «...Tomándola de la mano, la levantó».
Después de haber levantado a la suegra, al poco tiempo Jesús repetirá el mismo gesto
en relación a Pedro que está a punto de hundirse. «...Al instante Jesús, tendiendo la mano,
lo agarró» (Mt 14, 31).
Como si fuese una enfermedad de familia: no conseguir estar en pie. No. No sólo la
familia de Pedro.
Por suerte hay una mano a la que agarrarse. Una mano que, además de levantarme, me
ayuda a caminar.
Sí, debo aprender esta lección: un cristiano está en pie sólo si camina (si se para, pierde
el equilibrio).
Y camina solamente gracias a una mano.
Hay más. Pedro aprenderá a repetir el mismo gesto que ha visto hacer en su casa de
Cafarnaún.
«...No tengo plata ni oro; pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo Nazareno
ponte a andar. Y. tomándole de la mano derecha, lo levantó» (Hech 3, 6-7).
La iglesia, si de verdad quiere ser «casa de salvación», debe aprender sobre todo a
repetir aquel gesto simplicísimo: poner de pie...
Una iglesia solamente subsiste, si pone de pie.

2. Hemos mencionado la palabra «poder», que ocupa un lugar privilegiado en el


vocabulario de Mc.
Estará bien anticipar enseguida una precisión que desarrollaremos más adelante.
Poder y debilidad de Dios, en el evangelio de Mc, van a la par, son dos aspectos
complementarios del misterio de Cristo. Dos caras de la misma realidad.
«La debilidad de Cristo es la que confiere a sus actos de poder su verdadero significado,
y viceversa» (P. Lamarche).
Es como decir que la debilidad explica el poder, y que la debilidad se comprende sólo a
través del poder.
Dios, en general, es débil e impotente ante los hombres.
Su poder se manifiesta exclusivamente frente a los creyentes.
En un cierto sentido, son los creyentes los que le permiten ser poderoso.

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1. La expresión es de P. Lamarche. El símbolo es algo más profundo que la simple alegoría, en la que entre el
significante y la cosa significada la relación resulta puramente extrínseca. SIMBOLO/ALEGORIA
ALEGORIA/SIMBOLO: En el símbolo -entendido en sentido fuerte- la relación es intrínseca La realidad
significada está ya presente, preparada, contenida en el significante. Partiendo del símbolo, más que
"transponer" a otro plano (acaso espiritual), es suficiente "prolongar hacia espacios siempre más vastos" (P.
Lamarche). En cierto sentido, el símbolo más que "remitir" a un significado obligado y convencional,
constituye una fuente inagotable de significados posibles. Cf. la obra de P. Ricoeur. Le conflit des
interprétations, Paris 1969.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 89-95)
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HUIDA AL DESIERTO:
Mc/01/35-39 Lc/04/42-44
¿Fin o principio?
La «jornada tipo» de Jesús en Cafarnaún debería cerrarse con las curaciones efectuadas
ante la puerta de casa.
En realidad la jornada resulta completa, en cuanto a significado, sólo con esta narración
de la fuga mañanera para orar en la soledad.
Es un episodio-bisagra que cierra una jornada y abre otra, fin y principio al mismo tiempo.

Una primera lectura puede captar de inmediato el contraste: ciudad-desierto.


Multitud-soledad.
La ciudad como momento de la actividad, el desierto como momento de la oración.
La muchedumbre como «lugar» de encuentro con los otros. La soledad como «lugar» de
encuentro con Dios.
Pero es necesario estar atentos para no caer en un exceso de simplificación. Porque las
dos realidades no están tan contrapuestas como se quisiera hacer creer. Y así la oración
puede ser una forma de actividad y la soledad puede ser el lugar de encuentro con los
otros, además de serlo con Dios.
Así también el "darse" y el "retirarse" no son opuestos, sino complementarios.
No hay duda de que Jesús no considera cumplida su misión porque ha enseñado,
curado, liberado, aliviado las miserias humanas.
La soledad y la oración completan el cuadro de su ministerio, forman parte de su
actividad, pertenecen a la agenda de sus compromisos.
A la fuga de Jesús corresponde la búsqueda de los discípulos, que se convierten en
intérpretes de los deseos de la multitud.

La primera tentación de Pedro


La frase de Pedro "todos te buscan" (v. 37) se puede entender de dos maneras:

-«Hay tanto que hacer» y tú estás aquí perdiendo el tiempo. En este caso la postura de
Pedro tiene todas las características de la incomprensión.
No entiende que la oración de Jesús es no sólo el momento culminante de su
ser-para-el-Padre, sino de su ser-para-los-hombres. En la oración Cristo continúa su
servicio en favor de los hombres, les lleva al Padre, les hace encontrarse con el Padre.
Pedro no comprende que Cristo en la oración no se dedica sólo a las «cosas del Padre»,
sino que trata los asuntos de todos los hermanos.
En la oración Jesús está en acción, prolonga su propio servicio.
En favor de todos.

-Pero Pedro, con su frase, quiere invitar a Jesús a "recoger" en términos de popularidad,
lo que el día anterior ha sembrado con la predicación y las curaciones. "No dejes escapar la
ocasión".
Aprovéchate del éxito.
En este sentido, su postura se convierte en tentación.
Sí. Esta es la primera tentación de Pedro.
O sea, es el intento de hacer desviar al maestro del camino emprendido, sugiriéndole una
vereda de facilidad.
Cristo rechaza la sugerencia. No sabe qué hacer con ese consenso entusiasta que se
convierte en coartada para sustraerse a las rudas exigencias del seguimiento.
Así, al margen del aspecto literal, es significativo el verbo «salir». Jesús salió (v. 35) para
escapar de la gente, para encontrar al Padre y ratificar las líneas de su misión.
Se diría que el Cristo de Mc es un Cristo que continúa saliendo.
Sale siempre fuera de las fijaciones ajenas, de las imágenes ajenas, de los caminos que
los otros quieren hacerle tomar, de los deseos de la gente.
Cristo «sale» de la geografía y de los programas de los hombres.
El Dios que se encuentra con el hombre es también el Dios que sale fuera,
continuamente, de los esquemas de los hombres.
Así la oración solitaria se convierte en el lugar por excelencia de su libertad.

Decepcionante y sorprendente
«Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique» (v. 38).
La misión de los discípulos no logra que Jesús vuelva sobre sus pasos. Pero ni siquiera
Jesús queda allí. Marcha a otra parte.
Debemos, pues, tomar nota de la última sorpresa de este desierto, que se convierte en
«paso» para ir a otra parte.
«Es el desierto, la soledad, lo que relanza la misión» (J. Delorme).
La oración así no es sólo culmen de la actividad, sino fuente de actividad. Parada, pero
también punto de partida hacia nuevos itinerarios.
El desierto, para Jesús, es el lugar de las decisiones imprevisibles.
Jesús, en su oración solitaria, está siempre «en otra parte».
En otra parte respecto a las expectativas de una multitud excesivamente fácil al
entusiasmo, pero refractaria al compromiso. Y en otra parte -o sea allí, inminente- respecto
a quien aún no le conoce, le considera lejano, improbable.
Decepcionante para los deseos de unos y sorprendente respecto a las perspectivas de
otros.
No se deja encontrar en las citas y llega inesperado.
Con retraso respecto al programa de festejos, por una parte y, por otra, antes de lo
previsto.
No sabe aprovecharse de las ocasiones favorables que tiene al alcance de la mano, y se
embarca en aventuras de éxito incierto.
Dice que ha venido para eso (v. 38).
Cuando se asienta, es sólo para estar presente de otra manera y en otro lugar.
«Para eso he venido». Ahora que ha orado, las líneas de su misión se han precisado con
mayor claridad. La oración está al servicio del significado de la propia vocación.
El versículo final puede considerarse un sumario de la actividad de Jesús que, a través
de la oración, se hace aún más itinerante.

PROVOCACIONES

1. Después de una jornada de intenso trabajo en favor de los demás, es necesario caer
en la cuenta de que, sin oración, privamos a esta gente de un «servicio» que les es debido.
ORA/SOLEDAD
Quien no es capaz de desligarse de la multitud, se compromete menos solidariamente
que el solitario.
La comunión se afirma también «saliendo fuera», faltando a las citas de una popularidad
fácil, a los ritos de la banalidad, a las reglas del conformismo.
También un «no» puede ser un servicio a la comunidad.
Existe un único modo para no defraudar las esperanzas: hacerse encontrar en otra parte.

2. Los discípulos van en busca de Jesús porque todos lo buscan y él, por el contrario,
está allí orando.
Quizás se acerca el tiempo en que alguno vendrá a buscarnos precisamente porque
oramos.
Es hermoso pensar que la oración puede ser el lugar seguro en donde todos podrán
encontrarnos (y donde nosotros podremos alcanzar a todos).
El místico es el hombre «buscado».
La gente sabe que esa es una persona que puede ocuparse de sus cosas, porque está
ocupado en la oración.
¿La soledad no será acaso una posibilidad de encuentro ofrecida a todos? ¿El hombre
de oración no será acaso alguien que se deja encontrar? ¿Uno que «huye» al desierto, no
será acaso alguien que está siempre?

3. Jesús, después de la huida al desierto, anuncia que debe ir "a otra parte".
Con excesiva frecuencia se acude a la oración para justificar situaciones de inmovilismo,
para neutralizar cualquier tímida tentativa de búsqueda, para rescatar a cualquiera que
pretenda arriesgar algo.
No estará mal relacionar el concepto de oración con la dimensión de lo imprevisible, de la
sorpresa, de la creatividad.
Un hombre que reza es un hombre que descubre nuevos itinerarios.
La oración no sirve para «mantenerse buenos» y ni siquiera para «mantenerse firmes».
A un individuo que reza puedes encontrarlo siempre, pero no hacerte ilusiones de que lo
posees. Porque existe otro que le indica a dónde tiene que ir.
Dócil, sí, pero al Espíritu, no a los cálculos y a las prudencias humanas.
Rezo, luego estoy... en otra parte.
La autenticidad de la oración viene medida también por su fuerza de riesgo.
O la soledad del desierto nos hace abrir los ojos sobre lo nuevo, sobre el todavía no,
sobre zonas inexploradas para el reino, o puede convertirse en el lugar del reposo y de la
falsa seguridad, de la pereza enmascarada de fidelidad.
Existe quien descubre una geografía inédita, y quien se recuesta en las laderas
conocidas.
Los ojos abiertos son los que expresan la diferencia entre oración como sueño y oración
como toma de conciencia.

CONFRONTACIONES
SILENCIO/SOLEDAD SOLEDAD/SILENCIO:

El desierto, lugar de las grandes decisiones


Dios llama y obra en el silencio, moviendo la historia con aquellas fuerzas que se sacan
del contacto con él en la soledad.
Pero el desierto es también el lugar de las grandes decisiones...
(R. Schnackenburg).

Solos en el mundo con Dios


Si el hombre no dice en su corazón «Dios y yo estamos solos en el mundo», no tendrá
nunca quietud (Alonius 1).

O mueres o encuentras el remedio


Tomo por casa la soledad,
por alimento el hambre,
por conversación la oración.
Entonces, no habrá alternativa:
o morirás de tu mal
o encontrarás el remedio (G. B. Inb Mou'adz).

Para quién es la soledad


La soledad es para aquellos que tienen sed de Dios (Bonifacio de Fulda).

La más cruel de las soledades


La promiscuidad en la que estamos inmersos en cada momento y que puede parecer una
falta absoluta de soledad, es, en realidad, la más cruel y destructora de las soledades (H.
Cornelis).
Cuando estamos en casa
La soledad constituye una especie de amplificador, gracias al cual los movimientos
secretos de nuestro ser asumen un relieve tal que se imponen a la conciencia. Las
tentaciones allí son más violentas, pero también ciertas solicitaciones al bien se manifiestan
exclusivamente en la soledad. Dios y el diablo nos visitan, porque están seguros de que
nos encontrarán en casa (H. Cornelis).

Soledad y comunión
El sentido de soledad y el de comunión se acompañan el uno al otro y profundizan
mutuamente, dolorosa y alegremente, según el ritmo pascual de muerte-resurrección. Quien
no ha nacido a la verdadera soledad, tampoco ha nacido a la verdadera comunidad (Paul
Toinete).

Solamente aquel que sabe vivir solo con Dios sirve eficazmente a la comunidad (P.
Blanchard).

Aquel en quien Dios mora nunca está menos solo que cuando está solo (Guillaume de
Saint Thierry, Lettre d'Or J.

Monje es quien está separado de todo y unido a todos (Evagrio Pontico).


(·PRONZATO-3/1.Págs. 96-101)

8 - CURACIÓN DE UN LEPROSO
Mc/01/40-45 Mt/08/02-04 Lc/05/12-16

¿Un folio extraviado?


El episodio, que Mc refiere sin indicaciones de lugar y de tiempo debe haber sido tomado
de otro contexto y colocado aquí por razones misteriosas. Alguno habla como si se tratara
de un «folio extraviado» Quizá va unido a la frase "por toda la Galilea" (1, 39) y sirve para
ampliar el dato simplemente geográfico. Jesús, en efecto, ha venido para abolir cualquier
tipo de fronteras: no sólo las territoriales, sino también aquellas que dividen a los hombres.
El leproso, en realidad, es esencialmente un marginado, un segregado de la sociedad.
Existen discusiones interminables para establecer qué debe entenderse cuando la Biblia
habla de la lepra. ¿Es la lepra tuberculosa, caracterizada por protuberancias, o es la
anestésica con placas (que de rosáceas tienden a hacerse blanquecinas o negras)?
¿Estamos ante la lepra verdadera y propia -hasta hace poco incurable- o más
genéricamente, ante enfermedades de la piel, casi siempre contagiosas, como la tiña que
afecta al cuero cabelludo? Sobre todo, en este segundo caso, se justificaría la obligación
de presentarse a los sacerdotes para constatar la curación acaecida.
En cualquier caso el leproso era tenido lejos de la comunidad, no sólo por motivos
higiénicos, sino también, en términos religiosos, porque era considerado «herido por Dios».

Acercarse a él, tocarlo, significaba contraer impureza, como con el contacto de un


cadáver.
Son significativas las prescripciones del libro del Levítico:
«El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá
hasta el bigote e irá gritando:
¡Impuro, impuro! Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará
solo; fuera del campamento tendrá su morada» (13, 45-46).
El leproso contamina no sólo a las personas que se acercan a él, sino también los objetos
que toca y las casas en que entra.
A Jesús, pues, se le acerca uno de estos "cadáveres" que, en lugar de mantener la
debida distancia, se le tira delante de rodillas, y en vez de gritar «¡impuro, impuro!», le
suplica: «Si quieres, puedes limpiarme» (v. 40). Con este gesto, con estas palabras,
demuestra «lo que significa creer, esto es, osar en humildad» (G. Dehn).

«Compadecido de él...» (v. 41). Algunos códices usan un verbo muy distinto: «airado», y
es probable que sea el término original, precisamente porque es el más difícil de entender.
Verosímilmente, algunos copistas, que tropezaban con un Cristo «airado» y no logrando
conciliar la ira con la postura de misericordia expresada en el milagro, han tenido la feliz idea
de corregirlo por «compadecido» (y sería inimaginable un proceso inverso).
Sin embargo la irritación, el enojo no están fuera de lugar.
Cristo se encuentra ante algo escandaloso, que contradice el plan original de Dios, su
voluntad benéfica. Es la creación presa de la corrupción y del mal, devastada por el
pecado. Es lo contrario de lo "bello", de lo «bueno» salido de las manos del Creador.
Sea como sea, airado o compadecido -y quizás las dos cosas a la vez- toca lo intocable.
Esta vez no es ya sólo la palabra.
Tenemos también el gesto. Algo que recuerda el sacramento1.
Tocar, además de dar la curación, expresa el contacto humano restablecido con quien
debía ser echado fuera.
«En vez de ser contaminado por él, le comunica la propia santidad» (Radermakers).

«Al instante, le desapareció la lepra» (v. 42).


Algún crítico avanza la hipótesis de que el leproso ya está curado de la enfermedad. Y
así se habría presentado a Jesús simplemente para obtener de él la prueba de la curación.
Un intento laudable para dispensar a Cristo del trabajo de hacer un milagro -tanto más
cuanto que los milagros no forman parte de los gustos de los estudiosos de la escuela
racionalista-, señalándole una tarea de naturaleza burocrática.
Aparte del hecho que, para dar vía libre a esta opinión, sería necesario despejar el
camino de casi todos los versículos de la narración (con excepción quizás de dos), que
obstaculizan el paso... sin embargo esta ocurrencia, pensándolo bien, puede tener
aplicaciones interesantes. Manteniéndonos siempre en el campo de la medicina, se podría,
por ejemplo, para evitar el excesivo hacinamiento de los hospitales, y aligerar el trabajo de
los médicos, imponer a los enfermos el presentarse, una vez curados, para hacerse
extender un certificado de curación...

Un puñetazo que quiere ser una caricia


Bromas aparte, volvamos a la narración para captar una expresión sorprendente: "lo
empujó fuera..." (v. 43). ¡Es el mismo verbo usado en la expulsión de los demonios! ¿Cómo
puede conjugar la imposición de las manos con esa despedida? Apenas restablecido el
contacto, Cristo lo rompe de una manera bastante brusca.
La cosa se hace todavía más sorprendente si se examina el verbo que precede. Hemos
traducido «avisar en serio» (v. 43), pero literalmente significa algo así como «irritarse»,
estar enojado, excitado. Otras traducciones se las arreglan con «ordenándole
severamente», "le impuso perentoriamente" y cosas parecidas. Más cercana a la realidad
es la traducción : «movido por un sentimiento profundo», pero tiene el inconveniente de ser
más una explicación que una traducción. En realidad el verbo usado quiere decir ni más m
menos, «tratar con amenazas».
Explica un comentarista: «Este verbo representa los sonidos inarticulados que escapan a
quien está físicamente vencido por una gran oleada de emoción. Y Jesús, el hombre
perfecto, ha probado esta experiencia, como ha probado cualquier otra experiencia humana
no marcada por el pecado... Tropezaba con las palabras, tanta era la agitación que se
traslucía en el tono elevado y áspero de su voz». (R. Bernard).
Estaríamos, en suma, frente a un gesto lejano y una palabra ruda que serviría sólo para
enmascarar la emoción interna, que sacudió entonces a Jesús. Algo así como un puñetazo,
que quiere ser una caricia, un refunfuñar para no traicionar los sentimientos más profundos
de ternura.

No es el último contraste de esta narración plagada de contrastes.


Está el mandato inesperado de no decir nada a nadie (v. 44).
Un gesto clamoroso que debe permanecer envuelto en el silencio.
Y aún debe ir a presentarse a los sacerdotes, «para que les sirva de testimonio», y me
parece que en ese «les» deben entenderse los otros hombres. Es el sacerdote, en efecto,
quien, según las prescripciones del Levítico, a las que Jesús se atiene, debe readmitirle
entre la gente.

«Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la palabra» (v.
45). Sí, ha divulgado la palabra, no el hecho. ¡Ha sucedido una palabra! Palabra-suceso.
Palabra que es historia personal. Como dice san Agustín, Cristo es palabra no sólo en lo
que dice sino también en lo que hace. Sus acciones le hacen palabra, mensaje. Y la
palabra proclamada se hace a su vez, hecho, acontecimiento.

«...De modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que
se quedaba a las afueras, en lugares solitarios» (v. 45).
Parece que se han cambiado los papeles. Es Cristo quien se convierte ahora en un
"segregado", obligado a estar fuera.

"Y acudían a él de todas partes" (v. 45).


Precisamente el marginado se transforma en punto de reunión para los otros.
Quizás es una prefiguración de su destino de pasión. Cristo será mandado a morir fuera
de la ciudad, lo mismo que nació fuera de la ciudad.
Esta vez son los otros los solicitados a venir, a «salir fuera», porque la salvación acampa
en un espacio abierto, no puede estar cerrada en confines excesivamente angostos,
impedida por las fronteras fijadas por los hombres.
El leproso purificado y restituido a la comunidad de sus semejantes, se convierte en
portador de un contagio, de una inquietud. Diría, de una sorpresa: son ellos los
segregados, los echados fuera del reino.
Existe, sin embargo, una posibilidad. El leproso se la puede indicar. Basta salir fuera y
acercarse...
Las fronteras de separación, entonces, sirven solamente ya para establecer donde no se
debe permanecer. Están hechas para ser traspasadas..

PROVOCACIONES

Hemos dicho que los estudiosos, no consiguiendo colocar el episodio del leproso en un
lugar preciso, hablan de él como de un «folio extraviado».
Es necesario estar atentos. Mientras se trate de «folios extraviados», menos mal.
Lo importante es que, en el territorio de nuestra existencia cristiana, no existan «hombres
errantes», porque nadie se arriesga a acercarse a ellos.

CONFRONTACIONES

Marcos pregunta al lector...


Mc pregunta al lector si de verdad quiere entregarse a este encuentro con Dios en Jesús
y dejarse destruir las tradicionales fronteras. La iglesia antigua ha captado algo de esta
intención de Mc, cuando ha puesto también en boca del leproso estas palabras referidas en
un antiguo papiro: «Señor Jesús, tú que paseas con los leprosos, y comes en la posada...»
(E. Schweizer, o. c.).
El encuentro con su persona es lo que salva
El encuentro con sus gestos puede ser ambiguo y falso como cualquier intento de
capturar y bloquear el reino de Dios en un fenómeno de consumo inmediato. Solamente el
encuentro con su persona, que exige una identidad más profunda, provoca al hombre a una
apertura que lo transforma cada vez en un anunciador del reino que viene (R. Fabris, o. c.).

....................
1. «El poder de Dios vive de modo casi sacramental en la corporeidad de Jesús y toma en serio también la
corporeidad de los hombres» (E. Schweizer).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 102-107)
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PERDÓN Y CURACIÓN
Mc/02/01-12 Mt/09/01-08 Lc/05/17-26
MIGRO/PARALITICO

Una llave para entrar


Es un episodio que documenta cómo la curación producida por Cristo es «completa», y
no afecta solamente al cuerpo.
Antes de pasar al comentario detallado, quisiera subrayar algunos elementos
característicos. Una clave modesta para entrar en la comprensión del texto.

1. Ver. Cristo ve la fe de los que traían al paralítico, ve el mal más profundo del hombre,
y ve los pensamientos de los escribas. Se diría que Cristo, antes de actuar, se decide a la
lectura de lo que está escondido y no aparece al exterior. Aquí, antes de nada, «descubre».

2. Impedimento. No es sólo la enfermedad -corporal y espiritual- lo que impide al pobre


hombre caminar. Está la multitud que no le deja llegar, sostenido por los que le llevan ante
Jesús. Y también están los razonamientos de los escribas que ponen obstáculos al perdón.
Los que le llevan buscan un rodeo al impedimento... desde lo alto. Cristo se libera de las
objeciones de los enemigos realizando el milagro de la curación, que debería remover el
impedimento de su ceguera.
Al final sólo el paralítico es el que se beneficia de la remoción de los obstáculos. «A la
vista de todos» (v. 12) levanta su camilla y se va de allí. La multitud, que antes le negaba la
entrada, y los escribas, que pretendían bloquear la acción benéfica de Jesús, no logran ya
impedirle el paso.

3. Los camilleros. Probablemente son parientes. Pero no se limitan a transportar al


enfermo, llevan también la fe necesaria para el milagro. Al final, el paralítico estará en
disposición de llevar su miserable camastro.
El contacto de Cristo permite al hombre recuperar la capacidad de caminar.
Solamente Cristo puede llevar los pecados de los hombres. Ciertos pesos podemos
compartirlos con otros. El peso del pecado, no. Únicamente él se lo puede echar encima,
para aligerar nuestro peso.

La narración
Se desarrolla siguiendo el esquema acostumbrado:
- presentación de la situación
- motivación del milagro (aquí es la fe de los que le llevan, y en otras
partes es la compasión de Cristo, etc.),
- palabra eficaz,
- descripción del efecto que causa en el enfermo
- descripción del efecto en los presentes (casi siempre estupor).

La casa (v. 1) verosímilmente es la de Pedro. Si tiene patio podremos ver a la multitud


apiñada en él, de lo contrario, en la calle.
Está el hecho de que el gentío impide a los camilleros alcanzar la entrada, y entonces
adoptan una estrategia original, y también un tanto indiscreta (quién sabe cómo lo tomarían
los propietarios de la vivienda...). Se sirven seguramente de una escalera exterior para
llegar al tejado.
Teniendo presente la estructura de las casas palestinas, especialmente de las que dan al
lago, podemos reconstruir la operación. En primer lugar remueven una zona de fango seco
(que, por otra parte, debe arreglarse siempre después de las lluvias). Después levantan el
empalizado hecho de cañas y ramas en el espacio que está entre el muro y la primera de
las vigas encargadas de sostener la armadura formada de tierra-ramas-cañas. A través del
hueco logrado así, dejan caer la camilla hasta los pies de Jesús.

Del enfermo no sabemos nada, sino que era pobre. Lo deducimos de la palabra usada
por Mc para definir su lecho: krabattos (de donde viene la palabra latina grabatus),
camastro. Era la cama de la gente pobre.

Los cuatro desempeñan una función de mediadores. Existe, quizás, un parangón con los
cuatro que en la misma casa, con ocasión de la curación de la suegra de Pedro, «le hablan
de ella» (1, 30). Estos no hablan. El estado de aquel pobre hombre puede suplir cualquier
tipo de recomendación.
Y después Jesús «ve». De hecho «viendo la fe de ellos» (v. 5)... La fe es siempre la
única condición exigida por Jesús para su intervención, el presupuesto indispensable para
el milagro.
Aquí la novedad está en que la fe viene prestada, no tanto por el mismo interesado,
cuanto por otros que haces sus veces. O, quizás, es la fe de todos: de los que le llevan y
del "llevado", lo que hace posible el milagro.
Piensen lo que quieran algunos comentaristas, al enfermo no le debe haber
sorprendido la declaración de Jesús: "tus pecados te son perdonados" (v.5). Estaba
bastante generalizada la mentalidad según la cual la enfermedad se tenía por un castigo
del pecado.
En algunos salmos se invoca el perdón de las culpas como presupuesto para obtener la
curación.
Se trataba de remover la causa.
Son significativos estos dos textos rabínicos citados por Lagrange: "No hay muerte sin
pecado, ni sufrimientos sin culpas". "El enfermo no se librará de su enfermedad hasta que
Dios no le haya perdonado sus pecados".
No es que Jesús establezca o legitime una relación de causa y efecto entre pecado y
enfermedad. Simplemente aprovecha una ocasión, en la que la enfermedad física es la
consecuencia, o al menos la señal, de un mal más profundo que golpea al hombre.
Enfermedad y pecado forman parte de la desventura humana.
P/SUFRIMIENTO SFT/P "No quiere decir que este paralítico fuera particularmente
pecador: en él es solamente evidente de un modo especial la separación del hombre de
Dios y la raíz de todo sufrimiento en esta separación" (·Schweizer-E).
Por lo que perdón y curación forman parte de una única empresa de liberación, a través
de la cual Cristo "se revela Señor de un mundo nuevo, en el que será reintegrado el
hombre total, alma y cuerpo" (G. Dehn).

Entran en escena los escribas


«...Estaban allí sentados algunos escribas..." (v. 6). Mc, como es su costumbre, no lo ha
dicho antes. No describe estáticamente. Presenta a las personas según van entrando en
acción.
Los escribas ocupan un puesto relevante en su evangelio. Más que los fariseos, éstos
son los verdaderos adversarios de Jesús. En su famoso capítulo sobre "Las antipatías
manifestadas por el evangelista», E. Trocmé ilustra los motivos de la "llamativa hostilidad"
de Mc hacia estos intelectuales. Se daría en él un asomo de espíritu autonomista dirigido
contra su centralismo religioso. Además no es casual el hecho de que el evangelista, a
excepción de un caso (12, 32-33), no ponga jamás en sus labios una cita bíblica. Lo que
resulta tanto más escandaloso cuanto que se trata, además de teólogos, de intérpretes
oficiales de la Escritura.
"Al contrario, Mc encuentra un placer malicioso citando textos que contradicen y
deshacen las opiniones de los escribas (7, 6-7; 7, 10; 9, 12; 12, 36). Lo que éstos oponen a
Jesús es su tradición casuística (7, 5), sus nociones mesiánicas (9, 11; 12, 35), su
concepto del honor de Dios (2, 6-7; 3, 22; 14, 64). En suma, se trata de un pensamiento
teológico al que Mc reprocha el haberse desentendido de la Escritura que debía ser
precisamente, en principio, su fundamento".
Quizás en la postura de Mc es posible adivinar un cierto antiintelectualismo, cuyo blanco,
probablemente, no estaba formado sólo por los escribas...

De todos modos, aquí es Jesús quien les provoca, lee sus pensamientos, y querría
hacérselos decir.
"¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?" (v. 7). Algunos traducen: "sino uno,
Dios". O también: «excepto el único Dios». En este último caso, el texto podría sonar así:
«¿Quién, sino el único, puede perdonar los pecados?».
Su razonamiento, deducido de la teología que conocen, es impecable. Es verdad,
solamente Dios puede perdonar los pecados. Sólo él puede derribar el muro de separación
construido por la culpa del hombre.
La conclusión, sin embargo, resulta precipitada: «Está blasfemando» (v. 6). ¿Y si, por
casualidad...?
Pero los escribas pertenecen a una raza que se nutre de certezas consolidadas; ninguna
duda, aunque sea tímida, ninguna sospecha, aunque cauta, roza lo más mínimo su
armadura de protección.
Los «¿y si...?» rebotan y van lejos. Estos, metidos en su armadura, no advierten ni
siquiera el golpe.
De todos modos se han dado cuenta muy bien de que la expresión de Cristo no es una
simple declaración de que los pecados han sido perdonados, sino que ha sido un perdón
verdadero otorgado por él allí mismo, en aquel momento.
Jesús, después de haber hecho patente su mal profundo al paralítico, ahora descubre los
razonamientos de los escribas. Y les desafía: «¿Qué es más fácil, decir... o decirle...?» (v.
9).
Queda claro: la facilidad no está en el hacer sino en el decir.
Evidentemente es más difícil perdonar los pecados que curar.
Pero aquí se invierte el orden en relación al decir. En el sentido de que el perdón no
puede ser verificado, constatado. Entonces es fácil decir, dado que no existe una
contraprueba.
Jesús, pues, bajando al terreno de los adversarios, no tiene miedo de exponerse al
fracaso, y ofrece la prueba indiscutible, controlable, la prueba de los hechos, poniendo de
pie al paralítico.
Y deja que saquen las conclusiones.
«La curación es un signo de que los pecados han sido efectivamente perdonados. El
problema doctrinal de la blasfemia es ignorado» (Taylor).
En esta narración aparece por vez primera el titulo «hijo del hombre» (v. 10). Volveremos
más adelante sobre el significado de esta autodefinición (1).
El motivo puede ser el aducido por Lagrange: «Jesús no ha elegido un título mesiánico
corriente, porque no quería dar a entender que era el Mesías como lo esperaban
entonces».

"Se pasmaron todos y dieron gloria a Dios..." (v. 12).


¿Todos?
Ciertamente, los escribas no.
Y. sin embargo, Mc habla de todos.
Faltan los escribas, ellos se sustraen a la maravilla, pero... el total no cambia.
Quedan «todos», igualmente.
Estén presentes o ausentes los personajes influyentes, nada cambia. La celebración se
desarrolla lo mismo, regularmente. ¡Y están todos!
(Quién sabe si Mc no ha dado a posta este certificado de "irrelevancia" a las personas
que "cuentan"...).

PROVOCACIONES:

Para saber quiénes eran los escribas no necesito leer las meticulosas descripciones que
hacen de ellos los estudiosos del ambiente palestino .
Basta con que me mire al espejo.
Yo sé todo acerca de ellos, porque pertenezco a su especie.
Los conozco bien, porque soy de su raza.
Estoy en disposición, por eso, de ofrecer los elementos para reconocerlos.
Uno, sobre todo. Simplicísimo. Existe un sistema seguro para definir al escriba: es
alguien que no se deja desmantelar el tejado.
Su casa está a rebosar de gente. Llena, saturada. Pero también ordenada.
Cada cosa está bien puesta en su sitio. Hay de todo allá dentro. No hay espacio para
más.
No entra ya nada.
No entra el evento, lo imprevisto.
Se niega la entrada a lo inesperado. También porque el escriba no espera nada.
El escriba es lo opuesto al hombre de deseos. Ha planificado la esperanza, cortado las
alas a la fantasía, abolido el riesgo, excomulgado la duda, enjaulado el espíritu.
Su casa está vigilada por el cordón protector de las fuerzas del orden, gobernadas por el
miedo, que cortan el paso, siendo ariscos con quien no está en disposición de presentar las
credenciales de una vieja amistad, o de lo «ya visto».
El escriba acepta aprender únicamente lo que ya sabe.
Personalmente se ha hecho vacunar contra lo nuevo.
No logra imaginar otra cosa, a no ser que sea copia bastante conforme con su modelos.
Sus razonamientos corren sin tropiezos a través de los mecanismos de una lógica
perfecta, construida a posta para obtener siempre el resultado apetecido.
Es un hombre de pocos principios, bien sólidos. Uno, sobre todo: la verdad está de mi
parte.
Lucha contra la tentación. Se ha especializado en sofocarla apenas nace una, muy
peligrosa: la que le insinúa que podría incluso no tener razón.
Ha entendido que, permitiéndolas crecer, él estaría desahuciado. El antídoto contra esa
tentación lo ha encontrado sin fatiga: basta pensar que los otros no tienen razón. Muy
simple.
Sobre todo, es intransigente en lo que se refiere a los hechos. El sabe cómo hay que
tomarlos. Los obliga a entrar en sus esquemas, en sus métodos ya predispuestos.
Y qué atentos están a no dejarse cuestionar por los eventos. Por el contrario, se necesita
obligarlos a tener un lugar en las preconcebidas casillas mentales.
El escriba no logra escuchar la voz de los hechos. porque con trasplantes de experiencia,
exigidos expresamente, neutraliza su carga provocadora y les hace decir lo que quiere. Les
conduce, dóciles, hacia las jaulas ya preparadas.
El escriba no es un tipo que salga fuera, a la intemperie.
Como mucho, tiende a meter todo en su saber, en su posesión intelectual, en su sistema
de vida.
El está acostumbrado a hacer las preguntas a los otros.
Al mismo tiempo que las respuestas son su especialidad. Y tiene de ellas un muestrario
completo, definitivo.
Mantiene la inquietud a distancia, exorcizada.
No. El no se deja descubrir el tejado.
A su casa se entra por donde se debe entrar. Y allí nos hace anunciar. Y allí nos somete
al control minucioso de los documentos para prevenirse de las sorpresas, y de lo no
programado.
Lo grave es que el escriba tiene como tarea propia la de preparar a los demás para
acoger el evento. Y cuando éste llega, él está allí, sentado (v. 6), rumiando tácticas para
combatirlo. Y así termina defraudando a los hombres precisamente en aquello, hacia lo que
tiene la obligación y la pretensión de llevarles.
No pasa por su mente el pensamiento de que la salvación llega siempre por otra parte.
Que la maldición de una casa depende de que dentro hay de todo y no hay necesidad de
más.
Que el techo descubierto no es un elemento de desorden sino de acogida, signo festivo
de lo inesperado.
Que en aquella casa el elemento de desorden es precisamente él...
Que Cristo está, necesariamente, fuera de programa.

CONFRONTACIONES

Las personas religiosas son las que han llevado a Jesús a la muerte
Las personas religiosas son las que han llevado a Jesús a la muerte; precisamente,
pues, las personas, que deberían haber sido sus seguidores más decididos y más devotos.
El que anuncia los caminos de Dios es odiado y perseguido por quienes, de su parte, no se
habían cansado de enseñar los caminos de Dios... El, el verdadero cumplidor de las
promesas y de las profecías de la antigua alianza, se convierte en la víctima de aquellos
que no habían cesado de presentarse como intérpretes elegidos de estas promesas y de
estos testimonios. También en la vida de Jesús encontramos la ley común a todas las
luchas religiosas: la última, la más amarga y la más grave crisis no se produce allí donde la
religión se contrapone a la incredulidad y al escepticismo, sino donde rige la regla: contra la
religión, en nombre de la religión (G. Dehn, o. c.)
...................
1) Traducción del arameo bar nasha, que significa, simplemente. hombre.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 111-117)

9 - LA VOCACIÓN DE LEVI
JESÚS SE SIENTA A LA MESA CON LOS PECADORES
Mc/02/13-17 Mt/09/09-13 Lc/05/27-32
LEVI/VOCACION VOCA/LEVI

De quién provienen las explicaciones


Una narración muy simple que abarca una llamada, un banquete, una lección.
La vocación sigue un esquema bastante común: Jesús que pasa, ve (o sea "elige"), llama.
Y el individuo que «deja» algo y sigue al Maestro. Del llamado se hace resaltar su oficio sin
preocuparse de sus trabas psicológicas.
Es evidente el paralelo con la llamada de las dos parejas de hermanos en el mismo lago.
En el caso de Leví se sugiere, quizás, una característica de irrevocabilidad. Mientras para
los pescadores podía ser fácil volver a sus redes y a sus barcas, para un recaudador de
impuestos la pérdida del oficio era irremediable.
De todos modos está el hecho de que también en ésta, como en otras narraciones de una
vocación, se tiene la impresión de una trama fija, en la que es suficiente insertar el nombre.
Puede ser el de Leví, como el mío, como el tuyo. En suma, la vocación del cristiano es lo
que importa.
Una ocasión para verificar la propia respuesta a la llamada de Jesús y sopesar sus
consecuencias.
Es indudable, sin embargo, que el punto central de la narración es el v. 17: «No necesitan
médico los sanos...». Aquí Mc vuelve a plantear su pregunta de fondo: «¿Quién es Jesús?».
Y la respuesta puede darse observando por qué, mejor, por quién ha venido.
Una identidad, pues, que puede descubrirse sólo localizando los destinatarios de su
misión.
Se comprende quién es Jesús, no aislándolo, no estudiándolo en sí mismo, sino
considerándolo en su ser-para.
Se le descubre, se le conoce a través de sus elecciones, de sus contactos.
Debemos, pues, acudir a los pecadores, a los recaudadores de impuestos, o sea a los
marginados de la sociedad de aquel tiempo, si queremos saber algo acerca de Jesús. Ellos
son quienes nos lo explican.

En todas partes Cristo está en su casa


Pero examinemos el texto más de cerca.
Una vez más encontramos a Jesús, que «sale», se mueve, pasa o va tras de las personas.
Ya serían cinco los discípulos, pero poco después se afirma que «muchos le seguían». Esta
confusión aparente, la imposibilidad de llevar la cuenta, demuestra cómo el seguimiento de
Cristo no puede reducirse a una cuestión de cifras. La vocación de uno provoca la
«convocación de muchos». Y esta convocación se explicita muy bien en la escena del
banquete, en donde es difícil distinguir, precisar.
Aquí, incluso Leví se pierde. Mc habla de «Leví, hijo de Alfeo». En el pasaje paralelo de
/Mt/09/09-13, el nombre es Mateo. Pero en la lista de los doce referida por Mc (3, 13-19)
hay, sí, un hijo de Alfeo pero llamado Santiago, mientras que Mateo es nombrado sin
ninguna referencia a Leví. Un buen rompecabezas. Y aunque la tradición primitiva es
bastante concorde en la identificación Leví-Mateo, la cuestión permanece abierta.
Sobre su oficio, sin embargo, no hay dudas. Cobrador de impuestos. La recaudación de
impuestos-peajes, tasas de exportación e importación, se daba por contrata o subcontrata.
En el caso de Leví la aduana de Cafarnaún era bastante importante, porque estaba
colocada en un punto estratégico, en la carretera comercial para Damasco. El beneficiario
principal era Herodes Antipas. Pero algo venía a parar a los romanos.
Se trataba de un oficio deshonroso. Según la mentalidad hebrea, había individuos a
quienes por su conducta moral, se les consideraba pecadores: estafadores, ladrones,
adúlteros... Pero también otros oficios se tenían como deshonrosos: los pastores, los
burreros, los vendedores ambulantes, los curtidores y, precisamente, a los recaudadores de
impuestos y publicanos se les trataba al estilo de los pecadores y se les privaba de los
derechos civiles (entre otras cosas, no podían hacer de testigos en los tribunales). Y esto
porque se pensaba que el ejercicio de estos oficios comportaba casi necesariamente la
deshonestidad, o también porque impedía el conocimiento de la ley.
Sin duda la recaudación de impuestos constituía un notable incentivo a la deshonestidad.
Aunque existían tarifarios, había siempre un amplio espacio para la rapacidad y la
posibilidad de ganancias fáciles. Además se añadía un motivo religioso: el contacto habitual
con los paganos, que les hacía «impuros».
Un oficio, pues, despreciado y ambicionado al mismo tiempo entre los orientales...

«En su casa»... v. 15. ¿De qué casa se trata? ¿la casa de Leví, la de Pedro, o incluso la
de Jesús? La pregunta nace, sobre todo, si se consideran como pertenecientes a tiempos
distintos los dos episodios de la llamada y el banquete.
Me parece que, en el pensamiento de Mc, la casa debe ser la de Leví. También después
de la llamada de los primeros discípulos, Jesús va a la casa de uno de ellos, Simón (y es
sorprendente cómo el seguimiento, que incluso se traduce en un desapego, sin embargo es
festejado en la casa de los interesados. Jesús exige la renuncia, pero no corta las raíces de
las personas, quiere criaturas dispuestas a las elecciones más dolorosas, pero no crea una
casta de "separados").
No importa de quién era la casa. El protagonista, el que invita, es Cristo. El es el Señor
de la casa. El centro de la atención es él. El es quien está sentado a la mesa «con ciertos
individuos». En todas partes Cristo se encuentra en su casa. Con tal de que estén aquellos
por quienes él «ha venido».
El problema interesante no lo constituye el propietario. Sino los invitados, los
comensales.
En el episodio que sigue a la primera llamada, hay una multitud de enfermos ante la
puerta. Aquí los enfermos -de otra especie- están dentro. Es perfectamente lógico que el
médico esté rodeado de sus clientes. Una vez más nos vemos obligados a tomar nota de
cómo la vocación es una «con-vocación».

Los que están fuera


«Los escribas del partido de los fariseos...» (v. 16) no están dentro. Ellos no se manchan
con aquella gente (1) y se escandalizan por el hecho de que Jesús frecuente ciertas
compañías. Comunican a los discípulos sus protestas. Jesús llega a saberlo
indirectamente. Por lo que resulta difícil establecer si el «Jesús les dice» (v. 17) se refiere a
sus discípulos o a los escribas que estaban fuera.
La respuesta de Jesús consta de dos partes, la primera de las cuales es un dicho popular
(2), la segunda especifica la propia misión.
Cristo encamina sus pasos hacia los que tienen necesidad de él.
No es que se excluya a los justos. Se autoexcluyen en la medida en que, teniéndose por
justos de una manera definitiva, se convencen de que no tienen necesidad de médico y
rechazan la solidaridad con los pecadores.
Podemos decir: donde Dios llega ya no hay lugar para discriminación alguna entre los
hombres. Hay un título común que hace a todos iguales en su mesa: necesidad de él.
La llamada, en el fondo, es la llamada a la conversión.
Y entonces el episodio me interpela personalmente: ¿me siento comensal de Jesús por
derecho adquirido y definitivo, o quizás porque he sido «llamado», en cuanto pecador, por
aquél que ha venido a traerme hoy, no un certificado de buena salud y de honorabilidad,
sino la curación? Hemos subrayado al principio que esta página vuelve a plantear la
pregunta acerca de la identidad de Jesús en relación a su ser-para. En esta identidad yo
puedo leer también la mía, descubro quién soy yo, colocándome frente a él y haciéndome
una pregunta muy simple: ¿tengo necesidad de él o puedo prescindir de él?

PROVOCACIONES
Podíamos completar el retrato del escriba.
Hemos dicho: uno que no se deja descubrir el tejado.
Aquí tenemos otra característica que añadir: uno que está fuera.
Los escribas no entran, observan desde fuera, no se mezclan con la atmósfera de aquel
banquete.
Ven las cosas a distancia. Están en su puesto.
Encerrados en su mundo. Prisioneros de sus perspectivas, bloqueados en sus puntos de
vista. Tras el enrejado de protección de sus esquemas.
Para entenderlo, sin embargo, sería necesario salir fuera. Esto es entrar en el mundo de
los otros. Cambiar de perspectiva. Ver las cosas desde dentro. Observar
comprometiéndose. Juzgar participando. Eliminar el filtro de «papel» a través del cual ven a
los hombres.
El escriba tiene miedo al contagio. Y así se sitúa fuera de la vida. Es un «separado» de la
realidad, uno que se excluye de la humanidad.
Cristo, por el contrario, ha encontrado al hombre, no creando distancias, sino
compartiendo del todo la condición humana. La encarnación constituye la forma mas radical
de participación.
Es inútil hacerse ilusiones. Para sentarse a la mesa con Cristo, es necesario dejar el
propio puesto, el propio papel, abandonar el propio punto de observación «privilegiado».
Sólo en la confusión, o sea confundidos en medio de la humanidad, mezclados con los
otros comensales, empezaremos a entender algo.
El escriba cesa de ser escriba en el momento que deja sus libros, sus códices, sus
construcciones teóricas, y se decide a descubrir, personalmente, lo que sucede allá dentro.
Y si sale fuera, será solamente para ir a corregir sus textos.
También para el escriba es posible la conversión.
«Uno que sabe» puede siempre ser promovido a «uno que aprende».
Depende de él. Se trata de dimitir de la «secta de los separados» para sentarse a la
mesa con los otros.
Los escribas hacen una pregunta a los discípulos. Estos la remiten al Maestro. Cristo es
quien debe dar la respuesta.
Fijemos esta simple imagen, extremadamente eficaz.
El discípulo como «recolector» de preguntas, intérprete de las dificultades, de los
problemas de los hombres. No un «proveedor automático» de respuestas ya perfectas y
confeccionadas.
Va a buscar la respuesta junto al Maestro. El es quien debe responder. Es él quien
explica.
Y la respuesta interesa ya a los «proveedores», ya a los otros, indistintamente.
El discípulo transmite, asegura la vinculación, atento para no interrumpir los contactos
entre las dos partes interesadas.
Y tiene un gran trabajo. Una humilde paciencia.

CONFRONTACIONES

La confraternidad de los huérfanos


Cuando se me ocurre pensar en la religión, siento que me agradaría fundar una Orden
para los que son incapaces de creer; se podría llamar la confraternidad de los huérfanos,
sobre cuyo altar. desnudo de velas, un cura, en cuyo corazón no alberga la paz, celebra
con pan no bendito y cáliz vacío de vino (O. Wilde, De profundis).

Acepto comer el pan del dolor


PECADORES/TEREN:
Señor, vuestra hijita ha captado vuestra luz divina, y os pide perdón para sus hermanos;
ella acepta comer, durante todo el tiempo que queráis, el pan del dolor, y no quiere de
verdad levantarse, antes del día señalado por vos, de esta mesa, llena de amargura, en la
que comen los pobres pecadores (Teresa de Lisieux:·TEREN).

Hacer de lo que estaba perdido una recompensa para Dios PECADORES/A-D


El Dios de Jesucristo no es un premio que la religión estaría encargada de asignar a los
virtuosos y negar a los pecadores. Si el cristianismo quiere ser una religión cristiana, si
procura en consecuencia imitar lo que hizo Jesús, habrá de tratar a la adúltera, a la
prostituta, al publicano, como los trató Jesús, no como espontáneamente los tratan los
diversos sistemas civiles, sociales, morales, y hasta religiosos. El Dios de Jesucristo no es
un premio para el pecador arrepentido. Se diría, por el contrario, que es el pecador
arrepentido el que parece ser un premio para Dios, a juzgar por tantas parábolas.
...Pero podríamos preguntarnos por qué se ha puesto tan poco empeño en buscar la
especificidad de la moral cristiana, y en consecuencia de la formación moral cristiana, en
unas actitudes que resultan ser las específicas de lo que fue Jesús y que, en
consecuencia, deberían ser también las específicas del cristianismo: cenar con meretrices y
no convertir a Dios en un premio para los justos, haciendo, por el contrario, de lo que
estaba perdido un premio para Dios (J. M. Pohier, ¿Predicar en la montaña o cenar con
meretrices?. Concilium 130/13 [1967] 493-503.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 119-124)
......................
1) Con razón J. Schmid hace notar que los escribas constituían una clase social, mientras que los fariseos
representaban una tendencia religiosa. Los escribas eran laicos estudiosos e intérpretes de la ley. Teólogos
y juristas al mismo tiempo. Muchos de ellos compartían la tendencia farisaica (esta es la razón de la frase
«escribas del partido de los fariseos»), caracterizada por una práctica religiosa observada hasta el
escrúpulo, por una fidelidad minuciosa a la tradición, por una intransigencia que llegaba hasta el fanatismo.
La palabra "fariseo" se deriva de la palabra hebrea peruschim, que significa separados. En realidad,
rechazaban, en nombre de la pureza de la fe, cualquier contacto con las costumbres, los hábitos y la
filosofía paganas. Pero se separaban también de la gente común, de la misma religión hebrea, poco
practicante de las observancias legales. Eran los herederos espirituales de los hasidim, los "justos", que
durante las persecuciones de Antíoco Epifanes habían controlado la resistencia de los Macabeos. En
tiempos de Jesús los fariseos podían ser unos 6.000 (en una población de medio millón de habitantes), pero
el ascendente, el prestigio de que gozaban y su fuerza eran enormes.
2) Especialmente los filósofos griegos itinerantes, cuando se les acusaba de frecuentar gente de baja ralea,
repetían el proverbio con matices diferentes. Uno de ellos decía "También los médicos generalmente no
aprenden de los sanos, sino donde hay enfermos".
........................................................................
10 - DISCUSIÓN SOBRE EL AYUNO
Mc/02/18-22 Mt/09/14-17 Lc/05/33-39

En la mesa, alguno ayuna... Algún comentarista se pregunta qué relación existe entre
esta tercera controversia (o apotegma) y la precedente. Evidentemente una atención
excesivamente concentrada produce distraídos...
La continuidad, en efecto, resulta bastante evidente. Estamos siempre a la mesa juntos. Y
hay alguno, que en vez de comer, ayuna. Alguien que no entiende, que se resiste a entrar.
Y casi siempre son personas religiosas, ejemplares, de las que no infringen nunca un
mandamiento, como el hijo mayor de la parábola de Lc (15. 29). Obstinado en no tomar
parte en el banquete.
Para los hebreos existía un solo ayuno, el del día de la expiación (1). Pero se podían
proclamar ayunos especiales con ocasión de calamidades, como expresión de luto y
penitencia.
Los fariseos (2) que en cuanto a celo, digámoslo sin ironías, eran irreprensibles, ayunan
voluntariamente dos veces por semana, el lunes y el jueves.
El ayuno en cuestión -que iguala en esto a los discípulos de Juan con los fariseos- puede
estar determinado por la muerte o, más probablemente, por el arresto del Bautista.
El comportamiento distinto de los discípulos de Jesús suscita escándalo en ciertos
ambientes. Alguno pide explicaciones al Maestro. Esta vez es el Maestro quien debe
justificar a los discípulos; en el caso precedente será la postura del Maestro la que hay que
discutir.
ALIANZA/MA: Jesús responde con la imagen del esposo, bastante familiar a sus oyentes.
En el antiguo testamento, en efecto, la alianza se presenta como un matrimonio: Yahvé es el
esposo, Israel la esposa, Moisés el testigo, la ley contiene las cláusulas del contrato.
Es verdad que al Mesías nunca se le presenta como "esposo". Sin embargo Jesús aún
puede hacerlo entender a los que, naturalmente, tienen oídos para oír.
Queda el hecho de que su venida se presenta como «un tiempo de alegría» para el
pueblo.
La persona religiosa, de ahora en adelante, no se moverá ya llevando encima las señales
del luto, en el espacio de las prescripciones legalistas, sino en el terreno de la vida, del
amor, de la alegría.
Más que ir al encuentro de Dios con las obras buenas propias, el hombre tiene que
dejarse alcanzar por el don.
Todo esto lo habían entendido los primeros cristianos que, en efecto, «tomaban el
alimento con alegría y sencillez de corazón» (Hech 2, 46)..
La acusación que, en el fondo, Cristo lanza a los discípulos de Juan y a los fariseos, es la
de no entender el tiempo.
Ya lleven luto, ya ayunen porque viven a la espera, sus gestos resultan desfasados
respecto al evento. Mirando hacia atrás, o mirando hacia adelante, no caen en la cuenta del
aquí, del ahora. Lloran y suspiran por una ausencia y no reparan en la presencia.
Pueden, incluso, hacer todo bien. Pero en tiempo equivocado. En la circunstancia menos
apta.
Con Cristo los acontecimientos religiosos no serán regulados exclusivamente por
prescripciones rígidas, sino que deberán referirse a su persona.
El esposo determina el comportamiento de los amigos.
Aquí hay una referencia al tiempo en que le será arrebatado el novio (v. 20). Una alusión
discreta a la muerte de Cristo. En esta perspectiva se coloca la advertencia de que
«pecado y muerte, legalismo y tentación, bien que confundidos en línea de principio, son
aún fuerzas extremadamente reales y que la comunidad estará mal aconsejada si se
exaltase hasta el punto de actuar como si ya no viviese a la espera. Así, incluso el ayuno
puede tener un significado bueno... como ayuda a la vida del discípulo de Jesús» (E.
Schweizer).
"Ya" y "todavía no": esta es la tensión que deberá vivir el cristiano, quien no olvida que
Cristo glorificado conserva las señales de los clavos.

Cristo, la novedad radical


Cristo inaugura la estación de la alegría -aunque no definitiva-, nos hace entrar en los
«tiempos nuevos» de los que el vino es el signo más evidente. Llegando él, nos pone el
vestido nuevo.
Con los dichos sobre el remiendo del paño tosco que no puede coserse en un vestido
viejo, y de los odres viejos que no logran contener el vino nuevo, Cristo indica claramente
que él es la novedad. Una novedad radical, que no puede ser compatible con lo que es
viejo.
El remiendo de paño tosco, no batanado, al lavarse encoge y el vestido viejo termina
por romperse aún más. Daño y ridículo.
VINO-NUEVO: Más que de odres viejos, me parece que debe hablarse de odres
"deteriorados", usados, no en situación de retener el ímpetu y la efervescencia del vino
nuevo.
Los comentaristas no se cansan de interpretar el signo. Oigámoslos.
«Un nuevo mensaje debe encontrar un nuevo vehículo, si no quiere hacer perecer y
destruir instituciones existentes» (V. Taylor).
«No se puede usar lo nuevo para remendar lo viejo o para meterlo en formas del
pasado» (E. Schweizer).
«Un contenido nuevo necesita formas nuevas» (G. Dehn).
«La nueva alianza representa un salto cualitativo, efecto de la acción de Dios que
inaugura un futuro imprevisible. El criterio de novedad no es el tiempo sino la persona de
Jesús. La relación con él hace viejas e inútiles incluso aquellas ideas y aquellas estructuras
que pretenden programar o manipular la libertad de la acción divina» (R. Fabris).
Por otra parte, ya san Hilario, comentando este episodio, había hecho resaltar que no se
pueden acoger las cosas nuevas si no se hace uno nuevo.
No es lícito encerrar la novedad del mensaje de Cristo en estructuras inadecuadas para
contenerlo y expresarlo. Ciertas convivencias resultan equívocas y peligrosas.
En suma: el tiempo de la salvación concluye en una experiencia de novedad.
CV/NOVEDAD: La novedad de Cristo comporta una mentalidad nueva. He ahí la
exigencia de la conversión. Desde el momento en que Dios se ha abierto un camino hacia
los hombres, es inútil intentar alcanzarlo por nuestros viejos caminos.
Ya el antiguo testamento nos preparaba a esta idea: es necesario cambiar las formas,
para que estemos en disposición de acoger lo nuevo.
Jeremías habla de una ley que no estará ya en lo exterior del hombre, sino que se
colocará en su corazón (Jr 31, 31). Ezequiel declara inservible el viejo corazón de piedra:
se necesita uno de carne (Ez 36, 26). Isaías anuncia un proyecto aún más revolucionario:
cielos nuevos y tierra nueva (Is 65, 17).
El viejo no puede permitirse el lujo de utilizar cualquier retazo de novedad para
enmascarar las arrugas y asegurarse un poco de supervivencia.
Debe «pasar» a lo nuevo, no «utilizar» lo nuevo para sus propios fines de
embellecimiento, no apropiarse lo nuevo para equívocas operaciones de conservación.
Es ridículo y absurdo querer «salvar lo salvable» como algunos pretenden hoy -cuando
anda de por medio uno que ha venido a «rehacer», a «recrear».
El discípulo no tiene ni siquiera necesidad de endosarse un vestido nuevo. Debe
revestirse de Cristo.
Discípulo de Cristo no es uno que acepta lo nuevo en pequeñas dosis. Es alguien que se
hace nuevo. Un hombre nuevo.

PROVOCACIONES
«Hemos caminado bastante por el camino de la renovación», me asegura alguno.
En ciertos casos es verdad.
En muchos otros, no.
Más que caminar, se ha levantado una gran polvareda de palabras, documentos,
reuniones, discusiones. Y cuando el polvo se posa, los más lúcidos caen en la cuenta de
que pasos hacia adelante se han dado más bien pocos.
He seguido de lejos, recientemente, un «curso» durante el que se cacareaban
continuamente palabras tales como «diálogo», «pluralismo», «respeto a la persona», y
cosas por el estilo. Me consta que una participante fue reprendida duramente por uno de
esos a quienes llaman maestro, porque se la vio en compañía de un «disidente», culpable
sólo de usar la propia cabeza. «Hablar con aquella persona significa ya compartir sus
ideas». Quizás, para cierta gente, pluralismo significa permitir que otro piense igual que él.

Más que avanzar, se ha iniciado un vertiginoso baile. Cesa la música, y nos encontramos
con las mismas caras de frente y a los lados, los mismos problemas sin resolver, los
mismos defectos, y el único desplazamiento ha sido un desplazamiento circular, para volver
al punto de partida.
Han cambiado las formas, no los contenidos. La escasez de los clientes no ha llevado a
verificar con coraje la bondad y la originalidad del producto, sino que ha determinado una
afanosa y complacida sustitución de las etiquetas. Se ha llegado incluso a cambiar la
etiqueta del precio. (Aumento o descuento, a medida de las valoraciones contingentes).
Más que transformar la casa, eliminar los chirimbolos inútiles, liquidar los trastos
anacrónicos, hacer sitio a algo verdaderamente nuevo y funcional, se ha modificado la
disposición de lo que se tenía. Más que controlar la solidez y la utilidad de ciertas paredes,
se ha llamado al pintor.
Tiene razón Raimundo Panikkar: no basta limpiar los cristales es necesario que
amanezca el nuevo día.
Cristo habla de una exigencia de conversión, y conversión es cambio de cabeza (además
de cambio de corazón), no de peinado. Es cambio de mentalidad, no de fórmulas. No basta
lavarse la cara: hay que cambiarla.
Existe algo peor que coser un remiendo de paño recio en un vestido usado. Es el poner
un vestido nuevo (¡e incluso juvenil!) al hombre viejo. 1
Hoy, probablemente, Cristo usaría otra imagen: un trozo de papel, un pedazo de
documento sobre un vestido descosido.
No, no soy pesimista.
Me doy cuenta de que mucha gente camina con coraje y sufrida coherencia por el camino
de una renovación profunda.
Pero existen también aquellos que creen que caminan, sólo porque han entonado la
marcha triunfal de la renovación, y lo que ocurre es que -con sus desfiles- estorban el
avance de quien está dispuesto a trabajar en serio.
Es necesario localizar a estos «entorpecedores del camino» e invitarles a hacerse a un
lado (ahí están los prados para su baile loco).
No nos dejemos engañar por su música, por sus vestidos, por sus charlatanerías, por su
maniobras tácticas, por su vino abundamentemente aguado en los odres de siempre, aptos
para todos los gustos.
De todo esto, pongamos el corazón en paz, no hay nada que esperar.
«¿Qué puede acaecer de nuevo al hombre viejo?» (Lanza del vasto).
Yo me obstino en mirar en otra dirección. Quizás finalmente llegará alguien que no jugará
con las palabras, no hará acrobacias con las fórmulas. Sino que tendrá coraje para hablar
sin vacilar: señores, como primera medida tirad vuestros recipientes. Aquí quien quiera de
este vino debe adquirir también los odres. Son inseparables.
Aquel día, quizá, ya no habrá necesidad de hablar de «novedad» y de otras cosas viejas
por el estilo.
CONFRONTACIONES

Dejemos el evangelio en la periferia de la aldea


...Los hombres se resisten a la novedad. Con sus palabras acerca de lo viejo y de lo
nuevo, Jesús denuncia una primera y fundamental resistencia a la acogida de su mensaje:
se puede rechazar la conversión evangélica en nombre del equilibrio (¡la prudencia!), y de
la tradición: dos valores más que suficientes para poner en paz la conciencia. Equilibrio y
tradición significan en este caso apego al propio esquema y rechazo a renovarse. Los
fariseos pensaban «que convertirse a Jesús» significaba introducir algún simple
perfeccionamiento (podríamos decir algún adorno, algún detalle) en su sistema de vida:
como si la novedad de Jesús fuese como una pieza nueva que se cose en un vestido viejo,
como si fuese posible meter la novedad de Cristo en los viejos barriles. Por esto el milagro
de la conversión, a pesar del encuentro con la palabra de Dios, no nos llega: no ofrecemos
zona alguna de sincera disponibilidad al cambio, a la inseguridad y a la fe, a la acción
desbordante de Dios. Me parece que dejamos el evangelio en la periferia de la aldea,
haciéndonos la ilusión de ser seguidores de Jesús, porque hemos construido algún
monumento-recuerdo suyo en el centro de la plaza (B. Maggioni, o c.).

El legalismo hace ciegos


El legalismo con el que el hombre quisiera salvarse le hace completamente ciego para
captar la presencia de Dios vivo, que viene bajo formas siempre distintas de lo que se
espera el hombre, quien piensa haber encerrado a Dios en sus teorías (E. Schweizer, o. c.).

Laceración y explosión
Por una parte, el simbolismo judío se presenta como un viejo tejido (o texto), que no
tolera un cosido con un nuevo tejido (o texto); por otra parte, como un cuadro, un orden
viejo (odre) que no tiene capacidad para soportar la fuerza de un vino nuevo. La subversión
se reafirma con claridad: laceración del viejo texto simbólico, explosión del orden viejo (F.
Belo, o. c.).

El ayuno es la ausencia del esposo


«Días vendrán en que les será arrebatado el novio; y ayunarán entonces, en aquel
día...». Con excesiva frecuencia estas palabras, de un significado profundo, se han
interpretado torcidamente como simple anuncio de un ayuno corporal. En realidad se
encuentra en ellas prefigurada misteriosamente toda la existencia terrena de la comunidad
cristiana entre la ascensión y la parusía; ofrece en ellas una especie de período de
sufrimiento dominado totalmente por la privación del esposo mesiánico y del deseo ardiente
de reencontrarlo (A . Feuillet, La controverse sur le jeûne. Nouvelle Revue Théologique).

"¡Señor, dame de ese vino!"


Este vino nuevo y espumoso del amor de Dios, que se nos ha dado en Cristo, se
derrama, rompiendo todos los odres viejos (v. 22): es incontenible y se difunde como
torrente de agua viva que recubre y llena de flores una tierra, que estaba desierta (cf. Is 35,
1-2.6-7).
Es inútil intentar encerrarlo en viejas reglas de prudencia o de sabiduría humana: eso es
"locura" (cf. I Cor 1, 18-25) y ninguna ley puede contenerlo. El único odre que puede
contenerlo es solamente el mundo nuevo, el «corazón nuevo y de carne» (Ez 36, 26). Sin
esfuerzo todas las estructuras saltan gracias a este «espíritu nuevo» que Dios había
prometido (Ez 36, 26) y en Jesús se nos ha dado. Como la samaritana, a quien Jesús habló
de la fuente viva que brota de lo profundo, pide el don (Jn 4, 15), también nosotros aquí
rezamos: «Oh Señor, danos también a nosotros de ese vino» ( Una comunità legge il
vangelo..., o. c.).
...............
1) Después del año 70 existía también el de la destrucción del templo.
2) En el texto se habla de "discípulos de los fariseos" (v. 18). Pero sólo los escribas eran maestros y podían,
por tanto, tener discípulos, dada la relación personal entre estos últimos y un maestro. Puede tratarse de
aquellos escribas que seguían la trayectoria de los fariseos. O también puede ser un error causado por la
expresión "los discípulos de Juan".
(·PRONZATO-3/1.Págs. 125-132)

11 - EL ESCÁNDALO DE LAS ESPIGAS ARRANCADAS:


Mc/02/23-28 Mt/12/01-08 Lc/06/01-05
ESPIGAS-ARRANCADAS

...Pero después llegaron los escribas


Y surge de nuevo la controversia. Cuando anda de por medio el comportamiento del
Maestro, los adversarios piensan "en sus corazones" (2, 6), o bien se lamentan con los
discípulos. Pero cuando los discípulos son los culpables, entonces buscan camorra con el
Maestro.
Aquí, después, la discusión continúa con los comentaristas. La emprenden con Mc, con
sus narraciones puestas juntas independientemente del desarrollo real de los hechos, con
sus citas bíblicas inexactas (y no es el primer infortunio en la materia), con la superposición
más o menos lograda de cuestiones que interesaban a la iglesia primitiva, etc.
Un episodio simplicísimo -¡y siempre de actualidad!- se vuelve más bien confuso a fuerza
de quererlo explicar.
Entonces, alguno se pregunta alarmado, ¿de dónde vienen los fariseos, dado que un día
de sábado solamente es lícito andar unos cientos de metros, y esta gente guarda estas
cosas?
¡Qué historias! Estos no vienen. Son infalibles, inexorables policías. Aparecen allá donde
hay alguien que infringe una ley.
Y así es como la ley del descanso sabático -uno de los puntos claves de la religiosidad
hebrea- se explicita en una infinidad de prescripciones y prohibiciones (¡hay nudos que
pueden hacerse, mientras otros están prohibidos! Se especifica incluso cuántas sílabas se
pueden escribir), no hay necesidad de recorrer mucho camino para poder sorprender a un
transgresor.
Pero entre las innumerables listas de trabajos prohibidos en día de sábado, no se había
incluido un "trabajillo" bastante difundido: mover la lengua contra el prójimo. Por lo que
también durante el descanso, los fariseos están siempre en actividad.
En conclusión. Existía una lista confeccionada por los rabinos de "trabajos capitales":
había catalogados 39. Por cada uno de estos 39 trabajos prohibidos, existía una sub-clase
de seis, para incluir todos los casos y eliminar las dudas. Así la siega era considerada una
acción incompatible con el descanso sabático. Pero estaba especificado: "segar, vendimiar,
recoger aceitunas, cortar higos, arrancar (es la infracción cometida por los discípulos)».
Y además existía la casuística. ¡Subirse a una planta era ilícito, porque se podían dejar
caer inadvertidamente los frutos, lo que ya formaba parte del caso de la siega (sub-especie
«recolección de frutos»)!
A los discípulos se les consentía segar en un campo ajeno sirviéndose de las manos, pero
no de la hoz (1). Debían, sin embargo, prestar atención al calendario. La acción, lícita
habitualmente, estaba prohibida en día de sábado. Porque, estaba escrito, "arrancar las
espigas es un trabajo auxiliar de la siega, por eso quien arranca allí donde la espiga crece,
es tan culpable como si segara". ¡Por eso los discípulos que desgranan, ya que -por lo que
dice Mt- tienen hambre, se hacen culpables de siega!
Será oportuno recordar la concesión de la ley original:
«Pero el día séptimo es día de descanso para Yahvé, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni
tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu
ciudad. Pues en seis días hizo Yahvé el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contiene, y el
séptimo descansó; por eso bendijo Yahvé el día del sábado y lo hizo sagrado» (Ex 20,
10-11). Una ley fundamental expuesta en dos versículos.
...Pero después llegaron los escribas, que de este mandamiento simplicísimo y bien
motivado han sacado «una construcción monstruosa de incomprensibles pretensiones
divinas sobre los hombres (G. Dehn).
Una auténtica aberración.

El exceso de señales hace perder el camino


Me parece que la narración de Mc intenta resaltar, ante todo, este aspecto del legalismo:
la desproporción. Un motivo fútil, un incidente insignificante, da lugar a un caso enorme.
LEGALISMO:Es la desgracia del legalismo de todos los tiempos: la complicación. Se
parte de la ley, que tiene como fin trazar la carretera, indicar la dirección del camino, y se
llega a una tal proliferación de precisiones e indicaciones detalladas, que un pobre hombre
no se las arregla más y termina por perder el camino.
Un antiguo dicho rabínico sostiene que si el pueblo llegase a observar al menos dos
veces el sábado, vendría el reino de Dios. O sea: la empresa presenta unas dificultades tan
insuperables que, si hubiese acontecido, sería... ¡el fin del mundo!
El legalista no cae en la cuenta de que una norma pierde dignidad y credibilidad, cuando,
usada únicamente para restringir los espacios de la vida del hombre, no logra ya responder
a una pregunta precisa: ¿Por qué? Proliferación y degeneración de las leyes caminan
juntas.
En contraposición a la minuciosidad casuística de los fariseos, la enseñanza de Cristo es
liberadora. No ahoga, permite respirar.
Jesús rechaza colocarse en el terreno de la polémica moralista.
Podría objetar que el caso no tiene nada que ver con aquello del "segar". Pero entonces
Cristo se colocaría a la misma altura de sus adversarios. Y él quiere superar el legalismo.
Con su contra-pregunta "¿nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad?"
(v. 25) intenta solamente subrayar que, en ciertos casos, puede no observarse la ley, que
existe una exigencia dictada por la necesidad, superior a la exigencia de la observancia (2).

El sábado ha sido instituido para el hombre,


o sea, Cristo nos hace descubrir las intenciones de Dios DO/SANTIFICAR
Pero el «pronunciamiento» decisivo de Cristo es el del v. 27: "El sábado ha sido instituido
para el hombre y no el hombre para el sábado".
Se ve que no era una novedad absoluta para el judaísmo.
Expresión de una cierta mentalidad abierta puede ser considerado el célebre dicho de
Simón ben Benashia, un rabino del siglo II d.C.: «El sábado ha sido dado a vosotros y no
vosotros al sábado».
Pero, evidentemente, no siempre se tenía esto presente. Y la novedad para cierto tipo de
gentes puede ser precisamente el recuperar la memoria.
SABADO/A-H MDT-03/A-H Nota agudamente ·Lagrange: «La observancia del sábado
no añade nada a Dios. Dios no ha creado al hombre para que custodie sus sábados, sino
que ha instituido el sábado para el interés del hombre, como todas las leyes que le ha
dado. Lo que no quiere decir que el hombre sea libre para abrogar y ni siquiera para
infringir una ley puesta por Dios para su bien, sino solamente que esta ley ya no obliga si
perjudica al hombre».
La novedad de Cristo no está en descubrir otros casos, además de los ya conocidos, en
los que es posible liberarse de la ley.
Los fariseos, con su casuística puntillosa, en el fondo tratan con Dios, chalanean, pactan
con él en el intento de llegar a transaciones ventajosas para el hombre.
No. Con Dios no se puede tratar de igual a igual.
Cristo, más bien, enseña a descubrir la intención de Dios cuando da una ley. Y esta
intención es reconducible al bien, al beneficio del hombre. La intención del legislador revela
la finalidad del sábado.
LEY/A-H: Por lo cual la ley es liberada de sobrecargas abusivas y llevada de nuevo al
proyecto original de Dios en favor del hombre.
La ley no es solamente peso, sino ayuda.
No es yugo, sino liberación.
No es imposición, sino don.
Los fariseos terminaron por olvidar (y hacer olvidar) que el sábado era una bendición, un
don, que debía ser saludado con alegría, no una prisión.
Y era verdaderamente paradójico que una institución, que, además de recordar el
descanso de Dios en la creación al séptimo día (Gn 02, 02-03), debía ser memorial de la
liberación de Egipto (Dt 05, 15), se hubiera convertido en esclavitud legalista. El «premio»
aún permanecía. Pero resultaba tan difícil conseguirlo, que tomaba características
punitivas.
Olvidando el aspecto fundamental de don, es natural que se absolutice la ley, por lo que
el hombre, en su observancia escrupulosa, cree «conquistarse», «pagarse» la propia
salvación.
Y se invierten los papeles. Dios, dador, se convierte en quien me debe algo por mis
prestaciones onerosas. De acreedor se hace deudor.
La «buena noticia» se transforma en código de comportamientos exteriores. El régimen
de la gracia cede el paso al rescate del miedo, a la obsesión legalista, a la exasperación
formalista.
Más que recibir de Dios cada día, el hombre presenta la cuenta a efectos de
recompensa.
Más que acoger el sábado como un don, posibilidad de encuentro, el hombre se
posesiona de él, se lo apropia, hace de él el campo de sus prestaciones virtuosas.
El don, cierto, exige una responsabilidad, un compromiso. Pero los fariseos terminan
aprisionando al hombre en una red tan tupida de preceptos que impide al destinatario
gustar del don.
También en este caso los fariseos son unos separados: su interpretación mezquina de la
ley les separa de la voluntad expresa del legislador. Meten de contrabando, como voluntad
de Dios, lo que va directamente contra la intención original de Dios.
No existe peor enemigo de la voluntad de Dios que aquél que adosa esta etiqueta de
favor sobre una mercancía fabricada abundantemente por la mezquindad humana. A lo
mejor por no pagar la aduana de una debida explicación a base de inteligencia y buen
sentido. O quizás, peor, para esconder intereses inconfesables. O maniobras sospechosas.

El hombre como medida de la ley


Cristo, pues, pone al hombre como medida de la ley.
La ley no tiene valor en sí misma. Vale en cuanto que es para el hombre, se resuelve en
favor de su vida, de su crecimiento.
Y como garantía de este principio, Cristo coloca su propia persona: «De suerte que el
hijo del hombre también es señor del sábado» (v. 28).
Alguno defiende que el "de suerte" está fuera de sitio, y que este versículo explica
simplemente el anterior.
O sea, así como el hijo del hombre es señor también del sábado establece que el sábado
está hecho para el hombre. Tendríamos así una especie de concesión benévola.
A mí me parece todo lo contrario. Precisamente porque el sábado ha sido instituido para
el hombre -como principio intangible-, y así como los escribas y fariseos de todos los
tiempos están inclinados instintivamente a olvidarlo, he ahí que el hijo del hombre pone su
fuerza en defender este «espacio sagrado». ¡Espacio sagrado que no es el sábado, sino el
hombre!
De ahora en adelante, quien ose confundir las cosas, y someter el hombre a la ley,
encontrará al mismo hijo del hombre oponiéndose.
Dios está de parte del hombre. Y le restituye el sábado como espacio de libertad, de vida,
de amor, substrayéndole a todo tipo de compromiso legalista.
Dios es quien ofrece posibilidad de movimiento al hombre, ensancha los espacios.
Dirá san Agustín: «Nosotros mismos seremos el séptimo día». Y lo seremos a través de
un camino de gozosa obediencia bajo el signo de la gracia, durante el que acogeremos el
pan que se nos «da», y nuestro canto de alegría apagará las voces de desaprobación de
los fariseos que «asoman» por todas partes.

PROVOCACIONES

1. «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado». No


olvidemos, sobre todo, el aspecto de gozo y bendición que debe caracterizar al sábado. En
efecto, los recursos de la mentalidad farisaica son infinitos. Algunos individuos admiten, sí,
el principio del «sábado para el hombre». Sólo que después, lo que es bueno para el
hombre, lo establecen ellos, lo saben ellos. Y entonces incluso un montón de imposiciones
se hacen tragar como medicina, amarga sin duda, incluso quizás repugnante, pero «para tu
bien».
Es necesario estar muy atentos frente a gente que saca de su cabeza el bien del hombre
en vez de referirlo al proyecto de Dios.
El criterio para distinguir los dos productos es la «bendición». Difícil de precisar en
términos teóricos. Son cosas que se advierten instintivamente.
Lo que es producto farisaico sabe a rancio, tiene un no se qué de tétrico, te congela, te
complica la digestión.
Lo que viene de Dios tiene el signo de la frescura, es algo de manantial, te encuentras a
gusto en ello, te hace intuir una posibilidad.
En el primer caso, te acomodas fatigosamente.
En el segundo, te sientes comprometido. Seriamente, pero gozosamente.
Los fariseos no pueden menos que imponer.
Dios te invita.

2. En la perspectiva del «sábado para el hombre», estamos en disposición de responder


a una pregunta: «¿Qué comportamiento puede definirse como religioso?». Pues es
religioso un comportamiento determinado por una ley hecha para el hombre, para sus
exigencias, para su realización.
Es antirreligioso un comportamiento que aplasta, mortifica, sofoca al hombre, restringe la
libertad, le amarga la alegría de vivir, estrangula su espontaneidad.
H/NORMA-CR: La línea de demarcación entre postura religiosa y postura antirreligiosa
no es Dios sino el hombre. O. si queremos, es «Dios para el hombre».

3. Ha caído en mis manos recientemente un documento de "renovación" de un instituto


religioso. Algo que hace palidecer al legalismo minucioso de los fariseos. La vida de una
persona allí dentro, ya no es vida. Era el quebrantamiento de innumerables movimientos, la
descomposición de todas las posturas posibles, la enumeración de todos los casos. En
suma, una especie de engranaje monstruoso, cuyo funcionamiento es programado
rigurosamente desde fuera con el fin de producir gestos, actos, un estilo al que se da el
nombre (una especie de marca de fábrica garantizada) de «auténtica vida, según el carisma
del fundador».
Pero, entre aquella sarta interminable de exigencias precisadas en los detalles más
banales, estaba esta frase: «vida religiosa, proyecto de liberación». Es realmente verdad
que el humorismo más eficaz es el inadvertido.
Me venía a la cabeza una imagen. Te libero de una prisión. Basta con que recorras este
itinerario que te presento. Y el itinerario a seguir resulta tan embarullado, retorcido, frenado
por centenares de direcciones únicas, limitaciones, advertencias, imposiciones, giros
prohibidos, operaciones absurdas, que resulta prácticamente imposible salir de allí... O, si
uno llega a salir, es sólo para ser internado en un hospital psiquiátrico.
Qué triste es constatar que ciertos maestros confunden las exigencias del seguimiento
con la preocupación cuantitativa, el necesario sacrificio con las imposiciones más
arbitrarias, la obligada renuncia con el ahogo de las personas o de su espontaneidad, el
ser-para con la instrumentalización más vil.
«Anuncio gozoso». Pero, para ir a retirar aquella "buena noticia", esta gente te impone
una hilera burocrática extenuante. Siempre falta un documento. O un sello. O aquel dato es
inexacto. Y cuando llegas, si llegas, tienes la impresión de encontrarte entre las manos un
código y no el mensaje esperado. La triste impresión de haber sido engañado. No,
ciertamente, por Dios. El no defrauda jamás.
«Ven y sígueme». Muy simple, aunque extremadamente comprometido.
Pero estos te dicen: «Ven y lee». Y. cuando has terminado de leer el mamotreto, Cristo
ya desapareció. Su figura se ha desdibujado. Entre él y nosotros un muro de papel.
Pero Dios, quede bien claro, no tiene nada que ver con todo esto. Aun cuando alguno
indique abusivamente que él es el remitente, para hacer pasar la propia mercancía de
dudosa calidad.
Lo que viene del Señor está contenido en un sobre simplicísimo. Lo abres, lees, y... te
dan ganas de correr.
«No el que dice voluntad de Dios, voluntad de Dios...». Es difícil establecer la
proveniencia. Es arduo verificar si la cosa llega de lejos, o de una estación intermedia que
la manipula según el propio capricho.
Existe, sin embargo, un criterio bastante seguro: basta con probar qué produce la
comunicación en el destinatario.
Si ves un hombre encorvado, puedes estar seguro de que Dios nada tiene que ver con
ello.
Si, por el contrario, ves un hombre de pie. Entonces, sí, esa es la voluntad de Dios.

4. Todavía una palabra acerca de los fariseos de todos los tiempos que «asoman» y
«van a decir». Hace falta tener piedad de ellos. Es gente observante, sí, pero a quienes la
observancia de la ley no les da alegría. Su alegría es completa sólo cuando pueden
detectar o denunciar las infracciones ajenas. Confunden la colaboración con el ser espías.
Llenan su vacío no con valores sino con minucias. Preocupados por cuatro espigas
arrancadas, no dudan en demoler a una persona a golpes de lengua. Es gente así.
Pero es triste que existan personas que los escuchen, les tomen en serio, se sirvan de su
«colaboración». Cristo se comportó de muy distinta manera y se hizo cargo de la defensa
de los discípulos «culpables». Su respuesta podemos traducirla libremente así: «¡Seamos
serios!».

CONFRONTACIONES

LEY/SV SV/LEY
El observante absolutiza la ley, buscando la salvación en la observancia escrupulosa y
minuciosa de la ley, que se convierte así en un medio de autoliberación y autoafirmación,
porque el Dios justo es deudor de una recompensa a la observancia legalista y farisaica de
la norma, y así el hombre ya no queda confiado a la gracia de Dios. El ya no recibe de Dios
su liberación... Está cogido por el ansia y la preocupación... El hombre de la ley está
siempre tentado de transformar el evangelio en un código y a Jesús en un legislador... Al
sistema de observancias exteriores, Jesús opone una religión fundada en la verdad, en el
amor y en la libertad (Una comunitá legge il vangelo... o. c.).

J/SABADO SABADO/J
Algunos querrían llevar la institución del sábado no sólo al uso del hombre, sino también
a las manos y bajo la autoridad del hombre. Este no es el pensamiento de Jesús. Sabe muy
bien que, para los judíos, el sábado es de institución divina. Y él no lo niega. Pero recuerda
que Dios ha establecido el sábado, no como una especie de absoluto, que tiene el propio
fin en sí mismo, sino de hecho, para el bien del hombre. Luego coloca la cosa en el sentido
de su finalidad. En cuanto a tocar el mismo sábado, o incluso dominarlo, esto pertenece
exclusivamente a la autoridad de quien lo ha fundado. Esta es la razón de por qué, cuando
Jesús reivindica la soberanía del hijo del hombre sobre el sábado, está hablando de sí
mismo, no de un hombre cualquiera (T. R. Bernard, Le mystère de Jésus, Mulhouse 1959).

.................
1) "Si pasas por entre las mieses de tu prójimo, podrás arrancar espigas con tu mano, pero no meterás la hoz
en la mies de tu prójimo" (Dt 23. 26). Lo que es incluso lógico...
2) En lo que se refiere a las «equivocaciones» de Mc. resultan más bien evidentes. Leyendo el episodio en I
Sam 21, 2-7, se cae en la cuenta de que el sacerdote no era Abiatar sino Ajimélek. Y el rey no entró "en la
casa de Dios", o sea en la tienda donde se custodiaba el arca, sino que más bien ha sido el sacerdote el
que ha salido fuera a ofrecerles los panes sagrados de la proposición, o sea, los doce panes frescos que,
en dos montones, se ponían cada sábado sobre la mesa en la presencia de Dios (por eso se llamaba «de la
proposición»). A Mc le interesa más, como hace notar san Jerónimo, el sentido de la Escritura, que los
detalles. Por otra parte, se puede explicar el «vacío de memoria» teniendo presente que Abiatar era más
conocido por su padre Ajimélek y su nombre se asociaba comúnmente a las vicisitudes de David. Y hay que
subrayar que en este episodio entra por primera vez el término «pan», que tiene un puesto relevante en el
evangelio de Mc: lo nombrará más de veinte veces. «Los que le acompañaban» pretende subrayar la ligazón
entre los compañeros de David y «los que están» con Cristo, o sea los discípulos. Y esta alusión puede
servir como argumento en las polémicas sobre la observancia del sábado que implicaba a las comunidades
primitivas. Los que están con Cristo están dispensados de la ley antigua. El concepto es siempre válido: el
que está con Cristo se mueve en un espacio de libertad. No está contra la ley. Pero no se deja aprisionar por
el legalismo.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 133-142)

12 - EL HOMBRE CURADO EN DÍA DE SÁBADO


Mc/03/01-06 Mt/12/09-14 Lc/06/06-11 Lc/14/01-06
MILAGRO/MANO-SECA

En la iglesia Dios no está para escuchar


SABADO/FANATISMO: Y todavía otra polémica sobre el sábado. En los relatos
precedentes, Mc ha alternado regularmente los exteriores con los interiores, las escenas al
aire libre con las que se desarrollan en casa. Aquí estamos en una sinagoga. El ambiente
puede ser el de Cafarnaún, y así volvemos al inicio de la misión de Jesús.

«Había allí un hombre que tenía la mano paralizada» (v. 1). Algunos sostienen que se
trata de un «agente provocador». Es más verosímil la interpretación del Evangelio de los
Hebreos -una obra bastante difundida en los ambientes judeo-cristianos- que pone en labios
de aquel hombre esta invocación: "Era albañil y ganaba para vivir con el trabajo de mis
manos, te ruego, Jesús, que me devuelvas la salud, para que no tenga que pasar la
vergüenza de mendigar un poco de pan".
Pero hay gente al acecho, «a ver si le curaba en sábado para poder acusarle» (v.
2)Estaba prevista la posibilidad de ayudar a un enfermo en sábado pero sólo cuando su
vida estuviese en peligro y ése no era el caso. Este hombre podía esperar aún un día, hace
tiempo que espera, quizás desde la infancia...
Pero Jesús tiene prisa. En esta última controversia, él se manifiesta más agresivo. Quiere
plantear enseguida, abiertamente, la cuestión de principio que le interesa: la caridad por
una parte, la exageración legalista por otra; la preocupación por el hombre, y la
preocupación por la observancia del código; la vida y el rito. Una vez más los enemigos no
hablan, pero, como dice Lc (6, 8), «Jesús conocía sus pensamientos».
Tengamos presente el ambiente religioso en el que se desarrolla la escena. En la iglesia
Dios, más que de escuchar, se interesa por leer «dentro». Se diría que no le interesan las
palabras, sino la trama de los pensamientos y de las intenciones de las «personas
piadosas».

El hombre resucitado de los libros «Levántate ahí en medio» (v. 3).


El verbo empleado (égheire) significa, literalmente, «despiértate», «levántate», y era la
expresión usada por la iglesia primitiva en el sentido de «resurrección».
Cristo hace surgir al hombre. Lo resucita de los textos sagrados. Le hace salir de los libros
en los que se habla de él, se decide a su favor. Y lo coloca en medio de la sinagoga.
Le sustrae a la escuela y a sus doctas disputas, para ponerlo en medio, en carne y hueso.
Ahora, podemos discutir.
Sólo cuando el hombre está en el centro, es posible razonar.
Las personas religiosas tienen que hacer sus cuentas con él, con su presencia
inquietante. En el centro.
De un hombre colocado en las líneas de los códices se puede hacer todo lo que se
quiera, se le puede manejar con desenvoltura.
Pero un hombre «resucitado», sacado fuera de las frases hechas, de las
sistematizaciones abstractas, de las definiciones fáciles, se hace embarazoso, exige un
lugar no sólo en la inteligencia, sino en el corazón de los «expertos», les obliga a salir de
las discusiones de escuela para comprometerse en el terreno de la vida.
«¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?»
(v. 4).
Cristo, con el hombre en el centro, pasa por encima del terreno de la casuística religiosa,
de la lista de los trabajos prohibidos, para ponerse en el plano de los valores. La pregunta
que plantea exige una posición neta, haciendo imposible cualquier solución de compromiso.

«Existe una sola alternativa: no hacer el bien significa hacer el mal. No salvar una vida
significa matarla. Cuando se debe hacer el bien no existe una zona neutral en la que no se
hace ni el bien ni el mal; ninguna escapatoria, ningún derecho a un legalismo cuya
observancia formal permita evitar hacer el bien, esto es, hacer el mal» (E. Schweizer). Con
otras palabras: no amar significa ya hacer el mal.
«Así Cristo ha expresado, con la mayor claridad, la incondicionada precedencia de lo que
es moral sobre lo que es ritual, como el precepto del sábado» (J. Schmid).

«Pero ellos callaban» (v. 5). No es el silencio de quien reconoce la propia derrota, sino el
silencio de la obstinación, de la incapacidad para salir de los propios esquemas.
Aquella gente estaba acostumbrada a hablar del hombre (y a veces incluso a su costa),
pero se muestra inexplicablemente embarazada cuando se encuentra en presencia de un
hombre, o sea del interesado, y de «el hijo del hombre», solidario con él. Cuando el hombre
cesa de ser objeto de disputas académicas y de declaraciones abstractas, para convertirse
en sujeto, presencia partícipe, no destinatario de respuestas sino portador de preguntas,
entonces los «expertos» pierden la palabra.

«Entonces mirándoles con indignación apenado por la dureza de sus corazones...» (v. 5).
A la mirada cargada de malicia de los adversarios que lo expían, Jesús contrapone su
propia mirada llena de indignación.
Mc registra, aquí como en otras partes, estas miradas de Jesús. Los otros evangelistas
se manifiestan más controlados cuando se trata de atribuir a Jesús ciertas emociones. Mc,
no. No tiene estas preocupaciones. Y subraya la indignación, la tristeza, la ira, la
compasión. J/IRA IRA/J Dice Taylor: «la ira, que de suyo no comporta elementos de rencor
personal, puede muy bien sentirse ante gente cuya fidelidad a la ley va del brazo con la
ceguera de los valores morales».
Ira, y al mismo tiempo desconsuelo, frente a la obstinación, a la insensibilidad, y a la
torpeza de entendimiento de los adversarios, que se ponen en contra de él y en contra del
hombre. Indignación por una inhumanidad enmascarada de exigencias religiosas.
«¡Extiende la mano!». «El la extendió, y quedó restablecida su mano» (v. 5).

Sábado se deriva de un verbo que se usa frecuentemente en el sentido de «cesar»,


«interrumpir» y, por tanto, «reposar».
Dios «cesó el día séptimo de toda la tarea que había hecho» (Gén 2, 2). Se podría decir:
hizo sábado.
Cristo precisa que el descanso sabático de Dios no interrumpe toda actividad. En la tarea
en favor de su criatura, Dios no se concede descanso: «Mi Padre trabaja siempre, y yo
también trabajo» (/Jn/05/17). «Hacer el bien» al hombre es el modo elegido por Dios para
festejar el sábado.
Podremos decir que «hacer el bien» es el trabajo obligatorio en los días de fiesta.
Y Cristo se convierte en el «sábado de Dios».

Aquellos que no puede curar


Cristo cura al hombre de la mano paralizada. Querría también curar a otros, aquejados de
un mal aún más grave: la dureza del corazón (1). Pero no puede. Además porque aquéllos
ya «salieron» (v. 6).
Tienen una reunión importante. Una decisión que tomar: hacer desaparecer a aquél que
se permite el lujo de hacer el bien fuera de los tiempos y de los modos establecidos. Se
confabulan con los herodianos, tenidos por incrédulos. Una alianza con connotaciones
increíbles, la de los fariseos y herodianos, que no tienen nada en común.
Llegan a un acuerdo fácilmente.
Entre individuos incapaces de trabajar por algo es fácil encontrar un espacio de
entendimiento cuando se trata de ponerse contra alguien. Cierta gente logra ir de acuerdo
sólo contra otros.
Entonces jefes religiosos y personajes influyentes encuentran inmediatamente las
modalidades para un compromiso, saltando por encima de todas las divisiones de principio.
«Es característica la habilidad totalmente mundana de la gente religiosa, cuando se para a
discutir con personas que no tienen el más mínimo interés religioso» (G. Dehn).
«La decisión de matar a Jesús por parte de los responsables religiosos, fariseos, y
políticos, herodianos, obedece a la lógica de un sistema que busca autoconservarse» (R.
Fabris).
Alguno objeta que la decisión de "eliminar" (v. 6) a Jesús es un poco prematura. Sin
embargo, también en este caso Mc tiene razón. La decisión se toma enseguida, apenas se
perfila la amenaza. Cierto tipo de gente es muy hábil para husmear de qué parte viene el
peligro y de qué parte puede venir la ayuda para eliminar al intruso. El tiempo siguiente se
empleará para recoger los argumentos, las pruebas que justifiquen esa sentencia.
Cristo es un «prejuzgado». Fue condenado, inmediatamente, en el corazón de sus
enemigos. El proceso será una simple repetición, una representación hacia afuera de lo
que fue «decidido» dentro, desde el primer momento.
La primera sección del evangelio de Mc que presenta a Jesús que «sale» a Galilea, se
cierra con sus enemigos que «salen» para confabularse y ver cómo eliminarlo. Y he aquí la
primera nota: los hombres se le oponen. «Ofrecen resistencia a la novedad... Los hombres
parecen rechazar a un Dios que les ama y los libera. Parecen preferir un Dios que los
domine» (B. Maggioni).
En el evangelio de Mc hay todavía una serie de cinco controversias (en los capítulos 11 y
12), ya no en Galilea, sino en Jerusalén, la semana anterior a la muerte.
Pero desde este momento la ruptura parece insalvable y se proyecta ya la sombra de la
cruz. Un Dios que no está en su sitio, en su puesto de legislador inflexible, que le ha sido
asignado por los hombres, en los confines sagrados en los que ha sido colocado, un Dios
que no está a favor de un orden rígido, es un Dios que hay que quitar de en medio, echarlo
fuera de la humanidad.
Un Dios que está a favor del hombre, un Dios-para-nosotros, es un Dios que se pone
fuera-de-la-ley.
Es necesario impedirle a toda costa que haga daño, esto es, que nos cure.
Ortodoxia, esta es la posición justa
Se cierra el capítulo de las controversias en Galilea.
Es necesario estar atentos para no minimizar la importancia de estas discusiones. Lo
hemos dicho ya, no se trata de simples debates doctrinales, disputas sobre cuestiones
rituales y cavilaciones jurídicas. Hay, debajo, algo más.
Dos comentaristas recientes han particularizado el debate de fondo. «Jesús no responde
nunca directamente a las preguntas precisas de los adversarios (2, 16.18.24), sino al
interrogante fundamental que estas preguntas presuponen: "¿Tú quién eres?"» (J.
Radermakers). J/D:Y R. Fabris lo precisa todavía mejor: «La pretensión de Jesús de ocupar
el puesto de Dios en el perdón de los pecados, su toma de posiciones frente a las
estratificaciones socio-religiosas, frente a la práctica del ayuno y a la institución del sábado,
todo esto es intolerable para los guardianes de la ortodoxia y de la tradición, porque no
propone como alternativa una reforma a discutir, sino a sí mismo».
Los adversarios son así desplazados respecto a su terreno preferido, quisieran discutir
contraponiendo un argumento a otro argumento, una teoría a otra teoría, una interpretación
a otra interpretación. Jesús, por el contrario, más que contraponer razones, contrapone su
persona, sus gestos, sus preferencias. La ortodoxia tropieza con una persona, no con una
doctrina.
Pensándolo bien, estas controversias plantean la pregunta de fondo del evangelio de Mc
«¿quién es, Jesús?» y las polémicas que se desarrollan, arriban no a una solución de
"casos", sino a un autorrevelación de Cristo. El es el médico que cura, perdona, se sienta a
la mesa con los pecadores. El es el esposo que inaugura el tiempo del gozo. El es quien
libera al hombre de la obsesión de las observancias exteriores, de la esclavitud del
legalismo para hacerlo mover en el espacio de la vida, del amor. de la libertad, del don.
Como hemos ya subrayado, la identidad de Jesús se desvela aquí, en su
ser-para-el-hombre. Esto abre el camino a otro elemento intolerable para los adversarios,
obligados a tomar posiciones, no en el campo de las ideas abstractas, sino en el campo de
los valores.
Discutir con Jesús significa renunciar a las citas doctas, a los casos ya contemplados en
los libros, y aceptar dejarse interpelar por una presencia, más aún, por dos presencias.
No se trata de tener razón. Sino de declararse en favor o en contra de alguien. La
ortodoxia no es sólo tener las ideas justas. Sino tomar la posición justa.
Una persona religiosa está en su puesto cuando sale a descubierto y se compromete.

CONFRONTACIONES

No se puede encerrar la vida en la ley:


Los rabinos han contado 365 prohibiciones y 278 mandamientos: ellos han pretendido
cerrar toda la vida de los hombres en la red de los mandamiento divinos. Pero precisamente
con esto habían logrado quitar la verdadera seriedad en las relaciones entre el hombre y
Dios. Cuando todo está regulado y cerrado en prescripciones, entonces, en mis relaciones
con Dios, estoy dispensado precisamente de la cosa más importante, esto es, de mi
decisión personal; y si esta única relación, que o es profundamente viva o no es nada, se
mecaniza, entonces se hace impersonal y se sale de la esfera de la fe. Además es
absolutamente imposible encerrar toda la vida en la ley... (G. Dehn, o. c.).

El corazón endurecido no sabe leer la práctica de Jesús


El relato puede leerse de dos maneras. La primera: «hizo un trabajo en día de sábado».
La segunda, la que debería sustituir a la precedente: «ha salvado una vida en día de
sábado». Sin embargo, los acusadores no han logrado llegar a esta lectura, a causa,
explica el relato, de la "dureza de sus corazones". Aquí el corazón indica el lugar de las
decisiones, donde se hace la elección de los lectores, de los actores, en su relación a la
práctica de Jesús, actor principal. El corazón endurecido no sabe leer la práctica de Jesús,
su narración. (F. Belo, o. c.).

Una obediencia que no pase factura de los servicios personales


Una rigurosa santificación del sábado era, en tiempos de Jesús, el distintivo de aquella
parte del pueblo de Israel que seguía la tendencia farisaica. No se trataba, en absoluto, de
hipocresía. Cierto, se discutía también acerca de las trampas legales; por ejemplo, si un día
de sábado, en el que no era lícito llevar cargas, se consentía llevar atrás un pañuelo o era
mejor atárselo en torno a un brazo, porque así, en vez de ser un objeto transportado, se
convertía en una pieza del vestuario. Pero incluso esto era sólo expresión de la seriedad
con que se intentaba realizar una obediencia radical. OBEDIENCIA/LEY
LEY/OBEDIENCIA Había también israelitas dispuestos a dejarse hacer pedazos, sin
defenderse, para no violar el precepto del sábado con los esfuerzos de la defensa, y
disminuir así el honor de Dios (I Mac 2, 36-38). Si Jesús transgredió con bastante
frecuencia el precepto del sábado con su predicación o con su conducta (hecho histórico,
sin ninguna duda), no es porque pensase que se podía también servir a Dios a menos
precio, sino al contrario: toda obediencia que se atiene sólo a la letra de la ley no es
todavía para él una obediencia plena. En efecto, es posible observar literalmente una ley
sin poner en ello el corazón, es más, permitiendo al corazón desear lo contrario y
preocuparse sólo de ver hasta dónde la ley se lo permite...
...Desde otro punto de vista, la obediencia legalista lleva al cálculo, intercambia las
propias obras por el don de Dios...
...Jesús, en vez de hacer aumentar aún más el número de las demandas de Dios, recorre
un camino completamente distinto, con una libertad que escandaliza a sus
contemporáneos. El hombre debe dejar que Dios le dé todo sin cálculo alguno y debe abrir
el corazón a esa alegría. Un corazón abierto así servirá a Dios con el mismo gozo que un
muchacho que ya no mira a hurtadillas la recompensa o que tiene miedo al castigo, sino
que vive en el amor hacia sus padres.
...Una obediencia que no factura sus servicios personales a Dios, exige una potencia de
amor que supere con mucho la observancia de una ley. Y. sin embargo, permanece
siempre obediencia en la libertad, en la cual participa también el corazón. A una tal
obediencia llama Jesús con su palabra y con su conducta (·Schweizer-E, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 143-150)
.....................
1) COR/INTELIGENCIA: Advirtamos que corazón, según el lenguaje semita, no es la sede de la
misericordia (la sede son las «vísceras»), sino de la inteligencia. Dureza de corazón puede significar:
incomprensión.
.................................................................
.

JESÚS Y LA MULTITUD
Mc/03/07-12 Mt/12/15-21 Lc/06/17-19

Ocultamiento y revelación
Estamos en la segunda etapa del ministerio de Jesús en Galilea (3, 7-6, 6). Los lugares
son varios: mar, montaña, casa.
La actividad se desarrolla a lo largo de las dos directrices acostumbradas: palabras (en
particular las parábolas del reino, 4, 1-34) y gestos de poder (curaciones, exorcismos,
tempestad calmada, endemoniado de Gerasa, hemorroísa, hija de Jairo). Así como en la
primera etapa estaba la llamada de los primeros discípulos, aquí está la elección de los
doce (3, 13-19).
En las disputas con los adversarios, se inserta la discusión con los familiares
«preocupados por el buen nombre de la familia» (R. Fabris).
Y también esta etapa se concluye con el drama: Cristo rechazado por los suyos.
Mc presenta el acostumbrado triángulo, compuesto así:
-Jesús,
-los que están con él (discípulos, apóstoles),
-los otros (la gente, los adversarios, los parientes, los demonios).

La sección viene precedida de un sumario bastante amplio acerca de la actividad de


Jesús y de las multitudes que acuden a él.
Aparece por vez primera y única el verbo "retirarse" (v. 7), anêchôresei, que difícilmente
se pone para indicar una huida.
La gente que cuenta se separa de Jesús, y él se pone en contacto con la multitud. Se
verifica, en proporciones mucho más amplias, el fenómeno descrito por Pedro: «todos te
buscan» (Mc 1, 37). La centralización de la figura de Cristo, que se convierte en polo de
atracción, hace caer las fronteras: la gente llega de todos los puntos cardinales, sur, este,
norte, noroeste (al oeste, Palestina limita con el Mediterráneo). Se señalan regiones,
incluso paganas, que serán tocadas por el ministerio de Jesús. Falta Samaria.
Es una multitud atraída por su fama de taumaturgo. Busca un contacto físico, lleva
consigo deseos excesivamente humanos aún. Jesús se defiende de ellos. Quiere que los
discípulos tengan preparada una barca para sustraerse a los apretujones de la gente.
Aquella barca que sus amigos un día abandonaran, ahora les es útil. Dentro de poco
servirá para comunicarse con la multitud apiñada en la orilla. Finalmente están también los
demonios que lo reconocen, no tienen duda sobre su identidad: "Hijo de Dios". Jesús les
ordena no revelarlo, una vez más no quiere el testimonio de estos teólogos, incluso
excesivamente informados.
Cristo desea ser reconocido a través de un itinerario de fe, no a través de revelaciones
espectaculares y ambiguas. Sólo el que lo siga hasta el final descubrirá su identidad.
Si queremos, también este sumario está articulado en fuertes contrastes. Jesús «se
retira», pero atrae a las multitudes. Las acoge, pero se defiende de ellas (la barca es el
elemento que le permite ahora, como dentro de poco, distanciarse de la multitud). Es
«proclamado», pero impone silencio. Ocultamiento y revelación.
Es la paradoja que aparece en Jesús.
Una paradoja que obliga, a quien le siga, a tener «oídos para oir» y «ojos para ver».
«El reino de Dios se nos ha acercado; ¿quién se acerca al reino»? (Radermakers).
Más que acercarse, es necesario «echarse encima» (v. 10) de Jesús. Con todos
nuestros males.
Con la desesperación de la esperanza.
El Dios que se revela escondiéndose, es el Dios que nos pone al descubierto, desvela lo
que nosotros tenemos escondido. El Dios que se deja alcanzar para escapar, es el Dios
que gusta ver a gente que no se cansa de buscarlo.
Se deja tocar. No entretener.
El que, reconocido, exige silencio, es alguien que reserva aún sorpresas. «Has de ver
cosas mayores» (Jn 1, 50).
Primero está la estación del estupor, el tiempo de la maravilla. Después llegará la hora de
hablar.
Pero será sólo la fe la que tome la palabra.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 153-155)

13 - LA LLAMADA DE LOS DOCE:


JESÚS FORMA UN NUEVO PUEBLO:
Mc/03/13-19 Mt/10/01-04 Lc/06/12-16

Un foco de contagio
Es necesario tener presente la colocación de los varios grupos humanos que Mc presenta
en torno a la figura de Jesús: los discípulos, la multitud, los jefes del pueblo hebreo
(fariseos, herodianos, sumos sacerdotes, ancianos, escribas sobre todo). Se podría incluso
sostener -como hace E. Trocmé- que en los trece primeros capítulos de Mc toda la actividad
de Jesús se resume en la tentativa de "librar al pueblo de la influencia de sus malos
pastores y darles nuevos jefes, en la persona de los discípulos que él forma para este fin".

De la multitud a los discípulos. De los discípulos a los doce, un núcleo de íntimos


asociados más directamente a la misión de Jesús. Mc demuestra un interés particular por
esta elección. Con frecuencia usará la palabra «los doce» (oi dòdeka), sin añadir la palabra
apóstoles (1). APOSTOL/ELECCION
Separándonos de otras versiones, hemos traducido literalmente el verbo usado (v. 14 y
16) por «hizo», en vez de "instituyó") o "constituyó", que exigirían un contexto jurídico. Jesús
«hizo» a los doce. La expresión recuerda, en cierto sentido, la idea de creación. Es una
fórmula semita que en el antiguo testamento sirve para indicar la consagración de los
sacerdotes y en los Hech se refiere a Cristo: "Dios ha constituido (literalmente: hecho) Señor
y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hech 2, 36).

«Subió después al monte» (v. 13). Y dan ganas de ir a buscar en el mapa el nombre de
esta montaña que Mc ha olvidado nombrar. Tanto más cuanto que sabemos qué mar era
aquel. Búsqueda inútil. Como de costumbre, estamos en la geografía "teológica". El monte
como lugar apartado, apto para la revelación de Dios, expresión de la cercanía con Dios.
Puede ser cualquier altura comprendida entre la zona llena de colinas al norte del lago.
Pero el «lugar apartado» no comporta necesariamente la separación de la gente. La
multitud está presente sin duda. Y. precisamente, por la multitud Cristo llama a los doce.
Muy oportunamente C. Martini, reconstruyendo el escenario, pone de relieve, ante todo, la
"convergencia del hombre hacia la persona de Jesús que habla". Y subraya, fuertemente, el
carácter de elección eclesial. «De la masa de personas que le siguen, Jesús, dominándola,
llama misteriosa y solemnemente a algunos... Mc nos presenta claramente una elección
solemne, en la que Jesús, sin separarse de la multitud, aunque distanciándose de ella de
algún modo, como para proveerla mejor, abrazándola, con una mirada, llama a los doce. No
elige a los suyos en la soledad; los elige en plena actividad en medio de la gente que busca
ayuda en él.

"Llama a los que él quería; y vinieron donde él" (v. 13): ¡tres tiempos distintos (presente
histórico, imperfecto, aorisco) en un solo versículo! (2).
Es necesario pararse sobre todo en el verbo «quería» (éthelen): el tiempo usado, el
imperfecto "sugiere la idea de que la elección no se hace en aquel momento, si bien
entonces se manifestó, sino que fue fruto de una larga meditación" (G. Nolli). No olvidemos
que Lc (6, 12) pone la elección después de una noche pasada en oración.
Pero hay más. Como hace observar todavía C. Martini, el verbo usado no habla tanto de
"aquellos que le gustaban" o «aquellos que le vinieron a la cabeza», sino, con referencia al
verbo hebreo correspondiente, «aquellos que él tenía en el corazón» (3). Jesús, pues,
llama a los que quiere, en el sentido de aquellos que tiene en el corazón, que ha amado
con predilección. «No existe cualidad alguna, belleza o atractivo alguno por parte de quien
es llamado, sino que es él el que los tiene en el corazón y los elige. Este amor suyo es el
móvil de sus acciones».
Es necesario subrayar todavía una vez más el carácter de la llamada como libre iniciativa
de Dios, bajo el signo de la más absoluta gratuidad.
«Y ellos vinieron donde él». La respuesta se expresa una vez más con un verbo que
indica movimiento (como, en la llamada de los discípulos: «le siguieron»). «Es interesante
advertir que aquí Mc no ha usado un verbo que indique una postura interior, por ejemplo:
"le obedecieron", sino que usa "se movieron", dejaron su puesto y vinieron allá donde él
estaba. En toda la descripción advertimos este aspecto de concreción: "no se habla
únicamente de una decisión interna, sino precisamente de ponerse en la situación en la que
se halla Jesús" (C. Martini). Los apóstoles no van hacia un lugar, sino junto a una persona.
El «cambio de puesto», en este caso, crea una intimidad.
Mc insiste especialmente acerca de la intención de la llamada: Cristo quiere a algunos
para asociarlos estrechamente a su vida, a su destino («estarían con él»), a su misión
(«para enviarles a predicar» -literalmente a «proclamar», o sea a evangelizar-), a su poder
(«con el poder de echar los demonios», esto es, de liberar la tierra de las potencias del
mal).
Comunión de vida y participación en su misión. VOCA/MISION:
Lo que es fundamental es la vinculación a la persona de Jesús.
Ahora comprendemos el porqué del abandono, de la separación, que comporta la
llamada. Es necesario «soltarse» de algo para poder vincularse a alguien.
«Están con él porque deben dar testimonio de él. No están con él porque deban ser
instruidos y después enviados a repetir, sino para que le conozcan íntimamente en una
comunión de vida y después le testimonien» (C. Martini). Se trata, sobre todo, de
identificarse con su estilo de vida, con su modo de obrar, para «repetirlo» existencialmente
de la misma manera.
Como para la llamada, también para la "proclamación", estamos frente, no a una elección
del individuo, sino a una decisión gratuita de Cristo. Y la predicación es una predicación
que se efectúa con poder.
El número doce no es casual: contiene una referencia a las doce tribus que constituía el
pueblo de la antigua alianza.
Jesús, con los doce, realiza el proyecto de la creación de un pueblo suyo. Tenemos así
el núcleo del nuevo pueblo de Dios.
«La elección de los doce muestra probablemente la intención de Jesús de preparar el
nuevo pueblo de Dios, el Israel de los últimos tiempos, pero pone también en evidencia que
Jesús, a diferencia de los fariseos y de la comunidad de Qumran, no quiere crear un grupo
aparte, sino que llama a todo Israel. Añadiendo el inciso sobre la misión, Mc subraya en la
perspectiva de su tiempo lo que Jesús expresaba con la elección: el nuevo Israel no se
realiza simplemente en el grupo de los discípulos, como si pudiese contentarse con un
grupo cristiano; ellos no son otra cosa que mensajeros que llaman a todos los demás» (E.
Schweizer).
Así pues, nada de grupo elitista, que es protegido en un parque nacional religioso, sino
foco de contagio, fuerza de transformación que se desplegará a campo abierto.
Gente "sacada" de la multitud, pero para ser restituida a los otros como portadora de un
mensaje.

El nombre nuevo
La lista de los doce fijada por Mc concuerda, en cuanto a los nombres, con la de los otros
sinópticos y de los Hech (1, 13). Sólo que en lugar de Tadeo, Lc y los Hech ponen a un
Judas, hijo de Santiago.
Es importante el orden. Pedro es el primero, y, después de él, no viene su hermano
Andrés, como podíamos esperar, sino la otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, hijos
del Zebedeo. Mc pone seguidos inmediatamente los tres que serán testigos privilegiados de
la resurrección de la hija de Jairo, de la transfiguración de Jesús, y de la agonía de
Getsemaní. Una prioridad, que quizás pretende indicar los tres que se han aproximado más
al misterio de la persona de Cristo.
La figura de Andrés, inicialmente en primer plano, va lentamente desenfocándose.
También es significativo el cambio de nombre. Para indicar una nueva personalidad, en
relación a una tarea especial. Simón se convertirá, en realidad, en Pedro (4), roca, sólo
después de la resurrección. No es "roca" por su carácter. Aquí tenemos una anticipación de
lo que será a través del don del Espíritu.
Sólo entonces, con su testimonio de fe y su predicación, esta piedra servirá para edificar
la comunidad.
PEDRO/ROCA: Nota agudamente Dehn: «Para este hombre voluble y típicamente
sanguíneo, el sobrenombre Cefas es como un milagro de promesa, un signo del poder de
Dios en la debilidad. Por sí mismo, Pedro no ha sido jamás una piedra, y si se ha convertido
en tal, ha sido únicamente por el don de la gracia divina. Al margen de la fe, este nombre no
hubiera sido nunca una realidad para él".
El sobrenombre Boanèrges dado a Santiago y Juan ha hecho y hará discutir aún durante
mucho tiempo. Probablemente, ni siquiera Mc en su tiempo, sabía algo preciso acerca de
su significado. «Hijos del trueno», o del ruido, del huracán. Probablemente tampoco aquí se
refiere al carácter de los dos. Quizás tengamos un anticipo de lo que será su destino. Se
expresa la idea de la tormenta, de la tempestad, o sea de la lucha, de la persecución, del
martirio. Se convertirán en compañeros de Cristo «en el huracán», en su bautismo de
muerte. Una profecía, en este caso, que no atañe solamente a ellos. La tempestad es el
elemento natural de todos los seguidores de Cristo.

Judas, uno de los doce


Una particularidad que impresiona en esta lista es la diversidad de los llamados, la
heterogeneidad de esta comunidad: junto a un empleado del fisco vinculado a los romanos
(bien que a través de Herodes) -Mateo- tenemos a un partisano, Simón, miembro del
movimiento anti-romano de los Zelotas que propugnaban la liberación de Palestina incluso
a través de la lucha armada (5). Luego un colaboracionista junto a un guerrillero.
Y es sorprendente la apostilla de Judas-Iscariote, "el mismo que le entregó" (v. 19). Un
detalle que se subraya en todos los evangelios, y que dice en favor de su honestidad y
fidelidad histórica (una historia construida con intenciones apologéticas habría omitido esta
vergüenza de familia, los trapos sucios se lavan en casa, como dicen quienes no intentan
lavarlos nunca, sino simplemente esconderlos...).
No. Los apóstoles cargan también con «el mismo que le entregó». No se avergüenzan de
verse recordados con esa compañía. Es un «recuerdo» constante de la falta de motivación,
desde un punto de vista humano, de la llamada de Jesús. El recuerdo de aquello que podía
ser también suyo. Los motivos de la elección no hay que buscarlos en las virtudes de los
apóstoles, sino únicamente en la gratuidad del amor de Dios. Libertad de Dios, o sea, es
inútil pedir explicaciones.
No son los doce más Judas. Son los doce. Y Judas es uno de ellos. Y también él es
llamado como los otros. No para ser traidor. Llegará a serlo después, porque con la libertad
que Cristo le ha dejado decidirá «inventar» la traición.
Judas, o sea no una parte asignada ya previamente. Sino una posibilidad. Un modo de
responder (mejor, de no responder) al amor.
Judas, uno como yo.
Pero volvamos a la comunidad heterogénea de que hablábamos: diversidad de
temperamentos, de condiciones sociales, de mentalidad, de oficio, de estado (al menos
uno, Pedro, estaba ciertamente casado).
Total que resulta evidente que no tenemos una comunidad de perfectos, de héroes, de
santos, de puros. Son hombres escogidos allí donde están y tal como están. Y «llamados»
para ser recibidos por otro.
Provienen de experiencias diversas, pero que no impiden participar en la experiencia
decisiva de su vida.

PROVOCACIONES

1. Bruno Maggioni comenta el episodio en términos de «elección- separación» .


DISCIPULO/QUIEN-ES CR/QUIEN-ES:
Pero esta elección no se resuelve en la creación de una categoría de privilegiados, sino
que está hecha con vistas a un servicio que hay que prestar a todos. Si puede hablarse de
privilegio, es sólo el privilegio de ponerse a disposición de los demás.
Así también la separación no se entiende como un sentirse extraño en el mundo, un
rechazar la solidaridad. Existe, es verdad, una diferenciación, una especificidad del apóstol,
incluso una oposición suya a las modas y a los conformismos de turno. El discípulo de
Cristo no puede diluirse en la insignificancia (pérdida de significado, y pérdida de valores),
sino que debe ser espina, conciencia crítica, voz disonante en el coro general. Pero en
vista de una comunión, de una participación más profunda.
El apóstol esta tomado de para ser dado a. Es «sacado» para ser «restituido».
Su necesaria diversidad se convierte en elemento de unificación.
Discípulo no es uno que va a esconderse. Es uno que, como el Maestro, se hace
encontrar.
Todos le perdonarán que se haya alejado.
Pero lo que no podrán jamás perdonarle es el no reconocerlo más.
Hay una diferencia enorme entre un extraño y uno que llega de lejos...

2. Y he aquí a los comentaristas, dispuestos a distinguir los dos momentos: «estar con
él» y «mandarles a predicar». O sea, la formación y la misión, la contemplación y la
actividad, la escucha y la palabra.
Me parece que el «estar con él» comprende también el otro momento. Los dos momentos
no se colocan en una sucesión cronológica y no son dos dimensiones opuestas, sino que
se hacen complementarios y casi se confunden.
No es necesario, en efecto, olvidar que es «él». Es el enviado del Padre. Es uno que ha
sido enviado. La encarnación no es una visión, es un itinerario. No es una imagen estática,
sino una realidad dinámica. Cristo está siempre en movimiento, y pone todo en movimiento.
Incluso en la cruz Cristo no está quieto: «cuando sea levantado, atraeré todo...».
Por esto, «estar con él» significa estar en camino con Cristo, orar, curar, proclamar,
vencer el mal junto con él. En suma, hacer su mismo camino. Participar en su aventura.
Estar con él significa estar con aquél que es «enviado», y nos hace ser «enviados» a su
vez.
Es difícil establecer cuándo acaba el momento de la escucha y comienza el de la palabra;
cuándo termina la contemplación y empieza la lucha.
Existe un «estar» que es, al mismo tiempo, quedarse y marchar, ser y hacer.
En el límite, se puede decir que uno camina incluso cuando está parado, trabaja, cuando
está imposibilitado, habla también cuando calla. Todo depende del «estar con él», del no
perder el contacto.
Es difícil determinar qué significa «estar con él». Sólo sé una cosa con certeza: que
nunca se está parado.

3. «...El mismo que lo entregó más tarde». Mucho cuidado con quitar de la lista el nombre
del traidor. JUDAS/CR
Debe estar en ella, absolutamente.
No se encuentra allí alguna indicación que me dé pie para ver, aunque sea de soslayo,
quién es en el grupo el traidor. Y sentirme satisfecho.
Aquel nombre puede ser mi segundo nombre. Yo puedo ser fiel o infiel. Traidor no es sólo
aquel que «sale». Puede serlo también el que está dentro. Estamos frente a la presencia
inquietante del «mysterium iniquitatis», el misterio del mal. Y se trata de una presencia que
puedo albergar también yo. El mal no puede confinarse dentro de los límites que separan a
los individuos. «Traspasa los limites» en el corazón de los hombres, de todos los hombres,
por tanto también del mío.
A fuerza de intentar descubrir al Judas fuera de mí, yo termino por no caer en la cuenta
del Judas que crece silenciosamente dentro de mí, inobservado, protegido, dispuesto a salir
fuera en el momento oportuno. Él pasa desapercibido, porque es habilísimo para distraer la
atención hacia aquellos otros.
El traidor más peligroso puede ser el que está dentro. Quiero decir aquél que se siente
tranquilo sólo porque queda, y se convence de la propia fidelidad observando la infidelidad
ajena...

CONFRONTACIONES

FE/OBRAS: La síntesis entre fe y obras es necesaria. La fe se encarna y se expresa en


la acción, la cual, sin embargo, halla su raíz en el encuentro personal y comunitario con el
Señor Jesús. La fe «se hace», «acontece» en las obras, como el alma en el cuerpo. Fe y
compromiso histórico constituyen una sola cosa, precisamente como el alma con el cuerpo:
«estar con Jesús» y «ser enviado» se condicionan recíprocamente, porque se actúa
creyendo y se cree actuando (Una comunità legge il vangelo... o. c.)
..................
1) Como observa C. Martini existen al menos ocho perícopas que se pueden llamar las perícopas de los doce:
3, 14-19: 4, 10 s; 6, 7 s; 9, 35-40; 10, 32-35; 11, 11 s; 4, 10 s.
2) C. Martini nota, a propósito del verbo «llamar», que se sobreentiende la idea de subordinación. Llama así
quien tiene poder sobre otro. Y cita un uso análogo del mismo verbo con el mismo matiz en el caso de Pilato
(Mc 15, 44) que, maravillado, «llama» al centurión. Pero más allá de la idea de subordinación está también
aquella explícita de preferencia.
3) «El mayor parangón lo encuentro en Mt 27, 43, que cita el Sal 22, 8. Lanzando invectivas contra Jesús en la
cruz, la multitud grita: «Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora si es que de verdad le quiere»
(eithélei), el mismo verbo de 3. 13: (éthelen)... El mismo matiz del imperfecto lo tenemos en un caso
totalmente opuesto, en el cap. 6, 19: "Herodías le aborrecía y quería quitarle la vida (éthelen); esto es,
incubaba en el corazón este deseo desde hace tiempo, con intensidad de pasión. Aquí, al revés, Jesús tenía
en el corazón a los suyos con amor apasionado (o. c., 40).
4) Del arameo Kêphâ, piedra. Simón es la forma griega de Simeón (Dios ha escuchado u oído). Según las
etimologías, pues, aquel que es escuchado por Dios se convierte en roca.
5) Según Cullmann, probablemente Pedro y con seguridad Judas serían ex-Zelotas. A propósito de Judas hay
quien hace derivar "Iscariote" no de "hombre de Kerioth" (un pueblecito de Judá) sino de «sicario», asesino,
o sea "hombre del puñal" (de sica, un puñal corto y curvo que usaban ciertos piratas).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 156-164)

14 - LA NUEVA FAMILIA DE JESÚS


Mc/03/20-35 Mt/12/24-32 Lc/11/14-23 Lc/12/10 Lc/08/19-21

Dos actitudes
La oposición y la incomprensión con relación a Jesús se concretan aún en dos posturas:
la de sus parientes y la de los escribas.
Los primeros juzgan su comportamiento en base a los esquemas del sentido común y
concluyen: "Está fuera de sí" (v. 21).
Los segundos, cerrados teológicamente, destilan un diagnóstico más sofisticado: «Está
poseído por Beelzebul» (literalmente, tiene a Beelzebul, (v. 22).
Loco o endemoniado, Jesús es juzgado "fuera" de la normalidad. Ya se trate de la
normalidad común, ya de la normalidad de la religión oficial.
Su comportamiento no encaja en ninguno de los módulos generalmente admitidos.
En esta página Mc, usando materiales heterogéneos, forma una de sus construcciones
características, sostenida por lazos sutiles pero bastante evidentes.
Veamos los cuatro bloques:
- Las preocupaciones de los parientes de Jesús (19-21);
- Acusaciones de los escribas: pacto con Satanás (22-26);
- Dichos acerca del hombre fuerte y sobre la blasfemia (27-30);
- La nueva familia de Jesús (31-35).

Es evidente la disposición entrecruzada.


A las acusaciones de los parientes, Jesús responde en último lugar. En medio, con un
procedimiento que suele llamarse «inclusión» o «incapsulamiento» (1), Mc pone la disputa
con los escribas.

Las preocupaciones de los parientes de Jesús


Los términos-clave para captar este episodio, que se une con el anterior, son: casa, fuera,
los suyos.
Paradójicamente a Jesús, que está en casa, se le considera fuera de casa. Y los suyos
que están fuera, pretenden llevárselo a casa.
En efecto, aquella no es su casa. Y se dedica a individuos que no son los «suyos», sino
que es gente que le roba el tiempo y las fuerzas y, no sólo no le dan de comer, sino que le
impiden hasta tomar un bocado. No hay, por tanto, otra explicación: «está fuera de sí» (v.
21).
Desde el momento en que no está en su contexto familiar, en el puesto que le han
señalado, ya no es él. Hay que preocuparse.
Cierto, el incidente es embarazoso. Por algo Lc y Mt lo ignoran, limitándose a la escena
final.
Advierte Taylor: «Nadie ha tenido el coraje de insinuar que se trate de una invención de la
comunidad, porque ningún narrador primitivo habría afirmado que la familia de Nazaret
consideraba a Jesús fuera de sí e iba recogerlo, si esto no correspondiera a la verdad de
los hechos».
En compensación alguno, animado por loables intenciones (¡si se trata de salvar el buen
nombre de la familia!), gracias a notables acrobacias gramaticales, descarga toda la
responsabilidad sobre la multitud. Sería ésta el objeto del diagnóstico o también -a elegir- la
autora del diagnóstico. Así pues, la gente es la que está «fuera de sí», no razona, ha
perdido el sentido de la realidad, está exaltada. O también: la gente tiene por loco a Jesús.
Y los parientes serían solamente víctimas de la propaganda.
Pero aquí Juan destruye cualquier ilusión. "Sus hermanos no creían en él" (Jn 7, 5)
De todos modos, el "está fuera de sí" no hay que entenderlo como si se tratara de una
locura de esas que cura el psiquiatra, sino como una expresión popular.
Como cuando se dice de uno «está loco», o también «ha perdido la cabeza».
«No afirman que Jesús haya perdido la razón... Pero lo consideran en un estado de
exaltación mística tal, que le hace perder el sentido real de la vida y de su condición
personal» (Loisy).
Es verdad que quedan muchas dudas: ¿de qué casa se trata, y quiénes son los «suyos»,
y qué es lo que han oído?
La casa probablemente es todavía la de Pedro. En tal caso, existiría una lucha de clan.
La verdadera familia se movería de Nazaret para arrancar a Jesús de la familia abusiva de
Cafarnaún (2).
Los «suyos» son probablemente lo s parientes cercanos, pero podía ser también el cerco
más amplio de conocidos y amigos. En el segundo caso, los familiares propiamente dichos
entrarían en acción solamente al final, después de esta primera misión fracasada.
«Se enteraron...» (v. 21). Qué es lo que han oído exactamente, no lo podemos saber.
Muchas cosas. Excesivas. Como para no tener tiempo de verificar cada una de ellas. En
estos casos se interviene para cortar el mal en la raíz, y terminar con el escándalo. La
familia tiene derecho a vivir en paz.
«Fueron a hacerse cargo de él». Con todo el respeto hacia el padre Lagrange que habla
de «violencia afectuosa», me parece que en este caso hay algo más. Como si dijeran:
ahora nos preocupamos nosotros. Pensaremos nosotros por él. Es necesario cerrar cuanto
antes este asunto. En la situación en que se encuentra, él no está en condiciones de salir
de ésta.
En su postura coexisten el interés por la persona física de Jesús (no come, no descansa,
no puede continuar así) y también un neto rechazo de su proyecto.
No reniegan de su pariente, se separan, sin embargo, de sus tomas de postura.
Jesús se convierte así en objeto de solicitud, pero no se le reconoce como sujeto de
decisiones al margen de los modelos codificados.
Por encima de todo, pues, está la preocupación del buen nombre, de la honorabilidad de
la familia, que se convierte en ídolo ante quien se sacrifican las exigencias de la persona.
Jesús debe «entrar de nuevo», más aún, hay que llevarlo a la fuerza, para cerrar lo antes
posible este desagradable capítulo.
La casa recobra una fachada de respetabilidad, cuando todos están «dentro», en el
puesto asignado.

La bajada de los escribas


«Los escribas que habían bajado de Jerusalén» (v. 22). El sanedrín, evidentemente,
tiene un servicio de informaciones eficiente. Han sido los escribas «locales», con toda
probabilidad, los que han ido con cuentos a quienes tienen obligación de saber.
La predicación de Jesús iba tomando aspectos preocupantes. Estaba fuera de la
ortodoxia, sobre esto no había duda. Pero iba acompañada de hechos excepcionales, de
prodigios innegables. Y la gente, inexperta, se dejaba pillar.
Los que bajan de Jerusalén -el bastión de la sabiduría según la ley tradicional- no gastan
mucho tiempo en dar sentencia: «Está poseído por Beelzebul», y «por el príncipe de los
demonios expulsa a los demonios». Las dos cosas no es que vayan muy de acuerdo:
endemoniado y exorcista a la vez (¡con la ayuda del jefe!). De todos modos permanece la
acusación de fondo: es un instrumento del demonio.
Un argumento de baja estopa (cuando se quiere descalificar a alguien, basta insinuar
que está de parte del enemigo, y ¡el juego está hecho!), pero con fácil enganche en el
pueblo crédulo.
BELZEBU: ¿Quién es este Beelzebul que aparece aquí? Los estudiosos se desojan
buscando las etimologías más curiosas. He aquí un muestrario: «señor de la suciedad»,
«señor del estiércol», «señor de las alturas», «señor de las moscas», «señor de la
enemistad» (o sea, enemigo), «señor de la casa».
Algunos después sostienen que Beelzebul y «príncipe de los demonios» se identifican.
Otros, por el contrario, replican que se trata de dos personajes distintos, y que Beelzebul es
un demonio menor.
Jesús no responde directamente. Se sirve de semejanzas, de parábolas bastante
misteriosas. Son imágenes alusivas más que réplicas precisas. El sentido puede ser:
Satanás no está tan desprovisto como para luchar contra sí mismo. Una casa dividida «en
sí misma» es una casa que va «contra sí misma». Si Satanás se revela contra Satanás, si
echa a sus demonios, estamos llegando al final. Se autodestruye. Pero no es así.
Al contrario, el reino de Satanás se tambalea no por disensiones internas (es inútil
hacerse ilusiones sobre este punto) sino porque ha llegado el más fuerte. Este es el punto
central de la argumentación de Jesús.
J/MAS-FUERTE: Cristo hace entender que él es el más fuerte. Con su venida, las
fuerzas del mal sufren una derrota.
«Jesús vence al maligno con el poder de la obediencia y del amor; el poder de Dios se
hace presente en la disponibilidad de quien aceptó, en el bautismo, ser el siervo que asume
el peso del mal» (B. Maggioni).
Dice muy bien H. Schlier: «Ese amor desinteresado de Cristo, dirigido a Dios y a los
hombres confiados a él, desenmascara y vence al espíritu del egoísmo y le quita el mundo
de que abusa. Este amor alcanza su plenitud en la cruz. En la cruz, esto es, con la pasión y
la muerte preparadas en el fondo por los mismos espíritus del mal, la arbitrariedad de
Satanás se abisma en el amor omnipotente a Dios, amor que soporta incluso la
arbitrariedad en sus consecuencias. Sobre la cruz es vencido incluso el espíritu de la
arbitrariedad. Sobre la cruz de Cristo el poder de los espíritus del mal se hace añicos
gracias al poder inquebrantable del amor que todo lo carga sobre sí. Que tal amor no se
haya roto con la muerte se demuestra por la resurrección de Cristo de entre los muertos,
que fue así "elevado" sobre todo principado y "potestad".
Precisamente cuando es elevado en la cruz, Cristo «tiene atado» al enemigo, lo tiene
bajo su poder y le sustrae «su presa», o sea los hombres.
Obligados a defenderse
Una vez aquí, después de haber desplazado a los adversarios llevándolos al terreno de
las parábolas, donde se ven obligados a plantearse unas preguntas, Jesús pasa al ataque
obligándoles a defenderse.
Está el dicho sobre la blasfemia «contra el Espíritu santo» (v. 29). Se afirma la
universalidad del perdón, excepto en este caso.
BLASFEMIA/ES: ¿De qué pecado se trata? Lo explica Taylor: «...Es una perversión del
espíritu que, desafiando los valores morales, elige llamar luz a las tinieblas» (y viceversa).
Según E. Schweizer, aquí son atacados no los buscadores, los perplejos, los que
avanzan a trompicones, todos éstos son bendecidos. Pero la palabra de Jesús pone en
guardia, con profunda seriedad, contra esa extrema, casi inimaginable posibilidad
demoníaca del hombre, de declarar la guerra a Dios, no en debilidad ni en duda, sino
después de haber sido vencido por el Espíritu santo, sabiendo, pues, con precisión a quién
declara la guerra». Se trata por esto de «esos anticristos duros como el acero que no
anhelan la gracia de Dios, sino que se ponen ellos mismos en su lugar».
B. Maggioni: «Es el pecado de quien rechaza la verdad con los ojos abiertos... Es el
pecado que se comete no sólo sabiendo, sino sabiendo y encubriendo, sabiendo y
justificando, es más distorsionando, para ventaja propia, la misma manifestación de Dios.
Es el pecado cometido con los ojos abiertos y, al mismo tiempo, justificado, aceptado,
racionalizado» .
R. Fabris: «El pecado contra el Espíritu es imperdonable, no porque sea más grave que
los demás, sino porque incluye en sí mismo el rechazo del perdón, excluyendo la postura de
fe y de conversión».
O sea, es el individuo que se autocondena con su rechazo, consciente, de la propuesta
de salvación.
Puede venir a la mente la imagen de un hombre que se está ahogando y aleja la cuerda
que se le ofrece (3).
Muchos comentaristas -siguiendo a Knabenbauer- sostienen que este pecado consiste
en atribuir al espíritu del mal las obras sobrenaturales del Espíritu santo.

Es difícil estar en su puesto dentro de la familia de Jesús


«Tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan...» (v. 32).
Jesús no se mueve. Como si la cosa no fuera con él.
«¿Quién es mi madre y mis hermanos?» (v. 33).
«Nadie, en este momento, está más lejos de Jesús que los que le son más cercanos por
razón de la sangre» (G. Dehn).
Ahora él ya está en otro plano, en el que no existen derechos adquiridos, sino sólo
posibilidades. «Madre y hermanos y hermanas» en esta nueva familia ya no se es por
derecho propio, sino que todos pueden hacerse.
La parentela no es un dato registrado, sino una conquista. Más que un punto de partida,
es un punto de llegada.
«Y mirando en torno...» (v. 34).
Es la acostumbrada mirada circular, característica de Mc. Esta vez es una especie de
«reconocimiento» oficial de los que forman parte de su nueva familia.
«¡Estos son mi madre!» (v. 34).
De esta nueva familia no se excluye, naturalmente, a los parientes: son la carne. Pero
tienen que "entrar" también ellos haciendo la voluntad de Dios. O sea, superando el simple
cuidado por la persona física de Jesús para llegar a compartir totalmente su proyecto y las
consiguientes tomas de postura.
¡Más que preocuparse por el buen nombre de la familia, de ahora en adelante se verán
obligados a preocuparse de no formar parte de ella! He ahí cómo Cristo cambia las
posiciones.

A Jesús se le encuentra siempre rodeado por otros. En el templo y en casa. Pero nunca
en su casa.
«...Lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros» (Lc 2, 46).
«...Estaba mucha gente sentada a su alrededor» (Mc 3, 32).
«Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos
buscando» (Lc 2, 48).
«Tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan» (Mc 3, 32).
«Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que...?» (Lc 2, 49).
«¿Quién es mi madre y mis hermanos?» (Mc 3, 33).
«Yo debía estar en las cosas de mi Padre» (Lc 2, 49).
«Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano...» (Mc 3, 35)
Ya está claro. A Jesús se le encuentra únicamente donde está el Padre.
Entre él y los «suyos» está el Padre.
Se entra a formar parte de su familia, sólo si se trabaja con él en la empresa de «hacer la
voluntad de Dios».
La obediencia al Padre se convierte así en el título que permite entrar en familia.
Si alguien lo busca por otros motivos, quedará siempre «fuera». Jesús no se moverá por
esas llamadas. Excesivamente «ocupado». En las cosas del Padre.
Sólo tiene tiempo para aquellos que no lo llaman desde fuera, sino que desean entrar
para «hacer».
Los que están mirando deben dejar el puesto a los que están decididos a «hacer».
Cristo no lleva de paseo a la propia familia a lo largo de las orillas del lago.
Las «cosas del Padre» le llevarán, sí, a un jardín. Pero será drama no poesía.
«¡Abba, Padre! ...aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero sino lo que quieres
tú» (Mc 14-36).
(Jesús no es de esos para quien resulta fácil cumplir la voluntad de Dios... ¡cuando son
los otros quienes deben cumplirla!).
«...Los encuentra dormidos» (Mc 14, 37).
Esta vez es él quien va a buscar a los suyos, y los encuentra dormidos, «fuera» de su
angustia.
Pero... En esta familia de Jesús, qué difícil es estar en su sitio.

PROVOCACIONES

1. «Está fuera de sí». En cierto sentido, tienen razón. Es el Espíritu, que una vez más, le
ha «echado fuera», lo ha «desequilibrado».
H. Cox habla de dos concepciones de la personalidad. Una concéntrica, y otra
excéntrica.
La primera se limita a ampliar y profundizar las propias posibilidades. Por lo que uno se
hace siempre más semejante a sí mismo.
La concepción excéntrica no se entiende en el sentido de extraño, extravagante. Sino
como algo que tiene el centro fuera de sí mismo. Es la persona que acoge el elemento
nuevo, inesperado, aquel que llega de «otra parte». Es la persona abierta al Espíritu,
disponible para su «juego», capaz de aceptar sus riesgos.
Con la concepción concéntrica, tenemos un mundo cerrado en sí mismo, que no reserva
sorpresas, que no va más allá de las propias posibilidades, caracterizado por la rigidez y
por la esclerosis.
En la concepción excéntrica tenemos un mundo tocado por la gracia, caracterizado por lo
imprevisible y por lo imprevisto, con personas sin parangón, siempre «fuera» de los
esquemas.

2. «Está fuera de sí». Debería decir: «Está fuera de nosotros». Fuera de nuestros
modelos, de nuestras previsiones, de nuestros equilibrios.
Una cierta búsqueda de la propia identidad, de la que hoy tanto se habla, puede encubrir
una mentalidad reaccionaria y conservadora (en el sentido peyorativo de la palabra).
Pertenece a la concepción «concéntrica» más que a la «excéntrica» de la personalidad.
Está permitido hacerse «semejantes a sí mismo», o sea a aquel «sí mismo» que tienen en
su imaginación los demás respecto de nosotros.
Se permite la búsqueda de la propia identidad en la zona de caza bien definida, en base
a modelos preestablecidos. La persona es sí misma si se adecúa, si «entra dentro» de los
esquemas que han sido fijados para ella, en vez de ella. La persona encuentra la identidad
que le hacen encontrar los otros (como en ciertas reservas de caza, donde la pieza se hace
saltar allí cerca de donde está el personaje importante...). Descubre aquello que está
establecido que debe descubrir. Encuentra lo que simplemente le han preparado. En suma,
es sí misma en cuanto que copia conforme a los deseos ajenos.
Los gestos, entonces, se convierten en poses.
La persona más que ser sí misma, interpreta un papel, respeta un guión, se convierte en
personaje.
Sus acciones deben ser todas previsibles.
No hay lugar para la improvisación, la sorpresa.
Hay espacio, sí, pero dentro de los límites del papel asignado. Se sabe ya dónde puede
marchar, dónde debe ir a parar.
Si uno se pasa, si escucha a un apuntador que no es aquél, tranquilizante, de buen
sentido común, se está "fuera". Fuera de sí. Mejor: fuera de ellos.
A-H/MANIPULACION MANIPULACION/A-H: Justamente el mismo ·Cox-HARVEY
subraya cómo lo contrario del amor no es el odio, sino el afán de imponer, de dominar a las
personas (por su bien, naturalmente...), el instinto profundo de manipular, controlar a los
demás.
«El amor no puede existir más que en un mundo en que se den personalidades
auténticamente diferentes. Cuando Jesús y los profetas me enseñan que debo amar al
prójimo como a mí mismo, no pretenden que yo y el prójimo seamos la misma cosa. El amor
se hace necesario y posible, porque el prójimo es distinto de mí... Si no existiese alguna
diferencia real, el amor es algo superfluo...
«...Casi todas las filosofías occidentales no saben construir una ética del amor.
Invariablemente transforman a los otros en preciosas inversiones que darán como
dividendos la realización de la propia personalidad».
Se ama a las personas de la misma manera que lo hacían los parientes de Jesús. Yendo
a «cogerle», haciéndole entrar de nuevo en los propios criterios. Pensando por ellos,
decidiendo en su lugar. Se ocupa uno de ellos, así se dice. En realidad, se ocupa
abusivamente el espacio que les pertenece, impidiendo la libertad de movimiento.
Se conjuga el verbo «sacrificarse», pero nunca en el sentido de «darse» al otro
dejándole toda su libertad. Se sacrifica uno estorbando, poniéndose en medio.
Con frecuencia se hacen cosas maravillosas por la persona «amada». Y no se cae en la
cuenta de que es necesario, ante todo, sacrificarse en el sentido de sacrificar los propios
proyectos, las propias ambiciones, los propios puntos de vista, para aceptar una elección
distinta, un itinerario que no es el nuestro, un plan al margen de nuestras perspectivas (y a
veces de nuestros intereses...)
Se sacrifica uno de verdad por el otro cuando se le deja «fuera de sí»
A-H/RESPETO: Una persona se sacrifica por otra cuando renuncia a «programarla» a la
propia imagen y semejanza. Cuando, en vez de ir a cogerla, sale fuera para intentar
comprenderla.
Si logro sacrificar el instinto de «hacer comprender» a la exigencia de «comprender»,
entonces es cuando empiezo a amar de verdad al otro.

3. «Tiene un Beelzebul». El error más trágico y más común.


Se baja de Jerusalén con los textos de la sabiduría codificada en la mano. Todo lo que
no viene contemplado en esos códices se descalifica. Todo lo que no pertenece al grupo
de lo «ya visto», representa una amenaza a la seguridad, a la regularidad, se declara
ilegítimo. Todo lo que es diferente se considera abuso.
El producto nuevo se empaqueta en una fórmula más aparente que exacta y se le aplica
encima una etiqueta: «sospechoso», o también «peligroso», que obliga a mantenerlo a
distancia. Todo lo que amenaza lo habitual, disturba el acostumbrado curso de los
pensamientos, es «removido» atribuyéndolo al enemigo.
Es una operación, por desgracia, siempre de moda.
Una alusión a la justicia, y se les tacha de marxistas.
Una crítica apasionada y sufrida, y se le viene encima la descalificación de «infidelidad».

La denuncia de una tortura, y he ahí la diagnosis inmediata: uno que hace el juego a los
enemigos. Y se engaña uno pensando que basta no hacer el juego al enemigo para hacer
el juego al Espíritu...
Una exigencia de sinceridad, e inmediatamente se es culpable de «exageración» .
El deseo de ver claro en ciertos asuntos que son más bien... oscuros, y se les acusa de
«crear divisiones».
Se intenta usar la propia cabeza, y se dispara la sentencia: «cabeza caliente» (quién
sabe por qué una cabeza que piensa es una cabeza caliente. O, quizás, lo sea porque está
funcionando).
Lo diferente se identifica, tout court, con el mal.
Se trata de una táctica verdaderamente mezquina: para neutralizar las voces o las
presencias incómodas, se invoca al espíritu del mal.
Todo lo que se mueve, se hace automáticamente sospechoso.
Es en verdad trágico el equivoco de los escribas: tienen en el bolsillo el identikit de
Satanás. ¡Y, fijándonos en los resultados, ese identikit es muy semejante al Espíritu santo!

Es necesario que tengamos presente esta terrible posibilidad, a través de la cual el


Espíritu es buscado como sospechoso y peligroso, y se pretende meterlo en una jaula.
Los escribas acusan a Cristo de echar los demonios en nombre del príncipe de los
demonios. Y ellos hacen algo peor: exorcizan al Espíritu santo...

4. Parientes de Jesús son quienes exhíben derechos sobre él, una especie de
monopolio-tutela. Y consideran a los que "están con él" como abusivos. Cuando Jesús sale
fuera hacia los otros, los así llamados "suyos" se dan prisa para atraparlo de nuevo, porque
sin él no se sienten seguros. Tienen necesidad de él para dar una patente de honorabilidad
a la casa. Cristo no puede estar con ellos. Aunque ellos estén lejísimos de él. Peor que los
enemigos son quienes pretenden «anexionarse» a Cristo.
Y no quieren dejarlo a gente que se ha vinculado a él con el verbo "hacer".

5. Y. sin embargo, toda la vida de Jesús se ha desarrollado «fuera». Nace «fuera» de su


país, «fuera» incluso de su casa. Se deja encontrar por los magos, gente que viene de
«fuera». Marcha al exilio «fuera de su patria». Y también para morir irá "fuera" de la ciudad.
Y cuando alguien está seguro de que lo va a encontrar en el sepulcro, donde le han
«puesto» (Jn 20-15), él ya está fuera, en otro lugar.
Sin querer forzar excesivamente las cosas, podemos decir que es más fácil afirmar dónde
no lo encontramos, que dónde podemos encontrarlo. Sí, no lo encontramos seguramente
donde esperábamos que estuviese. No lo encontramos, sobre todo, donde pretendemos
nosotros meterlo.

6. Así también es conveniente estar atentos a no decidir con prisas quién está "dentro" y
quién está "fuera". Dentro y fuera, con frecuencia, son categorías que se fijan a base de
lugares, que hemos construido nosotros. Pero las cosas no son tan simples y cómodas.
Sólo después de haber adivinado dónde está él, es posible determinar quién está dentro
y quién está fuera. continúa

CONFRONTACIONES : IDENTIDAD
Se puede reencontrar la propia identidad de... esclavos
La espiritualidad bíblica con su concepción de un Dios que supera el orden social no
puede reducirse a una fuerza integradora, porque puede ser también destructora y
subversiva...
...EI problema teológico fundamental es que la así llamada identidad puede reducirse a
un conjunto de elementos que el individuo aprende de la cultura en que vive, y que hace
suyos. Se convierte así en el producto final de una serie de negociaciones entre el pequeño
yo que intenta afirmarse, que detesta cualquier tipo de control, y las formas sociales
impuestas por las instituciones de la sociedad a quien haya logrado una cierta fase de
desarrollo. La identidad no es otra cosa sino la autocomprensión de la sociedad. Está
creada y perpetuada por sus grupos privilegiados y no reside en realidad más que en la
cabeza de éstos...
...Una teología basada en la búsqueda de la identidad tiene que ser conservadora. Le
falta, en efecto, el elemento del ridículo, de lo nuevo, de lo inesperado que proviene de un
mundo transcendente. La fe no nos muestra a un Dios que protege las jerarquías sociales,
sino a un Dios que a veces las hace añicos y las pone al revés. Para los profetas de Israel
y sus sucesores, de Jesús de Nazaret a Baal Shem Tov, el reencontrar la propia identidad
en cualquier sociedad de este mundo puede ser no salvación sino esclavitud...
...En el universo bíblico de la gracia y la sorpresa, el yo humano no es una esencia
eterna, sin tiempo; es más bien un campo psicoespiritual abierto, que es tanto el producto
como el productor del cambio real. Como dice san Juan, «no se ve todavía lo que seremos»
(Cox-H, La svolta ad oriente, Brescia 1978).

El cristianismo no es una forma de autorrealización


La cuestión es que el cristianismo no es una forma de autorrealización. Jesús no era
Narciso. El evangelio presupone que yo renuncie a mí mismo, que mi corazón, como decía
Lutero, no se doblegue sobre sí mismo, y que yo acepte las posibilidades derivadas de mi
nueva orientación hacia algo fuera de mí.
El evangelio no es «con-céntrico», sino "ex-céntrico". En la autorrealización la
personalidad crece y se desarrolla en el interior de una estructura fija, y el crecimiento
actúa el potencial que ya se encuentra dentro. Por otra parte, el término "sacrificio" indica
que lo nuevo presupone un desasimiento radical de lo viejo. El cambio real se hace de una
manera tan violenta y traumatizante que es como recomenzar desde el principio («debes
nacer de nuevo», dijo Jesús a Nicodemo).
Por otra parte, no sólo la persona opera cambios en el modelo ordinario de
comportamiento sino que puede incluso seguir otro modelo. El sacrificio no tiene nada que
ver con el eclipsarse o con el servilismo; implica, por el contrario, un estilo de vida, en el
que renunciamos no sólo a lo que ya no nos sirve, sino también a lo que aún nos es útil, y
todo esto para tener derecho a las promesas del futuro (Ibid.).

El hombre normal no entiende


Su hablar permanece privado de sentido para el hombre« normal» y se hace
comprensible sólo para quien deja que Jesús lo lleve consigo (E. Schweizer).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 166-178)
......................
1) Otras veces Mc interrumpe una narración para meter allí otro episodio. Es típica la narración de la curación
de la hija de Jairo (5, 21-23) que cuenta a mitad de camino el caso de la hemorroísa (5, 25-35). Cf. también
el martirio de Juan Bautista, puesto entre el envío y la vuelta de los doce (6, 6-32), y la unción de Betania
colocada entre los preparativos de la pascua (l4, 1-11).
2) Según Eusebio de Cesarea, la iglesia primitiva habría utilizado el dicho final (v. 35) en la polémica contra
Santiago y los parientes de Jesús que, en Jerusalén, habían instaurado una especie de "califato",
aferrándose a los lazos de la sangre.
3) Santo Tomás escribe: "Dicitur irremissibile (peccatum) secundum suam naturam, in quantum excludit ea per
quae fit remissio peccatorum" (Suma theologica 2-2 q. 14. a.3). En suma, es la exclusión voluntaria de los
medios de salvación.
15 - II. LA JORNADA DE LAS PARÁBOLAS
PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
Mc/04/01-09 Mt/13/01-09 Lc/08/04-08

Las parábolas
Es la tercera escena que presenta la enseñanza de Jesús a la orilla del lago.
Las controversias han subrayado la incompatibilidad entre la novedad traída por Cristo y
la ley.
Entre Jesús y sus enemigos se abre un contraste insalvable. Les divide todo: una
concepción de la ley diversa, otra jerarquía de valores, sobre todo una idea de Dios
completamente opuesta.
La incomprensión y la oposición se marcan en su misma familia.
Es un momento de crisis, sin duda.
La muchedumbre continúa siguiendo a Jesús. Es más, numéricamente parece que
aumenta. Pero él se da cuenta de que lo buscan por motivos puramente exteriores.
No todos aquellos que hacen bulto para escucharlo, lo "entienden", y son menos aún los
que se deciden.
«Anunciando que el reino de Dios ha comenzado, Jesús hace desencadenar una oleada
de entusiasmo, que bien pronto viene a parar en desilusión... El primer movimiento de
interés apasionado se apaga para dejar paso a la inquietud, a la duda... Jesús ha venido y
he aquí que, en vez de purificar la era de Dios, en vez de poner la segur a la raíz de todo
tipo de árbol malo, cura a los enfermos, acoge a los miserables, comparte comilonas con los
publicanos y pecadores. Si de vez en cuando el reino de Dios se deja entrever a través de
ciertos gestos suyos..., sin embargo no se manifiesta de acuerdo con las esperas...
«Este hombre, cuya autoridad se palpa inmediatamente como nueva, rechaza ser el brazo
vengador de Dios; no echa un pulso con los malos. ¿De verdad Dios le ha confiado su
poder? La actividad mesiánica de Jesús se pone en duda. Y él mismo se ve obligado a
justificarse (X. L. Dufour).
Es el momento de disipar los equívocos. La gente, en el fondo, no está satisfecha con él,
porque les han echado encima ciertas esperas que él no quiere satisfacer.
Monta en una barca, no sólo para sustraerse a la gente, sino esencialmente para hacerse
oír mejor.
En cuanto al sentarse, me parece que no debe buscarse ningún simbolismo complicado.
El movimiento de la barca, en efecto, resulta bastante molesto para uno que permanezca en
pie.
Esta vez Mc no puede menos de registrar el discurso de Jesús. No es una enseñanza
técnica, sino un hablar en parábolas (1).
Los estudiosos nos advierten que no debemos confundir parábola con alegoría.
La parábola debe llevarnos, simplemente, a captar el nexo entre dos realidades
«aproximadas», o sea, a determinar el «punto focal» a que tiende la narración, sin dejarse
distraer por elementos intermedios y, sobre todo, sin preocuparnos de atribuir un significado
específico a todos los elementos del contorno, que componen la parábola.
En la alegoría (2), sin embargo, las particularidades, además de converger hacia el punto
fundamental, contienen en sí un sentido recóndito que es escrutado, interpretado, hecho
explícito a través de un complicado trabajo de investigación.
En suma, la parábola tiene como enseña la simplicidad. La alegoría presupone una
elaboración.
En la parábola basta encontrar y dar en el centro.
En la alegoría es necesario buscar y dar en varios blancos, constituidos por todos los
elementos que la componen.
Me parece que no debe exagerarse por ninguna parte: ni de una excesiva simplificación,
ni de una exagerada complicación. Y más que de alegorías contrapuestas a parábolas,
hablaría de una interpretación alegórica de las parábolas en los límites del virtuosismo
acrobático.
Cierto, es necesario, ante todo, llegar al fondo de la parábola, sin retrasarse y distraerse
en los varios aspectos del contorno. Aferrar la relación fundamental entre los dos términos
de la comparación.
Pero nada impide, una vez que uno ha descubierto la enseñanza fundamental, recorrer
de nuevo el camino y examinar, uno por uno, todos los elementos del cuadro. Y todo esto,
no sólo en función del diseño general, sino también en relación al significado de las
particularidades consideradas en sí mismas.
Por otra parte, la parábola está siempre «abierta». Y su lenguaje típico representa una
invitación a pensar, a caminar hacia adelante. No se trata sólo de un trabajo de
transposición (de un plano a otro), sino de una amplificación. Ir hacia adelante hasta
descubrir la relación esencial, pero también las numerosas conexiones colaterales más o
menos escondidas.

Las parábolas no son un subsidio didáctico


Podemos indicar así las características peculiares de las parábolas evangélicas:
-concreción,
-insuficiencia,
-alusión,
-ambigüedad,
-invitación a pensar,
-invitación a obrar.

El punto de partida, en las parábolas, es el hombre y su mundo familiar (concreción).


Jesús, sin embargo, toma al hombre allá donde se encuentra para llevarlo a otro lugar, para
decirle «otra cosa» a través del lenguaje de las cosas que tiene ante los ojos.
Naturalmente el lenguaje de lo «visto a diario» es inadecuado para expresar de un modo
completo la verdad del reino de Dios, aunque las dos realidades estén relacionadas entre
sí.
He aquí por qué el mensaje de las parábolas es un mensaje alusivo, que te hace entrever
a través de imágenes la relación entre reino y vida. Dejan simplemente vislumbrar el
misterio. El hombre es provocado, implicado, estimulado a seguir adelante, a buscar (3).
Por esto no se puede olvidar la ambigüedad de las parábolas (como de toda la
revelación): aclaran pero también oscurecen, desvelan y esconden al mismo tiempo.
Ofrecen respuestas, pero también suscitan interrogantes.
"Dejan entrever el misterio de Dios a quien tiene los ojos penetrantes y el corazón
dispuesto; son, por el contrario, oscuras y "carnales" para quien está distraído y tiene el
corazón fatigado" (B. Maggioni).
Así, el creyente, puesto frente a la ambigüedad de las parábolas, es invitado a pensar. La
parábola jamás es relajante, confortante, sino siempre inquietante.
El pensamiento, sin embargo, no es fin a sí mismo. Discípulo de Cristo no es alguien que
se conforme con reflexionar. Es quien toma decisiones.
En este sentido me parece fundamental la observación de algunos estudiosos que
hablan de la parábola como de la experiencia no de lo real, sino de lo posible. Ya
Aristóteles había atribuido a la fábula un papel creativo de nuevas posibilidades para estar
en el mundo.
En este sentido, la parábola no es una diversión, sino un estímulo para obrar.
Es necesario aún advertir que las parábolas, en la enseñanza de Jesús, no constituyen
una especie de «subsidio didáctico», de «truco pedagógico», que sirva de apoyo para una
formulación precedente o como clarificación de un punto doctrinal concreto.
«En labios de Jesús las parábolas no tienen este aspecto, aunque con frecuencia, en el
contenido, están muy cercanas a las de los maestros judíos, sirviéndose él libremente de
un material conocido y tradicional. Aquí las parábolas son el anuncio mismo y no sirven sólo
de soporte a una doctrina independiente de las mismas» (G . Bornkamm).
Y menos aún hay que creer que Jesús usa la forma de la narración para mantener
despierta la atención de los oyentes (una especie de antídoto contra el aburrimiento).
«Había algo en la naturaleza misma del evangelio, que exigía esta forma oratoria. En suma,
se trata de esta idea: la acción es significativa» (A. N. Wilder).
Mc, en el capítulo cuarto, pone juntas tres parábolas, llamadas comúnmente «del
contraste» (una definición, como veremos, que hay que tomar con cautela): el sembrador, la
semilla que crece por sí sola, el grano de mostaza. Están relacionadas por una imagen
común -la semilla-, y sirven para ilustrar la misma realidad, la del reino de Dios, considerada
desde tres puntos de vista distintos.
La presentación de Mc, en su ingenuidad, aparece la más fiel al relato original de Jesús.

Un fracaso abundantemente documentado


«Escuchad» (v. 3). Puede ser una invitación a guardar silencio, dirigida a una multitud
rumorosa. Pero es también una invitación a escuchar de una manera participativa.
Viene a la mente la célebre expresión que resuena en el antiguo testamento: «escucha,
Israel» (Dt 6, 4).
Dios tiene algo que decir a su pueblo, y una vez más es llamado a la
escucha-obediencia.
La parábola está como engarzada entre este imperativo inicial y la amonestación final
"quien tenga oídos para oír que oiga" (v. 9). Este último verbo contiene la exigencia de
«continuar oyendo», a través de la meditación, para comprender la enseñanza de Jesús (G.
Nolli).
La parábola se encuadra en el ambiente agrícola de Galilea. El terreno, especialmente en
la zona de colinas, y aunque es bastante fértil, tiene poca profundidad y las rocas afloran
aquí y allá.
El agricultor no tiene culpas específicas en las «desventuras» o el desperdicio de la
semilla, a excepción, quizás, del caso de los abrojos (que pueden ser también cardos). A
éstos hay que arrancarlos del todo. Si se limita uno a cortarlos o quemarlos y se dejan en el
campo, vuelven a crecer.
Es necesario tener presente, sobre todo, que la arada, normalmente, se hace después de
la siembra.
El «camino» (v. 4) se entiende en el sentido de veredas que atraviesan los campos y que
se van haciendo con el paso de las personas y animales después de la recolección.
Cuando se ara, desaparecen.
Este dato de la arada siguiente a la sementera hoy es desmentido por algunos
estudiosos.
No es cuestión de meterse en esta discusión. Sea como fuere, en la segunda hipótesis,
las veredas y setos espinosos serían las que delimitaban las pequeñas propiedades. En
cuanto al «pedregal» , hay que tener presentes los minúsculos trozos de terreno cultivables
rescatados de las rocas y a la lava en ciertas zonas de Galilea.
Lagrange refiere que es posible ver en Palestina, «bandadas de pájaros que siguen al
sembrador, y arrebatan el grano aún antes que toque la tierra».
El agricultor lleva la simiente "en un saco echado a la espalda o al cuello, o también en
una especie de bolsa, formada alzando un borde del vestido" (H. Kahlefeld).
En el v. 6 Mc distingue entre el sol que agosta la planta, la cual, sin embargo, tendría
posibilidad de salvación, y el secarse por completo.
El «crescendo del fracaso» (R. Fabris) se especifica así: la semilla es destruida, el
renuevo se seca, la planta crecida se sofoca.
En cuanto al producto, parece que, para aquella comarca, una cosecha del 7,5 por 1 es
normal. El 20 por 1 estaría más allá de lo esperado. Por tanto las cifras referidas en la
parábola indicarían un éxito excepcional (4).
Es indudable que la parábola se detiene de buen grado a documentar los infortunios del
agricultor: camino, pedregal, abrojos. Cuatro versículos dedicados al fracaso y uno solo
para describir la recolección, aunque venga diferenciado: tres recolecciones distintas, como
tres son las desventuras. En suma, ¡tres gestos perdidos sobre cuatro!

La parábola quiere llegar... al principio


Todos de acuerdo en la exigencia de localizar el "punto focal" de la parábola. Sólo que
alguno descubre este punto al final (la cosecha), algún otro al principio (la sementera).
Pienso que tienen razón estos últimos.
La parábola nos proyecta no hacia el futuro, sino hacia el presente.
El reino de Dios está aquí -si bien escondido, en acción. «Se trata, pues, de comprender
el presente en su aparente falta de significado, no pretender del mismo otros signos de la
gloria futura. El reino de Dios llega, en efecto, a escondidas e, incluso, a pesar del fracaso»
(G. Bornkamm).
Algunos advierten que es la parábola de la confianza en el éxito final.
No. Es la parábola de la confianza en los principios.
Lo importante es la sementera, no la cosecha.
Cristo nos dice que el reino es una siembra (no lo que se esperan los oyentes: algo
terminado, decidido). Y él es el sembrador. Ha «salido» para esto, no para otra cosa. Con
razón X. L. Dufour traduce en vez de «el sembrador», «el que siembra». Se trata de un
detalle importante. No es un sembrador genérico. Es el sembrador por excelencia. Su tarea
específica es el sembrar. Nada más. Ni siquiera es importante saber lo que siembra.

Lo que es significativo es el acto mismo de sembrar


«El sembrador salió a sembrar, y nada más: éste es el nuevo mundo de Dios»
(Schniewind).
La gente que pisa tierra, descubre, al final, que es tierra, y que debe hacer sus cuentas
con una semilla.
Y los discípulos empiezan a entender que para «ser pescadores de hombres», hace
falta... sembrar.

PROVOCACIONES

1. «Escuchad. Salió el sembrador a sembrar...». ¿Es una utopia esperar que muchos
predicadores reencuentren esta inmediatez del lenguaje? Se ganaría en simplicidad y
credibilidad, y además en eficacia. Naturalmente, en este caso, se exige una doble
familiaridad: con el mundo de los hombres y con el mundo de Dios. Para «acercar» las dos
realidades, es necesario «estar dentro» de las dos.

2. J. Jeremías afirma que, al analizar las parábolas, es indispensable distinguir entre el


«contexto ambiental» (el «Sitz im Leben») de Jesús que ha dado origen a la narración, y el
«contexto ambiental» de la tradición sucesiva, que ha elaborado la parábola.
Yo metería también nuestro Sitz im Leben. Y los tres, aquí, coinciden. Son los mismos
interrogantes: ¿por qué tanta fatiga desperdiciada? ¿por qué se obtienen unos resultados
tan modestos? ¿vale la pena insistir? ¿qué se consigue? ¿para qué tantos esfuerzos,
tantos afanes, tantas esperanzas vanas?
Sí, es la habitual preocupación por el resultado, por sacar las cuentas.
Alguno explica que éstas son las «parábolas del contraste».
El contraste seria entre el principio y el fin.
Contraste entre dificultades y resultado final, entre la aparente derrota y el éxito, entre los
principios modestos y los desarrollos grandiosos.
Yo diría, más bien, que son las parábolas del realismo. Una invitación a no quedarse en
las apariencias.
No es que el éxito nos compense de las dificultades, premie la tenacidad. No es que la
recolección sea para nosotros un resarcimiento abundante de las pérdidas. No. Aquí la
significación es diversa.
El resultado ya está contenido en los principios.
El éxito ya está presente en los fracasos.
La mies ya está comprendida en la siembra. Diría más: la mies es el gesto de sembrar.

3. El sembrador no elige el terreno. No decide cuál es el terreno bueno y cuál es el


desfavorable, cuál apto y cuál menos apto, cuál del que se puede esperar algo, y cuál por
el que no vale la pena esforzarse .
El terreno se revela en lo que es después de la siembra, no antes.
Si todos los que anuncian la palabra recordasen esto...
Nuestro quehacer no consiste en clasificar los varios tipos de terreno, en trazar el mapa
de las posibilidades (una tentación siempre amenazante).
Nosotros debemos poner a prueba todos los terrenos.
Tenemos que arriesgar la palabra por todas partes.
Quisiera decir que debemos aprender a «malgastar» la simiente. Aprender a hacer
numerosos gestos «inútiles».

4. Y después no olvidemos que la semilla, que es la palabra, tiene también el poder de


transformar el terreno, puede romper las rocas, abrirse un paso en el camino trillado hacia
las profundidades del ser...
No se dice que la semilla se resigne a las condiciones que encuentra.
La palabra es creadora. También del terreno. Basta dejarla obrar.
Es la palabra quien puede transformar el «corazón de piedra» en «corazón de carne».
La semilla se pierde, de verdad, sólo cuando se queda en las manos cerradas de un
sembrador «razonable». Que no sale para no poner en peligro la palabra. Y no cae en la
cuenta de que es necesario, en lugar de esto, poner en peligro el terreno...

5. Insisto. Esta parábola no es captada por quien se preocupa de analizar los varios tipos
de terreno. Ni tampoco por quien se para a hacer el inventario de los resultados
satisfactorios.
Es necesario «centrar» la figura del sembrador, y su gesto loco, excesivo.
No interesa saber cómo terminará, y si las desventuras se compensan por el éxito final.
No. Esta es la parábola del «feliz principio".

6. OIR/ENTENDER: «¡Quien tenga oídos para oír que oiga»! Yo traduciría libremente:
tiene oídos solamente el que entiende. O sea, para oír, es necesario antes comprender. La
comprensión (esto es, la adhesión interior) precede a la escucha. Si uno no entiende, se
hace sordo.
Es necesario antes entender, o sea tender en dirección de alguien. Ser fascinados por él.
Tomar postura ante él. Dirigirse a él con todo el ser. Sólo entonces se está en disposición
de oír lo que dice.
Primero se convierte uno (o sea, se vuelve hacia..., se tiende hacia...) y después se
comprende.

CONFRONTACIONES

La comprensión no depende de la escucha


La parábola sugiere un orden entre la escucha efectiva y el comprender. No es la
escucha la que explica la comprensión. Al contrario, el hombre escucha, porque
comprende. «Quien tenga oídos para oír que oiga»... La comprensión se tiene o no se
tiene. Y quien no la posee pierde incluso el oído: «Se le quitará incluso lo que tiene»
(Grupo D'Entrevernes, Signos y parábolas. Semiótica y texto evangélico, Madrid 1979).
Dios es multitudinario
Dios es «multitudinario»: él rechaza, no sólo el limitar la semilla al buen terreno, sino
también incluso saber quién será espinas y quién será tierra buena. Así pues, nos está
prohibido reservar la semilla únicamente para la tierra buena... o que nosotros creemos tal
(A. Maillot, Les paraboles de Jésus audourd'hui, Genève 1977).

No soy más que una pequeña cosa... Yo no soy más que una pequeña cosa, y mi
nombre se olvidará pronto; pero la idea, la vida y la inspiración que me invadieron
continuarán viviendo. Las encontrarás por todas partes, sobre los árboles en primavera, en
los hombres de tu camino, en una breve y dulce sonrisa... (Lettere di condannati a morte
della resistenza europea) .

No nos ronda la sospecha...


¿No nos ronda la sospecha de que se extienda también el reino de Dios?... (Una
comunità legge il vangelo... o. c.).

...Excepto una
Todas las semillas han fracasado excepto una, que no sé lo que es, pero que
probablemente es una flor y no una hierba mala (A. Gramsci).

En el reino de Dios hay despilfarro


En el reino de Dios hay despilfarro (intentonas repetidas, obstinadas, como el gesto del
sembrador): no puedes hacerte el remolón.
Pero es un despilfarro sólo para el que razona según los cálculos mezquinos de los
hombres. En realidad, en el amor no hay despilfarro, como tampoco en la actividad de Dios:
hay sólo riqueza de obstinación y de fantasía. Dios (y el amor que se le asemeja) no
pretende un fruto a cada gesto, una recompensa a cada esfuerzo. El amor vale por sí
mismo, así la atención a los hombres, la obstinación en la solidaridad, la esperanza. Dios se
da sin medida. (B. Maggioni, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 180-189).
................
1) Parábola. según la etimología griega (pará-ballô), significa poner junto a, poner paralelamente, parangonar,
aproximar dos cosas. La palabra hebrea correspondiente es mashal, que quiere decir parangón, dicho
sapiencial (e incluso burlesco), proverbio, fábula, acertijo, discurso enigmático.
2) Alegoría, del griego alla-agoréuo etimológicamente significa «decir otra cosa».
3) En algunos casos. sin embargo, no es necesario "transponer" nada, ni buscar quién sabe qué significado.
Es típica, en este sentido, la parábola del Samaritano (Lc 10, 30 s). El oyente, más que a descifrar el
mensaje, es invitado a hacer lo mismo. "Vete, y haz tu lo mismo". Por esto H. Kahlefeld prefiere hablar, en
este caso, de "lecciones", más que de parábolas propiamente dichas.
4) Así opina Lagrange, quien cita las cifras que le han dicho los Trapenses y su prior, cultivadores expertos de
trigo, cebada, lentejas. Otros estudiosos, por el contrario; citan cifras que superan el ciento por uno. Por lo
cual la cosecha señalada en la parábola indicaría simplemente una cosecha normal. El evangelio de Tomás
además de añadir el elemento hostil representado por el gusano que devora la semilla, habla de una
cosecha del sesenta y del ciento veinte por uno.

16 - POR QUÉ JESÚS HABLABA EN PARÁBOLAS:


Mc/04/10-12 Mt/13/10-15 Lc/08/09-10

También Mc debe darnos explicaciones


«Estos versículos son de los más difíciles del nuevo testamento desde el punto de vista
doctrinal» reconoce G. Nolli.
El versículo 12, además, representa un «suplicio» para todos los intérpretes.
Se han escrito sobre él centenares de páginas.
He masticado todas diligentemente, despacio. El efecto no ha sido el deseado. He
quedado con mi hambre de claridad.
Más que a Jesús, dan ganas de pedir explicaciones de este lío a Mc
Mientras tanto se ha operado un imprevisto cambio de escena. Aquí Jesús se encuentra
en un lugar solitario con los discípulos (y los doce tienen toda la pinta de haber sido
colocados allí de una manera postiza). En realidad, como aparece por la narración de las
parábolas siguientes, permaneció en la barca hasta el fin de la jornada. Sólo al caer de la
tarde ha dejado la multitud pasando a la otra orilla (4, 35).
Y después se le pide una explicación acerca de las parábolas, mientras que hasta ahora
el Maestro sólo ha contado una.
Evidentemente "el dicho" de Jesús fue pronunciado en otra circunstancia, y se refería en
general a toda su enseñanza, y no sólo a las parábolas. Mc lo ha puesto en este lugar -más
bien con poco acierto- para introducir la explicación de la parábola del sembrador (en efecto
el v. 10 se vincula perfectamente con esa explicación -comenzando desde el v. 13-, basta
con poner «parábola» en singular).
La cita de Isaias (1), como la refiere Mc pertenece al targum (2). Utilizando este texto en
arameo y traduciéndolo al griego, ha terminado complicando las cosas, haciendo a ciertas
expresiones más ásperas de lo que ya eran de por sí.
De todo, pues, se puede culpar a Mc, menos de haber inventado estos versículos.
Precisamente su no-claridad, las dificultades que presentan, el significado que ni siquiera es
entendido por el autor, constituyen, paradójicamente, una prueba de su autenticidad.

Existen dificultades que no se resuelven


Cierto, las dificultades son numerosas.
Cristo anuncia la presencia del reino. Y empieza dando con la puerta en las narices a
algunos.
Se presenta como sembrador, que no «discrimina» los terrenos. Pero aquí discrimina a las
personas.
Invita a la conversión. Pero obra de manera que ciertos individuos no se conviertan, les
impide el arrepentimiento.
Dice que es médico. Y desarrolla su actividad haciendo ciegos y sordos.
Es la palabra. Y parece que se sirve de las palabras para no dejarse entender.
Ahora, no tengo la pretensión de resolver estas dificultades, bastante sólidas. Tanto más
que otros con una pericia mayor que la mía no lo han conseguido.
Es más, creo que lo primero que hay que hacer es precisamente admitir y aceptar estas
dificultades, sin «quitarlas» como hacen ciertos estudiosos.
Es pueril desembarazarse de estas frases, bajo el pretexto de que no son auténticas. Es
necesario dejarlas ahí, como están. En su aspereza. En su no-comestibilidad inmediata. En
su «irresolución». Nunca se ha dicho que todas las dificultades deben quedar resueltas.
Para caminar, quizás tengamos necesidad también de dificultades no resueltas.
Paradójicamente, es necesario comenzar por no entenderlas.
Al quererlas hacer digeribles a toda costa, se termina por desnaturalizarlas.
Con toda probabilidad su función está precisamente en permanecer allí como peso
indigesto, interrogante atormentador, provocación continua.
Son un muro contra el que está bien que nuestra presunción vaya a topar regularmente.

Siempre debe haber algo que no esté a nuestro alcance. Sirve para medir nuestra
pequeñez.
Es necesario entender que no se entiende. He ahí el punto de partida.
Cierto, el reino de Dios no es una cosa fácil. Se puede hablar de él sólo con imágenes.
Cristo, por eso, se sirve de parábolas. Algo simple. Historietas más bien comunes,
elementales.
Cuando ciertos estudiosos afrontan argumentos arduos, se ponen a escribir libracos
pesados, con un lenguaje duro para la mayor parte de los lectores. Con el resultado de que
las cosas, siendo ya difíciles en sí, se dicen de manera difícil.
Jesús, por el contrario, para introducirnos en el misterio del reino, se sirve de un lenguaje
popular. «Cuando hacía teología, se contentaba con contarnos una historia frecuentemente
bastante banal, pero infinitamente más rica que nuestros libros más doctos y más pesados»
(A. Maillot).
Obviamente, la realidad permanece difícil. Pero al menos lo sabemos... fácilmente. O sea,
se nos informa de ello con medios simples.

¿Y si la explicación de la parábola fuera una parábola?... FUERA/DENTRO


Y, sin embargo, quiero arriesgarme y acercarme un poco a estos versículos. Así,
desprovisto, como estoy.
Para abrir esa puerta cerrada, lo intentaré con dos llaves:
- «A vosotros se os ha dado el misterio del reino de Dios»:
- «...a los que están fuera..."
Y añadiría un tercer elemento: participación.

Dado, ante todo. El reino, pues, no es conquista, sino ofrecimiento, propuesta. Es


posibilidad, sin duda. Pero incluso esta posibilidad es dada.
«Todo conocimiento de Dios es un puro don, un milagro de Dios» (E. Schweizer). El
hombre resulta radicalmente incapaz de entender los misterios del reino de Dios. La llave le
es dada por aquel que la tiene en posesión.
A los que están fuera no les es dado. ¿Por qué? Porque permanecen fuera.
Paradójicamente, la llave es dada sólo desde dentro. Esto es lo que no quieren entender.
Ellos se hacen la ilusión de descifrar el texto-parábola con los instrumentos que tienen a
disposición: oído, inteligencia, estudio del lenguaje. Y no caen en la cuenta de que es
necesario ante todo «simpatizar» con el autor, familiarizarse con él, estar con él, fiarse de
él.
He aquí por qué he introducido la llave supletoria que he llamado participación. Con
Jesús no se toleran posiciones neutrales (o, peor, de hostilidad preconcebida). Si no se
participa, no se comprenden los secretos del reino. Podríamos explorar todos los rincones,
afrontar y resolver todas las dificultades del texto. Y nos volvemos a encontrar a oscuras.
No es cuestión de investigación, sino de "dejarse agarrar" por él sin oponer resistencia.
AUTOSUFICIENCIA: La línea de demarcación entre los que están dentro y los que están
fuera, no es la comprensión, sino la participación. Mejor, la comprensión deriva como
consecuencia del «participar». Sólo si se «toma parte» (o sea, si nos separamos de
nosotros mismos, de las propias seguridades, de la propia suficiencia) se está en
disposición de entender. La distancia impide la comunicación. Quien se conforma con ser
espectador, y no se deja comprometer personalmente, no ve nada de lo que pasa.
Pero, «los que están fuera» pueden siempre convertirse en «los que están dentro».
Basta con que enfilen la puerta única: «La de la fe en la que el hombre crucifica la propia
inteligencia y las propias ideas religiosas. Es la puerta ante la que debe morir el hombre
natural para que nazca el hombre espiritual. Todas las otras puertas son falsas» (A.
Maillot).
El paso del umbral, sin embargo, no depende de nuestras capacidades.
Es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3, 3), para que nos sea dado conocer el misterio.
Sé que haré horrorizarse a los expertos. Pero, como no pertenezco a su casta puedo
arriesgar tranquilamente el prestigio que no tengo.
Luego, puede suceder que también ésta sea una parábola. La más difícil de todas.
Jesús, queriendo explicar las parábolas, debiendo justificarse de su «hablar en
parábolas», cuenta otra parábola.
La parábola del que está fuera. Y para ver, ve. En cuanto a escuchar, escucha. Pero con
todo su ver, no discierne nada. Con todo su escuchar, no comprende nada.
Estando fuera, a distancia, ve moverse a alguien allá dentro. Pero no distingue, no
«reconoce».
Percibe sonidos. Pero no capta el significado de las palabras.
Bastaría entrar... Fácil ¿no?
Al contrario. Dificilísimo. El hombre acepta más fácilmente la humillación de no tener, que
la alegría de «hacerse dar».
¡Prefiere permanecer fuera antes que admitir que no está dentro!
¿Y si el misterio del reino de Dios fuese, en el fondo, el misterio de las contradicciones
del corazón del hombre?
¿Y si con esta parábola Jesús nos invitara a pedirnos explicaciones a nosotros mismos?
O, todavía más, ¿fuese él quien nos pide explicaciones de ciertas posturas nuestras de
cerrazón?
En este caso ya no es sólo Mc el que cambia la escena, sino Jesús que invierte los
papeles.
Sucede. Sucede que el que pide explicaciones se ve obligado a darlas...

Quiere que entren aquellos que no vuelven la espalda


Algunas simples precisiones suplementarias.

1. Cristo no se dirige a la gente en parábolas, y a los «suyos» claramente. En ciertas


circunstancias habla a todos en parábolas. Sólo que a los suyos les es «dada» la
posibilidad de comprender porque han decidido estar con él, han aprendido su lenguaje,
toman sus posiciones, aceptan ser partícipes. Entienden el reino porque están dentro.
Para los otros las parábolas son «enigmas».
O sea, para unos las parábolas sirven de iluminación. Para los otros permanecen
oscuras.
En el primer caso, la «posición» ayuda a entender la parábola y la parábola aclara la
posición.
En el segundo caso, es la posición de extrañeza en que uno se mete, lo que no sólo no
resuelve, sino que agrava la oscuridad. Entonces las parábolas son... sólo parábolas.

2. Las parábolas no trazan una línea de demarcación entre personas superdotadas


intelectualmente e idiotas, sino entre creyentes y no creyentes. «No son los sagaces los
que entienden, sino los más confiados» (A. Maillot). La separación está entre aquellos que
se mantienen rígidos y los que se abandonan.

3. También los discípulos, con mucha frecuencia, no entienden las parábolas. O las
entienden parcialmente. A menudo tienen los ojos cerrados, son «insensatos y tardos de
corazón» (Lc 24, 25). Sólo con la pascua se abrirán totalmente sus ojos, se desbloquearán
sus oídos y se ablandará su corazón.
«...Entonces se les abrieron los ojos» (Lc 24, 31).

4. Las dos expresiones «a fin de que» (v. 11) y «para que» (v. 12), me parece que no
expresan una acción explícita de Dios sino que indican la consecuencia inevitable de la
postura de aquellos que «eligen» quedarse fuera. Dios no hace otra cosa más que levantar
acta de las decisiones que se derivan de la libertad del hombre. Incluso cuando éste se
pone en disposición de no entender, de no ver, de no oír, de no convertirse.
El quiere dar. A aquéllos, naturalmente, que no cierren las manos.
El quiere que todos entren. Todos aquéllos, se entiende, que no vuelvan la espalda.

5. Algunos traducen el «para que no se conviertan», por «a menos que no se


conviertan». También yo estoy de acuerdo. Me encuentro en el a menos.
En el fondo, para ofrecer a alguno la posibilidad de convertirse, se pueden también
sacrificar las exigencias de la gramática. Jesús, por lo demás, ha sacrificado tantas cosas...

Si la conversión es un milagro, ¿por qué el milagro no puede tocar también la traducción


de una palabra? Una pequeña derogación de las leyes de la gramática...

PROVOCACIONES
1. «Le preguntaron sobre las parábolas (v. 10).
Si se trata del sembrador, no tenían necesidad de explicaciones. Lo habían entendido
hasta demasiado bien. Tan bien que... no querían saber más...
El hecho es que no lograban aceptar aquella imagen. Tenían en la cabeza la idea de uno
que pone las cosas en su lugar, ponen en su puesto a los malos, aniquila a los enemigos,
va de triunfo en triunfo.
La imagen del sembrador, que pasa a través de terrenos ingratos, es muy clara, pero
inadmisible.
Piden, entonces, explicaciones, con la esperanza de que... él entienda. Entienda que
ellos querrían otra cosa, preferirían algo distinto.
Las cosas más difíciles de entender son las que no van con nuestros gustos.
Me ocurre, con frecuencia, discutir, debatir, profundizar, porque no quiero saber de eso.
La explicación enmascara con mucha frecuencia la cerrazón.

2. Alguno puede «estar fuera» porque ha permanecido dentro mucho tiempo. Quiero
decir que, a fuerza de estar dentro por costumbre, posición adquirida, seguridad, se nos
pone «fuera» del don. Los fariseos se hacen casi necesariamente «separados», o sea
«fuera».
Más desafortunados que aquellos que ven y no distinguen, oyen y no comprenden, son
los que ya no tienen nada que ver, nada que aprender.
Más desafortunados que aquellos que están fuera, son los que están dentro... desde el
exterior.
Hay quien tiene miedo a entrar. Pero existe quien se mueve dentro, con tanta
desenvoltura que da miedo.

3. Lo opuesto de aquellos que están fuera, no son los que están dentro. Sino aquellos
que «están con él».
El, entre otras cosas, tiene la costumbre de «salir» continuamente.

CONFRONTACIONES

Por dónde pasa la línea de demarcación


Los de fuera no son excluidos por un racismo religioso, justificado en nombre de la
libertad de Dios, sino que son aquellos que en el evangelio de Mc rechazan reconocer en
Jesús la presencia operante del reino de Dios. Y entre éstos pueden estar incluidos
también los discípulos que no comprenden la parábola: son los discípulos que no captan el
significado de los gestos de Jesús y pueden convertirse ellos mismos en aquellos que
tienen el corazón endurecido, tienen ojos y no ven, oídos y no oyen. Con otras palabras, la
línea de demarcación entre aquellos a quienes se les ha dado el misterio del reino y los de
fuera, pasa por el corazón de cada hombre y por el interior de cada comunidad (R. Fabris,
o. c.)

¡Jesús es el «anti-hijo» de Dios! J/ANTI-MESIAS


Cristo no es el hijo de Dios tal cual los hombres esperan. Allá donde los hombres esperan
un rey, un brujo, aparece un sembrador. Allá donde esperan hechos espectaculares,
desbarajustes, milagros, se encuentran frente a sementeras, abrojos, solazo. Allí donde
están a la espera de un general, nace un niño. Allí donde esperan un vencedor, encuentran
solamente el cadáver de un ajusticiado. En relación a los esquemas humanos, ¡Jesús es el
«anti-hijo» de Dios! Quiero decir, con esto, lo contrario de lo que se esperaba (A. Maillot, o.
c.).

«Seguir» y «comprender» SEGUIR/COMPRENDER Queremos llamar la atención


sobre la ligazón que une el «seguir» y el «comprender». Mc nos ha dicho en el capítulo
anterior que discípulo es aquel que se separa de la multitud y se decide por el seguimiento:
ahora nos dice que el discípulo es aquel a quien es dado comprender. Pero ¿por qué
comprende? Precisamente porque está dentro y no se ha quedado «fuera», porque se ha
decidido y está en comunión con Cristo. Precisemos: no una comunión genérica con el
recuerdo de Jesús (la comunión no es simplemente un hecho de memoria), sino comunión
con el Cristo vivo hoy y hablando en la comunidad. Sólo el que está inserto en la
comunidad puede comprender. El secreto del reino de Dios se capta desde dentro. Para
quien vive en la comunidad, la palabra de Jesús (que ahora se anuncia en la iglesia) es una
parábola que aclara, para quien permanece fuera es un enigma que deja perplejo (B.
Maggioni, o. c.).

No basta el cosmético de la sonrisa


Ciertos teólogos tienen tendencia a dejar de lado la puerta real, para hacer que los
hombres pasen a la iglesia por la escalera de servicio. Se vuelve a hablar a los hombres
como si pudieran entender por sí mismos. Se facilitan e incluso se eluden los problemas de
la fe. Se prestan a todo tipo de compromiso con tal de hacer entrar a los hombres en el
reino. Se sostiene que basta que éstos vean y así estén en disposición de distinguir; si es
necesario se degradará, se «desmitificará». Siempre hay tiempo de ver. Se creen que
cuando oyen, están ya en disposición de entender por su cuenta. Si es necesario, se
adaptará a los gustos del día lo que se precisa entender. El evangelio se hace sirena. Se le
quiere sin misterio. ¡Pero no se conseguirán sino hijos de la gehenna! Más exactamente no
se ganarán... porque, afortunadamente, el hombre de fuera ha aprendido la lección de
Ulises. Tiene buenos algodones en las orejas. Y se mofa de nuestras gracias un poco
marchitas. El carmín para los labios de la apologética, los polvos de la seducción, el
perfume violento del actualismo, el cosmético de la sonrisa, no consiguen sino evidenciar
las arrugas y el ridículo.
Sí, la iglesia debe hablar un lenguaje claro. El latín, igual que cierta jerga teológica, no
traduce en modo alguno el misterio del reino de Dios. La iglesia debe hablar el lenguaje de
todos. Pero no debe olvidar que es la depositaria de un misterio que es inaccesible al
hombre desde fuera.
Este misterio se hace accesible únicamente por la fe, que es otro misterio.
He aquí por qué nuestra oración principal sigue siendo ésta: ¡Ven, Espíritu creador! (A.
Maillot, o. c.).

Pues tal ha sido tu beneplácito


Jesús se llenó de gozo en el Espíritu santo y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo
y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y se las has
revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito...» (Lc 10, 21).
..................
1) El texto auténtico de Is es éste: "Ve y di a ese pueblo: escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no
comprendáis. Haz torpe el corazón de ese pueblo y duros sus oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con
sus ojos, y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure" (6, 9-10). El contexto
es distinto. Se trata de un desafío irónico, donde la orden no quiere expresar más que el resultado efectivo
de la misión profética.
2) Traducción-perifrasis en arameo del texto de las Escrituras, en uso en las sinagogas, para la predicación,
después de la vuelta del exilio.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 190-198)

17 - EXPLICACIÓN DE LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR


MEJOR: INTERPRETACIÓN DE LOS DISTINTOS TERRENOS
PARA/SEMBRADOR
Mc/04/13-20 Mt/13/18-23 Lc/08/11-15

¿De la narración a la predicación?


¿Pero Jesús explicó de verdad la parábola?
Un exegeta confiesa sus tribulaciones pasadas: «Me he resistido largo tiempo contra la
conclusión de que la interpretación de la parábola había que adjudicársela a la iglesia
primitiva».
Posteriormente, sin embargo, ha tenido que ceder: «Pero esta idea se impone, incluso
sólo por razones lingüísticas».
Y concluye categóricamente: «La interpretación de la parábola del sembrador pertenece a
la iglesia primitiva» (1).
Lo que hace sospechar a los estudiosos, sobre todo, es el lenguaje usado, más bien
insólito en Mc y típico, por otra parte, en las cartas paulinas (comenzando por el término «la
palabra», puesto solo aquí, de forma absoluta, en labios de Cristo).
Advierte aún Nolli: «la construcción de las frases y la gramática han perdido aquel colorido
semítico que, sin embargo, ha quedado en el enunciado de la parábola misma».
Sobre todo se advierte un distanciamiento, determinado por el concentrarse de la
atención, de la figura y del gesto del sembrador -dominantes en la parábola- a la reacción
de los diversos terrenos. Parece que el acento se desplaza («desliza», como dice Dufour)
hacia el plano psicológico e incluso moralístico, en claro contraste con la estructura del
relato primitivo.
En suma, se trataría de una predicación dirigida a los miembros de la comunidad, que
comienzan a encontrar pruebas y obstáculos de todo género y que deben ser exhortados a
la perseverancia. Una fe «probada» exige coraje y constancia.
Para simplificar: el sembrador hacia referencia a los predicadores del evangelio. Aquí el
discurso iría dirigido a los oyentes (2).
Algunos, sin embargo, aun reconociendo la validez de las objeciones de orden estilístico y
linguístico, plantean dudas acerca de la atribución apriorística de esta página a la
comunidad primitiva.
La cuestión queda abierta.
Muy equilibrada, como de costumbre, es la posición de V. Taylor: «La explicación es una
adaptación parcial de la enseñanza de Jesús a condiciones posteriores».
Admitido que aquí esté la mano (y las preocupaciones) de la comunidad eclesial, es
necesario tener presente que ésta puede haber utilizado enseñanzas dispersas de Jesús
sobre determinados temas más bien candentes: el peligro de las riquezas, las miras
mundanas, las persecuciones, la exigencia de fidelidad, etc.
Y, además, es siempre importante y digna de la máxima atención esta reflexión de una
comunidad de creyentes que, encontrándose en una determinada situación histórica, se
examina frente a una página del evangelio, en la que la enseñanza de Jesús es
considerada como palabra viva, con una referencia inmediata a la vida cristiana.
Una posición importante -con sólidas piezas de apoyo- es la asumida por X. L. Dufour,
quien no ha tenido las dudas de su ilustre colega sino que ha analizado friamente el
problema. Por lo que afirma resueltamente: «No existe desplazamiento (glissement) de
significado, sino que se manifiesta a los oyentes que la historia del sembrador les afecta:
son exhortados a entrar en la nueva relación que les una a la palabra anunciada, análoga a
la relación del campo con el sembrador».
Y concluye: «En la óptica de su contexto próximo, la parábola del sembrador es
interpretada por Mc como el anuncio del reino: anuncio que es necesario escuchar con el
corazón para ser admitidos en ese reino. Mc explicita así la ligazón entre palabra anunciada
y acogida. Sería como decir: el suceso (parábola) y su resonancia en los contemporáneos
(aplicación) se corresponden necesariamente como dos caras, objetiva y subjetiva, del
mismo misterio».
En suma: este estudioso está preocupado por salvaguardar la continuidad de significado
entre parábola y explicación (negando aquel glissement que, por el contrario, advierten
muchos críticos), y atribuye a Mc una preocupación catequética típica de la comunidad a la
que se dirigía, y que se encuadra coherentemente en la estructura de su evangelio. El todo,
sin embargo, refleja fundamentalmente la enseñanza de Jesús.
Más allá de todas las disputas, quisiera insistir en el hecho de que Jesús no tiene ya
nada que explicar en relación al sembrador.
La imagen del reino como sementera es acogida en su evidencia (a lo mejor son las
imágenes que se tienen en la cabeza las que hay que corregir).
Por otra parte, ya lo hemos dicho: los discípulos lo han entendido muy bien. Por eso
sufrieron una sacudida.
La explicación no se refiere al estilo y a los gestos del sembrador. Jesús no explica por
qué el sembrador hace aquellas elecciones, y mucho menos describe sus ansias. La figura
del sembrador no se toca.
Si de verdad quieren interesarse por este asunto, he ahí que son orientados hacia las
cosas que les toca a ellos de cerca: el terreno.
No. No es la explicación del sembrador. Es la explicación de los diversos tipos de terreno.

Una vez más, Cristo no se explica a sí mismo.


En todo caso nos ayuda a explicarnos.

Dando un vistazo al texto


Algunas puntualizaciones.
Es transparente una interpretación de la parábola en clave alegórica. Se pretende
identificar la semilla y las varias clases de terreno. Sólo «el sembrador» no es identificado.

«Entendéis» y «comprenderéis» (v. 13) corresponden a dos verbos griegos que indican,
respectivamente: conocer por intuición, directamente, y conocer por experiencia, por
observación.
«La palabra» (v. 14) puede ser el mensaje cristiano, la buena noticia, la predicación.
En la parábola original se pone el acento sobre las varias semillas que han tenido una
suerte distinta. Aquí la atención se centra en las varias clases de tierra-individuo.
Aquellos del primer grupo (el camino) son los únicos que no acogen la palabra. Mt y Lc
añaden aquí el corazón del hombre, ampliando la explicación de Mc, el cual se limita a decir
que «la palabra es sembrada y Satanás la arrebata inmediatamente» (V. Taylor). Donde
existe el vacío, o sea la no-acogida, acude Satanás para tomar posesión del lugar
deshabitado (Mt. 12, 43-45).
A los del pedregal se les califica de «inconstantes» (v. 17). La palabra griega significa,
literalmente, «provisionales». Quien no tiene raíz, no tiene profundidad, es «provisional».
Son «los hombres de un momento».
Sea como fuere, ésta es la categoría en la que se reflejan, de un modo particular, las
experiencias de la comunidad primitiva: tribulación (una palabra querida por Pablo) y
persecución (literalmente: caza).
«Sucumben enseguida» (v. 17): aquí no se señala la apostasía verdadera y propia, sino
el ser escandalizados, el tropezar. Se podría decir: quedan bloqueados. O también: son
derribados.
«Las preocupaciones del mundo» (v. 19) son las inquietudes, las ansias, los afanes
exagerados. Es significativo que Mc dé un lugar especial a la seducción de las riquezas.
Mientras pone juntas todas las otras codicias.
El último grupo, como está en la parábola original, resulta «desproporcionado», en
cuanto al espacio, respecto a los otros. El evangelista se ha alargado, sobre todo, en las
categorías negativas, en los estadios del fracaso, en las fases de la resistencia. «No sólo
porque la predicación de los defectos es siempre más fácil que la descripción positiva de la
fe, sino porque la comunidad se interesa, sobre todo, por poner en guardia contra el
rechazo del don de Dios» (E. Schweizer).
Es necesario, finalmente, notar que las aplicaciones resultan un tanto sutiles. Es difícil,
en efecto, imaginar a Satanás como una bandada de pájaros, la persecusión como una
insolación. ¡Y. especialmente, las riquezas como abrojos!
PROVOCACIONES

1. Algunos distinguen entre dificultades internas (primer y tercer caso) y dificultades que
vienen del exterior (segundo tipo de terreno).
Me parece una simplificación abusiva.
Las causas, en todo caso, han de buscarse «dentro».
Las fuerzas extrañas tienen éxito porque en el interior encuentran debilidad. Es posible
llevárselo porque el propietario no vigila. Es posible hacer caer porque el que camina no se
tiene de pie. Es posible agostar porque uno no es libre.
Satanás, la riqueza, ídolos varios ocupan al hombre, porque el hombre les deja espacio.

En suma, las dificultades externas son provocadas por las dificultades internas. Y no al
revés.

2. La cosecha final no compensa al sembrador de la desilusión provocada por las tierras


hostiles.
La esperanza de este sembrador no se proyecta hacia el «resultado» satisfactorio, sino
hacia la tierra ingrata.
El está satisfecho no sólo cuando cosecha grano, sino cuando puede quitar piedras y
abrojos.
A él no le interesa tanto que no le desilusione la cosecha, cuanto que no le desilusione el
terreno. No, no es lo mismo. Dios no es un propietario ávido.
También un puñado de grano recogido en mi terreno áspero y miserable le llena de gozo.
No es nada. Pero él sabe que es todo lo que hoy puedo dar.

3. ¿Qué aparece hacia afuera? El sembrador que sale y cumple aquel gesto amplio. Un
gesto que debería cambiar la faz del mundo. Y después se ven las piedras, los abrojos, los
ladrones de distintos calibres que «se lo llevan», el poder y la prepotencia de la riqueza, la
carrera hacia los ídolos, las contrariedades, los que sucumben enseguida... Todo esto
queda de manifiesto, en la superficie.
Únicamente la acogida no se ve. La profundidad no se puede ver. Lo que sucede dentro
del surco escapa a la observación.
Sí. Dios está cambiando la faz de la tierra. Pero en profundidad.

4. El vacío (distracción, indiferencia, prisa, rareza) es el gran enemigo de la palabra.


Cuando existe el vacío, llega inevitablemente alguien para llevarse lo que sea. Sí, para
llevarse lo que no hay. Lo que es acogido.
Pero contra la plenitud, a la que tiende la palabra, no está solamente el vacío. Está
también el impedimento (tercer tipo de terreno).
Una persona, en vez de crecer, acumula y junta. Y termina por ahogar. Al mismo tiempo
que a la palabra sembrada.
La vida de ciertas personas parece desarrollarse en una inmensa tienda. Pero en una
tienda no se puede vivir. Así como no se puede vivir en un sepulcro.
(En una tienda se pueden hacer cuentas. No se puede orar...).

5. El terreno debe responder a las esperanzas del sembrador, no defraudar sus


esperanzas. Exacto.
Y yo pienso inmediatamente en lo que debe nacer en mí. La idea del fruto está ligada
instintivamente a la de la vida.
Tiendo a saltar la etapa que se llama muerte.
Y, sin embargo, el sembrador ve mi terreno, y se da cuenta de todo lo que en él
constituye un impedimento a la vida. Advierte la despiadada competencia por la semilla.
Entonces sabe que algo debe morir en mí.
También yo debo saberlo.
6. La semilla no está sola cuando está en la profundidad del surco. Está sola cuando no
da fruto.

7. Algunos, entre los exegetas más prestigiosos, en cuanto abandonan su campo


específico y descienden al terreno de las aplicaciones prácticas, se diría que pierden de
golpe su competencia.
Así, con la misma desenvoltura, aseguran que el terreno bueno «son los cristianos», o
incluso más expeditamente «los buenos».
¡Qué equivocación tan formidable!
No. El cristiano es tal, precisamente, cuando es consciente de que no es sólo terreno
bueno. Sabe que dentro de él existen amplias zonas baldías, que hay que sanear, que hay
que evangelizar.

8. Pero el problema de esta explicación de la parábola -al menos para mí- es el de mi


ubicación. ¿Dónde me pongo? ¿En el camino, o entre pedregales, o en medio de los
abrojos? ¿Y me estará prohibido precisamente el acceso al terreno bueno?
Es difícil para mí encontrar una ubicación única.
Mi realidad, en efecto, me hace sentir «múltiple». Yo soy varios terrenos. Así termino por
reconocerme en todas las partes de esta parábola.
Me reconozco, ante todo, en el camino, "en el terreno apestado por una fe reducida a
costumbre, observancia quizá exacta de leyes y preceptos".
Llega la palabra de Dios. Me toca, pero rebota, sin lograr penetrar. Estoy distraído,
ausente. El corazón, los intereses -a pesar de las apariencias- están en otra parte. Yo no
estoy allí. Y la semilla, por esto, me es extraña, como yo soy extraño a mí mismo.
Es suficiente la ráfaga de una tentación para barrer aquellos granos que no encontraron
acogida.
Me reconozco en el terreno no labrado a conciencia. «Un fondo árido de piedras, y
encima una mano de tierra buena, esparcida y allanada de prisa». Suficiente para hacer un
buen papel, para salvar las apariencias.
Superficialidad, ligereza, vanidad. Búsqueda de emociones. Inestabilidad. Tímidas
intentonas, sin llevar nada hasta las últimas consecuencias. Veleidades. Volubilidad. Una
persona sin raíces y estructuralmente incapaz de comprometerse de verdad. Mariposea en
todo y no asimila nada. Toca una infinidad de cosas, pero no hace propia ni siquiera una.
«Cuando llega la semilla es acogida con un inicial entusiasmo: opera de distinta manera
de lo acostumbrado, hace algo nuevo: una novedad quizás pintoresca, en cada estación.
Pero no existe un subsuelo donde meter las raíces. Y falta coraje para perseverar. Llega
una dificultad, o pasa la moda que origina lo nuevo y lo pintoresco. Y el tallo que se había
lanzado verde en medio del aire, se repliega seco sobre sí mismo; y quizás le da vergüenza
dejarse ver, haberse dejado derribar a la derecha, a la izquierda o al centro por los fans de
la opinión triunfante de turno, sea contestataria o conservadora".
Me reconozco también en el manojo de espinas. Aquí el terreno está bien labrado. Pero
la mayor parte de los humores es sofocada, precisamente por los abrojos que crecen
vigorosos y tienen vida fácil.
Y la pobre semilla, que ha logrado penetrar en aquel enredo, y ha conseguido incluso
echar un tallo escuálido, tiene que arreglárselas con la concurrencia despiadada de los
abrojos que le roban el alimento, no la dejan ver el sol y la envenenan el aire, y terminan
por sofocarla.
Preocupaciones, estorbos, compensaciones engañosas, compromisos, contradicciones,
una multitud de «cosas buenas» que se hacen indispensables, pequeñas comodidades de
las que no puedo prescindir. He ahí los abrojos que sofocan, dentro de mí, la palabra de
Dios, después de haberla dejado en minoría.
Pero, finalmente, me reconozco también en la tierra buena. Si no en la que produce el
ciento o el sesenta, al menos en la que produce el treinta.
El sembrador no pretende de todos el mismo porcentaje. Y después no es que esté
pendiente de los resultados. Le basta que trabaje para ablandar mi dureza, tirar lejos las
piedras de la aridez, arrancar los abrojos de la concurrencia.
El sembrador quiere, simplemente, que ponga mi parte de trabajo. Esa parte que, cuando
falta, las potencialidades de la semilla quedan neutralizadas.
El sembrador me tiene por «socio» en su obra incesante, de creación.
La palabra creadora me apremia, pues, a hacer mi parte.
Sólo entonces se podrá ver algo bueno también en medio del desierto.
«Salió el sembrador a sembrar...».
Estaría bien que yo, tierra, vaya a su encuentro.

CONFRONTACIONES

Los pájaros en la cabeza


No podemos evitar que los pájaros revoloteen sobre nuestra cabeza, pero debemos estar
en guardia, para que no hagan el nido sobre ella. Si se familiarizan con nosotros, y
encuentran un punto de apoyo en nuestra cabeza, y acaso en nuestro corazón, la semilla
no tiene nada que hacer (M. Lutero).

Todos juntos, bajo aquel gesto...


La parábola nos llama a todos al orden. Yo y tú, y tú, personalmente. Y todos nosotros a
quienes tocó hallarnos juntos cuando el sembrador sale a sembrar. De hallarnos juntos bajo
el amplio gesto de su brazo, que expande sin tacañerías y sin preocupaciones de eficacia y
de provecho su semilla, que caerá donde sea, dé fruto o no lo dé... (N. Fabro).

El riesgo de la palabra
El fruto no depende sólo de la palabra, depende también de las diversas situaciones del
terreno, de las diversas respuestas. Este es un punto esencial del misterio del reino de
Dios, el cual no es un misterio que ha de interpretarse según categorías de eficiencia...
...Verificar, día a día, que el reino de Dios va hacia adelante a través de esta humilde
propuesta, la cual, precisamente, porque es propuesta, conlleva todo el riesgo de la
negligencia, dejadez, no aceptación, oposición (C. Martini, o. c.).

Prohibido permanecer sin moraduras


En la mayor parte de los casos se trata de un cierto cristianismo sentimental. El hecho
mismo de que alguno diga que se ha entusiasmado ante una predicación, levanta casi
siempre sospechas. Porque cuando la palabra de Dios da de verdad en el blanco, es
necesario morir, poner la segur a la raíz, renacer. Y si todo nacimiento es doloroso, lo es
también todo nuevo nacimiento. Hay que pasar muchos dolores antes de que la nueva vida
sea liberada. Hay que cortar muchas ligaduras, no una sola. Si somos solamente
entusiastas, entonces se trata casi siempre de retórica o también de espuma inconsistente.
Pero la palabra de Dios no es una delicia para los oídos, sino un martillo. Quien quede sin
moraduras, no piense que ha sido herido. El entusiasmo es casi siempre humo de pajas (H.
Thielicke, Das Bilderbuch Gottes, Stuttgart 41963).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 200-207)
.....................
1) J. Jeremías. Las parábolas de Jesús, Salamanca 1970, 95 y 97
2) Si bien no exclusivamente. En efecto el discurso podía referirse, de rechazo, también a los misioneros,
siempre amenazados por el desánimo frente a los terrenos poco receptivos y que, por lo mismo, pueden
sacar la impresión de coleccionar simplemente fracasos.

18 - LUZ Y ESCUCHA
Mc/04/21-25 Mt/05/15 Lc/08/16-18
La búsqueda del celemín...:
Yo no sabía lo que era un celemín.
Era el momento bueno para llenar una laguna.
Abro con confianza los comentarios más prestigiosos. Disquisiciones sutiles acerca de la
homogeneidad o no de estos «dichos» con lo que precede o lo que sigue, además de entre
sí. Se prolonga el documentar que en los otros evangelistas se encuentra sólo en parte en
el mismo contexto y no siempre se usa en el mismo sentido.
Parece que el protagonista que hay que tener presente sea el famoso documento Q.
Y el celemín permanece allí, nadie se preocupa de él.
Y. sin embargo, parece que a Jesús le interesó esta zarandaja.
Recojo pocas informaciones acerca de él.
G. Nolli habla de él como de un objeto muy conocido, por lo que se limita a decir que tiene
cuatro patas que sirven, no para andar, sino «para poderlo agarrar más fácilmente». Y,
gracias a estas patas, seria fácil poner debajo de él la lámpara. Puede ser que sea una
operación fácil, pero no ciertamente clara. Y es en verdad el colmo, tratándose de una
lámpara. Así pues, patas que sirven para agarrar, y se agarra para escondernos algo.
Pero...
V. Taylor afirma que se trata de «una medida para sólidos que contiene dos galones».
Pero como buen inglés «imperial» cree que todo el mundo va a ir a comprar la mercancía
por galones.
Lagrange sostiene que ha encontrado el celemín en los papiros (la palabra, se entiende).
Sería un gran vaso destinado a contener el grano, pero que tendría también el uso de
esconder la lámpara.
Algún otro traduce celemín por artesa.
Y, de rechazo, hay quien habla incluso de él como de un recipiente que sirve para
«apagar» la lámpara. En este caso, no se ve por qué precisamente habría que usar nada
menos que una artesa para apagar una llamita.
Aun teniendo en cuenta que, en las pobres casas palestinas, con una sola habitación, sin
ventanas, el humo resultase bastante desagradable, no me parece que debieran darse
tantos y tan complicados problemas.
Así pues, ¿qué es el celemín? Finalmente abro un diccionario, que me simplifica el asunto:
«Medida romana de capacidad para áridos, en la que caben unos 8,75 litros. El recipiente
podría servir a los pobres como plato o como soporte para depositar los alimentos».

Una escena familiar y un proverbio popular


Esclarecido el misterio, pasemos a examinar esta página.
Son dos pares de «dichos» (o dos pequeñas parábolas) distintos (v. 21-22 y 24-25)
introducidos por la expresión «les decía», y cuyo segundo miembro se abre con la palabra
«pues». El v. 23 hace de bisagra (pero constituye también la clave de todo, como veremos).
Estamos ante una típica construcción de Mc. A mí me parece incluso lograda.
Aunque falta una ligazón directa con la parábola precedente, es innegable, sin embargo,
que se insertan en el discurso acerca del misterio del reino, que se está desvelando
progresivamente.
«Podremos resumir así el sentido de la palabra que Jesús dice: ciertamente el reino de
Dios es algo escondido que no todos conocen. Pero quien tiene oídos para oír descubrirá
que se trata de algo más que de cosas escondidas... «(G. Dehn).
Jesús, para ilustrar su pensamiento, se sirve de una escena familiar y de un proverbio
común («al que tenga se le dará...»), que él reelabora libremente adaptándolo a la «nueva
situación».
Bosqueja, en primer lugar, el cuadro familiar, y por la tarde «viene» la lámpara (1).
Jesús hace observar, con una pregunta irónica, que el vasito (ordinariamente de
terracota), no «viene» para ser apagado inmediatamente bajo el celemín, ni para ser
escondido bajo el lecho. Debe iluminar. Para eso se ha encendido, y entonces se le coloca
sobre el candelero. Este es su puesto.
Y ahora, el reclamo aparece evidente. El ha venido para iluminar, no para oscurecer, ni
mucho menos para cegar (2).
Algunos traducen el v. 22 así: «No hay nada que sea escondido sino es con la intención
de que sea manifestado». O sea, puede existir una fase de oscuridad y de no total claridad
(el hablar en parábolas un esconder temporalmente el misterio de su persona). Pero
«también cuando una cosa está escondida, el escondimiento es gracia de revelación» (V.
Taylor).
Bastará seguirlo hasta el fondo y la luz disipará, poco a poco, la oscuridad. Es una
promesa explícita hecha por Jesús. Como si quisiera asegurar: estad tranquilos, he venido
para ser puesto sobre el candelero, no para confundir las cosas.
El versiculo-bisagra 23 («quien tenga oídos para oir que oiga») ofrece la clave para la
comprensión de todo, además de ser paso hacia los dichos (o parábola) siguientes. Se
trata de escuchar, con aquella escucha partícipe de la que ya hemos hablado más arriba.
Paradójicamente, aquí, se alterna el tema de la luz y el de la escucha. Algo así como: ¡ve
el que escucha!
La insistencia siguiente no es casual: «atended a lo que escucháis» (v. 24). La luz llega
al interior del hombre a través de los oídos...
Aparentemente lo que viene después introduce un tema nuevo. A mí me parece que no.
Lo veo, más bien, en continuidad con todo lo que se ha dicho antes. Así pues: «con la
medida con que midáis seréis medidos» (3).
Me resulta extraño que muy pocos comentaristas subrayen la palabra «medida», sobre
todo en relación al «celemín» del principio. Y, sin embargo, -me parece- es precisamente
este vocablo el que asegura el elemento continuidad del discurso de Jesús. O sea, vuelve a
escena la medida que es el celemín y es devuelta a su uso normal, que es el de contener
algo. No debe servir para apagar la lámpara, sino para acoger el mensaje de Cristo. No
uséis el celemín para apagar, sino para recibir.
Se esclarece, entonces, el significado del «dicho»: la comprensión está en relación con la
disponibilidad.
El provecho es proporcional a la atención.
El conocimiento depende del deseo.
Dicho de otra manera: el don está subordinado a la capacidad del recipiente.
«...Al que tenga se le dará». Me atrevería a decir que aquí no es sólo la medida
«rebosante», sino que se entiende una «capacidad mayor» para recibir, un oído más fino,
una vista más penetrante, un espacio interior más dilatado.
O sea, no es simplemente el aumento cuantitativo de lo que se recibe una vez, sino el
aumento de la misma «posibilidad» de recibir, el aumento de la «capacidad» del individuo.

Al llegar a este punto Jesús remite a la sabiduría popular. Debían existir, en relación a la
situación social, proverbios como éstos: «El rico se hace cada día más rico», «dinero llama
dinero», «al rico todos le llevan regalos». Por el contrario, a quien no tiene nada, todos le
quitan hasta el último centavo; o también, en temas de desgracias, para quien ya es
miserable, «llueve sobre mojado».
Jesús transfiere esta «mentalidad» al plano que le es propio.
·Schnackenburg da en el clavo cuando comenta: «Quien ya tiene un tesoro de fe y de
amor, de buena voluntad y de fuerza para la actuación de la vida cristiana, recibirá dones
aún mayores escuchando la palabra de Dios como es debido. Quien, por el contrario, está
privado de todo esto, verá incluso desaparecer la fe acogida por él sólo externamente y
terminará por quedar del todo con las manos vacías. Es una palabra severa, que ilumina la
seriedad de la situación en que se coloca quien quiera vivir de verdad como cristiano».
Con otras palabras, importa la postura radical: una disponibilidad completa no puede
menos de llevar al don total. Mientras que una disponibilidad parcial conduce
inevitablemente a la pérdida total.
El "pasivo divino"
Es necesario subrayar, a estas alturas, el uso de los verbos en pasiva: «será dado»,
«será medido», «será quitado». Indican la acción divina.
Jesús se acomodó al uso hebreo, ligado a la exigencia de no pronunciar el nombre de
Dios para evitar cualquier abuso.
J. Jeremías lo llama «el pasivo divino». Jesús hace de él un uso muy frecuente.
Alrededor de cien veces (4). «Utiliza este pasivo, no sólo en enunciados estrictamente
apocalípticos... sino que amplía su campo y lo aplica también a la acción de la gracia de
Dios en el presente: Ya ahora perdona Dios, ya ahora revela el misterio del reino, ya ahora
cumple él su promesa, ya ahora escucha él las oraciones, ya ahora concede el Espíritu, ya
ahora envía mensajeros y los protege, mientras entrega al enviado. Todos estos pasivos
divinos anuncian el presente del tiempo de la salvación, aunque lo hacen velándolo...».

PROVOCACIONES

1. El reino se hará realidad luminosa para mí con tal de que no me limite a «desflorarlo».

La enseñanza de Jesús iluminará mi casa, a condición de no tomarla en pequeñas dosis.

2. Aquí, quizás, se comprende la bienaventuranza de los «limpios de corazón». Corazón


limpio, o sea purificado por una larga, sufrida búsqueda de la luz.

3. Jesús es la lámpara, la luz que «viene». Pero esta luz sólo puede percibirse a través
de otra luz, que no depende de mí, sino que Dios mismo me da.
En ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz (Sal 35, 10).

4. En mi casa no hay un celemín. Estoy desprovisto de él. Pero es inútil buscar fuera la
«medida» para acoger el don de Dios. Esa "medida" he de conseguirla dentro de mí.
Operación vaciamiento.

CONFRONTACIONES

El milagro de un hombre que me permite que le dé...


Mc, con la repetida llamada a «oír», subraya una vez más que las palabras de Jesús han
de entenderse (no hay nada que Jesús desee más ardientemente), pero que esto
presupone el don de Dios y el milagro de un hombre que permita que le den... (E.
Schweizer, o. c.).

¿Quién de nosotros es suficientemente niño?


Estas páginas se han difundido por todas partes, se pueden leer y escuchar todos los
días y a todas las horas de la jornada. Tienen el aire de una claridad, de una simplicidad
infantil. Y lo son efectivamente. Pero ¿quién de nosotros es suficientemente niño para
comprenderlas...?
Estos textos se ofrecen a todos, son una vela sobre el candelero y sin embargo, lo ven
solamente quienes tienen ojos. Se pueden gargarizar y ventricular de todas las maneras
posibles ante aquellos que no tienen oídos. Su verdad, como la verdad de todo lo que vive,
se difunde por sí misma (Lanza del Vasto, Commentaire de l'évangile, Paris 1966).

Como el dinero trae más dinero...


Parece como si Jesús dijera que en su reino pasa algo parecido al dinero: como el dinero
trae más dinero, así el amor trae más amor. Y como al rico todos los negocios le salen bien,
sobre todo porque es muy rico, así a quien tiene mucho amor, Dios le da todavía más amor;
mientras que a quien es egoísta y explota a sus hermanos, Dios le quita incluso aquello
poco de bueno que tenía en su corazón... Porque el egoísmo genera más egoísmo, como el
amor genera más amor (E. Cardenal, El evangelio en Solentiname I, Salamanca 2.1975)
(·PRONZATO-3/1.Págs. 208-213)
.......................
1) Prefiero la traducción «acaso viene la lámpara» en vez de "acaso se trae la lámpara", porque es más fiel al
texto: y también porque deja entrever mejor la aparición de Jesús sobre la tierra.
2) A diferencia de Mt. que aplica la imagen a los discípulos, los cuales deben ser "la luz del mundo" (5, 14), Mc
la refiere a la venida del reino en la persona de Jesús.
3) En los otros evangelistas, la "sentencia" se refiere a las relaciones con el prójimo: "no juzguéis para que no
seáis juzgados... con la medida que midáis se os medirá a vosotros·" (Mt 7, 1-2; cf. también Lc 6, 37-38).
4) El mismo autor hace notar que, teniendo presente este tipo de lenguaje, habría que traducir "bienaventurados
los que lloran porque hay alguien que los consolará" (en vez de «serán consolados») en Mt 5, 4. «Hay
alguien que ha contado todos los cabellos de vuestra cabeza» (Mt 10.30). Y, en la escena del paralítico
referida por Mc. se podría traducir: "Hijo mío, hay alguien que te perdona tus pecados" (2, 5). Cf. J. Jeremías.
Teología del nuevo testamento, Salamanca 4,1981. 23 s.

19 - LA SEMILLA QUE CRECE POR SI SOLA:


Mc/04/26-29:
PARA/SEMILLA

Al descubrimiento del tema


La llaman la «parábola de la semilla que crece por sí misma» (o «espontáneamente» o «a
escondidas»), «de la semilla que germina sin que se ponga la mano en ella», o también «de
la tierra que da fruto», e incluso «del labrador paciente» (con las variantes «confiado»,
«lleno de esperanza»).
Lo que significa que, para una parábola de apariencia tan simple, resulta más bien difícil
determinar el tema principal, acertar de qué se trata.
Es significativo el hecho de que los otros evangelistas no la mencionen. Sólo Mc la
registra. En Mt se puede encontrar un vago paralelo en la parábola de la semilla y de la
cizaña (Mt 13, 24-30), puesta en el mismo contexto. Evidentemente el campo de la semilla
que crece en silencio resultaba un poco vacío y ha querido llenarlo con la grana. Y la
escena del labrador que se limita a dormir y a levantarse según sea noche o día, quedaba
un poco chata, y ha pensado, con buen criterio, darle movimiento, e incluso dramatizarla,
con la acción dañosa del enemigo del hombre.
Pero Mc no tiene miedo a presentar esta parábola difícil.
Cierto, se habla del misterio del reino. Se dice expresamente (v. 26).
Pero me parece que discutiendo si el reino aquí hay que entenderlo en su principio
germinal interno (dentro de cada uno de los hombres o dentro de la sociedad), o en su
aspecto de desarrollo en coincidencia con la evolución de la historia, o en clave escatológica
(la siega: cf. Joel 4, 13: «Meted la hoz, porque la mies está madura») existe el peligro de no
captar el centro de gravedad de la parábola.
Evidentemente, Jesús se refiere a su situación, parte de ella.
Es precisa, en este sentido, la exégesis (alabada incluso por la Lagrange) que hace Loisy:
«Como el agricultor, Jesús siembra el reino predicando el evangelio. No le toca dirigir la
siega, o sea el advenimiento completo del reino, y no nos debe impacientar que esta venida
no se produzca inmediatamente. Es asunto que pertenece a Dios, así como el desarrollo
actual y misterioso del reino es obra suya y secreto suyo».
En este contexto, la parábola puede ser una respuesta a las intolerancias de los zelotes
-presentes también entre los apóstoles-, que querían pasar decididamente a la acción, a las
impaciencias de los «suyos», que desearían un éxito más evidente, y a los delirios y cálculos
de los apocalípticos. Y quizás, también, una invitación... a la calma y a la interioridad para
aquella gente siempre ávida de acontecimientos sensacionales.
Pero, con todo esto, aún no está aclarada la intención de la parábola.

Protagonista es la semilla
Alguno sostiene que se hace resaltar el proceso del crecimiento. Otros, que la cosecha.
A mí, por el contrario, me parece evidente que la protagonista es la semilla.
En las parábolas precedentes, se ha destacado, ante todo, la figura del sembrador y
"fijado" su gesto. Después se ha hablado de las diversas clases de terreno. Ahora,
justamente, el interés recae sobre la semilla.
Discutir si el acento se pone en los inicios o al final, está fuera de lugar. Aquí se quiere
llamar la atención sobre la característica principal de la semilla: su fuerza interna, sus
potencialidades.
La semilla es la cosa más débil, pero también la más fuerte.
No es que se niegue o se minimice la acción del sembrador. Como no se niega la
importancia del terreno. Pero de esto ya se ha hablado.
El trabajo y la acción del labrador han sido y son necesarios (sembrar, arar, escardar,
etc.). Pero aquí no interesa. Hay que ocuparse de la fuerza vital ínsita en la semilla, que es
independiente de la acción del hombre y de su saber («sin que él sepa cómo», v. 27; la
misma alusión al dormir o al estar alerta del agricultor indica algo «desenganchado» de lo
que sucede en el campo).
El labrador puede ir a dormir y puede levantarse, no porque su trabajo carezca de
importancia. Sino porque se habla de otra cosa. Y él en este momento no interesa.
Las dos tentaciones siempre al acecho en esta parábola son la interpretación alegórica
(1) y el interés exasperado por lo que hace o por lo que no hace el labrador.
También los estudiosos más avisados derivan de buen grado hacia el campo moral,
cuando se trata de sacar las consecuencias. Y entonces la parábola constituiría una
invitación a la paciencia, a la serenidad, una apología de la esperanza, un sedante contra el
insomnio y los afanes. No es casual que alguno se adelante diciendo «la parábola del
agricultor paciente», que es como echar a andar con pie equivocado.
Evidentemente, es fácil sentirse en situación embarazosa frente a la semilla. No se sabe
qué decir. Se prefiere hablar del hombre, aunque sea para admirar su calma o para
exhortarlo a tener confianza.
Y. sin embargo, la parábola no es un himno genérico a la esperanza.
Representa una invitación clara a descubrir la acción de la semilla, su potencia.
La palabra de Dios es viva, eficaz, tiene una fuerza interna irresistible.
Hace que suceda algo. Es más, ella misma es acontecimiento, hecho.
Se podría decir: esta sucediendo la palabra. Este es el hecho decisivo.
El reino está presente, acontece. Es esencialmente poder de Dios, no acción del hombre.

El reino es actual en su aparente inactualidad.


Se manifiesta en la ausencia de signos exteriores.
Crece y trabaja, aunque parezca que no pasa nada.
«Produce», aunque todo quede como antes.
Resumiendo: el reino considerado desde tres ángulos diversos. Como siembra (parábola
del sembrador). Como acogida y responsabilidad (explicación). Como poder (la semilla que
crece por sí sola).
Este último aspecto, no excluyendo los primeros, incluso presuponiéndolos como
condición (la semilla, para poner de relieve su fecundidad, tiene necesidad de ser
sembrada; y la siembra implica necesariamente un terreno), sin embargo se desengancha
de ellos. O sea: la fuerza vital no es dada a la semilla por la actividad del agricultor. La
posee por sí misma.
El creyente, como el agricultor, es alguien que sabe todo esto.
No debemos equivocarnos a este respecto. La parábola no dice que el hombre no sabe.
Dice que no sabe cómo (v. 27). Que es bien distinto.
El creyente es alguien que sabe del reino. Está informado acerca de ello. Tiene
conocimiento de su presencia. Advierte su acción.
El «cómo» no añadiría nada. Es más, quitaría algo, tanto a su fe, cuanto a la
potencialidad de la semilla.
Finalmente, el creyente tiene necesidad de que el «cómo» permanezca secreto.
De otro modo desaparecería de su vida el elemento estupor y la dimensión del respeto.
No lo veremos jamás de rodillas. Sino siempre afanoso, siempre encorvado para
controlar. O, peor, para manipular.

PROVOCACIONES

1. Creo intuir el motivo por el que los otros evangelistas y muchos predicadores omiten
esta parábola. Porque no presenta aplicaciones prácticas.
Cierto tipo de gente si no señala deberes a los demás, se siente desocupada. Si no dice
a los otros lo que tienen que hacer y sobre todo lo que no tienen que hacer, se siente inútil.

La parábola es embarazosa porque no dice ni lo que tenemos que hacer ni mucho menos
lo que debemos evitar. Dice, simplemente, lo que está haciendo la semilla.
El agricultor, después de haber hecho lo que era necesario, ahora «deja hacer». Y es la
acción más difícil de cumplir.
(Me gustaría encontrar, en los manuales de pastoral, dos capítulos con estos títulos:
«Dejar hacer» y «Dejar estar»).

2. No se trata de condenar el eficientismo.


El eficientismo desaparece frente a la eficacia de la semilla-palabra.
Las manías eficientistas y los afanes organizativos son desenmascarados en sus
pretensiones ridículas y aparecen fuera de lugar cuando se revela la fuerza natural de la
semilla.
El eficientismo y el activismo no se combaten. Se demuestran «fuera de lugar». En el
campo del reino no tienen cabida. La semilla les excluye.

3. Una fórmula que todos cacarean hoy es «la irrupción de Dios en la historia» o «la
irrupción del reino». No existe una palabra más inflada que «irrupción». En algunos libros,
se encuentra en cada página y tienes la impresión de que el volumen va a explotarte entre
las manos de un momento a otro.
No discuto la legitimidad teológica del término. Pero me parece, modestamente, que en
nuestra civilización, contaminada por la espectacularidad y por el sensacionalismo, puede
alimentar muchos equívocos.
En realidad, cuando Dios "irrumpe" en la escena para liberar a los hebreos de la
opresión, comienza una fatigosa -y en absoluto triunfal- marcha a través del desierto.
Cuando Cristo «irrumpe» en medio de los hombres, encontramos a un niño en un
establo.
¿Acaso, «irrupción» no será una traducción un poco... libre de la kénosis?
Y después desafío a cualquiera a demostrar que la parábola de la semilla, que crece por
sí misma, sugiere la imagen de una irrupción.
Me parece que es mejor decir: el reino viene, está sucediendo.
Dejemos descansar un momento a la irrupción (debe estar también un poco cansada), y
sustituyámosla con una palabra más discreta. Después de tantos destrozos (verbales), la
semilla podrá continuar su acción silenciosa...
(Y pido disculpas si también a mí, quizás, se me ha escapado alguna «irrupción». Se dan
casos, desgraciadamente, en los que el lenguaje usual piensa en lugar nuestro).

4. El cristiano no es un constructor del reino, y menos aún un programador o un director


de obras.
Es, más modestamente, pero más útilmente, uno que ofrece posibilidades al reino.
Y, a veces, la posibilidad más apreciada puede ser la de no estorbar.
5. Dando un poco de pábulo a la fantasía acerca de la realidad que tenemos ante los
ojos, podemos descubrir cómo la parábola, en el fondo, «ridiculiza» -con su imagen central
de la semilla que crece por sí misma- ciertas «partes» que a veces los hombres de iglesia
se asignan únicamente para no hacer la figura del agricultor que «duerme o está en pie
según sea de día o de noche».
Es un trabajo que dejo a mis lectores (contento, en todo caso, de registrar sus
aportaciones).
Y me limito a sugerir una lista de personas que «no entran» en la parábola. Tal como se
me vienen a la cabeza.
En primer lugar, no hay nadie que se afane por exterminar los pájaros que picotean la
semilla. Y ni siquiera existe alguien que haga de espantapájaros. Y tampoco ni sombra de
un especialista en piedras o en espinas.
No se ve a nadie que proteja la frágil planta, la resguarde, o aísle las especies que
considera más apreciadas con pequeños muros de separación, aptos para este fin.
No hay lugar para el experto en botánica, el que sabe todo acerca de la semilla, menos lo
más importante: que la semilla no recibe instrucciones suyas.
(Conviene siempre desconfiar de los expertos en botánica eclesial. Personalmente he
conocido a algunos que han cometido errores colosales, dirigiendo todo su afán hacia
espigas «ejemplares» que después se han manifestado vacías, y despreciando otras que
tenían algo en la cabeza, pero con el inconveniente de no plegarse, lo que les salía muy
bien a los primeros; que cambiaban las hierbas de adorno por los frutos; que no distinguían
entre venenos y abonos; que desconfiaban del perfume más genuino, y en compensación
no advertían el hedor más pestilente; que animaban a los parásitos y mortificaban a los
trabajadores sin relieve, que ayudaban oprimiendo, favorecían manipulando, servían
utilizando; que creían tener corazón sólo porque no usaban la cabeza...).
No aparece el que cree que el sistema más seguro para aligerar el crecimiento consiste
en tirar del tallo...
(Ciertos especialistas en «crecimiento controlado» o «forzado» de las personas, no caen
en la cuenta de que obtienen solamente un resultado, el de retardar e incluso impedir la
maduración).
No encuentra puesto el encargado de medir la altura de las pequeñas plantas (para
asegurar que corresponden a los modelos que él tiene en la cabeza).
No despuntan los expertos en previsión, los futurólogos (a propósito: ¿es justo
preguntarse si el reino tiene un porvenir? Sería como preguntarse si la semilla tiene un
porvenir...).
No son presentados los que saben todo acerca de la iglesia del año 2.000, aquellos que
sostienen que es necesario especificar las causas que el discurso del reino hay que
afrontarlo contra corriente, o aquellos otros que dicen que es un desastre, o los otros tipos
que cacarean continuamente "¿dónde vamos a parar?" (y al menos dijesen por dónde hay
que comenzar).
Y, si no me he distraído, tampoco existen los que deciden las estaciones, imponen límites
de entrega, fijan el tiempo de la recolección, hacen concursos para el mejor producto,
premian las espigas más bellas.
Estos personajes no están en la parábola.
En la parábola hay una semilla que sabe hacer su propio oficio, y llega adonde quiere y
cuando y como quiere. Y no tiene necesidad de que alguien le sugiera las modalidades de
su crecimiento.
Y hay un agricultor que duerme y está en pie, según sea de noche o de día. Es una
persona seria, ¡qué caramba!

6. Para percibir las realidades de este reino, quizás es necesario usar «diversamente» de
nuestros sentidos. Se trata de oír el grano que crece. Y de ver la palabra que es anunciada.
7. Alguien dice «debilidad y fuerza de la semilla. Vulnerabilidad y potencia». Yo pondría
dos acentos. Así: la debilidad es la fuerza de la semilla. La vulnerabilidad es su potencia.

8. Muchos quedan sorprendidos por el hecho de que en el evangelio de Mc la Virgen


ocupa un puesto casi irrelevante. Quizás en esta parábola se pueda captar una alusión.
Probablemente esta es la parábola que nos hace entender la posición de María (y
también la nuestra) en relación a la semilla. Dar, retirándose. Ofrecer, dejando. Unir,
desapareciendo. Comprensión liberadora.
O sea, valor, importancia de una fidelidad y de una participación hecha de ocultamiento.

María no tiene necesidad de aparecer al exterior en acción. Es «cómplice» tanto de la


semilla como del surco.
Es solamente una hipótesis que aventuro, entiéndase bien.
Pero tengo la impresión de que a aquel agricultor le podemos dar un nombre de mujer.

CONFRONTACIÓN

Qué debemos hacer


No debemos probar la palabra de Dios.
Debemos anunciarla, sembrarla (A. Maillot, o. c.).

No tomar nunca a los demás por imbéciles


He aquí los criterios en que debemos inspirarnos para los problemas actuales:
1. Prioridad del anuncio del evangelio.
2. Paciencia y confianza en la obra divina. No dramatizar jamás, aunque hiele.
3. Respeto al auto-matismo y a la auto-nomía de la semilla: lo que significa, en el fondo,
respetar a los otros y al Espíritu santo.
El problema es siempre éste. Se trata de no tomar a los demás por imbéciles, y al Espíritu
santo por una persona que habría esperado la psicología y la sociología para existir (Ibid.)

Condenados al estudio de lo posible


Hay una frase-clave en la parábola: «sin que él sepa cómo». O sea, no se entiende nada
(v. 27).
Es la gran sonrisa de Dios sobre la iglesia. Y debería ser la nuestra: no entenderemos
nada jamás.
No entenderemos nunca por qué aquella determinada semilla que debería germinar no
ha germinado y aquella otra que no podía germinar, produce un fruto maravilloso.
No sabremos nunca por qué en aquel mal terreno (malo a nuestros ojos), una semilla mal
sembrada, mal cultivada, ha nacido optimamente, y por qué en otra parte, a pesar de las
predicaciones sublimes, de los sociólogos expertos, psicólogos sutiles, teólogos
excepcionales, todo se ha ido al traste.
No lo entenderemos nunca. Porque el asunto no es de nuestra incumbencia.
Al fin y a la postre, este texto nos muestra la extraordinaria potencia de la semilla.
Porque ésta puede germinar allí donde nada debería crecer.
Y nosotros estaremos entonces en disposición de descubrir la razón de esta debilidad y
de esta potencia unidas.
Es el amor de Dios.
En efecto, si por amor Dios se hace débil, este amor es también lo que hay de más
fuerte. El amor es lo que puede cambiar el Sahara en un jardín. Es el que hace posible lo
imposible.
Pero el amor permanecerá siempre incomprensible, no sabremos nunca de dónde viene,
ni adonde va.
La ciencia, por su parte, se ocupa sólo de lo posible. Sociólogos, psicólogos, teólogos,
estrategas, están condenados al estudio de lo posible.
Y hacen bien su oficio. Sólo deben recordar, y nosotros con ellos, que cuando se trata
del amor de Dios:
«¡No entenderemos nunca nada!»
«No sabemos cómo actúa» (Ibid.) >

El reverso del poder


La potencia fecunda es el reverso del poder (F. Belo, Lectura política del evangelio,
Madrid 1975).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 214-222)
.......................
1) La interpretación alegórica ha celebrado precisamente sobre esta parábola triunfos discutibles. He aquí
algunos ejemplos significativos. El sueño y la vigilia del agricultor podrían interpretarse en el sentido de la
ausencia de Cristo de su semilla (la iglesia) después de la ascensión. O también -en clave psicológica-
indicaría la confianza del sembrador (Cristo) en su fundación (la iglesia). En clave moral la alegorización es
aún más libre. Semilla=evangelio; campo=corazón del hombre; crecimiento= colaboración del hombre con
la acción de la gracia; espigas= obras buenas; siega=muerte. (Cf. J. Schmid, o. c. ).
20 - EL GRANO DE MOSTAZA
Mc/04/30-34 Mt/13/31-32 Lc/13/18-19
PARA/GRANO-MOSTAZA

De la botánica a la didáctica
Es necesario precisamente comenzar por la botánica.
La mostaza (1), si se quiere ser meticuloso, no es la más pequeña semilla que se conoce.
Pero en Palestina, indicaba proverbialmente una cosa minúscula, una cantidad mínima (2).
El grano de mostaza es pequeñísimo, pero muy activo. Y. entre sus características, está
también la de provocar una irritación fastidiosa de la piel.
Dicho en un inciso. Del grano de trigo. nutritivo, de la primera parábola, se pasa a éste,
que da sabor.
En un año la planta supera sobradamente el metro. Y puede llegar incluso a los 3-4
metros de altura, especialmente en las regiones del lago.
Cuenta un rabino: «Tenía en el jardín un arbolillo de mostaza. Me subí encima como se
puede trepar a la punta de una planta de higuera...» Una manera de informarnos acerca de
las cualidades de esta planta y, al mismo tiempo, de las dotes de trepador del propietario.
Y pasemos a la didáctica. «¿A qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo
expondremos?» (v. 30). Jesús recalca el estilo de enseñanza peculiar entre los semitas.
Es célebre, a este respecto, el diálogo entre el rabino Gamaliel y un filósofo de su tiempo:
«Me explicaré con una semejanza. ¿En quién podríamos pensar? Pues, en un rey que parte
para la guerra...».
En la expresión de Jesús se pueden captar, quizás, dos matices distintos: la dificultad para
expresar, de una manera adecuada, el reino de Dios. El lenguaje humano resulta
«desproporcionado» respecto al sujeto. Es difícil encontrar una imagen que acerque, no
digo que «recubra», esta realidad.
Además, un intento de comprometer directamente al auditorio, para que no sea sólo
destinatario de una enseñanza, sino sujeto activo. Como una propuesta: busquemos juntos.

De la botánica a la didáctica, para llegar a la... fauna avícola. «Las aves del cielo pueden
cobijarse bajo su sombra» (v. 32).
Aquí, sin embargo, más que las ciencias naturales, ayuda el conocimiento del antiguo
testamento y de sus simbolismos.
Tres textos significativos.
«Hijo de hombre, propón un enigma y presenta una parábola a la casa de Israel...
Dice el señor Yahvé:
También yo tomaré la copa de un gran cedro,
de la punta de sus ramas escogeré un ramo;
y lo plantaré yo mismo en un monte elevado y macizo:

En el alto monte de Israel lo plantaré.


Echará ramas y producirá frutos,
y se hará un cedro magnífico.
Debajo de él habitarán toda clase de pájaros,
toda clase de ases morarán a las sombras de sus ramas.
Y todos los árboles del campo sabrán que yo, Yahvé,
humillo al árbol elevado y elevo al árbol humilde,
hago secarse al árbol verde y reverdecer al árbol seco.
Yo, Yahve, he hablado y lo haré (Ez 17, 2; 22-24).

Así pues, una primera indicación importante. Dios elige las realidades más humildes para
realizar un designio suyo de grandeza. Pero toda la operación debe atribuirse
exclusivamente a él. No tiene necesidad del «árbol elevado». Quiere enaltecer «al árbol
humilde».

Y más adelante Ezequiel dice:


Mira: a un cedro del Líbano
de espléndido ramaje,
de fronda amplia de sombra
y de talla elevada.
Entre las nubes despuntaba su copa...
...En sus ramas anidaban
todos los pájaros del cielo,
bajo su fronda parían
todas las bestias del campo,
a su sombra se sentaban numerosas naciones... (Ez 31, 3.6).

Pero así como «su corazón se había enorgullecido de su altura» (3, 10), el Señor ha
provocado su destrucción y su humillación.
Es importante, pues, la acción de Dios. Es importante que todos sepamos «que yo soy el
Señor» (17, 24).
Aplicándolo al reino anunciado por Jesús: debe aparecer que es obra de Dios y que no
estamos en el campo de las valoraciones humanas.

Otro texto:
Ese árbol que has visto, que se hizo grande y corpulento, cuya altura llegaba hasta el
cielo y que era visible en toda la tierra, que tenía hermoso ramaje y abundante fruto, en el
que había alimento para todos, bajo el cual se cobijaban las bestias del campo y en cuyas
ramas anidaban los pájaros del cielo eres tú, oh rey, que te has hecho grande y poderoso,
cuya grandeza ha crecido y ha llegado hasta el cielo, y cuyo dominio se extiende hasta los
confines de la tierra (Dn 4 17-19).

En la visión de Nabucodonosor, la imagen del árbol que extiende las ramas indica
claramente el dominio que se extiende sobre los otros pueblos.
Esta imagen, bastante transparente para los oyentes de Jesús, encuentra en la parábola
una aplicación para el reino, pero se cancela toda idea de dominio y de conquista para
sustituirse por la de refugio y protección: «...pueden cobijarse bajo su sombra» (v. 32). O
sea, algo de benéfico, de reconfortante.
Se puede leer ahí la extensión universalista del reino de Dios. Y. quizás, la acción de
Jesús que va más allá de los confines de Israel para abrazar también a los gentiles (3).
Es singular que los pájaros, que han entrado en escena al inicio de la jornada de las
parábolas para rapiñar la semilla, vuelven a aparecer aquí, pero esta vez como huéspedes
de la planta. En esta perspectiva, los enemigos son vencidos no porque hayan sido
exterminados, sino porque han sido «acogidos».
Finalmente se puede leer esta otra característica del reino: pequeño pero no exclusivista.

«...Pero en privado»
Y volvamos a la didáctica.
«Y les anunciaba la palabra con muchas parábolas como éstas, según podían
entenderle» (v. 33).
Mc ha presentado un muestrario de parábolas colocándolas en la «jornada de la barca».

Jesús, en contacto con la gente de todos los días, ha elegido este medio popular para
decir las cosas que debía decir.
«La comparación parte siempre de las acostumbradas manifestaciones de la vida
ordinaria de los hombres, en la familia, en el trabajo, en las relaciones interpersonales, en
la relación de los hombres con las cosas. Y las manifestaciones acostumbradas de la vida
cotidiana sirven como término de comparación con el reino de Dios, con los modos de
difundirse del reino de Dios entre los hombres, y con las posibilidades de entrar en el reino
de Dios, a través de la conversión, esto es, a través de un cambio radical de la mentalidad
y de las costumbres.
«La realidad visible de la vida de todos los días sirve como término de comparación,
precisamente, y de revelación, de la realidad invisible de la vida del reino de Dios, que en la
visión evangélica de la vida da su sentido a la vida del hombre».
Sin embargo, y a pesar del lenguaje al alcance incluso de los menos cultos, el reino
permanece inaccesible en su realidad más profunda. Así, su revelación esta hecha de
luces, pero también de oscuridad. «No les hablaba sin parábolas; pero a sus propios
discípulos se lo explicaba todo en privado» (v. 34).
Es oportuna la precisión de R. Fabris:
«Mc... distingue dos grupos de oyentes: el de los discípulos y el de la gente (cf. 4, l l-12).
Pero ni siquiera los discípulos comprenderían el misterio escondido en las parábolas sin la
explicación de Jesús. En una palabra, Mc subrayando la incomprensión, tanto de los
discípulos (4, 13) cuanto de la gente, pone de relieve un tema constante de su cristología:
el conocimiento de Jesús es un don de Dios al que se llega por medio de la fe. La parábola
es Jesús mismo que, con su presencia histórica, revela del modo más simple el rostro de
Dios y su proyecto, pero al mismo tiempo se convierte en el enigma más oscuro para quien
no está dispuesto a cambiar sus esquemas acerca de Dios y de su acción en el mundo.
Sólo aquel que, como discípulo comparte el destino de Jesús totalmente, puede superar el
escándalo de un Dios que se revela en lo cotidiano, como en el gesto confiado del
agricultor, en el germinar y el madurar del grano, en el crecimiento prodigioso de una
pequeña semilla».
Y otro estudioso dice:
«Una vez más el hecho de que Jesús hable en parábolas es más importante que su
contenido. Por su medio llega a los hombres "la palabra" que desde el primer capítulo del
Génesis es el instrumento por medio del cual Dios se dirige a su creación. Esto sucede a la
medida de como ellos puedan oír: el discurso directo es imposible porque Dios no puede
ser objeto de enseñanza. En la actividad de Jesús es Dios mismo el que actúa, pero el
antiguo testamento había dicho que el hombre no puede ver u oír a Dios y vivir. Esto, por
tanto, no puede decirse en lenguaje directo, sino sólo por medio de imágenes, de manera
que todo el hablar de Jesús debe considerarse como un hablar mediante imágenes. Esta
afirmación parece estar desmentida por la frase final; en realidad para Mc estas últimas
palabras intentan acentuar todavía más la afirmación precedente. Si las imágenes son la
forma en que se puede hablar del reino de Dios de una manera acomodada al hombre,
precisamente por esto exigen la ayuda de Jesús para ser comprendidas. Sólo en comunión
con él se aprende a entender el lenguaje de Dios. Las imágenes, pues, no son solamente
subsidios retóricos o didácticos: son el medio para hacer entrar en comunión con aquel que
las pronuncia, esa sola comunión permite comprender su significado... Por eso Mc no da
normalmente la explicación de las parábolas».
O sea, es remachado un tema fundamental: para entender, es necesario estar en
comunión con él.
«En privado» no indica una elección discriminadora. Pero subraya la decisión de vivir en
comunión «con el Cristo viviente que habla hoy a la comunidad, que solo explica
(literalmente: resuelve) cada cosa (E. Schweizer).
Los discípulos no tienen un conocimiento superior al de los que están fuera. Pero poseen
al único Maestro y escuchan la palabra que, poco a poco -a lo largo del itinerario del
seguimiento-, desvela los misterios.
«Si se tiene presente el hecho de que Mc escribe en el momento en que se consuma la
escisión entre la iglesia y la antigua comunidad de Israel, se comprende la pasión de su
tesis teológica» (H. Kahlefeld).
Los hebreos pueden saber de todo esto tanto como ellos, y quizá más. Tienen los libros,
la ley, los comentarios de los doctores, la ciencia tradicional. Los discípulos tienen al
Maestro. El cual, más que dar una explicación, es la explicación. Sí, Cristo es parábola y
explicación al mismo tiempo.

Parábola de contraste
Como es habitual, también respecto de esta parábola, chocan las diversas
interpretaciones de los estudiosos. El centro de gravedad lo ve cada uno a medida de su
particular teoría acerca del reino.
Existen, sobre todo, tres tendencias:
-Idea de crecimiento.
-Irrupción (¡ahí está!) rápida y catastrófica del reino (escatología actuada).
-Referencia a la situación inmediata de Jesús.
Me parece que tenemos que tomar en consideración, sobre todo, la primera y la tercera.

Tengamos presente que esta parábola es considerada como una «parábola de


contraste» o de la desproporción.
Es lúcida la exégesis de Loisy: «Lo mismo que pasa con el grano de mostaza cuando es
echado en tierra, así el reino de Dios es casi imperceptible en sus principios, pero crecerá y
su maravillosa expansión aparecerá totalmente desproporcionada en relación a la exigüidad
de sus exordios».
J. Jeremías explica que la situación era de duda acerca de la misión de Jesús.
«¡Qué distintos de lo que se esperaba eran los comienzos del tiempo de salvación
predicado por Jesús! Este grupo miserable, al que pertenecían tantas gentes de mala fama,
¿había de ser la comunidad salvífica nupcial de Dios? Si, dice Jesús, ella es. Con la misma
seguridad con que de la pequeña semilla de mostaza se produce el gran arbusto..., el
milagro de Dios convertirá mi pequeña grey en el pueblo de Dios del tiempo de la salvación,
que abarcará a todos los pueblos».
Aquí, se hace todavía necesaria una precisión.
Un hombre moderno que pase a través de un campo, considera el desarrollo de una
planta, el crecimiento de la mies, como un proceso normal que obedece a leyes biológicas.

El hombre de la Biblia, por el contrario, ve en ello una serie de milagros.


En esta perspectiva (4), la parábola habla del crecimiento del reino como algo prodigioso,
como acción de Dios, y que, por tanto, no está fundado en las normales previsiones
humanas y en los cálculos de probabilidades.
Así pues, existe un contraste: «De los principios más mezquinos, de algo que a los ojos
de los hombres es nada, Dios da origen a su imponente dominio real, que abrazará a todos
los pueblos de la tierra" (J. Jeremías).
Pequeños inicios, y conclusión maravillosa.
Apariencias modestas, insignificantes, y realidad grandiosa.
Todo esto, no a través de un desarrollo orgánico, que obedece a leyes naturales, sino
gracias a la acción milagrosa de Dios.

No se puede fotografiar el desarrollo del reino de Dios


Y, al llegar aquí, es necesario evitar una interpretación abusiva, si bien es bastante
frecuente. Lo dice muy claramente Schackenburg: «No se debe en esta parábola correr
enseguida con el pensamiento al desarrollo y a la difusión de la iglesia. El reino de Dios es
en verdad operante sobre la tierra y en la iglesia, pero no es una dimensión visible y una
institución exterior como la misma iglesia».
Si la parábola se aplica inmediatamente a la iglesia, uno puede ser inducido a
valoraciones que están precisamente en lo opuesto respecto al significado de la parábola.
Y así uno podría ser inducido a interpretar manifestaciones externas de grandeza,
extensión de influencia, éxitos, estadísticas, como signo seguro de que la semilla se ha
desarrollado y que las ramas crecen cada día. Que la semilla ha superado definitivamente
su estadio de semilla.
Y, sin embargo, me parece que la parábola indica que la realidad del reino escapa a
cualquier valoración y medición en base a criterios terrenos, que su vida y vitalidad no son
controlables.
Si existe desproporción, ésta no está entre los principios y el fin, y tampoco entre el
escondimiento del punto de partida y la manifestación clamorosa de la llegada, sino entre la
realidad efectiva y la posibilidad humana de medirla, pesarla. En palabras simples: no es
posible fotografiar el desarrollo del reino, ni mucho menos «fijarle» un momento
determinado. Así como no es posible descomponerlo en las varias fases de su crecimiento.

Queriendo «marcar el punto de la situación», o también catalogar exactamente victorias y


fracasos, progresos y regresos, se corre el peligro de iniciar la marcha fúnebre cuando
correspondería la marcha nupcial. Y viceversa.
Al hablar del reino, con sólo nuestros cálculos, se corre siempre el peligro de equivocarse
de fiesta.
Con nuestros análisis, terminamos escribiendo la historia al revés.
Primero: no confundir las cosas.
Segundo: ser cautos en las valoraciones.
El reino de Dios es dejado de lado, y por ello cargado de significación.
Poco visible, y por lo mismo presente y operante.
Con escasa influencia y, sin embargo, determinante.
Con un acompañamiento reducido, pero capaz de poner todo en movimiento.
Superfluo, y consiguientemente necesario.
Devaluado, olvidado, y por eso actual.
Diría que su peculiar característica es la contradictoriedad. O, si queréis, la capacidad de
desconcertar.
También por eso Cristo ha dudado al principio de la parábola: «¿A qué compararemos...
o con qué parábola...?».
Desafío, yo.
Era necesario encontrar una planta que fuese, al mismo tiempo pequeña y grande,
modesta e importante, invisible e imponente, inútil y necesaria.
Diré más: que fuese semilla y planta al mismo tiempo.
Sí, porque el reino, incluso cuando es planta crecida, no deja de ser semilla. Y la semilla,
precisamente en cuanto tal, es ya planta.
Era necesario encontrar una semilla espectacular y una planta invisible. Una semilla que
hiciese sombra, que diese seguridad, que fuese patria para todos. Y una planta escondida
bajo la tierra, con las raíces hundidas en el cielo.
Un ejemplar con estas características no podía ofrecerlo la botánica. Porque no existe.
Podría ofrecer simplemente un minúsculo, invisible grano de mostaza, una cosa de nada,
la más cercana al reino (o, la más lejana).

No se debe perder la ocasión


Una última observación.
Esta parábola no se proyecta hacia el futuro. Nos hace atentos al presente.
«Su objetivo no consiste en enseñarnos que el reino de Dios vendrá con seguridad, o
que vendrá pronto, o que el ministerio de Jesús traerá frutos maravillosos. Se trata de hacer
entender el significado decisivo del tiempo presente» (J. Dupont).
Y añade con agudeza B. Maggioni:
«Jesús quiere reclamar el compromiso que la importancia y el significado de la situación
presente exigen: es importante esta ocasión, este encuentro con Cristo: el reino de Dios
está en esta semilla. La humildad de la situación no debe convertirse en motivo de
negligencia y de rechazo».
Descuidando cosas que parecen insignificantes, se corre el riesgo de rechazar ocasiones
con consecuencias incalculables. Descuidando lo cotidiano, se pierde la cita con el reino.
«La parábola, pues, nos enseña a tomar en serio nuestras ocasiones, las ocasiones que
se presentan aquí y ahora, y que son humildes, pequeñas y terrenas. Pero esconden la
presencia del reino» (B. Maggioni).
Se trata de captar, en los pequeños indicios de los días feriales, la revelación del reino.
De descubrir, en los hechos irrelevantes, el hecho decisivo. De asir, en la simplicidad y en
la normalidad, el excepcional, el inaudito evento.
El reino de Dios está en el fondo de las cosas familiares. El acto de partir el pan, una
sonrisa, un gesto de solidaridad, una mirada de simpatía, una amistad, el ponerse del lado
del débil, el abrazar una «causa perdida», una puerta abierta, un plato más en la mesa...
traicionan su presencia.

PROVOCACIONES

1. El rabino trepaba por la planta de la mostaza de su huerto para demostrar así su


grandeza.
Cristo, por el contrario, nos mete debajo nidos de pájaros.
Son los otros los que documentan la grandeza y la importancia de la planta.
Extender las ramas, alargar la propia zona de sombra, no tiene sentido.
Lo que tiene sentido -o sea, lo que da significado a la planta- es que los otros encuentren
puesto en ella.
El árbol más grande es el más «habitado».
No es cuestión de extender. Sino de dejarse ocupar.
Son los nidos quienes «miden» la planta. No el propietario.

2. Ciertas grandezas humanas «agotan» en sí mismas sus significados. No hacen


referencia ya a un significado superior. La transposición a otro plano no puede darse. Su
resultado es un «bloqueo».
La importancia, el prestigio, el «contar», el ser influyente bajo un punto de vista humano,
el manejar, el llevar adelante obras grandiosas, no son «signos» (ni podrán nunca serlo, a
despecho de todas las buenas intenciones) de aquellas otras cosas importantes, de lo
único necesario. No dejan intuir la realidad superior. Más bien la esconden.
Son signos de sí mismos, y basta. Es más, se convierten en opacidad, escándalo e
impedimento para descubrir alguna otra cosa.
Es la equivocación de muchas instituciones religiosas.
Se engañan al creer que llamando la atención, teniendo un peso en el plano de las
realidades humanas, haciendo hablar de sí, siendo considerados desde un punto de vista
económico, cuantitativo, de poder, de cultura, se presta un servicio en favor del crecimiento
del reino.
Y no se cae en la cuenta de que se hacen inapreciables, en esa perspectiva,
precisamente porque son excesivamente llamativos.
Mudos porque son excesivamente locuaces.
Sin nada que decir, porque se habla sin parar.
El peso, la grandeza, constituyen un estorbo para el reino.
Sólo la pequeñez tiene una posibilidad.
Un signo excesivamente clamoroso termina por fastidiar. Y de todos modos, se hace
insignificante.
Un signo debería simplemente «hacer sospechar» alguna otra cosa. No es un punto de
exclamación sino de interrogación.
El rabino subido a la planta de mostaza hace pensar en todo menos en la planta (si no es
para decir: pobre planta...).

3. A. Maillot, con su gusto por la provocación, dice: tesis, antítesis, síntesis.


O sea: «El reino de Dios y su palabra son débiles, a merced de los hombres». Esta es la
tesis (parábola del sembrador).
«El reino y la palabra de Dios son poderosos, y escapan al trabajo humano». Antítesis
(parábola de la semilla que crece por si misma).
Pero, llegado a la síntesis, Jesús tiene sus dudas. «A qué compararemos... Con qué
parábola lo expondremos...».
La síntesis es siempre más difícil.
El hecho es que en la perspectiva de Jesús la síntesis no es nunca el sí o el no, el revés
o el derecho, el dentro o fuera, el blanco o el negro (pero tampoco el gris del compromiso,
obtenido con una mezcolanza de blanco y de negro).
La síntesis, en Jesús, no se obtiene ni reduciendo la tesis, ni dulcificando la antítesis.
La síntesis es superación de la una y de la otra. Es ir más adelante.
Muchos cristianos, por el contrario, más que síntesis, querrían simplificaciones a su
gusto, formaciones bien definidas: ...o ...o. Así se identifican mejor los enemigos y se les
puede combatir. Se formulan rígidamente las propias teorías y se buscan en la Biblia
solamente aquellos textos que convienen, manipulando o no admitiendo los opuestos.
La sintaxis de Jesús, por el contrario, emplea mucho ...y ...y. Los desconciertos, los
trastrueques frontales, la inversión de las partes están siempre a la orden del día.
La claridad, con él, se obtiene aceptando la contradicción.

4. La parábola de la semilla se puede explicar también con una historia verdadera.


Una semilla que ha sido depositada en el surco de Belén, en la «casa del pan». Olvidada
de la gente importante.
Aquella semilla creció, se ha convertido en una planta robusta, capaz de sostener a un
hombre clavado en ella.
Sólo a la sombra de aquel árbol sobre el calvario, todos los hombres pueden sentirse
seguros.
Semilla, árbol, hombre, son una misma cosa.
Es inútil precisar que no se trataba de una planta de adorno.

CONFRONTACIONES

La parte del inútil


Debemos ser solamente un grano de mostaza. Por tanto no nos es lícito recitar la parte
del hueso del melocotón. Somos lo más pequeño, lo más inútil que existe aquí abajo.
Cuando llegué a ser pastor, uno de mis vecinos exclamó: "Un ser inútil más!".
La cosa me ofendió un poco. Pero debo reconocer que era una bella profecía (A. Maillot,
o. c.).

La lógica del dinosaurio


Conocemos a los dinosaurios tan sólo por sus restos óseos. Hoy han quedado ya
extinguidos los más grandes, los más poderosos animales que nunca hayan poblado la
tierra. Su «arrogancia de poder» fue enteramente inútil.
Hay en ello una implícita ironía. Si hubiéramos sido sus contemporáneos, jamás
hubiéramos llegado a sospechar que su final iba a ser tan triste y vulgar. Cuanto más
fuertes, mejor: es nuestra constante presuposición, en la lucha por la vida. Cuanto más
poderosa sea una especie, mayores son sus posibilidades de supervivencia.
Pero esto no se ha demostrado cierto. Otros animales, de estructura mucho más frágil,
con cuerpos mucho más débiles y más pequeños sin comparación posible, todavía existen.
Pero los dinosaurios no son en la actualidad sino un recuerdo remoto de uno de los
experimentos de vida ya fracasados.
Los dinosaurios no desaparecieron porque fueran débiles, sino precisamente por ser
excesivamente fuertes. Su poder fantástico se derivó de un contexto biológico que fue
básicamente absurdo, y el resultado no pudo ser otro que el de la aniquilación... El poder
es un factor de simple potenciación. Jamás puede ir más allá de la lógica de la estructura
que lo genera. Esta es la causa por la que los dinosaurios estaban condenados a muerte.
Su «arrogancia de poder» les atrapó en el auténtico absurdo de su estructura orgánica (R.
A. Alves, Hijos del mañana, Salamanca 1976, 13-14).

La riqueza de la palabra y su pobreza


La profecía es y debe permanecer ligada a la palabra, y la palabra es pobre: no tiene la
defensa ofrecida por las armas, por el poder, por el dinero, ni aquella -más sutil pero más
rica- ofrecida por los argumentos de la lógica. La fuerza de la palabra profética -su riqueza,
si se quiere- está toda en el espíritu, por tanto en su pobreza (F. Gentiloni Silveri, Il regno
come profezia, 1973).

La tela del reino


Muchas veces uno infravalora el significado y el valor de la propia situación. Por ejemplo,
el ama de casa, el pobre, el oprimido, el marginado en general, se juzgan a sí mismos con
la mentalidad de quien les pone en un papel subalterno, y se desprenden, al menos a nivel
de convicción, de su valor.
Jesús dice que esto no es verdad de ninguna manera: declara más bien acabado a quien
es potente, arribista, y pronostica como vencedor al pobre, al que llora, al que es manso...
El reino se construirá con esta materia.
A su pequeña grey dirá, por ejemplo, que las elecciones deben ser siempre en favor de la
humildad, de la simplificación, para que se realice el servicio y para que sea siempre
posible la hospitalidad, en favor de cualquiera y venga de donde venga. La complicación y
la superestructura servirán para vejez y muerte; mientras que el retorno continuo al
pequeño y al simple, será el retorno a la juventud, a la fecundidad, y a la vida ( Una
comunità legge il vangelo di Marco, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 223-235)
...................
1) Es la mostaza negra, de mustum ardens, mosto que quema, porque los granitos eran "tratados" en el vino.
2) Ejemplo: «una gota de sangre pequeña como un grano de mostaza». En ciertas versiones originales de la
parábola -especialmente en el lugar paralelo de Lc- parece que faltara la indicación de pequeñez en relación
a las otras semillas, porque era una cosa tan sabida... Se habría añadido después para ambientes no
palestinos.
3 ) Existen documentos de la literatura judía que ven en los pájaros el símbolo de los paganos que "anidan en la
ciudad de Dios".
4) En los lugares paralelos de Mt y Lc. esta parábola viene seguida por la de la levadura que hace fermentar la
masa, y que falta en Mc. Además, se habla del hombre que siembra el grano de mostaza en su huerto, así
como es una mujer la que pone la levadura. Y he aquí que alguien ve enseguida la dimensión «extensiva» y
la dimensión "intensiva" del reino. Pero son simplificaciones más bien discutibles.

21 - III. LA JORNADA DE LOS MILAGROS:


FUERZA Y DEBILIDAD DE Dlos (4, 35-6, 6)

NO BASTA VER LOS MILAGROS


ES NECESARIO «LEERLOS»
FE/MILAGROS

Después de la jornada de las parábolas, Mc nos presenta una colección de milagros.


Jesús termina la travesía del lago para dirigirse al territorio pagano de la Decápolis, y
durante la noche hace calmar la tempestad que se desencadenó en el lago (4, 35-41).
Apenas desembarcado, se da el encuentro y la liberación del endemoniado de Gerasa (5,
1-20).
Así pues, nueva travesía del lago, encuentro con la muchedumbre, invitación de Jairo
para que acuda a salvar la hija enferma (5, 21-24).
Durante el camino, Jesús cura a la hemorroísa (5, 25-34).
Finalmente, la resurrección de la hija de Jairo (5, 35-43).
Son cuatro milagros, como cuatro fueron las parábolas (contando también la explicación
del sembrador).
¡Y están contenidos en el espacio de 24 horas!
Evidentemente, se trata de otra construcción arquitectónica de Mc que organiza el tiempo
en clave teológica.
Lo que, ante todo, sorprende en estos cuatro milagros, es la constatación de que sólo los
apóstoles son testigos de ellos. Se esperaría una división más o menos así: la explicación de
las parábolas reservada a los discípulos. Los milagros, claros, evidentes, destinados a
todos.
Y, sin embargo, no fue así. La multitud aparece continuamente durante estos viajes
agitados, pero no asiste a los sucesos prodigiosos, es excluida de ellos.
El gesto imperioso de Jesús que calma el huracán es registrado sólo por aquellos que
están con él en la barca. Al empezar la travesía había, sí, otras embarcaciones, pero no se
habla más de ellas durante el dramático episodio.
El encuentro con el endemoniado es personal. La gente aparece al final, y sólo para
ocuparse de los cerdos...
La curación de la mujer acontece en medio de la gente, pero está como si estuviese
ausente, no participa, no se da cuenta de lo que ha sucedido (un secreto entre Jesús y la
mujer).
La gente se apiña en la casa de Jairo. Alborota. Y es alejada. Y ni siquiera todos los
apóstoles, sino solamente tres son admitidos, junto con los padres.
Por tanto, prodigios destinados a significar algo sobre todo para los apóstoles. Se diría
que, como en las parábolas, también aquí tenemos una revelación "en privado".
Son los discípulos los que deben comprender, los que deben «leer» estos prodigios. Una
vez más el significado se desvela sólo a los que «están con él».
Hay una ligazón estrecha entre la enseñanza de Jesús y sus actos. Tanto las parábolas
como los milagros esconden un secreto que únicamente pueden descubrir los discípulos,
aunque todavía no haya llegado el momento de manifestarlo públicamente.
MIGRO/SIGNO: No olvidemos que -como precisa X. L. Dufour-, frente al milagro, el
hombre bíblico no se pregunta tanto acerca de su posibilidad, cuanto sobre su significado.
No se pone a sutilizar (como el hombre moderno) si ciertos prodigios son «escasamente
probables pero no fundamentalmente imposibles» (E. Schweizer), sino que se preocupa por
captar el «signo» que Dios hace a los hombres a través de aquel suceso estrepitoso, y que
es posible «reconocer» solamente desde la fe.
Entre otras cosas, los cuatro milagros, se insertan en un movimiento particular. Se puede
advertir incluso una progresión: de la tempestad calmada (1) a la resurrección. El poder de
Cristo se extiende desde los elementos naturales a la muerte, pasando a través del
territorio pagano (Gerasa) y la impureza legal (hemorroísa).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 236-237)

22 - JESUS CALMA LA TEMPESTAD DEL LAGO


Mc/04/35-41 Mt/08/23-27 Lc/08/22-25
MIGRO/TEMPESTAD

Un buen ensayo narrativo


(aunque sin incomodar a Virgilio...).
Una narración viva, rica en detalles pintorescos e indicaciones precisas, ya cronológicas,
ya acerca de circunstancias marginales (Jesús es tomado «asi como estaba», se hace
referencia a las otras barcas sin que haya para eso un motivo especial, se habla del
cabezal...). Los numerosos presentes históricos que lo salpican sirven para hacer más viva
la escena.
Hay comentaristas que hacen continuas referencias a la Eneida. La cosa es lisonjera para
Mc, que demasiadas veces ha sido acusado de no saber tener la pluma en la mano (aparte
los dedos cortos), o de usarla como un azadón. Ahora se sacan a relucir nada menos que a
los clásicos. Y, naturalmente, existe exageración tanto en esta vertiente del aprecio, como
en la de la detracción. Tanto más que queda por demostrar el... detalle de que Mc haya
leído a Virgilio.
Será suficiente dejar constancia de una narración bien lograda, de corte inconfundible. Mc
ofrece aquí un ensayo discreto de sus cualidades literarias, favorecido, sin duda, por su arte
de «narrador», además de por el material que tenía a disposición.
Entre otras cosas, este es un ejemplo significativo de «narración visualizada». Mc usa la
técnica del contraste.
1. Una panorámica acerca de los elementos desencadenados y un primer plano
sorprendente de Jesús que duerme (v. 37-38a).
2. El contraste se desplaza hacia los rostros. Rabiosamente desesperados los de los
discípulos. Calmoso, majestuoso, lleno de autoridad, el de Jesús, que expresa dominio
sereno de la situación. Los unos vencidos por las circunstancias desfavorables, el otro
dominador (38b-39a).
3. El tercer tiempo se abre con una panorámica a campo abierto: el mar quedó en calma.
Y, por contraste, los apóstoles llenos de temor (39b-41).
A estos contrastes visibles, se puede añadir otro que aflora entre lineas. Al principio son
los discípulos-pescadores los que «se ocupan» del Maestro, se encargan ellos, es asunto
suyo... Al final, es Jesús quien debe ocuparse de los pescadores, que se encuentran en una
situación difícil. Son ellos los que quieren «conducirlo» a la otra orilla. En realidad, es él
quien les desembarca en tierra, salvos.

La travesía
Pero examinemos más detalladamente el texto.
Recibida la orden de pasar a la otra orilla (v. 35), los discípulos asumen la dirección de la
operación (parece que Jesús no debe hacer otra cosa sino dejarse transportar). La barca,
que había servido de cátedra durante todo el dia, ahora vuelve a su destino normal.
La presencia de las otras barcas (v. 36), a las que se hace alusión, recuerda una escena
bastante familiar en el ambiente del lago de Tiberíades: por la tarde se adentran en el lago
para ir a pescar y todo el espejo de agua está salpicado de barcas que se van apagando
en la oscuridad.
Quizás también los apóstoles piensan aprovecharse de la travesía (unos diez kilómetros)
para pescar. Es una manera de volver a la realidad de cada día y a sus exigencias
concretas. El famoso "pie plantado en tierra" de Mc (aunque aquí estemos en el mar).
Las tempestades, imprevistas y furiosas, son también un elemento característico de este
lago, que es como un barreño encajonado por tres lados en medio de las montañas.
Los vientos del suroeste se enfilan en aquel embudo a través de la abertura meridional y
desencadenan borrascas violentas, levantando olas cortas e impelentes.
Los pescadores, incluso los más endurecidos por la experiencia, temen estas
tempestades y andan con mucha cautela. Aun hoy «y no obstante el progreso en su
equipamiento, dudan... de emprender la travesía cuando existe amenaza de viento» (X. L.
Dufour).
Además, las paredes escarpadas hacen de caja de resonancia y el aullido de la tormenta
asume tonos temerosos. El lenguaje hebreo (y el árabe) tiene una expresión típica: el viento
no aúlla, como decimos nosotros, sino que ladra como si fuese un perro. En este contexto
adquiere un relieve particular el verbo usado por Jesús «¡cálmate!» (v. 39), que se traduce
literalmente por cállate, ponte el bozal.
Jesús ha sido colocado en popa, el puesto que normalmente es asignado al huésped
importante. Le han puesto bajo la cabeza un cabezal (v. 38), más o menos embutido,
forrado de piel, o quizás, más probablemente, una alfombra, una estera, o el banquillo de
madera que usa el timonel (quien también está en la parte posterior de la barca, para
controlar sus movimientos).
Es la única vez, en el evangelio, en que es presentado Jesús mientras duerme. Y es una
circunstancia dramática.
El sueño es la consecuencia normal de una jornada fatigosa como la que habian pasado.

Pero el sueño de Jesús expresa también su serena confianza en la capacidad de los


«suyos». El ha cumplido su cometido. Ahora les toca a ellos. ¡Qué caramba, son de este
oficio!
Se inclina uno a pensar que quizás la barca iba sobrecargada, si los doce, todos, han
subido en ella. Pero nada prohibe sostener que alguno puede haber subido en las otras
barcas, de las que ya nada se dice. (Lagrange afirma, tranquilamente, que deben haber
vuelto de prisa, o también... que han sido dispersadas por la tempestad. No es una
diferencia despreciable).

«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).


Alguno ve un «matiz» de reproche. Para ser un matiz es más bien... acentuado, hasta
traspasar la línea de los buenos modales. Lc y Mt prefieren evitar este reproche y
presentan a los discípulos más «controlados» .
V. Taylor no duda en afirmar: «El grito de los discípulos expresa indignación y miedo».
Más que justificado por el hecho de que se están hundiendo.
«Habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar...» (v. 39). Jesús se dirige a los
elementos inanimados como si estuviese interpelando a personas. La cosa no debe
sorprender. Tengamos presente, en efecto, que, según una cierta mentalidad de la que la
Biblia con frecuencia se hace eco, el mar era considerado como «el receptáculo de las
fuerzas del mal que Dios sólo puede domar» (J. Radermakers). Es el lugar donde habitan y
se desencadenan las potencias demoníacas (2).
Así pues, el gesto de Jesús indica el poder de Dios que manda también al mar y exorciza
la fuerza infernal que está encerrada dentro (3).
Por otra parte, Jesús no interviene después de haber invocado al Padre. Su gesto
expresa el poder propio de Jesús.
Pero hay algo más. El Maestro se está dirigiendo hacia el territorio pagano de la
Decápolis, luego hacia el dominio incontrastado del demonio (según la mentalidad
corriente). Es natural que el adversario se desencadene para impedírselo por todos los
medios.
Es interesante advertir cómo Mc usa las mismas expresiones («increpó», «¡calla!
¡enmudece!») empleadas en la liberación del endemoniado en la sinagoga de Cafarnaún
(1, 25). También allí, el enemigo había advertido inmediatamente el peligro de aquella
presencia: «¿Qué tienes tú con nosotros?... ¿Has venido a destruirnos?...». (1, 24).
El demonio intenta disuadir violentamente a Jesús para que no se «mezcle» en sus
asuntos, para que no invada su territorio, en donde él se encuentra bien.
Más allá del simbolismo usado, los discípulos toman nota de la lección: las fuerzas del
mal obstaculizan por todos los medios la difusión del evangelio. La evangelización pasa
necesariamente a través de las tempestades, oposiciones, rechazos (¡he ahí la travesía!).
Y también la comunidad primitiva, sacudida por la tempestad de la persecución, es
invitada a reflexionar en que "es portadora" de una fuerza, que, aunque revestida de
debilidad (el sueño de Jesús), puede vencer todas las fuerzas hostiles.

«Y les dijo: "¿Por qué estáis con tanto miedo"» (v. 40).
Después de haber conminado a la tempestad, ahora Jesús reprocha a sus discípulos por
su miedo (4).
«¿Cómo no tenéis fe?» (v. 40).
La fe, de la que carecen los apóstoles, no se refiere a la persona de Jesús y a su poder
milagroso. Es la «fe en Dios, en la solicitud del Padre: la que él demostraba cuando dormía
tranquilamente sobre el cabezal» (V. Taylor).
Así, el sueño de Jesús se carga de otro significado (además del inevitable cansancio
físico y de la confianza en sus hombres): «descubrir, a través de su silencio, de su aparente
ausencia, la presencia de aquél que todo lo puede» (X. L. Dufour).
Cierto, también aquí Mc juega con el efecto-contraste: los apóstoles reprochan a Jesús
su «desentenderse» del drama que les embiste. Y él da la vuelta al reproche. Y denuncia
su «desentenderse» respecto al abandono confiado en el Padre.
Pero, al mismo tiempo, Jesús orienta la mirada de los apóstoles llevándola de la atención
a su poder, que domina las fuerzas adversas de la naturaleza, a aquel otro poder -del que
ellos desgraciadamente estan desprovistos-, que se llama fe.
Y sólo abriéndose paso a través del miedo, es cuando la fe puede alcanzar la tierra de la
libertad y afrontar al enemigo en su mismo terreno.

«...Ellos se llenaron de gran temor» (v. 41). TEMOR:


Es el contraste que constituye la tercera escena, que mencionamos al principio. Con la
calma del mar se encuentra la turbación que embiste a las personas. Se diría que la
tempestad calmada sobre las aguas ha sido transferida al ánimo de los discípulos.
Esto, de todos modos, no es otra cosa que el «temor reverencial», que sobrecoge al
hombre ante la manifestación de Dios. Cuando somos tocados por la acción de Dios, nos
sentimos como sacudidos por un escalofrío. Es un temor en el que se mezclan el estupor, el
susto, el sentido de la propia indignidad, el respeto, el amor.

«Se decían unos a otros: Pues ¿quién es éste?...» (v. 41).


Parece que Jesús se haya despertado (v. 39), sobre todo, para avivar en el corazón de
los discípulos el interrogante fundamental acerca de su identidad.
Jesús resuelve una situación crítica al exterior para provocar una «dentro». Y con un
único fin: la salvación.
Dijo, y suscitó un viento de borrasca,
que entumeció las olas;
subiendo hasta los cielos,
bajando hasta el abismo,
bajo el peso del mal su alma se hundía;
dando vuelcos, vacilando como un ebrio,
tragada estaba toda su pericia.
Y hacia Yahvé gritaron en su apuro,
y él los saco de sus angustias;
a silencio redujo la borrasca,
y las olas callaron.
Se alegraron de verlas amansarse
y él los llevó hasta el puerto deseado (Sal 107, 25-30).

Dentro de la narración
Pero es necesario leer aún alguna cosa más precisa en este relato. Ciertos estudiosos se
las arreglan enseguida negando el valor histórico de la narración que iría relegada al
campo de los mitos. Partiendo del principio: el milagro entendido como «transgresión de las
leyes fisico-químicas», que rigen el universo, es imposible, niegan toda credibilidad a esta
página.
Los más benévolos están dispuestos a ver aquí un episodio milagroso sólo en apariencia.
Se trataría, en efecto, del concurso, puramente fortuito, de circunstancias favorables. El
viento se calmó por casualidad. ¡Y precisamente en el instante en que Jesús lo «conminó»!

Para ciertos predicadores de un pasado no excesivamente lejano, por el contrario, que


no podían ni soñar en poner en duda el carácter milagroso del episodio, la interpretación
resultaba más bien expedita: la barca era nuestra existencia siempre a merced de las
pruebas y dificultades de todo género. Pero lo importante era tener a Jesús a bordo y todo
andaría mejor. En suma, Cristo como amuleto, póliza de un seguro que nos garantizaba
contra todos los infortunios del viaje. Aparte del mensaje de confianza, no es que la
narración de Mc quiera decir esto.
X. L. Dufour invita a poner un paralelo de los dos textos: liberación del poseso en la
sinagoga de Cafarnaún y éste que estamos comentando. Así:

Mc I Mc 4
Presentación del enfermo Descripción de la tempestad
23. Había entonces en la sina- 37. En esto, se levantó una
goga un hombre poseído por fuerte borrasca y las olas irrum-
un espíritu inmundo. pían en la barca, de suerte que
ya se anegaba la barca.

El endemoniado ¿interpela a Jesús Los discípulos gritan a Jesús


23b. Se puso a gritar: 38. Le despiertan y le dicen:
24. «¿Qué tienes tú con noso- "Maestro, ¿no te importa que
tros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido perezcamos?".
a destruirnos?».

Jesús reprocha y manda al de- Jesús reprocha y manda a la


monio tempestad
25. Jesús, entonces, le conmi- 39. El, habiéndose desperta-
nó: «Cállate y sal de él». do, increpó al viento y dijo al
mar: «¡calla, cálmate!».

Efecto provocado Efecto provocado


26. El espíritu inmundo agitó 39. El viento se calmó y so-
violentamente al hombre y brevino una gran bonanza.
dando un grito, salió de él.

Efecto sobre los testigos Efecto sobre los testigos


27. Todos quedaron pasma- 41. Ellos se llenaron de gran
dos de tal manera que se pre- temor y se decían unos a otros:
guntaban unos a otros: «¿Qué "Pues ¿quién es éste que hasta
es esto? Manda a los espíritus el viento y el mar le obedecen»?
inmundos y le obedecen».

Se cae en la cuenta inmediatamente de que Mc, al referir los milagros, tanto los de la
naturaleza como los de las personas, se sirve de un bastidor fijo, sobre el que mete
libremente los detalles que «hacen» más vivaz la escena.
Ahora, en los dos textos que hemos confrontado, sale inmediatamente dejando, en la
segunda narración, un lugar vacío. He saltado el v. 40. Esto no está bien, pues no resulta
homogéneo respecto de la narración paralela. Y precisamente esto hace sospechar y nos
da la clave para una interpretación del milagro.
Mc, al utilizar una selección de milagros preexistente, habría añadido a posta este
versículo, que le venía bien para la situación de la comunidad a la que se dirigía su
evangelio.
Así pues, es sobre todo este versículo el que hemos de tomar en consideración para una
interpretación completa del episodio (además de aquella que hemos dado ya, comentando
el milagro). Entendámonos: no tenemos un milagro «construido» a posta para suministrar
una enseñanza catequética. Tenemos una narración de un milagro con un apéndice
catequético.
«Y les dijo: "¿por qué estáis con tanto miedo? ¿cómo no tenéis fe?"» (v. 40).
En la narración del milagro la orientación teológica mira a plantear la pregunta
fundamental acerca de la identidad de Jesús, como ya sucedió en el episodio de la
sinagoga de Cafarnaún: «¿Qué es esto?» (1, 27), «Pues, ¿quién es este?» (4, 41).
La aplicación catequética subraya, por el contrario, el miedo y, sobre todo, la falta de fe
de los discípulos. Estos no son reprochados porque no tienen fe suficiente. Sino porque no
tienen todavía la fe, a pesar de todo lo que han visto y oído.
MIEDO: X. L. Dufour hace notar que la palabra usada («miedosos») expresa la postura
del hombre que, frente al peligro, reacciona como si Dios no existiese. Sólo si se libra de
esta angustía, el hombre puede entrar en la paz que le da su Dios (esa paz que está
simbolizada por la calma de las aguas, y, antes aún, por el sueño de Jesús, verdadera
«anticipación» del milagro).
Sintetizando: el milagro está construido en clave prevalentemente teológica, mientras que
el apéndice catequético revela la preocupación de educar en la fe y en la confianza en
general.
La elaboración de la comunidad primitiva, de todos modos, no ha contaminado la
historicidad del milagro. Si hubiese sido inventado, no habría esa sobriedad, esa aridez que
lo caracterizan. Apuntaría ciertamente un elemento como la oración. Los discípulos,
miremos bien el detalle, en vez de recitar un salmo, no dudan en reprochar duramente a
Jesús. Todo esto no puede ser fruto de una imaginación «piadosa».
Ni tiene consistencia la comparación con Jonás, aunque los elementos de semejanza son
numerosos (y no sólo de orden lingüístico).
Pero bastaría subrayar las diferencias sustanciales: en el caso del profeta los elementos
se desencadenan como castigo por su desobediencia. Aquí, por el contrario, la tempestad
se desencadena cuando Jesús se dirige a un territorio pagano, para cumplir la misión que
se le ha confiado. El sueño de Jonás es el sueño de alguien que se desentiende; el de
Jesús es el sueño del abandono confiado. En el caso de Jesús, los testigos quedan
sorprendidos y admirados; en el de Jonás no hay absolutamente nada que adminar.
Concluyendo, la fe pascual de los narradores, aunque se refleja en el relato que nos es
transmitido, no por eso la manipulan a capricho y de una manera sustancial.
Los narradores primitivos no construían sus relatos a tenor del significado que llevaban
en la mente. Se sentían libres de elegir los más signifcativos para la perspectiva que les
interesaba.

PROVOCACIONES
1. No. Tener a Cristo en nuestra barca no significa estar seguros de que todo irá bien, a
pesar de la tempestad.
Significa estar convencidos de que todo marcha muy bien en medio de la tempestad.
No se llega a puerto a pesar de la borrasca, sino a través de la borrasca.
Jesús no nos asegura contra los riesgos del viaje, no nos garantiza el «tiempo estable».
Nos pide un puesto, y basta.
...Quizás olvidemos que el fin, el destino de nuestro viaje es él.
Los apóstoles no llegaron cuando tocaron la otra orilla, sino en el mismo momento en que
han subido a Jesús a la barca.
(...Y además, ¿quién ha dicho nunca que la barca sea nuestra?).

2. El episodio de la tormenta calmada nos remite a la lucha sostenida por Cristo contra
las potencias del mal y de la muerte en su pasión. Aquella será la verdadera tempestad que
caerá sobre él y que amenazará con engullirlo junto con sus discípulos temerosos y
vacilantes.
Entonces se cambiarán los papeles.
Estarán los discípulos durmiendo, mientras Jesús vela y lucha.
Pero aquel será un sueño culpable, el sueño del desentenderse, de la no participación en
la aventura.
El sueño de Cristo significa una ausencia-presente.
Mi sueño, con mucha frecuencia, es una presencia-ausente.
Con Jesús se corre siempre el peligro de equivocarse, incluso en el modo de dormir.
3. Recientemente los teólogos han inventado la "teología de la muerte de Dios".
D/SUEÑO D/SILENCIO:
A través de todo el antiguo testamento (además de la narración del evangelio que hemos
comentado) se puede conseguir una "teología del sueño de Dios" (5). Si quisiéramos
reconstruirla, se podrían lograr desarrollos interesantes. ¿No hay algún teólogo dispuesto a
intentarlo?
Desde mi perspectiva me limito a subrayar cómo las dos teologías, en el fondo, nos
ayudan a purificar la idea que nos hacemos de Dios, de su acción, de sus manifestaciones.

La fe exigida no es cualquier fe (los que dicen: «todos creen en algo...»).


Es sólo aquella fe que en continua purificación, en un profundizar a la luz del misterio de
Cristo, pierde poco a poco las pretensiones de imponer a Dios los modos de intervención
ligados a nuestros esquemas, a nuestras exigencias, para aceptar sus comportamientos
que desmienten regularmente nuestras esperas y destruyen las imágenes que hemos
fabricado.
Se trata de tener fe no sólo porque Dios «vela».
Es necesario fiarse también de un Dios que «duerme».

4. Tiene razón Mc, probablemente.


Primero has colocado aquel mar desgreñado.
Después has arreglado las cuentas con tus amigos.
En tu reproche, quizás, estaba también el enfado.
Porque te habían arrancado un milagro sin la fe.
No te habías dado cuenta, en el acto.
Cuando te has querido percatar, ya estaba hecho.
Al menos una vez, de todos modos, te has contentado con una fe... sucesiva.
Me dan ganas también a mí de pedirte que me anticipes un milagro, que estaría
dispuesto a pagar apenas haya juntado un discreto ahorro de fe.
Pero, quizás, es mejor que me adelantes tú la fe.
Sí, tengo necesidad de que tú tengas un poco de fe.
Y yo, pues verás, te haré un pequeño milagro.

CONFRONTACIONES

Especialistas en emitir boletines meterológicos


Estamos más habituados a emitir boletines metereológicos que boletines sobre nuestra
salud. O, en términos más transparentes, formulamos acusaciones de manera que
podamos tener siempre una pronta autojustificación. De hecho la comunidad primitiva
advierte las dificultades que la deterioran: ¡viento, agua, borrasca! Pero confiesa sobre todo
su miedo que agranda las dificultades, y la debilidad de su fe que se quiebra en el salto
cualitativo de descubrirle, despierto y vigilante, en el sueño.
Nosotros, por el contrario y por mala costumbre, continuamos quejándonos de los
tiempos y las situaciones: no nos viene nunca bien el agua, y siempre tenemos algo que
decir de los vientos; expresamos acusaciones y lamentos, teniendo casi el carisma de la
maledicencia, de la imploración y del miedo. Hemos criticado cualquier cambio cualquier
restablecimiento social y revolución: el normal y providencial desarrollarse de la humanidad,
su nuevo modo de autocomprenderse, son vividos como ciclón y ruina, si no como atentado
traidor.
Pero ¿por qué no nos preguntamos si está aquí exactamente el punto central del asunto?
Y si él se levantase y dijese: «De acuerdo, ¡el viento y el agua! Pero, en cuanto a la fe
¿cómo andamos?...» (Una comunità legge il vangelo di Marco, o. c.).

Temor de no dejarse atrapar


Del miedo grande se hace mención sólo al final, después de la salvación. Es un miedo
mas grande que el de la tempestad: no se identifica con la angustia, pero puede
acompañarse con una completa confianza en la gracia de Dios, porque el hombre sólo teme
una cosa: el no dejarse aferrar de verdad por esta gracia, el no encontrarla de verdad.
Es, pues, el temor de la presencia de Dios, o, más exactamente, del sobrevenir de Dios
sobre nosotros, el temor de su actuación, no en un espacio concebido teóricamente, sino
en el espacio en que concretamente vivimos... (E. Schweizer, o. c.).

El milagro más descorazonador


Quizás este milagro es el más trágico, el más descorazonador de todos. Esta cabeza que
duerme es la lección más necesaria y menos escuchada de todo el libro. Porque la religión
de Cristo querría ser la religión sin milagros: su mensaje está todo en este dormir suyo en el
fondo de la barca, en este sueño absurdo y obstinado de muchacho. Y nuestros pocos
santos no son más que durmientes en la tempestad, en medio de nosotros que los
sacudimos locos de miedo. (L. Santucci, Volete andarvene anche voi?, Milano 1969).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 238-249)
................
1) Algunos autores consideran el episodio de Cristo que calma la tempestad como una segunda edición de
la narración de Cristo que camina sobre las aguas (Mc 6, 45-51), y tienden a absorber uno en el otro.
Entre los motivos aducidos está también el del v. 40: «¿Cómo no tenéis fe?» y el consiguiente reproche,
sería «prematuro» en este momento. Sería necesario. en suma, esperar todavía algún... milagro antes de
mover con fundamento. aquella acusación contra los apóstoles. ¡Me parece una cosa gorda! No me paro
a discutir sobre otros temas de carácter literario. Pero que haya estudiosos empeñados en establecer
cuándo Jesús tiene derecho a esperar la fe de los «suyos» me parece un poco... grotesco. Lo menos
que se puede decir es que este no es su campo. De hecho, para lesús. se está siempre en retraso de
fe... Tanto al principio como al fin. Cf. A. Nisin. Hisioria de Jesus Barcelona 1969.
2) Cf. sobre todo Job 7. 12: Is 27. 1: 51, 9 s: Dan 7: Ap 13. 1.
3) Cf. Sal 76, 17-21: Sal 103, 25-26 sobre todo. es oportuno leer el Sal 106. 23-30: algunas expresiones son
el marco mas preciso para encuadrar este episodio.
4) En el relato paralelo de Mt. se coloca primero el reproche y después el milagro. Mc, también aquí, aparece
el más realista.
5) Sobre todo, los salmos ofrecen un amplio material a este respecto. Cf., por ejemplo, Sal 43, 24; 34, 23;
58. 5-6; 77, 65. Además, Is 51, 9-10.

23 - EL ENDEMONIADO DE GERASA
Mc/05/01-20 Mt/08/28-34 Lc/08/26-39
MIGRO/ENDEMONIADO

Los puercos estropean la narración


Si no apareciesen ellos, no habría dificultades.
Pero con esos dos mil cerdos que hay que colocar en su sitio, esto se convierte en «una
de las narraciones más extrañas de Mc».
Los más radicales lo confinan en el mito.
Algún otro admite que, sí, en el origen debía ser un simple relato de curación o de
exorcismo, al que se le pegaría la cola bastante burda de una leyenda popular sobre el tema
de «un demonio enjaulado». Y, así como para los hebreos los cerdos son animales
detestables por impuros, a algún «piadoso israelita» no le ha parecido verdad aprovechar la
ocasión para eliminar a dos mil de un golpe (junto con el demonio).
Un estudioso de la categoría de J. Jeremías, después de haberse arriesgado afirmando
que «la materia de los relatos milagrosos disminuye muy considerablemente, cuando la
sometemos a un análisis de crítica literaria y lingüística», nos ofrece un retazo atrevido de
esta «criba», demostrando cómo los dos mil puercos nacieron de un... error de traducción
(un criador de la región de Extremadura, aquí, estiraría las orejas... se podría probar, este
método de reproducción de cerdos se presta a interesantes ventajas, y no cuesta nada,
basta con equivocarse en una palabra).
Más o menos así. La palabra aramea ligjona significa lo mismo legión que legionario. El
espíritu inmundo habría respondido a Jesús: «Me llamo soldado, porque hay muchos como
yo». El traductor, sin embargo, habría escrito «legión». Por tanto, además de colocar un
regimiento entero en el pobre hombre de Gerasa, se habría visto obligado a renglón
seguido a encontrar una colocación inmediata al número, una vez que Cristo los había
echado. ¡Y he ahí la leyenda de los dos mil cerdos!
En suma, Jeremías admite la buena fe del autor, considerándolo víctima de un infortunio
lingüístico.
Personalmente, prefiero la simplicidad de Mc.
Pero, querría hacer alguna objeción, así por las buenas:
1. Es muy curioso que uno diga el nombre propio refiriéndose al oficio que, como él,
tienen muchos otros.
2. ¿Y si el equívoco consistiera, por el contrario, en no poder soportar aquellos dos mil
cerdos? ¿Y si, más que ante un accidente lingüístico, estuviéramos frente a un caso banal
de alergia por motivos ideológicos? O sea, admito que de una palabra equivocada se pueda
hacer comparecer, de improviso, dos mil cerdos; pero puede suceder que, teniendo que
hacer desaparecer por cuestión de principio dos mil cerdos, se llegue, no a un ejercicio de
crítica, si no de acrobatismo lexicológico.
Pido excusas. Pero debo aún hablar de cerdos. Sí, porque algunos estudiosos -esta vez
son aquellos que rechazan la hipótesis de la leyenda- han tomado el metro y han ido a medir
las distancias.
Gerasa dista al menos cincuenta o sesenta kilómetros del lago.
Demasiados. Los puercos habrían muerto extenuados a lo largo del camino y no
ahogados.
Mateo habla de Gadara. Nuevas mediciones. Son diez kilómetros, una cosa más
razonable.
Pero algunos no quedan aún satisfechos. Orígenes propone otro nombre: Gergesa, y
tendría la ventaja de poseer un precipicio a pico sobre el mar, lo ideal para echarse abajo.
Van a buscar. La ciudad ya no existe. Estaría, en su lugar, Kerza o Cursa. La pega es
que la zona es casi llana, y desprovista de precipicios.
Pero un par de kilómetros más allá se llega a saber que existía una localidad provista de
un promontorio escarpado. Esos se precipitan (los estudiosos, quiero decir), miden el
despeñadero: cuarenta y cuatro metros de altura, más que suficiente.
Pero hay aún quien hace notar que faltan los sepulcros en aquellos parajes. Es verdad.
Pero se les encontraría a sólo cinco kilómetros de distancia (que el endemoniado camine
un poco no es problema, evidentemente). Así pues, todo en orden.
(El texto evangélico, sin embargo, habla genéricamente de la «región de los gerasenos»)
(v. 1). Nada impide sostener que el territorio de Gerasa se extendiera hasta casi el lago. O
que el evangelista quisiese decir simplemente: hacia Gerasa).
Y decir que hay gente que ha acusado a Mc de haber montado, con este relato, un
«western cristológico»...
Personas serias, sin embargo, han organizado un pequeño festival del ridículo.
Todo por culpa de los cerdos.
También los habitantes de Gerasa, pensándolo bien, habrían estado dispuestos a digerir
el asunto, sino hubiera existido "lo de los puercos" (v. 16).
Pero la diferencia está en el hecho de que aquellos querían a los cerdos, y cómo.
Mientras que ciertos estudiosos no quieren saber nada de ellos.
Los gerasenos quedaron bien fastidiados por la pérdida.
Los críticos están irritados por su presencia.
Y Mc se ve obligado a descontentar a unos y otros.

Secuencias agitadas
Tiene razón P. Lamarche. Es necesario leer el episodio y gustarlo sin excesivas
complicaciones intelectualistas y sin quedar enredados ya desde el principio en problemas
que normalmente atormentan a los pedantes, y sobre los que discuten sin parar: ¿uno o
dos endemoniados? ¿Al principio, quién habla: el hombre o el demonio que lo «ocupaba»?
¿Cómo interpretar, en términos modernos, los casos de posesión diabólica; a qué
enfermedad mental se refieren? ¿A título de qué se puede justificar, desde un punto de
vista moral, el exterminio de los cerdos? ¿Dónde colocar geográficamente el episodio?
¿Qué valor histórico puede atribuirsele?
Todos estos problemas, aunque tienen su legitimidad y un peso innegable, no deben
hacernos perder de vista los aspectos más importantes de una narración que, aunque
presentada en forma popular y con alguna concesión a lo pintoresco, tiene un encanto
innegable y una profundidad que debemos descubrir.
P. Lamarche, por su parte, subraya los tres ángulos diversos desde los que los sinópticos
presentan el episodio.
Mateo: «ve en esta escena una prefiguración de la pasión».
Lucas: «pone, sobre todo, en evidencia al hombre víctima del demonio, y la salvación que
le viene dada por la omnipotencia de Jesús».
Marcos: «Jesús, con un cierto cansancio, pero también con una pizca de habilidad,
triunfa sobre las fuerzas demoníacas. Y del lado opuesto, ante la mala voluntad de los
hombres, el hijo de Dios está desarmado: echado, aparentemente vencido, se aleja; pero
deja en este territorio un testigo».
Hemos anticipado así el significado. Ahora podemos leer la página en su conjunto.
Mc también aquí «piensa en imágenes». Y nos presenta, no un cuadro estático, sino una
sucesión de escenas en las que el diálogo y el movimiento tienen una importancia
fundamental. Y también la ambientación externa es acertada.
Son secuencias que hacen pensar en la técnica cinematográfica.
Podemos analizar así su «escenografía».

1. Jesús se encuentra de improviso frente al endemoniado (v. 12).


De entrada, una especie de desilusión (quizá todavía la oscuridad de la noche rota a
pedazos por los primeros resplandores del alba; el desembarco, los primeros pasos en un
territorio inexplorado...), con un primer plano fulminante sobre este personaje estrambótico
y poco tranquilizador.

2. Descripción de las costumbres del endemoniado y de sus relaciones con los otros
hombres (3-5). Esta secuencia, en términos cinematográficos, se llama flash-back:
interrupción de la narración para reevocar un episodio o una situación precedente. Y es
aquí donde muchos comentaristas, a mi parecer, se dejan deslumbrar un poco cuando
hablan de narración mal hecha, añadiduras, repeticiones. No, Mc nos ha presentado de
golpe al protagonista y ahora nos lo explica volviendo un poco hacia atrás.
Siguiendo con el lenguaje cinematográfico, el v. 6 es un fundido, porque forma parte
tanto de la secuencia que estamos analizando como de la siguiente. O sea sirve para
retomar la narración en el punto donde había sido interrumpida. También aquí, muchos se
han equivocado diciendo: ¡pero cómo!, el endemoniado estaba ya delante de Jesús (v. 2), y
ahora se dice que «al ver de lejos a Jesús» (v. 6)... ¡Qué incongruencia! Nada de
incongruencia, sino un modo más bien hábil de narrar.

3. Diálogo y lucha (6-10). Es la secuencia más dramática, en la que el diálogo tiene una
función dominante.

4. Episodio de los cerdos (11-13). Como de costumbre, Mc nos hace caer en la cuenta de
ciertas presencias cuando lo necesita, o sea cuando entran en escena. Su estilo es
descriptivo en relación al desarrollo de la acción. No existen casi nunca en su narración
panorámicas «preparatorias». Repara en alguien cuando éste tiene algo que decir o que
hacer. Una secuencia decididamente espectacular.

5. Reacción de los testigos y de la gente que llega después de haber sido informada del
hecho (14-16). También aquí el diálogo resulta esencial, pero también la expresión de los
rostros: excitación, susto, enojo, preocupación, fastidio, mal disimulada irritación. Quizás un
velo de amargura en el rostro de Cristo, que no habla en toda la escena, sino que es
obligado a volver hacia atrás.

6. Despedida del hombre liberado y «proclamación» del hecho ( I 8-20)


He tenido necesariamente que descomponer el hilo de la narración en varias secuencias.
Pero esto no nos debe impedir el dejarnos llevar por la narración en su fluir continuo.
Es un episodio para leer y releer, para «verlo» muchas veces, en su enredo de
ingenuidad y de habilidad, de fuerza y de delicadeza, de pintoresco y de misterioso.
Se queda uno «atrapado», sin duda. Pero no sólo por la emoción estética.
Todavía una nota: en todo el episodio los apóstoles, que sin duda están presentes, no
son nombrados ni una vez.

Lectura del texto


Después de haber «visto» el relato en su conjunto, examinémoslo más detalladamente.
Puede ser el amanecer. La travesía, que normalmente no debía superar las dos horas, se
ha prolongado sin duda por la tempestad. Y, quizás, los apóstoles han empleado parte de la
noche en pescar.
Y como ahora el mar ha quedado en calma, cualquier atracada puede ir bien.
El endemoniado viene de los sepulcros, probablemente tumbas excavadas en las rocas.
El término «sepulcros» se repite tres veces. Quizás una alusión velada al hecho de que los
demonios tienen algo que ver con la muerte y no con la vida. O también que sus
conciudadanos ya le habían "excluido", lo consideraban irrecuperable.
En Palestina, de todos modos, no era extraño que la pobre gente habitase en cualquier
caverna-tumba, adaptándola del mejor modo posible.
Por otra parte, los gerasenos consideraban al pobre hombre como un peligro público y,
no pudiendo hacerle razonar (con las cadenas), a ellos les iba bien que hubiera encontrado
un lugar en aquel ambiente. Y él allí se siente al resguardo de ellos. Paradójicamente, un
lugar seguro para todos, aunque por motivos opuestos.
Se desprende de toda la narración que los habitantes de Gerasa parecen tener una
única preocupación: no ser molestados.
Ahora el «monstruo» no daba fastidio a nadie. Extraño, sí. Tenía la pésima costumbre de
llevar de paseo su propia desnudez, pero su itinerario estaba circunscrito a los precipicios
de la montaña. Y daba alaridos con frecuencia. Pero aquellos gemidos bestiales llegaban
filtrados por la distancia, y además se habían acostumbrado a ellos. Y podían dormir con la
conciencia tranquila. Y, de día, dedicarse a los propios quehaceres, esto es, a los puercos.

El endemoniado tenía siempre piedras entre las manos, lo que no era precisamente
tranquilizador, pero al menos tenía el buen gusto de usarlas exclusivamente contra su
propio cuerpo. Y era de esperar que, un buen día, se diese un poco más fuerte que de
costumbre. Así les habría liberado definitivamente de su presencia molesta.
Pero volvamos al encuentro con Jesús.
La primera reacción del endemoniado es de correr hacia aquel extranjero (ya no lo hace
con nadie; quizás intuye inmediatamente que el recién llegado no lleva ni las cadenas ni los
cepos). Pero, al mismo tiempo, le ruega que le deje en paz. Atracción y repulsa. Un bello
tema para acometerlo en clave psicológica. Y esto es precisamente lo que debemos evitar.
Normalmente Mc es sensible a las ambigüedades y a las contradicciones de la existencia,
y se limita a registrarlas, a documentarlas, sin recurrir a la psicología para resolverlas.
Los v. 4 y 5 nos informan acerca de lo que los otros han hecho a este hombre y lo que él
se hace a sí mismo. Cadenas en las muñecas y cepos en los pies. Se han limitado a
volverlo inofensivo, a defenderse de él. Gracias a esta información, adquiere relieve el
mandato final: «Cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo» (v. 19). Vete a contar que hay
alguien capaz de liberar a un hombre. Ve a decirlo a los que querían «liberarse» de ti, y
que estaban más preocupados por su tranquilidad que por tu salvación.
Por su parte, el hombre, «siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los
montes, dando gritos e hiriéndose con piedras» (v. 5). El mal, pues, como fuerza de
destrucción, de disgregación del hombre. La agresividad hacia sí mismo pertenece a la
muerte y a la locura. El pecado es un «hacerse mal».
«Es un pobre hombre desconectado, desposeído de sus facultades y ya no dueño de sí,
hecho enemigo de sí mismo. Es quizás este el mal que Cristo ha venido a combatir, ese mal
"oscuro" que hoy llamamos alienación, que divide al hombre en lo profundo y lo empuja
contra sí mismo. El no ha venido sólo para reparar una injuria hecha a Dios. Al menos que
por injuria hecha a Dios se entienda, precisamente, esta alienación que nos aleja de su
amor y de nosotros mismos» (B. Maggioni).

«¿Que tengo yo contigo, Jesús, hijo de Dios Altísimo?» (v. 7).


Literalmente la expresión sería así: «Qué conmigo y contigo?» Se dan varias
traducciones, todas válidas: ¿Qué tienes en común conmigo? ¿Qué hay entre tú y yo?
¿Qué tengo yo que ver contigo? ¿Por qué te entrometes? ¿Qué te importa? Es la misma
expresión del endemoniado de Cafarnaún (1, 24).
Sólo que entonces Jesús es el «santo de Dios», mientras aquí es «hijo de Dios Altísimo»
(pero tampoco éste es un titulo mesiánico; el demonio reconoce -como observa Lagrange-
el origen absolutamente excepcional de Jesús, pero sin confundirlo aún con Dios; de
hecho, poco después, lo conjura "por Dios"). Algún otro estudioso destaca que era una
fórmula frecuente en el antiguo testamento en labios de los no hebreos. El demonios pues,
habla un lenguaje en sintonía con la región semipagana en la que se ha instalado.

«...Le decía: ¡sal de ese hombre!» (v. 8). Se cree, de todos modos, que el imperfecto
indica una acción que se repite porque el resultado se hace esperar.
Al llegar a este punto del diálogo hay que notar que el singular y el plural, el yo y el
nosotros, se alternan y se confunden. Es típico el v. 10 que había que traducirlo así: "Le
suplicaba con insistencia que no les echara".

«¿Cuál es tu nombre»? (v. 9). Jesús quiere saber el nombre, no del hombre, sino del
demonio. Según la creencia popular, en el exorcismo, saber el nombre lleva consigo un
poder sobre el adversario.
"Mi nombre es legión, porque somos muchos" (v. 9).
He aquí un muestrario de interpretaciones diversas a esta respuesta:
J. Radermakers: «Esta palabra evoca la guerra, la presencia del ocupante, la alienación
que constituía para el hebreo la dominación romana personificada por aquellos "puercos"
de legionarios)).
Bartlet (citado por Taylor): «Aplicándose a sí mismo este nombre, el endemoniado se
acoge a la piedad de Cristo. El nombre significa que él se siente un simple y puro cúmulo
de impulsos no coordinados y de fuerzas malas, sin unidad moral de voluntad; así pues, no
un sujeto, sino un conglomerado de muchos".
R. Fabris: «Frente al espíritu, que se declara legión, esto es, fuerza organizada de
destrucción, contrasta la fuerza de la simple palabra de Jesús».
G. Nolli: «Ocultándose tras el apelativo "legión", el demonio cree escapar de Jesús y de
poderle resistir".
P. Lamarche: «En cuanto al nombre "legión", designa probablemente la fuerza de división
y disgregación que está en el quehacer del endemoniado, pero sobre todo revela que la
entidad demoníaca aquí presente constituye una formidable potencia organizada".
Como se ve, para ser un «demonio enjaulado», es necesario reconocer que ha sometido
a una prueba dura la inteligencia de las personas serias.
Hay que advertir, de pasada, que una legión comprendía alrededor de seis mil soldados
(en este caso, y manteniendo la hipótesis de Jeremías, sería necesario triplicar el número
de cerdos).

«Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región" (v. 10).
El demonio empieza a capitular, debe ceder, aunque es «legión», frente al más fuerte.
Pero está intentando un acuerdo. Está dispuesto a dejar al hombre, no la región. Se trataría
de un compromiso basado en el cambio de domicilio.
Advirtamos que el verbo «suplicar» aparece cuatro veces en el curso del relato (v. 10, 12,
17, 18). Y siempre en referencia al quedarse o no en un determinado lugar.
Los demonios suplican a Jesús que no los eche de la región, que los mande a los
puercos. Los gerasenos suplican a Jesús que se vaya. El hombre liberado le suplica poder
«quedarse con él». Sólo en este último caso Jesús no escucha la petición.

«...Entraron en los puercos y la piara se arrojó al mar de lo alto del precipicio» (v. 13).
Tengamos presente, ante todo, que es un modo para describir la liberación. El demonio
es echado fuera hacia su lugar natural. El mal no debe considerarse como «en su casa» en
el hombre. Y el hombre se encuentra a sí mismo.
Según Lamarche, «el permiso dado por Cristo a los demonios no era sino una trampa:
creyendo que huyen, perecen y vuelven al mar que, según la mentalidad semita es el
receptáculo de las fuerzas malas». La misma mentalidad bíblica sostiene que el demonio
debe ser «atado» y «despeñado».
Según algunos intérpretes, habrían sido los gritos del endemoniado, durante el
exorcismo, los que sembraron el pánico en la piara de los cerdos, hasta hacerles correr a lo
loco hacia la destrucción.
Según otros, sin embargo, habría que tener por responsable más directo al hombre que,
aun bajo el efecto del paroxismo provocado por el exorcismo, se habría echado sobre la
piara produciendo en ellos confusión y empujándolos consiguientemente hacia el precipicio.
Esta explicación, aunque Taylor la considera «sobria», me parece construida demasiado
artificialmente, para no afianzar la imagen de un «demonio enjaulado».
Quizás Mc quiera simplemente insinuar la idea de que el demonio, allá donde llega, lleva
a la ruina.

«Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas» (v. 14).
Entre la carrera loca de los puercos, la fuga precipitada de los porqueros y el ponerse en
movimiento la gente curiosa, se corre el peligro de perder de vista al hombre, que ha sido la
ocasión de todo este lío.
Ahora está allí «sentado, vestido y en su sano juicio» (v. 15).
Tres elementos que deben haber impresionado a los presentes, acostumbrados a verle
tan distinto. El cambio es indiscutible.
«Sentado» indica la paz y la armonía reencontradas.
«Vestido»: el vestido significa la recuperación de la propia identidad, además de la
relación con Dios (1)
«En su sano juicio». O sea, ha vuelto a ser sí mismo, uno como los demás. Una personal
normal.
Nos recuerda la calma después de la tempestad del lago.
Y también aquí la reacción inmediata es el temor.

«Los que lo habían visto les contaron...» (v. 16)


No es una repetición como aseguran algunos. Primero los testigos jadeantes y bastante
confusamente se habían limitado a advertir de lo sucedido. Habían hecho correr la voz.
Ahora hay la posibilidad de explicar cómo ha sucedido exactamente.
Pero también, llegados aquí, aflora la teología de Mc. Un hecho milagroso, atestiguado y
repetido por los testigos oculares, documentado por un resultado que todos pueden
constatar, no conduce necesariamente a la comprensión de fe.
Y después está «el asunto de los puercos» (v. 16).
Esto echa a perder todo.
Lo que ha sucedido al endemoniado pueden también aceptarlo (aunque haya motivo para
dudar de que se trate de una cosa definitiva...).
Pero lo que ha sucedido a los cerdos no llegan a aceptarlo.
El hombre habrá salido ganando (en cosa suya).
Pero ellos han perdido (sus negocios han ido a parar al ...mar).

«Entonces comenzaron a suplicarle que se alejara de su territorio» (v. 17).


Es un perturbador. Es peligroso. Hay que defenderse. No esperar a que prepare otros
desastres.
Se diría que aquella gente ahora se siente amenazada por Jesús, más o menos como
antes se sentía amenazada por el endemoniado.
Es verdad que a éste no pueden atarle. Después de lo que ha pasado, es mejor tomarlo
a buenas.
Una fría, implacable hostilidad, enmascarada por buenos modales. El peor género de
enemistad en relación a una persona.
No le echan en cara ni siquiera la piara mandada al diablo (es un decir...). Por otra parte
¿cómo podrían restituir los daños aquellos pordioseros pescadores? ¿Con una cesta de
peces?
Con tal de que se vaya.
No quieren más complicaciones.
Es gente que sólo pide que les dejen en paz
Aman el orden, sobre todo. Esto es, los negocios.

«Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía quedarse con él» (v.
18).
Al principio le había suplicado que no le atormentase, o sea que le dejase entre los
muertos. Entre él y Jesús no había nada en común. Ahora el hombre quiere «quedarse con
él». Pocas horas antes decía que Jesús no tenía nada que ver, no debía meterse
absolutamente con él. Ahora pide poder «entrar» en su compañía. No hay ya dudas acerca
de su curación: ha elegido la vida.

«No se lo concedió... Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha
hecho contigo» (v. 19).
Aquí también se amontonan las explicaciones de esta negativa y de por qué Cristo, que
normalmente impone silencio, en esta circunstancia ordena la divulgación.
No es precisamente el caso de «leer» en las intenciones de Jesús, una operación
siempre arriesgada.
Contentemonos con registrar el hecho. El verbo «anunciar» lo encontramos a veces en el
nuevo testamento para indicar la actividad específicamente misionera (2).
Luego el ex-endemoniado se convierte en el primer misionero, el primer evangelizador en
tierra pagana.
Cristo, aparentemente vencido, impotente frente al rechazo de los hombres, deja... Sí,
deja a alguno.
Cuando Jesús pone los pies en un territorio, las cosas ya no son como antes. Acontece
algo, a pesar del fracaso.
Los gerasenos tienen la impresión, de que, finalmente todo vuelve a la normalidad. Pero
es una normalidad desplazada más allá, reconstruida sobre otras bases. Una normalidad
"desfasada" respecto a la precedente. En efecto, debe dejar sitio a un hombre libre, es más,
«liberado» y que no se resigna ya a vivir entre los muertos.
No se dan cuenta de que aquel individuo ha vuelto a estar «en su sano juicio». Pero ha
conservado la vieja costumbre: romper las cadenas y los cepos.
A ellos les basta el relato de los porqueros. El ex-endemoniado sabe que aquel relato es
incompleto y parcial (las cosas se ven desde el ángulo de los cerdos). Le toca a él
presentar el relato desde el lado justo (el del hombre). Le toca a él completar el anuncio,
hacerlo actuar, inquietante, impedir que se convierta en una leyenda. Le toca a él, en suma,
hacer entender a sus conciudadanos que la pérdida no ha sido la que ellos piensan, sino
otra, mucho más grave. Sí, aquella barca que se ha alejado en el lago hacia la orilla
contraria.
A los que denuncian una pérdida, el ex-endemoniado les hace entender que han perdido,
sobre todo, una ocasión. El puede decirlo...

«El se fue y empezó a proclamar por la Decápolis» (v. 20).


Las «diez ciudades» son el nuevo horizonte para aquel que antes «gritaba» entre los
montes.
Ahora comprendemos por qué Jesús ha desembarcado en estos lugares. Debía
completar la explicación de la parábola del sembrador. Y había que añadir otro tipo de
terreno, además de aquel lleno de piedras y embrollado por los abrojos: el terreno ocupado
por... puercos.
Por fortuna, sin embargo, la semilla está a salvo en un terreno finalmente «liberado» del
ocupante abusivo.
................
1) La desnudez, en la concepción bíblica, expresaba la ruptura de la relación con Dios. El vestido, por el
contrario, era símbolo de la gloria con que Dios revestía al hombre. La alternativa está entre el hombre vestido
de piel, y el hombre revestido de luz.
2) Es el verbo apangello. Especialmente en Lc. Cf. Hech 21, 26; Lc 9, 60.
.....................

PROVOCACIONES

1. El relato de Mc puede constituir un test psicológico muy interesante para nosotros.


Una cosa muy simple. Intentémoslo.
Se trata de averiguar si la imagen que más nos impresiona es la del hombre «sentado,
vestido y en su sano juicio», o la de los cerdos que van en picado hacia el lago.
En el primer caso, nuestra mentalidad es de tipo evangélico.
En el segundo, es semipagana, calcada en la de nuestros antepasados gerasenos.
Entre «crecimiento» y "cría" está de por medio, precisamente, el evangelio .
Lo que nos impide, demasiadas veces, pensar en términos de «liberación», es el hecho
de que nos retrasamos pensando en términos de «pérdida».

2. Lo confieso. Nunca se me había venido a la cabeza cosa semejante.


Ni siquiera los gerasenos, que ya es decir, ateniéndonos al relato de Mc, han tenido el
coraje de presentar una tal petición.
Quiero decir la petición de resarcimiento de daños por la desaparición de los cerdos.
Han pensado en ello algunos teólogos, aunque haya sido con la laudable intención de
demostrar que Jesús no estaba obligado en términos de justicia.
Bien es verdad que Dios debe defenderse más que de los enemigos declarados, de los
defensores de oficio (no solicitados).
Es interesante espigar entre las argumentaciones aducidas en favor del presunto
responsable de la catástrofe.
-Una sutileza de lenguaje. Jesús no ha mandado a los demonios entrar en los puercos.
Simplemente se lo ha... permitido. Sería como en el caso de una calamidad natural no
«querida», sino sólo «permitida» por Dios.
-Los más intransigentes, por el contrario, no se dedican a cavilar. Dicen sin ambages:
castigo justo, venganza sacrosanta, les está bien. Así aprenden a criar cerdos, que es algo
prohibido. Estamos, pues, ante una punición ejemplar. Ley de contrapeso. En todo caso,
habría que dirigirse a los demonios, para que ellos respondan...
-Algún otro cree saber que los propietarios eran numerosísimos.
Consiguientemente el daño quedaría repartido. Dos o tres cerdos cada uno, diez como
mucho. En el fondo, una pérdida sin importancia, y no hay por qué complicar tanto las
cosas.
-Finalmente existe una corriente «espiritualista», que se escandaliza. Jesús se interesa
por el bien de las almas, y no se ocupa de asuntos terrenos. El se preocupa de curar, no de
salvar los intereses materiales de la gente. Por tanto, nada de pasar nota de gastos. Incluso
porque Jesús no se rebajaría ni siquiera a leerla. Dicen éstos.
Todos estos voluntariosos y hábiles abogados, han olvidado, en el fervor de sus
arengas, un detalle... sin importancia. Jesús, sin pedir el parecer a nadie, ha previsto
reparar el daño. Ha pagado en contante, allí mismo. Incluso por adelantado.
Ha desembolsado un precio muy alto, desproporcionado: un hombre libre. Y es por lo
menos sorprendente que los teólogos no se hayan dado cuenta de ello.
Si, en nuestra balanza, un hombre no «equilibra» dos mil cerdos, ¡bah! quiere decir sin
más que nuestra balanza está estropeada.
O también, que nuestra vista no funciona.

3. El episodio del endemoniado de Gerasa debería constituir un instrumento de


verificación decididamente inquietante para la presencia de la iglesia y de los cristianos en
ciertas naciones, en ciertos ambientes.
Existe siempre el riesgo de ser aceptados por motivos equivocados. Por una
equivocación acerca de nuestra verdadera identidad. Un daño indudablemente más
preocupante que el de ser rechazados.
Cierto tipo de gente nos acepta «con tal de que» no molestemos.
O incluso porque piensa poder ahorrar, gracias a nosotros, a costa de los guardianes (de
puercos, o de cajas fuertes, o de poder, poco importa).
Cuando nuestro mensaje deja de ser un mensaje de liberación (con las consiguientes
molestias y precio a pagar), existe el peligro de que sea usado como lamento, como
canción de arrullo. Para dormir, aun en pleno día.
De acuerdo en la «reducción» en términos de horizontalidad del mensaje evangélico.
Pero existe también el peligro opuesto, de una reducción en términos de «inocuidad» de la
dimensión vertical.
Es inútil hacerse ilusiones. La presencia auténtica de Cristo «toca» siempre algo. Y
cuanto más vertical es, más daños produce.
Si es tranquilizadora, si no invade ciertos «pastos», hay motivo para dudar que sea
tranquilizadora, precisamente porque él está aún lejos. Excesivamente lejos. En la otra
parte del lago.
El grito del pobre hombre tiene que cesar. No porque estropee el sueño de la gente bien
o el pasto de los animales.
Sino porque aquel excluido se ha convertido en hermano.

4. Prefiero la tempestad a los buenos modales de los gerasenos.


Aquella, al menos, tiene el coraje de ponerse en contra. Mientras que éstos tienen sólo el
quehacer de sacudírselo de los pies sin correr riesgos.
Existen ambientes en los que, por el hecho mismo de ser objeto de mil atenciones,
entiendes lo que, precisamente, quieren hacerte entender: que aquel no es tu sitio.
No. Mejor la tempestad. Puede siempre provocar el milagro (si no otro, el milagro del
coraje).
La compostura formal de los gerasenos provoca únicamente el alejamiento de Jesús.

5. Lo reconozco. Yo también fui de los que midió la altura de aquel precipicio sobre el
lago que está hacia Kursa, o como se llame.
No me interesaba tanto comprobar la distancia, para verificar si era más largo y fatigoso
el camino de la liberación de un hombre, o aquel otro recorrido por la piara enloquecida.
No. Esperaba, en lo profundo del corazón, reencontrar mis cerdos.
Jesús, quizás, lo había hecho por fingimiento. Había sido un ahogamiento... simbólico.
Nos engañamos a nosotros mismos pensando que Cristo hace como que nos pide algo,
que nos impone ciertas renuncias, que nos inflige ciertas pérdidas (también porque, de
nuestra parte, frecuentemente hacemos como que estamos con él).
Se acepta. Pero con la secreta esperanza de poder recuperar, en todo o en parte o de
otro modo, lo que se ha ofrecido.
Estoy siempre dispuesto a dejar que Cristo me quite alguna cosa.
Con tal de poderlo tener nuevamente de alguna manera.
Esta es la razón por la que yo también fui, a escondidas, a medir aquel precipicio.
Si no se encuentran los cerdos, se puede explotar siempre aquella altura, a lo mejor en
clave turística. Con aquella vista sobre el lago... Y después, quién sabe, si de una cosa
nace otra, también el ex-endemoniado podría constituir un motivo óptimo de reclamo.
Sólo con buen fin, se entiende.
Con un único inconveniente. Que él, en esas cosas, no tiene nada que ver.
Sí, es verdad, los caminos del Señor son infinitos. Pero es improbable que pasen por
nuestros asuntos.
Jesús ha prometido una recompensa a quien se comprometa a conjugar el verbo «dejar».
Pero nadie hasta ahora ha logrado nunca demostrar que recompensa se traduzca por
«compensación».
En el fondo, debo reconocer que los habitantes de Gerasa fueron menos ambiguos, a
pesar de su fría diplomacia. No han querido saber nada con Jesús, porque han
comprendido bien con quién tenían que vérselas. Pero no han sacado ya a relucir el asunto
de los cerdos.
Yo, por el contrario, quisiera estar con él.
Y tener de nuevo mis puercos.

CONFRONTACIONES

Sólo uno ha entendido


La gente hace todo lo posible para no ser molestada en su tranquilidad. Uno solo ha
entendido de verdad. Solamente el deseo de «quedarse con él» es la respuesta correcta a
lo que ha sucedido.
La respuesta de Jesús demuestra cómo el «seguimiento» no debe entenderse
esquemáticamente. Uno es separado de su casa y de su familia, otro es enviado
precisamente allí contra su voluntad. El seguimiento no es un método de salvación, con el
que cada uno puede asegurar su bienaventuranza, se trata siempre, sólo del mejor modo
de proclamar el gozoso anuncio para hacerlo llegar a todos los hombres (E. Schweizer, o.
c.).

La raíz del poder demoníaco


El rechazo de Jesús por parte de la población del lago, sirve al evangelista para construir
el díctico del contraste: por una parte Jesús que domina y arroja la fuerza del espíritu del
mal, por otra los hombres que, para defender sus intereses, echan a Jesús de su región. El
hombre reintegrado a su dignidad y libertad humana cuenta menos que la tutela de los
intereses económicos. Con otras palabras, el poder demoníaco tiene su raíz más peligrosa
y secreta, su zona privilegiada de manifestación, en el ámbito de aquella libertad humana,
que está dispuesta, en defensa de su privilegio y poder, a negociar a base de la dignidad e
integridad del otro hombre (R. Fabris, o. c.).

Señor, vete
«Señor, vete...» Sombras asustadas, los gerasenos no tienen otra cosa que decirle.
Excesivamente trabajoso entender. Lo único claro para ellos son los dos mil puercos que
flotan inflados sobre el lago: su única riqueza perdida. Quieren solamente un país sin
magos, sin milagros. Y dormir (L. Santucci, o. c.).
(·PRONZATO-3/1. Págs. 252-266)

24 - EL PODER DE LA FE:
LA HEMORROISA ES CURADA
Y LA HIJA DE JAIRO DEVUELTA A LA VIDA
Mc/05/21-43 Mt/09/18-26 Lc/08/40-56
MIGRO/HEMORROISA MIGRO/HIJA-JAIRO:

Dos relatos con un único centro


Dos milagros componen esta larga narración. Son puestos juntos según un procedimiento
no inusitado en Mc, llamado «ensambladura» o «por inclusión».
La escena se descompone fácilmente en dos partes separadas por un intermedio.
Primera parte: Presentación del caso desesperado de la hija por parte de Jairo (v. 21-24).

Intermedio: Curación de la mujer (25-34).


Segunda parte: La niña devuelta a la vida (35-43).
Hay quien defiende que Mc ha puesto juntos los dos episodios sólo por su gusto de
rellenar huecos, o sea para dar tiempo a que Jesús se traslade a la casa de Jairo. Y hace
notar cómo el milagro que se refiere a la mujer está escrito en un griego de mejor hechura
que el otro. Estaríamos, pues, frente a dos niveles distintos de tradición.
Me parece que la mejor explicación es, una vez más, la más simple: los sucesos se han
desarrollado con el orden en que Mc los refiere.
Que después uno sea literariamente más válido que el otro, no significa gran cosa.
También en páginas de autores célebres se encuentran desigualdades notables.
Cierto, los puntos de contacto entre las dos narraciones no son pocos. Veamoslos. Se
trata de dos mujeres. Un número está presente en los dos casos: doce años; la mujer está
enferma desde que la niña ha venido al mundo. El milagro sucede por contacto físico. La
multitud está ajena a los prodigios: en el primer caso está presente, pero no se entera de
nada, es como si estuviera ausente; en el segundo, es dejada fuera (y, en el patio de la
casa, se porta incluso burlonamente) .
Se puede también destacar cómo la intervención de Jesús está a la altura de su
sensibilidad frente a las miserias humanas, sin distinción de personas: «se mueve», es
verdad, por un personaje importante; pero «se para» también por una mujer anónima.
De todos modos, se trata solamente de aproximaciones marginales.
En realidad, existe un punto de contacto, es más un verdadero centro para los dos
episodios. La fe constituye el centro que une entre sí los dos milagros.
Además del poder de Jesús, los dos milagros quieren poner a la luz el poder de la fe.
La escena se abre en la orilla occidental del lago, con la multitud que se apiña en torno a
Jesús. Una ambientación preferida por Mc.
Llega alguien que le «suplica» (vuelve aquí el verbo empleado varias veces en el episodio
precedente). Está angustiado, porque su hija se está muriendo.
Después que los gerasenos le han rechazado, le han echado fuera de su país, he aquí
alguien que le pide que vaya a su casa.
Es un personaje importante. No se trata propiamente del jefe de la sinagoga , pero sí de
uno de lo s jefes, uno de los miembros principales.
La respuesta de Jesús no se expresa con palabras, sino con el gesto de ponerse en
camino.

No es el contacto el que salva


También en este episodio-intermedio que tiene como protagonista a la mujer que padece
hemorragias de sangre, se pueden destacar dos partes bien distintas:
- El milagro propiamente dicho (v. 25-30).
- La confirmación del milagro a través del encuentro personal (31-34).
Se reconoce, de todos modos, que los v. 25-27 son una de las construcciones sintácticas
más largas y mejor logradas de Mc.
No se puede decir lo mismo acerca de la intervención de los médicos en la mujer
enferma: prolongados, pero con resultados decepcionantes.
Hay quien niega que en el cuadro presentado por Mc exista la ironía con relación a los
médicos.
Indudablemente su intención era poner en evidencia la gravedad de la enfermedad y la
eficacia instantánea de la acción de Jesús contrapuesta a la impotencia de la ciencia
humana.
Sin embargo sorprende no poco el hecho de que los otros evangelistas u omitan del todo
(Mt) o difuminen bastante el detalle (Lc).
Quizás tenga razón Lagrange. El blanco de la ironía es otro. La culpa recae, sobre todo,
en los parientes que, según el uso oriental tienen la manía de llamar al mayor número
posible de médicos, también para demostrar el propio afecto al enfermo. Hacen de ello una
cuestión de honor ante la gente. Con el resultado de que se liquidan enteros patrimonios,
se multiplican los sufrimientos del paciente (a causa de las prescripciones frecuentemente
contradictorias) y la situación empeora inexorablemente. Tres consecuencias que en la
mujer se cumplen puntualmente.
Y ahora ella ha oído hablar de las curaciones hechas por Jesús. Tiene aún una reserva,
si no de dinero sí de esperanza. Y decide recurrir a él.
La solución de tocarlo solamente no es una invención suya (Mc 3, 10; 6, 56). Es dictada,
sin duda, por la convicción popular de que los vestidos, incluso la sombra del taumaturgo,
emanan una virtud curativa.
Pero, para la mujer, existe otro motivo bastante claro. La presencia de la multitud. ¿Cómo
puede, frente a toda aquella gente, hablar a Jesús de su mal que, además de ser
humillante, la pone en una situación de impureza legal? (1).
Dice muy bien Lohmeyer que, en el comportamiento de la mujer, se dan cita «un poco de
picardía, un poco de humildad, un poco de pudor por su impureza y, sobre todo, una
confianza ilimitada en él». Yo sustituiría sólo «picardía» por «decisión»: la mujer decide
preocuparse ella misma, después de que, durante tantos años, otros se hayan preocupado
y hayan decidido por ella.
La curación es instantánea.
Los v. 30-31a la presentan así, tanto por parte de la mujer como por parte de Jesús. Hay
dos «al instante» y el mismo verbo «sentir».
La mujer tiene la convicción de que está curada.
Y Jesús, la conciencia cierta de la fuerza (dynamis) que ha salido de él.
Me parece también digno de notarse el subrayado por parte de la mujer que advierte la
curación «en su cuerpo». Es el típico realismo bíblico (el famoso pie que Mc tiene siempre
en el suelo) mucho más convincente que ciertos equívocos espiritualismos.
Al llegar aquí la narración podría parecer terminada. Los v. 31-34 tienen todas las
apariencias de una repetición. Sin embargo, lejos de ser superfluos, contienen la
explicación de otro.
"¿Quién me ha tocado?" (v. 31).
La respuesta un poco expedita y casi enojada de los discípulos proviene de un buen
sentido común. Y es también un poco irrespetuosa.
Obviamente, sería demasiado pedir a los discípulos distinguir entre dos tipos "de
contacto". Para ellos hay sólo una multitud indiferenciada que "oprime" al Maestro.
"Pero él miraba a su alrededor" (v. 32). Es la mirada «circular» de Jesús. La mirada que
busca, elige, saca fuera de la multitud. En medio de tanta gente, Jesús tiene necesidad de
un rostro. Pretende un contacto personal.
«Entonces la mujer atemorizada y temblorosa... se acercó... (v. 33).
Se tiene la impresión de que ha salido de la sombra, del anonimato en que se sentía a
cubierto.
Su temor es debido, ya a la sospecha de que el Maestro se resarza del beneficio que ella
le ha «robado», ya del hecho de haber infringido una ley y de haber contaminado al que la
había curado (2).
«Hija, tu fe te ha salvado.
Vete en paz y queda curada de tu mal (v. 34).
Dice algún teólogo: Jesús convierte en fe lo que, para nosotros, es sólo superstición.
Cierto. Jesús, en efecto, no ha estudiado teología.
Bromas aparte, aquel Maestro se conforma con una fe simple, no madura, mezclada con
algún elemento supersticioso (¿y quién nos garantiza de que ciertas exigencias
intelectualistas de una fe "purificada" no sean superstición? Es mucho más concreta y
auténtica una fe un poco manchada de tierra que una fe enrarecida, aséptica, construida
artificialmente en ciertos laboratorios especializados y que tiene el inconveniente,
precisamente, de ser tan segura que ya no resulta "contagiosa"...).
A Jesús le basta que la mujer haya venido porque esperaba algo de él, y ya nada de los
demás, porque ponía su confianza únicamente en él.
Algún otro dice que la curación ya se había realizado, y por esto resulta "incoherente" la
expresión «queda curada de tu mal». Pero no es así.
A través del conocimiento directo, del diálogo personal, Jesús confirma a la mujer sobre
su curación. Quisiera decir que la vuelve a dar, en la fe, aquella curación que ella le había
robado con su gesto, con un contacto emparentado con la magia, y demasiado impersonal.

La obra de Jesús es una obra de clarificación.


O, si queremos, es una reconstrucción del milagro.
Para «reconstruir» lo que ha sucedido, Jesús tiene necesidad también de la "verdad" (v.
33) de la mujer.
Por su parte, no se conforma con que el propio poder benéfico haya «tocado» a alguien.
Quiere conocer a aquella persona, darle un rostro.
Y después no se conforma con que la mujer sepa que ha sido curada. Quiere que
conozca la causa verdadera, mejor, la condición de la curación operada: su fe. La fe es la
que ha hecho posible el milagro.
Cristo quiere que la mujer tome conciencia de que no ha sido el gesto de tocarle el
vestido el que ha provocado el milagro. Sino otra cosa que ella llevaba dentro. Aquello que
le ha hecho moverse, salir de casa, ir a buscarlo. A esa "otra cosa" Cristo la llama fe.
El gesto exterior, el contacto físico, ha sido sólo la expresión de una realidad más
profunda. Si hubiera existido sólo aquello, la mujer no hubiera «robado» nada.
Me parece muy agudo el comentario de E. Schweizer: «...No ha pasado aún nada
importante, hasta que no se llega a un contacto personal con Jesús, encuentro que se
cumple únicamente por medio de la palabra, es más del diálogo. De nuevo, la "mirada"
parte de Jesús que busca y que crea la comunión con el hombre. Si es verdad que la
curación ya acaecida, objetivamente constatable, es y queda como obra suya, es
igualmente verdad que así él no ha alcanzado todavía al hombre que busca".
No. No es el contacto físico lo que salva, sino el encuentro personal con Jesús a través
de la fe.
Jesús "salva" a la mujer totalmente. Quiere que quede libre, además de su enfermedad,
también del miedo. Le asegura que puede estar tranquila. Por eso le dice "vete en paz".

La niña devuelta a la vida


Todo el drama de la niña lo vivimos desde fuera.
A la orilla del lago (v. 21) nos enteramos de que está en las últimas.
Durante el camino (v. 35) conocemos su muerte.
En el patio (v. 38-39) asistimos ya a la celebración de la muerte.
Jesús no se queda fuera.
Como se pone en movimiento no apenas es informado del caso desesperado, así no se
para en el camino cuando le hacen saber que ya todo es inútil. Y no se detiene ni siquiera
en el patio, frente a las burlas de la gente. Su itinerario le lleva a entrar «donde estaba la
niña» (v. 40).
Pero tiene necesidad de que alguien le siga hasta el final y no corte la continuidad del ir.
Sólo una cosa puede bloquearlo.
«Oyó lo que habían dicho...» (v. 36). En la confusión, más que por las palabras, Jesús ha
intuido por las posturas y los rostros el sentido del mensaje llevado al padre.
Alguno, sin embargo, refiriéndose al significado literal del verbo usado, sostiene que
Jesús lo ha oído por casualidad. Y otros que no ha querido escucharles. Y otros, que no ha
querido tomar en consideración el asunto.
En realidad Jesús no estaba tan preocupado por la palabras, cuanto por el padre.
«No temas, solamente ten fe» (v. 36).
Se diría que ahora es Jesús quien suplica a Jairo, tiene necesidad de su fe, que asegura
la continuidad de su itinerario. Hasta ahora había sido una fe suficiente para moverlo en
busca de Jesús (acaso contra el parecer de sus colegas los fariseos); suficiente para
dirigirle la invitación a pesar de que el caso se presentaba como desesperado. Pero ahora
la fe sufre un rudo golpe, y debe superar la noticia de la muerte. Un «crecimiento» notable,
no hay duda.
Tengo la impresión, incluso, de que, en este momento, es Jesús quien se pone delante.
Hasta ahora era el jefe de la sinagoga quien le abría paso. Desde este momento es Jesús
quien precede, para reforzar la fe del padre.
Permite que le acompañen solamente Pedro, Santiago y Juan, los tres que estarán
presentes en la transfiguración (Mc 9, 2) y en Getsemaní (Mc 14, 33). Tal circunstancia
indica claramente que el episodio, en la catequesis de Mc, va más allá del milagro descrito,
lleva a otro acontecimiento, que afecta a la persona misma de Jesús. Es un relato que
«anticipa» la luz pascual, y a esa luz debe ser leído.

«¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida» (v. 39).
La observación parece dar la razón a aquellos que, para negar el milagro, hablan de
muerte aparente, o de catalexis ligada a algún fenómeno misterioso de la pubertad, o de
sueño en forma de trance.
Tengamos presente, sin embargo, que el dormir era precisamente el término hebreo
usado para indicar la muerte. A los difuntos, en efecto, se les llamaba los «durmientes».
Sin querer meterme en la cuestión, me parece que Jesús no habla aquí como médico,
sino que quiere subrayar el contraste entre el «punto de vista de los hombres» y «el punto
de vista de Dios». Muerte real según los hombres, pero posibilidad de despertar por parte
de Dios.
«La niña para los hombres, impotentes para resucitarla, estaba muerta; para Dios
dormía» (Beda).
Y ahora el contraste se expresa con lo que ocurre en el patio (o en la sala donde se
reciben los huéspedes) y en la habitación donde «estaba la niña».
La gente celebra ya la liturgia de la muerte.
Jesús viene a celebrar la liturgia de la vida, la fiesta del «despertar».

Al llegar aquí, más que analizar el milagro, me parece que es importante, sobre todo,
revivirlo a través de la sobria descripción que nos ofrece Mc. Hagamos un poco de silencio,
dejemos fuera las burlas de quienes pretenden sabérselas todas, alejemos el ruido de los
comentarios más o menos doctos. Para entrar dentro hace falta tener ojos simples y un
mínimo de discreción.
«...Toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la
niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: "Talitá qum", que quiere decir: "Muchacha, a ti
te digo, levántate". La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce
años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera;
y les dijo que le dieran a ella de comer» (v. 40-43).

Algunas anotaciones finales rapidísimas:


- Los términos empleados («levántate», «se levantó») son los que, para los primeros
cristianos, evocan la resurrección de Jesús, por lo que tienen un sentido pascual, expresan
la victoria de Cristo sobre la muerte.
- Marcos se ha dado cuenta al final de que no ha dicho la edad de la niña. Y lo remedia
cuando se presenta la ocasión. El pues no es un término raro. Indica que la muchacha
podía caminar, porque no tenía unos pocos meses, ¡sino ya doce años!
- «Llenos de estupor»: es el mismo sentimiento que embargó a las mujeres ante el
sepulcro vacío de Jesús (Mc 16, 8).
- La recomendación de darle de comer no está cargada de un simbolismo excesivo. Es un
detalle, exquisito, de la humanidad de Jesús. No es -como dice Dehn- «una sorprendente
bajada a la realidad cotidiana». Jesús -como Marcos- toca siempre al menos con un pie en
el suelo...
A la confusión provocada por la muerte corre el peligro de que siga la provocada por la
vida.
Y, para hacer el gasto, estaría siempre la niña.
Jesús está, simplemente, atento.
En cuanto a la imposición del secreto, me limito a referir las observaciones de R. Fabris:

"La orden de no decir a nadie lo sucedido es una paradoja, dadas las circunstancias, al
menos que no se encerrase a la niña en una habitación durante todo el resto de su vida.
Pero este silencio es perfectamente lógico desde la perspectiva de Mc: Jesús ha vencido la
muerte, pero ésta sería una victoria bien pobre si se tratase solamente de dar algunos años
de vida en familia a una niña.
«Esto es solamente un signo, anticipo de garantía de la plena victoria que llegará con la
resurrección de Jesús.
«Y aun así la resurrección de Jesús no es la reanimación de un cadáver, sino la vida
definitiva en la comunión con Dios.
«Sería una peligrosa equivocación si se trocara la fe en el Dios viviente y vencedor de la
muerte, por la fe en un signo o gesto histórico que manda más allá de sí mismo. Por eso los
testigos del milagro deben callar, como los tres que bajan del monte de la transfiguración,
esperando la plena revelación del Dios que resucita a los muertos».
Yo añadiría a esto la discreción, el pudor.
El poder sobrenatural, en efecto, se manifiesta solamente en un espacio sagrado. Y tiene
necesidad de silencio más que de publicidad.

PROVOCACIONES

1. La multitud oprime a Jesús. Pero sólo una persona insignificante, en medio de aquella
masa que aplasta, logra establecer un contacto justo.
Me dan ganas de juzgar a los demás. Condenar personas que multiplican las prácticas,
amontonan las devociones, repiten los contactos con él, vomitan continuamente palabras
sobre él, pero que, ateniéndose a lo que se ve en las obras, no llegan a encontrarlo de
verdad.
Pero tengo que mirar hacia mí mismo.
Cuántos son, en mi existencia, entre la multitud de mis relaciones con él, los verdaderos
contactos a través de la fe, que hace que suceda algo, y aquellos otros que provocan en él
solamente fastidio.
Puedo incluso estar siempre pegado a Jesús. Y permanecer extraño a él.
Puedo tocarlo, comerlo, tratarlo. Y permanecer «inmune» (la mujer se ha limitado a
rozarlo...).
Hay una diferencia enorme entre el estar entre sus pies y el estarle cercano.
La misma diferencia que después hace que mi testimonio sea transparencia o estorbo.

2. Los versículos que muchos consideran una repetición incoherente, me parece que
contienen el aspecto más paradójico -quiero decir milagroso- de todo el suceso.
Jesús pretende la identificación de la culpable.
Sí, él, el robado, no se siente tranquilo hasta que haya restituido a la ladrona el botín que
ella le había sustraído.
Y además no era justo que la mujer marchase convencida únicamente del «poder» del
taumaturgo. Hubiera sido mantenerla en el engaño.
Tenía que «informarla» del poder que había en ella, de sus posibilidades.
Un robo, si queremos. Pero cuyos méritos se reparten equitativamente.

3. Intento imaginar la mirada de Jesús dirigida a Jairo en el momento en que le sugieren


que lo deje, que ya no hay remedio...
Son estos los instantes en que se juega la continuidad de una relación con él. Cuando
todo va mal. Cuando la realidad ha pronunciado la sentencia más brutal e inapelable.
Es demasiado poco hacer venir a Jesús a mi casa. cuando todavía hay una esperanza.
Debo tener el coraje de hacerlo venir, sobre todo, cuando ya no hay nada que hacer.
Una fe que trate con Jesús solamente de negocios posibles, es timidez, miedo, urbanidad
(sobre todo, no molestar al Maestro...), no es fe.
La fe verdadera es la que es capaz de concertar con él los negocios imposibles, los
únicos que le interesan.

4. «Observa el alboroto...» se traduciría a la letra así: "ve el ruido".


¿Quién ha dicho alguna vez que Jesús no puede ver el ruido? Lo ve, pero no lo deja
entrar con él. Es una buena diferencia.
«Después de echar fuera a todos...».
Quizás me preocupo con exceso de que en mi vida no haya estrépito. Debería
preocuparme, principalmente, de que esté el Señor.
El se preocupa de dejar fuera el ruido.
Puede haber una casa silenciosa, pero vacía.
Lo que cuenta es su presencia, no los elementos de desorden.
Cuando entra, echa fuera necesariamente a los perturbadores.
Lo importante no es el silencio, sino su voz.
Es su voz la que hace callar los alborotos.
No es el ruido el síntoma más preocupante. Con el ruido él entra (y lo deja fuera).
Lo que preocupa, es que, con mucha frecuencia, él ya ha entrado, mientras yo me
retraso aún en el patio oyendo el ruido. O también tengo la pretensión de llevármelo dentro.

En ese caso, él ve, y no tiene nada absolutamente que decir.


No está en absoluto dispuesto a "concelebrar" ciertas liturgias de la insignificancia.
El tumulto no le asusta, faltaría más.
Sólo que no quiere ser confundido con ciertas cosas.

5. No. No estamos satisfechos sólo nosotros, al final de esta jornada. El estupor no es


exclusivamente nuestro.
También él tiene buenos motivos para sentirse satisfecho. También él ha quedado
agradablemente sorprendido.
Ha curado a una mujer, le ha devuelto un rostro, un nombre, es verdad.
Ha puesto en pie a una niña, sin duda.
Pero, además de a la niña, ha visto «levantarse», crecer algo que le afecta muy de cerca.

Debe reconocerlo. Hoy ha hecho una buena cosecha de fe.

CONFRONTACIONES

El milagro de tener un nombre


Se cruzan con suerte en el camino de Jesús los intrusos, los abusones, los que no tienen
derecho.
Se encamina a casa de un personaje importante, para realizar un milagro...
Algunos, sin embargo, prefieren el milagro pequeño, se conforman con un minúsculo
prodigio hecho de paso, sin pararse, sin que ni siquiera el interesado caiga en la cuenta de
ello. No quiere hacerle perder tiempo, ya que tiene tantas cosas urgentes que hacer.
Ella no tiene la pretensión de que vaya a su casucha, de que escuche sus lamentos. Le
basta tocarlo. Rozarle el manto. Un pequeño milagro pillado al vuelo, sin ceremonias.
La mujer se acerca furtiva. Con aquel gesto quiere advertirle, silenciosamente:
- También yo existo...
Como pidiéndole excusas por existir.
Pero él se para, quiere ver la cara de esta extraordinaria y discreta intrusa.
Y le dice:
- ¡Existes solamente tú!
Cada uno vuelve a tomar su camino. Uno hacia el gran milagro. La otra a gozar de su
pequeño milagro personal: alguien le ha llamado de entre la gente. Le ha curado de su
anonimato. Le ha dado un rostro en medio de aquella masa, que la había desdibujado.
La ha hecho importante.
Importante de atención.
En el camino de Cristo todos los abusones, todos aquellos que no pintan nada, los
infinitos «donnadie» tienen derecho a su pequeño milagro personal.
El milagro de tener un nombre.
El milagro de sentirse reconocido (A. Pronzato, Cansados de no caminar, Salamanca
21982, 53-54).

Una enfermedad horrible


Existen beneficios que da vergüenza pedirlos, plagas que tenemos pudor en mostrar para
que nos las curen...
...Todos te tocamos, Señor, cuando creemos que no nos ven. Cada uno de nosotros
lleva encima una oscura enfermedad, de años, los doctores de aquí abajo no la han sabido
curar. Un mal horrible que da vergüenza llamarlo por su nombre. Para estos casos existe el
vestido: esa cosa que olvidas llevar encima, llena de milagros no custodiados... (L.
Santucci, o. c.).

No podemos escabullir una pregunta


Esta doble narración está orientada completamente hacia la espera del surgir de la fe en
el lector. El carácter concreto, físico, de la acción de Jesús es descrito de una manera tan
realísticamente explícita, que no podemos escapar a esta pregunta: ¿estamos dispuestos a
reconocer que la acción de Dios se extiende incluso al dominio de la vida corporal, o lo
negamos?...
...AI mismo tiempo, sin embargo, se precisa que la fe es completa solamente en el
encuentro personal con Jesús, en el «diálogo» con él, mientras que, incluso la experiencia
de un milagro que supera toda posibilidad de comprensión no sirve todavía para nada; sólo
puede ayudar a comprender correctamente el evento.
También para Mc esta resurrección es una excepción única que manifiesta, sí, la
autoridad de Jesús, pero no quiere resolver el problema de la muerte. Jesús no ha vencido
la muerte porque ha mandado a algunas personas, muertas en circunstancias
particularmente trágicas, a vivir de nuevo durante pocos años en el seno de sus familias.
La comprensión de este relato, exige que veamos una forma de progresión: se llega, a
través de todas las experiencias posibles, a la fe, a una fe que, partiendo de la «mirada» de
Jesús que busca y crea la comunión con el hombre, lleva al diálogo con él y a su palabra
que deja caminar libres en la paz de Dios.
Entonces el creyente se da cuenta de que este «sí» de Dios a él, la comunión en que
Dios lo ha acogido, no se interrumpirá con la muerte.
En esta perspectiva puede también considerar a Dios capaz de ese poder creador,
siempre más concreto, que resucita a los muertos, del que el episodio narrado en nuestro
texto es signo visible, y aprender a tomar, como hace Jesús, la realidad de Dios que
resucita a los muertos más en serio que de la aparente realidad de la muerte.
Cercano a un ataúd o en el lecho de muerte creerá en la vida que es más concreta y real
que todo aquello que nosotros, sobre la tierra, llamamos existencia y vida (·Schweizer-E,
o. c.).

Tenemos un mensaje para quien pasa cerca de nosotros


Iglesia de Dios, hermanos cristianos, hermanos judíos, nosotros tenemos un mandato y lo
debemos proclamar con valentía y amor a todos los hombres: ¡pongamos atención para no
traicionarlo! A quien pasa cerca de nosotros, llorando, mendigando esperanza, le decimos
aún la única palabra que tenemos: ¡no hay liberación sino de la muerte, liberación es el
Mesías viviente y resucitado! (E. Bianchi, Lontano da chi? Lontano da dove?, Torino 1977).

Este milagro no es para el mundo


Este milagro no es para el mundo. Los que son de fuera, así como sólo pueden oír la
palabra parabólica, así ahora deben sólo ver, y al mismo tiempo no ver, el milagro. Podrán,
en todo caso, decir después que Jesús ha acertado con precisión el estado de la niña, pero
no podrán entender su poder de victoria sobre la muerte (G. Dehn, o. c. ) .
(·PRONZATO-3/1.Págs. 269-281)
...................
1) La mujer, en estas condiciones, es «impura» y hace «impuro» todo lo que toca y todas las personas que
tienen un contacto con ellas. Cf. Lev 15. 25-27.
2) Observa B. Maggioni que Cristo, por el contrario, manifiesta públicamente que no se siente en absoluto
"impuro" porque le haya tocado aquella mujer, y que las categorías del puro e impuro no le interesan
mínimamente. La fe, esto sí, le interesa.
25 - JESÚS MOTIVO DE ESCÁNDALO PARA SUS PAISANOS
Mc/06/01-06 Mt/13/53-58 Lc/04/16-30
J/ESCANDALO

Un asombro por motivos diversos


La primera etapa del ministerio de Jesús se terminaba con la decisión de los fariseos de
eliminarlo (3, 6).
También la segunda etapa, que ya ha tenido un momento crítico cuando la familia ha ido a
hacerse cargo de él porque estaba «fuera de sí», y que se caracterizó sobre todo por la
jornada de las parábolas y por la jornada de los milagros, se concluye con un rechazo: los
compatriotas de Nazaret desconocen a Jesús (6, 1-6).
El episodio adquiere toda su gravedad también, porque sucede inmediatamente después
de un milagro de resurrección.
No se nombra a Nazaret explícitamente. De todos modos la palabra patria indica, no tanto
el lugar de nacimiento, cuanto el de permanencia prolongada, comenzando desde los años
de la infancia.
Admitido que la casa de Jairo estuviese en Cafarnaún, la distancia recorrida debería ser
de unos cuarenta kilómetros.
La presencia de los discípulos no es casual. Cuando se encuentren frente al fracaso,
deberán recordar lo que ocurrió a Jesús en su propio pueblo y el trato que recibió de los
«suyos».
«Vino a su casa, y los suyos no le recibieron» (Jn 1, 11).
El incidente se abre y se cierra bajo la enseña del asombro.
Los nazaretanos, desde el principio, oyendo a Jesús enseñar en su sinagoga, quedan
maravillados de su doctrina (v. 2).
Al final Jesús «se maravilló de su falta de fe» (v. 6).
La maravilla podía ser el sentimiento que los introducía en la comprensión del misterio.
Pero la han sofocado inmediatamente, como sintiendo vergüenza de haber ido demasiado
lejos... Y en su lugar ha entrado el escándalo (v. 3).
El estupor de Jesús, por el contrario, expresa una especie de duda a... creer en tanta
incredulidad, a ver una tan obstinada ceguera, a admitir una cerrazón tan mezquina y por
esos motivos «familiares». Y contiene, quizás, también una cierta contrariedad unida al
disgusto.
Notemos que el estupor, normalmente, es el sentimiento al que están aferrados los
testigos ante los prodigios hechos por Cristo, y que desemboca, casi siempre, en alabanza
a Dios.
Aquí es Jesús quien está cogido por el estupor ante aquel milagro al revés, representado
por la incredulidad.
Examinando la postura de los habitantes de Nazaret debemos destacar todavía dos cosas:

-Intuyen la explicación exacta y no son capaces de sacar las consecuencias.


-Hacen la pregunta justa, pero dan una respuesta precipitada.
Frente a la sabiduría de aquel paisano suyo, que no había frecuentado las escuelas de
los rabinos, y frente a los milagros de los que habían oído hablar (dada la cercanía a
Cafarnaún), se dejan escapar inconscientemente la explicación: «...le ha sido dada» (v. 2).

La verdad está precisamente en ese dada. Pero sería necesario partir de ahí; ellos, sin
embargo, rozan apenas la verdad y se vuelven atrás.
"¿De dónde le viene esto?" (v. 2). Luego admiten «esto». Reconocen encontrarse frente
a algo excepcional. Si se hubiesen atenido a esta pregunta, si se hubiesen puesto a buscar
el «dónde», habrían llegado lejos. Pero han preferido permanecer atrapados (¡el escándalo
es una trampa!) en su pequeño pueblo.
«¿No es éste?...» (v. 3).
Por tanto se habían planteado la pregunta fundamental, precisamente aquella en torno a
la cual gira todo el evangelio de Mc.
Sólo que van a buscar la respuesta excesivamente cerca, y muy de prisa.
Dice con mucha agudeza E. Schweizer: «la reacción justa, pertinente, es una
interrogación, la interrogación oportuna se refiere a la persona de Jesús. Pero el problema
no queda abierto, sino que encuentra una respuesta prematura en el encasillamiento de
Jesús dentro de categorías conocidas».
Es el equívoco de siempre. La prisa de «cerrar» los problemas fastidiosos con lo que ya
se sabe, en vez de dejarlos abiertos en una postura de búsqueda y de sufrida espera hacia
aquello que aún no se conoce.
Se tiene necesidad de tapar deprisa las corrientes que se abren en nuestro espíritu, a lo
mejor recurriendo a materiales que tenemos al alcance de la mano y que aseguran un
cierre definitivo. Así se liquidan los problemas en vez de resolverlos.
Se habla de disponibilidad, pero en realidad se está «dispuesto» solamente a colocar lo
inesperado en categorías preexistentes.
La crisis de rechazo, en ciertos casos, denuncia la incompatibilidad de la «programación»
en base a nuestras exigencias, no en base a las exigencias de la verdad.
En términos evangélicos, la instalación es lo opuesto al deseo.
El encasillamiento cierra, asegura (¿qué se puede esperar de esa gente? ¿qué puede
salir de esa familia? Todos sabemos qué tipo es...). Mientras el deseo mantiene abierta la
herida y se la deja hurgar por una pregunta fastidiosa.
Así pues, los habitantes de Nazaret se plantean la pregunta exacta, pero se dan prisa
para buscar la respuesta en una dirección equivocada (la familia de Jesús).
INCREDULIDA/RAIZ: «La raíz de la incredulidad es precisamente este incapacidad de
acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano» (R. Fabris). Añadiría: la incapacidad de
reconocer a Dios cuando se pone el vestido de todos los días.
Tengamos presente esto. No ocasiona escándalo el hecho de que Jesús haya ejercido la
profesión de carpintero, que era bastante honorable (1). Entre otras cosas, muchos rabinos
ejercían un oficio. La actividad manual no era en absoluto deshonrosa. Los artesanos,
especialmente, gozaban de la más alta consideración.
No. El escándalo deriva del hecho de que Jesús no coincidía con sus imágenes, no
entraba en sus esquemas en lo que se refiere a Dios. Y después estaba la «mancha» de
una familia insignificante. Y pongamos también una discreta dosis de envidia. Y, sobre todo,
el hecho de que ya habían decidido que no había nada que esperar en aquella dirección...

«Y sólo en su tierra carece un profeta de prestigio» (v. 4).


Jesús se refiere a un proverbio popular. Bultmann cita este dicho antiguo: «un profeta no
es acogido en su patria, y un médico no consigue curaciones entre personas conocidas».
Lo ha encontrado en un papiro.
Lagrange insinúa que Jesús parece haberse olvidado de que poco antes (quizás un par
de días antes) fue rechazado también por los gerasenos (y consiguientemente no sólo en la
propia tierra), y se adentra en justificaciones sutiles. Quizás se le escapa que Jesús habla
de «desprecio» (o, más exactamente, de «no ser honrado»).
Los gerasenos, en el fondo, le han rendido honor a Jesús y a su grandeza, precisamente
manteniéndolo a distancia.
Estos le temían. Aquellos no lo toman en consideración.
Para los gerasenos se trata de un profeta que molesta.
Para los nazarenos se trata de un ser insignificante.
«Y no pudo hacer allí ningún milagro...» (v. 5).
Observa V. Taylor: «este pasaje es una de las afirmaciones más libres de los evangelios,
porque recuerda algo que Jesús no logró hacer. Lucas no lo ha conservado. Y Mateo lo ha
recompuesto...».
El motivo es obvio: por su falta de fe.
Pero es necesario estar atentos: no hay nada que hacer con un elemento psicológico,
por lo que si falta la confianza por parte del enfermo, la acción del médico se frustra y las
curas resultan ineficaces.
Es otra cosa: «al margen de un contexto de fe, el milagro resultaría vacío de significado y
no se podría ni siquiera hablar de milagro» (J. Delorme).
Los milagros, en efecto, no son gestos espectaculares destinados a impresionar a la
gente y a forzar la adhesión en relación con Jesús. El milagro es siempre una respuesta a
la fe, se puede «leer» solamente a la luz de la fe, y constituye una llamada a la fe (una
llamada dirigida al corazón).

«A excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos» (v. 5).
La limitación no es suya. Es el límite que le impone la desconfianza de su paisanos.
No es que en Nazaret no haya «logrado» hacer milagros.
Es que en aquella gente la fe no fue «lograda».

"Y recorría los pueblos del contorno, enseñando..." (v. 6).


Según Mc esta fue la última vez que Jesús enseñó en una sinagoga. De ahora en
adelante el evangelio se anunciará siempre al aire libre.

«Y se maravilló de su falta de fe» (v. 6).


Y nosotros, lectores, nos vemos obligados a reflexionar, con Jesús, acerca de este
inquietante enigma. Que puede afectarnos también a nosotros, no sólo a los paisanos de
Jesús.
El rechazo de los nazaretanos, en efecto, es símbolo y preludio de un rechazo mucho
más vasto. Quizás también el mío.

Nota acerca de «el hijo de María» y sus hermanos


Mc usa la expresión "el hijo de María" (v. 3). El hecho es sorprendente, porque contrasta
con el uso hebreo que no designa nunca un hombre con el nombre de la madre, aun
cuando el padre haya muerto (como puede ser el caso de José).
«Cuando un semita recuerda sólo a la madre de un hombre y no al padre, intenta
ofenderlo, como un hombre insignificante, sin pasado ni porvenir» (G. Nolli).
En boca de los nazaretanos, pues, podía sonar como un insulto.
Y si no es así, y la expresión es de Mc, podría constituir un testimonio indirecto de la
concepción virginal de Jesús (es significativo, entre otras cosas, «que los hermanos» de
Jesús no se indiquen nunca expresamente como hijos de María).
La hipótesis no se puede excluir.
Pero de todos modos se sostiene que Mc ha escrito «el hijo del carpintero» y que algún
amanuense lo ha modificado por «el carpintero, el hijo de María...».
Sin embargo la expresión no aparece en ninguna otra parte del nuevo testamento.
Más dura, por el contrario, es desde la antigüedad la discusión acerca de los hermanos
de Jesús.
Se han marcado sobre todo tres posiciones:
-Según algunos (Elvidio -380 d.C-, Tertuliano, Joviniano, etc.), se deben entender
hermanos de sangre.
-Otros los consideran hijos de un matrimonio precedente de José (Epifanio -382-,
Orígenes, Eusebio, Ambrosio, Clemente y Cirilo de Alejandría, Hilario, etc.).
-Jerónimo -383- traduce «hermanos» por «primos» y sostiene que serían los hijos de
María- una hermana de la Virgen- mujer de Cleofás.
Es necesario tener presente que en el lenguaje hebreo y en el arameo el término
hermano tiene un significado bastante amplio que puede abarcar a los primos, parientes en
general e incluso a los compatriotas.
Pero Mc escribe en griego y en esa lengua existe un término específico para indicar los
primos.
¿Por qué, entonces, usa adelphos, hermanos?
La hipótesis más plausible es que se trata de un título honorífico adoptado por la iglesia
primitiva para indicar «los parientes masculinos de Jesús, que constituían un grupo con
personalidad propia junto a los apóstoles (Hech 1, 14; I Cor 9, 5) y gozaban de una altísima
estima» (J. Blinzler). Se habría preferido, pues, traducir a la letra «los hermanos de Jesús»,
como eran llamados sus primos en la iglesia aramea.
Acerca de los pasajes evangélicos (Mt 1, 25, Lc 2, 7) que normalmente se citan para
sostener la interpretación opuesta -verdaderos hermanos de sangre- nos detendremos con
ocasión de la «lectura» de esas páginas.
Será sólo oportuno recordar que este asunto divide netamente todavía hoy la exégesis
católica de la protestante.
Todos los exegetas católicos concuerdan en afirmar que los hermanos del Señor son
parientes en segundo grado (primos).
Todos los protestantes, por el contrario, sostienen que se trata de hijos de María y José.

Existen después otros que se refugian en un argumento de «conveniencia doctrinal». Es


típica, en esta línea, la posición de V. Taylor:
"El hecho de que Jesús tuviese hermanos y hermanas subraya la realidad y perfección
de la encarnación". Personalmente, al ser hijo único, tendría motivo para considerarse
ofendido, porque según el ilustre estudioso no sería un hombre «completo».
Nota aún J. Blinzler: «Lo que determina claramente la postura de los estudios
protestantes es la convicción profundamente radicada de que la tesis católica no es el fruto
de una investigación sin prejuicios acerca de los documentos históricos, sino de la doctrina
de la virginidad perpetua de María, que todo católico está obligado a creer». El autor, en su
importante estudio, pretende precisamente deshacer este prejuicio, con un análisis histórico
y linguístico muy aquilatado.
Sin adentrarme más en la cuestión, quisiera sólo recordar que en los relatos de la
infancia referidos en los evangelios de Mt y Lc, Jesús es presentado como hijo único de
María.
Y, en relación al problema planteado por Mc, cito la conclusión del estudio de J. Blinzler:

«Los así llamados hermanos y hermanas de Jesús eran sus primos y primas. Para Simón
y Judas, su parentesco con Jesús venía por su padre Cleofás, que era hermano de san
José y como él un descendiente de David; el nombre de su madre no es conocido.
«La madre de los hermanos del Señor, Santiago y José, era una María, distinta de la
madre del Señor; ella (o su marido) estaba emparentada con la familia de Jesús, pero no se
puede saber de qué parentesco se trataba...
«...Como puede deducirse del silencio de los evangelios acerca de José después de
Lucas 2, el padre putativo de Jesús murió pronto. Después de su muerte, la Virgen con su
hijo se habría unido a la familia de su (¿o de sus?) parientes más próximos. Los hijos de
esta familia (¿de estas familias?), crecidos al mismo tiempo que Jesús, fueron llamados por
la gente sus hermanos y hermanas, porque no había en arameo ningún otro término
conciso para nombrarlos.
«La iglesia primitiva ha recuperado el término, y lo ha mantenido también en griego, para
honrar así a los parientes del Señor, que mientras tanto se habían convertido en miembros
eminentes de la iglesia; y porque se trataba de un medio óptimo para distinguirles clara y
cómodamente de otros muchos homónimos que existían en la iglesia primitiva"

PROVOCACIONES

1. Dios crea siempre dificultades.


Algunos no creen, porque no lo ven.
Otros -como en este caso- porque lo ven.
La invisibilidad puede ser un obstáculo para unos, la visibilidad impedimento para otros.
Hay quien no acepta a un Dios demasiado «diverso» y lo quisieran más al alcance de la
mano, controlable .
Y los que lo rechazan porque sería «como ellos», lo conocen incluso demasiado bien.
Y él, obstinado, esperando que la ceguera de los hombres se cure, en vez de desclavar
aquellos párpados, cerrados, con algún relámpago espectacular.
Decidido a continuar tendiendo la mano como un mendigo, en vez de abatir la puerta.
Y su única reacción es el estupor frente a tanta incredulidad.
Queda mal cuerpo, es verdad. No porque lo echen fuera, sino porque ellos están tan mal
allá dentro.
Jesús ¿no has entendido aún que los hombres prefieren renunciar a Dios antes que a la
imagen que se han fabricado de Dios?

2. Y pensar que él no ha ido a Nazaret para encontrarse con sus familiares. Los otros son
quienes se los han hecho encontrar. Con el fin de ponerlo en un aprieto, para no tenerse
que preocupar de él.
Es una astucia practicada todavía hoy por ciertas personas religiosas.
Te ponen delante algo (un articulo del código, una idea, una batalla que combatir en su
nombre), que tendría que ver con Jesús. Pero a él no te lo dejan ver en absoluto.
Jesús es presentado siempre a través del album de familia, o a través de las «cosas que
le importan».
Y, sin embargo, es él quien me importa.
Todos dispuestos a darme explicaciones acerca de él.
Y resulta que él es la explicación.

3. El incidente de Nazaret puede pasarnos a todos.


Diría -por experiencia- que hemos de considerarlo normal.
Aquella iniciativa, aquella propuesta, aquel libro...
Y caes en la cuenta de que te encuentras cerrada precisamente aquella puerta que
estabas seguro de encontrar abierta de par en par.
Allí donde era lícito esperarse coraje, participación, descubres indiferencia o incluso
hostilidad.
Contabas con una mano fraterna. Y tropiezas con la desconfianza, el cálculo.
Amigo, he probado varias veces lo que tú pruebas en esas circunstancias. Así pues,
puedo hablar sin echarte un sermón.
Las lamentaciones están fuera de lugar.
Es inútil estar atormentándose con los «por qué» y desgranar la serie de los «no es
justo».
No, amigo. No es justo.
Pero es buena señal.
Esa es la señal, indiscutible, de que las cosas van bien.
La incomprensión, la torpeza, la mezquindad de esas personas valen para aclararte a ti
mismo las cosas.
El fracaso en tu casa es garantía de fecundidad en otra parte.
No te digo que sea el precio a pagar. Es algo mejor.
Es la seguridad. Seguridad de que aquello es válido.
Agradece a los «tuyos» que te rechazan. En el fondo te regalan el billete para ir a otra
parte.
Quedarse en Nazaret puede ser hermoso desde un punto de vista afectivo. Pero te
empobrece. Y. sobre todo, empobrece a aquellos que están más lejos.
Amigo, no te quedes lloriqueando ante esa puerta cerrada.
Date la vuelta, y mira el mundo «abierto» ante ti.
Responde a la mezquindad de cierta gente... ocupándote de otra cosa.
El hecho de sentirse en el exilio, extraño en tu propia casa, es desagradable, no lo niego.
Pero te ofrece la posibilidad de sentirte en tu casa en todas partes.
Pon el corazón en paz. No te reclamarán atrás. Aunque hayas hecho milagros en otra
parte. No esperes aquella señal que no llegará nunca.
Camina hacia adelante por tu camino. Encontrarás tantas personas que no te esperan,
no te conocen, pero con las que es posible celebrar, sin complicaciones, el rito del
encuentro.
Y que no te venga a la cabeza decir que éstas te «pagan con creces» la afrenta de
Nazaret.
En Nazaret nadie te ha hecho una afrenta.
No te han tomado en serio, eso es todo.
Y tu deberías, por tanto, sentirte ligero.

4. Se comete una gran injusticia con los "pocos" sanados de Nazaret. Algún comentarista
dice: nada excepcional. Y parece leer, entre líneas, que por una cierta lógica del relato
hubiera sido mejor que no hubiera habido ni siquiera esos. Posiciones claras, en suma.
Pero aquí se juega expeditamente con la piel de los otros.
Esos milagros -aunque «limitados» en el número- están entre los más importantes del
evangelio, porque afectan a personas que se rebelaron contra la hostilidad y desconfianza
general.
La mayor parte de los nazaretanos tenía todas las de ganar «cerrando» aquel asunto.
Alguno, sin embargo, pensó que tenía todas las de ganar teniendo abiertas las propias
llagas ante Jesús, el carpintero.
Y tuvieron razón estos últimos.
Estos han tenido el mérito de dejar hablar (a los paisanos-teólogos) y de dejar hacer (a
Jesús).
Existe la inteligencia que pretende llegar hasta él.
Pero, quizás, se llega más seguro a través de las propias desgracias.
En el primer caso se puede explicar, discutir.
En el segundo, se tiene la posibilidad de contar.
Los habitantes de Nazaret ante la pregunta «¿quién es éste?» han respondido muy de
prisa.
Pocos han sabido esperar. Justo el tiempo preciso para ser curados...

CONFRONTACIONES

El verdadero antropomorfismo
El antropomorfismo no consiste tanto en el representarse a Dios como si fuese un
hombre, cuanto más bien en representarse a Dios sirviéndose de un concepto de divinidad
que el hombre puede fabricarse (J. Pohier, Quand je dis Dieu, Paris 1975).

Han preferido conservar el ídolo


Se han fabricado una imagen de Dios, y si Dios se manifiesta como ellos lo quieren, bien.
De otro modo, lo rechazan... Su Dios era un ídolo y han preferido conservar el ídolo (F.
Chalet).

El mendigo
Dios es aún el pobre que va sin ruido por la hierba del mundo, el menesteroso
continuamente rechazado, siempre ahí.
¿Cómo ha sido posible que haya sido agitado como una bandera, atado a las
demostraciones, precisamente él, el mendigo?
El prefiere esconderse bajo los puentes, con el desaliento de los sin-techo, en medio de
todos los riesgos y de las mujeres de la vida.
Sólo los que comparten, de verdad, el pan y las penas de los hombres, tienen la
posibilidad de reconocerlo, aunque no sepan llamarlo por su nombre (J. Sulivan,
Consolation de la nuit, Paris 1975).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 282-292)
..................
1) Justino mártir sostiene que Jesús fabricaba yugos y arados de madera. Hilario habla, por el contrario, de
"herrero". Tekton (del que viene arquitecto), de todos modos, designa un obrero que trabaja tanto la madera
como la piedra y los metales. Quizás también alguien que construye casas.

26 - MISION DE LOS DOCE


Mc/06/07-13 Mt/10/01-42 Lc/09/01-06 Lc/10/01-06
MISION/ENVIO

No ha dado el manual de los misioneros


Galilea es la cuna del evangelio. En este terreno fecundo, existe un solo grumo de
esterilidad: el pueblo de Jesús.
Pero el rechazo de Nazaret no bloquea la misión. Jesús recorre los pueblos del contorno.

Y ahora relanza la misión también a través de los discípulos.


Acaso en el díctico Nazaret-misión de los doce se puede destacar la típica contraposición
entre parentela carnal y parentela espiritual.
Como la lección se había desarrollado siguiendo un esquema simplicísimo (llamada-
respuesta), así el envío a misionar se articula según un proyecto muy sobrio:
-Envío y consignas (v. 7).
-Instrucciones para los misioneros en relación al equipamiento y al comportamiento en las
casas y en los poblados (8-11).
-Predicación y milagros (12-13).

1. El envío a misionar era ya contemplado en el momento de la «creación» de los doce (3,


14-15). «Instituyó doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder
de expulsar los demonios».
Habían estado con él «itinerante» durante todo aquel período, habían escuchado sus
enseñanzas en parábolas, presenciado sus milagros. Ahora se pasa a la segunda fase del
programa. El papel del apóstol comporta, por definición (apóstol-enviado, misionero), la
misión.
«Los apóstoles son los auxiliares de Jesús. La misión que están a punto de emprender no
es un simple ejercicio preparatorio. Estos son asociados a la obra personal del Maestro» (A.
Loisy).
Es una etapa fundamental en la formación de los discípulos. Deben aprender a hacer algo
por su cuenta, aunque no a título personal (el mensaje y el poder es algo que les viene
dado).
"Comenzó a enviarlos de dos en dos" (v. 7). Se trata de empezar.
"De dos en dos" según el uso hebreo y para que exista un testimonio válido según la ley.
Y también para ayudarse mutuamente.
«El servicio, para Jesús, es siempre servicio en la comunidad y no puede nunca prestarse
sin el prójimo. El trabajo en grupo, al menos de dos personas, es el signo de esto» (E.
Schweizer).
Hay que destacar que faltan algunas precisiones que nosotros consideramos esenciales:
dónde tienen que ir, qué temas deben tratar en la predicación, qué hacer exactamente,
cuánto tiempo debe durar la misión.
Nada de todo esto. Sólo «una vez más es subrayada la autoridad: predicar no significa
impartir una instrucción teórica, sino dirigir un anuncio en el que se concreta el poder de
Dios y todas las fuerzas hostiles son atacadas» (E. Schweizer).
2. Acerca del equipamiento se advierte enseguida que Mc se muestra menos riguroso, y
concede aquello que los otros sinópticos prohiben (bastón y sandalias). Se dan diversas
explicaciones (1), Pero me parece exacta la observación de R. Fabris: «No se trata del
manual del misionero, de lo que está permitido llevar o comprar o vestir; son tan poco
importantes cada una de las prescripciones, que los tres evangelios sinópticos refieren
prescripciones diversas y contradictorias.
Cristo se niega a ofrecer ciertas listas, no se adentra en la casuística de la pobreza.
Subraya más bien la exigencia de ligereza, libertad, disponibilidad de cara a la misión.
Los apóstoles no deben buscar otros apoyos al margen del mandato de Cristo.
Podemos decir también: los doce deben ir provistos abundantemente de... falta de
seguridades. «Enviados que quieran estar seguros por todas partes no son dignos de
consideración», como precisa E. Schweizer. Enviados que confíen en que su equipamiento
es completo más que en la fuerza del mensaje que se les ha confiado, pierden credibilidad".

En las «instrucciones» se subrayan, sobre todo, tres aspectos:


-duración de la hospitalidad,
-dificultades,
-juicio.
La hospitalidad era considerada en el mundo hebreo como un hecho normal. No tenía
nada que ver con el parasitismo, sino que indicaba una relación de recíproca dependencia.

La duración, más bien, era una cuestión que apasionaba mucho a los rabinos.
Había quien decía que el huésped debía permanecer incluso después de que el amo
hubiera pegado a la mujer.
Quien sostenía que el rabino se podía quedar a pesar de que el amo le hubiera llevado
sus cosas.
Y quien colocaba el límite todavía más lejos: sólo cuando el huésped hubiera sido
pegado, debía considerar el hecho como señal de marcha. Es difícil imaginar, en este caso,
qué habría pasado después, en el sentido de que el interesado estuviese aún en
disposicion de entender...
La Didajé concederá dos días al máximo. Después de esto, estaríamos ante un falso
profeta.
En el v. 10 se puede captar también una advertencia contra la estabilidad y la búsqueda
de mayores comodidades.
Pero lo que más llama la atención es la insistencia en la no-hospitalidad. Mc se detiene
mucho en el rechazo. Esto supone -como dice J. Delorme -que la comunidad de Mc sabe
bien qué quiere decir todo esto, y lo sabe por experiencia directa.
La actividad misionera encuentra necesariamente muchas dificultades y oposiciones. Es
necesario estar dispuestos a vivir la misión en condiciones no favorables. Hay que contar
con el rechazo, a priori. «Al discípulo se le ha confiado un quehacer, pero no se le ha
garantizado el éxito", dice B. Maggioni. Y el mismo estudioso no duda en definir este
aspecto como atmósfera dramática de la misión.
«Misionero no es alguien que va a hacer publicidad de un producto que tiene
probabilidades de ser vendido si sale bueno. Es alguien que va a combatir contra los
adversarios. Y no se está seguro de ser bien acogido, aunque el producto sea bueno. La
misión encuentra siempre una oposición» (J. Delorme).
«Si algún lugar no os recibe y no os escucha, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la
planta de vuestros pies en testimonio contra ellos» (v.11).
El gesto de sacudirse el polvo de los pies era practicado por los hebreos cuando volvían
a la patria desde un territorio pagano. Cualquier tierra que no fuese Israel era considerada
impura, y consigulentemente era necesario desembarazarse de toda suciedad contraída en
aquellas zonas que no practicaban las reglas de purificación.
En este sentido, no se debe considerar como una maldición, sino como un gesto
simbólico, para indicar que el mensaje ha sido transmitido pero no recibido. Más que una
condena es un "testimonio" del rechazo. Una señal "para ellos" (¡no contra ellos!) que les
obligue a tomar nota de lo que han hecho, de la gravedad de su comportamiento, de la
«seriedad» de la situación en que se encuentran.
Explica G. Nolli: «No es una maldición, sino un gesto que degrada a aquellos hebreos a
nivel de paganos, y al mismo tiempo los invita a reflexionar sobre su conducta,
exhortándolos al arrepentimiento".
Y precisa aún mejor E. Schweizer: «Está implícita la conciencia de que el "no" a la
predicación no puede ser tan minimizado que nadie se dé ya cuenta de lo que pasa con su
rechazo. En toda predicacion hecha con poder se cumple también un juicio".

3. En cuanto al contenido de la predicación, es muy simple: la conversión (v. 12). Los


apóstoles proclaman que la gente debe convertirse, esto es, volverse en dirección a Jesús,
orientar la propia vida hacia él. Es todo lo que pueden y deben decir. Por otra parte, Jesús
mismo, en los principios, no había predicado otra cosa (1, 14-15).
Pero lo que Mc pone en plena evidencia es la ligazón entre predicación y señales
(expulsión de demonios, curaciones de enfermos).
El evangelio no se dirige simplemente al alma, al espíritu, a la inteligencia, sino que se
dirige al hombre en su totalidad.
El mensade de Cristo es atestiguado por signos de liberación.
El evangelio camina, se podría decir, por dos vias paralelas: predicación y signos
concretos de poder (echar los demonios, curar).
Eso es, en suma, lo que J. Delorme define justamente la «virulencia del evangelio».

PROVOCACIONES

Se podría apostar.
Helos ahí afanosos discutiendo de sandalias y bastón. Empeñados en conciliar el
radicalismo de Lc y Mt con el permisivismo de Mc.
Y sale de todo. Es verdad, Mt prohibe categóricamente sandalias y bastón. Un momento,
pensándolo bien, Jesús dice: no "los adquiráis". O sea, está prohibido ir a comprar. Pero si
uno los tiene ya, puede muy bien llevarlos consigo. Y, por tanto, Mc también tiene razón.
Y todavía: están prohibidos los zapatos, ¡no las sandalias!
Como se ve, Jesús se ha olvidado de dar el manual del misionero, pero existe quien se
ha preocupado enseguida de editarlo.
Así estamos capacitados para comprender por qué la misión, a veces, padece retrasos.
Hay excesiva gente que se retrasa hablando de la misión.
A fuerza de precisar las condiciones, las preferencias, de señalar tareas específicas,
vencimientos inderogables, diferencia de papeles, contenidos, reglas, elecciones
irrenunciables, se olvida que es necesario también marchar.
Se diría que para cierta gente suena siempre y sólo la hora de redactar los programas de
viaje. Jamás la de la marcha.
Conozco individuos, que a fuerza de hablar de diálogo, se han quedado roncos, y, por
tanto, no pueden obviamente dialogar.
Que han programado el respeto a la persona. Y. debiendo poner a punto esos
programas, no dudan en triturar a las personas (quizás el respeto sea más fácil después de
una oportuna... rarefacción de las personas que hay que respetar).
Quienes producen quintales de documentos sobre la pobreza (y, naturalmente, tienen
necesidad de dinero para todo aquel papel).
Quienes ilustran las perspectivas para el futuro y no se percatan de que, en el presente,
se está haciendo el vacío en torno a ellos. Cuando caigan en la cuenta, no quedará más
que apagar la luz, el futuro se habrá ya... acabado.
Jesús «llama» y "manda".
Por algunos que van, muchos se deciden a estropear el programa de viaje.
Jesús, perdona la impertinencia. Pero, además de no facilitar el manual, quizás te has
olvidado también de precisar que el misionero no es uno que viaja sobre el mapa.

2. Cristo se preocupa, principalmente, de lo que uno no debe llevar consigo, cuando va a


proclamar el evangelio.
Más que sobre el poseer, me parece que el acento, aquí, está puesto sobre el llevar.
En relación a la misión, Jesús no viene a hacer el inventario de nuestro guardarropa.
Exige que llevemos sólo un vestido.
Sin querer forzar las cosas excesivamente, tengo la impresión de que con frecuencia se
invierten estas realidades.
Ciertas instituciones religiosas se muestran intransigentes y radicales en cuanto al
poseer. Pero, en compensación, son generosas en el uso de los medios, se entiende por la
causa del evangelio.
Me parece que el discurso de Jesús va precisamente en la dirección opuesta.
El evangelio no tiene necesidad de medios humanos adecuados y demasiado llamativos.

Debe aparecer que el poder está en el evangelio, no en los medios empleados.


Es la misión la que debe ser pobre.
Un imponente despliegue de medios mortifica, hace desaparecer la evangelización, en
vez de promoverla.
La eficacia del evangelio resulta proporcional, en sentido contrario, a la consistencia de
los medios y a la eficacia de las técnicas empleadas.
Incidencia evangélica y posibilidades humanas caminan en direcciones contrarias, y es
imposible que se hayan encontrado alguna vez.
El evangelio no tiene necesidad de ayudas. Tiene necesidad de... evangelio.
«Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor 12, 10).
Pequeñez, pobreza, debilidad son las compañías que se pueden conceder al apóstol.
Otras compañías, aunque convenidas por motivos de seguridad (es más, sobre todo por
motivos de seguridad), resultan peligrosas. No para él. Para el mensaje.
Jesús nos permite todos los vestidos que queramos, todos los medios que podamos
inventar. Con tal de que les dejemos en casa cuando partamos a causa del evangelio.

3. Personalmente sostengo que Jesús quería que los apóstoles llevasen consigo bastón
y sandalias. A causa de un test.
Quería adivinar esto: ¿frente a un animal feroz, o a una serpiente venenosa, encontrados
por el camino, el apóstol habría recurrido al poder de que él (Jesús) le había equipado, o
también habría recurrido instintivamente al bastón y se habría fiado de las sandalias?...

4. Todavía algo más sobre el bastón.


Esto al menos es seguro: se puede excluir que la intención de Jesús se refiriese a su
uso... sobre las espaldas de aquellos que "no reciben" y "no escuchan" (v. 11).
Y, sin embargo, es una tentación que acecha siempre.
El deseo de bastón constantemente al acecho. Y ciertas personas «piadosas»,
escrupulosas en otros campos, aquí ceden con gusto, y sin remordimientos.
El bastón puede ser la fuerza, la constricción, los condicionamientos más sutiles, las
astucias diplomáticas, privilegios, leyes, poder, influencias varias... En suma, todo lo que se
usa para hacer penetrar el evangelio en el hombre y en la sociedad al margen de la vía de
la libertad, del respeto, de la propuesta, de la invitación, del testimonio.
Moisés usó el bastón para golpear la roca y hacer salir el agua (Ex 17, 6).
Pero alguno tiene en el pensamiento un uso más delicado.
Y, sin embargo, debe quedar claro que «las armas de nuestro combate no son carnales,
antes bien, para la causa de Dios, son capaces de arrasar fortalezas» (2 Cor 10, 3-4).
El misionero puede usar el bastón para un viaje largo, fatigoso, expuesto a todos los
riesgos y a todos los fracasos. Nunca como atajo para hacer llegar a destino más
fácilmente el mensaje.
El anuncio gozoso es compatible con un itinerario fatigoso, con los tiempos largos.
Pero no va de acuerdo con la facilidad y la impaciencia.
Prefiere el rechazo a la imposición o al engaño.
No es derrotado cuando no es escuchado.
Es derrotado sólo cuando la victoria es «favorecida».

5. Señor, no me ha ocurrido nunca tener que sacudir el polvo de los pies. Por motivos de
pudor.
Lo he llevado a casa. No era justo que fuese en «testimonio contra ellos». Ellos nada
tenían que ver.
Debía ser, más bien, en «testimonio contra mí». Contra mi ineptitud, contra mi
predicación no acompañada de «signos» convincentes, contra mi incapacidad de curar,
contra mi inocuidad.
Con mi evangelio, a lo más, he logrado explicar algo, nunca remover algo. Y tú, sin
embargo, lo sé, querías precisamente esto.
Por eso me he llevado el polvo a casa.
He formado ya con él un montón imponente.
Quizás tiene que crecer todavía. Hasta sepultar completamente mi presunción.
Entonces podré «salir» de nuevo. Fuerte en mi debilidad. Habilitado por mi incapacidad.
Con las garantías ofrecidas por mis yerros en serie. Con las posibilidades aseguradas en
favor de tu mensaje por no servir yo para nada.
Señor, me ronda la sospecha de que ahora, en aquel polvo, se puede sembrar.

CONFRONTACIONES

Si alguno dice: dame dinero...


A cada apóstol que llega a vosotros acogedlo como al Señor. El no permanecerá más
que un día; si hubiese necesidad, un día más..Si permanece durante tres días es un falso
profeta . El apóstol, al despedirse, no acepta nada sino el pan, hasta donde se pare de
nuevo; si pide dinero es un falso profeta...
...Si alguno dice interiormente: dame dinero y otras cosas, no lo escuchéis (Didajé, XI, 4
s).

La misión del discípulo depende de la de Cristo


Para describir la misión de los discípulos Mc usa las mismas palabras que las empleadas
durante todo el evangelio para describir la misión de Jesús: predicaban la conversión,
curaban a los enfermos, echaban a los demonios.
La misión de los discípulos depende de la de Cristo, encuentra en ella el motivo y el
modelo.
Esto supone, por parte del discípulo, una triple conciencia: la conciencia de un origen de
Dios («les mandó»), esto es, de una marcha querida por otro y no decidida por nosotros, de
un proyecto en el que estamos implicados, pero del que no somos los directores; la
conciencia de salir de sí y de ir a otra parte, a puestos nuevos, continuamente de viaje; la
conciencia, finalmente, de poseer un mensaje que ofrecer nuevo y alegre (B. Maggioni, o.
c.).

Cuando un discípulo se hace sedentario


Un discípulo aplastado por el equipaje se hace sedentario, conservador, incapaz de
captar la novedad de Dios y muy hábil para encontrar mil razones de conveniencia para
juzgar irrenunciable la casa en la que se ha instalado y de la que ya no quiere salir
(¡demasiadas maletas que hacer, excesivas seguridades a que renunciar!) (Ibidem).
El evangelio tiene repercusión en el equilibrio humano
Hoy discutimos mucho acerca del «poder» de los ministros. Cosa extraña: el único poder
dado a los ministros, en Mc, es un poder que no ejercitamos, y es de orden carismático: ¡el
de echar demonios!... ...el milagro nos comporta obstáculos...
Se tiene la impresión de que lo que formaba una estupenda unidad en Mc (palabra y
gestos) hoy ha quedado rota: hay especialistas de la predicación y especialistas de los
milagros, con daño tanto para unos como para otros.
Un frenesí de milagros puede resultar decididamente malsano. Pero tenemos que
reconocer, por otra parte, que quizás no estamos suficientemente atentos al hecho de que
la predicación del evangelio ha de tener repercusiones en el equilibrio humano.
Sé muy bien que hemos sustituido la curación de las enfermedades por la voluntad de
instaurar un mundo más justo y más fraterno. Es algo legítimo, sin duda, buscar los signos
del aproximarse del reino de Dios a nuestro mundo en favor de la vida humana. Pero con la
condición de no olvidar la virulencia del evangelio: esto constituye un poder de acción
contra el reino del mal. Mc, como todas las personas de su tiempo, veía a Satanás bajo
rasgos que a nosotros nos parecen míticos. Hemos de proceder a una purificación de las
imágenes, y no podemos tomar, así como están, las expresiones de Mc para definir nuestra
misión. Y, sin embargo, queda siempre algo que no podemos sacrificar en esta concepción
dramática de la misión (J. Delorme, De los evangelios a Jesús, Bilbao 1973). )
(·PRONZATO-3/1.Págs. 296-304)
................
1) G. Nolli dice: "Nos parece que Mc ha querido conservar en los apóstoles un aspecto mas bíblico (bastón y
sandalias, tradicionales), corregido por un pensamiento nuevo (sin pan, ni alforja, ni dinero); Mt y Lc han visto
a los doce según un ideal griego, llevado a efecto por predicadores cínicos, privados verdaderamente de
todo».

27 - MUERTE DE JUAN EL BAUTISTA


Mc/06/14-29 Mt/14/01-12 Lc/09/07-09 Lc/03/19-20
JBTA/MU

Faltando los discípulos, se habla de otra cosa...


Aquí en verdad Mc llena la escena que ha quedado vacía después de la marcha de los
doce.
Nos habríamos esperado que hablase de Jesús. Que nos hubiera presentado una especie
de primer plano con insistencia en los detalles.
Sin embargo, Mc, cuando faltan aquellos que «están con él», no continúa la narración. Y.
encontrándose frente a Jesús solo, se siente extrañamente embarazado e introduce la única
narración de todo su evangelio que no lo ve protagonista directo, sino sólo «pretexto» inicial
para otra historia.
Tenemos así una nueva "inclusión", inserta entre la salida y la vuelta de los apóstoles.
Pero es necesario reconocer que, para ser un artificio, está muy bien logrado, y que todos
los elementos "encajan" perfectamente y concurren a hacerlo plausible.
Así pues, los doce, misionando, hablan y hacen hablar de Jesús de Nazaret. La gente se
pregunta acerca de este personaje y expresa las opiniones más diversas: es Juan el
Bautista que ha resucitado. No. Es Elías (que era esperado por muchos como precursor del
Mesías). Es simplemente un profeta. Hay que hacer notar: nadie entre el pueblo, aun
acercando a Jesús a las grandes figuras proféticas de un pasado más o menos remoto, lo
tiene por Mesías. Su «estilo» estaba excesivamente lejano de las expectativas generales.
Las distintas voces llegan a Herodes. Y también él se pregunta acerca de Jesús.
Entre otras cosas, las diversas opiniones despiertan en su intimidad un complejo de culpa
a causa de aquel nombre, Juan el Bautista, que preferiría no oír más.
Sostengo que el punto de vista de Herodes (v. 16), más que coincidir con la creencia
popular acerca de Juan vivo de nuevo, agigantada en él por la mala conciencia, expresa
más bien el fastidio, la irritación. Algo así como: «Mira que si ahora, después de haberme
desembarazado de este fastidioso predicador, aparece un nuevo profeta para crearme
nuevas complicaciones...».

Un enredo embrollado
Pero veamos a cada uno de los protagonistas del caso.
Herodes-Antipas. Mc lo llama rey, pero es un título que no le pertenece. El solamente es
tetrarca (señor de una cuarta parte del territorio) de Galilea y de Perea, regiones que le
habían tocado al morir su padre, Herodes el Grande (que había tenido ese hijo de la cuarta
mujer, la samaritana Malthake).
Parece que, efectivamente, su padre, en el testamento, le había regalado el título de rey.
Pero los romanos se lo negaron resueltamente; y que se conformase con los territorios.
La gente, quizás, lo llamaba así sabiendo que a él le gustaba, y tenía incluso aires de
gran rey. El juramento («te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino» (v. 23)
es un gesto un poco fanfarrón, desde el momento en que, sin el permiso de los romanos, no
podía ceder ni siquiera un palmo de aquel territorio.
Para casarse con la cuñada-sobrina Herodías, había repudiado a la primera mujer, hija
del rey árabe Areta IV, nabateo, que se había refugiado junto a su padre pidiéndole la
venganza contra su ex-marido.
Residía habitualmente en su palacio de Tiberíades, en la orilla occidental del mar de
Galilea. Pero residía también, alguna vez, en la fortaleza de Maqueronte (1), hecha
construir por el padre en las cercanías del Mar Muerto.
En el 39 irá a Roma para obtener finalmente el título de rey. Por toda respuesta Calígula
lo retiene en el exilio bajo sospecha de alta traición.

«Filipo». No se llama así. Se trata de un hermanastro que lleva también el nombre de


Herodes (es hijo de Herodes el Grande y de Marianne II). Quizás Mc ha cometido un error,
justificado porque en aquella familia los nombres se repetían creando graves problemas de
identificación. O, quizás, se llamaba Herodes-Filipo.
Estaba «sin territorio propio», y algunos dicen que residía en Roma. Durante una visita al
hermano tetrarca, éste se enamoró de su mujer y se la quitó...

Herodías. Era una sobrina de Herodes el Grande y tenía el capricho de casarse con los
tíos. En efecto, tanto el primer marido (Herodes-Filipo) como el segundo (Herodes Antipas)
eran hijos como hemos visto del famoso Herodes.

La hija de Herodías, según Flavio Josefo, se llamaba Salomé. Se convertirá en mujer de


Filipo, tetrarca de Iturea y de la Traconitide, éste también hijo de Herodes el Grande.
Como se ve el caso de Juan se inserta en una trama de lazos familiares bastante
complicados, aparte las valoraciones de orden moral. Una mujer se casa con su tío y lo
deja para unirse al cuñado, que es tío también. Se vale de la hija para conseguir del marido
(respectivamente padrino, tío y tío-abuelo de la muchacha) la cabeza del profeta que
denuncia su unión ilegítima. Y, por si fuera poco, esta hija se casará con uno que es, al
mismo tiempo, hermano de su padre y tío de su madre... Para volverse loco.

Un solo rayo de luz en un cuadro macabro


Desde un punto de vista humano, es verdaderamente paradójico que «el más grande
entre los nacidos de mujer» se haya visto mezclado en una turbia aventura tejida de
frivolidad, extorsiones, odios implacables, intrigas amorosas innombrables, embrollos,
sensualidad. Que haya sido víctima de la perversidad de una mujer unida a la debilidad de
un hombre. Que la cabeza del profeta haya sido cortada por un príncipe fanfarrón de un
pequeño estado que, no teniendo nada que perder, no quiere perder las apariencias.
Flavio Josefo -en sus Antigüedades judías- atribuye la ejecución de Juan a razones
políticas. Mc, evidentemente, prefiere dar crédito a la versión popular de este hecho
abominable.
No se puede tampoco excluir que las dos causas (intrigas familiares y razones de estado,
capricho de una mujer y temor de una insurrección) se hayan sobrepuesto.
Llama la atención este solo de danza de una princesa como Salomé. Eran, normalmente,
las prostitutas las que aseguraban un tipo así de exhibición.
Aquí, evidentemente, entra la pérfida dirección de Herodías (hace sospechar, en efecto,
el detalle de que no le haya cogido de sorpresa la pregunta de la hija, sino que ha tenido
inmediatamente lista la elección). La mujer, además, conoce los efectos del vino en el
marido.
Uno de los aspectos que impresionan más en la narración es la ambientación: una fiesta.
Lo que, normalmente, es ocasión de alegría (y, tratándose de un soberano debería ser
marcada por la magnanimidad en relación a los prisioneros), se convierte en el marco de
una ejecución despiadada.
Otro elemento significativo es la contraposición entre espera y rapidez.
«Llegó el día oportuno...» (v. 21). Herodías ha sabido esperar, su odio frío ha resistido
sin prisas. Y cuando se ha presentado la ocasión, no la ha dejado escapar.
No hay tiempo que perder. Desde este momento, la escena se desarrolla según un ritmo
implacable. Parece que se ha puesto en movimiento un mecanismo inexorable. Los
«enseguida» se alternan con la «prisa».
La muchacha vuelve «al punto», «apresuradamente» adonde el rey. Quiere «ahora
mismo» la cabeza del profeta. Herodes «al instante» manda al verdugo a ejecutar la
sentencia.
Se descubre un dinamismo que tiene como punto de partida y de llegada a Herodías. De
la madre, a la muchacha, al rey, al esbirro. Del verdugo, a la muchacha, a la madre. Parece
como si la cabeza de Juan viajara aun antes de ser separada del cuello.
La única nota humana en este cuadro macabro es dada por los discípulos de Juan que
vienen a recoger su cuerpo para darle sepultura (v. 29).
Y, con la alusión a la sepultura, quizás Mc nos orienta hacia otro caso que no se
terminará, sin embargo, en una tumba.
Los discípulos de Juan deben limitarse a preocuparse de la sepultura.
Los de Cristo deberán ambicionar la resurrección del Maestro.
La ligazón entre los dos casos, de todos modos, es bastante evidente: Juan ha sido
precursor de Cristo también en el martirio.
Y los discípulos son invitados a reflexionar en que la misión confiada a ellos puede
desembocar en la persecución.
No es casual que el próximo «sondeo de opinión» acerca de Cristo (8, 27-30), se
concluya con el anuncio de la pasión.
Jesús nunca podrá ser simplemente objeto de curiosidad.

PROVOCACIONES

1. El verdadero drama del Bautista, sin embargo, ha sido otro.


Podemos dar un nombre a su martirio: ser tenido en la oscuridad.
En la oscuridad de la cárcel, no sabe ya qué piensa la gente que antes corría tras él. ¿Se
recuerda aún su enseñanza? ¿Le ha permanecido fiel?
Y sus discípulos ¿qué han hecho?
Y aquel señorón que lo escuchaba con interés, y que continúa comportándose como
antes... Parecía convencido, pero no cambia nada.
Incluso Dios calla. Está ausente.
Hay una fiesta en palacio. Y él ignora que ha sido elegido como número del programa (no
previsto).
Pero hay otro tipo de oscuridad que constituye su tragedia más íntima.
Había dicho, convencido: "es preciso que él crezca y que yo disminuya". (/Jn/03/30).
Contento de colocarse en la última fila, con tal de ver al esperado que sube al palco.
Pensaba que nadie habría podido quitarle al menos esa alegría: ver «crecer» al otro.
Sin embargo, aquél continuaba disminuyendo...
No quería los aplausos. Más que manifestarse abiertamente, parecía que tenía a gala
esconderse.
Juan deja la cabeza sobre la bandeja del verdugo.
Pero debe haber sido más doloroso sentirse arrancar, mortificar aquellos deseos
legítimos. Debe constatar que no le era lícito tener aquella esperanza, que no tenía derecho
a juzgar la conducta y las intenciones de aquel otro.
El decía contentarse con haber visto lo justo. Con haber señalado la presencia del otro.
Pero nada más. El esperado llegaba por un camino imprevisto y estaba recorriendo
caminos que no habían sido contemplados. Su tarea consistía en anticipar el tiempo, pero
equivocando el modo.
Puede ser más fácil aceptar el martirio. La sangre al menos contiene una luz.
Incluso el silencio y la ausencia pueden ser más tolerables.
Pero un Dios que habla de otra manera de como habríamos esperado, que no se
comporta según nuestras previsiones, que no escucha nuestras sugerencias, que no se
acomoda a nuestro ceremonial, mortifica incluso nuestros sacrificios (él renunciaba a
permanecer sobre el pedestal, con tal de que Jesús subiese a él...), esto es de verdad
insoportable.
Viene la duda de que no sea ya Dios.
Defender la causa de un Dios que no acepta nuestras causas, que nos desmiente
sistemáticamente, es lo más difícil.
No es el martirio.
Es la prueba decisiva de la fe.
Sí. Pensándolo bien, alguien había cortado ya la cabeza al amigo del esposo (Jn 3, 29)
antes de que llegase el esbirro.

2. Pero al menos después de morir ha tenido suerte. Que no haya sido Herodes quien se
preocupase de su sepultura.
Pasa también esto, en efecto.
Las «honras fúnebres» de los profetas son reivindicadas normalmente por quien no ha
tenido nada que ver con ellos. O, a lo mejor, ha tenido que ver en el sentido de ignorarlos,
combatirlos, descalificarlos, hacerlos morir.
Se diría que cierta gente es más apta para «reconocer» el cadáver que no a una persona
viva. Ya lo creo, no hay más que mirarles a los ojos.
No, no es el remordimiento. Es el miedo. Como en el caso de Herodes. El recuerdo del
profeta asesinado vale sólo para despertar el miedo de aquel otro que hace hablar de sí en
este momento.
Así se dedican a las conmemoraciones, para no verse obligados a escuchar a los que
hablan ahora.
Se "usan" los profetas de ayer para difamar a los de hoy. Contra los que ya están en
circulación.
Me atrevería a decir que ciertos individuos andan siempre con retraso (al menos) de un
profeta.
Entendámonos. No es que a ellos les interesen los profetas. Aun habida cuenta de los
gastos por las honras fúnebres, el sepulcro y los discursos conmemorativos, un profeta
difunto cuesta siempre menos que uno vivo.
Lo que interesa a cierta gente es la propia tranquilidad.
Y, es cierto, los profetas serían tipos «interesantes» (Herodes escuchaba «con gusto» a
Juan el Bautista), incluso simpáticos si no fuesen tan exagerados (hasta hacerse
fastidiosos). Pero este vicio, se sabe muy bien, lo pierden en la tumba.
Tienen la pésima costumbre de preocuparse de tus cosas.
¡Bah!, un poco de paciencia. Llega siempre el «día oportuno». Con la sepultura,
finalmente, tienes tú la posibilidad de ocuparte de ellos.
La venganza más odiosa no es la de Herodías.
Al menos ha reconocido que el profeta tenía razón. No ha pretendido que bendijese su
unión ilegítima. Lo ha eliminado porque no podía soportarlo, entorpecía su camino.
La verdadera venganza es la hipocresía. O sea, el intento de hacerse dar la razón por el
profeta.

3. No nos escandalicemos. Herodes Antipas, el fanfarrón sensual, era capaz de


renuncias.
Para llenar sus jornadas vacías se había interesado incluso por los discursos de Juan.
Después, durante un banquete, ha encontrado algo mejor, un motivo mayor de interés. Y,
para pagárselo, se ha privado -aunque fuera de mala gana- del primero. También él habrá
pensado que no se puede tener todo en la vida. Territorio y título de rey. Pecados y
confesor de familia. Remordimiento e irreflexión. Barril lleno y mujer borracha (con la
variante de que, aquí, el marido era el borracho).
Los predicadores deben ponerse muy en guardia sobre todo frente a aquellos individuos
que los elogian, les cubren de admiración, les encuentran interesantes, dicen que "no les
pierden ni una palabra".
El peligro viene precisamente en esa dirección.
Los que «no pierden ni una palabra», son los mismos que no están dispuestos a perder
ni siquiera una mala costumbre, un centímetro de porquería. «Usted me hace sentir que
estoy en pecado». Pero no restituyen ni una peseta.
Pueden incluso llegar a demostrar seriedad. Alguno admite nada menos que está en
«crisis». No nos dejemos impresionar. Son crisis que no llevan nunca a poner en crisis los
negocios y las mentalidades.
Todo continúa como antes. Con la ventaja de tener al predicador en familia (así no hay
peligro de que vaya a gritar en medio de la plaza tus cosas). Sí, profeta en familia significa
profeta en la cárcel de familia, en espera de pasar a la tumba de familia.
La categoría de interesantes puede ser la prisión de la palabra.
Es necesaria mucha vigilancia y lucidez por parte de quien anuncia la palabra. Puede
encontrar, por el camino, oyentes que confunden la exigencia de la conversión con el «con
gusto» de la diversión, de la curiosidad, y de la distracción.
En ese caso, no hay por qué sorprenderse de que, cuando vislumbra una diversión más
interesante, se pase a ésta olvidando al profeta en la prisión, o, peor, sirviéndose de él
como mercancía de cambio.
PD/CURIOSIDAD: Cuando la palabra se hace objeto de curiosidad no es necesario
escandalizarse si después se degrada a producto de mercado, «ligada» a las leyes de la
publicidad, a las exigencias de la concurrencia, de la moda, de los gustos del público.
La peor aventura que puede tocar a un profeta no es que alguien le corte la cabeza. Sino
que alguno se la arregle, se la perfume, le corte la barba, para dejarlo presentable.
El profeta está en su puesto en la prisión, no en una mesa preparada para gente
importante.
La oscuridad de la celda es menos peligrosa que las luces del escenario.

CONFRONTACIONES

La lógica del rechazo


En el centro del escrito de Mc domina el interrogante acerca de la identidad de Jesús:
¿Quién es Jesús para los parientes, los paisanos, los jerarcas religiosos, para la autoridad
política y para la gente?
Cada grupo intentará dar una respuesta a esta pregunta con un esquema prefabricado y
familiar.
Es la defensa instintiva contra lo imprevisible y lo extraordinario que rompe los esquemas
y los estereotipos culturales.
Pero si lo nuevo y lo desconcertante no se deja integrar en el sistema que tutela los
privilegios, se convierte en una amenaza y en un peligro que debe ser eliminado. Es la
lógica del rechazo que se hace violencia en manos del poder. Juan Bautista es una víctima
de esta lógica. Con su muerte violenta, es un signo premonitor de la suerte que espera
también a Jesús de Nazaret. Este puede ser el motivo de por qué Mc da un espacio tan
amplio a la narración de la muerte de Juan (R. Fabris, o. c.).

Qué utilidad procura la verdad


VERDAD/COMPROMISO
Sé pagar donde, como, cuando queráis, porque las ideas valen no por lo que rinden, sino
por lo que cuestan (Card. Bevilacqua).

...Ellos sólo quieren verdades tranquilizadoras. Pero la verdad no tranquiliza a nadie: ella
compromete (G. Bernanos).

A la verdad se llega con un obsequio total y con una indiferencia absoluta, en


compensación de cualquier ventaja que pueda ofrecer la vida.
Quien busca la verdad debe estar dispuesto a sacrificar todo por la verdad (M. K.
Gandhi).

Cuándo tenía razón la cabeza de Juan


La cabeza de Juan Bautista tenía más razón sobre la bandeja que cuando estaba
adosada a su cuello (P. Mazzolari).

Las credenciales del profeta


Profeta es aquel que pone en el platillo de la balanza no el peso de las palabras, sino el
peso de la vida (Anónimo).

La vocación del profeta se acredita cuando un individuo se olvida de sí mismo para dejar
hablar sólo al amor provocado en la humildad (P. Talec).
...................
1) Flavio Josefo pone aquí la ejecución del Bautista. Pero es más probable que aconteciese en Tiberíades. En
Maqueronte, de todos modos, se había refugiado la mujer de Herodes Antipas, cuando había sospechado de
la infidelidad de su marido.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 306-314)

28 - VUELTA DE LOS APÓSTOLES:


PRIMERA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES:
Mc/06/30-44 Lc/09/10 Lc/10/17-20 Mt/14/13-21 Lc/09/10-17 Jn/06/01-13
MIGRO/PANES:

El reposo de los misioneros


Cuando vuelven, los doce se han convertido en «apóstoles». Es la única vez que Mc les
llama así. Un título (misioneros-enviados) justificado por su actividad que, entre otras cosas,
ha creado un movimiento notable de multitud, que no da visos de cesar.
Jesús apremia a los discípulos, en un cierto sentido, concediéndoles descanso en un
lugar apartado. La frase es bastante significativa: «Venid también vosotros aparte, a un
lugar solitario, para descansar un poco» (v. 31).
En efecto, la gente acude de todas partes, crea ruido, y a los apóstoles «no les quedaba
tiempo ni para comer» (una fórmula tradicional los estudiosos hablan de
«estereotipo»-usada por Mc. (cf. 3, 20).
La marcha imprevista no engaña a la multitud. El intento de esconderse fracasa. La
trampa no prospera.
Así, cuando el grupo desembarca, ¡ya están allí algunos que les han precedido a pie!
La cosa, al menos a primera vista, parece un poco extraña. Pero, si se trata de la zona
nor-occidental del lago, podría explicarse por el hecho -documentable- de que en ciertas
épocas el Jordán, precisamente en la desembocadura, presenta una franja seca que
permite atravesarle sin ni siquiera quitarse las sandalias.
A este detalle, podríamos añadir también el viento contrario que retarda la barca, y
entonces el fenómeno no es tan misterioso.
De todos modos, en toda la «sección de los panes», los datos geográficos dados por Mc,
más que explicar, crean una serie embrollada de dificultades. Por lo que es difícil seguir los
movimientos exactos de Jesús y de los que «están con él».
Es mucho mejor captar el significado de los sucesos, que empeñarse en reconstruirlos en
su desarrollo exacto.
Así, el reposo de los discípulos, más que ambientado en un determinado lugar, es
colocado junto a una persona. Es la vuelta a la fuente. La posibilidad de reencontrarse con
él, gozar de su intimidad, escucharlo, ser puestos aparte de sus proyectos.
Junto a Jesús, el discípulo recupera fuerzas, se reanima, aprende, y está de nuevo listo
para ponerse al servicio de los demás.
Con todo, en este caso, el reposo consistirá esencialmente en preocuparse de la multitud,
que no puede admitir que se la margine.
Aquí se transparenta el pensamiento de Mc: «Los misioneros no pueden desentenderse
de la multitud, deben hacer siempre algo por ella» (J. Delorme).
Esta vez su reposo consistirá... en hacer reposar a los otros, en compartir concretamente
la compasión y la solicitud amorosa de Jesús por su pueblo.

La sección del pan


La etapa que se desarrolla del 6,30 al 8,26 es llamada, comúnmente, «sección del pan»,
porque el pan es la nota dominante en torno al cual se orquesta toda la narración que
culmina en los dos relatos de la multiplicación (6, 34-44; 8, 1-10).
Veremos, a continuación, en qué modelos se apoya Mc.
Pero desde ahora podemos centrarnos en algunos temas:
- El pastor (y, de rechazo, el cabeza-mesiánico del nuevo pueblo de Dios, conducido a
través del desierto).
- El reposo.
- El alimento.

El tema del pastor es el dominante. Aunque no es anunciado explícitamente, todo


concurre a hacer destacar aquella imagen, a hacer mirar en aquella dirección.
Además del recuerdo del Éxodo (15, 13) es evidente la referencia al salmo 23:
«El Señor es mi pastor,
nada me falta.
Por prados de fresca hierba me apacienta;
hacia las aguas de reposo me conduce,
y conforta mi alma.
Me guía por senderos de justicia...
...tú preparas ante mí una mesa...».

Punto de partida es la compasión, la piedad hacia esa multitud «porque eran como
ovejas que no tienen pastor» (v. 34).
La solicitud de pastor-jefe hacia su grey se manifiesta asegurando:
-la enseñanza
-la comida

Los dos elementos, sin embargo, constituyen el alimento del pueblo de Dios.
Cristo no alimenta a la multitud sólo con pan sino también con su palabra que es
alimento.
Es más: la palabra es capaz de reunir, de «hacer» un pueblo.
Antes aún de ser reunidos por la exigencia del alimento, estos individuos son reunidos
por la exigencia de la escucha de la palabra.
Pero aquí, la figura del pastor asume un trato inédito. En la tradición del antiguo
testamento, en efecto, el pastor asegura a la grey el descanso, el pasto, pero no desarrolla
ninguna actividad de enseñanza.
Jesús, por el contrario, alimenta a su pueblo con la doctrina.
Respecto al género literario, Bultmann habla de una «narración de milagro» pura y
simple.
Pero otros estudiosos, habiendo adivinado la intención del evangelista de anunciar un
mensaje particular, prefieren hablar de «historia milagrosa kerigmática». Entonces, ¿cuál es
la intención catequética de Mc?
Es doble:
1. Presentar a Jesús como el pastor que reúne, instruye y nutre al nuevo pueblo.
2. Definir la tarea de los apóstoles como aquellos que están asociados al ministerio de
Jesús (después de haber sido formados por él, se convierten en intermediarios entre él y la
multitud).
Alguien ha pretendido reducir el episodio a una escena de poca monta y simbólica en
clave de solidaridad popular.
Pero dice V. Taylor: «La opinión según la cual el episodio fue la expresión idílica de una
buena camaradería es simplista, y no logra explicar la modalidad de la narración y su
conservación».
Y R. Fabris, al contestar a esta explicación que vacía de sentido el relato, reduciéndole a
una simple experiencia de camaradería, observa: «...El gesto inicial de Jesús que distribuye
el pan y los peces habría abierto camino a una cadena de generosidad tal que haría
superar con creces las provisiones para toda la multitud. Brevemente, un picnic al aire libre
bien logrado y gracias al clima de fraternidad y entusiasmo creado por Jesús.
«Aunque es imposible reconstruir el episodio en sus detalles históricos, no se puede
negar seriamente la intención de Mc de narrar un milagro. Es claro también que el milagro
para el evangelista no es simplemente un truco de circo para sacar, de una pequeña
provisión privada, panes y peces para cinco mil personas.
«Por eso, ya desde el principio, esto es, a los ojos de los testigos, el gesto prodigioso de
Jesús aparece en clave religiosa. Es la actualización del banquete mesiánico prometido
para los últimos tiempos, y así éste revela la identidad profunda de Jesús.
«Esta interpretación se acentuará de un modo explícito cuando el episodio sea insertado
en la catequesis eucarística. A este nivel el pan prodigioso, partido y distribuido en el
desierto, se convertirá en signo anunciador del banquete eucarístico.
«En el centro de estas dos interpretaciones destaca la de Cristo pastor, que se preocupa
amorosamente del pueblo».

El que no permite que falte el alimento


Hemos visto ya que la localización del hecho es ardua.
Según algunos, la barca habría simplemente costeado la orilla, y por tanto estaríamos
aún en el lado occidental del lago.
Según otros, se debería hablar de verdadera travesía y propiamente dicha, y el lugar
podría localizarse en los espacios herbosos de la parte de Betsaida Julia, donde
precisamente coloca Lc la escena.
Más allá de la localización geográfica, es importante averiguar otro tipo de localización en
la persona de Jesús.
«Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos» (v. 34).
La «compasión» del pastor es el verdadero lugar en el que se ambienta el milagro.
Viene a la memoria, sobre todo, un texto del antiguo testamento (1):
«¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos!... No habéis fortalecido las
ovejas débiles, no habéis cuidado a la enferma ni curado a la que estaba herida. No habéis
tornado a la descarriada ni buscado a la perdida. Sino que las habéis dominado con
violencia y dureza. Y ellas se han dispersado, por falta de pastor, y se han convertido en
presa de todas las bestias del campo, andan dispersas. Mi rebaño anda errante por todas
partes, por los montes y por los altos collados... sin que nadie se ocupe de él... Dice el
Señor Yahvé: aquí estoy yo contra los pastores. Reclamaré mi rebaño de sus manos y les
quitaré de apacentar mi rebaño. Así los pastores no volverán a apacentarse a sí mismos...
Yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él... las recobraré de todos los lugares donde
se habían dispersado en día de nubes y brumas... Yo mismo apacentaré mis ovejas y yo las
llevaré a reposar... Yo suscitaré para ponérselo al frente un solo pastor que las apacentará,
mi siervo David... Haré brotar para ellos un plantío famoso; no habrá más víctimas del
hambre en el país, ni sufrirán más el ultraje de las naciones... Vosotras, ovejas mías, sois el
rebaño que yo apaciento y yo soy vuestro Dios» (Ez 34, 2-31).

Mientras Jesús enseña (primera expresión de su compasión por la multitud), los


discípulos se muestran preocupados por lo avanzado de la hora. Se le acercan y le
advierten que conviene despedir a la gente. «Le decían...» (v. 35). El tiempo usado indica
una observación repetida varias veces, porque parece que el Maestro no se da por
enterado. Al principio, quizás, recurren a señas, después hablan explícitamente.
Todo el comportamiento de los discípulos está marcado por el realismo y revela al mismo
tiempo que se sienten responsables de las cosas materiales.
Está cayendo la tarde, y es la hora de la segunda comida para los hebreos (la más
abundante, a base de pan, fruta, algún plato caliente, agua. La carne y el vino sólo
aparecían en la mesa con ocasión de las fiestas).
El «denario» (v. 37) es una moneda de plata y constituye la paga diaria de un obrero (Mt
20, 2). Según la mishná, la ración diaria de pan para una persona costaba la duodécima
parte de un denario.
Por tanto, aquí, tratándose de una sola comida, tendríamos 4.800 medias raciones. Los
cálculos de los discípulos son bastante exactos...
La respuesta de los discípulos aparece de nuevo bastante brusca.
Indica, inequívocamente, que ellos no tienen aquel dinero.
Nota E. Schweizer: «La orden es dada a los discípulos sin duda porque pone en
evidencia su incomprensión. La fe se realiza sólo en la acción, y así su incomprensión se
manifiesta en un encargo concreto».
Los panes de entonces eran una especie de hogazas -hechas con harina de cebada o de
centeno cocidas en una plancha candente o en el horno. Tenían pocos centímetros de
espesor y tenían la forma y la medida de un plato (de hecho, podían servir también de
plato).
El pan no se cortaba nunca con cuchillo, sino que se partía con las manos para ser
distribuido después a los comensales.
Jesús aparece aquí como el señor hospitalario, amo de casa, incluso en el gesto de la
bendición. La fórmula usada para la bendición de la mesa era así: «Bendito seas tú, Señor
Dios nuestro, rey del mundo que de la tierra haces crecer el pan».
Sin embargo el gesto de levantar los ojos al cielo (v. 41), en el judaísmo, no pertenecía al
contexto de la bendición de la mesa (al contrario: en la bendición de la copa del vino, había
que tener los ojos fijos sobre ella), pero a veces acompañaba las oraciones de la
invocación.
Es bastante evidente que Mc utiliza, para describir esta escena, las palabras y los gestos
que usa en la institución de la Eucaristía (14, 22).
Nota V. Taylor: «Marcos plasmó el vocabulario de este pasaje en conformidad con el de
la cena, con la convicción de que en cierto sentido la comunión convival en el desierto era
una anticipación de la Eucaristía. Esto no debe llevar a pensar en creaciones imaginarias.
Al contrario, es probable que los hechos concretos insertos en la perspectiva de la
narración adquieran un significado más rico».
Se trata, en suma, de algo anacrónico, pero totalmente legitimo en una perspectiva
teológica. Un acontecimiento posterior proyecta su luz y hace descubrir el significado de un
hecho precedente, que es acogido así en su aspecto anticipador.
En cuanto al pez, no olvidemos que nos encontramos en los alrededores del lago, y por
tanto debía ser una comida bastante común (pez salado o asado).
Pero echemos de nuevo un paso atrás. Es necesario que paremos también nuestra
atención sobre la colocación en la mesa; después de haber hablado del alimento.
«Entonces les mandó que se acomodasen todos por grupos sobre la verde hierba» (v.
39).
«Grupos» se traduciría literalmente por «acicates». Dice J. Nolli: "La diversidad de los
vestidos variopintos, característicos de la gente oriental, trae a la fantasía cálida de Mc (o
de Pedro) los acicates florecidos de un jardín".
Sin embargo Nisin afirma: «esto puede recordar la manera con que los alumnos se
agrupan en torno al rabí "en racimos, como cepas de una viña" (Jer. Berach. 4, 1). Así, la
escena de la muchedumbre sentada en grupos valdrá para comprender la asimilación del
pan con la palabra».
La hierba verde recuerda quizás "la hierba fresca" del salmo 23. Puede indicar o el lugar
caracterizado por el verde y la frescura, o el tiempo primaveral (en torno a la pascua). Y
puede entenderse también como referencia a los tiempos mesiánicos cuando el desierto se
convertirá en un jardín y será fértil (Is 35 y 60).

«Y se acomodaron por grupos de cien y cincuenta» (v. 40).


Es difícil imaginar que los discípulos lograsen dividir a la gente de esta manera. Pero lo
que no hicieron los discípulos por falta de tiempo, lo han hecho ciertos comentaristas,
quienes han sido capaces de acomodar aquella multitud en rectángulos perfectos: cien
personas en el lado más ancho, cincuenta en el más estrecho. Pero tal colocación, muy
bonita a la vista, tiene el único inconveniente de lograrse sobre... el papel.
Más que otra cosa se deben entender grupos ordenados de modo que se facilitara la
distribución. El hecho recuerda, probablemente, la organización del pueblo en el desierto
(Ex 18, 21-25, Núm 31, 14; Dt 1, 15). Y, sobre todo, constituye la antítesis del v. 34
(«ovejas que no tienen pastor»). Jesús forma de una masa dispersa, a la desbandada, un
pueblo «reunido» en torno al pastor.
Queda el hecho de que, multiplicando las dos cifras (cien y cincuenta se obtiene
exactamente el número de comensales: ¡cinco mil!).
El milagro es indicado con la expresión «partió los panes y los daba a los discípulos» (v.
41). El imperfecto ("daba") indica un acto continuado. Jesús siempre tiene otro pan que
ofrecer, y los discípulos se limitan a «pasarlo» a la multitud.
G. Nolli destaca la contraposición entre «partió» (un gesto hecho una sola vez, como se
hacía al comienzo de la comida) y «daba» («el imperfecto sigue a Jesús en su continuo
distribuir a los discípulos los panes que se multiplican en sus manos»).
Los canastos de los trozos sobrantes son, quizás no por casualidad, doce: el mismo
número de los apóstoles (2).
EU/PAN: También el detalle de las sobras tiene su importancia. Lagrange lo atribuye
simplemente al proverbial respeto de los orientales hacia el pan. Pero quizás hay algo más.
«EI tema de las sobras es importante. Significa que el alimento distribuido es inagotable.
Aún se pueden alimentar otros de él, es necesario recoger los restos porque otros tienen
hambre. Esa indicación de los doce canastos, al final, constituye la prueba de que la
multiplicación se concibe como símbolo de algo que se repite constantemente, de un
alimento que es necesario poner a disposición de otros. La mesa del Señor nunca es una
mesa cerrada, está abierta a todo. Y precisamente los doce son los encargados de esto»
(J. Delorme).
Finalmente: «cinco mil», según Lc y Mt, se debe considerar como una cifra aproximada.
La idea de fondo -expresada tanto por el número de los «saciados», como por los
canastos «llenos de sobras»- es de todos modos la idea de la abundancia.

Los modelos
En el intento de encontrar los paralelos de este relato van a rebuscar en las «colecciones
de milagros» (aretalogías) típicas del mundo antiguo, especialmente de la literatura griega y
romana.
Las Biografías de grandes hombres, profetas, taumaturgos, magos, filósofos itinerantes,
excitan la curiosidad.
Sobre todo la Vida de Apolonio de Triana, mago y filósofo polariza la atención y
desencadena polémicas.
No es este el lugar, ciertamente, para examinar toda esta problemática. Bastará subrayar
cómo en las varias literaturas se pueden indudablemente encontrar paralelos. Pero éstos
se colocan, simplemente, a nivel de esquema literario narrativo. Se trata de semejanza de
forma (y a veces también de contenido), sin que constituyan argumentos para probar
absolutamente que el nuevo testamento dependa directamente de estas narraciones.
En la literatura rabínica existe un episodio que tiene alguna relación con el de la
multiplicación de los panes. La mujer del rabí Hanina Ven Dosa cada sábado, sin falta,
encendía el horno. No tenía nada que meter en él para cocer, pretendía únicamente
esconder a la gente su extrema pobreza. En cierta ocasión, una vecina de casa, más
indiscreta que las demás, no pudo resistir su curiosidad y, con la excusa de comprobar el
fundamento de las propias sospechas, se coló de rondón para inspeccionar. Quedó
aterrorizada al constatar que el horno estaba repleto de panes y la artesa colmada de
harina. El «milagro» se atribuía a los méritos del piadoso rabino. De todos modos, esta
simpática anécdota no pasaba de ser considerada como una leyenda edificante.
Existe una narración según la cual Buda, una vez, con un pan consiguió dar de comer a
500 monjes, y todavía sobró bastante. Pero es más probable que el episodio dependa de la
narración evangélica.

¿Puede Dios preparar una mesa en el desierto?


La gran mayoría de los exegetas, por el contrario, admite que sobre todo dos textos del
antiguo testamento han influido en la redacción de los relatos de la multiplicación de los
panes:
-El don del maná y de las codornices durante el Éxodo (Ex 16; Núm 11).
-La multiplicación de los panes hecha por el profeta Eliseo, que dio de comer a cien
personas con veinte panes de cebada y grano fresco en espiga (2 Re 4, 42-44).
Los relatos mosaicos presentan semejanzas notables.
El maná (el «pan» que no es producido por la tierra, sino por el cielo) se puede asemejar
fácilmente al pan multiplicado por Jesús. Codornices y peces indican el companage (carne
y carne del mar). Veremos, entre otras cosas, comentando la segunda multiplicación, cómo
existe también una interesante simbología propia de los peces.
Otros elementos: en los dos casos el lugar es el desierto. Por otra parte el milagro es
provocado por el temor que el pueblo tiene de pasar hambre.
Pero lo que más llama la atención son las dudas manifestadas en los dos casos: los
discípulos de Jesús ven que es imposible encontrar alimentos suficientes en un lugar
desértico.
Las dudas del pueblo en el desierto del Éxodo son constatadas, además de por la
tradición oral, por el Sal 77 sobre todo:
«Hablaron contra Dios diciendo: "¿Podrá Dios preparar una mesa en el desierto?"» (v.
19).
A Jesús, especialmente en las comunidades judías del helenismo, se le ha considerado
siempre como el nuevo Moisés.
Este paralelismo Moisés-Jesús encuentra una expresión famosa en el axioma rabínico:
«Como el primer liberador, así el último».
En el judaísmo, en tiempos de Jesús, estaba viva la espera del nuevo Moisés, o sea del
Profeta-Mesías que conduciría al pueblo de Israel en el Éxodo escatológico a través del
desierto y lo saciaría como pastor misericordioso, en buenos pastos, repitiendo el milagro
del man¦.
Pero la narración, que tiene como protagonista a Eliseo, presenta todavía rasgos más
sorprendentes.
«Vino un hombre de Baal-Salisa y llevó al hombre de Dios primicias de pan, veinte panes
de cebada y grano fresco en espiga; y dijo Eliseo: "Dáselo a la gente para que coman". Su
servidor dijo "¿Cómo voy a dar esto a cien hombres?". El dijo: "Dáselo a la gente para que
coman, porque así dice Yahvé: comerán y sobrará". Se lo dio, comieron y dejaron de sobra,
según la palabra de Yahvé» (2 Re 4, 42-44).
Podemos trazar el siguiente cuadro:

Milagro de Eliseo Milagro de Jesús

-Eliseo está junto a sus discípulos -Jesús está con sus discípulos.

-El alimento es llevado a Eli- -El alimento llega a Jesús a


seo por un hombre de Baal- través de los discípulos (si-
Salisa. nópticos) o de un muchacho (en Jn)
-El alimento consiste en -Cinco panes (de cebada, se-
veinte panes de cebada y gún Jn) y companage (dos peces)
companage (grano fresco en espiga).

-Eliseo manda al criado dar -Jesús manda a los discípulos


de comer a la gente. dar de comer a la gente.

-Objeción por parte del criado -Objeciones por parte de los


(en relación a la desproporción discípulos (de uno solo, An-
entre provisiones y comensales). drés, en Jn).

-Eliseo ignora la objeción y ordena -Jesús ignora la objeción y manda


distribuir el alimento. acomodar a los comensales.

-Eliseo invoca la ayuda de Dios -Jesús invoca la ayuda de Dios.


(con el gesto de levantar los ojos
al cielo).

-El criado distribuye el alimento. -Los discípulos proceden a la


distribución del alimento.

-No hay descripción de cómo -No se dice cómo sucede el milagro.


sucede el milagro.

-La multitud come y dejaron -La multitud come, se sacia, y


de sobra. se recogen las sobras.

-Ninguna reacción por parte de los -No se registra la reacción de la


presentes frente al milagro. gente (solamente en Jn 6, 14).

Comenta Heising: «Como demuestra este parangón, no existe dependencia alguna


pasiva, si bien las diferencias advertidas en los textos confirman la opinión de que el
milagro de Eliseo ha servido como modelo para el relato de la multiplicación, al menos en la
fase prerredaccional. En los dos textos aparece el mismo género literario" (3).
Las diferencias más visibles están en las cifras. Cien personas hambrientas con veinte
panes y un poco de companage por parte de Eliseo; cinco mil hombres con cinco panes y
dos peces por parte de Jesús. En el primer caso la relación es de uno por cinco. En el
milagro de Jesús uno por mil. La medida en la que Jesús es superior a otros profetas, no se
puede, sin embargo, calibrar por estas proporciones expresadas en cifras. Se tiene la
impresión de que los números empleados quieren indicar simplemente la plenitud, la
perfección realizada por Jesús.
Para terminar, precisemos todavía la intención de fondo de esta historia milagrosa
"kerigmática":
«La intención es proponer un mensaje teológico: con el milagro de la multiplicación Jesús
se presenta como el nuevo Moisés del tiempo final, cuya venida era esperada en el
judaísmo. Como profeta semejante a Moisés, él anuncia a Israel en un nuevo Éxodo la
palabra de Dios, la nueva Thorá. Como el buen pastor, alimenta milagrosamente con el
esperado alimento del tiempo final al pueblo que ha acampado: pan y carne (proveniente
del mar). Con esto se repite el milagro del maná. Desde el momento en que Jesús supera
de una manera absoluta la multiplicación de Eliseo, aparece consiguientemente más grande
que todos los profetas del antiguo testamento; en él, efectivamente, está la plenitud del
Espíritu divino» (A. Heising).

Nosotros, por otra parte, estamos autorizados para pasar con el pensamiento de esta
mesa a aquella otra mesa de la palabra y el pan. Jesús, entonces, ya no dirá: «Dadles
vosotros de comer». Se dará a sí mismo como alimento.

PROVOCACIONES

1. Había urdido una treta para sustraerse al acaparamiento de la multitud. La barca era lo
más a propósito para llevar a cabo la estratagema.
Pero el plan fracasó. No sabemos exactamente por qué.
«Al desembarcar, vio la multitud...». Quedó impresionado y... «tuvo compasión de la
gente».
Nos esperaríamos el enojo, incluso la irritación por la proyectada y necesaria «jornada de
desierto», que así fracasaba.
Sin embargo prevalece la misericordia.
El milagro comienza por ahí.
(Dificultad para entender que encontramos a los demás donde ellos están y no dónde
nosotros quisiéramos. Que en el programa de los encuentros la casualidad tiene un puesto
privilegiado. Que el dar empieza dejándonos robar el tiempo...).

2. La expresión «dadle vosotros de comer» (v. 37), en griego es fonéticamente cercana al


v. 31 «venid también vosotros aparte...» (4).
La soledad, con Jesús, jamás puede convertirse en aislamiento, sino que se traduce en
solidaridad, en comunión.
Nos aparta para aprender la «praxis de las manos», o sea las manos abiertas al don, y
no para recibir y menos para comprar.
La relación con Dios, si es auténtica, no nos hace sólo «más espirituales». Nos hace
«más humanos».
Cristo nos lleva consigo, a condición de ser «devueltos» en medio de los otros.
En la jornada del desierto nos pone al corriente de sus cosas.
Y caemos en la cuenta de que son las cosas de los hombres.

3. No es que los apóstoles tengan muchas cosas que proponer. «Despídelos para que
vayan». »¿Vamos nosotros a comprar?».
Despedir, comprar...
O sea, no podemos hacer nada.
Su realismo es, simplemente, la resignación frente a lo imposible.
A todo esto se contrapone la palabra de Cristo que manda: «dad».
También yo estoy siempre dispuesto a sugerir a Jesús que deje pasar, que no hay nada
que hacer, que es mejor no insistir.
El hecho es que yo no quiero «ver» lo poco que tengo en el bolsillo.
Tengo bien apretado el último céntimo, calculo que aquella provisión apenas si llega para
mí. O sea, rechazo lo posible.
Por eso no llego nunca a lo imposible.
No acepto la lógica según la cual el don produce abundancia.
No estoy de acuerdo con el método de producción de Cristo, quien se empeña en
producir pan no con harina sino con amor (A. Zarri).
No quiero entender que el milagro comienza ofreciendo a Jesús lo que no basta ni
siquiera para mí.
También yo, como los apóstoles, tengo que aprender que el milagro no se compra con
doscientos denarios. El milagro se compra con el último céntimo. Tirado.
El punto de partida hacia lo imposible no es lo que tenemos. Sino lo que hemos dado.
Al final también habrá «sobras». Con tal de que, ya desde el principio, no nos salgan las
cuentas.
Con Cristo las multiplicaciones se logran sólo condividiendo.

4. "Adelante, ved..." (v. 38).


Estamos mirando, Señor.
Pero se necesita un poco de tiempo para ciertas operaciones. Son cálculos un poco
complicados.
Sí, se puede hacer este experimento. Dejando caer una moneda de un dólar al segundo,
durante cinco mil años, se obtiene el total de los gastos consumidos para armamentos de
un año en el mundo...
Más aún. Sería suficiente el 10% de los gastos militares de todos los países del mundo
para resolver los más grandes problemas del subdesarrollo.
Y otro cálculo. Con el costo de un portaaviones se podrían comprar tres millones de
toneladas de grano, o sea alimentar a cuatrocientos mil hombres.
Con el precio de un bombardero se podrían construir treinta escuelas de veinte aulas
cada una.
Estos son nuestros cálculos, Señor.
Tenemos provisiones en abundancia, pero no sabemos distribuirlas con un mínimo de
decencia, no digo de justicia.
Tenemos provisiones inmensas. Pero sirven para destruir.
No sabemos transformar las bombas en pan.
Nuestro sueño no es el de hacer florecer el desierto, sino el de transformar la tierra en un
desierto.
Tenemos en el pensamiento otra disposición «por grupos» todavía más grandes que los
tuyos, ciertamente más ordenados, y sobre todo rígidos. A lo mejor con la hierba verde
encima.
Hemos consultado, Señor, nuestro libro de cuentas. Y nos da vergüenza ir a contarte (v.
39).
El milagro no es posible esta vez. Ten paciencia. Demasiadas cosas hay que llevar allí.
Y después, para decirlo en pocas palabras, no tenemos gana alguna de ese milagro. No
nos interesa.
A propósito. ¿Te encargas tú, Señor, de «mandar» a esa gente que se vaya?... Sabes,
es que tenemos necesidad de ese espacio de hierba verde.
El milagro siempre lo puedes hacer en otra parte. En otra ocasión.

CONFRONTACIONES

Solos con Jesús


Para estar con Jesús el apóstol debe encontrar aparte un espacio silencioso. Así como
Cristo, enviado del Padre, encuentra en el estar con él la significación profunda de su ser
de enviado, los apóstoles, en el estar con Cristo, encontrarán su misionalidad.
Soledad de Cristo en el Padre y del enviado en Cristo. Esta no sólo no se opone al ir al
encuentro de los hermanos, sino que constituye el secreto de esta misión.
Como, en el silencio del Padre, Cristo reencuentra los ecos de la eternidad para
retransmitirlos continuamente sobre las ondas del tiempo, así, en el silencio de Cristo, el
apóstol da a la historia el valor que la libera de su destino de muerte.
La silenciosa permanencia en Cristo lleva al apóstol al fondo solitario del mundo, donde
comparte con el Hijo del hombre el camino del hombre (Una comunità legge il vangelo di
Marco, o.

La condición que impone


¿Habéis notado la disposición que Jesús exige, antes de realizar ese milagro, la orden
que da, la condición que impone?
Ante todo, les ha pedido un acto de confianza, un gesto de abandono, de entrega en sus
manos: les ha dicho lo siguiente: "¡Sentáos!".
Entendámoslo bien: les ha pedido, naturalmente, lo que más les costaba en aquellas
circunstancias.
Mientras estaban de pie, no dependían más que de ellos mismos: Conservaban al menos
la posibilidad de ir a buscar con qué comer ellos mismos... Podían marcharse.
Pero apenas hubiesen tomado asiento, habrían renunciado a toda posibilidad de
bastarse a sí mismos, de poder tirar adelante por sí mismos; no tendrían más remedio que
entregarse a él, confiarse a él...
Yo creo que muchos dudarían. Les pedía precisamente lo que menos ganas tenían de
darle; se sentían agitados, inquietos, atormentados por el hambre, y él les pedía que se
tranquilizasen, que se sentasen, que se entregasen a él, que tuviesen confianza en él.
Al obedecer, ponían la vida en sus manos...
Y dudaron por algún tiempo. Su exigencia total les mordía el corazón, luchaba en su
interior con la inquietud, con el miedo, con el orgullo. ¿Iban a fiarse de él? ¿iban a creer
que era capaz de alimentarlos?...
En fin, algunos, en un inmenso acto de fe, se sentaron con los ojos cerrados...
Luego, les fueron siguiendo los demás...
En medio de la gente se veían grandes grupos que oscilaban, que se movían, se
decidían, se abandonaban. Y entonces hubo un momento extraordinario, un momento
milagroso en el que los cinco mil se sentaron, todos juntos...
Y cuando el pan comenzó a circular entre sus manos, cuando cada uno se quedaba con
todo el que quería, y vieron que todavía sobraba, me parece a mí que nadie se extrañaría.
El verdadero milagro se había realizado anteriormente. El verdadero milagro ya había
tenido lugar. El mayor milagro lo había hecho Jesús con ellos mismos: era el milagro de su
fe y de su amor (·Evely-L, La cosa empezó en Galilea... Ciclo A, Salamanca 2.1978,
162-164).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 316-330)
......................
1) Y también Núm 27. 15-21. "No es difícil subrayar los relatos y las alusiones. Jesús es otra forma del
nombre Josué ("Yhavé salva"). Josué introducirá al pueblo en la tierra prometida y Jesús en los tiempos
prometidos... Jesús es el verdadero pastor, el que será herido en los días de la pasión, según la profecía de
Zacarías" (A. Nisin).
2) En la segunda multiplicación serán siete, quizás haciendo referencia a los siete diáconos, nombrados para
la atención de la comunidad (cf. Hech 6, 2-3).
3) De todos modos, el relato de Mc es mucho más vivaz, más rico en detalles, colorido. El otro es seco, casi
incoloro.
4) Dote autois umeis phagein (v. 37): Deute umeis autoi (v. 31).

29 - JESÚS CAMINA SOBRE LAS AGUAS


DESEMBARCO Y CURACIONES EN GENESARET
Mc/06/45-56 Mt/14/22-36 Jn/06/16-21
J/CAMINA-AGUAS

La dificultad para caminar sobre las aguas


«Este episodio es extraño, oscuro, incomprensible, y hasta se siente la tentación de
llamarlo inquietante» (G. Dhen).
Y entonces se pretende entenderlo «liberándolo», primero, de su realidad histórica. No
sería sino una fábula inventada por algún cantador ambulante. O también una «piadosa
leyenda». O una historia simbólica. A elegir.
Alguno, menos malicioso, habla de «acontecimiento natural releído en clave milagrosa».
En resumidas cuentas: Cristo ha caminado por la carretera, como todo el mundo. Pero, poco
a poco, como la cosa parecía tan banal, no era noticia, los que han «releído» el episodio,
han tenido la feliz ocurrencia de presentar un paseo sobre las aguas, así, por el gusto de lo
desacostumbrado y para llamar la atención.
Otros, después, echan la culpa a los discípulos. Quienes eran cortos de vista (la diagnosis
de Jesús será aún más cruel: ceguera). Y así, engañados también por la medio oscuridad, y,
por si fuera poco, desconcertados por el cansancio, han descubierto a lo lejos a Jesús que
caminaba por la orilla (o, a lo más, se mojaba los pies en la espuma de la ribera) y han
creído que era una marcha triunfal sobre las aguas.
Hay también quien insinúa que se trata de una aparición del resucitado, caída aquí por un
descuido de composición.
«Al lector moderno lo que dificulta es el caminar sobre las aguas» (V. Taylor). Creo que
no sólo para el lector moderno... El mismo Pedro, que era un hombre más bien chapado a la
antigua, consideraba la cosa no excesivamente fácil.
En sustancia, Jesús habría caminado sobre las aguas gracias a un milagro provocado por
«intereses homiléticos y doctrinales» alimentados por la fantasía. Exigencias publicitarias,
hablando vulgarmente.
Un estudioso, a propósito de la observación «no habían entendido lo de los panes» (v.
52), explica: «el asunto de los panes -según nuestra impresión- fue realmente un poco
distinto y menos extraordinario de lo que quiere hacer creer el relato tradicional». Una
manera bastante desenvuelta para «catalogar» dos milagros de un plumazo.
Mc, por su parte, no se preocupa de lo que ofrece dificultades a los hombres de todo
tiempo. El sabe que lo que ofrece dificultades a los hombres, no las ofrece a Dios. Y. por
eso, cuenta tranquilamente el camino (¡no la marcha triunfal!) de Jesús sobre el mar.

Alejamiento-cercanía
«Inmediatamente obligó a sus discípulos...» (v. 45).
Las razones de la brusca despedida nos las facilita quizá Jn (cap. 6) cuando refiere que,
después de la multiplicación de los panes, la gente quería tomar a Jesús por la fuerza para
hacerle rey. Probablemente se había concertado también un entendimiento tácito entre la
gente y los apóstoles, cuyas concepciones mesiánicas iban bastante de acuerdo.
Entonces Jesús corta por lo sano. Provee él, que no padece ciertas sugestiones, a
despedir a la gente. Los apóstoles deben salir disparados hacia Betsaida («casa de la
pesca»), que se encuentra casi en la desembocadura del Jordán, por la parte izquierda, al
nordeste del lago.
Para una vez que Mc nos facilita una indicación precisa del lugar las cosas resultan
complicadas a más no poder. En efecto, ellos parten para alcanzar la orilla oriental y,
después de la travesía, desembarcan en Genesaret, ¡en la orilla occidental! Bueno, ellos se
han fatigado durante la noche por aquel maldito viento, y es justo que los comentaristas se
fatiguen un poco remando con sus doctas plumas.
Para Jesús, de todos modos, no existen problemas de geografía, sino deseo de soledad
y de oración. Por eso, se separa de ellos (v. 46), esto es, tanto de los discípulos como de la
gente.
«Al atardecer estaba la barca en medio del mar y él, solo, en tierra» (v. 47). Más que una
indicación geográfica, «en medio del mar» quiere subrayar la soledad de los discípulos,
quienes se sienten lejanos del Maestro, que quedó en tierra firme.
Lagrange dice que Jesús podía seguir desde la montaña -especialmente con la ayuda de
la luna- el caminar dificultoso de la barca, obstaculizada por el viento. Pero creo que vería
desde la oración. La oración representa un «punto de observación» privilegiado. La oración
permite ver a quien se encuentra en dificultades, y es el punto de partida más seguro para
acudir en socorro de los necesitados.
«Hacia la última parte de la noche...» (v. 48). Mc sigue la numeración romana, que dividía
la noche en cuatro «vigilias» (los hebreos en tres). Serían, pues, más de las tres de la
mañana (entre las tres y las seis).

Una frase misteriosa


«Y quería pasarles de largo...» La última línea del v. 48 ha hecho escribir centenares de
páginas y ha incomodado a los estudiosos más cualificados.
También a nivel de traducción, las divergencias son notables. Sin embargo, aun teniendo
en cuenta los matices, el significado literal no puede alejarse de esto: «pasar junto a»,
«más allá» de alguien, sin pararse, sin prestarles atención.
Por tanto: «y quería pasarles de largo». O también: «quería pasar junto a ellos».
Pero ¿cómo interpretar el gesto de Jesús?
Las soluciones propuestas son numerosas. Hago mención sólo de las más aceptables.
-Algunos sostienen que se trata de una impresión subjetiva de los discípulos. Los cuales
atribuyen a Jesús la intención de pasarles de largo.
-Otros dicen que Jesús quería poner a prueba la fe de los apóstoles. Estaríamos, pues,
frente a un elemento característico de pedagogía de la fe.
-Pero algún otro afirma que el hecho de caminar sobre el mar era del todo natural para
Jesús. Pero no quería que fuese un espectáculo destinado a los ojos humanos. Esta vez
Cristo intentaba llegar antes que los suyos a la orilla opuesta, y quizás darles una sorpresa.
Y habría seguido adelante sin ocuparse de ellos, si no hubiera sido reclamado por las
dificultades con las que luchaban.
-Y otros nos hacen ver una intención deliberada de Jesús para no mezclarse en los
pequeños contratiempos de los discípulos. Algo parecido a cuando seguía durmiendo en la
barca apoyado en un cabezal, mientras la tempestad arreciaba (4, 38). En suma, una
especie de suprema indiferencia puesta de manifiesto frente a las vicisitudes humanas, y
que no merecían que él «se abajase» por esas cosas. Sólo porque les ve aterrorizados, al
fin se digna tranquilizarles y darse a conocer.
-Hay alguno que coloca esta frase en el contexto del secreto mesiánico, típico de Mc. A
Jesús le gusta revelarse y, al mismo tiempo, esconderse. Manifestarse y esconderse (1).
-Finalmente hay estudiosos que meten el «paso» de Jesús en un cuadro de teofanías. El
verbo «pasar de largo», o «pasar junto a» se usa con frecuencia, en el antiguo testamento,
para indicar el «paso» de Dios en las teofanías, y subrayar el carácter inasible y
trascendente de la divinidad (2).
El episodio de Moisés puede ser iluminador a este respecto:
«...Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad... Tú te colocarás sobre la peña. Y al
pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña y te cubriré con mi mano hasta que
yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no
se puede ver» (Ex 33, 19-23).
Es verdad que aquí aparece cómo la «manifestación» de Cristo (que puede asimilarse a
la transfiguración) es intencionada, querida por él, no exigida por los apóstoles.
Todas las hipótesis a las que hemos aludido tienen válidos elementos probatorios, y
también puntos débiles. El enigma permanece. Personalmente me parece que la última
hipótesis es la más convincente.

«Soy-yo» YO-SOY
La aparición de Jesús que se acerca caminando sobre las aguas hace que los discípulos
llenos de miedo, griten ante el fantasma (v. 49).
Las palabras usadas y los sentimientos expresados en este encuentro calcan de un
modo bastante transparente las apariciones del resucitado.
Y es típica luego la expresión: «¡Animo!, que soy yo, no temáis» (v. 50). Haría falta
traducir literalmente «soy yo», palabra peculiar de revelación divina.
«Para Mc, es el ser divino de Jesús que se revela a través de esta narración: mientras
todo invita a creer que el Señor resucitado está ausente, su presencia se manifiesta,
turbadora e inesperada, en medio de las dificultades simbolizadas por el mar y el viento» (J.
Radermakers).
Jesús sube a la barca, cesa el viento, vuelve la calma (es el don de la «paz», traída por
Cristo), pero ellos continúan perturbados interiormente. En efecto, no habían captado el
significado de la multiplicación de los panes (v. 52).
Explica R. Schnackenburg: «Si los discípulos hubieran entendido lo que había sucedido
en aquel lugar desierto, se habrían dado cuenta también de la aparición de Jesús aquella
noche sobre el lago. Aquel que da generosamente la vida es el mismo que vence la muerte.
El que ha socorrido al pueblo en sus necesidades es el mismo que camina sobre las olas.
En el antiguo testamento se consideraba a las profundidades del agua como potencias del
mal... El caminar de Jesús sobre las olas del lago es una revelación de su poder divino; su
acercarse a los discípulos es una promesa de la protección divina y de la salvación. Lo que
él es para el pueblo quiere serlo y en mayor medida para sus discípulos: el salvador y
redentor».
Y G. Nolly: «Los discípulos, lentos para percibir la profundidad de los sucesos, no habían
salido todavía del atontamiento que les había causado la multiplicación de los panes; ésta,
en efecto, había aguijoneado su lentitud de comprensión (semíticamente "dureza de
corazón"), por lo que el segundo hecho extraordinario (Jesús que camina sobre el agua)
llega cuando aún no está asimilado el primero: Y de aquí el terror, propio de quien se
encuentra ante algo que no comprende, pero que ve bien que tiene orígenes superiores.
Mc, poniendo en evidencia la lentitud con que los discípulos llegaron a persuadirse del
poder divino de Jesús, garantiza que ellos no fueron engañados ni por el entusiasmo, ni por
prevenciones, ni por esquemas interiores aceptados y proyectados hacia la realidad
exterior.
«El martillear de los milagros sobre su inteligencia les hacía aún más confusos,
asustados: retenían de los milagros los elementos exteriores, pero no lograban aún llegar
hasta su íntima significación».
COR/DUREZA: Todo esto es llamado "dureza de corazón". Una enfermedad
diagnosticada con el nombre de «esclerocardia». Tendremos ocasión de describirla
comentando Mc 8, 17. Aquí será suficiente indicar que se trata, en realidad, de «ceguera
del espíritu». Una ceguera que no impide ver los acontecimientos, pero sí entender la
verdadera dimensión de los gestos hechos por Jesús, penetrar el significado profundo de lo
que pasa ante sus ojos, sobre todo de sacar las consecuencias respecto a la persona de
Cristo.

Para terminar, notemos que en el relato paralelo de Mateo se pone el acento, sobre todo,
en la barca en peligro, amenazada por la tempestad. Por lo que Jesús es presentado
esencialmente como el que salva, que impide a la barca y a sus ocupantes (¡«timonel» a la
cabeza!) ir a pique. Es un texto de carácter eclesiológico, más que otra cosa. La comunidad
de los creyentes puede contar con el poder del Señor.
Mc -el evangelista de las «epifanías secretas»-, por el contrario, atenúa mucho la
tempestad. Hay solamente una alusión al viento contrario. Un elemento de fastidio y de
cansancio, más que de peligro.
En su relato se pone en evidencia la manifestación teofánica del Señor que «pasa» cerca
de los suyo s, como en las manifestaciones de Dios en el Sinaí.
«Tomado por un fantasma, como en la resurrección, Jesús responde como entonces:
Soy yo. Los doce no comprenden el misterio que se les revela, están fuera de sí, porque
advierten el poder del supraterrestre. El Señor que ve en la noche está presente para
tranquilizar a los suyos.
«...En el caminar sobre las aguas, el Señor manifiesta su trascendencia a los doce, que
poco antes había enviado en misión. O sea, su manifestación caminando sobre las aguas
hay que ponerla en la perspectiva de los panes. Comprender el hecho de los panes,
significa entender el sentido de caminar sobre las aguas; con otras palabras, advertir la
presencia transcendente del Señor. ¿No se podía decir, que Mc, el único que entre los
evangelistas hace esta reflexión, sugiere también "a propósito de los panes", una presencia
transcendente del Señor glorificado? ¡Y los panes son entregados a los doce!» (A. M.
Denis).

¿El Maestro no enseña?


La perícopa se concluye con una panorámica recapituladora acerca de la actividad de
Jesús (cf. 3, 7-12).
El viento ha estropeado probablemente los planes de los apóstoles, obligándoles a
modificar la ruta inicial que preveía la llegada a la parte oriental del lago.
Aquí estamos en Genesaret. «Con el nombre de Genesaret se designa un lugar en la
llanura de Gennesar formada por una fértil faja de tierra larga, unos cinco kilómetros, y que
en aquel tiempo estaba muy poblada. El lago había recibido su denominación de la antigua
ciudad de Gennesaret (en hebreo, Kinnereth); pero entonces en aquel lugar había
solamente una pequeña localidad que la llamaban con el mismo nombre. A poca distancia
surgía la aldea de Magdala, patria de María Magdalena, y mucho más al norte, algo
distante de la llanura, estaba Cafarnaún. Jesús, pues, se encuentra de nuevo en el
territorio donde había desarrollado la mayor parte de su actividad y de cuyo suelo había
surgido, por decirlo de alguna manera, el evangelio. Con esto se expresa al mismo tiempo
una cierta continuidad con su actuar en Galilea.
«Pero casi al mismo tiempo se hace presente, por parte del pueblo de aquella región, una
creciente indiferencia. Dentro de poco Jesús partirá para nuevos viajes hacia regiones más
lejanas (7, 24).
«Los lectores cristianos deben convencerse de que es necesario tocar a Jesús en un
sentido más profundo de cuanto no lo han hecho los galileos; se debe creer en él como en
el Mesías prometido, que reúne al pueblo de Dios y que es verdaderamente el Hijo de
Dios» (R. Schnackenburg).
Apenas desembarca en Genesaret, Jesús es «reconocido». Y el cuadro se recompone
con elementos ya habituales: la gente que acude, los enfermos que piden tocar aunque
sólo sea la orla de su manto (3) con la convicción de poder entrar en contacto con su poder
de curar.
Se diría que es un cuadro más familiar, después de aquel otro, espectacular, de la
multiplicación de los panes y después del misterioso episodio de la noche. Jesús reaparece
con el vestido sencillo de todos los días.
Se advierte que esta vez su relación con la gente se «limita» a las curaciones. Falta la
enseñanza.
Sin embargo, el Maestro que se preocupa de las miserias cotidianas de la gente, que se
deja tocar por los sufrimientos, me parece que constituye ya de suyo una lección
importante.

PROVOCACIONES

1. Han discutido mucho. Pero no han agarrado la primera ligazón: «Viendo que ellos se
fatigaban remando... viene hacia ellos».
Jesús no se ha «cerrado» en la oración. No ha sacralizado el monte. Ha «salido» de su
soledad y ha bajado de las alturas de la contemplación, para venir al encuentro de los que
estaban atribulados.
Antes, la primera vez, eran los discípulos los que habían ido a molestarle, cuando él
había buscado la soledad.
Ahora es él quien interrumpe la oración para ir a buscarlos.
Extraño. Las pocas veces que Mc presenta a Jesús en una actitud contemplativa, habla
siempre de oración interrumpida, por una parte o por otra.
¿Acaso la oración no será cosa de «molestia», un buscarse, una serie de interrupciones
que garantizan la continuidad?

2. A costa de hacer horrorizar a alguien, tengo la impresión de que Jesús, esa vez, se
había distraído en la oración. En efecto, no perdía de vista aquella barca, allá abajo, en
medio del mar.
De esta oración me fío.
Esta es una oración que me hace sentir la seguridad.
(La suya, no la mía, por supuesto...)

3. Para mí está bien que tú quisieras «pasarles de largo». No sé por qué hacen tantas
retóricas al respecto.
También yo conozco, en mi navegación, el viento contrario y malo. Creo incluso ir hacia
adelante a fuerza de viento contrario. Sé lo que quiero decir tener las espaldas rotas por el
cansancio, los ojos quemados a fuerza de penetrar la oscuridad, el hielo de la soledad, el
rostro cortado por las cuchillas de la soledad, las falsas señales, la incertidumbre de la ruta.

Sí, pero me basta que tú «pases». No tengo la pretensión de que te pares.


Me basta un gesto, un rato de luz, un rumor amigo, una señal desde lejos, un signo de
entendimiento...
No, no subas a mi barca. Bogo lentamente, pero debo conseguirlo.
No tengo necesidad de que hagas cesar el viento. Es suficiente que sea quebrado
durante un instante por tu paso.
Los ojos reposarán un momento sobre la estela que has dejado atrás.
Pásame, pues, Jesús. Incluso en silencio.
No sé aún dónde desembarcaré.
Pero tengo la certeza de que llegue por donde llegue, tú estarás allí ya esperándome.

CONFRONTACIONES

Solamente epifanías secretas


Entonces los discípulos no comprendieron aún el sentido de este encuentro nocturno y la
resonancia profunda que tenían las palabras de Jesús. El significado profundo de aquél
«soy yo» sólo fue comprendido por los discípulos después de la resurrección. En las
apariciones de Jesús resucitado se repitió incluso algo parecido: los discípulos
experimentaron que se trataba de aquel mismo Cristo que habían conocido como hombre y
que había sido crucificado, aquel mismo que llevaba aún las llagas y ahora se insinuaba en
medio de ellos llevando en los labios un saludo de paz. Era el Señor aquel que ahora se les
aparecía con su beatificante presencia y con su poder redentor. Fue Jn, en su evangelio, el
que sacó de todo esto la consecuencia última. En Jn, Jesús usa continuamente esa fórmula
reveladora "soy yo" y a ella une sus promesas de salvación: «yo soy la luz del mundo», «yo
soy la resurrección y la vida»; «yo soy el pan de vida»
En Mc este significado profundo está aún escondido; en él sólo hay "epifanías secretas".
El pone de relieve precisamente la incomprensión de los discípulos para explicar con ella el
hecho de que la gloria de Jesús, durante su vida terrena, estaba escondida... (R.
Schnackenburg, El evangelio según san Marcos, Barcelona 3 1980).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 332-340)
..............
1) Ejemplos "clamorosos" los encontramos en Mc 1, 43-45 y 7, 24-36
2) Cf. Ex 33, 18-22; I Re 19, 11. También en Job 9, 8 s se habla de Dios que "surcó las crestas del mar"... "Si
pasa junto a mí yo no lo veo, si se desliza, no le advierto».
3) Dice R. Fabris: «La observación de Mc acerca de la orla del manto de Jesús indica quizás que el rabí de
Nazaret, como todos los judíos fieles, llevaba las cuatro franjas coloradas en los bordes del manto,
conforme a la tradición (cf. Núm 15, 38-39; Dt 22, 12; Mt 23, 5). Este detalle de tocar la orla del manto se
comprende bien en el contexto cultural del antiguo oriente y bíblico, donde la orla del vestido es
representativa, simbólica, de la persona entera (I Sam 24, 5-6).
30 - DISCUSIÓN SOBRE LAS TRADICIONES
DOCTRINA SOBRE LO PURO Y LO IMPURO
Mc/07/01-23 Mt/15/01-20
PURO/IMPURO

Lo que se capta inmediatamente


Tenemos que estar agradecidos a Mc por el paréntesis (v. 3-4).
También nosotros, como el ambiente pagano a quien se dirige, tenemos necesidad de
estar informados acerca de la paradoja de una vida proclive al legalismo.
De una primera lectura, conseguimos sólo captar algunas líneas que afloran en este largo
discurso. Podemos expresarlas así:
-Mandamiento de Dios y añadiduras humanas.
-Las añadiduras humanas, las explicaciones, las tradiciones se sobreponen a la palabra
de Dios hasta esconderla por completo.
-Una praxis que, bajo la máscara de fidelidad exterior, no respeta la intención del Señor.
-Una observancia legalista se convierte en hipocresía y se resuelve, fundamentalmente,
en astuta desobediencia.
-Exterioridad e interioridad.
-Jesús supera el absurdo del legalismo llevando todo al verdadero centro: el corazón del
hombre.
Estos son los grandes temas de la discusión. Para entenderlos, sin embargo, es necesario
precisar el contexto.

Puro e impuro
El lavarse las manos, que ha dado origen a la polémica, se coloca en la categoría de lo
puro y de lo impuro.
La pureza es la condición requerida para acercarse al santo que es Dios. Y afecta no sólo
a las personas, sino también a los animales y a las cosas.
Tengamos presente que estamos colocados en una dimensión de culto y sólo
secundariamente el concepto tendrá también una repercusión espiritual y moral.
Impuro es todo lo que no es santo, no propio de Dios.
Esto implica la concepción de una esfera de lo sagrado y de lo profano opuestos
rígidamente entre sí. Por lo que todo lo que entra en contacto con la divinidad, es liberado
del uso profano.
Las prescripciones tenían su origen en la convicción de que algunos fenómenos naturales
-especialmente lo que tenía relación con la vida sexual-, ciertas enfermedades
(particularmente la lepra) hacían impuras a las personas. Había también animales que eran
declarados inmundos y no se podían ni comer ni usar para los sacrificios. La impureza se
refería también a ciertos alimentos, por lo que eran numerosos los tabúes alimenticios.
El contacto con los cadáveres y las tumbas hacía impuros.
Existían varios grados de contaminación y consiguientemente las prácticas relativas de
purificación tenían formas y duración diversas (1).
Paradójicamente, la purificación no servía sólo para lavarse de la impureza contraída,
sino también para lavarse de un contagio sagrado. «El vaso de metal, en el que la carne del
sacrificio, cosa santísima había sido cocida, debe ser fregado y lavado con agua
abundante; si el vaso es de arcilla debe romperse; en el día de las expiaciones, el sumo
sacerdote que ha entrado en el Santo de los Santos debe cambiarse de vestidos y bañarse;
el hombre que ha llevado el macho cabrío al desierto, y quien ha quemado las víctimas
ofrecidas en sacrificio por el pecado deben lavar sus vestidos y bañarse... La guerra santa
"santifica" a los que han participado en ella y el botín de que se apoderan, y el retorno al
estado normal exige una desconsagración...». También las sagradas Escrituras «manchan»
las manos y, por tanto, hacen necesaria la ablución después de usarlas.
«En la distinción veterotestamentaria entre puro e impuro no se trata, de ninguna manera,
de una ley solamente exterior, sino más bien de una lucha dinámica de la religión de Yahvé
contra los frentes siempre nuevos en el interior del mundo cultual que rodea a Israel. Con
otras palabras, esta (ley) intenta hacer prevalecer, también en referencia a las cosas, la
"voluntad inmanente" de Yahvé, quien en absoluto puede contentarse con un culto
solamente interior» .
En el judaísmo tardío la preocupación de la pureza cultual ha tomado formas hasta
grotescas. Se decía, por ejemplo, que un fariseo se hacía impuro incluso tocando
solamente el vestido de un aldeano, que no supiese leer la thorá.
La forma más común de purificación consistía en lavarse las manos antes de las
comidas. Una inmersión completa se hacía necesaria, cuando uno volvía del mercado,
porque en aquel ambiente se podía haber estado con paganos.
Antiguamente las prescripciones para la ablución de las manos afectaban sólo a los
sacerdotes y a los agregados al culto. Pero poco a poco se extendió también a los laicos,
especialmente después que se introdujo para cada comida la oración de bendición, gracias
a la cual el tomar alimento se convertía así en un acto religioso de culto.
F. Belo (2) sostiene que el sistema de puro e impuro es tardío respecto a un sistema
precedente que él define del don y del débito (ofensa).
Los dos se articulan en torno a tres centros: la mesa del israelita, su casa (en el sentido
de la familia y del clan), y el templo.
El sistema del puro y del impuro parte de una concepción mágica de la participación de
los hombres en las fuerzas de la naturaleza, de donde manan la vida y la muerte. Por lo que
es impuro todo lo que, de alguna manera, esté en relación con la muerte.
El sistema del don y del débito (ofensa), por el contrario, se mueve desde una
concepción que ve la tierra como lugar de los hombres y el cielo como lugar de Dios, del
que provienen sus dones, especialmente el sol y la lluvia. «Dios da la lluvia y fecunda los
campos y los animales, por consiguiente el hombre israelita debe dar a quien no tiene;
como Dios le sacia a él, él debe alimentar a su prójimo. O sea, el sistema don/débito
(ofensa) regula la sociedad israelita, y el que recibe como don la abundancia en su mesa y
en su "casa", debe dar, compartir con quien está privado de abundancia. Recibe por una
parte, y da por otra...».
Amar significa dar. Por lo que matar, robar, engañar, explotar, significa estar en deuda, y
consiguientemente perdido, maldito.
Mientras que el dar es fuente de bendición y de justicia social, el acaparar excluyendo a
los otros, es más, quitando a los otros aquello de lo que tienen necesidad para vivir, es
pecado, débito, ofensa.
El comportamiento inspirado en el sistema puro e impuro está conducido por
prohibiciones y preceptos rituales.
El comportamiento inspirado en el sistema don/débito (ofensa) viene conducido por
prohibiciones y preceptos que tienen como fin promover el don, la repartición, e impedir la
violencia, la agresión, el egoísmo.
El primero es conservador, por naturaleza. El segundo tiende a impedir cualquier
explotación del hombre por el hombre.
Es necesario todavía advertir, según F. Belo, que el sistema del don/débito fue elaborado
por tribus nómadas de pastores y tenía como fin «una participación permanente» que
evitase la existencia de ricos y pobres («...con el fin de que no haya ningún pobre junto a ti,
oh Israel», Dt 15, 4).
Sucesivamente, a nivel legislativo, por obra especialmente de los sacerdotes, se crearía
el sistema de la impureza, estrechamente ligado al culto, y que terminaría por sofocar al
otro que tendía a la igualdad social, hecha de solidaridad. Sería típico en este sentido el
libro del Levítico.
Siguiendo aún a F. Belo vemos cómo sostiene que, contra este proceder del sistema de
la impureza -funcional para las clases dominantes-, levantaron la voz los profetas y el
mismo Jesús.
Se trata, naturalmente, de una hipótesis.
Corbán, o sea una ofrenda hecha a sí mismos...
Corbán se podría traducir por don. Era una especie de voto con el que se consagraban a
Dios los bienes propios que, así, se hacían "intocables".
Se convertirá en un modo aprobado para retener para sí con las uñas los así llamados
dones. Con el tiempo, en efecto la seriedad de la intención inicial de la práctica se convirtió
en expediente para defender los propios bienes.
Por ejemplo, en una tumba del s. I a. C., se halló esta inscripción: "Todo lo que uno
pueda encontrar para su provecho en esta urna funeraria es corbán para Dios, y de parte
de quien está dentro".
Los hebreos habían tomado la costumbre de usar juramentos incluyendo el corbán (o los
diversos subtítulos: konam, konah, konas) para vincularse en una especie de compromiso
sagrado, impidiéndose el uso de alguna cosa.
Así, uno podía decir: «¡konam! si yo pruebo en el futuro alimento cocido». O también:
«¡konam! si mi mujer goza a causa mía, porque me ha robado la cartera...».
Poco a poco el corbán se había desfigurado convirtiéndose en un voto de rechazo de
algo a alguien. Más que una cosa "cercana" a Dios (según el significado original del
término) era una cosa «alejada» de los otros. Era una privación, ¡pero que debían hacer los
otros! Se trataba, en concreto, de un voto contra alguien. Ni Dios ni el templo conseguían
alguna ventaja de esto.
El colmo del descaro se alcanzaba cuando, a través del corbán -y es el caso-límite citado
por Jesús- se dispensaban del mandamiento de Dios que imponía honrar (o sea mantener,
asistir) a los padres.
Explica Schmid: «...Un hijo, que hubiera tenido ojeriza a sus padres o hubiese sido un
ávido egoísta, podía declarar que cualquier servicio que sus padres le pedían, debía ser
para ellos como una ofrenda (corbán).
«Así la dureza de corazón, o la ingratitud, podían ponerse la máscara del temor de Dios:
a los padres se les privaba para siempre de cualquier derecho de asistencia por parte del
hijo, porque estaba prohibido a cualquier persona sacar algún provecho de una ofrenda
sacrificial o votiva para el templo. En base a esta doctrina rabínica, el hijo podía dejar en la
más cruda miseria a sus padres confiados a su cuidado, sin tener que dar al templo ni
siquiera algo de su patrimonio o de sus entradas».
La casuística rabínica se encarga después de barrer los expedientes para «liberar» del
vínculo del corbán. Así, cuando los viejos, hacia los que había un compromiso de
no-asistencia (!), habían llegado a una situación de hambre, se podía proveer... a través de
terceros. Se daba algo a un extraño a la familia, que se encargaba de entregarlo a los
padres en la miseria. Una obra maestra de hipocresía y de complicación legalista.
No se sabe si estas sutilezas existían en tiempo de Jesús. Queda el hecho fundamental,
de una tradición humana que, además de eludir las exigencias de Dios, sirve de
«cobertura» al más crudo egoísmo.
Queda la torsión de una práctica religiosa que se convierte en pretexto para sustraerse a
las obligaciones más elementales y se resuelve en una «consagración» de los propios
intereses.

¿Fariseos o fariseísmo?
El nombre indica «los separados», o sea los santos, la verdadera comunidad de Israel.
Son los «observantes» de la ley por excelencia.
Si son «separados», no olvidemos que su intento es el de «separarse» antes de nada del
pecado. Estos individuos, en realidad, se distinguen por el rigor de su práctica religiosa.
Debemos estar atentos para no caer en fáciles simplificaciones e injustas
generalizaciones respecto a los fariseos (3).
Existían, sin duda, fariseos que merecían el título de hipócritas. Pero había también otros
animados por la rectitud y cuya práctica derivaba de una auténtica interioridad.
No olvidemos que han existido fariseos que invitaron a Jesús a comer. Y algunos
intentaron salvarlo de las manos de Herodes (Lc 13. 31).
El evangelio, a veces, presenta una imagen un poco caricaturesca de los fariseos, sobre
todo por exigencias pedagógicas. Se trata de poner en guardia contra una «lógica
religiosa» (para usar la expresión de B. Maggioni), o contra una enfermedad del espíritu
que puede brotar en cualquier parte.
El evangelio más que tomársela con cada uno de los fariseos, se muestra muy duro
contra el fariseísmo, o sea -como dice X. L. Dufour- condena «el peligro permanente que
amenaza a cada espíritu religioso, cuando condiciona la propia búsqueda de Dios a una
práctica de la ley».
Schnackenburg bosqueja este retrato: «El intento farisaico de una observancia exterior
de la ley, constituye en cada época un peligro para un cierto tipo de personas "religiosas",
que como consecuencia de esto se consideran mejores que los demás, faltando al amor al
prójimo y haciéndose duros de corazón y orgullosos. Estos olvidan muy fácilmente que
también ellos tienen necesidad de la misericordia divina. Allí donde el legalismo
(observancia literal de la ley) se instaura y da el brazo a la humana complacencia de sí
mismo, sale esa especie de caricatura que es precisamente el "fariseo"».
O sea, las señales exteriores del fariseo, enfermo de fariseísmo, son: observancia
exterior, complacencia, seguridad que se deriva de las propias virtudes y aportaciones
onerosas, facilidad para juzgar y despreciar a los demás.
Tengamos, finalmente, presente, para comprender el alcance de la discusión en la que
se ha comprometido Jesús, que los escribas y los fariseos -en oposición a los saduceos,
defensores acérrimos y «conservadores» de la sola ley escrita- afirmaban la validez incluso
de la ley no escrita, o sea de la tradición de los antiguos, que ellos hacían llegar igualmente
hasta Moisés y hasta la revelación divina. Por lo cual los preceptos transmitidos por la
tradición oral (4) -en una especie de cadena ininterrumpida, de generación en generación-
era considerada tan sagrada y obligatoria como la ley escrita.

Una polémica compleja


Examinemos ahora la discusión verdadera y propia.
Podemos dividirla en cuatro partes.

1. Introducción. Incidente y digresión acerca de las observancias farisaicas en el tema de


la purificación (v. 1-5).
Los fariseos y los escribas (que bajan de Jerusalén con vestido de inquisidores) la toman
no con Jesús, si no con sus discípulos.
Los antiguos, de quienes es necesario seguir las tradiciones, son los «maestros judíos de
la ley, cuyos juicios eran transmitidos y considerados como normativos para escribas y
fariseos» (V. Taylor).
Las «manos» (v. 3) es un término difícil y muy controvertido. Literalmente serían
«puños». Puede ser que fuera un gesto ritual.
En el v. 4 se puede advertir una vena de ironía.

2. Jesús acusa a los acusadores (6-13). Pasando decididamente al contraataque, Jesús


no nombra ni siquiera a los discípulos, ni los defiende, sino que acusa duramente a los
acusadores, demostrando que precisamente ellos son malos discípulos de la ley de Dios.
La argumentación que desarrolla es doble: 6-8 y 9-13. Se basa en una cita de Isaías y en
un ejemplo que es un caso límite de su comportamiento absurdo, el del corbán (pero Jesús
precisa también: «y hacéis muchas cosas semejantes a éstas»).
La cita de Isaías está sacada no del texto hebreo, sino de la versión griega de los LXX, y
es introducida por un comentario irónico de Jesús y concluida por una formulación de
acusación.
El texto original sería: «...EI culto que me rinden es obra de usos humanos» (Is 29, 13).
El término «hipócrita» significaba «actor».
Con el ejemplo del corbán, Jesús afirma el principio: «Dios no quiere ser honrado y
amado a costa del amor al prójimo» (Schnackenburg).
La denuncia, ya formulada en el v. 8, es retomada en el v. 13.
Los fariseos ponen en el mismo plano la ley de Dios y las tradiciones de los hombres
que, en su conglomerado, contradicen en muchos casos la intención divina. Y, al final, la
palabra de Dios viene a ser literalmente «vaciada».
Esta parte de la polémica puede considerarse como un apotegma.

3. Dichos acerca de la contaminación (14-16). Algunos consideran el v. 15 como «una de


las más grandes palabras de la historia de las religiones» (Montefiore). Entre otras cosas,
este versículo es tenido como el núcleo original, el punto de partida de todo el debate que,
así como lo leemos, traiciona la sedimentación de diversas reflexiones. La cuestión
suscitada, además, representaba sin duda un punto de roce entre las primeras
comunidades cristianas y el mundo judío. Al «dicho», por su formulación un tanto
enigmática, se le define también como «parábola». Está construido según un típico
procedimiento de paralelismo antitético.
«Con esto Jesús llega a desvelar el principio decisivo de la moral, el anclaje de la ética
en la decisión de la conciencia humana, al mismo tiempo que interioriza la vida religiosa»
(Schnackenburg).
Otro estudioso dice: «No las cosas, sino sólo las personas pueden ser religiosamente
puras o impuras. Y las personas no pueden contaminarse por las cosas, sino sólo por si
mismas, obrando de un modo irreligioso» (Montefiore).
Y R. Fabris comenta: «No son las cosas externas las que pueden hacer al hombre
impuro, esto es, inhábil para el encuentro con Dios sino que es la relación que el hombre
establece con las cosas la que decide acerca de su posición ante Dios. Son las cosas que
salen del hombre las que le hacen inhábil para la comunión con Dios».
El v. 16 falta en algunos manuscritos.

4. Explicación a los discípulos y catálogo de los vicios (17-24).


La afirmación de Jesús debió ser bastante desconcertante para la mentalidad del tiempo
si los discípulos le preguntan acerca de la parábola.
El Maestro, después de haber dejado constancia de su torpeza, explica el principio que
acaba de afirmar.
El v. 19 suscita muchas discusiones. Algunos ven una afirmación irónica parecida a «...va
a parar al excusado que hace iguales a todos los alimentos».
Pero quizás es más probable que se trate de un comentario de Mc: «Así declaraba puros
todos los alimentos».
Jesús invita a reflexionar sobre cómo las acciones del hombre vienen, en cierto sentido,
«fabricadas» en el interior. Lo que aparece al exterior recibe su sello -bueno o malo- de la
intención del corazón, del que proviene.
«El reino de Dios y su justicia, que se han hecho cercanos en Jesús expresa también la
última intención de la voluntad de Dios: la integridad y la voluntad del hombre. Si la
perversidad no está en las cosas, el hombre está libre de cualquier falso tabú, es restituido
a su integridad; si su destino salvífico es decidido desde dentro, desde el corazón, la
libertad y la responsabilidad no son una concesión sino un quehacer fundamental para el
hombre» (R. Fabris).

El catálogo de los vicios


En el «catálogo de los vicios» o de los productos malos vertido por Jesús, se hace difícil
distinguir entre acciones y pensamientos.
Se trata, sin duda, de un elenco bastante impresionante por su severidad, frente al cual
se siente la tentación de decir que es una exageración. Pero tenemos que reconocer que él
sabe «lo que hay en el hombre» (/Jn/02/25) y consiguientemente está preparado para
hacer el inventarlo de cierta mercancía, para desvelar aquello de lo que es capaz el
corazón del hombre.
Detengámonos en alguno de estos productos
«Envidia» se traduciría, literalmente, por «ojo malo» (ophtalmós ponerós). En la parábola
de los obreros de la viña, el amo replica así a los de la primera hora: «¿No puedo hacer con
lo mío lo que quiero? ¿O es que tu ojo es malo porque yo soy bueno?»
Por tanto envidia, pero también la presunción de criticar los designios de Dios, la
incapacidad de entender sus caminos, el ver las cosas por el lado mezquino y no por el
lado de Dios.
La soberbia traduce hyperephania. Podría decirse: orgullo, altivez, arrogancia, estar
llenos de sí mismos. Es la postura -opuesta a la humildad, a la «nada» de la Virgen- que,
según el Magnificat, Dios dispersó (Lc 1, 51).
Es la postura propia de quien cree que es alguien, «aquel pecado del espíritu que
encierra al hombre en sí mismo y lo hace impenetrable a Dios y a los hermanos»
(Schnackenburg).
Y después está la tontería y la estupidez (aphrosyne). El campo en que se manifiesta la
tontería es interminable y sus modos infinitos.
Pero en el evangelio encontramos dos indicaciones interesantes.
Son, en efecto, llamados «necios» los fariseos que se preocupan de limpiar el exterior del
vaso y no se cuidan de vaciar el interior que está «lleno de rapiña y maldad» (Lc 11, 39).
En este caso, la tontería es preocupación por aparecer más que por ser. es la
incoherencia peculiar de quien se contenta con lo de fuera sin afrontar una realidad interior
desastrosa. En el fondo, es la preocupación por las minucias y la dejadez de las cosas
importantes.
En otro lugar del evangelio de Lc se llama «necio» (aphron) al rico que proyecta la
construcción de graneros más grandes (12, 20). Necio, según esta óptica, es el hombre
que funda la propia seguridad en el tener, el que se afana por poseer y acumular en vez de
comprometerse a crecer, que se identifica con las cosas, que no las transforma en
sacramento de comunión con los hermanos.
Una última observación. El libertinaje se expresa con la palabra (aselgeia) que manifiesta
un comportamiento público ostentoso. Por tanto, más que simple libertinaje, es
desvergüenza.

PROVOCACIONES

1. Me asalta la duda de que los fariseos la tomen con los discípulos porque representan
un blanco más fácil. No tienen el coraje de enfrentarse con la gente.
Pero las informaciones que han recogido, a mi parecer, afectan a un fenómeno mucho
más amplio. Sí. ¡Los cinco mil hombres en el desierto han comido el pan sin lavarse las
manos!
La postura farisaica es típica de una cierta mentalidad incapaz de alegrarse viendo una
multitud saciada, pero que tiene el coraje de entristecerse porque no han sido observadas
las normas.
Cierto tipo de gente no tendría nada que decir por el hecho de que los hombres mueran
de hambre. Con tal de tener las manos limpias.

2. Estamos en la secuencia de los panes. Y si el milagro de Jesús casi ha inundado el


aire con la fragancia del pan, la llegada de los escribas y fariseos trae el hedor del
legalismo más mezquino.
No es casual que en la perícopa se termine hablando del excusado.
Se tiene la impresión de que las manos de Jesús tengan olor a pan. Mientras que las de
los fariseos, debidamente lavadas y purificadas con mucho cuidado, emanan un hedor
nauseabundo.
Dios es quien nos deja respirar, quien perfuma el aire. Pero hay siempre alguien que, a lo
mejor tomando a Dios como pretexto consigue envenenar la atmósfera, matar la
espontaneidad, ajar las cosas bellas.
De ciertos corazones mezquinos no sale fuera, no, la maldad. Sale fuera algo peor: la
capacidad de mortificar, de desalentar.
Ciertos compartimentos no se pueden analizar en sus componentes. Pero se reconocen
por el olor a rancio que tienen...

3. No caiga una risa nuestra sobre la práctica del corbán.


Todavía está en uso en ciertos ambientes. Quien tenga oídos para oír que oiga...
Sólo que a diferencia de aquel hebreo, aquí la ventaja de la renuncia personal de uno va
al templo, o sea a la institución que tiene la pretensión de administrarlo.
Es, de todos modos, casi siempre un ofrecimiento contra alguien. En el sentido de que
los gastos son pagados regularmente por otros.
Cierto. Se provee, después; son sensibles y atentos e incluso generosos en caso de
necesidad. Pero la hipocresía está precisamente en esto: se ofrece, en términos de
caridad, lo que se debería en términos de justicia.
En todo caso, sería interesante saber qué piensa Dios de todo esto que, mientras no se
demuestre lo contrario, él es el destinatario...

4. El legalismo es santidad exterior, aparente.

5. Cristo no abolió la ley polemizando contra el legalismo. Frente al legalismo, él opone


su radicalismo. Va «más allá» de la ley. O sea, Jesús es aún más exigente. Pero exigente
en relación al corazón del hombre, a la esfera de la interioridad.
Una religiosidad al estilo de la farisaica, se presta a ser medida, controlada, pesada. Pero
se puede medir y calcular sólo lo que aparece al exterior. Cristo, por el contrario, no se
conforma con las apariencias, sino que baja a las profundidades del hombre, para «medir»,
a ese nivel, su adhesión.
En el fondo, el legalismo, si bien con su complicación y sus excesos, es reductivo
respecto a las exigencias radicales de Cristo.

6. El legalismo farisaico crea observantes, no obedientes.

7. Los fariseos creen que honran a Dios pero, en realidad, es precisamente su postura la
que los aleja de Dios. Sus observancias, en el fondo, valen para defenderles de Dios.
Dice muy bien B. Maggioni: «El legalismo farisaico nace de una incomprensión de Dios y
ofrece una razón para refutarlo: representó un motivo para refutar a Jesús».
Si ciertas personas que mezclan con desenvoltura -quiero decir sin pudor- a Dios en
ciertos asuntos, haciendo referencia continuamente a su voluntad, y que confunden los
propios "estrépitos" con la palabra de Dios, y la propia cabeza con su misterio, cayeran en
la cuenta de que él en ciertas cosas no entra para nada...

8. Jesús suministra un elenco de doce productos deteriorados que salen del corazón del
hombre.
Pero esa fábrica, no lo olvidemos, puede producir también cosas bellas.
Y me parece significativo que estas ultimas no se enumeren.
Puede darse un catálogo de vicios.
Pero las cosas buenas y limpias no pueden clasificarse. Debe quedar un espacio para
las novedades, para los descubrimientos. Existe siempre un margen enorme concedido a la
inventiva.
El pecado es viejo, repetitivo. No se inventa nada en este terreno. Como mucho existen
variaciones puestas al día sobre el mismo tema; o sobre pocos temas; modernizaciones,
adaptaciones de productos tan antiguos como el mundo. La manzana, en el fondo, es
siempre la misma.
Sólo en la bondad es posible la creación de algo verdaderamente nuevo e insospechado.
Sólo en este campo son posibles los descubrimientos, las sorpresas, los inventos más
sensacionales, las cosas más increíbles.
El hombre, en el campo del mal, se mueve en un espacio restringido. Está atado a un
guión casi obligatorio, sus gestos están muy previstos. En el pecado no existe mucho
espacio para la fantasía.
Las posibilidades del hombre se manifiestan únicamente en el bien. En el bien, en la
verdad, en la belleza es donde el hombre es auténticamente creador.
Del lado del mal, pueden venir sorpresas solamente a nivel cuantitativo.
Pero en la otra dirección se puede esperar de todo.

CONFRONTACIONES

Falso conformismo
Jesús, haciéndose eco de la gran tradición profética, opone al conformismo falso la
adhesión genuina a la voluntad de Dios; ésta nace del corazón, esto es, del centro de la
personalidad, donde maduran las elecciones libres y conscientes, el primero procede de la
presión externa de los modelos sociales que explotan el miedo del individuo.
El comportamiento consecuente a la presión social es la hipocresía: la acomodación
externa y estereotipada a la norma. Pero no existe una hipocresía sutil y más peligrosa que
la generada por el equívoco y por la manipulación religiosa, que hace pasar un modelo
social como si fuera voluntad de Dios. En este caso se instrumentaliza la voluntad de Dios
mediante un control de los mecanismos humanos de reacción (R. Fabris, o. c.).

Una polémica mucho más profunda


No se trata simplemente de una crítica iluminista a la moral, y no es suficiente quitar de la
legislación hebrea los casos más absurdos y contradictorios. La polémica es mucho más
profunda.
He aquí una primera afirmación importante: hay que considerar como distintos el
mandamiento de Dios y las tradiciones de los hombres (v. 8-9). No están en el mismo plano,
perenne el primero, y provisionales las segundas. Las tradiciones (aunque nazcan como un
esfuerzo para interpretar el mandamiento: incluso como un intento de cubrirlo de
veneración) no deben ser tales que escondan el mandamiento mismo, tales que nos
distraigan de lo esencial.
Segunda afirmación: Jesús rechaza la distinción judía entre lo puro y lo impuro, entre una
esfera religiosa, separada, en la que Dios está presente y una esfera ordinaria, cotidiana,
en la que Dios está ausente. No se nos purifica de la vida cotidiana para encontrar a Dios
en otra parte: se nos debe purificar del pecado que llevamos dentro de nosotros.
Según los fariseos, yendo al mercado había peligro de impureza, por el probable contacto
con pecadores y paganos.
La afirmación de Jesús, a la luz de este caso, adquiere una significación ulterior: no sólo
la abolición entre lo sagrado y lo profano, sino también la abolición de toda división entre
los hombres, entre puros e impuros (B. Maggioni, o. c.).

El corazón en orden
Con esta pequeña parábola Jesús afirma la moral del corazón, no sólo de las acciones.
Es el hombre el que debe estar en orden: solamente de un hombre ordenado proceden
acciones morales. Es un reclamo para la recta intención. El corazón puede estar en
desorden y en ese caso ciega. Es necesario entonces un constante esfuerzo de
purificación.
El primer deber de conciencia para Jesús es el de tener limpia la conciencia, antes aún
de seguirla.
No se trata sólo de hacer las cosas de corazón (contra el formalismo, sino de hacer
cosas que provienen de un corazón recto).
Aquí está el punto. Para Jesús el corazón debe estar limpio porque debe estar preparado
para acoger la voluntad de Dios: voluntad que no es siempre letra escrita, que no es
repetitiva. No basta superar las hipocresías y el formalismo, y la interiorización no va
solamente en el sentido de la sinceridad.
Como también sería empobrecer la enseñanza de Jesús si la redujésemos a un simple
reclamo al coraje, esto es a la disponibilidad entendida como capacidad de poner en
práctica las normas dadas, cueste lo que cueste. El corazón recto, de que habla Jesús, no
está sólo hecho de coraje, fidelidad y buena memoria. Está hecho de disponibilidad,
entendiendo con esto libertad e intuición. Se trata de crear una situación interior capaz de
conocer a Dios, al Dios verdadero, capaz de leer de nuevo la voluntad de Dios.
El corazón es el lugar donde Dios se revela, no simplemente donde se percibe la
obligatoriedad de un esquema ya existente y donde se encuentra el coraje de repetirlo
(Ibid.).
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5. 8).

Reproches diversos
En la página que hemos leído están sobreentendidos varios reproches: la confusión entre
el rigorismo minucioso en la observancia de la moral y la fidelidad de Dios (la minuciosidad
no es siempre signo de fidelidad); la cavilación en la interpretación de los deberes morales
(es este un defecto que lleva a dos peligros: hace complicada, sobre todo para las
personas sencillas, la observancia de la ley; enseña, y esto sobre todo para los listillos, a
poner en paz la conciencia salvando el esquema de la ley y traicionando su sustancia).
El conjunto del evangelio pone de relieve un tercer peligro: la confianza en las propias
observancias antes que en el amor de Dios que gratuitamente nos alcanza. Por todo esto el
evangelio asume un doble quehacer: destacar el centro de la ley (la caridad) y considerar la
obediencia del hombre a la ley como respuesta al gesto salvífico y gratuito de Dios (Ibid.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 343-356)
.....................
1) La que ha dado a luz es impura durante cuarenta días después del nacimiento de un niño, durante ochenta
días después del nacimiento de una niña. La impureza contraída por el contacto con un cadáver hacía
impuros durante siete días y afectaba a todos los presentes e incluso a los recipientes abiertos. La
purificación resultaba bastante complicada, y debía hacerse con agua lustral en la que se mezclaban las
cenizas de una vaca de pelo rojo, sin defecto, y que no hubiese sido uncida al yugo.
2) Lectura materialista del evangelio de Marcos, Estella 1975; una síntesis de su pensamiento y de sus
hipótesis se puede encontrar en el volumen Lectura política del evangelio, Madrid 1975.
3) Para un estudio serio de este complejo fenómeno. cf. sobre todo J. Jeremías, Jerusalén en tiempos de
Jesús, Madrid 1977.
4) Que más tarde se pondría por escrito, hacia finales del siglo II d. C., en la mishná.

31 - LA FE DE UNA MUJER PAGANA


Mc/07/24-30 Mt/15/21-28
MUJER-CANANEA

Una mujer se adelanta para reivindicar las migajas


En contraste con los fariseos que, antes de gustar el pan, se hacen problema de las
manos lavadas, he ahí una mujer pagana que se adelanta a pedir las sobras del banquete
celebrado en el desierto.
Pero, antes que ella, ha sido Jesús, como de costumbre, quien ha tomado la iniciativa
«saliendo» al territorio de la impureza, entre los paganos.
En un principio, sin embargo, parece que Jesús, si bien ha superado aquella barrera,
permanece aún bloqueado por el racismo religioso típico de los hebreos. Y esto, aunque la
dureza de su posición es atenuada en parte por el «primero» (v. 27): primero tienen que
saciarse los hijos. Mateo dirá: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa
de Israel» (15, 24).
En realidad la barrera es saltada por la mujer, o mejor por su fe. Y se diría que Jesús no
esperaba otra cosa.
El no se mueve mucho fuera de los confines de Israel. Sus contactos con los paganos son
esporádicos. Sin embargo su postura hace que estos últimos descubran el secreto para
acercarse a él y el título (la fe) que les autoriza a sentarse a su mesa.
Más que ir directamente en misión a los paganos, Jesús provee para dejar abolidas todas
las complicaciones de tipo religioso-burocrático y todas las prevenciones en relación con las
mismas, ya que éstas prácticamente cerraban el paso a estos «alejados».
Me parece que toda la narración está articulada en torno a dos términos claves: casa e
hijos. La casa es, inicialmente, donde Jesús se refugia para excluir a los intrusos. A la «hija»
de la mujer, Jesús contrapone los propios «hijos», a los que parece destinado el pan de una
manera exclusiva.
Veámoslo mejor. En casa Jesús busca resguardo. Y precisamente, la casa se convierte en
lugar de encuentro incluso para los «extraños».
Y la mesa, dispuesta para acoger a los hijos, termina por ser una mesa abierta a todos.
Los cachorros, que se conforman con las migajas que caen de la mesa, logran también
ellos encontrar puesto y se convierten en hijos.
Paradójicamente Jesús, aunque no se mueva de aquella casa, alcanza (se deja alcanzar)
de todos aquellos que hasta ahora eran inexorablemente dejados fuera.
Tengamos presente, que, algunas veces, en el hebraísmo, los paganos recibían el
apelativo de perros. El rabí Eliecer sentenciaba: «El que come con un idólatra es como uno
que come con un perro».
Y tengo que decir que el perro era considerado "como la más despreciada, atrevida y
miserable de las criaturas, por lo que resultaba la peor de las injurias llamar a una persona
con este nombre" (P. Billerbeck).
Pero aquí se habla de cachorros, y es difícil que la palabra pueda tener un sentido
totalmente despectivo. De todos modos, estamos siempre dentro de un contexto doméstico.

Las palabras son importantes


Algunos detalles de la narración.
La zona de Tiro (llamada Fenicia en los Hechos) limitaba al nordeste con Galilea.
La alusión a Sidón falta en muchos manuscritos, y probablemente se trata de una
asimilación con el relato de Mt.
El fin de este viaje parece que no fue misionero. Quizás existía en Jesús solamente el
deseo de apartarse. O, también, la exigencia de sustraerse a las «atenciones» de Herodes
Antipas. Un hecho sorprendente en Mc: no hay alusión alguna a los discípulos.
«El retiro en territorio de Tiro constituye la ligazón esencial entre el fracaso del ministerio
galileo y el informe de la jornada decisiva en los alrededores de Cesárea de Filipo".
La mujer es definida en base a su religión (griega, o sea pagana) y a su nacionalidad
(siro-fenicia, para distinguirla de la líbico-fenicia, o cartaginés).
Es la primera vez que en un relato de Mc, Jesús es llamado con el título de «Señor».
Se trata de una curación a distancia. Esto es más bien insólito en el evangelio de Mc,
donde las curaciones se obtienen, normalmente, por contacto o también a través de una
palabra «poderosa». Aquí se trata, por el contrario, de una certeza («el demonio ha salido
de tu hija», v. 29) y de un mandato-despedida («¡Vete!")).
En casa la mujer encuentra a su hija echada en la cama. Quizás el detalle pretende
subrayar un estado de debilidad y postración, después del paroxismo de la posesión
diabólica (V. Taylor).
Se puede observar aún que este milagro está construido más sobre las palabras (sobre
la «lucha» verbal entre la mujer y Jesús) que sobre los hechos.
Y lo que resulta importante es la palabra de la mujer ("...por lo que has dicho..", v. 29)
que logra mover a Jesús de aquel rechazo inicial, pero también la palabra de Cristo. Por lo
que, en el encuadre de un milagro que, entre otras cosas, no se describe, somos invitados
a reflexionar acerca de la palabra que es pan, que es alimento espiritual.
«¡Vete!...». La mujer corre, por supuesto, para constatar el milagro.
Pero también para anunciar a los demás, que son como ella, que en la mesa de Jesús
hay también pan para ellos.
Así como Jesús no sigue la Halacach farisaica, tampoco esta mujer se preocupa de los
límites impuestos por el particularismo judío. Posee, sin saberlo, una fuerza capaz de mover
las montañas (Mc 11, 23).

PROVOCACIONES

1. Puede ser que Jesús fuera a la región de Tiro para «apartarse» (desde la vuelta de los
discípulos no lo ha conseguido).
Pero pienso que ha sido sobre todo la discusión con los fariseos lo que le ha decidido.
Esas son las cosas que acaban con una persona, que la vacían literalmente, que hacen
sentir la necesidad urgente de cambiar de aires.
Jesús, cuando está empachado de minucias legalistas, marcha a otra parte...
Cuando se hace problema de reglamentos, se razona en términos jurídicos, él no está.
Prefiere pasar a otro lugar, entre los paganos, más que permanecer en éste discutiendo
indefinidamente acerca de «nuestras cosas».
Donde las «observancias exteriores» se convierten en la preocupación principal, Jesús
sabe que allí no se puede esperar nada bueno.
Aquí, implicado en disputas mezquinas, escucha siempre los discursos habituales.
En territorio pagano tiene la posibilidad de oír, de labios de una mujer, una palabra
nueva.

2. La insistencia en el tema del pan destinado a los hijos deja adivinar que las primeras
comunidades cristianas son sensibles a la cuestión de la participación a la mesa. Constituía
un motivo de notable fricción entre mentalidades opuestas.
Se diría que el caso no está totalmente resuelto ni siquiera hoy, en ciertos ambientes,
donde se prefiere dar dinero a compartir la mesa, donde se practica la limosna -y quizás un
«tratamiento» con todos los respetos- pero no la hospitalidad, donde no se permite que a
una persona le falte algo, pero a quien se niega el don esencial: hacer que se sienta como
en casa.
Con el agravante de que, en aquel tiempo, se trataba de relaciones entre paganos y
cristianos, mientras que hoy el problema afecta a personas de la misma fe. Y es algo que
de verdad desanima.
No queda sino esperar a que las comunidades cristianas caigan en la cuenta de que la
línea evangélica (la única que define a una comunidad como cristiana) pasa a través del
pan.
Un pan ofrecido aparte a los de fuera no es ya un pan ofrecido sino rechazado. Por
mucho que desagrade, es necesario tener el coraje de reconocer que se da también este
sacramento negativo, al que se acercan muchas personas religiosas: el rechazo de la
comunión.
Hay algo peor que la soledad. Y es el permanecer «entre nosotros» .

3. «Por lo que has dicho...» Entre mis innumerables vicios, no existe la envidia (al menos,
eso me parece). Pero, aquí, no puedo por menos de envidiar a aquella mujer.
Qué daría yo por oír decir algo semejante: «por lo que has dicho...».
El Señor oye muchas palabras mías, incluso excesivas. Quién sabe si al menos una vez,
en medio del montón de mis plegarias charloteadas, el Señor logra descubrir una palabra.
La que le interesa. La que no ha oído nunca. Después de la cual, puedo volver a casa
seguro.
Mis oraciones, con excesiva frecuencia, son peleas que no conducen a nada, grandes
maniobras verbales. Jesús prefiere una oración que sea lucha. Y no desea otra cosa mejor
que quedar vencido. Por una palabra...
4. La mujer siro-fenicia ha sido habilísima.
Ha dado la razón a Jesús. Pero ha logrado traer el argumento a su favor.
«Sí, Señor, pero...». Con aquel "pero" ha tomado al Maestro por la palabra y le ha llevado
a su campo. Le ha arrancado de los hijos, para interesarle por los «cachorros».
A ella le venía muy bien el ejemplo de los perros. No se sentía ofendida en absoluto por
la cercanía. En el fondo, aquella era su arma, y se la había puesto al alcance de la mano
precisamente el adversario.
Precisamente. Yo no pretendo el pan de los hijos. Pretendo las sobras que tocan a los
cachorros.
Quizás esta mujer tiene algo que enseñar a todos, incluso a los maestros de oración más
acreditados.
La oración, en el fondo, consiste en dar la razón al Señor. Y cuando él tiene razón,
cuando estamos de acuerdo con él, nosotros somos los que ganamos.
Cierto, Señor, soy un desgraciado. ¿Pero tu gracia no está destinada precisamente a
aquellos que están desprovistos de ella?
Cierto, soy un pecador. Pero tu perdón no es para ti, debes darlo por fuerza a quien tiene
necesidad de él.
Cierto, Señor, no hago nada bueno. Pero lo importante es que tú hagas algo bueno por
mí (y mi ineptitud, que no me cuesta reconocer, impide que pueda existir confusión en la
atribución de los méritos).
Mira, Señor, conmigo tienes todas las de perder al tener razón...

CONFRONTACIONES

El pan de los hijos


¿Cuál es este pan de los hijos? Aquí se refiere a la curación pedida, allá (en el desierto)
a la palabra de la revelación. Pero la palabra como no era incompatible con la multiplicación
de los panes, así tampoco aquí debe oponerse al milagro. El uno y la otra son la revelación
bajo una doble especie.
Siendo esencialmente signo, como lo quiere Jesús, el milagro no es separable del propio
significado que orienta hacia la palabra. El es la palabra en acto y sólo quien tiene un
corazón duro no puede comprenderlo. Si Jesús duda en hacer una «señal» en territorio
pagano, es porque no se lo ha propuesto ni siquiera en otra parte. El valor esencial de
signo del milagro se perdería, «echado a los perros». Y Jesús escucha inmediatamente la
súplica de la mujer «griega», porque su respuesta demuestra que acepta poner el milagro
en relación con la misión del enviado (A. Nisin, o. c.).

La mujer entre dos banquetes


Para los lectores cristianos del evangelio de Mc la sentencia de Jesús acerca del pan de
los hijos traía a la memoria la primera multiplicación de los panes, en la que fueron saciados
los miembros del pueblo de Dios, los hijos. En la segunda multiplicación, participaron
también los paganos de la Decápolis. Así el episodio de la mujer pagana sella la transición
entre estos dos banquetes mesiánicos; los paganos desde ahora toman parte en el
banquete mesiánico, que para la comunidad cristiana se renueva en la mesa eucarística.
Mc ha puesto de relieve en su evangelio este episodio que daba una solución autorizada
a un problema candente de la comunidad: la posición de los paganos en la historia salvífica
(R. Fabris, o. c.).
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: Verdaderamente comprendo que Dios no hace
acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le
es grato (Hech 10, 34).

Una luchadora ejemplar


G. Dehn recuerda que Lutero tuvo una verdadera predilección por esta mujer, y la ha
considerado siempre como un gran ejemplo del combate de la fe con el Dios escondido,
donde la fe consiste en dejarse despojar por Dios, agarrándose al no divino, hasta que se
cambia en sí. Y cita este párrafo de ·Lutero-M:
«Por eso este es un alto y excelente ejemplo por el que se ve qué potente, qué
imponente y qué fuerte es la fe. Coge a Cristo por su palabra que es irritada, y hace de la
palabra dura una consoladora inversión, ejecuta un golpe maestro y hace prisionero a
Cristo de su misma palabra.
«El ha comparado a la mujer con un perro: ella lo acepta y pide solamente que la deje ser
un perro, tal como la ha juzgado.
«¿A dónde quiere llegar Jesús? Ha quedado atrapado. A un perro se le dejan las migajas
caídas bajo la mesa. Es su derecho. Y entonces él se abre y le da lo que quiere, y ya no es
un perro, sino una hija de Israel. Así ella recibe no sólo el derecho del perro, sino también el
derecho del hijo» (citado por G. Dehn, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 357-363)

32 - JESÚS CURA A UN SORDOMUDO


Mc/07/31-37 Mt/15/29-31
MIGRO/SORDOMUDO

Jesús se entretiene en el mundo de los marginados


Se diría que Jesús se encuentra bien en territorio pagano.
En efecto, siguiendo el itinerario trazado por Mc, para descender al mar de Galilea, sube
aún más hacia el norte y hace un viaje bastante tortuoso. Sería como ir de Salamanca a
Madrid pasando por Valladolid...
En realidad, quiere llevar las primicias de la salvación a aquel mundo que los judíos
consideraban como el mundo de los marginados.
Entre otras cosas, no está lejos de la región de Gerasa, de donde fue obligado a alejarse
como consecuencia de aquella faena de los cerdos.
Cuando se comenta el suceso sorprende el hecho de que muchos exegetas van a la
búsqueda de significados recónditos y bastante elaborados para cada pequeño gesto.
Se tiene casi la impresión de que Jesús, más que preocuparse de la curación de aquel
pobre hombre que le han puesto delante (v. 32), esté interesado por hacer comprender
otras cosas. En suma, la curación como un pretexto banal y sin importancia.
Que el milagro esté puesto en la secuencia de los panes, no autoriza, creo, a forzar más
de la cuenta el significado de la curación de un sordomudo.
A lo más, este encuentro puede colocarse en la perspectiva de la comprensión del pastor
hacia las ovejas más abandonadas y desafortunadas.
Hace sospechar que, descartando la interpretación alegórica de las parábolas, se emplee
después la clave alegórica de una manera exagerada, y sobre todo, artificial a propósito de
los milagros.
Reducir el milagro a una función didáctica exige la operación llevada a cabo en el pasado
por una cierta apologética que lo usaba como «prueba» de la divinidad de Cristo. En los dos
casos, estamos frente a una instrumentalización indebida y se termina por «vaciar» el
milagro de su fin más inmediato: Cristo quiere probar, esencialmente, su piedad hacia el
sufrimiento de los hombres.
Leamos, pues, el episodio, antes de cualquier otra preocupación simbólica, en su realidad
concreta.
El encuentro preliminar se produce a través de la mediación de otras personas.
El milagro, sin embargo, se desarrolla «apartándole de la gente, a solas» (v. 33), como va
a suceder dentro de poco con el ciego.
Los milagros de Jesús nunca pretenden ser gestos espectaculares destinados a
impresionar. No tiene ningún deseo de «dar el golpe», y conseguir aplausos y fáciles
aquiescencias bajo el influjo del entusiasmo.
El hombre está sordo. Más que mudo, la palabra usada se refiere a uno que se expresa
con dificultad, que no logra articular bien las palabras.
Los gestos realizados por Cristo recalcan las prácticas en uso entre los curanderos de la
antigüedad. Quizás, en la descripción, se pueden descubrir rastros de la antigua liturgia
bautismal.
Por lo general, a la saliva se le atribuían propiedades terapéuticas. La técnica adoptada,
un poco rudimentaria e incluso pueril, según algunos es rescatada por la invocación de la
ayuda divina («levantando los ojos al cielo» es una expresión que indica la oración). O sea,
nos encontramos a un nivel que ya no es sólo el de la medicina.
Sostengo que el «gemido» de Jesús (v. 34) debe entenderse, simplemente, como una
profunda participación suya en la miseria humana, que aparece dramáticamente evidente
en aquel hombre.
La fórmula «ábrete» es dicha en arameo (y he aquí que autorizados estudiosos se
plantean, con gravedad, esta pregunta pueril: si ese hombre es sordomudo de nacimiento,
¿cómo puede entender el arameo?...).
Advierte Schnackenburg: «La palabra transmitida en arameo y traducida para los lectores
no va dirigida a los órganos enfermos, sino al paciente mismo: "¡ábrete!". Según la
concepción hebrea el hombre entero está enfermo; y cuando sana... es el hombre entero el
que queda curado».
En clave simbólica, la fórmula puede expresar el mandato-deseo de Jesús: que también
los paganos se abran al gozoso anuncio.
En el v. 36 vuelve a aparecer la teología de Mc acerca del secreto mesiánico con la
orden de callar y la consiguiente transgresión.
Comenta J. Delorme: «Se da en Mc un conflicto entre dos tendencias: quiere manifestar
que en Jesús el reino de Dios se ha acercado pero, al mismo tiempo, es necesario que la
gente no saque la conclusión de que Jesús es el Mesías, porque este título resulta muy
ambiguo; es necesario que sea purificado, desmitologizado a través de la muerte de cruz: el
Mesías es el crucificado. Se notará que aun cuando la consigna del silencio no es
respetada, la gente no llega nunca en Mc, a concluir que Jesús es el Cristo; admira sus
obras, pero no le da el título que le correspondería por ellas. Y así la teoría del secreto
mesiánico queda salvaguardada».
Lo que resulta más bien extraño, en el contexto de este episodio, es que la multitud, la
cual debería guardar silencio acerca del milagro, ¡es excluida!
«Todo lo ha hecho bien...» (v. 37). La expresión recuerda el relato de la creación. «Vio
Dios todo cuanto había hecho, y he aquí que estaba muy bien» (Gén 1, 31).
Cristo, luchando contra el mal y el sufrimiento, eliminando los «deterioros» visibles en el
hombre, devuelve la creación al esplendor original. Es más, inaugura la nueva creación.
«...Hace oir a los sordos y hablar a los mudos». Aquí aparece evidente la referencia al
célebre pasaje de Isaías: «...él vendrá y os salvará. Entonces se despegarán los ojos de los
ciegos y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la
lengua del mudo lanzará gritos de júbilo» (Is 35, 4-6).
La comunidad cristiana de Mc -si no la gente de la Decápolis- reconoce en el gesto de
Jesús, que cura al sordomudo, la señal de que ha llegado el tiempo de la salvación
anunciado por los profetas.
Y esto constituye un motivo de confianza y de esperanza.
«Desde el momento que Dios ha iniciado su obra de salvación, la llevará a término» (J.
Delorme).

PROVOCACIONES

1. «Apartándole de la gente, a solas...». Basta con esto. No es necesario repetir los


gestos sucesivos. La curación, para nosotros, puede darse ya en este momento.
Jesús nos ha desvelado el secreto de un milagro que podemos, debemos repetir también
nosotros con cierta frecuencia. Porque nuestra sordera y nuestra mudez (o tartamudeo) se
suceden periódicamente.
Es suficiente quedarse a solas, lejos de la gente.
Encontrarse cara a cara con el Maestro.
Y recobramos, inmediatamente, la capacidad de escuchar y la posibilidad (quisiera decir
el derecho) de hablar.

2. «Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos...».
Para hacer hoy todo bien, sería necesario que Jesús modificase ligeramente el milagro e
hiciese hablar a los que no son sordos, y solamente a éstos.
Tengo la impresión, en efecto, de que hay muy pocos mudos en relación a tantos sordos.

Quiero decir: si hablasen solamente quienes son capaces de escuchar, ganarían con ello
tanto la palabra como el silencio.

3. Me atrevo a esperar que el detalle no sea casual.


Un milagro en el milagro.
Al enfermo se le desata el nudo de la lengua, pero son los otros los que «proclaman» la
curación.
Del beneficiario no se registra ni siquiera una palabra.
Se trata de algo estupendo. Una de las «acciones de gracias» más extraordinarias.
El hombre, ahora, puede hablar.
Y lo demuestra callando.
Le ha sido restituida la palabra.
Y, por eso, comienza con el silencio.
(Para hablar, hace falta tener algo que decir. Pero, para callar es necesario tener un
misterio que adorar).

CONFRONTACIONES

Reencontrada la alabanza
Me parece evidente que Mc, con esta curación, quiere decir algo más que narrar el
simple hecho de otro enfermo curado. Se trata una vez más de una curación hecha en un
país pagano. Este sordomudo le debe haber parecido a Mc, en su sufrimiento, como el
típico representante del paganismo, sordo respecto a Dios e incapaz de alabarlo. Y he aquí
el gran milagro: el poder liberador de la palabra rompe la sordera espiritual, y la lengua se
mueve en alabanza a Dios.
La expresión: «hablaba correctamente», va más allá del hecho que el hombre
pronunciase bien, e indica la renovación del cuerpo y del alma de la humanidad sin Dios (G.
Dehn, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 364-368)

33 - SEGUNDA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES


Mc/08/01-10 Mt/15/32-39
MIGRO/PANES

¿Dos redacciones de un solo milagro?


Una segunda narración de la multiplicación de los panes plantea inmediatamente un
problema: ¿estamos frente a una repetición del mismo milagro o frente a dos milagros
distintos?
Es interesante descubrir la intención del autor. Ahora, después de una primera lectura, se
saca la impresión de que Mc intenta referir dos episodios distintos (aunque pueda servirse
de un montaje narrativo común).
Jesús mismo, poco después (8, 19-20), alude a dos milagros distintos.
Sea como fuere, intentemos poner uno junto a otro, como sobre dos paneles, los dos
relatos, y destaquemos en primer lugar los elementos comunes, que ponen en evidencia
una estructura interna casi idéntica.

Mc 6, 30-44 Mc 8, 1-10

Compasión hacia la multitud como motivo del milagro

Vio mucha gente, sintió compa- Me da lástima de esta gente


sión de ellos (v. 34). (v. 2).

Jesús parte el pan de la enseñanza

Se puso a instruirles extensa- Porque hace ya tres días que


mente (v. 34). permanecen conmigo (v. 2).

Objeción de los discípulos

¿Vamos nosotros a comprar ¿Cómo podrá alguien saciar de


doscientos denarios de pan pa- pan a éstos aquí en el desierto?
ra darles de comer? (v. 37). (v. 4).

Pregunta acerca de las provisiones

¿Cuántos panes tenéis? (v. 38). ¿Cuántos panes tenéis? (v. 5).

Respuesta acerca de las provisiones

Después de haberse cerciorado, Respondieron: «siete» (v. 5).


le dicen: «cinco (panes) y dos
peces» (v. 38).

Mandato a la multitud

Les mandó que se acomodaran El mandó a la gente acomodar-


todos por grupos sobre la verde se sobre la tierra (v. 6).
hierba (v. 39).

El milagro no se describe

Y él, tomó los cinco panes y los Y tomando los siete panes y
dos peces, y levantando los ojos dando gracias, los partió e iba
al cielo, pronunció la bendi- dándolos a sus discípulos para
ción, partió los panes y los iba que los sirvieran (v. 6).
dando a los discípulos para que
se los fueran sirviendo (v. 41)

La multitud saciada

Comieron todos hasta saciarse (v. 42). Comieron y se saciaron (v. 8).

Recogida de las sobras


Y recogieron doce canastos lle- Y recogieron de los trozos so-
nos de trozos de pan y las so- brantes siete espuertas (v. 8).
bras de los peces (v. 42).

Censo de los comensales

Los que comieron los panes Fueron unos cuatro mil (v. 9).
fueron cinco mil hombres (v. 44).

También la continuación del relato presenta un evidente paralelismo en la sucesión de los


hechos, como aparece en este cotejo:

Despedida de la multitud (6, 45). Despedida de la multitud (8,9).

Travesía-llegada a Genesaret Travesía hacia Dalmanuta


(6, 47-56). (8, 10).

Controversia con los fariseos Controversia con los fariseos y


(7, 1-23). rechazo de un signo (8, 11-13).

Diálogo con la sirofenicia y mi- Diálogo con los discípulos (8,


lagro (7, 24-30). 14-21).

Curación del sordomudo (7, 31-37). Curación del ciego (8, 22-26).

Diferencias en los dos relatos


Después de haber puesto de relieve los elementos comunes del montaje narrativo de Mc,
señalamos las diferencias en los dos relatos de la multiplicación de los panes.
El dato que llama más la atención es el de las cifras. Pero no solamente éste.
-Cinco panes para cinco mil en el primer caso, siete panes para cuatro mil en el segundo.

-Doce canastos de sobras la primera vez; siete espuertas la segunda.


-Ninguna alusión a la hierba verde en el segundo milagro; se trata de un verdadero
desierto.
-La oración antes de la multiplicación: «pronunció la bendición» (de euloghein) en el
primer milagro; «dio gracias» (de eucharistein) en el segundo.
Pero hay otras cosas.
Como advierte J. M. Van Cangh, el elemento pan ya está suficientemente acentuado en el
primer relato, en donde, por ejemplo:
-Toda la narración está centrada en la bendición del pan.
-No se dice nada del papel de los discípulos en la distribución de los peces.
-La alusión a las sobras de los peces (v. 43) da la impresión de un añadido
desafortunado.
-Se habla solamente de «los que comieron los panes» (v. 44).
Pero el elemento pan es acentuado todavía más fuertemente en el segundo relato:
-Efectivamente en el primer caso los apóstoles, después de hacer el inventario de las
provisiones, dan razón tanto de los panes como de los peces. Aquí, sin embargo, no se
mientan los peces. Aparecerán más tarde («tenían también unos pocos pececillos...», v.7),
como si Mc hubiese puesto remedio a un olvido no demasiado grave. De todos modos se
trata de un añadido tardío o de un «cosido redaccional» (Van Cangh).
-No se habla de las sobras de los peces.
Así pues, la acentuación de los trazos eucarísticos en el milagro es aún más evidente, en
esta segunda narración, y también por las fórmulas usadas (que recuerdan las de la
institución de la Eucaristía), e incluso por el hecho de los peces que es puesto aparte.
Se saca la impresión de que, en la narración original, panes y peces ocuparon el mismo
lugar. Posteriormente, en el contexto de una catequesis eucarística, los peces estorbaban
no poco y consiguientemente en el primer momento habrían sido abolidos por completo, e
introducidos más tarde de nuevo -después de la acentuación del elemento pan- para
reequilibrar la narración primitiva del milagro que, como hemos dicho, comportaba los dos
elementos.
Esta, al menos, es la opinión de muchos estudiosos.

Una mesa a la que están invitados también los paganos


Todavía no hemos dado una respuesta a la pregunta inicial.
La solución que proponemos no pretendo imponerla como categórica.
De todos modos, y a pesar de las variantes a que nos hemos referido, se tiene la
impresión de que la primera multiplicación de los panes corresponde a una tradición
madurada en un ambiente judeocristiano, mientras que la segunda se habría desarrollado
en un contexto pagano-cristiano.
Diversos indicios concurren a legitimar esta interpretación.
Las mismas palabras pueden ser significativas.
Por ejemplo, tenemos los «canastos» y las «espuertas». Parece que los «canastos»
forman parte de un lenguaje en uso entre los hebreos, mientras que «espuertas» sería un
término peculiar del griego. Sólo son, obviamente, matices de vocabulario. Pero, a veces,
distintos matices puestos juntos concurren a orientar hacia una idea. Es necesario tener en
cuenta esto, pero sin darle un peso determinante (respecto al vocabulario, conviene estar
atentos para no dejarse llevar de especulaciones fantásticas).
Y todavía, a propósito de las sobras, es necesario no perder de vista el número siete.
Hemos dicho ya que los doce canastos podrían simbolizar los doce apóstoles.
La segunda narración, ambientada en terreno pagano, habla de siete espuertas. Según
algunos, la cifra hace referencia a los «siete hombres, de buena fama, llenos de espíritu y
de sabiduría» a quienes se confía «servir a las mesas», y que al mismo tiempo habían
asegurado la difusión de la palabra entre los paganos (Hech 6, 2-7).
Otro indicio se puede recabar del hecho que Lc sustituye la segunda multiplicación con la
misión de los setenta y dos en Samaria.
Finalmente se puede todavía subrayar la expresión «algunos de ellos han venido de
lejos» (v. 3). En la iglesia primitiva, con esta fórmula, se designaba precisamente a los
paganos.
Tengamos presente que, en el desarrollo de la trama narrativa, Mc habla explícitamente
de una incursión de Cristo en un territorio no judío.
Sobre todo se hace fundamental el diálogo-lucha con la mujer sirofenicia. Jesús sale
vencido por la fe de una pagana, quien pretendía precisamente que las sobras del pan
caídas de la mesa de los hijos, fueran a parar a los cachorros (paganos).
Aquí la petición de la mujer es oída mucho más allá de su misma pretensión.
Detalle del lenguaje nada despreciable: el verbo «saciar» aparece en Mc solamente tres
veces: en los dos relatos de la multiplicación de los panes y, precisamente, en el coloquio
con la sirofenicia.
El «primero» a los hijos supone un «después» a los otros (según la linea de la teología de
Pablo). Tanto más cuanto que el rechazo de los hebreos hace totalmente justificable la
llamada de los paganos.
Mc -como dice Van Cangh- no tiene dificultad alguna para reconocer la posición
privilegiada de los judíos en la historia de la salvación, admite su prioridad. Pero es también
hábil para contraponer al ritualismo de los fariseos (discusión acerca de lo puro e impuro) la
fe obstinada y sin complicaciones de la mujer pagana. El «primero» se bloquea con el
rechazo y deja vía libre al «después».
Y así no es casual el hecho de que precisamente el episodio, que tiene como protagonista
a la mujer «griega», haga de bisagra entre las dos multiplicaciones de los panes.
Mc, de todos modos, limpia el terreno de todo tipo de pretensión particularista. Ninguna
exclusión y ningún impedimento.
Así como la prioridad de la llamada de los hebreos en la misión de Jesús no excluye la
incursión en territorio pagano, tampoco el rechazo de los primeros significa una exclusión
absoluta y definitiva.
También éstos pueden estar «incluidos» en la invitación al banquete que va dirigida a
todos, sin excepción.
De todos modos, permanece el hecho de que muchos consideran el segundo milagro
como la expresión más manifiesta de la llamada de los paganos a la salvación, y subraya el
alcance universal de la misión de Jesús.
Galilea, cuna del evangelio, se convierte así en la Galilea de las naciones (1).

¿Dónde ponemos los peces?


Los peces, omitidos por exigencia de catequesis eucarística, no pueden quedar, sin
embargo, totalmente fuera del relato.
Es verdad que en el «milagro» de Eliseo, que representa el modelo literario en el que se
inspira Mc, los peces no entran para nada.
Y, sin embargo, existe una exigencia fundamental que hay que respetar. Se trata de
presentar a Jesús como el nuevo Moisés que guía al pueblo a través del desierto y le
asegura el alimento en las circunstancias más inverosímiles.
Los episodios del maná y de las codornices (Ex 16; Núm 11) deberían encontrar su
paralelo en el relato de la multitud saciada por Jesús en un lugar desierto.
Maná y pan pueden conciliarse.
Pero parece que los peces están totalmente fuera del tema.
Por otra parte, Lc y Mt se encuentran bastante a disgusto y no lo disimulan. Prefieren no
insistir excesivamente en el asunto de los peces.
Pero Mc no se siente incómodo en absoluto. Y, teniendo que introducirlos en la narración,
después de la interpretación en clave eucarística del milagro, lo hace con cierto deterioro en
la forma literaria, pero con la convicción del simbolismo representado por este elemento.
Hemos citado ya el axioma rabínico «como el primer liberador, también el segundo».
Ahora, en base a esta sentencia, el Mesías tenía que hacer los mismos milagros que Moisés
(es más, superarlos infinitamente): sobre todo el don del maná y del agua sacada de la roca.

Un midrash antiguo, comentando el primer capítulo de los Números decía: «¿Han


murmurado porque no tenían peces que comer? Pero si existía una fuente que los
acompañaba en el desierto y les proporcionaba muchos más peces de los que temían
necesidad».
Por su parte los rabinos aseguraban que esta fuente (de Miriam) se había sumergido en
el lago de Tiberíades con ocasión de la entrada en la tierra prometida.
Si a esto añadimos otro filón del pensamiento judío -el del banquete mesiánico
caracterizado por la abundancia de alimento (en el que, entre otras cosas, se servía carne
del Leviatán)- nos damos cuenta de que los peces venidos de la fuente de Miriam podían
representar el equivalente de las cordornices venidas del mar.
Es verdad que se trata de tradiciones. Pero no debemos olvidar que Mc se dirigía a
comunidades bastante habituadas a las sutilezas de los midrashim. Tanto más cuanto que
se trataba de subrayar la tipología de Jesús, nuevo Moisés.
La inserción de los peces se debería, pues, colocar a nivel de la comunidad judía de los
«helenistas».

Conclusión
Se puede, pues, afirmar, con razones válidas, que sólo hubo una multiplicación de los
panes. Acerca de este hecho histórico único, las primeras comunidades desarrollaron una
interpretación propia en base a exigencias específicas. Algunos detalles de la narración
fueron acentuados o también atenuados según la perspectiva en que se colocaba la
comunidad palestina o la griega.
Si estuviésemos frente a un segundo milagro, entonces la torpeza de los discípulos
alcanzaría cotas... difamatorias.
En suma, no tendría sentido la pregunta: «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a estos
aquí en el desierto?» (v. 4), si hubiesen sido espectadores de un milagro precedente. De lo
contrario habría que tenerles por enfermos de algo, que es más que una simple «dureza de
corazón»...

PROVOCACIONES

1. Nos bastaría con las sobras. No las de pan.


Nos valen, sin embargo, las sobras de la enseñanza «partida» por Jesús durante aquellos
tres días en el desierto.
Con aquellas migajas caídas de la mesa de la palabra, podríamos seguir adelante por un
trecho, volver a casa sin peligro de desmayarse por el camino bajo el peso de las cosas que
obstinadamente cargamos sobre nuestras espaldas.
La enseñanza de Cristo, en efecto, nos convence de que el problema de la seguridad, en
el desierto, está en proporción directa del ir descargado.
La supervivencia está garantizada por el hecho de que te privas gozosamente de algo que
considerabas indispensable.
Que no te faltará nada si te preocupas de dar algo a los que encuentres en tu camino.
Que existe un drama peor que el de tener hambre: y es tener que comer solo el propio
pan.
«Tengo hambre de todo el pan que como solo y soy pobre de todos los bienes que no
ofrezco» (G. Thibon).

2. Es una suerte que el milagro, en sí, no se describa.


Así, en aquel espacio vacío, entre el tomar los pocos panes que habían llevado y la
liturgia de la distribución, en el espacio vacío entre la oración de Jesús y el ir y venir de los
apóstoles, puedo ponerme a mí mismo en las manos de Cristo.
En aquel espacio vacío hay gente que querría poner documentos, papeles, análisis
sabios.
Cristo, por el contrario, quiere personas.
Si, la persona que se convierte en pan. Que se libera de las limitaciones individuales. Que
se deja triturar el núcleo del propio egoísmo. Que, en las manos de Jesús, acepta hacerse
don, convirtiéndose en signo, sacramento de su amor a los hombres...
Sólo así puedo entender cómo llega el milagro.
Caigo en la cuenta de que todo el secreto está en aquel verbo, el más difícil y el más
liberador de la gramática cristiana: partir.
Comprendo, sobre todo, que a través del «dar» no llegaré nunca a encontrar al otro. Es
sólo gracias al «darme» como soy conducido al encuentro del hermano.
Si me limito a dar, los hombres continuarán muriéndose de hambre.
Ya es difícil perder. Muchos no aceptan esta lógica.
Pero Jesús va más allá. Y propone la paradoja del perderse. No hay por qué sorprenderse
de que los discípulos y, no sólo aquéllos, no hayan entendido «el hecho de los panes».
Sí. El milagro no está claro, no se describe. Y aquel espacio se quedó vacío entre la
estadística (frustrante) y la solución (bajo la enseña de la hartura) da miedo.
Miedo de encontrarse en medio, personalmente. Y no poder hacerse sustituir por algún
kilo de papel, por algún consejo...
Mientras que hay motivo para cogerse la cabeza entre las manos y fingir estar
preocupados, angustiados, por los problemas de los otros, para debatirlos, afrontarlos
detrás de una mesa puesta con palabras, nos encontramos por lo regular en primera fila.
Pero cuando Cristo nos hace entender que no tiene necesidad de individuos que se cojan
la cabeza entre las manos, sino de personas que estén dispuestas a perder la cabeza, que
él no sabe qué hacer con expertos que ofrecen soluciones, sino que necesita «ingenuos»
que se ofrezcan como solución, entonces nos deslizamos atrás del todo, nos ocultamos en
las últimas filas, nos sentamos.
Fingimos no entender.
El no nos ha mandado sentarnos.
Sino hacer sentar a los demás.
Y las desgracias del mundo nacen precisamente de este trágico equívoco.

3.Las sobras llegan después, no antes.


Quiero decir que el Señor no te permite tener algo para ti.
Debes dar todo. Debes gastarte totalmente, sin reservas. La expoliación debe ser
completa. No te es permitido «ahorrar» algo en previsión de tus necesidades.
Sólo cuando no te quede nada, tendrás la sensación de no pertenecerte más, que tu vida
está tomada por los otros, entonces recogerás «las sobras».
Y habrá «sobras» de tipo especial. Algo verdaderamente completo, intacto.
Se te restituirá una vida llena de significado.

4. Dicen que el mundo se ha convertido en «un gran pueblo». Un cosmonauta lo puede


recorrer en hora y media, no más.
Dicen que en este gran pueblo existen cien ricos y doscientos treinta pobres.
Dicen que en el barrio de los ricos muere por término medio una persona al año y nace
menos de un niño. Mientras que en el barrio de los pobres mueren tres y nacen nueve.
Dicen que, hechas las proporciones, en el gran pueblo del mundo cada año hay diez
millones de ricos más y cada vez más ricos. Y sesenta millones de pobres más y cada vez
más pobres.
Dicen que en el gran pueblo del mundo hay alguien que sabe hacer muy bien las cuentas.

Dicen que por el gran pueblo que es el mundo circula una palabra milagrosa: progreso.
Pero que los pobres aún no han aprendido a llenar su estómago con esta palabra de alto
contenido nutritivo.
Señor, ¿te importará dejar el desierto y venir a dar un vistazo a este gran pueblo?
Llegarás de prisa, pero es probable que te haga entretener algo más de tres días.
Te advierto que no deberá sorprenderte si alguno de nosotros enviado a hacer el
inventario de las provisiones, tiene que ir derecho y corriendo a las casas de los pobres...
Qué quieres, es la costumbre. La costumbre del progreso.

CONFRONTACIONES

Libertad de la tradición
Se puede pensar que Mc ha registrado las dos tradiciones en un solo milagro de los
panes, insertándole en el cuadro general de la sección de los panes. Así, el segundo
milagro se conecta muy bien con la perspectiva de la llamada de los paganos a la salvación:
con el principio nuevo acerca de la pureza Jesús elimina la separación entre paganos y
judíos, con los dos milagros en territorio pagano anticipa la admisión de éstos a la salvación;
y finalmente con el banquete mesiánico en el desierto acoge a los paganos venidos de lejos
en la plena comunidad de la mesa...
...Esta libertad de la tradición y de los evangelistas respecto al material evangélico puede
desconcertar sólo a quien considera los gestos y las palabras de Jesús objeto de análisis
histórico y de investigación lingüística. Pero donde la persona de Jesús, su persona y
enseñanza no están embalsamados, sino que son fundamento y alma para la vida de una
comunidad, allí sus palabras y sus gestos asumen el calor y la tonalidad de la vida de cada
día con sus problemas, tensiones y esperanzas.
Sólo con esta condición, la fidelidad a Jesús es fidelidad al viviente que anuncia el
evangelio, la alegre noticia actual para todos los hombres (R. Fabris, o. c.).

La parodia de la Eucaristía
No podemos hablar ni de unión ni de reconciliación si no arreglamos las cuentas con las
cosas.
La sociedad de consumo es una eucaristía al revés, es una parodia de la Eucaristía: es la
exaltación de una comunión, de un encuentro obtenido con el estropicio de los productos,
con la violación de su uso. Las cosas ya no sirven para la necesidad, sino para el lucro y
consiguientemente para oprimir, para excavar zanjas, para dividir cada vez más. Aquella
inocente botella de coñac que es presentada en un fulgor de rayos, como una custodia,
rodeada de una comunidad feliz, es la imagen más directa de esta parodia eucarística.
...Si nosotros los católicos tuviéramos claro el significado de la Eucaristía, sería suficiente
para juzgar la trágica farsa de la sociedad de consumo...
...No hemos asimilado a fondo el discurso de la comunión.
...Nos han ofrecido medidas e instrumentos de crítica inadecuados para poner en juego
los verdaderos valores y los verdaderos males de la sociedad. Somos evangelizadores, y
evangelizar significa resanar el mundo, liberarlo de lo que lo oprime y lo hace triste,
doloroso. Pero no sabemos qué es lo que le hace triste; y somos los primeros en aceptar lo
que hace triste al mundo (A. Paoli, Camminando s'apre cammino, Torino 31978).
.....................
1) Hay que tener presente que los confines de Galilea, cuando Mc escribe, no eran ya los mismos que
en tiempos de Jesús. Especialmente si se coloca la redacción de este evangelio después del 70. Así, a
consecuencia de la insurrección judía, saltan las antiguas divisiones políticas y los romanos agrupan las
diversas regiones en una única provincia de Siria-Palestina. He aquí, pues, que Mc pasa del antiguo
concepto geográfico de Galilea (dividida en territorios bajo la jurisdicción de Herodes Antipas y de Filipos)
al concepto teológico de la Galilea de las naciones.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 370-380)
34 - LOS FARISEOS PIDEN UNA SEÑAL
Mc/08/11-13 Mt/12/38-39 Mt/16/01-04 Lc/11/16/29-32 Jn/06/30

La libertad de Dios
El tema dominante del relato (según algunos sería un apotegma) es la ceguera de los
hombres. Y su pretensión de someter a Jesús y su mensaje al examen de los signos.
El v. 12, que expresa el rotundo rechazo de Jesús, es ante todo restituido a su dureza
original. La traducción literal, en efecto, suena así: «en verdad os digo, si a esta generación
no le será dado un signo...».
G. Nolli explica: «El "si" equivale al hebreo "im", semitismo que sobreentiende una
imprecación: "(Podría morirme) si diera una señal". Equivale a una negación absoluta y se
usa con sentido negativo, en todo el nuevo testamento, solamente en este pasaje; en los
otros casos vale para afirmar». La expresión «esta generación» es considerada como
ofensiva en el antiguo testamento y en la literatura rabínica. «Caracteriza el conjunto de
aquellos que se rebelan contra la revelación divina» (Lohmeyer).
Como es habitual, no se dice de dónde vienen los fariseos. Normalmente, en el evangelio
de Mc, «se presentan», aparecen de improviso. Sobre todo cuando se trata de discutir o
polemizar sobre algo.
Pero aquí más que entablar una polémica acerca de un tema específico o sobre un
incidente, adelantan una pregunta, frente a la cual Jesús puede decir simplemente sí o no.
J/TENTACIONES: Tengamos presente que la palabra «señal» quiere decir sello, o
también «contrasigno que distingue exteriormente».
Comenta ·Schweizer-E: «No se trata de un problema particular. Sino del problema de
fondo: qué es la fe. 'Cielo" podría ser una perífrasis de Dios, pero es más probable que se
aluda a una señal que no había podido ser dada por un taumaturgo cualquiera: quizás un
milagro cósmico, de naturaleza apocalíptica.
«Una petición de esta especie es una "tentación". Es verdad que Mc precisamente es
quien subraya con trazos vigorosos la concreción del hacer de Dios; pero él sabe que
cuando se pide la señal, cuando, en una palabra, la fe termina por depender de una
demostración visible, se sitúa en el camino equivocado. En este caso la fe no sería más que
una deducción lógica, a la que podría llegarse incluso sin compromiso personal.
«La palabra original de Jesús es una advertencia para no hacerse a priori una imagen de
Dios sobre la cual se mida la acción divina para después decidir, en base a tal medición, si
aquí Dios efectivamente está actuando o no, antes de ponerse de su lado.
«La comunidad que ha relacionado esta palabra con la narración de la multiplicación de
los panes, ha querido hacer una distinción entre una señal libremente dada por Dios, capaz
de cuestionar al hombre y fortificar al hombre, y una señal pretendida por el hombre, que
destruye la fe».
Creo que es uno de los análisis más lúcidos y profundos de la perícopa en cuestión.
Y ·Fabris-R dice: «Por parte de los fariseos está la pretensión de basar la fe en la
demostración evidente y controlable de Dios, sin correr el riesgo del compromiso personal.
Desde una postura de espectadores y controladores neutros y distantes, son capaces de
establecer lo que es señal o no de la presencia de Dios.
«Esto significa reducir la libertad de Dios dentro de los límites de los propios prejuicios,
de los propios esquemas subjetivos. En tales condiciones ya no hay espacio ni para la
libertad humana ni para la experiencia genuina de la fe. La fe es el cotejo más serio de Dios
con el hombre, como sucedió en el caso de Jesús.
«El rechazo de Jesús de instrumentalizar la libertad de Dios en favor de quien tiene
miedo a vivir en el riesgo de la libertad, es el rechazo a vender a buen precio la libertad del
hombre».
No es casual que Mc no describa las tentaciones de Jesús al principio de su ministerio,
habla de tentación (v. 11) a propósito de esta petición de los fariseos. «Es la invitación
engañosa, en nombre de una presunta seriedad religiosa, a recorrer el camino del
mesianismo espectacular» (R. Fabris).
Dentro de poco Jesús indicará, sin posibilidad de equívocos, cuál es el camino
completamente opuesto a la espectacularidad y al triunfo que pretende recorrer hasta el
fondo. Y entonces «aparecerá» Pedro intentando impedírselo. Y será tratado,
precisamente, de «tentador».
Las tentaciones de Jesús, pues, en el evangelio de Mc no constituyen un episodio inicial
circunscrito, sino que se desarrollan y manifiestan y se entremezclan dramáticamente en su
itinerario, con la pretensión de modificarlo sustancialmente y trastocar su sentido.
Este es el núcleo fundamental de la discusión.
Pero debemos tener también presentes algunos detalles del texto que Mc presenta.
«Dando un profundo gemido...» (v. 12). La expresión denota una emoción intensa, con
una mezcla de amargura, indignación, doloroso estupor, cansancio.
También la postura final expresada por el verbo «dejándolos» es más bien descortés.
Jesús les deja plantados, sin excesivos cumplidos. Les abandona a su curiosidad, a su
indiscreta pretensión de controlar sus credenciales a través del sello de algo espectacular.
El toma las distancias de esta gente que pide pruebas exteriores.
La barca que pasa a la orilla opuesta indica que Jesús no está dispuesto de ninguna
manera a fomentar los equívocos, a comprar la adhesión de los hombres, complaciéndoles
en sus manías sensacionalistas, y saliendo a su encuentro por el camino de la facilidad.
Es posible alcanzarlo, en la otra orilla, si se abandonan las seguridades de la tierra firme,
afrontando el riesgo de la fe.

PROVOCACIONES

1. La pena es que los fariseos de siempre también exigen «pruebas» de los otros.
No caen en la cuenta, ante todo, de que la libertad de Dios y la libertad del hombre van a
la par.
Si Dios les complaciese -según sus pretensiones- violaría la libertad de los hombres;
condición indispensable para una relación de fe y de amor con él.
No. Estos atentan con desenvoltura contra la libertad de Dios, con la pretensión de
imponerle los modos de manifestación.
Y, de la misma manera, se comportan con los demás. Pretenden «signos» de fidelidad,
de religiosidad, de autenticidad cristiana. Los signos que ellos llevan en la cabeza,
entiéndase bien.
Esa gente es de la que quisiera someter a todos a examen. Y pobre de él si da una
respuesta que no está contenida en sus manuales. Se le suspende inexorablemente.
O se responde en base a las fórmulas codificadas por ellos, o no hay nada que hacer.
Indiscretos con Dios, indiscretos con los hombres.
Dispuestos a medir todo con su metro, frecuentemente mezquino y ridículo.
Uno puede incluso hacer milagros. Pero si no son los autorizados por ellos (casi siempre
milagros de... pequeñez y de comportamientos formales), no supera los exámenes.
Pero hay que decir que precisamente ellos quedan suspendidos en el examen de fe y en
la prueba del amor.

2. Pero han tenido el signo. Cuando Jesús les ha dejado. También la ausencia puede ser
significativa.
La barca que se aleja, que se dirige a otro lugar, era la señal que deberían haber leído.
Jesús les hacía la señal para que abandonaran sus seguridades y subieran a la barca
con él, afrontando la aventura del seguimiento.
Parece que éstos solamente están dispuestos a creer -o sea a fiarse de Jesús- cuando
se verifica una señal a su favor.
FE/MILAGROS MIGROS/FE Jesús, sin embargo, considera la fe como condición para
entender los signos.
Todo el equívoco está aquí: la fe no puede depender de los milagros. Son los milagros
los que dependen de la fe.
Sin fe, los signos no dicen nada.
Y además, qué pretensiones. No es el hombre quien tiene que dictar a Dios las
condiciones. En todo caso al contrario.
Los fariseos solamente estarían dispuestos a fiarse de Jesús después de un cuidadoso
control de sus documentos de identidad.
La desgracia (o la suerte) es que Jesús no tiene los papeles en conformidad con sus
expectativas, con su mentalidad. No está en disposición de presentar el certificado de
buena conducta de Mesías que ellos exigen en base a sus esquemas.
No. Jesús no presenta los documentos a los fariseos. No los tiene. Los ha dejado en el
cielo. A propósito. Circula aquí abajo de incógnito, como un cualquiera. Es el clandestino
por excelencia.
Cuando le piden «probar» su proveniencia, prefiere irse a otra parte.
Quizás encuentre a alguien con quien intercambiar una señal de entendimiento.

3. Jesús nos ha asegurado que tendremos siempre signos. Nos ha garantizado que
jamás faltará su presencia.
Su persona es el signo fundamental.
Si él está, todo se hace signo.
Comenzando por el pan.

CONFRONTACIONES

Dios no planta el signo vencedor


Es muy necesario caer en la cuenta de un peligro: el de dar, o el de quererse poner como
respuesta a la ansiosa pregunta siempre viva de una «señal», quizás del cielo o quizás de
la tierra, de una manera u otra de dimensiones... convincentes.
En efecto, se ha criticado, con razón, un triunfalismo de marca eclesial también reciente;
queda uno sorprendido de la facilonería con que a veces se manipulan, para confeccionar
una religiosidad natural popular, apariciones y milagros que apagan la sed de que
hablábamos más arriba; pero no se cae en la cuenta de que quizás se corre el peligro de
que te tomen el pelo de un modo todavía más sutil cuando se intenta poner en medio un
signo vencedor, que tiene como variante el ser concreto, radicado en la tierra, en vez de en
el cielo, pero que conserva como constante la pretensión del poder, de la bravura humana.
Un nuevo triunfalismo «bajo falsos despojos» de la misma familia de la autosuficiencia.
Jesús no ha hecho concesión alguna en esta dirección: lo ha rechazado firmemente. No
se ha exhibido.
Le apremia la salvación, la liberación. ¡Absolutamente nada el espectáculo! Por tanto, si
tiene que haber signos, será el del pan, realidad simple y cotidiana: se parte, se come; y a
la multitud llega de una manera sobreabundante la vida y la liberación.
Lo mismo se pide a la comunidad que cree. Entre otras cosas, si es objetiva y sincera,
reconocerá que a veces el discurso del signo vencedor termina por ser pretexto
inconsciente o coartada para una real falta de compromiso: pero deberá sobre todo admitir
que forma parte de la conversión y de la fe aceptarse a sí misma como «signo del cielo»
poco glorioso, en la cual, sin embargo, obra el espíritu del resucitado (Una comunitá legge il
vangelo di Marco, o. c.).

Cúranos de la búsqueda de signos


Cúranos, Señor, de esta búsqueda de signos exteriores y consagrantes, de este
puerilidad de camareros que quieren un profeta con penacho. Tú no tenías penachos, tú no
amabas lo extraordinario, y, si hacías milagros, los hacías sólo por piedad y exigías que no
se hablase de ellos.
Eres pobre, pero querías esta riqueza: que la gente te amase por ti y no por lo que
hacías.
Nosotros, por el contrario, con frecuencia te amamos porque haces milagros y porque
eres extraordinario: Cristo Rey, con las vísceras en la mano, que muestra un corazón
radiante, algo así como un rubí engastado en el pecho.
Llenamos de alhajas tu cruz para olvidar que era un signo de infamia, y hacer así de ella
un símbolo para llevar durante una batalla: «In hoc signo vinces». Y, sin embargo, tú tienes
un simple corazón como el nuestro y tu cruz estaba adornada únicamente por los clavos.
La única vez que te vistieron de personaje lo hicieron por burla: con una corona de
mentira, pero hecha con espinas de verdad.
Danos, Señor, la gracia de amarte así, sin necesidad de otro cosa; y de comprender que
la encarnación más grande es precisamente esta pequeña, deslizada en los gestos más
normales; y de extraordinario solamente existe lo extraordinario y no sus vestidos de fiesta.

Líbranos de la búsqueda de lo excepcional: haznos entender que el santo es pobre de


oropeles y también de oros: pasa por la calle y nadie lo conoce.
Haz que amemos la pobreza de este anonimato, que amemos también nosotros el pasar
inadvertidos, desaparecer en la curva del camino, que nadie nos vaya mirando.
Haz que rechacemos una fácil notoriedad, incluso aquella de la virtud titánica, que
pretendiera vestirnos de fiesta y ponernos en un palco; que amemos los asientos de platea,
todos iguales, porque la diversidad está en nosotros, escondida en lo profundo.
Haznos amar los días ordinarios, en los que no hay dulces en la mesa ni vestido de fiesta
ni la homilía del domingo, sino la comida normal, el mono de trabajo, la mesa «lisa», y no
pasa nada más que la vida: este suceder inmenso, abarcándolo todo, que es el
precipitarse, en el tiempo, tu vivir eterno (A. Zarri, E piú fàcile ehe un cammello, Torino
1975).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 381-386)

35 - LA LEVADURA DE LOS FARISEOS Y DE HERODES


O SEA, LA CEGUERA DE LOS DISCÍPULOS
Mc/08/14-21 Mt/16/05-12

No es un descuido
Se tiene la impresión de que Mc, de repente, suspende o modera notablemente la
narración de los hechos, que en él habitualmente tienen un ritmo apremiante, para acentuar
el elemento didáctico.
Como si los intereses catequéticos se sobrepusieran y prevalecieran sobre los narrativos.

En suma, una pausa de reflexión y verificación. Es inútil acumular hechos, si éstos no son
digeridos, asimilados a través de la percepción de su significado profundo.
Examinemos, pues, este paréntesis, de ruda pedagogía.

Hecho precedente. Los discípulos, una vez en la barca, caen en la cuenta de que no
tienen pan suficiente a causa de un olvido suyo.
Y el detalle, molesto, es advertido y se hace presente ante todos, convirtiéndose en
motivo de discusión.
Ellos son los encargados del avituallamiento, como de todas las cosas materiales.
Quizás se echan la culpa unos a otros. ¿A quién tocaba? ¿Y cómo se puede remediar?
Algunos interpretan los v. 14-16 como prólogo a una tercera multiplicación de los panes,
para el círculo de los amigos de Jesús. Me parece excesivo. Es difícil pensar que Jesús haga
un milagro para resolver las dificultades prácticas de los suyos.
Más bien parece que el dicho «guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura
de Herodes» está fuera de su sitio, e interrumpe el hilo de la narración. Algún estudioso
insinúa que se trata de una inserción posterior y no muy feliz.
Es cierto que sorprende un poco el hecho de que Jesús no vuelva más, en todo el
episodio, sobre este tema.
Pero veamos las cosas con calma.
Tengamos presente que la levadura, en la mentalidad judía, es una imagen negativa.
Sólo Jesús, en una parábola (Lc 13, 20-21; Mt 13, 33), la traducirá en clave positiva.
Los rabinos, sin embargo, veían en la levadura la imagen de una fuerza que obra dentro
del hombre en sentido malo y lo predispone al mal.
Principio de fermentación, la levadura se entiende como principio de corrupción.
No es casual que los panes fermentados no pudieran ofrecerse en el templo.
Es típica en este sentido, la oración del rabino Alejandro (s. III d.C.): «Señor del universo,
es claro en tu presencia que nuestra voluntad sería hacer tu voluntad, ¿y quién lo impide?
La levadura que está en la masa y el servilismo a los reyes. Que se cumpla tu voluntad de
liberarnos de su poder y que volvamos a cumplir las leyes de tu voluntad con todo el
corazón».
Según algunos, este dicho, aplicado a la expresión de Jesús, se adaptaría perfectamente:
la levadura en la masa equivaldría a la «levadura de los fariseos»; y el servilismo a los reyes
encontraría su paralelismo en la «levadura de Herodes».
No olvidemos que los fariseos y los herodianos se habían puesto de acuerdo para
eliminar a Jesús (Mc 3, 6). Los primeros, quizás, por miedo a perder el prestigio religioso de
que gozaban ante el pueblo. Los segundos, porque veían en él una amenaza a su política.
Los dos partidos, tan distintos entre sí, se encontraban en una postura común frente a
Jesús: la cerrazón ante Dios (en nombre de la religión, los fariseos; en nombre de los
políticos, los herodianos; y los dos, tocados por el mismo mal que determina el rechazo: el
apego a sí mismos).
Si las cosas están así, se puede también comprender que el «dicho» (logion) no está en
efecto fuera de lugar en la trama del relato. La barca no hace mucho que despegó de la
orilla, después de la discusión con los fariseos, y los apóstoles se dan cuenta del grave
olvido del pan y están preocupados por ello. Jesús, sin embargo, todavía bajo la impresión
de la disputa precedente, quiere advertir a los suyos que no se preocupen del pan, sino
más bien de la levadura de los fariseos (que, quizás, aún se dejan ver en la lejanía). O sea,
deben estar atentos a no dejarse contagiar por aquella mentalidad, a no dejarse influenciar
por aquella mala disposición respecto de ellos.
·Lagrange comenta: «Jesús quiere que sus discípulos se mantengan lejos de aquellos
dos partidos (fariseos y Herodes): del primero, cuya religión es más exterior que profunda;
del otro, que está totalmente cogido por las cosas del mundo y de la política. Los discípulos
deben buscar a Dios en la más absoluta pureza».
Otra hipótesis: quizás ha sido Jesús, con su advertencia a guardarse de la levadura de
los fariseos (conclusión de la discusión precedente), quien trae a la memoria de los
discípulos la falta del pan. La sustancia de las cosas no cambia.
Pero, a estas alturas, la reprensión de Jesús asume una amplitud insospechada y se
resuelve en una diagnosis cruel de las enfermedades que padecen los discípulos: corta
inteligencia, ceguera, sordera, dureza de corazón, sospechosa pérdida de memoria.
El estado general de su salud está bien lejos de ser tranquilizador...
Hace observar J. Delorme: «En el lenguaje bíblico, los ojos, los oídos, el corazón van
juntos. Los ojos permiten ver el evento, los oídos oyen la palabra que se dice acerca del
evento, y el corazón permite comprender la voluntad de Dios».
Tengamos además presente que el «¿no comprendéis»? (v. 17) se traduciría literalmente
por «¿no tenéis cabeza?». Así se reprendería la falta de atención, mientras que el «no
entendéis» se referiría a la falta de reflexión profunda.
En suma, es el martilleo de cinco reprensiones sucesivas «que pasan revista a todos los
sentidos del hombre para hacer entender a los interlocutores que no han entendido
absolutamente nada» (C. M. Martini).
La torpeza de los discípulos se manifiesta, sobre todo, con referencia a los dos hechos
más extraordinarios y recientes: la multiplicación de los panes.
Si recordamos el discurso de las parábolas, y confrontamos algunas expresiones
idénticas, comprendemos la gravedad de la reprensión de Jesús: los discípulos se están
poniendo en la misma situación de los que están «fuera».
Es lucidísimo, a este respecto, el análisis de Lagrange: «Los discípulos recuerdan
perfectamente los hechos. Responden sin dudar lo más mínimo y saben distinguir muy bien
lo que ha sucedido en las dos circunstancias. Están muy lejos de ser unos estúpidos, pero
no comprenden el gran drama que está desarrollándose ante sus ojos. Después de un
incidente insignificante, he aquí que explota el disgusto del Maestro; ataca toda la postura
de los discípulos hasta aquel día. A pesar de su situación privilegiada, están a la misma
altura que la gente. Pero como sucede con frecuencia en casos semejantes, el Maestro se
aprovecha de un descuido bastante vulgar para decir todo lo que merecen acerca de su
conducta».

La esclerocardia es una enfermedad de los ojos COR/DUREZA:


El diagnóstico de Jesús se concentra esencialmente en una enfermedad: dureza de
corazón (v. 17). Se habían ya manifestado síntomas alarmantes durante la travesía del lago
y siempre a propósito del «hecho de los panes» (6, 52).
Esta enfermedad se expresa con un término técnico: esclerocardia.
Tengamos presente que el corazón, en lenguaje bíblico, indica no tanto la sede de la vida
afectiva, cuanto la fuente de los pensamientos y de la comprensión.
Por tanto aquí se denuncia, no la falta de comprensión, sino la falta de inteligencia. «La
esclerocardia es la incapacidad para ver el alcance mesiánico de lo que acontece» (B.
Maggioni).
Cerfaux traduce justamente: «ceguera del espíritu» Es una de las expresiones típicas de
Pablo. Que se encuentra también en Juan.
Normalmente se trata de un lenguaje que denuncia sobre todo la ceguera del pueblo
elegido, y es significativo que, en este contexto, Mc la aplique a los apóstoles.
Mc adopta esta expresión, por primera vez, en el episodio de la curación del hombre de la
mano paralizada, cuando subraya la cólera de Jesús contra los fariseos, y después su
tristeza precisamente frente a la dureza de su corazón (3, 5). Y. particularmente en este
caso, resulta significativa la postura de Jesús que demuestra ya la indignación ya la
compasión frente a criaturas incapaces de reconocer en él al enviado de Dios y de ponerse
en sintonía con las intenciones divinas.
El tema de la ceguera volverá en las parábolas. Y aquí la no-inteligencia afecta a la
realidad del reino de Dios que se ha hecho cercano, presente en Jesús.
La categoría de la ceguera se aplica a los tres tipos de terreno-oyentes descritos en la
parábola del sembrador. «Los fariseos se reconocerán fácilmente en el primero, el pueblo
en el segundo» (L. Cerfaux).
Pero la ceguera se desliza también al campo de los milagros. Los enemigos de Jesús
pecan contra el Espíritu, porque, en vez de descubrir en los prodigios realizados una señal
de la presencia del reino de Dios, ven -como en el caso de los exorcismos- una obra del
demonio.
El hecho de que Jesús asimile la postura de los discípulos a la de los fariseos y a la del
pueblo, es bastante grave e inquietante. Sobre todo en relación a los milagros. No se trata
de «no-inteligencia» desde un punto de vista humano o de ilusión óptica (cuando Jesús
camina sobre las aguas) sino de incapacidad para entender el alcance de los gestos
hechos por Jesús, de penetrar su significado profundo, de captar el sentido de lo que pasa
ante su vista, de sacar sus consecuencias.
Los apóstoles son «ciegos» porque no reconocen la revelación del poder y de la tarea de
la persona de Jesús.
En el fondo, la inteligencia de esta realidad se identifica con la fe.
Por tanto, no se trata de ser más doctos, sino más confiados, más abandonados a él.

PROVOCACIONES

1. Yo soy uno que no entiende.


Esta es la definición del discípulo, como se deduce del evangelio de Mc.
No es excesivamente entusiasta.
Pero sirve, al menos, para no darnos aires de maestros en relación con los demás.
Sirve, sobre todo, para hacernos apear de una postura de suficiencia, para colocarnos en
un estado de ignorancia -reconocida, admitida-, lo único que nos abre al misterio de Dios.
En la escuela de Jesús, la ignorancia constituye el único título válido para ser admitidos a
la comprensión.

2. No sé cuántos de nosotros tendremos el coraje de adoptar el esquema de Jesús para


nuestras revisiones de vida.
El experimentado por él sobre su comunidad es una visita médica completa, y hecha
incluso sin excesivos cumplidos.
Parece que ningún órgano importante (cerebro, corazón, ojos, oídos) funciona
debidamente.
Jesús no mide las palabras, no calibra los adjetivos. Bien distinto a ciertos jugueteos
comunitarios, en donde si uno aventura una palabra de crítica se le califica como derrotista.
«Entonces, según usted, no hay nada que marche bien...».
Parece exactamente que para Jesús no hay nada que marche bien. ¿También él ve todo
negro? ¿También él es un derrotista?
Concluye su diagnosis despiadada -una especie de proceso al enfermo, que es
sepultado bajo el peso de siete preguntas- no con una terapia, sino con una pregunta que
traiciona la intolerancia: «¿No entendéis aún?».
Al llegar aquí, creo que la única cosa que entendieron los apóstoles era la necesidad de
estar en la barca con el médico.

3. La memoria no está enferma. Esta funciona perfectamente.


Recuerdan todo a las mil maravillas.
Las cifras son las exactas.
No confunden ni siquiera los canastos con las espuertas, para satisfacción de los
exegetas.
Todo exacto.
Pero lo malo es que no basta recordar los hechos, conocer la realidad, es necesario
captar su significado, sacar sus consecuencias.
Conozco gente con una memoria privilegiada. El archivo en orden. Registran hasta el
último detalle. No hay un dato que se les escape. La figura del santo fundador estudiada,
analizada, celebrada, subrayada su creatividad. Los riesgos que ha corrido, las dificultades
superadas, su precisión para interpretar las exigencias de los tiempos, su respeto a las
personas, el espíritu de fe.
Después, cuando se trata de entender el significado para hoy, aparece algo que impide
la marcha, que ya no funciona... Sordos, ciegos, cerrados.
Se diría, una memoria hecha a propósito para no entender.
Una memoria que sirve para embalsamar el evento, no para hacerlo actual.
Y se hacen también las cuentas. Allí están las estadísticas, a la vista, para refrescar la
memoria. Y no son excesivamente entusiasmantes.
Sí. Las cuentas no salen.
Pero parece que los ojos, al llegar a este punto, se hayan dado para no ver, los oídos
para no querer escuchar, la inteligencia para hacer ostentación de torpeza, y las cuentas
que no salen... para continuar cometiendo los mismos errores.
Se llega incluso a diagnosticar la esclerocardia, y denunciar la ceguera del espíritu.
En efecto... a los otros se les envía al médico.

4. La postura opuesta a la «dureza de corazón» (esclerocardia) es la de la Virgen.


«María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2, 19).
La Virgen «recuerda» de verdad los acontecimientos y, mediante un ejercicio de la fe, se
esfuerza por leer su significado. La memoria es cuestión de corazón. Recordar, en efecto,
significa volver a llevar al corazón.
Nuestro corazón está enfermo de endurecimiento cuando rechaza elaborar el material
que la memoria le ofrece. Y entonces nos hacemos «ciegos». Quedamos a oscuras, incluso
de aquello que ha pasado delante de nuestros ojos.

5. No me importa reconocerlo. También en mí hay síntomas evidentes de esclerocardia.


El desfase más estridente entre memoria del «hecho de los panes» y comprensión de su
significado, se da precisamente respecto a la Eucaristía.
Sí, he hecho la comunión.
Y, sin embargo, me obstino regularmente a no entender que es necesario después hacer
comunión.
Es verdad, es un Maestro distinto de los otros.
Para medir la inteligencia de sus discípulos emplea un test simplicísimo y
extremadamente comprometido: el test del pan.

CONFRONTACIONES
ORA/COMPROMISO CSO/ORACION

Lo que no llego a entender es una oración separada de la realidad...


Una señal para distinguir al verdadero contemplativo del simple productor de oraciones
en su capacidad de comprender la historia de su tiempo, una especial sensibilidad que le
hace captar por qué camino hoy se va hacia la liberación.
El productor de oración es un conservador, un miedoso: la oración, en vez de liberarlo, le
hace sumergirse cada vez más en el temor, en la desconfianza, porque no existe un acto
tan intimista como la oración.
Si uno no encuentra al Dios que lo lanza fuera, lo pierde completamente en los otros, en
el mundo, la persona que ora puede hacerse mucho más cerrada en sí misma -y por lo
mismo mucho más temerosa, conservadora, egocentrista, narcisista- que una persona que
no reza. La oración, en este caso, arruina...
...Dios es el refugio, la seguridad, el áncora para que podamos lanzarnos sin miedo y sin
volver la vista atrás. (A. Paoli, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 387-394)

36 - CURACIÓN DEL CIEGO DE BETSAIDA


Mc/08/22-26 Mt/16/13-23 Lc/09/18-22

MIGRO/CIEGO-BETSAIDA

Solamente un milagro...
La primera etapa del ministerio de Jesús concluyó con el endurecimiento del corazón de
los fariseos y de los herodianos (3, 1-6).
La segunda, con el endurecimiento de sus paisanos de Nazaret (6, 1-6).
Esta tercera etapa corre el peligro de terminar con el endurecimiento del corazón de los
mismos discípulos de Jesús.
Puesto que el endurecimiento del corazón, como hemos visto, equivale a la ceguera, urge
una curación milagrosa.
Y es lo que sucede con este milagro que presenta un evidente valor simbólico, dada su
colocación.
Sólo Jesús es capaz de abrir los ojos.
Mc, como hemos subrayado ya muchas veces, tiene un esquema fijo cuando narra las
curaciones hechas por Cristo. Pero, aquí faltan alguno de esos elementos característicos.
Por ejemplo, del enfermo no se dice nada (mientras que, habitualmente, se describe la
enfermedad, se alude a su duración, gravedad, a los esfuerzos vanos de los médicos...).
Podemos solamente proceder por inducción. Este no debía ser ciego de nacimiento porque,
apenas recupera la vista, distingue a los hombres y a los árboles.
Y podemos también imaginar su condición no muy feliz, dadas las características del
ambiente. En el Oriente Medio, en efecto, los casos de optalmía purulenta eran muy
frecuentes y se agravaban a causa del sol, del polvo y de la suciedad. Por otra parte aquel
tipo de enfermedad, según la mentalidad hebrea, representaba un castigo divino, personal o
familiar (en el judaísmo tardío, la ceguera era un castigo que provenía de la aceptación de
dinero por corrupción, vulgarmente «propina)>...). Mientras que la ley exhortaba a la piedad
hacia el ciego, como hacia un pecador castigado, la tradición rabínica llegaba a prohibir la
visita a los enfermos de los ojos.
Otro elemento que falta en esta relación del milagro es la fe. El hombre permanece
completamente pasivo. Sin embargo, no debemos olvidar que Jesús exige la fe, pero ésta
puede ser implícita y es sólo él quien puede aceptarla. Por otra parte, en algunos casos
como el del paralítico descolgado por el tejado la fe puede ser de los portadores. Y no se
puede excluir que estemos en un caso parecido.
Y una omisión final: no se describe la reacción de la gente.
La novedad notable, en este milagro, consiste en el hecho de que la curación acontece en
dos tiempos. Como si Jesús no lo lograra inmediatamente. Al principio el ciego ve
confusamente. Sólo después de la segunda imposición de manos distingue nítidamente las
cosas.
Quizás también este detalle tenga un alcance simbólico, e indica la lenta, progresiva
iluminación de los discípulos, su gradual abrirse a la comprensión a través de la fe.
Las omisiones y la novedad que acaecen en este relato legitiman la sensación de que Mc,
apartándose del esquema familiar, haya querido acentuar el alcance simbólico del
milagro que, entre otras cosas, es colocado en una posición central en su evangelio, y hace
de bisagra entre las dos grandes partes en que está dividida la narración de Mc. La
primera, en efecto, se concluye con el reconocimiento mesiánico por parte de Pedro. La
segunda se abre con la revelación, por parte de Jesús, de su misterio pascual. Y.
precisamente, en la inminencia de estas dos «iluminaciones», se coloca la curación del
ciego. Los ojos de los apóstoles comienzan a abrirse a la luz...

No es una copia
Desde un punto de vista literario, el relato presenta un evidente paralelismo con el del
sordomudo de la Decápolis (7, 31-37). Veamos.

Curación del sordomudo Curación del ciego


Le presentan un sordo, que, Le presentan un ciego y le su-
además, hablaba con dificul- plican que le toque (v. 22).
tad, y le ruegan imponga la ma-
no sobre él (v. 32).

El, apartándolo de la gente, a Tomando al ciego de la mano,


solas, le metió sus dedos en los le sacó fuera del pueblo, y ha-
oídos y con su saliva le tocó la biéndole puesto saliva en los
lengua (v. 33). ojos, le impuso las manos (v. 23).
Y, levantando los ojos al cielo... El, alzando la vista (v. 24).
(v. 34).

Se abrieron sus oídos y, al ins- Y comenzó a ver perfectamente


tante, se soltó la atadura de su y quedó curado, de suerte que
lengua y hablaba correctamen- veía de lejos claramente todas
te (v. 35). las cosas (v. 35).

Jesús les mandó que a nadie se Y le envió a su casa,diciéndole:


lo contaran (v. 36). «ni siquiera entres en el pueblo» (v. 26).

Las semejanzas son notables. Pero también las diferencias son llamativas.
El coloquio de Jesús con el ciego es verdaderamente singular: un médico que,
preguntando al paciente, asegura la curación.
Por otra parte, en el primer caso es Jesús quien alza los ojos al cielo, en postura de
oración. En el segundo es el enfermo quien levanta los ojos en dirección a quien le cura.
Pero, sobre todo, es la frase del ciego la que se impone por una marca de unicidad y, en
su realismo, con aquel parangón inesperado, testimonia su autenticidad: «Veo a los
hombres, pues los veo como árboles, pero que andan». Bastaría una frase de este tipo, ese
lenguaje genuino, ese acercamiento fulgurante, para excluir toda copia o artificio literario.
A propósito de esta expresión, citamos otras traducciones paralelas: «Veo las personas,
las veo como árboles, pero caminan» (TOB). «Veo los hombres; porque veo algo como
árboles que caminan» (J. Schmid). «Veo los hombres, que veo caminar como árboles» (G.
Nolli). «Entreveo los hombres: como árboles, los veo caminar» (Chouraqui). «Veo hombres,
porque veo como árboles que caminan» (B. Ricaux). «Veo los hombres, como si fuesen
árboles que yo veo caminar» (Huby).
Queda el hecho, indiscutible, de que Mc, aun sirviéndose de un bastidor, se sale de él
con frecuencia y con ganas, y presenta escenas logradas bajo el signo de la vivacidad y de
los detalles más pintorescos.
El primer versículo, por ejemplo, contiene cuatro verbos que indican acción, con tres
presentes históricos (v. 22). La viveza de la narración está asegurada así desde la primera
línea.
Recordemos todavía que la imposición de las manos, en la Biblia, constituye un acto
simbólico bastante frecuente. Se practica, por ejemplo, sobre las víctimas ofrecidas en
sacrificio, para bendecir a los enfermos, con vistas a su curación, para transmitir un
encargo.
Mc utiliza, al menos diez veces en su evangelio, el verbo «tocar». Casi siempre las
curaciones de Jesús se hacen por contacto (Jesús «toca» o se deja «tocar»).
Es verdad que la aplicación de la saliva choca no poco a nuestra sensibilidad moderna.
Pero no debemos olvidar que el gesto de Jesús, aquí, aparece como sacramental. Y se
sirve de una materia -la saliva, precisamente- a la que se reconocía comúnmente un poder
curativo, sobre todo para las enfermedades de los ojos (y era conveniente escupir en
ayunas...).
E insistimos aún respecto a la curación en dos fases. Algunos ven aquí un paralelismo
con el relato siguiente. Primer estadio: el ciego ve algo confusamente. Y también los
discípulos refieren voces confusas respecto a Jesús. Segundo estadio: el ciego llega a ver
con claridad. Y he aquí que Pedro pone a la luz, claramente, la persona de Jesús.
No quiero negar la legitimidad de estos ejercicios llevados sobre la cuerda del
simbolismo. Pero tengo la impresión de que ciertos exegetas tienen una vista que les lleva
a mirar demasiado lejos, con el riesgo de perder toda la belleza de lo que está allí cerca.
Por mi parte, prefiero pararme a buscar todo lo sugestivo de la escena que describe Mc, sin
preocuparme de mirar demasiado lejos.
El último versículo se refiere al secreto mesiánico. Y esta vez la consigna del silencio es
respetada. Probablemente para concentrar más la atención en la declaración de Pedro, que
viene inmediatamente después.
Algunos manuscritos, en vez de «ni siquiera entrar en el pueblo» (lo que presupone que
el hombre habitaba en las cercanías del pueblo), ponen «en el pueblo no hables con nadie
de esto».
Hay, sin embargo, una incongruencia evidente, por el hecho de que Betsaida (patria de
Pedro, Andrés y Felipe, según Jn 1, 44) es una ciudad, mientras que el texto continúa
hablando de pueblo.
Probablemente Mc se refiere todavía al viejo barrio que debía subsistir cerca de la nueva
ciudad de reciente construcción.
Una última observación. Sólo Mc refiere este milagro. Aparte de su evidente utilización en
el particular cuadro teológico, la persona de Pedro no debe ser extraña a esta cita de
deferencia. Caramba, el hecho ocurrió en su tierra. Y no se puede excluir que él conociera
al ciego.

PROVOCACIONES

1. Una suerte que el ciego no tenga nombre, una historia dejada atrás.
Así puedo yo ponerme en su lugar sin dificultad.
Un trueque de personas que se hace creíble por la identidad de la enfermedad.
Sí, yo soy uno que no entiendo. Uno de tantos.
Pero tengo siempre la posibilidad de dejarme agarrar de la mano por alguien, que me
saca lejos del pueblo lleno de gente que cree que ve, y dejarme abrir los ojos por él.

2. Todos hablan del milagro en dos fases. Y, sin embargo, las fases son tres.
No olvidemos la primera: «Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo...».
El milagro es posible sólo a través de este primer gesto: dejarse coger de la mano.
Convencimiento de que la vista solo puede venir de él, al margen de todas las otras luces
ilusorias. El es la luz.
FE/LUZ LUZ/FE Sí, la fe no comienza con la luz. Comienza con la oscuridad superada
poniendo la mano en la mano de otro.
La luz vendrá después. Al principio no se ve nada. Si nos dejamos conducir, se ve todo.
Sin ni siquiera pedir información.
La curación no se produce cuando uno tiene la impresión de entender hacia donde
camina. La curación comienza cuando entiendo que de aquella mano me puedo fiar
completamente.
En lo que se refiere a ver claro, por mi parte, vendrá después, cuando la curación termine
sobreabundantemente. Me atrevería a decir que es un por añadidura. Algo así como las
sobras del pan...

3. Una sola advertencia, Señor.


Yo soy un enfermo un poco especial, ten paciencia.
Quizás soy capaz de decirte que veo perfectamente, pero sólo porque no tengo idea de
lo que significa ver claro. Cambio la confusión por la armonía. Me dejo impresionar por lo
que brilla, por lo que es resplandeciente, como un niño.
Mejor estar seguros, Señor.
No me siento capaz de juzgar por mí mismo la calidad de mi vista.
Entonces la pregunta, si me permites, te la haré yo. Y hasta te la repetiré más veces.
Sí, esta vez será el enfermo quien pregunte al médico acerca del propio estado de salud.

Y tú me dirás si veo bien. Si mi vista funciona.

4. El realismo de Mc (el famoso pie bien afincado en la tierra) se revela también en este
episodio.
La primera imagen que ve el ciego, durante el gradual y fatigoso proceso de curación, no
es la figura de Cristo.
No es un campanario (aunque resultaría muy «piadoso»).
Y ni siquiera un panorama sugestivo.
Sí, están los árboles, pero que se confunden con hombres. Arboles extraños, que
caminan. Y, al final, no hay dudas: son hombres, no plantas.
El ciego es curado precisamente porque ve, antes de nada, a sus semejantes.
Y debería estar atento, en el futuro, a no cerrar más los ojos incluso si ciertos rostros no
son tales como para inspirar a un artista.
Pero la mirada «nueva» se le ha regalado precisamente para esto.
Para que sepa ver en cada rostro un rostro bello.
O, al menos, descubrirle una minúscula huella de la belleza original, un indicio de
semejanza...

CONFRONTACIONES

A ti se te ha dado la vista que necesitas


«Veo», has dicho, «a los hombres como árboles que andan».
Hombres... árboles... En el cuaderno de las cosas visibles, como en un abecedario
ilustrado, hombres y árboles son efectivamente los personajes elementales del ojo, los que
pueden simbolizar y recapitular toda la realidad. Pero el milagro está en esto: que tú los has
confundido en una sola cosa...
...Pero en nuestro mirar opaco de todos los días nosotros vemos los hombres como
hombres, los árboles como árboles. Nuestra vista es una vista cansada y fría. Y tú tienes
razón, afortunado ciego del evangelio. Los hombres son árboles que caminan. Tienen
hojas, ramas, nidos en los cabellos y dan frutos las más de las veces amargos. Los árboles
son hombres: las encinas, los cipreses, los abedules son hombres silenciosos y sabios,
sometidos al viento y al sol que les sacude.
A ti se te ha dado la vista precisa. A nosotros, ciegos incurables, los hombres nos
parecen hombres, los árboles árboles, a la luna, a las piedras, a los cicláminos les
llamamos luna, piedras y cicláminos. Y muchas veces ni siquiera los miramos (L. Santucci,
o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 395-401)
........................................................................

LA PROCLAMACIÓN DE PEDRO
Mc/08/27-30 Mt/16/13-23 Lc/09/18-22
PEDRO/CONFESION

El punto de vista de los que están con él


La proclamación o profesión de fe de Pedro se coloca como una especie de línea
divisoria, que separa en dos partes el evangelio de Mc.
Luego es importante también la ambientación geográfica.
Estamos en el territorio más septentrional de Palestina, a unos 30 kilómetros al norte de
Betsaida en los contornos de Cesarea de Filipo.
El tetrarca Herodes Filipo había transformado una antigua localidad -sede de un culto
helenístico denominado de la «gruta del pan», en las fuentes del Jordán, en una ciudad de
notable importancia, y la había bautizado con el nombre de Cesarea en honor del
emperador Augusto. Normalmente se añadía la denominación «de Filipo» para distinguirla
de otra Cesarea, sede del Gobierno romano, que se encontraba cerca del mar, llamada
también Torre de Estratón.
Una ciudad famosa por su belleza, por la fertilidad de la zona, rica de aguas y de verde.
Colocada en la falda del Hermón, se abría hacia una vasta llanura. Un estudioso no duda
en definirla: «La Tíboli de Siria». Es la actual Banias.
Los discípulos aparecen aquí, de improviso, después que su presencia ha permanecido
en la sombra durante el episodio precedente.
Jesús, a lo largo del camino, desarrolla una especie de sondeo de opinión.
La pregunta es doble: quién es, según la gente.
Los discípulos no tienen dificultad en referir las opiniones más corrientes.
Pero Jesús, en este momento, separa a los discípulos de la gente y les interpela
personalmente: «Pero vosotros...».
«Jesús distingue a sus discípulos de la "gente" en general, transformando un sondeo de
opinión más o menos descomprometido en un diálogo en el que ellos se encuentran
comprometidos y han de asumir la responsabilidad de lo que dicen. De esta manera
provoca una auténtica profesión de fe...» (E. Schweizer).
Así se cae en la cuenta de que el momento es solemne, uno de los culminantes de todo
el evangelio.
Los discípulos, envueltos en el destino de Jesús, deben dar una respuesta que no puede
ser la misma que dan los que están fuera. Su posición del todo particular, la relación única
que han establecido con el Maestro no les permite refugiarse en categorías ajenas.
Pedro es quien toma la palabra en nombre de todos.
«Tú eres el Cristo» (v. 29). El término, literalmente, significa «ungido». La unción formaba
parte de la ceremonia de entronización de los reyes de Israel y era una especie de acto
sagrado, que se realizaba en lugar sagrado, «ante Yahvé». Por medio de la unción «el
nuevo rey recibía la investidura jurídica sobre Israel» (D. Muller). Un cuerno contenía el
aceite, que se conservaba en el templo, y estaba mezclado con aromas. Por esto, quizás se
decía que el rey irradiaba alegría y perfume.
Por tanto la respuesta de Pedro, la palabra usada, expresa el cumplimiento de las
esperas de Israel.
Cito el comentario de J. Delorme, que me parece el más lúcido:
«Aquí, Pedro da a Jesús el primero de los dos títulos que hemos encontrado en la
confesión de fe cristiana al principio del Libro: "Evangelio de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios".
Se trata de una etapa muy importante, en este debate acerca de la persona y la misión de
Cristo, que constituye el evangelio de Mc.
«Las opiniones de la multitud han de tenerse muy en cuenta: clasifican a Jesús, desde el
punto de vista de la fe hebrea, entre los más grandes. Juan Bautista, Elías, los profetas.
Clasificar a Jesús entre los profetas equivale a afirmar que tiene una misión divina. Ver en
él a Elías significa hacer de él el más grande de los profetas, el que debe preceder
directamente el fin de los tiempos, para restaurar todo.
«Las multitudes, pues, han llegado a una conclusión importante, que no se puede
minimizar.
«Pero la confesión de fe de Pedro va mucho más lejos, y sólo los discípulos son capaces
de hacerla: "vosotros que me habéis acompañado desde el principio, vosotros a quienes se
ha abierto el misterio del reino, ¿quien soy yo para vosotros?" "Tú eres el Cristo". Los
profetas eran "estafetas" a través de los cuales Dios conducía la historia a su cumplimiento.
Pero Cristo es aquel a través del cual se llega al cumplimiento.
«Entonces "les mandó enérgicamente" no decirlo». Este titulo revelará la propia verdad
sólo con la pasión y la resurrección.
«Siempre que encontramos una consigna de silencio en Mc, tengamos presente que es
señal de una revelación importante, pero que no es necesario aún divulgar. Habrá que
esperar a la pascua para que encuentre su pleno significado. Será necesario que Jesús
pase a través de la muerte para que su identidad se manifieste».

También los apóstoles tienen aún que entender


Jesús acepta el título, en cierto sentido reconoce como válida la respuesta de Pedro.
Pero impone categóricamente no divulgar tal descubrimiento.
Es la famosa cuestión del «secreto mesiánico».
Casi siempre los intérpretes colocan esta exigencia en relación a los otros, a la gente.
Dice, por ejemplo, Weiss: «Era fácil que esta postura desembocase en iniciativas políticas
inoportunas; ¡era fácil que los discípulos, difundiendo esta convicción suya, hiciesen
flamear en medio del pueblo un movimiento revolucionario! La prohibición de Jesús de
hablar de estas cosas está motivada, en lo profundo, por la situación y por su postura
personal frente al problema de la mesianidad; y podemos entender muy bien por qué él
intervenía de una manera tan preocupada».
Y Lagrange: «El título de Mesías, por su naturaleza, puede situarnos en un falso camino
a causa de los malentendidos que corre peligro de producir en los desprevenidos; así como
no todos pueden beneficiarse de las explicaciones que Jesús dispensa a los discípulos, he
aquí entonces que ordena mantener el secreto acerca de su persona. No había llegado aún
el momento de hablar en voz alta».
Minette de Tillesse explica que Cristo debe aún precisar en qué sentido puede usarse
este título.
Y esto no afecta sólo a la gente, fácil para cargar sobre el Mesías todas sus esperas
político-nacionalistas y proyectarlo en una luz triunfal.
El asunto afecta también a Pedro y a los discípulos.
También ellos tienen peligro de asociar la idea del Mesías a la del poder y gloria.
Por eso Jesús exige silencio. Al menos de momento.
La comprensión es aún imperfecta.
Será completa cuando la cruz corrija toda falsa perspectiva y la imagen de una gloria
inmediata.
Se podrá hablar en voz alta de él como Mesías sólo cuando se aclare que Cristo es el
crucificado.

PROVOCACIONES

1. Es necesario reconocer que Mc ha sabido orquestar muy bien su evangelio en torno a


la pregunta esencial: «¿Quién es éste?».
La respuesta de Pedro señala un momento fundamental, pero está preparada al mismo
tiempo muy sabiamente.
Las páginas de la primera parte han sabido crear un clima de espera a través de temas
desarrollados paralelamente: el estupor de las masas y la incomprensión de los discípulos.

Ocho capítulos en que la pregunta de fondo es asumida con diversas tonalidades:


-«¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!» (1, 27).
-«¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos
milagros hechos por sus manos?» (6, 2).
-«¿No es éste el carpintero?» (6, 3).
-¿Quién es este «medico» que come y bebe en compañía de pecadores públicos? (2,
16).
-¿Quién es este «novio» que dispensa a sus discípulos del ayuno reglamentario? (2, 19).

-¿Quién es éste que se atreve a perdonar los pecados? (2, 7).


-¿Quien es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?» (4, 41).
Y, como contrapunto, algunas respuestas precisas que son rechazadas (las de los
demonios). Y varias respuestas falsas: un blasfemo, un confabulado con Beelcebul, un
fantasma...
La respuesta justa es dada por Pedro en el momento justo después de una cierta
tensión.
Después de tantas notas de espera y notas falsas, he aquí finalmente una nota exacta.
Pero aún no es el punto final. No es la gran final. Quizás el mismo Pedro pensó que
habría aprobado los exámenes, que había llegado a la meta. No se daba cuenta de que
aquello era simplemente un punto de partida.
En aquella respuesta comienza el itinerario más difícil.

2. Inevitable. Después de estar tanto tiempo con él, llega el día en que, mientras estamos
caminando, él te pide informaciones. Crees que te las arreglas, refiriéndole todas las voces
que corren acerca de su persona.
Pero de improviso te deja clavado con una pregunta a la que no puedes escapar: «Pero
tú...».
No te permite contestar con las definiciones de los teólogos, con las bellas expresiones
de los literatos, y ni siquiera con frases hechas.
Estás obligado a pronunciarte personalmente, a «inventar» la respuesta poniendo juntas
las briznas de tu experiencia.
Esa conclusión ha llegado demasiado pronto.
Intuye que, desde este momento, comienza la segunda parte del itinerario, la mas
comprometida.
Los milagros, de ahora en adelante, se harán muy raros, las multitudes disminuirán, los
enemigos se harán más aguerridos.
He entendido, Señor. Decir quién eres, no significa demostrar que soy el colegial más
inteligente. Significa aceptar un brusco cambio en la propia vida, encaminarse contigo a lo
largo de un camino sobre el que se alarga, inquietante, la sombra de la cruz.
He comprendido, Señor. A ti no te interesa saber lo que yo pienso.
Te interesa averiguar que estoy dispuesto a acompañarte hasta el final.
Por esto, después de la respuesta, se da la orden del silencio.
La conversación se reanudará a partir del calvario, no antes.
Sí. Con Jesús no es nunca posible intercambiar cuatro chácharas «descomprometidas»,
así, sólo por hablar.
Una palabra, y te comprometes. El te toma, literalmente, «por la palabra» .
Una respuesta. Y la vida, con él, se convierte inmediatamente en una cosa seria.

CONFRONTACIONES

Por qué el silencio


La orden de callar dada por Jesús ni corrige ni refuta la respuesta de Pedro, sino que
subraya la seriedad y el compromiso de la misma. Sobre todo, que una indiscriminada
propaganda de este título puede poner en movimiento las ambiguas esperas
mesiánico-nacionalistas de las masas populares. Esto sería no sólo un riesgo de fracaso
para el proyecto original de Jesús, provocando la represión violenta del poder ocupante,
Roma, sino que sería la incomprensión más clamorosa de su identidad. Hay que esperar la
experiencia pascual para dar la respuesta a la pregunta de Jesús (R. Fabris, o. c.).

Para un encuentro verdadero


Durante todo su ministerio Jesús ha evitado muy probablemente el uso de la palabra
«Cristo». La situación de Mc es distinta, porque después de la Pascua, cuando se decía
«Jesucristo» se sabía que se trataba del Mesías crucificado, por lo que toda idea sobre un
rey glorioso nacional se excluía. Con la teoría del secreto mesiánico, Mc expresa
precisamente lo que impedía a Jesús usar él mismo aquel título: evitar que el hombre
tomase de nuevo simplemente una expresión tradicional y clasificase a Jesús en una
categoría concreta, huyendo así de un encuentro verdadero y sin prevenciones (E.
Schweizer, o. c.).

¡Escóndete, oh Señor!
Ante mi claridad humana: escóndete, oh Señor.
Ante el cálculo preestablecido de mi ingenio: escóndete, oh Señor.
Ante mi valentía espiritual: escóndete, oh Señor.
Ante mis capacidades intelectuales superiores: escóndete, oh Señor.
Cuando no soy suficientemente pobre de espíritu: escóndete, oh Señor.
Cuando no sé comprender el sufrimiento: escóndete, oh Señor.
Ante aquello que me costaría entender si estuviese entre las víctimas de la injusticia;
escóndete, oh Señor.
Ante lo que no podría escuchar estando junto al huérfano y la viuda: escóndete, oh
Señor.
Ante cosas para siempre incomprensibles a los pescadores del mar de Galilea y de
cualquier otro mar: escóndete, oh Señor.
Ante lo que no podía ser guardado en el corazón de una madre: escóndete, oh Señor.
Pero en todo y siempre, también cuando te decimos con Pedro «apártate de mí», sábete
que todavía decimos con Pedro: «Tú sólo tienes palabras de vida eterna» (Una communità
legge il vangelo di Marco, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 402-408)
........................................................................
2-1 PRIMER ANUNCIO DE LA PASIÓN Y RESURRECCIÓN
OPOSICIÓN Y REPROBACIÓN DE PEDRO
Mc/08/31-33 Mt/16/21-23 /Lc/09/22
J/PASION/ANUNCIO-1

Empieza una enseñanza nueva


Hay que empezar precisamente por el verbo «empezó» (v. 31) y no se trata de un juego
de palabras, todo lo contrario: nos encontramos ante algo terriblemente serio.
Estamos ante un cambio de rumbo. No sólo en la vida de Jesús, sino también en la de los
discípulos.
La proclamación de Pedro, cierra la primera fase del evangelio.
Ahora se abre un capítulo nuevo, el decisivo. Mt (16, 22) lo subraya aún más claramente
con la expresión «desde entonces».
Hasta este momento Jesús ha insistido en su predicación sobre todo en el reino de Dios
-aunque sus palabras y sus gestos implícitamente planteaban la pregunta fundamental:
¿quién es este?-. A partir de ahora su enseñanza se referirá más explícitamente al misterio
de su persona y de su destino.
El reconocimiento de Pedro concluye la pregunta sobre las opiniones de la gente y de sus
discípulos. Pedro atribuye a Jesús el título más grande que conoce: Mesías.
El Maestro en este momento se decide a revelar el propio secreto.
No hay duda. Es una jornada decisiva.
«Comenzó a enseñarles...» No es sencillamente un suplemento de información que se
inserta en lo que los discípulos saben ya. Es el principio de una enseñanza nueva, que
contrasta, en cierto modo, con los datos y, sobre todo, con las esperanzas que poseían los
apóstoles.
Anota puntualmente J. Delorme: «así comienza el debate central del libro. Se trata nada
menos que de la correcta interpretación de la misión de Jesús, según el punto de vista de
Dios».
No basta ver. Hay que ver en la perspectiva de Dios. Los discípulos van curándose, poco
a poco, de la ceguera que tienen.
Su curación será total cuando vean las cosas desde el punto de vista de Dios.
Jesús sustituye el título de Mesías -aún prematuro, porque sería fuente de malentendidos-
por otro más arcaico y menos cargado de aspiraciones terrestres e inmediatas, como hijo
del hombre, y aclara su itinerario, decididamente desconcertante:
-Rechazo oficial por parte de la clase dirigente, compuesta de ancianos (exponentes de la
aristocracia laica), sumos sacerdotes (es decir, los representantes de las familias
sacerdotales -el elemento más conservador de la nación, según Lagrange-), letrados (los
teólogos de entonces, los maestros de la más rígida ortodoxia). En otras palabras: Jesús es
«rechazado» por la gente que cuenta. Y este rechazo incluye un elemento de desprecio.

Muerte violenta
-Resurrección. La expresión «a los tres días» en el lenguaje religioso hebreo, indica
comúnmente un breve período de prueba y de sufrimiento, al que sigue una vuelta de la
situación en sentido positivo y se manifiesta la intervención salvífica por parte de Dios. «El
tercer día lleva consigo una situación nueva y mejor que la precedente, en donde la
misericordia de Dios y su justicia crean un renovado tiempo de salvación, de vida y de
victoria» (K. Lehmann). Por ejemplo: «En dos días nos hará revivir, al tercer día nos
restablecerá y viviremos en su presencia» (Os 6, 2).

«Debía»
Lo que caracteriza este primer anuncio son dos elementos. En primer lugar la claridad del
lenguaje. Cristo no habla más en «parábolas» (4, 11, 33), sino «con toda claridad» (v. 32),
para desbrozar el terreno de todos los equívocos acerca de la interpretación del sentido de
su misión y de la suerte que correrá.
El otro elemento viene dado por el «debía» (v. 31) Podríamos decir «es necesario».
Con una simple valoración humana de los hechos era lógico esperarse que el contraste
entre Jesús y el partido dirigente desembocase en un drama.
Pero lo que forma la novedad paradójica de la revelación es que este drama no se debe
a una cruel fatalidad, a un destino ciego ligado a la maldad de los hombres -atrincherados
en sus prejuicios- sino que forma parte del plan de salvación querido por Dios y que puede
leerse a la luz de la Escritura.
«Jesús no pensaba ser el Mesías aunque debiera sufrir; pensaba ser el Mesías porque
debía sufrir. Esta es la gran paradoja, la gran originalidad de su evangelio» (Goguel).
Hay que tener presente además que el lenguaje utilizado en la profecía de la pasión,
muerte y resurrección del hijo del hombre está claramente emparentado con el de la
predicación cristiana y representa el núcleo del kerigma primitivo. Esto no prejuzga, de
hecho, la posibilidad de que Jesús haya efectivamente preparado a los apóstoles en este
sentido, aunque hubiere sido con expresiones diversas. Es decir, los acontecimientos
históricos siguientes pueden haber influido en la formulación de la profecía, no en su
sustancia.

Pedro, corazón y presunción


La reacción de Pedro resulta bastante previsible.
Hay que entenderlo. Gracias a lo que ha visto, ha podido leer los signos del mesianismo
de Jesús. Ha utilizado las pruebas, más que convincentes, que se le habían ofrecido para
declarar «Tú eres el Mesías». Es natural que el ideal mesiánico de Pedro esté contaminado
por elementos mundanos, desde el momento que coincide con el de su pueblo. El espera
que Jesús ejerza el poder en una dirección temporalista, de éxito, de victoria. No puede
ciertamente imaginar que aquella gloria -de la que ha tenido intuición- tenga que ser
conseguida a través de la ignominia de la cruz. Que la exaltación sea la consecuencia del
rebajamiento.
Sobre todo es natural que Pedro encuentre absurdo el hecho de que Cristo sea
rechazado y muerto precisamente por los jefes de aquel pueblo, que debe unificar y salvar.
Percibe en esto una contradicción insalvable.

PEDRO/SATANAS SAS/PEDRO «Entonces, Pedro, tomándolo aparte, se puso a


reprenderle» (v.32). Frente al hablar a las claras de Jesús, contrasta el hablar de Pedro a
solas. Alguno interpreta como «apartado» de la gente; pero es probable que se refiera a los
compañeros. Pedro no quiere regañar al Maestro en presencia de los demás discípulos.
Su gesto, que parece protector, tiene una discreta dosis de presunción. Paternalista y
presuntuoso al mismo tiempo.
La reacción de Jesús es durísima. El epíteto «Satanás», pone en evidencia la tentación
de Pedro de hacer volver a Cristo al camino de los hombres, en el sentido de los deseos
terrenos, de las ambiciones triunfalistas, desviándole del camino querido por el Padre y
aceptado por amor.
No olvidemos que Mt más... diplomático, coloca la expresión en boca de Jesús, pero
anticipándola al momento de las tentaciones en el desierto y dirigiéndola al demonio.
Es significativo el detalle «se volvió y, mirando a los discípulos...» (v. 33). Jesús dirige su
reprimenda a Pedro, sin embargo quiere advertir también a los demás. Es un momento
delicado. Se trata de un punto capital de su pedagogía.
Intencionadamente se utiliza el mismo verbo "reprender". A la reprimenda de Pedro
corresponde otra, mucho más dura, del Maestro.
El «quítate» indica antes de nada el mandato de despejar el camino. Pedro no puede ser
un obstáculo para seguir el camino trazado por el Padre, sin intercalar obstáculos.
También es importante el interpretar este «quítate de mi vista» como «ponte detrás de
mí». El discípulo tiene la obligación de seguir al Maestro, no debe pretender ir delante, ni
mucho menos enseñarle el camino.
Por tanto Jesús establece una contraposición muy clara entre los pensamientos de Dios
y los pensamientos de los hombres (v. 33).
Se trata del pensamiento traducido en actitudes prácticas, en elecciones concretas.
Podríamos traducir libremente pero con igual exactitud en cuanto a la substancia:
mentalidad. Hay una mentalidad según Dios -capaz de calcar los designios y descubrir las
intenciones- y una mentalidad según los hombres -que valora según criterios que no son
los de Dios-. Entre las dos existe una oposición, inconciliabilidad radical.
De tal modo que la mentalidad según los hombres puede ser parangonada a una
tentación demoníaca.
El hijo del hombre, por su parte, se adhiere totalmente a la manera de pensar de Dios,
acepta su voluntad, sigue el camino «querido» por él: el camino de la pasión.
La ambigüedad de la posición de Pedro consiste en que se detiene únicamente en el
aspecto del dolor, la humillación, la derrota, sin tener en cuenta el anuncio de la
resurrección.
Evidentemente para él los «tres días» constituyen un tiempo demasiado largo respecto al
trauma inmediato, provocado por el impacto de una perspectiva de desprecio. Pedro
advierte sólo el escozor de las heridas, la confusión por la ruina de sus proyectos, la
oscuridad porque se apagan sus esperanzas humanas y no capta la luz de la Pascua, que
ya en este momento empieza a vislumbrarse.
Además, y aún es más paradójico, Pedro está convencido de que habla desde el punto
de vista de Dios, de su honor, de su gloria.
Según la mentalidad del discípulo, la idea de un Mesías sufriente, rechazado, es
contraria al honor de Dios, es algo impío, un atentado a la grandeza divina.
Por ello Pedro debe sufrir un choque increíble cuando escucha a Jesús decirle que lejos
de ser defensor de los derechos de Dios, como él se creía, está en cambio de parte de su
«adversario».
Hay aún otros dos anuncios de la pasión (9, 30-32; 10, 32-34).
Pues es probable que Cristo haya tenido que remachar frecuentemente este clavo que se
resistía a entrar. «¿Quién podrá precisar el numero de veces que Jesús, ante sus
discípulos, habrá hablado directa o indirectamente de su itinerario hacia la humillante
condena a muerte?» (K. Gutbrod).
Cristo deberá echar mano de todos los resortes de su propia pedagogía para educar a
los discípulos en el modo de pensar de Dios.

Hijo-del-hombre
Para nuestra mentalidad es el título más misterioso. A pesar de ello aparece numerosas
veces en los evangelios -y no aparece en ningún otro texto del nuevo testamento, excepto
una vez en los Hechos de los apóstoles-. Jesús se atribuye a sí mismo este título, aunque
lo hace en tercera persona -no dice nunca «yo soy el hijo del hombre», sino «el hijo del
hombre tiene que... será entregado... aparecerá"-.
Los problemas que se plantean son muchos y las discusiones están todavía abiertas,
dando origen a una variedad de hipótesis, ninguna de las cuales resulta totalmente
convincente. La literatura sobre el tema es inmensa.
Casi todos los estudiosos están de acuerdo en agrupar los textos en torno a tres núcleos:

-En el primero, el hijo del hombre aparece como proyección futura, cual juez escatológico.
Esta figura es típica de la literatura apocalíptica. Es famosa en este sentido la visión de
Daniel, que presenta al hijo del hombre como juez de los imperios de la tierra simbolizados
en las cuatro bestias (Dan 7, 13).
-El segundo grupo hace referencia a la actividad presente del hijo del hombre.
-En el tercer grupo, la figura del hijo del hombre se relaciona con la pasión y la muerte.
Desde un punto de vista filológico la denominación no dice gran cosa. El término arameo
bar-nasha significa sencillamente el hombre o un hombre. Indica, genéricamente, a quien
pertenece a la raza humana.
Limitémonos al uso que hace Mc o mejor el Jesús de Mc.
En este evangelio el término aparece catorce veces.
Más detalladamente: tres veces en clave escatológica -juez final-.
Dos veces para precisar la misión de Jesús en medio de los hombres: el hijo del hombre
es aquel que «tiene potestad en la tierra para perdonar pecados» (2, 1-12) y esto le vale la
acusación de blasfemia, un crimen penado con la muerte. Además es «señor del sábado»
(2, 23-28). En esta perspectiva, el hijo del hombre reivindica para sí un poder soberano, da
pruebas de «escandalosa» libertad y dispone de una palabra de gracia en oposición a la
palabra rígidamente legalista que detentan los escribas.
Pero el título de hijo del hombre, en el evangelio de Mc, aparece nueve veces en relación
con la pasión, muerte y resurrección de Jesús. En la página que hemos comentado,
aparece por primera vez en este sentido. Nota C. Masson: «Cuanto más detallados son los
anuncios de la pasión, hasta llegar en el tercero a un auténtico compendio (10, 33 s), más
el hijo del hombre ha medido anticipadamente el horror de la propia muerte y más crece su
obediencia, acto de soberana libertad. Todo anuncio de la pasión se concluye con el
anuncio de la resurrección del hijo del hombre «después de tres días». Se trata de algo
muy importante, porque sólo esta resurrección testifica la victoria del hijo del hombre en su
aparente derrota».
Es significativo el hecho de que en el evangelio de Mc se hable siempre de la muerte
redentora de Jesús en cuanto hijo del hombre. Jesús es el que a través de su humanidad
está unido a todos los hombres. Y todos los hombres se pueden reconocer en él.
Pero hemos de precisar en qué sentido se aplica Jesús esta figura del hijo del hombre,
refiriéndonos a la tradición bíblica.
Me parece que hay que tener en cuenta la hipótesis propuesta por E. ·Schweizer-E,
quien sostiene que el personaje, no es tanto el familiar de las visiones apocalípticas
-Daniel, Esdras, Enoc-, sino más bien el de Ezequiel. Este profeta es llamado 87 veces
«hijo del hombre». Y se presenta con las siguientes características: animado por el espíritu
de Dios, tiene el oficio de centinela de Israel, medita y asimila la palabra de Dios para
devolverla después al pueblo, está encargado de tener ojos por aquellos que no ven, de
tener oídos por los que no escuchan, tiene que hablar aunque no le tomen en serio,
anuncia el juicio, pero también la salvación.
Además de con esta figura, Cristo se ha identificado con el justo sufriente, con el siervo
obediente (Is 53) sabiendo que la obediencia a Dios lleva necesariamente al sufrimiento y a
la muerte.
Naturalmente, como observa también E. Schweizer, Jesús interpreta su propia misión
más allá del itinerario indicado por Ezequiel e Isaías. «El tenía que llevar a término los
sufrimientos de Israel, de sus profetas y de sus justos».
Pero en el destino del justo sufriente está implícita también la idea de juicio. El que se ha
identificado con los hombres, en el juicio tomará partido a favor o en contra de aquellos que
le han reconocido o rechazado.
«La espera de un hombre justo que después se mostraría como el siervo y el Hijo de
Dios mediante el sufrimiento inocente, que habría sido rechazado y muerto por los hombres
pero exaltado por Dios y que habría aparecido para juzgar a sus enemigos, estaba ya
difundida en el judaísmo antes de Jesús (Sab 2, 12-20; 4, 10-17; 5, 1-5). Naturalmente
Jesús no se ha considerado jamás como uno de tantos, sino como aquel que habría llevado
sobre sí y para siempre los sufrimientos de Israel. En este sentido él es el «hijo del
hombre», el «Hombre» en quien la ceguera de los hombres ante la realidad de Dios y su
lucha contra él llega a su punto culminante, el «Hombre» que ellos encontrarán de nuevo
en el juicio. El reino de Dios es sólo de Dios y será inaugurado por él. Sin embargo el hijo
del hombre intercederá por sus seguidores y testificará contra quienes no han reconocido
abiertamente a Dios. El será quien pronuncie el juicio. Es fácil entonces comprender cómo
en la tradición posterior fue identificado con el juez mismo que llegaba sobre las nubes del
cielo» (E. Schweizer).
Precisamente en la escena del juicio final descrita por Mt (25, 31 s). Jesús aparece como
hijo del hombre que juzga a los que le han acogido o rechazado como pobre, hambriento,
sufriente, perseguido. El comportamiento de los hombres ante los pequeños y humildes
determina la actitud que el hijo del hombre tendrá el último día ante ellos.
De esta forma, según esa hipótesis, la idea del hijo del hombre contiene en sí, tanto la
idea de humillación como de glorificación, de sufrimiento como de juicio.
«Exactamente como el justo sufriente, rechazado y humillado por los hombres, al final, un
día, exaltado junto a Dios, se sentará para el juicio frente a los que lo han aceptado o
rechazado» {E. Schweizer).
Vamos a exponer aún algunas observaciones generales:
-Que Jesús hable del hijo del hombre siempre en tercera persona y jamás en primera, no
prueba de hecho, como quisieran algunos estudiosos radicales, que piense en una persona
distinta de él.
Las pruebas aducidas para sostener esta tesis no son nada convincentes. Pero ni
siquiera las explicaciones dadas para explicar la distinción -expresada por el uso de la
tercera persona- me parece satisfactoria. Jeremías, por ejemplo, dice:
«La tercera persona expresa la «misteriosa relación» entre Jesús y el hijo del hombre: él
no es todavía el hijo del hombre, pero lo será cuando sea glorificado». En tal caso no se
explicaría, al menos, la utilización del término respecto a la actividad presente de Jesús.
Será mejor dejar abierto el problema.
-J. Guillet advierte que el uso del título hijo del hombre está siempre asociado a una
acción hecha o sufrida. Jamás se emplea la palabra para definir la esencia de Jesús, su
identidad, sino siempre para decir lo que hace, lo que deberá padecer, lo que hará o dirá.
-La relación entre los gestos del hijo del hombre sobre la tierra y los que se sitúan en el
cielo se podría definir como «simetría al revés». Es decir, rebajamiento-exaltación en el
trono; humillación-gloria; rechazado-triunfador, acusado-juez, debilidad-poder...
-En los tres grupos de textos relativos al hijo del hombre -en clave de parusía, pasión,
actividad presente-, se nota una absoluta independencia. Por ejemplo, los textos que
anuncian su aparición final no aluden para nada a la pasión. Y los que anuncian la pasión
no contienen ninguna indicación acerca del papel de juez universal.
-«No sería pertinente querer ver expresada en este título, a diferencia del título de hijo de
Dios, la verdadera humanidad de Jesús. De cualquier modo el título no se puede interpretar
en el sentido de la doctrina de las dos naturalezas, porque «hijo del hombre» e «hijo de
Dios» como predicados cristológicos, han nacido independientes uno del otro. Es cierto, sin
embargo, que en este título se expresan al mismo tiempo tanto la exaltación como la
humillación de Jesús» (G. Schneider).
-La opinión según la cual el título de hijo del hombre se debería atribuir a la iglesia
primitiva tropieza con muchas dificultades.
La primera, esta: la expresión en los evangelios se pone única y exclusivamente en boca
de Jesús. Nadie lo llama de esta forma.
Por eso concluye Cullmann: «Jamás ellos le llaman así y jamás quien habla con Jesús se
dirige a él con este apelativo. Esto sería inexplicable si hubieran sido ellos los que
atribuyeron a Jesús esta autodenominación. En realidad han conservado con memoria
precisa el hecho de que sólo Jesús mismo se ha llamado así».
Más bien es cierto que en tiempos de la primera comunidad cristiana, la expresión
resultaba bastante difícil de comprender.
De hecho no la encontramos en ninguna profesión de fe ni en ninguna plegaria litúrgica.
Que se haya conservado en los evangelios, a pesar de la dificultad para entender su
sentido exacto, quiere decir sólo que se sabía claramente que tal denominación había sido
empleada por Jesús.
Por qué Jesús eligió preferentemente este título más bien obscuro, es un problema hasta
ahora insoluble. Quizá también esto forma parte del comienzo de una enseñanza nueva. El
término «Mesías» servía poco a este cambio de enseñanza, porque estaba cargado de
demasiadas hipótesis temporalistas, difíciles de eliminar.
Se puede sólo concluir, con toda probabilidad, que hijo del hombre es un «título de
gloria». El que lo sea, a pesar de las apariencias en contrario, forma parte del misterio de la
persona y de la misión de Jesús, sobre el cual no sólo los discípulos, sino también nosotros
estamos llamados continuamente a preguntarnos.

PROVOCACIONES

1. Algunos estudiosos niegan que Jesús haya tenido conciencia de la propia muerte y por
tanto haya podido hablar de ella, al principio, de manera explícita. Los tres anuncios serían,
por así decir, profecías al revés, ex eventu, es decir habrían sido formulados por la
comunidad cristiana después que se habían realizado los hechos.
Personalmente creo lo contrario. Es más, creo que, incluso desde un punto de vista
humano, Jesús advertía hacia dónde iba. Las oposiciones y los contrastes que se
profundizaban cada vez más, entre él y los notables, encaramados en la defensa de sus
privilegios, amenazados por la novedad, eran avisos, bastante claros, del trato que le
darían.
Mi opinión cuenta poco. Más bien me parece que la insistencia de Jesús no se dirigía
exclusivamente a los discípulos. También la iglesia primitiva, que asimismo era azotada por
los primeros vendavales, encontraba terriblemente difícil el «digerir» aquellos anuncios.
Incluso post eventum, es decir al realizarse la profecía de Cristo, tanto en los
acontecimientos de su vida como en los de sus miembros, los primeros cristianos eran
refractarios a aceptar aquellas profecías y esperaban siempre que hubieran comprendido
mal.
Sí, de acuerdo, la resurrección. Pero la dificultad estaba en el camino para llegar. Era el
a través de lo que molestaba. Era el «debía» lo que se intentaba descartar. ¿Era posible
que no se pudiera llegar a la gloria sin pasar a través del rebajamiento, encontrarse
inmersos en la luz sin tener que atravesar las tinieblas?
Sin embargo, Jesús continuaba hablando «abiertamente» a través de las persecuciones,
las tribulaciones de toda clase, las tempestades que descargaban sobre las primeras
comunidades cristianas.
Es siempre difícil aceptar la evidencia de las cosas que no son de nuestro gusto.
Es arduo admitir las razones que no nos dan la razón, los argumentos que desbaratan
nuestros sueños, las pruebas que destruyen nuestras ilusiones.
Las profecías que contrastan con nuestros deseos, aunque se cumplan, las acogemos
con desconfianza y nos resistimos a reconocerlas, esperamos siempre que se trate de una
equivocación.
Quizá nos fiamos del primer mago falso que pasa junto a nosotros y alimentamos dudas
sobre si Jesús habrá dicho la palabra exacta, o si habrá exagerado.
Nos alimentamos de mentiras, justificamos las hipótesis más absurdas, acariciamos
ilusiones vanas, miramos inexorablemente en dirección de lo improbable y no nos
decidimos a acoger el categórico «debía» de Dios.
También nosotros, como Pedro, dispuestos a todas las aperturas, menos a la de ingerir
ese indigesto «es necesario».
Qué difícil es dar la razón a Dios cuando descubrimos con despecho que él no tiene en
cuenta lo que nosotros pensamos; que al trazar sus designios no consulta primero con
nosotros, seguros proyectistas de caminos (equivocados) de Dios.

2. A propósito de construcciones. El verbo utilizado por Jesús «ser rechazado» (v. 31)
hace referencia a una imagen famosa del salmo 117:
La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular: es el Señor quien
lo ha hecho, ha sido un milagro patente (v. 22-23).
Advierte agudamente un autor: «Antes de hacer una cristología es decir expresar su fe en
Jesús a partir del título de «Cristo» los cristianos han hecho una petralogía, es decir han
expresado su fe a partir de la «piedra».
Los expertos en doctrina religiosa, las personas influyentes de entonces, los letrados no
han sabido qué hacer con Jesús. Su palacio estaba ya rematado. Aquella piedra no tenía
ya sitio en una construcción acabada. Además no aceptaba ser una piedra ornamental, un
añadido superfluo al edificio -para esto siempre habría un arreglo adecuado-, sino que
pretendía ser colocada como cimiento, piedra angular. Cuando uno se ha instalado
cómodamente en el palacio, ¿cómo puede tener ganas de cambiar todo, comenzar de
nuevo?
Ciertos retoques al edificio pase, pero esa piedra pretende una colocación que pondría
todo en discusión...
Sin embargo, ésta es precisamente la línea de separación entre el pensar a la manera de
Dios y el pensar a la manera de los hombres.
DISCIPULO/CR Discípulo es quien acepta colocar a Cristo como piedra
angular de la propia construcción. Y esto también cuando el material ofrecido por él es el
que normalmente es descartado y rechazado por los hombres -y que también yo estoy
tentado frecuentemente a rechazar-.
Cristiano es el que edifica con una piedra descartada por los sabios de este mundo. Por
ello su construcción tiene una característica de solidez. Y también por eso puede dar
gracias por una obra maravillosa que no es debida a mano de hombre.
Dios no sólo es capaz de escribir derecho con líneas torcidas.
Es capaz de fabricar cosas importantes con piedras inútiles.

3. Pedro ha superado brillantemente el examen de ortodoxia. Ha reconocido en Jesús al


Mesías. Sin embargo, se ha ganado el título de «Satanás». Antes de él hasta los demonios
habían llegado a tal reconocimiento, incluso habían llegado más lejos. A este nivel Pedro no
tiene nada que hacer con el Maestro.
El examen decisivo es el de la mentalidad.

4. Continuemos con el contraste entre el Maestro y el portavoz de sus discípulos.


Pedro no se equivoca acerca de la identidad de Jesús.
En donde se equivoca de medio a medio es en el modo de entender su misión.
El error de fondo no se refiere a la gloria, sino al camino para llegar.
Pedro está ciego, no porque no perciba la luz, sino porque es incapaz de soportar la
obscuridad.
Pienso que su actitud se prolonga hasta hoy y determina la radical oposición entre la
mentalidad de Cristo y la de muchos que dicen seguirle y se definen como «suyos».
No basta que los fines sean santos y píos, que las intenciones sean buenas y dignas de
alabanza. Es necesario que los medios empleados sean los adoptados por Cristo.
No basta que las batallas sean justas, es necesario combatirlas con los medios «pobres»
elegidos por Jesús: debilidad, humillación, sufrimiento, derrota, inconsideración, oposición
por parte de los jefes de este mundo.
No basta estar de parte de Dios, proclamar su gloria, reivindicar sus derechos. Hay que
pasar a través del mismo camino por el cual ha pasado él: la pasión.
No basta decir «voluntad de Dios», o «Dios está con nosotros». Tengamos presente que
Dios está con nosotros sólo cuando nosotros estamos con él, es decir cuando nos
colocamos en su mismo itinerario de pequeñez, de amor que acepta el riesgo de ser
rechazado y no recurre jamás a la fuerza para imponerse.
Cuando se deja la cruz, aunque nos introduzcamos en el esplendor deslumbrante del
éxito, no nos engañemos: aquella no es la gloria de Dios, sino la mofa del «adversario».
Jesús no tiene nada que decir sobre nuestra verdad. Pero con frecuencia tiene bastante
que decir sobre nuestro modo de afirmarla.
Casi siempre nos puede aprobar en ortodoxia. Lo cual no impide el que tengamos un
suspenso en mentalidad.

5. Algunos exegetas de gran fama sostienen que Mt se ha servido de la expresión:


«¡Quítate de mi vista, Satanás!», dirigida originariamente a Pedro, retrotrayéndola al
episodio de las tentaciones en el desierto y dirigiéndola al mismo demonio. Se trataría en
este caso de una transposición más bien inquietante y sobre la que, por desgracia, si
observo dentro de mí, no puedo estar de acuerdo.
Es decir: para hablar del adversario, Jesús no tiene nada más que mirar en su casa...

6 . Se dice pronto «mentalidad» según Dios y no según los hombres, pero no es una
cosa que se improvisa. Ni fácil de aceptar.
Se trata de un largo y doloroso trabajo de purificación.
Es necesario que desaparezcan de nuestras agendas los cálculos de la prudencia
humana, los atajos de la facilidad, los itinerarios que tenemos la pretensión de imponer a
Dios, las imágenes que nos hemos construido de él, de su gloria y de su honor.
Solamente cuando desaparecen nuestros «es mejor», «se podría», «sería oportuno», en
definitiva toda la gramática de las buenas maneras y de la comodidad, aparece nítidamente
el «tiene que» de Dios. Y siempre es una sacudida de nuestro orgullo.
Pero todo esto no llega de improviso. El categórico «es necesario» de Dios se sobrepone
y no se mezcla con mis palabras usuales -con el riesgo de quedar confundido con ellas o
incluso engullido por ellas-. Ese es un imperativo que resuena sólo cuando se callan otras
voces, cuando somos realmente pobres de espíritu, desprovistos de consejos que dar a
Dios.
Ciertamente en este campo la seguridad no se consigue jamás.
Sin embargo, se pueden dar grandes pasos en esa dirección.
El primero consiste en reconocer que los pensamientos según la mentalidad de los
hombres no son los de los otros, sino los míos.
El segundo puede ser el miedo cuando parece que Dios está de acuerdo conmigo. No. El
Dios que está de acuerdo conmigo no es Dios, sino su «enemigo». Y hay que ponerse a
salvo.

CONFRONTACIONES

Cuando Dios es Dios


Dios es Dios en cuanto hace lo que el hombre no puede hacer: dejarse rechazar,
rebajarse y hacerse pequeño, sin dejarse invadir por un complejo de inferioridad, que sería
en realidad una prueba del deseo opuesto, de la aspiración a una mayor grandeza.
Quien entiende la pasión del hijo del hombre ha entendido a Dios en ella y no en el
esplendor celeste es donde se puede ver el corazón de Dios (E. Schweizer, Das
Evangelium nach Markus, Gottingen 151978).

Un cambio de rumbo decisivo


Los evangelios subrayan como un cambio de rumbo decisivo en la vida de Jesús, el
momento en que ha comenzado a anunciar abiertamente a sus propios discípulos que
debía sufrir y morir víctima de sus adversarios. Este momento coincide con la confesión de
Cesarea: la revelación del Mesías no sería otra cosa que ilusión si se rechazase el aceptar
su auténtico rostro, destinado al odio y a la muerte... Los evangelistas suponen como un
hecho cierto y subrayan como una enseñanza fundamental, que Jesús tenía conciencia de
la suerte que le estaba reservada y del sentido de ese acontecimiento. Hoy nosotros nos
interrogamos sobre esta conciencia que nos parece constituir un atentado a su humanidad
y a la realidad concreta de su vida y de su muerte. Si Jesús conoce ya previamente lo que
va a sucederle, entonces todo estaba ya decidido para él, y su pasión sería sólo un
momento terrible que hay que pasar, un túnel en el que ya se vislumbra la salida con luz.
Pero esta perspectiva simplista no es la que dimana de los evangelios: la visión que Jesús
tiene de su propia pasión, el anuncio que nos da es, por una parte, cierto, porque se refiere
al hecho, dependiente de las previsiones y de las intuiciones naturales sobre el desarrollo
del acontecimiento futuro, y misterioso, porque se refiere al significado de este
acontecimiento.
Si se tienen en cuenta los procedimientos literarios y la composición de los evangelios, el
lenguaje de Jesús que anuncia la propia pasión implica, sin duda, un acento y realce únicos
y supone una conciencia cuyo misterio nos supera; sin embargo esta conciencia es la de un
hombre y nosotros podemos acceder a ella {J. Guillet, Jesús devant sa vie et sa morte).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 13-26)

2-2 - PARA SEGUIR A JESÚS


Mc/08/34-09/01 Mt/16/24-28 Lc/09/23-27
SGTO/CAMINO-CR

No hay dos caminos


«El camino trazado por Dios al hijo del hombre determina también el camino del discípulo,
de quien se adhiere a Jesús y le sigue» (K. Gutbrod). La figura del discípulo se caracteriza
por un esfuerzo de conformidad con las elecciones, actitudes y estilo de vida del Maestro.
No hay dos caminos. El único camino es el recorrido por el hijo del hombre. Al cristiano no
se le permite inventar otro.
Las vicisitudes del hijo del hombre, en cierto sentido, deben prolongarse en la existencia
de todos aquellos que se empeñan en vivir las exigencias del evangelio.
Desde el principio se da la circunstancia de que las palabras de Jesús no se dirigen sólo
al grupo reducido de los suyos, sino también a la gente.
Todos están llamados a ser discípulos, es decir -si de privilegio se trata- a entrar en el
círculo de los privilegiados de la cruz, siguiendo a Jesús. No hay dos categorías de
cristianos. Aquellos a los que se pide más y de los que se pretende menos. Las exigencias
de Cristo son iguales para todos.
Estos «dichos» constituyen la verificación más comprometida de la distinción entre el
pensar a la manera de Dios y el pensar a la manera de los hombres. Es una distinción que
no puede definitivamente tranquilizar a nadie (los pensamientos, de hecho, pueden pasar
fácilmente de un campo a otro) y que quiebra muchas otras menos comprometidas y más
rígidas.
Cristo había presentado su propio destino en tres momentos: ser rechazado, muerte,
resurrección.
Luego la trayectoria del discípulo debe tocar estas tres fases. Puede encontrarse en
contraste con la mentalidad corriente y ser rechazado a causa de su testimonio por Cristo.
También se indica un elemento de muerte (comenzando por la muerte del propio yo, para
llegar a «dar» la vida). Y existe también la «glorificación», siempre que el discípulo no se
avergüence jamás ante nadie de su propia pertenencia al hijo del hombre.
Esta trayectoria se expresa en cinco «dichos». Son máximas que Cristo probablemente ha
pronunciado en momentos y situaciones diversas y que Mc ha puesto juntas en un perfecto
trabajo de montaje. Incluso la colocación (después de la confesión de Cesarea y el primer
anuncio de la pasión) resulta particularmente atinada.
Se tiene la impresión de que se encuentran en el lugar exacto y sirven para ilustrar
perfectamente este concepto: la revelación progresiva del misterio relativo a la misión de
Jesús, se desenvuelve paralelamente con la revelación de itinerario que deberá seguir el
discípulo.
Son cinco sentencias que expresan otras tantas consecuencias de un compromiso de
fondo que podemos expresar con el término «fidelidad».
Examinémoslas detalladamente, una a una.

1. Renuncia y cruz (v. 35) ABNEGACION/QUÉ-ES NEGARSE/QUÉ-ES


¿Qué significa renegar de sí mismo? Literalmente el verbo quiere decir «no reconocer»),
«considerar como extranjero», «no tener nada que ver con alguien», «desaprobar».
Viene a la mente la escena de la negación de Pedro: «No conozco a ese hombre» (Mc
14, 71).
Se subraya aquí la exigencia de no reconocerse más en aquello que se ha sido hasta
ahora, no querer saber nada de un sí mismo con intereses concretos, ideales, valores. Es
decir, un cambio radical en la propia vida, que toca al ser en su profundidad. Algo así como
«pero vivo... no yo» (Gál 2, 19). Una especie de «descentramiento y libertad de sí mismos»
(R. Fabris), que lleva a establecer otro centro de la vida que no sea el yo.
Como puede verse mucho más que un simple «perderse de vista a uno mismo», como
interpretan algunos. No. Se trata de una orientación absolutamente nueva de la existencia,
con consecuencias incalculables.
Dice E. Schweizer: «Se quiere indicar una libertad de sí mismos y de todas las
seguridades (bien sean bienes terrenos o la consecución de una recompensa celeste), en
la que no se quiere ya reconocer al propio yo; una libertad que es posible en donde el
hombre se abandona completamente a Dios. Pablo la llama crucifixión de la carne en una
vida según el Espíritu (/Gá/05/24 s). Juan un ser nacidos de los alto y no de la carne (3, 5
s). Algo parecido ha ocurrido cuando los discípulos han abandonado barca, familia, oficio
de recaudadores, para recibir la oferta de una nueva vida siguiendo a Jesús. Sólo con esta
actitud se puede captar un discurso que hable de Dios de modo no figurado».
E. J. Radermakers precisa: «Negarse no significa rechazar lo que Dios nos concede ser,
sino precisamente aceptar el recibir la propia vida de él y llevar, día a día, el peso de los
acontecimientos humanos, unido al de la voluntad salvadora de Dios».
Se trata precisamente de no conocerse más. Renunciar al propio proyecto para asumir el
proyecto de Jesús, que da la vuelta a todas las valoraciones precedentes, toda perspectiva
humana y deseo de autoafirmación. Es la verdadera conversión, la que toca las raíces del
ser. que cambia la orientación de fondo de mi existencia.

CZ/LLEVAR: «Cargue con su cruz...» Es una de las expresiones más citadas del
evangelio. De tal modo se ha usado y abusado que ha sido vaciada de su sustancia más
ruda. Así como la cruz puede convertirse en un objeto ornamental, así «llevar la cruz»
puede convertirse en un modo de hablar, una frase que no cuesta nada (pronunciarla se
entiende), de la que ha desaparecido el peso real del objeto que, en cambio, debería doblar
la espalda.
Intentemos redescubrirla en su originalidad.
Antes de nada, el verbo utilizado indica el gesto de «levantar», «alzar».
Algún comentador retiene como anacrónico que Jesús hable aquí de cruz. En las mismas
profecías de la pasión, incluso muy precisas, no se hace mención jamás de la cruz. Sería la
comunidad primitiva que refiriéndose a la pasión de Cristo, habría añadido esta exhortación
a la precedente de negarse a sí mismo.
Puede ser. Sin embargo, no hemos de olvidar que para los que escuchaban a Jesús, la
imagen evoca una escena más bien frecuente y asumía a sus ojos los contornos de una
realidad cruel en toda su evidencia. Muchos, sin duda, habían asistido al espectáculo de un
condenado -malhechor o agitador político- cargado con el peso de la cruz (el madero
transversal) que se encaminaba, entre dos filas de gente curiosa, hacia el lugar del suplicio
para ser después clavado y alzado en el patíbulo en medio del escarnio de los
espectadores.
En esta perspectiva el discípulo es un condenado por la mentalidad de los hombres, por
el buen sentido de los sabios, uno que puede ser objeto de abandono, expuesto al
linchamiento de los bienpensantes, considerado como un renegado, un fracasado o
peligroso para la sociedad y, por tanto, marginado, desaprobado, alejado de la «ciudad»,
mandado a morir fuera de las murallas.
Algunos estudiosos observan una tautología en las dos frases «si alguno quiere venir en
pos de mí»... «me siga». Me parece, en cambio, una llamada de Jesús a ponderar bien la
decisión: antes de decidirte a ser discípulo, valora bien todos los riesgos que corres,
examina las exigencias de semejante elección, toma conciencia de lo que te puede tocar.
Se trata de algo extremadamente serio, no es un juego... Y ahora, si eres capaz, sígueme...

2. Salvar o perder la vida (v. 35) V/SALVAR-PERDER


El término griego empleado -psyché- se traduce habitualmente por «alma». Pero «esta
palabra puede indicar la vida física o la persona en sentido espiritual: aquí parecen
entendidos y fundidos los dos significados» (G. Nolli).
Sería abusivo ver una contraposición entre cuerpo (mortal) y alma (inmortal), un dualismo
típico de la filosofía griega, pero totalmente ajeno a la concepción antropológica de la
Biblia. Si existe alguna contraposición, ésta se coloca entre vida «dada» a Dios y vida
«tenida» para sí.
No olvidemos que Jesús no habla como un filósofo griego. La concepción semítica del
hombre, en la que se inspira el Maestro, no es dualista, sino que considera la persona
humana en su totalidad, alma y cuerpo juntos, la vida en su unidad.
El término hebreo correspondiente a alma puede ser nefes, que puede traducirse por
vida y que es un término fundamental de la antropología bíblica.
Veamos, por ejemplo, lo que dice la Sabiduría:
«Quien me alcanza, alcanza la vida (nefes) y goza del favor del Señor. Pero quien me
ofende, hace daño a su alma (nefes); los que me odian aman la muerte» (Prov 8, 35-36).
Cito solamente dos de las interpretaciones más acertadas del pasaje.
R. ·Schnackenburg: «... Su significado es el del hombre todo entero con su exuberancia,
sus ganas de vivir, las propias manifestaciones de todos los días o, para decirlo en
términos modernos, con la propia existencia. Quien únicamente se preocupa de dar vueltas
a su yo o de poner a salvo su propia existencia por amor de sí mismo, perderá su vida y
errará la meta a que esta tiende, sin esperanza de recuperación. En cambio, quien estima
el seguimiento de Cristo mucho más que el vivir terreno y le sacrifica a éste por aquel,
salvará la propia vida logrando con ella su verdadera meta».
·Schweizer-E: «En el seguimiento de Jesús aparece, por tanto, un cambio de valores:
afirmarse a sí mismo lleva a la pérdida, renunciar a sí lleva a la ganancia de la vida. La
palabra griega pyché así como su equivalente semita, significa tanto el alma como la vida.
Es, por tanto, claro que no se puede sencillamente separar la vida natural y la vida
religiosa. El dicho de Jesús afirma que la verdadera vida, incluso en el plano terreno,
natural, se encuentra sólo en el don de sí mismos. Precisamente el que quiere aferrar para
sí solo la vida, pierde la posibilidad de una auténtica vida que le haga feliz. La vida, en el
sentido en que la ha concebido el Creador, sólo se puede encontrar en el don de sí
mismos; sólo así es una vida libre, desinteresada, abierta, a la que Dios y el prójimo tienen
acceso. Una vida de este género no cesa al morir, porque pertenece a Dios y él
permanecerá cercano incluso en la muerte».
El Talmud conoce una paradoja equivalente a la de Jesús: «¿Qué debe hacer el hombre
para vivir? Morir a sí mismo ¿Qué debe hacer el hombre para morir? Vivir a sí mismo». Lo
que es nuevo en Jesús es la motivación: «por mí y por el evangelio».
«Por el evangelio», usado en sentido absoluto, es una expresión exclusiva de Mc y
puede considerarse un añadido propio. Quizá haya pensado en la comunidad primitiva que,
a diferencia de los apóstoles, no estaba ya en relación personal con Jesús.
Es impresionante, sin embargo, la equivalencia entre «por mí» y «por el evangelio». Pero
hay que explicar qué se entiende con esta última expresión. Explica J. Delorme:
«Observamos que aquí «evangelio» presenta el sentido dinámico de la acción a la que es
necesario dedicarse. No se trata sólo de perder la propia vida por la fe en el evangelio o en
el mensaje recibido, sino por el evangelio que nosotros debemos anunciar».
E. Trocmé: «No basta estar convencidos de la mesianidad de Jesús, sino seguir a Jesús
por el camino al que lleva la gran noticia, es decir convertirnos nosotros en evangelistas,
cualquiera que sea el precio. Recordando la misión de la que Jesús estaba encargado, Mc
quiere arrancar a los lectores de una vana especulación y empujarles a esa misión».
B. Maggioni, después de haber sintetizado la tarea del discípulo que consiste en
«proyectar la existencia en términos de donación, no posesión», pone en guardia contra
otro tipo de interpretación dualista de este pasaje, según la cual sería necesario «renunciar
a la vida terrena por la celeste, a los valores materiales en favor de los espirituales. Nada
de esto. Jesús afirma que la vida entera, material y espiritual, se posee únicamente en el
don de sí. Merece la pena insistir: Jesús no manda la renuncia a la vida -a esta vida para
conseguir otra-, sino que exige que se cambie el proyecto de esta vida. No renuncia a la
vida, sino proyección de ella en la línea del amor».
Como conclusión hay que decir que esta paradoja evangélica se puede comprender sólo
a la luz del modelo ofrecido por la muerte y resurrección de Cristo.

3. El ganador del juego,


es decir, una elección entre plenitud y vacío (v. 36-37)
Refiriéndose probablemente a un proverbio popular, Jesús saca las consecuencias de
los principios antes enunciados.
Si el seguimiento-fidelidad, si la vida-don representan el valor supremo, todos los otros
valores palidecen o al menos están subordinados a este.
Sobre todo las riquezas, las conquistas terrenas, los éxitos mundanos amenazan con
perder lo más importante, la única ocasión que se le ofrece al hombre: vivir en plenitud.
Uno puede jugarse todo a la afirmación de sí mismo, al goce, a abrirse camino por
cualquier medio, a apostar por sobresalir sobre los demás a cualquier precio. Y puede
incluso tener éxito, según el parecer humano. Al final, sin embargo, se encontrará con que
ha perdido la vida. El que apuesta sobre los bienes terrenos, resultará necesariamente un
jugador que pierde, a pesar de la apariencia de éxito.
La muerte le sorprenderá con un cúmulo de cosas inútiles, con una vida fallida, no vivida
verdaderamente, frustrada en sus objetivos esenciales.
Ha hecho el tonto, porque ha ganado todo lo que no sirve para la vida. Así, en el juicio,
no tendrá nada que ofrecer a Dios para obtener una vida irremediablemente «perdida» (v.
37). Este último versículo hace referencia al salmo 48:
«... nadie puede salvarse ni dar a Dios un rescate.
Es tan caro el rescate de la vida,
que nunca les bastará para vivir perpetuamente... {v. 8-10).

Hay que advertir que el término mundo (kosmos) en las palabras de Jesús no indica el
mundo ordenado según la razón y los valores morales y religiosos, sino más bien el
complejo de los valores económicos y sociales, los bienes materiales y las alegrías que
procuran.
En la misma frase de Cristo se puede leer también la idea de que el dinero no sirve para
adquirir la verdadera vida. Esta se compra sólo con la pérdida de sí.
Como se ve, el problema de fondo consiste en el ser o no ser del hombre, en una vida
realizada o fracasada.
El que apuesta todo en el tener queda empobrecido en el ser, quien vive en el horizonte
restringido de lo inmediato suprime el porvenir, la vida futura le está vedada. Y todo esto
repercute necesariamente también en el presente.
Advierte justamente B. Maggioni: «Ninguna oposición entre alma y cuerpo, espíritu y
materia. La oposición está entre el proyecto del hombre y el proyecto de Dios, entre dos
modos posibles de realizar la existencia. No está en juego una vida por otra; la elección no
es precisamente entre la vida presente y la futura. Está en juego toda la existencia; la
elección entre una vida plena y una vida vacía. Puedes jugarte la existencia apostando por
la posesión, en la lógica del tener siempre más; o bien puedes jugarte la existencia
apostando por la solidaridad, según la lógica del discípulo. La primera elección, a pesar de
las apariencias, contiene la negación de la vida: porque en su entramado más profundo el
hombre está hecho de amor y no de soledad. La segunda, aunque aparentemente sea un
fracaso, contiene la plenitud de la vida».
4. Reconocer para ser reconocidos (v. 38)
Aquí Jesús parece que da marcha atrás y hace referencia a la decisión inicial del
discípulo.
Se trata de tomar posición en favor de Jesús. Y esta determinación no puede cesar o ser
atenuada o puesta en discusión al verificarse situaciones desfavorables.
Quien se avergüenza o abochorna de Jesús ante los hombres -es decir no se
compromete por él- en el juicio también el hijo del hombre se avergonzará de él. Quien, en
ciertos casos, no quiere saber nada con el maestro, tendrá la sorpresa de encontrar a un
maestro que en el último día tomará distancias respecto de él. Es decir, la toma clara de
posición en favor de Jesús, con todos los riesgos que comporta, determina y decide el
destino último del creyente.
FE/TESTIMONIO: «La fe no es una cuestión privada y en modo alguno
obligante, sino que exige el testimonio en favor de Jesús y su reconocimiento ante los
hombres, incluso cuando ello comporta dolor y muerte. La fe debe ser una fuerza que rige
la entera existencia humana, no es posible deshacerse de ella como si fuese un hábito
molesto al llegar la hora de la prueba» (R. Schnackenburg).
En este «dicho», la referencia al martirio, al testimonio supremo, no es algo vago. Aquí
asume una cruda evidencia la necesidad de «perder la vida» a causa de Jesús.
La expresión «generación adúltera» significa «lejana de Dios».
La tradición bíblica habla de las relaciones de Dios y su pueblo en términos de unión
esponsal. Por ello toda ruptura de los compromisos de la alianza se convierte en infidelidad,
traición, prostitución.
De esa forma la fidelidad a Jesús se traduce esencialmente en el coraje de la propia fe,
en la capacidad de confesarlo incluso cuando lleva consigo burlas, ultrajes, persecuciones.

Quizá este «dicho» se refiere explícitamente al primero. De hecho, el hombre en su


debilidad está más próximo a renegar de Jesús, a no reconocerle, que a renegar de sí
mismo, especialmente cuando se vislumbran en el horizonte las amenazas de la tormenta.
Es lo contrario de las exigencias del seguimiento. La adhesión a uno mismo prevalece
con demasiada frecuencia sobre la adhesión al Maestro en situaciones difíciles.

5. El que ve el reino (9, 1)


La última máxima es la más difícil y continúa suscitando un sinfín de polémicas.
Jesús, cuando habla de algunos presentes que no gustarán o probarán la muerte «sin
haber visto que el reino de Dios ha llegado ya con fuerza», parece entender un
acontecimiento inminente. ¿Se ha engañado? ¿Ha aproximado demasiado el tiempo de la
venida «con fuerza»? En todo caso, ¿qué entendía con esta frase misteriosa y desmentida
por la realidad de los hechos?
El que el «dicho» sea introducido por la fórmula típicamente marciana «y añadió», indica
ya, que la unión con lo anterior es bastante problemática. Por otra parte, la fórmula expresa
una afirmación solemne.
Alguno resuelve este espinoso problema refiriéndose al episodio de la transfiguración,
que sigue inmediatamente. De esta forma, los tres apóstoles privilegiados serían aquellos a
quienes es concedido ver el reino en el esplendor de su fuerza, sólo seis días más tarde.
Algún otro sostiene que no se trata de una palabra auténtica del Señor, sino de una
formulación de la comunidad necesitada de consuelo en medio de las pruebas más atroces,
que hacían disminuir la esperanza y crecer la impaciencia en muchos cristianos.
Existen aún otras soluciones más convincentes. Cito algunas que me parecen
especialmente significativas.
J. Radermakers: «Desde aquí y ahora el hombre se juega el destino: toda acción tiene un
valor decisivo para el reino y en la sucesión histórica de los compromisos de cada uno, se
realiza la venida del hijo del hombre en la gloria del Padre. Adherirse a Cristo significa, por
tanto, estar seguros de no gustar la muerte sin haber visto que el reino de Dios ha llegado
ya con fuerza. No es una promesa de huida de la muerte física, sino una certeza dada al
discípulo que se compromete a seguir al Maestro: la certeza de compartir desde ahora su
sufrimiento y su muerte y de esperar de forma decisiva la fuerza de su resurrección».
R. Fabris: «Antes de nada hay que considerar la honestidad de la tradición evangélica,
que ha conservado una sentencia de Jesús a pesar de su obscuridad y la contradicción con
la experiencia histórica. Segundo, el lenguaje usado es típico de la tradición profética y
apocalíptica, por tanto, la interpretación tiene que tener en cuenta aquella perspectiva y
mentalidad. Cuando los profetas quieren poner en evidencia la seriedad de la respuesta
humana a la llamada de Dios o la certeza de la intervención divina, sobreponen las
perspectivas de tiempo y espacio: Dios está aquí ahora.
«...En la sentencia de Jesús el acento está puesto en la seriedad o urgencia de la
decisión y en el contraste entre el reino de Dios, que se revela de forma oscura y embrional
en los signos, gestos y palabras de Jesús y su manifestación definitiva. La colocación que
Mc ha dado a esta sentencia en el centro de su evangelio, después de la revelación
histórica del proyecto de Jesús que culmina en su muerte y resurrección, nos invita a no
congelar el reino de Dios en un venerable pasado de recuerdos, ni a alejarlo en un
evanescente y fantástico porvenir, sino a tenerlo presente para dejarse plasmar por su
fuerza crítica y estimulante. En el presente de la vida de sus discípulos, el hijo del hombre
continúa su destino de muerte y resurrección; y en el presente histórico de la comunidad, el
reino con fuerza determina la seriedad del compromiso y de la decisión».
E. Schweizer: «Para nosotros la dificultad viene dada por el hecho de que las cosas no
han sido así, pero quien tiene una confianza viva en la intervención de Dios no puede
rechazarlo en una lejanía infinita, como si no fuese algo para tomarse en serio. Por esta
razón también los profetas han visto siempre el día del Señor en el futuro inmediato y en
estrecha relación con los acontecimientos de la historia contemporánea, un poco como
nosotros, mirando desde un punto panorámico, vemos las cadenas de montes, que con
frecuencia distan muchos kilómetros una de otra, como si estuvieran todas adosadas una a
la otra. Jesús no habla con la perspectiva de 9, 1, sino que enseñaba que el acontecimiento
futuro se decide ahora, cuando la palabra de Jesús llega al hombre (8, 38). El sentido de 9,
1 es el mismo: el hombre no debe engañarse respecto a la cercanía inminente de Dios. La
forma del enunciado, sin embargo, que responde a la mentalidad de la época, no puede ser
lo mismo que en nuestro tiempo».
Finalmente, me parece muy bella esta página de G. Dehn: «Hay que luchar con esta
afirmación hasta que honestamente se llegue a esta alternativa: o poner a Jesús entre la
fila de sus compatriotas, con las ideas de su tiempo, que para nosotros son completamente
extrañas, o ver en estas palabras la clave misma del evangelio. Precisamente el acento
puesto en la proximidad del retorno nos indica de qué se trata. De esto: Jesús no es el
punto culminante de un desarrollo humano-historico, ni siquiera el punto de llegada de un
lejano futuro hacia el que la humanidad se esforzaría progresivamente, sino más bien el
cambio, el fin de cada cosa, el principio radicalmente nuevo que viene de Dios. Si hubiera
dejado su retorno para un futuro lejano, esto no habría significado para la cristiandad
antigua nada más que lo que significa habitualmente para la mayor parte de nosotros: la
última conclusión que corona un gran desarrollo religioso, es decir, en el fondo, el espíritu
humano llegado a la posesión interior de sí mismo. Pero este no es el sentido del mensaje
evangélico, que no quiere elevar al hombre sobre la cima de su conciencia religiosa, sino
hacerlo descender de esa cima para ponerlo sólo ante la gracia de Dios. Nada nos haría
comprender mejor este pensamiento que el anuncio de la venida de Dios, inminente, no
situada en un futuro lejano, sino preparada en cada instante para abolir el mundo de los
hombres tanto en lo que tiene de bueno y grande como en su maldad y en su pequeñez,
para crear uno nuevo».

PROVOCACIONES

1. «Después llamó a la gente...» Lo sé, muchos no saben dónde colocar a esta gente.
Dicen que no cabe, que no entra. Está fuera de lugar.
Estoy convencido, en cambio, de que la gente aquí es necesaria.
Por dos motivos.
En primer lugar, como testigo.
Los discípulos, además de estar comprometidos con Jesús, lo están con la gente. Debe
ser revelado a todos el misterio de su misión.
Todos deben saber qué es lo que comporta, en cuanto a conducta, a comportamientos
prácticos, seguir al Maestro.
Es justo que todos tengan a mano los elementos para juzgar quién es discípulo y quién
aparenta serlo. Para distinguir quién tiene el nombre de Jesús en los labios de quien tiene
la cruz sobre la espalda.
Todos son informados de que cualquier otro camino, fuera del recorrido por Jesús, es un
camino abusivo, equivocado.
Así, el ser discípulo significa quedar expuesto al juicio y al reconocimiento de la gente,
además de el del Maestro.
El desertor, gracias a estas informaciones, puede ser descubierto en todo momento, a
pesar de los disfraces y los documentos en regla.
Cualquiera, a partir de ahora, tiene capacidad para acertar si uno sigue a Jesús o sólo va
de paseo, si está de su parte o sigue sus intereses, si uno lo confiesa o no tiene nada que
ver con él.
Dime a dónde vas y te diré quién eres.
Discípulo, el condenado a la libertad de un solo camino...
Pero la gente no es sólo la que está allí. Se pueden ver las innumerables personas a las
que, en todos los tiempos, continúa dirigiéndose la invitación de Jesús: «Si alguno quiere
venir en pos de mi...».
Yo también soy uno de aquella gente. También yo estoy «convocado», hoy. Llamado a
tomar una decisión clara, hoy.
Invitado, sobre todo, a valorar las consecuencias de mi gesto, sabedor de que este es un
momento «irreparable» que lleva lejos.
Quizá esperase que él me sacase fuera, a la fuerza, me echase a la espalda aquel palo
transversal.
En cambio, él continúa repitiendo: «Si alguno quiere...» Por eso me siento terriblemente
molesto. Si él quisiera por mí, en mi puesto, no pondría tantas dificultades.
Siempre estamos desprevenidos para una propuesta, cogidos de improviso ante una
invitación.
Ante alguien que no se impone por la fuerza, sino que respeta la libertad, no se sabe
nunca qué hacer. Siempre se llega con retraso.
Mucho más si aquel no pretende algo para él, sino para ti. Esto complica
endiabladamente las cosas.

2. A pesar de todo creo que sé por qué dudo tanto en salir de entre la gente.
Jesús ha pronunciado cinco «máximas». Y yo espero la sexta, menos comprometida, más
tranquilizante.
Ha indicado un camino. Pero yo espero que tenga uno de reserva para mí, destinado a
los que tienen miedo de no ser capaces; un atajo que evite el punto escabroso, aquel
«paso» peligroso, aquel encuentro desagradable.
En definitiva, una especie de examen de suficiencia -con menos exigencias- para
discípulos no muy dotados.
Este es otro modo de perder la vida, de dejar escapar la ocasión favorable el esperar que
él mitigue las propias exigencias, cierre los ojos ante uno que no respeta las reglas del
juego y evita el itinerario obligatorio.
Pero el que dice «si alguno quiere», es por desgracia el mismo que dice «puedes».
Si no se mueve, si continúa únicamente «llamando» y esperando, es por que sabe que
«puedo». Y esto es lo que me molesta. Esto es lo que no quiero.
¡Qué diferencia con muchos hombres que tienen poder! Estos, desde el momento que
tienen el poder, quieren. Diré que tienen solamente el poder de querer: de mí y a mí. Yo
después, debo querer. Porque ellos quieren.
Jesús, en cambio, da la vuelta a las cosas. Debo ser yo el que quiere. «Si alguno
quiere...». El poder queda en él. Pero es un poder-debilidad porque está inscrito en una
lógica de amor y condicionado por mi decisión libre. En el sentido de que si yo quiero (y
sólo si yo quiero) el poder en -el sentido de posibilidad- me lo ofrece él, me lo pone él a
disposición.
No quiere por mí.
Pero está dispuesto a poder por mí y conmigo.
Lo contrario. Los hombres ponen el querer y pretenden de mí el poder.
Jesús pone el poder y espera de mí el querer.
Algo insoportable para quien busca siempre excusas para dispensarse del hacer.
Solamente que en el primer caso yo puedo tener todas las razones.
Mientras que con Jesús quedan abolidas las exigencias.
Quedándome perdido entre la gente puedo cultivar una vocación sin compromiso.
Con Jesús, por desgracia, estoy llamado a responder, gozosamente, a la invitación.

3. No. No me prohíbe realizarme, no me impide afirmarme.


Sólo que la realización pasa a través de la renuncia, la afirmación a través de la negación
de mí mismo.
Debo tener una personalidad, sin duda. Pero es la que recibo de él, en él.
Ciertamente, debo vivir en plenitud. Pero antes he de morir al vacío.
Jesús no me impide, de hecho, que me abra camino.
Sólo que el camino debo hacérmele con la cruz, no con otros medios.

4. «Pues quien se avergüence de mí y de mis palabras...».


Me parece que Jesús no ha previsto la malicia de cierta gente, sea dicho con toda
reverencia.
Hay individuos que de palabra no se avergüenzan para nada de él.
Es más, tienen siempre su nombre en la boca.
En algunos casos, ese nombre les autoriza a dominar a los demás, a instrumentalizarlos,
a hacerles chantaje, a juzgarlos (en contradicción con el discurso de Jesús, que habla de
ser juzgados por causa de él y no de autorizar a juzgar a los otros en nombre suyo...).
Existen personas que empiezan y acaban impecablemente un discurso en su nombre.
Sólo que dentro introducen falsedades, maldades, palabras lejanas al evangelio.
Cristianos que se declaran como tales, que no soñarían en renegar jamás de Cristo, de
palabra. Pero que sus comportamientos no tienen nada que ver con su enseñanza.
Astutos que utilizan su nombre para sacar más partido a sus negocios.
Todos estos no se avergüenzan de él.
Y son condenados precisamente porque no se avergüenzan.
Un poco de sonrojo, una duda en utilizar ese nombre, sería el principio de la salvación
para ellos.

5. La solución del enigma de 9, 1 no puede confiarse a los estudiosos, éste no es su


campo; sea dicho sin ofensa.
Cada uno de nosotros posee la clave del misterio.
Cada uno de nosotros, si es honesto, debe reconocer que Jesús ha visto con precisión,
no se ha equivocado en sus cálculos, no ha tenido demasiada prisa.
Somos nosotros los que pecamos de excesiva lentitud.
El no está adelantado; sino que nosotros vamos con retraso.
Si el reino no está cercano, la culpa es nuestra que estamos lejos, lo tenemos distante.
Por parte de Cristo, el reino es siempre inminente, aquí, ahora.
Hoy quiere ofrecernos la posibilidad de gustar su poder, de captar su esplendor, de
experimentar la realidad.
Solamente que nosotros hemos establecido que será «después»...
(Y tenemos incluso la osadía de sostener que no ha visto con precisión, que ha
exagerado, que no ha calculado bien las fechas. Es nuestro antiguo juego de juzgar como
retrasos de Dios nuestras indecisiones, de retardar las citas decisivas y después
lamentarnos porque no le vemos, de huir y después porfiar que él está lejano, ausente...).

6. Quizá solamente desde esta perspectiva se aclara definitivamente el significado de la


curación del ciego de Betsaida.
«¿Ves algo?...» (Mc 8, 23).
Si somos capaces de «ver» la cruz, no hay duda, estamos totalmente curados.
Y podemos comenzar a caminar.

7. El aspecto paradójico de estos «dichos» no está en su contenido: cruz, perder la vida,


comprometerse por Jesús, arriesgar la propia existencia por él.
La paradoja consiste en el hecho de que, según la manera de pensar de Dios, a todas
estas realidades escandalosas según la mentalidad de los hombres es necesario darles un
nombre: vida.
El discípulo es un condenado a la vida.
El que carga la cruz a sus espaldas es quien se dirige hacia la gloria, el poder.
El que entiende algo de esto es... cristiano.

CONFRONTACIONES

Un dinamismo paradójico de salvación


Incluso la psicología moderna reconoce que el dinamismo que conduce a la madurez y
salva de la neurosis y descentramiento es una actitud oblativa. La vida retomada en la
personalidad consciente y libre no es un bien que conservar para sí, sino para dar. Pero
sólo el compromiso y la solidaridad radical con Cristo y su tarea histórica, que se prolonga
en la comunidad, hacen posible al hombre este dinamismo paradójico de salvación. No sólo
le hacen posible sino que le ofrecen el modelo y la garantía histórica: Jesús, que se ha
desprendido de sí, de su vida, la encuentra en plenitud en el esplendor de la resurrección.
La misma ley y el mismo compromiso vale para el discípulo, que debe continuamente
confrontar su fidelidad a Jesús y al evangelio con las persecuciones y las resistencias
interiores (R. Fabris, Il vangelo di Marco, en I vangeli, Assisi 1978).

Un hombre sobre el que se ha hecho una cruz


Se podría entender esa expresión de Jesús en sentido muy genérico, partiendo de la
imagen de la cruz: la cruz es un madero al que se clava otro, el transversal. El seguidor de
Jesús es por tanto un hombre sobre el que se ha hecho una cruz. El hombre, en su actitud
natural, no es una cruz, es más bien una cuña, no es un hombre sobre el que se hace una
cruz, sino un hombre que se expande, que busca penetrar en la masa para ganarse un
puesto.
El seguidor de Jesús no puede tener nada en común con este tipo de hombre. Para él la
orden de mando no es: afirmarse, sino sacrificarse. El «renuncia a sí mismo». Como Pedro,
al traicionar a Jesús, se obstina en su «yo no conozco a este hombre», así el seguidor no
tiene ya nada que ver consigo mismo, no se conoce ya a sí mismo. Si se puede hablar así,
es alguien que ha cambiado su orientación, que ha sufrido una conversión de 180 grados
en su actitud interior: ha perdido lo que en la vida de los hombres es el centro de todo
pensamiento, el propio yo no le interesa ya .
Pero no se malentienda la imagen del hombre sobre el que se ha hecho una cruz: no se
convierte en un hombre anonadado, cerrado, destruido. Las concepciones budistas son
extrañas al pensamiento bíblico. Seguir significa recibir el don de la vida eterna, que Dios
promete a quien ha renunciado a sí mismo (G. Dehn, Der Gottessohn. Eine Einfurung in
das Evangelium des Markus, Hamburg 6. 1953).

No cualquier cruz
La cruz no es el mal y el destino penoso, sino el sufrimiento que resulta para nosotros
únicamente del hecho de estar vinculados a Jesús. La cruz no es un sufrimiento fortuito,
sino necesario. La cruz es un sufrimiento vinculado no a la existencia natural, sino al hecho
de ser cristianos. La cruz, no es sólo y esencialmente sufrimiento, sino sufrir y ser
rechazado; y, estrictamente, se trata de ser rechazado por amor a Jesucristo y no a causa
de cualquier otra conducta o de cualquier otra confesión de fe. Un cristianismo que no
tomaba en serio el seguimiento, que había hecho del evangelio sólo un consuelo barato de
la fe, y para el que la existencia natural y la cristiana se entremezclaban indistintamente,
debía entender la cruz como un mal cotidiano, como la miseria, y el miedo de nuestra vida
natural. Olvidaba que la cruz siempre significa ser rechazado... (D. Bonhoeffer, El precio de
la Gracia, Salamanca 31983).

Está preparada, hay que llevarla


Está preparada desde el principio, sólo falta llevarla. Pero nadie piense que debe
buscarse una cruz cualquiera... dice Jesús; cada uno tiene preparada su cruz, que Dios le
destina y prepara a su medida. Debe llevar la parte de sufrimiento y de repulsa que le ha
sido prescrita. La medida es diferente para cada uno. Dios honra a éste con un gran
sufrimiento, le concede la gracia del martirio; a otro no le permite que sea tentado por
encima de sus fuerzas. Sin embargo, es la misma cruz. Es impuesta a todo cristiano (Ibid.).

Varias cruces
Estará bien que la teología de la cruz aprenda a distinguir, conforme a lo que se dice de
la cruz de Cristo, que murió por los impíos, entre las siguientes realidades:
1. Entre la cruz apostólica de la implantación de la obediencia a la fe en un mundo lleno
de ídolos, demonios, fetiches y supersticiones.
2. Entre la cruz de los mártires, que testifican corporalmente ante los dominadores del
mundo el señorío del Crucificado,
3. Entre el sufrimiento del amor a los abandonados, despreciados y traicionados,
4. Entre los «sufrimientos de este tiempo», el gemido de la criatura esclavizada, la tristeza
apocalíptica de un mundo impío.
La teología de la cruz tiene que hacer estas distinciones, para descubrir y realizar las
relaciones de un modo auténtico y lleno de esperanza en el sentido de la liberación
escatológica del mundo. El cristiano se encuentra en el entretejido de estos cuatro
sufrimientos distintos, teniendo que representar en ellos teórica y prácticamente el
significado de la cruz de Cristo, si es que quiere responder adecuadamente a la cruz sobre
el Gólgota en el horizonte del mundo (J. Moltmann, El Dios crucificado, Salamanca 2.
1977).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 27-43)

2-3 - LA TRANSFIGURACIÓN
Mc/09/02-10 Mt/17/01-09 Lc/09/28-36
J/TRANSFIGURACION

En la montaña los instrumentos «enloquecen»


Lo confieso. Esta vez los estudiosos me han desilusionado. Este episodio les resulta
embarazoso, les aparta de sus perspectivas habituales. Se diría que se encuentran
cansados, sin resuello para subir a este «monte alto». Y una vez que han llegado arriba, los
instrumentos «enloquecen», no sirven para medir la luz y para registrar la voz.
No quisiera ser injusto con ellos. Pero tengo la impresión de que del episodio de la
transfiguración pasarían de largo con gusto. Existen excepciones, naturalmente.
La lástima es que el Señor decide a causa de las exigencias de la propia misión y de sus
discípulos y no parece preocuparse demasiado de las molestias causadas a quienes
deberán comentar ciertos acontecimientos.
Les vemos discutir sobre la naturaleza del episodio: hecho real, alucinación, sugestión de
los discípulos, visión parecida a la de Juana de Arco, leyenda, narración simbólica...
No vamos a examinar las distintas hipótesis. Me limitaré a una consideración elemental.
Toda interpretación que se proponga tiene necesidad, para sostenerse, de eliminar
alguna parte de la narración que no está de acuerdo con la explicación aducida.
He intentado hacer un experimento sencillísimo: tachando, uno a uno, todos los elementos
«inconciliables» con las distintas tesis, se descubre finalmente que de la narración se salvan
solamente los nombres de Jesús, Pedro, Santiago y Juan, además de los de Moisés y Elías
(pero estos últimos encuentran dificultades de colocación).
¿No sería mejor, entonces, aceptar sin tantas complicaciones, el hecho histórico que
además tendría la ventaja de estar de acuerdo con todos los detalles de la narración?
Por supuesto no es necesario ser ningún experto para darse cuenta de que las palabras
de Pedro, con su timbre de ingenuidad, se asemejan bastante a su temperamento y no se
adaptarían a una narración en clave mitológica o simbólica (por otra parte, en caso de
invención se esperaría el apelativo «Señor» y no «Maestro» como se encuentra en la
narración de Marcos). Esa frase tan espontánea, tan «equivocada», tan fuera de lugar,
como ciertamente el comentario no muy lisonjero que provoca («no sabía lo que decía»), se
adaptan perfectamente sólo a un episodio acaecido realmente y que es narrado tal como ha
sucedido.
Incluso la duda, propuesta por alguno, de que se trata de una aparición pascual,
«anticipada» aquí por Mc por razones teológicas, se deshoja en distintas lecturas de los
textos. En aquellas apariciones, de hecho Jesús ocupa totalmente la escena en el papel de
protagonista, en el sentido de que es él quien interviene, habla, explica, pregunta, actúa.
Aquí en cambio no actúa (el verbo es significativamente pasivo), sólo habla después que ha
pasado todo, no existe ningún anuncio de la pasión, muerte y resurrección.
Finalmente, los hay que niegan la autenticidad de esta página resaltando que la narración
evangélica sufre aquí una brusca interrupción. Cualquiera de nosotros puede darse cuenta
de que si se parte del v. 9, 1 se comprueba inmediatamente que la narración se
desenvuelve con mayor continuidad uniendo a este versículo la pregunta sobre la venida
de Elías (9, 11 ) y saltando por tanto la transfiguración. Por lo que efectivamente el episodio
interrumpe el hilo lógico de la narración.
El hecho es que el episodio reivindica la característica esencial de «interrupción». Sólo
se le puede explicar en este sentido.

La transfiguración como interrupción


Bastará con una aproximación. Después de la vuelta de los doce, Jesús dice: «Venid
vosotros solos a un sitio tranquilo y descansad un poco...» (6, 31).
Aquí tenemos: «... subió con ellos solos a una montaña alta y apartada» (9, 2).
Quizá no es casual la coincidencia entre el «vosotros solos a un sitio tranquilo...» y este
«ellos solos a una montaña alta y apartada».
El motivo puede ser el mismo: el cansancio y la consiguiente necesidad de descanso.
En el primer caso es el cansancio físico después de la misión apostólica. Aquí es otro
cansancio, al que podemos dar el nombre de desilusión, abatimiento, desconcierto,
incertidumbre. Jesús ha hablado con extrema claridad de la propia pasión y muerte, ha
subrayado sin medias tintas la exigencia para los discípulos de recorrer el mismo itinerario
doloroso.
El choque provocado por aquel anuncio debió ser fuerte y no había sido aún asumido.
Los apóstoles tienen necesidad de «rehacerse», reanimarse, recobrar fuerza y coraje, de
ser capaces de un «si» después de este cambio imprevisto. Así también en esta
circunstancia, como en la anterior, el descanso se da en torno al Maestro.
Que se trata de un reposo benéfico y agradable en todos los sentidos, lo demuestra
Pedro, que querría prolongarlo quién sabe por cuanto tiempo.
Por tanto, interrupción-pausa en vista de un largo itinerario.
En este sentido se puede también interpretar la presencia de Moisés y Elías, dos
personajes que han tenido una experiencia excepcionalmente íntima de la divinidad en
momentos dramáticos, de cansancio, incluso de crisis, de su misión.
Interrupción pero también inicio. El anuncio explícito de la pasión señala, como hemos
dicho, un cambio decisivo en el ministerio de Jesús, así como en el seguimiento de sus
discípulos.
Al comienzo de la primera fase se coloca el bautismo. Aquí la transfiguración. Dos
manifestaciones epifánicas.
Los puntos comunes entre los dos episodios son numerosos. Sobre todo hay un
elemento central: la voz-relación. El Padre es siempre quien acredita a Jesús como Hijo, el
amado (agapetos) y quien garantiza, por tanto, su misión divina. La única diferencia es que
se pasa de la segunda persona («tú eres mi Hijo») a la tercera («éste es mi Hijo»). En el
bautismo la revelación se diría que está destinada esencialmente a Jesús. Aquí es, sobre
todo, para los discípulos, que tienen necesidad de ser «confirmados» para seguir al
Maestro a lo largo de ese camino extraño a su mentalidad y a sus perspectivas, que había
sido indicado hacía poco.
Muy bonito es el comentario de ·Dufour-LEON: «Es Dios quien responde al anuncio de
la pasión que Jesús ha hecho un poco antes. Con ocasión del bautismo Dios había
declarado que Jesús, presentado ante Juan Bautista como cualquier otro pecador israelita,
era auténticamente el propio hijo predilecto. En la transfiguración, a los discípulos que
habían comprendido hacía poco cómo Jesús se atribuía el destino del siervo sufriente, Dios
les confirma que es realmente su propio hijo».
Otro paralelismo digno de tener en cuenta. El episodio del bautismo va seguido del de la
tentación por parte del diablo en el desierto. Después de la narración de la transfiguración,
tenemos el episodio del muchacho epiléptico poseído por un espíritu mudo. En ambos
casos, después de la teofanía, Jesús afronta las fuerzas del mal.

Las precisiones sirven para... esconder el misterio


Mc introduce el episodio con dos precisiones, una cronológica, otra de carácter
geográfico. Pero esto no satisface nuestra curiosidad, al contrario.
«Seis días después...» Es el único dato exacto dado por Mc en todo su evangelio, si
exceptuamos el relato de la pasión. Pero esto no nos ayuda mucho.
Seis días después de qué. ¿Hay que partir de la proclamación de Pedro o más bien del
anuncio de la pasión y resurrección?
Personalmente creo más probable esta segunda hipótesis, especialmente si se considera
el versículo 8, 31 como el núcleo esencial del evangelio de Mc (1).
Tampoco la «montaña alta» es fácilmente identificable. La tradición sucesivamente -a
partir sobre todo del siglo IV- ha creído reconocerla en el Tabor, que se encuentra en
Galilea hacia el suroeste del lago, una colina que no supera los seiscientos metros, pero
que ofrece una panorámica excepcional, desde la que se domina la llanura del Esdrelón.
Observa R. Schnackenburg, que debe sentir debilidad por este lugar: «El monte, que se
alza sugestivo desde una vasta altiplanicie (562 metros), da verdaderamente la sensación,
a quienes lo suben, de llevarles hacia lo alto, fuera de las bajezas y del bullicio de la vida,
cercanos al cielo, en un clima de soledad, de luminosidad y de espacio, muy adaptado para
una semejante revelación del mundo celeste».
El único inconveniente que se presentaba en tiempos de Jesús eran las fortificaciones
militares. A pesar de todo no debía ser muy difícil encontrar arriba un lugar apartado.
Otros, en cambio, proponen el Hermón, no lejos de Cesarea de Filipo, por el hecho de
que no se dice explícitamente que Jesús haya vuelto a Galilea. Este monte tendría la
ventaja de una altura considerable, que se acerca a los tres mil metros. Pero la referencia a
la presencia de los escribas (improbable en aquella región prevalentemente pagana) en el
episodio inmediatamente después de la bajada del monte, hace tambalear un poco esta
hipótesis.
Quizá el silencio de los evangelistas es consciente y tiene su significado. También la
indeterminación del lugar sirve para conservar la característica de misterio que es peculiar
de este episodio.
El único hecho cierto es que no es la colina sobre la que está construida Jerusalén. Dios
ha rechazado el monte Sión, que hasta entonces había sido el lugar privilegiado de la
presencia de Yahvé en medio de su pueblo.
Los tres discípulos son los mismos que serán testigos «adormilados» de la agonía de
Jesús, en Getsemaní, epifanía de la humillación del hijo del hombre. También habían
asistido a la resurrección de la hija de Jairo. «Siempre que aparecen como comparsa en
estas escenas es porque se da siempre una revelación importante y secreta concerniente a
la persona de Jesús. En estos tres pasajes se trata siempre de cuestiones de pasión y
muerte» (G. Becquet).

Los elementos de la teofanía


Es evidente que la tradición primitiva, reviviendo el hecho histórico vivido por Pedro,
Santiago y Juan, un hecho que para la iglesia de los primeros siglos adquiría un significado
del todo particular, y debiéndolo conservar, no ha podido por menos de contarlo sirviéndose
del esquema clásico ofrecido por las teofanías y por las revelaciones apocalípticas.
He aquí los distintos elementos, característicos de este tipo de relatos:
-montaña (lugar privilegiado del encuentro con Dios, punto de contacto entre el cielo y la
tierra)
-gloria
-presencia de personajes-testigos, como garantizadores de la verdad de la revelación
-nube luminosa
-temor sagrado
-palabra reveladora.

Veámoslos más detalladamente.


El prodigio es expresado con el característico verbo pasivo «se transfiguró» (v. 2). La
expresión significa, literalmente, cambio de forma, de semblante. Indica, por tanto, que
Jesús aparece bajo un aspecto diverso del habitual.
Pero es algo más que una irradiación de luz, como podía ser el caso de Moisés cuando
bajó del monte con el rostro radiante. Jesús no refleja simplemente un rayo de la luz divina.
Revela, más bien, su ser profundo, la propia naturaleza divina.
«Decir que Jesús se ha transfigurado significa expresar su vida íntima; la realidad
profunda de lo que se transparenta a través de su humanidad» (G. Becquet).
VESTIDO/BLANCO BLANCO/VESTIDO La gloria de Jesús es expresada mediante el
candor deslumbrante de los vestidos. Mc no hace referencia a la cara.
El detalle «como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del mundo» (v.3) quiere
subrayar que esta luminosidad es de origen celeste. «Penetrando hasta los vestidos, esta
gloria significa que la carne de Jesús es su vestido», como en el paraíso, antes de la caída
{X. L. Dufour).
Estamos ante el fulgor de las realidades celestes. La gloria pertenece únicamente a Dios
porque él solo es santo.
Algunos ven también un signo de las dos naturalezas asumidas por la persona del hijo de
Dios: «Hoy, sobre la montaña, el que se había revestido de estas miserables y tristes
túnicas de piel, se ha puesto un vestido divino, "la luz le envuelve como un manto" (Sal 103,
2)» (san Anastasio el Sinaíta).
Jesús aparece como el «Señor de la gloria» (I Tim 3, 16).
Esteban podrá contemplarlo así durante el propio martirio y Saulo será deslumbrado en el
camino de Damasco.
Pero de esta gloria pueden también participar los creyentes, llamados a «revestirse de
Cristo» (Gál 3, 27).
Se realiza ya en esta tierra la profecía descrita por el Libro de Enoc para el juicio
universal: «Y el Señor de los espíritus vendrá a habitar en medio de ellos. Y comerán, se
sentarán y tendrán un sitio con este hijo del hombre. Y los justos y los elegidos serán
levantados de su postración en tierra y serán revestidos con el vestido de gloria. Porque así
será su vestido: el vestido de vida del Señor de los espíritus. Y su vestido no envejecerá y
su gloria no pasará ante el Señor de los espíritus» (62, 14-16).
El blanco será también el color de los salvados. «Es el color de los seres transfigurados,
de los santos que, purificados de su pecado, blanqueados con la sangre del cordero,
participan del ser glorioso de Dios. Ellos forman la "blanca escolta" del vencedor, multitud
inmensa y triunfante que exterioriza su alegría en una eterna fiesta de luz: el cordero se une
a la esposa revestida de "lino de un candor esplendoroso"».
La liturgia ha adoptado siempre el lino blanco como vestido e impone una vestidura
blanca al neobautizado que, por medio de la gracia, participa en la gloria del estado celeste
con la inocencia y la alegría que eso implica.
Las figuras de Moisés y Elías aparecen aquí, no solamente porque estos dos personajes
han subido a la montaña santa de la revelación (Horeb o Sinaí) y ni siquiera porque, según
la literatura bíblica, eran esperados para el final de los tiempos. Sino que, a mi juicio, estas
dos figuras sirven para concentrar mayormente la atención sobre el personaje principal.
Jesús es la realización de las promesas de Dios, el compendio de la Ley, la actuación de
las profecías. El plan de Dios encuentra en él su cumplimiento.
La «conversación» entre ellos quizá nos indique la continuidad del designio divino, el
paso de la antigua a la nueva alianza. La arquitectura del plan divino de salvación
encuentra aquí su perfecta unidad.
«Las dos grandes figuras del Antiguo Testamento se inclinan ante el hijo del hombre; la
ley y las profecías rinden homenaje al evangelio» (Loisy) )

Pedro proyectista
La frase-planchazo de Pedro «Maestro, ¡qué bien se está aquí!», hay que entenderla
sobre todo en el sentido literal según se desprende del texto original: es bueno que
nosotros estemos aquí. Es decir, afirma la utilidad de su presencia junto a la de los tres
compañeros para poder alzar tres tiendas. En definitiva, sería una propuesta totalmente
natural, de hospitalidad.
Junto a esto, también es evidente un sentido de plenitud y de felicidad que quisiera
prolongar. Es el deseo de «eternizar un momento privilegiado» (X. L. Dufour).
La tienda es entendida frecuentemente como habitación de la divinidad (Ex 26, 7).
Podemos pensar en la intención de David de construir a Dios una vivienda semejante a la
propia casa.
Hay algunos que vislumbran una referencia a la fiesta de los tabernáculos o de las
cabañas. Era la fiesta por excelencia de los hebreos y duraba siete días. Al principio era
una celebración agrícola, que más tarde se transformó incluyendo el recuerdo de un
acontecimiento salvífico (la estancia «bajo las tiendas» durante el éxodo). Se celebraba al
comienzo del otoño. Cada familia dejaba la propia casa e iba a habitar en cabañas hechas
con ramas entrecruzadas y no bajo las tiendas.
Se daba también una interpretación sugestiva en clave mística de esta permanencia
familiar bajo las cabañas: «Desde el momento en que el hombre va a residir en esta
morada, la Shekinah (es decir, la presencia de Dios) extiende las propias alas sobre la
cabaña y se instala allí en compañía de siete personajes bíblicos: Abraham, Isaac, Jacob,
patriarcas, José el justo, Moisés el profeta, Aarón el sacerdote y el rey David. Cada tarde el
fiel invita a uno, comenzando por Abraham y terminando en David. Estas almas santas le
acompañan por turno durante los siete días que dura la fiesta. La cabaña reviste de este
modo el aspecto de "templo de la espiritualidad"».
«No sabía lo que decía...». En otras palabras, lo que sucedía ante sus ojos era
incomprensible para él.
Pedro intervino sin que nadie le hubiera dirigido la palabra.
En cierto modo Mc excusa su salida intempestiva mezclando también a los demás:
«estaban tan espantados». Es el terror que atenaza al hombre ante las manifestaciones de
lo divino.
La expresión es semejante a la que se empleará con ocasión de la agonía en el
Getsemaní: «y no sabían qué contestarle» (14, 40) Y repite un motivo muy grato a Mc: la
incompresión de los discípulos.
«Las dos escenas están emparentadas: los mismos testigos privilegiados, el mismo
estupor ante la gloria y ante la humillación de Jesús. En los dos casos los discípulos están
en presencia de un misterio incomprensible» (X. L. Dufour).
En vez de tiendas, hechas por mano del hombre, está la nube -obscura y luminosa- que,
como en el éxodo, manifiesta la presencia de Dios en medio de su pueblo, la indica y la
esconde al mismo tiempo.
«Se formó una nube que los cubrió con su sombra». Una especie de respuesta divina a
la ingenua propuesta de Pedro. También los tres discípulos fueron «envueltos» por la nube,
es decir fueron implicados en el acontecimiento.
Quizá la nube sirve aquí también para esconder parcialmente, una especie de pantalla
protectora (un poco como la mano de Dios que cubre el rostro de Moisés en la cavidad de
la roca), porque los ojos humanos no pueden soportar toda aquella luz.
Y salió una voz de la nube: "Este es mi Hijo amado, escuchadlo"» (v. 7).
La palabra celeste constituye el punto culminante de todo el acontecimiento. Además de
renovar el reconocimiento divino del propio Hijo como en el bautismo, se inserta un
elemento nuevo: «escuchadlo».
Se realiza aquí el anuncio profético: «Un profeta de los tuyos, de tus hermanos, como yo,
te suscitará el Señor, tu Dios; a él le escucharéis» (Dt 18, 15).
Dios en persona ofrece la propia garantía a los representantes de los discípulos: Jesús,
su hijo, el amado, es el profeta que deben escuchar (escucha-obediencia). Deben tomar en
serio sus palabras, incluso cuando habla de sufrimiento. Deben seguirlo en un camino que
a través de la cruz, conduce a la gloria.
Quizá en este momento Pedro comienza a comprender el absurdo de su palabra que
quería disuadir a Jesús de comenzar aquel itinerario doloroso.
«De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos» (v. 8).

Miraban alrededor porque probablemente esperaban aún alguna otra manifestación


excepcional. Pero volviendo a mirar a Jesús le encontraron «solo», no ya triunfante sino en
su aspecto ordinario.
El velo que -como nota V. Taylor- está siempre extendido sobre la persona de Jesús, ha
sido arrancado por Dios. Por un momento los apóstoles han vislumbrado el secreto de su
grandeza. Ahora el velo vuelve a correrse.
La peregrinación continua. Pero a partir de ahora el camino será iluminado por este rayo
de luz que han captado en el monte.
Hay que bajar. Quizá sea más costoso que subir.
Todo continúa como antes. Ellos continúan no comprendiendo («discutían qué querría
decir aquello de "resucitar de entre los muertos"»).
Sin embargo, aquel rayo, unido a la luz que recibirán después de pascua, constituirá un
elemento importante de la curación de su ceguera y les ayudará a familiarizarse siempre
más con el misterio.
Las realidades dolorosas no son en ningún modo eliminadas, más bien confirmadas. Sin
embargo, no podrán ya ser separadas de aquella luz.
Los apóstoles, sobre todo, se dan cuenta de que la experiencia hecha, a pesar de ser
algo decisivo, no podrá jamás considerarse terminada.
PROVOCACIONES

1. No hay comparación. Mejor sin duda las páginas de san Juan de la Cruz que las de
algunos estudiosos. Los místicos se encuentran mucho más a su aire en el monte de la
transfiguración que los estudiosos. Sus balbuceos resultan mucho más convincentes que
las doctas y complicadas explicaciones de los expertos.
Sobre el Tabor los contemplativos están en su ambiente familiar. Los exegetas, en
cambio, se mueven con dificultad y no ven la hora de cerrar esta divagación entre las
nubes.
El motivo me parece bastante evidente.
El estudioso parte del propio cerebro para penetrar e iluminar el misterio.
El místico parte del misterio para ayudar y esclarecer la propia inteligencia.
Por eso el primero ante el misterio se encuentra la obscuridad.
Mientras el segundo se siente aturdido, fuera de sí, pero con un exceso de luz.
El doctor se lamenta porque no se entiende nada y por eso se esfuerza por explicar,
discutir, analizar, clarificar, sistematizar. El contemplativo normalmente calla, porque lo que
vive no es expresable en palabras.

2. Extraño destino el de Pedro «proyectista». Se diría que no da una.


Traza para Jesús un camino «distinto», no siendo capaz de captar que el camino está ya
trazado anticipadamente por Dios.
Propone la instalación de tres tiendas, sin darse cuenta de que la nube está más
adaptada para este fin.
Interpreta la señal como una señal de reposo (y quiere organizarse en tal sentido)
mientras ésta constituye una señal de partida, una invitación a caminar (mientras él no está
preparado).
No tenemos que escandalizarnos si aquí se añade otro rasgo característico del discípulo:
además de ser «alguien que no entiende» es también «uno que no sabe lo que dice».
No. No es cuestión de humillar al discípulo. Sencillamente se trata de precisar y corregir
continuamente su posición respecto del Maestro.
«Escuchadlo».
Auténtico discípulo es el que sabe lo que dice el Maestro.

3. El rabí Judah solía explicar: «La luz que el Santo Bendito creó el primer día debería
servir al hombre para contemplar el mundo de un extremo al otro. Pero el Santo Bendito vio
la generación del diluvio y la generación de la torre de Babel, cuya conducta era
degenerada; entonces decidió esconderla y reservarla a los justos para el mundo futuro».
Señor, no pertenezco a la generación del diluvio.
Pero tampoco tengo la pretensión de estar en la categoría de los justos.
En cuanto a la torre de Babel hace tiempo que renuncié a ese proyecto.
¿Podrías darme una pequeña cantidad de esa luz que tienes escondida e inutilizada? Me
sobra con poca. Una luz suficiente para desenvolverme en la confusión de mi vida.
En el mundo futuro pienso que habrá suficiente luz. En el presente tenemos en cambio
una terrible escasez.
Señor, reconocer que se está en la obscuridad ¿es ya un don de luz?

4. El equívoco de Pedro quizá tenga un nombre: separación.


El cree que la luz elimina completamente las tinieblas (pasión, humillación, muerte,
sufrimiento). Y piensa que la obscuridad no tiene ninguna relación con la luz.
En definitiva entiende la propia existencia en términos o de luz o de obscuridad.
El episodio de la transfiguración sirve para hacerle comprender que la luz no elimina
definitivamente las tinieblas. Aquella luz le ha sido regalada más bien para que sea capaz
de caminar en la obscuridad.
¿Seré capaz de convencerme de que el cristiano debe llegar a la luz sin pretender evitar
la obscuridad? ¿Que la luz es un punto de llegada, no un confort habitual? ¿Que debo
recurrir a ella con mucha frecuencia no para estancarme, sino para salir y afrontar el mundo
de la sombra y caminar en la esperanza de encontrarla?
Señor, haz que un rayo me baste para vivir sin miedo la noche interminable.
Que la memoria del acontecimiento sea suficiente para guiarme hacia el futuro, sin dudar.

5. Es curioso cómo el hombre se preocupa siempre de construir una casa a Dios que, en
cambio, ha descendido sobre la tierra precisamente para habitar en la casa del hombre.
Mucha gente religiosa, cuando quiere honrar a Dios, cuando cree agradarle, no
encuentra nada mejor que construirle una iglesia. No se les pasa por la imaginación que él
quiere instalarse en nuestra casa, en nuestra vida, en el centro de nuestros «trabajos»
cotidianos.
«Dios tiene necesidad de metros cuadrados» se leía en un anuncio publicitario,
aparecido en los periódicos para la construcción de nuevas iglesias.
Es probable que se contente con menos y, al mismo tiempo, exija mucho más. El corazón
del hombre es el «lugar» preferido por Dios. Y no es cuestión de ladrillos ni de metros
cuadrados.
«No encontraron sitio en la posada» (Lc 2, 7). Hay gente que evidentemente se siente
aún culpable de aquella descortesía y quisiera compensar.
Pero Jesús en este momento no acepta ya posada. La hospitalidad que pretende es la
doméstica.
El proyecto de la tienda quizá responde al deseo inconsciente de tener a Dios a
distancia, circunscribir su presencia en lugares y tiempos bien definidos.
Pero él no sigue nuestro juego. Con la encarnación ha elegido otro juego, que es más
bien serio, el de nuestra realidad de todos los días.
Me decía un cura viejo: «Créeme, el misterio más difícil de digerir no es el de la Trinidad
-no cuesta nada-, sino la encarnación. Comprende, quien acepta tener un Dios siempre
entre manos...».
Probablemente tenía razón.
Demasiados cristianos prefieren ir a buscar a Dios en su casa, más bien que dejarse
encontrar por él en la propia habitación miserable.
Prefieren permanecer de rodillas por un cierto tiempo y después, una vez que se han
levantado, hacer su vida sin el riesgo de encontrárselo cerca a cada momento.
Ciertamente, un Dios bajo la tienda no se interfiere ni estorba a nadie.
Permanecer con Dios en la montaña puede ser bonito.
La pena es que él desciende rápido. Nos lleva al asfalto, al olor de los tubos de escape,
a la multitud que te pisa.
Y en medio de esa confusión, te lanza allí una propuesta: «Me gusta estar aquí» (o «es
bueno que yo esté aquí contigo»). «Si quieres, entro bajo tu tienda...».
El sabe lo que dice...
Quizá por esto me molesta.

CONFRONTACIONES

Las dos caras del misterio


Tanto se trate del destino ejemplar del Maestro o de la suerte de los discípulos, el
misterio es presentado con sus dos caras, tenebrosa y gloriosa.
Siempre los discípulos chocan contra la cara tenebrosa de la revelación y siempre Jesús
permanece inflexible y asocia al propio destino, presente y futuro, a quien quiera seguirle.
La situación está haciéndose trágica. La subida a Jerusalén que para Jesús es
indisolublemente una marcha hacia la gloria, es a los ojos de los discípulos un camino hacia
la muerte. Lo que Jesús sabe en el secreto de su comunión con el Padre, los discípulos no
llegan a comprenderlo. A pesar de todo lo que Jesús ha dicho y hecho en su presencia,
ellos permanecen cerrados al designio de Dios, chocan contra el muro del sufrimiento y de
la muerte, incapaces de superarlo para encontrar a Dios...
¿Cómo eliminar el escándalo? Manifestando el modo como superarlo: el único camino
que Jesús abre a sus discípulos; al mismo tiempo proclama tanto la humillación como la
gloria que seguirá...
...Muerte y resurrección, humillación y gloria: Jesús no separa las dos caras del misterio
de la salvación; sus profecías no disocian los dos acontecimientos que deberán suceder,
tanto para él como para sus discípulos. Pero, antes de pascua y de pentecostés, hasta que
Jesús no haya asumido el escándalo viviéndolo de una manera típica, hasta que no le haya
sido donado el Espíritu Santo, esta enseñanza permanece ineficaz; antes del día que lo
verá atravesar las tinieblas de la muerte y levantarse en la luz de la resurrección, Jesús no
puede realmente quitar el escándalo.
El Padre, sin embargo, tiene la posibilidad de dejar entrever la respuesta y antes del
acontecimiento pascual hacer que los tres discípulos privilegiados puedan contemplar, en el
espacio de un instante fugaz, la gloria misma de su Hijo (X. L. Dufour, Estudios del
evangelio, Barcelona 1969).

La transfiguración, una confirmación


Podemos parangonar la transfiguración a lo que nosotros llamamos las
«confirmaciones», momentos claros que a veces encontramos en el viaje de la fe,
momentos gozosos dentro del cansancio cristiano. No son momentos que se encuentran
automáticamente y en cualquier parte: hay que saber percibirles. Y, sobre todo, no hay que
olvidar que su presencia es fugaz y provisional. El discípulo debe saber contentarse. Estas
experiencias tienen que ser pocas y breves. Pedro deseaba eternizar aquella imprevista y
clara visión, aquella gozosa experiencia. Es un deseo que manifiesta una incomprensión del
acontecimiento, que no es el comienzo del definitivo, no es la meta, sino sólo un anticipo
profético de ella. El camino del discípulo es aún el de la cruz. Dios ofrece una confirmación,
unas arras: después hay que darle crédito sin límites (B. Maggioni, El relato de Marcos,
Madrid 1982).

El discípulo no es un original
La escucha es lo que define al discípulo. Su ambición no es la de ser original, sino la de
ser esclavo de la verdad, en actitud de escucha.
De acuerdo con toda la concepción bíblica, la palabra de Dios que hay que escuchar no
tiene sólo un aspecto cognoscitivo, vehículo de ideas y conocimientos (en este sentido
revela el plan de Dios: quién es Dios, quién somos nosotros, cuál es el sentido de la
historia en la que estamos insertos); sino también, como consecuencia, un aspecto
imperativo (lo que tenemos que hacer, la regla a seguir, el punto de vista que hay que
asumir ante nosotros y ante la historia); finalmente la palabra de Dios es una fuerza, una
promesa fiel que logra, a pesar de todos los obstáculos, su objetivo. Comprendemos
entonces cómo la escucha de la que se habla es el resultado de la obediencia, conversión
y esperanza. Requiere no sólo inteligencia para comprender, sino coraje para decidirse: la
palabra que escuchas es de hecho una palabra que te envuelve y te arranca de ti mismo
(Ibid.).

Dios deja los viejos métodos de enseñanza


A todas las peticiones para salir del silencio con revelaciones particulares, Dios podría
ahora responder: «Como te he dicho ya todo en mi palabra, que es mi Hijo, no tengo otra
palabra que pueda revelarte algo más. Pon los ojos en él, porque en él te he dicho todo, te
he revelado todo. Más aún, en él encontrarás todavía más de cuanto pides y deseas... Si te
fijas bien en él, encontrarás todo, pues él es toda mi palabra y mi respuesta. El es toda mi
visión y toda mi revelación; todo por tanto ya ha sido dicho, respondido, manifestado y
revelado, cuando yo os lo he dado como hermano, compañero y maestro, precio de vuestro
rescate y recompensa.
Desde el día en que bajé con mi Espíritu, en el monte Tabor diciendo: «Este es mi Hijo, el
elegido, en el que me he complacido: escuchadlo», yo he dejado todos los antiguos
métodos de enseñanza y de respuesta; le he dado todo a él: escuchadlo, porque yo no
tengo otra fe que revelar ni otras cosas que manifestar. Si he hablado antes de que él
viniera, era para prometeros a Cristo; y si me preguntaban, siempre afloraba la pregunta y
la expectativa de Cristo, de ese Cristo en que se encontraría todo, como declara ahora la
doctrina de los evangelios y de los apóstoles (R. L. Bruckberger, La historia de Jesucristo,
Barcelona 1966).

Te he regalado un rayo
Te he regalado mi voz, después... un rayo.
Me he manifestado a ti en mi amor como un resplandor.
Después me he convertido en pequeña nube que parecía de fuego.
Viniendo de arriba y parándome sobre tu cabeza,
te otorgaba sólo contemplar esta apariencia.
Consumía la opacidad de tu carne, la obscuridad de tu cabeza...
se difundió un olor, olor de carne quemada al fuego...
(Simeón el nuevo teólogo)
(·PRONZATO-3/2.Págs. 45-58)
.......................
1) Algunos ven una referencia a los «seis días» de espera que pasó Moisés antes de la revelación en el Sinaí.

2-4 - DIÁLOGO SOBRE ELÍAS


CURACIÓN DE UN MUCHACHO EPILÉPTICO
Mc/09/11-29 Mt/17/14-21 Lc/09/37-43
MIGRO/HIJO-EPILEPTICO

Una corrección más


Al bajar de la montaña los tres privilegiados han recibido la imposición del secreto. Esta
vez el silencio afecta a lo que han visto y está limitado a un tiempo: «hasta que el hijo del
hombre resucite de entre los muertos».
Podemos preguntarnos por el motivo de esta orden. Lagrange dice que divulgando a los
otros nueve el hecho de la transfiguración, sería aún más difícil el aceptar los sufrimientos
del hijo del hombre. No es del todo convincente. Y mucho menos porque se podría
tranquilamente, con otros motivos válidos, dar la vuelta a la argumentación. Será mejor dejar
esta orden, junto con el acontecimiento, envueltos en el misterio.
Queda, de todas formas, una comprobación válida para todos: sólo a la luz de pascua es
posible comprender en toda la profundidad, en su significado más completo, y por tanto
«divulgar», el hecho de la transfiguración .
Los apóstoles, siguiendo el hilo de su obscuro hablar sobre el sentido de la expresión
«resucitar de entre los muertos», se enzarzan en una animada conversación sobre el final
de los tiempos. Y. naturalmente, se comenta la opinión de los escribas según la cual el
acontecimiento decisivo estaría precedido por la venida de Elías. Una discusión semejante
debió darse entre la comunidad primitiva en contacto con ambientes judíos.
Preguntan, por tanto, a Jesús sobre este tema. La respuesta es sorprendente. La opinión
es exacta. Pero es equivocado su modo de entender el papel de Elías. En realidad Elías ha
venido ya, bien históricamente o bien en la figura del Bautista. Su tarea no era, sin embargo,
la de «ponerlo todo en orden» (o sea, instaurar la paz), obteniendo consensos y triunfos,
sino siendo maltratado (como le ha sucedido a Elías, cf. 1 Re 19, 2. 10) y muerto (martirio de
Juan Bautista, Mc 6, 17-29). Advierte con agudeza J. Schmid: «El texto del antiguo
testamento (1 Re 19) referido al Elías histórico, es decir, el relato de la persecución de Elías
por parte de Jezabel, puede haber sido referido tipológicamente al Bautista, que ha
encontrado en Herodías su Jezabel».
En la respuesta de Jesús, de todas formas, hay varias dificultades sobre todo en relación
con el «está escrito». En efecto, en ningún pasaje del antiguo testamento «está escrito» que
el hijo del hombre deba sufrir. Como tampoco podemos encontrar alguna alusión a la
necesidad de que Elías en cuanto precursor deba sufrir (como hemos indicado, hay sólo
una referencia a las «pruebas» que realmente encontró en su misión profética).
Más allá de estos problemas permanece el sentido de la respuesta de Jesús: si Elías,
como vosotros pensáis, hubiese tenido la tarea de realizar una reconciliación general, no
habría ya... puesto para un hijo del hombre despreciado y rechazado. En cambio, el mismo
trato dado al precursor será destinado, en medida aún mayor, al Mesías.
Una vez más, en definitiva, Jesús se ve obligado a corregir las perspectivas de los
discípulos en relación con su propia misión. Ellos se ilusionan con que el Mesías deberá ser
acogido necesariamente por todos, para llevar a cabo su propia obra de salvación.
Jesús, en cambio, se empeña en presentar al hijo del hombre como blanco de persecución
y violencia, tanto en él como en quien le debía preceder.
«Ciertamente Jesús es el hijo del hombre, pero no según las esperanzas apocalípticas.
El elude las aspiraciones sectarias que expresan necesidades de comprensión religiosa. Es
el hijo del hombre glorioso, que viene como juez, pero a través de la condena y de la
eliminación pública, lleva la cruz de todos los perseguidos de la historia, de todos los hijos
de los hombres que aún continúan su destino; su justicia es la fidelidad y solidaridad con
los hombres valientes y libres, con los que pierden su vida para salvarla» (R. Fabris).

Una narración en tres cuadros


Sigue el episodio de la curación del chico epiléptico.
La narración de Mc es más detallada que la de los otros sinópticos. Menos homogéneo
quizá desde el punto de vista literario (hay algunos hilos sueltos, algún cosido; y también
varios dobles: la gente va corriendo dos veces, la enfermedad es descrita dos veces por el
padre, dos veces Jesús interroga al padre...). Sin embargo no se puede negar que está
caracterizada por una robusta estructura unitaria en cuanto a su significado.
La impresión que nos causa en una primera lectura es la de una narración «dramática».
El diálogo, además, tiene una importancia particular.
X. L. Dufour distingue tres partes compuestas por algunos elementos idénticos: una
escena y un diálogo dirigido por Jesús.
Puede invocarse en esta página de Mc la técnica cinematográfica, sin abusar ciertamente
de ella.
Diálogo y lecciones a los discípulos se entrecruzan en el episodio. Hay una narración de
una curación, pero también una magnífica catequesis sobre la fe.
He aquí la composición en las distintas secuencias:

Primer cuadro (14-19c)


La escena se abre con Jesús que cuando es visto por la gente, después de un momento
de sorpresa, corre a saludarle. Sigue una pregunta de Jesús, por tanto su primer diálogo
con el hombre.

Segundo cuadro (19d-24)


La escena comprende el encuentro directo de Jesús con el poseso que le han llevado
delante siguiendo su indicación, y un segundo diálogo con el padre (21-24). Este segundo
diálogo sirve para dar detalles de los síntomas del mal. Pero, en la segunda parte, sirve
para que Jesús lleve al hombre de una fe aún débil a un acto de fe capaz de obtener la
curación.

Tercer cuadro (25-29)


Es la escena que describe el exorcismo en sus distintas fases y en los comentarios de la
gente, hasta el gesto de tomar de la mano al muchacho y levantarlo. Después la escena se
presenta en el interior de la casa. Y aquí aparece un tercer diálogo con los discípulos
(28-29), que sirve para precisar el significado auténtico del episodio.
Los protagonistas
La escena está llena de distintas personas que desempeñan un papel específico.

La gente. Este es un milagro hecho en público. La gente tiene un papel importante de


testigo: testigo del fracaso de los discípulos, de la aparente muerte del muchacho, de la
curación posterior. El triunfo de Jesús sobre Satanás queda patente a los ojos de todos.

Los escribas. Son citados al principio, pero desaparecen en seguida. Quizá fueron
capaces de sostener una disputa con los discípulos. Pero no están suficientemente seguros
para enfrentarse con Jesús («¿De qué discutís?», v. 16). Sobre todo porque Jesús
responde con hechos.

Los discípulos. Están un poco en penumbra. Quizá sea el rubor del fracaso sufrido lo que
les hace estar aparte.

El demonio. Parece una sola cosa con el muchacho poseso. De tal forma que el v. 18b
(«echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso») no se puede distinguir si se
trata de acciones del muchacho o del espíritu inmundo. Es un espíritu mudo (según el
diagnóstico del padre), pero también sordo (según la intervención siguiente de Jesús).
Dotado de una fuerza espantosa. Pero, como los escribas, también tiene que habérselas
con el «más fuerte».

El padre. Desempeña un papel de primer plano. Emprende un doble camino de fe: hacia
los discípulos, y después desde los discípulos a Jesús.
Sin embargo, en su fe hay cabida para la duda: «si algo puedes...» (v. 22). El diálogo con
Jesús sirve para conducirle a una fe más completa. Aquel hombre salta con una de las
profesiones de fe más estupendas que se conocen y que ha merecido ser recordada en
todos los comentarios del evangelio.

Jesús. El es, por supuesto, el verdadero protagonista de la narración. A él corre la gente


cuanto lo divisa de lejos. A él se dirige el padre. Quiere que le lleven ante el niño. En
efecto, es a él a quien llevan el epiléptico. Y también es Jesús quien pregunta, se informa
de la situación, pone en evidencia su escasa fe, se muestra irritado... Finalmente es Jesús
quien ordena al demonio, que en un primer momento parece salir victorioso en la
confrontación, porque deja al chico como muerto, pero realmente es obligado a abandonar
la presa. Y de nuevo Jesús que levanta (¡resucita!) al muchacho. Hay que notar que la
iniciativa de Jesús está muy acentuada especialmente en las narraciones de los exorcismos
(como si quisiera jugar anticipadamente con el adversario). Y la escena final: siempre Jesús
en primer plano que ofrece las explicaciones pedidas por los apóstoles.
Se diría que toda la narración, en sus numerosos detalles, encuentra su unidad en la
convergencia de todos los elementos hacia la persona de Jesús.

Incapacidad de los discípulos, fuerza de la fe


«...Discutiendo con ellos» (v. 14). Hay una reunión de gente, la discusión debe asumir
tonos más bien elevados. El tema se puede deducir tanto de la intervención del padre -«he
pedido a tus discípulos que lo echen, y no han podido» (v. 18)- como de la interrogación
privada con que concluye la narración -«¿por qué no pudimos echarlo nosotros?» (v. 28)-.

Por tanto, probablemente, los escribas están poniendo en duda la eficacia del poder
otorgado a los apóstoles.
No se precisa, en cambio, a quién se dirige la pregunta hecha por Jesús: «¿De qué
discutís?» (v. 16).
Como nadie responde, se adelanta uno de entre la gente, que resulta ser el padre del
epiléptico, el cual a las claras informa detalladamente al Maestro sobre el hecho que ha
dado origen a la polémica, denunciando amablemente la incapacidad de los discípulos (no
me parece que haya que hablar, como querría alguno, de una acusación impregnada de
animosidad, ni mucho menos la intención de hacer recaer el reproche sobre el Maestro), y
describiendo las manifestaciones del mal.
Mc hablará explícitamente de epilepsia. En efecto, los síntomas son claros. Son
expresados con cinco verbos: lo agarra, lo tira al suelo (y después también al agua y al
fuego), echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso.
Ante un cuadro tan lamentable, sorprende en gran manera la respuesta de Jesús:
«¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros?, ¿hasta cuándo tendré que
soportaros?» (v. 19). Se puede encontrar en la Biblia algún paralelo con esta exclamación.
Podremos decir: el lamento y el desahogo del profeta.
El presente lamento-cansancio de Jesús no está en relación sólo con la situación
específica que tiene ante sus ojos, sino que abarca y casi compendia el conjunto de su
misión, que va siempre a estrellarse contra la incredulidad de los hombres.
Comenta con mucha eficacia R. Schnackenburg: «Se diría que Jesús quisiera huir de los
hombres y que está cansado, lo mismo que en otro tiempo los profetas se dolían y se
mostraban exacerbados de tener que desarrollar su misión en medio de aquel pueblo
recalcitrante (cf. Jer 5, 23; 9, 1s). El pesimista juicio de Jesús sobre sus contemporáneos,
sobre esta generación que no tiene intención de convertirse (Mt 12, 41 s) acumulando
culpa sobre culpa (Lc 1, 49 s) explica a la comunidad sus mismas experiencias amargas y al
mismo tiempo se convierte en una admonición para no caer en la misma actitud de torpeza
y obstinación.
«Por su parte Jesús, ante la resistencia y torpeza de los hombres, no se deja sorprender
por una resignación pasiva, sino que permanece fiel a la divina misión de anunciar la
salvación y de conducirla a cumplimiento. Un suspiro apenas perceptible, causado por su
naturaleza humana, sale casi involuntariamente del corazón: él sufre ante esta humanidad
y, sin embargo, se dirige inmediatamente a ella ofreciéndole una vez más la misericordia y
el perdón. Es una invitación a los predicadores y, en general, a todos los fieles, a no
rendirse ante la obstinada oposición promovida por el mundo circundante y a no admitir
decaimientos dentro del propio corazón. Por esta razón Jesús hace que le lleven ante el
chico enfermo...».
Es decir, después del desahogo, más que comprensible, a través del cual se
transparenta un rasgo de la humanidad de Jesús -y también su juicio preciso sobre el
verdadero mal que debe afrontar y ante el cual, en cierto sentido, se siente impotente, es
decir la incredulidad- Jesús se inclina de nuevo sobre las miserias del hombre. Está
cansado pero sólo para comenzar de nuevo...

Depende de ti
El diálogo con el padre constituye una de las perlas del evangelio. Jesús quiere que el
hombre tome conciencia de su poca fe. Y su pedagogía consiste en empujarle a descubrir
que, para aumentar la fe, hay que darse cuenta antes de que no se tiene.
Por otra parte, la fe una vez más representa la condición indispensable para el milagro.
En este sentido Jesús impide que el padre atribuya exclusivamente a los discípulos la
responsabilidad de su fracaso. Tampoco él es capaz de curar al hijo a causa de su
incredulidad.
«Si algo puedes...» (v. 22). Es decir, si realmente puedes, como dicen todos.
MIGRO/FE FE/MILAGRO Es significativo el que Jesús dé la vuelta a las partes. Mira
que no depende de mí sino de ti.
Comenta en este sentido E. Bianchi: «Jesús no responde "tú deberías saber que todo me
es posible" sino "todo es posible para el que tiene fe": Si tienes fe, todo es posible para ti.
No desafía al padre sino que le hace una oferta: te basta creer».
Este se aferra inmediatamente a la oferta, aunque se da cuenta de su propia debilidad e
implora que Jesús le ayude en su poca fe. En este momento parece casi que el enfermo, a
quien hay que socorrer, sea él.
«El grito del padre revela su miseria: de esta nace su respuesta que quizá sea la mejor
que pueda darse a esta pregunta. Quien se atreve a decir "yo creo" debe añadir, al mismo
tiempo, que puede decirlo sólo como uno que tiene confianza en que Dios volverá a
ayudarle a tener fe; que, por tanto, el sujeto último de esa fe puede ser solamente Dios, no
"yo". Sólo siendo conscientes de la propia incredulidad se puede reconocer el don divino de
la fe con alegría y con confianza; porque esta es cierta sólo cuando está fundada sobre un
acto de Dios. La fe es, por consiguiente, una apertura incondicionada al acto de Dios, una
firme espera por parte de quien, mirándose a sí mismo, podría siempre sólo afirmar la falta
de fe, pero mirando a Dios reconoce, con alegría y certeza, que Dios vuelve siempre a
sanar esa falta» (E. Schweizer).
En la narración de la auténtica y propia curación, Mc usa algunos términos que, en la
comunidad primitiva, habitualmente eran usados al referirse al Jesús resucitado: egeire, en
efecto, significa literalmente «despertar» y anistemi «resucitar». Por tanto, lo despertó -de
hecho estaba como muerto y así aparecía a los ojos de la gente- y lo resucitó.
Además, el gesto de tomar de la mano al muchacho es el mismo que hemos ya visto con
ocasión de la curación de la suegra de Simón (1, 31) y de la resurrección de la hija de Jairo
(5, 41).
También hay que subrayar el verbo «increpar», que es típico de las narraciones de
exorcismos, como si indicase que Jesús entabla una cerrada lucha contra el adversario.

Por qué no han tenido fuerza


La escena final se desarrolla en casa. Y el diálogo es privado (v. 28). Los discípulos, que
hasta entonces habían permanecido callados (probablemente aún humillados por no haber
sido capaces de triunfar sobre un demonio mudo) ahora preguntan al Maestro sobre las
razones de su fracaso.
¿Por qué no hemos tenido fuerza?
La pregunta es legítima desde el momento en que Jesús les había concedido
precisamente este poder (6, 7) y en otras ocasiones había dado resultado (6, 13).
Aquí se podría encontrar una dificultad imprevista en el hecho de que, tratándose de un
demonio mudo y sordo, no se podía entablar un diálogo con él, que constituía un elemento
fundamental del exorcismo.
Jesús, de hecho, admite que se trata de una raza particular de demonios, para la que se
requiere una fuerza especial, que se puede obtener sólo con la oración (v. 29)
Algunos manuscritos añaden «y con el ayuno». Puede ser un añadido de la iglesia
primitiva. Aunque resulta perfectamente coherente con el espíritu de la enseñanza impartida
por Jesús en esta materia.
En efecto, el ayuno es un signo muy elocuente de que Dios es nuestro alimento y que él
solo puede saciar nuestra hambre, él solo puede venir en ayuda de nuestra debilidad. No,
no sirve-como querrían algunos-para merecer la fuerza por parte de Dios. Esta es un don
gratuito y no puede ser comprada con nuestras prácticas. Sin embargo, el ayuno es signo
de nuestra espera y de nuestra esperanza.
«Abstenerse de comer durante todo un día, mientras se considera el sustento don de
Dios, significa manifestar que se espera todo de él y no de los recursos humanos» (X. L.
Dufour).
La Iglesia primitiva que luchaba a todas horas con una raza especial de demonios que
intentaba «tirarla por tierra» y «acabar con ella» con el fuego de las persecuciones, no
consideraba en realidad el ayuno como algo «extraño», sino como una necesidad y estaba
convencida de su significado en relación con la oración.
Probablemente también hoy nosotros tenemos necesidad de recuperar este sentido de
oración e incluso de ayuno, si no queremos encontrarnos faltos de fuerza.
Jesús no revela a los discípulos una técnica segura para exorcizar demonios, pero ofrece
una enseñanza «aún más profunda, que invita a la comunidad cristiana a confiar
únicamente en Dios en todas las adversidades y necesidades. Será precisamente dándose
cuenta de la debilidad de la propia fe, con la clara percepción de la propia incapacidad,
como se producirá en la oración un auténtico acto de fe» (R. Schnackenburg).

PROVOCACIONES

1. «¿Hasta cuándo tendré que soportaros?».


En el lamento de Jesús hay ciertamente muchas cosas: la hostilidad de los doctores de la
ley, la insaciabilidad de la gente en cuanto a prodigios, la incomprensión de los discípulos,
la indiferencia y el rechazo de mucha gente.
Pero también soy yo la causa de este cansancio.
También yo formo parte de la «gente sin fe».
Yo, cansancio de Dios.
«¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros?».
Por supuesto hasta que desaparezca nuestra incredulidad.
«Traédmelo».
Te darás cuenta de que no puedes ir tan deprisa.
El médico tiene todavía mucho que hacer.
Por otra parte, Cristo no ha venido a la tierra de vacaciones.
La encarnación documenta la realidad de un Dios que está insatisfecho del hombre.
Ha venido porque no estaba satisfecho.
Pedro estaba bien, arriba, en la montaña. «Maestro, qué bien se está aquí».
«¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros?».
Adelante, quizá sea este el momento para construir la tienda.

2. Es fácil reconocerse en el desahogo de Jesús. ¡Cuántas veces no hemos sido


atenazados por la desconfianza; nos hemos encontrado como vaciados por un sentido de
inutilidad! Y hemos concluido que no valía la pena continuar, no había que insistir, mejor
dejarlo en paz, para lo que se obtenía...
Solamente que Jesús, cuando está cansado, comienza de nuevo a luchar.
Mientras nosotros, muchas veces, nos sentimos cansados por el miedo de tener que
afrontar la lucha.
Tenemos que aprender también esta lección de Jesús que, cansado de los hombres,
hasta no poder más, comienza a trabajar para hacerles distintos.
«Traédmelo».
No puede soportarnos más.
Por eso decide mirarnos un poco más de cerca.

3. Pienso en aquel padre. Suerte que su hijo ha sido liberado. De otro modo, aquella
tarde, al volver a casa, no habría podido decir que aquel Maestro y sus amigos no habían
sido capaces de curarlo. Tendría que haber admitido: es culpa mía.
Yo, en cambio, puedo coleccionar, impertérrito, fracasos en serie, fallar en todos los
frentes. Pero siempre hay algo o alguien a quien echar la culpa. Jamás una sola vez se me
pasa por la imaginación que lo que ha sucedido puede ser debido a mi poca fe.
Capaz de llamar a Dios en ayuda por los motivos más diversos.
Ni una vez le he llamado en ayuda de mi incredulidad.
Sin embargo, si la fe significa estar unidos a él, la falta de fe, reconocida, no es lejanía de
Dios, sino un acudir de Dios hacia mí.
No me siento seguro porque creo.
Puedo estar seguro sólo cuando Dios viene en ayuda de mi incredulidad.

4. Los discípulos se ilusionaban ya con creerse los poseedores de un poder del que
habrían podido disponer casi automáticamente -y autónomamente- en cualquier ocasión.
El fracaso y la sucesiva lección del Maestro les convence de que no basta haber recibido
un poder para que este se revele necesariamente eficaz. Sin fe, sin oración y sin ayuno, es
decir, sin una referencia continua a Dios, sin una dependencia total de él el poder no sirve.
Permanece como bloqueado. Le tienen, pero no son capaces de actuarlo. Lo usan en
nombre propio. Es decir, lo usan en vacío.
Mis incapacidades, en el fondo, son faltas, en el sentido literal del término: faltas de fe y
de oración.
Yo soy capaz solamente en Dios.

CONFRONTACIONES

La obstinación, grandeza de Dios


«¡Gente sin fe! ¿hasta cuándo tendré que estar con vosotros?, ¿hasta cuándo tendré
que soportaros? Traédmelo». Esta primera palabra de Jesús no está dirigida sólo al padre,
sino también a los discípulos y a la gente. Ni siquiera se limita al caso preciso: parece, más
bien, una valoración de todo lo que Jesús ha hecho hasta ahora. ¿Qué resultado ha dado
su predicación, su paciencia, los muchos signos realizados? Ninguno. Los discípulos no
tienen la fe suficiente para echar un demonio (¡pobres discípulos perennemente
derrotados!). La gente está ávida de prodigios, como siempre, pero a pesar de haber visto
muchos no entiende nunca la lección. Los escribas tienen siempre pruebas -parece verles
sonreir con suficiencia ante la inútil tentativa de los discípulos- para ponerlo en discusión.
El reproche de Jesús no significa rabia y mucho menos maravilla, sino más bien sufrimiento
y cansancio. Algunos comentaristas perciben en la exclamación de Jesús una alusión a
algunos textos célebres del antiguo testamento, como Is 42, 14; 46, 4; 63, 15. Es el lamento
del profeta que se siente cansado de su situación -una situación que parece repetirse sin
fin, monótona, sin salidas- y desilusionado ante Dios que esconde su poder.
Pero con todo esto Jesús comienza de nuevo: no se retira, no rechaza su ayuda. Dice:
traédmelo.
En esta obstinación está la grandeza de Dios (B. Maggioni, o. c.).

La fe no es el producto del esfuerzo humano


Jesús subraya el «si puedes» del padre, para descubrir el sentido: La posibilidad de Dios
no tiene otros límites que la condescendencia del hombre, la cual también es un don que
hay que recibir. La fe recibe su fuerza de Dios, cuyo poder se manifiesta en la debilidad
confiada de los creyentes, arrancando el grito: ««¡Creo, ayuda a mi poca fe!» (9, 24).
¿Contradicción o paradoja? Nada de todo esto. Sino el descubrimiento de que la fe es un
don que hay que acoger en medio de titubeos y dudas, más que el producto del esfuerzo
humano. Es la palabra de Dios acogida, confiada a la tierra como una semilla, destinada a
un crecimiento, a un florecimiento insospechado: lo que es imposible para el hombre, lo
puede hacer Dios (Radermakers, n vangelo di Gesù secondo Marco, Bologna 1975).

Qué es fe FE/QUÉ-ES:
Fe es creer que allí donde el hombre comprueba sus límites, su impotencia, su pecado,
Dios puede manifestar su poder. Fe es, por tanto, cesar de confiar en el hombre para poner
la confianza en Dios...
...La fe es el acto con el que el hombre renuncia a contar consigo mismo, a buscar su
realización, a fiarse de sí mismo y se declara pronto a recibir todo de Dios.
No es, pues, el hombre quien a través de la fe actúa sobre su salvación, sobre su vida:
es Dios el que actúa. Pero el acto de fe es necesario para la intervención de Dios y Jesús
une ambos: «tu fe te ha salvado». El hombre es incapaz de valorar la fe de forma adecuada
y lo que el hombre llama poca fe, incredulidad, apistia , puede ser a los ojos de Jesús ya
fe. La fe no es medible, pues la fe débil es ya fe en su totalidad: no es la grandeza de la fe
la que obtiene el milagro, sino la potencia de Dios que obra en Jesucristo (E. Bianchi,
Discepolato e Sequela, Spiritualità Bíblica n. 1, Comunità di Bose; apuntes dactilografiados
y ahora recogidos en el volumen: Qualità e dignità della vita cristiana, Torino 1979).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 61-71)
2-5 - SEGUNDO ANUNCIO DE LA PASIÓN Y RESURRECCIÓN
Mc/09/30-32 Mt/17/22-23 Lc/09/43b-45
J/PASION/ANUNCIO-2

El poder está en manos de la maldad


Jesús recorre Galilea de incógnito, porque desea impartir algunas enseñanzas reservadas
de modo especial a los discípulos.
El dicho sobre la pasión sería, según algunos, el más antiguo, el más original de los tres y
«uno de los mejor documentados y significativos» (Cadoux).
El punto central está constituido por la afirmación según la cual el hijo del hombre debe
ser entregado, por Dios (el verbo, en efecto, está en pasiva, la llamada «pasiva divina») en
las manos de los hombres.
Weiss afirma con seguridad que «Jesús piensa caer en manos de fanáticos excitados.
Está fuera de dudas que él no tenía en mente la crucifixión sino la lapidación por parte de la
plebe». Este «fuera de dudas» confirma que el estudioso debe haber tenido informaciones
precisas sobre ello, que nosotros desconocemos...
Es improbable que Jesús se refiera aquí a la traición de Judas.
Nos viene a la mente más bien la expresión de Pablo: «Aquel que no escatimó a su propio
Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Rom 8, 32).
En el "lo van a entregar" hay indudablemente una sensación de impotencia y de horror.
Puede ser un acercamiento a lo que Jesús, poco antes, había dicho a propósito de Elías:
«Lo han tratado a su antojo» (9, 13).
Jesús tiene conciencia de ir al encuentro de una muerte cruel.
Advierte J. Guillet: esta conciencia no hay que entenderla como «una lectura a distancia
de los acontecimientos futuros. Tampoco los tres anuncios más precisos... implican,
necesariamente, que para formularlos Jesús haya tenido necesidad de ver desarrollarse
ante sus propios ojos, el escenario futuro. Existen razones bastante serias para pensar que
estos tres textos han sido redactados por autores que conocían este escenario y estaban
familiarizados con un relato de la pasión, pero son razones de orden literario...
El lenguaje del Jesús de los evangelios no es el de un vidente que descifra un porvenir
que se va a desarrollar delante de él, sino el de un enviado por Dios consciente de su
propia misión y del final que ella comporta y que, a esta luz, interpreta los acontecimientos
que le suceden y al igual que todos ve lo que se le echa encima...».

Verdadero hombre, no un vidente


Aquí se plantea el problema de cómo se puede conciliar la clara conciencia, por parte de
Jesús, de lo que le espera, con su condición humana, con el hecho de que es un hombre
real y no un Dios que aparenta ser hombre.
Dice H. Urs von Balthasar: «Jesús es un hombre auténtico. Ahora bien, la nobleza
inalienable del hombre consiste en el poder, e incluso en el deber proyectar libremente el
plan de la propia existencia en un porvenir que le queda desconocido. Si este hombre es un
creyente, el porvenir en el que se abandona y se proyecta es Dios en su libertad y en su
inmensidad. Privar a Jesús de esta posibilidad y hacerlo avanzar hacia una meta
conocida anticipadamente y distante sólo en el tiempo, esto equivale a despojarle de su
dignidad de hombre».
En otras palabras no debemos entender a Jesús como alguien que posee el porvenir
enrollado en una tela en donde están representadas con precisión todas las escenas que
deberán representarse, como un actor que conoce perfectamente su papel y cuyo objetivo
es mantener al público en la incertidumbre, pero él sabe ya cómo acabará todo...

«El es el Señor del porvenir no porque tenga reservado, detrás de los telones que cierran
nuestro horizonte, un espectáculo que constituye un desafío a la imaginación, sino porque
en el instante presente, de muertos abatidos bajo su pasado, hace surgir hombres libres,
vencedores del miedo, humildemente preparados para todos los acontecimientos.
Esta manera única y divina de dominar el porvenir dejándolo acercarse por sí mismo, se
intuye en estado puro, en los anuncios de la pasión. Paradoja que sorprende: Jesús
aparece como alguien que domina el futuro, sabe lo que le reserva y dónde le conduce, y al
mismo tiempo está privado del propio poder, abandonado a la potencia más temible, el odio
de los enemigos. Nada expresa mejor esta coincidencia entre su potencia soberana y su
radical impotencia, que las declaraciones acerca del hijo del hombre venido para ser
entregado a la crueldad de los hombres».
Sin embargo el problema no queda resuelto, el misterio permanece sin descifrar. Para
nosotros resulta extremadamente difícil poner de acuerdo la clara conciencia de Jesús ante
el propio destino de sufrimiento y de muerte -expresada en los tres anuncios- con la
realidad de su condición humana. Conservar en esa conciencia una característica de
unicidad sin hacerle perder su dimensión humana, esto representa para nosotros una
dificultad no fácilmente superable.
Muy interesante, a este respecto, es la conclusión de J. Guillet: «Igual que su conducta,
también su conciencia es coherente. Esta nace de una profundidad en donde nuestra vista
se pierde y, sin embargo, nos revela un ser auténtico. Esta no es una construcción mítica,
sino misterio que se nos revela y ofrece».
Los discípulos, sin embargo, no entienden y no osan interrogarle.
Esto contrasta con el hecho de que Jesús les separa de los demás y les reserva una
enseñanza particular.
Con su incomprensión los discípulos se colocan una vez más de parte de la gente, de los
que «están fuera».
Sus pensamientos permanecen «en lo humano» (8, 33).

PROVOCACIONES

1. G. Dehn traduce «atravesaron Galilea» (v. 30) por «pasaban ante las casas de los
hombres», o «pasaban de lejos ante la casa de los hombres».
No puedo decir si tiene razón desde un punto de vista rigurosamente filológico.
Pero el sentido me parece muy sugestivo.
Para captar la enseñanza de Jesús, no hay que pararse, es necesario pasar de largo
ante las casas de los hombres, las academias, los palacios de los poderosos, los teatros de
las representaciones mundanas.
La paradoja cristiana no tolera el ser domesticada. Las exigencias evangélicas pueden
ser comprendidas sólo en una lógica de superación de los muros de casa, de las categorías
del buen sentido, de la prudencia y de la racionalidad.
La verdad de Cristo es un ir mas allá.
Entretenerse un instante para razonar, para discutir, para sutilizar, significa cavar una
distancia incolmable.
Pararse en conciliar, poner de acuerdo, atenuar, equivale a fijar una extrañeza total.
Su palabra ha venido a habitar en medio de nosotros. Pero no pretende ser una nana
tranquilizante de nuestra digestión o de nuestro sueño, un trasfondo sugestivo para
nuestras representaciones habituales.
Es, en cambio, una invitación perentoria para salir fuera, orden molesta de traslado, señal
lacerante para abandonar los reparos.

2. «Ellos no entendían sus palabras, y les daba miedo preguntarle» (v. 32). Chouraqui
traduce: «No penetraban su palabra». Sí, se quedan en la superficie. No quieren
profundizar. Prefieren apretar filas en aquel la zona exterior. Con la ingenua ilusión de que
la no comprensión les dispense de la tarea de enrolarse en aquel itinerario obscuro.
Quizá por esta razón temen preguntarle.
No por miedo a ser reprochados por su escasa inteligencia.
Es el miedo a que, a través de la claridad, se les quite la coartada de la ignorancia y por
tanto se impida la huida.
Como nosotros los hombres, siempre refractarios ante lo que no nos gusta, también ellos
buscan no la profundización en una verdad desagradable, sino el mantenimiento de sus
propias ilusiones.
¡Sobre todo... no quitarles los pretextos!

CONFRONTACIONES

Este es el Jesús de los evangelios


Este es Jesús tal como aparece en los evangelios. Habla en vistas del porvenir, anuncia
el reino; compromete el porvenir, se rodea de discípulos; juega toda su existencia sobre el
porvenir, será él mismo sólo el día en que aparezca el Hijo del hombre, sin embargo no
hace ni planes ni cálculos. No se abandona a la fantasía o a los impulsos, está siempre
disponible porque es siempre él mismo. En cualquier circunstancia, le ocurra lo que le
ocurra, encuentra en sí elementos para reaccionar y responder. Se le puede sorprender,
jamás confundir. Es posible golpearle y herirle de muerte, es infinitamente vulnerable, pero
nunca es más él mismo que cuando está prisionero y agonizante, jamás tan abierto a los
hombres como el día en que muere, rechazado por todos. ¿Ser libre de este modo, en un
mundo roto por tantas esclavitudes, no será quizá ser Dios?... (J. Guillet, o. c.).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 72-76)
........................................................................

QUIÉN ES EL MAYOR
Mc/09/33-37 Mt/18/01-05 Lc/09/46-48
SERVICIO/PRECEPTO

Reglas para la comunidad


Jesús se dirige ahora hacia Jerusalén. Se detiene por última vez en Cafarnaún, que en el
fondo puede considerarse «su» ciudad, punto de partida y de referencia de su misión en
Galilea.
Es probable que la casa sea también la de Simón y Andrés. Esta es un poco «su» casa.

Casi siempre los apóstoles son los que preguntan a Jesús en casa, privadamente. Aquí
es él quien tiene necesidad de saber.
«¿De qué discutíais por el camino?» (v. 33).
Se callan, embarazados, porque no pueden estar orgullosos del tema de su animada
discusión, que era lo opuesto a cuanto poco antes el hijo del hombre había anunciado
acerca del propio itinerario de humillación.
Como después del primer anuncio había saltado la protesta de Pedro, que manifestaba
cómo no razonaba «al modo de Dios», así también después del segundo anuncio, la
polémica que envuelve a los discípulos demuestra cómo sus pensamientos y sus
preocupaciones son «al modo de los hombres».
«Por el camino habían discutido quién era el mayor» (v. 34).
Una vez más Jesús tiene que explicar que el camino del discípulo no puede ser distinto
del de su Maestro. Una vez más se ve obligado a precisar las rudas exigencias del
seguimiento. No basta caminar con él. Hay que «cargarse» además de con la cruz, también
con su escala de valores, que constituye un cambio radical de las posiciones y de las
precedencias establecidas en el mundo.
Tengamos presente que la cuestión de las precedencias no denuncia -como podríamos
creer- una preocupación de tipo mundano, sino que era un problema típico de la mentalidad
religiosa del tiempo. «La aspiración a ser "grandes" impregnaba enteramente la piedad
palestina. En cualquier ocasión, en las asambleas religiosas, en la administración de la
justicia, en la mesa común, en cualquier actividad, salía continuamente el problema de
quién era el más grande. La valoración de la dignidad, del puesto que le correspondía a
cada uno, era objeto de asidua atención y se le daba una notable importancia» (Sclatter).
Especialmente en las comunidades religiosas el rango de cada uno de los miembros
daba lugar a interminables y vivaces diatribas, que desembocaban en minuciosas
prescripciones. Basta leer, a este propósito, algunos textos de Qumram.

«Se sentó, llamó a los doce...» (v. 35).


Se sienta como una postura característica del Maestro o quizá porque está cansado del
viaje. El llamar hacia sí no es superfluo, pretende subrayar que se trata de una enseñanza
fundamental.
En realidad Jesús, partiendo de la disputa sobre las precedencias, pretende instaurar
otro orden de cosas.
Se inicia así lo que se llama comúnmente, un esbozo de reglas comunitarias que estará
mucho más desarrollado en Mt- y que viene señalado por algunas palabras-clave (en mi
nombre, siervo, escándalo, fuego) las cuales, a través de un «procedimiento de encaje»
sirven para introducir el tema sucesivo y facilitar la memoria (1).
Esta primera lección está compuesta de dos partes (33-35 y 36-37) aparentemente
desunidas y que quizá Mc ha recibido de contextos diversos, pero que se unen entre sí de
manera bastante coherente. En realidad, las dos constituyen una respuesta al problema de
las precedencias, a través de un cambio de los valores: el primero es el último y el siervo de
todos (v. 35). Además, el niño, es decir lo que no tiene importancia a los ojos de los
hombres, lo que es pequeño, es grande a los ojos de Dios (v. 37).

Una respuesta en dos partes


Está muy clara la primera parte: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos
y el servidor de todos».
Ningún otro texto paralelo del evangelio refiere de esta forma la antítesis que aquí es
presentada: primero-último. Y solamente éste debería ser el logion primitivo, mientras la
noción de servicio tiene todo el aire de ser un añadido, que estropea un poco el
paralelismo, aunque esté en perfecta armonía con el significado de la sentencia.
El ejemplo más significativo de esta enseñanza le tienen ante sus ojos: Jesús es el
primero que se ha hecho último y siervo.
Más ardua es la interpretación de la segunda parte. Jesús coloca en medio un niño, lo
abraza y dice: «El que acoge a un niño como éste por causa mía, me acoge a mí» (v. 37).
Es importante clarificar que el mensaje de Mc en este punto se separa bastante del de
Mt, que resuelve el episodio en clave moral, insistiendo en la exigencia de hacerse
pequeños. Es decir, el niño como modelo de humildad, de naturalidad, de simplicidad,
condiciones indispensables para entrar en el reino. Nada de esto hay en Mc, que insiste en
cambio en la acogida del niño en nombre de Jesús. Es decir, viene aquí subrayada la
eminente dignidad del niño.
Tengamos presente que la condición del niño, en la sociedad palestina del tiempo de
Jesús, era muy distinta de la nuestra. Hoy, más bien, el niño corre el peligro de ser mimado,
idolatrado y considerado casi como «objeto de lujo».
Según la mentalidad hebrea, los hijos eran acogidos indudablemente como una bendición
de Dios para la familia, sobre todo los varones. En las ceremonias nupciales, ante el umbral
de la casa o de la tienda de los esposos, frecuentemente se partía una granada para que
los granos apareciesen simbolizando los numerosos hijos que se deseaban a la pareja. A
pesar de todo, los niños no gozaban de especiales derechos y privilegios. Podríamos decir
que eran considerados más por el número que por su importancia particular.
Por tanto, en la presente sentencia, el niño simboliza la realidad más insignificante a los
ojos de los hombres, todo lo que no tiene importancia, no cuenta, no es digno de atención,
se encuentra en una situación de inferioridad.
Jesús, por consiguiente, se identifica con quien es «irrelevante», no tiene prestigio, es
débil e indefenso, necesita asistencia.
En este sentido -como resalta Schnackenburg-, la escena presentada por Mc se asemeja
a la del juicio universal descrita por Mt (25, 3146) en la que Jesús se identifica con los
necesitados y los últimos.
La atención del discípulo -centrada en las precedendas y en la grandeza- es desviada a
la exigencia de acoger a alguien que es «grande» porque es objeto de la atención de Dios.

Una última noticia. Según una pía tradición, el niño de quien se habla en estas páginas
habría llegado a obispo y mártir de Antioquía: san Ignacio. La identificación se ha hecho
jugando con el nombre griego (que de portador-de-Dios se ha convertido en
portado-por-Dios). Otros, en cambio, piensan en san Marcial.

PROVOCACIONES

1. Nos podemos preguntar qué relación existe entre la acogida y la disputa inicial sobre
las precedencias.
Como de costumbre, Jesús no resuelve nuestros líos ni se mezcla en nuestras ridículas
bagatelas. No da recetas preparadas. Más bien desvía el problema a otro plano y,
podríamos decir, lo complica más, aumenta la dificultad.
Ciertamente parte de las precedencias, pero invierte los términos de la cuestión.
Como si dijera: está bien que os ocupéis de precedencias. Sólo que las precedencias no
se refieren a vosotros, sino a los demás. Buscad por tanto, quién tiene derechos a la
precedencia en vuestra hospitalidad.
Es justo que habléis de primeros puestos. Pero daos cuenta de aclarar quién debe
ocupar el primer puesto de vuestra atención.
Es más que legítima la pregunta sobre quién es grande. Pero tened cuidado de honrar y
amar a los grandes según Dios: es decir los que son pequeños y con los que él se
identifica.
Progresad; pero no para imponeros a los demás, para estar por encima de ellos, sino
para recibir a aquellos de quien nadie se ocupa.
Acogiéndoles a ellos, me acogéis a mí. Y acogiéndome a mí acogéis al Padre que me ha
enviado.
Como puede verse, Jesús no abolía las jerarquías. Las mantiene sólidamente, más aún
las prolonga más allá de nuestras miras.
Nos enseña, sin embargo, a valorarlas... a fondo.
Nos enseña que no es necesario destruirlas. Es suficiente con «darles la vuelta».
Tiene que existir un orden; con tal que sea un orden dado la vuelta.
Una vez más nos muestra que nuestro punto de vista está equivocado. Nos preocupamos
de nosotros mismos, de nuestra grandeza. Y nos obstinamos en «probarla» midiendo con el
patrón acostumbrado.
El Maestro nos advierte: tira ese patrón. No pierdas tiempo calculando tu estatura. ¿No
has entendido que desde el momento en que Dios ha bajado a la tierra, es ridículo
pretender sobresalir?
El problema no es el de ser grande, sino el de «dejar sitio».
La importancia no está documentada con la tarjeta de visita. Depende, en cambio, de las
personas «sin importancia» que acoges en casa.
Eres grande no si ocupas un puesto de relevancia, sino si en tu vida hay sitio para quien
no tiene grandeza.
Eres respetable en la medida en que demuestres respeto y amor hacia aquellos que no
han sido capaces de obtenerlo.
Podemos decir: las precedendas no se establecen por decreto ley. Son ganadas por
quien no se ocupa de ellas porque está empeñado en tener abierta su casa a aquellos que,
de otra forma, permanecerían fuera.
2. «¿De qué discutíais por el camino?».
La pena es que hoy el Maestro no está ya ahí para importunarnos con esta pregunta
embarazosa.
Así podemos ir tranquilamente por el camino discutiendo de tonterías. Hay un modo de
eludir los problemas reales (creando otros falsos) y de no llegar jamás a término.
Con la agravante de que no existe ni siquiera el silencio de la vergüenza. Más aún se
tiene la imprudencia de emplear otras palabras inútiles y otro tiempo precioso para
demostrar que aquellos son los grandes problemas en los que hay que ocuparse.
Y, a fuerza de debatir «temas de fondo» -que sólo son tales porque no se tiene el coraje
de afrontar los auténticos problemas- se llega a perder toda credibilidad.
Cristo y los hombres de nuestro tiempo nos esperan siempre en otro lugar.

3. Quizá sería necesario convencerse de que el aliento se nos da para el seguimiento y


no para charlatanerías.
Cuando uno está verdaderamente comprometido en tener detrás al hijo del hombre, no
encuentra tiempo ni fuerzas para hablar de tonterías.
Ciertos discursos le desagradan.
¿Qué sentido tiene hablar de precedencias, cuando hay que seguir a uno que nos
precede hacia el Calvario?
Las precedencias sólo tienen razón de ser si se camina en... dirección equivocada.

4. En definitiva, dime de qué discutes y te diré si eres discípulo de Cristo.

5. Resalta S. Légasse: «El niño, cuando Jesús lo estrecha entre sus brazos, se convierte
en la imagen del discípulo acogido con ternura en nombre de Cristo». Yo diría también:
símbolo del discípulo acogido con ternura por Cristo.
Y, cuando hemos «ganado» aquel puesto en su corazón, aparece entonces como
absurda la búsqueda de los primeros puestos por otra parte.

6. He visto recientemente a una persona acogida con todos los honores «en el nombre
de Jesús».
No era un niño, ni siquiera uno de tantos marginados.
Por otra parte, el niño es estrechado entre los brazos de Jesús. No dado en espectáculo.

El respeto, la acogida, van de acuerdo con la delicadeza y la ternura. Ciertas


manifestaciones externas, en cambio, nos muestran más la imagen del escenario que el
gesto, tan espontáneo y natural, realizado por Jesús.
Qué difícil es, para ciertas personas religiosas, identificar a Jesús con los últimos. Se
teme, quizá, humillarlo. Por eso se le identifica con los primeros, creyendo rendirle un
honor. Y no nos damos cuenta de que añadimos honor y dignidad a quien lo tiene ya en
exceso. Mientras él quiere que «en su nombre» se dé honor a quien no lo tiene.
Me atrevería a decir que está de acuerdo en prestar el propio nombre a quien no posee
títulos para hacerse valer en este mundo de las apariencias.
Pero no se complace, sin duda, en que su nombre sea empleado como elemento de
prestigio o disparador de carrera.
Es decir, su nombre puede ser utilizado para contestar la feria de las apariencias, no para
darle un apoyo religioso.

CONFRONTACIONES
Jesús ama al niño y lo estrecha contra su corazón; se reconoce en él; parece decir a sus
discípulos: vosotros aspiráis al primer puesto; pero quien quiera pertenecerme, debe
apreciar todo lo que es pequeño y de poco precio. En efecto, en este niño yo, en persona,
encuentro al hombre. Jesús es el amigo de los hombres que no cuentan en la sociedad y
son despreciados por ella, y de éstos el niño es casi el símbolo (R. Schnackenburg, El
evangelio según san Marcos, Barcelona 3.1980).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 77-83)
.......................
1) Las palabras de Jesús, como observa J. Delorme «aparecen agrupadas según un procedimiento
mnemotécnico habitual en las civilizaciones orales, que consiste en unir dos frases independientes por
medio de una palabra que se encuentra empleada en ambas (procedimiento de las "palabras-eslabón")».
Hay que advertir además que en arameo el mismo término talya sirve para indicar el siervo o el niño, es
decir permitiría la articulación entre el dicho sobre el siervo y la escena sucesiva del niño.

2-6 - QUIÉN PUEDE USAR EL NOMBRE DE JESÚS


Mc/09/38-41 Lc/09/49-50 Mt/10/42

El exorcista abusivo
El enlace con la discusión precedente está formado por la expresión «en tu nombre» (9,
37). Juan refiere el encuentro con un exorcista que utilizaba el nombre de Jesús para
expulsar demonios. Parece que los discípulos habían intervenido sin éxito para impedírselo.

Pero la unión entre las dos disputas no se limita a la palabra que sirve de enlace.
Se trata también de preocupaciones de grandeza y de prestigio, esta vez no de algunos,
sino del grupo en cuanto tal, que reivindica una especie de exclusiva con relación a Jesús.
Me parecen exageradas, a este respecto, las posiciones de muchos estudiosos, que
atribuyen el episodio a la iglesia primitiva, la cual habría proyectado en el pasado un
problema que le preocupaba: la manifestación de fenómenos extraordinarios, la aparición de
individuos exaltados que eran capaces de realizar prodigios indiscutibles, incluso sin estar
adheridos a la comunidad cristiana.
Bastaría la salida brusca de Juan -la única vez en todo el evangelio que interviene
personalmente- para hacer tambalear esta hipótesis y para dar a los hechos una nota de
autenticidad.
Uno de los «hijos del trueno», por tanto, exige una legitimación por parte de Jesús en sus
protestas contra aquel extraño.

«No se lo impidáis...» (v. 39).


Pobres discípulos. Desde un tiempo a esta parte, no dan una. También el episodio al que
se refieren, y del cual piensan poder sacar ventajas, constituye la enésima demostración de
la incomprensión del espíritu del Maestro.
También aquí se establece un estridente contraste entre su mezquindad, su puntilloso
«egoísmo de grupo» y la largueza, la tolerancia y el espíritu abierto de Jesús.
«En confrontación con la respuesta de Jesús, la comunidad aparece intolerante y sectaria,
más preocupada de la expansión y éxito del grupo que de la realidad en juego. Una cierta
simpatía y confianza en el nombre de Jesús, aunque usado sólo en una fórmula de conjuro
por un exorcista judío, es un portillo y una primera aproximación a la comunión salvífica con
Jesús. La tolerancia y el ecumenismo de Jesús son premisas para liberar a la primera
comunidad del sectarismo mezquino e introvertido» (R. Fabris).
Por su parte E. Schweizer comenta: «Juan personifica la actitud natural del hombre que se
preocupa de conquistar adeptos y de reforzar el propio grupo eclesiástico, y por tanto, no
tiene mucha consideración para aquellos que quedan al margen y no quieren enrolarse. La
respuesta corresponde a la mentalidad de Jesús en esto: la comunidad no debe poner ante
sus ojos el fin del propio crecimiento material, sino que debe ser abierta y comprensiva hacia
los que están fuera».
En el fondo, Jesús, después de haber explicado, en la lección precedente, que los suyos
no deben preocuparse de aparecer grandes individualmente, aquí les invita a no atribuirse
demasiada importancia ni siquiera como grupo que se remite a él.
«Nadie que haga un milagro usando mi nombre puede a continuación hablar mal de mí»
(v. 39). A primera vista la explicación del Maestro parece dictada por el oportunismo. Como
si estuviera preocupado por reclutar simpatizantes y seguidores. Un poco como si dijese: es
mejor siempre el tener algún amigo más, el que alguno más no hable por detrás.
Pero el sentido profundo de la motivación adoptada es muy distinto. Jesús exhorta a los
discípulos a reflexionar: si uno expulsa los demonios en mi nombre, lo puede hacer
solamente a través de la fuerza del Espíritu y no por una especie de fórmula mágica que
funciona automáticamente. Por lo cual es absurdo que uno actúe en mi nombre ejerciendo
ese poder -y después hable mal de mí.
Así -como observa J. Delorme- Jesús establece una unión entre la acción en su nombre y
la palabra sobre él.
Además se les indica a los apóstoles la posibilidad de una acción de Cristo más allá de
las fronteras visibles de la iglesia. Lo cual debería impedirles cualquier actitud sectaria,
cualquier instinto dominador, cualquier pretensión monopolizadora.
Poco antes (9, 35) habían sido invitados a comportarse como siervos. El episodio
presentado por Juan demuestra hasta qué punto estaban sometidos a la tentación del
poder y del dominio, aunque fuera con la excusa de salvaguardar el honor del nombre de
Jesús (en este caso, paradójicamente, son ellos y el exorcista abusivo los que utilizan el
nombre de Jesús para afirmar su deseo de predominio sobre los demás).

¿Quién es para nosotros?


«O sea, el que no está contra nosotros está a favor nuestro» {v. 40).
Esta afirmación parece justamente la contraria de la referida por Mt: «El que no está
conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12, 30).
En realidad se complementan mutuamente y ambas son verdaderas (1). Hay que tener,
sin embargo, presente que se refieren a situaciones distintas.
Me parece muy acertada la explicación que da P. R. Bernard: «Los dos axiomas no se
aplican a la misma situación, ni a las mismas personas. El de Mc se aplica a la gente de
bien que va por buen camino hacia Jesucristo y su iglesia: a estos individuos, afirma Jesús,
no debéis tratarles con modos bruscos, ni rechazarlos, existe una presunción en su favor;
dejad madurar las buenas disposiciones; el que no está contra nosotros está a favor
nuestro. El otro axioma es una especie de intimidación a no romper la unidad, a no poner
las cosas al revés; se dirige a los que forman parte del reino o al menos así lo creen; en
confrontación con estos, Jesús se muestra severo. Dice: quien no está conmigo está contra
mí y quien no recoge conmigo, desparrama. Si, formando parte del rebaño, hacéis un grupo
aparte, se puede efectivamente presumir que no sois ya del todo para mí; desde el
momento en que no trabajáis en unidad, trabajáis en vano, desparramáis. De esta forma
estos dos axiomas no sólo resultan bastante coherentes, sino que están preñados de
consecuencias para la formación de la iglesia. Finalmente, hay una cosa contra la cual
ambos insurgen de común acuerdo: la neutralidad. En ningún caso esa es admisible: nadie
puede permanecer neutral ante la invitación de Dios».
En otras palabras: el logion de Mt (aunque ciertos predicadores lo usen habitualmente
contra los «enemigos») se refiere expresamente a los seguidores de Cristo para subrayar la
radicalidad del compromiso -o estáis totalmente conmigo o estáis en contra, no se puede
hacer trampas-, mientras que el de Mc expresa el respeto y la paciencia que la comunidad
debe tener ante los que, a pesar de no formar parte expresamente, sin embargo, realizan ya
en la práxis el mensaje de Cristo. Estos están más cercanos de lo que parece.
Lo que Jesús condena es la pretensión de acaparar su nombre y aprovecharse de una
especie de monopolio sobre él. La pertenencia no puede traducirse en actitudes
exclusivistas.

El vaso de agua no se olvidará


El versículo 41 que habla de la acogida al discípulo se une un poco artificialmente -a
través de la palabra clave «en nombre» (2)- con cuanto precede. En una primera lectura
parece que tendría que estar situado después de la escena del niño (también los discípulos
son «pequeños» que son acogidos y defendidos).
Refiriéndose precisamente a aquel discurso, después de haber subrayado la dignidad del
niño, se resalta la dignidad del discípulo, siempre por supuesto refiriéndose al Maestro, de
«quien representa a Cristo porque lleva su nombre» a Delorme). Para quien la más
modesta acción realizada en favor del discípulo -como el gesto de darle un vaso de agua-
tiene un valor a los ojos de Dios, no será olvidada y tendrá su recompensa.
Hay que advertir que el evangelio, tanto aquí como en otros lugares, no duda en hablar
de «recompensa». Sin embargo, esta «tiene siempre su fundamento únicamente en la
benevolencia de Dios, que considera seriamente nuestro obrar, de tal forma que no olvida
ni siquiera la más pequeña acción que haya sido hecha verdaderamente por Dios («porque
sois de Cristo»). Pero quien quisiera reivindicar un derecho a la recompensa, mostraría ya
sólo por esto no haber actuado por Dios, sino por sí mismo» {E. Schweizer).
El versículo, sin embargo, desde un punto de vista lógico, completa también la
explicación del episodio del que ha sido protagonista Juan. Las fronteras se alargan cada
vez más: no sólo el exorcista abusivo, sino también quien tenga un rasgo de humanidad
hacia los discípulos entra a formar parte del reino.
Uno de los puntos sobresalientes de la pedagogía de Jesús en este discurso
comunitario, consiste por tanto en curar a los discípulos de la mezquindad, enseñarles a ver
en perspectiva, invitarles a no encerrarse en los horizontes estrechos de las relaciones
intracomunitarias y a darse cuenta de una realidad prometedora que está fuera de su
«recinto». Los únicos problemas no son los internos, sino que deben abrazar una realidad
mucho más vasta y compleja que puede ser terreno preparado para la construcción del
reino. Una vez más la persona de Jesús -no la de los discípulos- establece la línea de
demarcación entre quien está dentro y fuera. Los discípulos deben cuidarse de pronunciar
apresuradas sentencias de exclusión.

PROVOCACIONES

1. No quisiera ser muy malicioso. Pero tengo la impresión de que la brusca salida de
Juan estaba determinada, más que nada, por el despecho en comprobar que el exorcista
no autorizado había triunfado allí donde ellos habían fracasado.
Frecuentemente nos ponemos en contra de alguien y le consideramos enemigo,
sencillamente porque hace lo que nosotros no queremos o no sabemos hacer. La envidia
-enmascarada a veces por una preocupación de salvaguardar los principios- denuncia
siempre impotencia.
Ciertas descalificaciones -justificadas quizá con capciosas razones de ortodoxia o de
reglamentos internos- ponen al descubierto nuestras incapacidades.
De esta forma consideramos enemigo a quien constituye un reproche inquietante para
nuestra inercia y nuestros fallos.
¿No es cierto que hoy, en ciertos ambientes llamados cristianos, basta el hablar de
justicia para ser considerados como «adversarios»?
Quizá Juan, más que dirigirse a Jesús, hubiera sido mejor que se hubiera dejado enseñar
el secreto por el exorcista extraño...
El verdadero discípulo tiene que aprender todo; de todos.

2. Es triste el tener que comprobar que un grupo se consolida precisamente contra


alguien o algo. Encuentra una aparente cohesión solamente cuando trata de defenderse.
Tiene necesidad de un adversario -auténtico o fingido- para poder hacer y decir algo, para
sentirse vivo.
¿Sería mucho pedir que el nombre de Jesús fuera usado esencialmente «para» y no
«contra»? ¿Que el evangelio sea utilizado más que para defender posiciones, para dilatar
los espacios del reino?
3. A los apóstoles no se les pasa por la imaginación la sospecha de que fuesen ellos y no
el exorcista, los «extraños» a la enseñanza del Maestro.
Conozco personas que, con la máxima desenvoltura, proponen a los otros -quizá en
cuestiones que no se refieren al espíritu, sino a la letra más obtusa- una brutal alternativa: o
dentro o fuera. Puede ser que tengan razón. Pero puede suceder también que tengan que
«salir» ellos y no los demás.

4. El discípulo, según la lección de Jesús, no debe ser alguien que «olfatea», descubre
enemigos por todas partes como un sabueso. Nadie le autoriza a pedir la documentación a
los demás. Debería ser, en cambio, alguien capaz de descubrir secretas conexiones e intuir
preciosas complicidades insospechadas. Capaz de comprender que alguien habla de Jesús
aunque no lo tenga en los labios, pero lo tiene en sus acciones.
Una comunidad debería especializarse en identificar con un sentido de gozosa maravilla
quién «está con nosotros» entre los muchos que «no son de los nuestros».

5. No sé si he leído mal. Pero Jesús promete una recompensa a quien ofrece un vaso de
agua a un discípulo suyo, a un misionero del evangelio. No me parece que diga que el
discípulo tiene derecho a servirse del evangelio para obtener recompensas humanas. O
sea, no reconoce al discípulo el derecho, además del vaso de agua, también a los honores,
privilegios, en definitiva a todas aquellas cosas que sacian la ambición personal o de grupo.

El hecho de pertenecer a Cristo autoriza a exigir un vaso de agua -lo indispensable para
vivir-, no a cobrar indemnizaciones y condecoraciones en la ventanilla de la vanagloria.
A pesar de parecer impertinente, osaría decir que así como hay una recompensa para
quien ofrece un vaso de agua a un discípulo, también la habrá para quien le niega
-precisamente por el hecho de que pertenece a Cristo- una reverencia, una zalamería, un
sillón o un primer puesto en el palco del mundo.
En efecto, un vaso de agua porque se va de viaje.
El resto, en cambio, constituye un estorbo, un impedimento para el camino.

CONFRONTACIONES

La tolerancia excluye toda forma de puntillosa ortodoxia


Mientras exista este mundo con su historia, en la que entran manifestaciones de maldad
a veces «diabólica», la lucha contra el mal es necesaria. Por otra parte, Jesús ha venido a
buscar, con infinito amor y con paciencia, el bien donde quiera que se encuentre. Por eso
descubrimos en la figura de Jesús rasgos belicosos junto al ansia de «salvar lo que estaba
perdido» (Lc 19, 10). Cual sea el comportamiento que hemos de adoptar cada vez, nos
viene indicado únicamente por las circunstancias. En las palabras referidas por Mc (9, 40)
somos exhortados a superar siempre la avaricia humana y a abrir nuestro corazón a cada
hombre que, aunque no pertenezca externamente a la comunidad de Cristo, puede
igualmente realizar acciones buenas. La tolerancia de Jesús excluye, pues, toda forma de
puntillosa ortodoxia... Es importante, por consiguiente, considerar las palabras de Jesús, de
cuando en cuando, según las circunstancias. En caso de duda, hay que recordar que Jesús
sobre todo se inclinaba a acoger en torno a sí a los hombres de buena voluntad. Un
aislamiento sectario, un retorno al gueto eclesiástico, una actitud narcisista, son actitudes
extrañas al espíritu de Cristo (R. Schnackenburg, o. c.).

El nombre no indica el recinto sino la lógica


Detrás de la protesta de Juan... se ve con claridad ese egoísmo de grupo, tan frecuente,
ese mezquino miedo a la competencia, que frecuentemente se enmascara de fe (de hecho
su pretensión es la de tutelar el amor de Dios), pero que en realidad es uno de los más
profundos desmentidos.
El discípulo -puntilloso y mezquino, pero también profundamente inseguro- soporta mal
que el Espíritu sople donde quiera. Es envidioso, se siente desmentido y traicionado: ¿no
debería el Espíritu de Dios estar sólo en nuestras manos, de tal forma que aparezca con
claridad que nosotros, sólo nosotros, somos sus portadores?
Vuelve a la mente un episodio del antiguo testamento: Moisés comunicó el espíritu de
Dios a setenta ancianos, que habían salido del campamento y se habían reunido junto al
tabernáculo. Pero un joven notó con sorpresa que el espíritu se había posado también
sobre Eldad y Medat, dos ancianos que no se habían unido al grupo y que no habían salido
del campamento y también ellos se pusieron a profetizar. Y Josué exclamó: Moisés, mi
señor, prohíbeselo. Moisés en cambio, le respondió: «¿Estás celoso de mí? ¡Ojalá todo el
pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!» (Núm 11, 29-30).
Los auténticos amigos de Dios, como Moisés y Jesús, se gozan en la liberalidad del
Espíritu. No se sienten desairados porque aman a Dios y no a sí mismos, y esta es la
cuestión. En cambio, muchos puntillosos sostenedores de Dios -quiero decir todos los
puntillosos sostenedores de Dios- en realidad se sostienen a sí mismos, su propio recinto.
También es cierto que no todo gesto es de Cristo, no toda tentativa de liberalización le
pertenece: le pertenece sólo lo que ha sido realizado en su nombre... Solamente que el
nombre no indica el recinto sino la lógica (B. Maggioni, o. c.).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 84-91)
...................
1) Parece que las expresiones son de origen popular. Habrían sido una especie de eslóganes empleados en la
guerra civil entre César y Pompeyo.
2) Casi hay que excluir que Jesús haya usado la fórmula «en nombre del Mesías». De hecho nunca se indica a
sí mismo con ese nombre. El lenguaje es paulino.

2-7 - ADVERTENCIAS CONTRA EL ESCÁNDALO


NECESIDAD DE LA SAL Y DE LA PAZ
Mc/09/42-50 Mt/18/06-09 Lc/17/01-02

Una trampa, una piedra,


un basurero y algo precioso

Es esencial en este pasaje precisar los términos usados por Jesús.

1. ESCANDALO/QUÉ-ES: El escándalo. No se entiende en el sentido que hoy damos a la


palabra (un hecho que tiene una vasta resonancia y provoca turbación en la opinión
pública) sino que indica, según el lenguaje bíblico, un peligro para la salvación.
Se podría también decir: perjuicio para la fe.
Literalmente la palabra significa tropiezo, trampa, engaño, obstáculo puesto en el camino
de alguien. Por tanto, quien escandaliza es un individuo que quiere hacer caer a otro,
desviarlo de su fe, hacerle difícil el camino de su adhesión a Cristo.

2. DISCIPULO/PEQUEÑO PEQUEÑO/DISCIPULO: ¿Quiénes son los pequeños? Nos


encontramos ante los mikroi, los pequeños y ya no ante los paidoi, los niños, de los que
hablaba poco antes {9, 37).
Son los miembros más débiles y frágiles de la comunidad. Son los hermanos más humildes
y sencillos. Aquellos que comúnmente los rabinos consideraban con desprecio, porque para
ellos «pequeños» equivalía a «inmaduros».
La única relación que se puede establecer con los niños, es en el sentido de que estas
dos categorías de personas están indefensas, necesitadas de protección, porque están más
expuestas al peligro por su fragilidad.
Pero Jesús no habla de los niños en sentido propio.
Explica E. Schweizer: «Los pequeños son los discípulos de Jesús. La expresión tiene el
mismo significado que "pobres de espíritu". Mc ha aclarado el término, que sería
incomprensible, con la precisión de "que creen en mí"... Los discípulos, precisamente en su
pequeñez y en su condición de blanco de la tentación, están de forma especial a la sombra
de la protección divina. Son, por tanto, los más insignificantes, los menos interesantes, los
que están particularmente recomendados a la comunidad, los rechazados, los extraños, los
molestos, los que viven al margen. Se deberá incluso pensar en aquellos que en su sencillez
no son capaces de seguir todo lo que la teología conoce; pero nunca en aquellos
"pequeños" que se consideran a sí mismos como únicos verdaderos creyentes y se imponen
a todos los demás".
Y también R. Schnackenburg precisa: «La fe de los sencillos es un bien tal que nadie
puede quitarlo impunemente. Por supuesto no hace falta decir que con este dicho Jesús no
entiende que se prohíba el reflexionar sobre la fe y que se discutan los problemas. La
amenaza se dirige a aquellos que, maliciosamente y con intención, inducen a los otros a
desistir de creer en él".

3. La piedra-de-molino. Era una gran piedra que tenía más o menos la forma de una
campana.
Explica minuciosamente Lagrange: «Mientras la piedra a mano se compone de dos
piedras redondas en la que la de arriba tritura el grano sobre la de abajo, la piedra para el
asno es una especie de gran cáliz de piedra, perforado en el medio por un largo orificio a
través del cual pasa un mazo también de piedra. El grano se echa en el cáliz y se tritura
contra el mazo a medida que la piedra gira, puesta en movimiento por un asno atado a las
abrazaderas de la piedra. Era posible levantar el cáliz perforado y ponérselo en el cuello de
alguien. La expresión de Mc resulta, por tanto, absolutamente literal».

4. La gehenna. Habitualmente se traduce como infierno. Era el «valle de Hinnom» y se


encontraba al sur de Jerusalén. En este lugar antiguamente, bajo el rey Acaz y Manasés,
se habían ofrecido sacrificios -también de niños y niñas- a las divinidades paganas. Los
profetas habían lanzado por eso terribles amenazas. Por esta razón se había extendido la
creencia de que aquel valle sería el teatro del juicio universal. Después, poco a poco, la
gehenna se había convertido, por antonomasia, en lugar de castigo para los condenados.
Por desprecio los hebreos le habían hecho vertedero público. El fuego quemaba a
continuación hasta destruir los desechos.
La cita de Jesús está tomada de Isaías: «Su gusano no muere, su fuego no se apaga» (Is
66, 24).

El mensaje
La amonestación de Jesús se desarrolla en dos partes: la primera está constituida por el
versículo 42, la segunda va desde el 43 al 47.
Las palabras relativas al escándalo para los pequeños aparecen tanto más severas
cuanto que poco antes Jesús ha garantizado la recompensa a quien acoge y ofrece un
vaso de agua a los discípulos (también ellos son «pequeños» a los ojos de la gente que
cuenta). Aquí, en cambio, se considera la actitud opuesta: la de quien pone en peligro la fe
de estos «pequeños» constituye un pecado bastante más grave que la pérdida de la vida
misma. Tengamos en cuenta que la imagen de un hombre que se ahoga en el mar con una
piedra de molino encajada en el cuello, resultaba particularmente dramática para los
hebreos, dada su mentalidad que consideraba la muerte por ahogamiento como la más
abominable.
«Seguramente en torno a Jesús habría personas que disuadían a "los pequeños" y a los
sencillos que le seguían para que no pusieran en él su fe ni le fueran fieles. Era obvio que
Jesús considerase, indignado, semejantes intentos de seducción» (R. Schnackenburg).
Después de haber puesto en guardia contra el propósito de destruir la fe en el corazón
de los pequeños, Jesús considera otro tipo de escándalo: no ya el provocado por los otros,
sino el que nace dentro de nosotros.
Se alude a la mano, al pie y a los ojos, como ocasiones de escándalo. Pero no es
necesario pensar en tentaciones específicas en este sentido, aunque la interpretación
alegórica lo haya hecho abundantemente (por ejemplo: la mano simboliza alguien o algo a
lo que estamos muy apegados, que nos es querido y útil; o bien una entrega exagerada a la
acción. El pie puede indicar la orientación equivocada de la vida. El ojo expresa los malos
deseos).
En otra ocasión Jesús ha subrayado ya cómo el mal brota del corazón del hombre (Mc 7,
21).
Aquí el Maestro quiere decir sencillamente que la posibilidad de caída del hombre, la
atracción hacia el mal, depende de su naturaleza corpórea.
Jesús, con gran fuerza, inculca el rechazo más claro de cualquier connivencia con el mal.

La salvación, el seguimiento, plantean exigencias tan radicales que hay que estar
dispuestos a cualquier sacrificio, a cualquier despego.
La imagen usada para indicar cómo nada vale más que la salvación, es la de la
mutilación de los miembros más preciosos. Cuando está en juego el destino último del
hombre -expresado con el término «vida» y sucesivamente «reino de Dios»- hay que estar
dispuestos a las elecciones más lacerantes.
Naturalmente no hay que entender que Jesús recomiende la mutilación para evitar el
pecado, además se puede cometer una culpa siendo cojo o tuerto... Jesús insiste en la
vida, no en la disminución física.
«El cortarse un miembro no es un fin en sí mismo y no sirve ni siquiera para el
perfeccionamiento del espíritu en el sentido de la mortificación del cuerpo. Sencillamente
indica que la obediencia a Dios es, en cualquier circunstancia, la más importante, incluso
más importante que los propios miembros (estos no son por tanto mencionados como algo
despreciable, sino como las cosas más preciosas que el hombre posee). Está, pues, claro
que no se trata de aplicar literalmente estas palabras... No se trata de infligirse el sacrificio
de una mutilación para adquirir méritos, sino para liberarse de todo aquello que constituye
un obstáculo a la comunión con Dios. Y este obstáculo en cada caso será distinto» (E.
Schweizer).
Es decir, todos han de tener el coraje de cortar por lo sano. Si uno está dispuesto incluso
a perder una mano por la salvación del cuerpo, mucho más por la salvación total.
Al discípulo, por tanto, se le plantea la alternativa de la extrema seriedad del compromiso
con Cristo.
Las tres sentencias de Cristo -medidas según un cierto ritmo- aunque se refieren al
campo moral, no se limitan a él, sino que abarcan todas las opciones existenciales.
El lenguaje de Jesús, aunque exprese una seriedad excepcional, sin embargo, es
necesariamente metafórico y como tal es entendido, no para hacerlo menos incómodo o
atenuar su carga provocadora, sino para traducirlo a las situaciones más diversas y
aplicarlo a los compromisos más variados.
Incluso para la gehenna, Jesús se sirve de una imagen familiar a los que le escuchaban.
No debemos pedirle sobre esto informaciones relativas a las penas infernales o sobre la
vida del más allá. Para él «entrar en la vida» o «ser echado a la gehenna» , quiere decir
sencillamente participar en el reino futuro o bien ser reprobados por Dios. En este último
caso se pone en evidencia el fallo de la vida del hombre en relación a su fin
transcendente.
Nota oportunamente R. Fabris: «La novedad del evangelio no consiste en proponer una
nueva concepción del más allá, sino en dar, a través de la palabra y de los hechos de
Jesús, un nuevo fundamento al compromiso de vivir seriamente en el más acá, en donde es
decidido también el destino último y definitivo del hombre ante Dios».
Y V. Taylor: «Jesús se sirve de una idea corriente en su tiempo. No se le deben atribuir
ideas posteriores de castigos eternos, ajenas a su enseñanza sobre Dios y sobre el
hombre; pero, por otra parte, sus palabras no pueden ser interpretadas como una metáfora
pintoresca. En oposición a la fórmula "entrar en la vida", las palabras "ser arrojados en la
gehenna" indican la ruina espiritual y quizá la destrucción».
Lagrange: «La cuestión de la eternidad del castigo no es tratada directamente. Los
agentes del suplicio no se paran jamás, mientras haya que castigar... pero esto no
determina la duración de la pena».

La sal
«De hecho cada cual será salado a fuego» (v. 49). La unión con lo que precede viene
dada por la palabra «fuego». Sin embargo, de este versículo se han dado al menos unas
quince interpretaciones distintas.
La más... cruel me parece la que atribuye a Jesús un pensamiento de este tipo: es
necesario sufrir, ser atormentados. El que no acepta la mutilación en este mundo (según lo
que se ha dicho antes), deberá sufrir el fuego en el otro. Sería como querer hacer de Dios
un torturador a toda costa. Algo decididamente repugnante.
Mucho más sensata es la posición de quienes, partiendo de la consideración de algunas
propiedades de la sal (purificación, conservación), y de que era usada a veces en las
ofrendas sacrificiales, refiere el dicho (mediante la unión simbólica fuego-sal, es decir el
fuego que es sal) a la persecución que enviste la vida de los seguidores de Cristo. No
hemos de olvidar que Mc escribe para una iglesia que conoce la persecución más dura.
Por eso el dicho de Jesús podría significar esto: la persecución, en ciertos casos, es el
único modo de conservar la fe y demostrar la propia fidelidad. Las pruebas que
generalmente tiene que afrontar el discípulo son un elemento purificador (como el fuego)
que destruyendo todo lo que no es digno de Dios, hacen agradable la ofrenda que se le
presenta.
En definitiva, persecución y sufrimiento garantizan la autenticidad de la fidelidad del
discípulo.
TENTACION/MERITO: Decía Tertuliano: «Nadie que no haya pasado a través de la
tentación puede obtener el reino de los cielos».
Nadie, por tanto, puede ilusionarse de que no sea probado.
La disponibilidad al sacrificio no es un fin en sí misma, pero indica que el discípulo
atribuye el máximo valor al seguimiento, por el que está dispuesto a pagar cualquier precio
(en este sentido la sentencia completa las precedentes).

«... Pero si la sal pierde el gusto, ¿con qué la daréis sabor?» (v. 50). También
discusiones infinitas sobre este versículo, que parece ser desmentido por los químicos, los
cuales afirman que la sal no puede perder sus propiedades.
Sin embargo, Jesús no tiene necesidad de referirse a los análisis químicos. La sal es
elegida como símbolo. La sal a la que él se refiere, claro que puede volverse insípida.
Desgraciadamente.
De esta forma la aplicación a los discípulos resulta bastante transparente: se habla de su
especificidad, de su función peculiar que han de ejercitar ante el mundo.
«Jesús pensaba en la fuerza íntima del ser cristianos. En este pasaje los discípulos son
invitados, por tanto, a no disipar su sustancia específicamente cristiana, sino a conservarla
para poder cumplir su función hacia el mundo. Si se pierden las cualidades sustanciales es
imposible recuperarlas» (G. Dehn).
Y J. Schmid resalta el mismo pensamiento: «El discípulo que ha perdido el espíritu de su
misión, es decir la seriedad religiosa, la prontitud para sacrificarse y para servir, ha perdido
todo su valor y es inservible».

«Que no falte entre vosotros la sal...» (v. 50). En este último versículo, exclusivo de Mc,
la sal parece estar tomada como elemento indispensable en las buenas relaciones internas
de la comunidad. No es casual que después de la recomendación «que no falte entre
vosotros la sal» se añada «y convivid así en paz».
La sal que los discípulos no deben absolutamente perder quizá sea la total dependencia
de Jesús. Lo que les permite ser auténticamente sí mismos, conservar la propia
singularidad.
Pero puede también ser la sal de la sabiduría, de la doctrina, que está en la base de las
relaciones con los otros. San Pablo escribe: «Vuestra conversación sea siempre agradable,
con su pizca de sal, sabiendo cómo tratar con cada uno» (Col 4, 5).
Por su parte V. Taylor comenta: «Un modo para vivir en paz con los demás es una
existencia condimentada con las cualidades de la sal; es decir, probablemente lo que
nosotros llamamos sentido común».
No olvidemos que entre los griegos, la sal era símbolo de amistad. En este sentido, a
veces se le ofrecía al huésped un poco de sal.
Sin embargo, me parece que hay que tener presente también la conclusión de E.
Schweizer, que tiene el mérito de armonizar este dicho con los elementos antes apuntados
y, por tanto, de proponer un discurso unitario: «Tened el espíritu de sufrimiento que se
sacrifica, de la resistencia al mundo, pero tened paz unos con otros».
Y la TOB propone: «Tened en vosotros mismos espíritu de sacrificio (en relación al
mundo) y vivid en paz (entre vosotros)».
R. Schnackenburg por su parte une la última frase «convivid así en paz» con la disputa
inicial de los discípulos sobre las precedencias. Y comenta: «Si los seguidores de Jesús se
empapan bien de todo lo dicho precedentemente, no encontrarán dificultad en superar la
animosidad recíproca. Pero hay más: el seguimiento de Jesús, que exige el empleo de
todas las fuerzas y pone a prueba el testimonio que hay que dar en medio del mundo,
¿cómo puede permitir que existan entre ellos riñas y celos? Es una afirmación grave, válida
para todos los tiempos... Sólo una extrema dedicación al servicio de Cristo y una concordia
realmente fraterna pueden dar a la comunidad cristiana el vigor necesario para recorrer el
camino que siga las huellas de Jesús».

PROVOCACIONES

1. Sí, hay quien escandaliza a los «pequeños» que tienen fe.


Pero también puede haber «pequeños» que escandalizan a los que están buscando,
sufriendo y abriendo camino sinceramente.
Esto sucede cuando los discípulos se entretienen por el camino en vez de seguir
decididamente al Maestro, se mantienen en una razonable distancia, riñen por las
precedencias, debaten animosamente cuestiones internas o académicas, se ocupan de
bagatelas, se contentan con medias tintas, no tienen el coraje de comprometerse hasta el
fondo por el evangelio.
En este caso se convierten en escándalo, obstáculo e impedimento en el camino. Hacen
difícil el paso.
Estorban y no permiten acercarse a Cristo.

2. También hay pequeños que no lo son y que tienen una fe que es todo menos fe.
Más que adherirse al Maestro, están atados a su propia mentalidad, a sus propias
costumbres, seguridades, inercias.
Cuando estos gritan escandalosamente, no hay que dejarse impresionar.
No son gritos de sufrimiento, sino caprichosos.
En su boca, la defensa de la fe es sólo un chantaje para imponer a todos su paso lento,
sus cantos apagados, sus gestos vacíos, el inmovilismo, la tristeza y el aburrimiento.
Ante estos pequeños abusivos, el escándalo se convierte en un deber. Y consiste en no
tomarles en serio y continuar caminando a pesar de sus chillidos.
Puede ser que, finalmente, se dejen arrastrar por el «soplo» que les impulsa hacia
adelante.
El Maestro, de hecho, está más allá.

3. Quién sabe cuántas personas he escandalizado y continúo escandalizando. Estoy


íntimamente convencido y profundamente afligido, aunque no soy capaz de buscar una
piedra de molino y encargármela en el cuello. Y, en el caso de que la encontrase, temo que
la tendría como objeto ornamental.
Sin embargo, me parece honesto confesar que también yo permanezco a veces
escandalizado.
Y soy escandalizado precisamente por aquellos que no me escandalizan jamás.
Quiero decir aquellas personas que me proponen como ejemplares, que tienen la
pretensión de alardear -oh, muy humildemente...- ante tus ojos como modelos. Modelos de
regularidad, respeto a la autoridad, espíritu de fe, observancia, sacrificio, prácticas
piadosas. Irreprochables, inatacables, irreprensibles. La conciencia rígidamente
almidonada. Jamás una falta de moral, una rotura en su lúcida coraza de ortodoxia.
Estos me escandalizan porque siempre están «a punto». No hay nada que les ponga en
crisis, que les remuerda con fuerza. La conversión es una tarea a la que se dedican, sin
duda, pero para los demás (estaría tentado a decir «contra» los demás).
Me ayudarían mucho más, en mi escasa fe, si les viese, alguna vez, con un poco de
barro en los zapatos, si les cogiese en un momento de duda, de desaliento. Si su blindaje
se resquebrajara por un momento y dejase adivinar una reflexión, una ligera duda, una
desviación.
Me convencerían totalmente, si al menos alguna vez les escuchase decir «no sé», «no
estoy seguro».
Resolverían mis problemas, si al menos en una ocasión confesasen no tener la respuesta
en el bolsillo.
Su buen ejemplo es el que me escandaliza y su presunta cercanía al Maestro lo que me
aleja, su sorprendente seguridad de estar siempre y en todas partes en lo cierto me da
ganas de meterme en la parte equivocada.
Tengo necesidad urgente de un escándalo suyo. Lo espero con ansia.
El día en que les cogiese en un fallo, les sintiese reconocer públicamente una culpa
enorme, admitir «he sido un desgraciado, procurad perdonarme», no, no correría a buscar
una piedra de molino para encajármela al cuello. Me pondría de rodillas, junto con ellos, me
golpearía el pecho en sintonía con sus golpes.
Y nos sentiríamos todos menos lejanos de él.

4. Algunos estudiosos advierten con premura que Cristo cuando inculca la exigencia de
cortarse la mano, el pie, de arrancarse el ojo cualquiera que sea el motivo de escándalo,
habla en sentido metafórico. Y dan la sensación de calmarte, con un sentido de benévola
complicidad.
Como si dijeran: no te asustes, es sólo un modo de hablar.
Yo, por el contrario, estoy asustado precisamente por esto.
Si no hubiera hablado en sentido figurado, me sentiría más tranquilo.
Precisamente porque es «un modo de hablar», permanezco turbado, conmovido. Advierto
el peligro.
De esta forma sé que, en algunas circunstancias, Cristo me puede pedir algo más difícil
que la pérdida de un miembro del cuerpo.
Puede invitarme, por ejemplo, a conservar las manos en perfecta eficiencia, pero para
utilizarlas en algo que no sea el consabido aferrar, tener o acumular.
Puede permitirme mantener entrenados los pies. Pero, en definitiva, para utilizarlos en
ese camino por el que no quisiera ir.
Puede autorizarme a tener la vista bien. De tal forma que no cierre los ojos a una realidad
que quema.
Sería más cómodo tomar las palabras de Jesús a la letra.
La pena es que él nos deja entrever que no se conforma con eso.
Sus palabras son «exageradas» no en su formulación, sino en sus consecuencias. No te
permiten pararte.
Más que tomarlas al pie de la letra e interpretarlas estrechamente, es necesario dejarse
captar por ellas, dejarse tomar en su incomprensibilidad, en su misterio y dejarse llevar
quién sabe dónde.
Queridos estudiosos, esta vez hubiera sido mejor demostrar que Jesús quería realmente
decir aquello...
Insinuándome, en cambio, que es sencillamente «un modo de hablar», me habéis
alarmado. Veo detrás, inquietante, un «modo de hacer» que no me gusta...

5. Ciertos maestros dan la impresión de hablar en términos opuestos a la enseñanza de


Jesús.
Para ellos se trata de conservar la paz dentro de la comunidad perdiendo la sal (es decir,
la propia identidad, la propia especificidad).
Cristo afirma, en cambio, que solamente si conservas la sal dentro de ti, es decir si
permaneces tú mismo (modelado en él) puedes vivir en paz con los otros.
En otras palabras, la contribución más grande que puedes ofrecer a la paz fraterna es la
de conservar la unicidad, tu originalidad, no dejar perderte en la masa, en el anonimato y en
la superficialidad.
La paz es lo contrario de la nivelación.
Resultan más dañinos los acomodamientos forzosos que los contrastes excesivos.
Los suspiros pueden ser más perjudiciales que la rabia auténtica. Una cabeza que piensa
por su cuenta, ciertamente, molesta. Constituye un peligro para el sueño del rebaño. Pero
no es una amenaza para la paz.
La comunidad se consolida con la sal, se refuerza con el fuego, no con el caramelo, ni
mucho menos con el humo.

6. Naturalmente no hay que dejar la sal-sacrificio, la sal-renuncia para asegurar la paz.


Sin embargo, si es cierto que uno debe estar dispuesto a cortar el egoísmo, el amor
propio, todo lo que se opone a la comuni6n con Cristo y con los hermanos, no se le puede
pedir sacrificar los auténticos valores, ni renunciar a sí mismo.
Además, todos deben sacrificar algo. Nadie está autorizado a hacer trampas.
No es honesto que uno pida a los otros dolorosas renuncias, espíritu de fe, mientras él
practica únicamente las exigencias de la paz (y de la propia tranquilidad).

CONFRONTACIONES

No hay que escandalizar ni siquiera a aquellos otros... Hay que tener en cuenta, al
leer este texto hoy, que no se puede aplicar de manera unilateral. Por ejemplo, decir que no
se puede innovar por temor de chocar con los creyentes instalados en sus costumbres y
que están desconcertados por los cambios actuales. Estos tienen derecho,
indudablemente, a ser iluminados acerca del sentido de estos cambios y respetados en el
ritmo de su fe. Pero a los que no se debe escandalizar, es decir conducir al mal y dejar que
se pierdan, pueden ser también aquellos que están tentados a abandonar la iglesia porque
no se reforma, o aquellos que están en el umbral y no pueden entrar porque nuestro
comportamiento les retiene fuera. (J. Delorme, Lecture de l'evangile selon saint Marc,
Cahiers Evangile 1/2, Paris 1972).

También hay un escándalo de Dios


Ciertamente, el evangelio conoce también un escándalo «divino», que consiste en la
posibilidad de que la obra salvífica de Dios sea motivo de escándalo para un hombre, a
causa de su inescrutabilidad. Para los judíos la doctrina y la actividad de Jesús fue un
obstáculo (escándalo) que les llevó a la ruina. Más aún, en Jesús el escándalo llega a su
ápice. El es el Mesías no «mesiánico» que está en neta contradicción con cuanto los judíos
esperaban del Mesías. Su mismo manifestarse como Mesías acontece de un modo tan
velado, que parece casi invitar a los hombres a la incredulidad. Lo divino se manifiesta en él
de una forma que desilusiona completamente a los hombres. Esta forma paradójica de
actuar de Dios en el mundo aparece por eso una locura para ellos (1 Cor 1, 18-24).
Pero esta situación por la que los hombres son expuestos al peligro del escándalo
precisamente por la revelación de Dios, tiene su fundamento en la antítesis que separa el
evangelio del mundo y en la coexistencia de los dos «siglos» (eones) a partir de la venida
de Cristo (J. Schmid, El evangelio según san Marcos, Barcelona 1967).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 92-102)

2-8 - CONTROVERSIA SOBRE EL DIVORCIO


Mc/10/01-12 Mt/19/01-09 Mt/05/32 Lc/16/18

Una comunidad más vasta


El último viaje a través de Galilea (9, 30-50) ha sido jalonado por una serie de
instrucciones reservadas a los discípulos, dirigidas a subrayar algunas exigencias del
seguimiento, y que forman una especie de compendio de normas para la vida comunitaria,
articulado de esta manera:
-Segundo anuncio de la pasión y resurrección (9, 30-32).
-Quién es el más grande (9, 33-37).
-Quién puede usar el nombre de Jesús (9, 38-41).
-Admoniciones contra el escándalo; «dichos» sobre la necesidad de la renuncia, de la sal,
y de la paz (9, 42-50).

Ahora Jesús se despide de Galilea, cuna del evangelio, y se dirige hacia Judea, lugar de
la pasión. Encuentra a la gente de la que estaba apartado desde hacía un poco de tiempo.
Este viaje está caracterizado por algunas enseñanzas que no se refieren exclusivamente a
los discípulos, sino que se alargan a dimensiones y exigencias de una comunidad más
vasta. He aquí los temas:

-La controversia sobre el divorcio (10, 1-12).


-El puesto que ocupan los niños (10, 13-16).
-Actitud ante las riquezas y los bienes terrenos (10, 17-25).
-El problema de la recompensa (10, 28-31).

Aparentemente se trata de argumentos éticos y sociales. Pero, en el trasfondo, se adivina


siempre el seguimiento con sus exigencias. Por eso E. Schweizer titula estos pasajes de la
siguiente forma: «El seguimiento en el matrimonio», «Seguir a Jesús con una fe de niños
pequeños», «Seguir a Jesús en la libertad de la riqueza».
Gracias a la introducción de este pasaje -Jesús se dirige hacia el sur- Mc se gana una vez
más el suspenso en geografía. Ciertamente sus indicaciones, como de costumbre, no
aclaran las cosas; más bien las complican.
Alguno afirma categóricamente que Jesús, para ir a Judea, tendría que haber pasado
antes por Transjordania (Perea) y no al revés.
Puede suceder, que también aquí prevalezca en Mc la preocupación teológica, por lo que
también la geografía entra a formar parte de su construcción arquitectónica. De esta forma,
pone antes Judea, queriendo subrayar el hecho de que Jesús se encamina hacia la cruz.

Mandato y permisión, es decir, intención de Dios


y dureza de corazón de los hombres
MA/DIVORCIO DIVORCIO/MA

La pregunta de los fariseos es capciosa y sólo tiene el objetivo de poner a Jesús a


prueba. La trampa podía consistir en obligarle a declararse a favor de una de las escuelas
rabínicas que estaban encontradas en esta materia, o hacerle caer en desgracia ante
Herodes Agripa -como le había sucedido a Juan Bautista- por el episodio «candente» del
repudio de su mujer legítima.
El divorcio estaba generalmente admitido en el judaísmo.
La discusión quedaba abierta en los motivos que lo podían autorizar. La iniciativa, salvo
rarísimas excepciones (1), pertenecía siempre al marido.
La gama de razones era más bien amplia. Iba desde los casos más fútiles (la mujer que
dejaba quemar la comida), para pasar a través de los que se consideraban como atentados
a la moral del tiempo (la mujer que salía sin el tradicional velo calado sobre la cara, o que
se entretenía en la calle a hablar con todos o que se ponía a hilar en la vía pública), para
llegar al caso más grave, el adulterio. Solamente para esta última situación no había
prácticamente dudas acerca de la posibilidad e incluso el deber del divorcio.
Para los demás casos, las posiciones eran muy distintas.
El texto fundamental era una disposición sancionada por el Deuteronomio (24, 1-4).
Especialmente la expresión -«... porque descubre en ella algo vergonzoso»- daba origen a
la controversia. Se enfrentaban dos escuelas que tenían por jefes a dos rabinos
prestigiosos, Shammai y Hillel.
La primera, que se podría definir como rigorista, interpretaba el texto en sentido
restrictivo, aplicándolo a hechos inmorales de evidente gravedad. Esta línea severa
tutelaba, sobre todo, la dignidad de la mujer contra el arbitrio del marido.
La escuela de Hillel, en cambio, adoptaba una actitud más permisiva, que de hecho
desembocaba en la facilonería y legitimaba toda clase de pretextos, incluso los caprichos
del marido (en efecto, bastaba con que el hombre encontrase en la mujer algo que le
molestase o bien que hubiera encontrado otra mujer más graciosa, para ser autorizado a
deshacerse de la esposa legítima).
De esta forma se le reconocía al hombre un derecho casi unilateral al divorcio,
fundamentado en los motivos más banales, con grave perjuicio para la condición de la
mujer, que llegaba a un nivel de degradación verdaderamente humillante.
La única restricción para un divorcio rápido era establecida por... el dinero. En efecto, el
hombre, además de conceder el libelo de repudio, estaba obligado a dar a la mujer una
suma establecida en el contrato matrimonial.
En el caso de que no tuviera esta posibilidad financiera, para... resarcirlo del
inconveniente de tener que soportar una mujer desagradable, se le consentía llevar a casa
otra mujer. Así se verificaban no pocos casos de poligamia.
Entre los distintos círculos religiosos del tiempo, solamente la comunidad de Qumram se
oponía decididamente a esta última práctica y generalmente en el campo matrimonial,
propugnaba una práctica más bien rígida.
La pregunta de los fariseos (o de alguno que se hacía intérprete de su pensamiento), por
tanto, estaba dirigida a envolver a Jesús en esa disputa de corrientes que desembocaba en
una casuística vergonzosa.
A la pregunta Jesús responde, sin embargo, con una nueva pregunta. Hay que advertir
que el Maestro pregunta: «¿Qué os ha mandado Moisés?» (v. 3).
Ellos responden: «Moisés permitió...» (v. 4). En esta contraposición entre mandato y
permisión está el núcleo de la controversia.
Jesús explica la razón de la «concesión» por parte de Moisés: «por lo testarudos que
sois» (v. 5). Es vuestra sclerokardia, es decir la opacidad ante la revelación de Dios, la
causa de todo.
Pero ¿se puede verdaderamente hablar de concesión, de permisión a causa de la
debilidad, de la fragilidad humana?
Me parece que tiene razón E. Schweizer cuando sostiene que la expresión contiene «un
juicio contra ellos, un testimonio de su dureza de corazón, un acto de acusación
permanente».
Aquella permisión que ellos interpretaban como una conquista, como un signo de
benevolencia divina para ellos, en realidad sería un inquietante testimonio contra ellos,
porque se mostraban incapaces de vivir el amor en la relación hombre-mujer como lo vive
Dios en alianza estrecha con su pueblo (2).
Por ello Jesús, saltando el legalismo de los fariseos, lleva la cuestión «al principio del
mundo» (v. 6) para encontrar el proyecto de Dios en la relación hombre-mujer. De esta
forma les hace reflexionar sobre el hecho de que la voluntad divina implica una unión muy
estrecha entre los sexos con la característica de indisolubilidad.
Hay que aclarar algunas cosas. MA/UNA-CARNE:
«Y serán los dos un solo ser» (v. 8). La expresión no está limitada a la unión física.
Carne, la palabra original en hebreo, significa el hombre en la realidad de su ser corporal e
incluso la persona en su totalidad. Por lo que la unión típica del matrimonio implica la
donación completa de una persona a otra (de la que el acto sexual es precisamente la
expresión sensible). La mentalidad hebrea está muy lejos del desprecio del cuerpo o de la
descalificación de la sexualidad. Sin embargo la unión conyugal no puede reducirse a la
unión física. En este caso sería como un «signo» vacío de contenido.
«La personalidad humana recibe aquí un reconocimiento y esto permite darse cuenta de
que la unión conyugal ante todo no es la satisfacción del impulso sexual, sino más bien la
relación interpersonal en la que se explica la actuación por sí del ser humano mediante el
encuentro y la comunidad de vida con el partner... El matrimonio es una comunión personal
y cuanto mejor se realiza esta comunión, tanto más fácil resulta la superación de las
dificultades y de las tensiones insertas en la relación sexual» (R. Schnackenburg).
La expresión, por tanto, se podría traducir libremente: y los dos formarán una comunión
de vida.
«Luego lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» (v. 9). Parece que aquí el
hombre no hay que entenderlo como «legislador humano» o «autoridad judicial», sino que
indicaría el marido en su responsabilidad personal. Por otra parte, todo el pensamiento de
Jesús en el texto se pone en una perspectiva que no es ciertamente la estrictamente
jurídica.
«Detrás de las imágenes Jesús se refiere a la relación personal. Es una locura tratar este
texto como una prescripción legal. Sus palabras son espirituales y, por tanto, las más
vinculantes; pero su aplicación es dejada a la conciencia cristiana iluminada» (V. Taylor).

«Vueltos a casa, los discípulos le preguntaron...» (v. 10). Ante las preguntas de los
«suyos», Jesús no hace otra cosa que confirmar la enseñanza dada en público. No añade
ninguna novedad a su pensamiento, que permanece en una línea de extrema claridad y
compromiso.
El hombre que se divorcia y se casa con otra mujer, comete adulterio.
El versículo 12 (del que se dan varias versiones), probablemente, es un añadido de la
iglesia primitiva y contempla la situación de un ambiente grecorromano en donde, a
diferencia del hebreo, también la mujer podía asumir la iniciativa para el divorcio. La
comunidad, por tanto, actualizando -y, en cierto sentido, completando- con libertad la
lección de Jesús, afirma que también la mujer divorciada que se casa con otro hombre, es
culpable de adulterio.
De esta forma el discurso de Jesús, lejos de ser cambiado arbitrariamente, recibe
sencillamente una aplicación inserta en una situación distinta (3).

El punto de partida
La posición de Jesús merece ser considerada atentamente porque contiene aspectos de
gran importancia y de candente actualidad.
La podemos sintetizar así:

1. Superación del legalismo. Tanto del «permisivo» como del «restrictivo». Jesús no ha
venido para alargar ni para restringir la ley, sino para alargar los horizontes.
Una vez más no se deja envolver en las disputas de escuela, seducir por la casuística
más banal, no se alista ni con Shammai ni con Hillel.
Saltando decididamente el aspecto jurídico, lleva el debate a su verdadero horizonte: la
intención fundamental del Creador.
En esta perspectiva iluminadora -no moviéndonos en las distintas interpretaciones y
tradiciones humanas- hay que afrontar el problema.
Jesús rechaza el ofrecer una solución raquítica. Pero encauza la solución en el punto de
partida preciso.

2. Está fuera de lugar el preguntarse si Jesús asume aquí una posición de extrema
dureza que parece estar en contraste con otras actitudes suyas de comprensión y de
mansedumbre.
La posición del Maestro no puede ser valorada en estos términos precisamente porque,
en el caso específico, incluso cuando se refiere «al principio», no se refiere a un
mandamiento inicial, sino a un « hecho», al acto creador de Dios considerado como
«intervención amorosa para los hombres». Muy bien dice E. Schweizer: «Externamente
Jesús parece tener la misma posición que el judaísmo más rígido; pero la insistencia con
que Jesús transforma la pregunta sobre lo que está permitido en pregunta sobre qué es la
voluntad de Dios, revela una fundamental superación del legalismo. No se puede preguntar
ya: ¿qué está prohibido por la ley y dónde hay un hueco para escaparme de la ley? En vez
de plantear este dilema, Jesús dirige la mirada de los que le escuchan al don del Creador y
les exhorta a vivirlo.
De todas formas, la posición de Jesús es mucho más abierta e implica mucho más: se
nos puede dar este don de Dios en la medida en que se vive de la manera querida por él.
Esta posición significa no sólo evitar lo que está prohibido, sino también cumplir la voluntad
de Dios en el campo de lo que está "permitido". En esta libertad sobre consideraciones
exclusivamente legales, que es don de Jesús, se realiza por tanto el fin de la creación».

3. Jesús rechaza también el ponerse en un plano que entienda el matrimonio


fundamentalmente como un contrato, donde todo es cuestión de obligaciones, dar y recibir,
propiedad, derechos, razones más o menos válidas.
El se coloca en el plano de la dignidad de la persona y de la seriedad del amor. No duda
en definir como «adulterio» la ruptura de una relación y de un «pacto», que no tienen nada
de contrato, sino que deben reproducir el esquema de alianza de Dios con su pueblo, y
constituir por ello una comunidad estable, a pesar de las distintas contingencias.
«Un pacto es precisamente una unión interpersonal que comporta obligaciones
duraderas. El deber de estar juntos para toda la vida, en tal perspectiva, no es una
imposición opresora, sino una elección libre y liberadora, que depende de la estructura
personal del hombre y confirma su dignidad» (R. Schnackenburg).

4. Pero en todo el discurso de Jesús me parece poder captar esencialmente una oferta.
Moisés había ofrecido una derogación, una concesión (4).

El ofrece una posibilidad


Precisamente él, que parece más exigente, en realidad es más abierto. Abierto en
dirección de las posibilidades del hombre.
La posibilidad que se ofrece es precisamente la de volver al proyecto inicial de Dios, a
pesar de la fragilidad y debilidad humanas.
La vuelta «al principio», a la fuente, no es sencillamente una llamada para descubrir la
voluntad originaria de Dios, sino a encontrar en él aquella fuerza que el hombre no puede
obtener por sí mismo.
«Inaugurando el reino de Dios venido con fuerza (9, 1), Jesús restablece la alianza en su
integridad, a partir de la voluntad creadora de Dios. Revela, así, al hombre y a la mujer la
posibilidad concreta de vivir unidos en una sola carne: en efecto, sólo el Hijo amado puede
vencer la imposibilidad del hombre para amar como ama el Dios de la alianza» (J.
Radermakers).
En el fondo, incluso esta página aparentemente dura, es un alegre anuncio: «Aquí y
ahora, siguiéndole, es posible actualizar el proyecto original de Dios, porque ahora viene
suprimida, eliminada la dureza del corazón. Ahora existe para el hombre y para la mujer una
posibilidad real de crecimiento en el amor» (R. Fabris).
Y creo que no debemos olvidar que el seguimiento, en el presente contexto de itinerario
hacia Jerusalén, no puede no tomar el camino del hijo del hombre: el sufrimiento. De esta
forma también el amor, en esta perspectiva, encuentra su significado, su solidez, su
aspecto liberador, no adoptando soluciones fáciles, incluso bajo la cobertura de la ley, sino
colocándose bajo el signo de la cruz.

PROVOCACIONES

1. Decir que Jesús no se pone sobre un plano legal, sino en una perspectiva espiritual,
no significa de hecho que se reduzcan las exigencias. Al contrario.
Su lección es aún más vinculante y comprometedora, porque no está inserta en el
revestimiento de la ley (ante la cual, siempre es posible encontrar escapatorias,
acomodaciones, subterfugios en perfecta... legalidad), sino inscrita en la conciencia
personal.
Hay individuos que son capaces de conjugar la más escrupulosa observancia de la ley
con la traición más escandalosa, precisamente a los valores que la ley quisiera expresar.
Para estos la ley -observada en su aspecto literal- representa la tapadera más prestigiosa
del egoísmo.
Entre los pliegues de un artículo de código es un juego de niños arreglar las propias
conveniencias (a pesar de las apariencias de seriedad y de sacrificio).
En cambio, la conciencia, cuando se la pide que funcione tiene el inconveniente de
molestar.
El legalismo, en el fondo, denuncia sólo la preocupación de «estar a punto» para no ser
molestados.
El compromiso evangélico no te permite sentirte en regla porque tienes un «permiso». La
dialéctica permiso-prohibición es superada por la exigencia de sentirse en regla con el
proyecto divino.

2. Me gusta mucho la respuesta de Jesús que, de pronto, hace trizas todas las diatribas
de los expertos para plantear el «caso» más allá de la casuística y ponerlo ante la intención
del Creador.
Esta es, pensando bien, la auténtica «vuelta a las fuentes» de la que tanto se habla en
ciertos ambientes religiosos, pero que a menudo se acomodan en las lagunas del
oportunismo.
Algunas discusiones giran en el vacío en torno a tradiciones más o menos remotas, más
o menos obligantes. Nos detenemos en «derivaciones» a veces secundarias, sin tener el
coraje de llegar a las fuentes.
Se consideran como vinculantes proyectos «derivados», que representan ya
modificaciones, adaptaciones, incluso reducciones -quizá determinadas por circunstancias
históricas- y parece que se tiene una especie de sacro terror a abrir el proyecto original y
confrontarse con él.
Seamos sinceros. Todos, en realidad, evitamos cuidadosamente volver «al principio».
Porque la novedad nos da miedo. Y lo más nuevo, en ciertas circunstancias, es
precisamente la vuelta al principio.
El momento creativo es siempre el más difícil de captar. El más incómodo. Especialmente
para nosotros, que tenemos una distinguida vocación de embalsamadores.

3. La posición de Jesús, hoy sería definida «intransigente».


En realidad, él no pide prolongar una relación puramente exterior, mantener en pie una
fidelidad-como-cuerda-al-cuello, vacía de contenido y de alegría.
Exige un compromiso que, al referirse a Dios, encuentra la luz y la fuerza para superar
todos los elementos disgregadores, para soldar las roturas, para encontrar la frescura de
un don que representa un desafío a lo provisional.
Lo que pretende es una fidelidad creativa, no cansinamente repetitiva. Una fidelidad que
se inserte en la línea del amor, no de la ley; en la línea de la alianza, no del
contrato-comercio.
Una fidelidad que invente el futuro, que no se limite a prolongar de mala gana el pasado.

Una fidelidad portadora de valores actuales, no de gestos vacíos.


Jesús, en el fondo, más que pedir continuar, pide re-comenzar.
La posibilidad que ofrece no es ciertamente la de apuntalar un edificio en ruinas, sino la
de reconstruirlo.
Sí, Jesús es intransigente. No puede no serlo. Porque está de parte de la libertad.

4. Ciertamente los lazos se atenúan y se desgastan. Las motivaciones iniciales «ya no


valen». La costumbre hace pesado el paso y nivela la realidad. Las dificultades son reales.
No paramos.
También Dios ha conocido dificultades parecidas en su relación con el hombre.
Ha ocurrido algo grave.
También Dios se ha cansado del hombre.
Y precisamente cuando no podía más, ha decidido terminar. Y ha venido a buscar al
hombre...
Este es el estilo de Dios.
Cuando la distancia es demasiada, cuando entre los dos no hay ya nada en común, Dios
decide abolir las distancias, rompe su clausura divina y viene a plantar su tienda en medio
de nosotros.
¿Quién no ha dicho alguna vez «así no se puede seguir», «en estas condiciones es
imposible continuar»? Y nos paramos.
Dios, en cambio, precisamente entonces da el paso decisivo con relación al hombre.
Con la encarnación Jesús no viene a traernos a domicilio el «libelo de repudio», sino el
«gozoso anuncio» de su amor incurable por el hombre.

CONFRONTACIONES
EE/INTERPRETACION

No todo es igualmente fundamental


Jesús lleva la cuestión a la fuente. Y ya aquí encontramos una enseñanza, una lección
de método: no basta apelar a las tradiciones es necesario valorarlas en base a su
dinamismo profundo, en base a aquella intención inicial que las ha engendrado y que ellas
a su modo y para su tiempo (pero también a menudo pagando el tributo de la debilidad de
los hombres, a su poca fe y a sus pecados) han buscado expresar. Es un principio que se
debe aplicar incluso a las Escrituras: todo es palabra de Dios, pero hay textos y textos.
Jesús no pone en el mismo plano Génesis y Deuteronomio: el primero revela la intención
profunda de Dios, el segundo paga un tributo a la dureza del corazón humano. No todo es
igualmente fundamental, no todo es igualmente normativo: las Escrituras deben ser
«escrutadas» (B. Maggioni, o. c.).

Principios operativos
La tendencia de la enseñanza de Jesús es contra el legalismo. Las cláusulas de
excepción en Mt representan el primer estadio en el que sus dichos han sido tratados como
preceptos legales, mientras en su forma original estos son principios operativos
eminentemente penetrantes, precisamente por su carácter espiritual. El cristiano concreto
no puede tener ninguna duda sobre su observancia, bajo la iluminación del Espíritu en la
iglesia y con su propio discernimiento. Para la sociedad en general el problema es más
complejo. Aún menos en este ámbito las palabras de Jesús pueden ser tratadas como
leyes. Sin embargo, si quiere buscar su propia seguridad y el propio bienestar, la sociedad
sólo ganará al dejarse guiar por la enseñanza positiva de Jesús al definir motivos para el
divorcio que amenazan la vida personal y familiar (V. Taylor, Evangelio según san Marcos,
Madrid 1980).

No se pueden ignorar situaciones trágicas


También en el clima de la nueva alianza es posible que una unión conyugal se quiebre
por fragilidad o por culpabilidad de los hombres y , en este caso, la prosecución puramente
exterior de un matrimonio destruido podría conducir directamente a nuevos errores. La
cuestión como tal resulta extremamente compleja, habida cuenta de la índole de los
preceptos de Jesús y de las cambiantes relaciones de la sociedad moderna...
Sobre un solo punto no puede existir sombra de duda: Jesús quiere conducir a los
esposos al mantenimiento fiel de su matrimonio en consideración de la ordinaria voluntad
expresada por Dios con la creación, la cual exige un supremo sentido de responsabilidad
moral. La iglesia primitiva acogió muy seriamente una llamada tan comprometida. La
exégesis de la posición asumida por Jesús en este tema planteaba problemas ya en el
pasado, y hoy da que hacer de nuevo a la iglesia.
En un mundo como el actual, si da una interpretación que sea indulgente con el egoísmo
humano llevaría fácilmente a una praxis análoga a la condenada por Jesús entre sus
contemporáneos, por otra parte también una interpretación puramente jurídica y legal de la
posición de Jesús, falsea sus intenciones. Esta es la dificultad ante la cual nos
encontramos sobre todo hoy, en la que la situación insostenible de muchos matrimonios
asume frecuentemente aspectos trágicos.
Nuestra iglesia, confiando en la asistencia del Espíritu Santo, tiene el deber de revisar de
arriba a abajo la entera problemática matrimonial, sabiendo sin duda que es responsable
ante Dios de la salvación de los hombres. Este hecho debe convertirse para todos nosotros
en un incentivo para intensificar nuestras oraciones (R. Schnackenburg, o. c.).

La ley no puede resucitar un amor muerto


La respuesta de Jesús transfiere la cuestión desde el plano normativo jurídico al
religioso. El libelo de repudio o acta de divorcio es un paliativo que busca poner remedio a
una situación viciada de raíz. En efecto, es el corazón endurecido, la sclerokardia, lo que
compromete el proyecto originario de Dios. A la refinada sutileza casuística de los piadosos
leguleyos que intentan hacer coincidir la voluntad de Dios con los propios deseos e
intereses, Jesús opone una nueva óptica. No hay ley que pueda hacer nacer el amor o
resucitarlo donde está muerto. Solamente la fuente originaria del amor, el gesto creador de
Dios, ofrece al hombre y a la mujer la posibilidad de realizarse en el recíproco compromiso
de amor. El proyecto originario de Dios, tal como es expresado en Gén 1, 27; 2, 24, es decir
la comunidad del hombre y de la mujer en un solo ser viviente o carne, queda
comprometida por la pereza o miedo humano que agota la fuente del amor en el centro
mismo de la personalidad, en el corazón (R. Fabris, o. c.).

El encuentro con él hace posible la obediencia


a sus exigencias éticas
Con sus palabras, Jesús además de restaurar el ordenamiento divino en el campo de la
relación hombre-mujer, proporciona a los discípulos una más amplia indicación sobre su
vida de seguimiento. El seguir a Jesús no se realiza sólo en el compromiso ascético, en la
abnegación y en el martirio, sino también en la unión matrimonial, con todas sus exigencias
de fidelidad; se realiza en una forma de vida que se desarrolla en los ámbitos naturales de
la existencia humana, sustraídos a los deseos egoístas del hombre y puestos bajo la
soberana voluntad de Dios. Obsérvese finalmente que la afirmación de Jesús sobre el
matrimonio, que en forma sintética puede ser formulada con la norma «quien abandona al
cónyuge, es adúltero» entra también en «el hablar en parábolas» (4, 33 s). ¿Cómo podrá el
hombre, con su «dureza de corazón», establecer su relación con la mujer de modo
conforme a la voluntad del creador? Jesús no da una respuesta al problema: se limita a
estimular la reflexión que podrá desarrollarse en esta linea: sólo la adhesión a Jesús y la
eficacia transformadora del encuentro con él, hará realizables las exigencias éticas
proclamadas por Jesús (K. Gutbrod, Wir lesen das Evangelium nach Markus, Stuttgar
1970).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 104-114)
...........................
1) Un caso clamoroso había sido el de Salomé, hermana de Herodes el Grande, la cual había tomado la
iniciativa en el ejercicio del divorcio. Pero no debemos olvidar que se trataba de una princesa.
2) Existía un texto muy significativo de Malaquías: «Y hacéis otra cosa: cubrís el altar del Señor de lágrimas,
llantos y lamentos, porque no se fija en vuestra ofrenda ni la acepta de vuestras manos. Preguntáis por qué;
porque el Señor dirime tu causa con la mujer de tu juventud, a la que fuiste infiel, aunque era compañera
tuya, esposa de alianza. Uno solo los ha hecho de carne y espíritu» (Mal 2, 13-15a).
3) Subraya muy oportunamente K. Gutbrod, que el añadido de este versículo «constituye un ejemplo bastante
claro de cómo en las comunidades primitivas, las palabras de Jesús eran reformuladas en base a las
situaciones y al lenguaje de las distintas áreas culturales. La palabra de Jesús no era transmitida de modo
servil y juricista, palabra por palabra: era en cambio reformulada, como discurso vivo, para la nueva
situación».
4) La dispensa, en la intención del legislador del Deuteronomio, servía más que nada -a través de la obligación
de dar el libelo- a tutelar la libertad de la mujer que, sin aquel acto, habría estado expuesta a toda clase de
arbitrariedad.
2-9 - JESÚS ACOGE A LOS NIÑOS Y A LOS QUE SON COMO ELLOS
Mc/10/13-16 Mt/19/13-15 Lc/18/15-17
J/NIÑOS

Mejor que los pintores


Prefiero la escena, tal como la presenta Mc a las interpretaciones -chorreando ternura-de
muchos pintores.
Mc nos ofrece una instantánea de efecto seguro y de rara belleza en la que la dulzura
está inmune de sentimentalismos.
Por otra parte la escena, tomada al vivo, resulta completa y llena de sugestión, aunque
falten indicaciones de tiempo y de lugar y muchas figuras no tengan un rostro muy definido.

Probablemente el episodio esté encuadrado en algún descanso del viaje. No se aclara


quién lleva o presenta los niños a Jesús. Quizá las madres o los hermanos mayores.
La reacción de los discípulos, según algunos, estaría dictada por motivos teológicos:
aquellos chicos no están maduros para el reino, que es cosa de mayores capaces de
comprometerse en el seguimiento y comprender la enseñanza del Maestro.
Otros sostienen que quieren impedir un gesto supersticioso («para que los tocara...»),
cercano a la magia, por el que el contacto físico con Jesús-curandero traería fortuna. Pero,
más sencillamente, parece que aquí se pide al Maestro la imposición de las manos (como de
hecho sucederá después), un gesto característico de bendición, como lo hacían los rabinos
más eminentes.
Personalmente me parece que la preocupación de los discípulos denuncia actitudes
características de los organizadores, de los maestros de ceremonias. Aquellos chiquillos
molestan, son elemento de desorden.
En esto los discípulos están de acuerdo con la mentalidad del tiempo, según la cual los
niños merecen escasa atención. Ocuparse de ellos significa desperdiciar el propio tiempo.
A la regañina de los discípulos sale al paso la indignación de Cristo por aquel
comportamiento duro y, después de la lección, el gesto afectuoso.
«Los modos bruscos contra los niños dejan reconocer a Pedro, la indignación contra los
discípulos y la ternura hacia los pequeños dejan reconocer a Jesús» (P. R. Bernard). Yo
añadiría: el colocar juntos todos estos rasgos deja reconocer a Mc. En efecto, es el único
evangelista que registra tanto la indignación de Jesús, como su gesto de ternura expresado
en el abrazo final. Su cuadro resulta, una vez más, el más completo, el más cercano a la
realidad, porque no duda en poner juntos los elementos más contrastantes.

El niño como modelo


NIÑO/RD RD/NIÑO:
Pero la escena, más bien vivaz, no es fin en sí misma. Se convierte en ocasión de
enseñanza. Esta se desarrolla en dos tiempos:
-Reprensión a los discípulos porque han adoptado una actitud equivocada. ¡Una vez
más! Igual que cuando se sintieron importantes personalmente (discusión sobre las
precedencias) o como grupo («excomunión» del exorcista extraño), también ahora
demuestran su incomprensión porque, con el pretexto de salvaguardar la grandeza del
Maestro, tienen la presunción de decidir ellos mismos quién es digno y quien no de
acercarse a él.
-Invitación a imitar la actitud de fondo de los niños que es «ejemplar», tipo de la acogida
ante el reino (disponibilidad, receptividad).
Es significativo este dar la vuelta a los temas. Jesús no se limita a decir «no debéis hacer
así», «procurad no ser tan duros», «mostraos más comprensivos». La escena final (abrazo
y bendición) sería sencillamente la ilustración de un comportamiento distinto ante los niños.

Jesús, yendo más lejos del pequeño incidente, afirma solemnemente: aprended de ellos.
Por eso es central el v. 15: «Os lo aseguro: quien no acepte el reino de Dios como un
niño, no entrará en él», que debía constituir el logion original, pronunciado quizá en otra
circunstancia y que Mc inserta en este episodio, en donde se armoniza perfectamente.
Alguno interpreta: se trata de acoger el reino de Dios como se acoge a un niño (no como
lo acoge un niño). Por tanto, la enseñanza de Jesús no haría otra cosa que recalcar la
exigencia, precedentemente afirmada, de acoger a los pequeños.
No, aquí se trata de algo totalmente diverso. El niño se convierte en modelo. Su actitud
se toma y se copia como ejemplo en relación al reino de Dios.
El reino del que se habla es el que está presente en Jesús, en su persona, en su
mensaje (palabras y obras). En el fondo, es el evangelio (1).
Ahora se plantea la cuestión sobre la que estamos llamados a interrogarnos. ¿En qué se
puede considerar el niño modelo? Descartemos en seguida algunas cosas. No ciertamente
de inocencIa (algo extraño a la mentalidad bíblica). Ni siquiera de humildad (es difícil hablar
de humildad a propósito de niños).
Los niños son bienaventurados «porque no tienen nada que ofrecer, ninguna obra que
calcular; son semejantes a la mano vacía de un mendigo» (E. Schweizer). Son los que no
tienen nada de que vanagloriarse, ninguna pretensión que alegar. No pretenden conquistar
con la fuerza lo que les viene dado.
En definitiva, representan la actitud anti-farisaica por excelencia.
«Querer coger para uno el reino de Dios y apropiárselo es necedad humana y presunción
farisaica, es zelotismo refinado» (K. L. Schmidt).
El núcleo de la lección impartida por Jesús está precisamente aquí. El reino es don. Y es
acogido, recibido. Se trata de entrar, no de construirlo.
Sin duda, Jesús no se refiere a una «mentalidad infantil», sino más bien a la sencillez, la
naturalidad, la ausencia de cálculo que deberían ser características del espíritu de infancia
(muy distinto de las varias formas de infantilismo).
No se trata ni siquiera de ingenuidad y mucho menos de credulidad. Ya lo había dicho
san Beda: nada de credulidad, sino docilidad.
Digamos también: inmediatez, ausencia de complicaciones.
Por otra parte el niño no tiene posiciones que guardar, ni prestigio que mantener, ni
privilegios que defender. Es, por tanto, libre, está preparado para responder a las llamadas
que se le dirigen. Se abre confiado, con abandono. No existe en él esa prudencia
sospechada y maliciosa que frecuentemente distingue a los adultos.
«Porque los niños y los pobres no tienen seguridades que defender... o papeles que
desempeñar, pueden estar totalmente abiertos a los dones de Dios, en cuanto que están
totalmente disponibles al cambio radical y a la confianza que el reino reclama. En efecto, el
anuncio del reino de Dios hecho por Jesús requiere estas dos condiciones: convertirse y
creer» (R. Fabris).
Finalmente en el niño está implícito un sentido natural de dependencia. Dependencia
sobre todo de las personas. Y, por tanto, quizá aquí se insinúa también otro elemento de la
didáctica de Jesús: mentalidad filial. La misma que distingue al Maestro en sus relaciones
con el Padre, en toda su misión. La alusión, aunque implícita, resulta bastante plausible.
Se puede también notar una descomposición-combinación del reino en sus dos aspectos:
presente ya aquí, ahora; y reino futuro, definitivo. Los dos verbos que indican las dos
dimensiones, en realidad están expresados respectivamente en presente («acepte») y en
futuro («entrará»).
Es decir, solamente quien ahora se abandona en las manos de Dios, a su revelación, se
fía totalmente de Jesús, podrá entrar en el reino escatológico.
De esta forma se indicaría el dinamismo cristiano que parte de una receptividad como la
del niño para comprometerse después en la línea del evangelio, preocupándose de
mantener el corazón libre de todo lo que pueda obstaculizar, retener o construir un
impedimento a la consecución del fin.
Por eso, sólo quien responde hoy al don y a la iniciativa de Dios -presente en la acción
de Cristo- con una fe incondicionada, tiene la certeza de entrar cuando el reino se
establezca de forma absoluta y definitiva. De esta forma -como dice V. Taylor- «el reino
presente es acogido; en el reino futuro se entra».

El bautismo de los niños


BAU/NIÑOS
Algunos descubren una contradicción en el hecho de que Jesús diga a propósito de los
niños «no se lo impidáis» para después dar una motivación no del todo lógica: «pues de los
que son como ellos es el reino de Dios». Según una cierta coherencia tendría que haber
dicho: «Pues de ellos es el reino de los cielos». Y precisamente para evitar este cambio de
acento, algunos autores traducen así esta última parte del versículo 14.
No creo que sea necesario recurrir a semejantes evoluciones lingüísticas. Quizá Jesús
quiere hacer comprender que el reino de Dios no está limitado a los niños, es decir, no es
cuestión de edad, sino de actitud de espíritu. La actitud que viene simbolizada
precisamente por los niños. Sería un poco como decir: cerrando la puerta a los niños, os
priváis de un indispensable término de confrontación para vuestra conducta.
Otros, finalmente, consideran el episodio como un argumento decisivo en favor de la
práctica del bautismo de los niños.
Las razones adoptadas, basadas esencialmente en la expresión «no se lo impidáis» y
sobre el hecho de que en la iglesia primitiva, esta página de Mc se incluía en la liturgia
bautismal, son un poco frágiles.
Quizá haya que hacer otra consideración, mucho más sugestiva. Como observa E.
Schweizer, el pasaje, si no como prueba directa, puede servir, indirectamente, para
expresar una cierta realidad que debería estar siempre presente en el bautismo. Es decir,
que «el reino de Dios se nos promete sin previas condiciones, sin méritos, más aún sin
ninguna pretensión meritoria por parte del hombre».
De esta forma el bautismo de los niños (o, como dicen los estudiosos, la «praxis
pedobautista») se convierte en signo eficaz «de la promesa de la gracia por parte de Dios,
que precede todo actuar humano».

PROVOCACIONES

1. No. Los niños no son en modo alguno ejemplos de humildad. Es, más bien, la humildad
la que debe referirse constantemente a las actitudes peculiares de los niños si no quiere
convertirse en una falsa humildad.
No es fácil. Muchos llegan a reconocerse débiles, insuficientes, incapaces; pero no
basta. Hay que reconocerse dependientes.
Decir, como alguno, «no soy nada», es demasiado poco. Hay que saber dónde está el
todo, abrirse al don. En ese caso no es ya necesario decir con palabras «no soy nada».
La humildad que no sea receptividad resulta ambigua.
Puede representar aún una forma subrepticia de darse importancia, puede enmascarar el
deseo inconsciente de hacerse notar por Dios y por los demás. Puede ser un título de
mérito que se alega.
A Jesús le interesa la apertura, la capacidad de recibir, no la humildad en sí. El quiere un
vacío que no se cierre en sí mismo.
Un «saco vacío» (he aquí otra expresión predilecta de ciertas personas humildes), pero
sellado, no dice nada a Dios.
La humildad, quizá, deba aprender de los niños, no a tener la cabeza baja, sino a
levantarla en dirección del don.
Humilde es solamente el que está a la espera...

2. Hay algo peor que una persona soberbia.


Y es una persona humilde que se lo toma en serio.
3. Puede haber una vuelta a la infancia como puede darse un analfabetismo de retorno.
No es lo que quiere Jesús.
Se trata, más bien, de recuperar los valores fundamentales de la infancia. Los que evitan
el convertirse en la caricatura de sí mismo.
No es cuestión de volver atrás. Sino de ir hacia adelante hasta... convertirse en niño.
«La verdadera génesis está al final» (E. Bloch).

4. En el fondo, el niño es uno que no se ha habituado todavía a la vida. Lo que le


caracteriza es el sentido de lo maravilloso y de lo sorprendente.
No hay espectáculo más deprimente que ciertos niños que saben todo y han visto ya
todo.
Uno se convierte en viejo no cuando comienza a caérsele el pelo o cuando le salen
canas, ni siquiera cuando pierde la memoria, sino el día en que pierde la capacidad de
maravillarse.
Siempre me han conmovido ciertos ancianos que dan la impresión, cada día, de
asomarse a la vida como principiantes. Todavía no se han habituado a la vida. Han
conservado intacta la capacidad de maravillarse de todo, de no dar nada por descontado.
Hay una unión evidente entre receptividad, es decir apertura al don, sentido del estupor y
acción de gracias.
En esta perspectiva, la oración (canto, alabanza, adoración) es lo opuesto a la vejez.

5. Una bonita faena que Jesús presente el reino como don que hay que recibir.
No estamos preparados; nos abruma.
Unimos instintivamente el reino a la idea de conquista. Difícil perder este reflejo.
Además, la conquista, a pesar de las apariencias, facilitaría las cosas.
También porque si uno no logra el éxito, siempre puede decir: «Es algo muy arduo»,
«está por encima de mis fuerzas».
Pero, ante un don que recibir, ¿qué excusa puedo encontrar?
Demasiadas personas religiosas parece que no se han dado cuenta aún de que Jesús
continúa diciendo «bienaventurados» y no «valientes».

6. El equilibrio de la vida cristiana está entre pasividad y actividad, confianza y fidelidad.


La pasividad nos lleva a abandonarnos en las manos de Dios, a recibir de él día tras día.
Este «abandono», sin embargo, nos empuja no a la inercia, sino a un dinamismo capaz de
producir el esfuerzo de obediencia integral, que es la consecuencia inevitable de la fe.
El que suplica no es un inepto, sino el que se acerca confiado a Dios como fuente de
fuerza y de audacia.
El creyente es un hombre que vive en la quietud y en el compromiso al mismo tiempo.
Sosegado y fortificado.

7. A los discípulos se les regaña siempre porque tratan de «impedir» y de «prohibir»


(tanto en el caso del exorcista como de los niños).
Ni siquiera una vez han merecido una regañina del Maestro por su condescendencia, por
el exceso de confianza hacia los otros, por miras demasiado largas.
La incomprensión está siempre en la vertiente del rechazo, de la cerrazón.
Especialistas en excluir, campeones del ostracismo, profesionales de la indignación, más
que expertos en la acogida, como más bien deberían ser.
Es una actitud que se repite también hoy.
Hace algún tiempo S. Bonnet planteaba esta inquietante pregunta: «¿Será quizá porque
nos revelamos incapaces de ayudar a entrar en la iglesia, por lo que nos damos tanta maña
para echar fuera a los que aún están?».
CONFRONTACIONES

Jesús no idealiza a los niños


El itinerario que conduce a Dios consiste en obtener la fe. Precisamente de esto se trata
cuando Jesús asigna a los niños el reino de Dios...
...Jesús no idealiza para nada a los niños... Ha hablado otras veces de niños
maleducados que juegan en la plaza del mercado y quieren ahora una cosa, luego otra..., y
se muestran impacientes y testarudos (Lc 7, 23). Por esto la palabra citada no significa, en
efecto, que los adultos deban retornar al estadio de niños. Hay algo, sin embargo, que
poseen los niños y que les distingue de los adultos: el niño es, por naturaleza, confiado,
está dispuesto a recibir lo que se le da, capaz de dejarse guiar; tiene el don de vivir en el
instante presente. Tal es la actitud de fe...
...Se trata aquí de acoger el reino en la actitud confiada y sencilla del niño, porque sólo
con esta actitud puede ser superado, en la fe, el escándalo de Cristo (W. Grundmann).

Una nueva bienaventuranza


«De los que son como ellos es el reino de Dios». Entenderemos mejor lo que aquí se
expresa si somos capaces de no ver detrás de estas palabras una llamada, como por
ejemplo: «convertíos en niños», «haced sólo lo que un niño desea hacer». Lo que Jesús
dice tiene, en primer lugar, un valor afirmativo. Es como si dijera una nueva
bienaventuranza: «Bienaventurados los niños porque de ellos es el reino de los cielos». El
reino de Dios se promete también a los niños, como a los pobres, a los oprimidos, a los
hambrientos y sedientos de justicia, en el sermón de la montaña o en cualquier pasaje en
donde se promete el reino de Dios.
El salvador de todos aquellos que no tienen nada y no son nada, es también el salvador
de los niños. Por tanto, a los niños pertenece el reino de Dios, en cuanto estos no tienen
obras ni posesiones y como tales están llamados a recibir el reino, que es don total y que
permanece cerrado a los que quieren hacer algo por su cuenta...
... Estas palabras nos ofrecen una clara imagen del hombre evangélico. No es el hombre
fáustico que intenta en el mundo su vuelo de Icaro, no es el hombre que se afana, siempre
anhelante y que lacerándose a sí mismo persigue un ideal y llegando a poseerle cree que
ha creado la paz. La Biblia no es el libro del joven que a velas desplegadas, se lanza al
océano de la vida. El tormento de la pubertad, y también el de la eterna pubertad del
hombre idealista, no tiene eco en las páginas de este libro.
La Biblia es el libro del niño, del hombre y de la mujer, en la medida en que el niño ha
permanecido vivo en ellos (G. Dehn, o. c.).

Jesús movido por un espíritu de niño J/NIÑOS:


Porque Jesús permaneció niño hasta el fin, humilde de corazón, porque no esperaba
nada de sí mismo, sino todo del Padre, porque no se perdió en el ideal, ni en sueños
juveniles de fuerza, sino que buscó la fuerza verdadera, por eso ha podido ser hombre, el
único. No sabemos nada de sus años juveniles, pero sabemos que a través de los
acontecimientos más duros, desde el Getsemaní al Gólgota, no ha sido jamás movido por
un espíritu juvenil, sino por un espíritu de niño...
... Es en la obediencia y en la falta de presunción, incluso de presunción moral, como
Dios realiza sus milagros. No concede su fuerza a los Prometeos que escalan los cielos,
sino al niño, no al orgulloso sino al humilde (G. Koch).

Son demasiado adultos


El niño por estar alejado de todo artificio, por carecer de intenciones precisas, de la
preocupación de hacerse y estar dispuesto, es capaz también de acoger esta gran
revolución de la existencia anunciada por Jesucristo y llamada por él «reino de Dios». Este
mensaje da qué pensar a las personas mayores. Su prudencia formula la objeción de que
esto no puede ser así y su cautela prevé las consecuencias que de ello se derivan. Su
orgullo personal se rebela. Su endurecimiento no quiere ceder. Se han encerrado en su
mundo artificioso, temen que sea conmovido; por lo cual no llegan a comprender. Sus ojos
están cegados; sus oídos, sordos; su corazón, endurecido, tal como lo va repitiendo Jesús.
Son demasiado «adultos».
El pueblo judío, los fariseos y los doctores de la ley, los sacerdotes y los sumos
sacerdotes, ¡qué «adultos» son! Si les observamos de cerca, tropezamos con todo su
endurecimiento y perversión, con toda la herencia del pecado. ¡Qué viejos son! Su
recuerdo abraza más de dos mil años, se extiende hasta Abraham. Es, por tanto, una
conciencia histórica, poco corriente en otros pueblos. La sabiduría les viene de Dios y de
una larga experiencia humana. Son clarividentes, inteligentes, correctos. Examinan,
sopesan, distinguen, reflexionan y, a la llegada del Mesías, con la cual se cumple la
profecía y su larga historia llega a su plenitud, se atienen obstinadamente a lo pretéritos se
agarran a sus tradiciones humanas, se parapetan tras el templo y la ley; son astutos, duros,
ciegos, y la hora de Dios pasa. El enviado de Dios muere por mano de aquellos que
guardan la ley de Dios. El joven cristiano surge de su sangre y del Espíritu santo en tanto
que el judaísmo queda encerrado en la espera de Aquel que ya ha venido.
El niño es joven. Posee la sencillez de la mirada y del corazón. Al llegar lo nuevo, lo
grande, lo redentor, el niño lo mira, se acerca y entra en ello. Esta sencillez... es aquella
infancia de la que nos habla la parábola. Jesús no se refiere, por consiguiente, a nada
sentimental, conmovedor, amablemente impotente y delicadamente acariciador, sino a la
sencillez de la mirada, la facultad de mirar a lo lejos, a sentir lo esencial y a aceptarlo sin
segundas intenciones (·Guardini-R, El Señor I; Madrid 6. 1965).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 115-124)
.....................
1) La identidad entre Cristo y el Reino es expresada por Orígenes con el termino autobasileia.

2-10 -SEGUIR A JESÚS


EN EL DESAPEGO DE LAS RIQUEZAS
Mc/10/17-31 Mt/19/16-30 Lc/18/18-30

No es una señal de peligro


sino la indicación de un camino
RIQUEZA/SEGUIMIENTO JOVEN-RICO

Al dar el título a esta página, muchos prefieren alzar un cartel de aviso: «peligro de las
riquezas».
Ciertamente alguno preocupado por la duda de ser demasiado negativo, nos pone un
cartel augural y decide en este sentido: «peligro de las riquezas y bendición prometida a
quien sigue a Jesús». Está mejor, pero no me parece suficiente. Las dos cosas estarían en
el mismo plano.
Incluso «riqueza y seguimiento», aunque traducen el contenido del pasaje, no explican
que el gran tema es el seguimiento, y la riqueza puede ser sólo el incidente o mejor, el
impedimento en el camino. Las riquezas están consideradas como lo que corta, retiene y,
por tanto, no permite seguir a Jesús.

A mí me parece que el tema de fondo es la vida


La pregunta inicial, de hecho, transmite la preocupación de «heredar» la vida. Y también
la respuesta de Jesús a la cuestión planteada por Pedro no es otra cosa que la promesa de
una vida que aparece en plenitud.
No olvidemos que el episodio se encuadra en el itinerario hacia Jerusalén, y se inserta en
el capítulo fundamental de la pedagogía del Maestro que subraya la exigencia, por parte del
discípulo, de tomar la propia cruz y recorrer el mismo itinerario doloroso.
En este punto se convierte en esencial la precisión: ese camino no conduce a la muerte.
Sino a la vida.
Por tanto, la meta es la vida, es decir la plena comunión con Dios. Solamente afirmando la
grandeza de esta meta y el valor absoluto de este ideal, palidecen las otras realidades
terrenas y son ajustados los demás valores. Estos son considerados precisamente como
peligros en cuanto tienden a «apegar» al hombre a su gozo, en vez de hacerlo disponible,
ligero para seguir al hijo del hombre.
De hecho, la vida en el presente no es una sistematización, un estado. Es un camino, un
seguimiento. El tener -que procura seguridad para la vida sedentaria- constituye una unión
incompatible con la vida nómada.
Precisado de esta forma el tema de fondo de esta página, es fácil después captar la
estructura.
Jesús, tomando como punto de partida el encuentro (v. 17-22) con un hombre animado
por la buena voluntad, pero no dispuesto a una decisión radical en la perspectiva evangélica
que le ha sido indicada, advierte a los discípulos sobre el peligro que
constituyen las riquezas y sobre la casi imposibilidad para un rico de entrar en el reino de
Dios (v. 23-27). Por eso, respondiendo a la pregunta de Pedro acerca de la suerte de quien
ha dejado todo por el seguimiento, el Maestro completa su enseñanza garantizando una
recompensa no sólo para el futuro, sino ya en el presente (v. 28-31).
Es obvio que, en la primera comunidad cristiana, el episodio inicial constituía un óptimo
punto de partida para desarrollar una reflexión en profundidad sobre el tema de la pobreza
y sobre la fortuna de estar con el Maestro, aunque se encontrasen envueltos en medio de
persecuciones (v. 30).
El relato de Mc reconocido por la mayoría de los estudiosos como el más fiel al desarrollo
de los hechos, impresiona por su inmediatez, a pesar de que no nos dé detalles sobre el
protagonista del incidente. Se limita a decir «uno», mientras Mt lo presenta como un
«joven» y Lc le hace «notable».
Se reconoce, además de la acertada habilidad narrativa de Mc, también la aportación de
un testigo ocular, que en este caso sería Pedro.
De todas formas, la característica visión del evangelio de Mc no se pierde ni siquiera
aquí.
En efecto, no sólo la escena principal está constituida por algunos elementos que la
hacen vivaz, sino que también los dos diálogos sucesivos, con un carácter decididamente
catequético-didáctico, están dominados por imágenes pintorescas, que ayudan a fijar en la
memoria la enseñanza del Maestro. En el primero, aparece la mole mastodóntica del
camello ante el ojo de una aguja.
En el segundo, el cuadro resulta poblado por muchos personajes (padre, madre,
hermanos, hermanas, hijos...), con el fondo de casa y campos. Y la característica idílica de
la escena queda rota por el elemento dramático de la persecución y agitada por la
revolución de las posiciones (primeros que serán últimos y últimos primeros).
Otro elemento dominante en el conjunto del cuadro es, sin duda, el rostro de Jesús. Se
pone en evidencia tres veces. La primera, con relación al personaje anónimo. Las otras dos
referidas a sus discípulos.

Decir «bueno» crea numerosas complicaciones...


«Maestro bueno...» (v. 17).
«¿Por qué me llamas bueno?» (v. 18).
Se diría que el anónimo personaje, con su pregunta, más que poner en dificultad al
Maestro, crea serios quebraderos de cabeza a los estudiosos.
Y también la contrapregunta de Jesús alimenta una serie de inquietantes interrogantes,
que todavía hoy no se han resuelto.
Es la famosa cuestión «de bono»
Como si previera estas complicaciones, Mt ha pensado en el futuro, cambiando el
apelativo original «bueno» por una pregunta «sobre lo que es bueno».
Sin perdernos en el bosque casi inextricable de las distintas interpretaciones, anotemos
algunas cosas.
Es cierto que «Maestro bueno» representa una fórmula casi desconocida en el lenguaje
palestino de la época. Sin embargo, no es necesario recurrir a la explicación de Lagrange,
según el cual «el rico desconocido estaba muy probablemente fascinado por la extrema
bondad que Jesús ha testimoniado hacia los niños, a pesar de la oposición de los
discípulos». Y mucho menos caer en el extremo opuesto hasta inculparle -como hace
Jerónimo- porque se había limitado a llamar bueno al Maestro sin llegar a confesar su
divinidad.
El hecho de que Jesús rechace el título de bueno, en conformidad con la revelación
bíblica, según la cual sólo Dios es bueno, «no constituye en efecto una prueba para decir
que la conciencia que Jesús tenía de sí no le presentaba su ser más allá de los límites de
cualquier ser humano» (J. Schmid).
Me parece que tiene razón S. Légasse cuando advierte que se trata de un problema
falso. Jesús no imparte una lección de dogmática ni de cristología, ni tiene intención alguna
de profundizar el misterio de las dos naturalezas. «Jesús se expresa aquí como pedagogo
para subrayar la absoluta transcendencia del Padre que está en los cielos. El rico ve en él
un rabí, quizá de rango superior. Y Jesús le responde de esta manera un poco brusca e
hiperbólica, familiar al lenguaje de su ambiente, partiendo del título que el personaje le
confiere para resaltar la única bondad de Dios. Reconoce en otros logia que los hombres
pueden ser buenos y justos (Mt 5, 45; 12, 35; Lc 6, 45; Mt 22, 10; 4, 20). Al dar gloria a
Dios, Jesús actúa, por otra parte, como verdadero «bueno» y «justo», desde el momento
que proclama la excelencia de aquella bondad en confrontación con la cual, la de los
hombres no merece ni siquiera ser nombrada. Si es bondad, no hay que olvidar que existe
sólo en razón de un don de Dios. Dios es el bueno».
Modestamente quisiera añadir dos elementos.
Poniendo el acento sobre la única bondad de Dios, Jesús coloca desde el principio al
interlocutor en la perspectiva justa para resolver el propio problema.
Solamente poniéndose ante el absoluto de Dios nuestras preguntas no son dudas
académicas, no se reducen a satisfacer una curiosidad, sino que manifiestan la voluntad de
aceptar la seriedad de un compromiso y las consecuencias de las elecciones más
decisivas.
Además, probablemente, Jesús deja entender que el interlocutor, aunque sea
inconscientemente, ha rozado la verdad. En efecto, precisamente en él, Dios, el único
bueno (por su misericordia, el perdón, la compasión por las miserias) se ha hecho cercano
al hombre.
En realidad, como nota E. Schweizer, en este episodio Jesús se comporta «en el puesto
de Dios mismo; en su llamada a seguirlo, la vida eterna, Dios mismo, vienen de hecho hacia
aquel hombre y su sí o su no a Jesús son en realidad un sí o un no a Dios».
Dirá san Pablo: «Este es imagen de Dios invisible» (Col 1, 15).

La pregunta sobre la vida


«Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (v. 17).
La pregunta sobre la vida era más bien frecuente en la religión judía. Solamente en el
judaísmo tardío se convertirá en pregunta sobre la «vida eterna».
«Ya el antiguo Israel sabía que hay vida donde Dios está cercano.
De este modo la promesa de la vida tiene inicialmente su puesto del todo especial en los
lugares sagrados, en los que el visitante puede creer en la cercanía de Dios».
Antes de entrar en el santuario, el peregrino era sometido a una especie de examen ritual
para saber si tenía las disposiciones y la preparación necesaria para acercarse.
Eran las llamadas «liturgias de la puerta».
La pregunta está admirablemente sintetizada en el salmo 15:
«Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?» (v. 1).
Se podría traducir así: «¿Quien puede entrar en el lugar en donde está la fuente de la
vida?» (cf. Sal 36, 10).
La respuesta parece que era dada por los guardianes de la puerta de la casa de Dios, los
cuales, en base a ciertos elencos en donde eran compendiadas las principales normas del
derecho divino relativas a los distintos sectores de la conducta humana -una especie de
decálogo ampliado y aplicado-, podían decidir la admisión o la exclusión.
«Hombre, ya te ha explicado lo que está bien, lo que el Señor desea de ti: que defiendas
el derecho y ames la lealtad, y que seas humilde con tu Dios» (Miq 6, 8).
«...El que procede honradamente y practica la justicia, el que habla sinceramente y no
calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo ni difama a su vecino...» (Sal 15,
2-3).
Por tanto, la pregunta del hombre parte de esta perspectiva, clásica en el judaísmo, pero
se aleja porque va dirigida directamente a un rabí y se adentra también en el campo de la
vida en el mundo futuro.
El individuo en cuestión no quiere «conquistar» la vida eterna, sino «heredarla», en
cuanto miembro del pueblo de la alianza, gracias a las promesas divinas.

Superado el examen sobre los mandamientos


«Ya sabes los mandamientos...» (v. 19).
Jesús le recuerda los de la segunda tabla, relativos a las relaciones con el prójimo, que
son citados sin respetar el orden (en efecto, los deberes hacia los padres están aquí en el
último puesto; puede ser que tenga razón Lagrange, el cual insinúa que existe un paso de
los mandamientos negativos -comenzando por el más grave: no matar- para llegar al
positivo en favor del padre y de la madre).
Por otra parte, en el decálogo falta el «no estafarás». Quizá se trate de una precisión del
«no robarás». Mucho más importante en este caso en cuanto que se inserta en la situación
concreta del hombre que tiene muchos bienes.
El verbo que nosotros traducimos por «estafar» indica «la acción por la que se priva al
pobre de lo necesario y a veces al asalariado de lo que le es debido, explotándole» (S.
Légasse).
Los textos del antiguo testamento que se podrían citar en apoyo son bastante
numerosos. Así por ejemplo: «No explotarás al jornalero, pobre y necesitado, sea hermano
tuyo o emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal, antes
que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario. Si no, apelará al
Señor, y tú serás culpable» (Dt 24, 14-15). O bien: «No explotarás a tu prójimo ni lo
expropiarás. No dormirá contigo hasta el día siguiente el jornal del obrero» (Lev. 19, 13) (1).

De cualquier forma, es significativo que Jesús resuma la esencia de la ley en el respeto y


en el honor del prójimo.

«El replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven» (v. 20).
Alguno ve presunción e inconsciencia. No me explico por qué.
El decálogo, deshojado de la casuística o de las molestias de la tradición siguiente, no
estaba fuera del alcance de cualquiera, desde el momento que constituía la expresión de la
voluntad de Dios, el único bueno.
Por otra parte, Jesús no encuentra nada que corregir a esta afirmación, y no veo por qué
tengamos nosotros que tener dudas al respecto.
Se trata, ciertamente, de un hombre recto, de conducta irreprensible. En definitiva, un
justo.

Hay que saltar el último obstáculo


«A esto, Jesús lo miró fijo, le tomó cariño...» (v. 21).
El detalle sólo nos viene dado por Mc (2). La mirada es mucho más que pleonástica. Si
se subraya, es porque debería tratarse de algo inolvidable.
En el «le tomó cariño» se puede incluir -según comentaristas de clara fama- incluso un
gesto de ternura, como una caricia, un beso o cualquier gesto de amistad.
Lohmeyer, por ejemplo, traduce: «Lo estrechó en su corazón».
Pero teniendo presente el lenguaje bíblico, se puede ir más allá del matiz de ternura,
hasta vislumbrar una llamada particular, una elección especial.
Amor y vocación, amor y elección divina para una misión específica, están habitualmente
asociados en el antiguo testamento (3).
Precisamente el amor en el contexto de una llamada para ejercitar un papel particular, es
lo que explica lo que se nos dice inmediatamente después.
«...Una cosa te falta...» (v. 21).
Jesús parece en contraposición consigo mismo. Ha propuesto, un poco antes, un elenco
que debería ser suficiente para heredar la vida.
Y ahora le dice al hombre que le falta una cosa.
Algo ha ocurrido entremedias.
Se ha dado un cambio en Jesús, que comienza a mirar al hombre de forma nueva. La
mirada se hace ahora más atenta y penetrante.
Habría que decir: provocativa. Porque intenta «llamar», hacer surgir no ya al observador
de la ley, sino al discípulo potencial. Una vez más la mirada de Jesús descubre y elige un
individuo para él.
Nos encontramos ante un giro imprevisto del diálogo.
Quizá el Maestro -como observa C. Spicq- capta en aquel ánimo una capa de
insatisfacción. Y apunta a esto.
Sí, estás muy cercano a Dios. Pero existe aún un obstáculo que salvar para tener plena
comunión con él en mi seguimiento: debes deshacerte de todo. La cosa que te falta es la
posibilidad de seguirme. Te la ofrezco yo, ahora. Tú, sin embargo, debes quitar los
impedimentos, liberarte de lo que no te permite compartir mi vida itinerante al servicio del
reino.

«...Vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres...» (v. 21).


No. No debes llevar los bienes conmigo. No me interesan. Y además, desde el momento
que impiden tu marcha, incluso si los metes en la caja común terminarían por estorbar el
camino de todos. Serán, en cambio, los pobres quienes disfruten de ellos, los verdaderos
destinatarios de los bienes a los que se renuncia.
El abandono de las riquezas que Jesús exige en el caso específico no tiene ningún
carácter jurídico. Es un dato sin más.
El acento, por tanto, más que en el «vender», «dar», está en el «seguir» (esto es lo que
le falta al israelita).
La llamada asume un carácter marcadamente personal.
El desapego de las riquezas es la consecuencia natural del seguimiento, más que la
condición.. Lo dice muy bien E. Schweizer: «La renuncia a la riqueza no es una
precondición para el seguimiento, sino la consecuencia..., es decir, el acto concreto en el
que ésta se realiza. Por consiguiente, no existe ninguna prescripción legalista válida para
todos. Una vez será necesario abandonar la barca de pescador o el banco de recaudador,
otra a los padres, otra también a otros profetas o un prejuicio religioso, porque de otra
forma sería imposible estar cercanos a Jesús. En la llamada a seguir a Jesús se trata, por
tanto, siempre de la totalidad del hombre; de una elección que da mientras exige...».
Pero, quizá, en la invitación de Jesús se puede leer también una característica de
irrevocabilidad. Es decir, quema las naves, no se puede tener nada a las espaldas.
La vuelta atrás no está prevista.
Sería absurdo que un discípulo se decidiese en favor de Jesús con un razonamiento de
este género: tengo una casa y alguna tierra, no se sabe nunca: en el caso que debiera
cambiar de idea, no me encontraré con las manos vacías.
No. «La entrega a Jesús y al evangelio no puede ser sino absoluta y, como tal, no puede
admitir alguna cláusula o reserva en vista del futuro» (S. Légasse).
La ruptura se verifica de forma irreparable. Sin posibilidad de reajustes sucesivos.

La vida eterna está en el presente


«...Y dáselo a los pobres, que tendrás un tesoro en el cielo» (v. 21).
Hay que advertir la promesa de este «tesoro en el cielo».
Puede parecer una cosa accesoria, desde el momento que el abandono de los bienes
hay que situarlo en relación al seguimiento y no a la recompensa ultraterrena.
En realidad -como explica S. Légasse- este elemento constituye la verdadera respuesta a
la pregunta inicial del rico. El tesoro sería, por tanto, el equivalente de la vida eterna (y no
un grado de gloria superior).
Jesús, en cierto sentido, asegura al hombre que la vida eterna que él busca, la tendrá sin
duda.
Pero, como de costumbre, va más lejos. Y le propone una comunión de vida ya en el
presente, una participación en el reino de Dios, aquí, ahora.
Algún autor sostiene que, en el caso concreto, sentimiento y vida eterna están
íntimamente unidas, por lo que Jesús no daría por tanto una respuesta tranquilizadora, sino
que haría depender todo de la respuesta a la llamada particular. Por lo cual, el hombre en
su rechazo se jugaría la vida eterna. Me parece excesivo.
Queda el hecho, indudable, de que Jesús responde a la pregunta inicial del hombre, no
añadiendo un mandamiento especial, sino indicando un cambio radical en su vida. El no ha
venido a traspasar la ley, sino a «cumplirla» en su propia persona.
«Aquí se plantea la cuestión de la disponibilidad, por parte de un verdadero israelita en el
que no hay dolo, como para el comerciante de perlas o para quien ha encontrado un tesoro
en el campo (Mt 14, 44-46), a dejar todo ante lo que se ha iniciado con la venida de Jesús,
y a acoger prontamente el incipiente señorío de Dios como discípulo que sigue a Jesús.
«...Jesús, con su invitación al seguimiento, sale del ámbito de la multiplicidad de
mandamientos y llama a la cercanía de la vida que ha comenzado con él a quien ha
confesado la fidelidad hacia su Dios con la observancia de los mandamientos. El no da sólo
un nuevo mandamiento, aunque más profundo (no se entiende así la venta de los bienes),
sino que le ofrece lo nuevo de su persona, con una invitación totalmente histórica y
concreta. La respuesta más profunda a la pregunta sobre la "vida" no se da por ello en la
referencia hecha al "tesoro en el cielo" que la venta de los bienes le procura, sino en la
oferta del seguimiento».
En la óptica de Jesús, expresada con la invitación a seguirlo, la «vida eterna» se
convierte así en una posibilidad presente.
«A estas palabras el otro frunció el ceño y se marchó entristecido, porque poseía una
gran fortuna» (v. 22).
Mc nos informa sólo al final de que aquel era rico. Como de costumbre nos informa sobre
los detalles sólo si estos son necesarios para explicar algo (como en el caso de la edad de
la hija de Jairo).
Es la única vez, en todo el evangelio, en que uno responde negativamente a la llamada.
Algún autor llega a concluir que Lc y Mt han hecho bien en omitir la expresión «le tomó
cariño». No se lo merecía, con aquel rechazo.
En cambio, me parece que sólo el amor manifestado por el Maestro explica la tristeza del
hombre. Si no hubiese existido aquella mirada llena de afecto, se podría haber ido como si
no hubiera pasado nada, despreocupado. Pero precisamente el amor complicaba las cosas
y apesadumbraba dramáticamente su retorno a casa.
La tristeza no es por los bienes, sino por algo distinto.
Por conservar la propia fortuna, ha perdido la gran ocasión de su vida.
Hay que tener en cuenta un último elemento: en el hombre se trastoca un principio
religioso. En efecto, la riqueza según la mentalidad judía era considerada como una
bendición de Dios, una recompensa a la piedad.
Jesús, en cambio, propone la benevolencia de Dios como consecuencia de la renuncia a
los bienes.
Más que una vida rica, propone una vida plena.
De esta forma rompe la relación tradicional entre fidelidad y prosperidad terrena.
El hombre no entiende nada. Se cae un pilar de su religiosidad.
Le llega a faltar un «signo» tangible, material, de que Dios está contento de él.

¿Fundamento de la vida religiosa?


El relato de Mc no puede ser considerado como fundamento escriturístico directo de la
vida religiosa. Como si existieran cristianos «selectos» a los que el Señor pide todo y otros
para los que se contenta con poco.
En definitiva, la distinción entre preceptos y consejos no entra en la perspectiva de este
episodio. Por otra parte, en Mc no encontramos ni siquiera el «si quieres», sino una serie
de órdenes (vete, vende, ven, sígueme) que no dependen ciertamente de un «si».
Se subraya aquí el imperativo de una llamada, aunque particular.
Y la llamada divina para el hombre constituye un precepto, no un consejo (y esto,
obviamente, sin querer discutir acerca de la gravedad de la culpa en caso de rechazo).
Por parte del hombre no se trata de razonar diciendo «soy capaz» o «no soy capaz». La
invitación es una gracia, pero que determina una precisa responsabilidad personal. Se trata
de acoger la exigencia del momento y concretarla en la obediencia a Dios.
Por otra parte, no es necesario ni siquiera considerar este relato como un esquema
válido para todos. Es un caso particular que se refiere a una situación concreta. No a todos
los discípulos ha pedido Jesús precisamente estas cosas.
El desapego de las riquezas es válido para todos, sin distinción, pero se traduce de forma
diversa.
«No a todos les es indispensable deshacerse de los propios bienes totalmente, como no
todos se encuentran en la necesidad de sacrificar la vida por causa de Jesús y del
evangelio; sin embargo, todos deben escuchar la llamada a una total entrega, que Jesús
dirige a cada uno aunque de modo distinto. Si a tal llamada se le quiere dar el nombre de
«consejo», hay que aclarar también que éste para una persona determinada puede
convertirse en un precepto. El distinguir entre "consejo" y "precepto" tiene sentido
únicamente en cuanto que decisiones, como la de la renuncia total a la propiedad personal,
no se pueden exigir a todos» (R. Schnackenburg).
Sin embargo, aunque el episodio no fundamenta directamente la vida religiosa en cuanto
tal, hay que reconocer que se puede fácilmente rastrear el espíritu y muchos elementos
doctrinales que, sin duda, caracterizan la vida religiosa.
Sobre todo es indiscutible que muchas personas, leyendo esta página, se han sentido y
se sienten interpeladas personalmente, y han decidido consagrarse totalmente al Señor
abrazando esa forma particular de vida.
No se dice el nombre del hombre. Así, muchas personas han podido y pueden
identificarse con él, entender como dirigida a sí aquella palabra y, lo que es más importante,
dar la respuesta positiva que él no ha sabido dar.

El camello tiene que entendérselas con el ojo de la aguja CAMELLO/AGUJA


Jesús, que estaba a punto de irse de viaje cuando llegó el desconocido, ahora parece
que no tiene ya tanta prisa en emprender el camino.
Aprovecha la escena a la que han asistido los discípulos para precisar algunas
cuestiones.
«Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Con qué dificultad van a entrar los que
tienen mucho en el reino de Dios!» (v. 23).
Aquí está interesada toda la comunidad, también la más amplia formada por nosotros que
lo leemos.
La entrada en el reino resulta problemática, sobre todo, para los ricos.
«Los discípulos se quedaron pasmados ante estas palabras» (v.24).
Es difícil explicar esta reacción por parte de quien es pobre y ha dejado todo. Crisóstomo
la atribuye a una «preocupación pastoral» de los discípulos.
Sin embargo, Jesús no duda en aumentar la dosis. Y esta vez en términos generales, no
ya limitados a una categoría de personas.
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios!» (v. 24). La dureza de su proposición
contrasta con el tono dulce, persuasivo que la introduce: «Hijos...».
Algunos manuscritos tienen el inciso: «para quien confía en las riquezas». Pero quizá sea
sólo un desmañado intento de limitar el discurso a los ricos.
Viene, en cambio, a la memoria la imagen de la puerta estrecha (Mt 7, 13-14; Lc 13, 4).
Como si no bastase, Jesús vuelve al tema de los ricos y presenta una imagen aún más
inquietante: «Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja que no que entre un
rico en el reino de Dios» (v. 25).
Es sorprendente que mientras el Maestro recurre a posta a una imagen paradójica para
hacer ver la idea de la dificultad e incluso de la imposibilidad, los comentaristas de todos los
tiempos se han esforzado en atenuar la fuerza provocativa e incluso eliminarla del todo.
Para algunos se trataría de un banal error de transcripción. No kamelos, camello, sino
kamilos, cable, maroma, cabo para amarrar las naves.
Algún otro también descubre que en Jerusalén existía una puerta tan baja y estrecha que
se la llamaba por eso «ojo de aguja». Por eso los camellos, cuando las puertas más
grandes estaban ya cerradas, si querían entrar en la ciudad, se veían obligados a
agacharse para pasar a través del «ojo de aguja».
En este punto, también han intervenido los predicadores, muy comprensivos, que han
explicado todo, patéticamente, en términos de humildad. Por lo cual la entrada en el reino,
más que cuestión de aligeramiento, era cuestión más sencilla, de rebajarse...
Pero el testimonio acerca de la famosa puerta resulta más bien sospechoso por lo tardío
(siglo IX) y no tiene ningún fundamento serio en la arqueología.
Comúnmente, para la gente sencilla de Israel, el camello era el animal grande por
excelencia.
Y además existe un dicho rabínico que recalca la imagen usada por Jesús, aunque el
animal sea distinto: «¿Acaso eres de Pumbeditha, en donde se hace pasar un elefante por
el ojo de una aguja?».
Sea lo que fuere, Jesús usa frecuentemente metáforas a propósito exageradas: paja y
viga en el ojo, filtrar mosquitos, tragar camellos, trasladar montañas...
El objetivo del Maestro me parece precisamente el del llevar a los discípulos a aquella
conclusión: «Entonces, ¿quién puede salvarse?» (v. 26) Es decir, la imagen del camello y
del ojo de la aguja conduce a una conclusión inevitable: imposible.
De hecho, es imposible salvarse. Es posible sólo ser salvado.
«Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque Dios lo puede todo» (v. 27).
Tenemos aquí una afirmación perentoria de la teología de la gratitud que, además de ser
una característica del evangelio de Mc, se encuentra en sintonía con el pensamiento de
Pablo.
Alguno sugiere invertir el orden de los versículos. De esta forma el versículo 25 (con la
parábola del camello) iría mejor inmediatamente después del 24 que afirma la extrema
dificultad para los ricos de entrar en el reino.
Jesús ante el desconcierto de los discípulos, responde alargando ulteriormente el campo
de la dificultad. No sólo para los ricos, sino para todos (v. 24). Así se explicaría mejor, en
este punto, el pasmo de los discípulos «que muestra el pavor del hombre cuando se coloca
con seriedad ante Dios» (E. Schweizer).
A pesar de ello, los discípulos no son capaces aún de comprender del todo. «Se quedan
siempre dentro del horizonte del hombre, incluso cuando tienen un juicio exacto sobre el
hombre, en vez de mirar al gran acto de Dios y no al hombre. Por esta razón Jesús le busca
de nuevo con la mirada...» (E. Schweizer).
Y la frase siguiente («Dios lo puede todo») sirve para subrayar el hecho de que la
salvación es un milagro de la gracia.
Aparte de la plausibilidad de las correcciones propuestas, que quisieran dar una
«gradualidad lógica» a las afirmaciones de Jesús, surge legítima la sospecha de si,
precisamente un orden demasiado lógico, no termina por estar en contradicción con el
lenguaje intencionalmente paradójico, excesivo, de Jesús.
En el fondo la mejor solución consiste en dejar el texto tal como está, atormentado, con
desarrollos y repeticiones, pasajes bruscos, saltos.
Es una página destinada a inquietar, no a tranquilizar.
Y está bien el que la arquitectura literaria no sea perfecta.
Se tiene la impresión de pasar de un pico a un precario guijarro de roca (¡nada de
gradualidad lógica!) con vertiginosos precipicios que se abren a los pies. Solamente al final
las manos encuentran un agarradero: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios».
Más aún, bastante más que un simple agarradero.
Algo como «sentirse acogidos».

Pedro está a punto


«Pues, mira, nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (v. 28).
El «mira» de Pedro tiene todo el aire de un suspiro de alivio, después de pasado el
peligro. El y los otros han abandonado sus modestos bienes por amor de Jesús, por tanto
están a punto. El problema para ellos está resuelto.
A diferencia de Mt, Mc no pone en boca del portavoz de los discípulos una pregunta
explícita de aclaración sobre la recompensa.
Es Jesús mismo quien afronta el tema. Y la promesa no se refiere solamente a los doce
(que, según otro dicho, tendrían que sentarse sobre tronos para juzgar a las doce tribus de
Israel), sino a todos los que de algún modo, «han dejado casa... por mi causa y la del
evangelio». La expresión era de bastante actualidad en la primera comunidad cristiana, en
un tiempo en el que abrazar la fe significaba encontrar separaciones y contrastes
insanables dentro de la misma familia.
La recompensa es doble:
-vida eterna, en el mundo futuro,
-«compensación» centuplicada, aquí.
Sobre todo el segundo aspecto debe ser aclarado. Muchos entienden que el discípulo,
renunciando a los afectos familiares y a las propiedades, encuentra después muchos otros
hermanos en la fe (4) y en el ideal, además de hospitalidad y el apoyo de la comunidad.
En definitiva, los discípulos son invitados a una experiencia en la que serían
«compensados» de la renuncia con una nueva comunión de bienes y de relaciones
interpersonales (5). Hay algo de verdad en todo esto. Pero me parece que no es este el
núcleo de la cuestión.
Puntualiza J. Schmid: «Por compensación centuplicada de los bienes terrenos no se
entienden ciertamente estos mismos bienes en cantidad centuplicada, sino algo que les
sobrepasa cien veces, es decir que vale infinitamente más, la unión con Dios».
Es decir, una vez más el acento se coloca en el «seguir». El que está con Jesús
encuentra en él todo lo que ha dejado, no centuplicado cuantitativamente sino
cualitativamente. Quiero decir que en el seguimiento se gana una plenitud de vida.
Esta idea de totalidad está expresada también por un detalle.
Mientras las cosas abandonadas son enumeradas con o...o...o..., las recibidas son
introducidas por y..., y... y... Más que una suma detallada, la operación hay que entenderla
en el sentido de plenitud. La totalidad ofrecida por Jesús incluye todo.
La alusión realista a las persecuciones (es el acostumbrado «estar con los pies en la
tierra» de Marcos...) impide ver en la «recompensa» algo puramente consolatorio, que
garantizaría al discípulo una vida tranquila, libre de preocupaciones, una especie de
«pensión».
No. El estar con Jesús es una riqueza siempre amenazada. Se trata de un tesoro que,
lejos de colocar en una situación envidiable desde un punto de vista humano, «expone» al
desprecio y tal vez al odio. A pesar del anticipo de plenitud, este es todavía el tiempo de la
prueba, no del cumplimiento.
Hay que notar que «por la buena noticia» probablemente sea un añadido redaccional y
eclesial. Solamente la iglesia primitiva llegará, de hecho, a identificar la persona de Jesús
con el «anuncio gozoso» y con el reino.
La enseñanza se concluye con un dicho sobre los primeros y los últimos. «Y muchos de
los primeros serán últimos y los últimos, primeros» (v. 31). Lo que llama la atención en este
loghion son los artículos. Los primeros no serán necesariamente últimos, sino «muchos de
los primeros». Sin embargo «los últimos» serán sin duda primeros.
En los primeros no debemos ver exclusivamente a los ricos, aunque esta página los haya
puesto en el centro de la atención. En general, son aquellos que ocupan posiciones de
prestigio y de importancia en el mundo (por la riqueza, la cultura o el poder).
Jesús no habla de jerarquías. Sus palabras quieren decir: ser acogidos o excluidos en el
reino.
Los discípulos que han dejado todo, compadecidos, despreciados, considerados últimos
por los jefes del pueblo, por los judíos, por la gente que cuenta y que «sabe» (también
religiosamente), se han convertido en los primeros. Pero tampoco ellos deben sentirse
satisfechos y seguros definitivamente. En efecto, puede suceder que si se dejan llevar por
la presunción y acaparan títulos de mérito, muchos de ellos vayan a terminar en los últimos
puestos y algún desconocido (como el ladrón sobre la cruz) llegue a precederles.
En la perspectiva de Jesús, el cambio de las posiciones no está jamás concluido, sino
siempre en acto.

PROVOCACIONES

1. Difícil clasificar a aquel hombre. Se podría definir como uno que tiene la manía de
acumular, dispuesto a añadir siempre algo más.
Su gesto de arrodillarse ante el Maestro es algo «más» que los homenajes que se
rendían a los rabís famosos.
Su pregunta trasluce la espera de alguna práctica, prestación suplementaria -sugerida
por Jesús- además de aquella que realiza habitualmente con la observancia de los
mandamientos.
El no tiene dificultad en añadir un deber más, un ejercicio más al programa de sus
compromisos religiosos, una materia más para obtener la anhelada promoción.
La invitación del Maestro a dejar sus bienes le deja atónito.
«Una cosa te falta...».
Justo, lo que pensaba, habrá dicho él. Una obra más y seré aún todavía mejor.
En cambio, aquella revelación inesperada: debes dejar, no añadir; perder, no adquirir;
despojarte, no llenarte de otras obras buenas.
Esto estaba en contraste con toda su formación precedente.
Su razonamiento, dada la mentalidad judía que consideraba la riqueza una especie de
«sacramento» de la presencia de Dios en casa de una persona pía, puede reconstruirse
con suficiente exactitud: con una observancia más, me haré más agradable a Dios, que me
dará aún más riqueza. Teniendo más riquezas, puedo dar más limosnas y, por tanto,
aumentar mi capital en vistas a la vida eterna...
Componendas. La piedad como inversión segura.
Una doble contabilidad, una doble seguridad: para el presente y para el futuro. Acumular
aquí abajo me da la posibilidad de acumular también allá arriba. Y teniendo a mi nombre un
tesoro en el cielo, Dios está como obligado a certificármelo con signos tangibles en esta
tierra.
La respuesta de Jesús es escandalosa porque trastoca esta práctica religiosa basada en
la doble ganancia.
Y precisamente este es el meollo central del seguimiento.
Jesús no añade un mandamiento nuevo.
Pide, antes de nada, renunciar a una cierta mentalidad, a una cierta contabilidad, a un
cierto capitalismo espiritual.
Muchos de nosotros estaríamos dispuestos a seguir al Maestro, si se nos impusiera un
peso suplementario.
La pena es que pide un «aligeramiento» total.
No exige algo más.
Quiere otra cosa.
No un añadido a tu vida.
Sino una orientación distinta de tu vida.
Si se trata de soportar cargas imprevistas en el viaje, quizá lo haríamos.
Pero ¿quién está dispuesto a invertir la dirección del camino?
Doblar la espalda puede ser más fácil que dejar a la espalda nuestras ideas religiosas.
Un Dios que nos asignase una tarea más difícil quizá lo toleraríamos.
Pero un Dios que no sigue nuestro juego, nos escandaliza.
Pero..., bueno, si ni siquiera Dios respeta las reglas religiosas, ¿dónde vamos a parar?
En el fondo, no rechazamos ni pizca, darle lo que pide. Basta que hable, diga la cifra.
Hemos hecho ya tanto, que no nos retraeremos a este enésimo sacrificio.
Cierto. Es precisamente una imagen de Dios la que debemos dejar.
Se trata del distanciamiento más doloroso. Y muchos no llegan a hacerlo.
Dios no es el monarca sentado en la mesa para recaudar los impuestos o sentado en el
trono para recibir los homenajes y dones de los súbditos.
Es alguien que va a lo largo de un camino opuesto al nuestro.
Su oído más que percibir el tintineo del óbolo que cae en la caja del reino, está atento al
sonido de los pasos a su espalda.
Ese Maestro exigentísimo, siempre de viaje, no manda materias suplementarias y más
difíciles.
Se contenta con que los discípulos mantengan su paso...

2. Debemos reconocerlo. Es el que ha comprendido mejor que nadie las exigencias del
seguimiento.
Sí, precisamente él, el discípulo que no llegó a serlo.
Se ha ido abatido y triste, porque ha medido hasta el fondo lo que Jesús pretende de
quien le sigue.
Para comprender el riesgo y la grandeza de una vocación, tenemos necesidad no sólo de
los «sí», sino también de este «no».
Nos permite valorar exactamente el coeficiente de dificultad del itinerario propuesto por
Cristo.
Por otra parte, entre quien se queda con la ilusión de negociar, obtener rebajas,
minimizar, dulcificar, parece más honesto el hombre que se va, asustado.
El suyo es un modo de advertirnos que se trata de una cosa terriblemente seria.
Una amonestación válida incluso para los que han aceptado cumplir el desprendimiento.

Como si dijera: yo no he sido capaz de desprenderme. Pero tened en cuenta que a


vosotros no se os consiente dar marcha atrás, a escondidas, o bien recuperar de otro modo
lo que habéis dejado.
Me atrevería a decir que esta «vocación rechazada» es menos peligrosa que ciertas
vocaciones padecidas o vividas a medias.
De hecho aquella, al menos, puede constituir un desafío para alguno. Estas, en cambio,
se resuelven en una especie de vacuna que prácticamente llega a inmunizar contra
cualquier lanzamiento, a neutralizar, de raíz, cualquier voluntad de arrojarse a la aventura.
Aquella puede estimular. Estas descorazonan.

3 «Lo miró fijo, le tomó cariño». Sería demasiado simplista concluir que, después del
rechazo, Jesús le ha retirado su amor.
No. Aquella mirada el hombre se la ha llevado siempre detrás.
Mejor, dentro. Aquel amor no le ha abandonado ya.
El más atormentado de los remordimientos.
El reproche más implacable.
Quizá si el Maestro se hubiese mostrado duro, cortante, indiferente, aquél se hubiera ido
a casa menos triste.
Pero una mirada de ese género se convierte en algo insoportable.
Son las provocaciones de Cristo.
El hombre del rechazo sabe algo. Porque aquella provocación es una solicitud obstinada,
colocada en la profundidad de su corazón para que salga fuera, vea la luz finalmente el ser
liberado de la esclavitud del tener.
Así la llamada rechazada una vez se convierte en una llamada continua, un reclamo tenaz
aunque silencioso.
No hay duda. La mirada y el afecto no han cesado. Y ni siquiera han sido vanos. La
provocación ha tenido el resultado esperado.
Más aún, bastante más...
Baste pensar en las innumerables personas que, leyendo esta página del evangelio, se
han sentido interpeladas, la han considerado como algo que iba con ellas y han respondido
que sí.
Son los hijos, innumerables, de una vocación que ha fallado.
Han comenzado los monjes antiguos.
En este caso se puede decir, dando la vuelta al dicho famoso, que el padre ha comido los
agraces, y los dientes de los hijos (y no sólo los dientes) se han librado.
Todos estos, los hijos de aquella vocación fallida, los podéis reconocer por un signo
inequívoco. Su alegría.

4. Fundamentalmente la lección que Cristo remacha en este episodio es siempre la de


perder para ganar.
Entre el antiguo y el nuevo testamento está por medio la aritmética. Un nuevo modo de
contar.
Todavía hoy, muchos no han sido capaces de captar este método revolucionario. Se
sienten más seguros con el método tradicional (el del hombre que tenía muchos bienes)
según el cual sólo acumulando, conservando, sumando, se puede ganar.
Jesús, en cambio, propone una aritmética que simplifica enormemente las cosas.
Pero a nosotros nos gustan las cuentas complicadas.
Mira, Señor, si se tratase de quitar algo, de restar alguna cifra, podríamos incluso
arriesgarnos a seguir tu sistema que asegura una ganancia colosal, según tú dices.
Pero tú quieres convencernos de que es necesario perder todo para ganar todo.
No somos capaces. También porque, si perdemos todo, qué nos queda para consolarnos
en caso de una eventual falta de ganancia (perdona, sabes, pero también puede suceder
esto, somos tan desafortunados...).
Nos comportamos como jugadores cautos y prudentes. Nos movemos con
circunspección. Preferimos ir sobre seguro. No por mucho correr...
Nuestras «apuestas» son siempre «razonables», proporcionadas a nuestros bolsillos.
Nos sucede a veces que arriesgamos incluso una gran suma. Pero «todo», como tú
quieres, no lo arriesgamos jamás al juego de la vida.
Y continuamos esperando que tú modifiques tu radical «o todo o nada».
Esperamos que cuando te des cuenta de la escasez de clientes que te encuentras,
decidas contentarte con menos.
Mira, cómo también nosotros aceptamos ajustar nuestras pretensiones. No queremos
ganar todo. Fíjate; nos contentamos con ganar mucho. Con pequeñas pérdidas.
Sobre todo estando sobre seguro. Pagos al contado por nuestra parte. Por tu parte,
estamos dispuestos a darte un crédito. Un anticipo aquí. El resto nos lo pagarás allá arriba.

Quizá no te lo hayan dicho. Pero nuestro juego preferido, Señor, es la razonabilidad.


Tiene muchas variantes: realismo, prudencia, justo medio, compromiso. Pero en la práctica
es lo mismo.
Entonces, Señor, ¿te quedas aún con tu peligroso juego de lo absoluto?
5. Entre todos los comentaristas, me parece que sólo G. Dehn ha anotado este detalle.
No es cierto que Jesús haga el interrogatorio del hombre rico basándose exclusivamente
en los mandamientos de la segunda tabla.
Los de la primera tabla son tenidos en cuenta al final.
«Vete a vender lo que tienes...».
«Yo soy el Señor, tu Dios. No tendrás otros dioses ante mí... No te postrarás ante estas
cosas y las servirás. Porque yo el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso...». Más allá de una
pía observancia, el hombre ve perfilarse el absoluto de Dios, ante el cual todo se hace
relativo.
Dios aparece tan grande, tan real para el hombre, que las otras cosas se convierten en
pequeñas e insignificantes.
Para practicar los mandamientos de la segunda tabla uno puede salir adelante con
cualquier renuncia, sacrificio, privación, limosna.
Pero cuando Dios se convierte verdaderamente en Dios para nosotros, el único, nos
damos cuenta de que hay que escoger entre lo que tenemos y lo que nos falta.
DESPRENDIMIENTO/ADORACION El desprendimiento es el más grande acto de
adoración.
La liturgia terrestre se celebra, sobre todo, a través de el desprendimiento, dirigido a
cantar el absoluto de Dios. Todo desprendimiento es como una genuflexión que reconoce
el todo de Dios.
El hombre rico, pensándolo bien, ha equivocado el momento de la adoración.
Es al final cuando debería haberse puesto de rodillas.

6. Pero el verdadero pobre es él.


La mirada es la expresión más evidente de su pobreza.
No dispone de otro recurso.
«A esto, Jesús lo miró fijo, le tomó cariño y le dijo...».
«Jesús se les quedó mirando y les dijo...».
«Jesús, mirando alrededor, dijo...».
Advirtamos que la mirada precede siempre el decir.
Son palabras comprometidas, casi descorazonadoras, que expresan exigencias
«imposibles» para los hombres.
Y Dios es pobre.
No tiene nada que ofrecer como garantía, fuera de esa mirada.
Los hombres se pueden ir, volverle la espalda.
Dios es pobre, débil.
No tiene otra fuerza para retenerles que aquella mirada, cargada de cariño.

7. En la respuesta de Jesús a Pedro se puede entrever una solución del problema del
camello y del ojo de la aguja.
En la frase de Jesús que habla de hermanos y hermanas dejados y encontrados,
«recibidos», me parece que se puede apreciar también una precisión de este género: en el
reino no se entra solos, sino juntos.
He aquí una hipótesis de solución de la parábola del camello.
Por aquella puerta estrecha es imposible pasar solos, egoístamente.
Con muchos, sí.

8. Hay otro detalle desconcertante.


No se habla, en esta página del evangelio, de una recompensa por las persecuciones
sufridas.
Sino que las persecuciones forman parte de la recompensa.

9. ¿...O es que Pedro se siente culpable, y cuando dice «lo hemos dejado todo» es
invadido al menos por una sospecha, si no por un remordimiento?
Quizá aquella declaración no la hace en tono de vanagloria, sino con una
resquebrajadura de incertidumbre.
Aquel «pues, mira» es precisamente lo contrario de un suspiro de alivio.
No excluiría la hipótesis.
Me conozco demasiado bien.
El «todo» del Señor es muy distinto del nuestro.
Cuando él nos asegura que tendremos todo, ese todo incluye verdaderamente todas las
cosas, comprende también lo que no osamos ni siquiera esperar.
Cuando nosotros, en cambio, decimos «todo», dejamos siempre fuera algo.
Por esto, con frecuencia, advertimos un sentido de vacío en nuestra vida.
Es el vacío provocado por lo que... no hemos dejado.

CONFRONTACIONES

Dios no acepta nuestra planificación moral


El hombre rico, aunque honesto y sincero, parte de una moral a nivel del hombre; él
piensa que es posible combinar la posesión de bienes con el cumplimiento de los
mandamientos divinos. En cambio, cuando Jesús, que aquí obra claramente como Dios, le
pide algo que no entra en una ya preestablecida planificación moral, al rico se le escapa
cómo los mandamientos derivan de una iniciativa divina y no entran en una codificación
humana.
El hombre rico, habituado a garantizar y a garantizarse todo con su riqueza, creía de
buena fe que también la herencia de la vida eterna le sería garantizada sólo a través del
cumplimiento escrupuloso de las reglas del pacto.
Pero he aquí que Dios cambia de golpe el razonamiento preciso del hombre y establece
nuevas reglas, o bien introduce una inesperada excepción. La salvación dependerá, por
tanto, sólo de su arbitrio. En ciertos casos Dios querrá que un hombre rico pueda combinar
su riqueza con la salvación; pero será un «milagro», una iniciativa divina. Generalmente la
riqueza inclina al hombre a creer en la propia autosuficiencia incluso con relación a la vida
eterna. Esta es la razón de que sea tan difícil el que un rico entre en el reino de Dios (J. M.
González, Evangelo secondo Marco, Milano 1973, 181-182).

Los sacrificios extremos los realiza solamente el niño


Nos encontramos en este joven un tipo de hombre absolutamente distinto de aquel al
que, en ese momento, había prometido Jesús el reino.
En él no hay nada de niño, ninguna sencillez; más aún, está preocupado, en lucha
consigo mismo, en búsqueda. También aquí se ve que el reino de los cielos no pertenece a
estos hombres.
El idealista se equivoca, si cree vivir la existencia, porque apenas se le dirige una
exigencia verdaderamente existencial, la rechaza. Los sacrificios extremos los realiza
solamente el niño en el hombre, el niño escondido en el padre y no el joven egocéntrico,
que no puede penetrar la verdadera realidad, porque está demasiado ocupado de sí mismo,
de la propia evolución y de los propios deseos (G. Dehn, o. c.).

Dejarse seducir por Dios


El centro de todo el pasaje es el centro de la fe cristiana: el dejar todo por Cristo Jesús
-el «dejarse seducir» por el Dios que ha aparecido en Jesús. Sólo quien tiene este
«supremo conocimiento de Cristo Jesús» (Fil 3, 8) está junto a Dios, ha encontrado la perla
preciosa, abandona todo con alegría, porque tiene la plenitud de la vida del reino que está
reservado a los pobres.
Está claro, por tanto, que el hombre no tiene cuanto tiene o posee sino cuanto da. El
verdadero rico es el que da, no quien está aferrado a las cosas. Uno que se da a sí mismo,
es sí mismo.
Uno que da todo es todo, y se encuentra rico de todo. Esta es la bendición mesiánica
que Jesús ha traído (Una comunità legge il vangelo di Marco, Napoli 1979).

Vacíos de vacío
Pero ¿de qué hemos de liberarnos, vaciarnos, empobrecernos? No ciertamente, Señor,
de tus dones, sino sólo de nuestra codicia que nos lleva a usarlos superficialmente, sin
comprometernos totalmente, sin jugarnos el todo por el todo. Vaciarnos, por tanto, de
vanidad, de disipación, de alienación: vaciarnos del vacío porque tú no nos quieres vacíos
sino llenos de tus dones; llenos de ti y llenos también de nosotros: de ese yo verdadero y
profundo que no se consigue sin despojo, pero que no se realiza sin enriquecimiento.
Vacíos de vacío para llenarnos de todo (A. Zarri, E più facile che un cammello.... Torino
1975).

La restitución no se paga entera en monedas celestes


¿Cómo será, Señor, ese «cien veces más»?
Sé muy bien que ciertos hermanos míos sobrenaturalistas, que han ido a clases de
platonismo, lo imaginan todo hecho de espíritu y de gracia, porque la «naturaleza» les da
miedo y no quieren saber nada con la materia para no mancharse las manos.
Pero yo ya tengo las manos sucias: son suciedad porque son materia; y yo las amo así,
tú las has amado así y así las has querido aceptar, cuando has tomado carne humana. Yo
no tengo miedo de la carne, de su calor, de su amor, hecho también de escalofríos
terrestres.
Y no pienso que tú quieras destruirla y cancelar el don que nos has hecho, al comienzo
de los siglos, cuando te manchaste las manos también tú, con esta tierra nuestra (¿qué otra
cosa significa el símbolo de las manos que amasan la creación y modelan el hombre con
arcilla, sino tu manejar sin más la materia terrestre?). No, no pienso, Señor, que la
restitución sea toda en monedas celestes: en virtud, en gracia, en gloria eterna. Sí,
ciertamente, también y sobre todo, pero no sólo.
Tu nos darás, Señor, la misma moneda; y si te hemos sacrificado un afecto, nos
restituirás ese afecto; si te hemos dado una casa, nos darás esa casa con los adornos de
las paredes y los tiestos de geranios en las ventanas. Quizá no sean las mismas paredes,
pero será la dimensión, la posibilidad, la libertad de poderla tener de nuevo y habitarla.
Serán aquellos geranios que hemos sacrificado por nuestra libertad y por el amor exclusivo
hacia ti, los que florecerán para siempre: en la eternidad y en nuestros días de ahora (Ibid.).

La resurrección de las cosas


Y ¿cuándo será este céntuplo? ¿Cuándo ocurrirá esa restitución? También aquí sé que
mis hermanos escatologistas proyectan todo en el más allá. Pero tú nos has prometido el
céntuplo y la vida eterna. El céntuplo, por tanto, no es la vida eterna: es algo que tú nos
das aquí, mientras nosotros estamos aún en la tierra. Forma parte, por consiguiente, de la
vida eterna, en cuanto nada está fuera de tu reino y todo se inicia ya sobre la tierra; pero es
aún de la tierra y no debemos esperar a la muerte para recibirlo: basta -aunque es
necesaria- la muerte diaria del ayuno, del desprendimiento, de la pobreza, para que surja la
resurrección de las cosas.
Y si este céntuplo tú nos lo das en monedas terrestres y ya aquí sobre la tierra, ¿esto
quizá significa que es un asunto que concluye y que desaparecerá después de la muerte?

No creo, Señor, que tú nos des dones provisionales y nos tomes lo que ya ha sido objeto
de muerte y de resurrección. Esto ya ha entrado en tu reino, forma ya parte de tu vida
eterna y no nos será quitado. Lo llevaremos al más allá, tan puro como nos lo has
purificado y como nosotros hemos consentido que nos lo purificases. Es nuestra pequeña
porción, nuestro pequeño anticipo del cielo (Ibid.).

No se le piden cuentas a Dios


¿No se podría, sin embargo, objetar que este motivo de la recompensa es poco honrado
y casi inaceptable? ¿No sirve quizás a estimular una actitud renunciadora, por la que se
sufren aquí abajo privaciones y «sacrificios» con el fin de obtener un premio celeste lo más
grande posible en la «felicidad eterna»? ¿No conduce quizás a esa huida del mundo, a ese
aislamiento de las comunidades en una especie de gueto, que hoy reconocemos como
falso y perverso en cuanto induce a la iglesia a renunciar a todo, sustrayéndose de sus
compromisos en el mundo, de su acción social y de las necesarias intervenciones contra la
opresión de algunos grupos privilegiados? ¡Pensamos en América Latina! En realidad estos
peligros no se pueden negar y además debemos admitir muchas culpas históricas por parte
de la iglesia.
También las palabras de Jesús están expuestas al peligro de falsas interpretaciones.
Pero si reflexionamos en su intención original, la ansiosa búsqueda de la recompensa está
excluida.
El se sirve de la imagen de una recompensa centuplicada para animar a los discípulos a
emplear los bienes de la tierra según las exigencias evangélicas. El quiere disuadir a sus
seguidores de la sed de dinero y de propiedades, para que se dediquen totalmente a Dios:
ellos deben emplear los bienes como Dios manda, es decir, para los pobres y necesitados.
Por último, con esto no adquirimos derechos ante Dios y no les está permitido hacer otra
cosa que esperar de él la restitución, bajo forma de don, de todo a lo que han renunciado.
La concepción judía de la recompensa, en el anuncio de Jesús no sólo es corregida sino
sencillamente dada la vuelta. En efecto, Jesús excluye categóricamente la aspiración a un
premio siempre mayor, así como el vanagloriarse de las propias prestaciones. Jesús parte
del pensamiento judío («tendrás un tesoro en el cielo»), pero lo supera apelando a la
grandeza y liberalidad de Dios, que igual que no se deja comprar, tampoco se deja ganar
en bondad. El que le da todo recibirá de él dones abundantes. En cambio, quien espera el
premio pidiéndole cuentas a Dios y obrando el bien con cálculo, todavía no ha actuado el
don de sí a la divinidad (R. Schnackenburg, o. c.).

La comunidad no es un refugio para personas solas


También el hacer de la comunidad la propia casa puede esconder insidias. El que busca
en la comunión con los hermanos y las hermanas de fe una compensación real a cambio de
lo que ha dejado o perdido, no ha comprendido aún la llamada al seguimiento de la cruz.
Jesús se separó incluso de los discípulos más queridos, muriendo solo y abandonado, por
la salvación de todos. La comunidad no es, en primer lugar, un refugio para las personas
solas, sino un espacio en donde se reúnen los que renuncian a los propios deseos por
amor de Jesús y se ponen al servicio de los demás hombres. Esta no constituye un rincón
tranquilo y apartado del mundo, sino un punto de partida para ir hacia el mundo.
Sin embargo, la comunidad en cuanto tal debe preparar y reforzar a los creyentes,
dándoles la confianza de tener junto a sí otras personas animadas por idéntico ideal, con
los que recorrer juntos el mismo camino y presentarse en el mundo con la misma misión,
recibida por Jesús.
Una comunidad probada y perseguida tiene necesidad de este alivio y de esta certeza
(cf. I Pe 5, 9).
En este sentido la iglesia primitiva no se equivocó al interpretar al Señor cuando, junto a
sus inauditas pretensiones, recordaba continuamente también su infinita bondad que todo
lo comprende (Ibid.).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 126-151)
.................
1) Cf. también Eclo 34, 21-22; Mal 3, 5; Eclo 4, 1-3.
2) En el evangelio de Mc se registra el mayor número de «rasgos emocionales» de Jesús.
3) Cf. Os 11, 1; Dt 7, 7-8.
4) Jesús mismo ha dicho: «El que cumple la voluntad de Dios ése es hermano mío y hermana y madre» (Mc 3,
35).
5) «En las comunidades, de hecho, se inaugura ya la riqueza del reino, por el hecho de que no se posee sino
que se da. En ella sucede por tanto lo que ha sido prefigurado en la multiplicación de los panes, en donde en
vez de poseer y atesorar, se da y se divide, obteniendo como resultado la multiplicación de los bienes, de
forma que todos tengan hasta la saciedad... Así la iglesia se debe situar en el mundo como el lugar concreto
de la nueva praxis del reino de Dios», (Una comunità legge il vangelo di Marco, II. 117).

2-11 - TERCER ANUNCIO DE LA PASIÓN Y RESURRECCIÓN


Mc/10/32-34 Mt/20/17-19 Lc/18/31-34
J/PASION/ANUNCIO-3

El que va delante
Este tercer anuncio se distingue de los precedentes por la escena introductoria
particularmente rica de significado, y por el contenido bastante pormenorizado.
Jesús «sube» hacia Jerusalén, lugar de la pasión. Camina delante de todos.
El verbo «subir» es apropiado, desde el momento que Jerusalén se encuentra a unos 800
metros de altura. Quizá Jesús está ya por la llanura de Jericó. «Les llevaba la delantera» (v.
32). Indudablemente el verbo hace referencia a la costumbre rabínica de ponerse a la
cabeza del grupo de discípulos. Pero aquí la expresión puede tener un significado
marcadamente cristológico (1). E indica decisión, conciencia, aceptación de la misión
encomendada por el Padre. Por lo cual el correspondiente «ir detrás» de los discípulos no
hay que entenderlo sólo en sentido material, sino que traduce una adhesión interior
(seguimiento).
En la disposición del grupo hay algo poco claro. En efecto, parece recogerse la presencia
de dos grupos distintos. El primero, más cercano al Maestro, está formado por individuos
«asombrados», el otro, un poco detrás, recluta gente que también va asustada.
Algún estudioso supera la dificultad atribuyendo a Jesús un sentimiento de consternación.
Por tanto, no «estaban asombrados», sino «Jesús les precedía y estaba invadido por la
consternación. Y los que venían detrás tenían miedo...» (Turner). De esta forma, tendríamos
aquí, en el acercarse a Jerusalén, una anticipación de la angustia de Getsemaní.
Pero, probablemente, a pesar de resultar misterioso el versículo -que Nisin considera el
más dramático de todo el evangelio- se indican dos grupos distintos. En el primero, junto con
los apóstoles, probablemente hay también otros seguidores (de hecho, poco después,
Jesús llamará aparte solamente a los Doce). En el segundo, formado presumiblemente por
simpatizantes en general, empieza a abrirse paso la inseguridad, la duda y, por tanto, el
miedo, y parece que les vemos separarse (2).
Sea como fuere, se puede captar una atmósfera saturada de tensión. Es la hora de la
gran decisión.
El contenido de la profecía, mucho más detallado que los anteriores y que presenta una
singular coincidencia, tanto en la sucesión cronológica de los acontecimientos (3), como en
la terminología, con el relato de la pasión, induce a pensar en una reelaboración formal de
la iglesia primitiva.
Confrontando las distintas predicciones, se nota en esta última la presencia de ocho
elementos distintos. En este orden: entrega a los sumos sacerdotes y a los escribas,
condena a muerte, entrega a los paganos, burlas, escupitajos, flagelación, muerte,
resurrección. De estos, solamente tres figuran en los primeros dos anuncios, mientras se
encuentran todos en el relato de la pasión.
Hay que notar que en ninguna de las tres profecías es recordada la crucifixión. Se habla
sólo de muerte.
En cambio, todas concluyen con la palabra sobre la resurrección.
Aquí no se relata la reacción de los discípulos. Pero ya ha sido descrita suficientemente
en la escena introductoria. Por lo que no es difícil adivinar su estado de ánimo.
Por otra parte, están «subiendo» a Jerusalén, la ciudad santa, la ciudad de Dios. Y no
van en peregrinación. Acompañan a un «condenado a muerte».

PROVOCACIONES

1. Quién sabe cuántas veces Jesús se habría puesto a la cabeza del grupo.
Pero esta vez, la expresión «les llevaba la delantera» parece expresar algo distinto de lo
acostrumbrado.
Hay por parte de Jesús una determinación más resuelta.
Se advierte además un sentimiento de cansancio.
En efecto, además de vencer la repugnancia de la propia naturaleza humana para subir a
Jerusalén, Jesús debe vencer también la resistencia, la pesadez de los discípulos.
Se diría que debe remolcarles...

2. Ciertamente Jesús, también en un plano humano, puede intuir las oposiciones que se
hacen cada vez más duras, los complots que se van tramando secretamente, las decisiones
que se concretan en una verdadera coalición contra él en los ambientes que cuentan, los
de los negocios, de la política y de la religión. Las amenazas se precisan sin dejar lugar a
dudas. Se siente ya vigilado de cerca.
Tiene la impresión de estar enredado en estas intrigas. Pero en vez de buscar una
salida, avanza decididamente, con vigor.
El plan puesto en práctica por sus enemigos conecta en su punto central con el plan de
salvación de Dios.
No sólo en relación a sus discípulos, sino también en relación con sus oponentes, se
diría que Jesús «va delante».
Jesús va por delante. Los demás se limitan a reaccionar.
La potencia del mal está como obligada a mantener el paso con su desconcertante
iniciativa de amor.
Las fuerzas amenazadoras de las tinieblas, capaces de hacer el mal, se ponen en
movimiento porque han sido provocadas por uno que ha pasado haciendo el bien y
teniendo el coraje de no defenderse.
El mal está allí, evidente, en toda su atrocidad, con todo su poder de destrucción. Pero
-como dice J. Guillet- no es él quien dirige el juego. Y mucho menos quien le concluye.
Después de haberse ensañado sobre su víctima, el mal se encontrará como vacío.
En efecto, su victoria se limita a la destrucción del inocente. Después de esto no tendrá
ya nada que destruir.
La víctima será capaz de quitarle el veneno mortífero.
Sin embargo, para que suceda esto, no se puede evitar la confrontación.

3. El aspecto paradójico de estos anuncios de la pasión está en el hecho de que,


mientras por un lado expresan la necesidad, la inevitabilidad del mal, del odio, del
desencadenarse de la maldad de los hombres, por otra parte son también y sobre todo
anuncios de victoria.

4. Un estudioso resalta que Mc en la secuencia inicial, se comporta como un óptimo


director. Prepara la escena, disponiendo al personaje y a los distintos grupos que le
acompañan con esmero, obteniendo un efecto de rara potencia.
Pero en aquellos grupos también hay sitio para nosotros lectores.
Y, tanto Mc como Jesús en persona, tienen necesidad de que tomemos posición. En el
cortejo hacia Jerusalén son necesarias muchas otras presencias.
Si tuviese posibilidad de elegir, estoy seguro que me presentaría ante el director Mc para
pedirle que... me ahorrase el viaje y que me buscase un puesto, a ser posible de primer
plano, en el grupo de aquellos que entran en escena después del tercer día...

CONFRONTACIONES

Hacia una pavorosa tiniebla


En lo relativo al lenguaje, cuidadosamente elegido en este anuncio de la pasión, merece
especial atención el verbo entregar (en griego es igual a «traicionar»)...
...Los tres significados del verbo griego, que son «entregar», «traicionar», «poner en
manos de alguien», desde el punto de vista teológico convergen en un sentido único, y son
todos igualmente adecuados para preparar nuestra reflexión sobre el misterioso enredo de
la perversidad y crueldad de los hombres con la inestable permisión divina, que esconde
por otra parte un designio de salvación. Tanto más se cierra la obscuridad de la pasión,
cuanto más se une el pensamiento del abandono por parte de Dios a la ignominia y al dolor
causado por los hombres; pero precisamente hacia esta tan pavorosa tiniebla el hijo del
hombre dirige sus propios pasos (R. Schnackenburg, o. c.).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 152-156)
........................
1). El mismo verbo griego proago será utilizado para expresar la promesa de la resurrección. Cristo resucitado
precederá a los suyos en Galilea. Cf. el termino proago a cargo de K. L. Schmidt, en Grande Lessico del
Nuovo Testamento, de G. Kittel y G. Friedrich, I, coll. 349-351.
2). Comenta R. Schnackenburg: «Mientras los discípulos que se asombran de Jesús, que se pone resuelta-
mente en camino delante de ellos, hacen de fondo a la figura de Cristo, las otras personas que lo siguen,
representan la situación y la actitud de la comunidad. El conjunto resulta una imagen apropiada del pueblo
de Dios peregrinante que, irresoluto y tímido, quizá lleno de miedo, sigue a su Señor, arrastrados sin
embargo por él que es "el autor y consumador de la fe" (Heb 12, 2)».
3). Solamente el orden de los malos tratos resulta invertido. El relato de la pasión habla primero de la flagelación
y después de las burlas.

2-12 -

LA ASIGNACIÓN DE LOS PUESTOS


Mc/10/35-45 Mt/20/20-28 Lc/22/24-27
ZEBEDEO/HIJOS

La ambición no explica todo


Hay casi unanimidad en condenar la salida de los «hijos del trueno» atribuyéndola a una
ambición desenfrenada, arribismo, egoísmo, deseo de poder.
De esta forma, su petición se cataloga bajo la expresión «incomprensión de los
discípulos», que es un leit-motiv del evangelio de Mc.
Solamente P. R. Bernard, que yo sepa, asume, patéticamente, la defensa, llegando
incluso a dar la vuelta al sentido del incidente, que él explica así: «Se acercan a Jesús y con
la máxima familiaridad, le presentan una pregunta que les parece del todo natural: toman
precauciones para el reino futuro. Jesús ha manifestado siempre con ellos la más grande
amistad. Si se sitúa en su propio poder mesiánico, pueden esperar que no les alejará de sí.
Hay en este deseo que es expresado de forma un tanto ingenua, no tanto ambición personal
cuanto apego a él... Encuadrado en esta relación de amistad, el diálogo se puede entender
mejor y no está privado de grandeza. Santiago y Juan reaccionan ante la propuesta del
Maestro mejor que lo había hecho Pedro con ocasión del primer anuncio de la pasión (Mc 8,
31-33); se muestran más dispuestos a entrar en aquellos misterios dolorosos que Jesús ha
predicho, se ofrecen para acompañarlo, no quieren dejarlo solo...».
Quizás exagera este autor queriendo presentar exclusivamente como «buen corazón» lo
que los otros indican exclusivamente como «ambición».
Queda el hecho de que el episodio, a menos que se recurra a simplificaciones abusivas,
presenta muchos aspectos desconcertantes. Lc lo ignora. Mt, dándose cuenta de lo
embarazoso de la situación, intenta salvar a los dos hermanos, atribuyendo la
responsabilidad de la petición a su madre. La cosa, haciéndola pasar como ingerencia
materna, se convierte en plausible. Aunque Mt da la impresión de dejar las... huellas de su
corrección diplomática cuando incurre en un olvido demasiado evidente en los versículos
siguientes, en los que Jesús se dirige a los hijos, ignorando la presencia de la madre (que,
quizá. no está).
Se puede retener, adoptando una vía intermedia, que la petición de Santiago y de Juan
no es ni descaradamente egoísta ni totalmente desinteresada. Una mezcla de entusiasmo y
de cálculo. Un fondo de generosidad en la que se insinúa una pizca de vanagloria. Una
disponibilidad a arriesgar, pero... con alguna garantía. Ingenuidad y astucia (baste pensar
en el modo en que intentan «cazar» a Jesús, queriendo obtener de él la promesa de
concesión, antes aún de especificar el contenido de la petición).
La actitud de los «hijos del trueno» aparece muy humana, por su bondad de fondo, no
totalmente limada de elementos ambiguos.
Por otra parte, no hemos de olvidar que «se acercaron» (v. 35) al Maestro, le alcanzan en
el camino que sube a Jerusalén. Por tanto han decidido seguirle a lo largo de aquel itinerario
del que han sopesado toda su aspereza.
De hecho Jesús no les reprende. Se limita a «purificar» su visión, aún demasiado
terrestre, de su gloria mesiánica. Por lo demás «como el corazón es bueno, es a través del
corazón como les reprende» (P. R. Bernard).
En cambio, quienes han interpretado en sentido decididamente desfavorable la
respuesta, son los compañeros. Los cuales, por eso, «se indignaron contra Santiago y
Juan» (v. 41), sin duda no para tutelar la pureza de la doctrina sobre el reino de Jesús, sino
por banales motivos de prestigio y celos: en efecto, se sienten amenazados en sus sueños
de grandeza por los avances de aquellos dos que a su parecer quieren acomodarse sin
tener en cuenta las jerarquías.
En este sentido la pregunta de Santiago y de Juan es sólo la mecha que hace explotar
una vez más entre los discípulos la controversia sobre las precedencias, aún no apagada
del todo. Por lo que la lección severa de Jesús (v. 42-45) está dirigida esencialmente a los
«diez» más que a los dos responsables de aquel paso mal dado.
La disputa se convierte, por eso, en una prolongación de la surgida inmediatamente
después del segundo anuncio de la pasión (9, 33-37)

Garantizado el cáliz, no el puesto


Después de haber encuadrado el episodio en su conjunto y en sus motivaciones más
bien complejas, leámosle de forma más pormenorizada, intentando clarificar el significado
del lenguaje usado.

Sentarse a la derecha y a la izquierda en la gloria (v. 37). Los dos discípulos reivindican,
con esto, los puestos de honor -con la autoridad consiguiente- según una visión
insistentemente jerarquizada del reino mesiánico. La perspectiva en la que se mueven está
aún contaminada por sueños de realización terrena.
Jesús, tomando pie en esta preocupación, reafirma un elemento fundamental de su
pedagogía: las condiciones para llegar a la gloria, el camino a seguir.
Tales condiciones vienen expresadas con dos imágenes: el cáliz y el bautismo.
El cáliz podía ser, pocas veces, la copa de la alegría que el dueño de la casa ofrecía al
huésped en señal de acogida, o la «copa del consuelo», que en los banquetes funerarios,
era ofrecida a los miembros de la familia del difunto, o también, la «copa de la salvación».
Pero con más frecuencia, sobre todo en el antiguo testamento, era el cáliz amargo del
sufrimiento. Más aún, con un acento de castigo, de ira divina. Una especie de juicio de Dios
sobre la infidelidad del pueblo (1).
Estamos, por tanto, ante una imagen que remite a la idea de muerte, asociada además a
la idea aún más repugnante de cólera divina que decreta la ruina de los impíos.
Jesús tomará esta imagen, aplicándola a sí mismo al referirse a la propia pasión
inminente durante la agonía en Getsemaní, quizá sobreentendiendo el pensamiento de que
«él toma sobre sí el juicio de Dios y quiere padecer un tormento extremo por amor a los
hombres» (R. Schnackenburg).
La metáfora del bautismo evoca literalmente la inmersión, el bucear en las aguas del
sufrimiento más atroz y en la muerte (2). Podría hacer referencia a la idea de naufragio, es
decir algo irreparable.
El bautismo de Jesús en el agua del Jordán ha inaugurado su ministerio. Entonces aquel
gesto quería expresar la solidaridad con los pecadores. Ahora la expresión de Jesús
precisa que aquello era sólo un símbolo. El autentico bautismo se coloca al término de su
misión (3): «es muerte con los pecadores y por los pecadores» (R. Fabris).
Los dos discípulos proclaman que son capaces de compartir su destino de humillación,
sufrimiento, muerte violenta: «sí, lo somos» (v. 39).
Hay una cierta seguridad por su parte, quizá una desenvoltura excesiva. Pero no se dice
que tengan exclusivamente en cuenta sus propias fuerzas para pasar aquellas pruebas
espantosas y aquel trago de sabor tan amargo. Quizá estén íntimamente convencidos de
que el discípulo debe dejarse conducir por el Maestro y recibir de él la fuerza para afrontar
el camino doloroso que debe recorrer.

«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y también seréis bautizados con el bautismo con
que yo voy a ser bautizado...» (v.39). Alguno ve una profecía de la muerte violenta que
deberán sufrir los dos apóstoles (4). Pero más probablemente, Jesús se limite a indicar las
tribulaciones y las persecuciones que afrontarán por amor del Maestro.
Casi con toda seguridad, las primeras comunidades cristianas se habrán referido a este
dicho de Jesús al participar en los ritos sacramentales del bautismo y de la cena, queriendo
con ello expresar la propia inserción en la suerte del Maestro. Sin embargo, como observa
E. Schweizer, «la comunidad debe haber entendido el texto como el israelita del antiguo
testamento que participa en las promesas de Dios y de la tierra que sus padres han
heredado; con la circuncisión y con el banquete de la alianza es "incorporado" a estas
realidades y esto significa que su camino se desenvuelve de forma análoga al de los
padres. La incorporación en el destino de Jesús, que comporta la participación en su
bendición y en su señorío es, por tanto, lo primero; que esto se presente en forma de un
camino análogo al de Jesús, es lo secundario. Esto se deduce también de que el versículo
38 tiene los verbos en presente, y el versículo 39 los tiene en futuro: el camino presente de
Jesús y el camino futuro del discípulo, que se deriva del anterior, se encuentran en dos
planos distintos; todo «ir detrás» es fundamentalmente una participación en su camino; él
siempre «ha ido delante», es decir ha precedido. Es la vía, es decir el camino del mismo
Jesús hacia la cruz que incluye toda la experiencia de la comunidad. La realidad de esta
inserción en el camino de Jesús se manifestará efectivamente más veces de forma concreta
en muchas analogías con el camino de Jesús».

«Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; sino que es


para quienes está preparado» (v. 40).
Jesús asegura a los dos la posibilidad de ser asociados en profundidad al propio destino
de sufrimiento, sin garantizar por otra parte los puestos de honor ambicionados.
«... Sino que es para quienes está preparado». No olvidemos que la pasiva indica la
acción de Dios, que se desarrolla bajo la enseña de la libertad y de la gratuidad.
Dice con la acostumbrada agudeza R. Fabris: «Las profecías y las promesas de Dios no
son pronósticos y predicciones, sino propuestas para que el hombre se abra al futuro de
Dios. Un futuro que no puede ser hipotecado y secuestrado: es libre don de Dios hecho a la
libre disponibilidad del hombre».
J. Schmid por su parte comenta: «Beber el cáliz del dolor es condición necesaria para
obtener los puestos de honor, pero no es aún el fundamento de algún derecho para
obtenerlos. Concederlos no le compete a Jesús, sino al Padre celestial, que decide en su
eterno consejo».
E. Schweizer: «Precisamente el hecho de que Jesús deje en suspenso quiénes son
aquellos para los que ha sido preparado el puesto por Dios, hace absolutamente imposible
interpretar el seguimiento de Jesús como pretensión de una recompensa especial. Todo
carácter meritorio del sufrimiento es sustancialmente rechazado. El hecho de que el
inserirse en el camino de Jesús se evidencie con sufrimientos particulares no constituye
una condición para una recompensa y no da ningún derecho particular, aunque Dios no lo
olvide (9, 41)».
Es inútil discutir, como se ha hecho en el pasado, si con esta declaración Jesús niega la
propia igualdad con el Padre. Tampoco aquí el Maestro pretende impartir una lección de
teología trinitaria y ni siquiera insinuar la idea de una predestinación («está preparado»). A
lo sumo Jesús hace, como en otros puntos del evangelio de Mc, «teología de la gratuidad».
Aquí únicamente quiere indicar que su misión terrena está subordinada al designio del
Padre. Por lo cual también el discípulo que se asocia a su tarea histórica, debe también
abandonarse totalmente a la libertad y a la generosidad de Dios, sin pretender «hacer
lotes» del reino. Como Jesús se pone confiadamente en las manos del Padre, así también
quien le sigue debe asumir la misma actitud.
Jesús en este versículo se sirve de un lenguaje típico de la apocalíptica para pedir a los
discípulos que no se preocupen de la prenotación de los puestos. En el fondo, su respuesta
es una invitación al amor, abandonando cualquier contabilidad de recompensa. Esta está
en buenas manos. Renunciando a la ambición, los creyentes demuestran fiarse de la misma
manera que Jesús de lo que el Padre ha preparado.
El discípulo está llamado a obrar en el presente, dejando que Dios programe libremente
el futuro.
En otras palabras, una vez más es subrayada esta realidad: el seguimiento tiene ya en sí,
ahora, su propia recompensa. Cristo sólo puede prometer, como don, la posibilidad de
seguirle.
Seguir a Jesús no significa recibir explicaciones, sino ser asociados a su misterio de
dolor y de gloria.

Jesús formula un proyecto de comunidad


«Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan» (v. 41).
El incidente no está cerrado. Al contrario, se alarga al grupo de los apóstoles, que
estaban atentos, sospechando de aquella forma de hablar. Siempre dispuestos a saltar
cuando se trataba de establecer quién era el más grande entre ellos. La intrepidez de los
dos colegas les ha ofrecido, han advertido una amenaza en la elaboración del organigrama
que regula promociones y escala puestos en la carrera.
Jesús, entonces, aprovecha esta ocasión polémica para aclarar su pensamiento relativo
a la estructura que debe tener su comunidad. «Los reunió y les dijo...». Esta vez se decide
a afrontar la cuestión de los puestos de honor, se diría que sólo ahora da la respuesta.
Para ilustrar su propio concepto de autoridad, realiza una rápida excursión en el campo
político. Allí los discípulos tienen ante sus ojos algunos modelos de mando y de
comportamiento.
PODER/J Existen «jefes» (hay una ligera ironía en la expresión «los que son
tenidos como jefes», es decir parecen o creen hacerlo y terminan por convencer también a
los demás en este sentido...) y los que se llaman «señores», notables, ministros,
funcionarios de todas las categorías, que ejercen el dominio «sirviendo» a los otros con el
poder, la fuerza, la apariencia. Ante este espectáculo de gente que busca la escalada del
poder, el éxito, los discípulos deben darse cuenta de que tienen la obligación de hacer
precisamente lo contrario. Es decir, Jesús, realiza una incursión por la política para salir
inmediatamente. Justo el tiempo para denunciar el aspecto prevaricador del poder. Para
advertir que hay que hacer lo contrario. «No ha de ser así entre vosotros» (v. 43). Observa
oportunamente J. Delorme que el verbo es un indicativo presente, por lo que no se trata de
un augurio y mucho menos de un mandato. Es una especie de presente constitucional.
«Jesús excluye categóricamente el modelo de poder ejercido en la política. No ofrece sólo
una ley entre otras, sino la constitución misma de la comunidad de sus discípulos.
cada uno es el servidor de todos».
A este respecto presenta dos modelos de aquel anti-poder que debe caracterizar el estilo
de una comunidad cristiana: el siervo (diakonos) y el esclavo (doulos). El primer término
expresa sobre todo el servicio concreto (especialmente en la mesa) y el segundo subraya
mayormente la dependencia.
Hay que notar el paso de «servidor vuestro» a «esclavo de todos». Es decir, la regla
fundamental del servicio se alarga más allá de los confines de la comunidad. El criterio de
autoridad, por tanto, es la ventaja que reciben los demás.
«La autoridad no debe tomar la actitud del servicio para ser acogida y estimada como
autoridad: sería aún una forma fraudulenta e hipócrita de poder y de dominio. Quien está
realmente sin rol y sin prestigio y verdaderamente sirve a los demás, este ejerce la
autoridad» (R. Fabris).
Jesús no se contenta con abolir los grados, exhortar genéricamente a la humildad y ni
siquiera establecer normas de comportamiento práctico . Pretende cambiar la mentalidad,
convertir la «libido del poder» en alegría de desaparecer y servir, arrancar completamente
el instinto de dominio del hombre sobre otro hombre.
DOMINIO/DESEO «El instinto de dominar está profundamente arraigado en el corazón
del hombre y le corrompe al igual que la riqueza. Jesús no se apresta a convertirse en un
revolucionario político, sino que pretende revolucionar a sus discípulos en lo íntimo de su
espíritu, imponiéndoles una ley fundamental que no sólo prohíbe tal deseo de dominio, sino
que también imprime a su sociedad en cuanto tal una fisonomía completamente distinta»
(R. Schnackenburg).
Y, después de haber presentado un modelo que no hay que imitar, Jesús no duda en
ofrecerse a sí mismo como ideal al que referirse. En la actitud del Maestro la comunidad
encontrará la motivación decisiva de la nueva ley constitucional: «Porque tampoco el hijo
del hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por
muchos» (v. 45).
Tengamos presente que en la tradición bíblica el hijo del hombre es quien recibe de Dios
«poder, gloria y reino» (Dan 7, 14). Pues bien, Jesús dando la vuelta audazmente a esta
imagen, precisa que el poder lo tiene en cuanto siervo, la gloria en cuanto capaz de
humillación, la autoridad real en cuanto disponible al don total de la vida (5).
El comportamiento del Maestro, que no ha venido para señorear, sino para servir, debe
ser. por tanto, normativo para los discípulos.

«...Y para dar su vida en rescate por muchos» (v. 45). Es un versículo que ha hecho y
hace discutir.
Precisemos brevemente. El rescate (lutron) deriva de un verbo que significa «soltar»,
«liberar». Es el precio que había que pagar por la liberación de un individuo, normalmente
un familiar, que había caído prisionero o esclavo.
Aquí no es el momento de preguntarse a quién paga Jesús este precio (¿a Dios o a
Satanás?) ni adentrarnos en el espinoso problema de su muerte expiatoria o del sufrimiento
vicario.
No estamos en el campo de un contrato y tampoco en un contexto jurídico en el que se
habla de sanción penal. Estamos en el campo del amor.
A través de un sacrificio voluntario Jesús ofrece la propia vida «en el puesto de» (o
según algunos «en rescate por») quien se encuentra en la imposibilidad de liberarse, de
soltarse por sí solo. Se hace esclavo para liberar a los esclavos (es una especie de ley de
la homeopatía: «similia similibus curantur»).
Dios, más que pretender, acepta esta «satisfacción», acepta este gesto de donación
suprema por parte del inocente que quiere pagar las culpas de todos.
Por lo cual Dios no está allí para regatear el precio, sino más bien para acoger en su
amor, junto con aquel que es su Hijo, a muchos, es decir a la humanidad salvada por él.
Recordemos que «muchos», en lenguaje semítico, significa «todos».
La antítesis está entre «uno» y «muchos». La vida (o el rescate) de uno solo hace de
contrapeso a la multitud, es decir a todos.
La afirmación de Jesús tiene una dimensión universal porque comprende todos los
pueblos además de Israel, y esto en estridente contraste con la mentalidad hebrea, según
la cual los méritos de uno (Abraham) reportaban una ventaja exclusiva a sus descendientes
(6).

Conclusiones
Concluyamos, subrayando algunos puntos fundamentales de esta página.
-Como observa E. Schweizer, la falta de una jerarquía (entendida en sentido mundano)
en la comunidad cristiana, es el fruto del árbol de la cruz, «un fruto que no podrá ser
quitado y que ni siquiera los errores de una iglesia podrán eliminar».
Con su pasión y muerte, Jesús conquista el último puesto, logra el máximo grado de
grandeza en el servicio y le dona a su iglesia.
Por eso, desde este momento, el fundamento de la eclesiología sólo puede ser una
imagen invertida del poder. Y repitamos que esto no como mandato, sino como don,
ofrecido desde la cruz.

-Jesús presenta un proyecto de comunidad-sin-poder, no de comunidad-sin-autoridad.


Sólo que la autoridad no está caracterizada por la posibilidad de mandar, sino por la
realidad del servicio.

J/SERVICIO SERVICIO/PRECEPTO Es significativo que los tres anuncios de la pasión


terminan con el verbo «servir». Esto excluye una interpretación dolorosa del itinerario de
Cristo. «El camino de la cruz no es "sufrir", sino, antes de nada, "servir"» {J. Delorme).

-El «dar la vida» representa por tanto el punto más alto, el aspecto esencial conseguido
por el servicio de Cristo en favor de los hombres. De esta forma, no sólo su vida, sino
también su muerte es «servicio» en favor de los hombres. La grandeza está en el don de sí.
Y éste no tiene límites.

PROVOCACIONES

1. No es cierto por tanto que Jesús vaya siempre delante. Alguna vez los discípulos
llegan a precederlo. Como en este caso.
El está aún en el camino que sube a Jerusalén.
Y ellos han «subido» ya a la gloria.
Por una vez Jesús se ve obligado a llamarles -a llamarnos- hacia atrás, más abajo.
No es lícito saltar la idea del Calvario, pasándose al reino.
No está permitido remover la imagen de la cruz, sustituyéndola con la de un puesto de
honor.
La tarea del discípulo no consiste sólo en comprender las exigencias del Maestro, sino
también encontrarse en el puesto justo, en el momento justo. Ni retrasos ni huidas hacia
adelante. Ni rechazos ni evasiones triunfalistas.
En el fondo, el discípulo está llamado al sentido de mesura.
Sólo que la mesura no la establece él, con su buen sentido, su prudencia, sino que está
sincronizada con el paso de Cristo, con su posición, hoy.
Y si hoy Cristo «se hunde» en una angustia mortal, el discípulo debe contentarse con
seguirle.
Jesús ha dicho «ven y sígueme», no ha dicho «vete y haz tu camino».
Nuestra obsesión es la de llegar.
Jesús, en cambio, nos pide sencillamente acompañarle.

2. Si es cierto que el Cristo crucificado es ya el Cristo glorificado, entonces


verdaderamente los dos «hijos del trueno» no saben lo que piden. Los puestos a la derecha
e izquierda, en realidad han sido ya señalados, más aún robados... por gente del oficio.

3. Alguna vez he oído en alguna comunidad religiosa una lamentación de este género:
«aquí no se sabe ya quién manda».
Lo he considerado como un álito de esperanza, una nota de autenticidad evangélica, no
ciertamente un drama como querían hacerme creer.
¡Qué bien! ¡No se sabe ya quién manda, porque todos quieren servir!
4. Tiene razón B. Maggioni cuando escribe: «La autoridad debe entenderse como el lugar
en el que la lógica de la cruz se hace más clara, emergente».
Con tal que la lógica de la cruz no se quede a nivel de declaraciones teóricas de
principio, sino que sea expresada, concretamente, en el servicio.
No basta con quejarse del «peso de la cruz», o bien discutir «si yo supiera qué quiere
decir» (a no ser que después se sienta el desafío, como he escuchado una vez, «se podría
probar...»).
La autoridad no es creíble porque camina inclinada bajo el peso de la cruz, sino porque
se inclina con naturalidad, en una actitud real, inequívoca, de servicio.
No. No se trata, genéricamente, del servicio de la autoridad.
Debe ser el servicio quien califica, quien indica el que verdaderamente tiene autoridad.
No tendría que ser necesario en una comunidad el presentar al superior. Sería
estupendo poder descubrir la autoridad, por uno mismo, sirviéndose de la indicación
ofrecida por Cristo...
Jesús antes de inclinar la espalda bajo la cruz, se ha inclinado para lavar los pies de los
discípulos. Y si, por su parte, ha aceptado el que alguien hiciera ese gesto con él,
añadiendo incluso perfumes, lo ha consentido como gesto profético en vistas del Calvario,
no después, como signo de reconocimiento.
Una autoridad no tiene derecho a mendigar comprensión, compasión o consuelo por el
hecho de que está obligada a llevar la cruz (como una compensación de daños, una
indemnización por la cruz). En este caso sería una autoridad humana, a pesar de las
apariencias.
Con esto no tengo intención de minimizar el peso de ciertas responsabilidades, faltaría
más. De hecho, estoy tan aterrorizado que busco el mantenerme lejos. Tengo miedo, lo
reconozco.
Sin embargo confieso que una autoridad me convence, no sólo cuando se llega a anular
(s'éffacer, como dicen los franceses) sino sobre todo cuando llega a cancelar (éffacer) la
cruz que lleva, quiero decir a no hacerla pasar sobre los demás.

5. Autoridad-servicio-cruz. Un equilibrio bastante delicado, sin duda. Sin embargo se


podría sintetizar así: el servicio de la autoridad no está en llevar la cruz. La autoridad lleva
efectivamente la cruz sólo en cuanto sirve. Es el servicio su modo de llevar la cruz, no al
contrario.
También porque el servicio es evidente, verificable. Elimina todas las dudas. Con el
servicio se controla realmente que la autoridad no está arriba.

6. A pesar de parecer impertinente, debo decir que comprendo mucho más a un superior
que al llegar la tarde se lamenta porque tiene la espalda rota de cansancio, que a un
superior que suspira por los fastidios originados por su cargo.
Quizá me equivoco. Y pido excusa por mi escasa sensibilidad.
Pero me convencen mucho más las personas con callos en las manos que las que están
llenas de preocupaciones.
Un superior que, al caer la tarde, se rinde por el cansancio, llega a conmoverme.
El que está desvelado me irrita.

7. «No ha de ser así entre vosotros». Debería ser una letanía que se repitiera hasta el
infinito en todas las comunidades que se llaman cristianas.
«No ha de ser así entre vosotros»...
¡Animo! repitamos continuamente esta fórmula. Es prodigiosa. Es un observatorio
importante. Un test, si nos gusta más.
Si nuestros comportamientos y nuestros espacios no son evangélicos, la frase nos
provoca una sensación de malestar. Incluso más: tenemos la impresión de chocar contra un
muro.
En cambio, si nuestras relaciones son lo contrario de una lógica de grandeza en sentido
humano, entonces la frase nos brota de la boca como un canto de júbilo. La alegría de
quien se ha abierto paso ganando el último puesto.
En definitiva, todo está en ver si después de haber recitado la fórmula «no ha de ser así
entre vosotros», añadimos «por desgracia» o bien «afortunadamente».
En el primer caso, por desgracia, no respiramos aire evangélico.
En el segundo, afortunadamente, demostramos haber comprendido la lección.

8. Como observa J. Delorme la insistencia sobre este punto denuncia claramente que Mc
siente una auténtica repugnancia por todas las manifestaciones de ambición, de arribismo
entre los cristianos. La búsqueda del poder, las camarillas que se forman en la comunidad,
especialmente cuando se sirven de Cristo como cobertura del egoísmo, debían haberlo
disgustado e indignado. Por otra parte no eran fenómenos raros en la iglesia primitiva.
Mc nos deja entrever, tras las líneas de su evangelio, una imagen ciertamente no
idealizada de la comunidad.
Hay que tenerlo en cuenta y estar en guardia también hoy.
El patrimonio cristiano que debemos salvar es también este: la lógica de la cruz.

9. ¿Y si Jesús, diciendo que debemos ser siervos de todos, además de indicarnos un


cambio en las jerarquías, quisiera habernos revelado el secreto para ser todos libres?

10. «Maestro, querríamos que hicieras lo que te vamos a pedir».


«No sabéis lo que pedís».
Hay que tenerlo presente en la oración.
Muchas veces tenemos la pretensión de hacer firmar a Dios un cheque en blanco. Pobre,
si se prestase a nuestro juego de astucia. Los perdedores seríamos nosotros. «No sabéis
lo que pedís».
Debe ser al contrario. Somos nosotros quienes en la oración, firmamos un cheque en
blanco. Dios, después, podrá hacernos conocer aquello a lo que nos hemos comprometido
«a ciegas».
Debemos convencernos de que hay que fiarse de lo que nos pedirá el Señor, más que de
lo que podamos pretender nosotros de él.
Su petición es mucho más ventajosa que nuestras pretensiones.
Paradójicamente tenemos todo que ganar cuando Dios no nos concede lo que queremos
que «haga por nosotros».
En otras palabras, el problema principal de la oración está en saber qué hay que pedir.

La acogida segura y ventajosa para nosotros, consiste en pasar de «reclamadores» a


«ser reclamados». Se trata de invertir los papeles.
La auténtica oración no es «queremos que tú hagas por nosotros cuanto te pedimos»,
sino «queremos hacer cuanto tú nos pidas».

CONFRONTACIONES

La democratización de la iglesia
no es garantía de autenticidad evangélica
Cuando Jesús denuncia el apetito de poder, lo hace en contraste con un cierto modelo
de gobierno. Por tanto, debemos desconfiar de todos los modelos políticos, cualesquiera
que sean, para definir la constitución de la iglesia. Esta no puede ser feudal, ni monárquica,
ni siquiera democrática, porque la democracia no suprime el instinto de poder. La
democratización de la iglesia, sin duda necesaria, no será sin embargo una garantía
automática de autenticidad evangélica. En efecto, el evangelio se coloca en otro nivel (J.
Delorme, o. c.).
Una comunidad en la que no exista
el cáncer del poder
El mundo es un mundo de esclavos, manipulados por fuerzas autoritarias que en el fondo
son demoníacas. Jesús no viene para quitar el «poder» a los que de hecho lo ejercen: en el
plano misterioso de Dios ellos continuarán ejerciendo el poder, más o menos opresivo,
hasta el fin de la historia. Sin embargo, Jesús desde ahora, inicia el rescate de la
humanidad, entregándose a sí mismo como víctima del poder y convirtiéndose él mismo en
«siervo» de todos. Es una liberación paradójica: su iglesia no deberá ofrecer al «poder
demoníaco» la alternativa de un «poder cristiano». Esta sería la más grande y peligrosa
tentación. Esta deberá existir como comunidad en cuyo seno no exista el cáncer del
«poder», ni el eclesiástico ni el civil. Solamente una comunidad de «servidores», sin
ambiciones políticas podrá ayudar eficazmente a la humanidad a liberarse de las fuerzas
que la oprimen (J.-M. González Ruiz, o. c.).

La obstinada solidaridad y Ia lógica de la cruz


Para prepararnos en la comprensión de la originalidad de la concepción cristiana de la
autoridad, Cristo se sirve de dos parangones, uno negativo y otro positivo. No concibáis la
autoridad -dice Jesús- y no la ejerzáis al estilo de los príncipes del mundo: en la medida en
que los modos con los que ejercéis vuestra autoridad se asemejen a los de otras
autoridades, sospechad de ella. Inspiraos, en cambio, en el ejemplo del hijo del hombre que
viene a servir, no a ser servido. Por tanto, la autoridad debe concebirse como el lugar en el
que la lógica de la cruz se hace más clara, sale a flote, y precisamente así es como la
autoridad encuentra su justificación.
Pero es el término «rescate» el que puede aclararnos aún mejor las ideas. Evoca un
contexto jurídico que todos conocemos: cuando un hombre cae en esclavitud y no puede
pagar el rescate, le toca a un pariente próximo sentirse obligado a pagar en su lugar. Es lo
que ha hecho Yahvé con Israel.
Lo que está en el primer plano no es la exigencia de justicia, una justicia que sea como
sea ha de ser llevada a cabo, aunque sea otro quien pague. En primer plano está la
«solidaridad»: el pariente no debe despreocuparse sino sentirse implicado y solidario hasta
llegar a sustituir al otro. Esta es la lógica de la cruz: la obstinada solidaridad, imitación y
prolongación de la alianza de Dios que se nos revela en Jesucristo. Este es el seguimiento
que todos deben vivir y la autoridad en primer lugar (B. Maggioni, o. c.).

El papa Juan decía... Los ambiciosos son las más ridículas y las más pobres criaturas
del mundo.
El Espíritu santo me ha elegido a mí. Se ve que quiere trabajar sólo.
Me parece a veces que soy un saco vacío que el Espíritu santo llena imprevistamente de
fuerza.
Hijo mío, no hay que llevarse mal rato por dos metros de tela (la púrpura) que cubren
tanta miseria...
Tener un alto grado en la jerarquía o no tenerlo, me es del todo indiferente. Esto me da
gran paz.
Cuando se ha pisado el orgullo y el amor propio se ha sometido, entonces se es capaz
de aceptar lo que el Señor nos pide y el alma permanece en paz para siempre.
Por lo poco, por lo nada que soy en la santa iglesia, ya tengo mi púrpura que es el
ponerme rojo por encontrarme en este puesto de honor y de responsabilidad, valiendo yo
tan poco.
Todo este ruido en torno a mí no me hace efecto.
No me cuesta nada el reconocer y repetir que yo no valgo nada.
A mi pobre fuente se acercan hombres de toda clase. Mi función es dar agua a todos.
Nada hay más noble y honroso en el mundo que el darse al servicio de los hermanos.
Me gusta repetir con el patriarca de Constantinopla: Yo soy el siervo de vuestra caridad.
Nadie conoce los caminos del futuro. En donde quiera que yo esté en el mundo, si alguno
de Bulgaria pasase ante mi casa, de noche, en condiciones angustiosas, este encontrará
mi ventana con una luz encendida. ¡Llama, llama! No te preguntaré si eres católico o no,
hermano de Bulgaria: basta, entra. Dos brazos hermanos te acogerán, un corazón cálido de
amigo te festejará (Juan XXIII).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 158-172)
........................
(1).«...ponte en pie, Jerusalén, que bebiste de la mano del Señor la copa de su ira, y apuraste hasta el fondo el
cuenco del vértigo» (Is 51, 17). Cf. también Jer 25, 15-29; 49, 12; Ez 23, 31-33; Zac 12, 2; Sal 10, 6; 59, 5:
74, 9.
(2).«Tus torrentes y tus olas me han arrollado» (Sal 41, 8). Cf. también Sal 68, 3.15.16.
(3).«Pero tengo que ser sumergido en las aguas y no veo la hora de que esto se cumpla» (Lc 12, 50). Pablo
desarrollará esta idea en Rom 6, 3: «¿Habéis olvidado que a todos nosotros, al bautizarnos para vincularnos
a Cristo Jesús, nos bautizaron para vincularnos a su muerte?». Cf. el término bapto, baptizo, a cargo de A.
Oepke, en Grande Lessico del Nuovo Testamento de G. Kittel y G. Friedrich, II. coll. 41 s. Parece que hay
que excluir la idea de que en este pasaje de Mc, Jesús haga alusión al martirio como «bautismo de
sangre».
(4).Lo cual es seguro en Santiago que, siguiendo a Hech 12, 2, habría sido matado por Herodes Agripa en torno
al 44, y por tanto bastante antes de que Mc escribiese su evangelio, en cambio el martirio de Juan no es
seguro. La noticia atribuida a Papías no es del todo fiable.
(5).J/SIERVO:En este sentido Jesús se presenta más bien como el «siervo doliente» vislumbrado en el
capítulo 53 de Isaías. «Es un siervo... en cuanto acoge sobre él el destino de dolor y de pecado de toda la
comunidad humana. Su servicio se actúa en la fidelidad radical y en la responsabilidad plena hacia los
hombres. Por eso la aceptación libre de su muerte violenta se convierte en el precio de liberación para
muchos, es decir. se convierte en el principio y el fundamento de ese proceso de liberación que afecta a una
multitud que tiene las dimensiones de la humanidad» (R. Fabris).
(6).Genesi Rabba (LVI, 15) relata esta oración de Abraham: «Dijo Abrahán: Soberano del mundo... yo te he
entregado mi corazón para cumplir tu beneplácito. Que te agrade, Señor Dios nuestro, para que cuando los
hijos de Isaac caigan en transgresiones y en acciones malas, te acuerdes en su favor de este sacrificio».
2-13 - CURACIÓN DEL CIEGO BARTIMEO EN JERICÓ
Mc/10/46-52 Mt/20/29-34 Lc/18/35-43
MIGRO/CIEGO-BARTIMEO

No ven al ciego
Es cierto que todos estamos un poco ciegos en el camino de Jericó. Sólo que muchos de
nosotros no estamos allí como Bartimeo para pedir, sino para sentar cátedra y dispensar
sabiduría.
Tienen bien ajustado el manto de su erudición.
De correr, nada, ¿dónde quedaría la dignidad?
Así, el hecho de que un pobre desgraciado recobre la vista, es algo irrelevante. Es sólo
un pretexto para hablar de otra cosa. Sin duda, cosas importantes, seguimiento, fe, oración,
secreto mesiánico. Pero no son capaces de ver al ciego que ha sido curado.
Algún estudioso llega a preguntarse con la máxima seriedad por qué Mc coloca en esta
parte de su evangelio este milagro. Está bien. Sería interesante que nos informasen en
donde lo habrían colocado ellos -en qué camino, en qué tiempo, incluso habrían encontrado
una enfermedad más conveniente-....
Evidentemente el hecho de que Jesús pase por aquel lugar teniendo que subir a
Jerusalén y se encuentre con un mendigo del lugar a las puertas de aquella ciudad -y no
otra- y cure a un ciego porque no ve y quiere ver, son razones todas ellas demasiado
banales... Debe existir otro motivo.
Y por eso nos enseñan qué es lo que pretende «aclarar», «enseñar» Jesús con aquella
curación. No se les pasa por la imaginación el sospechar que el Maestro se haya limitado a
devolver la vista a un ciego.
Como si Mc en vez de relatar el milagro, nos hubiera referido una lección misteriosa.
De esta forma, una vez más un relato -entre los más vivos y pintorescos- es embalsamado
en la rigidez del significado, envuelto en la interpretación alegórica y confiado a las
disquisiciones de los especialistas, antes de ofrecer a los lectores comunes la posibilidad de
acogerlo en su movimiento, gustarlo en la viveza de su desarrollo real.
Y un «pequeño», un «personaje menor» (¿pero no son estos los grandes para Jesús?) es
reducido a puro pretexto, utilizado para ilustrar determinadas verdades.
Según estos sabihondos, Bartimeo, más que estar reconocido a Jesús que ha tenido
compasión de su enfermedad, debería dar las gracias a Mc porque tenía necesidad de uno
como él en ese concreto punto de su evangelio.
Suerte que tanto al evangelista en virtud de su construcción teológica y al Maestro, por su
pedagogía, les convenía un ciego. De otro modo estaría todavía allí, envuelto o echado en
su manto, pidiendo limosna.
Se diría que una cierta deformación profesional lleva a algunos comentadores a acercarse
a esta página del evangelio con una mentalidad de... novela policíaca. Incluso ante las
cosas más sencillas, los detalles más naturales, ante la evidencia de la vida, están
preocupados por indagar qué hay detrás o qué se esconde debajo.
Parece que se avergüencen al pararse y admirar, como todos, para saborear y
conmoverse. Desconfían de la naturaleza. Se han vacunado contra la poesía. Desde hace
tiempo han exorcizado los sentimientos. Se muestran alérgicos a lo inmediato, sospechosos
ante la espontaneidad.
La densidad humana de ciertos episodios o de ciertos personajes no les interesa. Deben
buscar la punta de significados más sutiles.
Para afilar las herramientas de su oficio tienen necesidad de congelar el episodio y
sistematizarlo en los esquemas ya predispuestos de sus construcciones teóricas. Tienen
necesidad de que el hombre -debidamente inmovilizado y desangrado- se deje «tratar»
como una cobaya para sus sabias demostraciones.
Si fuera por ellos no se dignarían ni siquiera preguntar el nombre del ciego.
Más que alegrarse por el hecho de que ha vuelto a ver, están empeñados en hacernos
comprender qué debemos entender nosotros en todo este relato.
Por esta vez dejemos estos guías que querrían explicarnos qué ha sucedido realmente
en el camino de Jericó. Limitémonos a mirar sirviéndonos de nuestros ojos, de nuestra
inexperiencia. Mc es un narrador sorprendente. No perdamos el hilo de su narración.
El viaje de Jericó a Jerusalén es más bien desagradable -y peligroso-, dura algunas
horas.
No es sin duda blasfemo pensar que también Jesús haya recordado aquel episodio y
haya encontrado en él un cierto placer. El camino le parecería menos duro.

Una escena movida


Y pensar que Mc tiene una clara simpatía por este ciego. Nos refiere hasta el nombre, un
honor que (si se excluye el relato de la pasión) reserva sólo a los apóstoles y a Jairo.
Y además, dada la riqueza de detalles, debe haber reconstruido el episodio a través de
un testigo ocular o, al menos, de informaciones de primera mano.
No hay que excluir el que Bartimeo -del cual se dice al final que «lo siguió por el camino»
(v. 52)- fuera un cristiano bastante conocido en las primeras comunidades, e incluso que el
mismo Mc haya podido estar con él.
Al leer la escena, instintivamente la calificamos de «movida». Es interesante notar la
preponderancia de los verbos de movimiento.
Pero se advierte también un ritmo más rápido del normal. Se diría que Mc se deja llevar
por el ansia, por la prisa de contar. Así presenta a Jesús que llega y sale inmediatamente
de Jericó, sin entretenerse en la ciudad, a diferencia de Lc que coloca aquí la parada en
casa de Zaqueo.
Y además «su» Bartimeo pierde por el camino a su compañero de desgracia, que en
cambio Mt se preocupa de señalar (no era raro que en Oriente los ciegos fuesen por
parejas).
Además informa de que el ciego ha oído que era Jesús, habiéndose dejado en el tintero
el detalle de que, evidentemente, advertido el tumulto de la gente, había preguntado quién
era aquel personaje que desencadenaba una animación desacostumbrada.
Como si fuera poco, en el versículo 51 se deja escapar un verbo que nosotros libremente
hemos traducido «le dijo», pero que sería «respondió» (es decir, Mc con la prisa hace
responder a Jesús con una pregunta).
Y, aún más sorprendente es que Bartimeo dé un salto y corra olvidándose de que está
ciego. Y nos viene la sospecha de que el milagro ocurra por el camino, antes del encuentro.
Sea como fuere la curación resulta inequívocamente instantánea: «al momento recobró la
vista» (v. 52). Baste pensar, como contraste, en la curación progresiva, como cansada, del
ciego de Betsaida (8, 22-26).
Aquí, además, la gente tiene un papel importante. El evangelista subraya su volubilidad,
su oportunismo. De hecho, mientras al principio grita al andrajoso porque molesta el desfile
del cortejo, en cuanto se da cuenta de que el Maestro, en cambio, se interesa por él, se da
prisa en animarle («ánimo, levántate, que te llama» v. 49).
A la actitud prudente de la gente corresponde el comportamiento decidido de Bartimeo
que no duda en gritar, en hacer sentir su presencia, y cuando quieren que esté callado, por
toda respuesta se desgañita aún más.
Y además no hay que olvidar el detalle del manto arrojado, quizá porque le impedía
correr.
Se puede dejar traslucir una pizca de astucia, la capacidad de acelerar los tiempos, de
aprovechar la situación, de coger al vuelo la ocasión favorable, de hacer las conexiones
justas. Sin duda. Si hijo de David= Mesías, el Mesías debería ser aquel que -según Isaías-
devuelve la vista a los ciegos. Por tanto...
Jesús saca una conclusión de todo esto: «Anda, tu fe te ha curado» (v. 52). Es la misma
expresión dirigida a la hemorroisa (5, 34). Jesús pone el conjunto de gestos, de actitudes,
de iniciativas, de palabras del ciego, bajo un único común denominador: fe.
La tierra prometida es conquistada
abandonando Jericó
Pero no debemos olvidar la ambientación de la escena: Jericó y el camino.
La llamada «ciudad de las palmeras» es una de las más antiguas de Palestina (1). Fue
reconstruida -a pocos minutos de distancia de las ruinas antiguas (2)- por Herodes el
Grande, que murió allí, y embellecida con cierta suntuosidad por su hijo Arquelao.
Es la ciudad más baja del mundo, encontrándose a trescientos metros bajo el nivel del
mar, en la depresión del valle del Jordán, al norte del Mar Muerto.
Está separada de Jerusalén por el desierto de Judá, atravesado por un camino
impracticable de unos 37 kilómetros (en donde Lc ambienta la parábola del Samaritano).
Hay estacionada una guarnición romana.
Es un oasis fertilísimo. Respecto de Jerusalén suele tener una temperatura de unos 10
grados más de calor. Lo cual, especialmente en el período invernal y de lluvias, representa
una gran ventaja.
Jericó se convierte de este modo en una estación de descanso muy frecuentada.
Lagrange, como buen francés, no duda en calificarla la Niza de Judea.
Especialmente en el período de primavera -el tiempo del viaje de Jesús- su llanura, con
sus famosos jardines, presenta un panorama inolvidable.
Sin embargo, este cuadro sugestivo está atravesado por el camino áspero que sube
hacia Jerusalén.
Jesús parece tener prisa (en definitiva es él, más que Mc quien apresura el tiempo). No
puede detenerse para gozar de este espectáculo encantador. La meta es otra y él debe
conseguirla, aunque no sea ciertamente muy halagüeña. Jericó se puede convertir en la
tentación del descanso. Por ello entra, pero para salir inmediatamente, como si temiera la
seducción.
Por otra parte, precisamente en el camino, de una manera que se diría precipitada,
realiza el último milagro de curación señalado por Mc.
No creo que el simbolismo esté en el abrir los ojos (como si el seguimiento, en esta fase
decisiva, comporte la necesidad de ver claro).
El simbolismo está en el milagro, independientemente del tipo de curación. De hecho
Jesús parece querer dejar este último signo de poder, antes de revestirse voluntariamente
con la debilidad de la pasión. No es un débil el que se entrega en manos de los enemigos.
Es el «fuerte» que cree que hay que vencer con la debilidad y la derrota.
Creo que ha dado en la clave Lohmeyer cuando define este relato como un «episodio
regio». Sí, Jesús asume una actitud regia. Baste pensar en el gesto de mandar llamar al
mendigo. Pues bien, este rey va a sentarse en un trono de infamia.
«Y lo siguió por el camino» (v. 52). Un discípulo más. En un momento importante
Bartimeo ha comprendido que aquella no era la estación del descanso.
En Jericó entonces debía haber muchos curiosos, muchos ociosos. Estos acompañan a
Jesús durante un trozo del camino, lo acompañan hasta el límite de «la ciudad de las
palmeras» Cuando el camino se adentra en el desierto, se vuelven hacia el oasis
reconfortante.
Solamente el ciego se encuentra con fuerza para afrontar aquel itinerario tan poco
turístico.
Indudablemente es una amonestación para todos aquellos que pretenden seguir a Jesús.

La tierra prometida, por esta vez, se puede conseguir no conquistando, sino


abandonando de prisa Jericó.

PROVOCACIONES

1. Era de esperar. Discuten si el manto le tenía puesto o le servía para acostarse o


recoger la limosna.
En todo caso, el hecho de arrojarlo, cualquiera que fuera su uso precedente, adquiere un
relieve excepcional.
Es un gesto de grandeza, de señor.
Lo deja. Que lo recoja quien quiera.
Aquel manto representa el espacio en que le han colocado, el puesto que le han
asignado. Por exigencias de orden. Tú estás ciego, procura no estorbar demasiado. Estate
allí, tranquilo, te concedemos explotar tu enfermedad para ganarte la vida con las limosnas.
Pero a un lado, al borde del camino, debes dejar libre el camino.
Este, sin embargo, en un momento se pone de pie e irrumpe en el centro del camino.
Es la insurrección. La libertad recobrada. LBT/RUTINA RUTINA/LIBERTAD:
Se cura en el instante mismo en que decide correr hacia Jesús.
Este es el milagro. Romper la barrera de la gente, los cordones de las costumbres, las
líneas de las convenciones sociales, rechazar los papeles impuestos, entrar en escena en
el momento no señalado por el apuntador, abrirse paso hasta Jesús: esto y no otra cosa
significa «salvación».
El paso de estar al margen para lanzarse hacia el centro, hacia la verdad del propio ser,
es el momento de la gracia. Saludado, festivamente, por el lanzamiento del manto.
Todo comienza en este momento.

2 Pero no ha sido sólo el manto (en el fondo, el discípulo, llamado para seguir al Maestro,
debe dejar siempre algo. Uno la barca y otro, como Bartimeo, el manto).
Bartimeo es uno que ha aprendido a gritar. Antes aun de recuperar la vista ha
recuperado el grito. Con ello ha vuelto a la infancia, más aún al nacimiento.
Sí, en el camino de Jericó asistimos a un nacimiento.
Cuando el niño viene al mundo anuncia su presencia poniéndose a gritar. Aquel grito
rompe la calma. Molesta. Y rápidamente los adultos acuden, preocupados, abrumados por
esos chillidos que disturban y arruinan el descanso. Todos a callar al rebelde, con cualquier
medio, incluso con los gestos (como la gente con Bartimeo). Debe aprender, el pequeño,
las reglas del vivir, el adecuarse. Es decir, renunciar al grito para acompasar su voz al
concierto general. La partitura ha sido ya escrita para él. No se puede desafinar. Ninguna
nota fuera de partitura. Debe adecuarse.
Pero el ciego ha decidido nacer de nuevo.
Por esto grita, a pesar de disturbar la armonía de la procesión, de dar la nota
desentonada del concierto.
En el fondo es él quien infunde ánimos a los que se acercan para confortarlo (nótese que
los demás llegan a darle ánimos después que él ha descubierto al verdadero consolador).
Les hace ver que la salvación para todos consiste en hacer que la voz llegue al que está
pasando.
Una voz quizá áspera, desesperada. Pero que es la nuestra. No del coro.

3. Jesús ama a los hombres como este. No ama a la multitud. Y no ama a los que se
esconden entre la gente.
Ama a Bartimeo, porque éste no duda en gritar a pleno pulmón lo que los otros se limitan
a susurrar: Mesías.
No teme comprometerse, exagerar.
La gente, tanto aquí en Jericó como en Jerusalén, se contenta con hacer fiesta, acudir
llena de curiosidad. Se agita pero no se mueve. Está en efervescencia, pero no se decide.
Son actitudes estériles que no producen frutos, como la higuera, que será por eso
maldecida.
Bartimeo, en cambio, sale fuera, al descubierto.

CONFRONTACIONES
Por qué los ojos abiertos
Inmediatamente antes del relato de la pasión, Mc muestra una vez más a sus lectores lo
que quiere decir fe y seguir a Jesús. Por orden tenemos: el ciego que ora con
perseverancia, que pide a pesar de los obstáculos, que es confortado, que corre al
encuentro de Jesús, que se deja interrogar por él, que se abren sus ojos, que lo sigue por
el camino. Sólo en donde el hombre tiene los ojos abiertos por una acción milagrosa de
Dios que le permite ver lo que acontece en Jesús y puede «seguirlo por el camino»,
comprende aquello de lo que hay que hablar ahora: el camino del hijo del hombre hacia el
sufrimiento (E. Schweizer o. c.).

Demasiadas cosas
bailan ante nuestros ojos CEGUERA/INTERIORIDAD INTA/CEGUERA
Una de las razones que nos impiden ser auténticamente nosotros mismos y encontrar
nuestro camino es el no comprender hasta qué punto estamos ciegos.
...Pero la tragedia está en el hecho de que no somos conscientes de nuestra ceguera:
demasiadas cosas bailan ante nuestros ojos para que nosotros nos demos cuenta del
invisible que no sabemos ver. Vivimos en un mundo de cosas que captan nuestra atención
y se imponen: no tenemos necesidad de afirmarlas: están ahí. Lo que es invisible, en
cambio, no se impone, debemos buscarlo y descubrirlo. El mundo exterior pretende nuestra
atención: Dios se dirige a nosotros con discreción...
...Ciegos por el universo de los objetos, olvidamos que éste no agota la profundidad del
hombre...
...Ser incapaces de percibir lo invisible, o ver sólo el mundo de la experiencia, quiere
decir quedarse fuera del mundo de la experiencia, quiere decir quedar fuera del pleno
conocimiento, fuera de la experiencia de la realidad total que es el mundo en Dios y Dios en
el corazón del mundo. El ciego Bartimeo era dolorosamente consciente porque, privado de
la luz de los ojos, no podía captar el mundo visible. Podía alzar su grito desesperado al
Señor, sentía con una esperanza llena de angustia que la salvación pasaba junto a él
porque se sentía extraño y separado de ella. Pero todos nosotros, con demasiada
frecuencia, no somos capaces de llamar a Dios así, porque ni siquiera advertimos cuánto
nos empobrece la incapacidad de ver el mundo en su horizonte total -el único horizonte que
puede dar verdadera realidad al mismo mundo visible. ¡Si sólo pudiéramos aprender a estar
ciegos ante el mundo visible de tal forma que viéramos el más allá, lo profundo, lo invisible,
en nosotros y en torno a nosotros, difusa y penetrante presencia en todas las cosas! A.
·Bloom-A, Itinerario, Brescia 1975).
..........................
(1) Recordemos la ciudad cananea, anatematizada por Josué. En ella estaba la casa de Rahab, la prostituta,
que ha hospedado a los emisarios de Josué. Puede leerse, a este respecto, el encantador volumen de T. Riebel,
Les trompettes de Jéricho, Taizé 1968.
(2) Por tanto, en la práctica, había dos Jericó. La vieja -una gran barriada-, y a poca distancia, la nueva. Esto
podría explicar el hecho de que Lc sitúa el episodio a la entrada de la ciudad y no a la salida, en contraste con
Mc. Quizá Jesús ha encontrado a Bartimeo a la salida de la Jericó antigua (y por tanto tiene razón Mc) y mientras
se acercaba a la Jericó nueva (y también tendría razón Lc).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 174-181)

2-14 - ENTRADA EN JERUSALÉN


Mc/11/01-11 Mt/21/01-11 Lc/19/28-40 Jn/12/12-16
JERUSALEN/ENTRADA

Cumplimiento
La quinta y sexta etapa del itinerario de Jesús se coloca en Jerusalén, capital religiosa y
política.
Es el tiempo del cumplimiento.
Si, hasta ahora, Jesús se ha preocupado esencialmente de preparar a los discípulos, de
invitarles a la comprensión del misterio de su persona y de su misión, aquí se muestra
dispuesto a la realización.
Esta se desarrolla en dos tiempos:
-conflicto con Jerusalén (quinta etapa: capítulos 11-13),
-pasion-resurrección (sexta etapa: capítulos 14-16).
Mc se encuentra con bastante material a su disposición. Y como -a diferencia de Jn que
presenta diversas visitas de Jesús a la ciudad santa- refiere una única estancia en
Jerusalén, se ve obligado a condensarlo y ordenarlo en el brevísimo período
inmediatamente precedente a la pasión.
Y por eso nos ofrece una de sus típicas organizaciones del tiempo y del espacio.
Por tanto, la acción de Jesús se desarrolla:
-dentro de la ciudad (más en concreto, casi siempre en el centro: el templo)
-fuera de la ciudad (monte de los Olivos - Betania).
Hay que notar entre otras cosas dos polos: Jerusalén-Betania.
En la capital Jesús permanece solamente durante el día. Pasa la noche en Betania. Se
diría que teme la obscuridad de Jerusalén. La única noche que pasará en Jerusalén será la
de la pasión.
En cuanto al tiempo, Mc lo organiza (para la quinta etapa) en tres jornadas. Así:
Primer día. Entrada en Jerusalén. Rápida inspección en el templo (11, 1-11).
Segundo día. Purificación del templo, enmarcada en el episodio de la maldición de la
higuera estéril (11, 12-19).
Tercer día. Explicación de la maldición de la higuera (11, 20-25).
-Controversias que tienen por protagonistas, escribas, fariseos, sumos sacerdotes,
saduceos. Son cinco, como habían sido también cinco las entabladas en Galilea, al
comienzo de la misión (11, 27-12, 44).
-Predicción de la destrucción de Jerusalén y gran discurso escatológico (capítulo 13).
Como se ve el tercer día resulta el más sobrecargado. Pero no olvidemos que se trata de
una elaboración de Mc con evidentes fines teológicos.
Aquí, realmente, más que la preocupación de reconstruir cronológicamente los hechos en
su sucesión, debe prevalecer la comprensión del significado de los acontecimientos. «En
efecto, se trata -como subraya R. Schnackenburg- de un relato tan fuertemente teologizado,
que es una empresa casi desesperada buscar en él un exacto desarrollo de los hechos y su
importancia histórica, así como el pensamiento de la gente que tomó parte y la impresión
registrada de la opinión pública».

Una representación con muchos interrogantes


La representación está bastante cuidada en los preparativos, y es un poco aproximativa
en la ambientación geográfica. El óptimo director Mc una vez más, cuando se trata de
nombres de localidades, termina por desorientarnos en vez de ayudarnos.
Betfagé, de hecho, está más cerca de Jerusalén (casi un suburbio). Betania dista unos
tres kilómetros.
Podemos reconstruir de esta forma sin dejarnos distraer por las indicaciones
aproximativas del evangelista. Viniendo de Jericó, Jesús debe haberse encontrado antes, a
mano izquierda, con Betania. Betfagé la tenía de frente, en la cima del monte. El asno, por
tanto, debería haber sido «requisado» en Betfagé (1).
Toda la escena tiene como trasfondo -aunque Mc no lo cita expresamente- un pasaje del
profeta Zacarías:

Alégrate, ciudad de Sión; aclama, Jerusalén;


mira a tu rey que está llegando:
justo, victorioso, humilde,
cabalgando un asno, una cría de borrica (Zac 9, 9).

Eligiendo este tipo de cabalgadura, Jesús pretende resaltar el significado pacífico,


asegurador, de su acción. No es el príncipe guerrero que viene a conquistar con la fuerza
(el caballo era el animal más adaptado para ese fin), sino un príncipe de paz, que trae la
salvación.
También el monte de los Olivos, que se eleva al este de Jerusalén, a unos 800 metros de
altura, está unido a la profecía: «Aquel día asentará los pies sobre el monte de los Olivos»
(Zac 14, 4). El anuncio se refería al día final, pero se había extendido la creencia de que
también el Mesías aparecería en aquella localidad.
Incluso el detalle del borrico «que nadie ha montado todavía» (v. 2) -es decir que no
había sido utilizado ni para las personas ni para el transporte de carga- tiene su
importancia. Se trata de un animal «puesto aparte», reservado, en un cierto sentido
sagrado, como las bestias que debían servir para los sacrificios en el templo.
Como el borrico no había sido montado todavía, no tenía albarda. Por eso los discípulos
ponen los mantos en la grupa para aliviar a Jesús las incomodidades de una posición
ciertamente no muy confortable. Un honor, por otra parte, que era reservado a los
personajes considerados, incluso cuando la cabalgadura tenía silla (normalmente dura).
En cambio, el gesto de extender los mantos por el camino, puede recordar el episodio de
la entronización del rey Jehú: «Inmediatamente cogió cada uno su manto y lo echó a los
pies de Jehú sobre los escalones» (2 Re 9, 13). Aquí, sin embargo, nos deja un poco
perplejos desde el momento en que Jesús pasa montado en el asno.
A pesar de todo, el significado simbólico tradicional es bastante transparente: se trata de
una especie de acto de vasallaje. Poniendo a los pies del rey los propios vestidos, se
esperaba que él los recubriera con su misma gloria, y además que tomara la defensa de su
pueblo y asegurara la justicia.
Más plausible es en cambio la alfombra a lo largo del recorrido formada por hojas y
ramas verdes cortadas de los campos.
El cortejo en el que Jesús va en medio quizá estuviera formado por peregrinos que
subían a Jerusalén para la fiesta. No parece probable, siguiendo a Mc que la gente hubiera
salido de la ciudad para venir a su encuentro.
Hay que tener en cuenta algunos términos. «Señor» (v. 3) es más bien insólito en Mc.
Quizá tiene razón E. Schweizer cuando lanza la hipótesis que en boca de Jesús debió
aparecer una expresión de este género: «nuestro Maestro lo necesita». Solamente la
iglesia primitiva habría puesto en evidencia que Jesús es el Señor absoluto y de hecho en
todo el episodio se comporta como Señor (1).
L. Cerfaux explica, por su parte: «San Marcos no habría podido decirnos más claramente
que para él marana-Kyrios es el título que conviene a Jesús gracias a su dignidad de
Rey-Mesías. La entrada en Jerusalén fue la única entronización terrestre que Jesús
conoció. Cuando más tarde se recuerda este hecho, se considera como símbolo de su
triunfo celeste o mejor de su parusía futura».
Finalmente las aclamaciones. Hosanna deriva del hebreo hosci'ana: «salva, pues»,
«oye, ayúdanos». Se trata de una invocación de la ayuda divina, contenida en el salmo
118, 25 (3) En tiempo de Jesús, sin embargo, como más tarde en la liturgia, hosanna se
había convertido en una simple aclamación, una expresión de júbilo y entusiasmo (como
aleluya).
Parece extraña la expresión «nuestro padre David». El calificativo de «padre», en efecto,
estaba reservado a los patriarcas, en particular a Abraham. Solamente en Mc aparece la
frase «el reino que llega, el de nuestro padre David» (v. 10). Para los judíos el reino futuro,
que viene, es siempre el de Dios.
El versículo 10 puede interpretarse: «sálvanos tú que estás en lo más alto del cielo» (4).
La jornada se concluye con la visita al templo.
J/MIRADA: «Dio un vistazo a todo alrededor...» (v. 11). No. No es la mirada curiosa del
turista, atónito frente a aquella maravilla. Lo decía muy secamente Loisy: «Marcos no
presenta al Salvador como un provinciano que ve por primera vez la ciudad santa y el
templo de Dios: quiere sencillamente preparar la escena para el día siguiente».
Nos encontramos también con la famosa mirada circular de Jesús que ya hemos
subrayado en otras circunstancias.
Ciertamente su llegada a Jerusalén está bajo el signo del cumplimiento de las profecías
mesiánicas. Pero toda visita de Dios es una especie de juicio, determina necesariamente
una sacudida profunda, una purificación dolorosa.
Se trata de poner orden allí donde los hombres han revuelto todo.
Jesús se da cuenta de la situación con una mirada rápida. La explicación exacta de todo
nos viene dada en el detalle «era ya tarde» (V. 11).
Por tanto la acción se deja para el día siguiente.
De todas formas la «operación limpieza» ya había comenzado con aquella mirada.

Un triunfo, pero sólo para los que


son capaces de ver
Podemos plantear ahora algunos interrogantes. ¿Qué valor asume esta entrada de Jesús
en Jerusalén? ¿Se le puede atribuir un significado mesiánico? ¿La gente que ha
participado lo ha entendido de verdad en este sentido? ¿Cuál ha sido realmente el alcance
de este episodio, qué dimensiones efectivas ha tenido en la realidad histórica?
No es fácil de responder.
Hay algo que parece fuera de discusión.
Sin duda Jesús ha querido dar a este suceso una entonación mesiánica.
Parece como si, al acercarse el fin, el Maestro rompiera la indecisión y se manifestase
abiertamente tal como es. No impone ya el silencio sobre su propia identidad. Así como ha
permitido al ciego Bartimeo llamarle con el apelativo «hijo de David», así también aquí no
manda callar las aclamaciones y los «hosanna» de la gente.
No sólo esto, sino que toma la iniciativa para los preparativos. En el detalle del borrico no
duda en demostrar su propia previsión y se comporta como «señor».
La misma primera inspección del templo, aunque rápida por fuerza, denuncia claramente
la actitud de quien se siente investido de una misión particular.
Todo esto, sin embargo, siempre con la preocupación de corregir cualquier interpretación
errónea en sentido triunfalista y terrestre de su mesianidad.
Por lo que aparece la grandeza, pero también la modestia, el triunfo junto a la humildad,
la afirmación de un derecho acompañado por un estilo de discreción, la fuerza y la
debilidad, un salir al descubierto y un ocultarse al mismo tiempo...
En calidad de soberano, requisa autoritariamente una cabalgadura, pero se preocupa de
asegurar que es para un servicio limitado, no para poseerla definitivamente. La restituirá
pocas horas después.
El que cabalga es el Mesías, pero sin poder, pobre.
En cuanto a la gente, es difícil demostrar que haya querido tributarle honores mesiánicos
y mucho menos que haya hecho una profesión explícita de fe en tal sentido.
La expresión «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (v. 9) se utilizaba
como fórmula de bendición o de augurio a cualquier peregrino que hiciera su entrada en el
templo.
Que después estas aclamaciones, repetidas, hayan atizado un ansia mesiánica, no debe
extrañarnos. Bastaba muy poco para encender en la gente este tipo de esperanza.
Pero en el caso de Jesús debe haber sido un episodio de proporciones modestas. Si no
irrelevante, ciertamente no clamoroso. Según parece el cortejo se ha desarrollado fuera de
Jerusalén, y por el relato de Mc se saca la impresión de que se ha disuelto antes de entrar
en la ciudad. No olvidemos que las autoridades romanas, especialmente con ocasión de las
fiestas, estaban alerta, dispuestas a sofocar el inicio de cualquier manifestación que
pudiera turbar el orden público. Aquí sin embargo no han tenido que intervenir.
Tampoco durante el proceso hay alguna alusión a este episodio. Lo cual es, por lo
menos, extraño.
Evidentemente ha sido la iglesia primitiva la que reflexionando sobre este hecho, ha
descubierto -sucesivamente- todas las características de una manifestación mesiánica. Es
decir, el significado profundo y el alcance del acontecimiento han sido captados en un
segundo tiempo, a la luz de la fe pascual (sólo Jesús podía ser considerado, con pleno
derecho, el enviado de Dios por excelencia «el que viene en nombre del Señor»). Así ha
sido revivido el acontecimiento y comprendido cuando ya había pasado (no una profecía
por tanto, sino una lectura post eventum). Los protagonistas, es decir los discípulos, no se
han dado cuenta de las dimensiones simbólicas de aquel cortejo en el que habían
participado.
Una vez más, por tanto, se puede afirmar que Jesús se revela escondiéndose, se
manifiesta, pero sólo para los que tienen oídos para escuchar y ojos para ver.
Todo esto es sintetizado perfectamente por un estudioso que afirma: «El modo que ha
elegido para su entrada era muy adaptado para declarar su dignidad mesiánica a los que
estaban abiertos a comprenderla y al mismo tiempo para esconderla a los demás»
(Dobschutz).

PROVOCACIONES

1. Aquel sí que es el cortejo de la incomprensión. De la incomunicación.


La gente grita, aclama, entusiasmada. Pero se tiene la impresión de que las invocaciones
se dirigen a otro Mesías, no a aquel que cabalga en el borrico.
Y Jesús debe darse cuenta de que las expresiones que se le dirigen son las justas,
exactas. Pero salen equivocadas.
El, ciertamente, las entiende en el sentido justo. El hecho es que nacen mal, estropeadas
de raíz. Inconcebibles desde el punto de vista de la ortodoxia y, por tanto, inaceptables.
El contraste, insanable, está en las intenciones (un pensamiento verdaderamente
incómodo: pueden existir oraciones bellísimas, ceremonias y fiestas «muy logradas». Pero
el Señor entiende otra cosa. Hemos dicho lo que estaba establecido y nos hemos
equivocado totalmente...).
Quizá Jesús no se haya jamás sentido tan solo como en medio de aquella gente.
Apretado por todas partes. Sin embargo, distante. Muy lejano.

2. El Señor tiene necesidad de ti. CR/BORRICO BORRICO/CR:


Tiene necesidad de un «borrico por horas».
Nada más que esto.
Si estuviéramos convencidos, estaríamos siempre disponibles, sin tomarnos demasiado
en serio y sin darnos aires de importancia.
Aquel borrico debería entrar con todo derecho en un tratado sobre la humildad.
Ser el borrico que está allí, dispuesto a ser utilizado como, cuando y cuanto quiera él, y
después devuelto, porque ya no sirve más, y está contento pues el triunfo es de otro, él
vuelve a su puesto, «junto a la puerta», no pretende el primer plano de la televisión, un
borrico sin importancia, pero siempre dispuesto en el caso de que volviera a ser requisado,
siempre para un servicio y no para un premio.
Un borrico que entre otras cosas tiene el gran mérito de estar callado.
Debemos meternos en la cabeza que el Señor tiene necesidad sólo de un borrico por
horas.
Mientras que nosotros no podemos prescindir de él ni siquiera un instante.

3. Durante toda la escena Jesús no habla.


Sus últimas palabras se refieren a los preparativos.
Durante el cortejo y sobre todo en la visita al templo, no dice una palabra.
Está absorto en mirar. En ver, no las piedras del edificio sagrado, sino el ánimo de
aquellos que están dentro. No los colores del conjunto, sino los rostros.
Toda la acción en el templo durante aquella tarde consiste en observar.
Estos silencios y estas miradas de Jesús dan miedo.
El silencio de Dios es más inquietante que cualquier palabra suya.
El signo de su ausencia. Mejor, de su extrañeza. El no tiene nada que hacer con lo que
traman los hombres allí dentro.
Y cuanto más los hombres se afanan en hablar en su nombre, más él calla para
desmentirlos.
Pueden existir los profetas que alzan la voz para decir que Dios no está de acuerdo con
este desorden.
Cuando faltan los profetas o bien se esconden, Dios mismo interviene directamente
para... callar.
Si nos queda un poco de conciencia intacta, debería bastarnos la comprobación de que
«dio un vistazo a todo alrededor» para lanzarnos a aprovechar «porque ya era tarde».
Hemos empleado años para tramar toda esa serie de complicaciones.
Dios, en el fondo, nos concede aún una dilación.
Una noche de insomnio, quizá sea suficiente para poner un poco de orden en nuestra
casa.

4. Señor, estábamos todos. ¿Te has dado cuenta de qué fiestas, qué cantos, qué
participación?
...Y tú buscas a alguno.
Pretendes algo.
Cesa la fiesta, cae la noche y tú vienes a buscarme precisamente a mí.
¿Qué quieres aún de mí? También yo estaba en medio de la gente, ¿no te has dado
cuenta?
Sin duda.
Debería haberlo sabido.
Las procesiones representan la ocasión para ver, para «desalojar» a alguno. El que le
sirve. Para después.

CONFRONTACIONES

Casi una crucifixión


Para Jesús esta entrada había sido ciertamente casi como una crucifixión. No podía
existir la mínima comunión entre el que cabalgaba y el pueblo que gritaba. El pueblo
pensaba en algo muy distinto al sufrimiento y a la muerte del hijo del hombre, al que no
pertenecía ni siquiera el animal que montaba, que no poseía la más pequeña potencia
terrena y cuya conducta probaba que los pensamientos y los caminos de Dios, son distintos
de los pensamientos y de los caminos de los hombres. Se comprende que, algunos días
después, el pueblo debía descontar a su héroe esta breve hora de entusiasmo (G. Dehn, o.
c.).

La gente no se entusiasma jamás por la verdad


GENTE/MASA/VERDAD MASA/GENTE/VERDAD VERDAD/MASA-GENTE
La gente en cuanto gente no es capaz de captar un mensaje espiritual.
Cuando una multitud (un gran número reunido en el mismo lugar) o bien un público (un
gran número diseminado en lugares distintos) se encienden, no están jamás por la verdad.
Lo menos que puede pasar es que la verdad sea acogida como un prejuicio. Una multitud
se guía por las leyes de la física. Amar a la multitud, es decir a los individuos que la
componen, significa antes de nada, tomar distancias.
Se diría que Jesús tema las adhesiones superficiales porque sabe de qué están hechas.
¿Ha aprendido esta ciencia en su aldea?...
...EI mensaje se dirige no a la gente en cuanto gente, sino a cada individuo en medio de
la gente. Este opera sobre todo con distanciamientos y rompe los condicionamientos.
IDEOLOGIA/POLITICA POLITICA/IDEOLOGIA
La ideología y la política son los que captan a la gente en cuanto multitud. Es su función.
Halagar a la multitud, amarla persiguiendo a través de ella, los propios fines: estamos ante
un desprecio con apariencias de amor. Si Jesús la sacude lo hace para sacar hombres
libres. El se encuentra siempre cara a cara con un rostro. Pasar del sueño y de la
alienación al despertar, de modo que sea posible la acogida y la adhesión real: esta parece
ser su ley.
Mc lo ve ante la multitud, enfrentado, rompiendo las cristalizaciones sentimentales.
Cuidado, podréis pagarlo caro...
...Eclipsarse, ir a contrapelo: esto entra en las costumbres del Nazareno...
La lógica del evangelio es el pequeño número. La salvación universal pero de una
conciencia a otra. Cualquier sistema de sugestión o de presión para captar a los hombres
como masa, por medio de reflejos, fuera de la adhesión interior, va contra el procedimiento
típico del evangelio.
Está bien el recordarlo. El evangelio de Mc hace necesario el de Jn. Desde la mirada a la
interioridad.
La paradoja inserta en el centro del mensaje es esta: los milagros son hechos de poder a
partir de los cuales Jesús intenta revelar la humildad y la debilidad de Dios. Es claro intuir
que el milagro de la iglesia, es decir su fuerza, tendrá sentido sólo si es recusada (J.
Sulivan, Mattutino, Torino 1979).
.....................
(1) Algunos padres de la Iglesia -apoyándose en Gén 49, 11- sostienen que el asno estaba atado a una vid.
(2) Hay estudiosos que aventuran una traducción distinta y dicen: «El amo (del asno) lo necesita». Desde el
punto de vista de la coherencia del relato, la hipótesis es sostenible. En un pueblo se conocen todos y se
sabe todo de todos. Alguno está allí por casualidad y se siente autorizado para pedir explicaciones a los dos
forasteros de su acción. Estos, entonces, se presentan como enviados por el amo (que quizá estaba junto a
Jesús). Y tiene cuidado en asegurar que, después del breve servicio, el asno volverá a su puesto.
(3) El salmo formaba parte del Hallel que era cantado, en un contexto litúrgico, en las fiestas solemnes. Algún
estudioso, analizando algunos detalles (introduciendo las palmas) sostiene que la entrada de Jesús en
Jerusalén se encuadraría mejor en el contexto de la fiesta de las cabañas -por tanto estaríamos en otoño o
quizá en la fiesta de la reconsagración del altar del templo, la HaNouCaH, que se celebraba en diciembre y
que duraba ocho días. Admitiendo esta hipotesis Jesús se habría detenido algunos meses en Jerusalén,
hasta la pascua siguiente, permaneciendo preferentemente en Betania.
(4) Alguno, en cambio, interpreta el grito popular como «¡sálvanos de los romanos!» porque en arameo las
expresiones «de los romanos» y «en las alturas» son muy semejantes. Desde un punto de vista filológico
puede ser. Mucho menos en la realidad de los hechos. Resulta difícil imaginar que los romanos hayan
dejado transcurrir una manifestación popular jalonada con un eslogan como este. Intervenían por mucho menos...

2-15 - MALDICIÓN DE LA HIGUERA ESTÉRIL


Y PURIFICACIÓN DEL TEMPLO.
FE Y ORACIÓN
Mc/11/12-26 Mt/21/12-22 Lc/19/45-48 Jn/02/14-16
HIGUERA/MALDICION TEMPLO/PURIFICACION

La botánica no sirve
Mc nos ofrece un típico «procedimiento de encaje», un relato encajado en otro episodio
que le sirve de marco y, como veremos, en cierto sentido lo explica.
A diferencia de Mt y Lc que colocan la expulsión de los mercaderes del templo el mismo
día de la entrada, él la deja para el día siguiente, quizá para acentuar la peculiaridad.
Además engloba esta acción de Jesús en un gesto más bien extraño: el de la maldición de
la higuera estéril.
Propiamente hablando el episodio de la higuera estéril se cierra con el versículo 21 y
encuadra la purificación del templo (v. 15-19).
Los dichos sobre la fe y la oración son un añadido cuya unión con cuanto precede es más
bien formal.
El episodio de la higuera resulta bastante embarazoso. Y Mc no hace nada por volverlo
más digerible. Este detalle -«no era tiempo de higos» (v. 13)- no concede ningún atenuante
al absurdo de la cuestión.
Se diría que todos los estudiosos intentan justificar a Jesús.
Un intento laudable, el suyo. Pero que esconde la convicción de que el Maestro se ha
dejado traicionar por los nervios, ha cedido a un impulso de ira, realizando un gesto
inconsiderado. Por tanto, ellos serían las personas con la cabeza sobre los hombros y
buscan remediar ese dislate, dispuestas incluso a resarcir los daños provocados por esa
cabezonada.
Para comenzar muchos exegetas se han lanzado a la búsqueda de aquellos higos que
Jesús no había podido encontrar.
A este propósito, Lagrange profundiza en todos los conocimientos de botánica palestina.
Sostiene que sobre el lado oriental del monte de los Olivos, la vegetación se adelanta al
menos quince días en relación a las otras partes, pues se ve favorecida por el siroco y
protegida contra los vientos fríos. Pero aquí estamos entre marzo y abril y los higos maduran
al final del verano.
Otros estudiosos hablan de higos primerizos o higos-flores, que algunas veces aparecen
en la planta aun antes de las primeras hojas. Pero también estos tienen la costumbre de
madurar en junio (cuando salen... porque habitualmente caen a tierra y el árbol queda sólo
con las hojas).
Otros sostienen que se trata de higos dejados en el árbol en la recolección anterior. Sin
tener en cuenta que es improbable el que hayan pasado indemnes los meses de invierno (la
zona no está desprovista de chicos voraces...).
Y no faltan quienes, con observaciones minuciosas, dicen que los orientales comen a
veces frutos verdes. Inmediatamente desmentidos por quienes precisan que eso es cierto
en algunos casos -por ejemplo en las uvas y en las almendras, comidas con piel por su
característico gusto ácido no ciertamente para los higos que cuando están verdes resultan
amargos. Sólo un pilluelo con mucha hambre atrasada podría arriesgarse a hincarles los
dientes. Pero es bastante improbable que el hambre de Jesús llegase a estos límites
(mucho más si era por la mañana y venía de una casa de amigos).
Un monseñor, bastante conocido en el campo bíblico, concluye secamente que
obstinarse en presentar a Jesús a la búsqueda de higos en pascua significa atribuirle un
gusto muy extravagante.
Fallido, por tanto, el intento de justificación sirviéndose de la botánica, los comentaristas
han tomado en sus manos las herramientas de su oficio y han sistematizado el episodio
según los esquemas de las distintas escuelas. Alguno lo confina entre las leyendas, otros lo
clasifican como una parábola con las variantes «parábola en acción», «parábola
historizada», «parábola dramatizada» (1).
No es el momento de embrollarnos en tales discusiones. Además Mc parece darnos a
entender que nos proporciona una enigma inquietante, paradójico, con el objeto de solicitar
de nosotros una reflexión siempre abierta. Más que tranquilizarnos, parece que quiere
insinuarnos una inquietud profunda. Animo, buscad profundamente...
Se puede excluir, por tanto, que el gesto de Jesús haya que atribuirle al hambre. Por lo
que habría reaccionado con un pequeño enfado debido a la desilusión de no encontrar con
qué saciarse. Sería banal y hasta vulgar.
Nos encontramos, indudablemente, ante la sentencia de muerte pronunciada contra el
árbol. Es sorprendente que el único milagro realizado por Jesús en Jerusalén sea una
maldición. Y es también significativo que la punición no llegue a los hombres (se trata de
una dura advertencia para ellos y por tanto de una invitación a la revisión). Juan
Crisóstomo ha subrayado este aspecto: la única vez en que Jesús ejerce su poder de
castigar no lo hace sobre los hombres.
SIGNO/SIMBOLO/PRTIA: Otro punto firme: «Los discípulos lo oyeron» (v. 14). Por tanto
Jesús quiere dar una lección, hacer entender algo. Estamos en el campo de la enseñanza.
Y el Maestro se explica con un gesto simbólico, con una acción que tiene un significado
preciso. Con frecuencia los profetas recurrían a este tipo de signos. A Isaías, durante un
período de tres años -aunque de forma intermitente- le han visto pasearse desnudo y
descalzo por las calles (Is 20, 2-5). Ajías de Siló se quita el manto nuevo y lo rasga en doce
pedazos, ofreciéndole después diez trozos a Jeroboán (I Re 11, 29-33). Oseas recibe la
orden de tomar por mujer a una prostituta (Os 1-3). La gente ve a Jeremías pasar por las
calles de Jerusalén con un yugo atado a las espaldas y le escarnecen e insultan (Jer
27-28). Ya antes el mismo profeta había sido protagonista de otra acción un tanto extraña:
ponerse un cinturón nuevo. Después de colocárselo el Señor le había mandado esconderlo
en una hendidura de un río. Cuando le dice que lo vaya a buscar se lo encuentra gastado e
inservible (Jer 13). Toda la misión de Ezequiel está salteada de acciones simbólicas. Baste
pensar en el rollo del libro que debe ingerir y masticar (Ez 3), en el adobe (Ez 4), en
afeitarse la barba con una espada y después colocarla en una balanza y la consiguiente
sacudida y quema (Ez 5), en el episodio que presenta al profeta mientras prepara su ajuar y
al atardecer con él a la espalda va al destierro y pasa a través de un boquete en el muro de
la ciudad (Ez 12).
Como observa R. Schnackenburg «son parábolas de hechos, alegorías en acción, que
no sólo quieren aclarar una idea, sino también aludir a un acontecimiento, presentarlo y
anunciarlo de forma eficaz. Se trata de profecías de desventuras y de condena, no de
simples oráculos que preven el futuro, sino de prefiguraciones que crean lo que ha de venir
(von Rad) manifestando un acontecimiento querido por Dios y que en aquel momento
comienza ya».
No hay que extrañarse de que Jesús adopte, por tanto, en aquella circunstancia ese
estilo profético.
Por eso la cuestión más importante no está en el hecho en sí (histórico o no, tomado al
pie de la letra o bien como fábula que presenta una moraleja). Se trata, más bien, de sacar
el significado. Más que concretar qué ha pasado debemos preguntarnos qué mensaje
quería comunicársenos.
La clave de todo me parece que está en el término «fruto». No interesa saber si Jesús
tenía o no hambre. Debemos captar sobre todo su acercarse al árbol con la esperanza de
encontrar fruto.
Por otra parte los higos son frutos característicos de la tierra prometida (2). Y la higuera,
junto con la vid, en la tradición bíblica ha simbolizado siempre el pueblo de la alianza que
da fruto.
La escena, por tanto, asume un relieve particular.
Jesús se acerca a la higuera, como se ha acercado a Jerusalén, para «ver si encontraba
algo» (v. 13).
Su desilusión ha sido ya anticipada por Jeremías:
«Si intento cosecharlos -oráculo del Señor-
no hay racimos en la vid ni higos en la higuera,
la hoja está seca; los entregaré a la esclavitud» (Jer 8, 13).
Y Miqueas:
«¡Ay de mi! Me sucede como al que rebusca
terminada la vendimia:
no quedan racimos que comer
ni brevas, que tanto me gustan» (Miq 7, 1).
Con su maldición Jesús, ignorando a propósito las estaciones, quiere impresionar a sus
discípulos y a nosotros.
-El judaísmo no ha sido capaz de ofrecer los frutos que él esperaba (3).
-A esto debemos añadir el episodio siguiente. Planta estéril es también el templo. El
abundante follaje -ceremonias, sacrificios, oraciones- no llega a ocultar la desoladora falta
de frutos de justicia, atención al prójimo, conducta según Dios. El Maestro, incluso en la
semiobscuridad de la tarde precedente, ha podido captar que allí dentro no había lo que
debería haber. Tantas cosas, no las que él buscaba (y aquí no había problema de
estaciones...). Los frutos eran sólo de mercaderes y de quienes les apoyaban (4).
-Planta estéril puede ser también la gente que corre llena de curiosidad, aclama, se deja
transportar por el entusiasmo, pero que sus sentimientos permanecen ambiguos porque no
llevan a comprometerse con él, a seguirlo.

La purificación del templo


Es considerada habitualmente como una de las acciones más importantes realizadas por
Jesús. Uno de los episodios más significativos, de esos que quedan en la memoria y son
citados frecuentemente incluso por quien no frecuenta la iglesia -¡sobre todo por estos!-.
Pero no se dice que sea uno de los episodios más fáciles de comprender. Ni se presta a
utilizaciones cómodas. Es necesario sobre todo profundizarlo en todas sus dimensiones,
para no ceder a la tentación de visiones reducidas y de intentos polémicos.
Resulta importante, por eso, antes de nada, localizar la escena, revivirla en su ambiente
natural. Captar por tanto las dimensiones del gesto. En definitiva, comprender el
significado.

1. Ambientación. Teatro del episodio es el gran atrio exterior del templo, llamado también
«patio de los paganos». Estaba cerrado por un muro que delimitaba los patios siguientes,
reservados sólo a los israelitas (el de las mujeres, el de los hombres y el de los
sacerdotes).
Aquel muro de separación no podía ser pasado por los incircuncisos, ni siquiera por los
ocupantes romanos, que ya es decir. Un cartel advertía severamente: «Ningún extranjero
debe pasar la valla ni la reja que circundan el santuario. Quien ose hacerlo, se atendrá a
las consecuencias de su culpa, la muerte».
El patio de los paganos, caracterizado por un pórtico que se extendía a lo largo de todo el
muro perimetral, podría recordar el aspecto y la animación de una plaza de un santuario
nuestro, meta de peregrinaciones .
Especialmente en las fiestas judías era un auténtico mercado. Se podía encontrar todo lo
que servía para los sacrificios y las ofrendas. Se vendía aceite, sal y vino. Los puestos,
probablemente, estaban situados al cubierto, bajo los pórticos.
En el centro los animales: bueyes y corderos.
Mc alude a los «puestos de los que vendían palomas». Estos animales constituían la
oferta de los pobres especialmente en los distintos ritos de purificación (de la mujer, de los
leprosos etc.).
También las mesas de los cambistas tenían su función. Los judíos de la diáspora,
residentes en el extranjero, al venir a Jerusalén, también debían pagar la tasa anual para el
templo. Se encontraban por tanto en la necesidad de cambiar sus monedas en las únicas
que eran válidas para el tributo al templo: las judías y el viejo siclo de Tiro. Naturalmente
los cambistas se quedaban con el interés y daban un tanto por ciento a las autoridades
religiosas que les autorizaban para aquel servicio.
Todo el comercio, por tanto, tenía una justificación religiosa.
Era en vistas del culto. Perfectamente legal, autorizado. Y, además de para los
mercaderes, constituía una pingüe fuente de ingresos para la clase sacerdotal.
Por si fuera poco, el patio de los paganos también era atravesado por quienes no
entraban en el templo, pero debían pasar de una zona a otra de la ciudad. En definitiva, era
un atajo que ahorraba un buen trozo de camino. Por eso no era raro ver gente que lo
recorría llevando en las espaldas las cargas más variadas.
Sin meternos en más detalles no será difícil sacar la impresión dominante de confusión,
de agitación. La majestad del lugar sagrado, que debía expresar la presencia divina, estaba
saturada por el ruido y el desorden que caracterizaban aquel ambiente.
Lagrange habla de mercaderes que saqueaban literalmente a los peregrinos «como
sucede en la Meca».
Cierto que las voces no deberían ser todas litúrgicas y no todo eran bendiciones, dado
que los comerciantes no pensaban en otra cosa que en vender caro y los compradores
trataban de defenderse con empeño...
La confusión llegaba a cotas inimaginables con ocasión de las grandes festividades, por
la presencia de decenas de miles de peregrinos venidos de todas partes (5).

2. Dimensiones del acontecimiento. El gesto realizado por Jesús quizá haya sido menos
espectacular de lo que generalmente se cree.
Y esto por dos motivos. En primer lugar, el mercado era de proporciones tan vastas que
se habría necesitado mucho tiempo y sobre todo se habría necesitado un «comando»
formado por muchas personas para provocar destrozos de cierta consideración.
Bastará un dato significativo. Un negociante que se llamaba Raba gen Buba,
contemporáneo de Herodes el Grande, una vez presentó sobre la explanada del templo
algo así como tres mil cabezas de ganado menor, poniéndoles a disposición para los
sacrificios.
Además el comisario del templo -que en la escala jerárquica seguía inmediatamente al
sumo sacerdote- no habría tardado en dar la orden de intervención al cuerpo de guardia
que tenía en las propias dependencias, si la acción de Jesús hubiera asumido proporciones
tales que disturbasen el desarrollo... de los negocios.
Por si fuera poco, desde lo alto de la fortaleza Antonia, vigilaban los centinelas romanos.
En el caso de una escaramuza de tumulto que amenazase el orden público, se habría
recurrido a la fuerza para sofocarla de raíz.
Parece que nadie se ha movido. Ni hay rastros del incidente en el proceso.
Evidentemente Jesús más que otra cosa ha hecho un acto demostrativo limitado en las
proporciones externas. En definitiva, una acción simbólica. Sin duda un hecho histórico,
pero mucho más importante por el significado que por sus dimensiones. De tal modo que
inquietase a las autoridades religiosas sobre todo por sus consecuencias.
Los daños en sí son limitados (un pequeño foco de protesta, algún puesto tirado, algunos
vendedores mal tratados, unos pocos animales asustados). Pero la operación es
considerada inquietante por las consecuencias que podría acarrear.
«Los sumos sacerdotes y los letrados se enteraron; como le tenían miedo, porque todo el
mundo estaba asombrado de su enseñanza, buscaban la manera de acabar con él» (v. 18).
Es significativo el «se enteraron». Indudablemente el episodio ha sido la última gota que ha
desencadenado la sentencia de muerte («buscaban la manera de acabar con él»). Pero el
acento se pone sobre las palabras más que sobre los hechos («se enteraron»... «todo el
mundo estaba asombrado de su enseñanza»). Lo que molesta, más aún, da miedo, es la
novedad de su mensaje. La enseñanza es subversiva. Las acciones son consideradas
peligrosas no por sus proporciones, relativamente modestas, casi irrelevantes, sino porque
son «lecciones» que todos comprenden. Los gestos en sí no tienen importancia. Pero
llevan lejos. Y esto es lo que se quiere impedir.

3. El significado del episodio. Es precisado de forma bastante transparente por Jesús a


través de:

-su acción,
-una doble cita bíblica
-una prohibición

Veamos los distintos aspectos.

a) No se puede minimizar el hecho de que Jesús se haya enojado contra los vendedores
(algunos vendedores), haya contestado el mercado.
La purificación del templo comienza limpiando el terreno de comercio y de intereses,
ocultos o manifiestos.
Viene a la mente una profecía de Zacarías:
«Aquel día los cascabeles de los caballos llevarán escrito: "Consagrado al Señor"; los
calderos del templo serán como los aspersorios del altar. Todos los calderos de Jerusalén y
Judá estarán consagrados al Señor. Los que vengan a ofrecer sacrificios los usarán para
guisar en ellos. Y ya no habrá mercaderes en el templo del Señor de los ejércitos aquel
día» (Zac 14, 20-21).
El templo se convierte en casa del Señor sólo cuando son expulsados los mercaderes. El
comercio, incluso el que tiene por fin el culto y la gloria de Dios, termina por obscurecer la
grandeza y hacer olvidar la gratuidad del don.
«Oíd, sedientos todos, acudid por agua,
también los que no tenéis dinero:
venid, comprad trigo, comed sin pagar;
vino y leche de balde» (Is 55, 1).

Jesús denuncia el equívoco que consiste en utilizar el nombre de Dios para hacer
prosperar -directamente o por «concesiones a terceros»- los propios negocios.
Reconsagra el templo, llevándole al culto de la gratuidad.

b) «¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos?» (v. 17).
Después de haber realizado el gesto de expulsar a los mercaderes, Jesús se explica con
palabras, que deben precisar mejor su programa. La primera cita es de Isaías (56, 7).
El templo es esencialmente lugar de oración. Ya los profetas habían tenido expresiones
candentes contra el culto puramente exterior, formalista. Sin embargo, el acento se pone
aquí sobre el hecho del templo abierto a «todos los pueblos». Por lo cual debe cesar todo
tipo de discriminación. La presencia de Dios no conoce barreras de pueblos. Nadie puede
reivindicar el monopolio.
La oración, encuentro con Dios, se convierte en «lugar» de encuentro con los hombres.
Muy diverso de muros de separación...
«En donde se realiza el encuentro con Dios, allí surge el verdadero santuario y no tiene
ya razón de ser el mercado ni el tráfico del templo» (R. Fabris).
«La presencia de Dios es un hecho universal y es una presencia para todos, también
para los rechazados. Si Dios juzga a Israel es porque se ha cerrado y no quiere abrirse al
Mesías y a los pueblos. No se considera ya una realidad abierta, disponible» (B. Maggioni).

Si la purificación del templo consiste antes de nada en reafirmar la gratuidad del don de
Dios contra toda especulación mercantil, quiere decir que se subraya la amplitud de ese
don contra cualquier intento de acaparamiento, contra toda visión particularista, exclusivista
de la fe. Nadie tiene el derecho de apropiarse a Dios.

c) «...Vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos» (v. 17).


La expresión «cueva de bandidos» -mejor, de ladrones- no se refiere necesariamente al
mercado y al tráfico que se desarrolla a la sombra del templo. Se refiere más bien a un
cierto tipo de religiosidad.
La actitud que Jesús condena entresacar del párrafo de Jeremías del que está tomada la
cita: CV/JUICIO JUICIO/CV CULTO/COMPROMISO CSO/CULTO:

«Ponte a la puerta del templo y proclama allí:


Escuchad, judíos, la palabra del Señor,
los que entráis por estas puertas a adorar al Señor,
así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel:
Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones,
y habitaré con vosotros en este lugar;
no os hagáis ilusiones con razones falsas, repitiendo:
"el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor".
Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones,
si juzgáis rectamente los pleitos,
si no explotáis al emigrante, al huérfano y a la viuda,
si no derramáis sangre inocente en este lugar,
si no seguís a dioses extranjeros, para vuestro mal,
entonces habitaré con vosotros en este lugar...
Os hacéis ilusiones con razones falsas, que no sirven:
¿de modo que robáis, matáis, cometéis adulterio,
juráis en falso, quemáis incienso a Baal,
seguís a dioses extranjeros y desconocidos,
y después entráis a presentaros ante mí
en este templo que lleva mi nombre,
y decís: "estamos salvados",
para seguir cometiendo tales abominaciones?
¿Creéis que es una cueva de bandidos
este templo que lleva mi nombre?
Atención, que yo lo he visto...» (Jer 7, 2-11).

El pueblo ofrece sacrificios, participa en grandiosas ceremonias y se siente tranquilo:


«Estamos salvados». Es decir: «El Señor está con nosotros». Jeremías replica sin vacilar:
«No. El Señor está con vosotros sólo cuando estáis con él, es decir cuando vuestra
conducta es conforme a su voluntad». No se va al templo para obtener una especie de
impunidad, para comprar un buen puesto de seguridad. Hay que convertirse.
Con Dios no se comercia como se hace con los vendedores para el sacrificio.
No se enderezan las cosas torcidas con cualquier salmo. Las cosas torcidas sólo se
enderezan... mejorándolas.
No se puede ir en peregrinación al templo y después continuar robando, explotando,
calumniando al prójimo.
No se puede ser sinceros con Dios cuando se engaña a los propios semejantes.
Dios no acepta las genuflexiones de quien pisotea la justicia.
No consiente que se sustituya con un «homenaje religioso» lo que es debido al prójimo.
«Enmendad vuestra conducta y vuestras acciones...»
No se va a la iglesia para huir de las exigencias éticas más comprometidas, sino
precisamente para tomar conciencia de las propias responsabilidades.
En otras palabras, lo que es condenado es el templo como refugio (esta es la cueva, la
caverna que oculta a los delincuentes de un justo castigo).
Lo que se desautoriza es el aspecto tranquilizador de las prácticas religiosas.
Lo que se denuncia es la piedad como coartada. Por la que uno puede ilusionarse de ir a
la casa del Señor a revalidar con alguna oración u ofrenda -una conducta
fundamentalmente mala y contraria a las exigencias de justicia, honradez y caridad hacia el
prójimo.
Un culto de este género es un culto mentiroso y la seguridad que proporciona es una
falsa seguridad.
En este sentido la purificación del templo se traduce en desenmascarar la hipocresía de
las personas religiosas que creen «poner en regla» sus acciones poco limpias con el
Señor, obteniendo, por el pago de alguna «práctica», un certificado de buena conciencia.
Jesús deja intuir, refiriéndose a Jeremías, que el problema es el modificar la conducta, no
el multiplicar las invocaciones o aumentar las ofrendas.
La alternativa al templo «cueva de bandidos» es el templo abierto, no ciertamente a las
personas perfectas, sino a las personas que quieren vivir en la fidelidad, en la claridad y
sinceridad y que buscan en Dios no un «cómplice» dispuesto a cerrar los ojos ante ciertos
hechos, sino uno que guía sobre el camino de la rectitud.

d) «Y no consentía que nadie transportase objetos atravesando por el templo» (v. 16).
Jesús -como dice J. Delorme- devuelve al templo su destino sagrado, liquidando todas
las actividades profanas.
También el Talmud tiene una prohibición de este género, cuando advierte que nadie
debe subir «al monte del templo ni con zapatos ni con bolsa ni con polvo en los pies; que no
reduzca la vía del templo a un atajo y mucho menos que escupa en él» (berak. 54 a).
La prohibición, repetida por Jesús, la podemos también ver en clave simbólica. El templo
no es un atajo. Es decir la oración, el culto no dispensa del duro trabajo de los hombres.
Se va a rezar no para ser aligerados de la carga. El templo no sirve para acortar el
camino, para reducir las dificultades, sino para dar un sentido al camino del hombre.
Podremos decir: se prohíbe el «paso» a una religión como forma de evasión de los rudos
compromisos terrestres, a una religión como deserción de la vida.
No se pasa por el templo para sustraerse de ciertos pesos, sino más bien para
cargárselos. La religión no ofrece facilidades, dispensas en relación a la vida de todos.
La persona religiosa no es quien dispone de una vereda privilegiada respecto al camino
común de los hombres. Y el templo no amortigua el impacto de la ruda realidad de la
existencia.
Más bien, el culto se convierte en algo serio sólo cuando la vida es aceptada como algo
serio.

Conclusiones
La acción simbólica de purificación realizada por Jesús no se puede reducir a un ataque
contra la gestión administrativa del templo, sino que interesa a todos «los que lo
frecuentan» de todas las épocas.
Ni puede ser interpretada como una simple reforma litúrgica, con la denuncia de algún
abuso.
Su gesto es también un «signo anunciador del futuro».
«Jesús purifica el santuario para el reino de Dios que viene» (G. Bornkamm).
«El verdadero templo será la comunidad escatológica» (R. Schnackenburg) abierta a
todos los pueblos.
Hay que evitar, sin embargo, dos excesos opuestos en la interpretación de la purificación
del templo.
Jesús, para usar un lenguaje hoy de moda, no ha intentado desacralizar o descultualizar,
pero tampoco sacralizar.
No ha abolido el templo y sus liturgias en nombre de un culto puramente espiritual que
haría inútil cualquier manifestación externa y que podría ser sustituido por obras de caridad
y por un compromiso social.
El templo tiene su validez y debe continuar siendo frecuentado, aunque de otro modo,
con otro espíritu.
Pero Jesús no ha querido tampoco «sacralizar» el templo, reduciéndole a un espacio
rigurosamente reservado, protegido, circundado por un recinto, una especie de cordón
sanitario espiritual.
Jesús no ha querido levantar un muro que pusiera al templo al reparo de la vida cotidiana
y no lo dejase contaminar con el mundo profano.
Como ha precisado R. Schnackenburg, «se trata de un modo nuevo y diverso de adorar
a Dios, de una conversión moral, del cumplimiento de la voluntad divina en la vida personal
y social...».
Desde este momento ya no es concebible un culto a Dios separado de la vida en medio
del mundo y del servicio a los hombres. Se requiere un nuevo modo de orar mediante una
inmediata y confiada relación con el «Padre», una adoración a Dios «en espíritu y en
verdad». Un auténtico culto a Dios al que deben conducir la oración y el canto, la liturgia de
la palabra y la celebración de la eucaristía, consiste en la vida cristiana, en el testimonio del
amor, en la renuncia a los propios egoísmos. Llevar la propia existencia material como «un
sacrificio viviente, santo y agradable a Dios» es el culto espiritual que se exige de los
cristianos, una liturgia de la vida de cada día en medio del mundo.
Jesús ha liberado el templo de las hipotecas de quienes los utilizaban para los propios
intereses egoístas y también de las trabas de una concepción demasiado mezquina y
formalista de la religiosidad en la que anidaban consideraciones ciertamente no conformes
a la voluntad de Dios, no para sustraerlo de la vida y confinarlo en una zona «neutra», sino
por el contrario para restituirlo a la vida.
La purificación realizada se refiere a los elementos que no se concilian con la santidad de
Dios, no ciertamente todo aquello relativo a la vida concreta de los hombres.
Un culto para ser sincero y auténtico, tiene siempre necesidad de una vida en seriedad.
La adoración a Dios debe traducirse en una urgencia de amor al prójimo.
De la higuera seca
hasta mover montañas
Después de haber terminado la operación de limpieza del templo, Jesús, junto con los
suyos, sale de la ciudad (v. 19). No es sólo una medida de precaución. Se puede percibir el
signo de una ruptura irreparable. Cristo se aparta definitivamente de aquel mundo.
Sin embargo, la jornada en cierto sentido se concluye sólo a la mañana siguiente, con la
comprobación de los efectos de la maldición de la higuera. Una especie de reconocimiento
oficial y de comprobación del cadáver de la planta. «Al pasar por la mañana vieron la
higuera seca de raíz» (v. 20). Es improbable que los apóstoles hayan llegado a controlar
este dato (de raíz). Pero tratándose de una «parábola en acción», el significado resulta
transparente: el mundo que no acoge a Jesús, que se cierra a su mensaje está ya
condenado fundamentalmente a la esterilidad, se revela «radicalmente» incapaz de llevar
los frutos que Dios espera.
Pedro (6) confirma lo que ha pasado: «Maestro, mira, la higuera que maldijiste está
seca» (v. 21).
La respuesta de Jesús parece que está fuera de tema. En efecto, no ofrece la explicación
del episodio en sí (quizá estuviera ya bastante clara por lo que habían visto el día antes en
el templo), sino que se interna en el campo de la fe, de la oración, del perdón.
Indudablemente estos «dichos» pueden también haber sido obra redaccional. Mc
dirigiéndose a la primera comunidad cristiana, debe haber colocado en el presente contexto
narrativo algunas sentencias pronunciadas por Jesús en otras circunstancias, para
subrayar que al poder (dunamis) de la palabra de Jesús manifestado en el episodio de la
higuera, corresponde otro poder (dunamis), la fe del cristiano, que se expresa sobre todo
en la oración.
Pero quizá la cercanía no se da sólo a este nivel. Hay que descender a las raíces. Las
raíces reclaman la idea de la linfa vital. Solamente la fe es capaz de devolver la vida al viejo
árbol condenado a muerte.
A partir de ahora, cualquier árbol está destinado a la esterilidad, recibe la maldición de la
falta de fruto, si no está atravesado por esta linfa.
Por tanto una vez más estamos ante una «construcción didáctica» (provocada por una
reflexión llevada aparte, con los discípulos, sobre un acontecimiento precedente), en gran
parte entrevelada y cuya inserción no es sin duda postiza. Resulta, por el contrario, un
conjunto plenamente coherente.
FE/QUÉ-ES Pero veamos de qué fe se trata. «Tened fe en Dios» (v. 22) amonesta
Jesús.
Es la fe que no encuentra el propio punto de apoyo en los recursos humanos, sino
únicamente en el poder y en la fidelidad de Dios. «No realiza lo que parece imposible en
base a la fuerza propia, sino que pone en movimiento, por así decir, la condescendiente
omnipotencia de Dios» (J. Schmid).
En el pasaje referido de Mc no se habla de cantidad, de fe más o menos grande, sino de
fe sin dudas, sin vacilaciones, sin cálculos humanos. La condición esencial es la expresada
por «no con reservas interiores» (v. 23). E. Schweizer tiene a este respecto una página
estupenda:
«Ya no es la dimensión o la cualidad de la fe o de la penetración teológica lo que tiene un
valor decisivo: la palabra de Jesús transfiere el discurso desde el plano de la cantidad, de
la medida en más o menos, al hecho desnudo de una fe a la que se promete todo,
precisamente porque no espera nada por sí misma, sino que espera que todo le venga de
Dios. Ciertamente esto incluye también que sepa orar para que se haga no su voluntad sino
la de Dios.
«En la forma del texto de Mc la "fe" es definida como un "no dudar" y esto es cierto,
especialmente si recordamos que el término griego que quiere decir "dudar" contiene la
idea de "estar dividido"; tal "duda", contrapuesta al carácter "simple" (indiviso) de la fe,
describe al hombre en su naturaleza dividida, en su pendular entre Dios por una parte y
todas las otras posibles e imaginables ideas por otra».
Para indicar la fuerza de esta fe «indivisa», Jesús utiliza una expresión más bien familiar
en la literatura judía. «Mover montañas» era una frase hiperbólica con la que se indicaba la
remoción de un obstáculo considerado como irremovible, de una situación particularmente
difícil. El rabino que era capaz de quebrar todas las dificultades era llamado por eso
«movedor de montañas».
No debemos pensar, por tanto, en una fe «caprichosa», que se sirve del nombre de Dios
para realizar milagros inútiles y espectaculares.
No se puede disponer de Dios a capricho.
El poder de Dios puede invocarse sólo en el ámbito de su plan, es decir del espíritu del
Señor. Ya Hugo de San Víctor había advertido que sin un motivo de utilidad, no se es capaz
de mover una brizna, no una montaña...
La fe nos introduce en el discurso sobre la oración.
El que cree, necesariamente reza. Y como la fe excluye la duda, así la oración excluye la
inseguridad de ser escuchada.
Lejos de estar anhelante y preocupado, el creyente que ora aparece tranquilo y confiado,
porque «os la han concedido» (v.24) cualquier cosa, en el acto mismo de pedir, más aún
antes incluso, antes de poder verificar los resultados de su petición.
Parece vislumbrarse, en las palabras de Jesús, una insinuación a la oración que va mas
allá de cada uno. Es la comunidad misma -el nuevo templo, la nueva casa de oración, el
nuevo lugar en el que Dios habita- la que es poderosa cuando reza.
Y es todavía más significativo, en esta visión comunitaria, el nexo entre oración y perdón
dado y obtenido (v. 25).
Las palabras finales quieren decir -según la observación de E.Schweizer- que una
correcta relación con Dios incluye siempre una correcta relación con el prójimo.
Cito las observaciones conclusivas de R. Fabris:
«La fe, presentada como total confianza en Dios, sin división e incertidumbre, no es una
técnica para capturar el poder divino y plegarlo a los caprichos irracionales o fantásticos del
hombre. Es total apertura y disponibilidad a la acción de Dios, al cumplimiento de su
proyecto. Con esta condición también la oración tiene la misma eficacia y poder que la fe
que la sostiene. La seriedad religioso de la oración, que no se puede confundir con un
pueril deseo humano de omnipotencia, está confirmada por la otra sentencia sobre el
perdón. Como la fe plena, también el perdón y la reconciliación fraterna es condición
indispensable para una oración abierta al don del Padre celestial.
Nos debe llamar la atención el hecho de que el evangelista Mc tan sobrio, por no decir
avaro, en referir las sentencias de Jesús fuera de los contextos narrativos, haya tenido
cuidado en reproducir estas dos palabras de Jesús transmitidas también por la tradición de
Mt y Lc.
Esto debe hacernos reflexionar sobre la importancia que la tradición cristiana primitiva
daba a los dos temas de la oración y del perdón fraterno. La comunidad auténtica es la
caracterizada por una fe radical en Dios que se expresa en una oración confiada, hecha en
un clima de auténtica comunión fraterna. El don por excelencia del amor de Dios es el
perdón, es decir esa experiencia de acogida que reporta confianza y abre el futuro.
Esto se convierte en modelo y estímulo de nuevas relaciones y de una nueva actitud de
la comunidad creyente (cf. Ef 4, 32).
Del actual enlace literario entre los dos versículos y el episodio del templo se puede
deducir que la comunidad es para Mc la verdadera casa de oración del futuro, el nuevo
templo abierto a todos los hombres que están dispuestos a encontrar a Dios en la fe».

PROVOCACIONES
CULTO/MERCADO:

1. El punto de vista peor en la escena de la expulsión de los mercaderes del templo es,
sin duda, el del espectador que «no tiene que ver» con cuanto sucede.
Instintivamente se pone a un lado, sobre una grada, aparte. Ve con una mal disimulada
complacencia a Jesús dejando la plaza limpia.
Ya. La cosa se refiere siempre a los otros. Quizá los curas con sus aranceles por bodas y
funerales; o los que venden medallas en los comercios cercanos a los santuarios...
Nosotros estamos allí de pasada. Y comentamos «bien hecho les está», «ya lo había yo
dicho siempre, que era una vergüenza, algo intolerable».
Con una actitud de este tipo no captamos el significado del episodio. Somos como los
centinelas romanos de la torre Antonia, que no medimos la importancia del acontecimiento.

Nadie puede creerse dispensado de aquella limpieza.


¿Quién de nosotros está seguro de no ser un frecuentador «abusivo» del templo?
¿Quién puede sostener que no ha ido alguna vez a comerciar con Dios?
¿Quién no se ha dirigido jamás a la iglesia sólo para sentirse bien, tranquilo?
El gesto de Jesús se comprende sólo si nos colocamos entre los destinatarios de su ira.
El templo está «purificado» -ahora que han sido echados los mercaderes- sólo a
condición de que no entren los que se consideran «puros».

2. Lo que impresiona en las palabras de Jesús es la alternativa inexorable entre «casa de


oración» y «cueva de bandidos».
No hay posición intermedia.
El templo que no es «casa de oración» se convierte inevitablemente en «cueva de
bandidos».
Si no se celebra la liturgia de la gratuidad del don de Dios, se celebra el mercado.
O los ritos de Dios o los del dinero.
No hay franjas neutrales o tierra de nadie, o territorios en los que coexisten los intereses
de los hombres con la gloria divina que revela el absoluto de Dios y sus exigencias
implacables.
Jesús no dice: «Ya que no sois capaces de orar como se debe, intentad al menos estar
un poco más recogidos». «Ya que habéis preparado vuestros puestos, intentad al menos
no estorbar las funciones sagradas» (o bien «dad al menos una oferta más generosa para
las obras parroquiales»). «Ya que sois deshonestos e injustos, dad al menos alguna
limosna».
En el lenguaje de Jesús no existe al menos.
En su desmesurada bondad no encuentran sitio concesiones de este tipo.
Jesús no pone carteles a la puerta del templo, como se hacía a la entrada de las iglesias
hasta hace poco: «mangas hasta el codo; faldas al menos hasta la rodilla». Él más bien
habla de cortar la mano y la pierna si es ocasión de escándalo...
«Por respeto al lugar sagrado», Jesús no pide por favor. Echa fuera.
O, alguna vez, hace algo peor: se va él.
No está dicho que las funciones solemnes, los cantos, las bellas liturgias, interesen
siempre al destinatario.
No está dicho que cuando su casa está llena de gente, esté necesariamente presente el
dueño de la casa.
«No podemos decir que cuando vamos a la iglesia, también Dios va» (Noordmann).

3. En el fondo, el mercado consiste en utilizar el nombre de Dios para operaciones en


las que interviene el dinero. Una especie de etiqueta sagrada que debería esconder los
productos de la actividad humana. Una cobertura divina sobre tratos e intereses mezquinos.

Mercader no es solo el que saca ganancias del templo, sino también quien saca
honores, carrera, títulos, privilegios.

4. No les ha echado porque eran mercaderes deshonestos, sino porque eran mercaderes
en el templo.
La condena no se refería a su moralidad sino a su negocio.
Su culpa no consistía en el modo, sino en el hecho de comerciar.
Los echa fuera no porque se comportan mal, sino porque están allí.

5. Sería interesante hacer el experimento. El espectáculo que se presenta ante los ojos
de Jesús visto con los ojos de ciertos observadores religiosos de nuestro tiempo.
Apuesto que alguno, escribiendo quizá en el periódico diocesano, lo definiría como «una
grandiosa manifestación de fe», «una conmovedora e imponente participación del pueblo».

Los más exigentes, quizá, notarían algún abuso, un poco de desorden.


Pero fundamentalmente sería interpretado como un signo consolador del despertar
religioso.
Todos estos, evidentemente, cuando se habla de higos, piensan enseguida en la belleza
de las hojas.

6. La pena es que todo estaba bien. Todo legal, autorizado, justificado. Permisos en
regla. Respetados los reglamentos.
Una comisión de expertos en derecho canónico no habría encontrado (casi) nada que
decir sobre aquel hecho. Además se desarrollaba fuera del templo. Además, el dinero es el
dinero. Y la administración tiene sus exigencias rigurosas.
Un equipo de teólogos habría encontrado justificaciones válidas para todo.
La pena es precisamente esta. Que no podemos demostrar, explicar, hacer presente,
especificar, distinguir, precisar, documentar, aportar pruebas.
En definitiva, nuestros razonamientos buscan la perfección.
Y Dios no está de acuerdo.
Todo por él, por su gloria.
Y él rechaza pagar la cuenta.
Más aún, dice que no tiene que ver nada con eso.

7. Qué desdicha. Ha sucedido ya en los parajes de la higuera. El inconveniente viene de


allí. No ha respetado el programa del viaje. Primero al templo para la fiesta, después a la
mesa. El, en cambio, ha tenido hambre en seguida.
Demasiado complicado calcular todas nuestras oraciones, jaculatorias, rosarios,
ceremonias, prácticas.
Jesús es un simplificador. Se acerca a la higuera. Es allí donde se pueden contar y pesar
los frutos de lo que ha sido sembrado en la iglesia.
Entendámonos. No es que no le guste el culto. Todo lo contrario.
Le gusta de tal forma que quiere que continúe incluso en la vida cotidiana.
No es que desdeñe las oraciones. Más bien se muestra muy interesado hasta querer
controlar a dónde llevan, qué es lo que producen nuestras oraciones.
Somos nosotros los que creemos que todo se limita al templo.
Jesús, en cambio, se puede parar incluso a campo abierto, bajo una planta, para
controlar. Y si allí se desilusiona porque no hay frutos, esto no se debe a su descuido ante
las estaciones, sino al descuido de quien ora creyendo que baste orar, es decir que todo
acaba allí...

8. Debo tener el valor de soportar su acercarse, su mirar entre mi abundante follaje.


Darme cuenta de que cuando él «tiene hambre», la sombra no le basta.

9. EV/EXIGENCIAS No sé por qué se inventan tantas historias por ese detalle de «no
era tiempo de higos».
Si hubiera sido «tiempo de higos», el episodio se habría podido liquidar con un
comentario sobre la «desgracia» de Jesús.
En cambio Jesús no ha sido desgraciado, sino que ha sido desilusionado.
Dios no viene a buscar lo que es «natural».
No espera lo que es «lógico» que espere.
El tiempo de los frutos para un cristiano no está regulado por las estaciones, sino por las
exigencias de Dios.
Más aún, son las estaciones las que deben tener en cuenta sus esperanzas, adecuarse y
respetar sus deseos.
Flores y plantas, en mi casa, no deben brotar en primavera o en verano, sino cuando él
tenga ganas de buscarlas.

10. Me doy cuenta de que he seguido la costumbre.


En efecto, en este punto, había que colocar mis «provocaciones».
Y he respetado el esquema.
Pero pensándolo bien si había un episodio que no tenía necesidad de ellas era éste. Una
escena demasiado rica de provocaciones en sí misma.
Estaré contento, por tanto, si el lector pasa estas páginas para dejarse provocar directa y
únicamente por el gesto y las palabras de Jesús.
Después, si le queda aún resuello, ya me contará...

CONFRONTACIONES

Las hojas viejas


se sustituyen con nuevas
En el hombre la esterilidad va de acuerdo con la ostentación, la opulencia, la palabrería.
Nos gastamos del todo en la programación, en el énfasis de la accesorio, en las trampas
para tener más; en los discursos que adormecen a la gente sencilla, que la hacen caer en
la trampa, creer y no darse cuenta de los errores e incumplimientos en todos los sectores.
Hay un follaje típico, eclesiástico-religioso; en sustancia: preocupaciones por un conjunto
de cosas que deben ser hechas; y se agarra uno incluso a las cosas más santas como los
sacramentos y la palabra misma. Pietista, juridicista, cultualista, burocrático, este riesgo
tiene aún una excesiva consistencia y además se hace presente en actuales
redescubrimientos religiosos, por sentimientos intensos y muy vivos.
Hay un follaje típico, político, comprometido; un follaje provocante e indigno de la
estúpida ostentación tecnológica...
...Pero es también follaje la acción intensa, la preocupación en niveles muy pequeños y
detallados, en cada uno, en la familia, en los grupos. Follaje puede ser el estilo, el conjunto
de modos de obrar, de pensar, de vivir, de relacionarse; incluso ciertos proyectos, ciertos
compromisos, ciertos análisis propuestos...
...Follaje es lo que impresiona pero no existe, lo que promete pero no da.
Las hojas viejas se sustituyen con hojas nuevas, pero quedan las hojas; no se convierten
en frutos. Con la desilusión proporcionada por la espera.
...Puede ser útil entonces una doble imagen para una indispensable contemplación
«precedente a la acción», que suena a esperanza y puede convertirse en seria promesa: a
la higuera de las hojas religiosas -con todo lo que esto significa- se contrapone el tronco
desnudo de la cruz con el único fruto de liberación, rescate y salvación, Jesucristo; y al
templo de piedra, convertido en «cueva de bandidos» se contrapone el templo desnudo que
es el cuerpo de Jesucristo entregado por nosotros (Una comunità legge il vangelo di Marco,
o. c.).

El tiempo en que Dios trae dones a los hombres


Con la venida de Jesús ha llegado ya el momento, establecido en los planes de Dios, en
el que Jerusalén deberá convertirse en el lugar de la oración para todos los hombres. Pero
Israel se sirve de la «casa del Señor» como los ladrones se sirven de su escondite: con sus
dones, sus préstamos, sus ofertas, Israel quiere «cubrir» ante los ojos de Dios todo el mal
cometido ante él en la vida cotidiana. Pero con Jesús ha llegado el tiempo en el que no
serán ya los hombres quienes lleven dones y ofrendas a Dios, sino que Dios se da a los
hombres: bien sean judíos o paganos, recibirán el don de Dios en actitud de oración y
dando gracias (K. Gutbrod, o. c. ).

A primera vista,
un cuadro floreciente de vida religiosa
Sin duda, a primera vista se tiene la visión de un cuadro floreciente de vida religiosa:
¿dónde encontrar un pueblo piadoso como Israel? En el templo los sacrificios humean día y
noche, en los patios filas de hombres y mujeres están delante de Dios tocando el suelo con
la frente. Bajo los pórticos, doctores de la ley y laicos discuten con ardor incansable.
¿Dónde encontrar algo semejante?
Jerusalén era la ciudad del poderoso e imponente activismo religioso, pero ciertamente
no había nada más. Había un gran movimiento de máquinas que andaban en vacío. Desde
la mañana hasta la tarde entraba en acción un celo por Dios verdaderamente infatigable,
pero se agotaba en sí mismo. Se excavaba, se perforaba, se araba, pero siempre el suelo
era árido, no surgía ninguna fuente viva. Israel era como la higuera, brillaba en el esplendor
de su follaje, pero no daba ningún fruto. La vida religiosa era como una magnífica fachada,
que escondía detrás de sí muros negros y fríos.
Era un error que el pueblo de Dios sirviera verdaderamente a Dios, que ese árbol
frondoso llevase verdaderamente frutos.
Jesús, mirando la higuera debe haber tenido de pronto esta triste visión. Este es el caso
de Israel: el pueblo se engaña y engaña al mundo con su piedad. Sabiéndolo o no, traiciona
lo que hay de más sagrado. Esos sacerdotes ambiciosos, esos arrogantes doctores de la
ley, toda esa gente pretende cumplir la voluntad de Dios, pero no lo hace y, en el fondo,
hace sólo lo que quiere. Así se pone a las claras el más grave pecado de los hombres, es
decir que son ateos en su religión, incrédulos en su fe, cerrados hasta estar sofocados en
su humanidad, mientras lo esencial es que Dios sea reconocido en su naturaleza divina (G.
Dehn, o. c.).

Tú has venido a inquietar


Tú has venido a inquietar; pero nosotros no queremos inquietudes: queremos nuestro
vivir tranquilo; y que la gente vaya a la iglesia y nos confirme que todo va bien; que
nosotros estamos en lo seguro y que contamos algo. Si las iglesias se vacían ¿para qué
sirve ya el cura? ¿Qué pinta ya en la casa parroquial?
A ti en cambio no te importa, no te importa perder los «fieles» que sólo son parroquianos
de tienda...
...Tú no has venido para tranquilizarnos, consolidando nuestro mundo; no has venido a
llamar orden lo que es desorden, y disciplina lo que es opresión y abuso. Tú no aceptas
este mundo de prepotencia e injusticia...
...Sí, Señor, tú no eres el Jesús repintado de nuestros dulces sagrados corazones: tú
eres el profeta lleno de indignación.
Querer cancelar tu cólera significa querer domesticarte y conducirte a nuestro orden
equívoco: un orden que hemos bautizado, confirmado, bendecido y puesto bajo tu
protección.
Pero tú no lo proteges: lo destruyes, aunque esté dentro de tu iglesia.
Esta es la conversión a la que llamas: rechazar el espíritu del mundo. Y el espíritu del
mundo no es sólo la pornografía o la indisciplina -pecados contra los que somos tan
rígidos-; con más frecuencia es una masificante disciplina, un orden inicuo, un poder
opresor (A. Zarri, o. c.).

¿Qué es la fe? FE/QUE-ES


Fe es esperar de Dios y no de nosotros o de nuestras obras: la fe es gratuita, y por eso
se expresa en la oración. Fe es esperar de Dios aquello que él quiere darnos: no debemos
obstinarnos en querer ser nosotros la medida del proyecto de Dios. Es Dios la medida del
don, no nosotros.
Fe es hacernos disponibles para que Dios nos abra a la «novedad» del reino mesiánico y
a la «universalidad» de las gentes: la negación de la fe es repliegue sobre sí, la celosa
conservación del propio privilegio.
Fe es la actitud de quien «no duda en su corazón»: la negación de la fe es el continuo
«pendular entre Dios por una parte y todas las otras posibles e imaginables ideas por otra»
(E. Schweizer).
Fe, finalmente, es prolongar a todos lo que Dios ha hecho por nosotros: está aquí la
fuente y la medida del perdón. Pero esto supone -una vez más- la conciencia de ser
primero perdonados, gratuitamente amados (B. Maggioni, o. c.).

No ha muerto en la cruz
para que no hiciéramos mal a nadie
«...Jesús sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba
algo en ella».
Veo cómo se acerca a mí. Tiene hambre. Me dirige su mirada y me hurga por dentro en
busca de «algo». Un fruto, aunque sea uno solo, entre las hojas. Hace el inventario de mi
mercancía, para descubrir «algo» que le interesa.
Creía que no se iba a ocupar de mí, que no me iba a localizar.
Que se iba a contentar con pasar a mi lado. Uno de tantos árboles a lo largo del camino.
¿Por qué concentra su mirada precisamente en mí? ¿Por qué me traspasa con esos ojos
implacables?
Tiene hambre. Y yo soy un árbol destinado a dar fruto. No una planta ornamental.
«Acercándose a ella, no encontró más que hojas...». Mi nombre inscrito en el registro de
bautizos. Mi tarjeta de acción católica. La estampa en la cartera. La medalla de san
Cristóbal junto al volante del coche. «Tengo un tío canónigo». Mi charlatanería. Estuve en
Lourdes en peregrinación. He hecho ejercicios espirituales. Hasta estoy suscrito a la hoja
parroquial, leo el boletín diocesano y recibo «El pan de los pobres». No voy a ver películas
obscenas. No hago mal a nadie.
«Nada más que hojas...» ¿Es ése todo tu cristianismo? Lo que yo quiero son frutos, no
hojas. Tengo hambre y tu sombra no me llena el estómago.
«Es que no era tiempo de higos».
Señor, piensa un poco. No es aún tiempo de higos. Todavía no he tenido tiempo. ¿A qué
tanta prisa? Un poco de comprensión. Yo no soy un santo, en definitiva. Hasta el
sacerdote, a quien he pedido consejo, me ha dicho que puedo estar tranquilo, que no tengo
obligación...
¿Tenía que haber hablado? ¿Tenía que haber tomado posición? Pero si no era
oportuno...; hay que tener prudencia, no hay que precipitar las cosas, se corre el peligro de
comprometerlo todo.
Y luego se saca lo mismo, en el fondo.
No es tiempo. Señor, haz el favor de controlar un poco tu calendario. Debe haber un
error. Igualalo con el mío y déjame en paz.
«Entonces dijo a la higuera: ¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti! Y sus discípulos
oyeron esto».
Lo oyeron. ¿Comprenderían quizá que la fe tiene que superar las falsas necesidades?
¿Que el amor tiene la obligación de realizar milagros?
Tengo una agenda en mi mesa. Cada día señalo allí mis compromisos, mis citas, el final
de mis plazos. En resumen, todo lo que tengo que hacer.
Algunas hojas cuajadas de notas, de compromisos. Al verlas, no tengo más remedio que
admitir que «hago demasiado». Algunos días, cuando estoy literalmente hasta el cuello de
trabajo, le robo horas al sueño. Para respetar la agenda.
Y me engaño al pensar que soy tremendamente exigente conmigo mismo.
Si dejase esa agenda en manos del Señor... Escribiría allí cosas jamás pensadas.
Exigencias locas, plazos imposibles, cifras desproporcionadas.
Y yo, al leer aquellas absurdas exigencias, abriré unos ojos de espanto y tendré la
impresión de que me vuelvo loco.
Y, sin embargo, debería verme ebrio de alegría. Porque Dios me considera capaz de
cosas imposibles. Si busca higos fuera de tiempo, quiere decir que ama y estima a aquella
planta hasta considerarla capaz de hacer milagros.
El que no ama, pide tonterías.
Los hombres les piden muy poco a las criaturas. Un poco de tiempo, el cuerpo, la belleza,
un segundo de placer, un poco de consideración, una propina de dinero, algún aplauso,
alguna inclinación más o menos espontánea de cabeza.
Los hombres no aman a sus semejantes. No los estiman. Por eso se limitan a pedirles
una miseria.
Dios me ama. Me quiere inmensamente. Por eso me lo pide todo.
Exige de mí lo imposible.
Cristo no ha muerto en la cruz para que yo «no hiciera mal a nadie». Sino para que me
hiciese capaz de realizar milagros (A. Pronzato, Evangelios molestos, Salamanca 1982, 8ª
ed.).
......................
(1) En otras palabras. Mc haría recitar a Jesús, en vivo, la parábola de la higuera estéril, que Lc refiere en cuanto
parábola (Lc 13).
(2) «Tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares y de miel» (Dt 8, 8).
(3) Sin embargo, hay que estar atentos para no deducir de este episodio precipitadamente una condena en
bloque de todos los judíos, una maldición indiferenciada y definitiva contra Israel. Precisa oportunamente R.
Schnackenburg: «En el texto que tenemos delante, responsabilidad y maldición recaen sobre los jefes del
pueblo de entonces y la alegoría de la higuera estéril culmina en una exhortación a convertirse. Sobre la fe
de cada uno de los judíos y sobre su actitud no se emite ningún juicio, ya que la maldición de Jesús llega
únicamente a aquellos que por propia culpa no responden a la llamada que Dios hace por medio de Jesús.
La iglesia primitiva vio ciertamente en la destrucción de Jerusalén y del templo una punición divina (cf. Mc
13, 1s; 14s); pero tal pronunciamiento temporal no autoriza a deducir una condena válida para siempre».
El mismo autor resalta cómo la comunidad a la que Mc se dirigía debía aplicar sobre todo a sí misma
las palabras y los gestos de Jesús. Y aquel episodio constituía un rudo llamamiento a la conversión y a la fe,
un motivo para un examen de conciencia muy sincero. La fidelidad se verificaba día a día, jamas se podía
dar por adquirida. Existía siempre el riesgo de que desapareciesen los frutos para dar lugar a un árbol
reverdecido, hasta llamar la atención, pero en el fondo incapaz de responder a las verdaderas esperanzas
del Señor.
(4) En tal caso, el suceso prefigurado sería el de la inminente destrucción del templo. La higuera seca desde la
raíz no sería otra que la construcción gloriosa de la que «no quedará piedra sobre piedra» (Mc 13, 2).
(5) Es difícil, con todo, calcular exactamente su número. Las cifras citadas en los documentos oficiales son
hiperbólicas. Según distintas fuentes nos encontramos con datos bastante discordantes y por tanto nos
hemos de contentar con valoraciones aproximativas. J. Jeremías adopta un método muy personal. Toma el
metro, calcula el espacio y deduce ciertas cifras en base a la densidad -o derrumbamiento- por metro
cuadrado. Así, para la época de Jesús calcula la población de Jerusalén en unos 30-35 mil habitantes (en
todo caso, no más de 50 mil). Los peregrinos que llegaban para la pascua debían acercarse a los cien mil.
Cf. Jerusalén en tiempos de Jesús, Madrid 1977, 95-102.
(6) Parece ser el de memoria más feliz (se acordó...). Dentro de poco. al cantar el gallo, Pedro recordará
también una palabra de Jesús (14, 72).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 197-221)

2-16 - JESÚS BAJO INVESTIGACIÓN:


OBJECIONES CONTRA SU AUTORIDAD
Mc/11/27-33 Mt/21/23-27 Lc/20/01-08

La luz traída por la viuda


La tercera jornada en Jerusalén está dominada, en la particular estructura de Mc por una
serie de controversias, parecidas a las que han opuesto a Jesús a sus adversarios desde el
comienzo del ministerio en Galilea (2, 1-3, 6) y que habían dejado intuir un contraste
irreducible.
Se trata de cinco disputas «teológicas» que tienen como interlocutores a los exponentes
de las clases dirigentes del judaísmo.
Es difícil demostrar que se hayan efectivamente desarrollado en aquel día (martes). Es
poco verosímil. Sin embargo, Mc las ha reunido en este punto, sobre todo para subrayar el
aspecto dramático de la oposición, que desemboca en la catástrofe que ya está en el
ambiente1.
Están articuladas así:
-Cuestión planteada por los jefes de los sacerdotes, letrados y ancianos sobre la
autoridad de Jesús (11, 27-33). Después de haberles puesto en compromiso con una
respuesta que es una contrapregunta, Jesús les plantea sus responsabilidades con la
parábola de los viñadores (12, 1-12): precisamente ellos son los malos guardianes de la
viña de Dios.
-Se organiza una extraña unión de fariseos y herodianos para tantear el terreno y
escuchar lo que piensa sobre el poder romano (12, 13-17). Se quería así hacerle
«comprometerse» sobre un tema tan delicado como el político.
-Entran en escena los saduceos que le plantean el problema de la resurrección (12,
18-27).
-Pregunta de un escriba «que no está lejos del reino de Dios» sobre el primer
mandamiento (12, 28-34).
-El Maestro a su vez entra en polémica con los escribas sobre el Mesías y lanza un
violento ataque contra esos intérpretes de la ley (12, 35-40).
Al término de los cinco debates, una imagen relajante: la pobre viuda que hace la ofrenda
de dos monedas (12, 41-44). Como para subrayar el contraste entre la actitud estéril de
quien está enzarzado en discusiones y complicaciones intelectualistas y legalistas, y la
generosidad concreta de quien está movido por una fe sencilla y transparente.
«A través de estas escenas, se profundiza el abismo que separa a Jesús de los grupos
más influyentes del judaísmo. Pero también hay que descubrir que la cualidad de Hijo de
Dios se afirma. Además para los creyentes, se perfila una línea de conducta hecha de amor,
autenticidad, pobreza y generosidad».

¿Quién te ha dado permiso?


El primer envite parte de arriba. Es el sanedrín mismo quien entra en acción. Ciertamente
no el «gran consejo» -según la expresión de Lutero- en cuanto tal, sino a través de algunos
de sus miembros más autorizados.
No es difícil reconstruir el episodio. Los primeros en moverse deben haber sido sin duda
los jefes de los sacerdotes. Siendo ellos los responsables del templo y de la administración
se han sentido afectados por el gesto de Jesús, que se ha comportado como si fuese el
encargado de mantener el orden en la casa del Señor y juzgar lo que conviene o no para el
culto de Dios. En definitiva se han sentido desbancados en su autoridad y además
afectados en sus intereses. Veían amenazado su propio prestigio y puesta en crisis la caja
del templo.
Por ello se preocupan de reclutar algunos escribas, como expertos, que les habrían
echado una mano en el caso de que la discusión hubiera tomado derroteros jurídicos o
teológicos. Además se hacen acompañar por algunos «ancianos», personajes influyentes,
más que nada para impresionar y para hacer ver que toda la nación está representada.
En definitiva, se trata de una investigación oficial, aunque llevada a cabo con la debida
circunspección.
Jesús es abordado mientras pasea por el patio del templo (quizá el espectáculo sea aún
el acostumbrado...).
«¿Con qué autoridad actúas así?, ¿quién te ha dado la autoridad para actuar así?» (v.
28). Es decir, ¿actúas por propia iniciativa, o bien has recibido órdenes de alguien?
El «así» se puede referir al episodio más reciente y candente de la purificación del
templo. Pero, quizá se dirija también a la actividad general de Jesús. En cualquier caso,
teniendo en cuenta «el acto abominable» del día anterior, si se contesta su derecho a
comportarse de aquella manera, de rechazo se pone en duda la legitimidad de toda su
actividad precedente y la autoridad de su enseñanza en conjunto.
La pregunta, sin embargo, refleja una preocupación por el orden público (si el primero
que llega hace lo que tú, ¿dónde iremos a parar? cualquier loco se creería autorizado a
desacreditar las instituciones más sagradas y a sembrar la confusión entre el pueblo
«indefenso»). Y obliga, por consiguiente, a Jesús a exhibir las propias credenciales. Debe
legitimar su propia misión, demostrar que no es un abuso, exhibir el «mandato».
Por tanto, el centro de la polémica es la autoridad -o el poder- de Jesús.
«La pregunta tiene un tono de frío legalismo. Sus dos partes consideran una doble
posibilidad: ¿pretende Jesús tener una autoridad propia para obrar de aquel modo y, en
este caso, de qué autoridad se trata? ¿O bien pretende apelar a la autorización que le ha
dado otro? Jesús debe ser obligado a declarar públicamente quién cree que es» (R.
Schnackenburg).
Esta actitud contrasta con aquella inicial de la gente que, llena de estupor, se preguntaba
sobre la autoridad de Jesús, muy distinta de la de los escribas (1, 27).
Aquí no se trata de maravillarse sino de la sospecha y el desprecio, la animosidad llena
de prejuicios, el deseo maligno de tender una trampa.
Con un procedimiento típico de las disputas rabínicas, el Maestro responde...
devolviendo la pregunta e invirtiendo por tanto las partes. El interrogado se vuelve
interrogador. Mientras los interrogantes han formulado dos preguntas, él se contenta con
una. Pero deben responder tajantemente o sí o no.
«El bautismo de Juan, ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme» (v. 30).
El bautismo de Juan implica toda su predicación, su invitación a la penitencia y a la
conversión en vistas del reino inminente.
El mensaje de Juan que había encontrado el favor popular, no se puede decir que haya
sido acogido por las clases dirigentes. Las cuales -y este es el punto puesto a las claras
hábilmente por Jesús- viven en la ambigüedad: por una parte han rechazado la palabra del
predicador en el desierto y por otra quieren gozar del favor popular. Por tanto, hostiles al
profeta, pero preocupadas por quedar bien ante la opinión pública que no ha negado jamás
el calificativo de verdadero profeta a Juan.
Deben dudar bastante antes de responder. Es gente habituada a todas las sutilezas
dialécticas. Antes aún de formular la respuesta, intentan imaginar la réplica que seguirá por
parte del adversario. Por lo que sopesan las palabras, para no comprometerse y ofrecer un
arma al enemigo.
«Jesús remite al bautismo de Juan: tomar posiciones respecto al precursor es ya tomar
posiciones ante él mismo» (J. Radermakers). En efecto, la misión de Jesús enlaza con la
del Bautista.
«De Dios» o «de los hombres». Se les plantea un dilema, que por cualquier parte suena
a condena: o no están a bien con Dios -porque deberían haberse convertido-, o faltan ante
el pueblo hacia el que tienen una precisa responsabilidad de guías (porque debería haberlo
puesto en guardia contra un falso profeta, pero esto significaba arriesgar la
impopularidad...).
ACOGIDA/RECHAZO:Y el dilema vale también para su actitud ante Jesús. O acogida o
rechazo. Pero a través de una clara toma de posición. Precisamente lo que aquella gente
no quiere.
Son «conservadores» en el sentido peyorativo del término. En efecto, quieren conservar
la buena conciencia, el puesto, la fachada... y los intereses materiales. Una mezcolanza
equívoca, que se puede tener unida sólo al precio de compromisos, cálculos, concesiones,
hipocresías, pero a la que ciertamente no se la puede dar el nombre de fe.
Ante la necesidad de tomar posiciones, en la intimidad de estas personas salta el instinto
fundamental de no perder la reputación.
«No sabemos» (v. 33).
No son capaces de decir no a Dios. «No quieren estar sin religión y así permanecen en la
condición de quien no sabe, del hombre que deja todos los problemas en suspenso, y a
quien Dios no puede darse incluso cuando se presenta directamente a él en Jesús»(E.
Schweizer).
Ciertamente debe haber sido duro para «profesores» como ellos, que con frecuencia y
gustosamente hacen ostentación -y viven- de su saber, dar una respuesta de este género.

Jesús podría haber ironizado sobre el particular. Prefiere, en cambio, seguir su juego.
También él se esconde ante su incredulidad. Sin lealtad, cualquier revelación es inútil.
«Pues tampoco os digo yo con qué autoridad actúo así» (v. 33).
Comenta E. Schweizer: «La estructura es muy significativa por su mensaje: en la
purificación del templo se realiza, aunque bajo una forma de signo, la actividad de Jesús
como juicio sobre el templo, en cuyo puesto aparece la "casa de oración para todos los
pueblos", como en el puesto de la higuera seca aparece la potencia de Dios que se da en
la fe y en la plegaria. Esta potencia no es experimentada por aquel que, permaneciendo en
el exterior, no comprometido, pide pruebas: es conocida, por el contrario, sólo por la fe».
El proceso de Jesús se ha iniciado ya con esta investigación oficial.
Y aparece claro desde el principio que son los interrogadores los que son acusados.
En esta página la acusación de incredulidad se convierte en el punto clave de todo el
debate.
«Con su indecisión aquellos hombres manifiestan de hecho su incredulidad: deberían por
eso dejarse regalar esa fe que no busca pruebas» (E. Schweizer).

PROVOCACIONES

1. Y así una vez más se invierten las partes.


Jesús responde a nuestras preguntas apremiantes obligándonos a dar una respuesta
precisa.
Le importunamos con nuestras preguntas, intentamos atraparlo en la telaraña de
nuestras cuestiones. Y él nos plantea una sola cuestión. La decisiva.
Quisiéramos que se desvelase. Saliera fuera del incógnito. De forma que quitara todas
las dudas. Y él desenmascara despiadadamente nuestras hipocresías, nuestros cálculos,
nuestras falsas prudencias. Y así aparece que somos nosotros los que somos incapaces de
salir fuera del mundo de las apariencias.
Pretendemos que haga una hermosa declaración. Y él nos obliga a declararnos.
Quisiéramos pruebas. Y nos hace entender que es nuestro ojo el que está enfermo, que
no es capaz ni quiere ver.
FE/SEGURIDAD:La fe es don, ciertamente. Pero exige la disponibilidad por parte del
hombre para desmantelar las propias defensas, para salir de esos refugios de seguridad
que son los prejuicios.
En el fondo, el discurso más importante es siempre el de la pobreza. «¿Qué tenemos
para orientarnos? La percepción de algo que nos falta, algunas huellas inciertas y
suficientes, que constituyen una prueba velada para los que no tienen ninguna necesidad
de pruebas» (J. Sulivan).
Sin embargo, el proceso continúa.
Por una parte nosotros, con nuestras interminables discusiones. cuestiones de
procedimiento.
Por otra parte él que, en cambio, quiere abreviar. Porque desea llegar en seguida al don.

2. A ellos les venía bien. Todo en regla.


Los doctores colocados bajo el pórtico para impartir la enseñanza oficial, para explicar,
para responder a las cuestiones. Expertos en el oficio.
Los mercaderes en el centro del patio, provistos de la debida licencia y puntuales en el
pago de la parte correspondiente al templo.
Los cambistas sentados en sus puestos, también ellos autorizados y exactos.
El único que no tiene permiso es el que quisiera poner un poco de orden.
Es la acostumbrada y trágica comedia que se repite a lo largo de los siglos. Obligar a
enseñar el permiso. ¿Quién te ha autorizado a decir esas cosas, a actuar así, a tomar esas
iniciativas? ¿Qué estudios tienes, qué título puedes presentar, qué cursos has frecuentado,
con qué apoyos puedes contar?
Bien. ¿Y quién debería darle el permiso? ¿Las autoridades «responsables»? Pero a
estas les va muy bien con el orden existente, el sistema largamente -y fructuosamente-
aceptado. Para ellas las cosas están bien tal como están, como han sido siempre, y no
creen que sea necesario cambiar nada.
¿Dios? Pero si Dios, faltaba más, está de su parte. Le han confiscado ellos y mantienen
relaciones privilegiadas. Cierta gente se identifica desenvueltamente con Dios. Dios está
ausente y comprometido, nos vais a decir a nosotros, es lo mismo que...
De esta forma, cualquier intento de cambiar el orden -o el desorden- constituido, no
puede ser considerado de otra forma que como una amenaza, un atentado a la seguridad,
una ofensa a la religión, una blasfemia.
De esta forma el profeta es despachado. Porque es pobre. Pobre de permisos.
En su pasaporte falta un sello o un visado.
El profeta, que tiene la mala suerte de no estar de acuerdo con la confusión, la confusión
que viene bien a los demás, es consciente de que no obtendrá jamás el permiso.
La cruz, en cambio, está siempre preparada.
Acusado de fomentar desórdenes, él que no hace otra cosa que poner todo en orden.
Por otra parte, no puede explicar que la propia misión no depende de un permiso, sino de
una obligación. No es cuestión de autorización, sino de urgencia. El problema no es el de la
legalidad, sino el de la verdad. No se trata de poder, sino de no tener más remedio.
El es el condenado de todos los tiempos. En un mundo de astutos que no saben, no ven
y no se dan cuenta de nada, él es el condenado a no escabullirse.

3. Al comienzo de la misión, las controversias.


Al final, de nuevo las controversias.
En el medio ha habido varias cosas: milagros, encuentros, parábolas, curaciones,
enseñanzas.
Jesús ha recorrido mucho camino.
Pero se diría que sus adversarios han permanecido allí, en el punto de partida.
Galilea o Jerusalén, poco importa.
Cuenta la geografía de las decisiones, de los compromisos.
Y ellos no hay duda de que no se han movido.
Estando por medio la ley o el templo, ellos se han sentido «en seguida» amenazados. Y
no han abandonado las trincheras de protección, la barrera de las discusiones jurídicas.
No le han perdonado, desde el comienzo, el entuerto de no decir las cosas como a ellos
les gustaba escucharlas.
Tiene razón el amigo J. Sulivan: «Un público exige reconocer lo que ya sabe. Agradece
ser invitado, pero sin pasarse. ¡Ay de vosotros que os arriesgáis a atacar frontalmente sus
certezas, es decir las verdades de sus costumbres y de sus intereses! Protesta y
denuncia».
Ese maestro abusivo de Nazaret debería haber tenido la perspicacia de mostrarse de
acuerdo con ellos, y no habría habido necesidad de discutir tanto.
Quizá incluso hubiesen llegado a ofrecerle un título oficial, haciendo la vista gorda sobre
el hecho de que no hubiese acudido a sus escuelas.
Le habrían sin duda ofrecido un puesto de altura, bajo el pórtico del templo, naturalmente
con el catecismo oficial bajo el brazo.
Los hombres también saben ser generosos. Especialmente con quien ofrece garantías de
no hacer perder algo.
Están dispuestos a aceptar todo, incluso la novedad. Con tal de no renunciar a nada.
Sí, líbranos, si es esto lo que quieres. Pero no de nuestros apegos...

CONFRONTACIONES

Quien cree y quien no cree


No hay que pensar que el diálogo se haya desarrollado con estas precisas palabras; más
aún, por varios motivos, parece bastante improbable. Muy difícilmente los representantes
del sanedrín se habrían comprometido ante el pueblo, como muestra el cuarto evangelio, en
el que la conversión toma otros vuelos. Pero la iglesia primitiva, reconstruyendo de este
modo el encuentro de Jesús con las autoridades centrales, no pretendía sólo fijar una
escena histórica, sino más bien dejar al desnudo la situación interior de Jesús en relación al
judaísmo oficial, y al mismo tiempo resaltar la radicalización de aquella ruptura que se había
creado entre ella misma y el judaísmo incrédulo. La escena tiene un aspecto de uniformidad
y se configura con un determinado esquema, habitual en las disputas rabínicas (pregunta,
contra-pregunta, respuesta). Sin embargo, no se la debe considerar fruto de artificio o de
libre invención, porque el acto realizado por Jesús en el templo debía necesariamente
provocar una reacción por parte de las autoridades religiosas. Pero la respuesta de Jesús,
más allá de las dificultades del momento, es situada en un nivel de una toma de posición
sustancial, demostrando cómo Jesús se comportase ante adversarios de mala fe.
FE/INCREDULIDAD:También se puede derivar una enseñanza acerca del encuentro
entre fe e incredulidad. No existen pruebas auténticas y propias para las personas que no
quieren creer. En las discusiones teológicas con el judaísmo, la iglesia primitiva, para
probar su fe en Cristo, apeló también al testimonio del gran predicador Juan el Bautista,
como demuestran concordemente los evangelios. Ella se había dado cuenta de que la
relación de Juan con Jesús, el recíproco respeto y reconocimiento de los dos hombres que
habían entrado en escena en nombre de Dios, el hecho de que Juan haya señalado a
Jesús como el más grande, el que debía venir después de él, no eran argumentos
suficientes para llegar a concluir que Jesús era el Mesías y que su misión era divina.
Quien, a pesar del cuadro complejo ofrecido por el Jesús histórico con sus discursos y
sus acciones, no se deja persuadir de que Dios habla y actúa por medio de él, no puede
aprender tal verdad en una discusión.
Si la fe tiene sus argumentos válidos a favor, también la incredulidad tiene en sus manos
armas en las que apoyarse. Quien no cree, sin embargo, debería renunciar a la pretensión
de pensar que la inteligencia y la lógica estén sólo de su parte. Creyentes y no creyentes
deben poder encontrarse en una plataforma de sinceridad y de corrección (R.
Schnackenburg, o. c.).

El profeta, ese entrometido


Pero no se rompen las tradiciones impunemente: especialmente las que rinden. Y los
comerciantes y los sacerdotes se indignaron: juntos como habían trabajado juntos: unos a
vender animales, los otros a degollarlos para tu gloria, como se había hecho siempre,
desde Caín y Abel; y tanto por Abel como por Caín, tanto por los creyentes sinceros como
por los otros. Y en el fondo no era tan importante con tal de que comprasen, ofreciesen a
Yahvé, con la parte correspondiente a los sacerdotes, frecuentasen el templo, las
sinagogas, las ceremonias religiosas.
Ciertamente había habido algunos profetas que habían sutilizado e incluso rechazado la
práctica sacrificial; pero los profetas, ya se sabe, siempre tienen que decir algo. Y está bien
el escucharles con respeto; pero en cuanto a seguir todas sus incandescencias, hay un
largo trecho. Que el fervor es un carisma profético, también la prudencia, el buen sentido, el
equilibrio han sido siempre prerrogativas clericales. Así pensaban los sacerdotes antes que
tú, que eres el último que ha venido e intervenido en lo que no te importa; un defecto de los
profetas era también la intromisión; con la excusa de que eran enviados del Señor metían
las narices en todas partes: incluso en lo que no era de su competencia. Como si los
sacerdotes no fuesen también los ungidos de Dios y los guardianes del templo. Ellos eran
los árbitros del templo, a ellos sólo competía dar permisos y prohibiciones; y si los
mercaderes hacían su negocio, a ti ¿qué te importaba?: un laico cualquiera y encima
contestatario. Uno de esos que nunca están contentos, siempre dispuestos a la crítica...
...Por otra parte, si siempre se había hecho así, es que habría algún motivo. ¿O es que
los antiguos eran todos lerdos y sólo el Nazareno inteligente? (A. Zarri, o. c.).
............................
1. Algún estudioso sostiene que los cuatro últimos debates -dejando por tanto aparte el inicial sobre la
legitimidad de la autoridad de Jesús-, están calcados del esquema clásico de controversia entre los rabinos,
es decir:
-una cuestión legal, hokmah, sabiduría (13-17, tributo al César);
-una pregunta irónica, borut, ironía, con el objeto de poner en ridículo una creencia afirmada por el pueblo
(18-27, la pregunta sobre la resurrección);
-un interrogante relativo a una norma moral, derek'erers, sendero de la tierra (28-34, el primer
mandamiento):
-una cuestión haggadica, haggadh, leyenda, acerca del modo de conciliar dos pasajes de la Escritura
aparentemente en contradicción (35-37, el Mesías como hijo de David).
En todo caso hay que tener presente que en el judaísmo el orden es distinto al presentado por Mc: de
hecho, la haggadh en las disputas rabínicas estaba siempre en segundo lugar y no al final como aquí.
(·PRONZATO-3/2.Págs. 223-231)

2-17 - PARÁBOLA DE LOS VIÑADORES HOMICIDAS


Mc/12/01-12 Mt/21/33-46 Lc/20/09-19
PARA/VIÑADORES-HOMICIDAS

A pesar de las discusiones,


el golpe es certero
Pero Jesús no se cierra a la defensiva («pues tampoco os digo yo con qué autoridad
actúo así»). Ataca de improviso. El golpe es certero y acusan este golpe («se dieron cuenta
de que la parábola iba por ellos» (v. 12).
Los intérpretes, en cambio, parece que no han ultimado todavía la pericia balística.
Están divididos sobre el tipo de arma del que ha partido el golpe. Como consecuencia, no
logran ponerse de acuerdo si quien ha disparado ha sido Jesús en persona (con una
parábola) o más bien la iglesia primitiva (que habría presentado en clave alegórica toda la
historia de la salvación).
PARABOLA/ALEGORIA La distinción entre parábola y alegoría
-establecida por Julicher al final del siglo pasado- y el animado debate que siguió, aunque
han contribuido a limpiar el terreno de los barroquismos de una interpretación alegórica que,
en ciertos casos, resultaba pesada1, devolviendo a la parábola concreción y sencillez, sin
embargo tienen la equivocación de fijar una rígida contraposición entre dos géneros, que
puede responder a las exigencias de la cultura griega, pero que es ajena a la mentalidad
semítica2.
Me parece que tiene razón X. L. Dufour3 cuando afirma que Jesús ha podido pronunciar
parábolas alegorizantes. Y esta sería una.
En todo caso resulta arriesgado y difícil reconstruir, como pretende hacer alguno, la
parábola primitiva, tal como ha salido de la boca de Jesús.
Sin enrolarnos más en las disputas de los especialistas, nos limitaremos a entrar en este
texto a través de cuatro claves de lectura:

- Verosimilitud e inverosimilitud,
- continuidad,
- estructura,
- mensaje central.

Verosimilitud e inverosimilitud
Uno de los rasgos fundamentales de las parábolas es su concreción, es decir, su enlace
con la vida real, con un mundo que es familiar para cierto tipo de oyentes, unido a sus
experiencias. Esta concreción hace que la parábola sea plausible y por tanto comprensible.

Naturalmente no quiere decir que todos los detalles deban coincidir exactamente con la
realidad. Y sería una operación inútil quererles hacer coincidir a toda costa.
La parábola, aunque esté anclada en la existencia y en fenómenos verificables por los
oyentes, siempre queda como ficción poética y por tanto, hay siempre un cierto «desnivel»
entre el plano de vida y el de la invención.
A una parábola se le puede pedir una verosimilitud, pero no una exactitud absoluta.
En esta parábola, sin embargo, muchos estudiosos encuentran que las inverosimilitudes
-alguno llega a decir, los absurdos- superan en gran manera las verosimilitudes.
Me parece un juicio excesivo.
Veamos. La plantación de la viña corresponde a los usos agrícolas de Palestina. El
modelo literario puede haber sido tomado del famoso «canto de la viña de Yahvé» de Isaías
(capítulo 5), en donde la descripción es aún pormenorizada.
Se tiene la impresión de un trabajo duro (preparación del terreno, es preciso quitar las
piedras y las hierbas; en las zonas montañosas hay que nivelarlo), que justifica la espera
de frutos por parte del propietario.
La viña, en estas zonas, está siempre rodeada por un seto espinoso o bien por una tapia.
También se construye una cabaña-refugio que puede asumir el aspecto de una «torre» de
piedra (una especie de observatorio, por supuesto rudimentario).
Cuando la uva comienza a madurar, el labrador se instala allí para vigilar, día y noche, la
cosecha contra salteadores voraces, hombres o animales.
Muchas viñas -para evitar el transporte de la uva, siempre arriesgado- tienen también en
el centro un lagar formado por un depósito superior y otro inferior, casi siempre excavados
en la roca y unidos entre sí por un conducto de piedra.
También el detalle del amo que arrienda la viña a los labradores y se va al extranjero es
muy normal. Muchos terrenos en Galilea, especialmente a lo largo del valle superior del
Jordán, pero también en torno al lago y a la zona de colinas, pertenecían a latifundistas
extranjeros.
Un papiro nos informa, por ejemplo, que Apolonio, ministro de economía del reino
tolemaico -estamos en el siglo III a. C.- poseía una parcela de terreno en Galilea,
precisamente en Baitianata, que le aseguraba el vino para su mesa en Egipto.
Por otra parte el hombre dispone de cinco años de tiempo antes de exigir una parte de la
cosecha que le espera según un contrato que se asemeja a la aparcería. De hecho,
normalmente la viña, en Palestina, comienza a dar fruto después del tercer año. La cosecha
del cuarto año está reservada para Dios. Por tanto, la uva se come en el quinto año.
En este punto A. Loisy, para mantener la tesis de la inverosimilitud de la parábola,
subraya estos dos aspectos. En primer lugar: ¿cómo podía permitirse el lujo de un viaje al
extranjero un hombre que se había visto obligado a plantar con sus manos una viña?
Segundo: admitido que se hubiera ido a Egipto o a Babilonia o bien a Roma, ¿cómo podía
exigir que le llevasen a domicilio los frutos que esperaba?
Son dificultades un tanto infantiles. Me viene a la mente una frase irónica de Saul Bellow:
«Un poco de inteligencia puede ser recubierto de ignorancia cuando la necesidad de ilusión
es muy profunda». Y sobre todo cuando se trata de sostener los propios prejuicios.
Tiene razón Lagrange cuando dice que al leer «un hombre plantó una viña», no significa
necesariamente haber confiado el trabajo a gente del oficio.
De esta forma no se dice que los frutos debieran llegarle en especie. La uva se vendía y
el amo recibía el dinero correspondiente.
Ni siquiera el razonamiento de los viñadores («Este es el heredero; venga, lo matamos y
será nuestra la herencia») es del todo improbable. Si llega el hijo, puede también suponer
que el amo ha muerto. Por tanto, quitando de en medio al heredero, tienen el derecho de
acogerse a ciertas disposiciones legales en materia de transferencia de propiedad como la
llamada mattenat bari' o mejor, la conocida bajo el nombre de kazaka, que asigna un bien
vacante al primero que lo ocupa (y una heredad de la que nadie toma posesión en un
término fijado, puede considerarse bien vacante).
Pero además del argumento jurídico -más bien incierto y discutido- queda otra
explicación, fundada en ciertos focos revolucionarios existentes en el ambiente campesino
de Galilea. Las motivaciones nacionalistas se mezclaban con reivindicaciones ciertamente
no idealistas y alimentaban el odio contra los grandes terratenientes, especialmente
extranjeros. Los zelotas avivaban aquel fuego. Se podría incluso hablar de una tendencia
que hoy llamaríamos con el nombre de «expropiación proletaria».
Explica C. H. Dodd: «La historia se convierte en más verosímil si pensamos en las
condiciones de Palestina en tiempos de Jesús: todo el país, sobre todo Galilea, no era un
lugar tranquilo; después de la revuelta de Judas el Galileo (6 d.C.), la región no se había
calmado completamente y la agitación era debida en parte a motivos económicos. Si
recordamos que muchos latifundios estaban en mano extranjera, podemos fácilmente
imaginarnos que el descontento del campo estuviera estrechamente ligado a sentimientos
nacionalistas... En una situación como esta no era sin duda improbable que al rechazo de
pagar la renta siguieran una muerte violenta y la ocupación de la propiedad por parte de los
trabajadores. En vez de ser una alegoría construida artificialmente, la parábola puede muy
bien servir para darnos una idea efectiva de qué ambiente se respira en Galilea cincuenta
años antes de la gran revolución del 66 d.C.».

Lo que en cambio es inexplicable es el comportamiento del amo


El cual, después de que sus siervos han vuelto con las manos vacías, y además
apaleados, deshonrados y algunos incluso ni han vuelto porque les han matado, no duda
en poner en peligro a su propio hijo. Tal comportamiento es absurdo. Ese hombre es un
ingenuo o un inconsciente. Después de esos signos inequívocos debería haberse dado
cuenta de las intenciones auténticas de los arrendadores de su viña.
D/SORPRENDENTE: Pero es precisamente aquí donde la parábola alegórica denuncia
intencionalmente un respeto nulo a la verosimilitud. Porque se trata de Dios. Y cuando
entra en acción él, pone en crisis los modelos humanos de comportamiento, hace saltar los
criterios de la racionalidad y de la prudencia.
Con la inverosimilitud de la actitud del amo, Jesús quiere poner en evidencia la paciencia,
la iniciativa incansable, la magnanimidad, la misericordia obstinada de Dios que vuelve
siempre hacia Israel, a pesar de sus maldades.

Continuidad
Muchos autores muestran no ver con claridad. Alguno la niega abiertamente y habla de
esta parábola como de un aerolito errante caído en este contexto, de no se sabe dónde, y
que encuentra su justificación formal sólo en el clima polémico y trágico de aquellos días
precedentes a la pasión.
En realidad la parábola -independientemente de su origen primitivo- aquí está
perfectamente en su sitio. Asegura una continuidad con los temas debatidos anteriormente.
Dos en concreto. Los frutos y la autoridad.
-El amo ha plantado la viña no para embellecer el paisaje, sino para que dé fruto. Los
siervos y el hijo son enviados para «percibir su tanto de la cosecha».
De esta forma el incidente de la higuera maldita resulta abierto.
Es cierto que esta viña no es estéril. Pero es como si lo fuese. En efecto, desde el punto
de vista del amo, la viña resulta infructuosa, porque los frutos que le correspondían le son
expropiados, retenidos por los arrendatarios. Más aún estos se comportan como si la viña
fuese cosa propia.
La referencia a lo que sucede en el templo, en donde prospera un comercio y un tipo de
religiosidad útil para algunos, no ciertamente para el destinatario original, es bastante
transparente. Los responsables deberían preocuparse de los intereses de Dios, en cambio
piensan en los propios. Gestionan el templo como si fuese suyo y no debieran responder al
amo de casa.
-«¿Con qué autoridad actúas así?, ¿quién te ha dado la autoridad para actuar así?» (11,
28). Ahora se decide a responder. Aunque veladamente (quien tenga oídos para oír...).
Jesús deja entender que posee todas las cartas en regla para hacer lo que ha hecho en el
templo. El, en efecto, es el hijo mandado por el Padre para percibir los frutos y asegurarse
que el templo sea «casa de oración» y no «cueva de bandidos». En definitiva: sois vosotros
los que debéis responder de vuestra administración de la propiedad de Dios.
Estructura
Desde un punto de vista literario, la parábola puede ser descompuesta como hace X. L.
Dufour-en cinco momentos:
1. Introducción para describir la plantación de la viña (v. 1).
2. Envío de los criados (2-5).
3. Envío del hijo (6-8).
4. Reacción del amo y destino de la viña (9).
5. Comentario escriturístico ( 10-1 1).
Epílogo histórico (12).

Algunas observaciones sobre los distintos puntos.

1. Introducción.
No hay contradicción en el hecho de que Mc diga: «Entonces se puso a hablarles en
parábolas», y después haya una sola parábola. Se subraya, más que otra cosa, el género
adoptado para la enseñanza.
Aunque existen muchos puntos alegóricos en la parábola, hay que resistir la tentación de
querer alegorizar todos los detalles.
Así es fácil identificar al amo con Dios, la viña con Israel, los labradores con los
responsables del pueblo elegido, los criados con los profetas. Pero no es necesario indagar
sobre el significado del lagar, del seto, de la torre, todos los elementos que están sólo en
función de la narración.

2. El envío de los criados.


No cuesta mucho el reconocer en los criados a los profetas enviados sucesivamente por
Dios a su pueblo.
Alguno objeta, sin embargo, que la misión de los profetas no consistía en percibir los
frutos.
Todo depende de qué se entienda por frutos.
Hemos de colocar la vocación profética en el contexto de la alianza. Ahora el fruto de la
alianza es la fidelidad de Israel como respuesta a la fidelidad de su Dios. Los profetas
tienen precisamente el objetivo de garantizar la fidelidad de Yahvé, pero también la de su
pueblo, denunciar los eventuales incumplimientos y las traiciones y tener viva la memoria
de la espera de Dios.
Las relaciones entre profetas y viña de Yahvé han sido todo lo contrario de idílicas. Se
podría hablar de «intolerancia» recíproca. Los profetas no pueden tolerar las desviaciones,
la gente y sus jefes no pueden sufrir a aquellos intrusos.
Así su historia es más bien dramática.
Hay un texto antiguo, que constituía una especie de guía de peregrinación a la tumba de
los profetas, titulado Vitae prophetarum. Son breves biografías de veintitrés profetas.
PROFETAS/MARTIRES
Seis han encontrado una muerte violenta. Son:
-Amós: muerto a mazazos por el hijo del sacerdote Amasiah.
-Miqueas: precipitado desde una altura rocosa por el hijo del rey Jorán, que quería
vengar al padre que había sido reprendido ásperamente por sus iniquidades.
-Isaías: segado en dos.
-Jeremías: dilapidado en Egipto por el pueblo enfurecido.
-Ezequiel: matado en Babilonia por el jefe del pueblo.
-Zacarías : despedazado por Joás, rey de Judá, junto al altar del templo.
Está justificada la lamentación de Jesús: «¡Jerusalén, que matas a los profetas y
apedreas a los que se te envían!» (Mt 23, 37).
Esteban no dudará en hacer esta requisitoria: «¿Hubo un profeta que vuestros padres no
persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del justo» (Hech 7, 52).
En los tres envíos sucesivos se puede captar además de la obstinada esperanza del
amo, también una progresión de los malos tratos.
Por una parte tenemos, por tanto, los repetidos envíos de Dios -expresados en la misión
de muchos profetas-, por otra el rechazo constante de Israel.

3. El envío del hijo.


Mc a diferencia de Mt rompe una cierta progresión, sobre todo en relación a la regla del
tres, típica en las narraciones populares. De hecho hay un criado apaleado y despedido
con las manos vacías, otro descalabrado e insultado y un tercero matado. Pero a partir de
aquí no respeta el clásico «esquema ternario», porque introduce aún otros criados, antes
de llegar al delito capital contra el hijo. El ciclo se cierra con los tres envíos particulares y
los colectivos. El hijo, a pesar de estar en la línea de los envíos precedentes, se destaca,
es un capítulo aparte. También él representa al amo, pero de forma totalmente distinta.
Se puede discutir hasta el infinito si Jesús quería revelar aquí que era hijo de Dios -esta
expresión no era un título mesiánico en el lenguaje de la época- y si había querido anunciar
con precisión su propia muerte.
Se puede sólo afirmar que Jesús no se espera una suerte distinta a la reservada a los
enviados que le han precedido. Además que, a pesar de colocarse en continuidad con la
línea profética, se destaca reivindicando una posición aparte.
El adjetivo «querido» (agapetos) es el mismo con el que Jesús ha sido designado por el
Padre tanto en el bautismo como en la transfiguración (1, 11; 9, 7).
Queda el hecho, además, de que con la misión del hijo se pone en evidencia el último
intento realizado por Dios, su extremo y definitivo mensaje para los «rebeldes».
«En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros
padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que
nombró heredero de todo, lo mismo que por el había creado los mundos y las edades»
(Heb 1, 1-2).
La frase «este es el heredero; venga, lo matamos y será nuestra la herencia» (v. 7) hace
referencia a dos textos del antiguo testamento. El asesinato de Abel: «Caín dijo a su
hermano Abel: vamos al campo» (Gén 4, 8). Y el trato dado por los hermanos envidiosos a
José: «Se decían unos a otros: ahí viene el de los sueños. Vamos a matarlo y a echarlo en
un aljibe» (Gén 37, 19-20).
De cualquier modo está prefigurada la persecución del justo:
«Acechemos al justo,
que nos resulta incómodo:
se opone a nuestras acciones,
nos echa en cara las faltas contra la ley,
nos reprende las faltas...
se ha vuelto acusador de nuestras convicciones,
sólo verlo da grima...
nos considera de mala ley...
lo condenaremos a muerte ignominiosa» (Sab 2, 12-20).

Y se nos dice con exactitud cuál es la causa de su crimen: «porque los ciega su maldad»
(Sab 2, 21).
En la suerte reservada al heredero, el orden es inverso. Mc habla de la muerte dentro de
la viña y después del cadáver tirado fuera y expuesto a la profanación. Mt y Lc, en cambio,
nos hablan de que el hijo fue apresado fuera y después muerto.
Según piensa X. L. Dufour parece más verosímil el relato de Mc.
Los otros dos muestran claramente su intención de hacer coincidir cada una de las
circunstancias con el relato de la pasión de Jesús, enviado a morir «fuera» de la ciudad.
Dirá san Pablo: «... y por eso Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre,
murió fuera de las murallas. Salgamos, pues, a encontrarlo fuera del campamento,
cargados con su oprobio, que aquí no tenemos ciudad permanente, andamos en busca de
la futura» (Heb 13, 12-14).
Se puede deducir también un cierto aspecto de resarcimiento por parte de los
viñadores-adversarios de Jesús: «arrojado fuera» (ekballo) el que había «echado fuera» a
los mercaderes del templo.
La enseñanza fundamental de esta escena queda fijada en lo absurdo de quien tiene la
pretensión de expulsar al hijo de su legítima propiedad. «Vino a su casa, pero los suyos no
la recibieron» (Jn 1, 11).

4. Reacción del amo y destino de la viña.


Hay como un suspense cargado de dramaticidad en el relato, provocado por la pregunta:
«¿Qué hará el dueño de la viña?» (v. 9).
Aquí todos los verbos están en futuro.
Desde este momento lo que polariza la atención no es ya la conducta de los labradores,
sino la decisión del amo.
También en Isaías se planteaban algunas preguntas:
«Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá,
por favor, sed jueces entre mí y mi viña.
¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?
¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones?
Pues ahora os diré a vosotros lo que voy a hacer con mi viña:
quitar su valla para que sirva de pasto,
derruir su cerca para que la pisoteen.
La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán,
crecerán zarzas y cardos;
prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella» (Is 5, 3-6).

Jesús, sin embargo, con la libertad que le es característica, se aleja en este punto del
modelo. Su castigo no cae sobre la viña, sino sobre los viñadores.
La cosa podía estar sin duda prevista por sus oyentes.
Del todo inesperada, en cambio, es la segunda decisión: el paso de la viña a otros
cultivadores.
Una verdadera sorpresa. No olvidemos, en efecto, que para la mentalidad hebrea el
castigo de Dios que se abate sobre la nación infiel es bastante «normal». Pero, a pesar de
todo, Israel queda siempre como pueblo elegido. Es inconcebible el «paso» de las
promesas a otras gentes. Dios volverá a Israel. No va jamás a otra parte.

5. Comentario escriturístico.
No pocos intérpretes consideran ya cerrada la parábola originaria. Este sería un añadido
de la iglesia naciente, que daba por descontado el castigo de los jefes del hebraísmo, pero
tenía todo el interés en poner de relieve el destino de aquel que había sido muerto y
«echado fuera» como un malhechor.
La parábola, en este punto, cambia de dirección, a través de un cambio brusco.
La primera comunidad cristiana -si se trata de ella- no puede considerar «cerrada» la
parábola con la muerte del hijo. Quiere celebrar la victoria de Dios en la pascua.
La cita está tomada del salmo 117 (/SAL/117/22-23), pero no a través de la Biblia
hebrea, sino de la traducción griega de los Setenta.
Tengamos presente que es el mismo salmo del que han sido sacados los hosanna y los
gritos de aclamación lanzados durante la entrada en Jerusalén. «La piedra que desecharon
los constructores es ahora la piedra angular. Esa la ha puesto el Señor. ¡Qué maravilla
para nosotros!» (v. 10-11).
«La misma piedra que es el sólido apoyo de los creyentes se convierte para los
incrédulos en escándalo y ruina» (R. Schnackenburg).
Se discute si «piedra angular» es la puesta en los cimientos del edificio o bien la
colocada en el remate de la construcción, encima del arquitrabe.
Jeremías se inclina por la «piedra del arco»: «Jesús descubre en la palabra del salmo
una prefiguración de su destino: él será apartado por los hombres como una piedra
inservible para la construcción, pero Dios lo elevará a la cumbre de todo el edificio, es
decir, sin metáforas, hará de él «rey y dominador».
Puede ser una y otra cosa: algo fundamental y que «ensambla el conjunto», al mismo
tiempo.
En cualquier caso, la idea es la de una inversión radical: lo que es rechazado se
convierte en elemento esencial de la nueva construcción. Una vez más: la humillación que
lleva a la gloria.
«Esa la ha puesto el Señor». En la resurrección de Jesús se manifiesta el poder de Dios
y su triunfo sobre las fuerzas del mal.
La cita, aunque puesta en boca de Jesús mismo, traspasa el marco de la parábola. La
mirada pasa de los viñadores malvados al hijo muerto, del que se anuncia el milagro de su
divina exaltación, que es como decir de su resurrección y de su permanente significado de
salvación. La comunidad no se contentó con mirar al pasado, complacida por la muerte
violenta del Hijo de Dios por amor a los hombres; ella concluye la parábola con el
testimonio de su fe en el acontecimiento pascual ocurrido durante ese tiempo por voluntad
de Dios, proclamando la validez perenne de la obra realizada por Jesús.

Epílogo histórico.
Me parece que confirma la unión de la parábola con la discusión precedente acerca de la
autoridad de Jesús. El término clave es siempre «la gente». Así como el temor a la gente ha
impedido a los jefes declararse abiertamente contra Juan (11, 32), también ahora el miedo
a la gente les retiene para poner las manos sobre Jesús, como querrían.
«Y, dejándolo allí, se marcharon» (v. 12).
Pero la decisión está ya tomada.
Sólo la ejecución del proyecto es dejada para el momento oportuno.
La parábola de Jesús además de esclarecer el sentido de su misión, sirve para revelar
las intenciones secretas de sus adversarios.
Se entrevé también aquí una de las constantes del evangelio de Mc: «la revelación del
misterio de Jesús y la manifestación del corazón del hombre» (B. Maggioni).

Mensaje central
Lo hemos repetido varias veces. Es importante captar el «núcleo» de la parábola, es
decir el mensaje central, a lo que nos lleva la narración.
Pero para llegar a este término hay que concretar antes el género literario del texto.
Más que una parábola de enseñanza, esta es una parábola de juicio.
Estamos en un marco judiciario. ¿Quiénes son los encausados? ¿Cómo se configura el
cargo central? ¿Cuál es la sentencia?
De todo lo que hemos dicho antes es bastante fácil extraer el hilo conductor.

Encausados: Son principalmente los jefes, los responsables del pueblo. Pero ni siquiera
Israel, en su conjunto, está inmune de culpabilidad. En efecto, su religiosidad no ha sido
siempre agradable a Dios y sus frutos no responden a las esperanzas de Yahvé.
Pero en el banco de los acusados hay sitio también para el pueblo de la nueva alianza.
Porque la situación denunciada por Jesús puede repetirse siempre.

Cargo central: la apropiación de los frutos. El haber actuado como si la viña fuese
propiedad personal, exclusiva. El no reconocer que había que responder ante Dios de la
gestión. Una viña en donde jueguen intereses personales y se olvide lo que se refiere a
Dios es culpable del mismo modo que la higuera estéril.
El que se apropia de los dones de Dios, pretende monopolizarlos, quererlos para su
ventaja, es un ladrón.

La sentencia: no afecta a la destrucción de la viña, sino a su paso a otros labradores.


El castigo más grave que se da a los viñadores homicidas consiste esencialmente en ser
sustituidos por otros.
(Y este dispositivo de sentencia salta en todos los tiempos. Y las iglesias que se dicen
cristianas deberán siempre tener presente esta posibilidad).
Pero me parece que la parábola, además de juicio, es de amonestación.
Su mensaje se completa así: la historia continúa. También Dios puede ser derrotado por
la maldad de los hombres. Pero no por esto se interrumpe su plan. La muerte del hijo no
pone fin a su plan de salvación. Más aún, este se realiza precisamente a partir del «delito».

«La viña designa no al Israel histórico, sino una realidad permanente, viviente en el
corazón de Dios, que nosotros podemos, en virtud del contexto evangélico, llamar reino de
Dios» (X. L. Dufour).
Ni siquiera se precisa quiénes son «los otros», a los que la viña será confiada.
Basta saber que son siempre «otros»... Cualquiera que decida acoger a aquel que «ha
sido echado fuera» por los pretendientes abusivos y arrogantes.
En efecto, a partir de ahora la viña no se colocará ya en un espacio definido, en un
territorio fácilmente identificable porque esté cercado.
Donde esté el excluido, allí se planta la viña.
Siempre de nuevo.
Y los frutos se recogen sólo con él. Y a través de él.

PROVOCACIONES
D/SILENCIO D/AUSENCIA
1. La conducta de los labradores se juzga durante la ausencia del amo.
Se diría que la ausencia de Dios garantiza el trabajo del hombre.
Nadie está desocupado, gracias a ella.
Los viñadores empeñados en asegurar una buena cosecha.
Incluso ciertos teólogos y pensadores que tienen argumentos para teorizar la muerte de
Dios y no sólo su silencio.
«El Dios de la confianza es también el Dios de la ausencia. Pero hay que comprender
exactamente esta ausencia. Esta significa sólo que Dios nos toma en serio, nos deja el
campo libre. Desaparece. Deja su puesto. No se trata ni de abandono, ni de evasión ni de
deserción.
Es un signo de amor. Se podría decir que se va el Dios de los filósofos y de los sabios. Y
se queda en medio de nosotros únicamente el Dios confiado, pero débil, de la revelación. El
Dios que pretende actuar exclusivamente a través del amor que lleva a los hombres» (A.
Maillot).

2. Hay una especie de inquietante paralelismo entre la conducta de los viñadores y el


comportamiento del amo.
Un crescendo por ambas partes.
Aquellos obstinados en el rechazo. Él obstinado en las ofertas.
Aquellos exagerados en la maldad. Él exagerado en la dulzura y en la paciencia.
Una rebelión absurda. Una esperanza también absurda.
Incomprensibles unos. Pero incomprensible también el otro.
Excesivos en la avaricia. Excesivo en el candor.
Y todos echan un cálculo equivocado respecto al hijo. El: «A mi hijo lo respetarán...».
Ellos: «Venga, lo matamos y será nuestra la herencia».
Hay un tanto de «irreflexión» por ambas partes. Por motivos opuestos.
Sí. Nuestras actitudes y las de Dios son paralelas. Pero van en dirección opuesta.
Y la paradoja reside aquí: Dios nos alcanza, quiere lo mejor para nosotros, partiendo de
una posición opuesta a la nuestra.
No corre detrás.
Va a nuestro encuentro.
No nos alcanza por la espalda.
Nos lo encontramos de frente. Obligados a verlo de cara.

3. EV/EXIGENCIAS:A primera vista los criados y el hijo son mandados para cobrar, para
recibir. Parecen recaudadores.
Pero con poco que se observe en profundidad, nos damos cuenta de que han sido
enviados para dar.
Y de esto no se han dado cuenta los viñadores, cegados por la avaricia, además de la
maldad.
Es nuestro error fundamental, incorregible, en relación a Dios.
Olvidamos que es siempre el que da, aun cuando parece exigir de nosotros. Sobre todo
entonces.
Nuestro visceral miedo a perder nos impide recibir.
Nuestro infantil instinto de agarrar y poseer, nos lleva a «echar fuera» al donador.

4. «Todavía le quedaba uno, su hijo querido».


Es una expresión que me desconcierta cada vez que la leo.
Parece que Dios ha quedado al borde de la pobreza.
Le queda sólo el hijo.
Por causa de los hombres, ha dilapidado todos los recursos, agotado todas las
posibilidades.
Excepto el hijo. El último tesoro que arriesgar en ese «juego» en donde hasta ahora sólo
ha encontrado mala suerte.
«Y se lo envió el último...».
Jesús es verdaderamente el último, el eskatos, en el sentido de Dios.
No el último en relación al tiempo, no el último de una serie de intentos.
El último, es decir el definitivo, todo. Después del cual ya no queda nada.
Ahora Dios es verdaderamente el pobre por excelencia.
Pobre porque ha dado todo. En su incurable pasión por los hombres no se ha quedado ni
con su hijo. También se lo «ha jugado».
Dios es pobre. La prueba está en que con la venida de Jesús, no les falta nada a los
hombres.

5. Los enemigos de Jesús han sacado en seguida una enseñanza de la parábola. Han
aprendido algo. De los viñadores, se entiende.
«Y agarrándolo, lo mataron...».
«Estaban deseando echarle mano...». Únicamente no son capaces porque está el
impedimento de la gente.
Sin embargo la lección la han captado enseguida. Han aprendido cómo se hace. Lo
demostrarán dentro de poco.
La misma víctima les ha descubierto el secreto.
Es cierto, por tanto, que las parábolas de Jesús obligan a tomar una decisión.
No tienen el objetivo de divertir, entretener amablemente al público, dejar con la boca
abierta.
Alguno intenta ponerle las manos encima.
Mejor que sea así, que no aquellos que van con las manos en los bolsillos.

CONFRONTACIONES

Acusación de interés privado


Una lectura moderna de las parábolas exige que nos preguntemos si la condena y las
acusaciones contenidas en ellas afectan, aunque sea de modo distinto, también a la iglesia
cristiana, a sus pastores y a sus teólogos.
¿La predicación que ha hecho la iglesia crea ese tipo de expectativas por las que las
estructuras de la sociedad presente pierden autoridad y relevancia, pierden la importancia
que deriva de su supuesta inevitabilidad, porque se sabe que están destinadas a ser pronto
sustituidas -como entendía Jesús- por las relaciones de tipo fraterno suscitado por el amor
de Dios?
¿O bien los dirigentes de la iglesia han cuidado sus propias ventajas7 si no individuales
al menos de casta, y han identificado «la iglesia» consigo mismo, obrando como si se
tratase de algo propio con lo que obtener poder, prestigio y garantía de continuidad, sin
cuidarse del precio que el pueblo debía pagar en términos de ignorancia bíblica, más aún,
de ignorancia de las promesas de liberación que se referían directamente a él?
¿No se ha establecido una alianza con el poder? ¿No se han hecho callar las voces
renovadoras que podían incomodarla?
Una vez más, sin pretender aplicar esquemáticamente la parábola a situaciones
históricamente distintas, es sin embargo oportuno verificar si la acusación de «interés
privado» afecta sólo a los antiguos sacerdotes de Jerusalén o también a muchos otros
aparatos eclesiásticos (A. Comba, Le parole di Gesù, Torino 1978).

Dios tiene siempre la última palabra


La parábola no hace otra cosa que tomar los datos históricos más ciertos. En el momento
en que la muerte de Jesús ha sido decidida por sus adversarios, esta plantea una vez más
de forma ineludible la cuestión: ¿quién es este hombre que se dice hijo de Dios, que ve la
muerte que anuncia a sus propios enemigos, no para interesarles en su propio destino, sino
para revelar las consecuencias terribles de sus actos y finalmente para asegurarles que
con este asesinato la historia divina toca un vértice, sin por ello dejar de proseguir?
Porque Dios, que es uno con su siervo Jesús, tiene siempre la última palabra (X. L.
Dufour, o. c.).
...................
1. Un ejemplo palpable de interpretación alegórica de esta parábola es ofrecido por Orígenes que, entre otras
cosas, dice que la torre es el templo, el lagar el altar de las libaciones, el amo que va lejos señala el plan de
Dios que permanece escondido después de haber acompañado a los israelitas a través del desierto con la
nube y la columna de fuego. Todos los estudiosos reconocen que se trata de algo forzado y de
exageraciones.
2. En el judaísmo, el mâshâl es un género más bien variado que incluye parábola, alegoría, dicho sapiencial,
enigma, proverbio, fábula, apólogo, parangón, acertijo. No hay rastros en el judaísmo de parábola pura como
la entiende Julicher. El mâshâl tiene siempre algo de velado y de enigmático. El significado permanece
escondido para invitar al oyente a buscar.
3 Cf. su estudio sobre esta parábola contenido en el volumen ya citado Etudes d'evangile, 304 s. También
Lagrange habla de parábolas alegóricas. Una distinción bastante esclarecedora puede ser la que distingue
rasgos alegóricos propiamente dichos y rasgos significativos. Jeremías llama a estos últimos «metáforas
usuales». Por ejemplo, Dios aparece, de cuando en cuando, bajo los rasgos de un rey, de un padre, del
propietario, del juez. Los hombres pueden ser hijos, criados, deudores, invitados. Israel es la viña, el campo,
el rebaño.
(·PRONZATO-3/2.Págs. 233-247)
........................................................................
2-18 - EL IMPUESTO AL CESAR
Mc/12/13-17 Mt/22/15-22 Lc/20/20-26

El dicho
«Lo que es del César devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios» es una de las
frases más célebres y citadas de todo el evangelio. Todos están convencidos de que la
entienden y piensan que resuelve de una vez para siempre, de forma clara, las relaciones
entre religión y política, entre estado e iglesia.
Pero las cosas no son tan sencillas.
La respuesta lapidaria dada por Jesús está incluida en un relato inserto a su vez en una
controversia, que forma parte de una serie de controversias.
El problema
A primera vista puede parecer un episodio de impuestos que no se querrían pagar.
Se trata, en cambio, de una cuestión candente, en la que los componentes políticos,
religiosos, materiales y morales se entremezclan y se embrollan de una forma casi
inextricable.
«El camino de Dios» (v. 14) -típica expresión bíblica y semítica que indica no solamente la
conducta que Dios quiere, sino el camino hacia Dios-, de hecho, libera al pueblo de la
alianza de cualquier esclavitud. La fidelidad a Dios excluye toda forma de sumisión a los
poderosos de este mundo. El reconocimiento de una autoridad terrena, extraña al pueblo
elegido, es considerada como una disminución de la soberanía de Dios.
El tributo personal lo había sido introducido en el 6 d.C. Era el signo más evidente del
sometimiento de los judíos al poder romano. Se trataba de un impuesto para todas las
personas, excluidos los viejos y los niños.
El tributo, recaudado por el procurador, iba directamente a la casa imperial. Por tanto
estaba excluido el sacrilegio. Solamente después de la toma de Jerusalén, el dinero debido
a Dios (un didracma) fue a parar provocativamente al templo de un ídolo, Júpiter Capitolino,
algo abominable para la mentalidad judía.
Los zelotas, nacionalistas fanáticos, se rebelaban abiertamente contra este impuesto,
predicando incluso la violencia para deshacerse del yugo extranjero.
Fue típica, en este sentido, la rebelión de Judas el galileo -una especie de precursor de
los zelotas-, de la que habla Flavio Josefo. Judas, en el momento del censo de Cirino, había
instigado a sus paisanos para que no se manchasen con esa vergüenza y, en contraste con
el sumo sacerdote Joazar que aconsejaba la sumisión, había dado la señal de la revuelta
popular, siendo más tarde asesinado. Este Judas de Gamala, llamado también galileo, había
fundado una especie de dinastía de líderes revolucionarios. Dos hermanos suyos, Santiago
y Simón, habían sido crucificados por el procurador Tiberio Alejandro.
De todas formas, aunque el pueblo se sometía, no simpatizaba en nada con aquel
impuesto. Y la gente creía que no podía darse una motivación religiosa a la instintiva
repugnancia hacia el pago de impuestos. Se adaptaban con un gesto de vergüenza,
considerando el gesto como una especie de traición.

Los protagonistas
Son los fariseos y los herodianos, conjunto decididamente híbrido, que ya había
anticipado la decisión de la muerte de Jesús (Mc 3, 6).
Podríamos decir: los nacionalistas -caracterizados por un fuerte radicalismo religioso- y
los colaboracionistas.
Entendámonos. No es que los partidarios de Herodes Antipas amasen especialmente a
los romanos. Estaban de su parte por un cálculo oportunista. No habían abandonado, de
hecho, el proyecto de una restauración de la dinastía herodiana en Judea, en lugar del
procurador romano.
Los fariseos, por su parte, aunque eran hostiles al gobierno romano, se adaptaban por
razones de prudencia. Aunque estuvieran comprometidos políticamente no había que
esperar de ellos la señal de la rebelión. Explica R. Schnackenburg: «Aunque rechazaban,
en principio, el dominio de los romanos como potencia extranjera, sin embargo se
adaptaban a él con la excusa de que también los dominadores paganos reciben el poder de
Dios, mantienen el orden público y al mismo Dios rendirán cuentas un día de sus
acciones».
En este caso son enviados por el sanedrín, después del fracaso de la primera comisión
de investigación.

Las intenciones de los adversarios


Abiertamente plantean una cuestión típica de las disputas rabínicas, relativa a las normas
de comportamiento práctico.
En realidad quieren tender una trampa a Jesús. Y esta trampa puede resultar mucho más
mortífera en cuanto que se coloca en el terreno político más bien explosivo.
La alternativa es clara. En base a la respuesta que dé Jesús, o se enajena el favor
popular -el único elemento que retiene a los enemigos de intervenir directamente- o bien se
pone contra lo s romanos.
Por el prólogo adulatorio, es evidente que los interlocutores no creen en la posibilidad de
que Jesús tome una actitud favorable a la dominación extranjera en contraste con la
sensibilidad de su pueblo. Apuntan más bien a la segunda hipótesis.
Sabemos que tienes el valor de decir la verdad ante cualquiera, que no temes a nadie,
que no tienes miedo de comprometerte...
Halagándolo así, esperan cazarlo con una declaración «imprudente». En ese caso el
juego estaría hecho. Los romanos se las arreglarían en esta cuestión con sus métodos
habituales, para evitar tumultos populares. La avalancha de la gente, insuperable para la
también poderosa policía del templo, caería ante la intervención de las fuerzas de
ocupación.
De hecho, durante el proceso, se lanzará esta acusación: «Hemos comprobado que éste
anda amotinando a nuestra nación, oponiéndose a que se paguen los tributos al César, y
diciendo que él es Mesías y rey» (Lc 23, 2).
También en este caso, primero se busca al culpable. Después ya habrá tiempo de
encontrar o inventar las pruebas...

El tema de fondo
Esta disputa no está de hecho separada de la precedente.
Por parte de los adversarios, existe sustancialmente la misma exigencia de comprobar la
autoridad de Jesús. Ya que no ha querido pronunciarse directamente, intentan llegar
poniéndole en confrontación con la indiscutible, aunque odiada, autoridad romana. Desde
la posición que asuma ante el poder dominante, el Maestro se ve obligado necesariamente
a «descubrirse», declarar la propias intenciones y revelar sus pretensiones.
Pero existe una evidente continuidad también en las palabras de Jesús. Con su
respuesta, el discurso es referido a Dios, a su autoridad absoluta, al que tiene el derecho
por excelencia.
Es significativo el verbo empleado: «devolved». Igual que los viñadores han rechazado el
ceder la parte de los frutos que pertenecía al amo, así el pueblo de la alianza es acusado
implícitamente de no «devolver» a Dios lo que es de Dios.
Por parte de Jesús su tema es el iniciado con la purificación del templo y la paralela
maldición de la higuera y proseguido con la parábola de los viñadores homicidas. Juzga la
«esterilidad», acusa por apropiación indebida. Para él, la oposición no está entre el César y
Dios, sino entre la «casa de oración» y la «cueva del bandidos».
Ni siquiera ahora Jesús declara abiertamente el origen de su autoridad. Si acaso deja
intuir que el Mesías es un Mesías religioso, que no se enreda en cuestiones políticas.
Devolviendo el debate a lo que se debe dar a Dios, evita la trampa de los adversarios.
Más aún, les obliga a mirar dónde ponen los pies...
Hace añicos su seguridad de que la oposición de fondo esté entre Dios y el César.
El rabí de Galilea hace entender, en definitiva, que se puede estar contra el César sin
que por ello necesariamente se esté de la parte de Dios. En lo cual probablemente nunca
habían pensado, tan habituados como estaban a identificar la propia causa -sus propios
intereses- con la de Dios.
Se quedan «atónitos» (v. 17), sorprendidos, casi perdidos.
Despojados de su radical convicción de que bastase negar -incluso sólo en las
intenciones secretas- lo «debido» a César para ajustar las cuentas con Dios. Que, por dar
todo a Dios, estuvieran autorizados a sustraer algo al César.
Ahora se encuentran con la sospecha de que además de ser deudores del emperador
-por obra de aquella moneda que manejan desenvuelta e inútilmente...-, son también
deudores insolventes ante Dios.
Puede ser que hubiese alguno que desease sinceramente una respuesta
desapasionada, pero descubre que las respuestas de aquel rabí no sirven tanto para
resolver los problemas prácticos en el sentido deseado, cuanto para plantearlos con más
firmeza.

El diálogo
Se desarrolla según los esquemas de las disputas rabínicas. Es decir:
- Una pregunta (v. 14).
- Una contrapregunta a la que los interrogadores se ven obligados a responder (v.
15-16).
- Conclusión del Maestro (v. 17).
- Efecto provocado en el auditorio (v. 17).

Examinemos más de cerca el texto.


No debe extrañarnos la presencia de los herodianos. Es cierto que habitualmente están
en Galilea. Pero podían haber venido a Jerusalén, especialmente con motivo de la pascua,
desde el momento que estaba presente el mismo Antipas (Lc 23, 7 s).
El verbo que traducimos «para cazarlo con una pregunta», literalmente significa cazar a
una animal salvaje.
«Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque tú no miras lo
que la gente sea. No, tú enseñas el camino de Dios de verdad» (v. 14).
J/PERSONALIDAD: El preámbulo, en boca de esta gente, tiene un algo de falso y puede
aparecer incluso burlesco. Pero, a pesar de ser emitido por parte de los enemigos, esto no
quita el que corresponda a la verdad. Mc tiene la ocasión de declarar, sirviéndose de las
palabras de los fariseos y herodianos, lo que piensa realmente del Maestro. Y esboza uno
de los retratos más significativos del su personalidad.

La pregunta tiene dos aspectos, uno de principio (¿está permitido?), otro referido al
comportamiento práctico que seguir (por otra parte ya resuelto por ellos, que de hecho
pagan el tributo).
Es formulada de tal manera que Jesús tenga que responder con un sí o un no. En ambos
casos, de forma desfavorable para él.
Cualquiera que sea su respuesta firma la propia condena.
O se juega la simpatía popular o bien la impunidad ante los ocupantes. O
colaboracionista o rebelde.
Si dice que hay que pagar, será abandonado por la gente.
Si se niega, no puede huir de las manos de los romanos.
Como se ve, el mecanismo de la trampa ha sido estudiado con todo detalle.

«Jesús, notando su fingimiento...» (v. 15).


¿En qué está el fingimiento de los adversarios? En el hecho, evidentemente, de plantear
una pregunta que es un simple pretexto para poner en apuros al Maestro. No hay una
búsqueda auténtica de la verdad. «Se describe aquí un tipo de pregunta detrás del cual se
esconde una decisión negativa ante Jesús, tomada de antemano. El relato pone por tanto
en guardia contra un discutir que no se propone aprender porque ha tomado ya antes una
actitud de cerrazón ante Jesús» (E. Schweizer).

«¿Por qué me tentáis?».


Jesús muestra que ha entendido...
Desveladas de esta forma las intenciones maliciosas de los adversarios, las partes están
invertidas.
Sin embargo, continúa el juego. Acepta el debate en aquel terreno movedizo.
«Traed acá una moneda que la vea». Es una moneda de plata que representaba la
unidad monetaria romana. Pesaba unos 3,40 gramos. Es difícil establecer hoy su valor
exacto. Parece que era la paga diaria de un obrero.
Evidentemente él no la tiene en el bolsillo. La tienen ellos.
Y en este momento Jesús se toma la revancha.
El detalle está cargado de ironía.
De modo que también vosotros, los puros, los justos, «los resistentes», tenéis que ver
con el orden instaurado por los romanos.
Traficáis, defendéis vuestros intereses, sabéis arreglároslas.
No dudáis en mancharos las manos con una moneda que tiene impresa la imagen del
emperador y una inscripción claramente blasfema («Tiberio César, hijo del divino
Augusto»). Todo esto está condenado por la ley, va contra uno de los mandamientos. Esos
mandamientos que vosotros tenéis siempre en la boca.

«¿De quién son esta efigie y esta leyenda?» (v. 16).


El debate se desplaza hacia un terreno más certero, el de la imagen (eikon). «¿Qué es lo
que pretendéis dar valor, promover, desarrollar? ¿El dinero que está hecho a imagen del
César o bien al hombre viviente hecho a imagen (eikon) de Dios?» (E. Binet).
La contrapregunta obtiene de esta forma su efecto. La trampa es descubierta del todo.
Los interlocutores puestos al desnudo. Son ellos ahora los que se encuentran en dificultad.
Obligados a preguntarse, a defenderse...

Pero ¿ha contestado Jesús?


«Lo que es del César devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios» (v. 17).
Mientras ellos plantean la cuestión en términos de «dar», Jesús replica en términos de
«devolver».
La frase, tan citada, en la que alguno con demasiada facilidad encuentra el fundamento
de la doctrina acerca de la independencia de los dos poderes civil y religioso o la base de
la «lealtad» de los cristianos ante el estado, en realidad es de muy difícil interpretación.
Las opiniones son muy variadas.
Jesús ha contestado sí.
Ha dicho no.
Se las ha arreglado con un sí pero...
Alguno sostiene que en realidad no ha contestado.
Cito las interpretaciones que me parecen más significativas.
A. Loisy: «Se distorsionaría el pensamiento de Jesús si se supiera que el tributo al César
se coloca en el mismo plano y con el mismo valor absoluto y definitivo que el deber para
con Dios... Se estiman las cosas de la tierra por lo poco que valen y se cumplen las propias
obligaciones en base a su necesidad. Pero, sobre todo, uno debe saber que lo esencial
está en otra parte, en la fidelidad al Padre celeste».
Muchos otros autores (Lagrange, Taylor, Bonnard, Schlier, Cullmann, TOB) interpretan la
misma melodía de la «jerarquización de los deberes». Existe la vida política y, sobre ella, la
vida religiosa. En definitiva, distinción y jerarquía.
G. Dehn: «Si esta moneda pertenece al emperador, él tiene derecho a su propiedad...
Pero también Dios tiene derecho a su propiedad. Si se pregunta: ¿Qué es lo que pertenece
a Dios? sólo se puede dar una respuesta: nosotros mismos».
En la misma línea, más o menos. R. Volkl: «En efecto, no se puede afirmar que el César y
Dios vengan situados aquí en el mismo plano, porque el estado tiene el poder de exigir lo
que juzga necesario para la propia existencia, mientras que Dios pretende todo el hombre,
que le debe "devolver" a sí mismo».
P. R. Bernard: «El poder que tiene la misión de hablar en nombre de Dios, de promover y
defender el reino de Dios, detenta una superioridad en relación al César». Todo está en
probar dónde y cómo Cristo instaura este poder, con o sin mayúscula...
J. Schmid: «Por el contrario, también se dice que el tributo, que representa un
reconocimiento de la autoridad de César, es moralmente lícito. La autoridad de Dios no
resulta comprometida. Incluso pagando el tributo exigido por el emperador se puede
siempre dar a Dios lo que le corresponde: es decir, dársele sin reservas. El orden religioso
no es necesariamente limitado».
R. Schnackenburg: «Seguramente Jesús no pretende instaurar dos órdenes separados:
uno terreno y humano, y otro divino, que no tendría nada que ver con las cosas de aquí
abajo. Dios exige del hombre una restitución incluso en el campo social y en sus relaciones
con el estado; pero esto último no es absolutizado, teniendo solamente un valor limitado».
R. Fabris: «Teniendo en cuenta la actitud de fondo del evangelio, no se puede entender
la respuesta de Jesús como una salida irónica y elegante para evadir una situación
comprometida: el César no tiene importancia; lo que cuenta es Dios y su voluntad. Ni
siquiera es sólo una respuesta antizelota. Conforme a la ideología política judía tradicional,
Jesús acepta la autoridad del imperio. Pero al mismo tiempo él afirma decididamente la
soberanía última y decisiva de Dios. El hombre que lleva la imagen de Dios (Gén 1, 27),
pertenece a Dios de forma más radical que el dinero, con lo que representa, al César».
González-Ruiz: «La respuesta quiere demostrar que Jesús no está de acuerdo ni con los
unos ni con los otros (zelotas y herodianos), ambos absolutizan una realidad relativa: el
tributo y la imagen del César grabada en las monedas. El no defendía que el servicio
debido a Dios se agotase en aquella clase de rechazo. Se podía pagar el tributo al
emperador, sin por ello renunciar al primer mandamiento. Más aún, habría sido mejor hacer
esta concesión al César con tal de conservar intacta la adhesión a Dios. Llegará el
momento en que la fidelidad a Dios exigirá del creyente una renuncia mucho más profunda,
y entonces será necesario obedecer a Dios antes que al César (Hech 49 19)».
Para concluir, podemos decir que no ha contestado a la pregunta.
Mejor, no ha dado la contestación que se esperaban los interlocutores. Y mucho menos
la que quizá pretendíamos nosotros.
A este respecto puntualiza E. Schweizer: «El elemento decisivo de la respuesta son las
últimas palabras, que van claramente más allá de la problemática planteada en la pregunta.
Ellas contestan globalmente la posibilidad de una respuesta siempre a punto, de una regla
que se pueda aplicar sencillamente a cada caso, para saber inmediatamente lo que hay
que hacer: en efecto, a Dios pertenece todo, incluso el que ha planteado la pregunta».
De acuerdo: las cosas de Dios y las cosas del César. Pero ¿quién es capaz de hacer el
inventario preciso? ¿Cómo establecer exactamente los límites de los dos campos? Y
cuando existen interferencias por una u otra parte, ¿cómo acertar con seguridad?
Nada de hacer de la frase de Jesús la formula mágica que resolvería de modo definitivo
todos los problemas en los que la realidad del estado y del reino de Dios se mezclan.
La realidad concreta es muy compleja. Las situaciones históricas tan cambiantes exigen
valoraciones con frecuencia muy distintas entre sí. Los equívocos siempre son posibles.
No. Jesús no es un expendedor de recetas para uso inmediato, que nos dispensarían del
riesgo de las elecciones más dolorosas y lacerantes.
El cristiano no se encuentra con una solución prefabricada, válida para siempre.
Se encuentra con una conciencia. Y con una libertad. En cada ocasión hay que hacerlas
funcionar.

PROVOCACIONES
1. Más que la conclusión me impresiona el mandato: «Traed acá una moneda que la
vea».
Por una vez habla de dinero. Pero del que está en los bolsillos de los otros. El no tiene.
Estaría bien que lo mismo ocurriera siempre en la comunidad eclesial.
La libertad de hablar de un poder que ella no tiene, de dinero que no posee, de prestigio,
fuerza y honores que ni siquiera la rozan.
Entonces las respuestas se vuelven creíbles.
Paradójicamente, en este terreno, la «carencia» es el título más cualificado.
Es distinto en la pobreza. Que es necesario, en cambio, «poseerla», conocerla de cerca,
vivirla. En este caso, sin embargo, no hay necesidad de hablar.

2. Algunas veces ciertas personas religiosas parecen considerar a Dios como fuente de
excepciones, privilegios, exenciones. Legitimación de todos sus incumplimientos en el
campo de los deberes sociales.
Pero Dios no concede dispensas. Si acaso añade responsabilidades mayores.
Cuando está él por medio, no son posibles las rebajas. Lo único previsto es un aumento
de los compromisos, incluso en un plano terreno.
Dios no protege a los evasores.
Su presencia está asegurada únicamente a quien no se ausenta de los más incómodos
deberes humanos.

3. Sí. Alguna vez el César puede también invadir un terreno que no es de su


competencia. Pretender algo que no le pertenece.
Pero no vienen por aquí los mayores peligros. Además son fácilmente advertidos por una
conciencia despierta.
La tentación más sutil es la de utilizar al César como recaudador al servicio de Dios. El
camino más expeditivo para cobrar.
En este caso y con estos métodos no se «devuelve» a Dios, a pesar de las apariencias.
Se realiza un desfalco colosal.
El camino más breve, los medios más eficaces, el constreñimiento, sólo sirven para que
no lleguen a término las «cosas de Dios».
También porque él no las reconoce como «suyas».
La imagen que vuelve a Dios debe llevar el signo inequívoco del reconocimiento de la
libertad.

4. «El Espíritu Santo permite a la iglesia llegar hasta el último día con el último mártir» (S.
Quinzio). Ciertamente. Con tal de que sea inerme, débil. La única espada que le puede
acompañar es la que los otros han usado contra él.

5. Jesús habla de devolver al César, no de copiar de él y mucho menos de hacerle


competencia.
Es decir, hay que darle lo que se le debe: pero nada más.
Ciertos conciertos y alianzas con los poderes de este mundo no son para la gloria de
Dios, cualquiera que sean las intenciones declaradas. Si acaso están en contra.
Cuando la iglesia o cualquier institución cristiana se configura como poder mundano, hay
siempre alguien y algo que queda fuera: Cristo y su evangelio.

6. PERSECUCION/SEDUCCION Hay algo peor que la persecución explícita del poder


mundano. Es su fuerza de seducción. Sobre todo cuando se presenta como servicio dado a
Dios.
Dice muy bien S. Quinzio: «Basta mirar alrededor para ver que el método de la
seducción, perfeccionado al sumo, hace ya superflua la persecución. La persecución
directa y violenta es apenas un reflejo en el sistema de la seducción. Cuando la seducción
funciona perfectamente, todos en realidad, lo admitan o no de palabra, adoran "la estatua
de la fiera" (/Ap/13/15)».
Y continúa la cita: «A todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, esclavos y libres, hizo
que los marcaran en la mano derecha o en la frente, para impedir comprar ni vender al que
no llevase la marca con el nombre de la fiera o la cifra de su nombre» (Ap 13, 16-17).

7. La imagen del César y de sus vasallos es fácilmente reconocible.


¿Pero la de Dios?
El creyente está llamado aquí a ejercer su especialización.
No se trata de buscar entre las piedras, o las monedas o los pergaminos.
Hay que buscar entre los rostros.
Cualquier rostro humano lleva impresa -aunque esté desvaída, oxidada o borrosa- la
imagen de Dios.
«Darse cuenta, de repente, cuando la masa de los hombres ha sido desfigurada porque
ninguno puede ver a quién podría asemejarse, modifica la existencia y turba la tranquilidad.
Restituye a cada hombre su imagen y semejanza creadora con el creador. Porque la
imagen y semejanza creadora de cada hombre con el creador le ha sido robada por los
dueños del mercado» (J. Cardonnel).
En tal caso, lo que es urgente restituir a Dios es precisamente su imagen impresa en el
hombre, siempre expuesta a todas las rapiñas.

8. «El papa y el emperador, estas dos mitades de Dios» decía V. Hugo. Lo cual
demuestra que los genios no son sólo genios en la inteligencia. Llegan a serlo también en
la estupidez.
Solamente los escribas de todo tiempo -como observa J. Cardonnel- han intuido el
provecho que podían sacar de las dos vertientes de esta enorme montaña de autoridad.
El hombre, no. El hombre no tiene nada que ganar.
Mucho menos Dios.
César convertido en Dios, a lo sumo hace reír (si admitimos que los hombres sean
capaces de no perder nunca el sentido del ridículo).
Pero cuando Dios es presentado con el rostro y las actitudes del César, esto resulta sin
duda un espectáculo repugnante y blasfemo. La mofa más atroz.

9. ¿Y si en el «devolver» a Dios las cosas de Dios, estuviera incluida la obligación de


restituir precisamente las cosas del César, las cosas de los hombres, los deberes
terrestres?...
¿Si lo que es debido a Dios comprendiera lo que se debe restituir a los pobres, a los
excluidos, a los explotados, a las víctimas de la injusticia, a los sin voz, a los sin derechos, a
los condenados, a los aplastados bajo cualquier forma de opresión, a los que han sido
privados de su dignidad...?
No se ha dicho que Dios reciba los tributos que le pertenecen sólo en la iglesia. Diría que
los prefiere recaudar tras las ventanillas de la humanidad.

10. ¿Y dónde ponemos a los desilusionados? También ante ellos somos deudores.
Los innumerables desilusionados poseen una tarjeta de crédito privilegiada. Tienen
derecho a ser resarcidos en nombre de ese evangelio que hemos escondido, de ese Dios
de quien nos hemos servido con gusto sin servirlo, de esos hechos siempre esperados
inútilmente después de un diluvio de palabras.
El cristiano, ese deudor.
Todos tienen el derecho, cuando le encuentran por la calle, de exigir algo de él.
No. No la limosna. «Dar» seria aún un privilegio, un lujo.
El cristiano está llamado -esta es su vocación especifica- a restituir.
Y es, en el fondo, su fortuna. Precisamente la de no sentirse jamás satisfecho.
CONFRONTACIONES

Ajeno a la política, pero sin retirarse a la interioridad


Con su respuesta, Jesús se sustrae tanto al radicalismo político -de los zelotas- como al
peligro de una pura interioridad que se retira del mundo. Su palabra es de tal profundidad y
amplitud que conserva su validez en las más diversas épocas y situaciones históricas,
exigiendo al mismo tiempo una aplicación a cada uno de los momentos y dando lugar
siempre a nuevas elecciones.
La iglesia primitiva se vio obligada en las circunstancias cambiantes de los primeros
tiempos de su existencia histórica a establecer de cuando en cuando nuevas actitudes y a
buscar su camino.
San Pablo propuso una relación positiva con el estado romano en cuanto potencia
ordenadora (Rom 13, 1-7) y del mismo modo otros escritores inspirados inculcaron el
respeto a las leyes y el cumplimiento de los deberes civiles (1 Pe 2, 13-17; Tt 3, 1 s).
El Apocalipsis de Juan, en cambio, en una época en la que los emperadores exigían para
sí honores divinos y afirmaban la omnipotencia del estado, consideraba el poder terreno
como encarnación del demonio, adversario de Dios (Ap 13), al que el cristiano debe
oponerse, rechazando sus pretensiones incluso a costa de sufrir una persecución
sangrienta.
La situación histórica actual es de nuevo distinta. Se exige en todas partes una
intervención de la iglesia a favor de la libertad y de los derechos humanos, especialmente
de aquellos que se encuentran conculcados; pero su tarea específica no es de orden
político, consiste en anunciar el evangelio de Dios y sus exigencias tanto a cada individuo
como a la entera sociedad humana. Esto significa, entre otras cosas, que en todo momento
su tarea de liderazgo moral sea realizada sin ceder a preferencias y que su actividad resulte
libre de todo oportunismo, ocupándose exclusivamente de promover el bien de los hombres
y asistirle en las desventuras.
Por eso, si en el mundo actual, el cristiano quisiera volver al puro campo «religioso», al
culto litúrgico, a la preocupación por la salvación de las almas de sus fieles, no habría
comprendido el verdadero sentido de la sentencia de Jesús: «Dad a Dios lo que es de
Dios».
La posición asumida por Jesús, extraña a la política, contiene sin embargo también una
exhortación a actuar responsablemente por el bien de la sociedad humana, siguiendo en
ello la voluntad divina (R. Schnackenburg, o. c.).

Dos polos opuestos I/SANTA-PECADORA


A lo largo de todo el antiguo testamento, a pesar de sus miserias y de sus vergüenzas,
Jerusalén es el polo diametralmente opuesto a Babilonia que es el polo del poder mundano.
Israel es en sustancia un pequeño pueblo en torno al cual presionan los señores del
mundo, los pueblos grandes y ricos, poseedores de armas y de caballos. Israel no ha
convertido y dominado jamás el mundo con su poder mundano. Pero Roma es Jerusalén y
Babilonia al mismo tiempo (Ap 16, 19; 17, 9 y 18). El poder mundano se transforma en
cierto modo en iglesia. Basta leer las vidas de los santos para ver quién les ha perseguido.

La cristiandad, ya agonizante, ha sido ese monstruoso híbrido a lo largo de todos los


siglos que se han llamado cristianos. Un creyente no puede leer una historia de la iglesia,
incluso la más inocua y oficial, sin horrorizarse casi en cada página. Medida con el metro de
la esperanza de la primera generación cristiana es desesperante, pero incluso confrontada
con la historia de otras grandes instituciones si sobresale en algún momento desciende
también a abismos inéditos, llenos de ambigüedad y confusión.
En la kénosis de Dios, que continuará hasta el fin del mundo la forma de permanecer la
palabra de Cristo en el mundo, es la «anticristicidad» (S. Quinzio, La fede sepolta, Milano
1978).
No es una respuesta evasiva, sino comprometida
La respuesta de Jesús se parece a los dichos enigmáticos de los sabios, que tienen el fin
de mostrar la inteligencia del maestro y, al mismo tiempo, de obligar al discípulo a salir del
caso particular para pasar a las cuestiones más generales.
De todas formas, la respuesta de Jesús no fue evasiva. Va más allá, pero no por miedo a
comprometerse.
Jesús sabe bien que la jornada de un hombre está llena de pequeñas preguntas que
exigen una respuesta inmediata (pero no se pueden dar recetas al respecto: está el deber
de la rectitud y después cada uno debe regularse cada vez, según los casos).
Pero el evangelio sabe también muy bien que es peligroso dejarse aprisionar por estos
problemas diarios, únicamente interesados en soluciones inmediatas: se permanecería
siempre en la periferia de las auténticas decisiones y las interminables discusiones -nacidas
bajo el signo de lo concreto, pero en realidad bajo el signo de un reformismo excesivamente
práctico- nos dejarían en el mismo sitio, siempre inseguros, divididos e insatisfechos. Es
más allá, por tanto, a donde hay que ir, allí donde se encuentra el centro inspirador: en
nuestro caso, la justa dependencia de Dios es, por tanto, la justa libertad ante el estado.
Con su respuesta Jesús no pone en el mismo plano a Dios y al Cesar, y mucho menos
considera las dos realidades como independientes. El afirma la primacía de Dios -por tanto
de la conciencia-, pero la primacía de Dios y la libertad de la conciencia no privan al estado
de sus derechos.
La frase de Jesús se puede acentuar de distinta forma. En un contexto religioso en el que
la afirmación de la primacía de Dios corre el riesgo de privar a la sociedad de su autonomía,
el acento cae sobre el «dad al César lo que es del César».
En cambio, en una sociedad en la que la intromisión del estado se convierte en idolatría
política, el acento cae sobre «dad a Dios lo que es de Dios», afirmando de este modo la
libertad de conciencia y el decidido rechazo de cualquier idolatría política (B. Maggioni, o.
c.).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 248-262)

2-19 - LOS SADUCEOS Y LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS


Mc/12/18-27 Mt/22/23-33 Lc/20/27-40
SADUCEOS/RS

Los saduceos
La tercera disputa tiene como protagonistas a los saduceos1.
Era un partido político-religioso de corte aristocrático formado por personajes conocidos,
ricos e influyentes, salidos sobre todo de las clases sacerdotales. Su campo específico era
el culto del templo. Tenían una especie de exclusiva en la elección del sumo sacerdote.
En el ámbito del sanedrín su presencia y su poder estaban contrarrestados por los
escribas y los fariseos, por lo que, a pesar de tener un peso notable, no eran capaces de
controlar totalmente la vida de la nación. Por otra parte, tendían a separarse del pueblo.
Las noticias que tenemos sobre ellos son escasas y casi todas proceden de fuentes
sospechosas (derivadas de ambientes claramente hostiles, sobre todo por motivos
ideológicos). Por lo cual el retrato que se dibuja resulta claramente negativo y por ello
escasamente fiable.
La literatura rabínica, en particular, se ensaña gustosa contra ellos. En un pasaje famoso
son acusados por una mujer de engendrar hijos para la gehenna.
En el libro apócrifo titulado Salmos de Salomón, surgido en ambientes farisaicos, se
denuncia en los saduceos su insaciable sed de riquezas, la soberbia, la presunción, el
arribismo.
Incluso Flavio Josefo, más ecuánime, tampoco se muestra favorable ante ellos.
Alguno los tacha de inmediato: «oportunistas en política, liberales en religión».
Pero su posición era mucho más sutil. Podríamos decir: realista. Individuos habituados a
calcular exactamente los pros y contras de cada situación y de cada decisión. Preocupados
por salvaguardar los propios derechos y privilegios sacerdotales (no admitían, por ejemplo,
que laicos, como los escribas, fueran autorizados para interpretar la Escritura), se
mostraban más bien conciliadores con los romanos, más por la fuerza de los hechos que por
convicción2. Al mismo tiempo, atentos para no entrar en conflicto con las masas populares.
En cuanto a la doctrina se cree saber lo que rechazaban: inmortalidad del alma, premio y
castigo personales, resurrección.
Un pasaje de los Hechos de los Apóstoles (23, 8) añade también la negación de los
ángeles y de los espíritus. Pero el dato no está confirmado por la literatura judía.
No es ni siquiera exacto que aceptasen como Escritura exclusivamente los «Cinco Libros».
También reconocían los demás, pero daban un valor fundamental y privilegiado, una
autoridad absoluta al Pentateuco. Sobre todo tenían una verdadera alergia por toda la
literatura de tipo apocaliptico.
El conflicto con los fariseos nacía principalmente del rechazo tenaz a colocar en el mismo
plano la ley escrita y oral (de la que los fariseos eran exquisitos paladines). Defendían con
ahínco la separación y el distinto grado de valor de la ley escrita y las tradiciones orales,
con una clara tendencia a devaluar estas últimas.
Sin embargo, honestamente, hemos de tener presente que muchas cuestiones
doctrinales, en el siglo I, eran aún objeto de debate y llegarían a ser doctrinas oficiales,
fuera de cualquier contestación, únicamente más tarde.
En la práctica, los saduceos reducían la resurrección a la propagación de la
descendencia. La vida eterna para ellos era sólo la conservación de la especie.
Su escepticismo se refería más que nada a la espera mesiánica.
También estaban inmunizados de la fiebre escatológica.
En conclusión: no modelos, pero tampoco impíos. No sería justo catalogarles entre los
herejes. Fundamentalmente eran conservadores.
Este partido -no muy numeroso- sale prácticamente de escena en el 70, juntamente con
el templo.
De todas formas «el verdadero y serio encuentro con la aristocracia saducea del templo
se verificó en el cuadro de los sucesos de la pasión. Sin embargo, entonces no eran ya los
representantes de doctrinas contrapuestas que polemizaban cara a cara, sino que Jesús se
encontraba allí como acusado ante los que poseen el poder político. Por eso este nuevo
encuentro no llevó a nuevos debates sino a la cruz del Gólgota» (K. Schubert).

La disputa
Los saduceos se acercan a Jesús sin tonos aduladores, pero también sin el
apasionamiento típico de los fariseos.
Están lejos de cualquier forma de fanatismo, saben mantenerse distantes, objetivos,
habituados a razonar con argumentaciones sólidas, teniendo en cuenta lo que está escrito
en el Pentateuco. Si acaso, una brizna de ironía en vez de agresividad. Sin duda saben
atacar. Pero con una cierta frialdad y lucidez, cuando es necesario sobre todo para evitar
alteraciones del orden político-económico-religioso.
La materia que proponen a Jesús no es «explosiva» como la cuestión del tributo. Más
bien una cuestión académica. Ellos apuntan sobre todo al ridículo.
La pregunta está relacionada con la llamada ley del levirato3, por la que un hombre debía
casarse con la cuñada cuando el hermano hubiera muerto sin dejar hijos varones. Esta
institución tenía por objeto evitar que la viuda se casara con un extranjero (por tanto
reflejaba la preocupación por conservar la raza), asegurar la descendencia y, sobre todo,
que la propiedad permaneciera dentro del ámbito familiar.
Era una norma de difícil aplicación, frecuentemente olvidada y, en tiempos de Jesús,
prácticamente anulada. Sin embargo, era un bocado sabroso para los casuistas.
Pero los saduceos no quieren aclaraciones sobre esta disposición legal. Se sirven de
ella, inventando el caso grotesco de una mujer que se casa sucesivamente con siete
hermanos y que se decide a morir sólo cuando ha enterrado al último marido, para
demostrar el absurdo de la creencia en la resurrección.
«¿De cuál de ellos va a ser mujer?» (v. 23).
Tengamos presente que en el judaísmo tardío se contraponían dos tendencias sobre la
vida del «mundo futuro».
La primera decidida y groseramente materializante, tendía a transferir en el más allá las
alegrías y las dimensiones más apetitosas de las realidades terrenas, a través de un simple
aumento cuantitativo. Todo ello se verificaría especialmente en la fertilidad de la tierra,
fecundidad de las mujeres y fuerza vital de los hombres.
Es citado, por ejemplo, el dicho del rabí Gamaliel, que aseguraba que en el mundo futuro
«la mujer parirá diariamente, del mismo modo que las gallinas ponen un huevo cada día». Y
más tarde el rabí Eliezer sostenía que cada israelita sería padre de unos seiscientos mil
hijos ¡nada menos!
La otra tendencia -de impronta apocalíptica- era más espiritualista, aunque no perdía el
característico espesor de «mundanidad» peculiar del hebraísmo. He aquí un ejemplo: «Rab
solía decir: No es como este mundo el mundo futuro; en el mundo futuro no se come ni se
bebe, ni hay reproducción de la especie, no hay intercambios comerciales, ni celos ni odio
ni luchas, sino que los justos estarán sentados y coronados en sus cabezas y gozando del
esplendor de la majestad divina»4.
No es que los saduceos pidan a Jesús el que se declare a favor de una u otra posición.
Para ellos son todas indiferentes.
El caso que proponen debería servirles sólo para demostrar el absurdo de la resurrección
en sí misma.
No debe extrañarnos el que una verdad, tan fundamental para nosotros, fuera objeto de
controversia en aquel tiempo.
Tengamos presente que durante muchos siglos, en la fe hebrea, incluso en la más
robusta y auténtica, estaba ausente cualquier idea de inmortalidad del alma y de
resurrección de los cuerpos.
AT/MATERIALISMO: W. Zimmerli subraya al respecto «la peculiaridad de la fe
veterotestamentaria que la hace desde el punto de vista de la historia de las religiones, un
caso único en relación al ambiente de la época: el hecho característico de que el antiguo
testamento no sobrepasa en sus esperas, si prescindimos de algunas afirmaciones
marginales, el umbral de este mundo presente. Esta característica, que hace del antiguo
testamento un libro apegado de forma muy notable a la tierra y "mundano", ha sido
considerada frecuentemente con cierto malestar». Y el malestar aumenta si se confronta
este elemento con las creencias explícitas de las demás religiones (baste pensar en Egipto
y Persia).
La teología hebrea, durante siglos, ha hablado del más allá en términos muy vagos e
incluso contradictorios. Se ha referido al sheol, en donde se vive una vida disminuida, en
donde se actúa más bien como sombras, como larvas.
Por tanto, la posición de los saduceos es explicable, dado que se atenían únicamente a
cuanto estaba escrito en los «Cinco libros».
La fe explícita en una vida después de la muerte se desarrollará lentamente en el
judaísmo, a partir de algunos pasajes tardíos de la Escritura5, a los que por otra parte los
saduceos daban escasa importancia.
El problema se había planteado sobre todo con ocasión de la terrible persecución de
Antioco Epifanes (siglo II antes de Cristo), cuando se trataba de infundir ánimos y mantener
la esperanza ante la muerte de los mártires. Esa experiencia, entre otras cosas, sirvió para
preparar los espíritus a aceptar la idea de una vida futura.
Sin embargo es difícil encontrar una afirmación clara sobre la resurrección de los
cuerpos.

La respuesta de Jesús
La cuestión propuesta por los saduceos comprendía dos elementos:
-el hecho de la resurrección
-el modo de la resurrección.

Jesús comienza esclareciendo este segundo aspecto.


Además precisa sin términos medios las causas del error de sus interlocutores: escaso
conocimiento de las Escrituras e ignorancia del poder divino.
«El "poder divino" es la posibilidad de crear cualquier cosa de nuevo, algo inimaginable
para el pensamiento humano. Se toma en serio el hecho de que Dios es Dios; y es Dios
precisamente porque no puede ser circunscrito y encasillado en el pensamiento humano.
Estas palabras, por tanto, mantienen los dos aspectos: por un lado, la afirmación clara de
una vida después de la resurrección, que no se silencia; por otro se habla de tal modo que
es respetado el misterio que supera las categorías y las imaginaciones humanas. De esta
forma la respuesta... dice algo claro para la fe, pero no se puede especular sobre ella ni
pretender resolver todos los posibles problemas teóricos» (E. Schweizer).

«Porque cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán, serán como
ángeles en el cielo» (v. 25).
ÁNGELES: Jesús está más cercano aquí a la perspectiva apocalíptica espiritualista.
«...Os alegraréis como los ángeles del cielo»6. «Los justos habitarán en las cimas de este
mundo, se parecerán a los ángeles, serán semejantes a las estrellas...»7.
La alusión a los ángeles puede también contener una puya contra los saduceos que -al
menos según los Hechos- negaban la existencia de los espíritus.
Con esto Jesús no niega la dimensión de la corporeidad en los resucitados. Solamente
afirma que la corporeidad y la existencia en general serán distintas de las de la tierra.
CIELO-COMO-ES: Como el poder de Dios puede realizar cosas que van más allá de las
posibilidades humanas, así la «nueva creación» se configura de un modo que supera
nuestra misma imaginación. Por estar condicionados por esquemas terrestres no somos
capaces de representarnos el «totaliter alter» del mundo de Dios «que no hay que profanar
haciendo de él una continuación clarificada y mejorada de nuestro mundo humano» (G.
Dehn).
Observa R. Schnackenburg: «En el caso de que quisiéramos representarnos la
resurrección como la reanimación física y material de cadáveres, como un revivir sobre esta
misma tierra y un nuevo inicio de la vida interrumpida por la muerte, caeríamos en la
concepción del judaísmo apocalíptico. La fe en la resurrección futura, que no entra en el
juego de nuestro modo de pensar, se sostiene y cae con la fe en la transcendencia de la
existencia humana, que encontrará en Dios la propia plenitud. Si tomamos en serio esta fe,
la inclusión de todo el hombre, incluida la corporeidad, en la perfección de una vida junto a
Dios, resultará sensata y consecuente. De hecho, sólo cuando Dios nos acoja con nuestra
humanidad entera, haciéndonos participar en su vida, la transcendencia afirmada por la fe
no constituirá ya para nosotros un modo distinto y extraño a nuestro ser. sino el
coronamiento de este mundo nuestro, el logro de una perfección que esperamos de la
bondad, fidelidad y poder de Dios, como meta suprema de nuestra vida humana».
Pero sobre las modalidades de esta maravillosa plenitud sería pueril e inútil hacer
especulaciones.
Acerca del hecho de la resurrección (¿es posible? ¿es cierta?), Jesús ofrece una
demostración más bien insólita. Como los saduceos admitían sólo el contenido del
Pentateuco, el Maestro cita precisamente un pasaje del Éxodo (3, 6), el de la zarza
ardiendo, en donde Dios se presenta a Moisés como el Dios de Abrahán, de Isaac y de
Jacob.
A-D/RS RS-A-D Observa con su habitual agudeza B. Maggioni: «Se descubre en la
respuesta de Jesús un método original, distinto del rabínico y saduceo, de leer las
Escrituras: podríamos hablar de una lectura global, que no se pierde en virtuosismos
exegéticos y que sabe en cambio intuir el punto fundamental. En otros términos, Jesús no
busca textos que hablen de la resurrección, prestándose de este modo a la contestación de
los saduceos y, por tanto, reduciendo la resurrección a una cuestión exegética y a una
disputa de escuela. El cita, sorprendentemente, Éxodo 3, que es un texto sobre Dios y no
sobre la resurrección. En ello está precisamente la originalidad de Jesús: él se refiere al
centro de las Escrituras, es decir a la revelación del Dios viviente, y devuelve el debate al
amor de Dios y a su fidelidad: si Dios ama al hombre no puede abandonarlo al poder de la
muerte».
En definitiva, Jesús no demuestra la inmortalidad del alma como podría hacer un filósofo
platónico y ni siquiera sigue el método de un teólogo.
Habla de un Dios que no es «un Dios de muertos, sino de vivos» (v. 27).
Su argumentación conduce sustancialmente a reflexionar sobre dos elementos:
-el poder de Dios, capaz de crear «cosas nuevas»8;
-la fidelidad de Dios al hombre. Dios mantiene las promesas. Si se une al hombre, lo hace
para siempre, no para un tiempo limitado, para un trozo de camino. La alianza no puede ser
interrumpida por la muerte.
El pensamiento cristiano se encargará de desarrollar ulteriormente este tema,
centrándolo en torno a la figura de Cristo resucitado.
Para el cristiano, la resurrección no es sólo una teoría con sólidas pruebas de orden
filosófico y teológico, sino un dato de fe ligado a la experiencia de Cristo viviente, presente,
para quien los que le pertenecen, le pertenecen también más allá de la muerte.
El cristiano no es uno que cree en la resurrección. Es él mismo un resucitado «con
Jesús» (2 Cor 4, 14).

PROVOCACIONES

1. «¿De cuál de ellos va a ser mujer?».


La preocupación no es sólo de los saduceos.
Incluso cuando «eleva» los propios pensamientos a la vida futura -si es que los eleva- el
hombre continúa razonando sólo en términos de posesión, cálculo, derechos, apropiación.
No es capaz de liberarse, no ya de la corporeidad, sino de las manos.
Las manos las tiene en el corazón, en la cabeza, en todas partes.
«Yo sólo tengo manos» podíamos decir parodiando al poeta.
Quizá la purificación última, la más difícil, consiste en enseñarnos por fin a usar las
manos... de forma distinta.

2. Y nos presentamos a Dios como si fuésemos a inspeccionar una vivienda.


Se nos informa de la amplitud de las habitaciones, de cuánto sol reciben, del material
empleado, del balcón panorámico. Y que no falte el jardín y el patio. Sobre todo que haya
muchos espacios (¡con tantas cosas como tenemos que colocar...!).
Naturalmente tiene que haber un sitio para la cría de las gallinas y los conejos (nunca se
sabe, dado los precios que corren, siempre es mejor valerse por uno mismo). No estaría
mal una caseta para el perro.
He aquí el acostumbrado e incurable miedo a ser defraudados en algo que esperamos.
La obsesión de que se olvide algún detalle del que estamos encariñados.
Nos interesamos por las cosas que nos dan, que nos deben dar.
Y no pensamos en él.
Sí. La mentalidad de quien va a alcanzar un premio. O, para alguno, el resarcimiento de
los daños sufridos durante el difícil paso sobre la tierra.
Y se olvida que Dios no es un dador de recompensas, sino de vida.
La vida con él.
No se trata de asegurar con antelación cómo será la casa, cómo ha sido preparada la
habitación o qué comprende el programa.
La información esencial se refiere a un Dios que no quiere estar separado ya de su
creatura.
3. El problema principal que hay que resolver creo que es éste: ¿nos fiamos de nuestros
gustos o bien somos capaces de fiarnos del Dios de la felicidad? ¿Nos preocupamos de
nuestra supervivencia o bien tendemos hacia un Dios «de vivos»?

4. Si repitiéramos a continuación, como una letanía, esa precisión «no hay un Dios de
muertos, sino de vivos», poco a poco terminaríamos por familiarizarnos no con la idea de la
muerte. Algo más. No tendríamos ya miedo a la vida.

5. Tienen que haber quedado disgustados. Se vanagloriaban de ser especialistas en la


Escritura. El Pentateuco era su especialidad. No se pasaban ni una coma.
Y se les echa en cara: «¿No será que no comprendéis las Escrituras?, ¿por qué estáis
tan equivocados?».
Para confirmar la acusación, la cita de un pasaje famoso. Claro que lo conocían
perfectamente, faltaría más. Pero se limitaban a conocerlo, sin captar el sentido.
También puede suceder que no se pasen ni una coma, pero se pasen lo más importante.

Lo mismo nos sucede a nosotros.


Sobre todo cuando utilizamos la palabra para encontrar pruebas, demostraciones,
seguridades intelectuales.
Y nos ilusionamos con entender todo, o casi todo.
De hecho, podemos entender todo. Menos lo esencial: que Dios tiene la costumbre de
explicarse no a golpe de demostraciones racionales, sino con las locuras de su amor por el
hombre.

CONFRONTACIONES

No serán abolidos, sino transfigurados


El afirma que en la resurrección no existirán ya relaciones sexuales y conyugales: los
hombres no tomarán ya mujer y las mujeres no serán entregadas al marido. Se quiere decir
con esto que la «corporeidad» de los resucitados será completamente distinta de la terrena
(cf. /1Co/15/36-50).
Jesús resalta este importantísimo concepto con la explicación ulterior de que «serán
como ángeles en el cielo»...
...En el mismo pasaje Lc utiliza una expresión aún más fuerte: «iguales a los ángeles».
Tal concepción condujo, en la historia de la teología, a una devaluación de la sexualidad y
del matrimonio, porque se quiso ver el máximo ideal en un estado privado de relaciones
sexuales y «angelical», y se aspiró a realizarlo lo más posible en esta tierra.
Las consecuencias de una concepción tan hostil al matrimonio y al cuerpo se filtraron en
la moral cristiana sexual y conyugal y perduran todavía.
No se podría haber dado equívoco mayor en la interpretación de estas palabras de
Jesús. En efecto, con la doctrina de la resurrección de los muertos también la corporeidad
es comprendida en la redención y en ella se proclama una concepción global del hombre,
que no puede prescindir de su sexualidad.
Según lo que dice Mc se trata sólo de un ejemplo que sirve para que se comprenda el
modo de existencia de los resucitados.
En todo caso la diversidad de tal existencia excluye una actividad sexual, en la que se
engendren hijos. La multiplicación del género humano está limitada a la existencia histórica
de aquí abajo y sirve a su prosecución. En la mentalidad de entonces y en la problemática
de los saduceos existe sólo la idea de generación y de posteridad, mientras la cuestión del
amor conyugal y del complemento personal de los esposos no entra en su óptica.
Las afirmaciones de Jesús no están en contraste con la nueva teología cuando esta
última, convencida de que el mundo futuro enriquecerá el perfeccionamiento del orden
creado a quien dará el último retoque, saca la consecuencia de que también las relaciones
interpersonales entre hombre y mujer y por tanto también su recíproco amor, no serán
abolidos, sino elevados y «transfigurados» (R. Schnackenburg, o. c.).

Resurrección de la persona
Hoy, para evitar todo equívoco y permanecer al mismo tiempo fieles a la enseñanza del
nuevo testamento, habría que hablar de resurrección de la persona. En todo caso, se hable
de resurrección del cuerpo o de resurrección de la persona, lo que importa subrayar es
esto: el objetivo de la redención en Jesucristo no es la salvación de un elemento -quizá la
parte «espiritual»- del ser humano, sino la salvación de la persona humana en su totalidad
(P. H. Menoud).

Resurrección como nueva existencia INMORTALIDAD/RS:


El mundo helenístico-pagano no aceptaba la resurrección del cuerpo: el cuerpo es la
prisión del espíritu y la salvación consiste precisamente en liberarse de aquel. El
pensamiento helenístico es fundamentalmente dualista y habla gustosamente de
«inmortalidad», pero no de resurrección. Esto representa una primera y sustancial
diferencia del pensamiento judío.
Además la reflexión griega busca la razón de la inmortalidad en el hombre mismo: en el
hombre hay un componente espiritual, incorruptible, por su naturaleza capaz de sobrevivir
al cuerpo corruptible. Esta constituye una segunda diferencia del pensamiento judío, que
gusta en cambio de buscar la razón de la vida en la fidelidad de Dios. Frente a esta
mentalidad pagana, que corría el riesgo de traicionar en profundidad la enseñanza de
Jesús y la esperanza traída por él, el evangelista se preocupa sobre todo de quitar un
posible equívoco: explica que «resurrección» no significa en modo alguno una prolongación
de la existencia presente. La resurrección no es la reanimación de un cadáver. Es un salto
cualitativo. Por eso distingue con cuidado la vida futura de la presente. Los griegos tienen
serias razones para mostrarse insatisfechos de esta existencia y de sus límites: una vuelta
a la misma o una prolongación no tendría ningún sentido.
RS/VIDA-NUEVA: Por tanto se debe hablar de una nueva existencia. Pero en esta
nueva existencia es todo el hombre el que entra, no sólo el espíritu. El evangelio habla de
«resurrección», no de inmortalidad. La comunidad cristiana prefiere la solidez de la
palabras de Jesús antes que la cultura de los griegos. La comunidad no busca la razón de
la resurrección en los componentes del hombre, sino que se remonta a la fe en el Dios
viviente. La promesa de Dios nos asegura que toda la realidad de la persona entra en una
vida nueva y precisamente porque entra en una vida nueva, tal realidad es transformada.
Esto es lo que Mc intenta decirnos (B. Maggioni, o. c.).

La relación con el Dios de la alianza


En la gran tradición bíblica el problema de la muerte se resuelve en una relación vital con
el Dios fiel y justo que funda y garantiza la vida del hombre incluso en la situación de
muerte.
Toda la atención del hombre bíblico se concentra en esta relación intensa con el Dios de
la alianza que da sentido y plenitud a toda la existencia dentro de la trama de las relaciones
históricas y terrenas (R. Fabris, I corpi risorti. Il Giorno [1978]).
.........................
1. El origen del nombre es controvertido. Algunos dicen que viene de Saddoq, designado sumo sacerdote por
Salomón (I Re 2. 35). Algún estudioso. en cambio, dice que procede del termino griego sundikoi individuos
que en Atenas defendían la pureza de las leyes sin innovaciones y modificaciones.
2. Sin embargo no hemos de olvidar que la chispa de la revuelta del 66 partió precisamente de un saduceo:
Eleazar. hijo del sumo sacerdote Ananías.
3. Del latín levir, cuñado. La disposición está contenida en el Deuteronomio (25, 56): «Si dos hermanos viven
juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de casa para casarse con un extraño; su cuñado se
casará con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el primogénito que nazca continuará el
nombre del hermano muerto, y así no se extinguirá su nombre en Israel». Como se ve, la cita de Jesús no
es literal.
4. Berak 1 7a.
5. Por ejemplo: Is 25,8; 26, 19; Dan l2, 2; Sa 173, 23s, 2 Mac 7, 9.11.14.23.29.36; 12, 41-46; y quizá Job 19.
25-27.
6. Enoch 104 4.
7. Apocalipsis de Baruch 51, 10 s
8. Dice J. M. González-Ruiz: «La fe es una apertura a Dios y deja que el Totalmente otro cree el totalmente
otro».
(·PRONZATO-3/2.Págs. 264-274)

2-20 - EL PRIMER MANDAMIENTO


Mc/12/28-34 Mt/22/34-40 Lc/10/25-28
MDT-MAYOR

Al fin una persona sincera


Esta vez hay una pregunta sin doble sentido.
Jesús responde con gusto. Parece un escolar diligente que se somete a una pregunta
seria. Acoge el elogio merecido y después, a su vez, aprueba al maestro.
Se tiene la impresión de asistir a un intercambio de cortesías y de aprobaciones
recíprocas.
Pero los dos están lejos del academicismo.
En realidad Jesús se encuentra, por una vez, a un interlocutor sincero, empeñado en una
búsqueda auténtica, sin posiciones preconcebidas.
Mt atribuye a este escriba intenciones menos limpias y afirma que su pregunta es
capciosa.
Mc, en cambio, que no traga a los escribas, hace una excepción con este colega de ellos.
Lo cual, entre otras cosas, pone a favor además de la originalidad de su relato, también la
honradez del autor. En efecto, en el contexto de las polémicas habría sido muy fácil y casi
lógico insertar un nuevo personaje con intenciones de asechanzas. Lo cual, además, habría
justificado mejor la candente requisitoria del pasaje siguiente.
Este hombre, en cambio, ha seguido el debate precedente con los saduceos. Y ha
quedado admirado por la lucidez de la argumentación de Jesús. Por eso se atreve a
proponerle su propia cuestión.

La pregunta
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
La pregunta nace de una exigencia particularmente sentida en el ambiente judío.
Una de las preocupaciones constantes de Israel ha sido la de hacer la voluntad de Yahvé,
de modo que la propia conducta fuese agradable a Dios.
Para esto estaba la ley de Moisés. Defendida por una robusta valla. Sólo que con el correr
del tiempo en aquel recinto sagrado habían sido introducidas y acumuladas numerosas
normas, además de las antiguas. Se quería estar seguros de que ningún elemento de la
vida cotidiana, ninguna situación escapara a una rigurosa codificación, de tal forma que el
fiel supiera con precisión cómo comportarse en todas las circunstancias. Nada de dejar
fuera algo.
De este modo, en un momento determinado, se podían hacer las cuentas. A veces con
resultados sorprendentes. 613 preceptos, en su mayoría negativos. En efecto, 365 eran
prohibiciones (el mismo número de los días del año) y 248 imposiciones (exactamente el
número que se creía entonces que eran los miembros del cuerpo humano).
Era difícil orientarse en aquel barullo de disposiciones insignificantes mezcladas con
normas importantes1.
El equívoco de fondo consistía en vanagloriarse de haber recibido de Dios, con
preferencia a otros pueblos, un mayor número de leyes, y en creer que la conciencia en
regla fuese cuestión de cantidad de normas respetadas y prácticas cumplidas.
Muchos veían la exigencia de fijar una jerarquía de valores en aquel cúmulo de leyes. De
llegar a una simplificación. De forma que estuviera claro lo que era importante y lo que no lo
era.
En los últimos tiempos se habían registrado resultados positivos en ese sentido.
Hillel, por ejemplo, un maestro prestigioso que había enseñado en los años de la
juventud de Jesús, repetía una máxima que se hizo famosa: «Lo que no te gusta, no se lo
hagas al prójimo. Esta es toda la ley. Lo demás es sólo interpretación (de esta sentencia)».

Cien años después el rabí Akiba, martirizado por su fe durante la segunda revuelta (en
torno al año 135 d.C.) dirá aún más explícitamente: «Debes amar a tu prójimo como a ti
mismo. Este es un gran y general principio de la ley».
En una anotación al Talmud babilónico podemos leer: «La limosna y las obras de caridad
contrapesan todos los preceptos de la ley».
En una apócrifo como Testamento de los Xll patriarcas (siglo II antes de Cristo) se
puede incluso ver que el amor al prójimo se coloca en el mismo plano que el amor a Dios,
igual que en el evangelio: «Amad al Señor durante vuestra vida y amaos uno a otro con
corazón sincero». Y también: «Amad al Señor y a vuestro prójimo, tened compasión del
pobre y del débil»2.
Por tanto ya en el judaísmo se percibe el esbozo de una síntesis que lleva a considerar la
atención hacia el prójimo como un valor esencial y las obras de caridad como el mejor modo
de agradar a Dios.
Sin embargo permanecían bastantes incertidumbres (alguno, por ejemplo, consideraba la
fe el valor supremo) y sobre todo no se realizaba de forma explícita la unión entre los dos
mandamientos que sería hecha por Jesús.

El primer mandamiento son dos


Jesús responde uniendo3 dos pasajes del Pentateuco:
-El primero (Dt 6, 4) es el inicio del Shema Israel -de las palabras iniciales: Escucha,
Israel-, una especie de profesión de fe con la que todo israelita abría y cerraba la jornada,
probablemente ya en uso en tiempos de Jesús4.
- El segundo está sacado del Levítico (19, 18).
El escriba ha preguntado cuál es «el primer» mandamiento. Jesús responde citando
también el segundo y uniéndolo al primero. Por tanto los dos están en el mismo plano,
formando un todo. Juntos -advertir «éstos» en plural- constituyen el «mandamiento mayor»
(v. 31).
También son significativas las palabras introductorias -que sólo Mc refiere- y que en
hebreo suenan más o menos así: «Yahvé es nuestro Dios, sólo Yahvé».
Es una solemne declaración de fe monoteísta, que justifica el mandamiento que sigue.
El Dios único excluye cualquier ídolo. La dependencia de él es fuente de libertad.
El Dios que no está en competencia con el César, que es un Dios «no de muertos, sino
de vivos», y también el Dios que exige una pertenencia y un amor total. «El amor es la
respuesta del pueblo a la intervención de elección y de revelación de Dios y es por tanto la
ley fundamental de este pueblo único» (Lohmeyer).
El amor se expresa con todas las facultades del hombre: corazón, alma, mente, fuerza (v.
30). El hebreo tiene sólo: corazón, alma, fuerza. La falta de «mente» se explica por el hecho
de que en la antropología semítica el corazón no se considera tanto como la sede de los
afectos y de los sentimientos, cuanto más bien de la inteligencia. Por tanto la mente está ya
comprendida en el corazón.
«Alma» quiere decir vida. Y puede significar además de la exigencia de amar a Dios en
todas las circunstancias de la existencia, también la de sacrificarle la vida misma si así lo
exigiera la fidelidad a él.
A este respecto se cita el ejemplo del rabí Akiba, el personaje del que ya hemos hablado.
Mientras era conducido al martirio y los torturadores estaban ya sacrificándole, en la hora
exacta de la oración, se puso a recitar el Shema. Los discípulos enseguida le dijeron que
dadas las circunstancias podía considerarse dispensado de aquella observancia. El replicó:

-Durante toda mi vida me he preocupado siempre del versículo que dice «con toda mi
alma», incluso aunque se tome en serio el alma (la vida). Ahora que se presenta la ocasión
para ponerlo en práctica ¿por qué no debería recitarlo?
«Con toda la fuerza» según algunos, se entiende la voluntad. Otros dicen «todas las
fuerzas» y entienden las posesiones y los bienes terrenos.
Por tanto, más que cada una de las expresiones, habrá que tener en cuenta la idea de
fondo, que es la totalidad y plenitud. Hay que amar a Dios con un amor que brota del centro
de la persona e invade todas las facultades. La respuesta del hombre debe ser completa.

«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 31).


Es importante la puntualización «como a ti mismo». Es sugerida la posibilidad e incluso el
deber de amarse a sí mismo (lo cual obviamente es muy distinto de ser egoísta). Hay un
sano amor a sí mismo que está en la base del auténtico amor a los demás. Hay una buena
relación consigo mismo que constituye el fundamento de las relaciones auténticas con los
demás. Personalmente creo que muchos cristianos y no pocas personas religiosas son
incapaces de aceptar y amar verdaderamente a los demás porque son radicalmente
incapaces de amarse y aceptarse a sí mismos.
Es difícil definir con precisión qué se entendía en el judaísmo con el concepto de
«prójimo». En primer lugar el término era más bien restrictivo. Sucesivamente, sin embargo,
se habría ampliado hasta comprender a los extranjeros residentes, especialmente los que
abrazaban la fe hebrea. Poco a poco, se fue alargando el horizonte, aunque con dificultad.
Como demuestra este episodio: «Un no hebreo preguntó a R. Jehosua: "Vosotros tenéis
fiestas y nosotros también. Cuando vosotros estáis alegres nosotros no estamos alegres y
cuando nosotros estamos alegres vosotros no estáis alegres. ¿Cuándo en fin será posible
alegrarse juntos?" Respondió: "En la estación de las lluvias". ¿Por qué motivo? Está
escrito: Las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses (Sal 65, 14).
¿Y qué hay escrito después? Aclamad a Dios, tierra entera, tañed en su honor, alabad su
gloria... Bendecid, pueblos, a nuestro Dios (Sal 66, 1.8). No está escrito: sacerdotes, levitas
e israelitas aclamad al Señor, sino: bendecid, pueblos, a nuestro Dios». Por consiguiente,
la salvación de los paganos no era ya excluida categóricamente. Caída así la barrera de la
discriminación religiosa, también el precepto del amor encontraba un nuevo, vasto campo
de aplicación.

La aprobación
El escriba interviene aprobando incondicionalmente la respuesta de Jesús. Y resalta el
concepto de la preeminencia del doble precepto del amor sobre todo el resto, comprendido
el culto5.
La expresión «más que todos los holocaustos y sacrificios» (v. 33) adquiere un relieve
especial si es pronunciada, como parece, en la explanada del templo.
Subraya indudablemente la frase de Oseas: «Porque quiero lealtad, no sacrificios;
conocimiento de Dios, no holocaustos» (Os 6, 6). Y recuerda además otro pasaje del
antiguo testamento: «Obedecer vale más que un sacrificio» (I Sam 15, 22).
Por otra parte, toda la tradición profética y sapiencial está de acuerdo en reconocer la
preeminencia de las exigencias de fidelidad y de respeto de la justicia sobre el culto. La
adoración agradable a Dios, la adoración «auténtica», no puede limitarse a los labios y al
ámbito del templo, sino que debe abarcar al hombre en su interioridad y en sus precisos
deberes hacia el prójimo.
En la sorprendente conclusión de Jesús «no estás lejos del reino de Dios» (v. 34) me
parece que se puede captar el hecho de que el escriba, a pesar de recalcar
sustancialmente las enseñanzas de la tradición judía, ha dicho sin embargo algo
particularmente nuevo y valiente6.
Sobre todo Jesús capta en el interlocutor una búsqueda desinteresada de la verdad, una
disponibilidad no inficionada por prejuicios ante su persona. Por eso está cercano al reino,
presente en Jesús mismo.

¿La novedad consiste en la ausencia de novedad?


En este punto se discute entre los estudiosos sobre la «novedad» de la respuesta de
Jesús.
Es interesante examinar las posiciones de los distintos intérpretes, que hablan todos de
la «auténtica novedad». Como si estuviera allí, evidentísima, elemental. Aunque después
cada uno la interpreta de manera totalmente distinta.
Personalmente he contado media docena de «auténticas novedades». Lo cual
demuestra, al menos, que no es tan evidente como podría parecer a primera vista.
Alguno insiste en el hecho de haber colocado «en el mismo plano» los dos mandamientos
(pero hemos ya advertido cómo una cierta síntesis en este sentido maduraba ya en el
judaísmo).
Otros dicen que la novedad está en hacer depender el amor del prójimo del amor de
Dios.
Otros, en cambio, la descubren en la característica de que la caridad hacia el prójimo
constituye la concreción, la verificación, el control más seguro de la fidelidad a Dios.
Hay quien se para en la ampliación del concepto de prójimo (pero, también aquí, hemos
visto como un esbozo de visión universalista ya presente en el judaísmo más abierto).
También hay quienes fijan la atención en la realidad del culto, que no puede ser
separado de la caridad y de la práctica de la justicia (un dato que se encuentra en el
mensaje profético).
Finalmente algunos estudiosos subrayan específicamente la afirmación inicial en clave de
riguroso monoteísmo. El único Señor excluye cualquier forma de esclavitud en relación a
los ídolos de distinta naturaleza. El hombre, por eso, no debe erigirse a sí mismo en señor,
pero ni siquiera hacer del prójimo un ídolo.
No es el momento de discutir todas estas posiciones, cuando cada una tiene el mérito de
poner en evidencia un aspecto del problema (aunque no exclusivo).
¿Y si la «auténtica novedad» de Jesús en este caso consistiese precisamente en la
ausencia de novedad, al menos como la entendemos nosotros?
Jesús probablemente conecta con los resultados más maduros de la tradición de su
pueblo y los hace propios, colocando sin embargo su persona como «cumplimiento»
-continuidad y superación-, punto de llegada de todo el itinerario precedente. En este caso
la novedad consistiría en la posibilidad de encontrar concretamente el «camino de Dios» en
la persona de Jesús.
Sin embargo, quiero citar la posición de E. Schweizer (que será expuesta exactamente en
las «confrontaciones»). Pone de relieve estos elementos:
-Jesús contrapone el amor vivido con todo el corazón al legalismo siempre obstinado en
medir con términos cuantitativos y en hacer el censo de los distintos preceptos
transgredidos u observados.
-Pone en guardia contra el riesgo del legalismo que, perdiéndose en mil observancias,
termina por perder de vista la voluntad de Dios.
-«El mandamiento mayor» -que son dos- no es sólo el más importante en el sentido de
que está sobre los demás, sino que es el que da sentido y orientación a todas las demás
observancias. Es decir, los distintos preceptos resultan como vaciados de significado, de
valor y de contenido si no son leídos y actualizados a la luz y en la perspectiva del amor.

PROVOCACIONES

1. Precisa con la acostumbrada puntualidad B. Maggioni: «La Biblia afirma que nuestro
amor a Dios y al prójimo supone un hecho precedente, sin el cual sería incomprensible: el
amor de Dios a nosotros. Este es el dato que precede a cualquier otro, origen y medida de
nuestro amor. El amor del hombre nace del de Dios y debe medirse sobre él».
Sin el amor que viene de Dios, nuestro amor no solamente sería «incomprensible», sino
imposible.
Afirma claramente san Juan: «Amigos míos, amémonos unos a otros, porque el amor
viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (/1Jn/04/07).
Ciertamente el cristiano que pretenda ser fiel a Dios, debe amar al hermano. Pero no
puede hacerlo si no recibe de Dios este don.
No existen recetas psicológicas -hoy muy de moda- que puedan sustituir este retorno a la
«fuente».

2. No sé por qué, pero me parece que este encuentro con el escriba tiene varios puntos
de contacto con el del hombre rico (10, 17-22).
«Una cosa te falta: vete a vender lo que tienes... y, anda, vente conmigo».
«No estás lejos del reino de Dios».
En ambos casos, más allá de las observancias legales, se perfila el absoluto de Dios con
sus implacables y liberadoras exigencias. «Yo soy el Señor, tu Dios... el único».
Y en ambos casos, falta un paso por dar. El decisivo.
El escriba no está lejos del reino. Pero todavía no es ciudadano.
Puede serlo, si da ese paso.
Deberíamos tener siempre presente este detalle y evitar ilusiones peligrosas.
Jamás considerarnos «dentro», definitivamente. Creer tener en el bolsillo la ciudadanía y
ciertos derechos.
Cristiano es sólo uno que está llegando a serlo. Que tiene aún un paso que dar. Hasta el
último día.

3. Sin embargo, hay que tener envidia de este escriba.


Pienso que es un caso único en el evangelio.
Está de acuerdo con cuanto afirma el Maestro. Pero también Jesús aprueba sin ninguna
condición su respuesta «sabia».
No encuentra nada que replicar.
En definitiva, las palabras puestas en boca de Jesús y las puestas en boca del escriba
podrían incluso intercambiarse y no cambiaría nada. Forman parte de una sola enseñanza.

Así debería ser con todo auténtico discípulo. A propósito ¿dónde estaban los discípulos?

CONFRONTACIONES

Dios no se atiene a la ley


Como en el antiguo testamento y en la enseñanza judía, Jesús entiende el amor como un
querer y piensa en todas las pequeñas cosas cotidianas en el que este se expresa. Lo que
da a estas proposiciones la fuerza que arranca todo legalismo es sólo el obrar de Jesús
que como era ya evidente en 2, 1-3, 6, llamaba a los publicanos a la comunión con Dios y
excluía a los legalistas que, intentando observar todos los posibles mandamientos
particulares, perdían de vista la voluntad de Dios.
Solamente de esta forma resulta posible la afirmación de san Pablo (Rom 13, 8-10). Es
decir cuando el doble mandamiento es entendido tan radicalmente, como en la vida y en la
muerte de Jesús, la ley no puede ya ser para el hombre el instrumento con el que él se las
entiende con Dios y gracias al cual cree poder reivindicar algo de él.
En cambio, él se encuentra ante Dios como uno que no ha llegado a la meta -quien en el
campo del amor hubiera llegado a la meta, estaría ya fuera del amor-, pero que no duda
mínimamente de aquel amor que no ha sido jamás realizado, y tiene el consuelo de saberse
amado por Dios y vivir la realidad de ese amor que se acrecienta cada vez más (E.
Schweizer, o. c.).

La nueva posibilidad
La novedad evangélica, la buena noticia se da en la exclamación final de Jesús. Tiene su
correspondencia en las sentencias en las que Jesús saluda el tiempo nuevo, la nueva
situación inaugurada por su presencia y acción personal: el reino de Dios está cercano (Mc
1, 15). En el encuentro con Jesús el escriba no ha encontrado simplemente la confirmación
autorizada de las instituciones morales a las que su formación escatológica y religiosa lo
había ya preparado, sino que ha hecho la experiencia de la cercanía de Dios, del reino
cercano, de la justicia de Dios.
Amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismos no es ya sólo una nueva
síntesis moral, el mandamiento más importante o el principio ético de grado superior, sino
que es la nueva posibilidad ofrecida al hombre aquí y ahora en el encuentro con aquel que
hace visible y accesible el amor de Dios. En Jesús amar a Dios y al prójimo es un don, un
dinamismo inmenso en el que se abre a la fe (R. Fabris, o. c.).

El camino para llegar al prójimo A-H/CAMINO A-H/A-DEO:


¿Qué puede hacer el hombre sino inclinarse ante este Señor y obedecerle? Esto
precisamente significa: «Ama al Señor tu Dios». Nuestro amor hacia Dios consiste en
sacrificar nuestra voluntad y esto se puede mandar hacer. En vez de decir: «Ama a Dios»,
Jesús podría también haber dicho: «Sométete a Dios, obedécelo».
Esta interpretación permite captar el nexo entre el primer y segundo mandamiento: sólo el
amor de Dios hace posible el amor al prójimo. Sólo el hombre que ha renunciado a su «yo»
ante Dios, es capaz de encontrar el «tú», es decir al hermano. Sólo amando a Dios se abre
una brecha hacia el torrente del amor, que de otra forma desembocaría de nuevo en propio
egoísmo. No hay ningún camino para llegar al prójimo, sino pasando a través de Dios.
Según Jesús, cualquier forma puramente humana de amor al prójimo, por muy bella que
pueda ser. es ilusión...
...De esta forma el primer mandamiento determina el segundo y le confiere fuerza y
contenido. Naturalmente que no se debe decir que el amor al prójimo sea idéntico al amor
de Dios. Una cosa es amar a Dios y otra amar al prójimo. Pero el amor a Dios se manifiesta
en el amor al prójimo: no existe una abstracta fruitio Dei, un amor a Dios que se pueda
manifestar en una esfera especial, fuera de la relación concreta con los hombres. Ni yo
puedo explicar el amor al prójimo como una obra buena, para mostrar mi amor a Dios, como
si el segundo mandamiento fuese en relación al primero, el medio para llegar al fin. Más
bien, mientras amo a Dios, yo amo al mismo tiempo también al prójimo. Estos dos
mandamientos se convierten por tanto en un único, doble mandamiento.
Sin duda Jesús con las palabras dirigidas al escriba ha dicho todo lo que se puede decir
sobre la vida cristiana: todo está en orden si amamos a Dios y al prójimo como a nosotros
mismos.
Ciertamente, debemos aprender que sólo a través de la cruz y de la resurrección de
Jesucristo llegaremos a la experiencia personal del amor a Dios y al prójimo, que nos hará
amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu, y nos hará dar a
nuestro prójimo todo lo que el hombre por su naturaleza esta dispuesto a darse a sí mismo
(G. Dehn, o. c.).
Un don del espíritu
La primera cualidad del amor, según la Escritura, es la de ser un carisma, un don del
espíritu que proviene sólo de Dios y que en él sólo tiene su origen: no es una posibilidad
del hombre, una actitud que puede realizarse a partir del corazón humano. Se da
demasiado por descontado que el hombre sepa amar con amor verdadero, que tenga en sí
esta capacidad y la pueda ejercitar en nombre de su buena voluntad, según cánones
naturales.
En cambio, el amor-agape, carisma de los carismas (I Cor 13) pertenece sólo a Dios y
sólo puede descender de él sobre todas las cosas y todos los hombres. El amor está fuera
de lo humano, de lo terrestre, es iniciativa de Dios y ha encontrado su epifanía en ese
inclinarse hacia el hombre por parte de Dios, desde la llamada de Abraham hasta el envío
al mundo de su hijo, el amado. Nosotros sabemos qué es el amor sólo porque hemos visto
en él «que tanto ha amado al mundo que nos dio el unigénito» (Jn 3, 16 y cf. I Jn 4, 9 s).
Solamente si conocemos este amor, si en la fe hacemos la experiencia pasiva, si nos
sentimos amados por Dios, podemos responder y amar a Dios con todo el corazón, con
toda la mente, con todas las fuerzas y al prójimo como a nosotros mismos.
No es cierto que el amor a los hermanos es de por sí amor a Dios: puede también
conducirnos al ágape si Dios nos llama a través de él, puede ser una condición para tener
en el corazón un punto accesible a la gracia, pero es siempre el amor de Dios el que está
primero y el que va más allá de nuestros corazones...
...EI cristiano debe amar al hermano porque este amor lo ha recibido de Dios y haciendo
así testimonia en él la presencia del amor. «No soy yo ya el que amo, sino que es Cristo
quien ama en mí», podría decir el cristiano parafraseando a Pablo (cf. Gál 2, 20). No
leemos en las Escrituras que amando nos convertimos en hijos de Dios, sino que puede
amar quien ha nacido de Dios, porque la vida de Dios está en él: es decir su cualidad de
hijo de Dios se manifiesta en el hecho de que ama y es la causa que precede y determina
este efecto.
La provocación del amor de Dios no puede acabarse, el cristianismo no puede agotarse
en humanismo: si nuestra fe no es relación con quien es otro, si no requiere ya la
intervención del don, del carisma por excelencia, el amor descendiente, el ágape, si no nos
mueve ya a responder con el amor hacia el Señor viviente, entonces esta es reducida a
religión del diálogo del hombre consigo mismo (E. Bianchl, o. c.).
....................
1. Podía ocurrir por ejemplo que se colocase al mismo nivel la prohibición de coger nidos (Dt 22. 6-7) con el
mandamiento de honrar padre y madre.
2. Nos queda la duda, sin embargo. de que este texto, tal como nos ha llegados haya sufrido retoques bajo la
influencia cristiana.
3. En Lc -que coloca el episodio en un contexto totalmente distinto- es un doctor de la ley, quien hace esta
unión, lo cual hace sospechar que ya en el judaísmo se habría establecido la misma conexión entre amor a
Dios y amor al prójimo Sin embargo, algún estudioso supone que Lc había puesto la respuesta en boca del
escriba para preparar la parábola del samaritano. Es decir, el escriba conoce ya la importancia fundamental
del mandamiento relativo al prójimo, pero no sabe exactamente quién es el prójimo. A mí. modestamente me
parece que incluso invirtiendo las partes, la parábola y la pregunta que la ha originado estarían plenamente
justificadas incluso desde un punto de vista literario, además de lógico.
4. El Shema comprende Dt 6, 4-9; 11, 13-21; Núm. 15, 37-41.
5. Hay que notar cómo el escriba evita nombrar expresamente a Dios.
6. Según la tradición rabínica como subraya V. Tavior habría sido lógico esperar que el doctor hubiera puesto
sencillamente en el mismo lugar amor y culto. En cambio va mas allá afirmando: «vale mas».
(·PRONZATO-3/2.Págs. 275-286)

2-21 - EL MESÍAS, HIJO DE DAVID


DENUNCIA CONTRA LOS LETRADOS
Mc/12/35-40 Mt/22/41-46 Mt/23/01-36 Lc/20/41-47
J/HIJO-DE-DAVID

Las contradicciones de los expertos


Y, como «nadie se atrevió a hacerle más preguntas» (12, 34), por eso Jesús mismo es
quien pregunta. Se diría que pasa al contraataque.
Se divierte poniendo en apuros a los letrados precisamente en ese terreno de la Escritura
en el que ellos se sentían a sus anchas, más aún del que sacaban motivos de prestigio y
superioridad sobre los demás.
Jesús les hace notar a estos expertos una clara contradicción.
En efecto, sostienen que el Mesías debe ser un descendiente de David (según la profecía
de Natán relatada en 2 Sam 7, 8 s).
Ahora bien él contrapone a esta tradición, el pasaje de un salmo de carácter mesiánico
(110, 1) que conocian bien y que, por tanto, no era ni necesario citarlo íntegro, como hace
el evangelista1.
La argumentación es sencilla. Desde el momento que David, inspirado -movido por el
Espíritu Santo2- designa al Mesías como «mi Señor» -en hebreo Adonai, en arameo
Marana, en griego Kyrios- ¿cómo puede ser este hijo suyo?
En este pasaje, de hecho Dios -él es el Señor-, dice al Señor del salmista, es decir al
Mesías, «siéntate a mi derecha»3. Es más bien insólito que un padre llame «mi señor» a su
hijo...
Es una clásica cuestión haggadica en la que se discute una contradicción entre dos
pasajes de la Escritura (aquí, el segundo, -2 Sam 7, 10 s- no se cita porque se suponía muy
conocido.
Pablo resolverá la cuestión que los letrados no supieron responder: «...se refiere a su Hijo
que, por línea carnal, nació de la estirpe de David y, por línea de Espíritu santificador, fue
constituido Hijo de Dios en plena fuerza por su resurrección de la muerte: Jesucristo Señor
nuestro» (Rom 1, 3-4).
Ciertamente aquí no aparece el título Hijo de Dios. Pero la cuestión lleva a él.
Jesús no desconoce que desciende de David -ha aceptado el título de «hijo de David» del
ciego Bartimeo-, pero deja intuir que la historia no es sólo cuestión de genealogía humana, y
ni siquiera una historia de poder y de esplendor terrestre.
Una vez más desmiente la espera mesiánica en clave política (un Mesías rey y liberador).

La opinión de los letrados sobre la descendencia del Mesías de David no es falsa. Es


incompleta. «Estos hombres sólo ven una parte de la esperanza mesiánica, que para ellos
es nacional y política, por lo que el rey que viene no será sino una figura principesca
mediante la cual su pueblo debe convertirse en poderoso» (G. Dehn).
En conclusión: Jesús no niega que es hijo de David; pero deja entender que no sólo es
esto.
«Su figura no es la de un simple regente terreno, político, pues le ha sido conferido el
reino celeste y eterno de Dios» (E. Schweizer).
Sin duda no habla explícitamente de su propia persona. Pero, en el fondo, plantea el
interrogante decisivo, que es el de todo el evangelio de Mc, relativo al misterio de su
persona.
La iglesia primitiva, por supuesto, no dejará de utilizar este pasaje en la polémica contra
los ambientes judíos4, para demostrar que en Jesús se habían cumplido, sustancialmente,
todas las esperanzas, esperas y promesas del antiguo testamento. Aunque las hubiera
cumplido de forma diversa, transcediéndolas.
El Salmo 110 se convertirá en un texto fundamental de la cristología de la iglesia primitiva
y ocupará un puesto de privilegio en la liturgia.
La expresión «sentarse a la derecha de Dios» será referida a la entronización solemne de
Jesús junto a Dios después de la resurrección.

Requisitoria contra los letrados


Inesperadamente Jesús se enfrenta a los letrados. Atacados poco antes en el plano
doctrinal, ahora también lo son en el plano de la vida.
En lugar del «¡ay de vosotros!» de (Lc 11, 43), aquí está la expresión «¡cuidado!», una
advertencia dirigida a la gente y naturalmente a la comunidad de los discípulos.
Ya ha roto de manera definitiva con los «jefes», con la clase dirigente, ya no discute con
ellos, les considera irrecuperables, dada su cerrazón preconcebida.
Sólo le interesa poner en guardia a la gente común. De esta forma aparece una de las
constantes del evangelio de Mc: el pueblo en malas manos. La culpa es esencialmente de
sus guías.
Las acusaciones dirigidas a los letrados -reducidas en comparación de los otros
sinópticos- se pueden resumir en estos defectos:
-vanidad,
-hipocresía,
-avaricia.
La documentación aportada es sólo un ejemplo.
Para la vanidad se cita el pasear pomposamente enfundados en sus amplios ropajes de
lana amarilla o violeta (el tallit, manto), el complacerse en las reverencias y saludos por
parte de la gente, el acaparamiento de los puestos de honor en los banquetes y en las
asambleas litúrgicas.
En este punto es importante resaltar cómo la denuncia de Jesús es confirmada también
por las fuentes judías. J. Jeremías cita este pasaje en donde se subraya el prestigio de que
gozaba -y no hacía nada por ocultarlo- el escriba por parte del hombre corriente: «Lo vemos
levantarse respetuosamente al paso de un escriba; sólo estaban excusados de hacerlo los
obreros durante su trabajo. Lo oímos saludar solícitamente al escriba, llamándole "rabí",
"padre", "maestro", cuando éste pasa ante él con su túnica de escriba, que tenía forma de
manto que caía hasta los pies y estaba adornada de largas franjas. Cuando los notables de
Jerusalén dan una comida, es un ornato de la fiesta ver aparecer, por ejemplo, dos alumnos
y futuros doctores como Eliezer ben Hirkanos y Yoshúa ben Jananya. Los primeros puestos
están reservados a los escribas y el rabí precede en honor al hombre de edad, incluso a
sus padres. En la sinagoga ocupaba también el puesto de honor; se sentaba de espaldas al
armario de la torá, mirando a los asistentes y a la vista de todos».
Para completar la escena hemos de figurarnos visiblemente la forma de saludo entre los
orientales. Se hacía una inclinación muy profunda, mientras la mano derecha describía una
curva aún más baja casi hasta llegar al suelo. Después el personaje de mayor dignidad
dejaba que el otro le besase en las mejillas con gran efusión.
La hipocresía consiste sobre todo en una devoción ostentosa, basada en la cantidad y
largura de las oraciones, hecha como espectáculo para lograr la admiración y estima,
especialmente de las mujeres.
Que su religiosidad sea falsa aparece de forma particular en la tercera acusación:
avaricia. En vez de ayudar a los pobres, a los pequeños, a los indefensos, no dudan en
explotarlos descaradamente, aprovechándose incluso de su hospitalidad.
Los letrados, no olvidemos que eran también expertos en el campo jurídico y daban
consejos en las distintas cuestiones de orden legal, para las que exigían «parcelas» no
pequeñas, incluso a los débiles con los que deberían más bien tener comprensión.
Pero quizá aquí sean señalados por algo que va más allá de la, sin duda, odiosa
exigencia de los préstamos.
En otras palabras, se sirven de su prestigio religioso para obtener ventajas materiales a
costa de los más sencillos. Son parásitos. Y aunque su comportamiento aparezca
externamente irreprochable y lleguen a justificar todo, su máscara de «legalidad» caerá
ante el severo juicio de Dios.
La conclusión del debate registra sólo el interés de la gente sobre esta enseñanza.
El pasaje, sin embargo, es bastante importante porque concluye la actividad pública de
Jesús.
Desde ahora el Maestro, en los discursos, en las comidas de despedida, se dirigirá
exclusivamente al círculo restringido de sus discípulos.

PROVOCACIONES

1. No sé por qué la cita del salmo 110 me recuerda los años en los que se cantaba en
latín: «Dixit Dominus Domino meo sede a dextris meis...». Era el primero en las vísperas del
domingo.
Mi párroco, al «sede», desde su «trono» en el coro hacía una señal y todos nos
sentábamos ruidosamente. Lo que entendía de ese salmo era el «sede» como señal de
reposo...
No es que los estudiosos se hayan esforzado demasiado en las interpretaciones.
Tienen razón Maillot-Lelièvre que advierten cómo cuando Jesús quiere poner en un
compromiso a los letrados, les pide una interpretación correcta del salmo 110. Pero ninguno
es capaz de responder.
Desde entonces no se han registrado progresos apreciables. Ciertamente se ha escrito
mucho, pero hemos quedado en el campo de las hipótesis. Los escribas de hoy, como los
de ayer, no han sido capaces de ponerse de acuerdo sobre la interpretación de este salmo.

En el fondo, es una grata satisfacción. Sentarse y comprobar que los llamados maestros
tienen dificultades, no tienen nada que enseñarnos.
Y acaso ser tocados por la sospecha de que, quizás, continuando con la repetición de
esas palabras sin entenderlas totalmente -ni siquiera en nuestra lengua-, y continuando a
rezarlas adorando el misterio que expresan, podemos ayudar a los escribas y captar
finalmente el significado.
¿O debemos esperar al día en que podamos controlar personalmente -al menos, lo
esperamos- qué hay junto al famoso trono?

2. «La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo» (v. 37).


Una curiosidad insatisfecha. No podemos saber si «disfrutaba escuchándolo» cuando
hablaba del mesías entronizado a la derecha de Dios, o bien después, cuando les levanta
la máscara a los escribas.
Parece más probable la segunda hipótesis.
Los gustos son siempre los mismos.
Los sermones más interesantes son siempre los destinados a los demás.
Estamos de acuerdo con el predicador sobre todo cuando los tiros se dirigen a otra parte.

Los exámenes de conciencia más agradables son los que mandamos hacer
escrupulosamente a nuestro prójimo.

3. Sí, ante esta página, es bastante fácil decir: ¡pobres escribas, qué papel han hecho,
les ha zurrado! O ¡qué lección, se la han merecido!
Sería injusto, además de hipócrita, por nuestra parte.
Además no hay que generalizar. Más bien... alargar el discurso.
Al menos uno de los escribas, estamos seguros, está fuera de aquella requisitoria. El no
está lejos del reino.
Una garantía como ésta, en cambio, no la tiene ninguno de nosotros.
Por un escriba que seguramente no importa, pueden existir centenares de millares de
escribas potenciales que sí que importan, aunque no se den cuenta (y es un agravante,
bien entendido).

4. Más que a los escribas, las acusaciones de Jesús se refieren a una especie de
deformación profesional que consiste en utilizar la propia posición religiosa para «hacerse
valer».
Jesús, para su propia comunidad, ha enseñado el comportamiento opuesto:
-hacerse los últimos y siervos de todos (en vez de reivindicar honores y privilegios y
reconocimientos por parte de los hombres);
-tener fe y perdonar (en vez de complacerse en grandes oraciones con el fin de «hacerse
notar»);
-acoger a los pequeños e indefensos (en vez de oprimirlos y explotarlos).
Quede claro que el discípulo no es lo contrario del escriba. Debemos guardarnos de
estas burdas simplificaciones.
Es, en cambio, el exacto contrario del «notable» (tanto en el plano humano como
religioso).
El discípulo es uno que no se da importancia, que no tiene posiciones que defender
(también porque está siempre en camino).
Es un «pequeño» que busca a Dios y a los propios hermanos.

CONFRONTACIONES

El Señor resucitado nos permite comprender al Jesús histórico


La concepción completa de Jesús como hijo de David y, por tanto, su origen de la estirpe
davídica y su entronización como «Señor y Mesías» (Hech 2, 38), corresponde tan
plenamente a la primitiva cristología de la iglesia naciente, que se la puede considerar
igualmente en el origen de esta perícopa.
Incluso adoptando una visión crítica de este género, no se niega con ella que tal
concepción no tenga el propio fundamento en la actividad terrestre de Jesús.
Algo parecido podría decirse respecto de los numerosos títulos de Cristo en los
evangelios: Jesús no los usó jamás como fueron más tarde empleados, prefiriendo
manifestar su derecho de forma velada e indirecta.
Fue después de la resurrección cuando la comunidad cristiana tomó conciencia clara de
la pretensión de Jesús, traduciéndola en palabras que, para instrucción de los fieles, fueron
atribuidas a él mismo.
La forma elegida por los evangelistas que, al presentar la actitud de Jesús se proponían
dar a la fe una interpretación, no contiene nada de ilícito o de poco auténtico.
A causa de su fe en la resurrección y en la glorificación de Jesús, la iglesia naciente se
encontró ante el problema de cómo conciliar la esperanza mesiánica del judaísmo con los
hechos de la vida del Señor y cómo hacer plausible a la mentalidad judía el acontecimiento
pascual ya fijado en su credo.
También para la iglesia el antiguo testamento representaba una palabra inspirada por
Dios y ella descubría su verdad a la luz de su realización.
Una confirmación clara de que Jesús mismo proclamó el propio derecho mesiánico,
aunque no en el sentido de la espera judía relativa al hijo de David, se da en la escena que
se desarrolla ante el sanedrín (Mc 14, 61 s), ya que fue precisamente en base a esta
pretensión de ser el mesías -entendida a medias o malentendida por los judíos- por lo que
Jesús fue entregado a los romanos y ajusticiado por ellos como rey-mesias político.
Sin embargo, en la fórmula con la que Jesús proclama ante el sanedrín que es el mesías
(14, 62), una vez más la interpretación de la iglesia primitiva es reconocible por el hecho de
que en este pasaje se encuentra la combinación singular de Daniel 7, 13 con el mismo
versículo del salmo 110, 1.
Así por todas partes se encuentra un fundamento sacado de la vida y de la palabra de
Jesús y, al mismo tiempo, una interpretación dogmática realizada por la primera comunidad
a la luz de las sagradas Escrituras. A este fenómeno importante para la reflexión sobre la fe
le da un relieve particular la cuestión central, desde el punto de vista cristológico, del hijo
de David.
El Jesús histórico resulta, por tanto, comprensible sólo partiendo del Señor resucitado (R.
Schnackenburg, o. c.).
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1. En todo caso entre los estudiosos se discute si el salmo ha sido interpretado siempre en sentido mesiánico.
Coppens afirma que «nos encontramos ante una de esas formas inferiores de la espera mesiánica en
donde la descripción de un David histórico cambia algunos rasgos y colores de la esperanza escatológica».
Y ciertamente los rabinos a partir sobre todo del siglo I d.C.. han rechazado la interpretación mesiánica de
este salmo, refiriéndolo a Abrahán o al rey Ezequías. «Esto sucedió, sin embargo, porque se quería sustraer
a los cristianos uno de los pasajes de la Escritura más significativos para la dignidad del Mesías» (J.
Schmid).
2. Jesús se adapta a la mentalidad de sus contemporáneos que atribuye a David la composición del salterio.
Es difícil, sin embargo, datar el salmo 110. Alguno dice que ha sido compuesto al menos 800 años después
de David (en tiempos de los Macabeos). Algún otro sostiene, en cambio, que es antiquísimo.
3. Sentarse a la derecha es una expresión que indica la entronización del Mesías junto a Dios en señal de
honor y poder. El puesto de la derecha es también el puesto de la acción. En la Biblia, excepto en la
parábola de las ovejas y los cabritos, Dios no tiene izquierda...
4. Muchos intérpretes retienen que todo el pasaje no se remonta directamente a Jesús, sino que es una
construcción de la comunidad primitiva que quería expresar así la propia fe en Jesús. Hijo de David según la
carne, pero también Hijo de Dios. Pero sin excluir que la iglesia primitiva haya releído e interpretado de ese
modo un dicho aislado de Jesús, resulta difícil demostrar que todo sea construcción de una comunidad que,
entre otras cosas, no habría tenido ningún motivo para utilizar un título superado como el de «Hijo de David».
R. Fabris sintetiza así su propio pensamiento: «La argumentación evangélica es demasiado arcaica para
ser atribuida a la comunidad: pero es también lo bastante "cristiana'' para fundar la fe explícita sucesiva de la
comunidad en Jesús Señor e Hijo de Dios».
(·PRONZATO-3/2.Págs. 287-294)
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LA CALDERILLA DE LA VIUDA
Mc/12/41-44 Lc/21/01-04
VIUDA/OFRENDA

Finalmente llegan los frutos


La escena -que se enlaza con el pasaje anterior por el término «viuda»- está construida
cuidadosamente desde un punto de vista literario. Tres cuadros introducidos por estos
verbos: «se sentó... y observaba», «se acercó una pobre viuda y echó», «llamando a sus
discípulos les dijo...».
Observación, acción, lección. O bien: ver, leer, comprender.
El punto de partida, quizá, esté formado por el contraste entre la avaricia de los letrados y
la conmovedora generosidad de este mujer.
Hay más: a la cerrazón altiva de los grandes, de los sabios, se contrapone la
disponibilidad de la gente sencilla, hacia la que Jesús no esconde la propia simpatía.
Pero hay que ir más allá. Hasta el episodio de la purificación del templo. Los frutos que
Jesús ha buscado inútilmente al principio, son traídos ahora por esta pobre viuda.
La escena se desarrolla en el patio de las mujeres. Alrededor del muro había colocados
trece cepillos en forma de embudo al revés -el cuello arriba, anchos abajo, a causa de los
ladrones-, llamados «trompas». Parece que eran trece en relación a los distintos destinos
de las ofrendas.
Mc utiliza el término «gazofilacio» o tesoro. Pero con este término se entendía
comúnmente el complejo de edificios en donde eran guardados los objetos preciosos del
templo. Aquí se trata más bien del korbana, ofrendas.
Parece que el oferente debía declarar al sacerdote la entidad de su contribución para el
culto o para otra cosa. En tal caso, el observador -aquí Jesús- tenía una doble posibilidad:
ver y oír.
La mujer mete dos de las monedas más pequeñas que estaban en circulación,
correspondientes a un cuadrante, es decir un cuarto de as romano. Una cosa irrisoria. Unas
pocas pesetas.
El motivo por el que esta mujer, a pesar de las apariencias, ha sido más generosa que
todos es señalada por Jesús: los otros han dado de lo que les sobraba. La viuda, en
cambio, ha echado de lo que le hace falta, de su miseria, de lo estrictamente necesario
para vivir. «Ex indigentia», o «de penuria», decían las traducciones latinas.
En los ambientes judíos circulaba la historia de una pobre que había sido recriminada por
el sacerdote por la ofrenda de un puñado de harina. Durante la noche, el encargado del
templo, había recibido en sueños esta advertencia de Dios: «No la despreciéis: es como si
ofreciese la propia vida».
La escena descrita tan vivamente por Mc tiene, sin embargo, todo el aire de haber sido
captada de la realidad.
Y la enseñanza de Jesús adquiere un relieve especial porque está colocada al final de
las disputas.
Comenta agudamente R. Fabris: «Con esta sentencia sobre el valor de la ofrenda,
termina la actividad y la enseñanza de Jesús en el templo. Había comenzado atacando el
mercado y el tráfico que se desarrollaban bajo la tutela de los sacerdotes, había
desaprobado la seguridad y la jactancia de los círculos dirigentes de Jerusalén que tenían
en el templo el símbolo de su prestigio, escribas y saduceos, y ahora concluye exaltando el
auténtico valor religioso del gesto de la pobre mujer. El lugar del encuentro con Dios no
pasa a través del poder cultual o institucional, sino a través del corazón pobre, es decir
totalmente disponible y abierto a Dios».
Y E. Schweizer: «La pequeña narración exalta por tanto ese sacrificio silencioso,
completo y natural, que no transforma en historia su acto, pero en el que el hombre deja de
modo muy concreto todas las seguridades para abandonarse enteramente a la misericordia
de Dios. Esta es, por tanto, una conclusión adaptada a la actividad pública de Jesús».
De todas formas, Jesús concluye de manera sorprendente las disputas. Hace exégesis,
no de un pasaje discutido de la Escritura, sino de un gesto claro e inequívoco de una
desconocida.
Hace la suma de todos los doctos debates y parece que las cuentas salen gracias a
estos cuartos echados por una pobre mujer en el tesoro del templo.

PROVOCACIONES

1. Aquellas dos monedas que caen en el recipiente de las ofrendas, quizá tengan un
sabor, o un perfume, o bien en el momento en que tocan el fondo de la cesta, tengan una
musicalidad. O quizá todas estas cosas juntas. Sea como fuere, algo bello, limpio y
pacificador.
No me importa que se diga que todo esto es poesía.
También Jesús al acabar aquel día estaba cansado de tanta teología. Y se ha permitido
una pausa poética. Ha demostrado que le gusta esta música.

2. Es curioso que los cepillos fuesen llamados «trompas». Quizá no sólo por su forma.
La limosna de mucha gente tiene necesidad de trompas, no puede ser de otra manera.
En algunos casos no habría «ofrendas» si no se asegura una adecuada publicidad.
Esta mujer, en cambio, no quería hacer ruido. Se ha acercado dudosa a la «trompa». Y
ha susurrado con un sentido de vergüenza el monto de la suma. Una cifra ridícula, claro,
miserable como ella. El sacerdote debe haber sonreído de compasión. El templo tiene
necesidad de otras cosas, con todos los gastos que hay que hacer.
Pero allí cerca había alguien que observaba y registraba el gesto insignificante, el rumor
imperceptible -la música- de las dos monedas que caen sobre las grandes monedas de
plata.
Y esta mujer ha entrado para siempre en el evangelio, es decir «en el libro de los
pequeños, de los desconocidos, de los innominados que son los grandes ante Dios» (G.
Dehn).

3. Las monedas pequeñas (lepta) eran dos. Y los comentadores no dejan de resaltar el
detalle, explicando que la viuda podía muy bien haberse quedado con una.
Si hubiese pedido consejo a algún director «prudente», probablemente habría escuchado
que no hay que exagerar, que basta la intención. Por fortuna la mujer no se ha dirigido a
ningún maestro. Para no hacer cálculos no necesitaba a nadie.

4. Vuelven a escena los discípulos. Hay algo que aprender.


El pequeño episodio es un capítulo importante del método pedagógico de Jesús. Que
invita a los discípulos a observar. Y sobre todo a observar en profundidad, sin dar
valoraciones superficiales de hechos y personas.
Al discípulo de Jesús sabemos que se le propone la lógica de «ir más allá». Más allá de
la mentalidad y del sentido común corriente.
Pero esta lógica tiene como punto de partida la capacidad de «mirar más allá». Más allá
de las apariencias.

5. La pobre ha dado «más» que todos. Sin embargo «muchos echaban en cantidad».
Mientras ella ha echado casi nada.
En la especial contabilidad de Jesús, las cifras son importantes no por su consistencia,
sino por su proveniencia.
No se trata de cantidad, sino de valor.
Los que han dado mucho, en realidad han dado «menos», porque han dado la oferta de
lo superfluo, de lo que tenían en abundancia.
La viuda ha dado de «más», porque ha dado la oferta de lo que la faltaba.
La diferencia sólo es notada por Jesús.
Para dar de lo que se tiene, todos son capaces.
Pero dar de lo que no se tiene es una características de los «pequeños», a los que Jesús
ama con predilección.

6. Esta viuda ha tenido, además, el honor de «cerrar» las controversias planteadas por
los doctos. La lección final le ha sido confiada a ella.
Esperaríamos una declaración final de Jesús, una afirmación suya solemne sobre el
plano doctrinal.
En cambio, el Maestro deja la palabra a esta mujer. La cual, como no sabe hablar, se
explica con un gesto. Y hay que reconocer que se explica muy bien.
A pesar de tantos profesores a disposición, Jesús nos manda a la escuela de esta pobre
analfabeta.
Y peor para nosotros si no sabemos aprender.

7. Si todos nuestros debates interminables encontrasen esta conclusión: un gesto


concreto, pequeño si se quiere, pero importantísimo...
Si mientras trajinamos a la búsqueda de soluciones para nuestros embrollados
problemas, fuésemos tocados por el pensamiento de que la solución está en otra parte...
Si cuando enseñamos a los demás, fuéramos tocados por la sospecha de que tenemos
algo que aprender de los pobres, de los no expertos...
Si el estruendo de nuestras charlas fuese interrumpido, alguna vez, por el tintineo
provocado por dos monedas de compromiso personal, de donación total...

8. Finalmente alguien ha previsto la reparación de los daños. Aquellos que, aunque


pocos, fueron provocados por Jesús el día anterior, cuando interrumpió el mercado del
templo.
La deuda está saldada ahora. Con dos monedas de la viuda.
Más aún, las cuentas dan un saldo favorable al tesoro del templo. Pero quizá los
«administradores» no se dan cuenta de estas cosas. Estos aprenden sólo a contar.
Captar el valor de una acción, de un gesto, es otra cosa.

9. Lo confieso. En el puesto de los discípulos no habría resistido la tentación. A


escondidas, quizá de noche, habría ido a buscar la higuera seca.
Quién sabe si en el momento en que caían las diminutas monedas en el cepillo, no habrá
aparecido alguna hoja verde.

CONFRONTACIONES

El loco se queda con el último dinero


El que se pone a la búsqueda de Dios
y vende todo lo que posee
salvo el último dinero
es sin duda un loco.
Es precisamente con el último dinero
con el que se compra a Dios (Proverbio chino).

Aquello a lo que Dios está atento


Dios no se fija tanto en lo que le damos, cuanto en lo que nos reservamos para nosotros
(San Ambrosio).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 295-299)

2-22 - DISCURSO ESCATOLOGICO


Mc/13/01-37 Mt/24/01-36 Lc/21/05-33
¿Una página incomprensible?
PARUSIA/J-VENIDA J/VENIDA/PARUSIA
Es el más largo discurso contenido en el evangelio de Mc. Y plantea problemas bastante
arduos.
«El llamado discurso de la parusía, o apocalipsis sinóptica, es uno de los pasajes más
difíciles y por tanto más controvertidos de toda la tradición sinóptica» (J. Schmid).
Intentaré desentrañar las distintas interpretaciones que se dan, todas rigurosa y
sustancialmente divergentes.
No es muy alentador. Nos sentiríamos casi autorizados a saltarlo sin mas.
Sin embargo, hay que intentar al menos una aproximación, con la máxima delicadeza, en
la esperanza de lograr algo, aunque no de dominarlo.
Antes de nada hay que precisar la composición, seguidamente dar con el género literario
y después comprender la estructura.

Composición
No estará demás aclarar en seguida que el discurso no ha sido ciertamente pronunciado
por Jesús tal como nos es presentado.
En efecto, contiene palabras y sentencias bastante distintas como género -anuncios
proféticos, exhortaciones en clave moral, parábolas, citas bíblicas, referencias apocalípticas-
y distintas también por su origen.
La mano del evangelista ha tenido un peso notable en la composición del texto.
Mc, ciertamente, ha tenido en cuenta la situación histórica particular en la que se
encontraba la comunidad cristiana y ha debido responder a sus exigencias específicas.
Sobre esto, están todos prácticamente de acuerdo. En cambio, saltan las discusiones
cuando se trata de establecer exactamente en dónde terminan las palabras de Jesús y
dónde comienza la parte redaccional. Estos límites resultan obviamente muy inciertos y dan
origen a vivaces discusiones.
Hay quien pretende alargar el campo del discurso del Maestro, y quien -sobre todo
recientemente- atribuye un espacio preponderante al evangelista (que, según algunos,
habría incluso utilizado fuentes de los apocalipsis judíos). Si nos adentramos en este
terreno, no saldremos jamás.
PD/APLICACION: Advierte muy oportunamente R. Schnackenburg: «El lector creyente que
se dé cuenta de cómo la iglesia primitiva ha interpretado legítimamente la tradición sobre
Jesús aplicándola a la propia situación actual, no tiene por qué preocuparse. Los evangelios
arrancan de la predicación de los apóstoles y tienen el objetivo según su intención, de
continuarla. La iglesia naciente garantiza la fidelidad a la palabra de Jesús al aplicar el
mensaje a su propia época. La palabra de Jesús, en cuanto profética asume sus funciones
únicamente en la medida en que es aplicable a cada momento incluso a un determinado
círculo de oyentes. Con todo esto se quiere sobre todo afirmar que no
debemos ni podemos congelar las representaciones contenidas en el discurso escatológico
en la cosmología y en la situación histórica de entonces, si queremos comprender el
mensaje de Jesús en referencia a nuestra época y a nuestra manera de pensar».
Además, hay que reconocer que los aspectos contradictorios del discurso son muchos.
Parece que esté reservado a pocos privilegiados, se diría «iniciados» -los cuatro
apóstoles que interrogan a Jesús «aparte»- pero al final se declara solemnemente que
todos son los destinatarios («y lo que os digo a vosotros se lo digo a todos» [v. 37]).
Están los acontecimientos del año 70 -destrucción de Jerusalén y profanación del templo-
mezclados con otros elementos «catastróficos» referidos al fin de los tiempos.
Según ciertas frases, parece que la venida del Señor sea inminente, está ya a las
puertas, pero después nos encontramos con expresiones que la alejan notablemente.
No debemos impresionarnos, no digo escandalizarnos, ante semejantes antinomias. Más
bien, hay que precisar el género literario empleado.
Género literario ESCA/QUE-ES APOCALIPTICA/QUE-ES
Es el escatológico-apocalíptico. Son dos cosas distintas, aunque tienen algunos puntos
en común.
La escatología propone un discurso sobre las realidades últimas, definitivas.
El término apocalipsis se deriva de un verbo griego (apokalyptein) que significa «quitar el
velo», «remover el velo». En sustancia, se trata de una re-velación.
Tanto en la escatología como en la apocalíptica la mirada se dirige a realidades que van
más allá de la historia, aunque estén contenidas en cierto sentido en el presente.
«La escatología bíblica es un discurso sobre la historia, un modo de leerla y de asumirla»
(B. Maggioni).
TIEMPO/GRIEGO-BIBLICO: Para el griego el tiempo tiene un carácter cíclico: parece
que los siglos y los años dan vueltas en círculo, trayendo irremediablemente los mismos
acontecimientos. Por lo cual no hay que esperar nada sustancialmente nuevo.
El hombre de la Biblia, en cambio, considera la historia como una trayectoria horizontal, el
tiempo tiene un desarrollo lineal, la historia camina, progresa, bajo la guía de Dios, hacia un
término muy concreto. Por lo que no se repite jamás del mismo modo, sino que está abierta
a la novedad, a lo inesperado, a la esperanza.
La historia, por así decir, tiene dos protagonistas: Dios y el hombre. «Esta es conducida
hacia una salvación definitiva; la historia está recorrida por un juicio (no toda elección
conduce a la salvación, sino sólo las que se realizan obedeciendo el plan de Dios)» (B.
Maggioni).
«El profeta interviene en esta historia en nombre de Dios. Su misión consiste en hacer
vivir plenamente a sus contemporáneos en el presente, revelándoles cómo se desarrolla el
plan de Dios.
La palabra de Dios que él proclama está antes de nada unida a las circunstancias
presentes. Ciertamente, también se interesa por el futuro, pero en cuanto confiere un
sentido al presente, en cuanto sostiene la esperanza de los oyentes recordando la meta de
su camino, el "día" en el que Dios establecerá definitivamente el propio reino en el mundo.
Pero este día permanece escondido, un "velo" esconde el fin de la historia a los ojos
humanos» (E. Charpentier).
Existen, sin embargo, tiempos de crisis particularmente graves, en los que el profeta
advierte que sus palabras no bastan para alentar la esperanza del pueblo, conmovido por
tribulaciones y persecuciones, y que tiene necesidad de ser consolado, asegurado de que
la fidelidad de los buenos no es inútil.
TIEMPOS-FIN: Desde el momento en que los tiempos son particularmente dramáticos y
parecen contradecir de forma clara con su brutalidad el plan de Dios, se quisiera «ver» el
fin de los tiempos. En otras palabras, se tiende a «quitar el velo» que esconde el fin. Y esto
es precisamente lo que hace la apocalíptica. La profecía escatológica tiende de esta forma
a convertirse en apocalipsis.
No es que el autor vea el fin del tiempo con precisión gracias a una visión especial. Más
que nada «toma carretilla desde el pasado»1 para descifrar el presente, y así infundir
seguridad a pesar de las conmociones, las contradicciones, apoyándose sobre todo en un
fundamento sólido: la fidelidad de Dios.
La apocalíptica ha nacido sobre todo en el período siguiente a la experiencia del exilio y
se ha desarrollado, no sólo a través de los escritos de algunos profetas, sino en general a
través de toda la literatura judía.
Las diferencias entre apocalipsis y escatología se pueden trazar fácilmente (gracias a
una cierta familiaridad con los textos, por supuesto).
De esta forma la escatología tiene una visión de la realidad más bien grandiosa, pero con
una impronta de sobriedad y de sentido de la mesura. «Ningún intento de penetrar los
secretos de Dios y ninguna concesión a la curiosidad del cuándo y del cómo» (B.
Maggioni).
La apocalíptica, en cambio, es menos discreta, más desenvuelta, casi obsesionada por el
cómo y el cuándo. En resumen, quiere quitar el velo a toda costa y lo más pronto posible.
Además subraya casi exclusivamente la acción de Dios, por lo que el hombre queda
reducido a comparsa.
Está veteada de pesimismo sobre la historia presente, que es por tanto relegada, o
incluso descalificada, en favor del futuro.
La apocalíptica, finalmente, tiene un estilo inconfundible. Utiliza todo un códice de
imágenes fantásticas. Recurre al lenguaje de los colores, de los números y de otras
imágenes tradicionales2.
Sobre todo se complace en resaltar los tonos dramáticos, poner en escena elementos
catastróficos, terroríficos. Además de las imágenes, se tiene la impresión que recurre a los
rumores: y son espantosos.

En el relato de Mc están presentes, indudablemente, algunos rasgos «apocalípticos»:


guerras, conmociones, terremotos, carestías, catástrofes cósmicas, el sol y la luna que se
apagan, los astros que caen; todo ello con características de inmediatez. Pero no son los
que prevalecen. Forman el marco del cuadro.
Se comprende en seguida que el mensaje central no se puede confundir con estos
elementos -aunque necesarios- de adorno.
Como revela B. Maggioni, Mc parece tomar distancias de una perspectiva
exageradamente apocalíptica. Baste pensar en la insistente exhortación a la vigilancia, que
es una llamada al compromiso en la historia. Se tiene la impresión de que Mc nos proyecta
hacia el futuro únicamente para devolvernos al hoy y para que concentremos con más
fuerza la atención en el presente.

Estructura
El esqueleto del gran discurso puede mostrarse de esta forma:
1. Cuadro introductorio (v. 1-5). Jesús anuncia a los cuatro discípulos la destrucción del
templo.
2. El discurso de Jesús (5-37) articulado en tres partes:
A) La gran prueba (5-23):
Advertencia general («Cuidado con que nadie os engañe», 5 b)
a) los que extravían (6)
b) las guerras (7-8)
c) persecuciones (9- 13)
b') guerra y sacrilegio devastador (14-20)
a') los que extravían (21-22).
De nuevo la advertencia («Vosotros estad sobre aviso, os he
prevenido de todo» 23).

B) La venida del hijo del hombre (24-27)


a) fenómenos celestes (24-25)
b) El hijo del hombre vendrá (26)
c) Reunirá a los elegidos (27).

C) Información y anuncio (28-37)


a) comparación de la higuera (28-29)
b) dicho sobre el tiempo cierto y cercano (30)
c) dicho de confirmación (31)
b') dicho sobre el tiempo desconocido (32)
a`) parábola del hombre que se va de viaje (33-36).
Conclusión con una llamada a la vigilancia.

Se puede advertir inmediatamente. Las partes A y C del discurso de Jesús tienen una
forma cíclica característica; por eso lo que se encuentra en medio asume un relieve
especial.
En la parte A: los que extravían guerras, persecuciones, guerra, los que extravían. Es
central por tanto la alusión a las persecuciones.
En la parte C: parábola de la higuera, dicho sobre el tiempo cierto y cercano, dicho de
confirmación, dicho sobre el tiempo desconocido, parábola del hombre que se va de viaje.
Aquí es central la solemne afirmación: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán» (31).
En la parte B se abandona la estructura circular. De hecho toda esta parte es el centro
del discurso de Jesús. El anuncio de la venida del hijo del hombre es el hecho por
excelencia, incontestable. No tiene necesidad de otras palabras. Es significativo a este
respecto que esta parte no contenga advertencias como sucede, en cambio, en las otras
dos.

Observaciones generales
Podemos hacer algunas observaciones de carácter general.

1. Los versículos 23 («vosotros estad sobre aviso, os he prevenido de todo») y 37 («y lo


que os digo a vosotros se lo digo a todos: ¡Estad en vela!») están elegidos cuidadosamente
para cerrar las dos partes del discurso A y C.

2. No es ciertamente casual que todo el discurso se concluya con la expresión: «Estad en


vela» (v. 37). Como nota J. Lambrecht, para Mc la exhortación es lo más actual e
importante de toda la información apocalíptica.

3. La apocalíptica, como hemos subrayado, tiende a minimizar la obra del hombre, que es
reducido a simple espectador, pasivo y asustado, de los acontecimientos que lo superan y
casi lo destruyen.
Aquí, en cambio, son numerosos los imperativos.
El hombre, por tanto, está llamado a reaccionar, a tomar posiciones. El «juego» -muy
serio- no se desarrolla sin él. Más aún, él puede influir en su éxito.
Solamente en la venida, los hombres parecen testimonios pasivos del acontecimiento.
Entonces será el hijo del hombre con sus ángeles quienes actúen.
Los elegidos serán simplemente «reunidos». Pero esto supone que ellos hayan
desempeñado ya su papel.

4. La «gran prueba» (A) tiene en los dos extremos a «los que extravían». Las
persecuciones están incluidas entre las guerras por una parte y la guerra con el «sacrilegio
devastador» por otra. Un crescendo notable. La colocación central de las persecuciones
quiere decir, entre otras cosas, que no son sólo una fase de la «gran prueba», sino que
duran durante todo este período.

5. Otra palabra característica es «angustia» (thlipsin). La encontramos en los versículos


19 y 24.
La venida, inesperada y definitiva, se coloca después de la «angustia». Por tanto, en
cierto sentido, la «angustia» anuncia la venida del hijo del hombre.

6. Algunos versículos parecen indicar una cierta progresión cronológica que conduce
hacia el término. Pero cuando este parece alcanzado, se nos dice que no, no se trata de un
término sino de un comienzo. «Primero tiene que proclamarse la buena noticia a todos los
pueblos» (v. 10).
En ello descubren algunos estudiosos la preocupación marciana de reaccionar contra la
concepción casi paroxística, en ciertos ambientes, de una inminente parusía.
«Mc afirma que estos acontecimientos no pertenecen aún al fin, sino a la historia. El
tiempo que vivimos no es el último, sino el penúltimo. Hay un intervalo entre estos
acontecimientos y la parusía: un intervalo que no se puede calcular» (B. Maggioni).
A pesar de ello Mc se retarda en el relato de la parusía y de la destrucción de Jerusalén.

La suya, en definitiva, es una llamada de atención, pero también una condena de la


impaciencia.

7. Se refiere una indicación cronológica precisa: «Antes que pase esta generación todo
eso se cumplirá» (v. 30).
¿Cómo se concilia esta seguridad con la otra afirmación según la cual ni siquiera el Hijo
conoce el día y la hora (v. 32)?
Ya en esta generación y nadie sabe nada, ni siquiera el Hijo, acerca del momento.
Tiene todo el aire de una equivocación.
¿O expresa un piadoso deseo?
¿Quizá Mc termine por creer lo que espera?
Probablemente las dos afirmaciones no son contradictorias, sino complementarias. Son
verdaderas las dos.
Mc no ha dudado en aportar una palabra que ya en su tiempo suscitaba numerosas
perplejidades, porque de hecho había pasado una generación sin que todas aquellas cosas
hubiesen acontecido.
Tengamos presente también que la frase «esta generación» tiene siempre en labios de
Jesús un tono de reproche.
El problema queda abierto. Y quizá nos invita a reflexionar que las cosas, en un cierto
sentido, han sucedido ya, aunque haya sido de forma diversa, menos evidente. El juicio ha
sido ya dictado. Con su rechazo los contemporáneos de Jesús se han autocondenado.
Respecto a la declaración acerca de la propia ignorancia sobre el día y la hora, Jesús
quiere sencillamente decir que no ha venido a la tierra para re-velar semejantes cosas, para
satisfacer la curiosidad sobre ese punto. No es ése el encargo que el Padre le ha confiado.
Más bien él se remite también a la decisión del Padre.
«No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha reservado a su
autoridad» (Hech 1, 7).

Cuadro introductorio
«Al salir... del templo» (v. 1). Jesús desde que llegó a Jerusalén había entrado y salido
más veces del templo. Ahora sale por última vez. Lo deja definitivamente. La ruptura está
consumada.
Se puede recordar el episodio descrito por Ezequiel en el que la gloria de Dios abandona
el umbral del templo en el momento de la deportación a Babilonia (Ez 10, 18).

«Uno de sus discípulos le dijo: Maestro, ¡mira qué sillares y qué edificios!» (v. 1).
Los discípulos, más que estar atentos a los gestos pequeños pero significativos, como el
realizado por la viuda, se dejan aún fácilmente sugestionar por las cosas relumbrantes.

«Los derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra» (v. 2).
En realidad, en el 70, el templo fue incendiado. Sólo en un segundo momento fue
«demolido».
SEGURIDAD-FALSA: En la profecía, sin embargo, más que la anticipación exacta de los
acontecimientos previstos en detalle, hay que saber captar el significado profundo. En este
caso: «Cualquier falsa seguridad del hombre, que se base en sus obras colosales (incluso
religiosas), es atacada y destruida por el evangelio» (E. Schweizer).
Después de la primera destrucción (586 a. C.) la obra de reconstrucción había
comenzado con el retorno del exilio (520-515). Pero el resultado obtenido estaba muy lejos
de la magnificencia propia del templo de Salomón.
Herodes sería quien volvería a dar a la construcción toda su magnificencia.
En tiempos de Jesús, aún perduraban los trabajos de embellecimiento y decoración.
Habían sido ultimados sólo unos diez años antes de los acontecimientos del 70.
Los judíos, a pesar de su visceral antipatía por Herodes y su familia, se enorgullecían de
la magnificencia y belleza de su templo.
En el Talmud está escrito: «Quien no ha visto ultimado el santuario en todo su esplendor,
no sabe qué es la suntuosidad de un edificio» (Sukka 51b).
Aún hoy, en el muro de las lamentaciones, es posible ver aquellas enormes piedras que
parecían destinadas a desafiar el tiempo.
La profecía de Jesús, por tanto, tiene como efecto la turbación profunda de los oyentes.

«Estando él sentado en el monte de los Olivos» (v. 3).


La actitud de sentarse significa enseñanza. Jesús que sube a la cátedra.
El monte de los Olivos es más alto que la explanada del templo, que se encuentra de
frente, estando en medio el valle del Cedrón.
La escena, por consiguiente, está construida con una ambientación perfecta.
Este lugar tiene referencias precisas en la tradición bíblica.
En estas pendientes se desarrolló la que viene comúnmente llamada la «pasión de
David» (2 Sam 15, 30 s).
Aquí, en el episodio de Ezequiel citado antes, se ha parado por un instante la gloria de
Yahvé que había dejado el templo, antes de ir a alcanzar a los exiliados a Babilonia (11,
23).
Según Zacarías, el Señor cuando venga al juicio final, comparecerá sobre el monte de
los Olivos (Zac 14, 4).
En este mismo monte Lucas colocará la Ascensión (Hech 1, 12).
Junto con los tres íntimos aparece Andrés, aunque su nombre está separado del de su
hermano Pedro, como había ya sucedido en la lista de los apóstoles (3, 13-19).
«¿Cuál será la señal de que todo esto está para acabarse?» (v. 4).
La expresión todo esto suena un poco extraña. No se refiere sólo a la destrucción del
templo, sino también probablemente, a los acontecimientos relativos al fin del mundo, de
que se habla después. La pregunta, pues, «anticipa» el tema sucesivo.
En la intervención de los cuatro discípulos se puede leer quizá la preocupación de la
primera comunidad cristiana ante el pulular de fanáticos que, refiriéndose a la gravedad
inaudita de los acontecimientos que se estaban desarrollando, hacían circular un cúmulo de
rumores acerca de la inminencia del fin.
Sobre el alcance de la profecía me parece bastante equilibrado el comentario de R.
Schnackenburg: «Es posible que Mc haya considerado retrospectivamente el hecho
cumplido. En este caso las dificultades y los problemas surgidos dentro de la comunidad se
explicarían mejor y así se aclararía a qué se refiere la respuesta en el discurso inserto en
este punto.
La catástrofe de Jerusalén y del templo, que a los contemporáneos aparecía como un
espantoso castigo de Dios, planteó en la comunidad cristiana la pregunta de si aquello no
representaba «el comienzo del fin», mientras apocalípticos exaltados sembraban turbación
entre los fieles. Mc opuso resistencia a tales seducciones, aunque también él estaba
convencido de que la parusía de Cristo no estaba lejana.
Pero él era consciente de que Jesús no había querido fijar un plazo, sino sólo exhortar a
sus discípulos a estar preparados con una constante vigilancia.
Ante el suceso histórico, obscuro en su polivalente significación, la fe escuchará la voz de
Dios que resuena en los acontecimientos transitorios, sin adelantar por ello una respuesta
unívoca sobre los objetivos que Dios se proponía con ellos.
Por tanto, las posteriores interpretaciones dadas por los cristianos a la destrucción del
templo, como si con ella el pueblo de Israel hubiera sido repudiado y disperso por el mundo
para siempre, no están justificadas; más bien éstas resultan peligrosas y contrarias a la fe
de Cristo: se ha contribuido de esta forma a las espantosas persecuciones antisemitas que
se han hecho culpables de tantas lágrimas y de tanta sangre derramada injustamente.
La palabra profética de Jesús hay que considerarla más bien como una llamada a la
reflexión personal y a una renovada escucha de la voz de Dios, también en los
acontecimientos que nosotros hoy experimentamos»
Por su parte, R. Fabris comenta: «Jesús retomando un tema de la antigua tradición
profética (Jer 26, 6. 18; Miq 3, 12), anuncia el fin de los tiempos como lugar de encuentro
entre Dios y su pueblo, como signo de la antigua alianza. La tradición evangélica retomada
también por Mc, ha conservado otra sentencia de Jesús acerca de la destrucción y que
será presentada en la acusación del proceso (14, 58) y en los insultos bajo la cruz (15, 29).

«Con esta afirmación Jesús no sólo anuncia el fin de la institución religiosa representada
por el templo, sino que promete la fundación de un templo nuevo, obra definitiva de Dios: la
comunidad de los creyentes».

Los discípulos, sin embargo, piden a Jesús una fecha y una señal de preaviso.
El Maestro como de costumbre rechaza el dar precisiones de este género. Se limita a
presentar una serie de cuadros, que no hay que «leer» en sentido estrictamente
cronológico porque no tienen el objetivo de seguir el desarrollo exacto de los
acontecimientos. Más que nada son escenas, episodios de diversa naturaleza. Su objetivo,
si acaso, es el de poner a prueba la fe. No por casualidad cada uno de estos anuncios está
acompañado de palabras de ánimo.
Jesús no ahorra a los «suyos» la lucha. Y tampoco las sorpresas.
Más que dar indicaciones exactas sobre el desarrollo de la guerra, les arma para la
guerra.

La gran prueba
Esta parte del discurso se articula así:
-signos premonitorios (5-13)
-acontecimientos en Judea (13-23).
Para ser aún más precisos, nos encontramos con que cada uno de los dos bloques está
compuesto por algunos elementos descriptivos y termina con advertencias.
Tenemos, por tanto, este esquema:
«Cuidado...» (5-6),
«Cuando oigáis...» (7-13),
«Estad sobre aviso» (21-23).
Los elementos descriptivos están introducidos respectivamente por «cuando oigáis» y
por «cuando veáis». Las advertencias están fijadas por «cuidado» y por «estad sobre
aviso». La única diferencia está en el hecho de que las advertencias están colocadas al
comienzo de los «signos premonitorios», mientras que se encuentran al final de los
acontecimientos en Judea.
De todas formas, como hemos dicho ya en el esquema presentado al comienzo del
capítulo, la estructura es circular o de inclusión, y por tanto hay una nueva toma de distintos
elementos (por ejemplo, los que extravían y las guerras).

Los discípulos, en primer lugar, deben ponerse en guardia contra los que extravían, que
se hacen pasar por mesías. Los podremos definir como «usurpadores del nombre».
SECTAS/FANATISMO FANATISMO/SECTAS: Como recuerda R. Fabris, «la historia
bíblica, junto a la genuina experiencia religiosa y profética, registra un pulular de fanáticos e
impostores religiosos que, sobre todo en tiempos de crisis, explotan la emotividad popular».

Flavio Josefo presenta una serie impresionante de estos «seductores», que tenían cierto
ascendiente sobre el pueblo y lograban conducir las personas de su séquito a formas
colectivas de exaltación.
El primer pseudo-mesías parece haber sido un cierto Bar-Kockba (132-135) que logró
hacerse tomar en serio incluso por el prestigioso rabí Akiba.
«Van a venir muchos usando mi título, diciendo "ése soy yo"» (v. 6). Es decir «usando mi
título» van a decir que son el mesías.
E. Schweizer interpreta: «refiriéndose a mí y a mis palabras». Y subraya el hecho de que
el evangelista deja entender que también en las comunidades actuaban estos personajes
ambiguos.
Recordemos además que «yo soy» es una de las fórmulas sagradas del hebraísmo para
indicar a Dios.
La comunidad es invitada, pues, a adoptar una actitud de extrema vigilancia ante esos y
a ejercer una lúcida crítica ante las «señales y prodigios» (v. 22) que eventualmente
podrían exhibir. «El prodigio no es una credencial unívoca. Se puede convertir en un signo
auténtico sólo cuando es realizado por una genuina praxis de fe» (R. Fabris).

En cuando a las guerras, sorprende la declaración «tiene que suceder» (v. 7). Se trata
de una fórmula que no hay que entender en sentido fatalista, sino que deriva del lenguaje
apocalíptico de Daniel (27 28).
Cito de nuevo el comentario de R. Fabris: «No es la justificación de la guerra o de las
catástrofes cósmicas, sino de una concepción apocalíptica... en la que la historia es
interpretada como cumplimiento del plan secreto de Dios. Un plan revelado al autor del
Apocalipsis que tiene sus momentos y su calendario de actuación.
Pero más allá de esta concepción mítica de la historia, hay un juicio religioso
extremadamente serio: la lógica interna de las potencias históricas que se disputan el
poder, es la autodestrucción por medio de la violencia. Ahora bien, los creyentes deben
realizar su cometido y encontrar el camino de la liberación en este contexto conflictivo» .
«Se alzará nación contra nación...» (v. 8). Se puede citar un pasaje del antiguo
testamento que expresa la misma idea.
«Azuzaré egipcios contra egipcios:
peleará uno con su hermano, el otro con su compañero;
ciudad contra ciudad, reino contra reino» (Is 19, 2).
En el pasaje de Mc se habla de guerras cercanas y guerras lejanas. Guerras locales que
después, poco a poco, asumen proporciones mundiales.
«Esos son los primeros dolores» (v. 8). Alguno traduce dolores como «punzadas». La
imagen sería la de un parto. Precisamente las guerras destructoras, la violencia homicida,
las carestías, se convierten, en esta perspectiva, en elemento de dolorosa fecundidad.
Este es, por tanto, el principio no el fin. No sólo porque la tribulación inimaginable debe
aún venir (v. 19), sino también porque estos acontecimientos desembocan en un mundo
nuevo. Y quizá aquí se puede señalar una alusión a la verdadera, gran «angustia»; la que
soportará Cristo en su pasión y de la que nacerá el mundo nuevo.
Sin embargo, otros autores interpretan la expresión en clave rigurosamente escatológica.

La vuelta al tema de la guerra se registra desde el versículo 14 al 20.


Aquí aparece el «execrable devastador» (v. 14).
La expresión está en el libro de Daniel (9, 27). Se refiere al hecho sacrílego del que fue
protagonista Antioco IV Epifanes que en el 168 a.C. había osado erigir dentro del templo un
altar en honor de Zeus Olímpico.
Se puede quizá colegir una referencia a Calígula obstinado en colocar en el templo su
propia estatua (40 a.C.). O, según algunos, es una alusión a la destrucción de Jerusalén,
cuando los soldados romanos alzaron en el Santo de los santos los estandartes de su
emperador Tito.
Finalmente, alguno ve la figura del Anticristo.
De todas formas, en el centro de las preocupaciones nos parece que no está la
profanación del templo, sino la situación dramática en la que se encuentran los más
débiles, especialmente las madres obligadas a huir en condiciones precarias, de
emergencia.

«Quien esté en la terraza...» (v. 15) debe bajar por fuerza. Pero debe hacerlo deprisa, por
la escalera exterior, sin entrar en casa. Algunos estudiosos, en cambio, interpretan así:
algunas casas tienen las terrazas adosadas a las pendientes de la colina.
Entonces será oportuno descender abajo. Indicando que cualquier incertidumbre y
pérdida de tiempo puede resultar fatal.
Tengamos presente que aquellos «que estén en Judea» (v. 14) se encuentran ya en una
zona montañosa. Aquí, probablemente son consideradas las montañas como refugio seguro
y probablemente como lugar en donde se puede organizar la resistencia.
Hay que tener en cuenta además que en Palestina las noches son crudas y por tanto la
capa sería bastante útil (v. 16).
La alusión al invierno (v. 18) está motivada por las especiales incomodidades provocadas
por esta estación en la que, entre otras cosas, los ríos llevan el máximo caudal y dificultan
la huida.
El tema de los elegidos, gracias a los cuales es reducido el tiempo de la angustia (v. 20)
recuerda el del «pequeño resto» y es clásico en la apocalíptica.
«Vosotros andaos con cuidado» (v. 9). La atención es dirigida a la comunidad, que debe
afrontar por su parte una prueba terrible.
Los discípulos serán «entregados» como el Maestro, bien a los tribunales religiosos o
civiles, al poder en todas sus formas (sanedrín, sinagogas, vasallos de la autoridad
imperial). Basta leer los Hechos de los apóstoles para encontrar una precisa confirmación
de esta profecía.
Todo esto por causa del evangelio (por causa mía).
Pero tampoco esto es el fin. «Primero tiene que proclamarse la buena noticia a todos los
pueblos» (v. 10).
«Para Mc la predicación al mundo entero tiene una importancia central; por ello no puede
faltar en absoluto en una visión del futuro y debe ser insertada aquí, en donde se habla de
testimonio, también para excluir el equívoco de que un testimonio sea sólo necesario ante
los tribunales judíos» (E. Schweizer).
El versículo 11 tiene un acento particular de consuelo. Los discípulos no deberán
preocuparse ante los tribunales. De hecho, tendrán como abogado defensor e «inspirador»
al Espíritu Santo.
Inmediatamente después los tonos vuelven a ser obscuros.
Delaciones, traiciones dentro de la misma familia4, odio por parte de todos a causa de
Jesús (v. 12-13).
«Los cristianos, a diferencia de cuanto se dice en la apocalíptica judía, no pretenden
realizar sólo una supervivencia material, sino que aspiran a la salvación interior incluso a
costa de su vida» (R. Schnackenburg).
Firmeza y perseverancia, incluso en la fragilidad de la carne, contradistinguen la actitud
del cristiano en medio del aluvión de persecuciones.
«Pero quien resista hasta el final se salvará» (v. 13). No es otra cosa que una versión de
la paradoja ya proclamada por Jesús antes: «El que pierda su vida por mí y por la buena
noticia, la salvará» (Mc 8, 35).

La venida del hijo del hombre


Es, como hemos dicho, el núcleo central en torno al cual gira todo el complejo discurso
de Jesús.
Los cuatro versículos (24-27) han sido construidos casi totalmente a través de un sabio
«montaje» de textos del antiguo testamento.
Es la parusía, que significa literalmente, presencia, o bien venida (podemos decir:
hacerse presente). El término se usa habitualmente para indicar el retorno de Jesús al final
de los tiempos.
Las indicaciones cronológicas resultan más bien vagas: «en aquellos días...». Las
intervenciones divinas no son jamás datables.
Sin duda Mc debe haber luchado bastante para resistir a la tentación de recurrir a su
adverbio preferido «de repente», «inmediatamente» -lo usa 42 veces en su evangelio- y
limitarse al más impreciso «en aquellos días».
La misma expresión «después de aquella angustia» (v. 24) más que especificar un
tiempo preciso, sirve para poner en evidencia el contraste entre una situación de opresión,
sufrimiento y angustia y la salvación traída por Dios, su intervención liberadora.
Mientras todos los acontecimientos precedentes se insertaban en la trama de la historia,
aquí estamos proyectados decididamente más allá de la historia, situados ante aquel
acontecimiento decisivo que da significado a la historia.
Las imágenes ambientales empleadas para describir la venida, son las características de
la tradición profética, en donde la intervención de Dios es siempre señalada por
acontecimientos cósmicos excepcionales.
«Los astros del cielo, las constelaciones, no destellan su luz; se entenebrece el sol al
salir, la luna no irradia su luz» (Is 13, 10). «El cielo se abarquilla como un pliego y se
marchitan sus ejércitos...» (Is 34, 4).
Parece que se vuelve atrás, al relato de la creación. Cielos, estrellas, luna, luz... Pero
esto, en cierto sentido, es lo contrario de la creación. Los astros han terminado su servicio.
Pueden también apagarse. Ahora la luz viene de otra parte. Los hombres tendrán
posibilidad de «ver» gracias a la luz que emana directamente del hijo del hombre. No hay
ya posibilidad de engaño. La mentira no tiene ya lugar. Esta es una luz que elimina
cualquier zona de obscuridad, cualquier posibilidad de duda.
En la aparición del hijo del hombre «sobre las nubes, con gran poder y majestad» (v. 26),
se puede percibir, en filigrana, la visión de Daniel (7, 13-14). Es evidente el contraste entre
un contexto de persecución y el cuadro grandioso propuesto (nubes, poder, gloria,
ángeles).
Hay que advertir que la reunión (v. 27) está limitada a los elegidos, aunque sean de toda
la tierra. No se alude al juicio que sufrirán los malvados.
REUNIR/DISPERSAR DISPERSAR/REUNIR El término «reunir» merece una precisión.
Es una palabra-clave que en la Biblia no se utiliza jamás en un contexto de prueba. Más
bien indica el final de la prueba. Cuando se trata de la prueba, de la tentación, la
palabra-clave es la opuesta a reunir: dispersar. No por nada encontramos el verbo
«dispersar» en el relato de la pasión (14, 27).
El texto de Mc se aleja de los apocalipsis judíos porque no registra la descripción del
castigo y de la aniquilación de los enemigos. Será suficiente compararlo con el texto más o
menos contemporáneo del judaísmo, La asunción de Moisés. En él es descrito un
aspecto de la felicidad de los elegidos, que pueden asistir al espectáculo de la condena de
los enemigos... ¡Forma parte del premio!
En el discurso de Jesús, toda la atención está dirigida a la comunión ya definitiva de los
elegidos con su Señor, al que han permanecido fieles en el período de la prueba, de la gran
tribulación. No interesan los que están fuera (los que se han excluido). La luz está
concentrada sobre la gran familia de Dios.
J/VICTORIA: Ciertamente el pasaje subraya fuertemente el triunfo del hijo del hombre.
Un triunfo que, en las actuales circunstancias de la historia, parece puesto en duda, más
bien incierto e incluso brutalmente desmentido. Ahora el hijo del hombre, y los que tienen el
coraje de testimoniarlo, es perseguido, llevado ante los tribunales, acusado, condenado.
Pero, he aquí que de improviso, los papeles se cambian. Y precisamente el hijo del hombre
derrotado, humillado aparece en un contexto de magnificencia para pronunciar el juicio
inapelable sobre la historia y sus llamados protagonistas.
«Hay un punto que precisar: el retorno del hijo del hombre en poder y majestad no
significa en modo alguno que Dios, al final, abandonará el camino del amor para sustituirlo
por el del poder. Si fuera así, la cruz no sería ya el centro del plan de salvación y el mismo
comportamiento de Dios daría razón, en definitiva, a los que afirman que el amor es inútil,
incapaz de conseguir el objetivo: ¡sólo el poder es eficaz! Nada de esto. El triunfo del hijo
del hombre será el triunfo del crucificado (14, 61-62), la demostración de que el amor es
poderoso, victorioso» (B. Maggioni).

Información y anuncio,
es decir, el compromiso del cristiano: vigilancia
Es la parte conclusiva del discurso. Jesús saca la suma de cuanto ha dicho, sobre todo
en relación a la situación y responsabilidad de los discípulos, los de ayer y los de mañana.

En los extremos tenemos dos comparaciones o parábolas: la higuera (28-29) y el hombre


que se va de viaje (33-36).
Adentrándose hacia el centro, partiendo de estos dos extremos opuestos, dos dichos
sobre el tiempo, en apariencia contradictorios: según el primero (v. 30) parece cercano y
cierto, según el otro (v. 32) es más bien incierto. casi evanescente.
VICIA/CURIOSIDAD En el centro la afirmación solemne: «El cielo y la tierra pasarán
pero mis palabras no pasarán» (v. 31).
Esta parte está caracterizada por una fuerte llamada a la espera y a la vigilancia, que
excluyen tanto la impaciencia como el sueño, tanto la «huida hacia adelante» como el
permanecer prisioneros en el horizonte del presente, tanto el temor como el relajamiento.
Jesús parece responder sólo ahora a la pregunta inicial de los discípulos (v. 4). Pero
responde según su estilo habitual, desviando en otra dirección los términos de la cuestión.

El problema no es el «cuándo», sino el hallarse preparados.


No se trata de saber «cómo» sucederán «todas estas cosas», sino «cómo» debe
comportarse el cristiano en la espera.
En cuanto a los signos premonitorios son numerosos, pero imprecisos y confusos en su
acontecer histórico. El discípulo debe saberlos captar, adivinar a la luz de Jesús y de su
evangelio.
Los mismos fenómenos de la naturaleza pueden enseñarnos algo.
En Palestina inmediatamente después de la estación de las lluvias, la higuera echa
brotes y anuncia así el aproximarse del verano.
«Pues lo mismo, cuando veáis vosotros que suceden estas cosas sabed que está cerca,
a la puerta» (v. 29).
¿Qué cosas? ¿La destrucción de Jerusalén, o las distintas calamidades que se abaten
sobre los hombres en el curso de los siglos, o los trastornos finales?
Jesús -a través de Mc- deja en suspenso esta cuestión, parece que no quiere, a
sabiendas, precisar este aspecto.
Para el creyente todo es signo, todo es presagio, todo es huella, anuncio del que viene,
que está ya a la puerta.
El creyente sabe que cada instante es el tiempo favorable, en el que debe tomar una
decisión, dar una respuesta. En cada acontecimiento del presente se juega su futuro.
De la contradicción de los versículos 30 y 32 ya hemos hablado.
R. Pesch afirma que «sopesan como sobre una balanza dos logia los cuales se integran
y se interpretan mutuamente» acentuando y al mismo tiempo corrigiendo los dos aspectos
complementarios de la realidad: certeza, que no hay que entender sin embargo como
término definitivo. Esperanza, que no elimina la incertidumbre y el riesgo.
El peor modo de leer esta página me parece que es el de plantear aquí el problema
-bastante debatido en teología- de la autoconciencia de Jesús, que es del todo extraño a
ella.
El Maestro no habla de conocimiento, como nosotros entendemos, en relación a su
persona, sino en relación al mensaje que el Padre le ha consignado para nosotros. Ahora
bien, en este mensaje la fecha permanece secreta.
El cristiano, por tanto, no debe hacer previsiones y cálculos.
VIGILAR/QUE-ES «El "tiempo" que no se puede calcular y que precisamente por esto se
refiere a cualquier instante del hombre, llama a "vigilar", es decir a tener hacia la vida una
actitud en la que se esté siempre responsablemente ante el Señor que viene, y no se
permite que nada nos distraiga de una constante disponibilidad hacia él.
De esta forma el "tiempo" que viene se convierte en el que determina plenamente el
presente, y le da su tensión, su esperanza, su fin, y por tanto su sentido. Esto es afirmado
con la imagen de las tareas que son asignadas para el tiempo presente, antes de la venida
del Señor, mientras que la imagen del vigilar y la referencia a la hora incierta de su venida
da a esta responsabilidad toda su urgencia: ningún instante es secundario, porque cada
uno puede ser el de la venida definitiva del Señor; por eso es imposible para la comunidad
hacer pasar el tiempo en el sueño, como si fuese tiempo vacío, no tiempo ya lleno de la
futura venida del Señor; como si no se tratase del uso que se hace de él» (E. Schweizer).
En medio de todas las incertidumbres, Jesús ofrece un terreno sólido sobre el que la
comunidad puede apoyar los pies, mientras todo parece caerse y destruirse. «El cielo y la
tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».
Sorprende la expresión «mis palabras» insólita en el lenguaje de Marcos, que habla
habitualmente de «enseñanza».
Queda, sin embargo, el acento de un fuerte contraste: entre el cielo y la tierra que
pasarán y las palabras de Jesús que permanecen.
Se diría incluso que el acento, más que sobre el mundo que acaba, se pone sobre la
«palabra» que no pasa.
La parábola final es una de las más breves. Más que nada un esbozo de parábola.
Alguno sostiene que está compuesta con elementos traídos de otras parábolas: la del
ladrón nocturno y la de los talentos (o de las minas).
Un estudioso, llega a lanzar la hipótesis de que Mc ha juntado cuatro parábolas diversas.
¡Un verdadero récord de síntesis elaborada en tres versículos!
No es una parábola fácil. No se está de acuerdo ni siquiera en el título de la misma.
Alguno la llama «la parábola del portero». J. Dupont la titula «la parábola del amo que
vuelve durante la noche». Y el prestigioso, gran estudioso, debe haber recibido
informaciones «reservadísimas» sobre esta llegada nocturna, desde el momento que el
texto de Mc no excluye la hipótesis de la mañana...
Justamente J. Dupont advierte que mientras la comparación de la higuera responde a la
segunda parte de la pregunta de los discípulos (v. 4) relativa al signo a través del cual es
posible discernir la inminencia del fin, la parábola final está en relación a la primera parte de
la pregunta («¿cuándo?»).
Se trata de un hombre que debiendo ausentarse, confía la propia casa a los criados.
Sobre todo, inicialmente, se eleva la figura del portero, que recibe el encargo específico de
«vigilar». Cada uno, sin embargo, tiene su propio papel que desempeñar, la propia precisa
responsabilidad.
El «núcleo» de la parábola me parece que es... doble:
- La incertidumbre acerca de la hora del retorno. Puede ser -como observa agudamente
R. Schnackenburg- antes de lo que uno espere, pero también más tarde de lo que se cree.
«De repente» se presta a las dos hipótesis.
- La espera vigilante consiste en estar en el propio puesto en sentido activo, es decir
trabajando.
La más grave desgracia que pueda suceder es que se encuentre a alguno «dormido». Y
esto puede ocurrir no sólo de noche.
Por tanto, no es sólo el portero el encargado de vigilar. El no puede hacerlo supliendo a
los demás.
Una vez más, por tanto, Cristo rechaza el responder a la pregunta sobre «cuándo». Dice
sólo que la venida está cercana, es cierta, «imprevista» (v. 36). Y por eso hay que vigilar.
Como era importante no engañarse acerca de la aparición de falsos cristos y falsos
profetas -no son estos el «señor de la casa-, como era necesario mantenerse fuerte en las
persecuciones, también hay que estar preparados en todo momento.
Podríamos sintetizar así las consignas contenidas en las exhortaciones insertas en todo
el «discurso escatológico»:
Desde un punto de vista negativo:
-no dejarse engañar,
-no dejarse desanimar,
-no dejarse coger de improviso (es decir, no dejarle encontrar «dormidos» en el momento
del retorno de Cristo).
En sentido positivo:
«Estad en vela». Y no por casualidad se ponen estas palabras como conclusión. Que se
refieren a todos.
Me agrada citar aún dos pasajes significativos de dos de los mejores estudiosos italianos
de Mc.
R. Fabris: «Esta insistencia sobre la vigilancia, a causa de la incertidumbre sobre la
venida del Señor, da una perspectiva práctica a todo el discurso escatológico. Las palabras
de Jesús, como parece sugerir Mc a los cristianos, no intentan dar informaciones acerca del
fin y de los signos del fin, sino inculcar a los creyentes una actitud de responsabilidad
vigilante. La vigilancia responsable excluye tanto el fanatismo apocalíptico que proyecta el
futuro elaborando un fantástico calendario del mundo, como el narcótico o la alienación
mundana que pierda de vista la tarea y la meta de un proyecto histórico a medida del
hombre. En otros términos, la tentación escatológica de la comunidad cristiana que espera
al Señor es una fuerza crítica ante la fuga hacia la utopía y ante una congelación de la
situación presente».
B. Maggioni: «Vigilar significa estar constantemente alerta, despiertos, a la espera.
Significa vivir una actitud de servicio, a disposición del amo que puede volver en cualquier
momento. Implica lucha, esfuerzo, renuncia. No es en modo alguno falta de compromiso o
indiferencia».

PROVOCACIONES

1. Me pregunto si el discurso escatológico contiene más referencias al futuro o al


presente.
Ciertamente, el cuadro está dominado por la perspectiva de las realidades últimas,
sobresale sin duda la visión de la venida del hijo del hombre.
Sin embargo, la mirada está concentrada en el hoy.
Casi como si la única manera para ser «contemporáneos» del futuro consista en vivir en
plenitud el presente.
El único modo para permanecer fieles a lo eterno está en no traicionar el presente.

2. El creyente no es alguien que viaja con el calendario en la mano. A lo sumo tiene en la


mano una brújula.
Cristo da la dirección del camino. No nos ofrece la descripción anticipada de lo que
ocurrirá a lo largo del camino.
Su palabra -la que no pasa- no es una clave mágica para resolver los enigmas de la
historia, los jeroglíficos de la crónica cotidiana.
Es luz que permite captar el significado de los acontecimientos.
El cristiano no es uno que ya sabe todo antes. Es uno que es capaz de coger el hilo
conductor de las distintas vicisitudes.
La culpa del cristiano no es la de no estar informado. Sino la de no estar preparado.

3. En vez de curiosidad, vigilancia.


En vez de informaciones, exhortaciones.
Jesús no dice: «Estad tranquilos». Dice: «Estad en vela».
No nos dice: «poned el despertador a una hora determinada».
Impone: «no durmáis».

4. Muy agudas las observaciones de E. Pousset. Ante un texto enigmático, debemos


arriesgar una lectura que busque, adivine, intuya, descubra.
Las cosas que hay que entender no están allí como algo que se encuentra por el suelo.
Se trata de adquirir una cierta manera de orientar nuestra atención sobre lo que es
verdaderamente importante y que no es otra cosa que un cierto arte en ser puntuales, es
decir, de no dejarse sorprender por los acontecimientos decisivos de la existencia.

5. El amo que parte no deja individuos que le esperan, sino individuos que tienen algo
que hacer, a los que ha dado algo que hacer.
Cuando vuelva no le interesará tanto saber si le estaban esperando, sino si han
desarrollado la tarea para la que les ha «dejado».

6. No sé si Mc ha utilizado realmente la parábola de los talentos.


En todo caso, el equivalente del siervo que va a esconder el talento recibido, aquí es el
siervo que se deja sorprender dormido.

7. Cierto, el Señor llega de improviso. Por la tarde, de noche o a las primeras luces del
alba.
Puede suceder que esté ya al llegar.
Justamente J. Dupont resalta que Jesús no habla tanto de su reino, cuanto del reino de
Dios.
Ahora el reino de Dios ha llegado ya, está presente aquí, en medio de nosotros.
Por tanto, hay algo peor que estar dormidos.
Y es el no darse cuenta de una presencia.

8. Produce cierto efecto la presencia de ese imperativo: «estad en vela».


Podría ser que con todo ese fracaso provocado por guerras, persecuciones, cataclismos,
desconciertos cósmicos, se estuviera a la fuerza en vela.
En cambio, no.
No son los acontecimientos externos -por muy ruidosos y terroríficos- los que nos hacen
estar en vela. A lo sumo, no nos dejan dormir.
La vigilancia cristiana es otra cosa. Depende de algo que hay dentro. Una espera vivida
en la esperanza. Son los pasos ligeros de una persona los que nos mantienen despiertos.
Y se está en escucha del silencio.

9. Y reaparece la higuera. Debe existir un motivo para que Jesús preste una atención tan
especial hacia esta planta.
En el discurso sobre las «realidades últimas» hubiera encajado perfectamente la imagen
de la higuera seca de raíz.
En cambio la encontramos con las «ramas tiernas», reverdeciendo con brotes nuevos.
Una imagen de vida, enmarcada en medio de un cuadro que parece reclamar la
desolación y la muerte (¡qué lección para los muchos «catastrofistas»!).
Jesús no se sirve de la planta «maldita» para sugerirnos que es el fin.
Lo debemos comprender -debemos advertir que él está a la puerta- por un árbol lleno de
brotes.
¿O quizá él continúa a retrasar el fin, no se resigna a cerrar el discurso con el hombre,
hasta que la planta no haya aprendido a no desilusionar las esperanzas?
¿En este caso el discurso escatológico no documenta también las esperanzas de Dios?
Cierto. El no está dispuesto a renunciar a la estación de los frutos

CONFRONTACIONES

Una esperanza que activa


las energías históricas
La parusía, venida-presencia del Señor resucitado, no es un residuo cultural de la
mentalidad apocalíptica sino el desarrollo lógico de la fe cristiana en Jesús resucitado. La
resurrección no es un acontecimiento privado relativo sólo al destino de Jesús de Nazaret
en la ultratumba, sino un acontecimiento que señala un cambio en el destino de la
humanidad y del cosmos con el que ésta es solidaria.
En Jesús resucitado ha surgido ese reino de libertad y de justicia que ahora indica la
meta hacia la cual madura toda la entera historia humana. Pero esta maduración hacia la
plena y definitiva libertad y justicia, no sucede de forma fatalista o mecánica, sino a través
del compromiso de cuantos, rompiendo la solidaridad con las potencias de destrucción y
opresión, se encaminan hacia el nuevo futuro. Esta esperanza operativa es la espera de la
parusía, de la venida del hijo del hombre. Una esperanza que pone en movimiento las
energías históricas de la comunidad creyente porque se funda en la garantía histórica que
no desilusiona: la fidelidad de Dios manifestada y operante en Jesucristo (R. Fabris, o. c.).

Los acontecimientos presentes


no son secundarios
Si dirigimos una mirada retrospectiva a todo el discurso, podemos poner en evidencia
una vez más las típicas diferencias respecto a los distintos apocalipsis de la época:

a) Mc 13 no ofrece al lector una especie de hoja de ruta de los acontecimientos finales,


para que él pueda establecer, consultándola, en qué etapa del viaje nos encontramos. No
repite una historia ya sucedida, presentándola bajo forma de profecía (ficticia) escribiendo
bajo la cobertura del nombre de un famoso personaje del pasado; ni describe
acontecimientos históricos contemporáneos o esperados a corto plazo de modo que se
adapten a su objetivo, aunque originariamente los versículos 14-20 se hayan entendido así.

Además las indicaciones sobre el tiempo son tan generales que se trata más de
transiciones redaccionales sin especial importancia, que de indicaciones precisas de
sucesión cronológica.
De esta forma es conservada la perspectiva veterotestamentaria de que también detrás
de la guerra, la pestilencia y el hambre está Dios, que a través de todos los sufrimientos
conduce a los suyos al justo fin.

b) Este fin no es el aniquilamiento de lo s enemigos o su condena a una pena eterna,


sino el poder y señorío del hijo del hombre, que comprende también la reunión de los
dispersos en la comunión definitiva con su Dios.
Se trata, en definitiva, del cumplimiento de la oración: «Santificado sea tu nombre; venga
a nosotros tu reino; hágase tu voluntad» que incluye también el «líbranos...».

c) Sobre todo llama la atención la repetida interrupción del estilo de descripción de los
acontecimientos futuros con llamadas directas a la comunidad, referidas a su presente.
También en esto Mc 13 coincide con los profetas del antiguo testamento, que hablan
siempre del que debe venir sólo para hacer urgente e inevitable la conversión de Israel
ahora, en el presente del profeta.
Aunque nosotros seamos capaces de explicar el origen general de todos los detalles, y
aunque estos no puedan tener carácter vinculante como descripción precisa del curso de
los acontecimientos finales, las afirmaciones decisivas de este capítulo no son por esto
menos centrales e importantes:

(a) Cualquier sufrimiento del presente está subordinado a Dios; forma parte de una
historia de la que Dios es el Señor y que él conducirá a su meta. Se trata de una espera
intensa y de una alegre esperanza que caracterizan la posición de la comunidad en relación
a la historia con todos sus sufrimientos.

(b) La meta es el poder y la soberanía de Dios y el retorno de los elegidos a la plena


comunión con él. Con esto se ha dicho ya que en definitiva, se trata sólo de Dios, de su
victoria y de su gloria, y que Dios, que nos encontrará en esta victoria, tendrá el rostro del
hijo del hombre.
Entonces, cuando él sea todo en todos y nada se le resista ya, él no será un Dios
abstracto en su aseidad, sino un Dios que se dirige a nosotros, como se ha revelado en el
hijo del hombre Jesús de Nazaret.

(c) Precisamente por esta razón los acontecimientos del presente no son secundarios,
sino que se convierten en presagios de esa venida conclusiva de Dios, y por tanto del
mundo y del tiempo, en el que la comunidad debe realizarse, viviendo de aquel que le ha
sido dado en el hijo del hombre, y en el que ya ahora puede experimentar siempre de nuevo
la potencia y la gloria de Dios.
Así se debe creer también hoy. Entonces cualquier cosa desde la «pequeña» experiencia
del fugitivo que no tiene ni tiempo de entrar en casa a coger la capa (v. 16) hasta la «gran»
experiencia de la misión en el mundo (v. 10) es puesta en la luz de Dios que viene y recibe
de esta fuente su significado y su orientación (E. Schweizer, o. c.).
..............................
1. La expresión es de Charpentier que se refiere al salto de longitud en atletismo. El pasado es la carrerilla,
realizada lo más velozmente posible, el trampolín que ayuda al salto es la fidelidad de Dios, la trayectoria
permite sobrepasar el presente y proyectarse en el futuro. Y comenta: «El autor del apocalipsis es como uno
de nosotros: ignora el fin de los tiempos. Pero está seguro de una cosa: Dios es fiel. Para saber lo que
pasará al fin de los tiempos, él intenta por tanto descubrir de qué modo actúa Dios ahora. Y como es
necesario un cierto espacio de tiempo para discernir un movimiento, las grandes leyes del obrar divino. Por
eso, junto al propio tiempos salta hacia adelante, y proyecta al final de los tiempos estas grandes leyes
generales... Así escribe el autor del libro de Daniel en tiempos de la persecución de los años 165-164 a.C.
Para saber cómo terminará todo, él se coloca de forma ficticia en otro tiempo difícil del pasado: el exilio de
Babilonia (entre el 587 y el 538); por tanto recorre rápidamente la historia entre el 538 y el 164 y llegado
finalmente a la propia época, proyecta hacia adelante lo que ha descubierto en este "repaso" histórico. "Ve",
por consiguiente, no los acontecimientos precisos, sino más bien la manera con que, fiel a sí mismo, Dios
concluirá la historia. Naturalmente podrá expresar todo esto recurriendo sólo a las imágenes».
2. NU/SIMBOLOS SÍMBOLOS: Algunos ejemplos. En los colores. Blanco = victoria, pureza. Rojo =
homicidio, violencia, sangre de los mártires. Negro = muerte, impiedad. En los números. Siete = la cifra
perfecta, la plenitud. Seis = la imperfección (siete menos uno). Tres y medio (la mitad de siete) =
sufrimiento, tiempo de la prueba, persecución. Cuatro = el mundo creado. Mil = una gran cantidad. En las
imágenes tradicionales. Cuerno = potencia. Caballos blancos = eternidad (¡no vejez!). Vestidura larga =
dignidad sacerdotal. Cintura de oro = poder real. (E. Charpentier, Unna lectura del Apocalipsis).
3. Sigo el esquema propuesto por J. Lambrecht en el estudio «La struttura di Marco XIII» en I. de la Potterie. Da
Gesú ai Vangeli.
4. Viene a la mente un texto de Miqueas: «No os fiéis del prójimo, no confiéis en el amigo, guarda la puerta de
tu boca de la que duerme en tus brazos: porque el hijo deshonra al padre, se levantan la hija contra la
madre, la nuera contra la suegra y los enemigos de uno son los de su casa» (7, 5-6).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 302-327)
3-1 - COMPLOT, UNCIÓN Y TRAICIÓN
Mc/14/01-11 Mt/26/17-35 Lc/22/07-34 Jn/13/01-38

Preparación
La indicación cronológica de Mc al principio del relato de la pasión, sitúa este
acontecimiento de Jesús ateniéndose al calendario litúrgico hebreo.
PAS/JUDIA:La Pascua (pesak, de la raíz Psk, que alude a la acción de "saltar" y de
"cojear") era originariamente una fiesta preisraelita de pastores. Se celebraba a comienzos
de la primavera, en el plenilunio, y marcaba también el punto de partida de la migración
estacional (trashumancia). Tenía la finalidad de propiciar la fecundidad de los rebaños y de
alejar las potencias maléficas. Se caracterizaba por una cierta prisa porque los pastores
debían salir con sus rebaños a la mañana siguiente.
La fe israelita se sirvió más tarde de esa antigua fiesta de nómadas para incluir en ella el
recuerdo (zikkaron) del acto salvífico de Yahvé librando a su pueblo de la esclavitud de
Egipto. De ese modo una fiesta de la naturaleza se transformó en una fiesta histórica (no
hay que olvidar que para Israel, historia es siempre historia de salvación).
Era la fiesta por excelencia y solamente podía celebrarse en Jerusalén.
La tarde del 14 de Nisán se sacrificaba el cordero que se consumía después en el
banquete pascual que comenzaba la tarde del mismo día (esta tarde era ya día 15 de Nisán
según el cómputo hebreo porque el día comienza después de la puesta de sol).
FIESTA-JUDIA/ACIMOS ACIMOS/FT-JUDIA La fiesta de los ázimos, de origen agrícola,
marcaba el comienzo de la siega de la cebada y tenía el carácter de ofrenda de las primicias
a Yahvé.
Los "massot", ázimos, panes sin levadura, llamados también "panes de la miseria" o de la
aflicción, se comían durante los siete días de la fiesta.
Más tarde los ázimos que, como es obvio, no tenían fecha fija al estar ligados a la
recolección de los campos, se unieron a la pascua constituyendo su prolongación hasta
formar una única fiesta. como también subraya Mc, que finalizaba el 21 de Nisán.

"Andaba buscando cómo podrían apoderarse de él con engaño y darle muerte" (v.1). La
decisión de hacerlo morir, sin embargo, había sido tomada hacía ya tiempo (3,6). El
problema está sólo en "cómo" llevar a cabo el plan. Está por medio la multitud que puede
constituir un obstáculo.
"Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo" (v.2). Se discute si la frase
quiere decir antes o después de la fiesta. Me parece que su significado es más sencillo: no
en medio del pueblo en fiesta.
De todos modos este miedo a un tumulto de la gente se revela carente de fundamento. Al
contrario, la gente se pondrá contra Jesús. De esta forma se demuestra que la característica
de la masa es la imprevisibilidad.
De cualquier modo, un término domina el relato: "preparar".
Los jefes se preparan para echar mano a Jesús.
Judas se prepara para traicionarlo.
La mujer "prepara" anticipadamente el cuerpo de Jesús para la sepultura.
Cristo ordena los preparativos para el banquete pascual.
La paradoja está en que mientras los judíos piensan celebrar su pascua excluyendo a
Jesús, él se manifiesta como liberador, como quien lleva a cabo la salvación precisamente
al ser eliminado.
Excluido de la pascua judía, Cristo inaugura la nueva pascua.
El es el cordero cuya sangre nos libera de nuestros pecados restableciendo nuestra
alianza con Dios. Y el acontecimiento decisivo se celebra con el pan que Jesús nos deja
para partirlo en su memoria.

El odio y la traición son el marco


Ante todo hay que destacar la ubicación del episodio. Con su típico método de engarce,
lo inserta Mc entre el complot de los jefes y su acuerdo con el traidor.
La técnica utilizada sirve para subrayar una determinada afinidad o, como en este caso,
para evidenciar el contraste odio-amor, traición-fidelidad, ceguera-previsión, avaricia-
generosidad, incomprensión-intuición.
"El relato de Betania sirve para explicar que también ahora, antes de la pascua, actúa
algo distinto del odio, del engaño y de la traición y sirve igualmente para comprender el
amor generoso de Jesús incluso al ir hacia la cruz".
Pero hay también otra indicación esencial: el odio y la traición constituyen solamente el
marco, siendo marginales respecto al cuadro de fondo que es el amor. El amor está
realmente en el centro, es la realidad más sólida que destruye los cálculos mezquinos y las
hostilidades de que se halla rodeado.
La escena se desarrolla en Betania, un poblado que dista poco más de tres kilómetros
de Jerusalén atravesando la cara oriental del monte de los olivos y que constituye el refugio
nocturno de Jesús que parece tener miedo a la oscuridad de Jerusalén.
El episodio cuyo protagonista es la mujer subraya también el contraste: la luz viene de
esta oscura aldea y no de la que debería ser la "ciudad de la luz".
El único nombre es el de Simón, el dueño de la casa, que había estado leproso (o mejor
que había tenido una enfermedad de la piel y probablemente había sido curado por Jesús),
pero no es el centro de atención. La parte más importante del relato corresponde a la mujer
que rompe con el papel tradicional de servir a la mesa y se introduce en aquella reunión de
hombres con una acción que escandaliza. (También en Mt es anónima la mujer. En cambio
Lc narra un episodio -en casa de un tal Simón fariseo- cuyo protagonista es una "pecadora"
(/Lc/07/36-50) en un contexto totalmente distinto. Jn introduce en escena a María, hermana
de Marta y de Lázaro. Una tradición tardía, debido a una confusión con el evangelio de Lc,
llegará a identificar a esa María con la Magdalena. Es evidente que el texto de Mc es el
más antiguo).
El nardo era un perfume muy apreciado que solamente los ricos podían permitirse. Se
extraía de las raíces de una planta de la India. Su perfume, que se evapora rápidamente, se
conservaba normalmente en frascos de alabastro o, más frecuentemente, de ónice.
No se precisa quiénes estaban "indignados" por el "despilfarro". (En Mt son los discípulos
quienes desaprueban el comportamiento de la mujer. El evangelio de Lc atribuye la
murmuración al dueño de la casa. y Jn pone la desaprobación en boca de Judas
tachándolo también como ladrón). De todos modos vuelve el tema de la incomprensión que
sirve de telón de fondo a todo el evangelio de Mc. La incomprensión frente a la persona y a
la misión de Jesús se traduce a una incomprensión para con las personas que le
manifiestan amor y veneración.
La incomprensión que consiste en aplicar al gesto "gratuito" de la mujer un criterio de
valoración puramente económico, rígidamente práctico.
DENARIO Trescientos denarios equivalían, más o menos, al salario anual de un
jornalero. Con trescientos denarios se podía asegurar el pan a quinientas personas durante
una semana.
Los que se indignan, e incluso se irritan, contra la mujer no comprenden que la presencia
de Jesús constituye una situación excepcional ante la que están de más los principios
racionales y los habituales criterios de comportamiento.

Tres interpretaciones
Mediante su respuesta, Jesús aprueba incondicionalmente la acción de la mujer ("ha
hecho una buena obra conmigo"); que podríamos traducir de alguna forma: ("ha hecho una
cosa muy hermosa"), desvela su significado que trasciende la intención de quien la ha
realizado (v.8), llama la atención a los que la critican (v.6) y dice que este gesto se
recordará en todos los lugares donde se predique el evangelio, que rebasará los confines
de Galilea para llegar a todo el mundo (v.9).
"Porque pobres tendréis siempre con vosotros" (v.7) es una cita del Deuteronomio (15,
11): "nunca faltarán pobres en este país".
No ha de entenderse esto -a veces se ha hecho- como afirmación de la pobreza como un
factor imposible de eliminar, como algo querido incluso por Dios. Por el contrario, me
parece que Jesús, al aludir a una realidad histórica innegable, asigna a la comunidad
cristiana una tarea concreta que consiste en un compromiso constante para erradicar este
mal.

Puede decirse que el episodio se interpreta de tres formas distintas: dos manifiestas (los
"murmuradores" y Jesús) y otra tácita (la mujer).

1. Quienes denuncian el despilfarro poseen una visión más bien estrecha de las cosas.
Son incapaces de superar una mezquina contabilidad (aunque enmascarada con
precauciones caritativas), sin llegar a captar el valor de la persona de Jesús y de su
presencia.

2. La mujer anónima, con su "buena" obra, quiere manifestar su honor y estima, además
de su amor, a Jesús. y reconoce en Jesús al verdadero pobre. En este momento, Cristo es
el pobre por excelencia: rechazado por la gente importante, abandonado por la multitud,
traicionado por un amigo, incomprendido por los discípulos, víctima de la soledad, sin
seguidores, sin poder, sin resultados, sin apoyos.
San Pablo dirá: "Conocéis bien la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual
siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza"
(2Co/08/09).

3. Jesús da un paso más. La mujer llega a ver lo que los demás no pueden ver. Pero su
visión es todavía limitada. La mirada de Jesús llega a dar una interpretación profética del
gesto que trasciende la propia intención de la mujer. "Se ha anticipado a embalsamar mi
cuerpo para la sepultura" (v.8).
Enterrar a los muertos constituía una de las obras buenas (o de misericordia) en el
Judaísmo. Por consiguiente el gesto de la mujer se encuadraría dentro de esta categoría y
respondería perfectamente a la preocupación caritativa de los que desaprobaban su
actitud.

Pero Jesús ve "más lejos" en otro sentido. Precisamente cuando su obra parece
"bloqueada" y destinada a terminar en el "fracaso", anuncia la difusión del evangelio en
todo el mundo. El relato de la pasión constituirá el centro de la proclamación evangélica y
en él habrá sitio para esta mujer anónima.
Por ello puede decirse que este episodio subraya, sobre todo, el contraste entre una
perspectiva "a corto plazo" y la capacidad para ver más lejos. Frente a la realidad
desconcertante de la cruz corre el cristiano un riesgo esencial de escandalizarse si no sabe
ir "más allá".
La perspectiva de la fe es la única que posibilita la superación del muro del escándalo.
Con una fe sin profecía (entendida como capacidad para ver lejos) pueden decirse
también cosas justas, sensatas y hacer cuentas exactas, pero no se comprende.
Una visión parcial puede constituir el más grosero error. Las cuentas más exactas, pero
limitadas a un sólo aspecto de la realidad, conducen a un resultado equivocado.
El creyente tiene una única forma de ver bien: ver desde distintos ángulos.

El testimonio pasa a las mujeres El episodio de la unción en Betania sirve a Mc para


introducir en su relato la presencia de las mujeres en calidad de testigos.
Para asegurar la continuidad del hecho -y, en especial, del drama que va a desarrollarse-
resulta indispensable la presencia de testigos. Y, en el momento en que pierden valor los
testigos elegidos por él y en que sus discípulos están a punto de abandonarlo, se asegura,
mediante las mujeres, la continuidad del testimonio.
La primera de ellas, esta mujer anónima. Después intervendrán otras mujeres como
testigos de su muerte (15, 40), de su sepultura (15, 47) y, finalmente, de la tumba vacía (16,
1). Y de todas estas mujeres no se dice ni una sola palabra. Son testigos con la enseña del
silencio.
No se rompe el hilo entre las tinieblas y la luz porque está sostenido por la presencia
conjunta y silenciosa de las mujeres.
Son ellas quienes aseguran la ligazón entre la muerte y la resurreción de Jesús.
Después de la resurreción, una vez pasada la borrasca, retomarán el hilo los apóstoles.

"Entregado" Los dos versículos finales (10-11) empalman con los dos iniciales (1-2)
constituyendo un marco oscuro que pone aun más de relieve la belleza del gesto de la
mujer.
El proyecto de los enemigos puede realizarse gracias al ofrecimiento de Judas. "Uno de
los doce" es quien hace posible la realización del plan para eliminar a Jesús.
Mc se muestra muy prudente frente al traidor. No nos explica los pasos de su abominable
acción.
¿Por qué lo hizo? ¿Acaso porque Jesús ha decepcionado las esperanzas del movimiento
revolucionario zelota del que Judas había sido simpatizante? ¿O simplemente por no
compartir la línea mesiánica de humillación y debilidad seguida por el Maestro? ¿O para
meterlo en una situación sin salida que lo "obligara" de una vez a emplear esa fuerza que
hasta el momento se había negado a emplear? Ninguna de estas hipótesis encuentra un
mínimo apoyo en el descarnado relato de Mc que una vez más nos refiere la "cosa" sin
explicarnos su por qué.
Ni siquiera puede acudirse a la avaricia de Judas ya que no es él quien pide dinero sino
que son los jefes quienes prometen dárselo como premio.
Todavía más, no se precisa en qué ha consistido exactamente la traición.
La acción de Judas se expresa mediante el verbo "entregar". Se trata de una palabra
clave que aparecerá repetidamente en la pasión. El verbo "entregar" marcará por diez
veces las etapas del drama.
Jesús es entregado, pasando de mano en mano.
Y el primer "paso" se da mediante las manos de un amigo.
Esta es, por tanto, la introducción de la pasión de Mc.
"La hostilidad del mundo decide matar al Mesías Jesús. Lo entregará la traición de uno
de sus discípulos íntimos. Pero, aun rodeado de hostilidad y traición, es conocido por el
amor y amado con prodigalidad como el pobre que hace a todos ricos. El evangelio repetirá
continuamente que Jesús defiende de todo ataque el amor por él" (H. Schlier, La passione
secondo Marco, Jaca Bookk 1978, p. 23).

PROVOCACIONES
1. "Ella ha echado todo lo que tenía " (/Mc/12/44).
"Ella ha hecho lo que podía", o mejor: "Ella ha hecho lo que tenía" (14, 8). Jesús lee y
hace resaltar la importancia del don tanto de la viuda como de la mujer de Betania.
Ambos gestos tienen un substrato común que constituye su grandeza y belleza: el don
total.
En este último caso la totalidad se expresa mediante la acción de romper el recipiente.
El "despilfarro" no está solamente en el perfume derramado sino también en el frasco roto
que ya no podrá utilizarse para otro o para otros.
Parece que a Jesús no le gustan las concesiones parciales, medidas, sino el don sin
retorno, absoluto y exclusivo.
Tratándose de él, sólo el exceso puede representar la medida justa.

2. Este episodio quita toda consistencia a la contraposición entre el amor a Cristo y a la


preocupación por los pobres.
Lo que se "despilfarra" por Jesús no se quita a los pobres. Al contrario, yo diría que los
pobres pueden contar precisamente con lo que se ofrece de forma "exagerada" a Cristo.
Los pobres y Jesús están en la misma dirección.
Un amor absoluto al Señor se traduce necesariamente en atención al prójimo y a los
pobres, es decir, en atención al mismo Cristo que se identifica con ellos.
La contemplación y la oración solamente pueden llevarnos hacia el prójimo.
Los necesitados que "habrá siempre en el país" tienen todo que ganar de la gratuidad y
locura de los que admiten perder su propia vida y no de los prudentes cálculos de los que
administran sin riesgo su propia existencia y la de otros.
De los primeros recibirán siempre todo. De los otros, a lo sumo, las migajas.
El compromiso social puede brotar únicamente de una teología de la gratuidad.
La alternativa no está entre la adhesión a Cristo y el compromiso de solidaridad, entre
contemplación y lucha contra la miseria y la injusticia, sino entre una vida entregada,
gastada y la simple donación de las cosas.
Cristo exige la donación total. Pero no es un acaparador. Se apresura a restituir, a los
pobres, individuos que se han convertido en "don", a locos incapaces de cálculos.
Los verdaderos amigos de los necesitados han sido siempre hombres "irracionales",
dispuestos a todos los excesos.

3. Pero el episodio hace desaparecer otra oposición artificial, la existente entre lo


superfluo y lo necesario.
En determinadas circustancias, incluso lo superfluo puede resultar indispensable.
A veces un pobre puede necesitar más una flor que un plato de menestra, una sonrisa
más que una limosna, un poco de nuestro tiempo más que nuestra ayuda.
Un pobre exige dignidad más que compasión.
Una caridad descuidada, burocrática, que se limite al deber, a lo estrictamente necesario,
es lo opuesto al amor.
En Caná la Virgen de dio cuenta de que faltaba no lo necesario, sino lo superfluo, no el
pan sino el vino. E intervino para remediar este vacío intolerable. (Jn 2, 1-11).
No es posible amar sin un poco de fantasía.
No se trata únicamente de responder a las esperanzas.
La tarea más urgente puede consistir en "sorprender", es decir, en producir lo
inesperado, lo imprevisible.

4. "Se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura".


Hay cosas que solamente pueden hacerse de forma anticipada.
Hay ocasiones y citas a las que solamente se llega a tiempo cuando se acude antes de la
hora fijada.
Las mujeres llegarán al sepulcro en el momento justo. Pero será demasiado tarde para
derramar sus aromas sobre el cuerpo de Jesús. Menos mal que alguien pensó en ello
estando vivo...
El cristiano no es quien llega en el momento exacto cuando el reloj de la historia da las
horas. Es quien tiene la pretensión de "despertar a la aurora" (/Sal/059/09).
Es verdad que el cristiano es también uno que espera (o sea, que tiende hacia).
Pero vive su espera activamente, "previniendo". Precisamente lo contrario de estar
esperando.

5. En el relato todos hablan. Todos tienen algo que decir o que replicar.
Todos menos ella, que se limita a actuar. Que se contenta con obrar en silencio.
Ella ha puesto la acción y Jesús la ha comentado.
Ella puso la materia, Jesús las palabras.
Una especie de sacramento.
Nosotros, en cambio, demasiadas veces ponemos las palabras y nada más que las
palabras. Las palabras en lugar de Jesús. Y olvidamos "la materia" que depende de
nosotros. Explicamos aquello... que no existe. Interpretamos lo que somos incapaces de
producir.
Por eso nuestros signos se vuelven "insignificantes". Y sobre todo, ineficaces.

6. La mujer no habla. Deja que los otros interpreten lo que hace.


Sólo Jesús es quien lee exactamente la intención de la mujer, mientras los demás están
preocupados y ocupados en pedirle cuentas.
Antes se insistía en la rectitud de intención. Toda acción iba precedida y avalada por la
buena intención que la cualificaba y la hacía meritoria.
Se me plantea una pregunta: ¿No equivale en ciertos casos la intención a una
mentalidad calculadora y utilitarista? ¿No es como si se quisiera recordar a Dios que se
hace algo por él y que lleve cuenta exacta de todo, tomando nota puntual de las provisiones
que se le envían? ¿No es más gratuito -y liberador- actuar como la mujer del relato de Mc
en la línea del amor sin preocuparse de nada más, dejando que el Señor descubra o
incluso invente la intención no expresada? Más que de buenas intenciones, necesitamos
dar un sentido a nuestras acciones. Y éste puede proceder exclusivamente del amor.
Habiendo amor, la intención es superflua ya que es absorbida por él. O la vida cristiana
se guía por el amor y se inserta en un dinamismo de amor o no hay "recta intención" que la
salve. ¿Acaso se preocupa una madre de la buena intención ("por mis hijos") en lo que
hace, en los sacrificios que realiza? Dejemos la intención a Dios. Entre otras cosas,
estamos seguros que él "entiende" perfectamente.

7. "En su memoria". Se trata de recordar la acción realizada por esta mujer sin nombre.
Es evidente que nosotros debemos recordarla.
Y no olvidar jamás que precisamente ella, la abusiva, la que no tiene derecho, la
derrochadora, ha hecho también algo por nosotros, en lugar nuestro.
Siempre hay alguien que suple nuestros olvidos y que pone remedio a nuestros
descuidos. Al final nuestras cuentas nos salen gracias a ciertos "errores", que hemos
condenado un poco precipitadamente.
Después de haber "murmurado" y juzgado, acordémonos al menos de dar gracias a
aquella que afortunadamente no ha sabido hacerse nuestros cálculos y no se ha adaptado
a nuestros esquemas. y aprendamos a ser algo menos exactos y un poco más capaces de
captar, de intuir.
Si consiguiéramos romper la preciosa vasija de nuestra razonabilidad y de nuestra
seguridad de estar en lo justo, se comenzaría a notar en torno nuestro un insólito perfume
de evangelio. Y genuino.

8. El evangelio, aparte de otras cosas, es el libro que nos transmite el recuerdo de las
personas que no cuentan, de los gestos "equivocados" según la lógica de los que piensan
con precisión, de las historias insignificantes, de las realidades despreciables.
El evangelio conserva lo que parece no merecer atención, lo que se quería que se
perdiese.
Me atrevería a decir que el evangelio es un libro unido a los olvidos, a los olvidados.
Del mismo modo que sus caminos no son nuestros caminos y que sus pensamientos no
son nuestros pensamientos, tampoco la memoria de Dios es la memoria de los hombres. Se
diría que la memoria de Dios son los olvidos de los hombres.
Siempre que realizamos una acción en respuesta al amor de Cristo, también nosotros nos
convertimos en un fragmento del evangelio de Dios.

9. "Ha hecho una buena obra conmigo".


Aparece de esta forma una última contraposición: la existente entre lo bello y lo bueno.
"Kalon ergon" puede traducirse tanto por acción buena como acción bella.
Surge la sospecha de que si los cristianos se preocuparan más por hacer "algo bello" no
faltaría nunca en el mundo "algo bueno".
Exactamente como en los días de la creación.
(·PRONZATO-3/3.Págs. 16-25)

3-2 - PREPARATIVOS PARA LA CENA PASCUAL.


DENUNCIA DEL TRAIDOR.
INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA.
PREDICCIÓN DE LA NEGACIÓN DE PEDRO
Mc/14/12-31 Mt/26/17-35 Lc/22/07-34 /Jn/13/01-38

Una pascua completamente nueva


El pasaje consta de una introducción dedicada a los preparativos de la pascua (12-16). A
continuación el núcleo central del relato está flanqueado por dos anuncios proféticos: la
denuncia de la traición de Judas (18-21) y la revelación de la dispersión de los apóstoles y
de la negación de Pedro (26-31).
Una de las características propias de la introducción, bastante diferente de lo demás, está
en que se nombran cuatro veces los discípulos, pero después llega Jesús con los doce
(v.17).
El dato cronológico "el primer día de los ázimos" corresponde con toda probabilidad al
calendario greco-romano para el cual el día comienza por la mañana, mientras que para el
calendario judío se iniciaba con la puesta del sol. Por consiguiente, según el calendario
hebreo hubiera sido más correcto decir "el primer día de los ázimos". Más significativo es el
segundo dato: "cuando se sacrificaba el cordero pascual". CORDERO/PASCUAL
Efectivamente, el cordero pascual se preparaba el día de la vigilia. Este día, el día 14 de
Nisán, tenía lugar también la llamada "bedikah" que consistía en la búsqueda por el padre
de familia, con la ayuda de un farol, de todos los restos de pan fermentado que pudiera
haber en cualquier rincón de la casa, ya que debían desaparecer completamente.
De todos modos los preparativos se hacían con mucha probabilidad la mañana del jueves.
PAS/FECHA.
Muy distinto es el problema de la fecha de la pascua.
Para los sinópticos, Jesús celebra la pascua con sus amigos al comienzo del 15 de Nisán
y, por tanto, muere el mismo día de la fiesta, es decir, el mismo 15 de Nisán.
Sin embargo, Jn sitúa la muerte de Jesús el día ante de la pascua, 14 de Nisán, a las tres
de la tarde, en el preciso momento en que se degüellan en el templo los corderos pascuales
(siendo evidente el paralelismo que el cuarto evangelio quiere subrayar: que Jesús es el
verdadero cordero pascual).
Por lo que al día se refiere no hay duda: tanto para Jn como para los sinópticos se trata
de un viernes. Pero, al desconocerse el año, es imposible saber si ese viernes fue el mismo
día de la fiesta o la víspera.
La fecha de Jn parece la más fiable porque, entre otras cosas, no parece probable que el
día importante de la fiesta se convoque el tribunal, se condene a Jesús, un hombre vaya a
trabajar al campo y se ejecute una sentencia capital.
Se han formulado distintas hipótesis para conciliar las divergencias. Algunos sostienen
que Jesús, habría seguido el calendario esenio. La comunidad de Qumram disponía
efectivamente de un calendario propio de las fiestas que hacía coincidir siempre la pascua
en miércoles. En este caso la cena habría tenido lugar el martes y quedaría un amplio
espacio de tiempo para el proceso.
Pero el problema de la fecha de la pascua queda abierto.
No debe olvidarse que Mc, como los restantes sinópticos, además de indicar que la
muerte de Jesús representa la plenitud y la universalización de la pascua hebrea, resalta el
aspecto de ruptura radical, adquiriendo de esta forma la fiesta un significado
completamente nuevo.
El envío de los dos discípulos guarda una estrecha relación con la escena de la
preparación de la entrada en Jerusalén (11, 1-6).
La fiesta con su consiguiente banquete sólo podía celebrarse dentro de las murallas de la
ciudad. Todos los habitantes de Jerusalén, de acuerdo con sus posibilidades se creían en
el deber de dar hospedaje a los peregrinos para el banquete pascual. Entre otras cosas,
solamente podía prepararse un cordero por cada grupo (haburah) y no debía sobrar nada.
Cada reunión (haburah) debía constar de un mínimo de diez personas, aunque podía ser
mucho más numerosa, con tal que todos los integrantes pudieran comer un bocado de
cordero no inferior al tamaño de una aceituna.
Jesús se dirige a un amigo. La señal para reconocerlo será un hombre que lleva un
cántaro de agua, escena más bien frecuente aunque en este pasaje se habla de un cántaro
y no de un odre de cuero, que era más corriente.
Tampoco puede excluirse que Jesús hubiera llegado ya a un acuerdo con el propietario.
Aunque la petición se limita a un sencillo cuarto destinado a huéspedes desconocidos o a
la servidumbre, al Maestro se le da una sala grande en el piso de arriba, arreglada con
divanes y alfombras.
CENA-PASCUAL: Los preparativos comprendían, como es lógico, todo lo necesario para
la cena pascual: el cordero asado a la brasa, panes sin levadura, vino, agua salada o
vinagre, lechuga, hierbas amargas (perifollo o perejil silvestre), salsa, las escudillas con la
mermelada roja de fruta (relacionada, según parece, con el color de los ladrillos que tenían
que hacer los judíos durante su esclavitud en Egipto) y las lámparas.
Todo el pasaje tiene el objetivo de precisar que Jesús prepara su pascua, como
insistiremos a continuación. Una pascua que se inserta en la hebrea pero que cobra un
significado y un contenido totalmente diverso.
De hecho el cordero, que constituye el centro de la cena, no aparece por ningún lado.
Además, el hecho de que Jesús ordene los preparativos hace pensar que lo que va a
suceder no es algo imprevisto, que el Maestro se ve obligado a soportar; al contrario se
trata de algo previsto y conscientemente aceptado.
Jesús se manifiesta como señor de los acontecimientos. "No son los acontecimientos los
que dominan a Jesús, sino que es él quien va a su encuentro" (Hermann).

El traidor JUDAS/TRAIDOR
Jesús celebra el banquete pascual en compañía de los doce. Pero entre sus íntimos hay
un traidor.
El Maestro lo descubre públicamente, aunque sin decir su nombre: "uno que come
conmigo" (v.18), y a continuación: "uno que moja conmigo en el plato" (v.20).
Es evidente la alusión al salmo 40 (v.10), oración de un enfermo abandonado por los
suyos: "Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, el que comía mi pan, levanta contra mí
su calcañar".
Llama la atención la reacción de los apóstoles: "¿Acaso soy yo?".
Cada uno de ellos, aunque de momento no se siente culpable de traición, no excluye su
posibilidad en el futuro.
Jesús (v.21) continúa su discurso distinguiendo un doble camino: el suyo personal, de
acuerdo con la voluntad del Padre, y el de aquel que lo "entregará". Y es que, aunque la
muerte del hijo del hombre entra en los planes de Dios, ello no disminuye en absoluto la
terrible responsabilidad del traidor.
Es la segunda vez que resuena el "ay" en el evangelio de Mc (cf.13, 17).
Más que una maldición, es un grito de dolor, con un matiz de advertencia y de amenaza.
La expresión "¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!" (v.21) se propone
denunciar el torpe comportamiento de Judas, pero no ha de entenderse necesariamente
como una predicción de su condenación eterna.
No faltan en el judaísmo expresiones de este tipo ("El que las cumple -las palabras de la
ley-, pero no por sí mismas, sería mejor que no hubiera nacido" Berak, 17a).
Es una expresión que puede asimilarse a las paradojas que se encuentran en las
advertencias contra el escándalo en el mismo evangelio (9, 42 s).
El objetivo fundamental que se propone el evangelista es provocar horror ante la acción
realizada por el traidor, aludiendo también a que se expone a un severo juicio de Dios.
Pero está completamente fuera de lugar plantearse el problema del destino eterno de
Judas.
San Jerónimo afirma que la frase únicamente quiere decir que es preferible morir a vivir
mal.
A este respecto advierte oportunamente R. Fabris: "No responde ni al plan ni al estilo del
evangelio entrar en los detalles de la crónica negra espiritual". El juicio sobre el traidor
representa, más bien, una perentoria invitación dirigida a cada uno de nosotros para que
reflexionemos acerca de nuestras propias responsabilidades ante Dios en cada una de
nuestras acciones.
Me parece una cuestión de poca entidad la de si Judas recibió o no el pan eucarístico.
De hecho el traidor se ha separado ya de la comunión con su Maestro, incluso si hubiera
comulgado, su gesto no tendría significado alguno, ya que lo desmentía la situación que
Judas eligió voluntariamente.

La huella litúrgica en el relato de la institución de la eucaristía


El relato de la institución de la eucaristía requiere algunas observaciones preliminares:

1. Más que un verdadero y propio banquete pascual, se trata de "un marco pascual".
Todos los preparativos se han hecho como si se tratara de una cena pascual, pero no se
desarrolla de acuerdo con el rito judío. Faltan los elementos acostumbrados en estas
ocasiones. No se hace alusión alguna al cordero que ocupa el centro de la comida. La
atención se centra, en cambio, en los gestos y palabras de Jesús sobre el pan y el vino. No
se habla de las cuatro copas de vino (símbolos de la liberación que el Éxodo expresa (6,
6-7) con cuatro palabras) sino de una única copa.

2. Además de la impronta judía, la narración lleva también la huella de las primeras


comunidades cristianas y, sobre todo, está enmarcada en un contexto litúrgico.
Precisamente por esto no es posible la reconstrucción de la fórmula exacta de las
palabras de la institución, ya que llegan «mediatizadas» por la tradición cultual.
Nos hallamos, como es obvio, en el campo de la historia, no del mito, pero sería absurdo
basarse solamente en la literalidad de las palabras para reconstruir una síntesis partiendo
exclusivamente de ellas. La comunidad ha conservado y transmitido la narración eucarística
en la celebración y, por consiguiente, a través del testimonio de su propia experiencia.
A este respecto apunta oportunamente B. Maggioni: «...Por tanto, palabras del Señor y
reflexiones comunitarias, recuerdo y meditación. Podríamos decir con mayor precisión que
los gestos y palabras del Señor nos han sido transmitidas en un contexto litúrgico y
homilético. Todo esto significa que para las comunidades cristianas el gesto eucarístico no
se reducía simplemente a algo recibido de la tradición y que había que conservar y
transmitir con fidelidad, sino que se trataba de un gesto del que extraer un juicio sobre la
comunidad. Este fue el motivo de incluir el gesto del Señor en un contexto que hemos
llamado homilético, es decir, en un contexto encaminado a sacar consecuencias para la
vida».

3. X. L. Dufour añade una tradición testamentaria, la de los discursos de despedida,


cuando Jesús se despide de sus discípulos, especialmente del discurso de Jn después de
la cena e, incluso, del pequeño discurso que en Lc sigue a la comida (22, 11-38). Es
preciso tener en cuenta también esta tradición testamentaria para la reconstrucción de lo
sucedido durante la última cena.

4. A propósito de las palabras de la institución ha de tenerse en cuenta que para un


semita tenían un significado distinto del que podrían tener para el hombre moderno. El
concepto de «sustancia» no puede ser el mismo que el actual, que está bajo el influjo del
progreso de las ciencias naturales. A un hebreo le interesaba más la función y el destino de
una cosa que su ser en sí misma.
«El verbo ser en esta frase no tiene ciertamente en boca de un israelita el mismo sentido
que en boca de un hombre de cultura griega. Hay que evitar un error. Para el griego, el
lenguaje expresa el objeto, el mundo exterior, la realidad objetiva; es un lenguaje lógico que
expresa con verdad lo que es, lo recorta, lo analiza, lo enumera, lo piensa. Estos son,
precisamente, los significados del verbo legein. «Hablar» y «pensar» son una actividad
similar.
«Si se trata de un hebreo, por el contrario, las cosas son muy distintas. El lenguaje no
expresa el objeto, sino el sujeto, su captación de las cosas, su posición en medio de ellas,
el dominio que ejerce imponiéndose a ellas. En hebreo, palabra es también acción,
acontecimiento y el término dabar contiene esta doble acepción. El que habla no
permanece pasivo ante las cosas, sino activo. Su lenguaje no manifiesta lo que las cosas
son, sino lo que el sujeto hace de ellas, lo que devienen.
«Con el riesgo de una formulación un poco paradójica, me atrevería a decir que, mientras
el lenguaje del griego es lógico, el del hebreo es escatológico. El hebreo no ve las cosas
del mundo a través de lo que son, sino por lo que están llamadas a ser; las pone en
relación a un fin, las inserta en un movimiento, en una historia. Al hablar, el hebreo se
afirma a sí mismo como actor de un mundo en movimiento, como agente de una historia que
se está haciendo. Es una imagen de Yahvé que, después de crear el mundo, lo ha
ordenado con su palabra y continúa dirigiéndolo mediante ella. Dabar es realmente
actividad, potencia, agente histórico, causalidad».
Puede añadirse también que para el hebreo solamente puede conocerse la realidad de
las cosas elevándolas a su relación con Dios.
Las cosas no se desvelan en sí mismas, sino solamente situándolas en la intención
divina. Es decir, «las cosas son lo que Dios hace de ellas».
Teniendo en cuenta estas observaciones, cuando Jesús toma el pan en sus manos y
pronuncia aquellas palabras, atribuye al pan una función que deja de ser la de un simple
alimento físico para asumir la de hacer presente su persona en medio de la comunidad de
los creyentes. Este cambio de función, querido por Cristo, tiene el poder de transformar
realmente la «sustancia» del pan.
Me parece que así pueden conciliarse «la temática de la transfinalización con la
terminología y la realidad de la transustanciación, renovando el concepto de sustancia a
la luz de la idea bíblica de creación. (A. Rizzi).
La celebración pascual es un memorial, es decir, no un simple recuerdo sino la
actualización, mediante el rito y los signos, de un acontecimiento del pasado.
Lo que realiza Jesús es, antes de convertirse en memorial para los cristianos,
anticipación del acontecimiento salvífico que tendrá lugar en la cruz. La cena de Jesús se
proyecta hacia el futuro, mientras que la judía está referida al pasado.

Eucaristía, gestos y palabras EU/J-GESTOS-PALS


Repasando la narración de Mc puede observarse que Jesús se comporta como jefe del
grupo que se sienta con él a la mesa.
El evangelista utiliza cinco verbos para descubrir la acción realizada por Jesús en una de
las tres grandes hogazas que había en la mesa.
El gesto de Jesús podría considerarse como el gesto normal del cabeza de familia
hebreo. Pero la expresión "diciendo" crea una separación radical, por lo que ese gesto ritual
adquiere un significado completamente nuevo.
"Efectivamente, con esas palabras hace saber a los comensales que han participado en
algo completamente nuevo e inaudito" (Schnackenburg).
Este es el motivo por el que la expresión nunca podrá separarse de la acción. Las
palabras aclaran la significación del gesto.
No debemos olvidar que, para un palestino, el término "cuerpo" (v.22) no se refiere a una
parte de la persona, sino a todo el hombre.
Por lo tanto "cuerpo" quiere significar la presencia de la persona de Cristo bajo el signo
del pan partido y repartido. Una presencia salvífica que se experimenta durante la comida.
Pero el gesto de Jesús precisa también el significado de su muerte inminente. Y eso
mediante el paralelismo con la "sangre que va a ser derramada", con el que se subraya el
aspecto sacrificial de su muerte.
Podría parafrasearse de este modo: "Esto soy yo que me entrego".
La vida de Jesús es una vida entregada, ofrecida en sacrificio.
De esta forma los discípulos que toman y comen ese pan son asociados a la vida y
destino de Jesús, "toman parte" en él o, lo que es lo mismo, entran en una misma comunión
con su Maestro.
Sobre todo el v.23 manifiesta claramente que Mc ha insertado sobre un cañamazo
antiguo la narración "cristalizada" en una fórmula eucarística.
Y ello porque las palabras son pronunciadas después de beber todos del cáliz.
Estamos evidentemente, ante una construcción incorrecta.
ALIANZA/SANGRE: De todas formas, es muy importante la expresión "sangre de la
alianza". El nexo es con la alianza sellada en la falda del Sinaí (Ex 24, 4-8).
"Una alianza o un pacto, como el sellado entre Yahvé e Israel, creaba una comunión de
vida". Los que sellaban una alianza se convertían en cierto modo en un comunidad. La
sangre era un elemento importante en muchos ritos de alianza, precisamente porque era un
signo de vida. "La vida de todo cuerpo es su sangre" (Lv 17, 14). Se creía que el "nefes", o
principio vital, residía en la sangre, era signo de vida y contenía la misma. Quienes en el
rito de la alianza, mediante una incisión ritual, mezclaban su sangre, pasaban a ser
simbólicamente consanguíneos.
"El simbolismo del rito sinaítico de la sangre es más sutil. Moisés tomó la mitad de la
sangre y roció el altar con ella. Significaba que la vida, simbolizada por la sangre, de alguna
forma se había divinizado: había pasado de la esfera profana a la esfera sagrada. Sólo
después se rociaba al pueblo con la que había sobrado. El rito así realizado expresaba el
establecimiento de una comunidad de vida entre Dios y su pueblo y, además, la recepción
por el pueblo de esta nueva vida procedente de Dios".
Al bendecir el cáliz, Jesús hace una clara referencia al rito del Sinaí, pero anuncia al
mismo tiempo que con su muerte en la cruz se inaugura -gracias a la sangre "derramada
por muchos"- una nueva alianza y, en consecuencia, nace una nueva comunidad.
De este modo, al hacer referencia al acontecimiento salvífico central del Éxodo, Jesús
proclama que ha llegado la hora de la plenitud, del cumplimiento total de las promesas.
"De ahora en adelante ya no es una sangre simbólica la que una los miembros de esta
alianza o comunidad renovada, sino la realidad expresada por la sangre derramada: el amor
fiel hasta la muerte.
Con la invitación a tomar y beber la sangre de la alianza, los discípulos son realmente
asociados al destino de Jesús y participan en su muerte violenta que, como acto supremo
de fidelidad y amor, supone el comienzo de un encuentro nuevo entre Dios y los hombres,
de una nueva comunión entre los mismos hombres" (R. Fabris).
"Derramada por muchos" (v.24). "Muchos equivale a la multitud", es decir, en la práctica a
"todos". De esta forma se precisa el alcance salvífico universal de la muerte de Jesús.
Muchos no se opone a pocos, sino a uno. Por lo tanto indica la totalidad.
Es clara en este pasaje la referencia al capítulo 53 del Déutero-Isaías, donde se habla
del siervo sufriente que carga sobre él las culpas de la multitud y ofrece su propia vida
incluso por los pecadores que lo rechazan y humillan.
Es necesario igualmente referirlo a un pasaje paralelo de Mc (10, 45): "...dar su vida
como rescate por muchos".
Por consiguiente, la triple referencia a la alianza, al siervo sufriente de Yahvé y al pasaje
citado del mismo Mc, indican claramente la trayectoria de la vida de Jesús puesta bajo el
signo de la comunión y de la solidaridad.
Cristo es solidario con los hombres hasta el fondo, y muere en lugar de los hombres.
El Cristo que es rechazado, traicionado por nosotros, es el que muere por nosotros.
"Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día aquel en que lo beba
de nuevo en el reino de Dios" (v.25).
Una vez más la mirada de Jesús penetra más allá de la muerte hasta llegar al "tiempo
nuevo". Como si se tratara de dejar claro que su vida pasa por la cruz, pero que no termina
en ella. Existe un "más allá" de la cruz. La angustia, la melancolía del presente quedan
superadas por la certeza de la resurrección. La muerte no dirá la última palabra.
Con esta perspectiva, la cena del Señor sólo puede celebrarse bajo el signo de la alegría
(Hech 2, 46). Y por lo mismo "la comunidad celebra la cena como una comunión convivial
que Dios le concede aquí ahora, pero que está totalmente abierta al futuro" (E.Schweizer).
X. L. Dufour hace otra observación importante: "Hay razones para pensar que Jesús,
frente a la inminencia de su propia muerte, no se ha limitado a afirmar que participará en el
banquete escatológico con los suyos; ha actuado de forma que pudiera comprender que,
durante el tiempo de la separación, el grupo de discípulos debía continuar su existencia
manteniendo una ligazón indisoluble con su persona... Jesús seguirá estando presente en
la comunidad de los discípulos y, mediante ésta, en la multitud de los hombres.
Finalmente Mc no señala la invitación a renovar esa acción.

Primero viene el don


Dos observaciones finales.

1. B. Maggioni observa acertadamente que la cena representa el culmen, el punto de


llegada de toda la vida de Jesús. Y también la explicación del significado de esta existencia
en tanto que "donada", "dada por". Una vida entregada, en beneficio de todos los
hombres.
No estamos, por tanto, ante un gesto aislado, sino ante algo arraigado en el dinamismo
de toda la aventura humana de Jesús orientada por esta perspectiva concreta: "ser para".
"Realmente la cena es la revelación de la tensión que ha presidido toda la vida de Cristo
(una vida como don), es una explicación del misterio de la encarnación y, en definitiva, una
clave de lectura de la historia de la salvación como historia de comunión... No basta afirmar
que Cristo está presente en el pan y en el vino: hay que descubrir en ellos la presencia de
una vida como don y hay que tomar parte en ella.
Obsérvese entonces cómo el texto habla de sangre bebida, compartida. De la comunión
primera (la de Dios con nosotros) brota la segunda (entre nosotros): el camino de Cristo
(una vida como don) define el seguimiento".

2. El relato de la eucaristía se encuentra en un contexto en el que todos hacen algo por


Jesús (la mujer de Betania) o contra él (Judas, los soldados, los que lo envían a la
muerte).
Aquí, por el contrario, Jesús es quien actúa, quien toma la iniciativa. Y la misma
"anticipación" en la eucaristía de la inminente pasión y muerte indica que Jesús no sufre
pasivamente estos trágicos acontecimientos. Su carácter de inevitabilidad es superado por
el don que Cristo hace de sí mismo. Su muerte no se inserta en un destino ciego sino que,
por así decirlo, es anticipada por la ofrenda, injertada en un dinamismo de amor.
En el fondo, los hombres podrán tomar su vida sólo porque él ha tomado la decisión de
"darla".
"El don precede a toda voluntad de captura" (J. Cardonnel).
Por lo tanto, los "preparativos" que Jesús mandó hacer para la cena pascual han de
interpretarse muy por encima del sentido literal e inmediato: la nueva pascua no ha sido
"hecha" por las manos de los hombres sino que responde a una precisa intención de Dios.

El seguimiento es gracia
Entre el cenáculo y Getsemaní Mc introduce algunos dichos proféticos acerca del
comportamiento de los discípulos, especialmente de Pedro.
"...Cantados los himnos" (v.26): se trata de la segunda parte del Halled (Sal 113-118) que
se cantaban al final del banquete pascual. Jesús se dirige hacia el monte de los Olivos
atravesando el torrente Cedrón.
Remontándose a un texto de Zacarías (13, 7) sintetiza la pasión en la imagen del pastor
herido y de las ovejas dispersas.
La referencia a la Escritura no justifica en absoluto el comportamiento "escandaloso" de
los discípulos. Su culpa permanece. El abandono por parte de los "suyos" tiene aquí el
objetivo de simbolizar la distancia abismal que separa a Dios de los hombres.
Pero por encima de la fragilidad, de la cobardía y de la defección de los apóstoles se
dibuja la promesa del Señor: "...después de mi resurreción, iré delante de vosotros a
Galilea" (v.28).
La promesa de Cristo supera el desmoronamiento de los hombres.
De la misma forma que en el triple anuncio de la pasión, también ahora se pone el acento
en la realidad de la resurreción.
El pastor no decepciona. Y reunirá a su rebaño desperdigado por esta prueba.
Puede decirse: de la dispersión a la reunificación. De la huida al seguimiento.
"La defección de los discípulos y la muerte de Jesús, en la que también ellos tienen su
parte de responsabilidad, no significa el fin del seguimiento sino que, más bien, marca su
verdadero comienzo" (E. Schweizer).
Ha de hacerse notar la referencia a Galilea. Allí ha comenzado todo.
Y todo ha de volver a comenzar allí.
Es ahora, como ya había sucedido con motivo de la profecía de la pasión, cuando Pedro
entra en juego para quedarse al margen del anuncio de Jesús, como si sus palabras
solamente tuvieran que ver con otros pero no con él.
Pedro quiere considerarse una excepción.
Pero su seguridad se hace pedazos ante la revelación de una triple traición. Llama la
atención el implacable martilleo de las palabras de Jesús que golpean el orgullo de Pedro:
"yo te aseguro... que tú... hoy..." (v.30).
El que se considera más fuerte que los demás, distinto de ellos, será el que más bajo
caiga.
Solamente Mc nos refiere que el gallo canta dos veces. Es posible que el primer canto
debiera constituir una primera advertencia para Pedro.
De todas formas todos los demás comparten la actitud de Pedro, ya que no dudan en
afirmar su disponibilidad al martirio.
Todo el pasaje pone en guardia a la comunidad de creyentes contra el peligro de
presunción basado en las propias fuerzas y en la fortaleza de la propia fe. Lo único que
salva es la promesa de Jesús.
"Mc ha subrayado ya (8, 31; 34 s; 9,31.35 s; 10,33 s39.52) la interdependencia entre el
sufrimiento de Jesús y el seguimiento del discípulo; ahora (14, 22-31) hace ver que ésta
solamente es posible como un don de la gracia, porque Jesús nos precede" (E.Schweizer).

PROVOCACIONES

1. Cuando Jesús anuncia la traición de uno de los doce, cada uno de ellos se siente
obligado a preguntar: -¿Acaso soy yo? Ante una acusación inquietante como ésta, me
parece muy auténtica la actitud de no desviar la palabra hacia los demás sino de permitir
que nos golpee, que se abra camino hacia la consciencia, de permitir que nos juzgue y nos
cuestione.
Este es, en el fondo, el camino de la salvación: que cuando se oiga hablar de un
culpable, no se dirija la vista hacia un vecino, sino que cada uno se mire en el espejo.
A veces puede manifestarse también la fidelidad reconociéndonos capaces de cualquier
traición.

2. Completamente contraria es la actitud de los discípulos, después de la cena, frente al


anuncio del escándalo del que serán víctimas.
En este caso la palabra de Jesús va a chocar con un blindaje de seguridad. De Pedro y
de todos los demás.
Quizás fuera necesario también este revés de la moneda.
Sólo de este modo podremos comprender que la mirada se dirige a nuestro interior y no
para descubrir nuestra fuerza y valor, sino para evaluar nuestra miseria, nuestra fragilidad y
nuestra incapacidad para permanecer fieles en el tiempo de la prueba, de forma que
podamos mirar después con esperanza hacia el único que puede evitar el
desmoronamiento.
Sólo cuando permitamos que la palabra resquebraje nuestra seguridad y abra una herida
en nuestra presunción, podremos sentirnos seguros.
¿Cuándo aprenderemos por fin, que la fidelidad es fidelidad de Dios y no nuestra
fidelidad? ¿Nos daremos cuenta algún día de que solamente podremos evitar la traición y la
apostasía cuando consigamos sustituir el atrevido "yo no" con el más realista "¿acaso soy
yo?".
El vacilante "acaso" vale más que todas las más firmes certezas.
Porque obliga a Dios a mantenerlo.

3. Teniendo en cuenta lo que va a suceder en la pasión, la expresión "esto es mi cuerpo"


podría completarse de esta forma: "este es mi cuerpo entregado, golpeado, hecho objeto de
burlas y ultrajes". Comulgar con ese "cuerpo" significa recibir todo lo que ese "cuerpo" ha
padecido.
Es verdad que también es un "cuerpo" glorioso. Glorioso porque la resurrección va a
demostrar la victoria del amor sobre la traición, la violencia y los insultos.
Para la comunidad cristiana, comulgar con ese "cuerpo " significará siempre asimilar el
poder de su amor y su capacidad de perdón.

4. Todo el complicado asunto de la pasión, en el que misteriosamente se entrecruzan el


plan de Dios y las decisiones de los hombres está muy bien condensado en esta frase de
Radersmakers: "Jesús se da y el hombre lo traiciona".
Tan sólo hay que precisar que el don es anterior a la traición.
Judas llega inevitablemente con retraso. Y aquí está su verdadero drama.
Cuando hace su oferta a los enemigos de Jesús no se da cuenta de que el mismo
interesado se le había anticipado "ofreciéndose" a todos los hombres.
Se dará cuenta en la última cena.
En esta ocasión Jesús, más que descubrir al traidor, se limitará a decir que la "entrega"
podrá hacerse sólo porque el don está dispuesto a ello.
La maldad de los hombres nunca logrará anticiparse a la misericordia de Dios.
La única vez que Judas logre llegar primero, sin retraso, será cuando vaya a ahorcarse.
Podemos decir que su final está determinado por la prisa.
Pero surge la duda de si, incluso esta vez, no ha sido anticipado...

5. ¿Es realmente verdad que los apóstoles no estuvieron en el Calvario? Siguiendo la


lógica de la eucaristía, deberíamos concluir que no.
Efectivamente, al participar en la cena convivial del Señor, la comunidad ha quedado
asociada a su destino, hecha partícipe de los acontecimientos de la pasión e implicada en
la muerte de Cristo, cuya anticipación y explicación es la eucaristía.
En este sentido "comulgar" equivale a ser condenados y llevados a la muerte con Cristo.
Cuando se recibe la eucaristía se hace imposible la fuga.
La participación en el banquete eucarístico lleva consigo un compromiso concreto de
estar presentes dondequiera que el hombre sufra.
Es verdad que hay cristianos que comulgan y que luego se muestran "ausentes". Su
ausencia sin embargo, no es más que la consecuencia de una ausencia anterior o, mejor,
consecuencia del rechazo de una presencia.
Aceptan la presencia del Maestro sentado a la mesa. Pero no quieren comulgar con su
presencia dinámica. Pues el Maestro se levanta y sale fuera. Afronta la oscuridad.
Y ellos siguen allí en la absurda pretensión de comulgar con una ausencia. La eucaristía
no es "estar con él". Es "dejarse llevar". No es "tener". Es "darse".
Hay algo peor que no creer en la presencia real.
Y es creer en una presencia real "tranquilizadora" que no nos lleve a "perder" nuestra
vida

6. Es inútil discutir por qué motivo Mc hace cantar dos veces al gallo.
Podría cantar cien, mil veces. Porque si no le ha bastado a Pedro la advertencia de la
palabra de Cristo, no iba a ser el gallo el que lo pusiera en guardia.
Pero quizás, el canto del gallo cumple una función de "memoria" más que de advertencia.
No. No se trata de recordar que él lo había previsto.
Basta acordarnos de él. Hacer memoria de su misericordia y perdón.
Sólo entonces podrá despuntar para nosotros la aurora de la conversión.
Cristo tiene razón, pero no por haberlo dicho.
Sino porque se hace el encontradizo con quien ha afirmado no conocerlo.

7. Pedro, también yo quiero darte la razón.


Yo hubiera dicho también "lo mismo" que tus compañeros.
No me cuesta reconocerme en tu descaro ocultador del miedo.
Me resultaría fácil sentirte detrás en tus afirmaciones perentorias.
¿Por qué permitir que el Maestro anticipe derrotas sin sentirnos en la obligación de
profetizar nuestras infalibles victorias? Que él anuncie por tres veces un itinerario de
humillación, debilidad y muerte es algo que nada tiene que ver con nosotros.
Somos los primeros de la clase y queremos proclamar el triunfo sin andar ese camino.
Pedro, uno mi seguridad a la tuya.
¡Caramba, no somos como los demás! Voy contigo, Pedro.
Siento necesidad de estar contigo.
Sé que me llevarás por un camino en cuyo final no se nos premiará nuestra fidelidad,
pero caeremos en la cuenta de haber perdido, afortunadamente, nuestra seguridad inicial.
Lo que será un gran éxito.
Entonces, y sólo entonces, ambos podremos llegar a ser "roca".
Pedro, espérame.
Quiero acompañarte.
Y no por lo que dices tener.
Sino por lo que "tendremos" que perder por el camino.

CONFRONTACIONES

Una comunidad de pecadores


Jesús no se hace ilusiones sobre la realidad de la iglesia a la que confía el signo de la
eucaristía. Es una comunidad de pecadores que también tendrá necesidad del perdón de
los pecados y del don que graciosamente desciende de la cruz de Cristo "muerto por
nuestros pecados" (1 Cor 15, 3).
La eucaristía es, por tanto, el lugar donde la comunidad cristiana se reconoce tal cual es:
una comunión de pecadores, pero de unos pecadores que saben también dónde encontrar
el perdón, porque precisamente en la eucaristía el Cristo que murió por nosotros se nos da
como aquél en quien gratuitamente encontramos el perdón (D.Attinger, Eucaristía ed
esistenza nel nuovo testamento: Servitium [4, julio-agosto 1979[).

Creo que un hombre...


Creo que un hombre, anunciado por gestos proféticos, ha existido y vivido sin guardarse
nada para sí, sin retener nada como capital privado.
Creo que no había nada en este hombre que no estuviera destinado a todos.
Este hombre carecía de todo instinto de propiedad, de toda codicia de conservación...
Por eso, cuando le llegó la muerte, no encontró de qué apropiarse, porque ya todo había
sido donado.
¡La muerte ha sido burlada! Muerte, seré tu muerte. Muerte, ¡seré tu victoria! Por
consiguiente si durante nuestra existencia damos todo, si no conservamos la propiedad de
nada, si lanzamos todo lo que tenemos y todo lo que somos al circuito del intercambio, de la
participación y de la comunión, también nosotros nos burlaremos de la muerte
(J.Cardonnel, Dio é morto in Gesú Cristo, Torino 1969).

¡Qué pesado eres, Señor!


La eucaristía es Cristo invadiendo nuestra vida y poniéndonos ante un tremendo y difícil
compromiso. Si se pensara así, nadie diría al dirigirse a la iglesia: "Qué bonito, qué alegría,
qué consuelo, qué paz". Sino: "¡Qué lío, vaya lío! ¡En qué lío me has metido! ¡Vaya peso,
vaya peso!".
Estando en el noviciado tenía un compañero muy seráfico (¡dichoso él!) que me
preguntaba continuamente: «¿Qué dices tú al Señor?». Sinceramente, me fastidiaba
porque no sabía qué responderle. ¿Que qué decía al Señor?
-Y tú ¿que le dices?
-Ah, ¡cuánto te amo!
-Pues ¿sabes lo que yo le digo? ¿Quieres que te diga la verdad? ¡Qué pesado eres,
Señor! ¡Qué pesado! ¡Qué pesado! (A. Paoli, Conversazioni a Fortín Olmos, 1970).

La última cena vuelve a crear el paraíso


"Dios es amor" (Jn 4,8). Y el primer don del amor fue la vida.
Esta era esencialmente una comunión. Para poder vivir, el hombre tenía que alimentarse,
comer y beber, comulgar con todo el mundo.
El mundo era, por tanto, el amor convertido en alimento, en cuerpo del hombre.
Por ser viviente, es decir, por estar en comunión con el mundo, el hombre debía estar en
comunión con Dios, hacer de Dios el fin y la sustancia de su propia vida.
Comulgar con el mundo recibido de Dios significaba realmente comulgar con Dios.
El hombre recibía su propio alimento de Dios y, al transformarlo en su propio cuerpo y en
su propia vida, ofrecía el mundo entero a Dios, lo transformaba en vida en Dios y con
Dios.
El amor de Dios había dado la vida al hombre; el amor del hombre a Dios transformaba
esta vida en comunión con Dios.
Era el paraíso.
En él la vida era verdaderamente eucarística.
Mediante el hombre y su amor a Dios toda la creación tenía que santificarse y
transformarse en sacramento universal de la presencia divina siendo el hombre el
sacerdote de este sacramento.
Pero el hombre perdió esta vida eucarística por el pecado. Y la perdió porque dejó de ver
el mundo como medio de comunión con Dios y su propia vida como eucaristía, como
adoración y alabanza... Se amó a sí mismo y amó al mundo por sí mismo. Se convirtió en
centro y fin de su propia vida. Se imaginó que el hambre y la sed, esto es, el estado de
dependencia de su propia vida en relación con el mundo, podían ser satisfechas por el
mundo mismo mediante el alimento en cuanto tal.
Pero si al mundo y al alimento se les quita su primitivo sentido de sacramentos, es decir,
de medios de comunión con Dios o, con otras palabras, si Dios deja de estar en ellos, ya no
pueden dar la vida ni satisfacer ningún hambre ya que no poseen en sí mismos la vida.
Al amarlos por sí mismos, el hombre ha separado su propio amor del único objeto de todo
amor, de toda hambre, de todo deseo... Y ha muerto.
Porque la muerte es la encarnación de la "descomposición" inevitable de la vida
separada de su única fuente y de lo que le otorga su significado.
El hombre encontró la muerte donde esperaba hallar la vida.
Su vida devino comunión con la muerte porque en lugar de transformar el mundo en
comunión con Dios por la fe, el amor y la adoración, se somete totalmente a él, dejando de
ser su sacerdote para convertirse en su esclavo.
Y, por este pecado del hombre, el mundo entero se ha convertido en un cementerio en el
que todos los pueblos, condenados a muerte, comulgan con la muerte "postrados en paraje
de sombras de muerte" (Mt 4 4, 16).
El hombre ha sido un traidor, pero Dios ha permanecido fiel.
Una nueva obra divina estaba a punto de comenzar, la obra de la redención y de la
salvación. Se realizaría en Cristo, el Hijo de Dios, que para volver al hombre a su belleza
primitiva y devolver el carácter de comunión con Dios a su vida, se hizo hombre, asumió la
naturaleza humana con su hambre y con su sed, con sus deseos y su amor a la vida.
En él la vida se ha revelado, donado, aceptado y realizado como una eucaristía perfecta,
como una perfecta y total comunión con Dios.
Cristo ha rechazado la tentación básica del hombre, "vivir sólo de pan", y ha revelado que
el verdadero alimento y la auténtica vida del hombre está en Dios y en su reino.
Y esta vida eucarística plena, rebosante de Dios y, por tanto, divina e inmortal es donada
por Dios a todos los que aceptan creer en él, es decir, a aquéllos cuya vida encuentra en él
todo su sentido y su contenido propio.
Este es el riquísimo significado de la última cena.
Cristo se ofrece como verdadero alimento del hombre, porque la vida que se manifiesta
en él es la verdadera vida.
De esta forma el movimiento de amor que comienza en el paraíso con el mandato divino
"tomad y comed..." (porque alimentarse es la vida del hombre) alcanza su plenitud con el
"tomad y comed" de Cristo (porque Dios es la vida del hombre ).
La última cena recrea el paraíso de delicias, restaura la vida en cuanto eucaristía y
comunión (A. Schmemann-O. Clement, Le mystére pascal, Spiritualité Orientale, n. 16,
Abbaye de Bellefontaine, 1975).

Mártir de la comunión
No cabe duda que el primer "mártir de la fraternidad", el ser más comprometido en la
transformación de las relaciones humanas y el más perenne y exclusivamente entregado a
"crear comunión" es Cristo Jesús.
Nosotros no podemos decir que "tenemos los mismos sentimientos de Cristo Jesús" si no
participamos de sus ansias de comunión.
El cristiano que quiera hacer honor a su nombre, "mártir de la comunión", como su Señor,
debería distinguirse por ser un hombre que no considera "suyo" lo que le pertenece, por ser
un pobre que no considera su enriquecimiento económico como motivación de su vida, sino
su capacidad de comunión, que no busca un progreso individual, esto es, un sobresalir
elitista sobre los demás, sino un avance progresivo en el amor y la amistad, una capacidad
de comunión siempre creciente.
...Esta pasión por la comunión, esta ansia eucarística le cuesta cara al hombre ya que
supone una permanente derrota del egoísmo personal y un duro actuar contra corriente, ya
que es un hecho totalmente normal la existencia de grupos que piensan que les favorecen
las relaciones sociales tal como son y se resisten por todos los medios a cambiarlas.
Grupos que con este fin utilizan todos los medios a su alcance para crear y mantener una
barrera de violencia. El mismo Jesús se estrella contra esa barrera. Pero, al resucitar, la ha
destrozado haciendo que su victoria garantice el éxito a todos los que lo imiten (A.Paoli,
"Pane e vino" terra, Torino 1979).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 28-45)

3-3 - EN GETSEMANÍ: LUCHA, SOLEDAD Y ORACIÓN.


PRENDIMIENTO DE JESÚS Y FUGA DE LOS DISCÍPULOS
Mc/14/32-52 Mt/26/36-56 Lc/22/40-53 Jn/18/02-11
¿Un relato sin testigos?
Se plantea el problema de la historicidad del pasaje. Efectivamente, surge la cuestión del
valor de los testigos. Podemos preguntarnos: si los apóstoles estaban profundamente
dormidos ¿cómo iban a ser testigos oculares del suceso? ¿O hay que pensar que su sueño
era tan ligero que les permitió captar al menos algunas palabras de Jesús?
Algunos especialistas han negado de plano la historicidad del relato.
Dibelius lo considera una construcción literaria realizada con material procedente del
antiguo testamento. Bultmann lo elimina considerándolo «un relato completamente
legendario». Goguel habla de «narración alegórica».
Más equilibrada resulta la posición de R. Schnackenburg: «...Se lanzó la hipótesis de que
Mc había fundido a la vez dos narraciones anteriores. Pero también puede explicarse de
otro modo este singular y no siempre escurridizo relato. Por ejemplo, por la acumulación de
nuevos motivos y por la necesidad de darles un orden racional. Estas cuestiones de crítica
literaria tienen para nosotros menos importancia que el caer en la cuenta de que no
estamos ante una narración de testigos oculares.
Quedan, por tanto, al margen los intentos de otro tiempo para explicar de qué forma pudo
la comunidad tener conocimiento de las palabras con que Jesús oró.
Los narradores más antiguos no se preguntaron si los discípulos dormidos (y
especialmente Pedro) pudieron afinar el oído y captar alguna palabra de Jesús. Se conocía
su angustia mortal y también su intimidad con el Padre y sobre esta base pudo configurarse
la oración pronunciada por él en su angustia. En su conjunto, la narración pudo también
enriquecerse más tarde con elementos nuevos y, así elaborada, ser situada antes del
prendimiento de Jesús».
Sea como fuere, el relato no es una pura y simple invención 1.
En la iglesia primitiva debía conservarse un recuerdo muy vivo de la agonía
experimentada por Jesús la víspera de la pasión y de la lucha sostenida por él para no
romper en esta hora decisiva el vínculo que lo unía al Padre y que hasta entonces había
presidido toda su historia terrena.
De él se habla con realismo y sin concesión alguna a la piedad, en un pasaje de la carta a
los Hebreos: «El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con
poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte...» (5, 7).

Características de Marcos
Mc y Mt parecen seguir un esquema común (dos grupos distintos de discípulos, triple
oración y triple vuelta a los discípulos). Lc presenta un relato más corto y no alude a la
angustia ni al horror sentidos por Jesús.
Las características del relato de Mc (cuyo texto representa la forma más antigua de la
tradición) pueden concretarse como sigue:

1. Repeticiones y reiteraciones. Por ejemplo, la turbación mortal de Jesús primero se


expresa indirectamente (v. 33) y posteriormente de forma directa (v. 34). Lo mismo sucede
con la oración: primero hay una referencia indirecta (v. 35) refiriéndola después
directamente (v. 36).

2. Dos tradiciones. X. L. Dufour descubre en el texto de Mc el cruce y la fusión de dos


fuentes. La primera (denominada cristológica) centrada en el motivo de la hora. Y la
segunda (parenética o exhortativa) centrada en la oración frente a la tentación 2.

3. Por una vez no se limita Mc a referir los hechos con su estilo austero, sino que nos
revela los sentimientos íntimos de Jesús ante la prueba decisiva y nos hace «asistir a un
conflicto entre su voluntad y la del Padre» (X. L. Dufour). No duda Mc en poner de relieve la
«debilidad» de Jesús, su miedo ante la inminencia del sufrimiento y de la muerte.
4. El evangelista vuelve a retomar aquí su tema preferido: la incomprensión y ceguera de
los apóstoles expresadas sobre todo por el sueño. Los doce no han llegado todavía a
comprender que la gloria pasa por el camino de la cruz. No es casualidad que el episodio
de la transfiguración, que hubiera debido abrirles los ojos en este tema, tuviera como
espectadores a los mismos tres apóstoles que, en Getsemaní, son el signo más claro de
esta ceguera. Entre otras cosas, resulta interesante yuxtaponer Mc 9, 6 y Mc 14, 40 por
tratarse de una expresión casi igual aplicada en ambos casos a Pedro, Santiago y Juan.
De cualquier modo, como observa A. Feuillet, "Getsemaní representa el culmen de la
ceguera" de los discípulos.

Mc vuelve a proponernos una vez más la imagen de un Mesías glorioso y sufriente al


mismo tiempo. Como justamente hace notar también A. Feuillet la página de Getsemaní
ha de leerse en paralelismo con el gran discurso escatológico del capítulo 13. El que
aparecerá como juez definitivo es el mismo Jesús que ahora ha de beber el cáliz de la
condena y del castigo como un culpable (quiero decir el cáliz destinado al mundo culpable).
Juez-condenado: dos imágenes reflejadas en la misma persona.
Es significativo, a este propósito, que las invitaciones a la vigilancia insistan en las
mismas expresiones utilizadas en la parábola que cierra el discurso escatológico para
prepararse al juicio final.
Todavía más: en la escena de la agonía Mc habla, en sentido absoluto, de la hora. Y no
puede no pensarse en la hora del juicio de la que se habla en Mc 13, 32.
Finalmente R. H. Lighfoot subraya otro paralelismo marginal, pero igual- mente
interesante. Y es en relación con la parábola del dueño de la casa que vuelve por la noche
(/Mc/13/33-37). El "dueño de la casa puede regresar al atardecer (opse), o a media noche
(mesonuktron), o al canto del gallo (alektrophônias), o de madrugada (prôi)". Parecen los
grandes momentos cronológicos de la pasión: al atardecer Jesús instituye la eucaristía, de
noche tiene lugar la oración de la agonía y el prendimiento, el canto del gallo es la hora del
proceso y por la mañana se dicta la sentencia de muerte (como contrapunto, la actitud poco
vigilante de los doce: por la tarde, uno traiciona al Maestro; por la noche duermen; al canto
del gallo tiene lugar la negación de Pedro y por la mañana los discípulos están totalmente
ausentes).

La relación con los discípulos


Todo el relato se articula en torno a la figura de Jesús en relación con dos polos: los
discípulos y el Padre.
El personaje central es Jesús.
Sólo él habla, sólo él toma la iniciativa.
Del «espacio» que ocupa en Getsemaní, como hace notar X. L. Dufour en su sugestiva
lectura sincrónica del relato de Mc 15 parten dos líneas, una horizontal y otra vertical.
Sigamos el esquema propuesto por el estudioso francés.

1. Unión/separación
También aquí, como Mc casi siempre indica, el Maestro llega con sus discípulos.
Pero a continuación el grupo se divide en dos subgrupos.
El primero se queda a la entrada de la finca.
El segundo, el de los tres preferidos, penetra más adentro con él.
Pero también se aleja de éste.
Una vez tras otra Jesús volverá a él y se alejará de nuevo. Por tres veces.
Por consiguiente, estamos ante una relación que puede definirse como de
unión-separación.
«Este movimiento de reunión y separación es interrumpido por confidencias y oraciones,
exhortaciones y reproches» (X. L. Dufour).

2. Irse/quedarse
Jesús está siempre en movimiento, se desplaza continuamente. Mientras tanto los
discípulos se quedan inmóviles como petrificados en su posición inicial.
Estamos, por tanto, ante otra relación de oposición: irse/quedarse.
Solamente se invierten las posiciones al llegar el traidor con los soldados. Jesús se
queda firme, mientras los apóstoles se mueven para huir.
En todo caso Jesús aparece como quien se obstina en permanecer unido a los discípulos
y a la voluntad del Padre (su movimiento es, por tanto, precisamente lo contrario a la
separación), mientras los apóstoles manifiestan una marcada tendencia a la separación.

3. Velar/dormir
Es la tercera relación de oposición entre Jesús y sus discípulos.
El Maestro pide a los "suyos" que permanezcan en comunión con él en la vigilancia.
Pero ellos duermen.
Ocupan el espacio reservado para ellos ("quedaos aquí") no para la vigilancia, sino para
el sueño.
De este modo Jesús está separado de los apóstoles más por su ausencia espiritual que
por la distancia espacial.
El sueño denuncia la desunión de los discípulos con el Maestro.
Jesús por el contrario, vela y ora. Esta es la razón de que su actitud se sitúe en la
perspectiva de la unión.

4. Orar/caer en la tentación
También los apóstoles deberían orar como hace Jesús y no limitarse a velar "para no
caer en la tentación".
Si no oran, terminarán por sucumbir al poder de la tentación.
Entre Dios y el hombre se abre inevitablemente una distancia. Con la oración se supera
esta distancia, porque se entra en relación con Dios.
Si falta la oración, la relación se rompe, el alejamiento se hace inevitable, y el hombre se
encuentra solo en ese vacío. Por eso, la distancia es el terreno de la tentación.
Sin oración el discípulo "cae en la tentación", esto es, afronta en soledad una situación y
cae sin remedio.

La relación con el Padre


La relación de Jesús con el Padre contrasta con la anterior. Está bajo el signo de la
comunión, no de la separación. Puede expresarse de la forma siguiente:

1. Cáliz/oración
Es clara la oposición entre las dos voluntades. El cáliz simboliza la voluntad del Padre.
"Jesús encuentra al Padre a través del cáliz que se le ofrece y que quisiera ver pasar lejos
de él: el cáliz es el rostro que toma el Padre invisible. La oposición desaparecerá con la
sumisión de Jesús" (X. L. Dufour).

2. Cáliz/turbación
La presencia del cáliz suscita una tristeza mortal, horror y náusea en Jesús. Mc expresa
el estado de ánimo de Jesús con dos verbos ciertamente poco idílicos:

- Ekthambestai, que subraya la sorpresa y casi la incredulidad, una especie de


"desorientación". Algo así como "estar fuera de sí". Una especie de éxtasis de signo
contrario.

- El otro verbo es ademonein, que expresa el disgusto. Pero por encima de los verbos
usados está la realidad. "Esta es la hora del espanto de Jesús" (X. L. Dufour).

3. De pie/por tierra
La oposición está aquí en relación con la posición de los cuerpos. Vemos la sumisión, la
adoración junto a la debilidad humana (en tierra, caer en tierra); y la disponibilidad (de pie).
Sin embargo la posición "de pie" puede ser también un signo y un anticipo de la
resurreción.

4. Palabra/silencio
Es la última oposición. Jesús manifiesta su propio espanto, pero el Padre calla.
Nadie responde a Jesús. Ni el Padre, ni siquiera los discípulos ("¿Ni una hora has podido
velar?". -"Y ellos no sabían qué contestarle").
Ni siquiera los enemigos que vinieron a detenerlo poco después respondieron a su
pregunta.
En todo el episodio de Getsemaní domina la palabra de Jesús y sólo ella (si excluimos la
de "Rabbí" pronunciada por el traidor).
A su alrededor y "arriba" reina un total silencio.

Conclusión
Cito la página que X. L. Dufour pone al final de su "lectura sincrónica" del texto de Mc:
"A partir de las dos relaciones fundamentales que hemos encontrado, es posible la
elaboración de la estructura que ha determinado los relatos actuales.
Como punto de partida se encuentra el cáliz que se presenta como el rostro del Padre y
que suscita turbación en Jesús. Esta turbación le impulsa a separarse de sus discípulos,
aunque sin perder el contacto con ellos.
La no aceptación por el Padre de la pregunta que Jesús le hace, forma cuerpo con el
silencio y no-presencia de los discípulos que se entregan al sueño.
El relato está dominado por una estructura en la que se entrecruzan la relación horizontal
Jesús/discípulos con la vertical Jesús/Padre. El punto final de este cruce es el lugar en que
Jesús cae o deja caer su rostro. Es el término de la caída en tierra del grano de semilla
que, al decir de Juan, precede la subida hacia la gloria. Para los sinópticos, a la caída en
tierra se opone el "levantaos" final que simboliza a la vez la muerte y la futura resurrección.
Ambas relaciones se entrecruzan e incluso se superponen o, mejor, como ya hemos
dicho, la primera es reflejo y signo de la segunda. De esta forma la muerte que planea en el
horizonte asume un doble aspecto.
En la primera dimensión, la muerte es la aceptación de la voluntad del Padre con una fe
desnuda, en el silencio de Dios, sin otra respuesta que el cáliz, un cáliz siempre presentado
por el Padre. Por ello la prueba suprema se halla mediatizada por la afirmación "heroica" de
que Dios está allí, en el momento mismo en que parece abandonar a su propio Hijo a los
que quieren "entregarlo", traicionarlo. Aunque el hombre fiel afirme hasta el final al Dios
viviente, la muerte sigue siendo separación de Dios, al menos aparentemente.
Esta apariencia adquiere importancia en la separación real de los discípulos y, a través
de ellos, de la comunidad de los hombres: ésta es la segunda dimensión de la muerte.
El sueño, la no-lucha, la no-vigilancia de los discípulos simboliza la negativa del Padre a
alejar el cáliz que en este momento significa el fracaso aparente del proyecto de Jesús.
Jesús había querido fundar una comunidad de discípulos; apenas acababa de reunirla
con ocasión de la última cena. Y he aquí que se desintegra en el momento en que llega la
muerte con aquel que "entrega", el traidor. Jesús ha de aceptar que su propia desaparición
conlleve la dispersión de la comunidad. No es él el unificador definitivo. Sólo Dios podrá
asegurar la comunión entre los hombres. En una palabra, Jesús tiene que aceptar esta
realidad: que no ha sido capaz de instaurar el reino de Dios en la tierra.

Referencias
En el texto de Mc pueden encontrarse algunas referencias al antiguo y al nuevo
testamento.

1. Algunos grandes personajes llamados a presentarse ante el Señor, abandonaron a sus


propios compañeros. Abrahán a sus servidores (Gén 22, 5) y Moisés a los ancianos (Ex 24,
14).

2. En algunos salmos se presenta la figura del justo perseguido, que pasa por el
sufrimiento más atroz y afronta la angustia mortal que le hace proferir el más dolorido grito.

¡Y yo que decía en mi inquietud:


«Estoy dejado de tus ojos».
Mas tú oías la voz de mis plegarias
cuando clamaba a ti (Sal 30, 23).
Presta oído a mi grito,
no te hagas sordo a mis lágrimas (Sal 38, 13).
Entumecido, molido totalmente,
me hace rugir la convulsión del corazón...
Mis amigos y compañeros se apartan de mi llaga,
mis allegados a distancia se quedan (Sal 37, 9.12).

Es evidente la intención del evangelista, al referir las palabras de Jesús en Getsemani o


en cualquier otro lugar de la pasión, de insertar su destino en la perspectiva del justo
perseguido y exaltado. Más aún esta figura alcanza su cumplimiento precisamente en
Jesús. Jesús lleva hasta el límite la experiencia del justo.

3. En particular la exclamación «mi alma está triste hasta el punto de morir» (v. 34)
recalca la del salmo 41, 6:
¿Por qué, alma mía, desfalleces
y te agitas por mí?

4. En el episodio de la petición de Santiago y Juan (Mc 10, 35-45) aparecía una clara
alusión al «cáliz» de la pasión.

5. En otra ocasión Jesús se alejó de sus discípulos para orar al Padre en la soledad (Mc
1, 35-39). Entonces era en las primerísimas horas de la mañana y se trataba prácticamente
de la inauguración de la predicación del reino. Ahora nos encontramos en plena noche,
antes de verse envuelto en las tinieblas de la pasión. "Entonces oraba al amanecer
pidiendo luz en su camino; ahora ora en la profundidad de la noche para tener fuerza
suficiente para concluirlo" (R.Schnackenburg).

Algunos temas
Además de las características de que ya hemos hablado anteriormente y que constituyen
la peculiaridad del relato de Mc, pueden profundizarse todavía algunos temas sobre los que
se centra la narración.

1. La soledad de Jesús J/SOLEDAD SOLEDAD/J


El camino de Jesús en la pasión es un adentramiento en la soledad. Esa soledad que
tocará su más profundo fondo en la cruz, cuando Cristo se sienta también abandonado por
el Padre. La soledad es una dimensión fundamental de la realidad de la cruz.
En Getsemaní, la soledad está sobre todo en relación con los que tendrían que estar
junto a él y que poco antes habían jurado que no lo abandonarían.
Jesús se encuentra solo en el momento de su detención, cuando se encuentra rodeado
de enemigos, mientras huyen sus discípulos.
Jesús es "dejado" solo. En el fondo también los apóstoles son traidores en cuanto que
"entregan" a Jesús a la soledad, incluso antes que a los enemigos.
2. La novedad del miedo MIEDO/J J/MIEDO
"Y comenzó a sentir pavor y angustia" (v. 33). Hay en Mc otro caso en el que el verbo
comenzar no se limita a indicar el punto de partida de una acción cualquiera que puede
repetirse en otras circunstancias, sino que se entiende en el sentido fuerte de un cambio
decisivo: después de la confesión de Cesarea de Filipos inaugura Jesús una nueva etapa
de su pedagogía con los apóstoles (Mc 8, 31).
Efectivamente, comienza entonces a enseñar con decisión que el camino del hijo del
hombre pasa por el sufrimiento, la humillación y la muerte.
Nos encontramos ante un nuevo punto de partida. Una tercera fase en la enseñanza de
Jesús. Y es algo inesperado. Getsemaní, en efecto, nos presenta a un Maestro que parece
haber perdido su firmeza anterior, que es presa de la indecisión, y que comienza a "sentir
pavor y angustia" frente a la perspectiva de su inminente pasión.
Como si nos indicara que quien afronta la lucha no es un héroe, sino un hombre
revestido de la debilidad de la carne.
La pasión comienza con el miedo. Y esta es la novedad.

3.Tentación
Para entender con exactitud qué es la tentación, es necesario relacionarla con la oración,
como ya se ha dicho anteriormente.
La tentación (peirasmos) no es el escándalo (tropiezo, lazo, trampa), ni siquiera de forma
genérica, la incitación al mal.
Se trata de una potencia en acción. Una potencia actuante con la intención precisa de
romper, de separar.
Basta leer el relato de las tentaciones de Jesús en Mt y Lc para darse cuenta de esta
realidad: el tentador trata de separar a Jesús del proyecto del Padre, es decir, del camino
de un Mesías sufriente para hacerle emprender un camino de facilidad, de éxito y de
poder.
Mc, que no nos ha transmitido el contenido de las tentaciones de Jesús en el desierto al
comienzo de la misión, sitúa aquí, en la hora decisiva, la tentación que resume todas las
demás: separarse del cáliz amargo, oponer su propia voluntad a la voluntad del Padre.
Jesús no cae en la tentación porque ora.
No es casualidad que en el episodio de Getsemaní
haya dos expresiones que repiten dos peticiones del Padrenuestro: "...lo que quieras tú"
("hágase tu voluntad" Mt 6, 10); "...orad para que no caigáis en tentación" ("y no nos dejes
caer en tentación...", /Mt/06/13).
La oración es el único medio para hacer la voluntad del Padre y para evitar "caer" en
tentación, esto es, en la separación de la voluntad de Dios.

4. "Entrega": esto es, del don a los hombres (eucaristía) al abandono a los
hombres (detención) ENTREGA/EU
Considerando a la vez el relato de la institución de la eucaristía y la escena de
Getsemaní, pueden distinguirse tres momentos interdependientes del don que Jesús hace
de sí mismo.
- Se da a los hombres en la eucaristía.
- Se abandona en manos del Padre en la oración de la agonía.
- Se abandona a los hombres para ser arrestado.
Estamos ante el paso de la iniciativa del don a la pasividad del abandono.
Desde el momento del arresto, Jesús pasa de mano en mano como una cosa. Judas lo
"entrega" a sus enemigos, éstos lo "entregan" a Pilato que, a su vez, lo "entrega" a la
muerte.
Pero todo esto depende de una aceptación voluntaria que se sitúa en el mismo centro del
episodio de Getsemaní:"¡Abba, Padre!... lo que quieras tú".
Puede igualmente resaltarse la soberana libertad de Cristo en las distintas situaciones,
en la
- fidelidad a la alianza (14, 24),
- fidelidad al Padre (14, 36).
- fidelidad a las Escrituras (14, 49).

De cualquier forma toda la atención se centra en la persona y en la actitud de Jesús


(palabra y acción).
Al darse en la eucaristía, Cristo se manifiesta como pastor de su pueblo, al que alimenta
con el pan de su cuerpo y por el que derrama su propia sangre.
En la oración de Getsemaní Jesús se comporta como Hijo de Dios.
Se dirige al Padre con el vocablo familiar "Abba". Y por medio de su sumisión expresa su
propia relación filial.
Se considera aún Maestro de Israel, pero eliminando toda imagen de poder. En este
momento que ha llegado su hora, se deja arrestar como un malhechor, antes de ser
crucificado entre malhechores.

5. "Tomad"
Este es un verbo que se repite insistentemente. Y resulta espontáneo ponerlo en
paralelismo con lo realizado por Jesús durante la última cena.
"Tomad, esto es mi cuerpo" (14, 22).
Dirigiéndose a Getsemaní "toma consigo a Pedro, Santiago y Juan" (14, 13), pero éstos
hacen patente su incapacidad para estar con él. Y entonces son los enemigos quienes
vienen a "tomarlo". "Habéis venido a prenderme con espadas y palos..." (14, 48).

6. Getsemaní, revelación secreta


La narración de la agonía puede considerarse la parte secreta de la pasión. A
continuación comenzará la fase pública (detención y proceso).
La agonía se convierte de esta forma en una especie de epifanía, revelación secreta,
reservada a los tres apóstoles privilegiados.
Y remite necesariamente a la transfiguración.
No es posible comprender el significado de los acontecimientos exteriores sin captar este
aspecto secreto del drama, esta cara invisible de la pasión. Aquí está escondido el secreto
de todo lo que va a suceder.

7. Tres momentos y un único dinamismo de donación


El mismo P. M. Beernaert, ya citado, hace este significativo paralelismo:

Cena Agonía Detención


Y, al atardecer, llega Van a una propiedad lla- Se presenta Judas, uno
él con los doce (v. 17). mada Getsemaní (v. 32). de los doce, acompañado
de un grupo... (v. 43).

Tomó pan, lo partió, «No sea lo que yo quiero, «¿Como contra un saltea-
se lo dio y dijo: sino lo que quieras tú...» dor habéis salido a
«Tomad...»(v. 22). (v. 36). prenderme con espadas y
palos?» (v. 48).

«Todos os vais a es- Y los encuentra dormi- Y abandonándole, huyeron


candalizar» (v. 27). dos... todos (v. 50).
Los encontró dormidos
(v. 37.40).

Agonía
Precisamos ahora algunas cosas repasando el texto.
"Mi alma está triste hasta el punto de morir" (v.34).
Existen distintas explicaciones de esta expresión.
Algunos siguiendo a la Vulgata, la interpretan en sentido temporal: hasta la muerte. Esta
tristeza desaparecerá únicamente con la muerte.
Otros lo hacen en sentido comparativo: se trata de una tristeza comparable a la que
puede sentirse en el instante de la muerte.
En sentido final: mi alma está tan triste que deseo morirme.
O en sentido causal: mi ser está abatido por una tristeza tan grande que me provoca la
muerte.
Me parece que la mejor lectura es la última y que, por tanto, la mejor traducción sería la
que hemos ofrecido "que me hace morir". En el fondo se trata de un superlativo: es una
tristeza en grado máximo, algo tan intenso que provoca la muerte.
San Ambrosio lo explica así: "Estaba triste no por su pasión, sino por nuestra
dispersión".
"¡Abba, Padre!" (v.36). El término "Padre" dirigido a Dios no es demasiado frecuente en el
Antiguo Testamento.
En el judaísmo postbíblico algunas veces se considera a Dios también como Padre de
cada uno, pero raramente se le invoca de este modo.
El vocablo arameo "abba" es tomado del lenguaje familiar y equivale a nuestro "papá".
Pero, de todos modos, ningún judío se ha atrevido en ningún momento a servirse de este
vocablo para invocar a Dios. De ahí que la expresión que se pone en boca de Jesús sea
única en su género. Mc es el único evangelista que la recoge.
Por ello, como indica A. Feuillet, su significación es notable, tanto desde el punto de vista
histórico (ninguna comunidad cristiana procedente del judaísmo se habría atrevido a atribuir
a Jesús esta forma de dirigirse a Dios, encontrándonos ante una de las expresiones que los
escrituristas definen como "ipsissima vox Jesu", es decir, ante una palabra tal como salió de
la boca de Cristo), como desde el punto de vista teológico: Jesús manifiesta tener
conciencia de ser Hijo de Dios en sentido estricto.

El término "velar" (v. 34.37.38), gregorein, en el lenguaje bíblico sobrepasa el sentido


literal de renunciar al sueño durante la noche. Es importante señalar el motivo por el que se
vela.
Parece muy difícil suponer que Jesús haya ordenado a los tres apóstoles vigilar como
centinelas para detectar posibles presencias sospechosas en Getsemaní (en todo caso
podría haberse confiado esta misión al grupo de los ocho dejados en la entrada de la
finca).
Con frecuencia la biblia recomienda una vigilancia que consiste en estar atentos a la
presencia de Dios que está siempre a punto de venir, que está siempre a la puerta. Este es,
por lo demás, el mensaje de bastantes parábolas evangélicas.
Así dice A. Feuillet: "Los textos del nuevo testamento, que llaman a la
vigilancia, se dividen en dos grupos principales: es necesario velar en la espera y en la
esperanza de la venida del Señor para estar preparados para cuando se presente; pero
también hay que velar para hacer frente a los grandes peligros que amenazan la existencia
cristiana" .
En el caso de Getsemaní no hay que entender el verbo velar en clave "defensiva", como
ya hemos dicho, ni siquiera en clave afectiva (confortar a Jesús), sino en sentido religioso:
permanecer en comunión con él para resistir la tentación del diablo.

Lagrange interpreta el ir y venir de Jesús como una expresión típica de las personas
abatidas por la tristeza "que no pueden quedarse quietas en el mismo sitio". Me parece
pobre la interpretación. Quizás se subraya la obstinación de Jesús por volver a anudar la
relación en vías de romperse, por impedir la dispersión.
Los apóstoles no se separarían de él si él se separase de la voluntad del Padre que le
ofrece el cáliz de la pasión.
Pero Jesús, de la misma forma que no acepta separarse del Padre, hace todos los
intentos posibles para lograr también la sumisión de los apóstoles al proyecto divino. Creo
que éste es el más profundo significado de su triple alejarse y volver.

"El espíritu está pronto, pero la carne es débil" (v.38).


No se trata de contraponer la parte superior (espiritual) del hombre a su parte inferior (la
debilidad de la naturaleza humana).
Ni siquiera puede aplicarse la antítesis paulina entre carne y espíritu y sus respectivas
leyes.
No se entiende aquí la carne en el sentido peyorativo de sede de las pasiones y de los
instintos que llevan al pecado. Porque en este caso debería decirse que la carne es
cualquier cosa menos débil. Al contrario, es decididamente fuerte.
El vocablo carne se refiere más bien al hombre que se cierra en sí mismo, separándose
de Dios.
Espíritu sería, por el contrario, el hombre abierto a Dios.
Quizás habría que relacionar este pasaje con Jn 6,63: "El Espíritu es el que da vida; la
carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida".
A este respecto comenta E.Schweizer: "No se trata en absoluto de una oposición en el
interior del hombre. "Espíritu" se refiere siempre a Dios y a su mundo: "carne" se refiere al
hombre con sus posibilidades psíquicas y espirituales y a su mundo. Por eso la
contraposición más frecuente a "carne" es Dios mismo, su palabra, su gracia, su
elección...
Por consiguiente a la debilidad del hombre no se contrapone su fuerza espiritual, sino la
de Dios que continuamente se la está dando de nuevo".

Cuando Jesús vuelve por tercera vez a los tres apóstoles ya no les recrimina. Sino que
les dice: "ahora ya podéis dormir y descansar..." (v. 41).
Hay quienes interpretan esta frase como una orden. Otros como una amarga
constatación. Algunos como un ruego. Quizás sea preferible la primera interpretación
aunque puede entreverse en sus palabras un indicio de ironía.
Bien, la separación se ha consumado. El maestro ya no tiene poder alguno sobre sus
discípulos, que no han sabido aprovechar la última oportunidad que se les ha dado. Ahora
ya pueden dormir si quieren.
De todos modos la afirmación central sigue siendo ésta: "El hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los pecadores". Esta expresión constituye una especie de síntesis
entre la figura del hijo del hombre de Daniel y la del siervo de Yahvé de Isaías 53.

Prendimiento
"Una multitud con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y
de los ancianos". Siempre van unidas estas tres categorías de personas. La multitud
desempeña un papel instrumental. Existe una alianza -y, en consecuencia, una
responsabilidad común- entre todos los que detentan el poder (religioso, cultural-teológico,
civil) encaminada a eliminar a Jesús el "perturbador".
"Uno de los presentes, sacando la espada..." (v. 47). Mc no especifica quién fue este
"impulsivo". De todas formas, su gesto más que un intento (inoportuno además de inútil) de
defensa parece querer sellar una acción vergonzosa, castigar una ofensa intolerable. Se
trata de un golpe de espada "que produce al siervo del sumo sacerdote una señal duradera
de vergüenza" (Lohmeyer).
O, quizás, quiera Mc recalcar una vez más el tema de la incomprensión de los discípulos
con esta alusión a la violencia en oposición a la desarmada debilidad querida por Jesús.
Entre otras cosas, el evangelista emplea el diminutivo de oreja.
Hay que entenderlo, por lo tanto, referido al lóbulo de la oreja.

La dramática escena no termina con la huida de los discípulos sino con el sorprendente y
hasta grotesco episodio del desconocido que trata de seguir a Jesús, pero que en cuanto le
echan las manos encima para detenerlo también a él, abandona la sábana en que estaba
envuelto y huye desnudo.
¿Quien es ese extraño individuo? Una tradición afirma que el mismo Marcos. Debe
tratarse ciertamente de alguien que vive en la finca o cerca de ella. De otro modo no
andaría de noche vestido -o desvestido- de esta forma.
Pero es probable que el episodio revista un aspecto simbólico que trasciende la
curiosidad de averiguar la identidad del personaje.
Mc emplea dos términos "reveladores": neaniskon (joven) y sindona (sábana).
Volveremos a encontrarlos en el relato del sepulcro y de la resurrección.
No hay que excluir que en la hora de las tinieblas, cuando todo parece acabado, Mc
introduzca un rayo de luz que venga de la resurrección. Como si quisiera asegurar que no
se acaba todo con la detención.
Alguien se escapará de las garras de los enemigos y de la muerte dejando solamente
tras de sí una sábana inservible.

PROVOCACIONES

1.Hay en Getsemaní una doble soledad.: J/SOLEDAD SOLEDAD/J


Una querida por Jesús que se separa del grupito de sus tres amigos, yéndose algo más
adelante (micron).
La otra, querida por los discípulos.
La primera, necesaria.
Culpable la segunda.
Los tres apóstoles deben permanecer a cierta distancia. Como si se quisiera decir que,
ante el sufrimiento del hombre, existe un umbral que no puede ser traspasado ni por el más
íntimo amigo. Ese micron, aun siendo mínimo, es algo enorme. Cuando la tristeza llega a
cierta profundidad, se está necesariamente solo.
Nadie, aun con la mejor intención, puede adentrarse hasta allí.
Ni debe hacerlo. Es preciso que se conforme con mantenerse a una respetuosa distancia
sin invadir ese espacio.
Se puede y se tiene obligación de participar. Pero sin la pretensión de entrometerse, de
"profanar" el espacio del otro.
No hay nadie que pueda captar (en el sentido literal de captar, recibir, acoger) totalmente
el dolor de un hombre.
Pero existe también una distancia culpable. La de la ausencia cuando "llega la hora".
Entre invasión y ausencia: estas son las fronteras extremas que delimitan el espacio que
ha de ocupar la comunión con el dolor del otro.

2. Al final del discurso escatológico, Jesús invita a la vigilancia, porque el hijo del hombre
puede llegar "de improviso". Un estudioso ve en la escena de Getsemaní una "parusía
anticipada".
"...Viene y los encuentra dormidos".
"Volvió otra vez y los encontró dormidos".
"Viene por tercera vez y les dice: ahora ya podéis dormir".
Parusía anticipada o, más sencillamente, una especie de ensayo general de "aquel día".
No puede decirse que haya tenido éxito.
Los apóstoles, que deberían ser capaces de "velar" hasta el fin del mundo, no logran
permanecer ni siquiera una hora despiertos.
Y no es que Cristo haya llegado de improviso; aun estando advertidos, los tres amigos se
dejan "coger in fraganti" en el sueño.
Y Jesús va hacia la muerte con una sensación de fracaso.
Por mucho que él acorte los tiempos, nuestro sueño logra siempre salirse con la suya, la
espera.
3. "Simón, ¿duermes?..."
Si al menos hubiera esbozado una respuesta... Algo así como: "Señor, no puedo más, ten
paciencia. Acepta mi pesadez como participación en tu drama. Solamente logro estar cerca
de ti con el sueño...".
Quizás le hubiera gustado a Jesús al menos esta debilidad.
Puede ser que no pretendiese una prueba de fuerza.
Probablemente se habría conformado con una prueba de debilidad aunque reconocida,
admitida, ofrecida.
Pero nada. Ni una palabra.
Silencio y sueño juntos para expresar la más fría "extraneidad".

4. "Simón, ¿duermes?..."
Surge la duda de si Pedro interpretó la frase como una aprobación benévola, como una
expresión de ternura de Jesús para él.
Si quisiéramos ser crueles con él, podríamos decir que Simón tenía necesidad urgente de
descansar después de la enorme fatiga de sus protestas de fidelidad perpetua y para estar
preparado pocas horas más tarde para no conocer al Maestro...
En realidad, la negación comienza en Getsemaní. Ya aquí Pedro demuestra claramente
no conocer al Maestro. A partir de este momento pierde de vista al Maestro.
Durante el proceso, su no-conocimiento tendrá lugar ante extraños.
Aquí, en presencia del interesado. ¡Hala! Un momento de sueño y Jesús se convierte en
alguien con quien nada se tiene que ver.
De esta forma el canto del gallo no sirve para despertarnos sino para recordarnos que no
deberíamos haber dormido.
La culpa no la tiene el sueño.
Pero sí el dormirse.

5. "Simón, ¿duermes)..."
Ya no lo llama Pedro, sino por su antiguo nombre.
Ha desaparecido el hombre-piedra.
No soy quién para afirmarlo. Pero tengo la impresión de que nos encontramos ante un
mero recuerdo personal.
Debe de haber quedado dolorosamente impreso en la memoria de Pedro el momento en
que Jesús se dirigió a él con el nombre equivocado.
Que, en esta ocasión, resultó ser luego el auténtico...

6."¡Levantaos!"
El Maestro está de pie. Dispuesto a afrontar la prueba, pero también a "anticipar" el
glorioso "levantarse" de la resurrección.
También los apóstoles son invitados a levantarse.
Pero cuando por fin logran hacerlo, he aquí que no están dispuestos a acompañar al
Maestro ni a anunciar la victoria sobre la muerte, sino solamente a huir.
El estar de pie de Jesús indica su voluntad de "perder la vida".
El de los apóstoles, su intención de ponerse a salvo.
Podemos realizar todos los gestos necesarios de la mejor manera.
Pero no basta la posición del cuerpo. Al contrario, en ocasiones puede significar
precisamente lo contrario de lo que debiera expresar.
No se puede engañar con los "signos".
Los mismos signos nos condenan.

7. Judas procura llevarse al Maestro "con una buena escolta".


Pero no es por maldad. Sino como medida preventiva. Por su propia incolumidad.
Judas teme por sí mismo.
Tiene miedo de encontrarse con él en cualquier parte. De verse obligado a mirarle a los
ojos.
Ni siquiera es capaz de soportar la idea de poder encontrarse cara a cara con aquel a
quien ha "entregado" con un beso "afectuoso".
La "buena escolta" tiene finalidad de hacer inofensivo no a un delincuente especialmente
peligroso, sino a un inocente capaz de cualquier gesto.
En el fondo, Judas no podría sentirse seguro si supiese que su Maestro se encuentra en
libertad. Pues sería capaz de salir a su encuentro ofreciéndole el perdón sin condiciones.

8. "Todos los días estaba junto a vosotros enseñando en el templo, y no me detuvisteis".


Jesús no acusa a sus enemigos por haber tardado tanto. Sino por no haber actuado con
valentía. Por haber recurrido a complots y maniobras oscuras en lugar de a una acción de
guerra abierta.
El quiere posturas claras.
O a favor o en contra. Con tal que sea a cara descubierta.
Tanto los apóstoles que primero duermen y luego huyen, como los enemigos que
recurren a una trampa para detenerlo son igualmente culpables de ambigüedad.
Estar con él y sin embargo estar lejos de él. Esto es tan grave como estar contra él y
tener miedo de dar la cara.
El pecado de unos y de otros está en esconderse. -¿Dónde estás, Adán? Este es el
autentico pecado. Esconderse, no dejarse encontrar.
Se puede luchar contra Dios. No nos condena por ello.
Pero lo que nos califica ante él es la negativa a tomar postura, esperar que alguien lo
"entregue" sin ni siquiera tener que preocuparnos por reconocerlo, pretender "tenerlo en
nuestras manos" sin ajustar las cuentas con él.

9. Hemos insistido en la soledad de Jesús. Pero lo sucedido en Getsemaní nos obliga


también a tomar nota de la soledad de los discípulos.
Desde el preciso momento en que "se separan" del Maestro (primero con el sueño y
después con la huida) son ellos los que realmente quedan solos.
Porque, en el fondo, la soledad consiste en negarse a andar el mismo camino de Jesús.

10. El hombre de la sábana es el último discípulo. Un discípulo fallido. Un iluso que creyó
poder seguir a Cristo confiando en su valentía personal, envuelto en la sábana de su propia
fuerza.
Unos pasos y la sábana se queda sin dueño.
No es que haya llegado tarde. El ladrón llegará después de él y sin embargo llegó a
tiempo.
Lo que pasa es que no pidió al Señor la gracia de seguirlo. Creyó equivocadamente que
el seguimiento era una decisión personal, un asunto privado, que dependía de él y no del
detenido.
Ahora tendrá que esperar.
Como don, si quiere, se le devolverá la sábana.
Dentro de poco la tumba estará vacía.
Volverá a tener su sábana, pero no será ya la suya.
Solamente entonces tendrá la seguridad de no haberla perdido por el camino.
Solamente cuando se está revestido de la fuerza de Cristo resucitado, el seguimiento
deja de terminar en fuga.
La sábana que pensamos llevar con nosotros se pierde o nos la quitan sin remedio.
Sólo la recibida como don pasa a ser realmente nuestra, intocable.
Seguimiento no es llevar algo consigo.
Si acaso, es perder algo.
Y dejarse llevar por alguien.
CONFRONTACIONES

El hombre vence cuando se somete a la voluntad de Dios


Se ha querido a veces, y no sin motivo, yuxtaponer la escena de Getsemaní a la
misteriosa lucha de Jacob con Dios de /Gn/32/23-33.
JACOB/LUCHA De un tiempo a esta parte Jacob se encontraba angustiado y ahora, en
plena noche, se encuentra solo.
Por más que haya sido objeto de las más consoladoras promesas divinas, ahora va a
chocar continuamente contra renovadas dificultades: ¿es que Dios lo ha rechazado? "En
esta noche de soledad, escribe el historiador G. Ricciotti, Jacob estuvo oprimido por todos
estos pensamientos y su sensación de presión llegó hasta el punto de parecerle una
verdadera agonía".
Existe una relación entre su prueba y la de Jesús. Que puede describirse así: haciendo
uso de su propia libertad, puede el hombre en ocasiones entablar una lucha con Dios,
como en el caso de Jacob y como en el caso de Jesús cuando en el huerto de los Olivos
implora a su Padre.
Pero este combate debe terminar siempre con la sumisión del hombre a Dios y, por
consiguiente, con la victoria de Dios.
Lo cual, por otro lado, constituye realmente la verdadera victoria del hombre.
Y esto es lo que sucede con Jacob que lleva consigo el destino del pueblo elegido: Dios
triunfa sobre él porque lo hiere en el muslo y lo bendice y, sobre todo, porque cambia su
nombre por el de Israel, lo que significa apoderarse de su personalidad para cambiarla.
Pero también Jacob resulta vencedor. A partir de entonces se apreciará en él un "cambio
sorprendente: Jacob era el realizador complejo e inquieto; Israel será el triunfador firme y
benévolo".
Lo mismo sucedió en Getsemaní. Es cierto que triunfó la voluntad del Padre. Pero
también Jesús, representante de toda la humanidad, consiguió triunfar entregándose
libremente a esa voluntad. Y del mismo modo triunfan los hombres cuando usan de su
libertad para entregarse a Dios" (A. Feuillet, L'agonie de Gethsémani, Gabalda).

Después del beso pueden apoderarse de él


La traición de Judas se consuma con un beso o abrazo de amistad, el saludo
característico del discípulo a su Maestro... En la capilla de los Scrovegni, Giotto consigue
representar admirablemente este abrazo en contraposición al abrazo de la Magdalena que
se encuentra en la pared opuesta.
El abrazo de Judas, envuelto en un hosco cielo partido por armas en movimiento, está
representado como la sombra del manto oscuro que envuelve a Jesús, se apodera de él y
lo aplasta, haciéndolo desaparecer.
En cambio, el abrazo de la Magdalena en un ambiente de aire luminoso mañanero
perdiéndose en el horizonte, se abre y se tiende hacia Jesús sin que sepa claramente si
surge de sus manos abiertas o si se dirige a ellas, mientras están tendidas hacia él que
parece rehuirlas para llevarla a las alturas hacia su persona tan blanca como un alba
misteriosa.
El primer abrazo simboliza la violencia de la posesión que ahoga la vida. El segundo, la
donación del amor que la hace germinar. Después de este beso, Jesús pasa a ser un
prisionero. Se apoderan de él. Desde este instante su poderoso cuerpo queda reducido a la
impotencia. Mientras antes operaba prodigios y era el sujeto de todas las acciones, ahora,
en fuerza de la «posesión» y manipulado por sus enemigos, se convertirá en un cuerpo
pasivo que ya nada realizará: sufrirá la pasión de todos los que ejercen la «posesión» (Una
comunità legge il vangelo di Marco II, Bologna 1978).

La primera herida
A Judas no le será suficiente señalar con la mano a Jesús o distinguirlo por los rasgos de
su cara o los colores de su manto...
...Es posible que, una vez junto al Maestro, se diera cuenta Judas de no poder justificar
esa estúpida e ilógica cercanía sin concluirla con un beso...
...Esta boca que lo roza constituye el inicio real de la pasión de su cuerpo: es la primera
brutalidad física. Ia primera herida (L. Santucci, Volete andarvene anche voi?, 1969).

La dirección contraria
«Cristo Jesús... aun siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de sí mismo...» (Flp 2, 5-7).
A esta capacidad del Señor para abrirse al don de sí mismo corresponde el hombre con
una sorprendente riqueza de actitudes contrarias. El vocabulario está lleno de expresiones
significativas de nuestra capacidad de tomar y poseer. Sólo en la letra «a» nos
encontramos con: agarrar, acaparar, atrapar, arramblar, asir, aferrar, apropiarse, arrogarse,
arrebatar...
La actitud contraria de Jesús lo expone al rechazo. Ya en Nazaret tratan de
desembarazarse de él despeñándolo desde el monte, pero esa vez consigue pasar entre
ellos en dirección opuesta, que precisamente es... Ia suya: «pasando por medio de ellos, se
marchó» (Lc 4, 30).
En el huerto, sin embargo, esta dirección contraria le es interrumpida: lo detienen, lo
«arrestan». En el pasaje todos ponen un enorme interés en ser sí mismos y mostrarse
como tales en la captura del Señor. Los que no intervienen directamente, huyen. Y el único
que intenta hacerles frente, lo hace desafortunadamente.
En toda la acción, que termina precisamente con la captura de Jesús, los posesivos
personajes de la narración, incluso el que intenta liberarlo con la espada, son en realidad
poseídos. Su símbolo está en el beso de Judas, poseído por el demonio. Jesús es la única
persona libre... Sus brazos están encadenados. El que aquí habla es un prisionero, un
hombre cada vez más asediado y rodeado. Ya no podrá aferrarse a nada; y todavía será
clavado en la cruz... Contemplando estas manos atadas, su voluntaria incapacidad de
tomar y de abrazar, aumenta en nosotros el conocimiento de su ser divino y libre en radical
oposición con nuestro ser (Una comunità legge il vangelo.... O. c.).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 48-69)
..................
1. Sigo sustancialmente la posición de X. L. Dufour en Face à la mort: Jesus et Paul. París 1979, 116 s.
2. Lucas se limita a la segunda parte (parenética), mientras Juan se refiere exclusivamente a la primera (cris-
tológica). Marcos y Mateo han unido ambas tradiciones aunque con notables diferencias desde el punto de
vista literario.

3-4 - PROCESO ANTE EL SANEDRIN.


CONFESIÓN DE JESÚS Y NEGACIÓN DE PEDRO
Mc/14/53-72 Mt/26/54-71 Jn/18/12-27

Muchos interrogantes
Normalmente, al llegar aquí, los comentaristas más autorizados se cruzan de brazos y
advierten que el proceso de Jesús, especialmente ante el sanedrín, plantea un cúmulo de
dificultades de todo tipo (histórico, judicial, teológico y político) y provoca acendradas
discusiones entre los especialistas sin que hasta el momento se haya llegado a conclusiones
seguras ni siquiera sobre los puntos más importantes.
Partamos, por tanto, de las dificultades y dudas que de ellas se derivan. Dado el carácter
de esta obra, nos limitaremos a esbozarlas.
-Parece improbable la convocatoria nocturna del sanedrín. Como en otras partes las
sesiones del tribunal tienen lugar durante el día. Además, ¿cómo se explica, si se tiene en
cuenta lo imprevisto de la convocatoria, que en plena noche se obtuviera el pleno de 71
personas?
-De acuerdo con el procedimiento procesual normal, una sentencia de muerte sólo podía
dictarse después de un mínimo de dos días de debate y, en todo caso, nunca de noche.
-Existen evidentes divergencias entre los sinópticos. Mc y Mt hablan de una sesión
procesual nocturna «doblada» por una nueva reunión situada en la mañana. Lc sin
embargo, solamente constata una sesión de mañana ante el sanedrín. Y durante la noche
sitúa exclusivamente la negación de Pedro y las burlas de los soldados.
-Una duda importante: ¿Es realmente seguro que las autoridades judías defendieran
solamente el derecho a formular una petición de condena capital, reservando siempre a los
romanos su ejecución?
La duda no es de poca entidad. Porque en el caso de que los judíos también hubieran
podido proceder a la ejecución, toda la responsabilidad de la muerte de Jesús recaería en
los romanos.
-Todo el asunto da la impresión de apresuramiento. Entre otras cosas porque algunas
fuentes históricas presentan a Pilato como un tipo duro, obstinado, no demasiado flexible y
difícilmente influenciable. ¿Cómo se explica entonces que cediera tan rápidamente a las
presiones de las clases dirigentes judías?
-Una duda básica más: el sumo sacerdote califica de blasfemia una declaración de Jesús
sobre su propia mesianidad que, de suyo, no sonaba a blasfema en el judaísmo y, en
cualquier caso, ciertamente no merecedora de muerte. ¿Cuál fue en realidad el delito por el
que Jesús fue condenado?
-Para terminar, ¿cómo puede relatarse una sesión sin la presencia de testigos oculares?
(Y me parece que ésta es la dificultad menos consistente, porque olvida la presencia de
hombres como José de Arimatea y Nicodemo. Y olvida igualmente el hecho de que en una
sesión de decenas de personas los secretos tienen una irresistible tendencia a salir
fuera...).

No es una crónica judicial


Después de haber esbozado los distintos problemas, tratemos de penetrar en los
propósitos de Mc.
Se impone una precisión de fondo.
Mc no hace una crónica judicial (pero tampoco se limita, como pretenden algunos
especialistas modernos, a un mero «despacho de agencia»). No sería el terreno más
adecuado para quien quisiese reconstruir el preciso desarrollo del proceso en sus diversas
fases. Para una investigación de este género Juan estaría en disposición, por ejemplo, de
ofrecer más y mejores cosas.
Leyendo a Mc no se nos informa de cómo se han desarrollado las cosas, pero captamos
el mensaje y el significado escondidos en el proceso judicial de Jesús.
Una vez más tiene una perspectiva teológica (o cristológica para mayor exactitud) y
catequética. El relato del proceso tiene ya un matiz kerigmático.
En él podemos detectar tres elementos esenciales:

1. Todo se centra en torno a la pregunta del sumo sacerdote: "¿Eres tú el Cristo, el Hijo
del Bendito? (o sea, de Dios)".
Por encima del significado que esta expresión pudiera tener para un judío, la pregunta
retoma el tema de todo el evangelio de Mc, un tema declarado desde el principio:
"Comienzo del Evangelio de Jesucristo Hijo de Dios" (1, 1).
En boca del sumo sacerdote la pregunta tenía un simple significado mesiánico. Mc la
utiliza, sin embargo, para expresar la filiación divina de Cristo, entendida al estilo cristiano.
O sea que como hace notar P. Lamarche, hay que insistir más en el sentido que esta
expresión tenía al escribir Mc que en el que le daba el sumo sacerdote.
Ahora bien, para los lectores cristianos, "el apelativo Hijo del Bendito, esto es, Hijo de
Dios, sobrepasa el concepto mesiánico judío y remite a la realidad profunda de Jesús, a su
relación exclusiva con Dios" (R. Fabris).
Con otras palabras, la pregunta incita a la comunidad cristiana, que está en trance de
persecución, a pronunciar la profesión de su propia fe en Cristo, enviado de Dios, Hijo de
Dios, Señor del mundo y de la comunidad.
En ningún otro pasaje, como en éste, el relato de Mc más que historia en sentido estricto,
es kerigma, anuncio.

2. Este propósito es aún más evidente si se tiene en cuenta el particular método con que
el evangelista lleva adelante al mismo tiempo el hilo de las dos historias: la de Cristo y la de
Pedro. Ambos, Maestro y discípulo, sufren un interrogatorio. Y su comportamiento es
radicalmente distinto. Cristo reconoce abiertamente su propia identidad. Pedro declara no
tener nada que ver con el Maestro.
De este modo se sitúa a la comunidad frente al dilema de escoger entre la profesión
valiente de fe, sin concesiones, y la infidelidad, entre salvar su propia vida renegando de
Cristo y perder su propia vida por Cristo y por su evangelio.

3. El mensaje incluye esta anotación nada marginal: la suerte de Jesús ya se ha decidido


anticipadamente, antes del proceso, convirtiéndose éste en un montaje para salvar las
apariencias.
O sea, Jesús ha padecido una injusticia colosal por parte de quienes tenían la pretensión
de juzgarlo. Es el justo inocente enviado a la muerte por la ceguera de los hombres. Su
muerte no ha sido decidida después de un examen objetivo de los hechos, sino que es fruto
de una prejuzgada actitud hostil para con él. Su muerte no es producto de razones
motivadas sino de las pasiones de sus enemigos.

En el nudo de los problemas


No es el momento de ponernos a discutir ahora cada uno de los problemas indicados al
principio.
Por ello voy a limitarme a algunas observaciones sin pretender, por supuesto, solucionar
cuestiones más bien complicadas.

1. Todo ha sido preparado. Y, al menos en parte, esto justifica el precipitarse de los


acontecimientos. Desde el momento en que Judas ofreció la posibilidad de echar mano a
Jesús sin suscitar demasiadas sospechas, las autoridades judías no quieren dejar escapar
esta oportunidad "favorable" y tratan de quemar etapas para evitar complicaciones a su
plan.
Por este motivo puede considerarse plausible la convocatoria nocturna de los miembros
del sanedrín en la casa del sumo sacerdote, si se acepta un acuerdo con Judas sobre la
hora de la "entrega".
Tampoco cabe excluir la existencia de negociaciones previas con Pilato, a quien se
habría "preparado" a conciencia, exagerando especialmente el peligro para el orden público
que Jesús representaba.

2. No se dice que la praxis procesal seguida haya sido la codificada por los fariseos.
Había también una legislación saducea con notables divergencias.
De todos modos, la garantía de los derechos del acusado no era ciertamente lo que
preocupaba (de hecho no se escucha a los testigos de la defensa), sino dar una apariencia
legal al proceso.
Por esta razón la sesión matinal del sanedrín podría incluso no constituir una repetición,
sino servir al objetivo de guardar las formas.
Siendo así, por la noche habría tenido lugar una instrucción informal (que encuentra en
Juan su equivalente en el interrogatorio de Anás).
Por la mañana, con una apariencia de legalidad, se hace la formulación precisa de la
acusación y se lleva a cabo la devolución del imputado a la autoridad romana
"competente".

3. Si los judíos hubiesen ejecutado la sentencia y en base al cargo normalmente


imputado por ellos (blasfemia), Jesús tendría que haber sido lapidado.
Pero es probable que los jefes prefirieran que los romanos se hicieran cargo del asunto
con el fin de que se impusiera al Maestro la crucifixión, considerada una pena
particularmente infamante y, en consecuencia, capaz de desacreditarlo definitivamente con
la gente.
De este modo Jesús habría aparecido más como un delincuente común que como un
hereje.
De todas formas, resulta inútil repartir y "sopesar" con exactitud las responsabilidades de
las diversas partes.
La muerte de Jesús nos compromete a todos.
Todos tenemos nuestra parte de responsabilidad.
"...Pues crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia"
(Heb 6,6).

4. En cuanto al cargo de acusación creo que, independientemente de la expresión


utilizada, Jesús fue condenado, no por una sola declaración o pretensión, sino por el
conjunto de sus palabras y gestos.
Su actitud ante la ley, el culto y el templo fueron los principales determinantes de su
condena.
Jesús tenía la pretensión de poner otra autoridad. Sus comportamientos y su enseñanza
constituían una constante amenaza para el "sistema religioso" existente, para las
costumbres codificadas.
Por eso el "sistema" lo consideró un "blasfemo" y decidió eliminarlo.
Pero para romper la obstinación de Pilato había que dejar al margen el aspecto religioso
del asunto y centrar todo exclusivamente en el factor "peligrosidad" para el orden público de
alguien que se tiene por Mesías.
En esto los jefes judíos demostraron una gran habilidad. Su complot fue casi perfecto.

El Sanedrín
Examinemos ahora más detalladamente el texto.
La reunión tiene lugar "ante el sumo sacerdote" a quien Mc no nombra y que debe ser el
que entonces desempeñaba el cargo (Caifás). Es probable que la reunión tenga lugar no
en la sede del tribunal, aneja al templo, ya que es de noche y está cerrado el templo, sino
en la residencia del sumo sacerdote.
"Se reúnen todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas" (v.53).
Se trata del sanedrín, la máxima asamblea legislativa y judicial de Israel, el guía de la
nación en la práctica.
Recordemos las tres clases que lo componen.
Jefes de los sacerdotes: son la nobleza religiosa. A esta clase pertenecían el sumo
sacerdote en ejercicio (que podía ser sustituido o destituido por el rey o por el gobernador
romano), los ex-sumos sacerdotes que conservaban el título con otros muchos privilegios y,
finalmente, los miembros de las grandes familias sacerdotales.
Los ancianos: son la aristocracia laica, formada esencialmente por ricos propietarios
terratenientes.
Los escribas. El nombre indica simplemente gente que sabe escribir. Pero en realidad
son laicos, con frecuencia de extracción social modesta, expertos en la ley y teólogos. Son
los "doctores" que tantas disputas entablaron con Jesús.

Los falsos testimonios


El sanedrín busca pruebas que justifiquen una condena que en realidad hace mucho que
ha sido dictada.
Para ello se necesitan falsos testimonios. La orquestación del proceso manifiesta en este
punto un fallo manifiesto, claramente debido a la prisa. Para garantizar la validez de un
cargo se necesitan al menos dos declaraciones concordantes. Sin embargo los testigos
comparecientes se contradicen.
Trascendiendo el dato literal, es posible que Mc quiera insinuar que cuando se está
contra la verdad resulta difícil ponerse de acuerdo y surgen las contradicciones. No se
puede estar contra Jesús y decir al mismo tiempo la verdad. Testificar contra él equivale a
ser testigos falsos.
Se decide por fin centrar las acusaciones en un punto concreto.
El tema del templo ha sido siempre un tema candente. Porque era el símbolo de todo el
poder religioso y en torno a él se movían intereses de muy diversa índole.
Jeremías lo pasó muy mal cuando se atrevió a profetizar contra el templo. Estuvo a punto
de costarle la vida, siendo salvado a duras penas por algunos amigos suyos influyentes
(cap 6). Menos fortuna que él tuvo un cierto Urías de Kiriat-Iearim que había proferido
idénticas amenazas pero que disponía de menos protectores que su predecesor. Por eso
se puso a salvo estableciéndose en Egipto. Pero fue sacado de allí y llevado ante el rey
Yoyaquim, quien lo acuchilló (Jr 26, 20-30).
Esteban también será acusado de ultrajar al templo (Hch 6, 13):
"Este hombre no para de hablar en contra del lugar santo y de la ley; pues le hemos oído
decir que ese Jesús, el nazareno, destruiría este lugar y cambiaría las costumbres que
Moisés nos ha transmitido".
Es verdad que Jesús había predicho la destrucción del templo, pero no había afirmado
que lo destruiría él. Por eso es falso el testimonio de los testigos.
Había hablado más bien de un templo reconstruido en tres días (un tiempo cortísimo) no
por manos de hombre, es decir, de un templo distinto, espiritual: su cuerpo resucitado del
que brotará la vida. Y nuevo santuario sería igualmente la nueva comunidad construida
sobre la piedra angular rechazada por los hombres (Observa P. Benoit: "Jesús... quiere
decir que habrá un nuevo culto, una nueva era religiosa... Este punto de vista para con el
templo encuentra eco en los contemporáneos de Jesús. Algunos sectores judíos más
evolucionados y espirituales soñaban con un futuro religioso mejor: esperaban el día en
que desaparecieran el templo y la presente tosquedad del culto para dejar sitio, en la era
escatológica, a un templo nuevo, celeste y espiritual. Se rebelaban contra el sacerdocio de
Jerusalén escandalizados por el escaso espíritu religioso de las grandes familias que
dirigían el culto y que ni siquiera pertenecían a la auténtica descendencia de Aarón. Estos
sacerdotes puritanos, fervorosos y un poco sectarios se habían refugiado en el desierto
abandonando el templo que juzgaban maldito. En sus escritos afirman que su comunidad es
el verdadero santuario, el "Santo de los Santos", el templo viviente y espiritual").
Parece, sin embargo, que se va dejando al margen el tema del templo. Dice P. Lamarche:
"La declaración (la acusación relacionada con el templo) no tiene ningún influjo en la
evolución del proceso. ¿Qué ha inducido a Mc a relatar este episodio a primera vista inútil
en una narración tan sucinta como esta de la pasión? Cabe la sospecha de que lo haya
hecho por razones teológicas.
En un momento tan trascendental como éste nos encontramos con el anillo de una
cadena que tiene que ver con el templo. Este tema, preparado por la purificación del templo
y por el anuncio de su destrucción, volverá a aparecer, principalmente con ocasión de la
muerte de Cristo, en las burlas de los presentes y en la mención del velo.
Estudiando este último pasaje podremos descubrir la relación que Mc ha querido
establecer entre el templo y el cuerpo de Cristo.
Constatamos aquí, por lo menos, la imagen de la destrucción del templo como expresión
simbólica del fin de una alianza y como representación de la muerte de Cristo. La
reconstrucción de un nuevo templo, no realizada por mano de hombre, nos remite, en
cambio, a la resurrección de Cristo, principio de un mundo nuevo y fundamento de una
nueva alianza que transforma las relaciones entre Dios y el hombre. He aquí el telón de
fondo para el relato del proceso y de los insultos" .

La pregunta fundamental
El sumo sacerdote interviene para tomar personalmente las riendas del debate que están
en peligro de romperse.
De las múltiples acusaciones se pasa a la acusación principal sobre la postura de Jesús
frente al templo, para llegar de este modo a la pregunta fundamental sobre la identidad del
imputado.
El proceso se simplifica y toma una dirección precisa. Fuera verdadera o falsa la
intención de Jesús de destruir el templo, lo cierto es que tenía el proyecto de construir otro
nuevo.
Pero, bueno, ¿quién eres? ¿quién te crees? "¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios Bendito?"
(v. 61).
Ya hemos indicado que en el judaísmo el Mesías no tenía necesariamente prerrogativas
divinas y mucho menos se le consideraba hijo de Dios en sentido estricto.
Jesús que hasta ese momento ha estado callado, toma ahora la palabra para afirmar
expresamente: "Sí, soy yo" (v. 62).
Mientras en el relato de Mt encontramos una respuesta evasiva ("tú lo dices"), aquí
estamos ante una afirmación categórica.
Llama la atención que Jesús proclame su propia identidad, precisamente en el evangelio
del secreto mesiánico.
En realidad ahora, en el punto más bajo de la parábola del "anonadamiento", en el cenit
de la debilidad y del fracaso, han desaparecido los peligros de equívoco sobre el sentido de
su misión.
Y, a continuación, Jesús remite al futuro: "Y veréis...". Su poder se manifestará en el
futuro cuando el hijo del hombre sea entronizado a la derecha del poder y venga "entre las
nubes del cielo" (en Mc 13, 6 encontramos "sobre las nubes").
En el fondo Jesús precisa por última vez: Yo soy, pero no como os lo imagináis. Y cita
dos textos: el salmo 109 ("Oráculo del Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha") y una
expresión de Daniel 7, 13 ("aparecer sobre las nubes del cielo").
No es la primera vez que Jesús cita estos textos. El primero ya lo había usado en su
última discusión con los escribas (Mc 12,36); y el segundo en el discurso escatológico (Mc
13, 26).
En el segundo texto puede discutirse si la visión se refiere al hijo del hombre que "sube
sobre las nubes" -como peldaños- para la entronización, para recibir de Dios el poder, o si
"baja" hacia los hombres, en la parusía, para juzgarles. Es posible que Jesús entendiese
ambos significados a la vez (exaltación por la resurrección, pero también alusión a la
parusía).

¿Por qué blasfemó Jesús?


El sumo sacerdote se rasga las vestiduras y dice: "¿Qué necesidad tenemos ya de
testigos? Habéis oído la blasfemia. Qué os parece?" (v. 63).
El gesto de rasgarse las vestiduras expresa indignación y horror.
Hay quien dice que en la túnica había ya un corte preparado para poderla volver
fácilmente a coser... Sea como fuere, lo cierto es que el sumo sacerdote grita
escandalizado por la blasfemia.
Pero ahora se plantea la pregunta: ¿dónde está aquí la blasfemia? Parece que en el
judaísmo no era delito declararse mesías. A este respecto disponemos de significativos
ejemplos. Bástenos citar los nombres de Judas, Atronge, Teudas, Bar Kosba, individuos
todos que tuvieron un grupo de seguidores y cuyas empresas mesiánico-revolucionarias
fracasaron miserable- mente, pero a los que nunca se acusó de blasfemos. A lo sumo se
les consideró desequilibrados. Pero nada más.
P. Lamarche resume del siguiente modo las posturas de distintos investigadores:
"Algunos quieren descubrir la "blasfemia" en la oposición existente entre la pretensión
mesiánica de Jesús y su desesperada situación. ¿Cómo puede proclamarse enviado del
cielo un encadenado, un abandonado, un amenazado de muerte sin tomar el pelo a Dios?
Para otros autores la respuesta de Jesús no comportaría blasfemia alguna: la indignación
del sumo sacerdote sería solamente una comedia encaminada a mover al sanedrín a
condenar al acusado. A partir de idénticas premisas, es decir, de la imposibilidad de
encontrar nada de blasfemo en la declaración de Jesús, otros críticos han sido inducidos a
poner en duda la autenticidad de esta palabra".
El problema sigue abierto.
Es posible que el sumo sacerdote y el sanedrín hayan "leído" la afirmación de Jesús en
clave de apropiación de prerrogativas divinas.
En realidad el salmo 109 (110) habla del rey davídico sentado a la derecha del poder en
cuanto ejerce en la tierra el poder que Dios detenta en los cielos. Con otras palabras: el
trono terreno del Mesías "representa" solamente el trono celestial de Dios. En cambio,
Jesús parece atribuirse un trono celeste. (Cf. el reciente estudio de M. Gourgues, A la
droite de Dieu. Résurrection de Jésus et actualisation du psaume 110:1, dans le nouveau
testament, 978,143 s. He aquí su interesante conclusión: "El judaísmo no considera
blasfema la pretensión de ser el Mesías. De la misma forma, aplicar a un hombre la
invitación del salmo no planteaba ningún problema, porque el sentarse a la derecha de Dios
era entendido como un sentarse terreno. Pero todo cambia desde el momento en que se
adivina en él un sentarse celeste.
Y entonces se hace completamente comprensible que el pretendiente a una realidad así
sea tachado de blasfemo. Otro pasaje de los sinópticos precisa el sentido de la acusación:
en Mt 9, 3 Jesús es igualmente acusado de blasfemia... por atribuirse un poder (perdonar
los pecados) que pertenece exclusivamente a Dios...
Ahora bien, si Jesús manifiesta su pretensión de que debe realizarse realmente en él ese
sentarse a la derecha de Dios del salmo 110, 1 en el sentido de un sentarse celeste, se
atribuye ni más ni menos que una prerrogativa de Dios y profiere, por tanto, una blasfemia.
Reinar en el cielo es propio de Dios. Es inadmisible afirmar que alguien más pueda gozar
de este privilegio. Nadie, ni siquiera el mesías, debería ser igual a Dios...".
Por si fuera poco, al aludir al hijo del hombre que viene entre las nubes, Cristo invierte la
situación actual: de acusado se convertirá en juez de sus propios jueces. Y esto les
resultaba intolerable y ofensivo.
La blasfemia no está, por consiguiente, en declarar "yo soy Hijo de Dios" (una afirmación
sobre la que podía discutirse), sino en la pretensión de ejercer poderes divinos. Una
pretensión tanto más absurda cuanto que Jesús se encuentra en una situación
desesperada (en la que, en su mentalidad, no puede gozar en absoluto del poder de Dios)
y se ha mostrado amigo de los pecadores y misericordioso con ellos hasta llegar a sentarse
a su mesa.
Jesús es un blasfemo porque todo su comportamiento de presunto enviado de Dios está
en contradicción con la imagen que los jefes religiosos tienen de Dios. "Esta imagen de un
Dios misericordioso hasta la debilidad constituye para ellos algo de blasfemo" (P.
Lamarche).
"Todos juzgaron que era reo de muerte" (v. 64). No estamos todavía ante una verdadera
y auténtica sentencia. Esta se dictará por la mañana.
Todos los miembros del sanedrín están de acuerdo en pedir la muerte del Rabbí de
Nazaret.

Silencio y palabra
A lo largo de todo el interrogatorio, la actitud de Jesús oscila entre el silencio y la
palabra.
Jesús calla ante las falsas acusaciones. No responde a los falsos testimonios.
"¿No respondes nada?"... Pero él seguía callado y no respondía nada (v. 60-61).
Este silencio deja entrever ya un resquicio de su identidad: "...No abrió la boca. Como un
cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda,
tampoco él abrió la boca" (/Is/53/07).
San Pedro dirá: "... el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no
amenazaba, sino que se ponía en manos de aquel que juzga con justicia" (1 P 2, 23).
H. Schlier comenta de esta forma: "En el silencio frente a la falsa acusación se manifiesta
la obediencia de su amor, obediencia que carga también con la mentira de los hombres
para llevarla en su lugar.
Jesús no discute. A las acusaciones, incluso a las falsas acusaciones, responde con el
silencio. Y su callar es elocuente. Dice que aquí sufre el siervo de Dios".
No es el suyo el silencio de la protesta, sino el del amor.
No es el silencio de la amargura y del resentimiento, sino un silencio oblativo, sacrificial.
En el fondo, Jesús ha venido para cargar sobre sí la acusación.
Pero por encima del silencio, está también la palabra reveladora de su identidad,
inmediatamente después de la pregunta expresa del sumo sacerdote.
Continúa H. Schlier: "Lo que según Mc 1,11 manifestó sobre él la voz del cielo: "Tú eres
mi Hijo muy amado; en ti me complazco", es retomado ahora por Jesús en su impotencia,
cuando todo parece contradecirlo, y lo confiesa ante sus jueces... El pobre misionero,
desposeído de todo poder y entregado a sus jueces que ya han decidido la sentencia en su
corazón, afirma ser el hijo del hombre, señor y juez" .
Sirviéndose también de la palabra, Jesús retoma el tema del "siervo de Dios" que
"prosperará, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera.
Así como se asombraron de él muchos -pues tan desfigurado tenía el aspecto que no
parecía hombre ni su apariencia era humana- otro tanto se admirarán muchas naciones;
ante él cerrarán los reyes la boca..." (Is 52, 13-14).
El mensaje para la comunidad cristiana es claro: Jesús es el Señor precisamente cuanto
todo parece indicar lo contrario.
El "poderoso" es el que se entrega inerme en manos de sus enemigos, el que no se
defiende ante los jueces y calla ante las acusaciones.
Y el que, cuando habla, otorga a sus adversarios el motivo jurídico para condenarlo a
muerte.
El silencio y la palabra forman parte del testimonio cristiano.
La verdad lleva al Calvario y a la resurrección.

Los ultrajes
"Y algunos se pusieron a escupirle..." (v. 65).
Una escena brevísima, pero rebosante de significado.
Las mismas personas que decretaron la muerte de Jesús se prestan a un espectáculo
vulgar y malvado más bien propio de la soldadesca.
Más tarde se unirán los siervos.
Según Mc son, por consiguiente, los jefes, personas respetables, quienes escupen a
Jesús.
Hemos de tomar inmediatamente nota de esta conclusión: aquellos irreprochables jueces,
después de haber guardado las apariencias legales durante el proceso, dejan ahora paso
libre a sus auténticos sentimientos para con Jesús. Lo que demuestra que el juicio anterior
no había sido totalmente imparcial sino fruto de prejuicios y odio.
A las bofetadas y los golpes (probablemente golpes con la mano y luego con los puños)
viene a añadirse un desagradable juego: se le vendan a Jesús los ojos. Y a continuación se
le pide que adivine, que haga de profeta.
¿Que adivine qué? Mc se olvida de decirlo.
Pero probablemente: ¿quién te ha pegado? Existen muchas interpretaciones de este
episodio. Pero parece importante que se capte el significado funda- mental de la escena: el
Cristo mofado es el profeta por excelencia, el que habla en nombre de Dios. El Cristo con la
venda en los ojos es el que desvela el rostro del Padre.
"De esta forma el Jesús golpeado, maltratado, que se deja abofetear, es la imagen
perfecta del Padre. Y esta revelación en acto es la que ilumina con luz nueva las relaciones
entre Dios y el hombre, y anuncia y posibilita la salvación. Y esta revelación es tan
desconcertante que no hay que escandalizarse si, después de diecinueve siglos de
cristianismo, se encuentra enterrada y escondida bajo el suntuoso revestimiento de una
enseñanza sobre Dios más filosófica, moral y religiosa que auténticamente cristiana".
El discípulo también bajo proceso PEDRO/PASION-J:
Paralelamente al proceso de Jesús se desarrolla el del discípulo, si bien con modalidades
y consecuencias distintas.
El episodio es sin duda histórico. Resulta difícil imaginar que la iglesia haya podido
inventar un hecho tan "escabroso", cuyo protagonista es un personaje de relieve y muy
respetado. A no ser que la primitiva comunidad cristiana tuviera marcadas tendencias
autolesivas, naturalmente... O que se impusiera un fuerte partido antipetrino (lo que debería
probarse). Entre otras cosas, Mc es un fiel discípulo de Pedro y no habría recogido una
calumnia de este género, si de calumnia se hubiera tratado.
En realidad Pedro, que se ha recobrado del sueño y ha recuperado algo de la osadía de
su temperamento generoso, acaso recordando sus tan seguras promesas de fidelidad,
intenta no perder de vista al maestro, aunque manteniéndose a una prudente distancia de
los guardias para evitar complicaciones.
Pero el mismo fuego que dentro del patio le sirve para calentarse, sirve también a una
criada para observarlo con atención.
Y así comienza un molesto interrogatorio que Pedro trata de evitar fingiendo primero
estar en las nubes ("ni le reconozco ni sé de qué me hablas") (v. 68) y alejándose después
hacia el atrio exterior del patio, desde donde puede seguir el desarrollo de los hechos sin
comprometerse demasiado.
Pero la criada es tan implacable en su investigación y denuncia que encuentra incluso la
confirmación de los presentes, que no tienen duda alguna sobre la procedencia de Pedro
(aunque no se nos concreten los indicios por los que conocen que es de Galilea, quizás por
el vestido).
Estamos ante una triple negación de Pedro. La última acompañada de juramento.
La expresión "imprecar" significa "maldecir" (a alguien o a sí mismos). En realidad Pedro
llega a decir: "Que Dios me maldiga si conozco a este hombre".
"Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez" (v. 72). Algunos manuscritos no
recogen el primer canto del gallo.
Entonces Pedro se acuerda de la palabra de Jesús que había predicho su caída, su
negativa a dejarse mezclar en el asunto de su Maestro.
"Y rompió a llorar" (v. 73). Como ya hemos advertido, el primer verbo es susceptible de
diversas traducciones. Teofilacto propone la siguiente: "habiéndose cubierto la cabeza...
lloró". Por tanto, se habría tapado la cara con el manto o con un velo. Como si quisiera
significar su vergüenza.
Igualmente significativa es la traducción que se ajusta al sentido literal de "lanzarse de
cabeza a hacer algo". O sea, en ese momento, Pedro explota en sollozos. Es lo más
urgente que tiene que hacer.
Creo que el significado del episodio para la comunidad cristiana, que no ha podido dejar
de recogerlo, tiene tres aspectos:
1. Cualquiera puede pedir a un discípulo cuentas de su fe. Y el cristiano debe responder
y dar testimonio incluso ante la persona más insignificante, y no solamente en las grandes
ocasiones y en los ambientes más cualificados.
2. La comunidad no puede considerarse inmune, "garantizada" de caídas y compromisos
desde el momento en que hasta el jefe ha capitulado de una forma tan poco gloriosa.
El reconocimiento humilde de la propia debilidad vale más que todas las altisonantes
declaraciones de valor y fidelidad.
3. "Cuando Dios espera el testimonio de un discípulo, la negativa a darlo se convierte en
culpa" (E. Schweizer). Y lo único que puede hacerse es llorar, no justificarse.

PROVOCACIONES

1."Pedro lo siguió de lejos".


Ha comenzado ya la negación; más aún, se ha consumado.
"Seguir" y "de lejos" son dos términos antitéticos e irreconciliables cuando se trata del
Maestro.
Más que seguir, se abre una distancia.
Más que estar detrás, se toman las distancias.
Dentro de poco, en el interrogatorio realizado por la petulante criada alrededor del fuego,
Pedro dejará exteriorizar el alejamiento que ya ha tomado cuerpo dentro de su alma. Seguir
a Cristo "de lejos" tomando las debidas precauciones, equivale a no reconocerlo.
Traición no es sólo darle la espalda. Puede ser también la pretensión de engañarse a sí
mismos y a los demás con una fidelidad externa que intentar evitar tanto perderlo de vista
como comprometerse por él.
De hecho, Pedro no quiere problemas: ni por parte de Cristo, ni por parte de sus
enemigos. Algo imposible.

2. Judas ha entregado al Maestro en manos de sus enemigos (he aquí la traición). Pero
Pedro y sus compañeros en fuga se lo han dejado.

3. "¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia".


Tratándose de Cristo es inútil preocuparse por encontrar testigos falsos. Bastan sus
palabras para condenarlo. Lo que dice ahora, en este preciso instante.
No es necesario atribuirle quién sabe qué culpas.
La auténtica e imperdonable culpa no está en lo que hagamos decir sino en lo que él
verdaderamente dice.
El evangelio es el más grande cargo contra él.
No puede ser más que culpable.
Culpable porque, a la luz de lo que ha dicho y de lo que dice ahora y aquí, nos sentimos
culpables.

4. Es realmente impresionante el cuadro que presenta Mc.


Esos individuos mesurados que siguen el procedimiento e interrogan, juzgan, se
escandalizan y condenan, son los mismos que se entregan sin control a un vulgar juego de
cuartel contra el imputado.
No se trata de dos momentos, de dos actitudes distintas. Como si una vez dejada la
severa toga del juez, determinados hombres puedan abandonarse a los más estúpidos
instintos.
Mc nos da a entender que se trata de la misma postura de fondo.
La postura del desprecio.
Los insultos, los esputos y las bofetadas se enmascaran bajo el envoltorio de la severa
aplicación de la ley y del reglamento, bajo la cobertura de la preocupación por la gloria de
Dios.
Algunas veces se topa con individuos que juzgan todo y a todos.
Nada ni nadie está a cubierto de sus implacables condenas.
Pero te das cuenta, primero con estupor y luego con desagrado, que bajo palabras y
razonamientos irreprochables, se esconde algo sospechoso, algo deshonesto.
Y son injustos precisamente por tener razón.
Porque se sirven de la ley para ocultar el desprecio que sienten por el otro.
Solamente puede estarse de parte de la ley si no se está contra nadie.

5. "Adivina".
Necesitamos que tengas la venda bien apretada en tu cara.
Por eso te la hemos puesto.
Es nuestra obra de piedad. Para con nosotros mismos, no para el condenado.
Queremos poder seguir con nuestro malvado juego sin tenernos que encontrar con tu
mirada.
Necesitamos anestesia para hacer el mal.
Esa venda, entre otras cosas dice mucho de nuestro coraje.
Nos da seguridad.
Así estamos seguros de que no ves de dónde viene el golpe.
Y no nos damos cuenta de que tú deberías ver.
No se trata de "adivinar" al culpable.
Si no de saber a quién vas a conceder tu perdón.

6. Bien pensado, es verdad que Pedro ha sido sincero al jurar: "¡Yo no conozco a ese
hombre de que me habláis!".
En realidad al Cristo humillado, rechazado, condenado, llevado hacia la muerte nunca lo
ha conocido, nunca ha querido reconocerlo.
Jamás ha compartido la elección de ese camino.
El aceptaba otro Jesús.
Con éste no ha estado nunca de acuerdo.
Estaba dispuesto a seguir al Jesús de los milagros, de las curaciones, de las
revelaciones excepcionales, pero no a este hombre que se esconde, que no se defiende,
que se deja procesar y burlar.
¡Vale ya! Demasiado fácil cebarse en Pedro.
Pero yo obro peor que él.
Aun negando a su Maestro, Pedro por lo menos ha sido sincero, incluso honesto.
Yo puedo afirmar solemnemente que conozco a este hombre (¡como no me complico la
vida con ello!). Y, sin embargo, doy un testimonio falso.
Porque no acepto su camino.
La falsedad más colosal, la más grande impostura es ésta: afirmar que estás de parte de
Cristo y no tener nada que ver con él.
Es decir, reconocerlo pero guardarse bien de parecerse a él.

7. "Y rompió a llorar".


Lo contrario a la debilidad no es la fuerza sino el reconocimiento de la culpa.
Lo contrario a la cobardía no es el valor sino el llanto que deja entrever, por encima del
ilimitado horizonte de la propia miseria, la posibilidad del perdón.

CONFRONTACIONES

La iglesia no se apoya en hombres de piedra


El jefe de los apóstoles ha vivido esta hora oscura, el hombre de piedra ¡ha estado tan
débil y tan blando! Pero entonces se sabía que los apóstoles no eran ni santos ni héroes
sino solamente servidores, enviados, solamente pecadores justificados, semejantes a todos
los demás hombres. Se sabía que la iglesia no está fundada sobre hombres de piedra o
sobre héroes, sino solamente sobre Cristo, y que la caída y el pecado de los hombres de
Dios lo que hacen es poner en evidencia el poder de la gracia (G. Dehn, Il Figlio di Dio,
1950).

No basta con matarlo; hay que mandarlo al infierno


Ahora que Jesús está en prisión, ¿qué hacer con él? Lo primero que se le ocurriría a un
bandido sería asesinarlo y arrojar a un pozo su cadáver.
Pero los enemigos de Jesús no eran bandidos. Eran la élite intelectual, social, religiosa y
política de Israel, eran ese tipo de gente que abarrota las academias, los clubs mundanos,
las tribunas oficiales en todas las manifestaciones importantes, los salones, en fin, gente
cuya invitación a cenar en la ciudad se consideraría un honor. Todavía más, eran hombres
demasiado inteligentes y avezados a sopesar todas las posibles consecuencias de cada
uno de sus actos.
Habían logrado echar mano a Jesús. Bien. Pero ahora no había que contentarse con
matarlo; había que mandarlo al infierno. No les bastaba con desembarazarse de Jesús:
sobre todo había que marcarlo con una infamia ante los ojos de todo el mundo y no con una
infamia cualquiera sino, en una nación teocrática y religiosa como Israel, con la infamia
sagrada y ritual (R.-L. Bruckberger, La storia di Gesù Cristo, 1967).

Este hombre a quien desconocemos


Jesús es "este hombre" a quien desconocemos, a quien nunca llegaremos del todo a
comprender, a quien sentimos miedo de aprender a "conocer".
"Este hombre" es realmente el Hijo de Dios.
Descubrir esta verdad, como Pedro, en las lágrimas del arrepentimiento, al final de
nuestra noche de compromisos y defecciones, o en la fatiga, al término de nuestra jornada
de mentiras y crímenes, significa confiarse al amor misericordioso del Señor.
No sabemos lo que pedimos cuando le rogamos poderlo seguir; no sabemos lo que
hacemos cuando lo clavamos en la cruz. Y esta incomprensión abre en nosotros un espacio
a la revelación de Dios. La voz de Jesús, convirtiéndose en la nuestra, es más fuerte que la
nuestra; la declaración del Mesías ante el sanedrín se había transformado en negación en
boca de Pedro, porque se empeñaba en repetirla con sus propias fuerzas; la larga agonía
del crucificado se transforma en un grito de fe en los labios del centurión, porque consiente
verse involucrado personalmente en ella. Del mismo modo la buena noticia ha de
proclamarse a todas las gentes, pero nosotros deberíamos limitarnos a repetir sus palabras:
"No seréis vosotros quienes habléis, sino el Espíritu Santo".
Jesús será siempre el objeto de nuestra negación, pero también de nuestra fe
perdonada. Esta es la poco confortadora, pero envidiable situación del cristiano: que se
encuentra entre la crisis de la fe que nos hace rechazar el seguimiento por demasiado duro,
y el grito de la fe que nos lleva al compromiso por encima de nuestras fuerzas (J.
Radermakers, Il evangelo di Gesù secondo Marco, Bologna 1974).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 72-88)

3-5 - JESÚS ANTE PILATO:


INTERROGATORIO, CONDENA E INSULTOS
Mc/15/01-20 Mt/27/01-02 Mt/27/11-31 Lc/23/01-06 Lc/23/13-25
J/PILATO

La entrega a Pilato
Después del proceso judío -"legalizado" por la sesión matinal del sanedrín- he aquí el
proceso romano.
Y en él persiste una pregunta central: "¿Eres tú el rey de los judíos?".
Durante el traslado desde el sanedrín al palacio del procurador se ha cambiado el cargo
acusatorio.
Pues la clase dirigente no podía sostener frente al funcionario romano la acusación de la
apropiación por Jesús del título del hijo del hombre.
Pilato no debía tener mucha familiaridad con las Escrituras y, en particular, con el libro de
Daniel y era poco probable que le picara la curiosidad de dedicarse a su lectura.
Era evidente que el procurador romano no iba a meterse en disputas religiosas.
He aquí que el hijo del hombre llega entonces a Pilato como "rey de los judíos" o,
implícitamente, como un sedicioso, como alguien capaz de provocar desórdenes e incluso
insurrecciones populares. "Rey de los judíos" pudiera ser quizás la traducción inexacta, pero
comprensible para Pilato, del título de "Mesías" (Cristo).
En otras palabras: los jefes de los sacerdotes habían intuido perfecta- mente que a Pilato
únicamente podría interesarle el aspecto político del asunto. De hecho, así fue.
En el relato de Mc hay dos polos: "rey de los judíos" y "jefes de los sacerdotes". Ambas
expresiones se repiten cuatro veces.
Pilato se da cuenta de lo que se oculta tras el asunto de que debe ocuparse: la envidia (v.
10). Y esa hay que atribuirla a los sumos sacerdotes, no a la gente.
Quizás tenga razón Bruckberger al definir el segundo proceso como un proceso "de cara
a la galería".
En realidad Jesús es condenado dos veces por distintos motivos.
El primer proceso ha sido un asunto interno de Israel.
El segundo refleja las preocupaciones de un funcionario de Roma.
De todas formas, tanto desde un ángulo religioso como desde un ángulo político, Jesús es
eliminado porque constituye un motivo de preocupación para los "responsables". Es un
perturbador.
El relato puede dividirse en cinco partes:
- entrega a Pilato (v. 1)
- interrogatorio (2-5)
- trueque con Barrabás y liberación de éste (6-15)
- condena a muerte de Jesús (v. 15)
- burlas de los soldados (16-20).

Aunque incurriendo en alguna inexactitud, P, Benoit hace notar el gran mérito de Mc en


hacernos captar con su tiempo "esencial" los principales momentos del drama.
Así el tema del "rey de los judíos" se desarrolla ahora de forma coherente dentro de su
paradoja. A Jesús se le acusa de esto. Y al final, después de la condena, se le coronó y se
le conceden honores reales, aunque sea de burla. Es decir, sólo burlescamente Jesús es
reconocido rey.

Un cierto embarazo en la respuesta de Jesús


Desde el punto de vista literario, Mc incurre en algunos fallos.
Por ejemplo la pregunta del v. 2 ("¿Eres tú el rey de los judíos?") sería más lógica
después del v.5, o sea, después que Pilato ha escuchado las acusaciones y no antes. Pues
no puede haberse inventado él ese delito, sino que debe habérselo oído a los que acusan
al prisionero.
Igualmente sorprende bastante el "de nuevo" del v.1, ya que nada se dice de que antes
ya haya pedido el pueblo a grandes gritos la crucifixión.
Se sabe que Pilato fue gobernador de Judea desde el 26 al 36 después de Cristo.
Era poco bien visto por los judíos, y no sólo por ser la personificación del poder romano,
sino por sus hechos decididamente impopulares e incluso provocadores. Como cuando
cogió del tesoro el dinero necesario para la construcción de un acueducto, provocando una
sublevación ahogada en sangre por el procurador. En Lc 13, 1 se recuerda otra
intervención brutal y sacrílega suya.
Su carrera se verá truncada por un infortunio, debido probablemente a exceso de celo. Al
pasarse en su crueldad con los samaritanos, intervino Vitelio, legado imperial de Siria, para
destituirlo y enviarlo a Roma.
Desde este momento se le pierde de vista.
Su nombre aparece en los Anales de Tácito (XV, 44) relacionado con la ejecución de
Jesús.
Se le atribuye un escrito apócrifo titulado "Carta de Pilato" dirigida a Claudio. En la Edad
Media circulará igualmente su presunta "Correspondencia con Tiberio".
Del relato de Mc se extrae la conclusión de un hombre ambiguo, mediocre, indeciso y
oportunista, cuyo lema podría ser "pocas historias" y cuyo programa puede resumirse en su
preocupación fundamental por "no tener problemas".
El procurador romano residía habitualmente en Cesárea, una localidad balnearia que se
asoma al Mediterráneo. Subía a Jerusalén, probablemente sin excesivo entusiasmo, en las
grandes festividades judías para garantizar el orden público y prevenir revueltas
populares.
Ni siquiera se precisa el lugar del interrogatorio. Con toda probabilidad en la torre
Antonia, la fortaleza que dominaba la explanada del templo desde la esquina noroeste y en
la que estaban ubicadas la guarnición romana y la cárcel judicial. P. Benoit se inclina, en
cambio, por el viejo palacio de Herodes, situado al oeste de la ciudad, como sede del
Pretorio del que habla el Evangelio.

"¿Eres tú el rey de los judíos?" (v.2).


En realidad nadie podía ser rey de los judíos. En efecto, el título permitido por los
ocupantes era el de "tetrarca". Pero los romanos toleraban que el pueblo continuara
llamando "rey" al tetrarca que había jurado fidelidad al emperador y que era poco más que
un personaje decorativo.
Esta vez la respuesta de Jesús no es tan clara como la dada al sumo sacerdote. Se limita
a afirmar: "tú lo dices". Que puede ser lo mismo que: "como tú quieras".
Se tiene la impresión de un cierto embarazo. Jesús se da cuenta de que, con ese
término, Pilato entiende algo distinto a lo que entiende él.
Por ello no puede dejar de responder, pero usa una expresión que subraya cómo juez y
acusado se están moviendo en dos lineas diversas e irreconciliables.
Anota justamente Schweizer: "Toda la sección se preocupa exclusivamente por el inerme
silencio de Jesús frente a todas las preguntas de Pilato, a todas las sutiles declaraciones
de culpabilidad promovidas por los jefes de la política religiosa y a todo el ruido del
populacho. De este modo se proclama la consciente y voluntaria pasión de Jesús".

La gracia para Barrabás


Al llegar aquí hay un intermedio en el relato del interrogatorio.
Pilato propone al pueblo, que ha subido a pedir la concesión anual de gracia para un
prisionero político, la liberación del "rey de los judíos".
Pero la multitud, instigada por los sumos sacerdotes, pide la libertad del terrorista
Barrabás y la crucifixión de Jesús.
La costumbre de la amnistía pascual se basaría en el recuerdo de la liberación de la
esclavitud de Egipto (y supondría el reconocimiento implícito de la tiranía de Roma sobre
los judíos), pero ningún documento histórico romano ni judío lo confirma.
Lagrange discute si se trata de la "abolitio", previa a la condena, o de "indulgentia" que es
una verdadera gracia. En el caso de Jesús estaríamos claramente ante la abolitio por no
haberse pronunciado todavía condena alguna.
Transcribo a continuación dos opiniones opuestas sobre la historicidad del episodio.
E. Schweizer: "Es muy improbable la existencia de la costumbre de poner todos los años
en libertad a un detenido... Desde un punto de vista histórico el relato difícilmente es exacto
incluso en los detalles. El ofrecimiento de liberar un detenido (v. 9) antes de haberse
dictado la sentencia o hasta antes de haberse planteado el problema de su culpabilidad, es
una bofetada al procedimiento procesual romano.
Más verosímil y admisible es un caso aislado de gracia, narrado para contraponerlo a la
condena de Jesús haciéndola aparecer todavía más dura e incluso quizás para indicar el
carácter sustitutivo de la pasión de Jesús: el homicida queda en libertad, mientras el Hijo de
Dios carga con la pena".
R.Schnackenburg: "...Habrá que cuidarse de emitir juicios apodícticos en este terreno.
Pilato, frío calculador y hábil político, ante la persistente y obstinada resistencia de los
judíos, podía muy bien haber tomado la decisión de sacrificar a la voluntad popular un
judío, que al fin y al cabo había sido acusado de sedición. En este aserto merece en cierto
modo credibilidad el relato de Jn para el que Pilato había sido objeto de una presión política
(Jn 19, 12s)".
Creo que la posición de este último lleva al reconocimiento de la historicidad del episodio
que Barrabás protagoniza sin llegar a probar, sin embargo, la costumbre anual de la
amnistía. Se trataría a lo sumo de una iniciativa personal de Pilato dentro de sus poderes
facultativos. Y punto.
Personalmente me limito a dos observaciones:
1. La circustancia de la amnistía pascual podría deducirse del hecho de que tanto Pilato
como los miembros del sanedrín hayan tenido la misma idea, si bien con distinto fin y por
diferentes motivos.
El procurador veía en ella una escapatoria para sustraerse a la desagradable función de
juez.
Los jefes de los sacerdotes, previendo la jugada de Pilato que habría condenado al
fracaso todo su plan, instigaron a la multitud a pedir la acostumbrada gracia, pero
anticipándose a hacer circular el nombre de Barrabás para evitar que el gobernador se les
adelantara y los pusiera ante un hecho consumado: la liberación del "rey de los judíos".
2. La contra-posición Barrabás-Jesús puede también justificarse en el sentido siguiente:
aquel "hijo de padre desconocido" era un símbolo de la resistencia al ocupante romano,
mientras que Jesús habría defraudado las aspiraciones nacionalistas de su gente.

El inocente condenado
De Barrabás nada se sabe si exceptuamos lo que dice el evangelio.
Su nombre puede significar "hijo del Maestro" (Bar-Rabba) o "hijo del Padre" (Bar-Abba).
Y en este sentido también Jesús sería "Barrabás".
Pero es posible que la segunda etimología a que nos referimos deba entenderse en el
sentido del "hijo del padre", es decir, hijo de padre desconocido para referirse a un
desbandado, un "estúpido".
De todos modos es el terrorista quien consigue la amnistía en lugar del "rey de los
judíos"' La gente (pero no generalicemos: trata de la gente de Jerusalén, muy distinta de la
de Galilea; y, además, de una parte de ella, maniatada y dirigida por los jerarcas religiosos)
pide a grandes gritos la crucifixión de Jesús. Es la primera vez que aparece en el evangelio
la hostilidad de la gente para con Jesús. Al contrario, hasta ahora la simpatía popular era
un elemento que obligaba a los jefes a ser prudentes en la realización de su plan.
Pilato tergiversa, discute, negocia, se toma tiempo pero, al final, capitula ante la
multitud.
Y esto sorprende bastante si es verdad que se trataba de un tipo poco impresionable y
capaz de acciones provocadoras. Pero quizás el procurador romano quería hacerse
perdonar algunas cosas por los judíos. Y ha querido saldar cuentas de este modo.
Pero no sin haber antes emitido, a su manera, un veredicto de inocencia sobre Jesús:
"Pero ¿qué mal ha hecho?" (v. 14). No es una declaración explícita de inocencia, es sólo
una pregunta, pero es lo más que cabe esperar, dadas las circustancias, de un individuo
como Pilato preocupado de tener en cuenta tantas cosas. Del mismo modo su "extrañeza"
ante el silencio del imputado (v. 5) constituía en el fondo una especie de homenaje a la
dignidad de Jesús.

"...Después de azotarle" (v. 15). Mc se contenta con esta rapidísima alusión a la


flagelación. Este atroz castigo constituía, paradójicamente, un acto de piedad para con los
condenados. Como la muerte por crucifixión era desgarradoramente larga, los desgraciados
condenados a ella eran flagelados con anterioridad hasta perder sangre para debilitarlos y
hacerlos... menos resistentes a la muerte que de esta forma llegaba más rápidamente y
que, en algunos casos, sobrevenía incluso en el transcurso de este prólogo cruel.
Al final Pilato da la impresión de tener prisa. Prisa de "cerrar" este caso, que al principio
había intentado eludir. Hecha contra sus deseos la elección entre Jesús y Barrabás, quiere
terminar cuanto antes con este desagradable asunto. Y su prisa coincide con la de los
judíos, que quieren celebrar tranquilamente "su" pascua después de haber terminado con el
"perturbador". Evidentemente, a Pilato la pascua no le importa nada. Es un gaje propio de
su oficio. Ni mayor ni menor que ese "gaje" del que ha tenido que ocuparse bien a pesar
suyo.

Las burlas de los soldados


J/ESCARNIOS
Al final del proceso romano, Mc sitúa la escena de las burlas de los soldados. Es
evidente su paralelismo con el episodio de los insultos con que concluye el proceso judío.
P. Benoit defiende con numerosas razones que el lugar más lógico de este episodio estaría
no antes y no después de la flagelación. Se trataría de una diversión de los soldados
romanos para matar su aburrimiento durante la larga negociación del procurador con las
autoridades y la multitud judía.
Su protagonista debe ser la escolta militar que había acompañado a Pilato desde
Cesarea, de la que formaban también parte algunos auxiliares de Siria, famosos por su odio
hacia los judíos. Esto explica su encarnizamiento en la burla contra el "rey de los judíos".
Jesús es despojado de sus vestidos y lo cubren con un capote militar de púrpura roto y le
ponen en la cabeza una corona trenzada de espinas (hay en Palestina espinas de más de
un dedo de largas). Y representan una parodia de los honores reales. Una especie de
ceremonia burlesca de la aclamación ("¡Ave Caesar imperator!") y de la consagración del
rey.
Todo esto acompañado de salivazos y golpes en la cabeza con la caña (que
probablemente ha rechazado el condenado como cetro) e interrumpido por burlonas
genuflexiones.
Jesús no reacciona. No hace nada. Deja que hagan con él lo que quieran. Se convierte
en una especie de juguete en manos de los hombres.
Dice R. Schnackemburg: "Desde la antigüedad conocemos no pocas escenas parecidas
de disfraz, tanto en casos aislados como en costumbres tradicionales. Filón de Alejandría
cuenta cómo, con motivo de la entrada de Agripa en la capital de Egipto, un pobre tonto
llamado Carabás fue coronado con una diadema de papel y, envuelto en una manta, le
pusieron una caña en la mano. Después se hizo una parodia de una audiencia solemne, y
todo para mofarse del rey de los judíos...
...Durante la fiesta de Sakia, los persas tenían la costumbre de conceder a un
delincuente vestido de rey hacer lo que quisiera, para terminar después azotándolo y
ahorcándolo.
Pero todos los intentos realizados para relacionar la burla hecha a Jesús con esas
costumbres son las derivaciones de una investigación, que ve en todo substratos místicos o
supersticiosos. Naturalmente no hay nada que impida un parangón con la historia de
Carabás, pero no puede aducirse como explicación de la burla sufrida por Jesús
sirviéndose de la asonancia de ese nombre con el de Barrabás.
·Atanasio-SAN recogerá el significado de este episodio en el estupendo texto siguiente:
"Se le condena a muerte como hombre y ahora que va a morir se le adora como Dios. Se le
reduce a la infranada y luego se le proclama rey. Le despojan de sus vestidos de pobre
para ponerle la púrpura. Desconocen quién es al que están llenando de insultos y burlas y,
sin embargo, lo llaman profeta. Y mientras se ríen de él, mientras le golpean, le otorgan el
trofeo del vencedor: la clámide de púrpura, la corona de espinas, el cetro de caña. En
verdad que hacían todo esto en plan de burla y, sin embargo, él no hacía más que aceptar
lo que se le debía".
Finalmente una cita de un autor moderno: "Lo que los evangelistas ponen de relieve es,
por una parte, la inocencia de Jesús y, por otra, la imposibilidad concreta por parte de los
hombres de saber quién es en realidad. Al fin se le detiene, se le condena y se le ajusticia
porque es en verdad el mesías de Dios, el mesías sufriente y no la imagen que de él se
habían hecho los hombres" (J. ·Radermakers).

PROVOCACIONES

1. Casi todos los títulos son como éste: «Jesús ante Pilato».
Pero para Pilato es distinto.
Está cara a cara con Jesús, pero también con los jefes judíos, con la vociferante multitud
y, al menos mentalmente, con sus superiores de Roma.
Con toda esta gente tiene que hacer cuentas. Y es natural que sea el detenido el que
sufra las consecuencias. Hay quienes cuentan más que él.
Cuando no se tiene el valor de permanecer cara a cara solo con el inocente, sino que se
mira de reojo en otras direcciones, se toman las mismas decisiones de Pilato, unas
decisiones para «contentar», y no fruto de la coherencia y de la convicción.

2. Comprendo a Pilato. No quería saber nada de ese detenido. De hecho propuso su


liberación antes incluso de juzgarlo. Lo que quería era quitárselo de encima lo antes
posible. Se lo habían "entregado".
Pero no tenía intención alguna de quedárselo.
Pero lo que Pilato pretendía era encontrar una escapatoria.
Eliminar una presencia inquietante sin verse obligado a pronunciarse sobre ella.
No lo logró. Se lo impidieron.
Se le obligó a elegir. No entre Jesús y Barrabás (pues esa elección la han hecho los
otros). Sino entre Jesús y tantísimas otras cosas: la multitud, las autoridades locales, su
propia popularidad, su carrera, sus problemas.
Siempre pasa lo mismo con Jesús. Sería fácil acogerlo o rechazarlo sin ocuparse
demasiado de él. Aceptarlo o eliminarlo sin tener que escoger.
Pero Jesús se presenta siempre como alternativa de alguien o de algo.
El sí a él ha de salir de un no a otros o a otra cosa.
Solamente se escucha su voz haciendo callar otros ruidos.
La cuestión fundamental no es si Jesús es inocente o no. Sino si estamos dispuestos a
dejarnos implicar personalmente.
No se trata de liberarse de él. Sino de definirnos claramente.
Jesús quiere convertirse en problema, interrogante y decisión para nosotros. No se
resigna a obtener un certificado de buena conducta ("¿qué mal ha hecho?").
Mejor encadenado que libre sin habernos fastidiado el sueño y la digestión.
Mejor juguete de la soldadesca que insignificante.
El Cristo escarnecido posee una trágica grandeza.
Cristo "respetado", mantenido a distancia, inocuo. He aquí la verdadera y sacrílega
burla.
Démosle también el visado obligatorio de salida del territorio de nuestra existencia. Pero
al menos tengamos la honradez de explicarle los motivos por los que le consideramos
"indeseable". Y, después quizás por la tarde, cuando estemos solos, expliquémonos a
nosotros mismos las cosas y los valores "deseables".

3. "Les soltó a Barrabás y les entregó a Jesús".


Me impresionan estos dos "les" del relato de Mc.
Es la revancha de Pilato. Su generosidad.
Le piden uno y les entrega dos. Al prisionero libre y al inocente encadenado. Dos regalos
a la vez.
Tanto Barrabás como Jesús les pertenecen. Les tocan. Les han de recibir a los dos.
Pero hay uno de más.
Escoger contra Jesús, posponerlo a cualquier cosa, significa conseguir lo que habíamos
elegido. Pero nos encontramos entre las manos también a aquel que hemos rechazado. En
espera de ser eliminado.
Todo comienza desde este instante.
El instante de la ejecución.

4. No sé por qué nos impresiona tanto el episodio de Barrabás, por qué nos lamentamos
tanto de este cambio.
Claro, no nos hemos dado cuenta de que Barrabás somos nosotros.
Cada uno de nosotros somos el criminal que ha salvado su vida a cambio de la muerte de
Cristo.
El trueque no ha salido de Pilato, sino de Dios.
Y la elección no ha procedido de la gente, sino del mismo prisionero.
El se declaró culpable por nosotros. El, el inocente, ha cargado con la culpa destinada a
nosotros.
En este momento obtuvimos la concesión de la gracia pascual.
En ese momento cada uno de nosotros ha pasado a ser literalmente Barrabás, hijo del
Padre.

5. Se dice la "burla" de los soldados.


Pero la auténtica burla consiste en ver a hombres de iglesia, a personas religiosas,
aceptar y tomar en serio honores mundanos.
Y todo lo justifican con la gloria de Dios.
Olvidan que la gloria del Padre se sitúa en el hondón del anonadamiento del Hijo.
Olvidan que Dios es glorificado por el Cristo vilipendiado, escarnecido, escupido,
golpeado, tomado a burla como rey.

6. Y han conseguido de este modo lo que querían.


Los jefes la condena del rey de los judíos, la gente a Barrabás, Judas los denarios, el
sueño los discípulos, la diversión los soldados.
Pero también el Padre ha conseguido su objetivo: la obediencia de su Hijo.
El, en cambio, ha obtenido todo lo que querían los otros.
Este su recibir, este su interminable padecer, este su aceptar voluntariamente todo, es su
modo de dar en la pasión.

CONFRONTACIONES

Poncio Pilato
El día 14 del mes primaveral de Nisán, por la mañana temprano, envuelto en un manto
blanco forrado de rojo, con un típico andar de caballero, entró el procurador de Judea
Poncio Pilato en el pórtico situado entre las dos alas del palacio de Herodes el Grande...
...Sobre el pavimento de mosaico cerca de la fuente estaba ya preparado el sillón, se
sentó sin mirar a nadie y extendió la mano. Respetuosamente el secretario depositó en ella
un pergamino. Sin poder reprimir un gesto de dolor, dio una rápida ojeada al escrito y
devolvió el pergamino al secretario...
...Traed al acusado.
Desde el rellano del jardín, dos legionarios llevaron rápidamente al balcón del soportal y
detuvieron delante del sillón del procurador a un hombre que aparentaba unos veintisiete
años. Vestía un viejo y deteriorado manto azul. Su cabeza estaba cubierta por una venda
blanca con una correa alrededor de la frente y las manos atadas detrás de las espaldas.
Debajo del ojo izquierdo el hombre tenía un gran cardenal y en el extremo de los labios una
escoriación con un poco de sangre coagulado. El hombre miraba al procurador con una
curiosidad llena de inquietud (M. Bulgakov, El Maestro y Margarita Madrid 1968).

Sugerencia a un pintor
Apenas era de día cuando aquel gentío ocupó las cercanías del pretorio. He dicho
cercanías, porque aquella increíble gente mezclaba las prescripciones legales con
cualquier cosa, incluso con sus pasiones y sus odios. Aceptaban al procurador romano
como juez de un hijo de Israel y la prueba está en que le llevaron a Jesús a su presencia,
pero por nada del mundo habrían puesto sus pies dentro de un pretorio pagano para no
mancharse la víspera de la pascua. A este extremo habían llegado. En las observancias
religiosas hay una cierta lógica que, desviándola de su verdadero fin, conduce directamente
al fariseísmo. Ni siquiera pasa por la cabeza de los enemigos de Jesús la idea de que al
pedir el derramamiento de la sangre de un inocente, se están manchando con un delito
mayor que el de sobrepasar una determinada línea imaginaria.
Sin embargo empujan a Jesús hasta el pretorio aunque fuera como ellos un «súbdito de
la ley». En este espacio sacralizado, entre el juez y sus acusadores, Jesús está solo,
intocable. Es curioso que ningún pintor nunca haya intentado retratar esta multitud de
acusadores encerrados entre la muchedumbre pero, al mismo tiempo, aunque no hubiera
ningún obstáculo real, inmóvil sobre esta línea de demarcación de la pureza legal (R. L.
Bruckberger, La historia de Jesucristo, Barcelona 1966).

La auténtica burla
Durante algún tiempo la burla ha consistido en ver a Jesús, hombre de dulzura y de
perdón, traicionado, burlado, asesinado. En la actualidad la burla se sitúa precisamente en
la vertiente opuesta, al menos para aquellos cuya fe no es lo suficientemente fuerte como
para superar las adversidades. Está, por ejemplo, en ver cómo hombres santos, a los que
desde una profunda actitud de fe reconocemos como vicarios de Jesús, están enredados
en los nudos de la historia y continúan jugando a ser hombres de estado, en ver a hombres
píos y mundanos intrigar por vanidades en medio de la aprobación o de la indiferencia poco
menos que de todos. Y todo esto después de haberse proclamado discípulos (J. Sullivan,
Verità sellnaggia, Torino 1979).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 90-101)
3-6 - EL CAMINO DE LA CRUZ.
CRUCIFIXIÓN Y MUERTE.
CONFESIÓN DE FE DEL CENTURIÓN.
Mc/15/20-39 Mt/27/31-54 Lc/23/26/33-37 Lc/23/44/47

La cruz de Simón de Cirene :


Un pasaje que se caracteriza por un gran número de presentes históricos y una serie
increíble de "y". Da la impresión de un relato que dIscurre a saltos. Una especie de
"staccato" musical.
Quizás Mc intenta aislar cada frase y contraponer con fuerza cada una de las escenas
para indicarnos que todas ellas encierran un instante decisivo.
Aquí consigue Mc la máxima precisión. Su relato se vuelve más conciso que de costumbre.
Su "via crucis" es el más breve: cuatro líneas en total y centradas en un sólo personaje,
Simón de Cirene, escogido cuando volvía del campo y obligado a llevar la cruz de Jesús.
Cirene es una ciudad del norte de África cercana a la actual Bengasi (Libia). Allí residían
numerosos judíos, alrededor de la cuarta parte de la población.
Sorprende que en una narración reducida a su esqueleto, refiera Mc tantos detalles sobre
este individuo indicando su proveniencia y el nombre de sus hijos (puede ser que Rufo sea
el mismo de quien habla Pablo en Rm 16, 3, pero es algo que hay que probar). Pudieran
tratarse de personas muy conocidas en la primitiva comunidad cristiana.
O quizás quiera dejar claro que el asunto que está aconteciendo puede documentarse
históricamente y que no pertenece a la leyenda.
Simón de Cirene, además de ser "requerido" (el verbo expresa el acto de obligar a prestar
un servicio público) para llevar la cruz, es hoy todavía forzado por algunos biblistas a
"defender" la tesis -fundada en Jn y en contra de los sinópticos- de que este viernes es la
víspera y no el día de la fiesta de pascua.
Pues sería completamente normal que este hombre hubiera ido a trabajar al campo y
vuelva ahora a casa ya que está a punto de empezar la obligación del descanso pascual.
El hecho es que Mc dice que "volvía del campo", pero no que hubiera ido a trabajar. No
olvidemos que no son todavía las nueve de la mañana y que, por tanto, sólo había tenido
tiempo de comenzar su trabajo... Lo más que podría haber hecho es haber ido a dar un
vistazo a la finca.
Y, además la expresión utilizada podría significar que "venía de su casa de campo", de los
alrededores de la ciudad.

Sobre la forma de la cruz detalla con precisión P. Benoit: "El suplicio de la


cruz se consideraba el más atroz después del de ser quemados vivos (Cicerón -"In Verrem",
5, 64- lo define "crudelissimum taeterrimumque supplicium"); era un suplicio infamante,
reservado a los esclavos o a los que no eran ciudadanos romanos. Podía consistir en un
palo vertical en el que se empalaba o se colgaba al condenado con la cabeza en la parte
superior o inferior según los casos. También podía ser una horca en la que se encajaba la
cabeza del condenado; a veces, después de estar colgado de este modo, se le azotaba
hasta la muerte. A menudo era un "patibulum", un madero horizontal colocado en la parte
superior de un palo vertical formando ambos una T mayúscula. O también, y es nuestra
cruz tradicional, el "patibulum", en lugar de estar en la parte superior del palo vertical, se
cruza con éste. El evangelio nos dice que la cruz de Jesús fue de este último modelo ya que
sobre la cruz de Jesús se colocó una inscripción, lo que supone una prolongación vertical
hacia arriba.
Por consiguiente la forma tradicional de nuestros crucifijos resulta verosímil".
Normalmente el mismo condenado llevaba la cruz. O toda entera o, más frecuentemente,
el patibulum, es decir, el madero transversal, mientras que el palo vertical estaba ya sujeto
al suelo en el lugar del suplicio.
Ateniéndonos al texto de Mc, Simón de Cirene no se limita a ayudar a Cristo a llevar la
cruz -como con frecuencia se representa- sino que la lleva él mismo. Probablemente porque
Jesús, agotado por la flagelación, no estaba en condiciones de aguantarla.
Pero Mc no precisa si el Cireneo llevó la cruz durante todo o sólo parte del recorrido.
El suplicio incluía que el condenado recorriese la ciudad y atravesase los "suk" para
servir de severa advertencia a la gente y para poder constituir un fácil blanco de las burlas
y golpes (Escribe Plauto: "Patibulum ferat per urbem", Carbonaria, 2. El condenado iba
desnudo según la costumbre romana. Pero el evangelio dice que le pusieron sus vestidos
después de la flagelación).

El calvario
La palabra Gólgota (Gulgultha en arameo) significa cráneo, calavera.
Es difícil, sin embargo, precisar por qué.
Dice P. Benoit: "¿Por qué se puso este nombre a este lugar? Se ha dicho que,
posiblemente, porque en él eran decapitados los condenados.
Existe una leyenda que dice que allí se había encontrado el cráneo de Adán. La capilla
de Adán en el Santo Sepulcro debe en efecto su nombre a esta leyenda.
La sangre de Cristo se habría vertido sobre la cabeza de Adán.
Aquí tuvo su origen la calavera que se encuentra en la base de nuestros crucifijos. Esta
leyenda es ciertamente falsa y ya san Jerónimo se indignó al haberla oído predicar en el
Calvario entre los aplausos de la gente.
Pero si desde el punto de vista histórico no deja de ser un producto de la imaginación,
desde el plano teológico constituye una magnífica verdad: la sangre de Cristo, el nuevo
Adán, ha purificado al primer Adán".
Otros hacen provenir su nombre de un saliente rocoso, bastante similar a una calavera.
Finalmente, algunos sostienen que en este lugar el terreno se levantaba ligeramente
formando una especie de joroba que podía dar la impresión de una cabeza.
Sea como fuere, este lugar estaba situado muy cerca de la línea de murallas de la
ciudad.

La expresión "le conducen" (v. 22) hace suponer que en este momento Jesús es casi
incapaz de moverse por sí mismo.
El vino mezclado con mirra (v. 23) era una bebida embriagante, fuertemente aromática,
que servía para aliviar el sufrimiento de los torturados. atonteciéndolos ("Dad bebidas
fuertes al que va a perecer, y vino al de alma amargada" /Pr/31/06).
El rechazo de este narcótico por Jesús expresa su intención de afrontar lúcidamente y
con plena consciencia el suplicio de la cruz.

Crucifixión
"...Le crucifican" (v. 24). El máximo laconismo en estos momentos en que el dolor alcanza
su mayor intensidad.
El condenado era fijado a la cruz con lazos o con clavos. Mc no especifica si Jesús ha
sido atado o clavado. Pero Mc y Lc sí aluden a que fue traspasado con clavos. Y toda la
tradición cristiana ofrece la imagen de Jesús clavado.
El sitio más "adecuado" para los clavos no es la palma de las manos cuyo tejido se
desgarra con facilidad sino la muñeca.
De todos modos parece que se le puso un trozo de madera entre las piernas para
sostener el peso del cuerpo. Algunos Padres de la iglesia hacen referencia a este asiento
descubriendo en él el signo de una cátedra o de un trono. San Justino, por ejemplo,
compara a Jesús en la cruz con un juez sentado en su trono. En cambio Agustín presenta a
Jesús en la cruz como un maestro que enseña desde su cátedra de doctor.
Parece que también tuvo un soporte en los pies.
La muerte llegaba por agotamiento y ahogamiento, pero a veces después de varios días
de atroces sufrimientos. La víctima desnuda e incapaz del más mínimo movimiento estaba
expuesta a la más atormentadora sed, a los insectos y a los dolores más desgarradores. En
ocasiones ni siquiera los verdugos eran capaces de soportar ese atroz espectáculo y
"remataban" al desgraciado con un lanzazo o le rompían las piernas.
Es completamente verosímil la costumbre de otorgar los vestidos del condenado a los
ejecutores de la sentencia. Y también el sortearlos. El juego de los dados era una forma de
matar el tiempo mientras la víctima se decidía a morir.
Mc recuerda el salmo 21, 19 (22): "repártense entre sí mis vestiduras y se sortean mi
túnica". (La norma de los romanos era crucificar desnudos a los condenados. "Sin embargo
es verosímil -como hace notar P. Benoit- que en Palestina los romanos no hayan querido
herir la sensibilidad judía muy delicada a este respecto. Pues la ley judía pide, en efecto,
que el condenado lleve un trozo de paño en torno a los riñones. Es posible por tanto que
los soldados romanos hayan dejado un retazo de tela en los costados de Jesús en la
cruz").
Se da con precisión la hora de la crucifixión: las nueve. A mediodía
vendrán las tinieblas. A las tres, la muerte.
De este modo el tiempo de la pasión se divide de acuerdo con un reparto que
corresponde a tres momentos de la oración: tercia, sexta y nona, como si quisiera situar el
suplicio de Cristo en el contexto de una acción litúrgica.
E. Schweizer descubre ahí otro simbolismo: "La indicación de la hora... tiene la única
función de mostrar cómo todo va desarrollándose hora tras hora según la voluntad de Dios.
El es el Señor de este día y de cada una de sus horas... En estos acontecimientos la
decisión no corresponde a la casualidad ni a la iniciativa humana, sino a la voluntad de
Dios".
"La inscripción" (v.26) es atestiguada por todos los evangelistas aunque con ligeras
variantes. Los romanos exigían que el motivo de la condena fuera bien visible por encima
de la cabeza del ajusticiado.
Como puede verse, prevaleció la acusación ("rey de los judíos") formulada desde el
principio ante Pilato, aunque evidentemente constituía un pretexto. Por lo demás era la
única que el gobernador podía presentar ante el emperador con ciertas garantías.
A ambos lados de Jesús son crucificados dos malhechores (v.27).
Nada preciso se dice sobre ellos ya que Mc polariza toda la atención en la pasión de
Cristo. De hecho poco después no nos referirá lo que han hecho anteriormente sino lo que
ahora están haciendo a Jesús: insultarlo.
El v. 28 que hace referencia a la Escritura (Is 53, 12: "...y con los rebeldes fue contado")
no se encuentra en muchos manuscritos y probablemente carece de autenticidad.
E. Schweizer sintetiza, como sigue, las características de este relato de la crucifixión:
"...Una descripción extraordinariamente concisa y sobria que renuncia tanto a cualquier tipo
de sentimentalismo como a suscitar compasión u odio... Muy pronto llegó a reconocerse y
subrayarse la voluntad de Jesús de sufrir conscientemente. En diversos momentos se
expresa también la sensación de la comunidad de que en el sufrimiento de Cristo se ha
realizado el cumplimiento global del camino de todos los justos sufrientes de Israel y, por
consiguiente, que por ese sufrimiento Dios llega al final previsto de su propio camino con
Israel... El pensamiento de la victoria de Dios en la humillación de una ejecución capital
constituye el punto central del relato".

Las burlas junto a la cruz


Una tercera escena de ultrajes, esta vez al pie de la cruz.
Sus protagonistas son los "transeúntes", los sumos sacerdotes y los escribas y los
crucificados con Jesús.
Las burlas retoman los dos cargos del proceso: la destrucción del templo y la pretensión
de ser el rey de Israel.
Pero se centran en el "¡sálvate a ti mismo!" (v. 30-31).
Se pone de este modo en evidencia que el fin supremo consiste, para la gente, en salvar
su propia vida.
Las autoridades judías añaden por su parte una motivación teológica: Jesús es invitado a
"bajar de la cruz" y a presentar así una prueba ("para que lo veamos") de poder, que
constituya una razón para creer ("y creamos").
De este modo se evidencia todavía con toda crudeza en el momento supremo la
incomprensión radical de la misión y del mensaje de Cristo, la incompatibilidad entre los
pensamientos de Dios y los pensamientos de los hombres (Mc 8, 33).
Jesús, en efecto, ha presentado como valor la posibilidad de perder la propia vida (Mc 8,
35). El suyo es el camino de la debilidad y no el del poder espectacular.
Apunta con agudeza E. ·Schweizer-E: "El equívoco
alcanza su punto álgido en la pretensión de que Jesús les haga una demostración de su
poder para poder creer. Pero esto es precisamente lo que imposibilitaría la fe... A esto
habría que añadir que el bajar de la cruz hubiera sido un milagro prodigioso pero, a lo más,
habría mostrado a Jesús como un superhombre y no como "mesías y rey de Israel". Dios se
distingue del hombre y del superhombre precisamente porque no tiene necesidad de
imponerse, ni de justificarse, ni de destruir a sus enemigos. Este es el mensaje de la pasión
de Jesús...".
Me parece que la escena de las burlas aquí, en el Calvario, pone de relieve la soledad de
Cristo.
En este momento nadie está en comunión con él. Hasta sus compañeros de desventura
lo ultrajan.
Es el aislamiento total, agravado por la incomprensión y las burlas.
"Hasta los delincuentes se consideran superiores a Jesús" (H. Schlier).
El "menear la cabeza" (v.29) es un gesto irónico de conmiseración que resalta la
contradicción entre la pretensión de ser el Mesías y su radical impotencia.
Bajo la escena de las burlas puede leerse un certero texto de Isaías:
"Sobre ti baten palmas todos los transeúntes; silban y menean la cabeza..." (/Lm/02/15).
Y sobre todo algunas frases del /Sal/021/08:"todos los que me ven, se mofan de mí, tuercen
los labios, menean la cabeza...
"La comunidad de Mc, al escuchar esta escena de la pasión, sabe que precisamente en
la cruz, de forma paradójica, Jesús se salva a sí mismo y se convierte en fuente de la
salvación de todos; en la cruz se da el signo de credibilidad que excluye cualquier otra
garantía suplementaria pretendida por los judíos. El amor fiel y el poder de Dios se ponen
realmente de manifiesto en esta situación de fracaso y de jaque total" (R. Fabris).

Muerte de Jesús
La muerte de Jesús se halla encuadrada entre dos signos apocalípticos: las tinieblas (a
mediodía) y el desgarramiento del velo del templo.
Lc habla expresamente de un eclipse solar (imposible en el plenilunio de primavera).
En la Biblia, y concretamente en el libro de Amós se relata un fenómeno semejante
acompañando a "un duelo por el unigénito": "Sucederá aquel día -oráculo del Señor Yahvé-
que, en pleno mediodía, yo haré ponerse el sol y cubriré la tierra de tinieblas en la luz del
día" (/Am/08/09).
El P. Lagrange se refiere al "siroco negro" que azotaría Jerusalén levantando nubes de
polvo brumoso a comienzos de abril y dando origen a días de cielo sombrío y de atmósfera
cargada.
Es seguro que Mc se refiere a uno de esos fenómenos que a menudo se relacionaban
con la muerte de un gran personaje.
El objetivo más próximo puede ser el de subrayar el alcance cósmico de la muerte de
Cristo. Pero también el de situar este acontecimiento en una perspectiva escatológica: está
sucediendo ahora algo de lo que sucederá en el último día.
"La muerte de Jesús -observa E. Schweizer- se sitúa ya a la luz de ese suceso: la
catástrofe venidera tampoco estará sujeta ni a la locura de un hombre ni a la casualidad
sino que estará bajo la cruz de Cristo, es decir, bajo la voluntad de Dios que a través de
todo juicio pronuncia el sí de su gracia para el mundo".
Todavía se pone en boca de Jesús, en forma de grito, un versículo del salmo 21 (22),
que sin duda constituye el texto clave que acompaña todos los acontecimientos del
Calvario: "¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?".
Suscita perplejidad el equívoco en que incurrieron algunos de los presentes que, además
de no caer en la cuenta de que Jesús estaba recitando un salmo, cambiaron Eloí por Elías
(el profeta invocado en el judaísmo como valedor celeste en las desventuras).
Mc transmite la frase en arameo. El malentendido sería más comprensible de haber
usado la frase hebrea (en la que Elí puede confundirse más fácilmente con Elías) como de
hecho la refiere Mt.
De cualquier modo el grito expresa la profundísima angustia de Cristo que en este
momento llega al fondo de su soledad hasta sentirse abandonado por el Padre.
Dejemos constancia de los comentarios más significativos.
P. Benoit: "No hay que tener miedo en admitir que el
Señor haya sentido angustia, no debe considerarse aparentemente este sufrimiento de
Cristo, como si no sufriera realmente por el hecho de conocer de antemano todo lo que
tenía que suceder. No hay que vaciar de contenido este profundo misterio a base de
endulzarlo. Jesús, Hijo de Dios, ha vivido como hombre en el más pleno sentido de la
palabra y ha querido saborear la muerte en lo que de más trágico tiene".
V. Taylor: "Las interpretaciones menos inadecuadas son las que ven un estado de
desolación en el que Jesús experimenta con tal fuerza el horror del pecado que llega a
oscurecer por unos instantes su perfecta comunión con el Padre".
X. L. Dufour hace notar que Jesús murió "sobre un por qué". Jesús no penetró en la
muerte iluminado por una revelación sublime. En medio de la más desnuda fe ha
atravesado el silencio de Dios y de la muerte yendo a chocar contra un muro de un "por
qué" que queda sin respuesta.
Jesús no sólo ha sido abandonado por Dios a sus enemigos sino que ha sido el que Dios
ha abandonado, o sea, el abandonado de Dios. Pero esto no quiere decir que Dios haya
abandonado realmente a su propio Hijo -¡sería el infierno!- sino que la expresión quiere
indicar que Jesús ha vivido efectivamente la terrible experiencia de este estado de
abandono.
Muy bello es también el comentario de E. Schweizer: "En el grito de Jesús se resume con
extraordinaria hondura el doble aspecto de todo lo que en este momento sucede: es una
expresión radical del sufrimiento solitario de Jesús que debe experimentar no sólo como
abandono de los hombres sino también de Dios; pero al mismo tiempo es también un asirse
fuertemente a Dios contra toda experiencia, un reivindicar todavía a Dios como Dios "mío" y
como el ausente, como el que deja solo al que ora... Con es hermanos... Porque no ha
despreciado ni ha desdeñado la miseria del mísero; no le ocultó su rostro, mas cuando le
invocaba le escuchó" (v. 23-25).
J. Delorme observa muy acertadamente cómo, aunque se tome en serio el abandono de
Jesús, no puede encuadrarse sin embargo dentro de una categoría psicológica en sentido
moderno, sino que ha de situarse en una perspectiva bíblica donde el abandono es ocasión
de un brote de fe. "No tengo ninguna esperanza, mi única esperanza es Dios y él me
abandona. Tú eres el único que puede explicarme el por qué de mi situación: te insistiré, no
te dejaré tranquilo hasta que no me hayas explicado y me confío a ti en el curso de los
acontecimientos. Tampoco el grito de Job era, igual que éste, un grito de desesperación: si
importuna al cielo con sus interrogantes es porque sólo de Dios espera la respuesta...".
Silencio de Dios, por tanto.
Incomprensión y equívoco continuos por parte de los hombres.
"Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle" (v. 36).
El verbo "dejad" podría entenderse así: "Dejad, vamos a ver si...".
"La traducción es conscientemente tosca para respetar el tono de quienes hablan. Lejos
de ver aquí burla y malicia: si llama a Elías hay que darle vinagre para prolongar su vida.
Los romanos daban efectivamente vinagre a los condenados para reanimarles y obligarles
a prolongar sus sufrimientos. Incluso rociaban sus heridas con vinagre para reavivarlas. En
el relato de Mc los presentes se burlan cruelmente: "Que no muera todavía porque Elías
está a punto de llegar" (P. Benoit).
De todos modos el gesto del individuo que corre a empapar la toalla puede interpretarse
tanto en el sentido de una última y cruel broma como en el sentido de un gesto aislado de
compasión. En este último caso más que de vinagre se trataría de una bebida apropiada
contra la sed: vino un poco ácido (el "posca" de los campesinos de mi Monferrato).
"La muerte de Jesús se describe con una impresionante sobriedad, sin adorno alguno,
sin alusión alguna a su imperturbable paz interior y sin gestos ni palabras solemnes como
en los relatos de la muerte de mártires judíos" o cristianos. Aquí no se necesita más que el
sobrio relato del hecho mismo" (Schweizer).

La muerte de Jesús está precedida de un "fuerte grito" o de una gran voz, "phoné
megalé" (v. 37).
Es algo tanto más llamativo cuanto que los crucificados solían morir por asfixia o por
agotamiento.
De todos modos debemos tomar nota de esta paradoja: la última palabra de Jesús es un
grito desarticulado.
Y por mucho que nos esforcemos por explicarlo, por penetrar su significado, queda
siempre algo de misterioso e impenetrable.
Un grito y sólo un grito. Quizás para acallar nuestras frivolidades.

Se rasga el velo del templo


"El velo del santuario se rasgó en dos, de arriba a abajo" (v.38).
Es el primer fenómeno que sucede después de la muerte de Cristo.
Pero no es acompañado, como en Mt de otros signos escatológicos. Por ello adquiere un
sentido único. Es difícil, sin embargo, precisar su contenido exacto.
Se han dado diversas interpretaciones simbólicas. Aludamos a las más significativas.
1. Algunos piensan en una "personificación del templo" y lo ponen en paralelismo con el
fenómeno de las tinieblas de mediodía. Por tanto, de un lado la naturaleza (Dios creador)
que se pone de luto vistiéndose de oscuridad, de otro el templo (o sea, el Dios de Israel)
que expresa su propio luto rasgando sus vestiduras por la muerte de su Hijo.
2. Otros lo comparan con el gesto del sumo sacerdote durante el interrogatorio de Jesús
pero interpretándolo no como luto sino como indignación. Aquí el Padre, gran sacerdote, es
quien se rasga las vestiduras indignado frente a la blasfemia más horrible: los hombres han
osado condenar a muerte al Hijo de Dios.
Una antigua antífona pascual (probablemente de la segunda mitad del siglo segundo)
expresa admirablemente estos dos aspectos: "El velo del templo se rasgó, participando en
la pasión y designando al verdadero gran sacerdote celestial...".
3. Hay quienes defienden que se trata de una profecía de la próxima destrucción del
templo.
4. Más o menos en la línea anterior se interpreta este prodigio simbólico como la
desconsagración del antiguo santuario y el anuncio del fin de la antigua alianza y de su
culto.
5. Otra sugestiva hipótesis. El velo del templo "escondía" la trascendencia de Yahvé, la
protegía. El velo rasgado indica desde ahora la revelación a los hombres de los misterios
de Dios.
Así se expresa san Cirilo de Alejandría: "La rotura del velo del templo abre el santo de los
santos a los justificados por la fe en Cristo.
Y, en cierto modo, Dios muestra el santo de los santos a quienes son dignos de él. A
partir de ahora les es permitido a quienes siguen las huellas de Cristo el acceso incluso a la
parte más íntima de la tienda sin que nadie se lo impida" (Comm. in Mt 27, 41=PG 72,
468).
6. Otros, por el contrario, insisten en la dimensión universalista del prodigio: una vez
rasgado el velo todo hombre, pagano o judío, puede entrar en la casa de Dios.
7. Todavía algunos autores establecen un paralelismo entre esta escena y la del
bautismo de Jesús con los cielos "rasgados" (Mc 1, 10) para expresar el restablecimiento de
la comunicación entre cielo y tierra.
Allí se trataba de la comunicación descendente.
Aquí, mediante la cruz de Jesús, se inaugura la comunicación ascendente.
La carta a los Hebreos se orienta en este sentido: "...que nosotros tenemos como segura
y sólida ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más allá del velo, adonde entró por
nosotros como precursor Jesús" (Hb 6, 19-20). "...Al servicio del santuario y de la tienda
verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre" (8, 2).
8. Finalmente, y apoyándose igualmente en un pasaje de la carta a los Hebreos, el velo
sería la carne desgarrada de Cristo a través del cual tenemos acceso al Padre. De este
modo Cristo se convierte en el nuevo camino para llegar al Padre. Tenemos la inaudita
posibilidad de pasar "por ese camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a
través del velo, es decir, de su propia carne..." (Hb 10, 20).

Como puede verse todas estas interpretaciones son bastante ricas y están cargadas de
consecuencias. No se trata de elegir entre ellas sino, más bien, de unificarlas.
Pero, como observa P. Lamarche, ha de intentarse el rastreo de la idea fundamental del
texto de Mc.
"Si se comparan los relatos de Mc y Mt se llega a la siguiente constatación: el primer
evangelio invita a la imaginación del lector a ver el templo en su significación cósmica y a
contemplar el universo entero roto en el momento de la muerte de Cristo. Nada de esto hay
en Mc. La imagen del velo se presenta de forma brutal, sin explicación alguna, sin
acompañamiemto y estrechamente inserta en una escena que se desarrolla enteramente en
el Calvario.
Todo sucede como si la imaginación del lector no debiera abandonar ni por un instante a
Cristo en la cruz. Es como si apareciera sobreimpresionado en la cruz un velo que se
rasga.
Existe una especie de identificación entre Cristo y el templo hasta el punto de que su
muerte es entendida, visualizada y comprendida como una rotura con todo el sentido
profundo y variado que conlleva toda imagen de este tipo cuando se trata del santuario
divino".
El mismo teólogo hace ver cómo toda imagen puede sugerir distintas ideas. En concreto,
las imágenes elementales contienen un doble aspecto: positivo y negativo. El fuego, por
ejemplo, es un símbolo de destrucción, pero también de purificación. El agua puede ahogar
(símbolo de muerte) pero también quitar la sed (símbolo de vida, de fertilidad).
Mc ha utilizado uno de los más sagrados símbolos de Israel y lo ha hecho tanto en su
carga negativa cono en su carga positiva: un velo que se rasga significa una destrucción
irremediable pero también una apertura decisiva.
Ahora bien, esta imagen contemplada desde un punto de vista negativo, se refiere a la
muerte de Cristo como fracaso provocado por el rechazo de los hombres. "...Y el mundo no
lo conoció. Vino a su casa y los suyos no lo recibieron" (Jn 1, 10-11).
No sólo los judíos y romanos, sino todos los hombres han rechazado a Cristo.
"Es demasiado fácil decir que la cruz representa la voluntad de Dios. Al hablar así es
seguro pasar junto a la realidad sin captar la profundidad de la revelación. La cruz es, en
primer lugar, el libre rechazo de los hombres. El enviado de Dios, que vino a salvarnos, es
rechazado, expulsado, aniquilado.
Pero lo que sorprende es que Jesús, suficientemente fuerte como para imponerse a las
fuerzas de la enfermedad, para someter la naturaleza desenfrenada y para arrojar los
espíritus del mal, no quiera tomar ninguna medida para detener a los hombres.
En lugar de imponerse, en vez de recurrir a todo su poder, el enviado de Dios se entrega,
se abandona a los hombres con las manos y los pies atados. Se anonada ante ellos. Esto
es Cristo en su pasión.
La actitud kenótica de Jesús, es decir, su abajamiento y su anonadamiento (Flp 2, 7) nos
revela en profundidad el ser del Hijo de Dios. Pero desde el momento en que Jesús
representa la imagen perfecta del Padre, al mismo tiempo nos revela un nuevo rostro de
Dios" (P. Lamarche).
Por consiguiente Cristo nos revela un nuevo rostro del Padre,
pero sin servirse de una definición conceptual sino con su propia actitud, con su kénosis.
Por eso, además de la kénosis del Hijo puede también hablarse de la kénosis del Padre.
A este respecto dice Lamarche: "Hasta la muerte de Cristo había un velo que impedía ver
a Dios en el esplendor de su debilidad, un velo que impedía penetrar en el santo de los
santos, un velo en la cabeza de Moisés y en el corazón de los no cristianos
(/2Co/03/14-18), un velo que impedía descubrir a los perseguidores de Jesús la
sorprendente y escandalosa impotencia de Dios frente a la mala voluntad de los hombres".
En esta sugerente perspectiva, puede compararse el velo del templo con el que cubría el
rostro de Jesús, blanco de los insultos de los soldados.
De este modo partiendo del aspecto de la imagen hemos llegado a captar su
sorprendente valor positivo.
P. Larmache concluye así su fascinante investigación: "El mesías era la promesa viviente,
la personificación del templo en que Dios se hacía presente. El mesías condenado a
muerte, destrozado, roto, constituye por eso mismo la promesa rasgada, la alianza
aniquilada, el templo destruido...
...Era no obstante necesaria la destrucción de las apariencias materiales y carnales, la
desaparición de todo lo hecho por manos de los hombres para que un régimen nuevo entre
Dios y el hombre pudiera establecerse. El velo que representa al cielo se rasga para abrir
de par en par un paso para Jesús y para todos aquellos que están unidos a él. Constituido
en templo nuevo, no hecho por mano de hombres, es decir, perteneciente a la nueva
creación (cf. Hb 9, 11), Cristo da acceso al Padre.
Sin embargo esta nueva realidad es ofrecida sólo en imagen; será necesaria la
resurrección de Cristo, su glorificación, su entronización a la diestra del Padre para llegar a
su total plenitud del misterio iniciado en la cruz".
Nos hemos detenido largamente en este punto. Pero creo que valía la pena.

La confesión de fe del centurión


"Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo:
"Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"".
La afirmación del centurión no se reduce a un simple "comentario" hecho después de la
muerte de Cristo por uno de los que habían desempeñado en ella un papel de primer orden.
Constituye el punto de llegada del evangelio de Mc. Es la tan esperada respuesta al
interrogante fundamental que subyace en todo el libro: ¿quién es Jesús? Después de
tantas respuestas, equivocadas unas y acertadas otras, pero provenientes de la parte
equivocada (los demonios) y otras incompletas, he aquí la respuesta exacta.
Y esta respuesta, que es una verdadera profesión de fe, procede de un pagano que
descubre la identidad de Jesús precisamente en el momento de la derrota y del fracaso.
Advierte E. Schweizer: "...La pasión representa para Mc la decisiva revelación de la
filiación divina de Jesús. Jesús es Hijo de Dios..., pero lo es por encargo de Dios que lo
sitúa en un camino bien preciso (1, 9-11).
Por eso la fe que atribuye a Jesús una naturaleza divina
basándose exclusivamente en sus milagros es una fe/demoníaca (/Mc/03/11; /Mc/05/07) y
por consiguiente no debe difundirse mediante su proclamación.
Sólo después de la rectificación del error de Pedro y después de que la revelación central
de Dios, velada hasta ese momento en su lenguaje parabólico, tuviera lugar en los
anuncios de la pasión del hijo del hombre y después de hacerse la promesa de la
posibilidad de una fe auténtica solamente a quienes lo sigan en el camino de la cruz, Dios
mismo revela a los tres íntimos la filiación divina de Jesús y sin referirse ni siquiera ahora a
sus milagros sino a sus palabras (9, 7. Transfiguración, n.d.r.).
Sólo al comenzar la pasión, y de un modo particularmente reservado, confiesa Jesús su
aceptación del título empleado por el sumo sacerdote (no por el mismo Jesús), y no antes
de haber expirado Jesús con un gran grito, puede por primera vez un hombre confesar
como expresión de su propia fe: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios". El hecho
de que se trate de un pagano manifiesta al mismo tiempo que esta muerte ha abierto la
puerta al mundo de las naciones".
E. J. Radermakers dice muy concisamente: "La confesión de fe del centurión prueba que
el Espíritu prometido por Cristo está ya operando entre los hombres".
El evangelio que empieza con "Comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios" (1, 1)
encuentra aquí su lógica justificación.
En el bautismo había tenido lugar el reconocimiento de lo alto: "Tú eres mi Hijo muy
amado; en ti me complazco" (1, 11).
Ahora en el Calvario, después de su muerte, después del abandono del Padre, llega por
fin el reconocimiento desde abajo: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios".
Y no es un discípulo, sino un pagano, el que efectúa este reconocimiento. Alguien que no
lo había seguido, pero que había sabido "leer" el acontecimiento decisivo.

PROVOCACIONES

1. Me parece saber la razón por la que Mc nos trasmite con tanto lujo de detalles sus
noticias sobre Simón de Cirene. CIRINEO:
Es protagonista de un hecho histórico.
En él nos encontramos con una fecha básica en la historia del seguimiento.
Es el primer discípulo que sigue a Jesús llevando su cruz (/Mc/08/34).
Cuando la cruz está por medio nunca Mc se olvida de dar el nombre (como en el caso de
Bartimeo, el ciego de Jericó).
Nada importa que se haya visto obligado a hacerlo.
Presta un servicio de utilidad pública. Así lo dice expresamente el verbo utilizado: "lo
requisan".
Cristo había "reclutado" con anterioridad a los apóstoles para que estuvieran preparados
a realizar esa tarea.
Pero ¡cualquiera sabe dónde estarían en este momento los doce! Y entonces los
soldados romanos proceden a reclutar a otro cualquiera.
De esta forma el seguimiento es asegurado por alguien que no había sido llamado por el
Maestro, sino por sus verdugos.
Pero, al fin y al cabo, es un seguimiento.
El gesto de Simón de Cirene y la profesión de fe del centurión, es decir: siempre hay
alguien venido de lejos que realiza las acciones y dice las cosas que deberían haber hecho
y dicho los "vecinos" más íntimos, pero que no se dejan ver en la hora decisiva.
Nadie puede considerarse un privilegiado ni pretender tener un puesto seguro junto a
Jesús.
Privilegiado es, en todo caso, quien, como el Cireneo o el pagano, se hace el
encontradizo en el momento justo, en el sitio justo. En lugar de los que tienen derecho.
No hay puestos reservados para estar junto a Jesús. Sí hay, sin embargo, puestos
libres.

2. El gnóstico Basílides, con quien se enfrentó san Ireneo, afirmaba que se había
verificado una sorprendente sustitución de persona: al final los soldados habían confundido
al Cireneo que llevaba la Cruz con Jesús y le habían matado en lugar de al "rey de los
judíos".
Pero el colosal error no es el de los soldados. Sino el de quien interpreta la pasión al
revés. Y no comprende que, en realidad, ha sido Jesús el sustituto del hombre y el que
murió en lugar del hombre.
También nosotros podemos llevar la cruz por un tiempo más o menos largo. Pero, al final,
siempre llega él para sustituirnos.
Estoy diciendo que toma mi cruz.
En realidad, Jesús me pide "sostener" o llevar mi cruz e ir detrás de él. Hasta que clavado
tome posesión de ella y la haga definitivamente suya.
Si así no fuera, de nada serviría que llevara yo la cruz. Sería un condenado no un
"indultado".

3. "Con él crucificaron a dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda".


Es ahora cuando Santiago y Juan están en condiciones de entender lo que significa
sentarse a la derecha o a la izquierda de Jesús en su gloria (10, 37).

4. "Y los que pasaban por allí le insultaban...".


"...Y se burlaban de él".
He aquí un aspecto del amor revelado por la cruz.
Lo había intuido perfectamente S. Weil: "Un hombre perseguido y condenado por su
fidelidad a una causa o a una colectividad, a una idea o a una fe, por razones nacionales,
políticas o religiosas, no padece esta total pérdida de prestigio... Aunque, en cierto sentido,
Cristo haya sido el primer mártir, el señor y modelo de todos ellos, en otro sentido puede
afirmarse aún con más verdad que ni siquiera es un mártir. Se burlaron de él como de esos
locos que se tienen por reyes, pero después murió como un criminal de delitos comunes".
Vista desde fuera, la pasión de Cristo no tiene nada de glorioso ni de heroico, sino que es
algo escandaloso, ridículo, despreciable.
Cristo en la cruz no se presta a la admiración sino al desprecio.
No se le aprecia, sino que se le compadece.

5. La escena de las burlas me suscita una duda. Evidentemente, el sufrimiento de Cristo


es tremendo. El suplicio de la cruz es algo "insoportable".
Y, sin embargo..., tengo la impresión de que es más fácil soportar el dolor físico que
aguantar a los hombres, sobre todo cuando llegan a ciertos abismos de maldad y de
estupidez.
Es probable que los clavos duelan menos que la idiotez humana volcada contra el
torturado.

6. "A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse".


La incomprensión llega ahora a uno de sus límites.
Aquella gente es incapaz de comprender que Jesús puede ayudar a los otros porque no
se ayuda a sí mismo. Que puede salvar a los otros por la única razón de que no ha
aceptado salvar su propia vida, consintiendo en perderla.
Me atrevería a decir que si la gente comprendiera el sentido de la crucifixión, prueba
suprema de la obediencia de Cristo al Padre y de su amor a los hombres, debería sentirse a
cubierto precisamente porque los clavos sostienen...

7. Es todavía más grosera la pretensión de los sumos sacerdotes a pesar de estar


revestida de teología: "que baje ahora de la cruz para que veamos y creamos".
Querrían ver para creer.
Desearían una prueba segura para creer.
Esta es la pretensión absurda: creer eliminando el riesgo de la fe.
En una palabra: ¡tienen la pretensión de creer prescindiendo de la fe!.

8. Sí. Es el grito (v. 37) del que muere. El grito de alguien que se despide del mundo.
Pero el grito de Jesús es sobre todo el grito de alguien que nace, que da así su saludo a
la vida, que de este modo establece su relación con el mundo.
El grito de Jesús anuncia el nacimiento de un mundo nuevo. Han desaparecido las
tinieblas que envolvían la tierra. Una vez más ha tenido Dios que separarlas para hacer
brotar la luz (Gen 1, 4).
Como el primer día, el creador está manos a la obra. Y así despunta un mundo nuevo.
Ese grito es el grito de alguien que pasa por la oscuridad de la muerte, pero que al mismo
tiempo saluda el día de Dios que clarea sobre el mundo.
En el fondo, ese grito puede ser también el grito de mi nacimiento del Espíritu Santo. El
Espíritu que, desde el fondo de mi ser me sugiere la plegaria del recién nacido: "Abba,
Padre".

CONFRONTACIONES

No es gozo estético
Mc contiene la narración más breve, pero más impresionante de la crucifixión de Jesús.
Ningún rastro de la estilización cultual que tan fácilmente nos desvía de la seriedad y cruda
realidad del acontecimiento del Gólgota. Exactamente como dice Leonardo Ragaz:
"Estamos acostumbrados a ver la pasión y muerte de Jesús tras una cierta transfusión
artística. Lo acompañamos hasta el Gólgota con Rafael o con Holbein y miramos al
crucificado con los ojos de Durero, Rembrandt o Rubens. Y de este modo, aunque siga
siendo impresionante, todo se convierte en una especie de gozada artística".
Hasta somos capaces -continúa diciendo Ragaz- de escuchar música de la pasión en una
sala bien iluminada en la que un cantante con frac y camisa almidonada expresa con
sonidos bien modulados los gritos de dolor de un condenado a muerte que se está
revolviendo entre tormentos. En la pasión "Jesús se nos presenta como el gran príncipe de
la gloria... Está rodeado del esplendor de la transfiguración fruto de su sufrimiento, rodeado
del amor y adoración de innumerables almas que no conocen nada más sublime que él.
Contemplando esta pasión nos parece que ya antes, cuando la estaba viviendo, todas las
generaciones cristianas lo miraban de lejos llorando, orando y dando gracias y que él
mismo se daba cuenta de ello".
Como contraposición léase el relato de Mc. Si se le quiere encontrar una interpretación
artística no puede ser la de Durero ni la de Rubens y mucho menos la de Rembrandt;
quizás sólo la de Matías Grünewald.
En esta última resulta imposible difuminar en las categorías estéticas la impresión de la
crucifixión. Ante la figura de Cristo condenado, caído en el oprobio y la ignominia, lo único
que se puede hacer es esconderse, profundamente conmovidos por el juicio que espera al
hombre y su pecado.
Hay allí en este caso una posibilidad de fe" (G. Dehn, Figlio di Dio, 1970).

Confusión de las cruces


"Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, a que llevara su cruz".
Ya tienes tus problemas.
No te faltan líos.
Tantas preocupaciones.
Tienes que andar tu camino, y quieres caminar de prisa, sin obstáculos.
Y aun cuando las cosas van a su paso, no alcanzas nunca a todo.
Llegas siempre con retraso. Imagínate si te propinan encargos suplementarios.
Y mira por dónde, de repente te encuentras el camino cortado por un pobrecito tirado por
tierra, que no puede más.
Querrías esquivar aquello, pasar inadvertido, ignorando la multitud apiñada en torno al
hombre que yace, como roto, bajo una cruz imposible.
Callado, de puntillas, sosteniendo el aliento para pasar desapercibido, para hacerte
sutil, casi invisible...
Quizás lo consigas. Te abres paso, logras pasar mirando hacia a otra parte...
Maldición, alguien me ha bloqueado precisamente a mí. Las protestas son inútiles, yo ya
tengo mi carga que llevar, incluso demasiado pesada; mirad no puedo, precisamente ahora
voy...
No hay escapatoria. Tengo que desollarme las manos y dejarme romper la espalda por la
cruz de este desconocido y quién sabe, además, cómo se las ha arreglado para echarse
encima un peso de esas proporciones.
Sobre todo me he visto obligado a modificar mi itinerario, se van a pique todos mis
planes, quién sabe cuándo podré recuperar todo este tiempo perdido.
Es inútil recriminar. Ya estoy metido dentro, hasta el cuello. Y el asunto no es
precisamente agradable.
Y comienzo a subir bajo este peso imprevisto, mientras él arrancaba fatigosamente, y no
conseguía ni siquiera caminar; quién sabe cómo se las había arreglado con este trasto a las
espaldas... Casi, casi yo soy fuerte...
E incluso yo, el cireneo, siento mis piernas, como si fueran de plomo, me encuentro sin
energías, tropiezo, caigo, no logro levantarme, todo da vueltas a mi alrededor.
Entonces sucede algo impensable. El, el pobrecito exhausto, o el pobre diablo que
arrastra los pies, me levanta con decisión, carga con mi cruz (¿o la suya?), y me invita a
seguirle, con una sonrisa de complicidad, él se preocupará de suplirme...
Así ya no entiendo nada.
¿Soy yo el cireneo o lo es él? ¿Soy yo quien ha dado o quien ha recibido? ¿Soy yo
quien se encontró en su camino o es él el que providencialmente ha venido a parar al
mío? ¿Y esta cruz es la mía o la suya? Ahora sólo veo una cosa con absoluta claridad: se
llega muy lejos con esta... confusión de cruces (A. Pronzato, Cansados de no caminar,
Salamanca 1982, 125,s).

No nos ayuda con su omnipotencia sino con su debilidad


Nuestro acceso a la mayoría de edad nos lleva a un veraz reconocimiento de nuestra
situación ante Dios. Dios nos hace saber que hemos de vivir como hombres que logran vivir
sin Dios. ¡El Dios que está con nosotros es el Dios que nos abandona (/Mc/15/34)! El Dios
que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo Dios, es el Dios ante el cual nos
hallamos constantemente. Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios clavado en la cruz,
permite que lo echen del mundo.
Dios es impotente y débil en el mundo y precisamente sólo así está Dios con nosotros y
nos ayuda... Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y por sus
sufrimientos. Esta es la diferencia decisiva con respecto a todas los demás religiones. La
religiosidad humana remite al hombre, en su necesidad, al poder de Dios en el mundo: así
Dios es el "deus ex machina". Pero la Biblia lo remite a la debilidad y al sufrimiento de Dios;
sólo el Dios sufriente puede ayudarnos" (D. Bonhoeffer, Resistencia y sumisión, Salamanca
1983, 52 s).

El grito
"Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró".
Para dos de los tres evangelistas que transmiten la última palabra de Jesús, ésta es su
última palabra: un grito. Una palabra sin palabras, una palabra de imposible exégesis, que
únicamente puede escucharse en la forma en que nos llega en pleno rostro sin poder
evitarla antes de que pidamos taparnos los oídos. Una palabra. Una palabra que no pide
respuesta.
¡Quieto, Jesús! ¡Detén tu grito! No se te pide que no sufras, sólo que no hagas ruido, que
sufras en silencio, que mueras en silencio dignamente, estoicamente, cristianamente.
¿Qué quieres que hagamos con tu grito? ¿Y qué suscitará en nosotros? ¿Qué va a
provocar en esa armonía de las cosas en que vemos necesario creer para vivir? Ese grito
es la nota desentonada. Es la nota del escándalo. Se describirá todo el resto de la pasión.
Valiéndose de la pasión, el arte alcanzará la perfección estética. Pero ¿y este grito? No es
posible reproducir este grito. Sólo se puede hacer mucho ruido para acallarlo. O, por el
contrario, parar en este instante todos los instrumentos de la orquesta y que se haga
silencio... Un tiempo de silencio, inmóvil. Pues solamente un silencio... puede ser algo
comparable al grito. Y que en todas las partituras haya allí un compás que únicamente
contenga las palabras del nuevo testamento: "Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró".
Pero, ¿cómo seguir a continuación? ¿Cómo continuar después viviendo? Si alguien se
abre por un instante al grito de Jesús, ¿cómo podrá cerrarse luego a todos los demás?
¿Cómo podrá cerrarse a los gritos de los enfermos, de los dementes, de los detenidos, de
los hambrientos, de los condenados y de los moribundos? Pero no quiero pensar en lo que
inexorablemente me lleva a pensar el grito de Jesús. ¡Oh! si se pudiera callar sin quitarnos
las ilusiones sin las que nos es imposible vivir. Porque, efectivamente, el hombre no vive
solamente de la verdad sino de la ilusión que sale de la boca del Maligno. Tenemos
necesidad de creer que, al fin y al cabo, no están tan mal las cosas entre Dios y el
hombre... Que caiga si es preciso en las manos de Dios viviente, pero que no grite al caer.
Que después de todo, no se hace uno tanto daño en esa caída...
Jesucristo, cordero sacrificado, eres una buena oveja: una "oveja muda". La bondad que
de ti esperamos en tu mutismo. Te degollamos, cordero de Dios, pero, por favor, no bales.
Nosotros, los hombres, tenemos el valor de degollarte o de permitir que te degüellen, pero
carecemos de coraje para soportar tu gemido. Tenemos un corazón tierno y un alma
delicada...
Y sobre todo tenemos miedo. Miedo de nosotros mismos y de Dios. Miedo a las tinieblas
y miedo a la luz. Solamente el sueño nos libera del miedo. Y necesitamos mucho sueño
para vivir. Y tu grito no nos deja dormir (Th. Riebel, Les trompettes de Jéricho, Taizé).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 103-123)

3-7 - LAS MUJERES DEL CALVARIO.


SEPULTURA DE JESÚS.
Mc/15/40-47 Mt/27/55-61 Lc/23/49-56 Jn/19/28-30 Jn/19/38-42
J/SEPULTURA

Las mujeres y José-de-Arimatea:


una presencia valiente
Mc nos da dos noticias que antes se había callado:
-Había mujeres que seguían a Jesús. Y ello en evidente contraste con la costumbre judía
en general y rabínica en particular que tenían de la mujer un concepto casi insignificante.
Estas mujeres son de Galilea, no de Jerusalén. Y "muchas" (v. 41) subieron hasta aquí
arriba.
-La muerte de Jesús tuvo lugar en viernes.
Se recuerda a María de Magdala, a María la madre de Santiago y Juan.
Sin embargo al margen de su identidad lo que aquí tiene importancia es su papel de
testigos: a falta de los discípulos son las que aseguran la continuidad del testimonio sin
permitir que se rompa la ligazón entre los episodios de la muerte, la sepultura y la tumba
vacía.
Sabemos poco de José de Arimatea. Puede ser miembro del Sanedrín o de cualquier otro
tribunal local pero también, como afirma D. Flusser, consejero municipal.
En cualquier caso sólo a un personaje relevante podía Pilato hacer aquel favor. El verbo
"concedió" o "regaló" indica que la acción realizada por Pilato no era obligatoria sino fruto de
su condescendencia.
A los ajusticiados se les sepultaba normalmente en una fosa común, a no ser que sus
parientes o amigos fueran a reclamar su cadáver.
Dice la Mishna: "...Dos cementerios (grutas, salones de sepulturas) estaban a disposición
del tribunal, uno para los muertos a espada y para los estrangulados y otra para los
apedreados y quemados". Pero se trata de gente condenada por el sanedrín.
La meticulosidad de Pilato en cerciorarse de la muerte de Jesús (v. 44) tiene en Mc la
probable finalidad de quitar toda consistencia a las habladurías que estaban corriendo en
unos y otros sitios sobre su muerte aparente.
El hecho de que José de Arimatea tenga tiempo antes de la puesta del sol (los judíos no
dejaban a los condenados en la cruz durante el sábado y mucho menos durante la fiesta
pascual) a presentar su solicitud al gobernador, a esperar que este realice sus
indagaciones, a comprar la sábana de calidad, a proceder al "descendimiento" del cuerpo
de Jesús de la cruz y finalmente a sepultarlo, indican que la muerte sucedió sin duda en las
primerísimas horas del mediodía.
Y, sobre todo, una observación importante: ni siquiera ahora hay algún discípulo que se
ocupe de la sepultura; tiene que hacerlo alguien perteneciente al más amplio circulo de
"simpatizantes", alguien que "esperaba el reino de Dios" (v. 43).
En Palestina se enterraba a los muertos preferentemente en parcelas de terreno privado
fuera de los centros habitados más que en los cementerios.
Las tumbas se excavaban a menudo en roca viva. Podían constar de varios huecos o
"celdas" funerarias a las que daba acceso un estrecho corredor.
Se colocaba a los cadáveres sobre losas de piedra, una especie de bancos, o en nichos
excavados en las paredes.
Se cerraba la entrada con una enorme losa, como una piedra de molino, que se hacía
rodar por un pequeño canal construido al efecto. De este modo estaba a cubierto de las
incursiones no tanto de los ladrones como de las fieras.
"Hizo rodar una piedra" (v. 46). Lo lógico sería esperarse una conclusión de este tipo: "y
se fue...". Pero no, Mc cierra el relato con la atenta presencia de las mujeres (dos de las
cuales quedan vigilando).
Estas no han intervenido en la sepultura (es probable que José tuviera siervos que lo
ayudaran) sino que "se fijaban dónde era puesto" (v. 47).
Deben grabar bien en su memoria el lugar con la evidente intención de retornar a él.
Pero, además, es probable que Mc se sirva de la obstinada presencia de las mujeres
(testigos oculares de la muerte y del lugar de la sepultura) para sugerirnos la idea de que
no estamos ante un final.

PROVOCACIONES

1. Así como Simón de Cirene fue el primer discípulo de Jesús en llevar la cruz, también
las mujeres fueron las primeras discípulas en permanecer junto a la cruz. Y que Mc nos
refiera sus nombres (cosa rara en este evangelista) subraya la importancia del hecho.
No hay lugar a dudas. La primera comunidad cristiana, congregada en torno a la cruz, no
se compone de hombres. Se trata de una comunidad femenina.

2. Cierto que el evangelio precisa que estaban "mirando desde lejos".


Y que la actitud de las mujeres parece estar entonces muy cerca de la de Pedro que "lo
siguió de lejos".
Pero ambas actitudes no tienen nada en común. Pedro está a distancia porque tiene
miedo. No quiere perder de vista al Maestro, pero sin comprometerse demasiado. Es una
distancia voluntaria.
En cambio es muy probable que la distancia de las mujeres se deba a una imposición de
otras personas. No podían sobrepasar ese límite. No podían hacer más.
La lejanía de Pedro es una expresión de cobardía.
La de las mujeres, fruto del valor.
Pedro se ha mantenido lejos.
Las mujeres se han acercado hasta allí.
Podríamos decir, incluso, que es una lejanía con vocación de cercanía y que Cristo así la
considera.

3. Si todavía a alguien le quedaran dudas sobre el discipulado de las mujeres, bastaría


un detalle para disiparlas: "habían subido con él a Jerusalén". Y eran muchas.
No hay duda de que ese título se gana con "subir" a Jerusalén.
El discípulo es alguien que viene de Galilea, cuna del evangelio, pero sólo pasa a serlo si
tiene el valor de "subir" con él a Jerusalén. Es en el lugar de la pasión, en la hora decisiva
cuando se demuestra la condición de discípulo.
A Pedro se le había ofrecido esta posibilidad en la hora justa.
Había sido "reconocido" en el momento preciso : "Sí, tú eres de ellos".
Pero había rechazado este reconocimiento.

4. Me parece que la presencia de las mujeres en el Calvario tiene en Mc el mismo


significado que la confesión del centurión.
La profesión de fe es aquí, sin embargo, silenciosa.
En cambio el hombre la expresa con palabras.
No debemos sorprendernos. Aquel es un pagano que sólo con palabras claras puede
tomar postura a favor de Jesús.
Al discípulo, sin embargo, le llega el momento en que también su silencio se vuelve
testimonio, confesión de fe.
En este caso la presencia sustituye a las palabras. Más aún, la presencia se convierte en
"palabra", hecho, acontecimiento.

5. Si queremos saber algo de lo ocurrido en el Calvario tenemos que recurrir


necesariamente e ellas.
Ellas "saben" porque "están allí".
Y estaban porque no tenían mejor cosa que hacer.
Nosotros, los hombres, a diferencia de ellas, teníamos en cambio muchos e importantes
compromisos: la fuga, las declaraciones programáticas, la "definición exacta de los roles"
(incluso los de las mujeres), los "análisis correctos", las habladurías más serias...
No. No digamos que también nosotros estábamos con ellas.
Demasiado fácil.
Estaban ellas por nosotros. Que es muy distinto.

6. Las mujeres no "deben" reivindicar ningún puesto en la iglesia.


Ya se lo han ganado por su fortaleza y su valor en el Calvario.
No pueden pretender, por consiguiente, lo que ya se han ganado.
Simplemente han de limitarse a esperar.
No. Pero no a esperar a que los hombres les concedan algo.
Esperar a que los hombres hayan terminado de pagar su ausencia de aquel viernes...
Y tengo la impresión de que aún hay para rato.
Mujeres, tenéis que esperar.
Cometisteis el error de llegar primero allí arriba. Y ahora tenéis que esperar a que
nosotros recuperemos la distancia, de que hayamos terminado de anular la distancia
acumulada en nuestra fuga.

7. A pesar de las apariencias y de su gran proceder, José de Arimatea pertenece aún al


antiguo testamento.
Esperaba el reino de Dios y es probable que el asunto de Jesús le haya hecho surgir la
duda de si ya ha llegado.
Pero, por desgracia, el asunto había concluido.
Y ya no le quedaba más que otorgar honores fúnebres a un personaje respetable a pesar
de su evidente fracaso.
La piedra sepulcral sellaba la defraudada esperanza de José.
Tendría que resignarse y seguir esperando.
En el fondo sigue siendo el hombre de la espera. Quizás por haber tenido tanta prisa en
"cerrar".
Pero las mujeres no se mueven, no están dispuestas a "cerrar". Se convierten así en las
creaturas de la esperanza.
Para José la piedra cierra una etapa.
Para las mujeres la abre.
Esta es la razón de su extraña pasividad. Dejan hacer. Que se ocupe el ilustre consejero
de toda esa faena. Cuando acabe, ya no tendrá nada que hacer.
Para ellas, sin embargo, todo está por empezar.

8. "Mirando desde lejos...".


"Estaban observando...".
La actitud de las mujeres es aquí netamente "contemplativa".
El seguimiento lleva necesariamente al Calvario.
Hasta allí se puede y debe llevar la cruz.
Después hay que distanciarse para tratar de comprender.
Simón de Cirene es relevado por las mujeres.
La acción deja el lugar a la contemplación.
La cruz representa el punto culminante del seguimiento. Me refiero a la cruz
"contemplada" con aquel que está sobre ella, no la cruz "llevada".
En el Calvario no hay nada que hacer.
La parte "activa" no es nuestra sino suya.
Sólo el hombre clavado está en acción.
A nosotros sólo nos queda observar, recibir.
"Desde lejos".
Hasta las mujeres que de forma casi "connatural" expresan complicidad con el dolor y con
la vida, deben contentarse con permanecer a cierta distancia. No pueden sobrepasar esa
barrera.
Esa es la barrera que el hombre no puede sobrepasar.
A partir de ella comienza el verdadero escándalo de la cruz, inaccesible a la mente
humana. Por lo que el hombre, aunque esté cerca y enfrente, se halla necesariamente
"lejos".
A partir de ella comienza el ilimitado espacio del misterio del loco amor de Dios.

CONFRONTACIONES

Esas mujeres...
...Esas mismas mujeres cerrarán el evangelio o, mejor, lo iniciarán con el encargo de
llevar el mensaje de Cristo resucitado (16, 1-8). Es interesante advertir que de la misma
forma que toda la actividad pública de Jesús está encuadrada entre el milagro de la suegra
de Pedro que encarna su espíritu de servicio y la pobre viuda que a imitación suya "da toda
su vida", también el evangelio de la muerte-resurrección de Jesús está encuadrado entre la
unción de la mujer de Betania y estas mujeres que, testigos de su muerte, lo acompañarán
al sepulcro y recibirán la sorpresa de su resurrección (Una comunitá legge il vangelo di
Marco, II, 1978).

La pasión es la verdadera revelación


El momento decisivo de la revelación es, sin lugar a dudas, la pasión. Cierto que para los
discípulos la pasión representó una crisis tremenda y que la resurrección se hizo necesaria
para consolidar definitivamente su fe.
Pero si la resurrección es. según los evangelios, el hecho fundante de la fe haciendo
aparecer a Jesús en su poder, es la pasión la que permite decir quién es el Jesús que
resucita.
Pues Jesús resucitado no tiene en efecto gran cosa que decir y no dice nada nuevo
sobre lo que es. Remite a los discípulos a lo que les decía antes de su muerte, los lanza
hacia adelante en el mundo.
Si algo prueba la resurrección es la verdad de lo que Jesús había dicho entonces sin
lograr hacerse entender; desvela el sentido de lo que había dicho sin poder todavía
explicarlo.
El que resucita aporta la prueba de ser lo que realmente tenía la pretensión de ser, de
aquello por lo que murió.
La revelación de Jesucristo no finalizó ni tomó forma antes de la resurrección. Y sin
embargo se expresó de forma integral, con palabras y gestos, en el mismo momento en que
Jesús exhala su último suspiro.
De otro modo nos estaría permitido tomarla por un mito. Si la revelación nos fuera
transmitida por un resucitado venido de otro mundo a hablarnos de un mundo nuevo que
acaba de descubrir, la fe no sería más que un ciego abandono a una palabra
incomprobable.
Pero Jesús resucitado retorna solamente para asegurarnos que sigue siendo el mismo,
que todas sus palabras eran verdaderas y que valen para todos los pueblos y todos los
tiempos (J. Guillet, Jésus devant sa vie et sa mort, 1971).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 128-133)

3-8 - RESURRECCIÓN
Mc/16/01-08 Mt/28/01-08 Lc/24/01-11 Jn/20/01-02

Se rompe el hilo
En el episodio de la resurrección utiliza Mc una técnica narrativa creada adrede para
desconcertar.
Parece conducir al lector sin sobresaltos a tomar nota de un acontecimiento ligado casi de
forma natural con los anteriores.
A no ser que quiera situarlo de improviso frente a un punto de ruptura.
Parece querer confirmarlo con algunas presencias ya familiares y hacerle revivir en torno
a ellas la continuación «lógica» de las historias precedentes. Para luego lanzarlo de golpe
ante un acontecimiento inaudito y desconcertante.
Diríase que Mc prepara al lector para algo absolutamente desconcertante. Lo lleva por un
terreno familiar bruscamente interrumpido por el «salto» a lo imprevisible.
Todo, en el relato, lleva el signo de la continuidad. Enseguida lo veremos mejor.
El mismo estilo literario jalonado como en la pasión por una impresionante serie de «y» se
sitúa en armonía con las páginas precedentes y no permite prever nada nuevo.
Pero la continuidad queda asegurada sobre todo por las mujeres.
Son las tres mismas del Calvario. Dos de ellas han seguido los pasos de la sepultura.
Todo se desarrolla desde el principio con una cierta lógica. Se trata de completar las
honras fúnebres, más bien apresuradas, del viernes por la tarde, por la inmediatez del
reposo sabático.
Hay abundantes y hasta insólitas precisiones de lugar y tiempo.
Y todo se desarrolla en riguroso respeto de la legalidad.
La adquisición de los aromas se sitúa la tarde del sábado, después de la puesta de sol,
cuando estaba permitido.
Pero entonces es ya tarde para visitar el sepulcro, haciéndolo al día siguiente
(denominado «el primer día de la semana» y no el «tercer día», expresión típica del lenguaje
catequético).
Incluso se especifican dos momentos distintos de la mañana: el grupo de mujeres sale
muy pronto de casa. Y llega al sepulcro cuando ya ha salido el sol 1.
La misma preocupación por mover la piedra entra dentro de la lógica humana. Y en este
punto, dicho sea de paso, me parecen excesivas las dificultades planteadas por algunos
especialistas que ven aquí una contradicción entre los cuidadosos preparativos de la
víspera y este llamativo descuido. ¿Cómo es que no cayeron antes en la cuenta?
Creo que el razonamiento de las mujeres puede resumirse más o menos así:
«¿encontraremos allí alguien que nos retire la piedra de la entrada?».
Por consiguiente Mc nos presenta un cuadro normal y totalmente coherente, en el que se
sitúan en primer plano las intenciones, las acciones e incluso las preocupaciones de las
mujeres.
La piedra retirada da acceso no sólo al sepulcro sino a la desconcertante sorpresa. El
hombre es conducido a levantar acta de la acción de Dios.
«¡Ha resucitado!». Literalmente: «Ha sido resucitado (por Dios)».
He aquí el brusco paso de la intervención del hombre a la intervención de Dios.
Y es precisamente aquí a donde Mc quiere llegar: a hacernos tomar nota de que este
acontecimiento depende exclusivamente del poder de Dios...
La insistencia en la piedra, que ya ha sido retirada a pesar de ser muy grande, se
encuadra en esta perspectiva de la intervención de Dios que supera todas las posibilidades
humanas.
La acción del hombre se queda fuera del sepulcro.
Y aquí está la paradoja, el punto de ruptura: en que en el centro de un sepulcro, donde el
hombre nada tiene que hacer excepto ocuparse de un muerto, se sitúa la acción de Dios
que expresa la vida e inicia una nueva historia.
Muy acertadamente dice J. Delorme: «El relato merece atención: es el relato del aborto
de un proyecto humano llevado a cabo con meticulosidad. Proyecto humano en el más
profundo sentido de la palabra: las mujeres manifiestan un profundo apego a Jesús. Y
hacen todo lo que está en sus manos para llevar a cabo lo que su afecto les inspira. Han
hecho su plan y han pensado en todo...
«...Pero su proyecto es superado por el acontecimiento. Han pensado en todo menos en
lo que realmente ha sucedido. Se quedaron paradas en el momento de la muerte de Jesús.
Pero él ha resucitado. Ya nada tienen que hacer aquí. La acción de Dios desconcierta al
hombre.
«Han sido anticipadas por el acontecimiento. Se han asustado porque la lógica humana
ha fallado».
Y el mismo autor: «El significado teológico de la escena consigue oscurecer cualquier
otro interés: la resurrección del crucificado no es idea de hombre, sino acción de Dios y, en
consecuencia, no puede ser sino revelada en oposición con cualquier espera humana. El
segundo evangelio alcanza aquí su punto culminante».

El acontecimiento decisivo
encerrado en ocho versículos
Mc no nos hace una crónica de la resurrección. Por él nos es imposible saber cómo,
cuándo y dónde sucedió 2.
Su relato, construido con datos cronológicos y topográficos precisos está relacionado con
la visita de las mujeres al sepulcro y no debe confundirse con una crónica de la
resurrección de Jesús
Esta se nos presenta a través de una revelación.
Por consiguiente Mc no nos hace presenciar la resurrección y ni siquiera pretende
describírnosla, pero nos lleva a captar su anuncio.
La escena que se desarrolla dentro del sepulcro y cuyos protagonistas son las tres
mujeres y el misterioso joven, puede considerarse una especie de teofanía al estilo de la
transfiguración o de la agonía de Getsemaní.
¡Ocho versículos para hablar del acontecimiento decisivo! Parecen pocos en
comparación con los quince capítulos anteriores. Y. sin embargo, allí está todo. Tan es así
que con estos ocho versículos puede Mc dar por terminado su evangelio.
En estos ocho versículos resume el evangelista tres experiencias distintas:

-El anuncio o kerigma de la resurrección.


-La tradición pascual de la comunidad de Jerusalén.
-Las apariciones del resucitado.
1. El anuncio pascual. Las mujeres no encuentran vacía la tumba. La encuentran
ocupada por un «joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca» (v. 55).

Es evidente que se trata de un personaje celeste. Pero que no está allí para ser
contemplado, sino para ser escuchado.
Precisemos aun más: el ángel no es un simple intérprete del acontecimiento. Es, más
bien, el ángel revelador del acontecimiento.
El mensaje se reduce a lo esencial recalcando algunos esquemas clásicos de los
anuncios que pueden encontrarse en la Biblia.
«No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado; ha resucitado, no está aquí.
Ved el lugar donde le pusieron» (v. 6).
Incluso el último detalle forma parte del esquema de anuncio: se trata del «signo» (no de
la prueba).
Es fácil captar, en las palabras del personaje celeste, el núcleo de la profesión de fe en la
resurrección de la primitiva comunidad cristiana.
Pero este anuncio o kerigma no se expresa siguiendo el procedimiento típico de una
determinada apologética.
Oportunamente lo advierte Delorme: «Después de la clásica recomendación en un
contexto de este tipo: "no temáis", aparece inmediatamente la afirmación decisiva
expresada mediante una antítesis muy vigorosa: "buscáis a Jesús de Nazaret, el
crucificado: ha resucitado". Esta afirmación ilumina el resto de la frase: "no está aquí" y el
ángel invita a constatarlo: "ved el lugar donde le pusieron".
El orden de las proposiciones no es en absoluto indiferente. Se afirma la resurrección
antes de cualquier alusión a la ausencia del cuerpo. No se procede partiendo de la
constatación física para llegar a su explicación sobrenatural. El camino no es el de la
apologética. La revelación, por el contrario, viene de Dios para afirmar el inesperado: "ha
resucitado"; y esta revelación ilumina el extraño hecho del "no está aquí".
La invitación a la comprobación no se hace para probar la resurrección. Se trata, más
bien, del revés del hecho revelado: desde el momento en que ha resucitado no puede estar
aquí, podéis comprobarlo» (o. c., 107).
Por consiguiente el ángel no se limita a interpretar, a resolver un problema, sino que está
encargado de revelar lo inesperado.
La experiencia que tienen las mujeres parece que ha de limitarse, al menos al principio, a
ver. De hecho ven la piedra retirada (v. 4). Y, dentro ya del sepulcro, ven a un joven vestido
de blanco (v. 5).
A partir de aquí el ver deja el puesto al escuchar.
La palabra es la que introduce en el acontecimiento y permite captarlo en su más
profunda y desconcertante realidad.
«He aquí el tipo de relato adecuado para los cristianos atraídos por este sepulcro. En él
encontraban el marco para una sorprendente meditación sobre la resurrección tal como era
afirmada por la predicación apostólica. Allí donde nada podía ya verse o tocarse, sólo la
palabra de Dios posibilita el acceso al inaprensible misterio de su poder» (J. Delorme, o. c.,
130).
Es decir, Mc presenta la resurrección de Cristo «ambientándola» en un lugar preciso, la
tumba abierta, vacía, la tumba de la que se afirma ha sido la del crucificado, pero todo su
relato está centrado en la revelación del misterio expresado en términos de la predicación
apostólica entendida como proclamación de la palabra de Dios.

2. La tradición pascual de la comunidad de Jerusalén


Pero en el relato de Mc quizás pueden descubrirse también las huellas de una
antiquísima tradición litúrgica centrada en la peregrinación a los lugares de la pasión dentro
de la ciudad.
De esta forma su narración habría recogido una conmemoración religiosa de la pasión en
Jerusalén y su consiguiente calendario litúrgico.
Así lo explica J. Delorme: «El interés de los creyentes, que residen en Jerusalén o
llegados en peregrinación, se detecta en varios relatos de la pasión cuya atención a los
lugares sirve de soporte a una evocación y quizás a una conmemoración de los grandes
acontecimientos de la historia de la salvación en Jesucristo. Al final de esta evocación, la
visita al sepulcro es fácil de entender. Y cuando se quisieron reagrupar los relatos que
recogían la tradición jerosolimitana de la pasión, el de la ida de las mujeres al sepulcro
ofrecía una conclusión sugestiva que tenía el valor de afirmar la definitiva victoria del
crucificado en el mismo lugar en que la muerte habría debido manifestar su victoria» (o. c.,
133).
Era completamente verosímil que en este momento de la peregrinación se hiciera, al
público participante, el mismo anuncio del ángel: «No está aquí. Ved el lugar donde le
pusieron».
No cabe duda de que es una tesis sugestiva. Pero debemos precisar:
-Que la iglesia primitiva estaba en posesión de informaciones antiguas y bien
confirmadas sobre los acontecimientos (pasión, muerte y sepultura).
-Que la celebración es consecuencia y no causa de la fe. Es decir, que la tradición
cultural no ha determinado la fe en el resucitado ni su correspondiente predicación
apostólica, sino que es su expresión. Ha sido la fe en la resurrección la que ha determinado
y favorecido la acción litúrgica.
Por consiguiente, si en el evangelio de Mc puede detectarse este tipo de tradición, no ha
de olvidarse que se trata de una tradición basada en hechos históricos documentables y
también en la fe de la primera comunidad de Jerusalén.

3. Las apariciones del resucitado. Pero el relato de Mc alude también, aunque


limitándose a un esbozo, a la tradición de las apariciones a los discípulos que, por el
contrario, ocuparán un puesto relevante en la primitiva predicación misionera.
El mismo ángel orienta en este sentido: «Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que
irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis como os dijo» (v. 7).
Precisamente la «misión» de las mujeres hacia los discípulos asegura la ligazón del
relato de Mc con la tradición centrada en las apariciones.

Unidad y oposiciones
X. L. Dufour detecta en el relato de Mc un motivo unitario y tres series de oposiciones.
Cito casi literalmente:
La unidad la forman las mujeres. Se las llama por su propio nombre, van a comprar los
aromas, salen hacia el sepulcro, discuten entre sí por el camino, constatan que la piedra ha
sido retirada, entran en el sepulcro, tienen miedo, escuchan, salen, huyen, callan.
Son, por consiguiente, las mujeres las que, al haber ocupado el lugar de los apóstoles
fugitivos, tienen el encargo de proponer al lector «seguirlas» en su itinerario hacia la
revelación. Como ellas, el lector ha podido constatar la muerte de Jesús y descubrir el lugar
del sepulcro. Como ellas, lleno de admiración y reconocimiento por este hombre Jesús,
quiere rendirle un último homenaje. Y he aquí que el camino del sepulcro está abierto de
par en par ante él, desde el momento en que se ha hecho rodar a la piedra de forma
maravillosa, pero todo ello tiene el objetivo de provocar la rendición ante la sorprendente
revelación de la resurrección de Jesús. Es necesario pasar, después de la fuga, a otro
proyecto que no se nos especifica de antemano.
Casi como contrapunto se encuentran oposiciones que resaltan todavía más la armonía
precedente.

1. Lo oscuro contrasta con lo luminoso. Es la oposición entre la tarde del sábado y la


mañana con sol ya alto. Esta oposición se prolonga luego en otras dos categorías: dentro y
fuera. Las mujeres entran y salen del sepulcro. Y lo extraño está en que el misterio pascual
es revelado en la oscuridad de dentro de la tumba, mientras en la luz del mundo
circundante se preocupaban y después huyen.
2. Palabra y silencio. Las mujeres hablan al aire libre, el ángel habla en el interior.
Finalmente callan las mujeres al encontrarse fuera.

3. Presencia y ausencia. El cadáver está presente en su mente y las empuja a actuar


comprando los aromas y dirigiéndose al sepulcro.
Y precisamente, cuando se les hace notar que el cadáver no está allí, pierden de repente
toda su capacidad de acción, se quedan como paralizadas y luego huyen y no hablan.
Tendrán que descubrir una nueva forma de presencia a través de la ausencia.

Elementos típicos de Marcos


En el relato de la resurrección se encuentran sobre todo dos elementos típicos de Mc.

1. La incomprensión. En él las mujeres no piensan más que en la muerte, únicamente se


preocupan por rendir honores a un cadáver.
Su plan excluye al viviente. En el fondo no trascienden las posibilidades humanas. No
llegan a sospechar el poder de Dios en acción. Es el tema de la incomprensión de los
discípulos que sirve de contrapunto a todo el evangelio.

2. El temor. El vocabulario de Mc es como siempre muy variado cuando se trata de


expresar este sentimiento que no ha de entenderse en sentido psicológico sino que traduce
la reacción del hombre ante lo sagrado.
Se habla por tres veces, con matices diversos y expresiones diferentes, del miedo de las
mujeres. Todo ha de interpretarse en una perspectiva bíblica: es el espanto, mezcla de
miedo y estupor, de aturdimiento y de temor que embarga a la creatura ante la
manifestación de Dios. Es un perder la cabeza, un salir-fuera-de-sí provocado por un
acontecimiento sobrenatural.
El hombre no puede aprender el misterio ni encuadrarlo tranquilamente en sus
esquemas. Sólo le queda abrirse a su revelación, una revelación que lo deja en realidad
fuera-de-sí.
Las mujeres que tienen el valor de encararse con un cadáver que lleva ya dos noches y
un día en el sepulcro (en oriente), se quedan desconcertadas y aterrorizadas, no
«soportan» la revelación relacionada con un viviente.
Quede claro que las mujeres no huyen del sepulcro aterrorizadas porque lo han
encontrado vacío. Ha de relacionarse su terror con la aparición del ángel y con el mensaje
divino que han escuchado de su boca (jamás puede separarse el ángel del mensaje)

Otros elementos del relato:


La piedra. No excluye la posibilidad de la sustracción del cadáver. Su función es
esencialmente simbólica: según la concepción judía, los muertos no pueden volver a salir
del sheol.
La piedra es muy grande, pero no porque resulte difícil moverla sino porque cierra el
sheol.
La piedra retirada significa, por consiguiente, que el poder de Dios ha triunfado sobre el
poder del infierno. La muerte ha sido derrotada.
En efecto, cuando la piedra obstruye la entrada de la tumba, indica que la muerte ha
triunfado sobre la vida.
Retirada, simboliza la derrota de la muerte.
En cierto sentido puede decirse que la piedra tiene una función epifánica: manifiesta el
poder de Dios.
El hombre puede entrar a ver las consecuencias de la intervención divina sobre la
muerte.
De este modo el primer día de la semana se convierte en el día en que se manifiesta el
poder de Dios, su victoria.
La tumba-vacía. P. Althaus sostiene con seguridad que el mensaje de la resurrección
«no hubiera podido sostenerse en Jerusalén ni un día, ni una hora, si la tumba vacía no
hubiera sido un hecho comprobado por todos los interesados».
Conviene hacer algunas precisiones.
Es cierto que en la polémica con los judíos no queda constancia de que en ningún
momento se haya contestado la realidad de la tumba vacía. En todo caso se trató de dar
una explicación acusando a los discípulos de la sustracción del cadáver.
De todas formas tenemos el hecho, por otro lado significativo y sorprendente, de que la
tumba vacía no aparece nunca como objeto de predicación ni en los discursos de los
Hechos ni en san Pablo.
R. Fabris dice así: «El sepulcro vacío no es una prueba de la realidad o de la verdad de
lo anunciado, sino una indicación para el que cree. La tumba vacía no es una prueba de la
resurrección, porque Dios solamente puede revelar su acción escatológica y salvífica en
Jesucristo a quien está disponible. En efecto, sólo el encuentro con el Señor viviente hará
madurar la fe en él como resucitado. La tumba abierta y vacía de Jerusalén, cuyo recuerdo
ha conservado la primitiva iglesia con cuidado y veneración siguiendo la costumbre judía de
visitar y honrar las tumbas de los profetas y mártires, sigue siendo un indicio, una grieta en
el tejido de las experiencias mundanas. Al creyente le sugiere la dimensión
histórico-corpórea de la resurrección; para el que no cree permanece como un interrogante
abierto a todas las hipótesis».
Ya hemos resaltado cómo en el anuncio del ángel el hecho de la tumba vacía no
constituye el punto de partida que lleve al descubrimiento del hecho de la resurrección. Al
contrario: es el hecho de la resurrección el que constituye el punto de partida, siendo la
tumba vacía una simple referencia a él. Con otras palabras: la tumba vacía no es la
explicación de la resurrección. Sino que es ésta la que explica por qué la tumba está vacía.

A este respecto precisa J. Delorme: «Un hecho como el del sepulcro vacío ha sido
indudablemente histórico, sin ser necesario... Hay que reconocer que, hoy más que nunca,
la tumba vacía no nos sirve demasiado para expresar la realidad absolutamente nueva del
resucitado. Es verdad que permite constatar el realismo de la fe. Pero hay que conjurar
rápidamente el peligro demasiado real de representar la resurrección de Jesús como una
reanimación de un cadáver, como una revivificación similar a la de Lázaro» (o. c., 147).
Nunca se insistirá lo suficiente en la idea de que la fe en la resurrección no nace del
sepulcro vacío sino de una revelación.

Galilea, lugar del encuentro con el resucitado. «Pero id a decir a sus discípulos... que
irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo» (v. 7).
Se trata únicamente de la confirmación de lo que el mismo Jesús dijo después de la
última cena (14, 28).
El resucitado se aparecerá, pues, en Galilea. La perspectiva de Mc es opuesta a la de Lc
que sitúa las apariciones en Judea.
GALILEA/JUDEA Hemos advertido ya desde el principio que la
geografía de Mc es una geografía teológica: Galilea se convierte en el lugar del anuncio del
reino, en la cuna del evangelio. Judea es el lugar del rechazo.
Jerusalén ha mostrado ser la ciudad de las tinieblas y de la muerte. Por ello el resucitado
fija su cita con sus discípulos en el lugar donde todo comenzó.
L. Schente lanza la hipótesis de que Mc estaba preocupado por liberar a los cristianos de
la tutela «monopolística» de la iglesia de Jerusalén. Los relatos de las apariciones pueden
localizarse también en Judea. Pero hay que salir rápidamente para Galilea más allá de los
horizontes particularistas de la institución jerosolimitana en la que la iglesia corre el riesgo
de bloquearse.
«... Y a Pedro». No se subraya solamente el papel preponderante de Pedro. Con la
especificación «y a Pedro» quizás quiera decirse que la fidelidad de Dios es más fuerte que
todas las defecciones de los hombres, que su amor supera todas las debilidades.
El silencio de las mujeres. «Y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo».
Sorprende y suscita discusiones la desobediencia de las mujeres a la consigna recibida
del «joven» vestido de blanco.
La misión no es cumplida.
Creo que puede excluirse aquí la inclusión del silencio en la perspectiva del secreto
mesiánico, ya superada por los acontecimientos.
Pero tampoco creo que se trate de un silencio absoluto, definitivo. Mc se limita a decir
que de momento las mujeres perdieron la cabeza. El miedo, la turbación ante la sensacional
revelación, ha sido el sentimiento que ha prevalecido.
Han salido del sepulcro trastornadas, incapaces de hablar. Esto es todo.
Una conclusión inexistente
porque no se escribió...
El evangelio de Mc finaliza en el v. 8.
Las líneas que siguen no son auténticas. Aunque se haya reconocido su inspiración,
puede excluirse que hayan salido de la pluma de Mc.
A muchos les parece extraño que el evangelista concluya su libro con la partícula gar, es
decir, en efecto. Tengamos presente que la frase conclusiva dice literalmente así: «temían
miedo en efecto».
Personalmente no encuentro nada extraño que una persona como Mc, capaz de empezar
con la frase «Comienzo del evangelio de Jesucristo», finalice su evangelio con un «en
efecto».
Pero, sobre todo, habría que demostrar que Mc haya tenido realmente la intención de
«concluir» sus páginas.
Para él la resurrección no es un final alegre después de las «desventuras» de la pasión.
Es un comienzo.
Por lo tanto el evangelista prefiere dejar abierto el tema.
Abierto a todos los creyentes.
Ha condensado lo esencial en los ocho últimos versículos. Si se leen con atención se cae
en la cuenta de que son realmente completos.
Las posibles lagunas se resuelven con la frase «como os dijo» (v.7), que remite a toda la
enseñanza de Jesús.
Estos ocho versículos pueden y deben bastar para poner en camino al lector.
No hay tiempo que perder, hay que actuar de prisa porque hay alguien que nos precede.
No se puede uno retrasar con las palabras.
Si el objetivo fundamental del evangelio de Mc estaba en plantear se la pregunta
fundamental «¿quién es Jesús?», una vez obtenida la respuesta no veo por qué deba
concluirse este evangelio respetando las normas estilísticas (algo que nunca ha
preocupado a Mc).
Esa brusca interrupción no será estéticamente bella. Pero sí extremadamente eficaz.
El evangelio de Mc es un evangelio que no tiene un final, por la sencilla razón de que
quiere tener siempre y sólo un principio.

PROVOCACIONES

1. Nacer, vivir, morir, ser sepultados. Es la trayectoria normal de la vida humana.


La resurrección de Cristo rompe esta trayectoria, liquida definitivamente esta historia.
El sepulcro -el suyo, vacío- marca un comienzo, no un final.
La tumba deviene el lugar del nacimiento.
Sorprende que los pintores que han pintado a Cristo resucitado nunca lo hayan
representado en el momento de «salir» de una cuna.
Y sin embargo el Hijo que vuelve al Padre, en la gloria, después de haber cumplido hasta
el fondo su voluntad, es un recién nacido (del Edén había salido un viejo, condenado a
muerte). Es el hombre que retorna después de la muerte del pecado al nacimiento, al
momento de la creación.

2. He vuelto a caer.
Y decir que todavía me duraba la señal de la primera vez.
Me había jurado a mí mismo que no habría vuelto.
Pero los amigos me insistían. No podía decirse que se había estado en Jerusalén sin
acercarse allí. Y tenían razón.
Y así, muy temprano, no sin haberlos vacunado anticipadamente contra una inevitable
desilusión, los he conducido al interior de la basílica de la resurrección.
Hemos asistido a la liturgia más descuidada, ramplona y chabacana que imaginarse
pueda (no es el momento de describir el rito: ciertas independencias culturales son
«patrimonio» universal, en ciertos casos la vulgaridad es ecuménica).
Nos mirábamos unos a otros, desconcertados, casi incrédulos en medio de un rastro
devocional magníficamente abastecido. Había en él de todo excepto algo de buen gusto.
Aquellos increíbles mármoles. El hedor de los cirios. La humedad que respirabas que se te
pegaba a la piel, al alma. Y la gente que te pisoteaba para disparar sus flash.
Tuve sólo el tiempo de formular la esperanza de que nunca entre allí alguien con fe
titubeante o en busca de un destello de fe.
La impresión de disminuir.
He tenido necesidad de sales para rehacerme. Sí. De las palabras del evangelio: «ha
resucitado, no está aquí».
Me he precipitado fuera pisoteando la mayor cantidad de pies devotos que he podido y
repitiendo en voz alta a pesar de las indignadas miradas que me traspasaban como si fuera
un blasfemo: «No está aquí».
Nos hemos vuelto a encontrar con los amigos una hora después.
Estábamos arracimados sobre una piedra en un suk de la ciudad vieja, en medio de una
bulla infernal, pero que daba la bienhechora sensación de la vida.
Confundidos, humillados, irritados.
Hacíamos el inventario de lo que había quedado dentro y de lo que habíamos podido
salvar. Afortunadamente lo «esencial» no había sido afectado. Salvado el peligro. Todavía
la alegría de creer, a pesar de la deprimente experiencia.
Nadie hablaba. Solamente intercambiábamos miradas perdidas.
Al final no he resistido y he dicho:
-Nos está bien...
Porque también nosotros, como las mujeres, hemos pretendido encontrarlo aquí.
Pero éste es el único lugar en el que no hay nada de él.
De lo que se trata es de echar una rápida ojeada y comprobar que es el lugar donde lo
habían puesto. Pero, naturalmente, no está.
Hay que irse, salir de prisa.
Tiene razón X. L. Dufour: «Como un muelle que lanza fuera a quien busca apoyo en él,
también la tumba arroja lejos de sí».
Esta vez he hecho otro propósito.
Volveré.
Siento todavía necesidad de entrar en aquel sepulcro. De respirar aquel aire de muerte.
De sentir en mi garganta el roce del hedor de los cirios.
Para sentir el deseo de salir de allí enseguida, precipitadamente.
Para convencerme de que tengo que buscarlo en otra parte.

3. Y pensar que a causa de este sepulcro ha habido guerras, muertes, auténticas


carnicerías.
«Para liberarlo», era la justificación religiosa.
¿Pero no lo había ya hecho Cristo?
¿Y no había liberado Cristo ya con él todos los sepulcros de los hombres?
¿No es la liberación de la muerte la auténtica liberación?
No, el sepulcro no necesitaba ser liberado.
Los hombres, sí. Los hombres tenían, han tenido siempre necesidad de ser liberados.
Salvar la vida de un hombre: he aquí la verdadera cruzada, el modo auténtico de honrar
el sepulcro de Jesús para manifestar la fe en la resurrección. El hombre y no el sepulcro es
quien siempre está en peligro de caer en manos de los «infieles».
El hombre es la reliquia que hay que conservar celosamente.
El hombre, reliquia viviente del resucitado.

4. Y pensar que por ese sepulcro se ha pleiteado y continúa pleiteándose entre las
iglesias cristianas.
Dan ganas de gritar: dejádselo. Que lo cojan.
Soy un ingenuo. Lo sé.
Pero pienso que sería una acción que proclamaría, mejor que cualquier otra, que hemos
comprendido el mensaje a las mujeres: «no está aquí. Id...».
Descuidar una tumba puede significar un escaso respeto por el muerto. Pero ésta está
vacía.
No riñamos, no nos enojemos unos contra otros por un sepulcro vacío. Que se queden
con él.
En compensación reivindiquemos la posibilidad de «salir» por todas partes, de acudir a
las numerosas citas fijadas por el viviente que nos precede.

5. ¡Pobres mujeres! Como ya no hay un cuerpo que embalsamar, se quedan como


paralizadas.
Pero enseguida el ángel les señala una misión distinta.
Se trata de entrar en otro plan.
Quizás esté aquí la conversión.
Dejar de encerrar a Dios en nuestros esquemas, de entumecerlo en nuestros ritos, de
embalsamarlo en nuestras fórmulas. Y permitir ser empujados en sus itinerarios de vida.
Desde lo alto, el sol hiere el sepulcro.
Sería el momento de apagar nuestra vela.
Y de aprovechar la luz.

6. Creo que tiene razón Mc y no Lc.


La cita es en Galilea, no en Jerusalén.
Es cierto que también puede haberse aparecido en Jerusalén para reunir a sus
discípulos, pero para llevárselos inmediatamente a Galilea.
No olvidemos que pascua es liberación.
Con su rechazo, Jerusalén se ha convertido en la tierra de la esclavitud.
El resucitado inicia ahora un nuevo Éxodo.
La tierra prometida puede estar en cualquier parte. Menos en el lugar en que Cristo ha
sido «entregado», detenido, condenado, ofrecido a los látigos de los carceleros.
«He escuchado el clamor que le arrancan sus capataces; pues ya conozco sus
sufrimientos. Ahora, pues, ve... para que saques a mi pueblo de Egipto» (Ex 3, 7.10).

7. «Ellas salieron huyendo del sepulcro...».


También ellas han huido.
Los discípulos huyeron después de su prendimiento cuando iba hacia la muerte.
Las mujeres cuando es liberado de la prisión de la muerte.
Parece que nuestra verdadera vocación para con el Maestro es la de la fuga.
Y que el verlo vivo nos dé aún más miedo que contemplarlo en manos de sus enemigos.

Y él no nos persigue.
Se limita a ir delante de nosotros. A Galilea tierra de la esperanza. Esperanza sobre todo
para Pedro y para nosotros que, como él, nos hemos especializado en fugas.
Puede sospecharse que los discípulos se escapan a Galilea para alejarse lo más posible
de donde han abandonado y «entregado» al Maestro.
Allí, en Galilea, podrán reemprender por fin su vida anterior.
Tranquilos. Sin pesadas aventuras.
Y sin embargo es allí donde se encuentran cara a cara con el resucitado.
En este sentido, a medida que va tomando cuerpo su fuga del Maestro, se convierte en
una carrera de aproximación a él.

8. Sí, es posible que haya «búsquedas» que encubran el intento de liberarse de Dios y
de sus exigencias.
Pero existen también fugas dolorosas, atormentadas por el remordimiento y la nostalgia
que nos llevan a precipitarnos en él.
Dios no se deja conquistar.
Acostumbra más bien a esperar.
A un Dios que se nos anticipa, no lo podemos conquistar.
A lo sumo podemos sospechar que nos espera.
Antes de venir al mundo, Cristo era el esperado de las gentes.
El hombre, el esperado por Dios.

9. Señor, tú sabes que muchas veces nuestras fugas son un intento de liberarnos de ti,
de tu incómoda presencia.
Pero, al mismo tiempo, son la prueba de que no podemos prescindir de ti.
Como no podemos seguirte, nos alejamos... hacia ti.

CONFRONTACIONES

Un porvenir ya comenzado
El mensaje de la resurrección de Mc se construye sobre el esquema de la predicación
cristiana primitiva: el crucificado ha resucitado, o mejor, ha sido resucitado, es decir, ha sido
despertado por Dios a la vida alcanzando así su meta. No fue un retorno a la existencia
terrena sino que ha sido elevado a una nueva dimensión que consiste en la forma propia de
ser del mundo celeste y escatológico. En Jesús encuentra su suprema realización aquel
dicho de que «quien pierda su vida, la salvará» (8, 35).
Lo que en esas palabras se dice para los seguidores de Jesús, se desvela y se realiza
para todos a la vez en el acontecimiento de la resurrección del crucificado «autor de la
salvación». En efecto, sólo porque Jesús, muerto por los hombres, ha sido resucitado por
Dios puede también verificarse la promesa hecha por él a todos los que creen en su
persona. Por eso resuena junto al sepulcro vacío el mensaje de la resurrección que, para la
comunidad de los creyentes, no tiene solamente una referencia histórica circunscrita a
Jesús sino que adquiere un valor que la afecta directamente.
Pues con la fe en la resurrección de Jesús ella encuentra, en efecto, su propia salvación,
divisa ante sí su porvenir eterno que esta misma resurrección ha inaugurado para ella» (R.
Schnackenburg, El evangelio según san Marcos II, Barcelona 31980).

La cámara nupcial
El sepulcro se transforma en cámara nupcial. El resucitado es el esposo, el que viene, el
esperado con temor y temblor...
«Cirios en mano, vamos al encuentro de Cristo que sale de la tumba como se va al
encuentro del esposo...». «Al resucitar, sales de la tumba como de una cámara nupcial...».
«Toda la historia de la salvación podría describirse como un drama de amor, como un
inmenso Cantar de los Cantares, pero no se trata tanto de la prometida que busca a su
amado, como del Dios fiel que busca a su adúltero pueblo, que busca a la humanidad que
se ha alejado de él para hablarle al corazón y devolverle su primer amor como dice Oseas
(2, 16-17) (O. Clement, La celebration pascale, en Le mistère Pascal, commentaires
liturgiques, Spiritualité oriental n. 16? Abbaye de Bellefontaine 1975).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 134-150)
........................
1. G. Nolli traduce: «nacido ya el sol»: y ello en relación con el momento, no de salir de casa, sino de llegar al
sepulcro. Quizás pueda descubrirse en este detalle un aspecto simbólico como hace notar H. Schlier: «...se
levantaba el sol sobre el sepulcro...». Se trata del levantarse del sepulcro de un sol completamente distinto,
del sol de la salvación.
2. Puede resultar interesante comparar la descarnada narración de Mc con este detallado relato de la re-
surrección del libro apócrifo El evangelio de Pedro: «... Pero en la noche en que empezaba a iluminarse el
día del Señor, mientras los soldados hacían la guardia de dos en dos, resonó un gran grito en el cielo. Vieron
los cielos abiertos y a dos hombres que descendían de ellos con gran esplendor y que se acercaban al
sepulcro. La piedra que estaba puesta a la entrada comenzó a rodar por sí misma y se retiró. Se abrió el
sepulcro y entraron los dos jóvenes. Al ver esto los soldados despertaron al centurión y a los ancianos.
También estos se encontraban allí para la custodia. Mientras contaban lo que habían visto vuelven a ver salir
de la tumba a tres hombres: dos de ellos sostenían al tercero mientras una cruz los seguía. La cabeza de
los dos primeros llegaba hasta el cielo mientras la del que era llevado por ellos subía por encima del cielo.
Entonces oyeron una voz de lo alto que decía: «¿Has predicado a los que duermen?». «Luego se oyó la
respuesta procedente de la cruz: "si"». No se satisface la curiosidad con la lectura de estas lineas, pero se
termina por añorar el seco relato de Mc. En su desconcertante sobriedad Mc se muestra más «completo»,
nos cuenta bastantes más cosas...

3-9 - FINAL CANÓNICO DE MARCOS


Mc16, 9-20
APÉNDICE

¿Ha desaparecido un folio o han substraído una línea?


Y. así se desencadena una especie de crucigrama en cuya solución se concentran los
esfuerzos de especialistas de distintas disciplinas. Pero hasta el presente sin soluciones
apreciables.
Un crucigrama cuyos puntos oscuros se multiplican y cuyas líneas se embrollan.
Un título para los especialistas: el final de Mc.
Otro sensacionalista: el evangelio mutilado.

Los elementos:
-Habría desaparecido un versículo. O incluso una página. Mc había terminado
satisfactoriamente su trabajo de acuerdo con todas las reglas de los relatos serios.
Entonces este versículo (o esta página) ha sido substraída por alguien interesado en
hacerla desaparecer. ¿Por qué motivos? Hay quienes apuntan a razones dogmáticas. En
suma, la desaparición estaría motivada por el deseo de evitar problemas a Mc ante un...
tribunal eclesiástico.
-Pero basta ya de hurtos. Ha sido un incidente banal aunque desagradable. El célebre
versículo final se ha perdido y basta, sin que nadie tenga responsabilidades especiales ni
haya debajo razones ocultas.
-Otros salen de sus laboriosas investigaciones con esta hipótesis: ni robo ni desaparición.
Mc rompió el relato de esa forma brusca porque le ocurrió algo que le impidió continuar. ¿De
qué se trata? ¿Qué le sucedió exactamente a nuestro autor? Nadie lo sabe.
-Pero hay también quienes siguiendo pistas diversas, proponen la siguiente hipótesis: Mc
se proponía escribir una continuación de su evangelio a partir del capítulo de las
apariciones. Pero por razones desconocidas no le fue posible llevar adelante su proyecto.
Alguno habla de un viaje imprevisto para visitar las iglesias de Asia con una delicada misión
a cumplir. A su vuelta se habría visto inmerso en el torbellino de la persecución, sintiéndose
obligado a dejar la pluma por razones de fuerza mayor.
-No puede negarse, sin embargo, que tenemos en nuestras manos o, mejor, ante
nuestros ojos un final más que aceptable: exactamente el que va del v. 9 al 20.
Pero algunos especialistas objetan lo siguiente: pero ese es «el cuerpo del delito». Es una
colosal y grosera «sustitución de persona» o, si se prefiere, de texto.
Los que han birlado la página auténtica de Mc, la han sustituido con este falso texto para
rellenar un vacío demasiado evidente. La operación «cambio» se ha realizado, pero de
forma poco hábil.
-Intervienen ahora los inocentes totales. No admiten ni hurto ni pérdida, ni olvido ni ningún
tipo de incidente relacionado con la persona de Mc.
El habría terminado tranquilamente su obra. Y los versículos 9-20 habrían salido
igualmente de su pluma.
Esta tesis, especialmente en su parte final que atribuye a Mc la paternidad de los
versículos 9-20, es cuando menos arriesgada, porque olvida a la ligera sobre todo el
análisis de la tinta, es decir, del estilo del autor. A quien se lo hace notar contestan
respondiendo que el evangelista puede haberse visto obligado a suspender su trabajo en el
v. 8. Y cuando volvió a reemprenderlo, lo hizo a costa de la continuidad.
Como puede verse sobran ingredientes y suspense para un «crucigrama textual».

Algunos puntos más o menos firmes


Intentemos, si es posible, fijar algunos puntos de una cuestión todavía abierta.

1. Opinión personal. Como ya he dicho, creo que no disponemos del final auténtico de
Mc. Y es inútil tratar de encontrarlo o de reconstruirlo por la sencilla razón de que Mc no
sólo no lo ha escrito sino que ni siquiera ha querido escribirlo.
Su evangelio había de tener un comienzo y solamente un comienzo, pero nunca una
conclusión.
Su evangelio es un evangelio «abierto», que lleva a volver a comenzar desde el principio.

Pero se trata de una opinión basada sobre todo en la imprevisibilidad y en la libertad del
autor que parece empeñado en escribir para desconcertar y provocar al lector, para
impulsarlo a rehacer un camino.
Mc no pretende ofrecer un trabajo «acabado», algo admirable o de «prontuario».
Presenta en cambio un punto de partida, suministra los elementos capaces de enrolar y
comprometer a todos los que estén dispuestos a afrontar una aventura de fe.
Es decir: Mc deja espacio al lector. No le dice: aquí tienes todo lo que debes saber,
apréndelo bien y habrás cumplido. Sino que le sugiere: aquí tienes lo esencial para una
decisión y una elección. Defínete, ponte en camino y veras.
Por un camino rigurosamente científico P. Benoit llega más o menos a mis mismas
conclusiones: «Tengo la impresión de que Mc decidió terminar aquí su evangelio sin hablar
de las apariciones conformándose con la enunciación de los hechos de la resurrección a
través de las palabras del ángel. Su evangelio termina con esta afirmación: Jesús ha
resucitado. Con ello se contenta Mc».

2. La conclusión (9-20) llegada a nosotros falta, según el testimonio de Eusebio y


Jerónimo, en casi todos los mejores manuscritos. Sin embargo la mayoría de los códices
griegos, algunas versiones y varios padres de la Iglesia la confirman,

3. A través de diversos manuscritos y de diferentes versiones, el evangelio de Mc nos ha


llegado con distintos «finales».
Sustancialmente son estos:

a) El denominado final corto que sería el final original y definitivo de Mc (16, 8).
b) El final largo o canónico (16, 8 + 9-20).
c) El final largo interpolado. Entre los versículos 14 y 15 del manuscrito W ha sido
interpolada una especie de «apología de los discípulos» que dice así: «Reprocharé su
incredulidad... Y estos (los discípulos) se defendían diciendo: «Este mundo de iniquidad e
incredulidad está puesto bajo el dominio de Satanás, que no permite a quien se encuentra
bajo el yugo de los espíritus inmundos, acoger la verdad y el poder de Dios: revela por
tanto desde ahora tu justicia». Esto es lo que decían a Cristo, a lo que Cristo respondió:
«Los años de poder de Satanás han llegado a su fin, pero se avecinan otras cosas
terribles. Y yo he sido destinado a la muerte por los que han pecado para que se conviertan
y no pequen más y para que hereden la gloria de la justicia, esta gloria espiritual e
incorruptible que está en el cielo. Pero id por todo el mundo y predicad...».
d) Un final más corto transmitido por el códice de Bobbio (de procedencia africana, del
siglo IV). Después del v. 8 y omitiendo «y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo», se
lee lo que sigue: «Ellas (las mujeres) anunciaron enseguida a los compañeros de Pedro lo
que se les había mandado. Después el mismo Jesús (se les apareció y) envió por medio de
ellos la sagrada e incorruptible predicación de la salvación eterna desde oriente a
occidente. Amén». Como puede verse, en este caso el evangelio de Mc terminaría no con
un «efecto» sino con un «amén». A esta añadidura se la ha llamado «final del kerigma
incorruptible».
e) El final largo (16, 8 + 9-20) acompañado de asteriscos y de otros signos
convencionales colocados al margen de las líneas para indicar la existencia de dudas sobre
la autenticidad de este final.
f) Un final inserto entre el v. 8 y el «final canónico».

4. Refiriéndonos al «final canónico», incluido en nuestras traducciones de los evangelios,


puede hacerse las siguientes observaciones finales:
-La mayoría de los especialistas actuales, apoyados sobre todo en las investigaciones de
la crítica textual, excluyen que se deba a la pluma de Mc. Las diferencias de estilo y
vocabulario son demasiado evidentes. Todo el conjunto deja entrever la intención de
armonización con los otros evangelios.
-Se trata de un final autorizado con un innegable valor intrínseco que la iglesia considera
inspirado aunque no auténtico. Por esto se le llama «final canónico de Marcos», por estar
inserto en el evangelio de Mc aunque no sea necesariamente suyo.
-La fecha de composición puede fijarse hacia el 150. En cuanto al lugar caben solamente
conjeturas: se escribió probablemente en Siria (con menor probabilidad en Asia Menor,
-Efeso- ; de todos modos parece deba excluirse un origen occidental).
-El final canónico, aun sin haber salido en cuando tal de la pluma de Mc, se armoniza
-como observa J. Hug- con la temática del segundo evangelio.

Anotemos especialmente que:


a) La expresión «proclamar el evangelio» o «predicar el evangelio» es típica del texto que
tiene como centro el acontecimiento de la predicación.
b) Presenta a los discípulos como «aquellos que han estado con Jesús». Precisamente
los que «han dejado todo por la causa de Jesús y por el evangelio» (cf. 10, 28-29) están a
punto de ir a llevar el evangelio a todo el mundo.
c) Pero una vez más los discípulos vuelven a ser los que no creen, los que padecen de
«esclerocardia» y no comprenden.
d) La elección decisiva entre fe e incredulidad. Se ofrece una muestra de incredulidad
precisamente en la actitud de los discípulos.
e) El evangelio que comienza como «evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios» (1, 1)
encuentra su culminación en la marcha de los mensajeros encargados de llevar este
evangelio a todo el mundo. Por esto puede afirmarse, con J. Delorme que «el evangelio
ahora proclamado es Cristo dinámicamente presente y continuado».
f) Los signos de poder que acompañan a la predicación son atribuidos al poder de aquel
que, pasando por la cruz, está ya en la gloria. Otro tema característico del evangelio de Mc:
cruz y gloria, humillación y glorificación, debilidad y poder.
He aquí por qué puede hablarse de perfecta coherencia y continuidad entre el segundo
evangelio y este final no auténtico. Los versículos 9-20 pueden ser el fruto de una relectura
-en clave pastoral- del segundo evangelio por una comunidad que hubo de tener una gran
familiaridad con el texto de Mc.

Una lectura del texto


Así analiza J. Hug la estructura del texto del final canónico: «En primer lugar dos breves
resúmenes de tradiciones relacionadas con las apariciones de Jesús resucitado. Abriendo
camino la aparición que transforma a la ex-endemoniada en la primera mensajera de la
buena noticia de que Jesús está vivo. Pero también la primera negativa a aceptarlo por
aquellos que se han quedado bloqueados todavía en su pasado. A continuación una nueva
aparición que convierte esta vez a dos discípulos en nuevos mensajeros de la resurrección.
Y vuelve a repetirse la incredulidad de los demás.
La aparición del resucitado a los once, preparada por las dos apariciones anteriores, se
dirige inmediatamente hacia lo esencial del final de Mc, recordando el reproche debido a la
actitud de los once a los que ahora se hace mensajeros del evangelio por todo el mundo.
Evangelio que sitúa a los oyentes ante una neta e inexorable alternativa subrayada por la
advertencia constituida por el reproche de Jesús con motivo de la incredulidad de los
discípulos. El evangelio exige esencialmente adhesión mediante la fe y, en consecuencia,
el bautismo que desemboca en la salvación definitiva. El rechazo del evangelio conduce
directamente a la condenación que es la consecuencia inevitable del rechazo. Después de
esta solemne advertencia, el optimismo de la emulación o de la propaganda. Algunas
manifestaciones de poder acompañarán a quienes hayan creído. Finalmente, en algunos
rasgos hieráticos, una insistencia en el iniciador, su verdadera identidad revelada en su
ascensión y exaltación y a los mensajeros que manifiestan aquí abajo, con su misión actual
y universal, el alcance de esta exaltación del Señor Jesús».
Repasando el texto, puntualicemos ahora sus distintos elementos.
J/APARICIONES
Las apariciones del Resucitado. Están precedidas por una anotación cronológica:
«resucitó en la madrugada, el primer día de la semana» (v. 9). Esta frase, además de situar
la resurrección en un momento concreto (la mañana del domingo), posiblemente deja
traslucir la temática de la resurrección como nueva creación situándola en paralelismo con
la creación de la luz el primer día (Gén 1, 3). Pero también puede entreverse la costumbre
de la reunión dominical de la comunidad unida a la resurrección de Cristo.
Tres son las apariciones recordadas: a María Magdalena, a los dos de Emaús y a los
once sentados a la mesa.
La expresión «bajo otra figura» (v. 12) referida en la aparición a los discípulos de Emaús,
puede interpretarse de dos formas:
-«bajo otra figura», o sea, con las características de un viajero en oposición al aspecto de
«jardinero» con que se apareció a la Magdalena
-«bajo otra figura» indicaría, por el contrario, el aspecto glorioso de Cristo resucitado en
contraste con los rasgos normales de su vida terrena.

La situación actual de los discípulos. Antes de las apariciones, una situación de


abatimiento («estaban tristes y lloraban»).
Después de las apariciones relatadas por María Magdalena y sus dos compañeros:
«incredulidad».
La incredulidad afecta a todos los discípulos y es obstinada. Está relacionada
específicamente con la resurrección: los discípulos son reprendidos por su actitud para con
los testigos de la resurrección.
Y solamente la intervención de Cristo con su reproche relativamente duro les hace «salir»
de este estado de incredulidad y dureza de corazón.

La misión. El envío a la misión se halla inserto entre el mandato de Jesús («id», v. 15) y
la marcha efectiva («salieron...», v. 20).
En relación con la misión se especifican:

-Su objeto. mediante el verbo «proclamar» o «predicar» (v. 15.20) y dos complementos,
el evangelio (v. 15) y la palabra (v. 20).
-Los dos movimientos: ir (v. 15) y partir o salir (v. 20).
-La geografía: «por todo el mundo» (v. 15), «por todas partes» (v. 20).
-La universalidad: «a toda la creación» (v. 15).
-El riesgo: aceptación o rechazo, fe o incredulidad. Y en consecuencia: salvación o
condenación (v. 16). De este modo la predicación del evangelio se convierte en algo
ineludible que obliga a tomar postura, a escoger. Y, en el fondo, se convierte ya en «juicio».

Las señales para los que creen. Es una lista más bien larga que ocupa un puesto
relevante en este final (17-18).
Dos de estos signos ya han aparecido en el envío «prepascual» a la misión. Y están
también en correlación con los distintos signos de poder que acompañan la misión de
Jesús.
Es notable la insistencia en el primero (expulsión de demonios), que aparece desde el
principio con el recuerdo de la liberación de Magdalena.
Un detalle significativo: aquí las señales se prometen a los creyentes sin distinción y sin
que aparezcan subordinadas a ninguna condición, excepto a la de «creer». Quizás se haya
insistido demasiado poco hasta ahora en este aspecto original del final de Mc.
El tema de las señales vuelve a aparecer en el v. 20 pero ahora como «confirmación» de
la predicación (pero también en este contexto pueden aplicarse a los creyentes y no sólo a
los predicadores).
Por consiguiente los creyentes, y no sólo los apóstoles, son «portadores de señales».
Es cierto que resulta sorprendente esta insistencia, si se tiene en cuenta que es probable
que la comunidad ya en este momento estaba sufriendo la experiencia contraria del fracaso
de los signos, al menos en su aspecto más visible.
Esto puede tener una doble explicación:
-los signos tienen la función de adorno de una convicción profundamente arraigada más
que de reflejo de situaciones presentes y concretas. La palabra de Dios es ciertamente
eficaz, produce algo. Esa es la razón de que no necesiten corrección ni restricción alguna;

-puede ser que en determinadas comunidades hubiera todavía realmente claras


manifestaciones carismáticas.

Se indican cinco signos:

1. Exorcismos en el nombre de Jesús. Se trata en este caso de signos que


manifiestan el señorío de Jesús.
2. El don de lenguas. Puede entenderse como capacidad milagrosa para hablar lenguas
extrañas o como glosolalia (cf. I Cor 12-14).
3. Serpientes inofensivas. En Mc 10, 19 y en el Sal 90, 13 pueden encontrarse
paralelismos. Viene sobre todo a la memoria el episodio de Hech (28, 1-6) cuyo
protagonista es Pablo desembarcado en Malta después del naufragio. El apóstol coge una
brazada de ramas secas para encender fuego. Una víbora salió de ella huyendo del calor y
le mordió en la mano. Pablo «sacudió el animal sobre el fuego y no sufrió mal alguno».
También en la mordedura de las serpientes podría esconderse un simbolismo: la antigua
serpiente que continúa con sus destrucciones. Y con ello se subraya la victoria de Cristo
sobre las fuerzas del mal.
4. Los venenos sin poder de envenenar. Puede tener el mismo sentido anterior,
insistiendo especialmente en la malicia de los hombres.
5. Curación de los enfermos. La última señal se relaciona siempre con la «proximidad»
del reino (cf. Lc 10, 9): «curad los enfermos... y decidles: el reino de Dios está cerca de
vosotros».
Hemos de observar, finalmente, que todas las señales prometidas a los creyentes tienen
su fundamento en la invocación del nombre de Jesús. Se trata, pues, de una manifestación
de poder vinculada a la persona que se invoca.
Llama sin embargo la atención la total ausencia del Espíritu en este final. Cabría esperar
una alusión a él relacionada sobre todo con la promesa de asistencia.
Hay que observar, sin embargo, la ligazón existente entre el Espíritu y las
manifestaciones de poder (señales y carismas). Y habría, en consecuencia, una presencia
implícita del Espíritu.
Nótese que los signos dependen claramente aquí de la invocación del hombre. Hay que
concluir entonces que nombre -manifestaciones de poder y Espíritu- y manifestaciones de
poder son dos líneas distintas que raramente aparecen mezcladas en la tradición cristiana.
Por esta razón el final de Mc se atiene a esta distinción.

Ascensión y glorificación. El v. 19 afirma la ascensión y exaltación de Jesús a la


derecha de Dios. Es significativo el término empleado «Señor» que vuelve rápidamente a
aparecer después del v. 20.
Para la descripción de la ascensión y de la glorificación se utiliza una terminología
veterotestamentaria (para la primera, cf. 2 Re 2, l 1; Eclo 48, 9 y 49, 14; I Mac 2, 58 para la
segunda, Sal 110, 1).
A diferencia del kerigma primitivo en el que resurrección y exaltación están
estrechamente ligadas sin solución de continuidad, aquí se hallan claramente divididas y
separadas. Pues el final de Mc sitúa las apariciones del resucitado en medio de los dos
momentos.
J. Hugo dice que en este punto el evangelio de Mc tiene una innegable originalidad
porque ningún otro evangelio presenta como relato la exaltación a la derecha de Dios.
La exaltación del resucitado indica su entronización como Señor. Y la consecuencia
inmediata de esta realidad, aquí abajo, es la marcha de los apóstoles a su misión universal.

La cooperación del Señor se expresa en presente con el verbo sunergeo, obrar


conjuntamente, y bebaioo que literalmente significa consolidar y, por tanto, confirmar,
garantizar. El Señor se hace garante de la palabra de los apóstoles.
Es probable que ambos verbos no indiquen dos acciones distintas. Entre otras razones
porque «obrar conjuntamente» casi nunca lleva a Dios por sujeto; en todo caso, son los
apóstoles quienes cooperan con Dios. Por ello esa expresión puede formularse así: el
Señor actúa con ellos confirmando la palabra. La garantía mediante las señales es el modo
de cooperar propio de Dios.
Además los signos no se limitan a acompañar (a seguir de cerca) a la predicación, sino
que acrecientan la acogida del evangelio.

Conclusión
El final de Mc establece también una estrecha relación entre eclesiología y cristología.
Esta ligazón aparece especialmente en el «paso instantáneo de la afirmación solemne de la
exaltación al comienzo de la misión. La proclamación universal del evangelio constituye la
representación directa de la exaltación. Por tanto la iglesia es contemplada en su surgir
dinámico: existe donde la palabra es acogida por la adhesión a la fe y por el bautismo» (J.
Hug).
Todavía más: la ligazón entre la iglesia y su Señor es expresada en términos de
obediencia a la misión recibida (por parte de la iglesia) y de cooperación a esta misión con
señales especiales (por parte del Señor).
Un dato de hecho extraordinariamente significativo: se trata de una asistencia dinámica.
El Señor promete su asistencia a una iglesia misionera.
Por lo demás, Ias señales no tienen en sí mismas valor demostrativo. O sea, no son
causa sino consecuencia de la fe. En la práctica llevan al creyente, que las ha recibido, a
comprenderlas como un don y a remontarse a su origen: el nombre o la persona de Jesús.

«La iglesia del final de Mc es la comunidad que se abre a todos. Es la comunidad de los
que creen en la palabra del evangelio y que, al bautizarse, experimentan la asistencia
dinámica del Señor Jesús a través de muestras de su poder y que serán salvos» (J. Hug).

PROVOCACIONES

1. Los discípulos «estaban tristes y llorosos».


Pero cuando luego les llegan noticias que tendrían que haberles obligado a secarse
rápidamente las lágrimas, no «quisieron creer».
Así pues, del llanto a la incredulidad, de las lágrimas fáciles a la «dureza de corazón». No
puede hablarse ciertamente de progreso.
Bien pensado, la tristeza era la actitud más cómoda que podían tomar ante la pasión,
donde tenían que haber sido actores principales.
Igualmente la incredulidad es la más cómoda postura ante la resurreción.
Incapaces de seguir a Cristo hasta el Calvario, se conforman con llorarlo. La tristeza es
su refugio.
Incapaces de respetar sus citas con el viviente, se encierran en la incredulidad o, lo que
es lo mismo, en negarse a tomar nota de lo sucedido.
En uno y otro caso, se niegan a moverse. Es el anti-seguimiento.
Se llega a sospechar que la huida ante la cruz lleva también a la fuga de los
compromisos concretos derivados de la resurrección.
Y se plantea esta pregunta: ¿Quién resulta más incómodo, el Cristo que va a morir o el
Cristo que comunica que está vivo?

2. Y ahora viene lo más sorprendente. Cristo les alcanza precisamente en esta situación
de incredulidad y les saca de ella proyectándolos hacia la misión.
Diríase que les cura de su incredulidad «haciéndolos» misioneros. Y que les libera de su
«esclerocardia», dándoles el encargo de ir a abrir el corazón y los ojos de los otros.
Los que salen a proclamar el evangelio por todo el mundo son unos individuos
doblemente culpables. Culpables de haber abandonado al Maestro en la pasión y de
incredulidad después de la resurrección.
Precisamente a los discípulos que han fracasado estrepitosamente en estas dos pruebas
decisivas es a quienes se ordena: Id por todo el mundo a hablar de mí.
Difícilmente podía expresarse mejor la realidad del misionero que lleva una noticia que no
le pertenece y que es sostenido por la fuerza de otro.
Se le autoriza a «salir» no por haber demostrado ser el mejor o el más inteligente.
«Sale» un pecador que ha obtenido el perdón.
«Sale» un liberado de su incredulidad.

3. No me convencen demasiado las razones «tranquilizadoras» que dan los intérpretes


para justificar la ausencia de las señales prometidas por Jesús en las comunidades
actuales.
Personalmente no me siento tranquilo en absoluto. Hasta ahora no he experimentado en
mi vida ni siquiera una sola de estas cinco señales ni ninguno otra equivalente a ellas «en
consonancia con un hombre de nuestro tiempo» (para usar el mismo lenguaje de los
intérpretes «tranquilizadores»).
Y esto me preocupa a pesar de lo que digan los especialistas.
Que quede bien claro. No las necesito para creer. Porque si así fuera, la carencia de
señales justificaría la falta de fe.
Lo que sucede en mi caso es que la desoladora carencia de señales, en vez de justificar,
denuncia implacablemente la extrema escasez de mi fe.
El creyente no puede decir: «No he sido capaz».
Tener a disposición este nombre y que nada suceda, denota una incapacidad culpable.
Queda afortunadamente el remordimiento, permanece la humillación. Algo así como un
«sexto signo» para quien, aun creyendo, no ha podido todavía producir los otros, pero
tampoco ha perdido la esperanza de conseguirlo.
4. Todos los verbos del final de Mc están en pasado. Menos los tres últimos, que se
construyen en presente.
La asistencia del Señor se expresa en presente.
Nosotros podremos fallar ahora, en el presente. El no.
Los tiempos de nuestras culpas, de nuestras debilidades, de nuestros propósitos oscilan
entre el pasado y el futuro.
Pero a él sólo en el hoy lo encontramos.
El Señor resucitado es fiel al presente.
Dios sabe conjugar sólo el presente.
Si hablamos u oramos en pasado o en futuro, nos arriesgamos a no hacernos entender.
El presente de Dios asegura la continuidad de esa línea rota innumerables veces por
nosotros.
El presente de Dios garantiza que la historia de nuestras relaciones con él no se
interrumpan a pesar de nuestras continuas interrupciones.
(·PRONZATO-3/3.Págs. 154-165)

3-10 - SI NO SE APAGAN LAS LUCES


NO SE VE

He visto un cuadro reciente de Felice Filippini. Desconcertante.


El gran artista suizo parece haber dejado por una vez los colores relucientes, los rojos que
incendian sus inconfundibles obras para empapar sus pinceles de oscuridad. Toscos golpes
de espátula en el hollín.
El resultado ha sido un cuadro de sombríos colores, una grande mancha opaca,
indescifrable.
Me habían dicho que representaba a Cristo en la cruz.
Pero no lograba verlo.
Podía ser un animal, un montón de desechos ennegrecidos, un absurdo ovillo de
miembros, una explosión de ceniza. Pero no podía distinguir la silueta del hombre clavado.
Probablemente todo se debía a una perspectiva equivocada.
Descolgué el cuadro, lo coloqué en distintas posiciones y lo saqué fuera, al sol. Nada. No
había iluminación capaz de perforar aquella niebla oscura, de dar una figura verosímil a
aquellos desordenados trazos.
Pero no me desanimé. Volví a colgar el cuadro al azar, sin ninguna intención de situarme
en la verdadera perspectiva.
Me tumbé ante él en actitud de contemplación-espera, decidido a mantenerme así algunas
horas para familiarizar mis ojos con aquella oscuridad. Estaba segurísimo que algo
imprevisible surgiría de aquel embrollo de oscuridad y de líneas desordenadas.
No sé el tiempo que pasó sin quitar los ojos del cuadro.
En un instante se recortó, en la mancha opaca, la imagen del crucificado, nítida y brutal.
Fue una especie de iluminación imprevista, pero surgida después de una larga
familiaridad con la oscuridad, con lo incomprensible, con el absurdo, con lo loco.
No fui capaz de contener un grito de estupor. Pero a la vez de satisfacción como si yo
fuera el autor del cuadro.
Sin lugar a dudas el artista había creado una obra maestra. Lo hace a menudo.
Filippini no ha querido introducir la luz.
Y obliga al espectador a que la ponga él, naturalmente al espectador atento, activo, no al
indiferente o distraído.
Sin la luz aportada por el espectador, es una obra maestra fallida.
Algo parecido sucede al leer el evangelio de Mc y, en especial, el difícil relato de la
pasión.
Diríase que poco a poco se apagan todas las luces, los
colores vivos, las tonalidades pintorescas de las muchedumbres a lo largo de las orillas del
mar de Galilea.
Las llamaradas de los milagros se apagan.
Se esconde Cristo.
Su silueta no tiene ya nada que ver con los rasgos que tendrían que permitirnos
reconocer al Hijo de Dios.
Todo lo contrario: pierde incluso la fisonomía de un hombre.
Alguien, burlón, tiende sobre su rostro una venda que lo oculta totalmente.
Y así no comprendemos nada.
A mediodía toda la tierra se oscurece.
Quien haya vivido la experiencia de una tempestad de arena en el Sahara está
capacitado para comprender la escena.
Sólo que el silbido del Calvario no es el silbido del viento, sino los insultos dirigidos a la
cruz.
Acaso los mismos insultos nos ayuden a «adivinar» al condenado escondido en esas
tinieblas.
Sí. Es la hora de la más densa oscuridad.
En pleno mediodía nada puede verse.
Es el eclipse total de la razón.
Son los esquemas humanos, nuestras ideas sobre Dios engullidas por la oscuridad.
La razón tropieza y se despeña y desaparece en el
vacío del escándalo de la cruz.
Y en el instante de más impenetrable oscuridad brota la chispa inesperada.
Cuando el alarido atroz del condenado se apaga en un silencio de muerte, he aquí que
es nuevamente desgarrado por una voz: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios».
Por fin alguien ha arrancado de la niebla la silueta auténtica de Cristo.
El reconocimiento «sucede» en la oscuridad.
La luz depende de nosotros. Debe estar en nuestra mirada.
No es que el centurión -de cuya boca salió esa confesión de fe que marca el momento
cumbre del evangelio de Mc- poseyera una mirada más penetrante que los demás.
El Espíritu le había encendido algo dentro. Algo que le permitió ver claro, identificar al
ajusticiado.
La fe que nos posibilita la reconstrucción de la silueta del hombre colgado en la cruz, que
nos permite superar el escándalo de la cruz, más aún, precisamente mediante el escándalo,
el tropiezo, el extravío, nos hace permanecer en pie, gritando nuestro descubrimiento, es un
don y sólo un don (como el relámpago genial del artista).
De todos modos, ahora y sólo ahora es posible decir quién es Jesús.
Ahora descubrimos el motivo de la consigna de silencio que caracteriza numerosas
etapas de la historia de Jesús que Mc nos relata.
Todavía no ha llegado la hora.
Había que esperar las tinieblas.
Tenían que desaparecer las ilusorias luces de nuestros sueños y proyectos humanos.
Palidecer las falsas luces de nuestros deseos y de nuestras representaciones religiosas.
Debía caer la noche. A mediodía.
La hora sexta estaba fijada para el reconocimiento con tal de no desviar la vista de ese
punto oscuro.
En la oscuridad se perfila, inconfundible, sin posibilidad de equívocos, la figura que nos
interesa.
Ahora sabemos.
Precisamente aquél.
...Es tan distinto.

El negativo de la verdad,
o sea, los hombres tienen razón
incluso cuando no la tienen
Pero no sólo descubre el centurión la verdadera identidad de Cristo.
Hay quienes la descubren y proclaman aun sin darse cuenta.
Durante la pasión sus enemigos, los soldados, llegan a afirmar con algunos
gestos y palabras, verdades profundas sobre Cristo.
Los tres momentos de los ultrajes son muy significativos a este respecto.
Le colocan en la cabeza una corona de espinas y le tributan honores reales. Y. en
realidad, él es rey.
Le echan en cara su pretensión de reconstruir el templo en tres días. Y es verdad,
aunque no estén convencidos de ello.
Le reprochan haber salvado a otros sin poder salvarse a sí mismo. Y no pueden explicar
mejor el significado de la vida de Jesús en cuanto «vida dada por».
Verdad en negativo si se quiere. Pero verdad al fin y al cabo.
Incluso en este caso, si bien se mira, la oscuridad tiene una transparencia hasta
luminosa.
Lo que suena a falso en boca de esos hombres, se convierte en verdad.
«El crimen más grande del hombre se convierte en la mayor victoria de Dios» (P.
Lamarche).
Y cuando le piden los hombres el milagro de bajar de la cruz, Jesús lo entiende en su
auténtico sentido, es decir, en un sentido distinto.
Y los escucha realizando el milagro de no dejar el patíbulo, esto es, el lugar de la
salvación.

La debilidad de Dios
En medio de las tinieblas de la pasión y muerte de Cristo aparece también otro rostro.
Vemos al Mesías en poder de los hombres inerme, indefenso, «entregado» a la maldad,
zarandeado de acá para allá, arrastrado como un malhechor ante los tribunales, tratado
como un juguete, blanco de las burlas.
Se deja llevar sin ofrecer resistencia.
Sabemos, sin embargo, que Cristo es la imagen perfecta y visible del Dios invisible. Y
entonces he aquí que en este Mesías condenado, abandonado, rechazado aparece «un
Dios débil, indefenso, sin armas ni armadura, un Dios vulnerable, humilde y humillado, muy
distinto de ese ser inmutable e impasible que a menudo imaginamos» (P. Lamarche).
La kénosis, el anonadamiento de Cristo, se convertía también en la kénosis de Dios.
Libremente la omnipotencia se anonada, renuncia a toda voluntad de poder.
Afortunadamente una corriente teológica actual insiste en este aspecto de la revelación:
la debilidad de Dios.
Algunas citas:
«Un Dios que no puede sufrir es más desgraciado que cualquier hombre. Pues un Dios
incapaz de sufrimiento es un ser indolente. No le afectan sufrimiento ni injusticia. Carente
de afectos, nada le puede afectar, nada conmoverlo. No puede llorar, pues no tiene
lágrimas. Pero el que no puede sufrir, tampoco puede amar. O sea que es un ser egoísta.
El dios de Aristóteles no puede amar, lo único que puede hacer es que lo amen... El "motor
inmóvil" es un "amante-egoísta"... ¿Pero es entonces un Dios o más bien una piedra?
...En contra de los monofisitas sirios la gran iglesia se había mantenido firme en la
afirmación de la impasibilidad de Dios. Dios no es pasible en el sentido de la creatura,
expuesta a enfermedad, dolor y muerte. ¿Pero tiene que pensarse, por eso, que Dios es,
impasible en todos los sentidos?...
...Es verdad que la teología de la antigua iglesia la única contraposición que conocía del
sufrimiento era la impasibilidad (apatía), el no sufrir. Pero entre el sufrimiento involuntario
causado por otro y la impasibilidad sustancial hay otras formas de sufrimiento, o sea, el
activo, el del amor. Si Dios fuera impasible en todos los sentidos y, por tanto,
absolutamente, también seria incapaz de amor. Así como amor es la aceptación del otro sin
mirar el propio bienestar, de la misma forma encierra en sí la potencia de la compasión y la
libertad de padecer la otroriedad del otro. Una impasibilidad en este sentido contradiría a la
sentencia cristiana fundamental de que "Dios es amor"...
...La negación justificada de una pasibilidad de Dios causada por carencia esencial no
debe desembocar en la negación de su pasibilidad, basada en la plenitud de su ser. es
decir, de su amor» (·Moltmann-J, El Dios crucificado, Salamanca 21977,
311-312.324-325).

Varillon-F en un libro cuyo significativo título es La humildad


de Dios, escribe: «En el principio está la gratuidad de la libertad. Pero Cristo nos revela
que Dios, en su bienaventuranza, no quiere prescindir de nosotros. Es vulnerable porque
quiere serlo... El amor no manipula las libertades que crea. No puede obligarla a amar.
Dándoles la posibilidad de crearse por sí mismas, acepta el riesgo de verlas alejarse de él y
de rebelarse contra él. Un amor creador de libertad no puede ser otra cosa que un amor
sufriente».
Por otro lado ya Gregorio el Taumaturgo hablaba de una pasión del Dios impasible.
Cristo, liberando la imagen auténtica del Padre de las adherencias de un rey terrestre,
nos la restituye en «actitud permanente de kénosis», o sea, de anonadamiento, que lo lleva
a darse a los otros.
«Dios admite ser rechazado, desconocido, recusado, expulsado de su propia creación.
En la cruz Dios contra Dios se ha puesto de lado del hombre» (P. Evdokimov).
Se hace notar justamente que a la fórmula atea «si Dios existiera, no sería libre el
hombre» podría oponer la Biblia «si existe el hombre, Dios ya no es libre».
Porque el hombre puede decir no a Dios. D/FIDELIDAD Pero Dios no puede decir no al
hombre. Porque, como dice Pablo, «en Dios no hay más que sí». Es el sí de la alianza que
Cristo repite en la cruz después de haberlo reafirmado en la institución de la eucaristía.
A partir de ahora no basta decir que Dios es amor, que Dios nos ama. Hay que expresar
esta realidad mediante un lenguaje kenótico, de vaciamiento. humillación y debilidad que es
el lenguaje de la cruz de Cristo.
Y la fe no será más que una respuesta a este camino de abajamiento.
La fe no nos proyecta hacia arriba, no nos lleva a alcanzar a Dios en lo más alto, sino en
el punto más bajo de la parábola descendente de su loco amor.
Con la muerte de Cristo se rasga el velo y puede finalmente el hombre mirar hacia el
santo de los santos para descubrir allí un Dios vulnerable a quien todos pueden golpear.
Y no sólo mirar sino penetrar en la intimidad de este Dios....Tan distinto.

La cruz, señal del cristiano


La cruz define al cristiano.
Es inútil buscar su identidad fuera del Calvario.
El seguimiento vaciado de cruz ya no es tal, sino parada.
La existencia cristiana privada de la cruz es teatro, no vida.
Un cristianismo sin sacrificio se convierte en palabrería que a nada conduce.
La señal del reconocimiento del cristiano ha de ser su conllevar la cruz con Cristo.
La cruz es su divisa, su signo distintivo.
No. Basta de sandeces. El hábito no hace el monje. ¡Sólo nos faltaría que la pertenencia
a Cristo se redujera a un problema de sastrería!
Si un cristiano, un sacerdote o un religioso no está construido por la cruz, no hay hábito
que logre hacerlo, como tampoco que consiga manifestarlo como tal.
Dime qué llevas sobre tus espaldas y con quien lo llevas y te diré quién eres. Se trata de
un madero tosco, no de paño.
La cruz, es decir, la otra cara del amor.
Es verdad que la cruz está hecha de sufrimiento, de soledad, de incomprensión,
abandono, ingratitud, humillación, rechazo, pero sobre todo de amor. No basta sufrir para
poder decir que se lleva la cruz de Cristo. Hay que llevarla en la dirección que la llevó él,
sufrir en su misma línea de don y plenitud.
La cruz del cristiano, como la de su Maestro, no desvela solamente su identidad sino que
también explica el significado de su vida.
Por consiguiente no es la cruz por la cruz, el dolor por el dolor. Sino la cruz como signo
revelador de una vida dada, ofrecida, gastada por los otros. Ese «por» es el que califica a
la cruz como cristiana.
No basta llevar la cruz. También es necesario que exprese solidaridad, voluntad de no
pertenecerse, capacidad de perder la propia vida en beneficio de los otros.
Lutero habla del hombre que está fuera del influjo de la gracia como del hombre in se
incurvatus, esto es, del hombre encerrado y envuelto y enroscado en sí mismo sin
posibilidad de liberarse. Pero, paradójicamente, sólo encorvándose bajo el peso aplastante
de la cruz es como el cristiano se levanta y se convierte en hombre abierto a todos.
... No nos engañemos diciéndonos que la resurrección representa la superación de la
cruz. Porque sólo lo es para quien ha pasado y sin cesar sigue pasando por el Calvario.
¡El crucificado es el resucitado! Este es el auténtico y completo mensaje pascual.
Indudablemente Jesús vuelve a encontrarse con los discípulos después de la
resurrección. Los reúne en Galilea después de su abandono, fuga y dispersión. El
resucitado se manifiesta a quienes no han podido seguirlo hasta el final.
Pero no creamos que Cristo les perdone el Calvario, los libre de esta experiencia
dolorosa, los exima del pesado compromiso que han esquivado, les promueva «como si»
hubieran superado la prueba.
No. Para seguir al resucitado sus discípulos tendrán que partir también del Calvario,
deberán recorrer personalmente ese itinerario.
Por la pasión a la gloria. Este es el mensaje fundamental del evangelio de Mc. No se
puede sortear el paso obligado de la cruz.
«El único distintivo que separa al cristianismo y a su Señor de otras religiones es la cruz,
si bien tendremos que pensar más tarde, que fueron muchas las cruces que el imperio
romano levantó.
Designado el evangelio como mensaje de la cruz declarando que no quiere saber ni dar
testimonio de otra cosa sino del crucificado, deja ver a las claras que incluso el núcleo de
su teología de la resurrección es siempre la cruz. Usando una formulación atrevida,
diríamos que la resurrección es una página del mensaje de la cruz y no un libro, uno de
cuyos capítulos trata de la cruz... Dios ha exaltado solamente al que fue crucificado; el reino
de su resurrección es el reino del crucificado, su señorío y su triunfo.
...La cruz de Jesús no ha desaparecido de la tierra. Simplemente ya no es él quien la
lleva sino nosotros en representación suya. La cruz no es un acontecimiento de salvación
que se pueda aislar, como se puede aislar un acontecimiento histórico, sucedido una sola
vez. La cruz de Jesús permanece levantada sobre la tierra como signo de la verdad divina y
del escándalo que dicha verdad provoca en el mundo. Sólo el Dios de la cruz es nuestro
Dios. Ciertamente no es nunca este Dios aquel que el mundo pueda aceptar sin haberse
convertido primero» (·Kasemann-E, La llamada de la libertad, Salamanca 1974, 88.96).
No es posible oponer una teología de la cruz a una teología de la gloria. Tienen que
coexistir al mismo tiempo. La resurrección no puede oscurecer el mensaje de la cruz, ni
disminuir su importancia. La cruz no es simplemente la sombra de la resurrección. También
la cruz es luminosa.
Desde la tierra podemos ya participar en la gloria de Cristo si llevamos la cruz detrás de
él.
El cristiano es portador del Espíritu. Pero, al mismo tiempo, portador en su cuerpo de los
sufrimientos de su Señor.
Me atrevería a decir que la luz nace en las llagas.
Sólo resplandecen las señales de los clavos.
En realidad también el cristiano es un crucificado resucitado. Su camino de aquí abajo es
a la vez un camino hacia la cruz y la resurrección.
Quien crea poder hablar solamente del Jesús que una vez glorificado ha dejado ya la
cruz detrás de sí, no habla de Jesús de Nazaret, sino de otro.
No seamos ilusos: al mundo no se le ayuda sin la cruz.
Sólo al estilo de Cristo podremos ayudarlo.
No nos engañemos pensando que, con la eliminación de la cruz de nuestro vocabulario,
vamos a hacer un lenguaje cristiano más comprensible y al alcance de todos. Quizás pueda
ser un lenguaje más fácil pero, desde luego, no será el mensaje proclamado por Cristo.
La especificidad del cristiano procede de la cruz.

Un solo rostro
permite reconocer todos los demás
De la oscuridad del Calvario emerge, en consecuencia, el rostro de Cristo, el rostro
auténtico de Dios y del cristiano.
Pero si escrutamos a fondo en esas tinieblas, descubrimos también el rostro del hombre
que sufre. De cualquier hombre. Del hombre de todos los tiempos.
El dolor no conoce estaciones ni fronteras geográficas, de raza o de región.
Todo individuo que se tambalea bajo el peso de una cruz desproporcionada es
contemporáneo del hombre enviado a la muerte como un malhechor fuera de las murallas
de Jerusalén.
La pasión de Cristo continúa en la pasión de las interminables filas de vencidos,
despreciados, humillados, burlados, entregados, torturados, condenados, desesperados,
engañados, separados, de todas las víctimas de la soledad, de la indiferencia y de la
maldad.
Cuando echaron sobre sus espaldas el instrumento del suplicio, Cristo recibió el
sacramento del sufrimiento de los hombres. Se emparentó con todos nosotros. Vínculo de
sangre, de lágrimas. Fue un choque terrible: el dolor humano fue a quebrantar el corazón
de Dios.
Desde ese momento ya no ha vuelto a abandonar la cruz. Continúa llevándola a través
de nuestras calles. Y yo soy llamado a no doblar la esquina, a reconocerlo. A gritar: «¡he
aquí el hombre!».
Desde este momento si paso junto al hombre arrojado al borde del camino y no me paro,
estoy rehuyendo a Dios.
O la contemplación de la pasión de Cristo me ilumina para reconocer su rostro en el
rostro desfigurado del hermano y la fuerza para inclinarme sobre él o se convierte en «un
piadoso ejercicio» de escasa piedad.
El pintor americano Rico Lebrun se inspiró en algunas fotografías de campos de
exterminio para pintar un famoso cuadro sobre la crucifixión. O sea, del dolor del hombre al
dolor del hijo del hombre.
Quizás nosotros tengamos que recorrer un camino inverso.
Inspirarnos en el crucificado para imprimir en nuestro corazón los rasgos precisos de
todos los pobres cristos con quienes nos cruzamos en nuestro camino.
Hay una sola cruz que me hace descubrir millones de cruces.
Un único rostro que se reproduce en millones de rostros.
Un único drama, con un único protagonista, que se repite sin cesar, hasta el fin de los
siglos.
Y una sola cobardía. La de estar ausentes mientras Dios se hace presente en el dolor del
hombre.

Dios da la razón a los vencidos


La resurrección es sobre todo para ellos.
Es un hecho que atañe a las víctimas, a los vencidos, a los débiles, a los inermes, a los
humillados.
La resurrección de Cristo es la obra más grande realizada por Dios. Es el gesto con el
que el Padre da la razón al Hijo condenado por los hombres, rechazado por los poderosos,
escarnecido por los sabios. Da la razón a sus palabras, a sus gestos, a sus opciones.
Es la victoria de la debilidad.
«La resurrección viene a explicar el sentido de nuestra esperanza» (L. Boff).
Con Cristo resucitan los derrotados, los perdidos! las victimas de la opresión, los
explotados.
Y con Cristo resucitan los que luchan contra la injusticia, los que están de parte de los
pobres, los que otorgan voz a los que no tienen voz, los que asumen la causa de los
indefensos.
Y resucitan los que se empeñan en trabajar por una convivencia más fraterna.
Los que no creen en la fuerza, pero sí en la debilidad irresistible del amor.
Los que rechazan la violencia y escogen el perdón.
Los enfermos incurables de esperanza.
Los que luchan en los subterráneos de la historia.
Los «locos» que no participan en los juegos de las personas sensatas.
Los pequeños que no saben protegerse en las trincheras de las intrigas y de los
compromisos sino que avanzan a cuerpo descubierto sin más defensa que su «corazón
puro».

Bajo la cruz
para aprender el primer mandamiento
Me siento seguro en una iglesia que está bajo la cruz.
En cambio, me da miedo una iglesia en busca de caminos de fácil popularidad, de éxito,
de prestigio, de consenso organizado.
Una iglesia aclamada, aplaudida que aparece en los titulares de los periódicos pero que
no está en el corazón de los hombres, que es noticia sin proclamar la buena noticia, que
provoca el entusiasmo pero que no hace surgir la chispa del compromiso ni de las opciones
más incómodas, me infunde sospechas.
Una iglesia despreciada, vilipendiada, que «no cuenta» para los poderosos, que no trata
de imponerse, que no hace nada para atraer la atención sobre ella, que no se preocupa por
«salvarse» porque tiene que salvar a otros, que no entra en el competitivo mercado de las
ideologías y de las modas dominantes, es una iglesia que se asemeja al Maestro.
Sólo una iglesia escondida y amante de la oscuridad puede hablarme de forma
convincente del deus absconditus.
Sólo una iglesia que lleve las inequívocas señales de los clavos podrá decirme:
-Dios está precisamente allí donde nadie podría pensar en encontrarlo.
-Está precisamente allí donde parece no ser Dios (como en la cruz).
-Es precisamente él cuando parece imposible que lo sea.
-Su sabiduría está «escondida» en su locura.
-Su gloria está «escondida» en su humillación.
-Su amor en el abandono.
-Su fuerza en la debilidad.
-Su reino en el exilio.
-Su éxito en el fracaso.
-La vida en la muerte.
-Su misericordia está «escondida» en su justicia.
-Su grandeza en la pequeñez.
-Su dominio en el servicio.
-Su inalcanzable altura en su abajamiento.
-El milagro «está escondido» en lo ordinario.
-La palabra en su silencio.
-Su presencia se manifiesta en su ausencia.

Entonces entran ganas de dejarse alcanzar por este «Dios escondido».


Una iglesia que no se lo toma en serio, que no tiene que jactarse de su propia grandeza
ni de exhibir sus propias pompas, es una iglesia que ha de tomarse en serio y tiene el
derecho de tomar en serio la grandeza de Dios y su «loco amor» por los hombres.
Siento necesidad de ver a la iglesia bajo la cruz. Ese es su sitio y no otro. Ese es su lugar
de irradiación.
Y ella misma necesita permanecer largo tiempo bajo ese árbol.
Porque ahí es donde escucha, como por primera vez, aquella solemne palabra dirigida a
ella: «Yo soy el Señor, tu Dios». Y esta otra: «No habrá para ti otros dioses delante de mí...
No te harás escultura ni imagen alguna... No te postrarás ante ellas ni les darás culto.
Porque yo, Yahvé tu Dios, soy un Dios celoso» (Dt 5, 7 s).
«Una comunidad merecedora de tal nombre, es el grupo en el que el amor de Dios ha
roto el encantamiento de los demonios y de dioses extraños, abriéndose paso hacia el
mundo. Donde existe una comunidad auténtica viene liberado de demonios el mundo en un
determinado ámbito y comienza de un modo nuevo el dominio de Dios sobre la creación»
(E. Kasemann, o. c., 101).
Una iglesia que reconoce el señorío total de Dios en la cruz es una iglesia que se
despoja de todas las vanidades y de todo instinto de dominio, que renuncia a toda
pretensión de competir con los poderes terrenos, que se hace pobre y humilde y portadora
de un mensaje de libertad (por estar ella misma libre de toda connivencia con las
diplomacias y con Mammón) y que se dirige al mundo como aquella que ha nacido de la
cruz.
Entonces y sólo entonces podrá entrar también ella, como el Cristo resucitado, «con las
puertas cerradas», en las casas y en los corazones de los hombres.
Ni Dios ni los hombres exigen la perfección a la iglesia.
Lo que Dios y los hombres le exigen es, más bien, que «bajo la cruz de Jesús y en la
fuerza del primer mandamiento, tengan lugar aquellos dolores que conduzcan al parto de la
libertad acabada y a la Jerusalén celestial, madre de los libres, según se afirma en Gál, 26»
(E. Kasemann, o. c. 109).
La cruz es el lugar donde la iglesia se hace obediente al único Señor. Y. por
consiguiente, libre y «comunidad de hombres libres».
En la cruz la iglesia aprende a ir contra corriente sin por eso aislarse del mundo en una
especie de «reserva religiosa».
Y los hombres podrán comprender que el seguimiento de la cruz es la única posibilidad
de participar del señorío del crucificado resucitado.
Quisiera decir que la iglesia tiene que esconderse, rodearse de las luminosas tinieblas de
la pequeñez, de la no importancia y del decidido rechazo de toda auto-idolatría para no
esconder al único Señor.
Podría repetir a la iglesia, dándole la vuelta, el desafío de los sabios en el Gólgota: «No
bajes de la cruz. Así veremos y creeremos en él».

Peregrinación al lugar del delito


Una confidencia personal.
Hubo un tiempo en que aceptaba solamente la iglesia de los perfectos.
Me escandalizaba todo pequeño jirón en su vestido, toda mancha me indignaba.
Me molestaba toda arruga en su rostro.
Toda debilidad provocaba implacables condenas dictadas por el pequeño juez
acurrucado dentro de mí.
Afortunadamente hoy estoy curado de estas idealistas pretensiones.
He comprendido que esa era la iglesia de mis sueños, no la iglesia fundada por Cristo y
sobre Cristo.
He caído en la cuenta, sin dramatismos, que la iglesia revela a Dios, pero que también lo
oculta.
Lo manifiesta pero, en ciertos momentos, lo oscurece.
Lo acerca pero a veces lo aleja.
Es verdad. La iglesia es santa, pero hecha de pecadores.
Cierto que la iglesia me entrega a Dios. Pero me lo ofrece como envuelto en la ganga de
su propia miseria, en la maraña de sus propias contradicciones .
I/SANTA-PECADORA: En Dios no hay sombra, ni arruga, ni mancha. La iglesia, en
cambio, está hecha de hombres y por tanto. está hecha de miserias, debilidades, culpas y
de un surtido de desórdenes.
A. Maillot tiene razón cuando dice que quienes sueñan delirando en una pureza idealista
de la iglesia son «enemigos del reino».
He aprendido a amar y aceptar con alegría a la iglesia tal como es. Porque también yo
soy iglesia. Y también yo necesito ser aceptado por la iglesia con mi pesada carga de
miserias y de sombras.
Estoy seguro de que jamás me avergonzaré de la iglesia. Al contrario, le estaré
agradecido. Incluso por sus sombras.
Al releer ahora el relato de la pasión descubro también la fidelidad de la iglesia. Fidelidad
al transmitirme el mensaje de aquel que reprendió duramente su incredulidad y dureza de
corazón.
La iglesia me entrega intacto el relato de la pasión. Donde no aparecen ni sus méritos ni
sus aportaciones valerosas. Pero donde aparece, completamente iluminada, la fidelidad de
Dios enmarcada, como en un viril, en las infidelidades de los hombres.
No. Ya no consigo encarnizarme con el traidor, contra el jefe que niega al Maestro, contra
todos los otros decididos en sus palabras pero tan decididos en su fuga.
Al contarme fielmente los apóstoles sus propias infidelidades me muestran en el fondo la
fidelidad de Cristo. Y esto es lo que necesito. Me importa saber que él no se ha echado
atrás. Que no se ha cansado. Que ha sido obediente hasta el final a la voluntad del Padre.

...Y si volviera a caer alguna vez en la tentación de buscar a Cristo en la iglesia de mis
construcciones idealistas, de la perfección imposible, pido a la iglesia que me repita con
fuerza estas palabras: «Ha resucitado. No está aquí». Y sacarme a la fuerza
inmediatamente del sepulcro donde una vez más he vuelto a meterme.
Pido a la iglesia que me acompañe, mejor, a los sitios en los que lo hemos abandonado,
donde lo hemos traicionado, donde nos hemos dormido, donde no lo hemos reconocido,
donde hemos huido.
Es necesaria esta peregrinación a los lugares de nuestro delito.
Así podremos compartir la alegría e incluso el orgullo de pertenecer a esta comunidad de
pecadores perdonados.
La alegría de seguir a pesar de todo a aquél que nos precede y es siempre más fuerte
que nuestras debilidades.
Entonces podremos alzar juntos la cabeza.
No. No es la hora de los héroes.
Sino de la actitud intrépida y agradecida de los «agraciados».

Para empezar... La pasión de Cristo es su pasión por el hombre.


Una pasión incurable.
Por esto no acaba jamás.
En el evangelio está al final.
Pero sabemos que Mc lo escribió al revés. En realidad hay que partir desde aquí para
leer lo anterior. Para entender el significado de lo que Cristo ha hecho y dicho
anteriormente. Sin duda. Hay que partir de aquí. Para empezar a ser cristianos. E intentar
ser hombres.
(·PRONZATO-3/3.Págs. 169-182)

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