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el Evangelio de Marcos
Alessandro Pronzato
CAPÍTULO CITA BÍBLICA TOMO PRIMERO
EL «INVENTOR» DEL EVANGELIO
Mc/01/01
Mc/01/02- EN EL PRINCIPIO EXISTÍA EL EVANGELIO...
01-02
08
Mc/01/09-
EL BAUTISMO DE JESÚS
11
Mc/01/12-
TENTACIÓN EN EL DESIERTO
13
Mc/01/14-
03-05 INAUGURACIÓN DEL MINISTERIO DE JESÚS
15
Mc/01/16-
LLAMADA DE LOS PRIMEROS DISCÍPULOS:
20
Mc/01/21-
UNA JORNADA EN CAFARNAÚN
45
Mc/01/21-
EN LA SINAGOGA
28
Mc/01/29-
EN CASA Y FUERA DE CASA
34
Mc/01/35-
06-09 HUIDA AL DESIERTO:
39
Mc/01/40-
CURACIÓN DE UN LEPROSO
45
Mc/02/01-
PERDÓN Y CURACIÓN
12
Mc/02/13- LA VOCACIÓN DE LEVI - JESÚS SE SIENTA
17 A LA MESA CON LOS PECADORES
Mc/02/18-
DISCUSIÓN SOBRE EL AYUNO
22
Mc/02/23- EL ESCÁNDALO DE LAS ESPIGAS
28 ARRANCADAS:
Mc/03/01-
EL HOMBRE CURADO EN DÍA DE SÁBADO
06
10-14
Mc/03/07-
JESÚS Y LA MULTITUD
12
Mc/03/13- LA LLAMADA DE LOS DOCE:
19 JESÚS FORMA UN NUEVO PUEBLO:
Mc/03/20-
LA NUEVA FAMILIA DE JESÚS
35
Mc/04/01- LA JORNADA DE LAS PARÁBOLAS
09 PARÁBOLA DEL SEMBRADOR
Mc/04/10-
POR QUÉ JESÚS HABLABA EN PARÁBOLAS:
12
EXPLICACIÓN DE LA PARÁBOLA DEL
Mc/04/13- SEMBRADOR
15-19
20 MEJOR: INTERPRETACIÓN DE LOS
DISTINTOS TERRENOS
Mc/04/21-
LUZ Y ESCUCHA
25
Mc/04/26-
LA SEMILLA QUE CRECE POR SI SOLA:
29
Mc/04/30-
EL GRANO DE MOSTAZA
34
Mc/04/35- LA JORNADA DE LOS MILAGROS:
6/6 FUERZA Y DEBILIDAD DE Dlos
Mc/04/35-
20-24 JESUS CALMA LA TEMPESTAD DEL LAGO
41
Mc/05/01-
EL ENDEMONIADO DE GERASA
20
Mc/05/21- EL PODER DE LA FE: LA HEMORROISA ES
CURADA Y LA HIJA DE JAIRO DEVUELTA A
43 LA VIDA
Mc/06/01- JESÚS MOTIVO DE ESCÁNDALO PARA SUS
06 PAISANOS
Mc/06/07-
MISION DE LOS DOCE
13
Mc/06/14-
MUERTE DE JUAN EL BAUTISTA
25-29 29
Mc/06/30- VUELTA DE LOS APÓSTOLES:
44 PRIMERA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES:
JESÚS CAMINA SOBRE LAS AGUAS
Mc/06/45-
DESEMBARCO Y CURACIONES EN
56
GENESARET
Mc/07/01- DISCUSIÓN SOBRE LAS TRADICIONES
23 DOCTRINA SOBRE LO PURO Y LO IMPURO
Mc/07/24-
30-33 30
LA FE DE UNA MUJER PAGANA
TOMO SEGUNDO
TOMO TERCERO
1 - Mc/EVANGELISTA
Marcos, un escuchador
"En el principio existía la predicación" 3.
Marcos ha llegado a la fe a través de la escucha.
Y, antes de escribir el evangelio, fue escuchador del anuncio gozoso, de la buena noticia.
«El no había oído al Señor ni había sido discípulo suyo, pero más tarde... fue discípulo de
Pedro» 4.
Según Clemente de Alejandría, Marcos se había decidido a escribir, presionado por las
demandas de los oyentes de Pedro:
«A Marcos, discípulo de Pedro, mientras éste predicaba en Roma abiertamente el
evangelio ante algunos caballeros del César y presentaba mucho testimonios acerca de
Cristo, le rogaron que les ayudase a recordar todas las cosas que decía Pedro. Entonces
escribió, a base de lo que Pedro había contado, el evangelio denominado de Marcos».
Según esta misma fuente, Pedro, una vez conocida esta iniciativa, ni la prohibió ni la
alentó desde el principio. Más tarde, sin embargos habría legitimado lo escrito.
También san Jerónimo habla de Marcos como "intérprete del apóstol Pedro... No conoció
personalmente al Señor salvador, pero narró las cosas que había oído predicar al Maestro,
con más fidelidad a los hechos que a su disposición".
Aunque algunos estudiosos, recientemente, han levantado serias dudas acerca de ciertos
testimonios, en particular del de Papías, es cierto de todos modos que la predicación de
Pedro no ha sido la única fuente de información para Marcos, que tenía a su disposición
testimonios preciosos tanto individuales como comunitarios.
Advierte muy precisamente Taylor: «...De una manera opaca, como a través de un cristal,
podemos ver al evangelista manos a la obra y, al fondo, a muchos otros respecto de
quienes él es deudor. Su bagaje era mucho más rico que un cuaderno de apuntes y una
memoria tenaz. Tras de él está la actividad enseñante de una iglesia viva. El participaba de
esto y dependía de ello.
Podemos decir más, porque la enseñanza está basada en la reflexión y la reflexión en el
testimonio. Los predecesores de Marcos no eran solamente enseñantes, sino también
predicadores y evangelistas, hombres que habían recibido, repensado y proclamado la
buena noticia del reino de Dios. Su evangelio es mucho más que una empresa privada: es
un producto de la vida de la iglesia, inspirada por el Espíritu de Dios».
Marcos puede escribir su evangelio porque vive intensamente una experiencia de iglesia.
Es testigo creíble, no porque ha visto, sino porque ha oído.
«Dichosos los que aun no viendo creen» (Jn 20, 28).
Marcos pertenece a esta raza.
Y a todo esto hay que añadir, naturalmente, su experiencia personal, «...la de un hombre
particularmente sensible a la profundidad del misterio que se ha abierto con la fe en Cristo.
Mientras escribe, parece que haya tenido todo el tiempo para dar la medida de su
carácter desconcertante. Es consciente de que ante él el hombre no terminará nunca de
pasar de la oscuridad a la luz, no sólo porque Jesús se revela el hijo y el santo de Dios,
sino también porque en él la obra de Dios se lleva a cabo solamente en la contradicción y
en la lucha.
"También aquí Marcos parece hablar por experiencia. El ha llegado al conocimiento
íntimo de Jesús el Cristo, ofreciendo la propia colaboración a su actividad continuada en la
iglesia. Ha participado en la actividad misionera encontrando el fracaso y la persecución. Y
así es como ha entendido lo que significa ser compañero de Jesús, y toma a pecho
recordar a los que quizá lo han olvidado, que no puede haber eficacia para la iglesia en su
misión, al margen del camino recorrido por Jesús. La gloria se encuentra al fin de la lucha.
El primado se traduce en servicio y en don de sí. Y a este propósito el discípulo no
terminará nunca de convertirse de las miras humanas para entrar en las miras de Dios" 5.
Marcos narra para alimentar la fe de los oyentes, más que para polemizar con los
adversarios.
Revela muchas veces que Jesús enseñaba, sin preocuparse de precisar qué es lo que
enseñaba. Como queriendo invitarnos a «leer» lo que Jesús hace, más que su doctrina.
Tiene un estilo personal, más bien rudo (alguno se atreve a llamarlo incluso «rústico»),
vivaz, sin complacencias estilísticas, que se preocupa de la solidez. Los estetas lo definen
«bárbaro». Pero es más bien, simplemente popular.
Pretende, sobre todo, hacerse entender.
Su griego es el hablado (la koiné o dialecto común).
Tiene un vocabulario discreto, no excesivamente variado, pero tampoco pobre 6.
La diversificación de términos aparece evidente cuando se trata de describir cosas
concretas. Once palabras diferentes para indicar la casa y sus partes, diez para los
vestidos, nueve para los alimentos.
Marcos tiene predilección por los diminutivos (perritos, migajas, niña, hijita, barquilla,
sandalias, lóbulo de la oreja...), y también por los números.
Muchos le critican una sintaxis aproximativa. En realidad, hay que reconocer que Marcos
usa los tiempos de los verbos con extrema desenvoltura, a veces mezclándolos a capricho
en un mismo período. Usa preferentemente el presente histórico. Es alérgico a las
oraciones subordinadas, y más que coordinar las frases, las «yuxtapone» usando y
abusando de la «y». En dos versículos (10, 33-34, cf. el texto griego) logra meternos hasta
nueve "y" 7.
Frente a la inflacción de "y", se advierte una falta casi total de «luego», al final de un
razonamiento.
En compensación, abundan los «en seguida» y «nuevamente» 8 Entendámonos.
Cuando Marcos quiere construir un período según todas las reglas, lo logra perfectamente.
Basta leer los versículos 25-27 del episodio de la hemorroisa, en el capítulo 5. Pero,
ofrecida esta demostración, prefiere volver a los períodos breves, marcados por la sucesión
rápida de las "y", que, en el fondo, traicionan su antecedente semítico. Y será bueno no
olvidar que el antepasado de este estilo semítico es el estilo oral.
No duda lo más mínimo en añadir al final de una narración un detalle omitido
anteriormente. Como en el caso de la resurrección de la hija de Jairo, donde encontramos
una conclusión al menos sorprendente: «La muchacha se levantó al instante y se puso a
andar, pues tenía doce años» (5, 42).
Alguno se detiene a contar los numerosos anacolutos, con los que Marcos va sembrando
su narración. En realidad, esas construcciones como partidas y dejadas ahí incompletas,
como suspendidas en el aire, resultan muy significativas del carácter del evangelista. Se
diría que, en ciertos momentos, Marcos se deja llevar la mano por el acoso de los eventos,
por el deseo impetuoso de contar, por la urgencia de seguir adelante. Por lo que la frase
queda como retardada, no logra dejar atrás la rapidez de la acción.
Y después encontramos las redundancias, los pleonasmos, las repeticiones molestas que
hacen arrugar la nariz a numerosos estilistas de exquisito paladar. Unos ejemplos típicos:
«Envíanos a los puercos para que entremos en ellos» (5. 12). «Les enseñaba muchas
cosas por medio de parábolas, y les decía en su instrucción" (4, 2). «Pero él seguía callado
y no respondía nada» (14, 61).
Algunas de estas repeticiones son incluso desagradables: «Y estaba escrita la
inscripción) (15, 26). Otras, sin embargo, valen para subrayar algunos detalles y para dar
mayor fuerza a la frase: «Al atardecer, a la puesta del sol" (1, 32); «De madrugada, cuando
todavía estaba muy obscuro» (1,35); «Y muy de madrugada... a la salida del sol" (16, 2). O
también: «¡Calla, enmudece!» (4. 39); «¿Por qué alborotáis y lloráis?» (5, 39).
«Esta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía
para vivir"(12, 44).
A veces la misma expresión, la misma idea, es retomada por personas diferentes, como
en el caso del paralítico: «perdonar los pecados» (cap. 2). Observa X. L. Dufour: «el arte
del narrador se hace notar especialmente cuando deja al oyente tiempo para recordar lo
que ya había dicho... Poner de relieve la palabra importante en un relato, he ahí lo que
caracteriza a un buen narrador" 9.
Por otra parte, esta característica de Marcos exige la ley del paralelismo, una forma típica
de repetición que se da en la Biblia -especialmente en los libros sapienciales y en los
salmos- y en los escritos rabínicos. Estas fórmulas paralelas 10 favorecen sin duda la
atención y el proceso de memorización.
En el arte de narrar propio de Marcos, no se puede ocultar su desaparecer en el texto, su
circunspección, su discreción. No expresa juicios. No impone nada. Se limita a presentar.
No afirma categóricamente. Sugiere.
Para terminar, quiero decir que Marcos lleva las de ganar más cuando se le escucha que
cuando se le lee. Es necesario esforzarse para «oír» sus palabras.
Y. sobre todo, imaginar los gestos. Que tienen una importancia capital en el estilo oral.
Recientemente tuve la oportunidad de asistir a distancia, en un mercado oriental, a un
coloquio entre dos hombres. Tuve la impresión de «ver» sus palabras, si bien no logré
distinguirlas.
Su mímica, su gesticulación, eran más elocuentes que las palabras. Creo que me enteré
de todo, aunque no oí nada.
Sin gestos, Marcos resulta incompleto.
Un evangelio visualizado
Marcos cuenta. Pero cuenta por medio de imágenes.
Se puede afirmar que su evangelio es un evangelio «visualizado» 11.
La existencia de Cristo se nos presenta en una serie de secuencias de ritmo impelente,
los detalles que interesan, los gestos esenciales, el estilo descarnado, ninguna
complacencia caligráfica, ninguna concesión a la espectacularidad.
Más que suaves separaciones, tenemos bruscos desgarrones y aperturas imprevistas.
Los personajes jamás son decorativos. Se les pone allí sólo cuando tienen algo que decir
o que hacer.
Fuertes contrastes.
Tomemos una escena típica, la de la curación del leproso (1, 40- 45). Toda ella viene
expuesta sobre las contraposiciones más estridentes: cercanía-lejanía; delicadeza-irritación;
contacto-separación brutal, orden de callar-difusión de la noticia; desierto-multitud.
Apenas te sientes atrapado por un sentimiento, e inmediatamente te ves afectado por el
opuesto.
Se diría que Marcos logra traducir en imágenes incluso las profundidades del misterio de
Cristo.
Y. frente a sus gestos, a sus palabras, a sus actitudes, todos los personajes se ven
obligados a salir del nido de su neutralidad, se ven obligados a descubrirse, a tomar
postura.
Ante las provocaciones de Jesús, tienes la impresión de que Marcos fotografíe los
pensamientos secretos de sus interlocutores, les ponga a plena luz.
Mc/01/01
El que precede
Así pues el anuncio gozoso (v. 1 ) comienza con la predicación de Juan el Bautista.
Cuando Dios actúa en la historia, aparece en escena un hombre.
Juan es el punto de contacto, la bisagra entre el antiguo y el nuevo testamento.
La referencia a Isaias subraya el desarrollo progresivo - continuidad y ruptura- del plan
de Dios. Juan cumple la función de precursor, o sea del que precedes en cuanto testigo del
pasado.
El camino del Señor, que llega, está cortado. Es necesario abrirlo, quitando el
impedimento fabricado por el pecado del pueblo. Muchos «senderos» llevan lejos, o a
ninguna parte. Es necesario «rectificarlos» (v. 3), con referencia al Dios que se presenta
cercano al hombre.
El contexto en que Juan «proclama» es el desierto.
Topográficamente debe tratarse del desierto de Judá, pero más que descubrir un lugar
determinado, aquí estamos llamados a leer un símbolo. O sea el desierto como lugar de la
cercanía, de la intimidad con Dios. En el desierto precisamente Yahvé ha hablado a su
pueblo, es más, lo ha convertido en «su» pueblo. En el desierto se han celebrado las bodas
entre Dios y el pueblo elegido.
Es normal que el tiempo de la salvación se inaugure también en el desierto.
¿Qué «proclamaba» Juan? Esencialmente un bautismo de conversión.
Es necesario quitar a la palabra «conversión» la connotación moralística que se le ha
echado encima, para restituirla al significado original de cambio de mentalidad, cambio de
rumbo.
Es la exigencia de una re-orientación de la propia existencia, en cuyo caso la conducta
es simplemente consecuencia y expresión concreta.
Sobre todo, es necesario «convertir», cambiar los pensamientos, rescatarlos de la
dispersión, para orientarlos hacia aquél que, solo, puede dar significado a nuestra
existencia.
Esta conversión o arrepentimiento representa la condición para ser perdonados y
acogidos por Dios.
Evidentemente hay una exageración en la afirmación de que «todos» salen para acudir a
Juan (v. 5). El mismo Mc, más adelante, obligará a dar el verdadero alcance a esta
expresión (cf. 9, 13, 11, 31).
Se subraya la realidad de que el mensaje de Juan afecta a todos, y no a una categoría
restringida de personas. La salvación se ofrece a todos, no es monopolio de una élite.
Pero Mc con aquel «todos» pone en evidencia, sobre todo, la fuerza y el éxito de la
predicación que activa un movimiento, suscita un interés, provoca un «éxodo» impensable.
Primer plano
Después de habernos ofrecido una panorámica del ambiente y del acudir de las masas,
ahora Mc resalta un primer plano de la figura del Bautista.
Describe a Juan, con trazos rápidos, en su estilo austero. Juan llevaba un vestido de piel
de camello y una correa de cuero (que, en realidad, debía ser una especie de taparrabos
ceñido a la cintura, y consiguientemente iba debajo y no sobre el vestido).
La referencia a los profetas, y en particular a Elías, aparece bastante evidente.
Su alimento eran las langostas que los beduinos pobres comían habitualmente, también
tostadas o saladas. La miel puede ser la libada por las abejas en las grietas de las rocas, o
también la miel vegetal, producto de la secreción de ciertas plantas, por ejemplo de los
tamariscos.
Juan se preocupa de precisar que «el más fuerte» viene detrás de él o después de él.
Normalmente el que está detrás es el discípulo, o el siervo. Aquí el Bautista advierte que no
conviene dejarse engañar por este momentáneo invertirse de papeles: él, que está delante,
es solamente un siervo, y ni siquiera es digno de ponerse de rodillas para prestar el oficio
más humilde, en relación a aquél que viene después.
En suma Juan, como profeta, crea una espera, invita a prestar atención a un personaje
más grande. No concentra el interés sobre su propia persona, sino que orienta hacia otro.
«Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con el Espíritu santo» (v. 8).
Podríamos traducirlo más eficazmente:
«Yo os he sumergido en el agua. El os sumergirá en el Espíritu santo».
PROVOCACIONES
1.Este es un extraño desierto. Un desierto donde resuenan voces y gritos, poblado de
presencias, caracterizado por un ir y venir incesante.
Juan no predica en las plazas, sino en el desierto.
Para ponerse en contacto con los oyentes, huye de la ciudad, y se deja alcanzar por las
gentes en el desierto. El no va hacia los otros son los otros los que corren hacia él.
No se busca un público, se hace buscar.
Quizás sea necesario recuperar este sentido del desierto como lugar del encuentro, como
espacio de la comunión. Reencontrar el coraje de la soledad, de la cercanía de Dios, como
posibilidad privilegiada para acercarse a los otros.
«Desde el momento en que hayas aprendido a prescindir de los hombres, los hombres
caerán en la cuenta de que no podrán prescindir de ti», decía un monje antiguo.
En el silencio las palabras se limpian de la costumbre, y reencuentran su esplendor y su
fuerza original.
La iglesia debe escoger el desierto como lugar de la predicación.
No para huir del mundo, para evadirse de una realidad incómoda, sino para volver a dar
al propio mensaje aquella intensidad y aquella profundidad, aquella resonancia, que son los
signos inconfundibles de una palabra que viene de lejos y pone en movimiento algo.
En el desierto el anuncio encuentra el camino para llegar al corazón del hombre. Sobre
todo si quien lo lleva -como Juan- evita cuidadosamente concentrar la atención y la
admiración sobre sí; no quiere llamar la atención, no está preocupado por la propia
grandeza, no hace problema de prestigio o interés o triunfo personal, sino que orienta hacia
otro.
Precursor es aquel que corre delante. Es un hombre, que revestido de debilidad, se limita
a advertir que está llegando «el más fuerte».
La pequeñez, reconocida, puede ser manifestación de la grandeza.
La miseria, admitida, lejos de ser un impedimento, puede traducirse en transparencia.
Solamente la presunción, el presumir es lo que se traduce en opacidad.
Una iglesia que se hace pequeñas que no se anuncia a sí misma.
que se echa a un lado para dejar pasar a otro. se convierte en creíble y suscita interés.
El desierto es plenitud, presencia, comunicación, cercanía.
Lo contrario del desierto no es la vida, la comunidad de los hombres, sino el vacío y la
lejanía.
2. «...Y todos los habitantes de Jerusalén salían para ir a él» (v. 5).
Comienza un nuevo éxodo, radicalmente distinto de los otros.
Jerusalén ya no es la meta, como en los éxodos precedentes, sino el punto de partida.
Se sale de la ciudad para dirigirse hacia la nueva patria, cuyos confines no están
definidos.
Se proclama la tierra prometida, pero todavía no se sabe dónde está, qué será y cómo
será.
Pero es necesario salir. Abandonar la ciudad de las situaciones cómodas, de la
costumbre, de las estructuras tranquilizadoras, para aventurarse en dirección de la tierra
nueva. Dejar los refugios para vivir a la intemperie. Se da la espalda a la «casa de
esclavitud» para correr el riesgo del reino de Dios.
Y siempre está entre medias el desierto.
Esta vez la meta no es una tierra sino una persona.
Cristo se convierte en el verdadero «territorio sagrado» que se nos promete, el «lugar»
donde es posible habitar.
El único acomodo consentido a los nómadas del nuevo éxodo está en él.
CONFRONTACIONES
Conversión
CV/DESIERTO La conversión ha sido objeto constante de las llamadas
de los profetas. No se pone el acento en el cambio de las cualidades o de las acciones de
un hombre, sino en su orientación global, en su relación con Dios. Evidentemente todo esto
incluye también la postura interior y la conducta exterior del hombre; pero esto sólo importa
como expresión de aquella reorientación, no como algo que se pone en marcha
independientemente de aquello. A un corredor que corre en una dirección equivocada, no le
sirve para nada hacer el máximo esfuerzo, mientras no aparezca alguien que le incite a
hacer una «conversión» para marchar en la dirección opuesta (E. Schweizer, Das
Evangelium nach Markus, Gottingen 1978).
Los solitarios
Han sido ordenados sacerdotes de misterios arcanos, cancelan nuestra debilidades.
En lo oculto ruegan por nuestros pecados y están en oración, suplicando por nuestras
locuras...
Las montañas se han convertido en antorchas, la gente se encamina hacia ellas.
Donde está uno de ellos, los que se le acercan quedan reconciliados.
Son baluartes en el desierto, gracias a ellos tenemos la paz (Efren el Sirio).
Desierto y vocación
En el Génesis se dan así dos «Adán», dos tipos de humanidad, mejor, dos aspectos del
hombre: el del primer capítulo, que consiste en someter el universo dándole un paisaje
humano, trazando sobre él carreteras, construyendo casas, dominando las fuerzas de la
naturaleza y de los animales; y está el del segundo capítulo, que consiste en resolver el
problema moral y la relación al bien. Los dos aspectos, de hecho, resultan
complementarios; el proyecto divino es, al mismo tiempo, según la mentalidad hebrea,
capacidad de dominarse, «trabajar» el propio ser, considerándolo como un «Adamah», una
tierra que hace falta cultivar; y, al mismo tiempo, dominar el mundo, cultivar el suelo y
construir ciudades. Es necesario, contemporáneamente, cambiar la faz del mundo y vencer
ciertos deseos. (A. Abecassis).
El ser inútil
El nómada es, en primer lugar, Abel, el ser improductivo, inútil, la nada. El se siente
superfluo y no se priva de recordárselo.
Pero precisamente en su ser marginal está su fuerza. Se ve obligado a justificarse y a dar
un significado a la propia vida frente al ciudadano. Sentirse inútil no quiere decir estar
satisfecho de sí mismo, significa ser nada y sentirse condenado a buscar la propia
identidad y a convertirse en algo (Ibid).
Desierto y revelación
El desierto es, ante todo, aprendizaje y conocimiento de sí. Es revelación del ser a sí
mismo, mientras la ciudad es el lugar del tener, que esconde y da seguridad (Ibid.).
EL BAUTISMO DE JESÚS
Mc/01/09-11 Mt/03/13-17 Lc/03/21-22
De Jesús se dice simplemente que viene de Nazaret, una aldea que jamás antes se
había nombrado en los libros sagrados 1
No se precisa la edad, ni el aspecto físico, ni las características. Ninguna ficha biográfica,
ni siquiera sumaria.
Mc no habla del nacimiento ni de la infancia de Jesús. Comienza hablando de su
nacimiento a la misión que le ha sido confiada por el Padre. Se diría que el evangelista
tiene prisa por descubrir el desarrollo del «anuncio gozoso». Por algo en este episodio
tropezamos con el primer «enseguida» (v. 10) de una larga serie, que quiere subrayar la
urgencia de la misión de Cristo.
Y encontramos a Jesús en fila con los «penitentes» que han seguido a Juan desde el
desierto hasta el Jordán para ser bautizados.
En fila con los pecadores. Solidario con su pueblo, puesto en el camino de la conversión.
Jesús se presenta no «separado» de los otros sino en la hilera de los pecadores.
«Y con los rebeldes fue contado» (Is 53, 12).
«A quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a
ser justicia de Dios en él» (2 Cor 5, 21).
En el episodio narrado por Mc, y en el que afloran numerosas referencias al antiguo
testamento, se pueden especificar tres elementos:
-los cielos «rasgados»,
-la voz,
-la venida del Espíritu.
PROVOCACIONES
1. «Vio que los cielos se rasgaban...» (v. 10). El sujeto es, sin duda, Jesús.
Se suscita, sin embargo, la discusión sobre qué tipo de visión es ésta. Y. sobre todo, si
también los presentes, o al menos Juan, vieron los cielos abiertos.
Me parece una cuestión irrelevante. La atención, en efecto, de ahora en adelante, se
dirige hacia la tierra. Es la tierra quien se convierte en morada de Dios. Que haya podido
ver los cielos abiertos es una cuestión sin importancia en relación a la posibilidad, ofrecida
a todos, de ver al hijo de Dios que anda por nuestros caminos.
Si se rasgan los cielos es sólo para indicar, que de ahora en adelante, debemos mirar
con más atención a la tierra.
Desde que alguien ha bajado, se trata de mirar bien alrededor.
«Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?» (Hech 1. 11).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 35-50)
3 - TENTACIÓN EN EL DESIERTO
Mc/01/12-13 Mt/04/01-11 Lc/04/01-13
PROVOCACIONES
2. "Estaba entre los animales salvajes y los ángeles le servían...". Hemos dicho que es la
imagen de la armonía reencontrada, de la humanidad reconciliada con Dios.
Pero esta armonía debemos restablecerla antes que nada dentro de nosotros.
Sólo recuperando la fidelidad a nuestra vocación, redescubriendo en ella las líneas
fundamentales coincidentes con el proyecto de Dios, tenemos la posibilidad de poner un
poco de orden también en torno a nosotros.
La paz, pues, como plenitud, unidad reencontrada. Como relación con Dios que, lejos de
empobrecer, enriquece y potencia las relaciones con los hombres.
CONFRONTACIONES
Cuando nos dejamos llevar de la ira, cuando ofendemos a alguien, cuando somos
víctimas de una tristeza mortal, cuando nuestros pensamientos son prisioneros de la carne,
¿todavía creemos que el Espíritu santo permanece en nosotros? ¿Podemos acaso esperar
que el Espíritu santo esté en nosotros cuando odiamos a nuestro hermano o cuando
maquinamos alguna injusticia? Debemos más bien saber que, cuando nos dedicamos a los
buenos pensamientos y a las buenas obras, entonces el Espíritu santo habita en nosotros:
pero cuando, por el contrario, somos prisioneros de un pensamiento malvado, es señal de
que el Espíritu santo nos ha abandonado. Por esta razón se ha escrito a propósito del
Salvador: «Aquél sobre el que veas que el Espíritu santo se queda sobre él, ése es...» (Jn
1, 33) (·Jerónimo-SAN, Comentario al evangelio de san Marcos).
Y dijo aún: nadie, que no sea tentado, puede entrar en el reino de los cielos; de hecho
-dice- quita las tentaciones, y nadie se salva (Antonio el Grande).
El desierto, la soledad, significa para el hombre pecador la prueba más terrible, la que le
hace patentes todos los demonios que lleva en sí mismo... Descubrimos en nosotros simas
de locura, y más simplemente un vacío, una angustia vertiginosa que la pantalla de las
otras criaturas no disimula (L. Bouyer).
El monje en el desierto más que buscar al diablo busca a Dios... Los recursos del
desierto son conscientes de que pueden resistir a las potencias del mal, sólo con la ayuda
de Dios. No aceptan enfrentarse con Satanás más que con la certeza de encontrar a Dios
(J. Steinmann).
El desierto es, fundamentalmente, una situación de inseguridad vital. Un lugar que ofrece
una solución única, una única situación objetiva al hombre-perdido-en-el-desierto: una
mirada y una espera confiada en el Dios redentor, una confianza radical y absoluta en sólo
Dios (E. Schillebeeckx).
Que un corazón de hombre pueda amar a Dios como un hijo, que un cuerpo de carne
encuentre fuerza para vivir para Dios, que el hijo de una raza pecadora, en un mundo
dominado por la riqueza, por la astucia y por la violencia, tenga el coraje de escoger la
debilidad, la pobreza, la inocencia: he aquí el testimonio supremo que Cristo ha ofrecido al
Padre en el desierto (J. Guillet).
Tenemos el peligro de pasar en silencio el aspecto de austeridad propio del desierto. Nos
encontramos demasiado a gusto en este tema. El desierto de las tentaciones de Jesús no
tiene nada de confortable. Y hay que admirarse frente a nuestra tranquilidad de alma en
ciertos retiros que llamamos desiertos, y que deberían, por el contrario, someternos a una
prueba dura: la prueba de la conversión (C. Longere).
H/MADUREZ: Sólo las cosas que ofrecen resistencia, hacen al hombre (V. G. Rossi).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 51-56)
«El tiempo se ha cumplido» (v. 15). Es el anuncio del cumplimiento. Kairós quiere decir
tiempo determinado, circunstancia favorable, pero también «medida justa». Dice Nolli: «Mc
usa esta metáfora para indicar, que estando llena la medida, ya no hay nada que añadir al
tiempo transcurrido antes del evento esperado». Por tanto Jesús no orienta hacia el futuro.
Este es el tiempo establecido por Dios, esta es la estación favorable. La atención es
dirigida al presente.
«Marcos intenta resaltar "el día" en que, a través de la palabra de Jesús, resuena la
proclamación del reino de Dios. En este "día" es cuando comienza lo que es nuevo, por el
mismo hecho de su proclamación. Su "cumplimiento" tiene la resonancia del ahora, hoy,
aquí».
Los sinópticos ambientan en Galilea la mayor parte del ministerio de Jesús. Aquí son
reclutados los primeros discípulos, y es significativo que sólo Judas, entre los doce
apóstoles, probablemente no era galileo.
También las mujeres que le acompañaban son galileas.
Mc, sin duda, tiene predilección por Galilea. En su evangelio aflora una oposición
bastante marcada entre Galilea y Jerusalén.
La primera aparece como lugar de la acogida, del «anuncio gozoso», la segunda como la
ciudadela fuerte del rechazo.
La primera parte de su evangelio (del 1, 14 al cap. 9) está ambientada en Galilea.
Después, en el capítulo 10, Jesús "sube a Jerusalén", y será ya para morir.
La cita con el resucitado, sin embargo, vuelve a concertarse en Galilea. Allí los apóstoles
podrán encontrar al Señor glorificado. «...Id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá
delante de vosotros a Galilea, allí le veréis» (/Mc/16/07).
Es significativo que Mc, a diferencia de Lc, indique precisamente Galilea y no Jerusalén
como lugar de donde ha de volver a partir el evangelio, porque es el lugar "donde la buena
noticia" comenzó a ser proclamada.
Como la misión de Jesús comienza en Galilea, así la misión continuada por sus apóstoles
debe recibir el impulso desde Galilea.
El mismo paisaje, muy dulce, con la vasta y luminosa extensión del lago, representa en
contraste con Judea, más bien áspera -el marco ideal para el anuncio gozoso.
Dejemos en paz la geografía.
Jesús no parte de un lugar importante. La cuna del evangelio es Galilea, un lugar
insignificante, un punto sin relieve, un sitio cualquiera.
Pero allí donde se siembra y se recibe la palabra, el lugar es rescatado de la
insignificancia, adquiere relieve, se hace centro del mundo.
La geografía es diseñada de nuevo por el paisaje de la palabra de Dios. Los confines
son, desde ahora, los conquistados por la «buena noticia» .
La región que cuenta, de ahora en adelante, es el corazón del hombre.
Allí donde un hombre responde al evangelio, Jesús encuentra su propia patria.
El reino de Dios
RD/QUÉ-ES Otro concepto fundamental expresado en la "proclamación" de Cristo es el
del «reino de Dios». Tendremos ocasión de volver a desarrollar este tema, sobre todo
comentando las parábolas.
Ahora es suficiente esbozar algunos trazos.
La expresión de Cristo no es en absoluto nueva. «Toda la suma de lo que esperaba
Israel del futuro se resumía en el concepto del reino de Dios» (Bousset).
Es verdad que, en algunas partes, la idea de «reino» o de monarquía resulta más bien
rara. Y será necesario incluso decidirse por inventar alguna fórmula más expresiva.
Se trata, esencialmente, del señorío, del dominio, de la soberanía de Dios sobre el
mundo.
«El reino de Dios no es un lugar, una situación o un grupo de personas, sino el hecho de
que Dios reina y las potencias que se le oponen (pecado, muerte, Satanás), son vencidas»
(A. Comba).
Israel en cuanto pueblo se consideraba «cliente» de derecho para este reino, porque
había recibido de Dios la ley (torá) y a ésta acomodaba la propia vida.
Es cierto que no se excluía una visión universalista y escatológica (con referencia al fin
de los tiempos). Porque el poder real de Dios deberá extenderse a toda la tierra y durar
para siempre.
Pero mientras tanto la espera se teñía de fuertes tonos nacionalistas.
Poco a poco esta espera se transformó en un ideal político. Era escandaloso el hecho de
que Israel -fiel a la voluntad de Dios- estuviera bajo el poder de los pueblos que rechazaban
el dominio de Dios. He aquí entonces que la espera del reino se convierte en espera del día
de la venganza, en el que serán castigados los enemigos de Dios (esto es, de su pueblo).
La predicación de Cristo, pues, volviendo a tomar el antiguo tema del reino, contrasta
netamente con esta última perspectiva temporalista.
Su reino es espiritual.
«El reino de Dios anunciado por Jesús está más bien en oposición con el reino de
Satanás que con los reinos paganos de este mundo... Los discípulos deben orar por la
"liberación del mal", (Mt 6, 13), no por la libertad política del imperio romano» (J. Schmid).
Aunque el reino encontrara en el futuro su pleno cumplimiento -cuando Dios será todo en
todas las cosas (I Cor 15, 28)-, ya ahora está presente en su persona y en su obra
(predicación y obras).
La entrada en el reino no está garantizada por pertenecer a un pueblo, sino que se
llevará a cabo mediante una respuesta personal -conversión, elección, decisión,
compromiso, capacidad de sacrificar todo a sus exigencias radicales.
Si existen privilegiados allí, éstos son los que no tienen derecho: los débiles, los
pequeños, pecadores, pobres, extranjeros.
Permanece, de todos modos, la idea de fondo en la proclamación inicial: el reino de Dios
está presente en Jesús. Su misterio es el misterio de la persona de Cristo. Dodd habla de
«escatología realizada». Proclamar el evangelio, de ahora en adelante, significa manifestar
que Dios actúa en los acontecimientos.
En la perspectiva de Cristo, finalmente, puesto que el reino viene determinado
esencialmente por la relación entre Dios y los hombres, más que la extensión importa la
profundidad.
Como puede verse, también en el tema del reino de Dios, Cristo representa la
continuidad, y al mismo tiempo, la ruptura.
CONFRONTACIONES
Solidario y separado
Entre Cristo y Satán, entre el reino de Dios y el reino del mundo existe un contraste
irreductible . El Mesías es solidario con la historia, pero no con la lógica de Satanás que
con frecuencia le sirve de guía: precisamente, puesto que está de parte del hombre, no
acepta el pecado. Así el Mesías aparece al mismo tiempo solidario y separado.
Siempre es difícil para el cristiano encontrar la medida justa (pero podemos también
hablar de justa «originalidad») en su manera de situarse dentro de la historia.
Dos modos serían fáciles (y precisamente por esta facilidad suya y claridad se convierten
en tentaciones) : el conformismo y la fuga.
Pero la historia del hijo de Dios -que es el modelo de la originalidad cristiana- no permite
ni una cosa ni la otra: el discípulo no puede aceptar el conformismo (de esa manera ya no
sería portador de la "novedad" del reino), y tampoco puede salvar su diversidad en la fuga,
evitando el conflicto (no sería ya signo de la «solidaridad» de Dios), más bien debe
manifestarse a sí mismo en un esfuerzo (bastante incómodo) de participación crítica». (B.
Maggioni, El relato de Marcos, Madrid 1982).
Conversión
¿Qué significa convertirse?
CV/QUE-ES: La conversión nace, ante todo, como respuesta a un evento (supone, por
tanto, la fe), esa alegre noticia que debería dilatar el corazón: en Jesús se nos ha
aparecido, en toda su profundidad, el increíble y sorprendente amor de Dios hacia
nosotros, hacia el hombre, hacia cada hombre. He ahí el evento que debe aceptar, del que
debo fiarme y sobre el que he de modelarme ("creer en el evangelio" /Mc/01/15): he ahí la
conversión.
No es un cambio parcial, sino un verdadero y preciso vuelco, un paso (sin calcular las
consecuencias) del egoísmo al amor, de la defensa de mis privilegios a la solidaridad más
radical.
Es un cambio que no puede contenerse en las viejas estructuras (personales, mentales,
sociales): las rompe.
Las viejas estructuras fueron creadas para servir a otro tipo de Dios y para otra visión del
hombre (B. Maggioni).
....................
1. Los sumarios, en el evangelio de Mc, son una especie de resúmenes que hablan de forma breve y general
de la enseñanza y de la actividad de Jesús durante un cierto periodo de tiempo. Ofrecen, en suma, un
cuadro sintético del desarrollo de los acontecimientos. Cf. Taylor. 53.
2. El verbo "entregar" (que hemos traducido por «arrestar») implica la idea de una "entrega" que entra en el plan
de Dios, y representa un punto característico de la teología de Mc. Es una palabra-clave que se encuentra
especialmente en la narración de la pasión. Pertenece al lenguaje del martirio.
3. Keryssein. Juan proclama el "bautismo de conversión" (1.4), y "el más fuerte", que venía detrás de él (1, 7). Y
Jesús "proclama el evangelio de parte de Dios" (1 14). Más adelante explicará que "ha salido para eso" (1,
38-39). Más tarde confiará a los doce la tarea de "proclamar" (3, 14). Y, de hecho, vemos a éstos que
"proclamaban" que la gente se convirtiera (6, 12).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 59-66)
Algunos hablan, y con razón, de escena ideal o llamada tipo, en donde, precisamente en
la trama de una narración reducida a lo esencial, cada uno puede encontrarse a sí mismo, la
relación personal con Cristo.
1. Una mirada.
E1 «vio» no es una anotación banal (para dirigirse a una persona, hace falta verla...). Se
trata de una mirada que encandila a un individuo, una mirada que elige, escoge. Lo saca
fuera de la gente. «Aquella es la persona que me interesa, que me importa para lo que llevo
entre manos». En suma, que el encuentro comienza con el «ver» a la persona. La mirada
se hace mensaje, propuesta de comunión. Así se desarrollará también la llamada de Levi
(2, 14). En el episodio del joven rico (10, 21) la mirada expresará una nota de afecto.
2. Iniciativa.
En el judaísmo contemporáneo eran los discípulos los que buscaban, elegían al maestro.
El rabino no llamaba para sí a los discípulos, sino que él era «llamado», «elegido» por ellos.
Cristo, por el contrario, toma la iniciativa. La llamada viene de él, y sólo de él. Y la
invitación es el signo de la absoluta gratuidad, quiero decir de la no-motivación (por parte
del hombre). Resulta, pues, más bien desconcertante.
La vida cristiana es respuesta cuando se manifiesta la gracia, no decisión autónoma. Si
me decido es porque he sido invitado en esta dirección por alguien que se ha decidido a
favor mío.
El hombre puede ponerse en camino sólo después de que Dios haya comenzado a andar
por los caminos del hombre.
No somos nosotros los que vamos a la búsqueda de Dios. Es Dios quien se pone a
buscar al hombre.
«El seguimiento no es una conquista: es un ser conquistado».
El discípulo no captura al maestro, sino que es asido por él.
3. Urgencia.
«...E inmediatamente» (v. 20). Puesto que es el «momento favorable», la «estación
oportuna» (el kairós), la llamada asume carácter de urgencia. Cristo está impaciente, quiere
que se aprovechen inmediatamente de la ocasión que se les ofrece. La invitación es
categórica. Urgente. Mejor el rechazo explícito que los titubeos.
En la llamada se revela la eficacia de la palabra. Es una palabra «creadora», la que crea
los discípulos.
1. Fe. El discípulo se caracteriza por la fe, que es un «fiarse» de una persona, responder
a su llamada, si bien no se miden, concretamente, todas las consecuencias de ella. Es
aceptar vivir una aventura de la que no se calculan con precisión las dimensiones y los
riesgos.
Cristo no presenta la lista detallada de sus exigencias, no dice lo que quiere, y adonde
llevará, exige una adhesión decidida, incondicional .
Y el discípulo no pide explicaciones. Aquel maestro, por otra parte, más que dar
explicaciones, señala tareas. Las explicaciones, en todo caso, llegarán más tarde. Después
que el discípulo haya «hecho». El significado de lo que ha sucedido, de lo que se ha vivido,
se descubre únicamente cuando las cosas están hechas.
«La importancia y la función de la fe en Mc son reales, si bien difícilmente reducibles a
fórmulas claras. No hace especulaciones sobre la fe, como Pablo. La recuerda como un
advenimiento, como una respuesta generosa al contacto con Jesús... Se presenta la fe
como antídoto del miedo» (B. Rigaux). Y me atrevería a decir del cálculo de la prudencia
humana, del miedo a comprometerse.
3. Seguimiento. Pero el acento no se pone tanto sobre el dejar (v. 18 y 20) cuanto sobre
el seguir (v. 18 y 20).
Discípulo no es alguien que ha abandonado algo. Es quien ha encontrado a alguien.
La «pérdida» es compensada con creces por la ganancia.
El descubrimiento hace palidecer lo que se ha dejado atrás.
«Si alguno quiere venir en pos de mí...» (/Mc/08/34). El seguimiento es precisamente lo
que justifica la separación.
El discípulo, pues, es alguien, que sigue a Cristo, se pone en su compañía, establece
una comunión de vida con él.
«La palabra seguir es la que caracteriza al discípulo, no la palabra aprender» (B.
Maggioni). El discípulo no acepta una doctrina, sino un proyecto de vida 2. No discute con
el maestro.
Lo sigue. Cristo llegará a ser conocido a medida que se camina tras él. Se trata de
aceptar su «praxis» .
«El seguimiento, pues, no es una decisión ética autónoma ni una aceptación intelectual
de doctrinas, sino que es concretamente un nuevo hacer y un nuevo pensar que emerge
del evento de la gracia» (E. Schweizer).
Y también para nosotros, discípulos de hoy, que no hemos participado en la historia
terrena de Cristo, permanece válida la dimensión de «seguimiento», que algunos traducen
por «imitación». Se trata de recorrer el mismo camino de Cristo, hacer sus mismas
opciones, repetir sus gestos, asumir sus pensamientos y sus tomas de postura, inspirarse
en sus criterios, tener sus preferencias.
Habrá gente que ni siquiera sabrá qué significaba todo esto. Lo aprenderán llevándolo a
la vida.
«Haré de vosotros...».
Es difícil, por no decir imposible, encontrar un discípulo ya completamente hecho,
perfecto, «en la meta».
Discípulo es simplemente aquél que se está haciendo.
Los discípulos
En el evangelio de Mc es muy raro encontrar a Cristo solo. Lo vemos habitualmente en
compañía de los discípulos.
B. Rigaux ha calculado que, de 671 versículos que constituyen el evangelio de Mc, 498
versículos (esto es, el 76%) refieren palabras y acciones de Jesús, de las que son testigos
los discípulos. Pero no son pocos los casos en que Mt y Lc, en lugares paralelos, olvidan a
los discípulos para nombrar únicamente a Jesús.
Por el contrario Mc une estrechamente al maestro con los discípulos. Ordinariamente
Jesús está con sus discípulos. Es la imagen preferida por el evangelista.
Hay una excepción: cuando manda a los doce a misionar. En esta circunstancia se diría
que Mc nada tiene que contar a propósito de Jesús. Cuando faltan los discípulos, Mc se
encuentra extrañamente molesto, es más, se diría que anda escaso de material. Y entonces
llena el hueco refiriendo las opiniones de Herodes acerca de Cristo, y el martirio de Juan el
Bautista.
Sólo cuando vuelven los doce, el evangelista puede reanudar la narración interrumpida
(cf. 6, 14-29).
«La única circunstancia en la que Jesús se queda solo es en Getsemaní. Para su pasión,
Jesús está solo, los discípulos han escapado. Esta visión de Jesús solo se hace entonces
dramática.
«Desde el principio, Jesús está siempre con sus discípulos y Mc no puede decir nada
acerca de él, si los discípulos no están presentes. Esto explica por qué la llamada de los
cuatro está puesta al principio. Se trata de una elección deliberada del autor" (J. Delorme).
PROVOCACIONES
4. Ser discípulo significa seguir a Cristo, recorrer su mismo camino. Cuando uno no
comparte el proyecto del Maestro, sus actitudes de servicio, ya no es uno que sigue, sino
uno que se distancia de Cristo.
5. Los discípulos siempre están presentes con Jesús en el evangelio de Mc. Podemos
decir también: la presencia de Jesús está asegurada en el mundo por la presencia de los
discípulos. Si éstos no se dejan ver, la escena queda vacía, Cristo está como «bloqueado»,
se encuentra en la imposibilidad de actuar, el evangelio no tiene nada que decir.
CONFRONTACIONES
Con esta narración Mc no pretende hacer otra cosa que exponer de una manera típica lo
que ha de acontecer cuando Jesús llame a los hombres a ser sus discípulos. Deben
obedecer, y nada más. Esto se palpa con una claridad incomparable, en aquello que no se
dice en la narración: no sabemos nada de la emoción que en aquel momento debe haber
sobrecogido el corazón de los pescadores, nada acerca de la solemnidad de aquel
momento, en el que por vez primera han sido arrancados de la apatía de una vida de
pequeños burgueses, para tomar parte en acontecimientos de importancia histórica. Ni una
palabra sobre la gravedad de la hora, sobre la amargura de la renuncia, cuando deben
dejar su profesión (en la que también se puede servir a Dios), abandonar la mujer, los hijos,
la casa, la patria, por una suerte incierta y precaria. Oímos una sola palabra: «seguidme», y
como respuesta solamente esto: «ellos, dejando al instante las redes y a Zebedeo, su
padre, se fueron tras él». Jamás una historia de vocación ha sido contada más brevemente
(G. Dehn).
¿Qué quiere decir el «lago» en la presentación de Mc? El lago es el lugar en que vive la
gente de Galilea y donde trabaja: Jesús busca y encuentra a la gente en la propia
situación. Mc nos presenta a Jesús que va por los caminos del mundo a buscar a la gente
allí donde está (C. M. Martini).
................
1. Lc habla de "lago de Genesaret". Jn usa la denominación «lago de Tiberíades».
2. Aquí encontramos el otro elemento diferenciador con respecto a los rabinos. Sus discípulos, en efecto, son atraídos por
la doctrina del maestro de la que quieren posesionarse, captar de ella todos los secretos, y así convertirse ellos a su vez
en maestros. Con Cristo no se hace uno nunca "maestro", se permanece siempre y sólo discípulo.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 67-74)
6 - II. UNA JORNADA EN CAFARNAÚN (1, 21-45)
Debía ser una pieza fuerte en la predicación de Pedro. La llegada de Jesús a su ciudad 1,
la parada en su casa, el contacto con sus paisanos. Una fecha inolvidable, como suele
decirse.
Mc aprovecha esta oportunidad para presentar, con su estilo peculiar, un cuadro
característico de la actividad de Jesús.
El material se distribuye siguiendo un plan preciso.
Tenemos así un «espacio organizado».
El espacio se divide en tres sectores:
-sinagoga
-casa
-puerta de la casa.
Por tanto tenemos la sinagoga como lugar de la plegaria pública.
La casa, lugar de la vida privada.
La puerta, o sea el espacio externo -digamos la plaza- como lugar de la vida pública.
La indicación resulta bastante evidente: «Mc pone junto todo el espacio imaginable,
religioso y profano, privado y público. Un modo, el suyo, para mostrar que la acción de Jesús
interesa al ser humano en su totalidad, en todas sus dimensiones» (J. Delorme).
La actuación de Cristo no se limita al espacio religioso, sino que entra en la esfera de la
amistad y va dirigida a ponerse en contacto con la multitud.
En un determinado momento la sinagoga -la de Nazaret- lo echará fuera de la puerta (6,
2). Pero no por esto se parará la actividad de Jesús. Siempre habrá gente, siempre habrá
espacios abiertos de la vida profana. «El evangelio no puede ser aprisionado dentro del
mundo religioso» (J. Delorme).
En cuanto a la organización del espacio, es necesario subrayar la contraposición
ciudad-desierto, dos elementos que se encuentran al principio y al fin de las narraciones.
Aparentemente, la ciudad, como lugar del encuentro, el desierto, como lugar de la
soledad, de la fuga. En realidad, dos modos diversos y complementarios de encuentro,
como veremos más adelante.
EN LA SINAGOGA
Mc/01/21-28 Lc/04/31-37
«...Poseído por un espíritu inmundo» (v. 23). Ante todo no debemos pensar en la
impureza sexual. En el lenguaje bíblico «impuro» significa, simplemente, «contrario a lo
sagrado». Todo lo que se opone a la santidad de Dios se considera "impuro". 0 sea, la
noción de impureza indica «el ámbito en que se encuentra el hombre que vive lejos del
único Dios verdadero, a merced de los ídolos y de las potencias hostiles a Dios» (K.
Gutbrod).
«Cállate...» (v. 25). El verbo, literalmente, exige una acción como de «poner el bozal».
Tengamos presente que Cristo no recurre a los exorcismos usuales en aquel tiempo:
fórmulas mágicas, conjuros... Se sirve simplemente de una palabra.
Y aquí está lo central de la narración. Mc quiere demostrar que la palabra de Jesús es
eficaz, poderosa. Palabra que es acción.
La autoridad se ejercita no sólo en la enseñanza, sino también en la acción.
El milagro es otra manifestación de su autoridad.
El término «autoridad» -exousìa- se entiende en el sentido fuerte de «poder divino». Y
este poder divino es el que Cristo transmitirá a los doce: «...para enviarlos a predicar con
poder de expulsar los demonios» (3, 14-15), «...dándoles poder sobre los espíritus
inmundos» (6, 7).
Y la gente quedaba pasmada, y hasta perturbada (v. 27) frente a esta autoridad-poder.
Dios está presente y actúa en el mundo ya a través de la enseñanza, ya a través de la
palabra que da la curación.
"¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!" (v. 27).
Moffatt traduce: «Este presenta una enseñanza nueva con autoridad». Cristo no es un
simple repetidor como los escribas.
Lleva algo radicalmente nuevo.
La autoridad es un don (Mt 28, 19) y tiene carácter profético.
Los oyentes quedaban asombrados porque la voz de la profecía había quedado muda
durante mucho tiempo en Israel" (Taylor).
En medio de tantas voces, resuena finalmente una voz.
No se puede decir que escaseasen las palabras. Y, sin embargo, aquella era la palabra
esperada...
La novedad está en el hecho de que es una palabra que hace acontecer algo.
«¿Qué es esto»?... (v. 27). La interrogación demuestra cómo Jesús se convierte en
problema. La predicación obtiene su efecto cuando los hombres, sobrecogidos, se ven
obligados a hacerse preguntas...
El primer milagro
Es inútil disimularlo. Mc crea situaciones embarazosas. El primer milagro que cuenta es la
liberación de un endemoniado6. De muy distinto cariz, por ejemplo, es el primer signo
narrado por Juan: el milagro realizado durante un banquete de bodas (Jn 2, 1-11).
Esta colocación de Mc no es ciertamente casual. Dentro de poco tendremos la narración
del endemoniado de Gerasa, y descrito con una abundancia de matices que sólo puede
atribuirse a una intención muy precisa.
Por otra parte, en todo el evangelio de Mc, la expulsión de los demonios ocupa un lugar
muy importante.
Y así nos sentimos perplejos. Es difícil hacer digerir estos episodios a hombres de
nuestro tiempo, que tengan un mínimo de conocimientos científicos.
En una mentalidad primitiva muchas enfermedades, especialmente las mentales, se
atribuían al influjo, o a la "posesión" de espíritus malos (llamados también "demonios"). Con
la obsesión demoníaca con frecuencia, tienen conexión también las disminuciones físicas,
la mudez, la sordera, la ceguera, la parálisis, la epilepsia.
En estos fenómenos casi nunca se plantea la cuestión del pecado ni se pronuncia un
juicio moral sobre los individuos. Son víctimas de fuerzas malignas, eso es todo.
Hoy nosotros, en ciertos casos, hablaremos de epilepsia, histeria, crisis
maníaco-depresivas, esquizofrenia. En vez de "endemoniado" podremos hablar de
«paranoico».
Jesús no se separa de la mentalidad de su tiempo, parece incluso que la comparte, no
advierte que se trata de causas naturales.
El hecho es que Cristo no ha venido para abrir caminos a la psiquiatría moderna. Los
hombres deberán hacer su oficio, dirigir sus investigaciones para determinar las causas del
mal.
Jesús hace una «lectura teológica», no científica, del caso que tiene ante sí. Se
encuentra frente a un individuo que no es quien es, está desintegrado, ocupado
abusivamente por otro. Su condición "es nuestra situación común de hombres caídos, en
poder de las fuerzas del mal e incapaces para entrar en comunión con Dios". (B. Maggioni).
PROVOCACIONES
2. Sigamos con las diferencias entre Jesús y los escribas. Estos, siguiendo el hilo de sus
doctas explicaciones, engolfándose en sus disputas sutiles, entrando por todos los
senderos de la casuística, terminan por olvidar el núcleo de la palabra, su fuente. La
palabra se hace pretexto para hablar de otra cosa.
Se puede hablar de Dios hablando de otra cosa.
Pero no se puede hablar de otra cosa cuando se habla de Dios.
CONFRONTACIONES
La predicación debe convertirse en palabra de Dios
La predicación debe convertirse en palabra de Dios. El tiene «autoridad», precisamente
aquella autoridad que faltaba a los escribas: para hablar de Dios, ellos hablaban de sus
cosas. Lo que ellos llamaban asuntos de Dios, eran ni más ni menos sus disputas e
interpretaciones humanas. Pero cuando Jesús anunció el evangelio, hizo que la gente se
encontrara de golpe en presencia de Dios mismo. La autoridad con que hablaba era la
autoridad de aquel que habla como el Padre le había enseñado (Jn 8, 28) y a quien el
Padre había entregado todo (Mt 11, 27). Ahora la predicación vuelve a ser palabra de Dios,
y los hombres se asustan porque se sienten puestos ante el Dios vivo: con terror ellos se
dan cuenta de que Dios está ausente de su vida (G. Dehn, o. c.).
Algunas dificultades
No faltan, sin embargo, dificultades.
Surgen algunas preguntas legítimas.
¿Por qué Simón vive con los suegros, aquí en Cafarnaún, cuando, según Juan (1, 44), su
casa estaría en Betsaida? Los usos orientales confirmarían esta cohabitación. Sobre todo
por razones de trabajo (y esto explica también la presencia de Andrés).
Y después está la otra «dificultad». ¿Por qué se alude sólo a la suegra que, una vez
curada, se pone a servirles? Y la mujer ¿qué hace (mejor, qué no hace)? Alguno,
siguiendo a san Jerónimo, sugiere que Simón se habría quedado viudo.
Pero la explicación se contradice con una información de Pablo (I Cor 9, 5), según la cual
la mujer de Pedro le acompañaba durante los primeros viajes misionales.
Quizás aquí se olvida que Mc no tiene intención de presentarnos un cuadro completo de
vida familiar. El se interesa por un milagro y de su consecuencia más inmediata. Para
documentar la curación efectuada pone en escena a la suegra que sirve y esto por el
simple motivo de que era la suegra la que tenía la fiebre, y no la mujer de Simón...
Otro problema me parece totalmente banal: si «le hablan de ella» se debe entender
solamente en el sentido de justificar su ausencia en razón a los deberes de la hospitalidad,
o también se debe considerar como una súplica -aunque tímida- para que la curara.
Personalmente, quitaría el "o también". Las dos cosas juntas están bien puestas.
Justificación y esperanza. Excusas y súplica.
Todos están de acuerdo, no obstante, en subrayar la extrema simplicidad de la escena
central, que se describe fuera de un marco de espectacularidad. El gesto de Cristo es
natural, expresa humanidad y familiaridad. Aquí, como en otros pasajes, el milagro no es
«teatro».
El reino de Dios entra en la vida de los hombres a través de la puerta de servicio de la
simplicidad.
Todos
La escena, ahora, se mueve hacia el exterior de la casa.
«Al atardecer, a la puesta del sol» (v. 32). No es la consabida repetición inútil. Mc
recuerda que estamos en día de sábado. Y sólo con la puesta del sol, cesa la obligación
del descanso, y por tanto se pueden trasladar los enfermos.
«Todos los enfermos... La ciudad entera...». Es una exageración, evidentemente.
Pero el pensamiento de Mc es bastante transparente: «todos» aquellos que sufren tienen
algo que ver con Jesús, pueden dirigirse a él.
Si la intención del evangelista es la de plantearnos la pregunta fundamental: «¿quién es
Jesús»?, aquí estamos invitados -como lo seremos todavía muchísimas veces- a tomar nota
de las personas que lo rodean. Aquella asamblea de personas miserables reunidas ante la
puerta del pescador, nos ayudan a descubrir su identidad.
Mt (8, 17) añade una referencia bíblica precisa:
«El tomó nuestras flaquezas.
y cargó con nuestras enfermedades» (Is 53, 4).
Es sorprendente que la cita se coloque aquí y no durante la pasión.
Alguno observa que, en relación a "todos los enfermos» (v. 32) presentes, Jesús,
solamente curó... a muchos (v. 34).
G. Nolli nos ofrece una explicación de equilibrista: «No quiere decir que algunos no
fueran curados, sino que curó a todos, y eran muchos».
Algún otro estudioso, más simplemente, advierte que se trata de un semitismo (evitado,
por otra parte, tanto en Lc como en Mt).
Aparte de los resultados cuantitativos, me parece que es importante aceptar el símbolo:
toda la humanidad miserable acude a Jesús.
Es claro que todo esto no se refiere únicamente a Cafarnaún.
El reino de Dios ha llegado, porque Jesús no mantiene distancias con el dolor humano.
PROVOCACIONES
1. «...Tomándola de la mano, la levantó».
Después de haber levantado a la suegra, al poco tiempo Jesús repetirá el mismo gesto
en relación a Pedro que está a punto de hundirse. «...Al instante Jesús, tendiendo la mano,
lo agarró» (Mt 14, 31).
Como si fuese una enfermedad de familia: no conseguir estar en pie. No. No sólo la
familia de Pedro.
Por suerte hay una mano a la que agarrarse. Una mano que, además de levantarme, me
ayuda a caminar.
Sí, debo aprender esta lección: un cristiano está en pie sólo si camina (si se para, pierde
el equilibrio).
Y camina solamente gracias a una mano.
Hay más. Pedro aprenderá a repetir el mismo gesto que ha visto hacer en su casa de
Cafarnaún.
«...No tengo plata ni oro; pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo Nazareno
ponte a andar. Y. tomándole de la mano derecha, lo levantó» (Hech 3, 6-7).
La iglesia, si de verdad quiere ser «casa de salvación», debe aprender sobre todo a
repetir aquel gesto simplicísimo: poner de pie...
Una iglesia solamente subsiste, si pone de pie.
.........................
1. La expresión es de P. Lamarche. El símbolo es algo más profundo que la simple alegoría, en la que entre el
significante y la cosa significada la relación resulta puramente extrínseca. SIMBOLO/ALEGORIA
ALEGORIA/SIMBOLO: En el símbolo -entendido en sentido fuerte- la relación es intrínseca La realidad
significada está ya presente, preparada, contenida en el significante. Partiendo del símbolo, más que
"transponer" a otro plano (acaso espiritual), es suficiente "prolongar hacia espacios siempre más vastos" (P.
Lamarche). En cierto sentido, el símbolo más que "remitir" a un significado obligado y convencional,
constituye una fuente inagotable de significados posibles. Cf. la obra de P. Ricoeur. Le conflit des
interprétations, Paris 1969.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 89-95)
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HUIDA AL DESIERTO:
Mc/01/35-39 Lc/04/42-44
¿Fin o principio?
La «jornada tipo» de Jesús en Cafarnaún debería cerrarse con las curaciones efectuadas
ante la puerta de casa.
En realidad la jornada resulta completa, en cuanto a significado, sólo con esta narración
de la fuga mañanera para orar en la soledad.
Es un episodio-bisagra que cierra una jornada y abre otra, fin y principio al mismo tiempo.
-«Hay tanto que hacer» y tú estás aquí perdiendo el tiempo. En este caso la postura de
Pedro tiene todas las características de la incomprensión.
No entiende que la oración de Jesús es no sólo el momento culminante de su
ser-para-el-Padre, sino de su ser-para-los-hombres. En la oración Cristo continúa su
servicio en favor de los hombres, les lleva al Padre, les hace encontrarse con el Padre.
Pedro no comprende que Cristo en la oración no se dedica sólo a las «cosas del Padre»,
sino que trata los asuntos de todos los hermanos.
En la oración Jesús está en acción, prolonga su propio servicio.
En favor de todos.
-Pero Pedro, con su frase, quiere invitar a Jesús a "recoger" en términos de popularidad,
lo que el día anterior ha sembrado con la predicación y las curaciones. "No dejes escapar la
ocasión".
Aprovéchate del éxito.
En este sentido, su postura se convierte en tentación.
Sí. Esta es la primera tentación de Pedro.
O sea, es el intento de hacer desviar al maestro del camino emprendido, sugiriéndole una
vereda de facilidad.
Cristo rechaza la sugerencia. No sabe qué hacer con ese consenso entusiasta que se
convierte en coartada para sustraerse a las rudas exigencias del seguimiento.
Así, al margen del aspecto literal, es significativo el verbo «salir». Jesús salió (v. 35) para
escapar de la gente, para encontrar al Padre y ratificar las líneas de su misión.
Se diría que el Cristo de Mc es un Cristo que continúa saliendo.
Sale siempre fuera de las fijaciones ajenas, de las imágenes ajenas, de los caminos que
los otros quieren hacerle tomar, de los deseos de la gente.
Cristo «sale» de la geografía y de los programas de los hombres.
El Dios que se encuentra con el hombre es también el Dios que sale fuera,
continuamente, de los esquemas de los hombres.
Así la oración solitaria se convierte en el lugar por excelencia de su libertad.
Decepcionante y sorprendente
«Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique» (v. 38).
La misión de los discípulos no logra que Jesús vuelva sobre sus pasos. Pero ni siquiera
Jesús queda allí. Marcha a otra parte.
Debemos, pues, tomar nota de la última sorpresa de este desierto, que se convierte en
«paso» para ir a otra parte.
«Es el desierto, la soledad, lo que relanza la misión» (J. Delorme).
La oración así no es sólo culmen de la actividad, sino fuente de actividad. Parada, pero
también punto de partida hacia nuevos itinerarios.
El desierto, para Jesús, es el lugar de las decisiones imprevisibles.
Jesús, en su oración solitaria, está siempre «en otra parte».
En otra parte respecto a las expectativas de una multitud excesivamente fácil al
entusiasmo, pero refractaria al compromiso. Y en otra parte -o sea allí, inminente- respecto
a quien aún no le conoce, le considera lejano, improbable.
Decepcionante para los deseos de unos y sorprendente respecto a las perspectivas de
otros.
No se deja encontrar en las citas y llega inesperado.
Con retraso respecto al programa de festejos, por una parte y, por otra, antes de lo
previsto.
No sabe aprovecharse de las ocasiones favorables que tiene al alcance de la mano, y se
embarca en aventuras de éxito incierto.
Dice que ha venido para eso (v. 38).
Cuando se asienta, es sólo para estar presente de otra manera y en otro lugar.
«Para eso he venido». Ahora que ha orado, las líneas de su misión se han precisado con
mayor claridad. La oración está al servicio del significado de la propia vocación.
El versículo final puede considerarse un sumario de la actividad de Jesús que, a través
de la oración, se hace aún más itinerante.
PROVOCACIONES
1. Después de una jornada de intenso trabajo en favor de los demás, es necesario caer
en la cuenta de que, sin oración, privamos a esta gente de un «servicio» que les es debido.
ORA/SOLEDAD
Quien no es capaz de desligarse de la multitud, se compromete menos solidariamente
que el solitario.
La comunión se afirma también «saliendo fuera», faltando a las citas de una popularidad
fácil, a los ritos de la banalidad, a las reglas del conformismo.
También un «no» puede ser un servicio a la comunidad.
Existe un único modo para no defraudar las esperanzas: hacerse encontrar en otra parte.
2. Los discípulos van en busca de Jesús porque todos lo buscan y él, por el contrario,
está allí orando.
Quizás se acerca el tiempo en que alguno vendrá a buscarnos precisamente porque
oramos.
Es hermoso pensar que la oración puede ser el lugar seguro en donde todos podrán
encontrarnos (y donde nosotros podremos alcanzar a todos).
El místico es el hombre «buscado».
La gente sabe que esa es una persona que puede ocuparse de sus cosas, porque está
ocupado en la oración.
¿La soledad no será acaso una posibilidad de encuentro ofrecida a todos? ¿El hombre
de oración no será acaso alguien que se deja encontrar? ¿Uno que «huye» al desierto, no
será acaso alguien que está siempre?
3. Jesús, después de la huida al desierto, anuncia que debe ir "a otra parte".
Con excesiva frecuencia se acude a la oración para justificar situaciones de inmovilismo,
para neutralizar cualquier tímida tentativa de búsqueda, para rescatar a cualquiera que
pretenda arriesgar algo.
No estará mal relacionar el concepto de oración con la dimensión de lo imprevisible, de la
sorpresa, de la creatividad.
Un hombre que reza es un hombre que descubre nuevos itinerarios.
La oración no sirve para «mantenerse buenos» y ni siquiera para «mantenerse firmes».
A un individuo que reza puedes encontrarlo siempre, pero no hacerte ilusiones de que lo
posees. Porque existe otro que le indica a dónde tiene que ir.
Dócil, sí, pero al Espíritu, no a los cálculos y a las prudencias humanas.
Rezo, luego estoy... en otra parte.
La autenticidad de la oración viene medida también por su fuerza de riesgo.
O la soledad del desierto nos hace abrir los ojos sobre lo nuevo, sobre el todavía no,
sobre zonas inexploradas para el reino, o puede convertirse en el lugar del reposo y de la
falsa seguridad, de la pereza enmascarada de fidelidad.
Existe quien descubre una geografía inédita, y quien se recuesta en las laderas
conocidas.
Los ojos abiertos son los que expresan la diferencia entre oración como sueño y oración
como toma de conciencia.
CONFRONTACIONES
SILENCIO/SOLEDAD SOLEDAD/SILENCIO:
Soledad y comunión
El sentido de soledad y el de comunión se acompañan el uno al otro y profundizan
mutuamente, dolorosa y alegremente, según el ritmo pascual de muerte-resurrección. Quien
no ha nacido a la verdadera soledad, tampoco ha nacido a la verdadera comunidad (Paul
Toinete).
Solamente aquel que sabe vivir solo con Dios sirve eficazmente a la comunidad (P.
Blanchard).
Aquel en quien Dios mora nunca está menos solo que cuando está solo (Guillaume de
Saint Thierry, Lettre d'Or J.
8 - CURACIÓN DE UN LEPROSO
Mc/01/40-45 Mt/08/02-04 Lc/05/12-16
«Compadecido de él...» (v. 41). Algunos códices usan un verbo muy distinto: «airado», y
es probable que sea el término original, precisamente porque es el más difícil de entender.
Verosímilmente, algunos copistas, que tropezaban con un Cristo «airado» y no logrando
conciliar la ira con la postura de misericordia expresada en el milagro, han tenido la feliz idea
de corregirlo por «compadecido» (y sería inimaginable un proceso inverso).
Sin embargo la irritación, el enojo no están fuera de lugar.
Cristo se encuentra ante algo escandaloso, que contradice el plan original de Dios, su
voluntad benéfica. Es la creación presa de la corrupción y del mal, devastada por el
pecado. Es lo contrario de lo "bello", de lo «bueno» salido de las manos del Creador.
Sea como sea, airado o compadecido -y quizás las dos cosas a la vez- toca lo intocable.
Esta vez no es ya sólo la palabra.
Tenemos también el gesto. Algo que recuerda el sacramento1.
Tocar, además de dar la curación, expresa el contacto humano restablecido con quien
debía ser echado fuera.
«En vez de ser contaminado por él, le comunica la propia santidad» (Radermakers).
«Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la palabra» (v.
45). Sí, ha divulgado la palabra, no el hecho. ¡Ha sucedido una palabra! Palabra-suceso.
Palabra que es historia personal. Como dice san Agustín, Cristo es palabra no sólo en lo
que dice sino también en lo que hace. Sus acciones le hacen palabra, mensaje. Y la
palabra proclamada se hace a su vez, hecho, acontecimiento.
«...De modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que
se quedaba a las afueras, en lugares solitarios» (v. 45).
Parece que se han cambiado los papeles. Es Cristo quien se convierte ahora en un
"segregado", obligado a estar fuera.
PROVOCACIONES
Hemos dicho que los estudiosos, no consiguiendo colocar el episodio del leproso en un
lugar preciso, hablan de él como de un «folio extraviado».
Es necesario estar atentos. Mientras se trate de «folios extraviados», menos mal.
Lo importante es que, en el territorio de nuestra existencia cristiana, no existan «hombres
errantes», porque nadie se arriesga a acercarse a ellos.
CONFRONTACIONES
....................
1. «El poder de Dios vive de modo casi sacramental en la corporeidad de Jesús y toma en serio también la
corporeidad de los hombres» (E. Schweizer).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 102-107)
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PERDÓN Y CURACIÓN
Mc/02/01-12 Mt/09/01-08 Lc/05/17-26
MIGRO/PARALITICO
1. Ver. Cristo ve la fe de los que traían al paralítico, ve el mal más profundo del hombre,
y ve los pensamientos de los escribas. Se diría que Cristo, antes de actuar, se decide a la
lectura de lo que está escondido y no aparece al exterior. Aquí, antes de nada, «descubre».
La narración
Se desarrolla siguiendo el esquema acostumbrado:
- presentación de la situación
- motivación del milagro (aquí es la fe de los que le llevan, y en otras
partes es la compasión de Cristo, etc.),
- palabra eficaz,
- descripción del efecto que causa en el enfermo
- descripción del efecto en los presentes (casi siempre estupor).
Del enfermo no sabemos nada, sino que era pobre. Lo deducimos de la palabra usada
por Mc para definir su lecho: krabattos (de donde viene la palabra latina grabatus),
camastro. Era la cama de la gente pobre.
Los cuatro desempeñan una función de mediadores. Existe, quizás, un parangón con los
cuatro que en la misma casa, con ocasión de la curación de la suegra de Pedro, «le hablan
de ella» (1, 30). Estos no hablan. El estado de aquel pobre hombre puede suplir cualquier
tipo de recomendación.
Y después Jesús «ve». De hecho «viendo la fe de ellos» (v. 5)... La fe es siempre la
única condición exigida por Jesús para su intervención, el presupuesto indispensable para
el milagro.
Aquí la novedad está en que la fe viene prestada, no tanto por el mismo interesado,
cuanto por otros que haces sus veces. O, quizás, es la fe de todos: de los que le llevan y
del "llevado", lo que hace posible el milagro.
Piensen lo que quieran algunos comentaristas, al enfermo no le debe haber
sorprendido la declaración de Jesús: "tus pecados te son perdonados" (v.5). Estaba
bastante generalizada la mentalidad según la cual la enfermedad se tenía por un castigo
del pecado.
En algunos salmos se invoca el perdón de las culpas como presupuesto para obtener la
curación.
Se trataba de remover la causa.
Son significativos estos dos textos rabínicos citados por Lagrange: "No hay muerte sin
pecado, ni sufrimientos sin culpas". "El enfermo no se librará de su enfermedad hasta que
Dios no le haya perdonado sus pecados".
No es que Jesús establezca o legitime una relación de causa y efecto entre pecado y
enfermedad. Simplemente aprovecha una ocasión, en la que la enfermedad física es la
consecuencia, o al menos la señal, de un mal más profundo que golpea al hombre.
Enfermedad y pecado forman parte de la desventura humana.
P/SUFRIMIENTO SFT/P "No quiere decir que este paralítico fuera particularmente
pecador: en él es solamente evidente de un modo especial la separación del hombre de
Dios y la raíz de todo sufrimiento en esta separación" (·Schweizer-E).
Por lo que perdón y curación forman parte de una única empresa de liberación, a través
de la cual Cristo "se revela Señor de un mundo nuevo, en el que será reintegrado el
hombre total, alma y cuerpo" (G. Dehn).
De todos modos, aquí es Jesús quien les provoca, lee sus pensamientos, y querría
hacérselos decir.
"¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?" (v. 7). Algunos traducen: "sino uno,
Dios". O también: «excepto el único Dios». En este último caso, el texto podría sonar así:
«¿Quién, sino el único, puede perdonar los pecados?».
Su razonamiento, deducido de la teología que conocen, es impecable. Es verdad,
solamente Dios puede perdonar los pecados. Sólo él puede derribar el muro de separación
construido por la culpa del hombre.
La conclusión, sin embargo, resulta precipitada: «Está blasfemando» (v. 6). ¿Y si, por
casualidad...?
Pero los escribas pertenecen a una raza que se nutre de certezas consolidadas; ninguna
duda, aunque sea tímida, ninguna sospecha, aunque cauta, roza lo más mínimo su
armadura de protección.
Los «¿y si...?» rebotan y van lejos. Estos, metidos en su armadura, no advierten ni
siquiera el golpe.
De todos modos se han dado cuenta muy bien de que la expresión de Cristo no es una
simple declaración de que los pecados han sido perdonados, sino que ha sido un perdón
verdadero otorgado por él allí mismo, en aquel momento.
Jesús, después de haber hecho patente su mal profundo al paralítico, ahora descubre los
razonamientos de los escribas. Y les desafía: «¿Qué es más fácil, decir... o decirle...?» (v.
9).
Queda claro: la facilidad no está en el hacer sino en el decir.
Evidentemente es más difícil perdonar los pecados que curar.
Pero aquí se invierte el orden en relación al decir. En el sentido de que el perdón no
puede ser verificado, constatado. Entonces es fácil decir, dado que no existe una
contraprueba.
Jesús, pues, bajando al terreno de los adversarios, no tiene miedo de exponerse al
fracaso, y ofrece la prueba indiscutible, controlable, la prueba de los hechos, poniendo de
pie al paralítico.
Y deja que saquen las conclusiones.
«La curación es un signo de que los pecados han sido efectivamente perdonados. El
problema doctrinal de la blasfemia es ignorado» (Taylor).
En esta narración aparece por vez primera el titulo «hijo del hombre» (v. 10). Volveremos
más adelante sobre el significado de esta autodefinición (1).
El motivo puede ser el aducido por Lagrange: «Jesús no ha elegido un título mesiánico
corriente, porque no quería dar a entender que era el Mesías como lo esperaban
entonces».
PROVOCACIONES:
Para saber quiénes eran los escribas no necesito leer las meticulosas descripciones que
hacen de ellos los estudiosos del ambiente palestino .
Basta con que me mire al espejo.
Yo sé todo acerca de ellos, porque pertenezco a su especie.
Los conozco bien, porque soy de su raza.
Estoy en disposición, por eso, de ofrecer los elementos para reconocerlos.
Uno, sobre todo. Simplicísimo. Existe un sistema seguro para definir al escriba: es
alguien que no se deja desmantelar el tejado.
Su casa está a rebosar de gente. Llena, saturada. Pero también ordenada.
Cada cosa está bien puesta en su sitio. Hay de todo allá dentro. No hay espacio para
más.
No entra ya nada.
No entra el evento, lo imprevisto.
Se niega la entrada a lo inesperado. También porque el escriba no espera nada.
El escriba es lo opuesto al hombre de deseos. Ha planificado la esperanza, cortado las
alas a la fantasía, abolido el riesgo, excomulgado la duda, enjaulado el espíritu.
Su casa está vigilada por el cordón protector de las fuerzas del orden, gobernadas por el
miedo, que cortan el paso, siendo ariscos con quien no está en disposición de presentar las
credenciales de una vieja amistad, o de lo «ya visto».
El escriba acepta aprender únicamente lo que ya sabe.
Personalmente se ha hecho vacunar contra lo nuevo.
No logra imaginar otra cosa, a no ser que sea copia bastante conforme con su modelos.
Sus razonamientos corren sin tropiezos a través de los mecanismos de una lógica
perfecta, construida a posta para obtener siempre el resultado apetecido.
Es un hombre de pocos principios, bien sólidos. Uno, sobre todo: la verdad está de mi
parte.
Lucha contra la tentación. Se ha especializado en sofocarla apenas nace una, muy
peligrosa: la que le insinúa que podría incluso no tener razón.
Ha entendido que, permitiéndolas crecer, él estaría desahuciado. El antídoto contra esa
tentación lo ha encontrado sin fatiga: basta pensar que los otros no tienen razón. Muy
simple.
Sobre todo, es intransigente en lo que se refiere a los hechos. El sabe cómo hay que
tomarlos. Los obliga a entrar en sus esquemas, en sus métodos ya predispuestos.
Y qué atentos están a no dejarse cuestionar por los eventos. Por el contrario, se necesita
obligarlos a tener un lugar en las preconcebidas casillas mentales.
El escriba no logra escuchar la voz de los hechos. porque con trasplantes de experiencia,
exigidos expresamente, neutraliza su carga provocadora y les hace decir lo que quiere. Les
conduce, dóciles, hacia las jaulas ya preparadas.
El escriba no es un tipo que salga fuera, a la intemperie.
Como mucho, tiende a meter todo en su saber, en su posesión intelectual, en su sistema
de vida.
El está acostumbrado a hacer las preguntas a los otros.
Al mismo tiempo que las respuestas son su especialidad. Y tiene de ellas un muestrario
completo, definitivo.
Mantiene la inquietud a distancia, exorcizada.
No. El no se deja descubrir el tejado.
A su casa se entra por donde se debe entrar. Y allí nos hace anunciar. Y allí nos somete
al control minucioso de los documentos para prevenirse de las sorpresas, y de lo no
programado.
Lo grave es que el escriba tiene como tarea propia la de preparar a los demás para
acoger el evento. Y cuando éste llega, él está allí, sentado (v. 6), rumiando tácticas para
combatirlo. Y así termina defraudando a los hombres precisamente en aquello, hacia lo que
tiene la obligación y la pretensión de llevarles.
No pasa por su mente el pensamiento de que la salvación llega siempre por otra parte.
Que la maldición de una casa depende de que dentro hay de todo y no hay necesidad de
más.
Que el techo descubierto no es un elemento de desorden sino de acogida, signo festivo
de lo inesperado.
Que en aquella casa el elemento de desorden es precisamente él...
Que Cristo está, necesariamente, fuera de programa.
CONFRONTACIONES
Las personas religiosas son las que han llevado a Jesús a la muerte
Las personas religiosas son las que han llevado a Jesús a la muerte; precisamente,
pues, las personas, que deberían haber sido sus seguidores más decididos y más devotos.
El que anuncia los caminos de Dios es odiado y perseguido por quienes, de su parte, no se
habían cansado de enseñar los caminos de Dios... El, el verdadero cumplidor de las
promesas y de las profecías de la antigua alianza, se convierte en la víctima de aquellos
que no habían cesado de presentarse como intérpretes elegidos de estas promesas y de
estos testimonios. También en la vida de Jesús encontramos la ley común a todas las
luchas religiosas: la última, la más amarga y la más grave crisis no se produce allí donde la
religión se contrapone a la incredulidad y al escepticismo, sino donde rige la regla: contra la
religión, en nombre de la religión (G. Dehn, o. c.)
...................
1) Traducción del arameo bar nasha, que significa, simplemente. hombre.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 111-117)
9 - LA VOCACIÓN DE LEVI
JESÚS SE SIENTA A LA MESA CON LOS PECADORES
Mc/02/13-17 Mt/09/09-13 Lc/05/27-32
LEVI/VOCACION VOCA/LEVI
«En su casa»... v. 15. ¿De qué casa se trata? ¿la casa de Leví, la de Pedro, o incluso la
de Jesús? La pregunta nace, sobre todo, si se consideran como pertenecientes a tiempos
distintos los dos episodios de la llamada y el banquete.
Me parece que, en el pensamiento de Mc, la casa debe ser la de Leví. También después
de la llamada de los primeros discípulos, Jesús va a la casa de uno de ellos, Simón (y es
sorprendente cómo el seguimiento, que incluso se traduce en un desapego, sin embargo es
festejado en la casa de los interesados. Jesús exige la renuncia, pero no corta las raíces de
las personas, quiere criaturas dispuestas a las elecciones más dolorosas, pero no crea una
casta de "separados").
No importa de quién era la casa. El protagonista, el que invita, es Cristo. El es el Señor
de la casa. El centro de la atención es él. El es quien está sentado a la mesa «con ciertos
individuos». En todas partes Cristo se encuentra en su casa. Con tal de que estén aquellos
por quienes él «ha venido».
El problema interesante no lo constituye el propietario. Sino los invitados, los
comensales.
En el episodio que sigue a la primera llamada, hay una multitud de enfermos ante la
puerta. Aquí los enfermos -de otra especie- están dentro. Es perfectamente lógico que el
médico esté rodeado de sus clientes. Una vez más nos vemos obligados a tomar nota de
cómo la vocación es una «con-vocación».
PROVOCACIONES
Podíamos completar el retrato del escriba.
Hemos dicho: uno que no se deja descubrir el tejado.
Aquí tenemos otra característica que añadir: uno que está fuera.
Los escribas no entran, observan desde fuera, no se mezclan con la atmósfera de aquel
banquete.
Ven las cosas a distancia. Están en su puesto.
Encerrados en su mundo. Prisioneros de sus perspectivas, bloqueados en sus puntos de
vista. Tras el enrejado de protección de sus esquemas.
Para entenderlo, sin embargo, sería necesario salir fuera. Esto es entrar en el mundo de
los otros. Cambiar de perspectiva. Ver las cosas desde dentro. Observar
comprometiéndose. Juzgar participando. Eliminar el filtro de «papel» a través del cual ven a
los hombres.
El escriba tiene miedo al contagio. Y así se sitúa fuera de la vida. Es un «separado» de la
realidad, uno que se excluye de la humanidad.
Cristo, por el contrario, ha encontrado al hombre, no creando distancias, sino
compartiendo del todo la condición humana. La encarnación constituye la forma mas radical
de participación.
Es inútil hacerse ilusiones. Para sentarse a la mesa con Cristo, es necesario dejar el
propio puesto, el propio papel, abandonar el propio punto de observación «privilegiado».
Sólo en la confusión, o sea confundidos en medio de la humanidad, mezclados con los
otros comensales, empezaremos a entender algo.
El escriba cesa de ser escriba en el momento que deja sus libros, sus códices, sus
construcciones teóricas, y se decide a descubrir, personalmente, lo que sucede allá dentro.
Y si sale fuera, será solamente para ir a corregir sus textos.
También para el escriba es posible la conversión.
«Uno que sabe» puede siempre ser promovido a «uno que aprende».
Depende de él. Se trata de dimitir de la «secta de los separados» para sentarse a la
mesa con los otros.
Los escribas hacen una pregunta a los discípulos. Estos la remiten al Maestro. Cristo es
quien debe dar la respuesta.
Fijemos esta simple imagen, extremadamente eficaz.
El discípulo como «recolector» de preguntas, intérprete de las dificultades, de los
problemas de los hombres. No un «proveedor automático» de respuestas ya perfectas y
confeccionadas.
Va a buscar la respuesta junto al Maestro. El es quien debe responder. Es él quien
explica.
Y la respuesta interesa ya a los «proveedores», ya a los otros, indistintamente.
El discípulo transmite, asegura la vinculación, atento para no interrumpir los contactos
entre las dos partes interesadas.
Y tiene un gran trabajo. Una humilde paciencia.
CONFRONTACIONES
En la mesa, alguno ayuna... Algún comentarista se pregunta qué relación existe entre
esta tercera controversia (o apotegma) y la precedente. Evidentemente una atención
excesivamente concentrada produce distraídos...
La continuidad, en efecto, resulta bastante evidente. Estamos siempre a la mesa juntos. Y
hay alguno, que en vez de comer, ayuna. Alguien que no entiende, que se resiste a entrar.
Y casi siempre son personas religiosas, ejemplares, de las que no infringen nunca un
mandamiento, como el hijo mayor de la parábola de Lc (15. 29). Obstinado en no tomar
parte en el banquete.
Para los hebreos existía un solo ayuno, el del día de la expiación (1). Pero se podían
proclamar ayunos especiales con ocasión de calamidades, como expresión de luto y
penitencia.
Los fariseos (2) que en cuanto a celo, digámoslo sin ironías, eran irreprensibles, ayunan
voluntariamente dos veces por semana, el lunes y el jueves.
El ayuno en cuestión -que iguala en esto a los discípulos de Juan con los fariseos- puede
estar determinado por la muerte o, más probablemente, por el arresto del Bautista.
El comportamiento distinto de los discípulos de Jesús suscita escándalo en ciertos
ambientes. Alguno pide explicaciones al Maestro. Esta vez es el Maestro quien debe
justificar a los discípulos; en el caso precedente será la postura del Maestro la que hay que
discutir.
ALIANZA/MA: Jesús responde con la imagen del esposo, bastante familiar a sus oyentes.
En el antiguo testamento, en efecto, la alianza se presenta como un matrimonio: Yahvé es el
esposo, Israel la esposa, Moisés el testigo, la ley contiene las cláusulas del contrato.
Es verdad que al Mesías nunca se le presenta como "esposo". Sin embargo Jesús aún
puede hacerlo entender a los que, naturalmente, tienen oídos para oír.
Queda el hecho de que su venida se presenta como «un tiempo de alegría» para el
pueblo.
La persona religiosa, de ahora en adelante, no se moverá ya llevando encima las señales
del luto, en el espacio de las prescripciones legalistas, sino en el terreno de la vida, del
amor, de la alegría.
Más que ir al encuentro de Dios con las obras buenas propias, el hombre tiene que
dejarse alcanzar por el don.
Todo esto lo habían entendido los primeros cristianos que, en efecto, «tomaban el
alimento con alegría y sencillez de corazón» (Hech 2, 46)..
La acusación que, en el fondo, Cristo lanza a los discípulos de Juan y a los fariseos, es la
de no entender el tiempo.
Ya lleven luto, ya ayunen porque viven a la espera, sus gestos resultan desfasados
respecto al evento. Mirando hacia atrás, o mirando hacia adelante, no caen en la cuenta del
aquí, del ahora. Lloran y suspiran por una ausencia y no reparan en la presencia.
Pueden, incluso, hacer todo bien. Pero en tiempo equivocado. En la circunstancia menos
apta.
Con Cristo los acontecimientos religiosos no serán regulados exclusivamente por
prescripciones rígidas, sino que deberán referirse a su persona.
El esposo determina el comportamiento de los amigos.
Aquí hay una referencia al tiempo en que le será arrebatado el novio (v. 20). Una alusión
discreta a la muerte de Cristo. En esta perspectiva se coloca la advertencia de que
«pecado y muerte, legalismo y tentación, bien que confundidos en línea de principio, son
aún fuerzas extremadamente reales y que la comunidad estará mal aconsejada si se
exaltase hasta el punto de actuar como si ya no viviese a la espera. Así, incluso el ayuno
puede tener un significado bueno... como ayuda a la vida del discípulo de Jesús» (E.
Schweizer).
"Ya" y "todavía no": esta es la tensión que deberá vivir el cristiano, quien no olvida que
Cristo glorificado conserva las señales de los clavos.
PROVOCACIONES
«Hemos caminado bastante por el camino de la renovación», me asegura alguno.
En ciertos casos es verdad.
En muchos otros, no.
Más que caminar, se ha levantado una gran polvareda de palabras, documentos,
reuniones, discusiones. Y cuando el polvo se posa, los más lúcidos caen en la cuenta de
que pasos hacia adelante se han dado más bien pocos.
He seguido de lejos, recientemente, un «curso» durante el que se cacareaban
continuamente palabras tales como «diálogo», «pluralismo», «respeto a la persona», y
cosas por el estilo. Me consta que una participante fue reprendida duramente por uno de
esos a quienes llaman maestro, porque se la vio en compañía de un «disidente», culpable
sólo de usar la propia cabeza. «Hablar con aquella persona significa ya compartir sus
ideas». Quizás, para cierta gente, pluralismo significa permitir que otro piense igual que él.
Más que avanzar, se ha iniciado un vertiginoso baile. Cesa la música, y nos encontramos
con las mismas caras de frente y a los lados, los mismos problemas sin resolver, los
mismos defectos, y el único desplazamiento ha sido un desplazamiento circular, para volver
al punto de partida.
Han cambiado las formas, no los contenidos. La escasez de los clientes no ha llevado a
verificar con coraje la bondad y la originalidad del producto, sino que ha determinado una
afanosa y complacida sustitución de las etiquetas. Se ha llegado incluso a cambiar la
etiqueta del precio. (Aumento o descuento, a medida de las valoraciones contingentes).
Más que transformar la casa, eliminar los chirimbolos inútiles, liquidar los trastos
anacrónicos, hacer sitio a algo verdaderamente nuevo y funcional, se ha modificado la
disposición de lo que se tenía. Más que controlar la solidez y la utilidad de ciertas paredes,
se ha llamado al pintor.
Tiene razón Raimundo Panikkar: no basta limpiar los cristales es necesario que
amanezca el nuevo día.
Cristo habla de una exigencia de conversión, y conversión es cambio de cabeza (además
de cambio de corazón), no de peinado. Es cambio de mentalidad, no de fórmulas. No basta
lavarse la cara: hay que cambiarla.
Existe algo peor que coser un remiendo de paño recio en un vestido usado. Es el poner
un vestido nuevo (¡e incluso juvenil!) al hombre viejo. 1
Hoy, probablemente, Cristo usaría otra imagen: un trozo de papel, un pedazo de
documento sobre un vestido descosido.
No, no soy pesimista.
Me doy cuenta de que mucha gente camina con coraje y sufrida coherencia por el camino
de una renovación profunda.
Pero existen también aquellos que creen que caminan, sólo porque han entonado la
marcha triunfal de la renovación, y lo que ocurre es que -con sus desfiles- estorban el
avance de quien está dispuesto a trabajar en serio.
Es necesario localizar a estos «entorpecedores del camino» e invitarles a hacerse a un
lado (ahí están los prados para su baile loco).
No nos dejemos engañar por su música, por sus vestidos, por sus charlatanerías, por su
maniobras tácticas, por su vino abundamentemente aguado en los odres de siempre, aptos
para todos los gustos.
De todo esto, pongamos el corazón en paz, no hay nada que esperar.
«¿Qué puede acaecer de nuevo al hombre viejo?» (Lanza del vasto).
Yo me obstino en mirar en otra dirección. Quizás finalmente llegará alguien que no jugará
con las palabras, no hará acrobacias con las fórmulas. Sino que tendrá coraje para hablar
sin vacilar: señores, como primera medida tirad vuestros recipientes. Aquí quien quiera de
este vino debe adquirir también los odres. Son inseparables.
Aquel día, quizá, ya no habrá necesidad de hablar de «novedad» y de otras cosas viejas
por el estilo.
CONFRONTACIONES
Laceración y explosión
Por una parte, el simbolismo judío se presenta como un viejo tejido (o texto), que no
tolera un cosido con un nuevo tejido (o texto); por otra parte, como un cuadro, un orden
viejo (odre) que no tiene capacidad para soportar la fuerza de un vino nuevo. La subversión
se reafirma con claridad: laceración del viejo texto simbólico, explosión del orden viejo (F.
Belo, o. c.).
PROVOCACIONES
4. Todavía una palabra acerca de los fariseos de todos los tiempos que «asoman» y
«van a decir». Hace falta tener piedad de ellos. Es gente observante, sí, pero a quienes la
observancia de la ley no les da alegría. Su alegría es completa sólo cuando pueden
detectar o denunciar las infracciones ajenas. Confunden la colaboración con el ser espías.
Llenan su vacío no con valores sino con minucias. Preocupados por cuatro espigas
arrancadas, no dudan en demoler a una persona a golpes de lengua. Es gente así.
Pero es triste que existan personas que los escuchen, les tomen en serio, se sirvan de su
«colaboración». Cristo se comportó de muy distinta manera y se hizo cargo de la defensa
de los discípulos «culpables». Su respuesta podemos traducirla libremente así: «¡Seamos
serios!».
CONFRONTACIONES
LEY/SV SV/LEY
El observante absolutiza la ley, buscando la salvación en la observancia escrupulosa y
minuciosa de la ley, que se convierte así en un medio de autoliberación y autoafirmación,
porque el Dios justo es deudor de una recompensa a la observancia legalista y farisaica de
la norma, y así el hombre ya no queda confiado a la gracia de Dios. El ya no recibe de Dios
su liberación... Está cogido por el ansia y la preocupación... El hombre de la ley está
siempre tentado de transformar el evangelio en un código y a Jesús en un legislador... Al
sistema de observancias exteriores, Jesús opone una religión fundada en la verdad, en el
amor y en la libertad (Una comunitá legge il vangelo... o. c.).
J/SABADO SABADO/J
Algunos querrían llevar la institución del sábado no sólo al uso del hombre, sino también
a las manos y bajo la autoridad del hombre. Este no es el pensamiento de Jesús. Sabe muy
bien que, para los judíos, el sábado es de institución divina. Y él no lo niega. Pero recuerda
que Dios ha establecido el sábado, no como una especie de absoluto, que tiene el propio
fin en sí mismo, sino de hecho, para el bien del hombre. Luego coloca la cosa en el sentido
de su finalidad. En cuanto a tocar el mismo sábado, o incluso dominarlo, esto pertenece
exclusivamente a la autoridad de quien lo ha fundado. Esta es la razón de por qué, cuando
Jesús reivindica la soberanía del hijo del hombre sobre el sábado, está hablando de sí
mismo, no de un hombre cualquiera (T. R. Bernard, Le mystère de Jésus, Mulhouse 1959).
.................
1) "Si pasas por entre las mieses de tu prójimo, podrás arrancar espigas con tu mano, pero no meterás la hoz
en la mies de tu prójimo" (Dt 23. 26). Lo que es incluso lógico...
2) En lo que se refiere a las «equivocaciones» de Mc. resultan más bien evidentes. Leyendo el episodio en I
Sam 21, 2-7, se cae en la cuenta de que el sacerdote no era Abiatar sino Ajimélek. Y el rey no entró "en la
casa de Dios", o sea en la tienda donde se custodiaba el arca, sino que más bien ha sido el sacerdote el
que ha salido fuera a ofrecerles los panes sagrados de la proposición, o sea, los doce panes frescos que,
en dos montones, se ponían cada sábado sobre la mesa en la presencia de Dios (por eso se llamaba «de la
proposición»). A Mc le interesa más, como hace notar san Jerónimo, el sentido de la Escritura, que los
detalles. Por otra parte, se puede explicar el «vacío de memoria» teniendo presente que Abiatar era más
conocido por su padre Ajimélek y su nombre se asociaba comúnmente a las vicisitudes de David. Y hay que
subrayar que en este episodio entra por primera vez el término «pan», que tiene un puesto relevante en el
evangelio de Mc: lo nombrará más de veinte veces. «Los que le acompañaban» pretende subrayar la ligazón
entre los compañeros de David y «los que están» con Cristo, o sea los discípulos. Y esta alusión puede
servir como argumento en las polémicas sobre la observancia del sábado que implicaba a las comunidades
primitivas. Los que están con Cristo están dispensados de la ley antigua. El concepto es siempre válido: el
que está con Cristo se mueve en un espacio de libertad. No está contra la ley. Pero no se deja aprisionar por
el legalismo.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 133-142)
«Había allí un hombre que tenía la mano paralizada» (v. 1). Algunos sostienen que se
trata de un «agente provocador». Es más verosímil la interpretación del Evangelio de los
Hebreos -una obra bastante difundida en los ambientes judeo-cristianos- que pone en labios
de aquel hombre esta invocación: "Era albañil y ganaba para vivir con el trabajo de mis
manos, te ruego, Jesús, que me devuelvas la salud, para que no tenga que pasar la
vergüenza de mendigar un poco de pan".
Pero hay gente al acecho, «a ver si le curaba en sábado para poder acusarle» (v.
2)Estaba prevista la posibilidad de ayudar a un enfermo en sábado pero sólo cuando su
vida estuviese en peligro y ése no era el caso. Este hombre podía esperar aún un día, hace
tiempo que espera, quizás desde la infancia...
Pero Jesús tiene prisa. En esta última controversia, él se manifiesta más agresivo. Quiere
plantear enseguida, abiertamente, la cuestión de principio que le interesa: la caridad por
una parte, la exageración legalista por otra; la preocupación por el hombre, y la
preocupación por la observancia del código; la vida y el rito. Una vez más los enemigos no
hablan, pero, como dice Lc (6, 8), «Jesús conocía sus pensamientos».
Tengamos presente el ambiente religioso en el que se desarrolla la escena. En la iglesia
Dios, más que de escuchar, se interesa por leer «dentro». Se diría que no le interesan las
palabras, sino la trama de los pensamientos y de las intenciones de las «personas
piadosas».
«Existe una sola alternativa: no hacer el bien significa hacer el mal. No salvar una vida
significa matarla. Cuando se debe hacer el bien no existe una zona neutral en la que no se
hace ni el bien ni el mal; ninguna escapatoria, ningún derecho a un legalismo cuya
observancia formal permita evitar hacer el bien, esto es, hacer el mal» (E. Schweizer). Con
otras palabras: no amar significa ya hacer el mal.
«Así Cristo ha expresado, con la mayor claridad, la incondicionada precedencia de lo que
es moral sobre lo que es ritual, como el precepto del sábado» (J. Schmid).
«Pero ellos callaban» (v. 5). No es el silencio de quien reconoce la propia derrota, sino el
silencio de la obstinación, de la incapacidad para salir de los propios esquemas.
Aquella gente estaba acostumbrada a hablar del hombre (y a veces incluso a su costa),
pero se muestra inexplicablemente embarazada cuando se encuentra en presencia de un
hombre, o sea del interesado, y de «el hijo del hombre», solidario con él. Cuando el hombre
cesa de ser objeto de disputas académicas y de declaraciones abstractas, para convertirse
en sujeto, presencia partícipe, no destinatario de respuestas sino portador de preguntas,
entonces los «expertos» pierden la palabra.
«Entonces mirándoles con indignación apenado por la dureza de sus corazones...» (v. 5).
A la mirada cargada de malicia de los adversarios que lo expían, Jesús contrapone su
propia mirada llena de indignación.
Mc registra, aquí como en otras partes, estas miradas de Jesús. Los otros evangelistas
se manifiestan más controlados cuando se trata de atribuir a Jesús ciertas emociones. Mc,
no. No tiene estas preocupaciones. Y subraya la indignación, la tristeza, la ira, la
compasión. J/IRA IRA/J Dice Taylor: «la ira, que de suyo no comporta elementos de rencor
personal, puede muy bien sentirse ante gente cuya fidelidad a la ley va del brazo con la
ceguera de los valores morales».
Ira, y al mismo tiempo desconsuelo, frente a la obstinación, a la insensibilidad, y a la
torpeza de entendimiento de los adversarios, que se ponen en contra de él y en contra del
hombre. Indignación por una inhumanidad enmascarada de exigencias religiosas.
«¡Extiende la mano!». «El la extendió, y quedó restablecida su mano» (v. 5).
CONFRONTACIONES
JESÚS Y LA MULTITUD
Mc/03/07-12 Mt/12/15-21 Lc/06/17-19
Ocultamiento y revelación
Estamos en la segunda etapa del ministerio de Jesús en Galilea (3, 7-6, 6). Los lugares
son varios: mar, montaña, casa.
La actividad se desarrolla a lo largo de las dos directrices acostumbradas: palabras (en
particular las parábolas del reino, 4, 1-34) y gestos de poder (curaciones, exorcismos,
tempestad calmada, endemoniado de Gerasa, hemorroísa, hija de Jairo). Así como en la
primera etapa estaba la llamada de los primeros discípulos, aquí está la elección de los
doce (3, 13-19).
En las disputas con los adversarios, se inserta la discusión con los familiares
«preocupados por el buen nombre de la familia» (R. Fabris).
Y también esta etapa se concluye con el drama: Cristo rechazado por los suyos.
Mc presenta el acostumbrado triángulo, compuesto así:
-Jesús,
-los que están con él (discípulos, apóstoles),
-los otros (la gente, los adversarios, los parientes, los demonios).
Un foco de contagio
Es necesario tener presente la colocación de los varios grupos humanos que Mc presenta
en torno a la figura de Jesús: los discípulos, la multitud, los jefes del pueblo hebreo
(fariseos, herodianos, sumos sacerdotes, ancianos, escribas sobre todo). Se podría incluso
sostener -como hace E. Trocmé- que en los trece primeros capítulos de Mc toda la actividad
de Jesús se resume en la tentativa de "librar al pueblo de la influencia de sus malos
pastores y darles nuevos jefes, en la persona de los discípulos que él forma para este fin".
«Subió después al monte» (v. 13). Y dan ganas de ir a buscar en el mapa el nombre de
esta montaña que Mc ha olvidado nombrar. Tanto más cuanto que sabemos qué mar era
aquel. Búsqueda inútil. Como de costumbre, estamos en la geografía "teológica". El monte
como lugar apartado, apto para la revelación de Dios, expresión de la cercanía con Dios.
Puede ser cualquier altura comprendida entre la zona llena de colinas al norte del lago.
Pero el «lugar apartado» no comporta necesariamente la separación de la gente. La
multitud está presente sin duda. Y. precisamente, por la multitud Cristo llama a los doce.
Muy oportunamente C. Martini, reconstruyendo el escenario, pone de relieve, ante todo, la
"convergencia del hombre hacia la persona de Jesús que habla". Y subraya, fuertemente, el
carácter de elección eclesial. «De la masa de personas que le siguen, Jesús, dominándola,
llama misteriosa y solemnemente a algunos... Mc nos presenta claramente una elección
solemne, en la que Jesús, sin separarse de la multitud, aunque distanciándose de ella de
algún modo, como para proveerla mejor, abrazándola, con una mirada, llama a los doce. No
elige a los suyos en la soledad; los elige en plena actividad en medio de la gente que busca
ayuda en él.
"Llama a los que él quería; y vinieron donde él" (v. 13): ¡tres tiempos distintos (presente
histórico, imperfecto, aorisco) en un solo versículo! (2).
Es necesario pararse sobre todo en el verbo «quería» (éthelen): el tiempo usado, el
imperfecto "sugiere la idea de que la elección no se hace en aquel momento, si bien
entonces se manifestó, sino que fue fruto de una larga meditación" (G. Nolli). No olvidemos
que Lc (6, 12) pone la elección después de una noche pasada en oración.
Pero hay más. Como hace observar todavía C. Martini, el verbo usado no habla tanto de
"aquellos que le gustaban" o «aquellos que le vinieron a la cabeza», sino, con referencia al
verbo hebreo correspondiente, «aquellos que él tenía en el corazón» (3). Jesús, pues,
llama a los que quiere, en el sentido de aquellos que tiene en el corazón, que ha amado
con predilección. «No existe cualidad alguna, belleza o atractivo alguno por parte de quien
es llamado, sino que es él el que los tiene en el corazón y los elige. Este amor suyo es el
móvil de sus acciones».
Es necesario subrayar todavía una vez más el carácter de la llamada como libre iniciativa
de Dios, bajo el signo de la más absoluta gratuidad.
«Y ellos vinieron donde él». La respuesta se expresa una vez más con un verbo que
indica movimiento (como, en la llamada de los discípulos: «le siguieron»). «Es interesante
advertir que aquí Mc no ha usado un verbo que indique una postura interior, por ejemplo:
"le obedecieron", sino que usa "se movieron", dejaron su puesto y vinieron allá donde él
estaba. En toda la descripción advertimos este aspecto de concreción: "no se habla
únicamente de una decisión interna, sino precisamente de ponerse en la situación en la que
se halla Jesús" (C. Martini). Los apóstoles no van hacia un lugar, sino junto a una persona.
El «cambio de puesto», en este caso, crea una intimidad.
Mc insiste especialmente acerca de la intención de la llamada: Cristo quiere a algunos
para asociarlos estrechamente a su vida, a su destino («estarían con él»), a su misión
(«para enviarles a predicar» -literalmente a «proclamar», o sea a evangelizar-), a su poder
(«con el poder de echar los demonios», esto es, de liberar la tierra de las potencias del
mal).
Comunión de vida y participación en su misión. VOCA/MISION:
Lo que es fundamental es la vinculación a la persona de Jesús.
Ahora comprendemos el porqué del abandono, de la separación, que comporta la
llamada. Es necesario «soltarse» de algo para poder vincularse a alguien.
«Están con él porque deben dar testimonio de él. No están con él porque deban ser
instruidos y después enviados a repetir, sino para que le conozcan íntimamente en una
comunión de vida y después le testimonien» (C. Martini). Se trata, sobre todo, de
identificarse con su estilo de vida, con su modo de obrar, para «repetirlo» existencialmente
de la misma manera.
Como para la llamada, también para la "proclamación", estamos frente, no a una elección
del individuo, sino a una decisión gratuita de Cristo. Y la predicación es una predicación
que se efectúa con poder.
El número doce no es casual: contiene una referencia a las doce tribus que constituía el
pueblo de la antigua alianza.
Jesús, con los doce, realiza el proyecto de la creación de un pueblo suyo. Tenemos así
el núcleo del nuevo pueblo de Dios.
«La elección de los doce muestra probablemente la intención de Jesús de preparar el
nuevo pueblo de Dios, el Israel de los últimos tiempos, pero pone también en evidencia que
Jesús, a diferencia de los fariseos y de la comunidad de Qumran, no quiere crear un grupo
aparte, sino que llama a todo Israel. Añadiendo el inciso sobre la misión, Mc subraya en la
perspectiva de su tiempo lo que Jesús expresaba con la elección: el nuevo Israel no se
realiza simplemente en el grupo de los discípulos, como si pudiese contentarse con un
grupo cristiano; ellos no son otra cosa que mensajeros que llaman a todos los demás» (E.
Schweizer).
Así pues, nada de grupo elitista, que es protegido en un parque nacional religioso, sino
foco de contagio, fuerza de transformación que se desplegará a campo abierto.
Gente "sacada" de la multitud, pero para ser restituida a los otros como portadora de un
mensaje.
El nombre nuevo
La lista de los doce fijada por Mc concuerda, en cuanto a los nombres, con la de los otros
sinópticos y de los Hech (1, 13). Sólo que en lugar de Tadeo, Lc y los Hech ponen a un
Judas, hijo de Santiago.
Es importante el orden. Pedro es el primero, y, después de él, no viene su hermano
Andrés, como podíamos esperar, sino la otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, hijos
del Zebedeo. Mc pone seguidos inmediatamente los tres que serán testigos privilegiados de
la resurrección de la hija de Jairo, de la transfiguración de Jesús, y de la agonía de
Getsemaní. Una prioridad, que quizás pretende indicar los tres que se han aproximado más
al misterio de la persona de Cristo.
La figura de Andrés, inicialmente en primer plano, va lentamente desenfocándose.
También es significativo el cambio de nombre. Para indicar una nueva personalidad, en
relación a una tarea especial. Simón se convertirá, en realidad, en Pedro (4), roca, sólo
después de la resurrección. No es "roca" por su carácter. Aquí tenemos una anticipación de
lo que será a través del don del Espíritu.
Sólo entonces, con su testimonio de fe y su predicación, esta piedra servirá para edificar
la comunidad.
PEDRO/ROCA: Nota agudamente Dehn: «Para este hombre voluble y típicamente
sanguíneo, el sobrenombre Cefas es como un milagro de promesa, un signo del poder de
Dios en la debilidad. Por sí mismo, Pedro no ha sido jamás una piedra, y si se ha convertido
en tal, ha sido únicamente por el don de la gracia divina. Al margen de la fe, este nombre no
hubiera sido nunca una realidad para él".
El sobrenombre Boanèrges dado a Santiago y Juan ha hecho y hará discutir aún durante
mucho tiempo. Probablemente, ni siquiera Mc en su tiempo, sabía algo preciso acerca de
su significado. «Hijos del trueno», o del ruido, del huracán. Probablemente tampoco aquí se
refiere al carácter de los dos. Quizás tengamos un anticipo de lo que será su destino. Se
expresa la idea de la tormenta, de la tempestad, o sea de la lucha, de la persecución, del
martirio. Se convertirán en compañeros de Cristo «en el huracán», en su bautismo de
muerte. Una profecía, en este caso, que no atañe solamente a ellos. La tempestad es el
elemento natural de todos los seguidores de Cristo.
PROVOCACIONES
2. Y he aquí a los comentaristas, dispuestos a distinguir los dos momentos: «estar con
él» y «mandarles a predicar». O sea, la formación y la misión, la contemplación y la
actividad, la escucha y la palabra.
Me parece que el «estar con él» comprende también el otro momento. Los dos momentos
no se colocan en una sucesión cronológica y no son dos dimensiones opuestas, sino que
se hacen complementarios y casi se confunden.
No es necesario, en efecto, olvidar que es «él». Es el enviado del Padre. Es uno que ha
sido enviado. La encarnación no es una visión, es un itinerario. No es una imagen estática,
sino una realidad dinámica. Cristo está siempre en movimiento, y pone todo en movimiento.
Incluso en la cruz Cristo no está quieto: «cuando sea levantado, atraeré todo...».
Por esto, «estar con él» significa estar en camino con Cristo, orar, curar, proclamar,
vencer el mal junto con él. En suma, hacer su mismo camino. Participar en su aventura.
Estar con él significa estar con aquél que es «enviado», y nos hace ser «enviados» a su
vez.
Es difícil establecer cuándo acaba el momento de la escucha y comienza el de la palabra;
cuándo termina la contemplación y empieza la lucha.
Existe un «estar» que es, al mismo tiempo, quedarse y marchar, ser y hacer.
En el límite, se puede decir que uno camina incluso cuando está parado, trabaja, cuando
está imposibilitado, habla también cuando calla. Todo depende del «estar con él», del no
perder el contacto.
Es difícil determinar qué significa «estar con él». Sólo sé una cosa con certeza: que
nunca se está parado.
3. «...El mismo que lo entregó más tarde». Mucho cuidado con quitar de la lista el nombre
del traidor. JUDAS/CR
Debe estar en ella, absolutamente.
No se encuentra allí alguna indicación que me dé pie para ver, aunque sea de soslayo,
quién es en el grupo el traidor. Y sentirme satisfecho.
Aquel nombre puede ser mi segundo nombre. Yo puedo ser fiel o infiel. Traidor no es sólo
aquel que «sale». Puede serlo también el que está dentro. Estamos frente a la presencia
inquietante del «mysterium iniquitatis», el misterio del mal. Y se trata de una presencia que
puedo albergar también yo. El mal no puede confinarse dentro de los límites que separan a
los individuos. «Traspasa los limites» en el corazón de los hombres, de todos los hombres,
por tanto también del mío.
A fuerza de intentar descubrir al Judas fuera de mí, yo termino por no caer en la cuenta
del Judas que crece silenciosamente dentro de mí, inobservado, protegido, dispuesto a salir
fuera en el momento oportuno. Él pasa desapercibido, porque es habilísimo para distraer la
atención hacia aquellos otros.
El traidor más peligroso puede ser el que está dentro. Quiero decir aquél que se siente
tranquilo sólo porque queda, y se convence de la propia fidelidad observando la infidelidad
ajena...
CONFRONTACIONES
Dos actitudes
La oposición y la incomprensión con relación a Jesús se concretan aún en dos posturas:
la de sus parientes y la de los escribas.
Los primeros juzgan su comportamiento en base a los esquemas del sentido común y
concluyen: "Está fuera de sí" (v. 21).
Los segundos, cerrados teológicamente, destilan un diagnóstico más sofisticado: «Está
poseído por Beelzebul» (literalmente, tiene a Beelzebul, (v. 22).
Loco o endemoniado, Jesús es juzgado "fuera" de la normalidad. Ya se trate de la
normalidad común, ya de la normalidad de la religión oficial.
Su comportamiento no encaja en ninguno de los módulos generalmente admitidos.
En esta página Mc, usando materiales heterogéneos, forma una de sus construcciones
características, sostenida por lazos sutiles pero bastante evidentes.
Veamos los cuatro bloques:
- Las preocupaciones de los parientes de Jesús (19-21);
- Acusaciones de los escribas: pacto con Satanás (22-26);
- Dichos acerca del hombre fuerte y sobre la blasfemia (27-30);
- La nueva familia de Jesús (31-35).
A Jesús se le encuentra siempre rodeado por otros. En el templo y en casa. Pero nunca
en su casa.
«...Lo encontraron en el templo sentado en medio de los maestros» (Lc 2, 46).
«...Estaba mucha gente sentada a su alrededor» (Mc 3, 32).
«Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos
buscando» (Lc 2, 48).
«Tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan» (Mc 3, 32).
«Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que...?» (Lc 2, 49).
«¿Quién es mi madre y mis hermanos?» (Mc 3, 33).
«Yo debía estar en las cosas de mi Padre» (Lc 2, 49).
«Quien cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano...» (Mc 3, 35)
Ya está claro. A Jesús se le encuentra únicamente donde está el Padre.
Entre él y los «suyos» está el Padre.
Se entra a formar parte de su familia, sólo si se trabaja con él en la empresa de «hacer la
voluntad de Dios».
La obediencia al Padre se convierte así en el título que permite entrar en familia.
Si alguien lo busca por otros motivos, quedará siempre «fuera». Jesús no se moverá por
esas llamadas. Excesivamente «ocupado». En las cosas del Padre.
Sólo tiene tiempo para aquellos que no lo llaman desde fuera, sino que desean entrar
para «hacer».
Los que están mirando deben dejar el puesto a los que están decididos a «hacer».
Cristo no lleva de paseo a la propia familia a lo largo de las orillas del lago.
Las «cosas del Padre» le llevarán, sí, a un jardín. Pero será drama no poesía.
«¡Abba, Padre! ...aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero sino lo que quieres
tú» (Mc 14-36).
(Jesús no es de esos para quien resulta fácil cumplir la voluntad de Dios... ¡cuando son
los otros quienes deben cumplirla!).
«...Los encuentra dormidos» (Mc 14, 37).
Esta vez es él quien va a buscar a los suyos, y los encuentra dormidos, «fuera» de su
angustia.
Pero... En esta familia de Jesús, qué difícil es estar en su sitio.
PROVOCACIONES
1. «Está fuera de sí». En cierto sentido, tienen razón. Es el Espíritu, que una vez más, le
ha «echado fuera», lo ha «desequilibrado».
H. Cox habla de dos concepciones de la personalidad. Una concéntrica, y otra
excéntrica.
La primera se limita a ampliar y profundizar las propias posibilidades. Por lo que uno se
hace siempre más semejante a sí mismo.
La concepción excéntrica no se entiende en el sentido de extraño, extravagante. Sino
como algo que tiene el centro fuera de sí mismo. Es la persona que acoge el elemento
nuevo, inesperado, aquel que llega de «otra parte». Es la persona abierta al Espíritu,
disponible para su «juego», capaz de aceptar sus riesgos.
Con la concepción concéntrica, tenemos un mundo cerrado en sí mismo, que no reserva
sorpresas, que no va más allá de las propias posibilidades, caracterizado por la rigidez y
por la esclerosis.
En la concepción excéntrica tenemos un mundo tocado por la gracia, caracterizado por lo
imprevisible y por lo imprevisto, con personas sin parangón, siempre «fuera» de los
esquemas.
2. «Está fuera de sí». Debería decir: «Está fuera de nosotros». Fuera de nuestros
modelos, de nuestras previsiones, de nuestros equilibrios.
Una cierta búsqueda de la propia identidad, de la que hoy tanto se habla, puede encubrir
una mentalidad reaccionaria y conservadora (en el sentido peyorativo de la palabra).
Pertenece a la concepción «concéntrica» más que a la «excéntrica» de la personalidad.
Está permitido hacerse «semejantes a sí mismo», o sea a aquel «sí mismo» que tienen en
su imaginación los demás respecto de nosotros.
Se permite la búsqueda de la propia identidad en la zona de caza bien definida, en base
a modelos preestablecidos. La persona es sí misma si se adecúa, si «entra dentro» de los
esquemas que han sido fijados para ella, en vez de ella. La persona encuentra la identidad
que le hacen encontrar los otros (como en ciertas reservas de caza, donde la pieza se hace
saltar allí cerca de donde está el personaje importante...). Descubre aquello que está
establecido que debe descubrir. Encuentra lo que simplemente le han preparado. En suma,
es sí misma en cuanto que copia conforme a los deseos ajenos.
Los gestos, entonces, se convierten en poses.
La persona más que ser sí misma, interpreta un papel, respeta un guión, se convierte en
personaje.
Sus acciones deben ser todas previsibles.
No hay lugar para la improvisación, la sorpresa.
Hay espacio, sí, pero dentro de los límites del papel asignado. Se sabe ya dónde puede
marchar, dónde debe ir a parar.
Si uno se pasa, si escucha a un apuntador que no es aquél, tranquilizante, de buen
sentido común, se está "fuera". Fuera de sí. Mejor: fuera de ellos.
A-H/MANIPULACION MANIPULACION/A-H: Justamente el mismo ·Cox-HARVEY
subraya cómo lo contrario del amor no es el odio, sino el afán de imponer, de dominar a las
personas (por su bien, naturalmente...), el instinto profundo de manipular, controlar a los
demás.
«El amor no puede existir más que en un mundo en que se den personalidades
auténticamente diferentes. Cuando Jesús y los profetas me enseñan que debo amar al
prójimo como a mí mismo, no pretenden que yo y el prójimo seamos la misma cosa. El amor
se hace necesario y posible, porque el prójimo es distinto de mí... Si no existiese alguna
diferencia real, el amor es algo superfluo...
«...Casi todas las filosofías occidentales no saben construir una ética del amor.
Invariablemente transforman a los otros en preciosas inversiones que darán como
dividendos la realización de la propia personalidad».
Se ama a las personas de la misma manera que lo hacían los parientes de Jesús. Yendo
a «cogerle», haciéndole entrar de nuevo en los propios criterios. Pensando por ellos,
decidiendo en su lugar. Se ocupa uno de ellos, así se dice. En realidad, se ocupa
abusivamente el espacio que les pertenece, impidiendo la libertad de movimiento.
Se conjuga el verbo «sacrificarse», pero nunca en el sentido de «darse» al otro
dejándole toda su libertad. Se sacrifica uno estorbando, poniéndose en medio.
Con frecuencia se hacen cosas maravillosas por la persona «amada». Y no se cae en la
cuenta de que es necesario, ante todo, sacrificarse en el sentido de sacrificar los propios
proyectos, las propias ambiciones, los propios puntos de vista, para aceptar una elección
distinta, un itinerario que no es el nuestro, un plan al margen de nuestras perspectivas (y a
veces de nuestros intereses...)
Se sacrifica uno de verdad por el otro cuando se le deja «fuera de sí»
A-H/RESPETO: Una persona se sacrifica por otra cuando renuncia a «programarla» a la
propia imagen y semejanza. Cuando, en vez de ir a cogerla, sale fuera para intentar
comprenderla.
Si logro sacrificar el instinto de «hacer comprender» a la exigencia de «comprender»,
entonces es cuando empiezo a amar de verdad al otro.
La denuncia de una tortura, y he ahí la diagnosis inmediata: uno que hace el juego a los
enemigos. Y se engaña uno pensando que basta no hacer el juego al enemigo para hacer
el juego al Espíritu...
Una exigencia de sinceridad, e inmediatamente se es culpable de «exageración» .
El deseo de ver claro en ciertos asuntos que son más bien... oscuros, y se les acusa de
«crear divisiones».
Se intenta usar la propia cabeza, y se dispara la sentencia: «cabeza caliente» (quién
sabe por qué una cabeza que piensa es una cabeza caliente. O, quizás, lo sea porque está
funcionando).
Lo diferente se identifica, tout court, con el mal.
Se trata de una táctica verdaderamente mezquina: para neutralizar las voces o las
presencias incómodas, se invoca al espíritu del mal.
Todo lo que se mueve, se hace automáticamente sospechoso.
Es en verdad trágico el equivoco de los escribas: tienen en el bolsillo el identikit de
Satanás. ¡Y, fijándonos en los resultados, ese identikit es muy semejante al Espíritu santo!
4. Parientes de Jesús son quienes exhíben derechos sobre él, una especie de
monopolio-tutela. Y consideran a los que "están con él" como abusivos. Cuando Jesús sale
fuera hacia los otros, los así llamados "suyos" se dan prisa para atraparlo de nuevo, porque
sin él no se sienten seguros. Tienen necesidad de él para dar una patente de honorabilidad
a la casa. Cristo no puede estar con ellos. Aunque ellos estén lejísimos de él. Peor que los
enemigos son quienes pretenden «anexionarse» a Cristo.
Y no quieren dejarlo a gente que se ha vinculado a él con el verbo "hacer".
6. Así también es conveniente estar atentos a no decidir con prisas quién está "dentro" y
quién está "fuera". Dentro y fuera, con frecuencia, son categorías que se fijan a base de
lugares, que hemos construido nosotros. Pero las cosas no son tan simples y cómodas.
Sólo después de haber adivinado dónde está él, es posible determinar quién está dentro
y quién está fuera. continúa
CONFRONTACIONES : IDENTIDAD
Se puede reencontrar la propia identidad de... esclavos
La espiritualidad bíblica con su concepción de un Dios que supera el orden social no
puede reducirse a una fuerza integradora, porque puede ser también destructora y
subversiva...
...EI problema teológico fundamental es que la así llamada identidad puede reducirse a
un conjunto de elementos que el individuo aprende de la cultura en que vive, y que hace
suyos. Se convierte así en el producto final de una serie de negociaciones entre el pequeño
yo que intenta afirmarse, que detesta cualquier tipo de control, y las formas sociales
impuestas por las instituciones de la sociedad a quien haya logrado una cierta fase de
desarrollo. La identidad no es otra cosa sino la autocomprensión de la sociedad. Está
creada y perpetuada por sus grupos privilegiados y no reside en realidad más que en la
cabeza de éstos...
...Una teología basada en la búsqueda de la identidad tiene que ser conservadora. Le
falta, en efecto, el elemento del ridículo, de lo nuevo, de lo inesperado que proviene de un
mundo transcendente. La fe no nos muestra a un Dios que protege las jerarquías sociales,
sino a un Dios que a veces las hace añicos y las pone al revés. Para los profetas de Israel
y sus sucesores, de Jesús de Nazaret a Baal Shem Tov, el reencontrar la propia identidad
en cualquier sociedad de este mundo puede ser no salvación sino esclavitud...
...En el universo bíblico de la gracia y la sorpresa, el yo humano no es una esencia
eterna, sin tiempo; es más bien un campo psicoespiritual abierto, que es tanto el producto
como el productor del cambio real. Como dice san Juan, «no se ve todavía lo que seremos»
(Cox-H, La svolta ad oriente, Brescia 1978).
Las parábolas
Es la tercera escena que presenta la enseñanza de Jesús a la orilla del lago.
Las controversias han subrayado la incompatibilidad entre la novedad traída por Cristo y
la ley.
Entre Jesús y sus enemigos se abre un contraste insalvable. Les divide todo: una
concepción de la ley diversa, otra jerarquía de valores, sobre todo una idea de Dios
completamente opuesta.
La incomprensión y la oposición se marcan en su misma familia.
Es un momento de crisis, sin duda.
La muchedumbre continúa siguiendo a Jesús. Es más, numéricamente parece que
aumenta. Pero él se da cuenta de que lo buscan por motivos puramente exteriores.
No todos aquellos que hacen bulto para escucharlo, lo "entienden", y son menos aún los
que se deciden.
«Anunciando que el reino de Dios ha comenzado, Jesús hace desencadenar una oleada
de entusiasmo, que bien pronto viene a parar en desilusión... El primer movimiento de
interés apasionado se apaga para dejar paso a la inquietud, a la duda... Jesús ha venido y
he aquí que, en vez de purificar la era de Dios, en vez de poner la segur a la raíz de todo
tipo de árbol malo, cura a los enfermos, acoge a los miserables, comparte comilonas con los
publicanos y pecadores. Si de vez en cuando el reino de Dios se deja entrever a través de
ciertos gestos suyos..., sin embargo no se manifiesta de acuerdo con las esperas...
«Este hombre, cuya autoridad se palpa inmediatamente como nueva, rechaza ser el brazo
vengador de Dios; no echa un pulso con los malos. ¿De verdad Dios le ha confiado su
poder? La actividad mesiánica de Jesús se pone en duda. Y él mismo se ve obligado a
justificarse (X. L. Dufour).
Es el momento de disipar los equívocos. La gente, en el fondo, no está satisfecha con él,
porque les han echado encima ciertas esperas que él no quiere satisfacer.
Monta en una barca, no sólo para sustraerse a la gente, sino esencialmente para hacerse
oír mejor.
En cuanto al sentarse, me parece que no debe buscarse ningún simbolismo complicado.
El movimiento de la barca, en efecto, resulta bastante molesto para uno que permanezca en
pie.
Esta vez Mc no puede menos de registrar el discurso de Jesús. No es una enseñanza
técnica, sino un hablar en parábolas (1).
Los estudiosos nos advierten que no debemos confundir parábola con alegoría.
La parábola debe llevarnos, simplemente, a captar el nexo entre dos realidades
«aproximadas», o sea, a determinar el «punto focal» a que tiende la narración, sin dejarse
distraer por elementos intermedios y, sobre todo, sin preocuparnos de atribuir un significado
específico a todos los elementos del contorno, que componen la parábola.
En la alegoría (2), sin embargo, las particularidades, además de converger hacia el punto
fundamental, contienen en sí un sentido recóndito que es escrutado, interpretado, hecho
explícito a través de un complicado trabajo de investigación.
En suma, la parábola tiene como enseña la simplicidad. La alegoría presupone una
elaboración.
En la parábola basta encontrar y dar en el centro.
En la alegoría es necesario buscar y dar en varios blancos, constituidos por todos los
elementos que la componen.
Me parece que no debe exagerarse por ninguna parte: ni de una excesiva simplificación,
ni de una exagerada complicación. Y más que de alegorías contrapuestas a parábolas,
hablaría de una interpretación alegórica de las parábolas en los límites del virtuosismo
acrobático.
Cierto, es necesario, ante todo, llegar al fondo de la parábola, sin retrasarse y distraerse
en los varios aspectos del contorno. Aferrar la relación fundamental entre los dos términos
de la comparación.
Pero nada impide, una vez que uno ha descubierto la enseñanza fundamental, recorrer
de nuevo el camino y examinar, uno por uno, todos los elementos del cuadro. Y todo esto,
no sólo en función del diseño general, sino también en relación al significado de las
particularidades consideradas en sí mismas.
Por otra parte, la parábola está siempre «abierta». Y su lenguaje típico representa una
invitación a pensar, a caminar hacia adelante. No se trata sólo de un trabajo de
transposición (de un plano a otro), sino de una amplificación. Ir hacia adelante hasta
descubrir la relación esencial, pero también las numerosas conexiones colaterales más o
menos escondidas.
PROVOCACIONES
1. «Escuchad. Salió el sembrador a sembrar...». ¿Es una utopia esperar que muchos
predicadores reencuentren esta inmediatez del lenguaje? Se ganaría en simplicidad y
credibilidad, y además en eficacia. Naturalmente, en este caso, se exige una doble
familiaridad: con el mundo de los hombres y con el mundo de Dios. Para «acercar» las dos
realidades, es necesario «estar dentro» de las dos.
5. Insisto. Esta parábola no es captada por quien se preocupa de analizar los varios tipos
de terreno. Ni tampoco por quien se para a hacer el inventario de los resultados
satisfactorios.
Es necesario «centrar» la figura del sembrador, y su gesto loco, excesivo.
No interesa saber cómo terminará, y si las desventuras se compensan por el éxito final.
No. Esta es la parábola del «feliz principio".
6. OIR/ENTENDER: «¡Quien tenga oídos para oír que oiga»! Yo traduciría libremente:
tiene oídos solamente el que entiende. O sea, para oír, es necesario antes comprender. La
comprensión (esto es, la adhesión interior) precede a la escucha. Si uno no entiende, se
hace sordo.
Es necesario antes entender, o sea tender en dirección de alguien. Ser fascinados por él.
Tomar postura ante él. Dirigirse a él con todo el ser. Sólo entonces se está en disposición
de oír lo que dice.
Primero se convierte uno (o sea, se vuelve hacia..., se tiende hacia...) y después se
comprende.
CONFRONTACIONES
No soy más que una pequeña cosa... Yo no soy más que una pequeña cosa, y mi
nombre se olvidará pronto; pero la idea, la vida y la inspiración que me invadieron
continuarán viviendo. Las encontrarás por todas partes, sobre los árboles en primavera, en
los hombres de tu camino, en una breve y dulce sonrisa... (Lettere di condannati a morte
della resistenza europea) .
...Excepto una
Todas las semillas han fracasado excepto una, que no sé lo que es, pero que
probablemente es una flor y no una hierba mala (A. Gramsci).
Siempre debe haber algo que no esté a nuestro alcance. Sirve para medir nuestra
pequeñez.
Es necesario entender que no se entiende. He ahí el punto de partida.
Cierto, el reino de Dios no es una cosa fácil. Se puede hablar de él sólo con imágenes.
Cristo, por eso, se sirve de parábolas. Algo simple. Historietas más bien comunes,
elementales.
Cuando ciertos estudiosos afrontan argumentos arduos, se ponen a escribir libracos
pesados, con un lenguaje duro para la mayor parte de los lectores. Con el resultado de que
las cosas, siendo ya difíciles en sí, se dicen de manera difícil.
Jesús, por el contrario, para introducirnos en el misterio del reino, se sirve de un lenguaje
popular. «Cuando hacía teología, se contentaba con contarnos una historia frecuentemente
bastante banal, pero infinitamente más rica que nuestros libros más doctos y más pesados»
(A. Maillot).
Obviamente, la realidad permanece difícil. Pero al menos lo sabemos... fácilmente. O sea,
se nos informa de ello con medios simples.
3. También los discípulos, con mucha frecuencia, no entienden las parábolas. O las
entienden parcialmente. A menudo tienen los ojos cerrados, son «insensatos y tardos de
corazón» (Lc 24, 25). Sólo con la pascua se abrirán totalmente sus ojos, se desbloquearán
sus oídos y se ablandará su corazón.
«...Entonces se les abrieron los ojos» (Lc 24, 31).
4. Las dos expresiones «a fin de que» (v. 11) y «para que» (v. 12), me parece que no
expresan una acción explícita de Dios sino que indican la consecuencia inevitable de la
postura de aquellos que «eligen» quedarse fuera. Dios no hace otra cosa más que levantar
acta de las decisiones que se derivan de la libertad del hombre. Incluso cuando éste se
pone en disposición de no entender, de no ver, de no oír, de no convertirse.
El quiere dar. A aquéllos, naturalmente, que no cierren las manos.
El quiere que todos entren. Todos aquéllos, se entiende, que no vuelvan la espalda.
PROVOCACIONES
1. «Le preguntaron sobre las parábolas (v. 10).
Si se trata del sembrador, no tenían necesidad de explicaciones. Lo habían entendido
hasta demasiado bien. Tan bien que... no querían saber más...
El hecho es que no lograban aceptar aquella imagen. Tenían en la cabeza la idea de uno
que pone las cosas en su lugar, ponen en su puesto a los malos, aniquila a los enemigos,
va de triunfo en triunfo.
La imagen del sembrador, que pasa a través de terrenos ingratos, es muy clara, pero
inadmisible.
Piden, entonces, explicaciones, con la esperanza de que... él entienda. Entienda que
ellos querrían otra cosa, preferirían algo distinto.
Las cosas más difíciles de entender son las que no van con nuestros gustos.
Me ocurre, con frecuencia, discutir, debatir, profundizar, porque no quiero saber de eso.
La explicación enmascara con mucha frecuencia la cerrazón.
2. Alguno puede «estar fuera» porque ha permanecido dentro mucho tiempo. Quiero
decir que, a fuerza de estar dentro por costumbre, posición adquirida, seguridad, se nos
pone «fuera» del don. Los fariseos se hacen casi necesariamente «separados», o sea
«fuera».
Más desafortunados que aquellos que ven y no distinguen, oyen y no comprenden, son
los que ya no tienen nada que ver, nada que aprender.
Más desafortunados que aquellos que están fuera, son los que están dentro... desde el
exterior.
Hay quien tiene miedo a entrar. Pero existe quien se mueve dentro, con tanta
desenvoltura que da miedo.
3. Lo opuesto de aquellos que están fuera, no son los que están dentro. Sino aquellos
que «están con él».
El, entre otras cosas, tiene la costumbre de «salir» continuamente.
CONFRONTACIONES
«Entendéis» y «comprenderéis» (v. 13) corresponden a dos verbos griegos que indican,
respectivamente: conocer por intuición, directamente, y conocer por experiencia, por
observación.
«La palabra» (v. 14) puede ser el mensaje cristiano, la buena noticia, la predicación.
En la parábola original se pone el acento sobre las varias semillas que han tenido una
suerte distinta. Aquí la atención se centra en las varias clases de tierra-individuo.
Aquellos del primer grupo (el camino) son los únicos que no acogen la palabra. Mt y Lc
añaden aquí el corazón del hombre, ampliando la explicación de Mc, el cual se limita a decir
que «la palabra es sembrada y Satanás la arrebata inmediatamente» (V. Taylor). Donde
existe el vacío, o sea la no-acogida, acude Satanás para tomar posesión del lugar
deshabitado (Mt. 12, 43-45).
A los del pedregal se les califica de «inconstantes» (v. 17). La palabra griega significa,
literalmente, «provisionales». Quien no tiene raíz, no tiene profundidad, es «provisional».
Son «los hombres de un momento».
Sea como fuere, ésta es la categoría en la que se reflejan, de un modo particular, las
experiencias de la comunidad primitiva: tribulación (una palabra querida por Pablo) y
persecución (literalmente: caza).
«Sucumben enseguida» (v. 17): aquí no se señala la apostasía verdadera y propia, sino
el ser escandalizados, el tropezar. Se podría decir: quedan bloqueados. O también: son
derribados.
«Las preocupaciones del mundo» (v. 19) son las inquietudes, las ansias, los afanes
exagerados. Es significativo que Mc dé un lugar especial a la seducción de las riquezas.
Mientras pone juntas todas las otras codicias.
El último grupo, como está en la parábola original, resulta «desproporcionado», en
cuanto al espacio, respecto a los otros. El evangelista se ha alargado, sobre todo, en las
categorías negativas, en los estadios del fracaso, en las fases de la resistencia. «No sólo
porque la predicación de los defectos es siempre más fácil que la descripción positiva de la
fe, sino porque la comunidad se interesa, sobre todo, por poner en guardia contra el
rechazo del don de Dios» (E. Schweizer).
Es necesario, finalmente, notar que las aplicaciones resultan un tanto sutiles. Es difícil,
en efecto, imaginar a Satanás como una bandada de pájaros, la persecusión como una
insolación. ¡Y. especialmente, las riquezas como abrojos!
PROVOCACIONES
1. Algunos distinguen entre dificultades internas (primer y tercer caso) y dificultades que
vienen del exterior (segundo tipo de terreno).
Me parece una simplificación abusiva.
Las causas, en todo caso, han de buscarse «dentro».
Las fuerzas extrañas tienen éxito porque en el interior encuentran debilidad. Es posible
llevárselo porque el propietario no vigila. Es posible hacer caer porque el que camina no se
tiene de pie. Es posible agostar porque uno no es libre.
Satanás, la riqueza, ídolos varios ocupan al hombre, porque el hombre les deja espacio.
En suma, las dificultades externas son provocadas por las dificultades internas. Y no al
revés.
3. ¿Qué aparece hacia afuera? El sembrador que sale y cumple aquel gesto amplio. Un
gesto que debería cambiar la faz del mundo. Y después se ven las piedras, los abrojos, los
ladrones de distintos calibres que «se lo llevan», el poder y la prepotencia de la riqueza, la
carrera hacia los ídolos, las contrariedades, los que sucumben enseguida... Todo esto
queda de manifiesto, en la superficie.
Únicamente la acogida no se ve. La profundidad no se puede ver. Lo que sucede dentro
del surco escapa a la observación.
Sí. Dios está cambiando la faz de la tierra. Pero en profundidad.
CONFRONTACIONES
El riesgo de la palabra
El fruto no depende sólo de la palabra, depende también de las diversas situaciones del
terreno, de las diversas respuestas. Este es un punto esencial del misterio del reino de
Dios, el cual no es un misterio que ha de interpretarse según categorías de eficiencia...
...Verificar, día a día, que el reino de Dios va hacia adelante a través de esta humilde
propuesta, la cual, precisamente, porque es propuesta, conlleva todo el riesgo de la
negligencia, dejadez, no aceptación, oposición (C. Martini, o. c.).
18 - LUZ Y ESCUCHA
Mc/04/21-25 Mt/05/15 Lc/08/16-18
La búsqueda del celemín...:
Yo no sabía lo que era un celemín.
Era el momento bueno para llenar una laguna.
Abro con confianza los comentarios más prestigiosos. Disquisiciones sutiles acerca de la
homogeneidad o no de estos «dichos» con lo que precede o lo que sigue, además de entre
sí. Se prolonga el documentar que en los otros evangelistas se encuentra sólo en parte en
el mismo contexto y no siempre se usa en el mismo sentido.
Parece que el protagonista que hay que tener presente sea el famoso documento Q.
Y el celemín permanece allí, nadie se preocupa de él.
Y. sin embargo, parece que a Jesús le interesó esta zarandaja.
Recojo pocas informaciones acerca de él.
G. Nolli habla de él como de un objeto muy conocido, por lo que se limita a decir que tiene
cuatro patas que sirven, no para andar, sino «para poderlo agarrar más fácilmente». Y,
gracias a estas patas, seria fácil poner debajo de él la lámpara. Puede ser que sea una
operación fácil, pero no ciertamente clara. Y es en verdad el colmo, tratándose de una
lámpara. Así pues, patas que sirven para agarrar, y se agarra para escondernos algo.
Pero...
V. Taylor afirma que se trata de «una medida para sólidos que contiene dos galones».
Pero como buen inglés «imperial» cree que todo el mundo va a ir a comprar la mercancía
por galones.
Lagrange sostiene que ha encontrado el celemín en los papiros (la palabra, se entiende).
Sería un gran vaso destinado a contener el grano, pero que tendría también el uso de
esconder la lámpara.
Algún otro traduce celemín por artesa.
Y, de rechazo, hay quien habla incluso de él como de un recipiente que sirve para
«apagar» la lámpara. En este caso, no se ve por qué precisamente habría que usar nada
menos que una artesa para apagar una llamita.
Aun teniendo en cuenta que, en las pobres casas palestinas, con una sola habitación, sin
ventanas, el humo resultase bastante desagradable, no me parece que debieran darse
tantos y tan complicados problemas.
Así pues, ¿qué es el celemín? Finalmente abro un diccionario, que me simplifica el asunto:
«Medida romana de capacidad para áridos, en la que caben unos 8,75 litros. El recipiente
podría servir a los pobres como plato o como soporte para depositar los alimentos».
Al llegar a este punto Jesús remite a la sabiduría popular. Debían existir, en relación a la
situación social, proverbios como éstos: «El rico se hace cada día más rico», «dinero llama
dinero», «al rico todos le llevan regalos». Por el contrario, a quien no tiene nada, todos le
quitan hasta el último centavo; o también, en temas de desgracias, para quien ya es
miserable, «llueve sobre mojado».
Jesús transfiere esta «mentalidad» al plano que le es propio.
·Schnackenburg da en el clavo cuando comenta: «Quien ya tiene un tesoro de fe y de
amor, de buena voluntad y de fuerza para la actuación de la vida cristiana, recibirá dones
aún mayores escuchando la palabra de Dios como es debido. Quien, por el contrario, está
privado de todo esto, verá incluso desaparecer la fe acogida por él sólo externamente y
terminará por quedar del todo con las manos vacías. Es una palabra severa, que ilumina la
seriedad de la situación en que se coloca quien quiera vivir de verdad como cristiano».
Con otras palabras, importa la postura radical: una disponibilidad completa no puede
menos de llevar al don total. Mientras que una disponibilidad parcial conduce
inevitablemente a la pérdida total.
El "pasivo divino"
Es necesario subrayar, a estas alturas, el uso de los verbos en pasiva: «será dado»,
«será medido», «será quitado». Indican la acción divina.
Jesús se acomodó al uso hebreo, ligado a la exigencia de no pronunciar el nombre de
Dios para evitar cualquier abuso.
J. Jeremías lo llama «el pasivo divino». Jesús hace de él un uso muy frecuente.
Alrededor de cien veces (4). «Utiliza este pasivo, no sólo en enunciados estrictamente
apocalípticos... sino que amplía su campo y lo aplica también a la acción de la gracia de
Dios en el presente: Ya ahora perdona Dios, ya ahora revela el misterio del reino, ya ahora
cumple él su promesa, ya ahora escucha él las oraciones, ya ahora concede el Espíritu, ya
ahora envía mensajeros y los protege, mientras entrega al enviado. Todos estos pasivos
divinos anuncian el presente del tiempo de la salvación, aunque lo hacen velándolo...».
PROVOCACIONES
1. El reino se hará realidad luminosa para mí con tal de que no me limite a «desflorarlo».
3. Jesús es la lámpara, la luz que «viene». Pero esta luz sólo puede percibirse a través
de otra luz, que no depende de mí, sino que Dios mismo me da.
En ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz (Sal 35, 10).
4. En mi casa no hay un celemín. Estoy desprovisto de él. Pero es inútil buscar fuera la
«medida» para acoger el don de Dios. Esa "medida" he de conseguirla dentro de mí.
Operación vaciamiento.
CONFRONTACIONES
Protagonista es la semilla
Alguno sostiene que se hace resaltar el proceso del crecimiento. Otros, que la cosecha.
A mí, por el contrario, me parece evidente que la protagonista es la semilla.
En las parábolas precedentes, se ha destacado, ante todo, la figura del sembrador y
"fijado" su gesto. Después se ha hablado de las diversas clases de terreno. Ahora,
justamente, el interés recae sobre la semilla.
Discutir si el acento se pone en los inicios o al final, está fuera de lugar. Aquí se quiere
llamar la atención sobre la característica principal de la semilla: su fuerza interna, sus
potencialidades.
La semilla es la cosa más débil, pero también la más fuerte.
No es que se niegue o se minimice la acción del sembrador. Como no se niega la
importancia del terreno. Pero de esto ya se ha hablado.
El trabajo y la acción del labrador han sido y son necesarios (sembrar, arar, escardar,
etc.). Pero aquí no interesa. Hay que ocuparse de la fuerza vital ínsita en la semilla, que es
independiente de la acción del hombre y de su saber («sin que él sepa cómo», v. 27; la
misma alusión al dormir o al estar alerta del agricultor indica algo «desenganchado» de lo
que sucede en el campo).
El labrador puede ir a dormir y puede levantarse, no porque su trabajo carezca de
importancia. Sino porque se habla de otra cosa. Y él en este momento no interesa.
Las dos tentaciones siempre al acecho en esta parábola son la interpretación alegórica
(1) y el interés exasperado por lo que hace o por lo que no hace el labrador.
También los estudiosos más avisados derivan de buen grado hacia el campo moral,
cuando se trata de sacar las consecuencias. Y entonces la parábola constituiría una
invitación a la paciencia, a la serenidad, una apología de la esperanza, un sedante contra el
insomnio y los afanes. No es casual que alguno se adelante diciendo «la parábola del
agricultor paciente», que es como echar a andar con pie equivocado.
Evidentemente, es fácil sentirse en situación embarazosa frente a la semilla. No se sabe
qué decir. Se prefiere hablar del hombre, aunque sea para admirar su calma o para
exhortarlo a tener confianza.
Y. sin embargo, la parábola no es un himno genérico a la esperanza.
Representa una invitación clara a descubrir la acción de la semilla, su potencia.
La palabra de Dios es viva, eficaz, tiene una fuerza interna irresistible.
Hace que suceda algo. Es más, ella misma es acontecimiento, hecho.
Se podría decir: esta sucediendo la palabra. Este es el hecho decisivo.
El reino está presente, acontece. Es esencialmente poder de Dios, no acción del hombre.
PROVOCACIONES
1. Creo intuir el motivo por el que los otros evangelistas y muchos predicadores omiten
esta parábola. Porque no presenta aplicaciones prácticas.
Cierto tipo de gente si no señala deberes a los demás, se siente desocupada. Si no dice
a los otros lo que tienen que hacer y sobre todo lo que no tienen que hacer, se siente inútil.
La parábola es embarazosa porque no dice ni lo que tenemos que hacer ni mucho menos
lo que debemos evitar. Dice, simplemente, lo que está haciendo la semilla.
El agricultor, después de haber hecho lo que era necesario, ahora «deja hacer». Y es la
acción más difícil de cumplir.
(Me gustaría encontrar, en los manuales de pastoral, dos capítulos con estos títulos:
«Dejar hacer» y «Dejar estar»).
3. Una fórmula que todos cacarean hoy es «la irrupción de Dios en la historia» o «la
irrupción del reino». No existe una palabra más inflada que «irrupción». En algunos libros,
se encuentra en cada página y tienes la impresión de que el volumen va a explotarte entre
las manos de un momento a otro.
No discuto la legitimidad teológica del término. Pero me parece, modestamente, que en
nuestra civilización, contaminada por la espectacularidad y por el sensacionalismo, puede
alimentar muchos equívocos.
En realidad, cuando Dios "irrumpe" en la escena para liberar a los hebreos de la
opresión, comienza una fatigosa -y en absoluto triunfal- marcha a través del desierto.
Cuando Cristo «irrumpe» en medio de los hombres, encontramos a un niño en un
establo.
¿Acaso, «irrupción» no será una traducción un poco... libre de la kénosis?
Y después desafío a cualquiera a demostrar que la parábola de la semilla, que crece por
sí misma, sugiere la imagen de una irrupción.
Me parece que es mejor decir: el reino viene, está sucediendo.
Dejemos descansar un momento a la irrupción (debe estar también un poco cansada), y
sustituyámosla con una palabra más discreta. Después de tantos destrozos (verbales), la
semilla podrá continuar su acción silenciosa...
(Y pido disculpas si también a mí, quizás, se me ha escapado alguna «irrupción». Se dan
casos, desgraciadamente, en los que el lenguaje usual piensa en lugar nuestro).
6. Para percibir las realidades de este reino, quizás es necesario usar «diversamente» de
nuestros sentidos. Se trata de oír el grano que crece. Y de ver la palabra que es anunciada.
7. Alguien dice «debilidad y fuerza de la semilla. Vulnerabilidad y potencia». Yo pondría
dos acentos. Así: la debilidad es la fuerza de la semilla. La vulnerabilidad es su potencia.
CONFRONTACIÓN
De la botánica a la didáctica
Es necesario precisamente comenzar por la botánica.
La mostaza (1), si se quiere ser meticuloso, no es la más pequeña semilla que se conoce.
Pero en Palestina, indicaba proverbialmente una cosa minúscula, una cantidad mínima (2).
El grano de mostaza es pequeñísimo, pero muy activo. Y. entre sus características, está
también la de provocar una irritación fastidiosa de la piel.
Dicho en un inciso. Del grano de trigo. nutritivo, de la primera parábola, se pasa a éste,
que da sabor.
En un año la planta supera sobradamente el metro. Y puede llegar incluso a los 3-4
metros de altura, especialmente en las regiones del lago.
Cuenta un rabino: «Tenía en el jardín un arbolillo de mostaza. Me subí encima como se
puede trepar a la punta de una planta de higuera...» Una manera de informarnos acerca de
las cualidades de esta planta y, al mismo tiempo, de las dotes de trepador del propietario.
Y pasemos a la didáctica. «¿A qué compararemos el reino de Dios o con qué parábola lo
expondremos?» (v. 30). Jesús recalca el estilo de enseñanza peculiar entre los semitas.
Es célebre, a este respecto, el diálogo entre el rabino Gamaliel y un filósofo de su tiempo:
«Me explicaré con una semejanza. ¿En quién podríamos pensar? Pues, en un rey que parte
para la guerra...».
En la expresión de Jesús se pueden captar, quizás, dos matices distintos: la dificultad para
expresar, de una manera adecuada, el reino de Dios. El lenguaje humano resulta
«desproporcionado» respecto al sujeto. Es difícil encontrar una imagen que acerque, no
digo que «recubra», esta realidad.
Además, un intento de comprometer directamente al auditorio, para que no sea sólo
destinatario de una enseñanza, sino sujeto activo. Como una propuesta: busquemos juntos.
De la botánica a la didáctica, para llegar a la... fauna avícola. «Las aves del cielo pueden
cobijarse bajo su sombra» (v. 32).
Aquí, sin embargo, más que las ciencias naturales, ayuda el conocimiento del antiguo
testamento y de sus simbolismos.
Tres textos significativos.
«Hijo de hombre, propón un enigma y presenta una parábola a la casa de Israel...
Dice el señor Yahvé:
También yo tomaré la copa de un gran cedro,
de la punta de sus ramas escogeré un ramo;
y lo plantaré yo mismo en un monte elevado y macizo:
Así pues, una primera indicación importante. Dios elige las realidades más humildes para
realizar un designio suyo de grandeza. Pero toda la operación debe atribuirse
exclusivamente a él. No tiene necesidad del «árbol elevado». Quiere enaltecer «al árbol
humilde».
Pero así como «su corazón se había enorgullecido de su altura» (3, 10), el Señor ha
provocado su destrucción y su humillación.
Es importante, pues, la acción de Dios. Es importante que todos sepamos «que yo soy el
Señor» (17, 24).
Aplicándolo al reino anunciado por Jesús: debe aparecer que es obra de Dios y que no
estamos en el campo de las valoraciones humanas.
Otro texto:
Ese árbol que has visto, que se hizo grande y corpulento, cuya altura llegaba hasta el
cielo y que era visible en toda la tierra, que tenía hermoso ramaje y abundante fruto, en el
que había alimento para todos, bajo el cual se cobijaban las bestias del campo y en cuyas
ramas anidaban los pájaros del cielo eres tú, oh rey, que te has hecho grande y poderoso,
cuya grandeza ha crecido y ha llegado hasta el cielo, y cuyo dominio se extiende hasta los
confines de la tierra (Dn 4 17-19).
En la visión de Nabucodonosor, la imagen del árbol que extiende las ramas indica
claramente el dominio que se extiende sobre los otros pueblos.
Esta imagen, bastante transparente para los oyentes de Jesús, encuentra en la parábola
una aplicación para el reino, pero se cancela toda idea de dominio y de conquista para
sustituirse por la de refugio y protección: «...pueden cobijarse bajo su sombra» (v. 32). O
sea, algo de benéfico, de reconfortante.
Se puede leer ahí la extensión universalista del reino de Dios. Y. quizás, la acción de
Jesús que va más allá de los confines de Israel para abrazar también a los gentiles (3).
Es singular que los pájaros, que han entrado en escena al inicio de la jornada de las
parábolas para rapiñar la semilla, vuelven a aparecer aquí, pero esta vez como huéspedes
de la planta. En esta perspectiva, los enemigos son vencidos no porque hayan sido
exterminados, sino porque han sido «acogidos».
Finalmente se puede leer esta otra característica del reino: pequeño pero no exclusivista.
«...Pero en privado»
Y volvamos a la didáctica.
«Y les anunciaba la palabra con muchas parábolas como éstas, según podían
entenderle» (v. 33).
Mc ha presentado un muestrario de parábolas colocándolas en la «jornada de la barca».
Jesús, en contacto con la gente de todos los días, ha elegido este medio popular para
decir las cosas que debía decir.
«La comparación parte siempre de las acostumbradas manifestaciones de la vida
ordinaria de los hombres, en la familia, en el trabajo, en las relaciones interpersonales, en
la relación de los hombres con las cosas. Y las manifestaciones acostumbradas de la vida
cotidiana sirven como término de comparación con el reino de Dios, con los modos de
difundirse del reino de Dios entre los hombres, y con las posibilidades de entrar en el reino
de Dios, a través de la conversión, esto es, a través de un cambio radical de la mentalidad
y de las costumbres.
«La realidad visible de la vida de todos los días sirve como término de comparación,
precisamente, y de revelación, de la realidad invisible de la vida del reino de Dios, que en la
visión evangélica de la vida da su sentido a la vida del hombre».
Sin embargo, y a pesar del lenguaje al alcance incluso de los menos cultos, el reino
permanece inaccesible en su realidad más profunda. Así, su revelación esta hecha de
luces, pero también de oscuridad. «No les hablaba sin parábolas; pero a sus propios
discípulos se lo explicaba todo en privado» (v. 34).
Es oportuna la precisión de R. Fabris:
«Mc... distingue dos grupos de oyentes: el de los discípulos y el de la gente (cf. 4, l l-12).
Pero ni siquiera los discípulos comprenderían el misterio escondido en las parábolas sin la
explicación de Jesús. En una palabra, Mc subrayando la incomprensión, tanto de los
discípulos (4, 13) cuanto de la gente, pone de relieve un tema constante de su cristología:
el conocimiento de Jesús es un don de Dios al que se llega por medio de la fe. La parábola
es Jesús mismo que, con su presencia histórica, revela del modo más simple el rostro de
Dios y su proyecto, pero al mismo tiempo se convierte en el enigma más oscuro para quien
no está dispuesto a cambiar sus esquemas acerca de Dios y de su acción en el mundo.
Sólo aquel que, como discípulo comparte el destino de Jesús totalmente, puede superar el
escándalo de un Dios que se revela en lo cotidiano, como en el gesto confiado del
agricultor, en el germinar y el madurar del grano, en el crecimiento prodigioso de una
pequeña semilla».
Y otro estudioso dice:
«Una vez más el hecho de que Jesús hable en parábolas es más importante que su
contenido. Por su medio llega a los hombres "la palabra" que desde el primer capítulo del
Génesis es el instrumento por medio del cual Dios se dirige a su creación. Esto sucede a la
medida de como ellos puedan oír: el discurso directo es imposible porque Dios no puede
ser objeto de enseñanza. En la actividad de Jesús es Dios mismo el que actúa, pero el
antiguo testamento había dicho que el hombre no puede ver u oír a Dios y vivir. Esto, por
tanto, no puede decirse en lenguaje directo, sino sólo por medio de imágenes, de manera
que todo el hablar de Jesús debe considerarse como un hablar mediante imágenes. Esta
afirmación parece estar desmentida por la frase final; en realidad para Mc estas últimas
palabras intentan acentuar todavía más la afirmación precedente. Si las imágenes son la
forma en que se puede hablar del reino de Dios de una manera acomodada al hombre,
precisamente por esto exigen la ayuda de Jesús para ser comprendidas. Sólo en comunión
con él se aprende a entender el lenguaje de Dios. Las imágenes, pues, no son solamente
subsidios retóricos o didácticos: son el medio para hacer entrar en comunión con aquel que
las pronuncia, esa sola comunión permite comprender su significado... Por eso Mc no da
normalmente la explicación de las parábolas».
O sea, es remachado un tema fundamental: para entender, es necesario estar en
comunión con él.
«En privado» no indica una elección discriminadora. Pero subraya la decisión de vivir en
comunión «con el Cristo viviente que habla hoy a la comunidad, que solo explica
(literalmente: resuelve) cada cosa (E. Schweizer).
Los discípulos no tienen un conocimiento superior al de los que están fuera. Pero poseen
al único Maestro y escuchan la palabra que, poco a poco -a lo largo del itinerario del
seguimiento-, desvela los misterios.
«Si se tiene presente el hecho de que Mc escribe en el momento en que se consuma la
escisión entre la iglesia y la antigua comunidad de Israel, se comprende la pasión de su
tesis teológica» (H. Kahlefeld).
Los hebreos pueden saber de todo esto tanto como ellos, y quizá más. Tienen los libros,
la ley, los comentarios de los doctores, la ciencia tradicional. Los discípulos tienen al
Maestro. El cual, más que dar una explicación, es la explicación. Sí, Cristo es parábola y
explicación al mismo tiempo.
Parábola de contraste
Como es habitual, también respecto de esta parábola, chocan las diversas
interpretaciones de los estudiosos. El centro de gravedad lo ve cada uno a medida de su
particular teoría acerca del reino.
Existen, sobre todo, tres tendencias:
-Idea de crecimiento.
-Irrupción (¡ahí está!) rápida y catastrófica del reino (escatología actuada).
-Referencia a la situación inmediata de Jesús.
Me parece que tenemos que tomar en consideración, sobre todo, la primera y la tercera.
PROVOCACIONES
CONFRONTACIONES
La travesía
Pero examinemos más detalladamente el texto.
Recibida la orden de pasar a la otra orilla (v. 35), los discípulos asumen la dirección de la
operación (parece que Jesús no debe hacer otra cosa sino dejarse transportar). La barca,
que había servido de cátedra durante todo el dia, ahora vuelve a su destino normal.
La presencia de las otras barcas (v. 36), a las que se hace alusión, recuerda una escena
bastante familiar en el ambiente del lago de Tiberíades: por la tarde se adentran en el lago
para ir a pescar y todo el espejo de agua está salpicado de barcas que se van apagando
en la oscuridad.
Quizás también los apóstoles piensan aprovecharse de la travesía (unos diez kilómetros)
para pescar. Es una manera de volver a la realidad de cada día y a sus exigencias
concretas. El famoso "pie plantado en tierra" de Mc (aunque aquí estemos en el mar).
Las tempestades, imprevistas y furiosas, son también un elemento característico de este
lago, que es como un barreño encajonado por tres lados en medio de las montañas.
Los vientos del suroeste se enfilan en aquel embudo a través de la abertura meridional y
desencadenan borrascas violentas, levantando olas cortas e impelentes.
Los pescadores, incluso los más endurecidos por la experiencia, temen estas
tempestades y andan con mucha cautela. Aun hoy «y no obstante el progreso en su
equipamiento, dudan... de emprender la travesía cuando existe amenaza de viento» (X. L.
Dufour).
Además, las paredes escarpadas hacen de caja de resonancia y el aullido de la tormenta
asume tonos temerosos. El lenguaje hebreo (y el árabe) tiene una expresión típica: el viento
no aúlla, como decimos nosotros, sino que ladra como si fuese un perro. En este contexto
adquiere un relieve particular el verbo usado por Jesús «¡cálmate!» (v. 39), que se traduce
literalmente por cállate, ponte el bozal.
Jesús ha sido colocado en popa, el puesto que normalmente es asignado al huésped
importante. Le han puesto bajo la cabeza un cabezal (v. 38), más o menos embutido,
forrado de piel, o quizás, más probablemente, una alfombra, una estera, o el banquillo de
madera que usa el timonel (quien también está en la parte posterior de la barca, para
controlar sus movimientos).
Es la única vez, en el evangelio, en que es presentado Jesús mientras duerme. Y es una
circunstancia dramática.
El sueño es la consecuencia normal de una jornada fatigosa como la que habian pasado.
«Y les dijo: "¿Por qué estáis con tanto miedo"» (v. 40).
Después de haber conminado a la tempestad, ahora Jesús reprocha a sus discípulos por
su miedo (4).
«¿Cómo no tenéis fe?» (v. 40).
La fe, de la que carecen los apóstoles, no se refiere a la persona de Jesús y a su poder
milagroso. Es la «fe en Dios, en la solicitud del Padre: la que él demostraba cuando dormía
tranquilamente sobre el cabezal» (V. Taylor).
Así, el sueño de Jesús se carga de otro significado (además del inevitable cansancio
físico y de la confianza en sus hombres): «descubrir, a través de su silencio, de su aparente
ausencia, la presencia de aquél que todo lo puede» (X. L. Dufour).
Cierto, también aquí Mc juega con el efecto-contraste: los apóstoles reprochan a Jesús
su «desentenderse» del drama que les embiste. Y él da la vuelta al reproche. Y denuncia
su «desentenderse» respecto al abandono confiado en el Padre.
Pero, al mismo tiempo, Jesús orienta la mirada de los apóstoles llevándola de la atención
a su poder, que domina las fuerzas adversas de la naturaleza, a aquel otro poder -del que
ellos desgraciadamente estan desprovistos-, que se llama fe.
Y sólo abriéndose paso a través del miedo, es cuando la fe puede alcanzar la tierra de la
libertad y afrontar al enemigo en su mismo terreno.
Dentro de la narración
Pero es necesario leer aún alguna cosa más precisa en este relato. Ciertos estudiosos se
las arreglan enseguida negando el valor histórico de la narración que iría relegada al
campo de los mitos. Partiendo del principio: el milagro entendido como «transgresión de las
leyes fisico-químicas», que rigen el universo, es imposible, niegan toda credibilidad a esta
página.
Los más benévolos están dispuestos a ver aquí un episodio milagroso sólo en apariencia.
Se trataría, en efecto, del concurso, puramente fortuito, de circunstancias favorables. El
viento se calmó por casualidad. ¡Y precisamente en el instante en que Jesús lo «conminó»!
Mc I Mc 4
Presentación del enfermo Descripción de la tempestad
23. Había entonces en la sina- 37. En esto, se levantó una
goga un hombre poseído por fuerte borrasca y las olas irrum-
un espíritu inmundo. pían en la barca, de suerte que
ya se anegaba la barca.
Se cae en la cuenta inmediatamente de que Mc, al referir los milagros, tanto los de la
naturaleza como los de las personas, se sirve de un bastidor fijo, sobre el que mete
libremente los detalles que «hacen» más vivaz la escena.
Ahora, en los dos textos que hemos confrontado, sale inmediatamente dejando, en la
segunda narración, un lugar vacío. He saltado el v. 40. Esto no está bien, pues no resulta
homogéneo respecto de la narración paralela. Y precisamente esto hace sospechar y nos
da la clave para una interpretación del milagro.
Mc, al utilizar una selección de milagros preexistente, habría añadido a posta este
versículo, que le venía bien para la situación de la comunidad a la que se dirigía su
evangelio.
Así pues, es sobre todo este versículo el que hemos de tomar en consideración para una
interpretación completa del episodio (además de aquella que hemos dado ya, comentando
el milagro). Entendámonos: no tenemos un milagro «construido» a posta para suministrar
una enseñanza catequética. Tenemos una narración de un milagro con un apéndice
catequético.
«Y les dijo: "¿por qué estáis con tanto miedo? ¿cómo no tenéis fe?"» (v. 40).
En la narración del milagro la orientación teológica mira a plantear la pregunta
fundamental acerca de la identidad de Jesús, como ya sucedió en el episodio de la
sinagoga de Cafarnaún: «¿Qué es esto?» (1, 27), «Pues, ¿quién es este?» (4, 41).
La aplicación catequética subraya, por el contrario, el miedo y, sobre todo, la falta de fe
de los discípulos. Estos no son reprochados porque no tienen fe suficiente. Sino porque no
tienen todavía la fe, a pesar de todo lo que han visto y oído.
MIEDO: X. L. Dufour hace notar que la palabra usada («miedosos») expresa la postura
del hombre que, frente al peligro, reacciona como si Dios no existiese. Sólo si se libra de
esta angustía, el hombre puede entrar en la paz que le da su Dios (esa paz que está
simbolizada por la calma de las aguas, y, antes aún, por el sueño de Jesús, verdadera
«anticipación» del milagro).
Sintetizando: el milagro está construido en clave prevalentemente teológica, mientras que
el apéndice catequético revela la preocupación de educar en la fe y en la confianza en
general.
La elaboración de la comunidad primitiva, de todos modos, no ha contaminado la
historicidad del milagro. Si hubiese sido inventado, no habría esa sobriedad, esa aridez que
lo caracterizan. Apuntaría ciertamente un elemento como la oración. Los discípulos,
miremos bien el detalle, en vez de recitar un salmo, no dudan en reprochar duramente a
Jesús. Todo esto no puede ser fruto de una imaginación «piadosa».
Ni tiene consistencia la comparación con Jonás, aunque los elementos de semejanza son
numerosos (y no sólo de orden lingüístico).
Pero bastaría subrayar las diferencias sustanciales: en el caso del profeta los elementos
se desencadenan como castigo por su desobediencia. Aquí, por el contrario, la tempestad
se desencadena cuando Jesús se dirige a un territorio pagano, para cumplir la misión que
se le ha confiado. El sueño de Jonás es el sueño de alguien que se desentiende; el de
Jesús es el sueño del abandono confiado. En el caso de Jesús, los testigos quedan
sorprendidos y admirados; en el de Jonás no hay absolutamente nada que adminar.
Concluyendo, la fe pascual de los narradores, aunque se refleja en el relato que nos es
transmitido, no por eso la manipulan a capricho y de una manera sustancial.
Los narradores primitivos no construían sus relatos a tenor del significado que llevaban
en la mente. Se sentían libres de elegir los más signifcativos para la perspectiva que les
interesaba.
PROVOCACIONES
1. No. Tener a Cristo en nuestra barca no significa estar seguros de que todo irá bien, a
pesar de la tempestad.
Significa estar convencidos de que todo marcha muy bien en medio de la tempestad.
No se llega a puerto a pesar de la borrasca, sino a través de la borrasca.
Jesús no nos asegura contra los riesgos del viaje, no nos garantiza el «tiempo estable».
Nos pide un puesto, y basta.
...Quizás olvidemos que el fin, el destino de nuestro viaje es él.
Los apóstoles no llegaron cuando tocaron la otra orilla, sino en el mismo momento en que
han subido a Jesús a la barca.
(...Y además, ¿quién ha dicho nunca que la barca sea nuestra?).
2. El episodio de la tormenta calmada nos remite a la lucha sostenida por Cristo contra
las potencias del mal y de la muerte en su pasión. Aquella será la verdadera tempestad que
caerá sobre él y que amenazará con engullirlo junto con sus discípulos temerosos y
vacilantes.
Entonces se cambiarán los papeles.
Estarán los discípulos durmiendo, mientras Jesús vela y lucha.
Pero aquel será un sueño culpable, el sueño del desentenderse, de la no participación en
la aventura.
El sueño de Cristo significa una ausencia-presente.
Mi sueño, con mucha frecuencia, es una presencia-ausente.
Con Jesús se corre siempre el peligro de equivocarse, incluso en el modo de dormir.
3. Recientemente los teólogos han inventado la "teología de la muerte de Dios".
D/SUEÑO D/SILENCIO:
A través de todo el antiguo testamento (además de la narración del evangelio que hemos
comentado) se puede conseguir una "teología del sueño de Dios" (5). Si quisiéramos
reconstruirla, se podrían lograr desarrollos interesantes. ¿No hay algún teólogo dispuesto a
intentarlo?
Desde mi perspectiva me limito a subrayar cómo las dos teologías, en el fondo, nos
ayudan a purificar la idea que nos hacemos de Dios, de su acción, de sus manifestaciones.
CONFRONTACIONES
23 - EL ENDEMONIADO DE GERASA
Mc/05/01-20 Mt/08/28-34 Lc/08/26-39
MIGRO/ENDEMONIADO
Secuencias agitadas
Tiene razón P. Lamarche. Es necesario leer el episodio y gustarlo sin excesivas
complicaciones intelectualistas y sin quedar enredados ya desde el principio en problemas
que normalmente atormentan a los pedantes, y sobre los que discuten sin parar: ¿uno o
dos endemoniados? ¿Al principio, quién habla: el hombre o el demonio que lo «ocupaba»?
¿Cómo interpretar, en términos modernos, los casos de posesión diabólica; a qué
enfermedad mental se refieren? ¿A título de qué se puede justificar, desde un punto de
vista moral, el exterminio de los cerdos? ¿Dónde colocar geográficamente el episodio?
¿Qué valor histórico puede atribuirsele?
Todos estos problemas, aunque tienen su legitimidad y un peso innegable, no deben
hacernos perder de vista los aspectos más importantes de una narración que, aunque
presentada en forma popular y con alguna concesión a lo pintoresco, tiene un encanto
innegable y una profundidad que debemos descubrir.
P. Lamarche, por su parte, subraya los tres ángulos diversos desde los que los sinópticos
presentan el episodio.
Mateo: «ve en esta escena una prefiguración de la pasión».
Lucas: «pone, sobre todo, en evidencia al hombre víctima del demonio, y la salvación que
le viene dada por la omnipotencia de Jesús».
Marcos: «Jesús, con un cierto cansancio, pero también con una pizca de habilidad,
triunfa sobre las fuerzas demoníacas. Y del lado opuesto, ante la mala voluntad de los
hombres, el hijo de Dios está desarmado: echado, aparentemente vencido, se aleja; pero
deja en este territorio un testigo».
Hemos anticipado así el significado. Ahora podemos leer la página en su conjunto.
Mc también aquí «piensa en imágenes». Y nos presenta, no un cuadro estático, sino una
sucesión de escenas en las que el diálogo y el movimiento tienen una importancia
fundamental. Y también la ambientación externa es acertada.
Son secuencias que hacen pensar en la técnica cinematográfica.
Podemos analizar así su «escenografía».
2. Descripción de las costumbres del endemoniado y de sus relaciones con los otros
hombres (3-5). Esta secuencia, en términos cinematográficos, se llama flash-back:
interrupción de la narración para reevocar un episodio o una situación precedente. Y es
aquí donde muchos comentaristas, a mi parecer, se dejan deslumbrar un poco cuando
hablan de narración mal hecha, añadiduras, repeticiones. No, Mc nos ha presentado de
golpe al protagonista y ahora nos lo explica volviendo un poco hacia atrás.
Siguiendo con el lenguaje cinematográfico, el v. 6 es un fundido, porque forma parte
tanto de la secuencia que estamos analizando como de la siguiente. O sea sirve para
retomar la narración en el punto donde había sido interrumpida. También aquí, muchos se
han equivocado diciendo: ¡pero cómo!, el endemoniado estaba ya delante de Jesús (v. 2), y
ahora se dice que «al ver de lejos a Jesús» (v. 6)... ¡Qué incongruencia! Nada de
incongruencia, sino un modo más bien hábil de narrar.
3. Diálogo y lucha (6-10). Es la secuencia más dramática, en la que el diálogo tiene una
función dominante.
4. Episodio de los cerdos (11-13). Como de costumbre, Mc nos hace caer en la cuenta de
ciertas presencias cuando lo necesita, o sea cuando entran en escena. Su estilo es
descriptivo en relación al desarrollo de la acción. No existen casi nunca en su narración
panorámicas «preparatorias». Repara en alguien cuando éste tiene algo que decir o que
hacer. Una secuencia decididamente espectacular.
5. Reacción de los testigos y de la gente que llega después de haber sido informada del
hecho (14-16). También aquí el diálogo resulta esencial, pero también la expresión de los
rostros: excitación, susto, enojo, preocupación, fastidio, mal disimulada irritación. Quizás un
velo de amargura en el rostro de Cristo, que no habla en toda la escena, sino que es
obligado a volver hacia atrás.
El endemoniado tenía siempre piedras entre las manos, lo que no era precisamente
tranquilizador, pero al menos tenía el buen gusto de usarlas exclusivamente contra su
propio cuerpo. Y era de esperar que, un buen día, se diese un poco más fuerte que de
costumbre. Así les habría liberado definitivamente de su presencia molesta.
Pero volvamos al encuentro con Jesús.
La primera reacción del endemoniado es de correr hacia aquel extranjero (ya no lo hace
con nadie; quizás intuye inmediatamente que el recién llegado no lleva ni las cadenas ni los
cepos). Pero, al mismo tiempo, le ruega que le deje en paz. Atracción y repulsa. Un bello
tema para acometerlo en clave psicológica. Y esto es precisamente lo que debemos evitar.
Normalmente Mc es sensible a las ambigüedades y a las contradicciones de la existencia,
y se limita a registrarlas, a documentarlas, sin recurrir a la psicología para resolverlas.
Los v. 4 y 5 nos informan acerca de lo que los otros han hecho a este hombre y lo que él
se hace a sí mismo. Cadenas en las muñecas y cepos en los pies. Se han limitado a
volverlo inofensivo, a defenderse de él. Gracias a esta información, adquiere relieve el
mandato final: «Cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo» (v. 19). Vete a contar que hay
alguien capaz de liberar a un hombre. Ve a decirlo a los que querían «liberarse» de ti, y
que estaban más preocupados por su tranquilidad que por tu salvación.
Por su parte, el hombre, «siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y por los
montes, dando gritos e hiriéndose con piedras» (v. 5). El mal, pues, como fuerza de
destrucción, de disgregación del hombre. La agresividad hacia sí mismo pertenece a la
muerte y a la locura. El pecado es un «hacerse mal».
«Es un pobre hombre desconectado, desposeído de sus facultades y ya no dueño de sí,
hecho enemigo de sí mismo. Es quizás este el mal que Cristo ha venido a combatir, ese mal
"oscuro" que hoy llamamos alienación, que divide al hombre en lo profundo y lo empuja
contra sí mismo. El no ha venido sólo para reparar una injuria hecha a Dios. Al menos que
por injuria hecha a Dios se entienda, precisamente, esta alienación que nos aleja de su
amor y de nosotros mismos» (B. Maggioni).
«...Le decía: ¡sal de ese hombre!» (v. 8). Se cree, de todos modos, que el imperfecto
indica una acción que se repite porque el resultado se hace esperar.
Al llegar a este punto del diálogo hay que notar que el singular y el plural, el yo y el
nosotros, se alternan y se confunden. Es típico el v. 10 que había que traducirlo así: "Le
suplicaba con insistencia que no les echara".
«¿Cuál es tu nombre»? (v. 9). Jesús quiere saber el nombre, no del hombre, sino del
demonio. Según la creencia popular, en el exorcismo, saber el nombre lleva consigo un
poder sobre el adversario.
"Mi nombre es legión, porque somos muchos" (v. 9).
He aquí un muestrario de interpretaciones diversas a esta respuesta:
J. Radermakers: «Esta palabra evoca la guerra, la presencia del ocupante, la alienación
que constituía para el hebreo la dominación romana personificada por aquellos "puercos"
de legionarios)).
Bartlet (citado por Taylor): «Aplicándose a sí mismo este nombre, el endemoniado se
acoge a la piedad de Cristo. El nombre significa que él se siente un simple y puro cúmulo
de impulsos no coordinados y de fuerzas malas, sin unidad moral de voluntad; así pues, no
un sujeto, sino un conglomerado de muchos".
R. Fabris: «Frente al espíritu, que se declara legión, esto es, fuerza organizada de
destrucción, contrasta la fuerza de la simple palabra de Jesús».
G. Nolli: «Ocultándose tras el apelativo "legión", el demonio cree escapar de Jesús y de
poderle resistir".
P. Lamarche: «En cuanto al nombre "legión", designa probablemente la fuerza de división
y disgregación que está en el quehacer del endemoniado, pero sobre todo revela que la
entidad demoníaca aquí presente constituye una formidable potencia organizada".
Como se ve, para ser un «demonio enjaulado», es necesario reconocer que ha sometido
a una prueba dura la inteligencia de las personas serias.
Hay que advertir, de pasada, que una legión comprendía alrededor de seis mil soldados
(en este caso, y manteniendo la hipótesis de Jeremías, sería necesario triplicar el número
de cerdos).
«Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la región" (v. 10).
El demonio empieza a capitular, debe ceder, aunque es «legión», frente al más fuerte.
Pero está intentando un acuerdo. Está dispuesto a dejar al hombre, no la región. Se trataría
de un compromiso basado en el cambio de domicilio.
Advirtamos que el verbo «suplicar» aparece cuatro veces en el curso del relato (v. 10, 12,
17, 18). Y siempre en referencia al quedarse o no en un determinado lugar.
Los demonios suplican a Jesús que no los eche de la región, que los mande a los
puercos. Los gerasenos suplican a Jesús que se vaya. El hombre liberado le suplica poder
«quedarse con él». Sólo en este último caso Jesús no escucha la petición.
«...Entraron en los puercos y la piara se arrojó al mar de lo alto del precipicio» (v. 13).
Tengamos presente, ante todo, que es un modo para describir la liberación. El demonio
es echado fuera hacia su lugar natural. El mal no debe considerarse como «en su casa» en
el hombre. Y el hombre se encuentra a sí mismo.
Según Lamarche, «el permiso dado por Cristo a los demonios no era sino una trampa:
creyendo que huyen, perecen y vuelven al mar que, según la mentalidad semita es el
receptáculo de las fuerzas malas». La misma mentalidad bíblica sostiene que el demonio
debe ser «atado» y «despeñado».
Según algunos intérpretes, habrían sido los gritos del endemoniado, durante el
exorcismo, los que sembraron el pánico en la piara de los cerdos, hasta hacerles correr a lo
loco hacia la destrucción.
Según otros, sin embargo, habría que tener por responsable más directo al hombre que,
aun bajo el efecto del paroxismo provocado por el exorcismo, se habría echado sobre la
piara produciendo en ellos confusión y empujándolos consiguientemente hacia el precipicio.
Esta explicación, aunque Taylor la considera «sobria», me parece construida demasiado
artificialmente, para no afianzar la imagen de un «demonio enjaulado».
Quizás Mc quiera simplemente insinuar la idea de que el demonio, allá donde llega, lleva
a la ruina.
«Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas» (v. 14).
Entre la carrera loca de los puercos, la fuga precipitada de los porqueros y el ponerse en
movimiento la gente curiosa, se corre el peligro de perder de vista al hombre, que ha sido la
ocasión de todo este lío.
Ahora está allí «sentado, vestido y en su sano juicio» (v. 15).
Tres elementos que deben haber impresionado a los presentes, acostumbrados a verle
tan distinto. El cambio es indiscutible.
«Sentado» indica la paz y la armonía reencontradas.
«Vestido»: el vestido significa la recuperación de la propia identidad, además de la
relación con Dios (1)
«En su sano juicio». O sea, ha vuelto a ser sí mismo, uno como los demás. Una personal
normal.
Nos recuerda la calma después de la tempestad del lago.
Y también aquí la reacción inmediata es el temor.
«Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía quedarse con él» (v.
18).
Al principio le había suplicado que no le atormentase, o sea que le dejase entre los
muertos. Entre él y Jesús no había nada en común. Ahora el hombre quiere «quedarse con
él». Pocas horas antes decía que Jesús no tenía nada que ver, no debía meterse
absolutamente con él. Ahora pide poder «entrar» en su compañía. No hay ya dudas acerca
de su curación: ha elegido la vida.
«No se lo concedió... Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha
hecho contigo» (v. 19).
Aquí también se amontonan las explicaciones de esta negativa y de por qué Cristo, que
normalmente impone silencio, en esta circunstancia ordena la divulgación.
No es precisamente el caso de «leer» en las intenciones de Jesús, una operación
siempre arriesgada.
Contentemonos con registrar el hecho. El verbo «anunciar» lo encontramos a veces en el
nuevo testamento para indicar la actividad específicamente misionera (2).
Luego el ex-endemoniado se convierte en el primer misionero, el primer evangelizador en
tierra pagana.
Cristo, aparentemente vencido, impotente frente al rechazo de los hombres, deja... Sí,
deja a alguno.
Cuando Jesús pone los pies en un territorio, las cosas ya no son como antes. Acontece
algo, a pesar del fracaso.
Los gerasenos tienen la impresión, de que, finalmente todo vuelve a la normalidad. Pero
es una normalidad desplazada más allá, reconstruida sobre otras bases. Una normalidad
"desfasada" respecto a la precedente. En efecto, debe dejar sitio a un hombre libre, es más,
«liberado» y que no se resigna ya a vivir entre los muertos.
No se dan cuenta de que aquel individuo ha vuelto a estar «en su sano juicio». Pero ha
conservado la vieja costumbre: romper las cadenas y los cepos.
A ellos les basta el relato de los porqueros. El ex-endemoniado sabe que aquel relato es
incompleto y parcial (las cosas se ven desde el ángulo de los cerdos). Le toca a él
presentar el relato desde el lado justo (el del hombre). Le toca a él completar el anuncio,
hacerlo actuar, inquietante, impedir que se convierta en una leyenda. Le toca a él, en suma,
hacer entender a sus conciudadanos que la pérdida no ha sido la que ellos piensan, sino
otra, mucho más grave. Sí, aquella barca que se ha alejado en el lago hacia la orilla
contraria.
A los que denuncian una pérdida, el ex-endemoniado les hace entender que han perdido,
sobre todo, una ocasión. El puede decirlo...
PROVOCACIONES
5. Lo reconozco. Yo también fui de los que midió la altura de aquel precipicio sobre el
lago que está hacia Kursa, o como se llame.
No me interesaba tanto comprobar la distancia, para verificar si era más largo y fatigoso
el camino de la liberación de un hombre, o aquel otro recorrido por la piara enloquecida.
No. Esperaba, en lo profundo del corazón, reencontrar mis cerdos.
Jesús, quizás, lo había hecho por fingimiento. Había sido un ahogamiento... simbólico.
Nos engañamos a nosotros mismos pensando que Cristo hace como que nos pide algo,
que nos impone ciertas renuncias, que nos inflige ciertas pérdidas (también porque, de
nuestra parte, frecuentemente hacemos como que estamos con él).
Se acepta. Pero con la secreta esperanza de poder recuperar, en todo o en parte o de
otro modo, lo que se ha ofrecido.
Estoy siempre dispuesto a dejar que Cristo me quite alguna cosa.
Con tal de poderlo tener nuevamente de alguna manera.
Esta es la razón por la que yo también fui, a escondidas, a medir aquel precipicio.
Si no se encuentran los cerdos, se puede explotar siempre aquella altura, a lo mejor en
clave turística. Con aquella vista sobre el lago... Y después, quién sabe, si de una cosa
nace otra, también el ex-endemoniado podría constituir un motivo óptimo de reclamo.
Sólo con buen fin, se entiende.
Con un único inconveniente. Que él, en esas cosas, no tiene nada que ver.
Sí, es verdad, los caminos del Señor son infinitos. Pero es improbable que pasen por
nuestros asuntos.
Jesús ha prometido una recompensa a quien se comprometa a conjugar el verbo «dejar».
Pero nadie hasta ahora ha logrado nunca demostrar que recompensa se traduzca por
«compensación».
En el fondo, debo reconocer que los habitantes de Gerasa fueron menos ambiguos, a
pesar de su fría diplomacia. No han querido saber nada con Jesús, porque han
comprendido bien con quién tenían que vérselas. Pero no han sacado ya a relucir el asunto
de los cerdos.
Yo, por el contrario, quisiera estar con él.
Y tener de nuevo mis puercos.
CONFRONTACIONES
Señor, vete
«Señor, vete...» Sombras asustadas, los gerasenos no tienen otra cosa que decirle.
Excesivamente trabajoso entender. Lo único claro para ellos son los dos mil puercos que
flotan inflados sobre el lago: su única riqueza perdida. Quieren solamente un país sin
magos, sin milagros. Y dormir (L. Santucci, o. c.).
(·PRONZATO-3/1. Págs. 252-266)
24 - EL PODER DE LA FE:
LA HEMORROISA ES CURADA
Y LA HIJA DE JAIRO DEVUELTA A LA VIDA
Mc/05/21-43 Mt/09/18-26 Lc/08/40-56
MIGRO/HEMORROISA MIGRO/HIJA-JAIRO:
«¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida» (v. 39).
La observación parece dar la razón a aquellos que, para negar el milagro, hablan de
muerte aparente, o de catalexis ligada a algún fenómeno misterioso de la pubertad, o de
sueño en forma de trance.
Tengamos presente, sin embargo, que el dormir era precisamente el término hebreo
usado para indicar la muerte. A los difuntos, en efecto, se les llamaba los «durmientes».
Sin querer meterme en la cuestión, me parece que Jesús no habla aquí como médico,
sino que quiere subrayar el contraste entre el «punto de vista de los hombres» y «el punto
de vista de Dios». Muerte real según los hombres, pero posibilidad de despertar por parte
de Dios.
«La niña para los hombres, impotentes para resucitarla, estaba muerta; para Dios
dormía» (Beda).
Y ahora el contraste se expresa con lo que ocurre en el patio (o en la sala donde se
reciben los huéspedes) y en la habitación donde «estaba la niña».
La gente celebra ya la liturgia de la muerte.
Jesús viene a celebrar la liturgia de la vida, la fiesta del «despertar».
Al llegar aquí, más que analizar el milagro, me parece que es importante, sobre todo,
revivirlo a través de la sobria descripción que nos ofrece Mc. Hagamos un poco de silencio,
dejemos fuera las burlas de quienes pretenden sabérselas todas, alejemos el ruido de los
comentarios más o menos doctos. Para entrar dentro hace falta tener ojos simples y un
mínimo de discreción.
«...Toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la
niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: "Talitá qum", que quiere decir: "Muchacha, a ti
te digo, levántate". La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce
años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera;
y les dijo que le dieran a ella de comer» (v. 40-43).
"La orden de no decir a nadie lo sucedido es una paradoja, dadas las circunstancias, al
menos que no se encerrase a la niña en una habitación durante todo el resto de su vida.
Pero este silencio es perfectamente lógico desde la perspectiva de Mc: Jesús ha vencido la
muerte, pero ésta sería una victoria bien pobre si se tratase solamente de dar algunos años
de vida en familia a una niña.
«Esto es solamente un signo, anticipo de garantía de la plena victoria que llegará con la
resurrección de Jesús.
«Y aun así la resurrección de Jesús no es la reanimación de un cadáver, sino la vida
definitiva en la comunión con Dios.
«Sería una peligrosa equivocación si se trocara la fe en el Dios viviente y vencedor de la
muerte, por la fe en un signo o gesto histórico que manda más allá de sí mismo. Por eso los
testigos del milagro deben callar, como los tres que bajan del monte de la transfiguración,
esperando la plena revelación del Dios que resucita a los muertos».
Yo añadiría a esto la discreción, el pudor.
El poder sobrenatural, en efecto, se manifiesta solamente en un espacio sagrado. Y tiene
necesidad de silencio más que de publicidad.
PROVOCACIONES
1. La multitud oprime a Jesús. Pero sólo una persona insignificante, en medio de aquella
masa que aplasta, logra establecer un contacto justo.
Me dan ganas de juzgar a los demás. Condenar personas que multiplican las prácticas,
amontonan las devociones, repiten los contactos con él, vomitan continuamente palabras
sobre él, pero que, ateniéndose a lo que se ve en las obras, no llegan a encontrarlo de
verdad.
Pero tengo que mirar hacia mí mismo.
Cuántos son, en mi existencia, entre la multitud de mis relaciones con él, los verdaderos
contactos a través de la fe, que hace que suceda algo, y aquellos otros que provocan en él
solamente fastidio.
Puedo incluso estar siempre pegado a Jesús. Y permanecer extraño a él.
Puedo tocarlo, comerlo, tratarlo. Y permanecer «inmune» (la mujer se ha limitado a
rozarlo...).
Hay una diferencia enorme entre el estar entre sus pies y el estarle cercano.
La misma diferencia que después hace que mi testimonio sea transparencia o estorbo.
2. Los versículos que muchos consideran una repetición incoherente, me parece que
contienen el aspecto más paradójico -quiero decir milagroso- de todo el suceso.
Jesús pretende la identificación de la culpable.
Sí, él, el robado, no se siente tranquilo hasta que haya restituido a la ladrona el botín que
ella le había sustraído.
Y además no era justo que la mujer marchase convencida únicamente del «poder» del
taumaturgo. Hubiera sido mantenerla en el engaño.
Tenía que «informarla» del poder que había en ella, de sus posibilidades.
Un robo, si queremos. Pero cuyos méritos se reparten equitativamente.
CONFRONTACIONES
La verdad está precisamente en ese dada. Pero sería necesario partir de ahí; ellos, sin
embargo, rozan apenas la verdad y se vuelven atrás.
"¿De dónde le viene esto?" (v. 2). Luego admiten «esto». Reconocen encontrarse frente
a algo excepcional. Si se hubiesen atenido a esta pregunta, si se hubiesen puesto a buscar
el «dónde», habrían llegado lejos. Pero han preferido permanecer atrapados (¡el escándalo
es una trampa!) en su pequeño pueblo.
«¿No es éste?...» (v. 3).
Por tanto se habían planteado la pregunta fundamental, precisamente aquella en torno a
la cual gira todo el evangelio de Mc.
Sólo que van a buscar la respuesta excesivamente cerca, y muy de prisa.
Dice con mucha agudeza E. Schweizer: «la reacción justa, pertinente, es una
interrogación, la interrogación oportuna se refiere a la persona de Jesús. Pero el problema
no queda abierto, sino que encuentra una respuesta prematura en el encasillamiento de
Jesús dentro de categorías conocidas».
Es el equívoco de siempre. La prisa de «cerrar» los problemas fastidiosos con lo que ya
se sabe, en vez de dejarlos abiertos en una postura de búsqueda y de sufrida espera hacia
aquello que aún no se conoce.
Se tiene necesidad de tapar deprisa las corrientes que se abren en nuestro espíritu, a lo
mejor recurriendo a materiales que tenemos al alcance de la mano y que aseguran un
cierre definitivo. Así se liquidan los problemas en vez de resolverlos.
Se habla de disponibilidad, pero en realidad se está «dispuesto» solamente a colocar lo
inesperado en categorías preexistentes.
La crisis de rechazo, en ciertos casos, denuncia la incompatibilidad de la «programación»
en base a nuestras exigencias, no en base a las exigencias de la verdad.
En términos evangélicos, la instalación es lo opuesto al deseo.
El encasillamiento cierra, asegura (¿qué se puede esperar de esa gente? ¿qué puede
salir de esa familia? Todos sabemos qué tipo es...). Mientras el deseo mantiene abierta la
herida y se la deja hurgar por una pregunta fastidiosa.
Así pues, los habitantes de Nazaret se plantean la pregunta exacta, pero se dan prisa
para buscar la respuesta en una dirección equivocada (la familia de Jesús).
INCREDULIDA/RAIZ: «La raíz de la incredulidad es precisamente este incapacidad de
acoger la manifestación de Dios en lo cotidiano» (R. Fabris). Añadiría: la incapacidad de
reconocer a Dios cuando se pone el vestido de todos los días.
Tengamos presente esto. No ocasiona escándalo el hecho de que Jesús haya ejercido la
profesión de carpintero, que era bastante honorable (1). Entre otras cosas, muchos rabinos
ejercían un oficio. La actividad manual no era en absoluto deshonrosa. Los artesanos,
especialmente, gozaban de la más alta consideración.
No. El escándalo deriva del hecho de que Jesús no coincidía con sus imágenes, no
entraba en sus esquemas en lo que se refiere a Dios. Y después estaba la «mancha» de
una familia insignificante. Y pongamos también una discreta dosis de envidia. Y, sobre todo,
el hecho de que ya habían decidido que no había nada que esperar en aquella dirección...
«A excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos» (v. 5).
La limitación no es suya. Es el límite que le impone la desconfianza de su paisanos.
No es que en Nazaret no haya «logrado» hacer milagros.
Es que en aquella gente la fe no fue «lograda».
«Los así llamados hermanos y hermanas de Jesús eran sus primos y primas. Para Simón
y Judas, su parentesco con Jesús venía por su padre Cleofás, que era hermano de san
José y como él un descendiente de David; el nombre de su madre no es conocido.
«La madre de los hermanos del Señor, Santiago y José, era una María, distinta de la
madre del Señor; ella (o su marido) estaba emparentada con la familia de Jesús, pero no se
puede saber de qué parentesco se trataba...
«...Como puede deducirse del silencio de los evangelios acerca de José después de
Lucas 2, el padre putativo de Jesús murió pronto. Después de su muerte, la Virgen con su
hijo se habría unido a la familia de su (¿o de sus?) parientes más próximos. Los hijos de
esta familia (¿de estas familias?), crecidos al mismo tiempo que Jesús, fueron llamados por
la gente sus hermanos y hermanas, porque no había en arameo ningún otro término
conciso para nombrarlos.
«La iglesia primitiva ha recuperado el término, y lo ha mantenido también en griego, para
honrar así a los parientes del Señor, que mientras tanto se habían convertido en miembros
eminentes de la iglesia; y porque se trataba de un medio óptimo para distinguirles clara y
cómodamente de otros muchos homónimos que existían en la iglesia primitiva"
PROVOCACIONES
2. Y pensar que él no ha ido a Nazaret para encontrarse con sus familiares. Los otros son
quienes se los han hecho encontrar. Con el fin de ponerlo en un aprieto, para no tenerse
que preocupar de él.
Es una astucia practicada todavía hoy por ciertas personas religiosas.
Te ponen delante algo (un articulo del código, una idea, una batalla que combatir en su
nombre), que tendría que ver con Jesús. Pero a él no te lo dejan ver en absoluto.
Jesús es presentado siempre a través del album de familia, o a través de las «cosas que
le importan».
Y, sin embargo, es él quien me importa.
Todos dispuestos a darme explicaciones acerca de él.
Y resulta que él es la explicación.
4. Se comete una gran injusticia con los "pocos" sanados de Nazaret. Algún comentarista
dice: nada excepcional. Y parece leer, entre líneas, que por una cierta lógica del relato
hubiera sido mejor que no hubiera habido ni siquiera esos. Posiciones claras, en suma.
Pero aquí se juega expeditamente con la piel de los otros.
Esos milagros -aunque «limitados» en el número- están entre los más importantes del
evangelio, porque afectan a personas que se rebelaron contra la hostilidad y desconfianza
general.
La mayor parte de los nazaretanos tenía todas las de ganar «cerrando» aquel asunto.
Alguno, sin embargo, pensó que tenía todas las de ganar teniendo abiertas las propias
llagas ante Jesús, el carpintero.
Y tuvieron razón estos últimos.
Estos han tenido el mérito de dejar hablar (a los paisanos-teólogos) y de dejar hacer (a
Jesús).
Existe la inteligencia que pretende llegar hasta él.
Pero, quizás, se llega más seguro a través de las propias desgracias.
En el primer caso se puede explicar, discutir.
En el segundo, se tiene la posibilidad de contar.
Los habitantes de Nazaret ante la pregunta «¿quién es éste?» han respondido muy de
prisa.
Pocos han sabido esperar. Justo el tiempo preciso para ser curados...
CONFRONTACIONES
El verdadero antropomorfismo
El antropomorfismo no consiste tanto en el representarse a Dios como si fuese un
hombre, cuanto más bien en representarse a Dios sirviéndose de un concepto de divinidad
que el hombre puede fabricarse (J. Pohier, Quand je dis Dieu, Paris 1975).
El mendigo
Dios es aún el pobre que va sin ruido por la hierba del mundo, el menesteroso
continuamente rechazado, siempre ahí.
¿Cómo ha sido posible que haya sido agitado como una bandera, atado a las
demostraciones, precisamente él, el mendigo?
El prefiere esconderse bajo los puentes, con el desaliento de los sin-techo, en medio de
todos los riesgos y de las mujeres de la vida.
Sólo los que comparten, de verdad, el pan y las penas de los hombres, tienen la
posibilidad de reconocerlo, aunque no sepan llamarlo por su nombre (J. Sulivan,
Consolation de la nuit, Paris 1975).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 282-292)
..................
1) Justino mártir sostiene que Jesús fabricaba yugos y arados de madera. Hilario habla, por el contrario, de
"herrero". Tekton (del que viene arquitecto), de todos modos, designa un obrero que trabaja tanto la madera
como la piedra y los metales. Quizás también alguien que construye casas.
La duración, más bien, era una cuestión que apasionaba mucho a los rabinos.
Había quien decía que el huésped debía permanecer incluso después de que el amo
hubiera pegado a la mujer.
Quien sostenía que el rabino se podía quedar a pesar de que el amo le hubiera llevado
sus cosas.
Y quien colocaba el límite todavía más lejos: sólo cuando el huésped hubiera sido
pegado, debía considerar el hecho como señal de marcha. Es difícil imaginar, en este caso,
qué habría pasado después, en el sentido de que el interesado estuviese aún en
disposicion de entender...
La Didajé concederá dos días al máximo. Después de esto, estaríamos ante un falso
profeta.
En el v. 10 se puede captar también una advertencia contra la estabilidad y la búsqueda
de mayores comodidades.
Pero lo que más llama la atención es la insistencia en la no-hospitalidad. Mc se detiene
mucho en el rechazo. Esto supone -como dice J. Delorme -que la comunidad de Mc sabe
bien qué quiere decir todo esto, y lo sabe por experiencia directa.
La actividad misionera encuentra necesariamente muchas dificultades y oposiciones. Es
necesario estar dispuestos a vivir la misión en condiciones no favorables. Hay que contar
con el rechazo, a priori. «Al discípulo se le ha confiado un quehacer, pero no se le ha
garantizado el éxito", dice B. Maggioni. Y el mismo estudioso no duda en definir este
aspecto como atmósfera dramática de la misión.
«Misionero no es alguien que va a hacer publicidad de un producto que tiene
probabilidades de ser vendido si sale bueno. Es alguien que va a combatir contra los
adversarios. Y no se está seguro de ser bien acogido, aunque el producto sea bueno. La
misión encuentra siempre una oposición» (J. Delorme).
«Si algún lugar no os recibe y no os escucha, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la
planta de vuestros pies en testimonio contra ellos» (v.11).
El gesto de sacudirse el polvo de los pies era practicado por los hebreos cuando volvían
a la patria desde un territorio pagano. Cualquier tierra que no fuese Israel era considerada
impura, y consigulentemente era necesario desembarazarse de toda suciedad contraída en
aquellas zonas que no practicaban las reglas de purificación.
En este sentido, no se debe considerar como una maldición, sino como un gesto
simbólico, para indicar que el mensaje ha sido transmitido pero no recibido. Más que una
condena es un "testimonio" del rechazo. Una señal "para ellos" (¡no contra ellos!) que les
obligue a tomar nota de lo que han hecho, de la gravedad de su comportamiento, de la
«seriedad» de la situación en que se encuentran.
Explica G. Nolli: «No es una maldición, sino un gesto que degrada a aquellos hebreos a
nivel de paganos, y al mismo tiempo los invita a reflexionar sobre su conducta,
exhortándolos al arrepentimiento".
Y precisa aún mejor E. Schweizer: «Está implícita la conciencia de que el "no" a la
predicación no puede ser tan minimizado que nadie se dé ya cuenta de lo que pasa con su
rechazo. En toda predicacion hecha con poder se cumple también un juicio".
PROVOCACIONES
Se podría apostar.
Helos ahí afanosos discutiendo de sandalias y bastón. Empeñados en conciliar el
radicalismo de Lc y Mt con el permisivismo de Mc.
Y sale de todo. Es verdad, Mt prohibe categóricamente sandalias y bastón. Un momento,
pensándolo bien, Jesús dice: no "los adquiráis". O sea, está prohibido ir a comprar. Pero si
uno los tiene ya, puede muy bien llevarlos consigo. Y, por tanto, Mc también tiene razón.
Y todavía: están prohibidos los zapatos, ¡no las sandalias!
Como se ve, Jesús se ha olvidado de dar el manual del misionero, pero existe quien se
ha preocupado enseguida de editarlo.
Así estamos capacitados para comprender por qué la misión, a veces, padece retrasos.
Hay excesiva gente que se retrasa hablando de la misión.
A fuerza de precisar las condiciones, las preferencias, de señalar tareas específicas,
vencimientos inderogables, diferencia de papeles, contenidos, reglas, elecciones
irrenunciables, se olvida que es necesario también marchar.
Se diría que para cierta gente suena siempre y sólo la hora de redactar los programas de
viaje. Jamás la de la marcha.
Conozco individuos, que a fuerza de hablar de diálogo, se han quedado roncos, y, por
tanto, no pueden obviamente dialogar.
Que han programado el respeto a la persona. Y. debiendo poner a punto esos
programas, no dudan en triturar a las personas (quizás el respeto sea más fácil después de
una oportuna... rarefacción de las personas que hay que respetar).
Quienes producen quintales de documentos sobre la pobreza (y, naturalmente, tienen
necesidad de dinero para todo aquel papel).
Quienes ilustran las perspectivas para el futuro y no se percatan de que, en el presente,
se está haciendo el vacío en torno a ellos. Cuando caigan en la cuenta, no quedará más
que apagar la luz, el futuro se habrá ya... acabado.
Jesús «llama» y "manda".
Por algunos que van, muchos se deciden a estropear el programa de viaje.
Jesús, perdona la impertinencia. Pero, además de no facilitar el manual, quizás te has
olvidado también de precisar que el misionero no es uno que viaja sobre el mapa.
3. Personalmente sostengo que Jesús quería que los apóstoles llevasen consigo bastón
y sandalias. A causa de un test.
Quería adivinar esto: ¿frente a un animal feroz, o a una serpiente venenosa, encontrados
por el camino, el apóstol habría recurrido al poder de que él (Jesús) le había equipado, o
también habría recurrido instintivamente al bastón y se habría fiado de las sandalias?...
5. Señor, no me ha ocurrido nunca tener que sacudir el polvo de los pies. Por motivos de
pudor.
Lo he llevado a casa. No era justo que fuese en «testimonio contra ellos». Ellos nada
tenían que ver.
Debía ser, más bien, en «testimonio contra mí». Contra mi ineptitud, contra mi
predicación no acompañada de «signos» convincentes, contra mi incapacidad de curar,
contra mi inocuidad.
Con mi evangelio, a lo más, he logrado explicar algo, nunca remover algo. Y tú, sin
embargo, lo sé, querías precisamente esto.
Por eso me he llevado el polvo a casa.
He formado ya con él un montón imponente.
Quizás tiene que crecer todavía. Hasta sepultar completamente mi presunción.
Entonces podré «salir» de nuevo. Fuerte en mi debilidad. Habilitado por mi incapacidad.
Con las garantías ofrecidas por mis yerros en serie. Con las posibilidades aseguradas en
favor de tu mensaje por no servir yo para nada.
Señor, me ronda la sospecha de que ahora, en aquel polvo, se puede sembrar.
CONFRONTACIONES
Un enredo embrollado
Pero veamos a cada uno de los protagonistas del caso.
Herodes-Antipas. Mc lo llama rey, pero es un título que no le pertenece. El solamente es
tetrarca (señor de una cuarta parte del territorio) de Galilea y de Perea, regiones que le
habían tocado al morir su padre, Herodes el Grande (que había tenido ese hijo de la cuarta
mujer, la samaritana Malthake).
Parece que, efectivamente, su padre, en el testamento, le había regalado el título de rey.
Pero los romanos se lo negaron resueltamente; y que se conformase con los territorios.
La gente, quizás, lo llamaba así sabiendo que a él le gustaba, y tenía incluso aires de
gran rey. El juramento («te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino» (v. 23)
es un gesto un poco fanfarrón, desde el momento en que, sin el permiso de los romanos, no
podía ceder ni siquiera un palmo de aquel territorio.
Para casarse con la cuñada-sobrina Herodías, había repudiado a la primera mujer, hija
del rey árabe Areta IV, nabateo, que se había refugiado junto a su padre pidiéndole la
venganza contra su ex-marido.
Residía habitualmente en su palacio de Tiberíades, en la orilla occidental del mar de
Galilea. Pero residía también, alguna vez, en la fortaleza de Maqueronte (1), hecha
construir por el padre en las cercanías del Mar Muerto.
En el 39 irá a Roma para obtener finalmente el título de rey. Por toda respuesta Calígula
lo retiene en el exilio bajo sospecha de alta traición.
Herodías. Era una sobrina de Herodes el Grande y tenía el capricho de casarse con los
tíos. En efecto, tanto el primer marido (Herodes-Filipo) como el segundo (Herodes Antipas)
eran hijos como hemos visto del famoso Herodes.
PROVOCACIONES
2. Pero al menos después de morir ha tenido suerte. Que no haya sido Herodes quien se
preocupase de su sepultura.
Pasa también esto, en efecto.
Las «honras fúnebres» de los profetas son reivindicadas normalmente por quien no ha
tenido nada que ver con ellos. O, a lo mejor, ha tenido que ver en el sentido de ignorarlos,
combatirlos, descalificarlos, hacerlos morir.
Se diría que cierta gente es más apta para «reconocer» el cadáver que no a una persona
viva. Ya lo creo, no hay más que mirarles a los ojos.
No, no es el remordimiento. Es el miedo. Como en el caso de Herodes. El recuerdo del
profeta asesinado vale sólo para despertar el miedo de aquel otro que hace hablar de sí en
este momento.
Así se dedican a las conmemoraciones, para no verse obligados a escuchar a los que
hablan ahora.
Se "usan" los profetas de ayer para difamar a los de hoy. Contra los que ya están en
circulación.
Me atrevería a decir que ciertos individuos andan siempre con retraso (al menos) de un
profeta.
Entendámonos. No es que a ellos les interesen los profetas. Aun habida cuenta de los
gastos por las honras fúnebres, el sepulcro y los discursos conmemorativos, un profeta
difunto cuesta siempre menos que uno vivo.
Lo que interesa a cierta gente es la propia tranquilidad.
Y, es cierto, los profetas serían tipos «interesantes» (Herodes escuchaba «con gusto» a
Juan el Bautista), incluso simpáticos si no fuesen tan exagerados (hasta hacerse
fastidiosos). Pero este vicio, se sabe muy bien, lo pierden en la tumba.
Tienen la pésima costumbre de preocuparse de tus cosas.
¡Bah!, un poco de paciencia. Llega siempre el «día oportuno». Con la sepultura,
finalmente, tienes tú la posibilidad de ocuparte de ellos.
La venganza más odiosa no es la de Herodías.
Al menos ha reconocido que el profeta tenía razón. No ha pretendido que bendijese su
unión ilegítima. Lo ha eliminado porque no podía soportarlo, entorpecía su camino.
La verdadera venganza es la hipocresía. O sea, el intento de hacerse dar la razón por el
profeta.
CONFRONTACIONES
...Ellos sólo quieren verdades tranquilizadoras. Pero la verdad no tranquiliza a nadie: ella
compromete (G. Bernanos).
La vocación del profeta se acredita cuando un individuo se olvida de sí mismo para dejar
hablar sólo al amor provocado en la humildad (P. Talec).
...................
1) Flavio Josefo pone aquí la ejecución del Bautista. Pero es más probable que aconteciese en Tiberíades. En
Maqueronte, de todos modos, se había refugiado la mujer de Herodes Antipas, cuando había sospechado de
la infidelidad de su marido.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 306-314)
Punto de partida es la compasión, la piedad hacia esa multitud «porque eran como
ovejas que no tienen pastor» (v. 34).
La solicitud de pastor-jefe hacia su grey se manifiesta asegurando:
-la enseñanza
-la comida
Los dos elementos, sin embargo, constituyen el alimento del pueblo de Dios.
Cristo no alimenta a la multitud sólo con pan sino también con su palabra que es
alimento.
Es más: la palabra es capaz de reunir, de «hacer» un pueblo.
Antes aún de ser reunidos por la exigencia del alimento, estos individuos son reunidos
por la exigencia de la escucha de la palabra.
Pero aquí, la figura del pastor asume un trato inédito. En la tradición del antiguo
testamento, en efecto, el pastor asegura a la grey el descanso, el pasto, pero no desarrolla
ninguna actividad de enseñanza.
Jesús, por el contrario, alimenta a su pueblo con la doctrina.
Respecto al género literario, Bultmann habla de una «narración de milagro» pura y
simple.
Pero otros estudiosos, habiendo adivinado la intención del evangelista de anunciar un
mensaje particular, prefieren hablar de «historia milagrosa kerigmática». Entonces, ¿cuál es
la intención catequética de Mc?
Es doble:
1. Presentar a Jesús como el pastor que reúne, instruye y nutre al nuevo pueblo.
2. Definir la tarea de los apóstoles como aquellos que están asociados al ministerio de
Jesús (después de haber sido formados por él, se convierten en intermediarios entre él y la
multitud).
Alguien ha pretendido reducir el episodio a una escena de poca monta y simbólica en
clave de solidaridad popular.
Pero dice V. Taylor: «La opinión según la cual el episodio fue la expresión idílica de una
buena camaradería es simplista, y no logra explicar la modalidad de la narración y su
conservación».
Y R. Fabris, al contestar a esta explicación que vacía de sentido el relato, reduciéndole a
una simple experiencia de camaradería, observa: «...El gesto inicial de Jesús que distribuye
el pan y los peces habría abierto camino a una cadena de generosidad tal que haría
superar con creces las provisiones para toda la multitud. Brevemente, un picnic al aire libre
bien logrado y gracias al clima de fraternidad y entusiasmo creado por Jesús.
«Aunque es imposible reconstruir el episodio en sus detalles históricos, no se puede
negar seriamente la intención de Mc de narrar un milagro. Es claro también que el milagro
para el evangelista no es simplemente un truco de circo para sacar, de una pequeña
provisión privada, panes y peces para cinco mil personas.
«Por eso, ya desde el principio, esto es, a los ojos de los testigos, el gesto prodigioso de
Jesús aparece en clave religiosa. Es la actualización del banquete mesiánico prometido
para los últimos tiempos, y así éste revela la identidad profunda de Jesús.
«Esta interpretación se acentuará de un modo explícito cuando el episodio sea insertado
en la catequesis eucarística. A este nivel el pan prodigioso, partido y distribuido en el
desierto, se convertirá en signo anunciador del banquete eucarístico.
«En el centro de estas dos interpretaciones destaca la de Cristo pastor, que se preocupa
amorosamente del pueblo».
Los modelos
En el intento de encontrar los paralelos de este relato van a rebuscar en las «colecciones
de milagros» (aretalogías) típicas del mundo antiguo, especialmente de la literatura griega y
romana.
Las Biografías de grandes hombres, profetas, taumaturgos, magos, filósofos itinerantes,
excitan la curiosidad.
Sobre todo la Vida de Apolonio de Triana, mago y filósofo polariza la atención y
desencadena polémicas.
No es este el lugar, ciertamente, para examinar toda esta problemática. Bastará subrayar
cómo en las varias literaturas se pueden indudablemente encontrar paralelos. Pero éstos
se colocan, simplemente, a nivel de esquema literario narrativo. Se trata de semejanza de
forma (y a veces también de contenido), sin que constituyan argumentos para probar
absolutamente que el nuevo testamento dependa directamente de estas narraciones.
En la literatura rabínica existe un episodio que tiene alguna relación con el de la
multiplicación de los panes. La mujer del rabí Hanina Ven Dosa cada sábado, sin falta,
encendía el horno. No tenía nada que meter en él para cocer, pretendía únicamente
esconder a la gente su extrema pobreza. En cierta ocasión, una vecina de casa, más
indiscreta que las demás, no pudo resistir su curiosidad y, con la excusa de comprobar el
fundamento de las propias sospechas, se coló de rondón para inspeccionar. Quedó
aterrorizada al constatar que el horno estaba repleto de panes y la artesa colmada de
harina. El «milagro» se atribuía a los méritos del piadoso rabino. De todos modos, esta
simpática anécdota no pasaba de ser considerada como una leyenda edificante.
Existe una narración según la cual Buda, una vez, con un pan consiguió dar de comer a
500 monjes, y todavía sobró bastante. Pero es más probable que el episodio dependa de la
narración evangélica.
-Eliseo está junto a sus discípulos -Jesús está con sus discípulos.
Nosotros, por otra parte, estamos autorizados para pasar con el pensamiento de esta
mesa a aquella otra mesa de la palabra y el pan. Jesús, entonces, ya no dirá: «Dadles
vosotros de comer». Se dará a sí mismo como alimento.
PROVOCACIONES
1. Había urdido una treta para sustraerse al acaparamiento de la multitud. La barca era lo
más a propósito para llevar a cabo la estratagema.
Pero el plan fracasó. No sabemos exactamente por qué.
«Al desembarcar, vio la multitud...». Quedó impresionado y... «tuvo compasión de la
gente».
Nos esperaríamos el enojo, incluso la irritación por la proyectada y necesaria «jornada de
desierto», que así fracasaba.
Sin embargo prevalece la misericordia.
El milagro comienza por ahí.
(Dificultad para entender que encontramos a los demás donde ellos están y no dónde
nosotros quisiéramos. Que en el programa de los encuentros la casualidad tiene un puesto
privilegiado. Que el dar empieza dejándonos robar el tiempo...).
3. No es que los apóstoles tengan muchas cosas que proponer. «Despídelos para que
vayan». »¿Vamos nosotros a comprar?».
Despedir, comprar...
O sea, no podemos hacer nada.
Su realismo es, simplemente, la resignación frente a lo imposible.
A todo esto se contrapone la palabra de Cristo que manda: «dad».
También yo estoy siempre dispuesto a sugerir a Jesús que deje pasar, que no hay nada
que hacer, que es mejor no insistir.
El hecho es que yo no quiero «ver» lo poco que tengo en el bolsillo.
Tengo bien apretado el último céntimo, calculo que aquella provisión apenas si llega para
mí. O sea, rechazo lo posible.
Por eso no llego nunca a lo imposible.
No acepto la lógica según la cual el don produce abundancia.
No estoy de acuerdo con el método de producción de Cristo, quien se empeña en
producir pan no con harina sino con amor (A. Zarri).
No quiero entender que el milagro comienza ofreciendo a Jesús lo que no basta ni
siquiera para mí.
También yo, como los apóstoles, tengo que aprender que el milagro no se compra con
doscientos denarios. El milagro se compra con el último céntimo. Tirado.
El punto de partida hacia lo imposible no es lo que tenemos. Sino lo que hemos dado.
Al final también habrá «sobras». Con tal de que, ya desde el principio, no nos salgan las
cuentas.
Con Cristo las multiplicaciones se logran sólo condividiendo.
CONFRONTACIONES
Alejamiento-cercanía
«Inmediatamente obligó a sus discípulos...» (v. 45).
Las razones de la brusca despedida nos las facilita quizá Jn (cap. 6) cuando refiere que,
después de la multiplicación de los panes, la gente quería tomar a Jesús por la fuerza para
hacerle rey. Probablemente se había concertado también un entendimiento tácito entre la
gente y los apóstoles, cuyas concepciones mesiánicas iban bastante de acuerdo.
Entonces Jesús corta por lo sano. Provee él, que no padece ciertas sugestiones, a
despedir a la gente. Los apóstoles deben salir disparados hacia Betsaida («casa de la
pesca»), que se encuentra casi en la desembocadura del Jordán, por la parte izquierda, al
nordeste del lago.
Para una vez que Mc nos facilita una indicación precisa del lugar las cosas resultan
complicadas a más no poder. En efecto, ellos parten para alcanzar la orilla oriental y,
después de la travesía, desembarcan en Genesaret, ¡en la orilla occidental! Bueno, ellos se
han fatigado durante la noche por aquel maldito viento, y es justo que los comentaristas se
fatiguen un poco remando con sus doctas plumas.
Para Jesús, de todos modos, no existen problemas de geografía, sino deseo de soledad
y de oración. Por eso, se separa de ellos (v. 46), esto es, tanto de los discípulos como de la
gente.
«Al atardecer estaba la barca en medio del mar y él, solo, en tierra» (v. 47). Más que una
indicación geográfica, «en medio del mar» quiere subrayar la soledad de los discípulos,
quienes se sienten lejanos del Maestro, que quedó en tierra firme.
Lagrange dice que Jesús podía seguir desde la montaña -especialmente con la ayuda de
la luna- el caminar dificultoso de la barca, obstaculizada por el viento. Pero creo que vería
desde la oración. La oración representa un «punto de observación» privilegiado. La oración
permite ver a quien se encuentra en dificultades, y es el punto de partida más seguro para
acudir en socorro de los necesitados.
«Hacia la última parte de la noche...» (v. 48). Mc sigue la numeración romana, que dividía
la noche en cuatro «vigilias» (los hebreos en tres). Serían, pues, más de las tres de la
mañana (entre las tres y las seis).
«Soy-yo» YO-SOY
La aparición de Jesús que se acerca caminando sobre las aguas hace que los discípulos
llenos de miedo, griten ante el fantasma (v. 49).
Las palabras usadas y los sentimientos expresados en este encuentro calcan de un
modo bastante transparente las apariciones del resucitado.
Y es típica luego la expresión: «¡Animo!, que soy yo, no temáis» (v. 50). Haría falta
traducir literalmente «soy yo», palabra peculiar de revelación divina.
«Para Mc, es el ser divino de Jesús que se revela a través de esta narración: mientras
todo invita a creer que el Señor resucitado está ausente, su presencia se manifiesta,
turbadora e inesperada, en medio de las dificultades simbolizadas por el mar y el viento» (J.
Radermakers).
Jesús sube a la barca, cesa el viento, vuelve la calma (es el don de la «paz», traída por
Cristo), pero ellos continúan perturbados interiormente. En efecto, no habían captado el
significado de la multiplicación de los panes (v. 52).
Explica R. Schnackenburg: «Si los discípulos hubieran entendido lo que había sucedido
en aquel lugar desierto, se habrían dado cuenta también de la aparición de Jesús aquella
noche sobre el lago. Aquel que da generosamente la vida es el mismo que vence la muerte.
El que ha socorrido al pueblo en sus necesidades es el mismo que camina sobre las olas.
En el antiguo testamento se consideraba a las profundidades del agua como potencias del
mal... El caminar de Jesús sobre las olas del lago es una revelación de su poder divino; su
acercarse a los discípulos es una promesa de la protección divina y de la salvación. Lo que
él es para el pueblo quiere serlo y en mayor medida para sus discípulos: el salvador y
redentor».
Y G. Nolly: «Los discípulos, lentos para percibir la profundidad de los sucesos, no habían
salido todavía del atontamiento que les había causado la multiplicación de los panes; ésta,
en efecto, había aguijoneado su lentitud de comprensión (semíticamente "dureza de
corazón"), por lo que el segundo hecho extraordinario (Jesús que camina sobre el agua)
llega cuando aún no está asimilado el primero: Y de aquí el terror, propio de quien se
encuentra ante algo que no comprende, pero que ve bien que tiene orígenes superiores.
Mc, poniendo en evidencia la lentitud con que los discípulos llegaron a persuadirse del
poder divino de Jesús, garantiza que ellos no fueron engañados ni por el entusiasmo, ni por
prevenciones, ni por esquemas interiores aceptados y proyectados hacia la realidad
exterior.
«El martillear de los milagros sobre su inteligencia les hacía aún más confusos,
asustados: retenían de los milagros los elementos exteriores, pero no lograban aún llegar
hasta su íntima significación».
COR/DUREZA: Todo esto es llamado "dureza de corazón". Una enfermedad
diagnosticada con el nombre de «esclerocardia». Tendremos ocasión de describirla
comentando Mc 8, 17. Aquí será suficiente indicar que se trata, en realidad, de «ceguera
del espíritu». Una ceguera que no impide ver los acontecimientos, pero sí entender la
verdadera dimensión de los gestos hechos por Jesús, penetrar el significado profundo de lo
que pasa ante sus ojos, sobre todo de sacar las consecuencias respecto a la persona de
Cristo.
Para terminar, notemos que en el relato paralelo de Mateo se pone el acento, sobre todo,
en la barca en peligro, amenazada por la tempestad. Por lo que Jesús es presentado
esencialmente como el que salva, que impide a la barca y a sus ocupantes (¡«timonel» a la
cabeza!) ir a pique. Es un texto de carácter eclesiológico, más que otra cosa. La comunidad
de los creyentes puede contar con el poder del Señor.
Mc -el evangelista de las «epifanías secretas»-, por el contrario, atenúa mucho la
tempestad. Hay solamente una alusión al viento contrario. Un elemento de fastidio y de
cansancio, más que de peligro.
En su relato se pone en evidencia la manifestación teofánica del Señor que «pasa» cerca
de los suyo s, como en las manifestaciones de Dios en el Sinaí.
«Tomado por un fantasma, como en la resurrección, Jesús responde como entonces:
Soy yo. Los doce no comprenden el misterio que se les revela, están fuera de sí, porque
advierten el poder del supraterrestre. El Señor que ve en la noche está presente para
tranquilizar a los suyos.
«...En el caminar sobre las aguas, el Señor manifiesta su trascendencia a los doce, que
poco antes había enviado en misión. O sea, su manifestación caminando sobre las aguas
hay que ponerla en la perspectiva de los panes. Comprender el hecho de los panes,
significa entender el sentido de caminar sobre las aguas; con otras palabras, advertir la
presencia transcendente del Señor. ¿No se podía decir, que Mc, el único que entre los
evangelistas hace esta reflexión, sugiere también "a propósito de los panes", una presencia
transcendente del Señor glorificado? ¡Y los panes son entregados a los doce!» (A. M.
Denis).
PROVOCACIONES
1. Han discutido mucho. Pero no han agarrado la primera ligazón: «Viendo que ellos se
fatigaban remando... viene hacia ellos».
Jesús no se ha «cerrado» en la oración. No ha sacralizado el monte. Ha «salido» de su
soledad y ha bajado de las alturas de la contemplación, para venir al encuentro de los que
estaban atribulados.
Antes, la primera vez, eran los discípulos los que habían ido a molestarle, cuando él
había buscado la soledad.
Ahora es él quien interrumpe la oración para ir a buscarlos.
Extraño. Las pocas veces que Mc presenta a Jesús en una actitud contemplativa, habla
siempre de oración interrumpida, por una parte o por otra.
¿Acaso la oración no será cosa de «molestia», un buscarse, una serie de interrupciones
que garantizan la continuidad?
2. A costa de hacer horrorizar a alguien, tengo la impresión de que Jesús, esa vez, se
había distraído en la oración. En efecto, no perdía de vista aquella barca, allá abajo, en
medio del mar.
De esta oración me fío.
Esta es una oración que me hace sentir la seguridad.
(La suya, no la mía, por supuesto...)
3. Para mí está bien que tú quisieras «pasarles de largo». No sé por qué hacen tantas
retóricas al respecto.
También yo conozco, en mi navegación, el viento contrario y malo. Creo incluso ir hacia
adelante a fuerza de viento contrario. Sé lo que quiero decir tener las espaldas rotas por el
cansancio, los ojos quemados a fuerza de penetrar la oscuridad, el hielo de la soledad, el
rostro cortado por las cuchillas de la soledad, las falsas señales, la incertidumbre de la ruta.
CONFRONTACIONES
Puro e impuro
El lavarse las manos, que ha dado origen a la polémica, se coloca en la categoría de lo
puro y de lo impuro.
La pureza es la condición requerida para acercarse al santo que es Dios. Y afecta no sólo
a las personas, sino también a los animales y a las cosas.
Tengamos presente que estamos colocados en una dimensión de culto y sólo
secundariamente el concepto tendrá también una repercusión espiritual y moral.
Impuro es todo lo que no es santo, no propio de Dios.
Esto implica la concepción de una esfera de lo sagrado y de lo profano opuestos
rígidamente entre sí. Por lo que todo lo que entra en contacto con la divinidad, es liberado
del uso profano.
Las prescripciones tenían su origen en la convicción de que algunos fenómenos naturales
-especialmente lo que tenía relación con la vida sexual-, ciertas enfermedades
(particularmente la lepra) hacían impuras a las personas. Había también animales que eran
declarados inmundos y no se podían ni comer ni usar para los sacrificios. La impureza se
refería también a ciertos alimentos, por lo que eran numerosos los tabúes alimenticios.
El contacto con los cadáveres y las tumbas hacía impuros.
Existían varios grados de contaminación y consiguientemente las prácticas relativas de
purificación tenían formas y duración diversas (1).
Paradójicamente, la purificación no servía sólo para lavarse de la impureza contraída,
sino también para lavarse de un contagio sagrado. «El vaso de metal, en el que la carne del
sacrificio, cosa santísima había sido cocida, debe ser fregado y lavado con agua
abundante; si el vaso es de arcilla debe romperse; en el día de las expiaciones, el sumo
sacerdote que ha entrado en el Santo de los Santos debe cambiarse de vestidos y bañarse;
el hombre que ha llevado el macho cabrío al desierto, y quien ha quemado las víctimas
ofrecidas en sacrificio por el pecado deben lavar sus vestidos y bañarse... La guerra santa
"santifica" a los que han participado en ella y el botín de que se apoderan, y el retorno al
estado normal exige una desconsagración...». También las sagradas Escrituras «manchan»
las manos y, por tanto, hacen necesaria la ablución después de usarlas.
«En la distinción veterotestamentaria entre puro e impuro no se trata, de ninguna manera,
de una ley solamente exterior, sino más bien de una lucha dinámica de la religión de Yahvé
contra los frentes siempre nuevos en el interior del mundo cultual que rodea a Israel. Con
otras palabras, esta (ley) intenta hacer prevalecer, también en referencia a las cosas, la
"voluntad inmanente" de Yahvé, quien en absoluto puede contentarse con un culto
solamente interior» .
En el judaísmo tardío la preocupación de la pureza cultual ha tomado formas hasta
grotescas. Se decía, por ejemplo, que un fariseo se hacía impuro incluso tocando
solamente el vestido de un aldeano, que no supiese leer la thorá.
La forma más común de purificación consistía en lavarse las manos antes de las
comidas. Una inmersión completa se hacía necesaria, cuando uno volvía del mercado,
porque en aquel ambiente se podía haber estado con paganos.
Antiguamente las prescripciones para la ablución de las manos afectaban sólo a los
sacerdotes y a los agregados al culto. Pero poco a poco se extendió también a los laicos,
especialmente después que se introdujo para cada comida la oración de bendición, gracias
a la cual el tomar alimento se convertía así en un acto religioso de culto.
F. Belo (2) sostiene que el sistema de puro e impuro es tardío respecto a un sistema
precedente que él define del don y del débito (ofensa).
Los dos se articulan en torno a tres centros: la mesa del israelita, su casa (en el sentido
de la familia y del clan), y el templo.
El sistema del puro y del impuro parte de una concepción mágica de la participación de
los hombres en las fuerzas de la naturaleza, de donde manan la vida y la muerte. Por lo que
es impuro todo lo que, de alguna manera, esté en relación con la muerte.
El sistema del don y del débito (ofensa), por el contrario, se mueve desde una
concepción que ve la tierra como lugar de los hombres y el cielo como lugar de Dios, del
que provienen sus dones, especialmente el sol y la lluvia. «Dios da la lluvia y fecunda los
campos y los animales, por consiguiente el hombre israelita debe dar a quien no tiene;
como Dios le sacia a él, él debe alimentar a su prójimo. O sea, el sistema don/débito
(ofensa) regula la sociedad israelita, y el que recibe como don la abundancia en su mesa y
en su "casa", debe dar, compartir con quien está privado de abundancia. Recibe por una
parte, y da por otra...».
Amar significa dar. Por lo que matar, robar, engañar, explotar, significa estar en deuda, y
consiguientemente perdido, maldito.
Mientras que el dar es fuente de bendición y de justicia social, el acaparar excluyendo a
los otros, es más, quitando a los otros aquello de lo que tienen necesidad para vivir, es
pecado, débito, ofensa.
El comportamiento inspirado en el sistema puro e impuro está conducido por
prohibiciones y preceptos rituales.
El comportamiento inspirado en el sistema don/débito (ofensa) viene conducido por
prohibiciones y preceptos que tienen como fin promover el don, la repartición, e impedir la
violencia, la agresión, el egoísmo.
El primero es conservador, por naturaleza. El segundo tiende a impedir cualquier
explotación del hombre por el hombre.
Es necesario todavía advertir, según F. Belo, que el sistema del don/débito fue elaborado
por tribus nómadas de pastores y tenía como fin «una participación permanente» que
evitase la existencia de ricos y pobres («...con el fin de que no haya ningún pobre junto a ti,
oh Israel», Dt 15, 4).
Sucesivamente, a nivel legislativo, por obra especialmente de los sacerdotes, se crearía
el sistema de la impureza, estrechamente ligado al culto, y que terminaría por sofocar al
otro que tendía a la igualdad social, hecha de solidaridad. Sería típico en este sentido el
libro del Levítico.
Siguiendo aún a F. Belo vemos cómo sostiene que, contra este proceder del sistema de
la impureza -funcional para las clases dominantes-, levantaron la voz los profetas y el
mismo Jesús.
Se trata, naturalmente, de una hipótesis.
Corbán, o sea una ofrenda hecha a sí mismos...
Corbán se podría traducir por don. Era una especie de voto con el que se consagraban a
Dios los bienes propios que, así, se hacían "intocables".
Se convertirá en un modo aprobado para retener para sí con las uñas los así llamados
dones. Con el tiempo, en efecto la seriedad de la intención inicial de la práctica se convirtió
en expediente para defender los propios bienes.
Por ejemplo, en una tumba del s. I a. C., se halló esta inscripción: "Todo lo que uno
pueda encontrar para su provecho en esta urna funeraria es corbán para Dios, y de parte
de quien está dentro".
Los hebreos habían tomado la costumbre de usar juramentos incluyendo el corbán (o los
diversos subtítulos: konam, konah, konas) para vincularse en una especie de compromiso
sagrado, impidiéndose el uso de alguna cosa.
Así, uno podía decir: «¡konam! si yo pruebo en el futuro alimento cocido». O también:
«¡konam! si mi mujer goza a causa mía, porque me ha robado la cartera...».
Poco a poco el corbán se había desfigurado convirtiéndose en un voto de rechazo de
algo a alguien. Más que una cosa "cercana" a Dios (según el significado original del
término) era una cosa «alejada» de los otros. Era una privación, ¡pero que debían hacer los
otros! Se trataba, en concreto, de un voto contra alguien. Ni Dios ni el templo conseguían
alguna ventaja de esto.
El colmo del descaro se alcanzaba cuando, a través del corbán -y es el caso-límite citado
por Jesús- se dispensaban del mandamiento de Dios que imponía honrar (o sea mantener,
asistir) a los padres.
Explica Schmid: «...Un hijo, que hubiera tenido ojeriza a sus padres o hubiese sido un
ávido egoísta, podía declarar que cualquier servicio que sus padres le pedían, debía ser
para ellos como una ofrenda (corbán).
«Así la dureza de corazón, o la ingratitud, podían ponerse la máscara del temor de Dios:
a los padres se les privaba para siempre de cualquier derecho de asistencia por parte del
hijo, porque estaba prohibido a cualquier persona sacar algún provecho de una ofrenda
sacrificial o votiva para el templo. En base a esta doctrina rabínica, el hijo podía dejar en la
más cruda miseria a sus padres confiados a su cuidado, sin tener que dar al templo ni
siquiera algo de su patrimonio o de sus entradas».
La casuística rabínica se encarga después de barrer los expedientes para «liberar» del
vínculo del corbán. Así, cuando los viejos, hacia los que había un compromiso de
no-asistencia (!), habían llegado a una situación de hambre, se podía proveer... a través de
terceros. Se daba algo a un extraño a la familia, que se encargaba de entregarlo a los
padres en la miseria. Una obra maestra de hipocresía y de complicación legalista.
No se sabe si estas sutilezas existían en tiempo de Jesús. Queda el hecho fundamental,
de una tradición humana que, además de eludir las exigencias de Dios, sirve de
«cobertura» al más crudo egoísmo.
Queda la torsión de una práctica religiosa que se convierte en pretexto para sustraerse a
las obligaciones más elementales y se resuelve en una «consagración» de los propios
intereses.
¿Fariseos o fariseísmo?
El nombre indica «los separados», o sea los santos, la verdadera comunidad de Israel.
Son los «observantes» de la ley por excelencia.
Si son «separados», no olvidemos que su intento es el de «separarse» antes de nada del
pecado. Estos individuos, en realidad, se distinguen por el rigor de su práctica religiosa.
Debemos estar atentos para no caer en fáciles simplificaciones e injustas
generalizaciones respecto a los fariseos (3).
Existían, sin duda, fariseos que merecían el título de hipócritas. Pero había también otros
animados por la rectitud y cuya práctica derivaba de una auténtica interioridad.
No olvidemos que han existido fariseos que invitaron a Jesús a comer. Y algunos
intentaron salvarlo de las manos de Herodes (Lc 13. 31).
El evangelio, a veces, presenta una imagen un poco caricaturesca de los fariseos, sobre
todo por exigencias pedagógicas. Se trata de poner en guardia contra una «lógica
religiosa» (para usar la expresión de B. Maggioni), o contra una enfermedad del espíritu
que puede brotar en cualquier parte.
El evangelio más que tomársela con cada uno de los fariseos, se muestra muy duro
contra el fariseísmo, o sea -como dice X. L. Dufour- condena «el peligro permanente que
amenaza a cada espíritu religioso, cuando condiciona la propia búsqueda de Dios a una
práctica de la ley».
Schnackenburg bosqueja este retrato: «El intento farisaico de una observancia exterior
de la ley, constituye en cada época un peligro para un cierto tipo de personas "religiosas",
que como consecuencia de esto se consideran mejores que los demás, faltando al amor al
prójimo y haciéndose duros de corazón y orgullosos. Estos olvidan muy fácilmente que
también ellos tienen necesidad de la misericordia divina. Allí donde el legalismo
(observancia literal de la ley) se instaura y da el brazo a la humana complacencia de sí
mismo, sale esa especie de caricatura que es precisamente el "fariseo"».
O sea, las señales exteriores del fariseo, enfermo de fariseísmo, son: observancia
exterior, complacencia, seguridad que se deriva de las propias virtudes y aportaciones
onerosas, facilidad para juzgar y despreciar a los demás.
Tengamos, finalmente, presente, para comprender el alcance de la discusión en la que
se ha comprometido Jesús, que los escribas y los fariseos -en oposición a los saduceos,
defensores acérrimos y «conservadores» de la sola ley escrita- afirmaban la validez incluso
de la ley no escrita, o sea de la tradición de los antiguos, que ellos hacían llegar igualmente
hasta Moisés y hasta la revelación divina. Por lo cual los preceptos transmitidos por la
tradición oral (4) -en una especie de cadena ininterrumpida, de generación en generación-
era considerada tan sagrada y obligatoria como la ley escrita.
PROVOCACIONES
1. Me asalta la duda de que los fariseos la tomen con los discípulos porque representan
un blanco más fácil. No tienen el coraje de enfrentarse con la gente.
Pero las informaciones que han recogido, a mi parecer, afectan a un fenómeno mucho
más amplio. Sí. ¡Los cinco mil hombres en el desierto han comido el pan sin lavarse las
manos!
La postura farisaica es típica de una cierta mentalidad incapaz de alegrarse viendo una
multitud saciada, pero que tiene el coraje de entristecerse porque no han sido observadas
las normas.
Cierto tipo de gente no tendría nada que decir por el hecho de que los hombres mueran
de hambre. Con tal de tener las manos limpias.
7. Los fariseos creen que honran a Dios pero, en realidad, es precisamente su postura la
que los aleja de Dios. Sus observancias, en el fondo, valen para defenderles de Dios.
Dice muy bien B. Maggioni: «El legalismo farisaico nace de una incomprensión de Dios y
ofrece una razón para refutarlo: representó un motivo para refutar a Jesús».
Si ciertas personas que mezclan con desenvoltura -quiero decir sin pudor- a Dios en
ciertos asuntos, haciendo referencia continuamente a su voluntad, y que confunden los
propios "estrépitos" con la palabra de Dios, y la propia cabeza con su misterio, cayeran en
la cuenta de que él en ciertas cosas no entra para nada...
8. Jesús suministra un elenco de doce productos deteriorados que salen del corazón del
hombre.
Pero esa fábrica, no lo olvidemos, puede producir también cosas bellas.
Y me parece significativo que estas ultimas no se enumeren.
Puede darse un catálogo de vicios.
Pero las cosas buenas y limpias no pueden clasificarse. Debe quedar un espacio para
las novedades, para los descubrimientos. Existe siempre un margen enorme concedido a la
inventiva.
El pecado es viejo, repetitivo. No se inventa nada en este terreno. Como mucho existen
variaciones puestas al día sobre el mismo tema; o sobre pocos temas; modernizaciones,
adaptaciones de productos tan antiguos como el mundo. La manzana, en el fondo, es
siempre la misma.
Sólo en la bondad es posible la creación de algo verdaderamente nuevo e insospechado.
Sólo en este campo son posibles los descubrimientos, las sorpresas, los inventos más
sensacionales, las cosas más increíbles.
El hombre, en el campo del mal, se mueve en un espacio restringido. Está atado a un
guión casi obligatorio, sus gestos están muy previstos. En el pecado no existe mucho
espacio para la fantasía.
Las posibilidades del hombre se manifiestan únicamente en el bien. En el bien, en la
verdad, en la belleza es donde el hombre es auténticamente creador.
Del lado del mal, pueden venir sorpresas solamente a nivel cuantitativo.
Pero en la otra dirección se puede esperar de todo.
CONFRONTACIONES
Falso conformismo
Jesús, haciéndose eco de la gran tradición profética, opone al conformismo falso la
adhesión genuina a la voluntad de Dios; ésta nace del corazón, esto es, del centro de la
personalidad, donde maduran las elecciones libres y conscientes, el primero procede de la
presión externa de los modelos sociales que explotan el miedo del individuo.
El comportamiento consecuente a la presión social es la hipocresía: la acomodación
externa y estereotipada a la norma. Pero no existe una hipocresía sutil y más peligrosa que
la generada por el equívoco y por la manipulación religiosa, que hace pasar un modelo
social como si fuera voluntad de Dios. En este caso se instrumentaliza la voluntad de Dios
mediante un control de los mecanismos humanos de reacción (R. Fabris, o. c.).
El corazón en orden
Con esta pequeña parábola Jesús afirma la moral del corazón, no sólo de las acciones.
Es el hombre el que debe estar en orden: solamente de un hombre ordenado proceden
acciones morales. Es un reclamo para la recta intención. El corazón puede estar en
desorden y en ese caso ciega. Es necesario entonces un constante esfuerzo de
purificación.
El primer deber de conciencia para Jesús es el de tener limpia la conciencia, antes aún
de seguirla.
No se trata sólo de hacer las cosas de corazón (contra el formalismo, sino de hacer
cosas que provienen de un corazón recto).
Aquí está el punto. Para Jesús el corazón debe estar limpio porque debe estar preparado
para acoger la voluntad de Dios: voluntad que no es siempre letra escrita, que no es
repetitiva. No basta superar las hipocresías y el formalismo, y la interiorización no va
solamente en el sentido de la sinceridad.
Como también sería empobrecer la enseñanza de Jesús si la redujésemos a un simple
reclamo al coraje, esto es a la disponibilidad entendida como capacidad de poner en
práctica las normas dadas, cueste lo que cueste. El corazón recto, de que habla Jesús, no
está sólo hecho de coraje, fidelidad y buena memoria. Está hecho de disponibilidad,
entendiendo con esto libertad e intuición. Se trata de crear una situación interior capaz de
conocer a Dios, al Dios verdadero, capaz de leer de nuevo la voluntad de Dios.
El corazón es el lugar donde Dios se revela, no simplemente donde se percibe la
obligatoriedad de un esquema ya existente y donde se encuentra el coraje de repetirlo
(Ibid.).
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5. 8).
Reproches diversos
En la página que hemos leído están sobreentendidos varios reproches: la confusión entre
el rigorismo minucioso en la observancia de la moral y la fidelidad de Dios (la minuciosidad
no es siempre signo de fidelidad); la cavilación en la interpretación de los deberes morales
(es este un defecto que lleva a dos peligros: hace complicada, sobre todo para las
personas sencillas, la observancia de la ley; enseña, y esto sobre todo para los listillos, a
poner en paz la conciencia salvando el esquema de la ley y traicionando su sustancia).
El conjunto del evangelio pone de relieve un tercer peligro: la confianza en las propias
observancias antes que en el amor de Dios que gratuitamente nos alcanza. Por todo esto el
evangelio asume un doble quehacer: destacar el centro de la ley (la caridad) y considerar la
obediencia del hombre a la ley como respuesta al gesto salvífico y gratuito de Dios (Ibid.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 343-356)
.....................
1) La que ha dado a luz es impura durante cuarenta días después del nacimiento de un niño, durante ochenta
días después del nacimiento de una niña. La impureza contraída por el contacto con un cadáver hacía
impuros durante siete días y afectaba a todos los presentes e incluso a los recipientes abiertos. La
purificación resultaba bastante complicada, y debía hacerse con agua lustral en la que se mezclaban las
cenizas de una vaca de pelo rojo, sin defecto, y que no hubiese sido uncida al yugo.
2) Lectura materialista del evangelio de Marcos, Estella 1975; una síntesis de su pensamiento y de sus
hipótesis se puede encontrar en el volumen Lectura política del evangelio, Madrid 1975.
3) Para un estudio serio de este complejo fenómeno. cf. sobre todo J. Jeremías, Jerusalén en tiempos de
Jesús, Madrid 1977.
4) Que más tarde se pondría por escrito, hacia finales del siglo II d. C., en la mishná.
PROVOCACIONES
1. Puede ser que Jesús fuera a la región de Tiro para «apartarse» (desde la vuelta de los
discípulos no lo ha conseguido).
Pero pienso que ha sido sobre todo la discusión con los fariseos lo que le ha decidido.
Esas son las cosas que acaban con una persona, que la vacían literalmente, que hacen
sentir la necesidad urgente de cambiar de aires.
Jesús, cuando está empachado de minucias legalistas, marcha a otra parte...
Cuando se hace problema de reglamentos, se razona en términos jurídicos, él no está.
Prefiere pasar a otro lugar, entre los paganos, más que permanecer en éste discutiendo
indefinidamente acerca de «nuestras cosas».
Donde las «observancias exteriores» se convierten en la preocupación principal, Jesús
sabe que allí no se puede esperar nada bueno.
Aquí, implicado en disputas mezquinas, escucha siempre los discursos habituales.
En territorio pagano tiene la posibilidad de oír, de labios de una mujer, una palabra
nueva.
2. La insistencia en el tema del pan destinado a los hijos deja adivinar que las primeras
comunidades cristianas son sensibles a la cuestión de la participación a la mesa. Constituía
un motivo de notable fricción entre mentalidades opuestas.
Se diría que el caso no está totalmente resuelto ni siquiera hoy, en ciertos ambientes,
donde se prefiere dar dinero a compartir la mesa, donde se practica la limosna -y quizás un
«tratamiento» con todos los respetos- pero no la hospitalidad, donde no se permite que a
una persona le falte algo, pero a quien se niega el don esencial: hacer que se sienta como
en casa.
Con el agravante de que, en aquel tiempo, se trataba de relaciones entre paganos y
cristianos, mientras que hoy el problema afecta a personas de la misma fe. Y es algo que
de verdad desanima.
No queda sino esperar a que las comunidades cristianas caigan en la cuenta de que la
línea evangélica (la única que define a una comunidad como cristiana) pasa a través del
pan.
Un pan ofrecido aparte a los de fuera no es ya un pan ofrecido sino rechazado. Por
mucho que desagrade, es necesario tener el coraje de reconocer que se da también este
sacramento negativo, al que se acercan muchas personas religiosas: el rechazo de la
comunión.
Hay algo peor que la soledad. Y es el permanecer «entre nosotros» .
3. «Por lo que has dicho...» Entre mis innumerables vicios, no existe la envidia (al menos,
eso me parece). Pero, aquí, no puedo por menos de envidiar a aquella mujer.
Qué daría yo por oír decir algo semejante: «por lo que has dicho...».
El Señor oye muchas palabras mías, incluso excesivas. Quién sabe si al menos una vez,
en medio del montón de mis plegarias charloteadas, el Señor logra descubrir una palabra.
La que le interesa. La que no ha oído nunca. Después de la cual, puedo volver a casa
seguro.
Mis oraciones, con excesiva frecuencia, son peleas que no conducen a nada, grandes
maniobras verbales. Jesús prefiere una oración que sea lucha. Y no desea otra cosa mejor
que quedar vencido. Por una palabra...
4. La mujer siro-fenicia ha sido habilísima.
Ha dado la razón a Jesús. Pero ha logrado traer el argumento a su favor.
«Sí, Señor, pero...». Con aquel "pero" ha tomado al Maestro por la palabra y le ha llevado
a su campo. Le ha arrancado de los hijos, para interesarle por los «cachorros».
A ella le venía muy bien el ejemplo de los perros. No se sentía ofendida en absoluto por
la cercanía. En el fondo, aquella era su arma, y se la había puesto al alcance de la mano
precisamente el adversario.
Precisamente. Yo no pretendo el pan de los hijos. Pretendo las sobras que tocan a los
cachorros.
Quizás esta mujer tiene algo que enseñar a todos, incluso a los maestros de oración más
acreditados.
La oración, en el fondo, consiste en dar la razón al Señor. Y cuando él tiene razón,
cuando estamos de acuerdo con él, nosotros somos los que ganamos.
Cierto, Señor, soy un desgraciado. ¿Pero tu gracia no está destinada precisamente a
aquellos que están desprovistos de ella?
Cierto, soy un pecador. Pero tu perdón no es para ti, debes darlo por fuerza a quien tiene
necesidad de él.
Cierto, Señor, no hago nada bueno. Pero lo importante es que tú hagas algo bueno por
mí (y mi ineptitud, que no me cuesta reconocer, impide que pueda existir confusión en la
atribución de los méritos).
Mira, Señor, conmigo tienes todas las de perder al tener razón...
CONFRONTACIONES
PROVOCACIONES
2. «Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos...».
Para hacer hoy todo bien, sería necesario que Jesús modificase ligeramente el milagro e
hiciese hablar a los que no son sordos, y solamente a éstos.
Tengo la impresión, en efecto, de que hay muy pocos mudos en relación a tantos sordos.
Quiero decir: si hablasen solamente quienes son capaces de escuchar, ganarían con ello
tanto la palabra como el silencio.
CONFRONTACIONES
Reencontrada la alabanza
Me parece evidente que Mc, con esta curación, quiere decir algo más que narrar el
simple hecho de otro enfermo curado. Se trata una vez más de una curación hecha en un
país pagano. Este sordomudo le debe haber parecido a Mc, en su sufrimiento, como el
típico representante del paganismo, sordo respecto a Dios e incapaz de alabarlo. Y he aquí
el gran milagro: el poder liberador de la palabra rompe la sordera espiritual, y la lengua se
mueve en alabanza a Dios.
La expresión: «hablaba correctamente», va más allá del hecho que el hombre
pronunciase bien, e indica la renovación del cuerpo y del alma de la humanidad sin Dios (G.
Dehn, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 364-368)
Mc 6, 30-44 Mc 8, 1-10
¿Cuántos panes tenéis? (v. 38). ¿Cuántos panes tenéis? (v. 5).
Mandato a la multitud
El milagro no se describe
Y él, tomó los cinco panes y los Y tomando los siete panes y
dos peces, y levantando los ojos dando gracias, los partió e iba
al cielo, pronunció la bendi- dándolos a sus discípulos para
ción, partió los panes y los iba que los sirvieran (v. 6).
dando a los discípulos para que
se los fueran sirviendo (v. 41)
La multitud saciada
Comieron todos hasta saciarse (v. 42). Comieron y se saciaron (v. 8).
Los que comieron los panes Fueron unos cuatro mil (v. 9).
fueron cinco mil hombres (v. 44).
Curación del sordomudo (7, 31-37). Curación del ciego (8, 22-26).
Conclusión
Se puede, pues, afirmar, con razones válidas, que sólo hubo una multiplicación de los
panes. Acerca de este hecho histórico único, las primeras comunidades desarrollaron una
interpretación propia en base a exigencias específicas. Algunos detalles de la narración
fueron acentuados o también atenuados según la perspectiva en que se colocaba la
comunidad palestina o la griega.
Si estuviésemos frente a un segundo milagro, entonces la torpeza de los discípulos
alcanzaría cotas... difamatorias.
En suma, no tendría sentido la pregunta: «¿Cómo podrá alguien saciar de pan a estos
aquí en el desierto?» (v. 4), si hubiesen sido espectadores de un milagro precedente. De lo
contrario habría que tenerles por enfermos de algo, que es más que una simple «dureza de
corazón»...
PROVOCACIONES
Dicen que por el gran pueblo que es el mundo circula una palabra milagrosa: progreso.
Pero que los pobres aún no han aprendido a llenar su estómago con esta palabra de alto
contenido nutritivo.
Señor, ¿te importará dejar el desierto y venir a dar un vistazo a este gran pueblo?
Llegarás de prisa, pero es probable que te haga entretener algo más de tres días.
Te advierto que no deberá sorprenderte si alguno de nosotros enviado a hacer el
inventario de las provisiones, tiene que ir derecho y corriendo a las casas de los pobres...
Qué quieres, es la costumbre. La costumbre del progreso.
CONFRONTACIONES
Libertad de la tradición
Se puede pensar que Mc ha registrado las dos tradiciones en un solo milagro de los
panes, insertándole en el cuadro general de la sección de los panes. Así, el segundo
milagro se conecta muy bien con la perspectiva de la llamada de los paganos a la salvación:
con el principio nuevo acerca de la pureza Jesús elimina la separación entre paganos y
judíos, con los dos milagros en territorio pagano anticipa la admisión de éstos a la salvación;
y finalmente con el banquete mesiánico en el desierto acoge a los paganos venidos de lejos
en la plena comunidad de la mesa...
...Esta libertad de la tradición y de los evangelistas respecto al material evangélico puede
desconcertar sólo a quien considera los gestos y las palabras de Jesús objeto de análisis
histórico y de investigación lingüística. Pero donde la persona de Jesús, su persona y
enseñanza no están embalsamados, sino que son fundamento y alma para la vida de una
comunidad, allí sus palabras y sus gestos asumen el calor y la tonalidad de la vida de cada
día con sus problemas, tensiones y esperanzas.
Sólo con esta condición, la fidelidad a Jesús es fidelidad al viviente que anuncia el
evangelio, la alegre noticia actual para todos los hombres (R. Fabris, o. c.).
La parodia de la Eucaristía
No podemos hablar ni de unión ni de reconciliación si no arreglamos las cuentas con las
cosas.
La sociedad de consumo es una eucaristía al revés, es una parodia de la Eucaristía: es la
exaltación de una comunión, de un encuentro obtenido con el estropicio de los productos,
con la violación de su uso. Las cosas ya no sirven para la necesidad, sino para el lucro y
consiguientemente para oprimir, para excavar zanjas, para dividir cada vez más. Aquella
inocente botella de coñac que es presentada en un fulgor de rayos, como una custodia,
rodeada de una comunidad feliz, es la imagen más directa de esta parodia eucarística.
...Si nosotros los católicos tuviéramos claro el significado de la Eucaristía, sería suficiente
para juzgar la trágica farsa de la sociedad de consumo...
...No hemos asimilado a fondo el discurso de la comunión.
...Nos han ofrecido medidas e instrumentos de crítica inadecuados para poner en juego
los verdaderos valores y los verdaderos males de la sociedad. Somos evangelizadores, y
evangelizar significa resanar el mundo, liberarlo de lo que lo oprime y lo hace triste,
doloroso. Pero no sabemos qué es lo que le hace triste; y somos los primeros en aceptar lo
que hace triste al mundo (A. Paoli, Camminando s'apre cammino, Torino 31978).
.....................
1) Hay que tener presente que los confines de Galilea, cuando Mc escribe, no eran ya los mismos que
en tiempos de Jesús. Especialmente si se coloca la redacción de este evangelio después del 70. Así, a
consecuencia de la insurrección judía, saltan las antiguas divisiones políticas y los romanos agrupan las
diversas regiones en una única provincia de Siria-Palestina. He aquí, pues, que Mc pasa del antiguo
concepto geográfico de Galilea (dividida en territorios bajo la jurisdicción de Herodes Antipas y de Filipos)
al concepto teológico de la Galilea de las naciones.
(·PRONZATO-3/1.Págs. 370-380)
34 - LOS FARISEOS PIDEN UNA SEÑAL
Mc/08/11-13 Mt/12/38-39 Mt/16/01-04 Lc/11/16/29-32 Jn/06/30
La libertad de Dios
El tema dominante del relato (según algunos sería un apotegma) es la ceguera de los
hombres. Y su pretensión de someter a Jesús y su mensaje al examen de los signos.
El v. 12, que expresa el rotundo rechazo de Jesús, es ante todo restituido a su dureza
original. La traducción literal, en efecto, suena así: «en verdad os digo, si a esta generación
no le será dado un signo...».
G. Nolli explica: «El "si" equivale al hebreo "im", semitismo que sobreentiende una
imprecación: "(Podría morirme) si diera una señal". Equivale a una negación absoluta y se
usa con sentido negativo, en todo el nuevo testamento, solamente en este pasaje; en los
otros casos vale para afirmar». La expresión «esta generación» es considerada como
ofensiva en el antiguo testamento y en la literatura rabínica. «Caracteriza el conjunto de
aquellos que se rebelan contra la revelación divina» (Lohmeyer).
Como es habitual, no se dice de dónde vienen los fariseos. Normalmente, en el evangelio
de Mc, «se presentan», aparecen de improviso. Sobre todo cuando se trata de discutir o
polemizar sobre algo.
Pero aquí más que entablar una polémica acerca de un tema específico o sobre un
incidente, adelantan una pregunta, frente a la cual Jesús puede decir simplemente sí o no.
J/TENTACIONES: Tengamos presente que la palabra «señal» quiere decir sello, o
también «contrasigno que distingue exteriormente».
Comenta ·Schweizer-E: «No se trata de un problema particular. Sino del problema de
fondo: qué es la fe. 'Cielo" podría ser una perífrasis de Dios, pero es más probable que se
aluda a una señal que no había podido ser dada por un taumaturgo cualquiera: quizás un
milagro cósmico, de naturaleza apocalíptica.
«Una petición de esta especie es una "tentación". Es verdad que Mc precisamente es
quien subraya con trazos vigorosos la concreción del hacer de Dios; pero él sabe que
cuando se pide la señal, cuando, en una palabra, la fe termina por depender de una
demostración visible, se sitúa en el camino equivocado. En este caso la fe no sería más que
una deducción lógica, a la que podría llegarse incluso sin compromiso personal.
«La palabra original de Jesús es una advertencia para no hacerse a priori una imagen de
Dios sobre la cual se mida la acción divina para después decidir, en base a tal medición, si
aquí Dios efectivamente está actuando o no, antes de ponerse de su lado.
«La comunidad que ha relacionado esta palabra con la narración de la multiplicación de
los panes, ha querido hacer una distinción entre una señal libremente dada por Dios, capaz
de cuestionar al hombre y fortificar al hombre, y una señal pretendida por el hombre, que
destruye la fe».
Creo que es uno de los análisis más lúcidos y profundos de la perícopa en cuestión.
Y ·Fabris-R dice: «Por parte de los fariseos está la pretensión de basar la fe en la
demostración evidente y controlable de Dios, sin correr el riesgo del compromiso personal.
Desde una postura de espectadores y controladores neutros y distantes, son capaces de
establecer lo que es señal o no de la presencia de Dios.
«Esto significa reducir la libertad de Dios dentro de los límites de los propios prejuicios,
de los propios esquemas subjetivos. En tales condiciones ya no hay espacio ni para la
libertad humana ni para la experiencia genuina de la fe. La fe es el cotejo más serio de Dios
con el hombre, como sucedió en el caso de Jesús.
«El rechazo de Jesús de instrumentalizar la libertad de Dios en favor de quien tiene
miedo a vivir en el riesgo de la libertad, es el rechazo a vender a buen precio la libertad del
hombre».
No es casual que Mc no describa las tentaciones de Jesús al principio de su ministerio,
habla de tentación (v. 11) a propósito de esta petición de los fariseos. «Es la invitación
engañosa, en nombre de una presunta seriedad religiosa, a recorrer el camino del
mesianismo espectacular» (R. Fabris).
Dentro de poco Jesús indicará, sin posibilidad de equívocos, cuál es el camino
completamente opuesto a la espectacularidad y al triunfo que pretende recorrer hasta el
fondo. Y entonces «aparecerá» Pedro intentando impedírselo. Y será tratado,
precisamente, de «tentador».
Las tentaciones de Jesús, pues, en el evangelio de Mc no constituyen un episodio inicial
circunscrito, sino que se desarrollan y manifiestan y se entremezclan dramáticamente en su
itinerario, con la pretensión de modificarlo sustancialmente y trastocar su sentido.
Este es el núcleo fundamental de la discusión.
Pero debemos tener también presentes algunos detalles del texto que Mc presenta.
«Dando un profundo gemido...» (v. 12). La expresión denota una emoción intensa, con
una mezcla de amargura, indignación, doloroso estupor, cansancio.
También la postura final expresada por el verbo «dejándolos» es más bien descortés.
Jesús les deja plantados, sin excesivos cumplidos. Les abandona a su curiosidad, a su
indiscreta pretensión de controlar sus credenciales a través del sello de algo espectacular.
El toma las distancias de esta gente que pide pruebas exteriores.
La barca que pasa a la orilla opuesta indica que Jesús no está dispuesto de ninguna
manera a fomentar los equívocos, a comprar la adhesión de los hombres, complaciéndoles
en sus manías sensacionalistas, y saliendo a su encuentro por el camino de la facilidad.
Es posible alcanzarlo, en la otra orilla, si se abandonan las seguridades de la tierra firme,
afrontando el riesgo de la fe.
PROVOCACIONES
1. La pena es que los fariseos de siempre también exigen «pruebas» de los otros.
No caen en la cuenta, ante todo, de que la libertad de Dios y la libertad del hombre van a
la par.
Si Dios les complaciese -según sus pretensiones- violaría la libertad de los hombres;
condición indispensable para una relación de fe y de amor con él.
No. Estos atentan con desenvoltura contra la libertad de Dios, con la pretensión de
imponerle los modos de manifestación.
Y, de la misma manera, se comportan con los demás. Pretenden «signos» de fidelidad,
de religiosidad, de autenticidad cristiana. Los signos que ellos llevan en la cabeza,
entiéndase bien.
Esa gente es de la que quisiera someter a todos a examen. Y pobre de él si da una
respuesta que no está contenida en sus manuales. Se le suspende inexorablemente.
O se responde en base a las fórmulas codificadas por ellos, o no hay nada que hacer.
Indiscretos con Dios, indiscretos con los hombres.
Dispuestos a medir todo con su metro, frecuentemente mezquino y ridículo.
Uno puede incluso hacer milagros. Pero si no son los autorizados por ellos (casi siempre
milagros de... pequeñez y de comportamientos formales), no supera los exámenes.
Pero hay que decir que precisamente ellos quedan suspendidos en el examen de fe y en
la prueba del amor.
2. Pero han tenido el signo. Cuando Jesús les ha dejado. También la ausencia puede ser
significativa.
La barca que se aleja, que se dirige a otro lugar, era la señal que deberían haber leído.
Jesús les hacía la señal para que abandonaran sus seguridades y subieran a la barca
con él, afrontando la aventura del seguimiento.
Parece que éstos solamente están dispuestos a creer -o sea a fiarse de Jesús- cuando
se verifica una señal a su favor.
FE/MILAGROS MIGROS/FE Jesús, sin embargo, considera la fe como condición para
entender los signos.
Todo el equívoco está aquí: la fe no puede depender de los milagros. Son los milagros
los que dependen de la fe.
Sin fe, los signos no dicen nada.
Y además, qué pretensiones. No es el hombre quien tiene que dictar a Dios las
condiciones. En todo caso al contrario.
Los fariseos solamente estarían dispuestos a fiarse de Jesús después de un cuidadoso
control de sus documentos de identidad.
La desgracia (o la suerte) es que Jesús no tiene los papeles en conformidad con sus
expectativas, con su mentalidad. No está en disposición de presentar el certificado de
buena conducta de Mesías que ellos exigen en base a sus esquemas.
No. Jesús no presenta los documentos a los fariseos. No los tiene. Los ha dejado en el
cielo. A propósito. Circula aquí abajo de incógnito, como un cualquiera. Es el clandestino
por excelencia.
Cuando le piden «probar» su proveniencia, prefiere irse a otra parte.
Quizás encuentre a alguien con quien intercambiar una señal de entendimiento.
3. Jesús nos ha asegurado que tendremos siempre signos. Nos ha garantizado que
jamás faltará su presencia.
Su persona es el signo fundamental.
Si él está, todo se hace signo.
Comenzando por el pan.
CONFRONTACIONES
No es un descuido
Se tiene la impresión de que Mc, de repente, suspende o modera notablemente la
narración de los hechos, que en él habitualmente tienen un ritmo apremiante, para acentuar
el elemento didáctico.
Como si los intereses catequéticos se sobrepusieran y prevalecieran sobre los narrativos.
En suma, una pausa de reflexión y verificación. Es inútil acumular hechos, si éstos no son
digeridos, asimilados a través de la percepción de su significado profundo.
Examinemos, pues, este paréntesis, de ruda pedagogía.
Hecho precedente. Los discípulos, una vez en la barca, caen en la cuenta de que no
tienen pan suficiente a causa de un olvido suyo.
Y el detalle, molesto, es advertido y se hace presente ante todos, convirtiéndose en
motivo de discusión.
Ellos son los encargados del avituallamiento, como de todas las cosas materiales.
Quizás se echan la culpa unos a otros. ¿A quién tocaba? ¿Y cómo se puede remediar?
Algunos interpretan los v. 14-16 como prólogo a una tercera multiplicación de los panes,
para el círculo de los amigos de Jesús. Me parece excesivo. Es difícil pensar que Jesús haga
un milagro para resolver las dificultades prácticas de los suyos.
Más bien parece que el dicho «guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura
de Herodes» está fuera de su sitio, e interrumpe el hilo de la narración. Algún estudioso
insinúa que se trata de una inserción posterior y no muy feliz.
Es cierto que sorprende un poco el hecho de que Jesús no vuelva más, en todo el
episodio, sobre este tema.
Pero veamos las cosas con calma.
Tengamos presente que la levadura, en la mentalidad judía, es una imagen negativa.
Sólo Jesús, en una parábola (Lc 13, 20-21; Mt 13, 33), la traducirá en clave positiva.
Los rabinos, sin embargo, veían en la levadura la imagen de una fuerza que obra dentro
del hombre en sentido malo y lo predispone al mal.
Principio de fermentación, la levadura se entiende como principio de corrupción.
No es casual que los panes fermentados no pudieran ofrecerse en el templo.
Es típica en este sentido, la oración del rabino Alejandro (s. III d.C.): «Señor del universo,
es claro en tu presencia que nuestra voluntad sería hacer tu voluntad, ¿y quién lo impide?
La levadura que está en la masa y el servilismo a los reyes. Que se cumpla tu voluntad de
liberarnos de su poder y que volvamos a cumplir las leyes de tu voluntad con todo el
corazón».
Según algunos, este dicho, aplicado a la expresión de Jesús, se adaptaría perfectamente:
la levadura en la masa equivaldría a la «levadura de los fariseos»; y el servilismo a los reyes
encontraría su paralelismo en la «levadura de Herodes».
No olvidemos que los fariseos y los herodianos se habían puesto de acuerdo para
eliminar a Jesús (Mc 3, 6). Los primeros, quizás, por miedo a perder el prestigio religioso de
que gozaban ante el pueblo. Los segundos, porque veían en él una amenaza a su política.
Los dos partidos, tan distintos entre sí, se encontraban en una postura común frente a
Jesús: la cerrazón ante Dios (en nombre de la religión, los fariseos; en nombre de los
políticos, los herodianos; y los dos, tocados por el mismo mal que determina el rechazo: el
apego a sí mismos).
Si las cosas están así, se puede también comprender que el «dicho» (logion) no está en
efecto fuera de lugar en la trama del relato. La barca no hace mucho que despegó de la
orilla, después de la discusión con los fariseos, y los apóstoles se dan cuenta del grave
olvido del pan y están preocupados por ello. Jesús, sin embargo, todavía bajo la impresión
de la disputa precedente, quiere advertir a los suyos que no se preocupen del pan, sino
más bien de la levadura de los fariseos (que, quizás, aún se dejan ver en la lejanía). O sea,
deben estar atentos a no dejarse contagiar por aquella mentalidad, a no dejarse influenciar
por aquella mala disposición respecto de ellos.
·Lagrange comenta: «Jesús quiere que sus discípulos se mantengan lejos de aquellos
dos partidos (fariseos y Herodes): del primero, cuya religión es más exterior que profunda;
del otro, que está totalmente cogido por las cosas del mundo y de la política. Los discípulos
deben buscar a Dios en la más absoluta pureza».
Otra hipótesis: quizás ha sido Jesús, con su advertencia a guardarse de la levadura de
los fariseos (conclusión de la discusión precedente), quien trae a la memoria de los
discípulos la falta del pan. La sustancia de las cosas no cambia.
Pero, a estas alturas, la reprensión de Jesús asume una amplitud insospechada y se
resuelve en una diagnosis cruel de las enfermedades que padecen los discípulos: corta
inteligencia, ceguera, sordera, dureza de corazón, sospechosa pérdida de memoria.
El estado general de su salud está bien lejos de ser tranquilizador...
Hace observar J. Delorme: «En el lenguaje bíblico, los ojos, los oídos, el corazón van
juntos. Los ojos permiten ver el evento, los oídos oyen la palabra que se dice acerca del
evento, y el corazón permite comprender la voluntad de Dios».
Tengamos además presente que el «¿no comprendéis»? (v. 17) se traduciría literalmente
por «¿no tenéis cabeza?». Así se reprendería la falta de atención, mientras que el «no
entendéis» se referiría a la falta de reflexión profunda.
En suma, es el martilleo de cinco reprensiones sucesivas «que pasan revista a todos los
sentidos del hombre para hacer entender a los interlocutores que no han entendido
absolutamente nada» (C. M. Martini).
La torpeza de los discípulos se manifiesta, sobre todo, con referencia a los dos hechos
más extraordinarios y recientes: la multiplicación de los panes.
Si recordamos el discurso de las parábolas, y confrontamos algunas expresiones
idénticas, comprendemos la gravedad de la reprensión de Jesús: los discípulos se están
poniendo en la misma situación de los que están «fuera».
Es lucidísimo, a este respecto, el análisis de Lagrange: «Los discípulos recuerdan
perfectamente los hechos. Responden sin dudar lo más mínimo y saben distinguir muy bien
lo que ha sucedido en las dos circunstancias. Están muy lejos de ser unos estúpidos, pero
no comprenden el gran drama que está desarrollándose ante sus ojos. Después de un
incidente insignificante, he aquí que explota el disgusto del Maestro; ataca toda la postura
de los discípulos hasta aquel día. A pesar de su situación privilegiada, están a la misma
altura que la gente. Pero como sucede con frecuencia en casos semejantes, el Maestro se
aprovecha de un descuido bastante vulgar para decir todo lo que merecen acerca de su
conducta».
PROVOCACIONES
CONFRONTACIONES
ORA/COMPROMISO CSO/ORACION
MIGRO/CIEGO-BETSAIDA
Solamente un milagro...
La primera etapa del ministerio de Jesús concluyó con el endurecimiento del corazón de
los fariseos y de los herodianos (3, 1-6).
La segunda, con el endurecimiento de sus paisanos de Nazaret (6, 1-6).
Esta tercera etapa corre el peligro de terminar con el endurecimiento del corazón de los
mismos discípulos de Jesús.
Puesto que el endurecimiento del corazón, como hemos visto, equivale a la ceguera, urge
una curación milagrosa.
Y es lo que sucede con este milagro que presenta un evidente valor simbólico, dada su
colocación.
Sólo Jesús es capaz de abrir los ojos.
Mc, como hemos subrayado ya muchas veces, tiene un esquema fijo cuando narra las
curaciones hechas por Cristo. Pero, aquí faltan alguno de esos elementos característicos.
Por ejemplo, del enfermo no se dice nada (mientras que, habitualmente, se describe la
enfermedad, se alude a su duración, gravedad, a los esfuerzos vanos de los médicos...).
Podemos solamente proceder por inducción. Este no debía ser ciego de nacimiento porque,
apenas recupera la vista, distingue a los hombres y a los árboles.
Y podemos también imaginar su condición no muy feliz, dadas las características del
ambiente. En el Oriente Medio, en efecto, los casos de optalmía purulenta eran muy
frecuentes y se agravaban a causa del sol, del polvo y de la suciedad. Por otra parte aquel
tipo de enfermedad, según la mentalidad hebrea, representaba un castigo divino, personal o
familiar (en el judaísmo tardío, la ceguera era un castigo que provenía de la aceptación de
dinero por corrupción, vulgarmente «propina)>...). Mientras que la ley exhortaba a la piedad
hacia el ciego, como hacia un pecador castigado, la tradición rabínica llegaba a prohibir la
visita a los enfermos de los ojos.
Otro elemento que falta en esta relación del milagro es la fe. El hombre permanece
completamente pasivo. Sin embargo, no debemos olvidar que Jesús exige la fe, pero ésta
puede ser implícita y es sólo él quien puede aceptarla. Por otra parte, en algunos casos
como el del paralítico descolgado por el tejado la fe puede ser de los portadores. Y no se
puede excluir que estemos en un caso parecido.
Y una omisión final: no se describe la reacción de la gente.
La novedad notable, en este milagro, consiste en el hecho de que la curación acontece en
dos tiempos. Como si Jesús no lo lograra inmediatamente. Al principio el ciego ve
confusamente. Sólo después de la segunda imposición de manos distingue nítidamente las
cosas.
Quizás también este detalle tenga un alcance simbólico, e indica la lenta, progresiva
iluminación de los discípulos, su gradual abrirse a la comprensión a través de la fe.
Las omisiones y la novedad que acaecen en este relato legitiman la sensación de que Mc,
apartándose del esquema familiar, haya querido acentuar el alcance simbólico del
milagro que, entre otras cosas, es colocado en una posición central en su evangelio, y hace
de bisagra entre las dos grandes partes en que está dividida la narración de Mc. La
primera, en efecto, se concluye con el reconocimiento mesiánico por parte de Pedro. La
segunda se abre con la revelación, por parte de Jesús, de su misterio pascual. Y.
precisamente, en la inminencia de estas dos «iluminaciones», se coloca la curación del
ciego. Los ojos de los apóstoles comienzan a abrirse a la luz...
No es una copia
Desde un punto de vista literario, el relato presenta un evidente paralelismo con el del
sordomudo de la Decápolis (7, 31-37). Veamos.
Las semejanzas son notables. Pero también las diferencias son llamativas.
El coloquio de Jesús con el ciego es verdaderamente singular: un médico que,
preguntando al paciente, asegura la curación.
Por otra parte, en el primer caso es Jesús quien alza los ojos al cielo, en postura de
oración. En el segundo es el enfermo quien levanta los ojos en dirección a quien le cura.
Pero, sobre todo, es la frase del ciego la que se impone por una marca de unicidad y, en
su realismo, con aquel parangón inesperado, testimonia su autenticidad: «Veo a los
hombres, pues los veo como árboles, pero que andan». Bastaría una frase de este tipo, ese
lenguaje genuino, ese acercamiento fulgurante, para excluir toda copia o artificio literario.
A propósito de esta expresión, citamos otras traducciones paralelas: «Veo las personas,
las veo como árboles, pero caminan» (TOB). «Veo los hombres; porque veo algo como
árboles que caminan» (J. Schmid). «Veo los hombres, que veo caminar como árboles» (G.
Nolli). «Entreveo los hombres: como árboles, los veo caminar» (Chouraqui). «Veo hombres,
porque veo como árboles que caminan» (B. Ricaux). «Veo los hombres, como si fuesen
árboles que yo veo caminar» (Huby).
Queda el hecho, indiscutible, de que Mc, aun sirviéndose de un bastidor, se sale de él
con frecuencia y con ganas, y presenta escenas logradas bajo el signo de la vivacidad y de
los detalles más pintorescos.
El primer versículo, por ejemplo, contiene cuatro verbos que indican acción, con tres
presentes históricos (v. 22). La viveza de la narración está asegurada así desde la primera
línea.
Recordemos todavía que la imposición de las manos, en la Biblia, constituye un acto
simbólico bastante frecuente. Se practica, por ejemplo, sobre las víctimas ofrecidas en
sacrificio, para bendecir a los enfermos, con vistas a su curación, para transmitir un
encargo.
Mc utiliza, al menos diez veces en su evangelio, el verbo «tocar». Casi siempre las
curaciones de Jesús se hacen por contacto (Jesús «toca» o se deja «tocar»).
Es verdad que la aplicación de la saliva choca no poco a nuestra sensibilidad moderna.
Pero no debemos olvidar que el gesto de Jesús, aquí, aparece como sacramental. Y se
sirve de una materia -la saliva, precisamente- a la que se reconocía comúnmente un poder
curativo, sobre todo para las enfermedades de los ojos (y era conveniente escupir en
ayunas...).
E insistimos aún respecto a la curación en dos fases. Algunos ven aquí un paralelismo
con el relato siguiente. Primer estadio: el ciego ve algo confusamente. Y también los
discípulos refieren voces confusas respecto a Jesús. Segundo estadio: el ciego llega a ver
con claridad. Y he aquí que Pedro pone a la luz, claramente, la persona de Jesús.
No quiero negar la legitimidad de estos ejercicios llevados sobre la cuerda del
simbolismo. Pero tengo la impresión de que ciertos exegetas tienen una vista que les lleva
a mirar demasiado lejos, con el riesgo de perder toda la belleza de lo que está allí cerca.
Por mi parte, prefiero pararme a buscar todo lo sugestivo de la escena que describe Mc, sin
preocuparme de mirar demasiado lejos.
El último versículo se refiere al secreto mesiánico. Y esta vez la consigna del silencio es
respetada. Probablemente para concentrar más la atención en la declaración de Pedro, que
viene inmediatamente después.
Algunos manuscritos, en vez de «ni siquiera entrar en el pueblo» (lo que presupone que
el hombre habitaba en las cercanías del pueblo), ponen «en el pueblo no hables con nadie
de esto».
Hay, sin embargo, una incongruencia evidente, por el hecho de que Betsaida (patria de
Pedro, Andrés y Felipe, según Jn 1, 44) es una ciudad, mientras que el texto continúa
hablando de pueblo.
Probablemente Mc se refiere todavía al viejo barrio que debía subsistir cerca de la nueva
ciudad de reciente construcción.
Una última observación. Sólo Mc refiere este milagro. Aparte de su evidente utilización en
el particular cuadro teológico, la persona de Pedro no debe ser extraña a esta cita de
deferencia. Caramba, el hecho ocurrió en su tierra. Y no se puede excluir que él conociera
al ciego.
PROVOCACIONES
1. Una suerte que el ciego no tenga nombre, una historia dejada atrás.
Así puedo yo ponerme en su lugar sin dificultad.
Un trueque de personas que se hace creíble por la identidad de la enfermedad.
Sí, yo soy uno que no entiendo. Uno de tantos.
Pero tengo siempre la posibilidad de dejarme agarrar de la mano por alguien, que me
saca lejos del pueblo lleno de gente que cree que ve, y dejarme abrir los ojos por él.
2. Todos hablan del milagro en dos fases. Y, sin embargo, las fases son tres.
No olvidemos la primera: «Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo...».
El milagro es posible sólo a través de este primer gesto: dejarse coger de la mano.
Convencimiento de que la vista solo puede venir de él, al margen de todas las otras luces
ilusorias. El es la luz.
FE/LUZ LUZ/FE Sí, la fe no comienza con la luz. Comienza con la oscuridad superada
poniendo la mano en la mano de otro.
La luz vendrá después. Al principio no se ve nada. Si nos dejamos conducir, se ve todo.
Sin ni siquiera pedir información.
La curación no se produce cuando uno tiene la impresión de entender hacia donde
camina. La curación comienza cuando entiendo que de aquella mano me puedo fiar
completamente.
En lo que se refiere a ver claro, por mi parte, vendrá después, cuando la curación termine
sobreabundantemente. Me atrevería a decir que es un por añadidura. Algo así como las
sobras del pan...
4. El realismo de Mc (el famoso pie bien afincado en la tierra) se revela también en este
episodio.
La primera imagen que ve el ciego, durante el gradual y fatigoso proceso de curación, no
es la figura de Cristo.
No es un campanario (aunque resultaría muy «piadoso»).
Y ni siquiera un panorama sugestivo.
Sí, están los árboles, pero que se confunden con hombres. Arboles extraños, que
caminan. Y, al final, no hay dudas: son hombres, no plantas.
El ciego es curado precisamente porque ve, antes de nada, a sus semejantes.
Y debería estar atento, en el futuro, a no cerrar más los ojos incluso si ciertos rostros no
son tales como para inspirar a un artista.
Pero la mirada «nueva» se le ha regalado precisamente para esto.
Para que sepa ver en cada rostro un rostro bello.
O, al menos, descubrirle una minúscula huella de la belleza original, un indicio de
semejanza...
CONFRONTACIONES
LA PROCLAMACIÓN DE PEDRO
Mc/08/27-30 Mt/16/13-23 Lc/09/18-22
PEDRO/CONFESION
PROVOCACIONES
2. Inevitable. Después de estar tanto tiempo con él, llega el día en que, mientras estamos
caminando, él te pide informaciones. Crees que te las arreglas, refiriéndole todas las voces
que corren acerca de su persona.
Pero de improviso te deja clavado con una pregunta a la que no puedes escapar: «Pero
tú...».
No te permite contestar con las definiciones de los teólogos, con las bellas expresiones
de los literatos, y ni siquiera con frases hechas.
Estás obligado a pronunciarte personalmente, a «inventar» la respuesta poniendo juntas
las briznas de tu experiencia.
Esa conclusión ha llegado demasiado pronto.
Intuye que, desde este momento, comienza la segunda parte del itinerario, la mas
comprometida.
Los milagros, de ahora en adelante, se harán muy raros, las multitudes disminuirán, los
enemigos se harán más aguerridos.
He entendido, Señor. Decir quién eres, no significa demostrar que soy el colegial más
inteligente. Significa aceptar un brusco cambio en la propia vida, encaminarse contigo a lo
largo de un camino sobre el que se alarga, inquietante, la sombra de la cruz.
He comprendido, Señor. A ti no te interesa saber lo que yo pienso.
Te interesa averiguar que estoy dispuesto a acompañarte hasta el final.
Por esto, después de la respuesta, se da la orden del silencio.
La conversación se reanudará a partir del calvario, no antes.
Sí. Con Jesús no es nunca posible intercambiar cuatro chácharas «descomprometidas»,
así, sólo por hablar.
Una palabra, y te comprometes. El te toma, literalmente, «por la palabra» .
Una respuesta. Y la vida, con él, se convierte inmediatamente en una cosa seria.
CONFRONTACIONES
¡Escóndete, oh Señor!
Ante mi claridad humana: escóndete, oh Señor.
Ante el cálculo preestablecido de mi ingenio: escóndete, oh Señor.
Ante mi valentía espiritual: escóndete, oh Señor.
Ante mis capacidades intelectuales superiores: escóndete, oh Señor.
Cuando no soy suficientemente pobre de espíritu: escóndete, oh Señor.
Cuando no sé comprender el sufrimiento: escóndete, oh Señor.
Ante aquello que me costaría entender si estuviese entre las víctimas de la injusticia;
escóndete, oh Señor.
Ante lo que no podría escuchar estando junto al huérfano y la viuda: escóndete, oh
Señor.
Ante cosas para siempre incomprensibles a los pescadores del mar de Galilea y de
cualquier otro mar: escóndete, oh Señor.
Ante lo que no podía ser guardado en el corazón de una madre: escóndete, oh Señor.
Pero en todo y siempre, también cuando te decimos con Pedro «apártate de mí», sábete
que todavía decimos con Pedro: «Tú sólo tienes palabras de vida eterna» (Una communità
legge il vangelo di Marco, o. c.).
(·PRONZATO-3/1.Págs. 402-408)
........................................................................
2-1 PRIMER ANUNCIO DE LA PASIÓN Y RESURRECCIÓN
OPOSICIÓN Y REPROBACIÓN DE PEDRO
Mc/08/31-33 Mt/16/21-23 /Lc/09/22
J/PASION/ANUNCIO-1
Muerte violenta
-Resurrección. La expresión «a los tres días» en el lenguaje religioso hebreo, indica
comúnmente un breve período de prueba y de sufrimiento, al que sigue una vuelta de la
situación en sentido positivo y se manifiesta la intervención salvífica por parte de Dios. «El
tercer día lleva consigo una situación nueva y mejor que la precedente, en donde la
misericordia de Dios y su justicia crean un renovado tiempo de salvación, de vida y de
victoria» (K. Lehmann). Por ejemplo: «En dos días nos hará revivir, al tercer día nos
restablecerá y viviremos en su presencia» (Os 6, 2).
«Debía»
Lo que caracteriza este primer anuncio son dos elementos. En primer lugar la claridad del
lenguaje. Cristo no habla más en «parábolas» (4, 11, 33), sino «con toda claridad» (v. 32),
para desbrozar el terreno de todos los equívocos acerca de la interpretación del sentido de
su misión y de la suerte que correrá.
El otro elemento viene dado por el «debía» (v. 31) Podríamos decir «es necesario».
Con una simple valoración humana de los hechos era lógico esperarse que el contraste
entre Jesús y el partido dirigente desembocase en un drama.
Pero lo que forma la novedad paradójica de la revelación es que este drama no se debe
a una cruel fatalidad, a un destino ciego ligado a la maldad de los hombres -atrincherados
en sus prejuicios- sino que forma parte del plan de salvación querido por Dios y que puede
leerse a la luz de la Escritura.
«Jesús no pensaba ser el Mesías aunque debiera sufrir; pensaba ser el Mesías porque
debía sufrir. Esta es la gran paradoja, la gran originalidad de su evangelio» (Goguel).
Hay que tener presente además que el lenguaje utilizado en la profecía de la pasión,
muerte y resurrección del hijo del hombre está claramente emparentado con el de la
predicación cristiana y representa el núcleo del kerigma primitivo. Esto no prejuzga, de
hecho, la posibilidad de que Jesús haya efectivamente preparado a los apóstoles en este
sentido, aunque hubiere sido con expresiones diversas. Es decir, los acontecimientos
históricos siguientes pueden haber influido en la formulación de la profecía, no en su
sustancia.
Hijo-del-hombre
Para nuestra mentalidad es el título más misterioso. A pesar de ello aparece numerosas
veces en los evangelios -y no aparece en ningún otro texto del nuevo testamento, excepto
una vez en los Hechos de los apóstoles-. Jesús se atribuye a sí mismo este título, aunque
lo hace en tercera persona -no dice nunca «yo soy el hijo del hombre», sino «el hijo del
hombre tiene que... será entregado... aparecerá"-.
Los problemas que se plantean son muchos y las discusiones están todavía abiertas,
dando origen a una variedad de hipótesis, ninguna de las cuales resulta totalmente
convincente. La literatura sobre el tema es inmensa.
Casi todos los estudiosos están de acuerdo en agrupar los textos en torno a tres núcleos:
-En el primero, el hijo del hombre aparece como proyección futura, cual juez escatológico.
Esta figura es típica de la literatura apocalíptica. Es famosa en este sentido la visión de
Daniel, que presenta al hijo del hombre como juez de los imperios de la tierra simbolizados
en las cuatro bestias (Dan 7, 13).
-El segundo grupo hace referencia a la actividad presente del hijo del hombre.
-En el tercer grupo, la figura del hijo del hombre se relaciona con la pasión y la muerte.
Desde un punto de vista filológico la denominación no dice gran cosa. El término arameo
bar-nasha significa sencillamente el hombre o un hombre. Indica, genéricamente, a quien
pertenece a la raza humana.
Limitémonos al uso que hace Mc o mejor el Jesús de Mc.
En este evangelio el término aparece catorce veces.
Más detalladamente: tres veces en clave escatológica -juez final-.
Dos veces para precisar la misión de Jesús en medio de los hombres: el hijo del hombre
es aquel que «tiene potestad en la tierra para perdonar pecados» (2, 1-12) y esto le vale la
acusación de blasfemia, un crimen penado con la muerte. Además es «señor del sábado»
(2, 23-28). En esta perspectiva, el hijo del hombre reivindica para sí un poder soberano, da
pruebas de «escandalosa» libertad y dispone de una palabra de gracia en oposición a la
palabra rígidamente legalista que detentan los escribas.
Pero el título de hijo del hombre, en el evangelio de Mc, aparece nueve veces en relación
con la pasión, muerte y resurrección de Jesús. En la página que hemos comentado,
aparece por primera vez en este sentido. Nota C. Masson: «Cuanto más detallados son los
anuncios de la pasión, hasta llegar en el tercero a un auténtico compendio (10, 33 s), más
el hijo del hombre ha medido anticipadamente el horror de la propia muerte y más crece su
obediencia, acto de soberana libertad. Todo anuncio de la pasión se concluye con el
anuncio de la resurrección del hijo del hombre «después de tres días». Se trata de algo
muy importante, porque sólo esta resurrección testifica la victoria del hijo del hombre en su
aparente derrota».
Es significativo el hecho de que en el evangelio de Mc se hable siempre de la muerte
redentora de Jesús en cuanto hijo del hombre. Jesús es el que a través de su humanidad
está unido a todos los hombres. Y todos los hombres se pueden reconocer en él.
Pero hemos de precisar en qué sentido se aplica Jesús esta figura del hijo del hombre,
refiriéndonos a la tradición bíblica.
Me parece que hay que tener en cuenta la hipótesis propuesta por E. ·Schweizer-E,
quien sostiene que el personaje, no es tanto el familiar de las visiones apocalípticas
-Daniel, Esdras, Enoc-, sino más bien el de Ezequiel. Este profeta es llamado 87 veces
«hijo del hombre». Y se presenta con las siguientes características: animado por el espíritu
de Dios, tiene el oficio de centinela de Israel, medita y asimila la palabra de Dios para
devolverla después al pueblo, está encargado de tener ojos por aquellos que no ven, de
tener oídos por los que no escuchan, tiene que hablar aunque no le tomen en serio,
anuncia el juicio, pero también la salvación.
Además de con esta figura, Cristo se ha identificado con el justo sufriente, con el siervo
obediente (Is 53) sabiendo que la obediencia a Dios lleva necesariamente al sufrimiento y a
la muerte.
Naturalmente, como observa también E. Schweizer, Jesús interpreta su propia misión
más allá del itinerario indicado por Ezequiel e Isaías. «El tenía que llevar a término los
sufrimientos de Israel, de sus profetas y de sus justos».
Pero en el destino del justo sufriente está implícita también la idea de juicio. El que se ha
identificado con los hombres, en el juicio tomará partido a favor o en contra de aquellos que
le han reconocido o rechazado.
«La espera de un hombre justo que después se mostraría como el siervo y el Hijo de
Dios mediante el sufrimiento inocente, que habría sido rechazado y muerto por los hombres
pero exaltado por Dios y que habría aparecido para juzgar a sus enemigos, estaba ya
difundida en el judaísmo antes de Jesús (Sab 2, 12-20; 4, 10-17; 5, 1-5). Naturalmente
Jesús no se ha considerado jamás como uno de tantos, sino como aquel que habría llevado
sobre sí y para siempre los sufrimientos de Israel. En este sentido él es el «hijo del
hombre», el «Hombre» en quien la ceguera de los hombres ante la realidad de Dios y su
lucha contra él llega a su punto culminante, el «Hombre» que ellos encontrarán de nuevo
en el juicio. El reino de Dios es sólo de Dios y será inaugurado por él. Sin embargo el hijo
del hombre intercederá por sus seguidores y testificará contra quienes no han reconocido
abiertamente a Dios. El será quien pronuncie el juicio. Es fácil entonces comprender cómo
en la tradición posterior fue identificado con el juez mismo que llegaba sobre las nubes del
cielo» (E. Schweizer).
Precisamente en la escena del juicio final descrita por Mt (25, 31 s). Jesús aparece como
hijo del hombre que juzga a los que le han acogido o rechazado como pobre, hambriento,
sufriente, perseguido. El comportamiento de los hombres ante los pequeños y humildes
determina la actitud que el hijo del hombre tendrá el último día ante ellos.
De esta forma, según esa hipótesis, la idea del hijo del hombre contiene en sí, tanto la
idea de humillación como de glorificación, de sufrimiento como de juicio.
«Exactamente como el justo sufriente, rechazado y humillado por los hombres, al final, un
día, exaltado junto a Dios, se sentará para el juicio frente a los que lo han aceptado o
rechazado» {E. Schweizer).
Vamos a exponer aún algunas observaciones generales:
-Que Jesús hable del hijo del hombre siempre en tercera persona y jamás en primera, no
prueba de hecho, como quisieran algunos estudiosos radicales, que piense en una persona
distinta de él.
Las pruebas aducidas para sostener esta tesis no son nada convincentes. Pero ni
siquiera las explicaciones dadas para explicar la distinción -expresada por el uso de la
tercera persona- me parece satisfactoria. Jeremías, por ejemplo, dice:
«La tercera persona expresa la «misteriosa relación» entre Jesús y el hijo del hombre: él
no es todavía el hijo del hombre, pero lo será cuando sea glorificado». En tal caso no se
explicaría, al menos, la utilización del término respecto a la actividad presente de Jesús.
Será mejor dejar abierto el problema.
-J. Guillet advierte que el uso del título hijo del hombre está siempre asociado a una
acción hecha o sufrida. Jamás se emplea la palabra para definir la esencia de Jesús, su
identidad, sino siempre para decir lo que hace, lo que deberá padecer, lo que hará o dirá.
-La relación entre los gestos del hijo del hombre sobre la tierra y los que se sitúan en el
cielo se podría definir como «simetría al revés». Es decir, rebajamiento-exaltación en el
trono; humillación-gloria; rechazado-triunfador, acusado-juez, debilidad-poder...
-En los tres grupos de textos relativos al hijo del hombre -en clave de parusía, pasión,
actividad presente-, se nota una absoluta independencia. Por ejemplo, los textos que
anuncian su aparición final no aluden para nada a la pasión. Y los que anuncian la pasión
no contienen ninguna indicación acerca del papel de juez universal.
-«No sería pertinente querer ver expresada en este título, a diferencia del título de hijo de
Dios, la verdadera humanidad de Jesús. De cualquier modo el título no se puede interpretar
en el sentido de la doctrina de las dos naturalezas, porque «hijo del hombre» e «hijo de
Dios» como predicados cristológicos, han nacido independientes uno del otro. Es cierto, sin
embargo, que en este título se expresan al mismo tiempo tanto la exaltación como la
humillación de Jesús» (G. Schneider).
-La opinión según la cual el título de hijo del hombre se debería atribuir a la iglesia
primitiva tropieza con muchas dificultades.
La primera, esta: la expresión en los evangelios se pone única y exclusivamente en boca
de Jesús. Nadie lo llama de esta forma.
Por eso concluye Cullmann: «Jamás ellos le llaman así y jamás quien habla con Jesús se
dirige a él con este apelativo. Esto sería inexplicable si hubieran sido ellos los que
atribuyeron a Jesús esta autodenominación. En realidad han conservado con memoria
precisa el hecho de que sólo Jesús mismo se ha llamado así».
Más bien es cierto que en tiempos de la primera comunidad cristiana, la expresión
resultaba bastante difícil de comprender.
De hecho no la encontramos en ninguna profesión de fe ni en ninguna plegaria litúrgica.
Que se haya conservado en los evangelios, a pesar de la dificultad para entender su
sentido exacto, quiere decir sólo que se sabía claramente que tal denominación había sido
empleada por Jesús.
Por qué Jesús eligió preferentemente este título más bien obscuro, es un problema hasta
ahora insoluble. Quizá también esto forma parte del comienzo de una enseñanza nueva. El
término «Mesías» servía poco a este cambio de enseñanza, porque estaba cargado de
demasiadas hipótesis temporalistas, difíciles de eliminar.
Se puede sólo concluir, con toda probabilidad, que hijo del hombre es un «título de
gloria». El que lo sea, a pesar de las apariencias en contrario, forma parte del misterio de la
persona y de la misión de Jesús, sobre el cual no sólo los discípulos, sino también nosotros
estamos llamados continuamente a preguntarnos.
PROVOCACIONES
1. Algunos estudiosos niegan que Jesús haya tenido conciencia de la propia muerte y por
tanto haya podido hablar de ella, al principio, de manera explícita. Los tres anuncios serían,
por así decir, profecías al revés, ex eventu, es decir habrían sido formulados por la
comunidad cristiana después que se habían realizado los hechos.
Personalmente creo lo contrario. Es más, creo que, incluso desde un punto de vista
humano, Jesús advertía hacia dónde iba. Las oposiciones y los contrastes que se
profundizaban cada vez más, entre él y los notables, encaramados en la defensa de sus
privilegios, amenazados por la novedad, eran avisos, bastante claros, del trato que le
darían.
Mi opinión cuenta poco. Más bien me parece que la insistencia de Jesús no se dirigía
exclusivamente a los discípulos. También la iglesia primitiva, que asimismo era azotada por
los primeros vendavales, encontraba terriblemente difícil el «digerir» aquellos anuncios.
Incluso post eventum, es decir al realizarse la profecía de Cristo, tanto en los
acontecimientos de su vida como en los de sus miembros, los primeros cristianos eran
refractarios a aceptar aquellas profecías y esperaban siempre que hubieran comprendido
mal.
Sí, de acuerdo, la resurrección. Pero la dificultad estaba en el camino para llegar. Era el
a través de lo que molestaba. Era el «debía» lo que se intentaba descartar. ¿Era posible
que no se pudiera llegar a la gloria sin pasar a través del rebajamiento, encontrarse
inmersos en la luz sin tener que atravesar las tinieblas?
Sin embargo, Jesús continuaba hablando «abiertamente» a través de las persecuciones,
las tribulaciones de toda clase, las tempestades que descargaban sobre las primeras
comunidades cristianas.
Es siempre difícil aceptar la evidencia de las cosas que no son de nuestro gusto.
Es arduo admitir las razones que no nos dan la razón, los argumentos que desbaratan
nuestros sueños, las pruebas que destruyen nuestras ilusiones.
Las profecías que contrastan con nuestros deseos, aunque se cumplan, las acogemos
con desconfianza y nos resistimos a reconocerlas, esperamos siempre que se trate de una
equivocación.
Quizá nos fiamos del primer mago falso que pasa junto a nosotros y alimentamos dudas
sobre si Jesús habrá dicho la palabra exacta, o si habrá exagerado.
Nos alimentamos de mentiras, justificamos las hipótesis más absurdas, acariciamos
ilusiones vanas, miramos inexorablemente en dirección de lo improbable y no nos
decidimos a acoger el categórico «debía» de Dios.
También nosotros, como Pedro, dispuestos a todas las aperturas, menos a la de ingerir
ese indigesto «es necesario».
Qué difícil es dar la razón a Dios cuando descubrimos con despecho que él no tiene en
cuenta lo que nosotros pensamos; que al trazar sus designios no consulta primero con
nosotros, seguros proyectistas de caminos (equivocados) de Dios.
2. A propósito de construcciones. El verbo utilizado por Jesús «ser rechazado» (v. 31)
hace referencia a una imagen famosa del salmo 117:
La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular: es el Señor quien
lo ha hecho, ha sido un milagro patente (v. 22-23).
Advierte agudamente un autor: «Antes de hacer una cristología es decir expresar su fe en
Jesús a partir del título de «Cristo» los cristianos han hecho una petralogía, es decir han
expresado su fe a partir de la «piedra».
Los expertos en doctrina religiosa, las personas influyentes de entonces, los letrados no
han sabido qué hacer con Jesús. Su palacio estaba ya rematado. Aquella piedra no tenía
ya sitio en una construcción acabada. Además no aceptaba ser una piedra ornamental, un
añadido superfluo al edificio -para esto siempre habría un arreglo adecuado-, sino que
pretendía ser colocada como cimiento, piedra angular. Cuando uno se ha instalado
cómodamente en el palacio, ¿cómo puede tener ganas de cambiar todo, comenzar de
nuevo?
Ciertos retoques al edificio pase, pero esa piedra pretende una colocación que pondría
todo en discusión...
Sin embargo, ésta es precisamente la línea de separación entre el pensar a la manera de
Dios y el pensar a la manera de los hombres.
DISCIPULO/CR Discípulo es quien acepta colocar a Cristo como piedra
angular de la propia construcción. Y esto también cuando el material ofrecido por él es el
que normalmente es descartado y rechazado por los hombres -y que también yo estoy
tentado frecuentemente a rechazar-.
Cristiano es el que edifica con una piedra descartada por los sabios de este mundo. Por
ello su construcción tiene una característica de solidez. Y también por eso puede dar
gracias por una obra maravillosa que no es debida a mano de hombre.
Dios no sólo es capaz de escribir derecho con líneas torcidas.
Es capaz de fabricar cosas importantes con piedras inútiles.
6 . Se dice pronto «mentalidad» según Dios y no según los hombres, pero no es una
cosa que se improvisa. Ni fácil de aceptar.
Se trata de un largo y doloroso trabajo de purificación.
Es necesario que desaparezcan de nuestras agendas los cálculos de la prudencia
humana, los atajos de la facilidad, los itinerarios que tenemos la pretensión de imponer a
Dios, las imágenes que nos hemos construido de él, de su gloria y de su honor.
Solamente cuando desaparecen nuestros «es mejor», «se podría», «sería oportuno», en
definitiva toda la gramática de las buenas maneras y de la comodidad, aparece nítidamente
el «tiene que» de Dios. Y siempre es una sacudida de nuestro orgullo.
Pero todo esto no llega de improviso. El categórico «es necesario» de Dios se sobrepone
y no se mezcla con mis palabras usuales -con el riesgo de quedar confundido con ellas o
incluso engullido por ellas-. Ese es un imperativo que resuena sólo cuando se callan otras
voces, cuando somos realmente pobres de espíritu, desprovistos de consejos que dar a
Dios.
Ciertamente en este campo la seguridad no se consigue jamás.
Sin embargo, se pueden dar grandes pasos en esa dirección.
El primero consiste en reconocer que los pensamientos según la mentalidad de los
hombres no son los de los otros, sino los míos.
El segundo puede ser el miedo cuando parece que Dios está de acuerdo conmigo. No. El
Dios que está de acuerdo conmigo no es Dios, sino su «enemigo». Y hay que ponerse a
salvo.
CONFRONTACIONES
CZ/LLEVAR: «Cargue con su cruz...» Es una de las expresiones más citadas del
evangelio. De tal modo se ha usado y abusado que ha sido vaciada de su sustancia más
ruda. Así como la cruz puede convertirse en un objeto ornamental, así «llevar la cruz»
puede convertirse en un modo de hablar, una frase que no cuesta nada (pronunciarla se
entiende), de la que ha desaparecido el peso real del objeto que, en cambio, debería doblar
la espalda.
Intentemos redescubrirla en su originalidad.
Antes de nada, el verbo utilizado indica el gesto de «levantar», «alzar».
Algún comentador retiene como anacrónico que Jesús hable aquí de cruz. En las mismas
profecías de la pasión, incluso muy precisas, no se hace mención jamás de la cruz. Sería la
comunidad primitiva que refiriéndose a la pasión de Cristo, habría añadido esta exhortación
a la precedente de negarse a sí mismo.
Puede ser. Sin embargo, no hemos de olvidar que para los que escuchaban a Jesús, la
imagen evoca una escena más bien frecuente y asumía a sus ojos los contornos de una
realidad cruel en toda su evidencia. Muchos, sin duda, habían asistido al espectáculo de un
condenado -malhechor o agitador político- cargado con el peso de la cruz (el madero
transversal) que se encaminaba, entre dos filas de gente curiosa, hacia el lugar del suplicio
para ser después clavado y alzado en el patíbulo en medio del escarnio de los
espectadores.
En esta perspectiva el discípulo es un condenado por la mentalidad de los hombres, por
el buen sentido de los sabios, uno que puede ser objeto de abandono, expuesto al
linchamiento de los bienpensantes, considerado como un renegado, un fracasado o
peligroso para la sociedad y, por tanto, marginado, desaprobado, alejado de la «ciudad»,
mandado a morir fuera de las murallas.
Algunos estudiosos observan una tautología en las dos frases «si alguno quiere venir en
pos de mí»... «me siga». Me parece, en cambio, una llamada de Jesús a ponderar bien la
decisión: antes de decidirte a ser discípulo, valora bien todos los riesgos que corres,
examina las exigencias de semejante elección, toma conciencia de lo que te puede tocar.
Se trata de algo extremadamente serio, no es un juego... Y ahora, si eres capaz, sígueme...
Hay que advertir que el término mundo (kosmos) en las palabras de Jesús no indica el
mundo ordenado según la razón y los valores morales y religiosos, sino más bien el
complejo de los valores económicos y sociales, los bienes materiales y las alegrías que
procuran.
En la misma frase de Cristo se puede leer también la idea de que el dinero no sirve para
adquirir la verdadera vida. Esta se compra sólo con la pérdida de sí.
Como se ve, el problema de fondo consiste en el ser o no ser del hombre, en una vida
realizada o fracasada.
El que apuesta todo en el tener queda empobrecido en el ser, quien vive en el horizonte
restringido de lo inmediato suprime el porvenir, la vida futura le está vedada. Y todo esto
repercute necesariamente también en el presente.
Advierte justamente B. Maggioni: «Ninguna oposición entre alma y cuerpo, espíritu y
materia. La oposición está entre el proyecto del hombre y el proyecto de Dios, entre dos
modos posibles de realizar la existencia. No está en juego una vida por otra; la elección no
es precisamente entre la vida presente y la futura. Está en juego toda la existencia; la
elección entre una vida plena y una vida vacía. Puedes jugarte la existencia apostando por
la posesión, en la lógica del tener siempre más; o bien puedes jugarte la existencia
apostando por la solidaridad, según la lógica del discípulo. La primera elección, a pesar de
las apariencias, contiene la negación de la vida: porque en su entramado más profundo el
hombre está hecho de amor y no de soledad. La segunda, aunque aparentemente sea un
fracaso, contiene la plenitud de la vida».
4. Reconocer para ser reconocidos (v. 38)
Aquí Jesús parece que da marcha atrás y hace referencia a la decisión inicial del
discípulo.
Se trata de tomar posición en favor de Jesús. Y esta determinación no puede cesar o ser
atenuada o puesta en discusión al verificarse situaciones desfavorables.
Quien se avergüenza o abochorna de Jesús ante los hombres -es decir no se
compromete por él- en el juicio también el hijo del hombre se avergonzará de él. Quien, en
ciertos casos, no quiere saber nada con el maestro, tendrá la sorpresa de encontrar a un
maestro que en el último día tomará distancias respecto de él. Es decir, la toma clara de
posición en favor de Jesús, con todos los riesgos que comporta, determina y decide el
destino último del creyente.
FE/TESTIMONIO: «La fe no es una cuestión privada y en modo alguno
obligante, sino que exige el testimonio en favor de Jesús y su reconocimiento ante los
hombres, incluso cuando ello comporta dolor y muerte. La fe debe ser una fuerza que rige
la entera existencia humana, no es posible deshacerse de ella como si fuese un hábito
molesto al llegar la hora de la prueba» (R. Schnackenburg).
En este «dicho», la referencia al martirio, al testimonio supremo, no es algo vago. Aquí
asume una cruda evidencia la necesidad de «perder la vida» a causa de Jesús.
La expresión «generación adúltera» significa «lejana de Dios».
La tradición bíblica habla de las relaciones de Dios y su pueblo en términos de unión
esponsal. Por ello toda ruptura de los compromisos de la alianza se convierte en infidelidad,
traición, prostitución.
De esa forma la fidelidad a Jesús se traduce esencialmente en el coraje de la propia fe,
en la capacidad de confesarlo incluso cuando lleva consigo burlas, ultrajes, persecuciones.
PROVOCACIONES
1. «Después llamó a la gente...» Lo sé, muchos no saben dónde colocar a esta gente.
Dicen que no cabe, que no entra. Está fuera de lugar.
Estoy convencido, en cambio, de que la gente aquí es necesaria.
Por dos motivos.
En primer lugar, como testigo.
Los discípulos, además de estar comprometidos con Jesús, lo están con la gente. Debe
ser revelado a todos el misterio de su misión.
Todos deben saber qué es lo que comporta, en cuanto a conducta, a comportamientos
prácticos, seguir al Maestro.
Es justo que todos tengan a mano los elementos para juzgar quién es discípulo y quién
aparenta serlo. Para distinguir quién tiene el nombre de Jesús en los labios de quien tiene
la cruz sobre la espalda.
Todos son informados de que cualquier otro camino, fuera del recorrido por Jesús, es un
camino abusivo, equivocado.
Así, el ser discípulo significa quedar expuesto al juicio y al reconocimiento de la gente,
además de el del Maestro.
El desertor, gracias a estas informaciones, puede ser descubierto en todo momento, a
pesar de los disfraces y los documentos en regla.
Cualquiera, a partir de ahora, tiene capacidad para acertar si uno sigue a Jesús o sólo va
de paseo, si está de su parte o sigue sus intereses, si uno lo confiesa o no tiene nada que
ver con él.
Dime a dónde vas y te diré quién eres.
Discípulo, el condenado a la libertad de un solo camino...
Pero la gente no es sólo la que está allí. Se pueden ver las innumerables personas a las
que, en todos los tiempos, continúa dirigiéndose la invitación de Jesús: «Si alguno quiere
venir en pos de mi...».
Yo también soy uno de aquella gente. También yo estoy «convocado», hoy. Llamado a
tomar una decisión clara, hoy.
Invitado, sobre todo, a valorar las consecuencias de mi gesto, sabedor de que este es un
momento «irreparable» que lleva lejos.
Quizá esperase que él me sacase fuera, a la fuerza, me echase a la espalda aquel palo
transversal.
En cambio, él continúa repitiendo: «Si alguno quiere...» Por eso me siento terriblemente
molesto. Si él quisiera por mí, en mi puesto, no pondría tantas dificultades.
Siempre estamos desprevenidos para una propuesta, cogidos de improviso ante una
invitación.
Ante alguien que no se impone por la fuerza, sino que respeta la libertad, no se sabe
nunca qué hacer. Siempre se llega con retraso.
Mucho más si aquel no pretende algo para él, sino para ti. Esto complica
endiabladamente las cosas.
2. A pesar de todo creo que sé por qué dudo tanto en salir de entre la gente.
Jesús ha pronunciado cinco «máximas». Y yo espero la sexta, menos comprometida, más
tranquilizante.
Ha indicado un camino. Pero yo espero que tenga uno de reserva para mí, destinado a
los que tienen miedo de no ser capaces; un atajo que evite el punto escabroso, aquel
«paso» peligroso, aquel encuentro desagradable.
En definitiva, una especie de examen de suficiencia -con menos exigencias- para
discípulos no muy dotados.
Este es otro modo de perder la vida, de dejar escapar la ocasión favorable el esperar que
él mitigue las propias exigencias, cierre los ojos ante uno que no respeta las reglas del
juego y evita el itinerario obligatorio.
Pero el que dice «si alguno quiere», es por desgracia el mismo que dice «puedes».
Si no se mueve, si continúa únicamente «llamando» y esperando, es por que sabe que
«puedo». Y esto es lo que me molesta. Esto es lo que no quiero.
¡Qué diferencia con muchos hombres que tienen poder! Estos, desde el momento que
tienen el poder, quieren. Diré que tienen solamente el poder de querer: de mí y a mí. Yo
después, debo querer. Porque ellos quieren.
Jesús, en cambio, da la vuelta a las cosas. Debo ser yo el que quiere. «Si alguno
quiere...». El poder queda en él. Pero es un poder-debilidad porque está inscrito en una
lógica de amor y condicionado por mi decisión libre. En el sentido de que si yo quiero (y
sólo si yo quiero) el poder en -el sentido de posibilidad- me lo ofrece él, me lo pone él a
disposición.
No quiere por mí.
Pero está dispuesto a poder por mí y conmigo.
Lo contrario. Los hombres ponen el querer y pretenden de mí el poder.
Jesús pone el poder y espera de mí el querer.
Algo insoportable para quien busca siempre excusas para dispensarse del hacer.
Solamente que en el primer caso yo puedo tener todas las razones.
Mientras que con Jesús quedan abolidas las exigencias.
Quedándome perdido entre la gente puedo cultivar una vocación sin compromiso.
Con Jesús, por desgracia, estoy llamado a responder, gozosamente, a la invitación.
CONFRONTACIONES
No cualquier cruz
La cruz no es el mal y el destino penoso, sino el sufrimiento que resulta para nosotros
únicamente del hecho de estar vinculados a Jesús. La cruz no es un sufrimiento fortuito,
sino necesario. La cruz es un sufrimiento vinculado no a la existencia natural, sino al hecho
de ser cristianos. La cruz, no es sólo y esencialmente sufrimiento, sino sufrir y ser
rechazado; y, estrictamente, se trata de ser rechazado por amor a Jesucristo y no a causa
de cualquier otra conducta o de cualquier otra confesión de fe. Un cristianismo que no
tomaba en serio el seguimiento, que había hecho del evangelio sólo un consuelo barato de
la fe, y para el que la existencia natural y la cristiana se entremezclaban indistintamente,
debía entender la cruz como un mal cotidiano, como la miseria, y el miedo de nuestra vida
natural. Olvidaba que la cruz siempre significa ser rechazado... (D. Bonhoeffer, El precio de
la Gracia, Salamanca 31983).
Varias cruces
Estará bien que la teología de la cruz aprenda a distinguir, conforme a lo que se dice de
la cruz de Cristo, que murió por los impíos, entre las siguientes realidades:
1. Entre la cruz apostólica de la implantación de la obediencia a la fe en un mundo lleno
de ídolos, demonios, fetiches y supersticiones.
2. Entre la cruz de los mártires, que testifican corporalmente ante los dominadores del
mundo el señorío del Crucificado,
3. Entre el sufrimiento del amor a los abandonados, despreciados y traicionados,
4. Entre los «sufrimientos de este tiempo», el gemido de la criatura esclavizada, la tristeza
apocalíptica de un mundo impío.
La teología de la cruz tiene que hacer estas distinciones, para descubrir y realizar las
relaciones de un modo auténtico y lleno de esperanza en el sentido de la liberación
escatológica del mundo. El cristiano se encuentra en el entretejido de estos cuatro
sufrimientos distintos, teniendo que representar en ellos teórica y prácticamente el
significado de la cruz de Cristo, si es que quiere responder adecuadamente a la cruz sobre
el Gólgota en el horizonte del mundo (J. Moltmann, El Dios crucificado, Salamanca 2.
1977).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 27-43)
2-3 - LA TRANSFIGURACIÓN
Mc/09/02-10 Mt/17/01-09 Lc/09/28-36
J/TRANSFIGURACION
Pedro proyectista
La frase-planchazo de Pedro «Maestro, ¡qué bien se está aquí!», hay que entenderla
sobre todo en el sentido literal según se desprende del texto original: es bueno que
nosotros estemos aquí. Es decir, afirma la utilidad de su presencia junto a la de los tres
compañeros para poder alzar tres tiendas. En definitiva, sería una propuesta totalmente
natural, de hospitalidad.
Junto a esto, también es evidente un sentido de plenitud y de felicidad que quisiera
prolongar. Es el deseo de «eternizar un momento privilegiado» (X. L. Dufour).
La tienda es entendida frecuentemente como habitación de la divinidad (Ex 26, 7).
Podemos pensar en la intención de David de construir a Dios una vivienda semejante a la
propia casa.
Hay algunos que vislumbran una referencia a la fiesta de los tabernáculos o de las
cabañas. Era la fiesta por excelencia de los hebreos y duraba siete días. Al principio era
una celebración agrícola, que más tarde se transformó incluyendo el recuerdo de un
acontecimiento salvífico (la estancia «bajo las tiendas» durante el éxodo). Se celebraba al
comienzo del otoño. Cada familia dejaba la propia casa e iba a habitar en cabañas hechas
con ramas entrecruzadas y no bajo las tiendas.
Se daba también una interpretación sugestiva en clave mística de esta permanencia
familiar bajo las cabañas: «Desde el momento en que el hombre va a residir en esta
morada, la Shekinah (es decir, la presencia de Dios) extiende las propias alas sobre la
cabaña y se instala allí en compañía de siete personajes bíblicos: Abraham, Isaac, Jacob,
patriarcas, José el justo, Moisés el profeta, Aarón el sacerdote y el rey David. Cada tarde el
fiel invita a uno, comenzando por Abraham y terminando en David. Estas almas santas le
acompañan por turno durante los siete días que dura la fiesta. La cabaña reviste de este
modo el aspecto de "templo de la espiritualidad"».
«No sabía lo que decía...». En otras palabras, lo que sucedía ante sus ojos era
incomprensible para él.
Pedro intervino sin que nadie le hubiera dirigido la palabra.
En cierto modo Mc excusa su salida intempestiva mezclando también a los demás:
«estaban tan espantados». Es el terror que atenaza al hombre ante las manifestaciones de
lo divino.
La expresión es semejante a la que se empleará con ocasión de la agonía en el
Getsemaní: «y no sabían qué contestarle» (14, 40) Y repite un motivo muy grato a Mc: la
incompresión de los discípulos.
«Las dos escenas están emparentadas: los mismos testigos privilegiados, el mismo
estupor ante la gloria y ante la humillación de Jesús. En los dos casos los discípulos están
en presencia de un misterio incomprensible» (X. L. Dufour).
En vez de tiendas, hechas por mano del hombre, está la nube -obscura y luminosa- que,
como en el éxodo, manifiesta la presencia de Dios en medio de su pueblo, la indica y la
esconde al mismo tiempo.
«Se formó una nube que los cubrió con su sombra». Una especie de respuesta divina a
la ingenua propuesta de Pedro. También los tres discípulos fueron «envueltos» por la nube,
es decir fueron implicados en el acontecimiento.
Quizá la nube sirve aquí también para esconder parcialmente, una especie de pantalla
protectora (un poco como la mano de Dios que cubre el rostro de Moisés en la cavidad de
la roca), porque los ojos humanos no pueden soportar toda aquella luz.
Y salió una voz de la nube: "Este es mi Hijo amado, escuchadlo"» (v. 7).
La palabra celeste constituye el punto culminante de todo el acontecimiento. Además de
renovar el reconocimiento divino del propio Hijo como en el bautismo, se inserta un
elemento nuevo: «escuchadlo».
Se realiza aquí el anuncio profético: «Un profeta de los tuyos, de tus hermanos, como yo,
te suscitará el Señor, tu Dios; a él le escucharéis» (Dt 18, 15).
Dios en persona ofrece la propia garantía a los representantes de los discípulos: Jesús,
su hijo, el amado, es el profeta que deben escuchar (escucha-obediencia). Deben tomar en
serio sus palabras, incluso cuando habla de sufrimiento. Deben seguirlo en un camino que
a través de la cruz, conduce a la gloria.
Quizá en este momento Pedro comienza a comprender el absurdo de su palabra que
quería disuadir a Jesús de comenzar aquel itinerario doloroso.
«De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos» (v. 8).
1. No hay comparación. Mejor sin duda las páginas de san Juan de la Cruz que las de
algunos estudiosos. Los místicos se encuentran mucho más a su aire en el monte de la
transfiguración que los estudiosos. Sus balbuceos resultan mucho más convincentes que
las doctas y complicadas explicaciones de los expertos.
Sobre el Tabor los contemplativos están en su ambiente familiar. Los exegetas, en
cambio, se mueven con dificultad y no ven la hora de cerrar esta divagación entre las
nubes.
El motivo me parece bastante evidente.
El estudioso parte del propio cerebro para penetrar e iluminar el misterio.
El místico parte del misterio para ayudar y esclarecer la propia inteligencia.
Por eso el primero ante el misterio se encuentra la obscuridad.
Mientras el segundo se siente aturdido, fuera de sí, pero con un exceso de luz.
El doctor se lamenta porque no se entiende nada y por eso se esfuerza por explicar,
discutir, analizar, clarificar, sistematizar. El contemplativo normalmente calla, porque lo que
vive no es expresable en palabras.
3. El rabí Judah solía explicar: «La luz que el Santo Bendito creó el primer día debería
servir al hombre para contemplar el mundo de un extremo al otro. Pero el Santo Bendito vio
la generación del diluvio y la generación de la torre de Babel, cuya conducta era
degenerada; entonces decidió esconderla y reservarla a los justos para el mundo futuro».
Señor, no pertenezco a la generación del diluvio.
Pero tampoco tengo la pretensión de estar en la categoría de los justos.
En cuanto a la torre de Babel hace tiempo que renuncié a ese proyecto.
¿Podrías darme una pequeña cantidad de esa luz que tienes escondida e inutilizada? Me
sobra con poca. Una luz suficiente para desenvolverme en la confusión de mi vida.
En el mundo futuro pienso que habrá suficiente luz. En el presente tenemos en cambio
una terrible escasez.
Señor, reconocer que se está en la obscuridad ¿es ya un don de luz?
5. Es curioso cómo el hombre se preocupa siempre de construir una casa a Dios que, en
cambio, ha descendido sobre la tierra precisamente para habitar en la casa del hombre.
Mucha gente religiosa, cuando quiere honrar a Dios, cuando cree agradarle, no
encuentra nada mejor que construirle una iglesia. No se les pasa por la imaginación que él
quiere instalarse en nuestra casa, en nuestra vida, en el centro de nuestros «trabajos»
cotidianos.
«Dios tiene necesidad de metros cuadrados» se leía en un anuncio publicitario,
aparecido en los periódicos para la construcción de nuevas iglesias.
Es probable que se contente con menos y, al mismo tiempo, exija mucho más. El corazón
del hombre es el «lugar» preferido por Dios. Y no es cuestión de ladrillos ni de metros
cuadrados.
«No encontraron sitio en la posada» (Lc 2, 7). Hay gente que evidentemente se siente
aún culpable de aquella descortesía y quisiera compensar.
Pero Jesús en este momento no acepta ya posada. La hospitalidad que pretende es la
doméstica.
El proyecto de la tienda quizá responde al deseo inconsciente de tener a Dios a
distancia, circunscribir su presencia en lugares y tiempos bien definidos.
Pero él no sigue nuestro juego. Con la encarnación ha elegido otro juego, que es más
bien serio, el de nuestra realidad de todos los días.
Me decía un cura viejo: «Créeme, el misterio más difícil de digerir no es el de la Trinidad
-no cuesta nada-, sino la encarnación. Comprende, quien acepta tener un Dios siempre
entre manos...».
Probablemente tenía razón.
Demasiados cristianos prefieren ir a buscar a Dios en su casa, más bien que dejarse
encontrar por él en la propia habitación miserable.
Prefieren permanecer de rodillas por un cierto tiempo y después, una vez que se han
levantado, hacer su vida sin el riesgo de encontrárselo cerca a cada momento.
Ciertamente, un Dios bajo la tienda no se interfiere ni estorba a nadie.
Permanecer con Dios en la montaña puede ser bonito.
La pena es que él desciende rápido. Nos lleva al asfalto, al olor de los tubos de escape,
a la multitud que te pisa.
Y en medio de esa confusión, te lanza allí una propuesta: «Me gusta estar aquí» (o «es
bueno que yo esté aquí contigo»). «Si quieres, entro bajo tu tienda...».
El sabe lo que dice...
Quizá por esto me molesta.
CONFRONTACIONES
El discípulo no es un original
La escucha es lo que define al discípulo. Su ambición no es la de ser original, sino la de
ser esclavo de la verdad, en actitud de escucha.
De acuerdo con toda la concepción bíblica, la palabra de Dios que hay que escuchar no
tiene sólo un aspecto cognoscitivo, vehículo de ideas y conocimientos (en este sentido
revela el plan de Dios: quién es Dios, quién somos nosotros, cuál es el sentido de la
historia en la que estamos insertos); sino también, como consecuencia, un aspecto
imperativo (lo que tenemos que hacer, la regla a seguir, el punto de vista que hay que
asumir ante nosotros y ante la historia); finalmente la palabra de Dios es una fuerza, una
promesa fiel que logra, a pesar de todos los obstáculos, su objetivo. Comprendemos
entonces cómo la escucha de la que se habla es el resultado de la obediencia, conversión
y esperanza. Requiere no sólo inteligencia para comprender, sino coraje para decidirse: la
palabra que escuchas es de hecho una palabra que te envuelve y te arranca de ti mismo
(Ibid.).
Te he regalado un rayo
Te he regalado mi voz, después... un rayo.
Me he manifestado a ti en mi amor como un resplandor.
Después me he convertido en pequeña nube que parecía de fuego.
Viniendo de arriba y parándome sobre tu cabeza,
te otorgaba sólo contemplar esta apariencia.
Consumía la opacidad de tu carne, la obscuridad de tu cabeza...
se difundió un olor, olor de carne quemada al fuego...
(Simeón el nuevo teólogo)
(·PRONZATO-3/2.Págs. 45-58)
.......................
1) Algunos ven una referencia a los «seis días» de espera que pasó Moisés antes de la revelación en el Sinaí.
Los escribas. Son citados al principio, pero desaparecen en seguida. Quizá fueron
capaces de sostener una disputa con los discípulos. Pero no están suficientemente seguros
para enfrentarse con Jesús («¿De qué discutís?», v. 16). Sobre todo porque Jesús
responde con hechos.
Los discípulos. Están un poco en penumbra. Quizá sea el rubor del fracaso sufrido lo que
les hace estar aparte.
El demonio. Parece una sola cosa con el muchacho poseso. De tal forma que el v. 18b
(«echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso») no se puede distinguir si se
trata de acciones del muchacho o del espíritu inmundo. Es un espíritu mudo (según el
diagnóstico del padre), pero también sordo (según la intervención siguiente de Jesús).
Dotado de una fuerza espantosa. Pero, como los escribas, también tiene que habérselas
con el «más fuerte».
El padre. Desempeña un papel de primer plano. Emprende un doble camino de fe: hacia
los discípulos, y después desde los discípulos a Jesús.
Sin embargo, en su fe hay cabida para la duda: «si algo puedes...» (v. 22). El diálogo con
Jesús sirve para conducirle a una fe más completa. Aquel hombre salta con una de las
profesiones de fe más estupendas que se conocen y que ha merecido ser recordada en
todos los comentarios del evangelio.
Por tanto, probablemente, los escribas están poniendo en duda la eficacia del poder
otorgado a los apóstoles.
No se precisa, en cambio, a quién se dirige la pregunta hecha por Jesús: «¿De qué
discutís?» (v. 16).
Como nadie responde, se adelanta uno de entre la gente, que resulta ser el padre del
epiléptico, el cual a las claras informa detalladamente al Maestro sobre el hecho que ha
dado origen a la polémica, denunciando amablemente la incapacidad de los discípulos (no
me parece que haya que hablar, como querría alguno, de una acusación impregnada de
animosidad, ni mucho menos la intención de hacer recaer el reproche sobre el Maestro), y
describiendo las manifestaciones del mal.
Mc hablará explícitamente de epilepsia. En efecto, los síntomas son claros. Son
expresados con cinco verbos: lo agarra, lo tira al suelo (y después también al agua y al
fuego), echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso.
Ante un cuadro tan lamentable, sorprende en gran manera la respuesta de Jesús:
«¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros?, ¿hasta cuándo tendré que
soportaros?» (v. 19). Se puede encontrar en la Biblia algún paralelo con esta exclamación.
Podremos decir: el lamento y el desahogo del profeta.
El presente lamento-cansancio de Jesús no está en relación sólo con la situación
específica que tiene ante sus ojos, sino que abarca y casi compendia el conjunto de su
misión, que va siempre a estrellarse contra la incredulidad de los hombres.
Comenta con mucha eficacia R. Schnackenburg: «Se diría que Jesús quisiera huir de los
hombres y que está cansado, lo mismo que en otro tiempo los profetas se dolían y se
mostraban exacerbados de tener que desarrollar su misión en medio de aquel pueblo
recalcitrante (cf. Jer 5, 23; 9, 1s). El pesimista juicio de Jesús sobre sus contemporáneos,
sobre esta generación que no tiene intención de convertirse (Mt 12, 41 s) acumulando
culpa sobre culpa (Lc 1, 49 s) explica a la comunidad sus mismas experiencias amargas y al
mismo tiempo se convierte en una admonición para no caer en la misma actitud de torpeza
y obstinación.
«Por su parte Jesús, ante la resistencia y torpeza de los hombres, no se deja sorprender
por una resignación pasiva, sino que permanece fiel a la divina misión de anunciar la
salvación y de conducirla a cumplimiento. Un suspiro apenas perceptible, causado por su
naturaleza humana, sale casi involuntariamente del corazón: él sufre ante esta humanidad
y, sin embargo, se dirige inmediatamente a ella ofreciéndole una vez más la misericordia y
el perdón. Es una invitación a los predicadores y, en general, a todos los fieles, a no
rendirse ante la obstinada oposición promovida por el mundo circundante y a no admitir
decaimientos dentro del propio corazón. Por esta razón Jesús hace que le lleven ante el
chico enfermo...».
Es decir, después del desahogo, más que comprensible, a través del cual se
transparenta un rasgo de la humanidad de Jesús -y también su juicio preciso sobre el
verdadero mal que debe afrontar y ante el cual, en cierto sentido, se siente impotente, es
decir la incredulidad- Jesús se inclina de nuevo sobre las miserias del hombre. Está
cansado pero sólo para comenzar de nuevo...
Depende de ti
El diálogo con el padre constituye una de las perlas del evangelio. Jesús quiere que el
hombre tome conciencia de su poca fe. Y su pedagogía consiste en empujarle a descubrir
que, para aumentar la fe, hay que darse cuenta antes de que no se tiene.
Por otra parte, la fe una vez más representa la condición indispensable para el milagro.
En este sentido Jesús impide que el padre atribuya exclusivamente a los discípulos la
responsabilidad de su fracaso. Tampoco él es capaz de curar al hijo a causa de su
incredulidad.
«Si algo puedes...» (v. 22). Es decir, si realmente puedes, como dicen todos.
MIGRO/FE FE/MILAGRO Es significativo el que Jesús dé la vuelta a las partes. Mira
que no depende de mí sino de ti.
Comenta en este sentido E. Bianchi: «Jesús no responde "tú deberías saber que todo me
es posible" sino "todo es posible para el que tiene fe": Si tienes fe, todo es posible para ti.
No desafía al padre sino que le hace una oferta: te basta creer».
Este se aferra inmediatamente a la oferta, aunque se da cuenta de su propia debilidad e
implora que Jesús le ayude en su poca fe. En este momento parece casi que el enfermo, a
quien hay que socorrer, sea él.
«El grito del padre revela su miseria: de esta nace su respuesta que quizá sea la mejor
que pueda darse a esta pregunta. Quien se atreve a decir "yo creo" debe añadir, al mismo
tiempo, que puede decirlo sólo como uno que tiene confianza en que Dios volverá a
ayudarle a tener fe; que, por tanto, el sujeto último de esa fe puede ser solamente Dios, no
"yo". Sólo siendo conscientes de la propia incredulidad se puede reconocer el don divino de
la fe con alegría y con confianza; porque esta es cierta sólo cuando está fundada sobre un
acto de Dios. La fe es, por consiguiente, una apertura incondicionada al acto de Dios, una
firme espera por parte de quien, mirándose a sí mismo, podría siempre sólo afirmar la falta
de fe, pero mirando a Dios reconoce, con alegría y certeza, que Dios vuelve siempre a
sanar esa falta» (E. Schweizer).
En la narración de la auténtica y propia curación, Mc usa algunos términos que, en la
comunidad primitiva, habitualmente eran usados al referirse al Jesús resucitado: egeire, en
efecto, significa literalmente «despertar» y anistemi «resucitar». Por tanto, lo despertó -de
hecho estaba como muerto y así aparecía a los ojos de la gente- y lo resucitó.
Además, el gesto de tomar de la mano al muchacho es el mismo que hemos ya visto con
ocasión de la curación de la suegra de Simón (1, 31) y de la resurrección de la hija de Jairo
(5, 41).
También hay que subrayar el verbo «increpar», que es típico de las narraciones de
exorcismos, como si indicase que Jesús entabla una cerrada lucha contra el adversario.
PROVOCACIONES
3. Pienso en aquel padre. Suerte que su hijo ha sido liberado. De otro modo, aquella
tarde, al volver a casa, no habría podido decir que aquel Maestro y sus amigos no habían
sido capaces de curarlo. Tendría que haber admitido: es culpa mía.
Yo, en cambio, puedo coleccionar, impertérrito, fracasos en serie, fallar en todos los
frentes. Pero siempre hay algo o alguien a quien echar la culpa. Jamás una sola vez se me
pasa por la imaginación que lo que ha sucedido puede ser debido a mi poca fe.
Capaz de llamar a Dios en ayuda por los motivos más diversos.
Ni una vez le he llamado en ayuda de mi incredulidad.
Sin embargo, si la fe significa estar unidos a él, la falta de fe, reconocida, no es lejanía de
Dios, sino un acudir de Dios hacia mí.
No me siento seguro porque creo.
Puedo estar seguro sólo cuando Dios viene en ayuda de mi incredulidad.
4. Los discípulos se ilusionaban ya con creerse los poseedores de un poder del que
habrían podido disponer casi automáticamente -y autónomamente- en cualquier ocasión.
El fracaso y la sucesiva lección del Maestro les convence de que no basta haber recibido
un poder para que este se revele necesariamente eficaz. Sin fe, sin oración y sin ayuno, es
decir, sin una referencia continua a Dios, sin una dependencia total de él el poder no sirve.
Permanece como bloqueado. Le tienen, pero no son capaces de actuarlo. Lo usan en
nombre propio. Es decir, lo usan en vacío.
Mis incapacidades, en el fondo, son faltas, en el sentido literal del término: faltas de fe y
de oración.
Yo soy capaz solamente en Dios.
CONFRONTACIONES
Qué es fe FE/QUÉ-ES:
Fe es creer que allí donde el hombre comprueba sus límites, su impotencia, su pecado,
Dios puede manifestar su poder. Fe es, por tanto, cesar de confiar en el hombre para poner
la confianza en Dios...
...La fe es el acto con el que el hombre renuncia a contar consigo mismo, a buscar su
realización, a fiarse de sí mismo y se declara pronto a recibir todo de Dios.
No es, pues, el hombre quien a través de la fe actúa sobre su salvación, sobre su vida:
es Dios el que actúa. Pero el acto de fe es necesario para la intervención de Dios y Jesús
une ambos: «tu fe te ha salvado». El hombre es incapaz de valorar la fe de forma adecuada
y lo que el hombre llama poca fe, incredulidad, apistia , puede ser a los ojos de Jesús ya
fe. La fe no es medible, pues la fe débil es ya fe en su totalidad: no es la grandeza de la fe
la que obtiene el milagro, sino la potencia de Dios que obra en Jesucristo (E. Bianchi,
Discepolato e Sequela, Spiritualità Bíblica n. 1, Comunità di Bose; apuntes dactilografiados
y ahora recogidos en el volumen: Qualità e dignità della vita cristiana, Torino 1979).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 61-71)
2-5 - SEGUNDO ANUNCIO DE LA PASIÓN Y RESURRECCIÓN
Mc/09/30-32 Mt/17/22-23 Lc/09/43b-45
J/PASION/ANUNCIO-2
«El es el Señor del porvenir no porque tenga reservado, detrás de los telones que cierran
nuestro horizonte, un espectáculo que constituye un desafío a la imaginación, sino porque
en el instante presente, de muertos abatidos bajo su pasado, hace surgir hombres libres,
vencedores del miedo, humildemente preparados para todos los acontecimientos.
Esta manera única y divina de dominar el porvenir dejándolo acercarse por sí mismo, se
intuye en estado puro, en los anuncios de la pasión. Paradoja que sorprende: Jesús
aparece como alguien que domina el futuro, sabe lo que le reserva y dónde le conduce, y al
mismo tiempo está privado del propio poder, abandonado a la potencia más temible, el odio
de los enemigos. Nada expresa mejor esta coincidencia entre su potencia soberana y su
radical impotencia, que las declaraciones acerca del hijo del hombre venido para ser
entregado a la crueldad de los hombres».
Sin embargo el problema no queda resuelto, el misterio permanece sin descifrar. Para
nosotros resulta extremadamente difícil poner de acuerdo la clara conciencia de Jesús ante
el propio destino de sufrimiento y de muerte -expresada en los tres anuncios- con la
realidad de su condición humana. Conservar en esa conciencia una característica de
unicidad sin hacerle perder su dimensión humana, esto representa para nosotros una
dificultad no fácilmente superable.
Muy interesante, a este respecto, es la conclusión de J. Guillet: «Igual que su conducta,
también su conciencia es coherente. Esta nace de una profundidad en donde nuestra vista
se pierde y, sin embargo, nos revela un ser auténtico. Esta no es una construcción mítica,
sino misterio que se nos revela y ofrece».
Los discípulos, sin embargo, no entienden y no osan interrogarle.
Esto contrasta con el hecho de que Jesús les separa de los demás y les reserva una
enseñanza particular.
Con su incomprensión los discípulos se colocan una vez más de parte de la gente, de los
que «están fuera».
Sus pensamientos permanecen «en lo humano» (8, 33).
PROVOCACIONES
1. G. Dehn traduce «atravesaron Galilea» (v. 30) por «pasaban ante las casas de los
hombres», o «pasaban de lejos ante la casa de los hombres».
No puedo decir si tiene razón desde un punto de vista rigurosamente filológico.
Pero el sentido me parece muy sugestivo.
Para captar la enseñanza de Jesús, no hay que pararse, es necesario pasar de largo
ante las casas de los hombres, las academias, los palacios de los poderosos, los teatros de
las representaciones mundanas.
La paradoja cristiana no tolera el ser domesticada. Las exigencias evangélicas pueden
ser comprendidas sólo en una lógica de superación de los muros de casa, de las categorías
del buen sentido, de la prudencia y de la racionalidad.
La verdad de Cristo es un ir mas allá.
Entretenerse un instante para razonar, para discutir, para sutilizar, significa cavar una
distancia incolmable.
Pararse en conciliar, poner de acuerdo, atenuar, equivale a fijar una extrañeza total.
Su palabra ha venido a habitar en medio de nosotros. Pero no pretende ser una nana
tranquilizante de nuestra digestión o de nuestro sueño, un trasfondo sugestivo para
nuestras representaciones habituales.
Es, en cambio, una invitación perentoria para salir fuera, orden molesta de traslado, señal
lacerante para abandonar los reparos.
2. «Ellos no entendían sus palabras, y les daba miedo preguntarle» (v. 32). Chouraqui
traduce: «No penetraban su palabra». Sí, se quedan en la superficie. No quieren
profundizar. Prefieren apretar filas en aquel la zona exterior. Con la ingenua ilusión de que
la no comprensión les dispense de la tarea de enrolarse en aquel itinerario obscuro.
Quizá por esta razón temen preguntarle.
No por miedo a ser reprochados por su escasa inteligencia.
Es el miedo a que, a través de la claridad, se les quite la coartada de la ignorancia y por
tanto se impida la huida.
Como nosotros los hombres, siempre refractarios ante lo que no nos gusta, también ellos
buscan no la profundización en una verdad desagradable, sino el mantenimiento de sus
propias ilusiones.
¡Sobre todo... no quitarles los pretextos!
CONFRONTACIONES
QUIÉN ES EL MAYOR
Mc/09/33-37 Mt/18/01-05 Lc/09/46-48
SERVICIO/PRECEPTO
Casi siempre los apóstoles son los que preguntan a Jesús en casa, privadamente. Aquí
es él quien tiene necesidad de saber.
«¿De qué discutíais por el camino?» (v. 33).
Se callan, embarazados, porque no pueden estar orgullosos del tema de su animada
discusión, que era lo opuesto a cuanto poco antes el hijo del hombre había anunciado
acerca del propio itinerario de humillación.
Como después del primer anuncio había saltado la protesta de Pedro, que manifestaba
cómo no razonaba «al modo de Dios», así también después del segundo anuncio, la
polémica que envuelve a los discípulos demuestra cómo sus pensamientos y sus
preocupaciones son «al modo de los hombres».
«Por el camino habían discutido quién era el mayor» (v. 34).
Una vez más Jesús tiene que explicar que el camino del discípulo no puede ser distinto
del de su Maestro. Una vez más se ve obligado a precisar las rudas exigencias del
seguimiento. No basta caminar con él. Hay que «cargarse» además de con la cruz, también
con su escala de valores, que constituye un cambio radical de las posiciones y de las
precedencias establecidas en el mundo.
Tengamos presente que la cuestión de las precedencias no denuncia -como podríamos
creer- una preocupación de tipo mundano, sino que era un problema típico de la mentalidad
religiosa del tiempo. «La aspiración a ser "grandes" impregnaba enteramente la piedad
palestina. En cualquier ocasión, en las asambleas religiosas, en la administración de la
justicia, en la mesa común, en cualquier actividad, salía continuamente el problema de
quién era el más grande. La valoración de la dignidad, del puesto que le correspondía a
cada uno, era objeto de asidua atención y se le daba una notable importancia» (Sclatter).
Especialmente en las comunidades religiosas el rango de cada uno de los miembros
daba lugar a interminables y vivaces diatribas, que desembocaban en minuciosas
prescripciones. Basta leer, a este propósito, algunos textos de Qumram.
Una última noticia. Según una pía tradición, el niño de quien se habla en estas páginas
habría llegado a obispo y mártir de Antioquía: san Ignacio. La identificación se ha hecho
jugando con el nombre griego (que de portador-de-Dios se ha convertido en
portado-por-Dios). Otros, en cambio, piensan en san Marcial.
PROVOCACIONES
1. Nos podemos preguntar qué relación existe entre la acogida y la disputa inicial sobre
las precedencias.
Como de costumbre, Jesús no resuelve nuestros líos ni se mezcla en nuestras ridículas
bagatelas. No da recetas preparadas. Más bien desvía el problema a otro plano y,
podríamos decir, lo complica más, aumenta la dificultad.
Ciertamente parte de las precedencias, pero invierte los términos de la cuestión.
Como si dijera: está bien que os ocupéis de precedencias. Sólo que las precedencias no
se refieren a vosotros, sino a los demás. Buscad por tanto, quién tiene derechos a la
precedencia en vuestra hospitalidad.
Es justo que habléis de primeros puestos. Pero daos cuenta de aclarar quién debe
ocupar el primer puesto de vuestra atención.
Es más que legítima la pregunta sobre quién es grande. Pero tened cuidado de honrar y
amar a los grandes según Dios: es decir los que son pequeños y con los que él se
identifica.
Progresad; pero no para imponeros a los demás, para estar por encima de ellos, sino
para recibir a aquellos de quien nadie se ocupa.
Acogiéndoles a ellos, me acogéis a mí. Y acogiéndome a mí acogéis al Padre que me ha
enviado.
Como puede verse, Jesús no abolía las jerarquías. Las mantiene sólidamente, más aún
las prolonga más allá de nuestras miras.
Nos enseña, sin embargo, a valorarlas... a fondo.
Nos enseña que no es necesario destruirlas. Es suficiente con «darles la vuelta».
Tiene que existir un orden; con tal que sea un orden dado la vuelta.
Una vez más nos muestra que nuestro punto de vista está equivocado. Nos preocupamos
de nosotros mismos, de nuestra grandeza. Y nos obstinamos en «probarla» midiendo con el
patrón acostumbrado.
El Maestro nos advierte: tira ese patrón. No pierdas tiempo calculando tu estatura. ¿No
has entendido que desde el momento en que Dios ha bajado a la tierra, es ridículo
pretender sobresalir?
El problema no es el de ser grande, sino el de «dejar sitio».
La importancia no está documentada con la tarjeta de visita. Depende, en cambio, de las
personas «sin importancia» que acoges en casa.
Eres grande no si ocupas un puesto de relevancia, sino si en tu vida hay sitio para quien
no tiene grandeza.
Eres respetable en la medida en que demuestres respeto y amor hacia aquellos que no
han sido capaces de obtenerlo.
Podemos decir: las precedendas no se establecen por decreto ley. Son ganadas por
quien no se ocupa de ellas porque está empeñado en tener abierta su casa a aquellos que,
de otra forma, permanecerían fuera.
2. «¿De qué discutíais por el camino?».
La pena es que hoy el Maestro no está ya ahí para importunarnos con esta pregunta
embarazosa.
Así podemos ir tranquilamente por el camino discutiendo de tonterías. Hay un modo de
eludir los problemas reales (creando otros falsos) y de no llegar jamás a término.
Con la agravante de que no existe ni siquiera el silencio de la vergüenza. Más aún se
tiene la imprudencia de emplear otras palabras inútiles y otro tiempo precioso para
demostrar que aquellos son los grandes problemas en los que hay que ocuparse.
Y, a fuerza de debatir «temas de fondo» -que sólo son tales porque no se tiene el coraje
de afrontar los auténticos problemas- se llega a perder toda credibilidad.
Cristo y los hombres de nuestro tiempo nos esperan siempre en otro lugar.
5. Resalta S. Légasse: «El niño, cuando Jesús lo estrecha entre sus brazos, se convierte
en la imagen del discípulo acogido con ternura en nombre de Cristo». Yo diría también:
símbolo del discípulo acogido con ternura por Cristo.
Y, cuando hemos «ganado» aquel puesto en su corazón, aparece entonces como
absurda la búsqueda de los primeros puestos por otra parte.
6. He visto recientemente a una persona acogida con todos los honores «en el nombre
de Jesús».
No era un niño, ni siquiera uno de tantos marginados.
Por otra parte, el niño es estrechado entre los brazos de Jesús. No dado en espectáculo.
CONFRONTACIONES
Jesús ama al niño y lo estrecha contra su corazón; se reconoce en él; parece decir a sus
discípulos: vosotros aspiráis al primer puesto; pero quien quiera pertenecerme, debe
apreciar todo lo que es pequeño y de poco precio. En efecto, en este niño yo, en persona,
encuentro al hombre. Jesús es el amigo de los hombres que no cuentan en la sociedad y
son despreciados por ella, y de éstos el niño es casi el símbolo (R. Schnackenburg, El
evangelio según san Marcos, Barcelona 3.1980).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 77-83)
.......................
1) Las palabras de Jesús, como observa J. Delorme «aparecen agrupadas según un procedimiento
mnemotécnico habitual en las civilizaciones orales, que consiste en unir dos frases independientes por
medio de una palabra que se encuentra empleada en ambas (procedimiento de las "palabras-eslabón")».
Hay que advertir además que en arameo el mismo término talya sirve para indicar el siervo o el niño, es
decir permitiría la articulación entre el dicho sobre el siervo y la escena sucesiva del niño.
El exorcista abusivo
El enlace con la discusión precedente está formado por la expresión «en tu nombre» (9,
37). Juan refiere el encuentro con un exorcista que utilizaba el nombre de Jesús para
expulsar demonios. Parece que los discípulos habían intervenido sin éxito para impedírselo.
Pero la unión entre las dos disputas no se limita a la palabra que sirve de enlace.
Se trata también de preocupaciones de grandeza y de prestigio, esta vez no de algunos,
sino del grupo en cuanto tal, que reivindica una especie de exclusiva con relación a Jesús.
Me parecen exageradas, a este respecto, las posiciones de muchos estudiosos, que
atribuyen el episodio a la iglesia primitiva, la cual habría proyectado en el pasado un
problema que le preocupaba: la manifestación de fenómenos extraordinarios, la aparición de
individuos exaltados que eran capaces de realizar prodigios indiscutibles, incluso sin estar
adheridos a la comunidad cristiana.
Bastaría la salida brusca de Juan -la única vez en todo el evangelio que interviene
personalmente- para hacer tambalear esta hipótesis y para dar a los hechos una nota de
autenticidad.
Uno de los «hijos del trueno», por tanto, exige una legitimación por parte de Jesús en sus
protestas contra aquel extraño.
PROVOCACIONES
1. No quisiera ser muy malicioso. Pero tengo la impresión de que la brusca salida de
Juan estaba determinada, más que nada, por el despecho en comprobar que el exorcista
no autorizado había triunfado allí donde ellos habían fracasado.
Frecuentemente nos ponemos en contra de alguien y le consideramos enemigo,
sencillamente porque hace lo que nosotros no queremos o no sabemos hacer. La envidia
-enmascarada a veces por una preocupación de salvaguardar los principios- denuncia
siempre impotencia.
Ciertas descalificaciones -justificadas quizá con capciosas razones de ortodoxia o de
reglamentos internos- ponen al descubierto nuestras incapacidades.
De esta forma consideramos enemigo a quien constituye un reproche inquietante para
nuestra inercia y nuestros fallos.
¿No es cierto que hoy, en ciertos ambientes llamados cristianos, basta el hablar de
justicia para ser considerados como «adversarios»?
Quizá Juan, más que dirigirse a Jesús, hubiera sido mejor que se hubiera dejado enseñar
el secreto por el exorcista extraño...
El verdadero discípulo tiene que aprender todo; de todos.
4. El discípulo, según la lección de Jesús, no debe ser alguien que «olfatea», descubre
enemigos por todas partes como un sabueso. Nadie le autoriza a pedir la documentación a
los demás. Debería ser, en cambio, alguien capaz de descubrir secretas conexiones e intuir
preciosas complicidades insospechadas. Capaz de comprender que alguien habla de Jesús
aunque no lo tenga en los labios, pero lo tiene en sus acciones.
Una comunidad debería especializarse en identificar con un sentido de gozosa maravilla
quién «está con nosotros» entre los muchos que «no son de los nuestros».
5. No sé si he leído mal. Pero Jesús promete una recompensa a quien ofrece un vaso de
agua a un discípulo suyo, a un misionero del evangelio. No me parece que diga que el
discípulo tiene derecho a servirse del evangelio para obtener recompensas humanas. O
sea, no reconoce al discípulo el derecho, además del vaso de agua, también a los honores,
privilegios, en definitiva a todas aquellas cosas que sacian la ambición personal o de grupo.
El hecho de pertenecer a Cristo autoriza a exigir un vaso de agua -lo indispensable para
vivir-, no a cobrar indemnizaciones y condecoraciones en la ventanilla de la vanagloria.
A pesar de parecer impertinente, osaría decir que así como hay una recompensa para
quien ofrece un vaso de agua a un discípulo, también la habrá para quien le niega
-precisamente por el hecho de que pertenece a Cristo- una reverencia, una zalamería, un
sillón o un primer puesto en el palco del mundo.
En efecto, un vaso de agua porque se va de viaje.
El resto, en cambio, constituye un estorbo, un impedimento para el camino.
CONFRONTACIONES
3. La piedra-de-molino. Era una gran piedra que tenía más o menos la forma de una
campana.
Explica minuciosamente Lagrange: «Mientras la piedra a mano se compone de dos
piedras redondas en la que la de arriba tritura el grano sobre la de abajo, la piedra para el
asno es una especie de gran cáliz de piedra, perforado en el medio por un largo orificio a
través del cual pasa un mazo también de piedra. El grano se echa en el cáliz y se tritura
contra el mazo a medida que la piedra gira, puesta en movimiento por un asno atado a las
abrazaderas de la piedra. Era posible levantar el cáliz perforado y ponérselo en el cuello de
alguien. La expresión de Mc resulta, por tanto, absolutamente literal».
El mensaje
La amonestación de Jesús se desarrolla en dos partes: la primera está constituida por el
versículo 42, la segunda va desde el 43 al 47.
Las palabras relativas al escándalo para los pequeños aparecen tanto más severas
cuanto que poco antes Jesús ha garantizado la recompensa a quien acoge y ofrece un
vaso de agua a los discípulos (también ellos son «pequeños» a los ojos de la gente que
cuenta). Aquí, en cambio, se considera la actitud opuesta: la de quien pone en peligro la fe
de estos «pequeños» constituye un pecado bastante más grave que la pérdida de la vida
misma. Tengamos en cuenta que la imagen de un hombre que se ahoga en el mar con una
piedra de molino encajada en el cuello, resultaba particularmente dramática para los
hebreos, dada su mentalidad que consideraba la muerte por ahogamiento como la más
abominable.
«Seguramente en torno a Jesús habría personas que disuadían a "los pequeños" y a los
sencillos que le seguían para que no pusieran en él su fe ni le fueran fieles. Era obvio que
Jesús considerase, indignado, semejantes intentos de seducción» (R. Schnackenburg).
Después de haber puesto en guardia contra el propósito de destruir la fe en el corazón
de los pequeños, Jesús considera otro tipo de escándalo: no ya el provocado por los otros,
sino el que nace dentro de nosotros.
Se alude a la mano, al pie y a los ojos, como ocasiones de escándalo. Pero no es
necesario pensar en tentaciones específicas en este sentido, aunque la interpretación
alegórica lo haya hecho abundantemente (por ejemplo: la mano simboliza alguien o algo a
lo que estamos muy apegados, que nos es querido y útil; o bien una entrega exagerada a la
acción. El pie puede indicar la orientación equivocada de la vida. El ojo expresa los malos
deseos).
En otra ocasión Jesús ha subrayado ya cómo el mal brota del corazón del hombre (Mc 7,
21).
Aquí el Maestro quiere decir sencillamente que la posibilidad de caída del hombre, la
atracción hacia el mal, depende de su naturaleza corpórea.
Jesús, con gran fuerza, inculca el rechazo más claro de cualquier connivencia con el mal.
La salvación, el seguimiento, plantean exigencias tan radicales que hay que estar
dispuestos a cualquier sacrificio, a cualquier despego.
La imagen usada para indicar cómo nada vale más que la salvación, es la de la
mutilación de los miembros más preciosos. Cuando está en juego el destino último del
hombre -expresado con el término «vida» y sucesivamente «reino de Dios»- hay que estar
dispuestos a las elecciones más lacerantes.
Naturalmente no hay que entender que Jesús recomiende la mutilación para evitar el
pecado, además se puede cometer una culpa siendo cojo o tuerto... Jesús insiste en la
vida, no en la disminución física.
«El cortarse un miembro no es un fin en sí mismo y no sirve ni siquiera para el
perfeccionamiento del espíritu en el sentido de la mortificación del cuerpo. Sencillamente
indica que la obediencia a Dios es, en cualquier circunstancia, la más importante, incluso
más importante que los propios miembros (estos no son por tanto mencionados como algo
despreciable, sino como las cosas más preciosas que el hombre posee). Está, pues, claro
que no se trata de aplicar literalmente estas palabras... No se trata de infligirse el sacrificio
de una mutilación para adquirir méritos, sino para liberarse de todo aquello que constituye
un obstáculo a la comunión con Dios. Y este obstáculo en cada caso será distinto» (E.
Schweizer).
Es decir, todos han de tener el coraje de cortar por lo sano. Si uno está dispuesto incluso
a perder una mano por la salvación del cuerpo, mucho más por la salvación total.
Al discípulo, por tanto, se le plantea la alternativa de la extrema seriedad del compromiso
con Cristo.
Las tres sentencias de Cristo -medidas según un cierto ritmo- aunque se refieren al
campo moral, no se limitan a él, sino que abarcan todas las opciones existenciales.
El lenguaje de Jesús, aunque exprese una seriedad excepcional, sin embargo, es
necesariamente metafórico y como tal es entendido, no para hacerlo menos incómodo o
atenuar su carga provocadora, sino para traducirlo a las situaciones más diversas y
aplicarlo a los compromisos más variados.
Incluso para la gehenna, Jesús se sirve de una imagen familiar a los que le escuchaban.
No debemos pedirle sobre esto informaciones relativas a las penas infernales o sobre la
vida del más allá. Para él «entrar en la vida» o «ser echado a la gehenna» , quiere decir
sencillamente participar en el reino futuro o bien ser reprobados por Dios. En este último
caso se pone en evidencia el fallo de la vida del hombre en relación a su fin
transcendente.
Nota oportunamente R. Fabris: «La novedad del evangelio no consiste en proponer una
nueva concepción del más allá, sino en dar, a través de la palabra y de los hechos de
Jesús, un nuevo fundamento al compromiso de vivir seriamente en el más acá, en donde es
decidido también el destino último y definitivo del hombre ante Dios».
Y V. Taylor: «Jesús se sirve de una idea corriente en su tiempo. No se le deben atribuir
ideas posteriores de castigos eternos, ajenas a su enseñanza sobre Dios y sobre el
hombre; pero, por otra parte, sus palabras no pueden ser interpretadas como una metáfora
pintoresca. En oposición a la fórmula "entrar en la vida", las palabras "ser arrojados en la
gehenna" indican la ruina espiritual y quizá la destrucción».
Lagrange: «La cuestión de la eternidad del castigo no es tratada directamente. Los
agentes del suplicio no se paran jamás, mientras haya que castigar... pero esto no
determina la duración de la pena».
La sal
«De hecho cada cual será salado a fuego» (v. 49). La unión con lo que precede viene
dada por la palabra «fuego». Sin embargo, de este versículo se han dado al menos unas
quince interpretaciones distintas.
La más... cruel me parece la que atribuye a Jesús un pensamiento de este tipo: es
necesario sufrir, ser atormentados. El que no acepta la mutilación en este mundo (según lo
que se ha dicho antes), deberá sufrir el fuego en el otro. Sería como querer hacer de Dios
un torturador a toda costa. Algo decididamente repugnante.
Mucho más sensata es la posición de quienes, partiendo de la consideración de algunas
propiedades de la sal (purificación, conservación), y de que era usada a veces en las
ofrendas sacrificiales, refiere el dicho (mediante la unión simbólica fuego-sal, es decir el
fuego que es sal) a la persecución que enviste la vida de los seguidores de Cristo. No
hemos de olvidar que Mc escribe para una iglesia que conoce la persecución más dura.
Por eso el dicho de Jesús podría significar esto: la persecución, en ciertos casos, es el
único modo de conservar la fe y demostrar la propia fidelidad. Las pruebas que
generalmente tiene que afrontar el discípulo son un elemento purificador (como el fuego)
que destruyendo todo lo que no es digno de Dios, hacen agradable la ofrenda que se le
presenta.
En definitiva, persecución y sufrimiento garantizan la autenticidad de la fidelidad del
discípulo.
TENTACION/MERITO: Decía Tertuliano: «Nadie que no haya pasado a través de la
tentación puede obtener el reino de los cielos».
Nadie, por tanto, puede ilusionarse de que no sea probado.
La disponibilidad al sacrificio no es un fin en sí misma, pero indica que el discípulo
atribuye el máximo valor al seguimiento, por el que está dispuesto a pagar cualquier precio
(en este sentido la sentencia completa las precedentes).
«... Pero si la sal pierde el gusto, ¿con qué la daréis sabor?» (v. 50). También
discusiones infinitas sobre este versículo, que parece ser desmentido por los químicos, los
cuales afirman que la sal no puede perder sus propiedades.
Sin embargo, Jesús no tiene necesidad de referirse a los análisis químicos. La sal es
elegida como símbolo. La sal a la que él se refiere, claro que puede volverse insípida.
Desgraciadamente.
De esta forma la aplicación a los discípulos resulta bastante transparente: se habla de su
especificidad, de su función peculiar que han de ejercitar ante el mundo.
«Jesús pensaba en la fuerza íntima del ser cristianos. En este pasaje los discípulos son
invitados, por tanto, a no disipar su sustancia específicamente cristiana, sino a conservarla
para poder cumplir su función hacia el mundo. Si se pierden las cualidades sustanciales es
imposible recuperarlas» (G. Dehn).
Y J. Schmid resalta el mismo pensamiento: «El discípulo que ha perdido el espíritu de su
misión, es decir la seriedad religiosa, la prontitud para sacrificarse y para servir, ha perdido
todo su valor y es inservible».
«Que no falte entre vosotros la sal...» (v. 50). En este último versículo, exclusivo de Mc,
la sal parece estar tomada como elemento indispensable en las buenas relaciones internas
de la comunidad. No es casual que después de la recomendación «que no falte entre
vosotros la sal» se añada «y convivid así en paz».
La sal que los discípulos no deben absolutamente perder quizá sea la total dependencia
de Jesús. Lo que les permite ser auténticamente sí mismos, conservar la propia
singularidad.
Pero puede también ser la sal de la sabiduría, de la doctrina, que está en la base de las
relaciones con los otros. San Pablo escribe: «Vuestra conversación sea siempre agradable,
con su pizca de sal, sabiendo cómo tratar con cada uno» (Col 4, 5).
Por su parte V. Taylor comenta: «Un modo para vivir en paz con los demás es una
existencia condimentada con las cualidades de la sal; es decir, probablemente lo que
nosotros llamamos sentido común».
No olvidemos que entre los griegos, la sal era símbolo de amistad. En este sentido, a
veces se le ofrecía al huésped un poco de sal.
Sin embargo, me parece que hay que tener presente también la conclusión de E.
Schweizer, que tiene el mérito de armonizar este dicho con los elementos antes apuntados
y, por tanto, de proponer un discurso unitario: «Tened el espíritu de sufrimiento que se
sacrifica, de la resistencia al mundo, pero tened paz unos con otros».
Y la TOB propone: «Tened en vosotros mismos espíritu de sacrificio (en relación al
mundo) y vivid en paz (entre vosotros)».
R. Schnackenburg por su parte une la última frase «convivid así en paz» con la disputa
inicial de los discípulos sobre las precedencias. Y comenta: «Si los seguidores de Jesús se
empapan bien de todo lo dicho precedentemente, no encontrarán dificultad en superar la
animosidad recíproca. Pero hay más: el seguimiento de Jesús, que exige el empleo de
todas las fuerzas y pone a prueba el testimonio que hay que dar en medio del mundo,
¿cómo puede permitir que existan entre ellos riñas y celos? Es una afirmación grave, válida
para todos los tiempos... Sólo una extrema dedicación al servicio de Cristo y una concordia
realmente fraterna pueden dar a la comunidad cristiana el vigor necesario para recorrer el
camino que siga las huellas de Jesús».
PROVOCACIONES
2. También hay pequeños que no lo son y que tienen una fe que es todo menos fe.
Más que adherirse al Maestro, están atados a su propia mentalidad, a sus propias
costumbres, seguridades, inercias.
Cuando estos gritan escandalosamente, no hay que dejarse impresionar.
No son gritos de sufrimiento, sino caprichosos.
En su boca, la defensa de la fe es sólo un chantaje para imponer a todos su paso lento,
sus cantos apagados, sus gestos vacíos, el inmovilismo, la tristeza y el aburrimiento.
Ante estos pequeños abusivos, el escándalo se convierte en un deber. Y consiste en no
tomarles en serio y continuar caminando a pesar de sus chillidos.
Puede ser que, finalmente, se dejen arrastrar por el «soplo» que les impulsa hacia
adelante.
El Maestro, de hecho, está más allá.
4. Algunos estudiosos advierten con premura que Cristo cuando inculca la exigencia de
cortarse la mano, el pie, de arrancarse el ojo cualquiera que sea el motivo de escándalo,
habla en sentido metafórico. Y dan la sensación de calmarte, con un sentido de benévola
complicidad.
Como si dijeran: no te asustes, es sólo un modo de hablar.
Yo, por el contrario, estoy asustado precisamente por esto.
Si no hubiera hablado en sentido figurado, me sentiría más tranquilo.
Precisamente porque es «un modo de hablar», permanezco turbado, conmovido. Advierto
el peligro.
De esta forma sé que, en algunas circunstancias, Cristo me puede pedir algo más difícil
que la pérdida de un miembro del cuerpo.
Puede invitarme, por ejemplo, a conservar las manos en perfecta eficiencia, pero para
utilizarlas en algo que no sea el consabido aferrar, tener o acumular.
Puede permitirme mantener entrenados los pies. Pero, en definitiva, para utilizarlos en
ese camino por el que no quisiera ir.
Puede autorizarme a tener la vista bien. De tal forma que no cierre los ojos a una realidad
que quema.
Sería más cómodo tomar las palabras de Jesús a la letra.
La pena es que él nos deja entrever que no se conforma con eso.
Sus palabras son «exageradas» no en su formulación, sino en sus consecuencias. No te
permiten pararte.
Más que tomarlas al pie de la letra e interpretarlas estrechamente, es necesario dejarse
captar por ellas, dejarse tomar en su incomprensibilidad, en su misterio y dejarse llevar
quién sabe dónde.
Queridos estudiosos, esta vez hubiera sido mejor demostrar que Jesús quería realmente
decir aquello...
Insinuándome, en cambio, que es sencillamente «un modo de hablar», me habéis
alarmado. Veo detrás, inquietante, un «modo de hacer» que no me gusta...
CONFRONTACIONES
No hay que escandalizar ni siquiera a aquellos otros... Hay que tener en cuenta, al
leer este texto hoy, que no se puede aplicar de manera unilateral. Por ejemplo, decir que no
se puede innovar por temor de chocar con los creyentes instalados en sus costumbres y
que están desconcertados por los cambios actuales. Estos tienen derecho,
indudablemente, a ser iluminados acerca del sentido de estos cambios y respetados en el
ritmo de su fe. Pero a los que no se debe escandalizar, es decir conducir al mal y dejar que
se pierdan, pueden ser también aquellos que están tentados a abandonar la iglesia porque
no se reforma, o aquellos que están en el umbral y no pueden entrar porque nuestro
comportamiento les retiene fuera. (J. Delorme, Lecture de l'evangile selon saint Marc,
Cahiers Evangile 1/2, Paris 1972).
Ahora Jesús se despide de Galilea, cuna del evangelio, y se dirige hacia Judea, lugar de
la pasión. Encuentra a la gente de la que estaba apartado desde hacía un poco de tiempo.
Este viaje está caracterizado por algunas enseñanzas que no se refieren exclusivamente a
los discípulos, sino que se alargan a dimensiones y exigencias de una comunidad más
vasta. He aquí los temas:
«Vueltos a casa, los discípulos le preguntaron...» (v. 10). Ante las preguntas de los
«suyos», Jesús no hace otra cosa que confirmar la enseñanza dada en público. No añade
ninguna novedad a su pensamiento, que permanece en una línea de extrema claridad y
compromiso.
El hombre que se divorcia y se casa con otra mujer, comete adulterio.
El versículo 12 (del que se dan varias versiones), probablemente, es un añadido de la
iglesia primitiva y contempla la situación de un ambiente grecorromano en donde, a
diferencia del hebreo, también la mujer podía asumir la iniciativa para el divorcio. La
comunidad, por tanto, actualizando -y, en cierto sentido, completando- con libertad la
lección de Jesús, afirma que también la mujer divorciada que se casa con otro hombre, es
culpable de adulterio.
De esta forma el discurso de Jesús, lejos de ser cambiado arbitrariamente, recibe
sencillamente una aplicación inserta en una situación distinta (3).
El punto de partida
La posición de Jesús merece ser considerada atentamente porque contiene aspectos de
gran importancia y de candente actualidad.
La podemos sintetizar así:
1. Superación del legalismo. Tanto del «permisivo» como del «restrictivo». Jesús no ha
venido para alargar ni para restringir la ley, sino para alargar los horizontes.
Una vez más no se deja envolver en las disputas de escuela, seducir por la casuística
más banal, no se alista ni con Shammai ni con Hillel.
Saltando decididamente el aspecto jurídico, lleva el debate a su verdadero horizonte: la
intención fundamental del Creador.
En esta perspectiva iluminadora -no moviéndonos en las distintas interpretaciones y
tradiciones humanas- hay que afrontar el problema.
Jesús rechaza el ofrecer una solución raquítica. Pero encauza la solución en el punto de
partida preciso.
2. Está fuera de lugar el preguntarse si Jesús asume aquí una posición de extrema
dureza que parece estar en contraste con otras actitudes suyas de comprensión y de
mansedumbre.
La posición del Maestro no puede ser valorada en estos términos precisamente porque,
en el caso específico, incluso cuando se refiere «al principio», no se refiere a un
mandamiento inicial, sino a un « hecho», al acto creador de Dios considerado como
«intervención amorosa para los hombres». Muy bien dice E. Schweizer: «Externamente
Jesús parece tener la misma posición que el judaísmo más rígido; pero la insistencia con
que Jesús transforma la pregunta sobre lo que está permitido en pregunta sobre qué es la
voluntad de Dios, revela una fundamental superación del legalismo. No se puede preguntar
ya: ¿qué está prohibido por la ley y dónde hay un hueco para escaparme de la ley? En vez
de plantear este dilema, Jesús dirige la mirada de los que le escuchan al don del Creador y
les exhorta a vivirlo.
De todas formas, la posición de Jesús es mucho más abierta e implica mucho más: se
nos puede dar este don de Dios en la medida en que se vive de la manera querida por él.
Esta posición significa no sólo evitar lo que está prohibido, sino también cumplir la voluntad
de Dios en el campo de lo que está "permitido". En esta libertad sobre consideraciones
exclusivamente legales, que es don de Jesús, se realiza por tanto el fin de la creación».
4. Pero en todo el discurso de Jesús me parece poder captar esencialmente una oferta.
Moisés había ofrecido una derogación, una concesión (4).
PROVOCACIONES
1. Decir que Jesús no se pone sobre un plano legal, sino en una perspectiva espiritual,
no significa de hecho que se reduzcan las exigencias. Al contrario.
Su lección es aún más vinculante y comprometedora, porque no está inserta en el
revestimiento de la ley (ante la cual, siempre es posible encontrar escapatorias,
acomodaciones, subterfugios en perfecta... legalidad), sino inscrita en la conciencia
personal.
Hay individuos que son capaces de conjugar la más escrupulosa observancia de la ley
con la traición más escandalosa, precisamente a los valores que la ley quisiera expresar.
Para estos la ley -observada en su aspecto literal- representa la tapadera más prestigiosa
del egoísmo.
Entre los pliegues de un artículo de código es un juego de niños arreglar las propias
conveniencias (a pesar de las apariencias de seriedad y de sacrificio).
En cambio, la conciencia, cuando se la pide que funcione tiene el inconveniente de
molestar.
El legalismo, en el fondo, denuncia sólo la preocupación de «estar a punto» para no ser
molestados.
El compromiso evangélico no te permite sentirte en regla porque tienes un «permiso». La
dialéctica permiso-prohibición es superada por la exigencia de sentirse en regla con el
proyecto divino.
2. Me gusta mucho la respuesta de Jesús que, de pronto, hace trizas todas las diatribas
de los expertos para plantear el «caso» más allá de la casuística y ponerlo ante la intención
del Creador.
Esta es, pensando bien, la auténtica «vuelta a las fuentes» de la que tanto se habla en
ciertos ambientes religiosos, pero que a menudo se acomodan en las lagunas del
oportunismo.
Algunas discusiones giran en el vacío en torno a tradiciones más o menos remotas, más
o menos obligantes. Nos detenemos en «derivaciones» a veces secundarias, sin tener el
coraje de llegar a las fuentes.
Se consideran como vinculantes proyectos «derivados», que representan ya
modificaciones, adaptaciones, incluso reducciones -quizá determinadas por circunstancias
históricas- y parece que se tiene una especie de sacro terror a abrir el proyecto original y
confrontarse con él.
Seamos sinceros. Todos, en realidad, evitamos cuidadosamente volver «al principio».
Porque la novedad nos da miedo. Y lo más nuevo, en ciertas circunstancias, es
precisamente la vuelta al principio.
El momento creativo es siempre el más difícil de captar. El más incómodo. Especialmente
para nosotros, que tenemos una distinguida vocación de embalsamadores.
CONFRONTACIONES
EE/INTERPRETACION
Principios operativos
La tendencia de la enseñanza de Jesús es contra el legalismo. Las cláusulas de
excepción en Mt representan el primer estadio en el que sus dichos han sido tratados como
preceptos legales, mientras en su forma original estos son principios operativos
eminentemente penetrantes, precisamente por su carácter espiritual. El cristiano concreto
no puede tener ninguna duda sobre su observancia, bajo la iluminación del Espíritu en la
iglesia y con su propio discernimiento. Para la sociedad en general el problema es más
complejo. Aún menos en este ámbito las palabras de Jesús pueden ser tratadas como
leyes. Sin embargo, si quiere buscar su propia seguridad y el propio bienestar, la sociedad
sólo ganará al dejarse guiar por la enseñanza positiva de Jesús al definir motivos para el
divorcio que amenazan la vida personal y familiar (V. Taylor, Evangelio según san Marcos,
Madrid 1980).
Jesús, yendo más lejos del pequeño incidente, afirma solemnemente: aprended de ellos.
Por eso es central el v. 15: «Os lo aseguro: quien no acepte el reino de Dios como un
niño, no entrará en él», que debía constituir el logion original, pronunciado quizá en otra
circunstancia y que Mc inserta en este episodio, en donde se armoniza perfectamente.
Alguno interpreta: se trata de acoger el reino de Dios como se acoge a un niño (no como
lo acoge un niño). Por tanto, la enseñanza de Jesús no haría otra cosa que recalcar la
exigencia, precedentemente afirmada, de acoger a los pequeños.
No, aquí se trata de algo totalmente diverso. El niño se convierte en modelo. Su actitud
se toma y se copia como ejemplo en relación al reino de Dios.
El reino del que se habla es el que está presente en Jesús, en su persona, en su
mensaje (palabras y obras). En el fondo, es el evangelio (1).
Ahora se plantea la cuestión sobre la que estamos llamados a interrogarnos. ¿En qué se
puede considerar el niño modelo? Descartemos en seguida algunas cosas. No ciertamente
de inocencIa (algo extraño a la mentalidad bíblica). Ni siquiera de humildad (es difícil hablar
de humildad a propósito de niños).
Los niños son bienaventurados «porque no tienen nada que ofrecer, ninguna obra que
calcular; son semejantes a la mano vacía de un mendigo» (E. Schweizer). Son los que no
tienen nada de que vanagloriarse, ninguna pretensión que alegar. No pretenden conquistar
con la fuerza lo que les viene dado.
En definitiva, representan la actitud anti-farisaica por excelencia.
«Querer coger para uno el reino de Dios y apropiárselo es necedad humana y presunción
farisaica, es zelotismo refinado» (K. L. Schmidt).
El núcleo de la lección impartida por Jesús está precisamente aquí. El reino es don. Y es
acogido, recibido. Se trata de entrar, no de construirlo.
Sin duda, Jesús no se refiere a una «mentalidad infantil», sino más bien a la sencillez, la
naturalidad, la ausencia de cálculo que deberían ser características del espíritu de infancia
(muy distinto de las varias formas de infantilismo).
No se trata ni siquiera de ingenuidad y mucho menos de credulidad. Ya lo había dicho
san Beda: nada de credulidad, sino docilidad.
Digamos también: inmediatez, ausencia de complicaciones.
Por otra parte el niño no tiene posiciones que guardar, ni prestigio que mantener, ni
privilegios que defender. Es, por tanto, libre, está preparado para responder a las llamadas
que se le dirigen. Se abre confiado, con abandono. No existe en él esa prudencia
sospechada y maliciosa que frecuentemente distingue a los adultos.
«Porque los niños y los pobres no tienen seguridades que defender... o papeles que
desempeñar, pueden estar totalmente abiertos a los dones de Dios, en cuanto que están
totalmente disponibles al cambio radical y a la confianza que el reino reclama. En efecto, el
anuncio del reino de Dios hecho por Jesús requiere estas dos condiciones: convertirse y
creer» (R. Fabris).
Finalmente en el niño está implícito un sentido natural de dependencia. Dependencia
sobre todo de las personas. Y, por tanto, quizá aquí se insinúa también otro elemento de la
didáctica de Jesús: mentalidad filial. La misma que distingue al Maestro en sus relaciones
con el Padre, en toda su misión. La alusión, aunque implícita, resulta bastante plausible.
Se puede también notar una descomposición-combinación del reino en sus dos aspectos:
presente ya aquí, ahora; y reino futuro, definitivo. Los dos verbos que indican las dos
dimensiones, en realidad están expresados respectivamente en presente («acepte») y en
futuro («entrará»).
Es decir, solamente quien ahora se abandona en las manos de Dios, a su revelación, se
fía totalmente de Jesús, podrá entrar en el reino escatológico.
De esta forma se indicaría el dinamismo cristiano que parte de una receptividad como la
del niño para comprometerse después en la línea del evangelio, preocupándose de
mantener el corazón libre de todo lo que pueda obstaculizar, retener o construir un
impedimento a la consecución del fin.
Por eso, sólo quien responde hoy al don y a la iniciativa de Dios -presente en la acción
de Cristo- con una fe incondicionada, tiene la certeza de entrar cuando el reino se
establezca de forma absoluta y definitiva. De esta forma -como dice V. Taylor- «el reino
presente es acogido; en el reino futuro se entra».
PROVOCACIONES
1. No. Los niños no son en modo alguno ejemplos de humildad. Es, más bien, la humildad
la que debe referirse constantemente a las actitudes peculiares de los niños si no quiere
convertirse en una falsa humildad.
No es fácil. Muchos llegan a reconocerse débiles, insuficientes, incapaces; pero no
basta. Hay que reconocerse dependientes.
Decir, como alguno, «no soy nada», es demasiado poco. Hay que saber dónde está el
todo, abrirse al don. En ese caso no es ya necesario decir con palabras «no soy nada».
La humildad que no sea receptividad resulta ambigua.
Puede representar aún una forma subrepticia de darse importancia, puede enmascarar el
deseo inconsciente de hacerse notar por Dios y por los demás. Puede ser un título de
mérito que se alega.
A Jesús le interesa la apertura, la capacidad de recibir, no la humildad en sí. El quiere un
vacío que no se cierre en sí mismo.
Un «saco vacío» (he aquí otra expresión predilecta de ciertas personas humildes), pero
sellado, no dice nada a Dios.
La humildad, quizá, deba aprender de los niños, no a tener la cabeza baja, sino a
levantarla en dirección del don.
Humilde es solamente el que está a la espera...
5. Una bonita faena que Jesús presente el reino como don que hay que recibir.
No estamos preparados; nos abruma.
Unimos instintivamente el reino a la idea de conquista. Difícil perder este reflejo.
Además, la conquista, a pesar de las apariencias, facilitaría las cosas.
También porque si uno no logra el éxito, siempre puede decir: «Es algo muy arduo»,
«está por encima de mis fuerzas».
Pero, ante un don que recibir, ¿qué excusa puedo encontrar?
Demasiadas personas religiosas parece que no se han dado cuenta aún de que Jesús
continúa diciendo «bienaventurados» y no «valientes».
Al dar el título a esta página, muchos prefieren alzar un cartel de aviso: «peligro de las
riquezas».
Ciertamente alguno preocupado por la duda de ser demasiado negativo, nos pone un
cartel augural y decide en este sentido: «peligro de las riquezas y bendición prometida a
quien sigue a Jesús». Está mejor, pero no me parece suficiente. Las dos cosas estarían en
el mismo plano.
Incluso «riqueza y seguimiento», aunque traducen el contenido del pasaje, no explican
que el gran tema es el seguimiento, y la riqueza puede ser sólo el incidente o mejor, el
impedimento en el camino. Las riquezas están consideradas como lo que corta, retiene y,
por tanto, no permite seguir a Jesús.
«El replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven» (v. 20).
Alguno ve presunción e inconsciencia. No me explico por qué.
El decálogo, deshojado de la casuística o de las molestias de la tradición siguiente, no
estaba fuera del alcance de cualquiera, desde el momento que constituía la expresión de la
voluntad de Dios, el único bueno.
Por otra parte, Jesús no encuentra nada que corregir a esta afirmación, y no veo por qué
tengamos nosotros que tener dudas al respecto.
Se trata, ciertamente, de un hombre recto, de conducta irreprensible. En definitiva, un
justo.
PROVOCACIONES
1. Difícil clasificar a aquel hombre. Se podría definir como uno que tiene la manía de
acumular, dispuesto a añadir siempre algo más.
Su gesto de arrodillarse ante el Maestro es algo «más» que los homenajes que se
rendían a los rabís famosos.
Su pregunta trasluce la espera de alguna práctica, prestación suplementaria -sugerida
por Jesús- además de aquella que realiza habitualmente con la observancia de los
mandamientos.
El no tiene dificultad en añadir un deber más, un ejercicio más al programa de sus
compromisos religiosos, una materia más para obtener la anhelada promoción.
La invitación del Maestro a dejar sus bienes le deja atónito.
«Una cosa te falta...».
Justo, lo que pensaba, habrá dicho él. Una obra más y seré aún todavía mejor.
En cambio, aquella revelación inesperada: debes dejar, no añadir; perder, no adquirir;
despojarte, no llenarte de otras obras buenas.
Esto estaba en contraste con toda su formación precedente.
Su razonamiento, dada la mentalidad judía que consideraba la riqueza una especie de
«sacramento» de la presencia de Dios en casa de una persona pía, puede reconstruirse
con suficiente exactitud: con una observancia más, me haré más agradable a Dios, que me
dará aún más riqueza. Teniendo más riquezas, puedo dar más limosnas y, por tanto,
aumentar mi capital en vistas a la vida eterna...
Componendas. La piedad como inversión segura.
Una doble contabilidad, una doble seguridad: para el presente y para el futuro. Acumular
aquí abajo me da la posibilidad de acumular también allá arriba. Y teniendo a mi nombre un
tesoro en el cielo, Dios está como obligado a certificármelo con signos tangibles en esta
tierra.
La respuesta de Jesús es escandalosa porque trastoca esta práctica religiosa basada en
la doble ganancia.
Y precisamente este es el meollo central del seguimiento.
Jesús no añade un mandamiento nuevo.
Pide, antes de nada, renunciar a una cierta mentalidad, a una cierta contabilidad, a un
cierto capitalismo espiritual.
Muchos de nosotros estaríamos dispuestos a seguir al Maestro, si se nos impusiera un
peso suplementario.
La pena es que pide un «aligeramiento» total.
No exige algo más.
Quiere otra cosa.
No un añadido a tu vida.
Sino una orientación distinta de tu vida.
Si se trata de soportar cargas imprevistas en el viaje, quizá lo haríamos.
Pero ¿quién está dispuesto a invertir la dirección del camino?
Doblar la espalda puede ser más fácil que dejar a la espalda nuestras ideas religiosas.
Un Dios que nos asignase una tarea más difícil quizá lo toleraríamos.
Pero un Dios que no sigue nuestro juego, nos escandaliza.
Pero..., bueno, si ni siquiera Dios respeta las reglas religiosas, ¿dónde vamos a parar?
En el fondo, no rechazamos ni pizca, darle lo que pide. Basta que hable, diga la cifra.
Hemos hecho ya tanto, que no nos retraeremos a este enésimo sacrificio.
Cierto. Es precisamente una imagen de Dios la que debemos dejar.
Se trata del distanciamiento más doloroso. Y muchos no llegan a hacerlo.
Dios no es el monarca sentado en la mesa para recaudar los impuestos o sentado en el
trono para recibir los homenajes y dones de los súbditos.
Es alguien que va a lo largo de un camino opuesto al nuestro.
Su oído más que percibir el tintineo del óbolo que cae en la caja del reino, está atento al
sonido de los pasos a su espalda.
Ese Maestro exigentísimo, siempre de viaje, no manda materias suplementarias y más
difíciles.
Se contenta con que los discípulos mantengan su paso...
2. Debemos reconocerlo. Es el que ha comprendido mejor que nadie las exigencias del
seguimiento.
Sí, precisamente él, el discípulo que no llegó a serlo.
Se ha ido abatido y triste, porque ha medido hasta el fondo lo que Jesús pretende de
quien le sigue.
Para comprender el riesgo y la grandeza de una vocación, tenemos necesidad no sólo de
los «sí», sino también de este «no».
Nos permite valorar exactamente el coeficiente de dificultad del itinerario propuesto por
Cristo.
Por otra parte, entre quien se queda con la ilusión de negociar, obtener rebajas,
minimizar, dulcificar, parece más honesto el hombre que se va, asustado.
El suyo es un modo de advertirnos que se trata de una cosa terriblemente seria.
Una amonestación válida incluso para los que han aceptado cumplir el desprendimiento.
3 «Lo miró fijo, le tomó cariño». Sería demasiado simplista concluir que, después del
rechazo, Jesús le ha retirado su amor.
No. Aquella mirada el hombre se la ha llevado siempre detrás.
Mejor, dentro. Aquel amor no le ha abandonado ya.
El más atormentado de los remordimientos.
El reproche más implacable.
Quizá si el Maestro se hubiese mostrado duro, cortante, indiferente, aquél se hubiera ido
a casa menos triste.
Pero una mirada de ese género se convierte en algo insoportable.
Son las provocaciones de Cristo.
El hombre del rechazo sabe algo. Porque aquella provocación es una solicitud obstinada,
colocada en la profundidad de su corazón para que salga fuera, vea la luz finalmente el ser
liberado de la esclavitud del tener.
Así la llamada rechazada una vez se convierte en una llamada continua, un reclamo tenaz
aunque silencioso.
No hay duda. La mirada y el afecto no han cesado. Y ni siquiera han sido vanos. La
provocación ha tenido el resultado esperado.
Más aún, bastante más...
Baste pensar en las innumerables personas que, leyendo esta página del evangelio, se
han sentido interpeladas, la han considerado como algo que iba con ellas y han respondido
que sí.
Son los hijos, innumerables, de una vocación que ha fallado.
Han comenzado los monjes antiguos.
En este caso se puede decir, dando la vuelta al dicho famoso, que el padre ha comido los
agraces, y los dientes de los hijos (y no sólo los dientes) se han librado.
Todos estos, los hijos de aquella vocación fallida, los podéis reconocer por un signo
inequívoco. Su alegría.
7. En la respuesta de Jesús a Pedro se puede entrever una solución del problema del
camello y del ojo de la aguja.
En la frase de Jesús que habla de hermanos y hermanas dejados y encontrados,
«recibidos», me parece que se puede apreciar también una precisión de este género: en el
reino no se entra solos, sino juntos.
He aquí una hipótesis de solución de la parábola del camello.
Por aquella puerta estrecha es imposible pasar solos, egoístamente.
Con muchos, sí.
9. ¿...O es que Pedro se siente culpable, y cuando dice «lo hemos dejado todo» es
invadido al menos por una sospecha, si no por un remordimiento?
Quizá aquella declaración no la hace en tono de vanagloria, sino con una
resquebrajadura de incertidumbre.
Aquel «pues, mira» es precisamente lo contrario de un suspiro de alivio.
No excluiría la hipótesis.
Me conozco demasiado bien.
El «todo» del Señor es muy distinto del nuestro.
Cuando él nos asegura que tendremos todo, ese todo incluye verdaderamente todas las
cosas, comprende también lo que no osamos ni siquiera esperar.
Cuando nosotros, en cambio, decimos «todo», dejamos siempre fuera algo.
Por esto, con frecuencia, advertimos un sentido de vacío en nuestra vida.
Es el vacío provocado por lo que... no hemos dejado.
CONFRONTACIONES
Vacíos de vacío
Pero ¿de qué hemos de liberarnos, vaciarnos, empobrecernos? No ciertamente, Señor,
de tus dones, sino sólo de nuestra codicia que nos lleva a usarlos superficialmente, sin
comprometernos totalmente, sin jugarnos el todo por el todo. Vaciarnos, por tanto, de
vanidad, de disipación, de alienación: vaciarnos del vacío porque tú no nos quieres vacíos
sino llenos de tus dones; llenos de ti y llenos también de nosotros: de ese yo verdadero y
profundo que no se consigue sin despojo, pero que no se realiza sin enriquecimiento.
Vacíos de vacío para llenarnos de todo (A. Zarri, E più facile che un cammello.... Torino
1975).
No creo, Señor, que tú nos des dones provisionales y nos tomes lo que ya ha sido objeto
de muerte y de resurrección. Esto ya ha entrado en tu reino, forma ya parte de tu vida
eterna y no nos será quitado. Lo llevaremos al más allá, tan puro como nos lo has
purificado y como nosotros hemos consentido que nos lo purificases. Es nuestra pequeña
porción, nuestro pequeño anticipo del cielo (Ibid.).
El que va delante
Este tercer anuncio se distingue de los precedentes por la escena introductoria
particularmente rica de significado, y por el contenido bastante pormenorizado.
Jesús «sube» hacia Jerusalén, lugar de la pasión. Camina delante de todos.
El verbo «subir» es apropiado, desde el momento que Jerusalén se encuentra a unos 800
metros de altura. Quizá Jesús está ya por la llanura de Jericó. «Les llevaba la delantera» (v.
32). Indudablemente el verbo hace referencia a la costumbre rabínica de ponerse a la
cabeza del grupo de discípulos. Pero aquí la expresión puede tener un significado
marcadamente cristológico (1). E indica decisión, conciencia, aceptación de la misión
encomendada por el Padre. Por lo cual el correspondiente «ir detrás» de los discípulos no
hay que entenderlo sólo en sentido material, sino que traduce una adhesión interior
(seguimiento).
En la disposición del grupo hay algo poco claro. En efecto, parece recogerse la presencia
de dos grupos distintos. El primero, más cercano al Maestro, está formado por individuos
«asombrados», el otro, un poco detrás, recluta gente que también va asustada.
Algún estudioso supera la dificultad atribuyendo a Jesús un sentimiento de consternación.
Por tanto, no «estaban asombrados», sino «Jesús les precedía y estaba invadido por la
consternación. Y los que venían detrás tenían miedo...» (Turner). De esta forma, tendríamos
aquí, en el acercarse a Jerusalén, una anticipación de la angustia de Getsemaní.
Pero, probablemente, a pesar de resultar misterioso el versículo -que Nisin considera el
más dramático de todo el evangelio- se indican dos grupos distintos. En el primero, junto con
los apóstoles, probablemente hay también otros seguidores (de hecho, poco después,
Jesús llamará aparte solamente a los Doce). En el segundo, formado presumiblemente por
simpatizantes en general, empieza a abrirse paso la inseguridad, la duda y, por tanto, el
miedo, y parece que les vemos separarse (2).
Sea como fuere, se puede captar una atmósfera saturada de tensión. Es la hora de la
gran decisión.
El contenido de la profecía, mucho más detallado que los anteriores y que presenta una
singular coincidencia, tanto en la sucesión cronológica de los acontecimientos (3), como en
la terminología, con el relato de la pasión, induce a pensar en una reelaboración formal de
la iglesia primitiva.
Confrontando las distintas predicciones, se nota en esta última la presencia de ocho
elementos distintos. En este orden: entrega a los sumos sacerdotes y a los escribas,
condena a muerte, entrega a los paganos, burlas, escupitajos, flagelación, muerte,
resurrección. De estos, solamente tres figuran en los primeros dos anuncios, mientras se
encuentran todos en el relato de la pasión.
Hay que notar que en ninguna de las tres profecías es recordada la crucifixión. Se habla
sólo de muerte.
En cambio, todas concluyen con la palabra sobre la resurrección.
Aquí no se relata la reacción de los discípulos. Pero ya ha sido descrita suficientemente
en la escena introductoria. Por lo que no es difícil adivinar su estado de ánimo.
Por otra parte, están «subiendo» a Jerusalén, la ciudad santa, la ciudad de Dios. Y no
van en peregrinación. Acompañan a un «condenado a muerte».
PROVOCACIONES
1. Quién sabe cuántas veces Jesús se habría puesto a la cabeza del grupo.
Pero esta vez, la expresión «les llevaba la delantera» parece expresar algo distinto de lo
acostrumbrado.
Hay por parte de Jesús una determinación más resuelta.
Se advierte además un sentimiento de cansancio.
En efecto, además de vencer la repugnancia de la propia naturaleza humana para subir a
Jerusalén, Jesús debe vencer también la resistencia, la pesadez de los discípulos.
Se diría que debe remolcarles...
2. Ciertamente Jesús, también en un plano humano, puede intuir las oposiciones que se
hacen cada vez más duras, los complots que se van tramando secretamente, las decisiones
que se concretan en una verdadera coalición contra él en los ambientes que cuentan, los
de los negocios, de la política y de la religión. Las amenazas se precisan sin dejar lugar a
dudas. Se siente ya vigilado de cerca.
Tiene la impresión de estar enredado en estas intrigas. Pero en vez de buscar una
salida, avanza decididamente, con vigor.
El plan puesto en práctica por sus enemigos conecta en su punto central con el plan de
salvación de Dios.
No sólo en relación a sus discípulos, sino también en relación con sus oponentes, se
diría que Jesús «va delante».
Jesús va por delante. Los demás se limitan a reaccionar.
La potencia del mal está como obligada a mantener el paso con su desconcertante
iniciativa de amor.
Las fuerzas amenazadoras de las tinieblas, capaces de hacer el mal, se ponen en
movimiento porque han sido provocadas por uno que ha pasado haciendo el bien y
teniendo el coraje de no defenderse.
El mal está allí, evidente, en toda su atrocidad, con todo su poder de destrucción. Pero
-como dice J. Guillet- no es él quien dirige el juego. Y mucho menos quien le concluye.
Después de haberse ensañado sobre su víctima, el mal se encontrará como vacío.
En efecto, su victoria se limita a la destrucción del inocente. Después de esto no tendrá
ya nada que destruir.
La víctima será capaz de quitarle el veneno mortífero.
Sin embargo, para que suceda esto, no se puede evitar la confrontación.
CONFRONTACIONES
2-12 -
Sentarse a la derecha y a la izquierda en la gloria (v. 37). Los dos discípulos reivindican,
con esto, los puestos de honor -con la autoridad consiguiente- según una visión
insistentemente jerarquizada del reino mesiánico. La perspectiva en la que se mueven está
aún contaminada por sueños de realización terrena.
Jesús, tomando pie en esta preocupación, reafirma un elemento fundamental de su
pedagogía: las condiciones para llegar a la gloria, el camino a seguir.
Tales condiciones vienen expresadas con dos imágenes: el cáliz y el bautismo.
El cáliz podía ser, pocas veces, la copa de la alegría que el dueño de la casa ofrecía al
huésped en señal de acogida, o la «copa del consuelo», que en los banquetes funerarios,
era ofrecida a los miembros de la familia del difunto, o también, la «copa de la salvación».
Pero con más frecuencia, sobre todo en el antiguo testamento, era el cáliz amargo del
sufrimiento. Más aún, con un acento de castigo, de ira divina. Una especie de juicio de Dios
sobre la infidelidad del pueblo (1).
Estamos, por tanto, ante una imagen que remite a la idea de muerte, asociada además a
la idea aún más repugnante de cólera divina que decreta la ruina de los impíos.
Jesús tomará esta imagen, aplicándola a sí mismo al referirse a la propia pasión
inminente durante la agonía en Getsemaní, quizá sobreentendiendo el pensamiento de que
«él toma sobre sí el juicio de Dios y quiere padecer un tormento extremo por amor a los
hombres» (R. Schnackenburg).
La metáfora del bautismo evoca literalmente la inmersión, el bucear en las aguas del
sufrimiento más atroz y en la muerte (2). Podría hacer referencia a la idea de naufragio, es
decir algo irreparable.
El bautismo de Jesús en el agua del Jordán ha inaugurado su ministerio. Entonces aquel
gesto quería expresar la solidaridad con los pecadores. Ahora la expresión de Jesús
precisa que aquello era sólo un símbolo. El autentico bautismo se coloca al término de su
misión (3): «es muerte con los pecadores y por los pecadores» (R. Fabris).
Los dos discípulos proclaman que son capaces de compartir su destino de humillación,
sufrimiento, muerte violenta: «sí, lo somos» (v. 39).
Hay una cierta seguridad por su parte, quizá una desenvoltura excesiva. Pero no se dice
que tengan exclusivamente en cuenta sus propias fuerzas para pasar aquellas pruebas
espantosas y aquel trago de sabor tan amargo. Quizá estén íntimamente convencidos de
que el discípulo debe dejarse conducir por el Maestro y recibir de él la fuerza para afrontar
el camino doloroso que debe recorrer.
«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y también seréis bautizados con el bautismo con
que yo voy a ser bautizado...» (v.39). Alguno ve una profecía de la muerte violenta que
deberán sufrir los dos apóstoles (4). Pero más probablemente, Jesús se limite a indicar las
tribulaciones y las persecuciones que afrontarán por amor del Maestro.
Casi con toda seguridad, las primeras comunidades cristianas se habrán referido a este
dicho de Jesús al participar en los ritos sacramentales del bautismo y de la cena, queriendo
con ello expresar la propia inserción en la suerte del Maestro. Sin embargo, como observa
E. Schweizer, «la comunidad debe haber entendido el texto como el israelita del antiguo
testamento que participa en las promesas de Dios y de la tierra que sus padres han
heredado; con la circuncisión y con el banquete de la alianza es "incorporado" a estas
realidades y esto significa que su camino se desenvuelve de forma análoga al de los
padres. La incorporación en el destino de Jesús, que comporta la participación en su
bendición y en su señorío es, por tanto, lo primero; que esto se presente en forma de un
camino análogo al de Jesús, es lo secundario. Esto se deduce también de que el versículo
38 tiene los verbos en presente, y el versículo 39 los tiene en futuro: el camino presente de
Jesús y el camino futuro del discípulo, que se deriva del anterior, se encuentran en dos
planos distintos; todo «ir detrás» es fundamentalmente una participación en su camino; él
siempre «ha ido delante», es decir ha precedido. Es la vía, es decir el camino del mismo
Jesús hacia la cruz que incluye toda la experiencia de la comunidad. La realidad de esta
inserción en el camino de Jesús se manifestará efectivamente más veces de forma concreta
en muchas analogías con el camino de Jesús».
«...Y para dar su vida en rescate por muchos» (v. 45). Es un versículo que ha hecho y
hace discutir.
Precisemos brevemente. El rescate (lutron) deriva de un verbo que significa «soltar»,
«liberar». Es el precio que había que pagar por la liberación de un individuo, normalmente
un familiar, que había caído prisionero o esclavo.
Aquí no es el momento de preguntarse a quién paga Jesús este precio (¿a Dios o a
Satanás?) ni adentrarnos en el espinoso problema de su muerte expiatoria o del sufrimiento
vicario.
No estamos en el campo de un contrato y tampoco en un contexto jurídico en el que se
habla de sanción penal. Estamos en el campo del amor.
A través de un sacrificio voluntario Jesús ofrece la propia vida «en el puesto de» (o
según algunos «en rescate por») quien se encuentra en la imposibilidad de liberarse, de
soltarse por sí solo. Se hace esclavo para liberar a los esclavos (es una especie de ley de
la homeopatía: «similia similibus curantur»).
Dios, más que pretender, acepta esta «satisfacción», acepta este gesto de donación
suprema por parte del inocente que quiere pagar las culpas de todos.
Por lo cual Dios no está allí para regatear el precio, sino más bien para acoger en su
amor, junto con aquel que es su Hijo, a muchos, es decir a la humanidad salvada por él.
Recordemos que «muchos», en lenguaje semítico, significa «todos».
La antítesis está entre «uno» y «muchos». La vida (o el rescate) de uno solo hace de
contrapeso a la multitud, es decir a todos.
La afirmación de Jesús tiene una dimensión universal porque comprende todos los
pueblos además de Israel, y esto en estridente contraste con la mentalidad hebrea, según
la cual los méritos de uno (Abraham) reportaban una ventaja exclusiva a sus descendientes
(6).
Conclusiones
Concluyamos, subrayando algunos puntos fundamentales de esta página.
-Como observa E. Schweizer, la falta de una jerarquía (entendida en sentido mundano)
en la comunidad cristiana, es el fruto del árbol de la cruz, «un fruto que no podrá ser
quitado y que ni siquiera los errores de una iglesia podrán eliminar».
Con su pasión y muerte, Jesús conquista el último puesto, logra el máximo grado de
grandeza en el servicio y le dona a su iglesia.
Por eso, desde este momento, el fundamento de la eclesiología sólo puede ser una
imagen invertida del poder. Y repitamos que esto no como mandato, sino como don,
ofrecido desde la cruz.
-El «dar la vida» representa por tanto el punto más alto, el aspecto esencial conseguido
por el servicio de Cristo en favor de los hombres. De esta forma, no sólo su vida, sino
también su muerte es «servicio» en favor de los hombres. La grandeza está en el don de sí.
Y éste no tiene límites.
PROVOCACIONES
1. No es cierto por tanto que Jesús vaya siempre delante. Alguna vez los discípulos
llegan a precederlo. Como en este caso.
El está aún en el camino que sube a Jerusalén.
Y ellos han «subido» ya a la gloria.
Por una vez Jesús se ve obligado a llamarles -a llamarnos- hacia atrás, más abajo.
No es lícito saltar la idea del Calvario, pasándose al reino.
No está permitido remover la imagen de la cruz, sustituyéndola con la de un puesto de
honor.
La tarea del discípulo no consiste sólo en comprender las exigencias del Maestro, sino
también encontrarse en el puesto justo, en el momento justo. Ni retrasos ni huidas hacia
adelante. Ni rechazos ni evasiones triunfalistas.
En el fondo, el discípulo está llamado al sentido de mesura.
Sólo que la mesura no la establece él, con su buen sentido, su prudencia, sino que está
sincronizada con el paso de Cristo, con su posición, hoy.
Y si hoy Cristo «se hunde» en una angustia mortal, el discípulo debe contentarse con
seguirle.
Jesús ha dicho «ven y sígueme», no ha dicho «vete y haz tu camino».
Nuestra obsesión es la de llegar.
Jesús, en cambio, nos pide sencillamente acompañarle.
3. Alguna vez he oído en alguna comunidad religiosa una lamentación de este género:
«aquí no se sabe ya quién manda».
Lo he considerado como un álito de esperanza, una nota de autenticidad evangélica, no
ciertamente un drama como querían hacerme creer.
¡Qué bien! ¡No se sabe ya quién manda, porque todos quieren servir!
4. Tiene razón B. Maggioni cuando escribe: «La autoridad debe entenderse como el lugar
en el que la lógica de la cruz se hace más clara, emergente».
Con tal que la lógica de la cruz no se quede a nivel de declaraciones teóricas de
principio, sino que sea expresada, concretamente, en el servicio.
No basta con quejarse del «peso de la cruz», o bien discutir «si yo supiera qué quiere
decir» (a no ser que después se sienta el desafío, como he escuchado una vez, «se podría
probar...»).
La autoridad no es creíble porque camina inclinada bajo el peso de la cruz, sino porque
se inclina con naturalidad, en una actitud real, inequívoca, de servicio.
No. No se trata, genéricamente, del servicio de la autoridad.
Debe ser el servicio quien califica, quien indica el que verdaderamente tiene autoridad.
No tendría que ser necesario en una comunidad el presentar al superior. Sería
estupendo poder descubrir la autoridad, por uno mismo, sirviéndose de la indicación
ofrecida por Cristo...
Jesús antes de inclinar la espalda bajo la cruz, se ha inclinado para lavar los pies de los
discípulos. Y si, por su parte, ha aceptado el que alguien hiciera ese gesto con él,
añadiendo incluso perfumes, lo ha consentido como gesto profético en vistas del Calvario,
no después, como signo de reconocimiento.
Una autoridad no tiene derecho a mendigar comprensión, compasión o consuelo por el
hecho de que está obligada a llevar la cruz (como una compensación de daños, una
indemnización por la cruz). En este caso sería una autoridad humana, a pesar de las
apariencias.
Con esto no tengo intención de minimizar el peso de ciertas responsabilidades, faltaría
más. De hecho, estoy tan aterrorizado que busco el mantenerme lejos. Tengo miedo, lo
reconozco.
Sin embargo confieso que una autoridad me convence, no sólo cuando se llega a anular
(s'éffacer, como dicen los franceses) sino sobre todo cuando llega a cancelar (éffacer) la
cruz que lleva, quiero decir a no hacerla pasar sobre los demás.
6. A pesar de parecer impertinente, debo decir que comprendo mucho más a un superior
que al llegar la tarde se lamenta porque tiene la espalda rota de cansancio, que a un
superior que suspira por los fastidios originados por su cargo.
Quizá me equivoco. Y pido excusa por mi escasa sensibilidad.
Pero me convencen mucho más las personas con callos en las manos que las que están
llenas de preocupaciones.
Un superior que, al caer la tarde, se rinde por el cansancio, llega a conmoverme.
El que está desvelado me irrita.
7. «No ha de ser así entre vosotros». Debería ser una letanía que se repitiera hasta el
infinito en todas las comunidades que se llaman cristianas.
«No ha de ser así entre vosotros»...
¡Animo! repitamos continuamente esta fórmula. Es prodigiosa. Es un observatorio
importante. Un test, si nos gusta más.
Si nuestros comportamientos y nuestros espacios no son evangélicos, la frase nos
provoca una sensación de malestar. Incluso más: tenemos la impresión de chocar contra un
muro.
En cambio, si nuestras relaciones son lo contrario de una lógica de grandeza en sentido
humano, entonces la frase nos brota de la boca como un canto de júbilo. La alegría de
quien se ha abierto paso ganando el último puesto.
En definitiva, todo está en ver si después de haber recitado la fórmula «no ha de ser así
entre vosotros», añadimos «por desgracia» o bien «afortunadamente».
En el primer caso, por desgracia, no respiramos aire evangélico.
En el segundo, afortunadamente, demostramos haber comprendido la lección.
8. Como observa J. Delorme la insistencia sobre este punto denuncia claramente que Mc
siente una auténtica repugnancia por todas las manifestaciones de ambición, de arribismo
entre los cristianos. La búsqueda del poder, las camarillas que se forman en la comunidad,
especialmente cuando se sirven de Cristo como cobertura del egoísmo, debían haberlo
disgustado e indignado. Por otra parte no eran fenómenos raros en la iglesia primitiva.
Mc nos deja entrever, tras las líneas de su evangelio, una imagen ciertamente no
idealizada de la comunidad.
Hay que tenerlo en cuenta y estar en guardia también hoy.
El patrimonio cristiano que debemos salvar es también este: la lógica de la cruz.
CONFRONTACIONES
La democratización de la iglesia
no es garantía de autenticidad evangélica
Cuando Jesús denuncia el apetito de poder, lo hace en contraste con un cierto modelo
de gobierno. Por tanto, debemos desconfiar de todos los modelos políticos, cualesquiera
que sean, para definir la constitución de la iglesia. Esta no puede ser feudal, ni monárquica,
ni siquiera democrática, porque la democracia no suprime el instinto de poder. La
democratización de la iglesia, sin duda necesaria, no será sin embargo una garantía
automática de autenticidad evangélica. En efecto, el evangelio se coloca en otro nivel (J.
Delorme, o. c.).
Una comunidad en la que no exista
el cáncer del poder
El mundo es un mundo de esclavos, manipulados por fuerzas autoritarias que en el fondo
son demoníacas. Jesús no viene para quitar el «poder» a los que de hecho lo ejercen: en el
plano misterioso de Dios ellos continuarán ejerciendo el poder, más o menos opresivo,
hasta el fin de la historia. Sin embargo, Jesús desde ahora, inicia el rescate de la
humanidad, entregándose a sí mismo como víctima del poder y convirtiéndose él mismo en
«siervo» de todos. Es una liberación paradójica: su iglesia no deberá ofrecer al «poder
demoníaco» la alternativa de un «poder cristiano». Esta sería la más grande y peligrosa
tentación. Esta deberá existir como comunidad en cuyo seno no exista el cáncer del
«poder», ni el eclesiástico ni el civil. Solamente una comunidad de «servidores», sin
ambiciones políticas podrá ayudar eficazmente a la humanidad a liberarse de las fuerzas
que la oprimen (J.-M. González Ruiz, o. c.).
El papa Juan decía... Los ambiciosos son las más ridículas y las más pobres criaturas
del mundo.
El Espíritu santo me ha elegido a mí. Se ve que quiere trabajar sólo.
Me parece a veces que soy un saco vacío que el Espíritu santo llena imprevistamente de
fuerza.
Hijo mío, no hay que llevarse mal rato por dos metros de tela (la púrpura) que cubren
tanta miseria...
Tener un alto grado en la jerarquía o no tenerlo, me es del todo indiferente. Esto me da
gran paz.
Cuando se ha pisado el orgullo y el amor propio se ha sometido, entonces se es capaz
de aceptar lo que el Señor nos pide y el alma permanece en paz para siempre.
Por lo poco, por lo nada que soy en la santa iglesia, ya tengo mi púrpura que es el
ponerme rojo por encontrarme en este puesto de honor y de responsabilidad, valiendo yo
tan poco.
Todo este ruido en torno a mí no me hace efecto.
No me cuesta nada el reconocer y repetir que yo no valgo nada.
A mi pobre fuente se acercan hombres de toda clase. Mi función es dar agua a todos.
Nada hay más noble y honroso en el mundo que el darse al servicio de los hermanos.
Me gusta repetir con el patriarca de Constantinopla: Yo soy el siervo de vuestra caridad.
Nadie conoce los caminos del futuro. En donde quiera que yo esté en el mundo, si alguno
de Bulgaria pasase ante mi casa, de noche, en condiciones angustiosas, este encontrará
mi ventana con una luz encendida. ¡Llama, llama! No te preguntaré si eres católico o no,
hermano de Bulgaria: basta, entra. Dos brazos hermanos te acogerán, un corazón cálido de
amigo te festejará (Juan XXIII).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 158-172)
........................
(1).«...ponte en pie, Jerusalén, que bebiste de la mano del Señor la copa de su ira, y apuraste hasta el fondo el
cuenco del vértigo» (Is 51, 17). Cf. también Jer 25, 15-29; 49, 12; Ez 23, 31-33; Zac 12, 2; Sal 10, 6; 59, 5:
74, 9.
(2).«Tus torrentes y tus olas me han arrollado» (Sal 41, 8). Cf. también Sal 68, 3.15.16.
(3).«Pero tengo que ser sumergido en las aguas y no veo la hora de que esto se cumpla» (Lc 12, 50). Pablo
desarrollará esta idea en Rom 6, 3: «¿Habéis olvidado que a todos nosotros, al bautizarnos para vincularnos
a Cristo Jesús, nos bautizaron para vincularnos a su muerte?». Cf. el término bapto, baptizo, a cargo de A.
Oepke, en Grande Lessico del Nuovo Testamento de G. Kittel y G. Friedrich, II. coll. 41 s. Parece que hay
que excluir la idea de que en este pasaje de Mc, Jesús haga alusión al martirio como «bautismo de
sangre».
(4).Lo cual es seguro en Santiago que, siguiendo a Hech 12, 2, habría sido matado por Herodes Agripa en torno
al 44, y por tanto bastante antes de que Mc escribiese su evangelio, en cambio el martirio de Juan no es
seguro. La noticia atribuida a Papías no es del todo fiable.
(5).J/SIERVO:En este sentido Jesús se presenta más bien como el «siervo doliente» vislumbrado en el
capítulo 53 de Isaías. «Es un siervo... en cuanto acoge sobre él el destino de dolor y de pecado de toda la
comunidad humana. Su servicio se actúa en la fidelidad radical y en la responsabilidad plena hacia los
hombres. Por eso la aceptación libre de su muerte violenta se convierte en el precio de liberación para
muchos, es decir. se convierte en el principio y el fundamento de ese proceso de liberación que afecta a una
multitud que tiene las dimensiones de la humanidad» (R. Fabris).
(6).Genesi Rabba (LVI, 15) relata esta oración de Abraham: «Dijo Abrahán: Soberano del mundo... yo te he
entregado mi corazón para cumplir tu beneplácito. Que te agrade, Señor Dios nuestro, para que cuando los
hijos de Isaac caigan en transgresiones y en acciones malas, te acuerdes en su favor de este sacrificio».
2-13 - CURACIÓN DEL CIEGO BARTIMEO EN JERICÓ
Mc/10/46-52 Mt/20/29-34 Lc/18/35-43
MIGRO/CIEGO-BARTIMEO
No ven al ciego
Es cierto que todos estamos un poco ciegos en el camino de Jericó. Sólo que muchos de
nosotros no estamos allí como Bartimeo para pedir, sino para sentar cátedra y dispensar
sabiduría.
Tienen bien ajustado el manto de su erudición.
De correr, nada, ¿dónde quedaría la dignidad?
Así, el hecho de que un pobre desgraciado recobre la vista, es algo irrelevante. Es sólo
un pretexto para hablar de otra cosa. Sin duda, cosas importantes, seguimiento, fe, oración,
secreto mesiánico. Pero no son capaces de ver al ciego que ha sido curado.
Algún estudioso llega a preguntarse con la máxima seriedad por qué Mc coloca en esta
parte de su evangelio este milagro. Está bien. Sería interesante que nos informasen en
donde lo habrían colocado ellos -en qué camino, en qué tiempo, incluso habrían encontrado
una enfermedad más conveniente-....
Evidentemente el hecho de que Jesús pase por aquel lugar teniendo que subir a
Jerusalén y se encuentre con un mendigo del lugar a las puertas de aquella ciudad -y no
otra- y cure a un ciego porque no ve y quiere ver, son razones todas ellas demasiado
banales... Debe existir otro motivo.
Y por eso nos enseñan qué es lo que pretende «aclarar», «enseñar» Jesús con aquella
curación. No se les pasa por la imaginación el sospechar que el Maestro se haya limitado a
devolver la vista a un ciego.
Como si Mc en vez de relatar el milagro, nos hubiera referido una lección misteriosa.
De esta forma, una vez más un relato -entre los más vivos y pintorescos- es embalsamado
en la rigidez del significado, envuelto en la interpretación alegórica y confiado a las
disquisiciones de los especialistas, antes de ofrecer a los lectores comunes la posibilidad de
acogerlo en su movimiento, gustarlo en la viveza de su desarrollo real.
Y un «pequeño», un «personaje menor» (¿pero no son estos los grandes para Jesús?) es
reducido a puro pretexto, utilizado para ilustrar determinadas verdades.
Según estos sabihondos, Bartimeo, más que estar reconocido a Jesús que ha tenido
compasión de su enfermedad, debería dar las gracias a Mc porque tenía necesidad de uno
como él en ese concreto punto de su evangelio.
Suerte que tanto al evangelista en virtud de su construcción teológica y al Maestro, por su
pedagogía, les convenía un ciego. De otro modo estaría todavía allí, envuelto o echado en
su manto, pidiendo limosna.
Se diría que una cierta deformación profesional lleva a algunos comentadores a acercarse
a esta página del evangelio con una mentalidad de... novela policíaca. Incluso ante las
cosas más sencillas, los detalles más naturales, ante la evidencia de la vida, están
preocupados por indagar qué hay detrás o qué se esconde debajo.
Parece que se avergüencen al pararse y admirar, como todos, para saborear y
conmoverse. Desconfían de la naturaleza. Se han vacunado contra la poesía. Desde hace
tiempo han exorcizado los sentimientos. Se muestran alérgicos a lo inmediato, sospechosos
ante la espontaneidad.
La densidad humana de ciertos episodios o de ciertos personajes no les interesa. Deben
buscar la punta de significados más sutiles.
Para afilar las herramientas de su oficio tienen necesidad de congelar el episodio y
sistematizarlo en los esquemas ya predispuestos de sus construcciones teóricas. Tienen
necesidad de que el hombre -debidamente inmovilizado y desangrado- se deje «tratar»
como una cobaya para sus sabias demostraciones.
Si fuera por ellos no se dignarían ni siquiera preguntar el nombre del ciego.
Más que alegrarse por el hecho de que ha vuelto a ver, están empeñados en hacernos
comprender qué debemos entender nosotros en todo este relato.
Por esta vez dejemos estos guías que querrían explicarnos qué ha sucedido realmente
en el camino de Jericó. Limitémonos a mirar sirviéndonos de nuestros ojos, de nuestra
inexperiencia. Mc es un narrador sorprendente. No perdamos el hilo de su narración.
El viaje de Jericó a Jerusalén es más bien desagradable -y peligroso-, dura algunas
horas.
No es sin duda blasfemo pensar que también Jesús haya recordado aquel episodio y
haya encontrado en él un cierto placer. El camino le parecería menos duro.
PROVOCACIONES
2 Pero no ha sido sólo el manto (en el fondo, el discípulo, llamado para seguir al Maestro,
debe dejar siempre algo. Uno la barca y otro, como Bartimeo, el manto).
Bartimeo es uno que ha aprendido a gritar. Antes aun de recuperar la vista ha
recuperado el grito. Con ello ha vuelto a la infancia, más aún al nacimiento.
Sí, en el camino de Jericó asistimos a un nacimiento.
Cuando el niño viene al mundo anuncia su presencia poniéndose a gritar. Aquel grito
rompe la calma. Molesta. Y rápidamente los adultos acuden, preocupados, abrumados por
esos chillidos que disturban y arruinan el descanso. Todos a callar al rebelde, con cualquier
medio, incluso con los gestos (como la gente con Bartimeo). Debe aprender, el pequeño,
las reglas del vivir, el adecuarse. Es decir, renunciar al grito para acompasar su voz al
concierto general. La partitura ha sido ya escrita para él. No se puede desafinar. Ninguna
nota fuera de partitura. Debe adecuarse.
Pero el ciego ha decidido nacer de nuevo.
Por esto grita, a pesar de disturbar la armonía de la procesión, de dar la nota
desentonada del concierto.
En el fondo es él quien infunde ánimos a los que se acercan para confortarlo (nótese que
los demás llegan a darle ánimos después que él ha descubierto al verdadero consolador).
Les hace ver que la salvación para todos consiste en hacer que la voz llegue al que está
pasando.
Una voz quizá áspera, desesperada. Pero que es la nuestra. No del coro.
3. Jesús ama a los hombres como este. No ama a la multitud. Y no ama a los que se
esconden entre la gente.
Ama a Bartimeo, porque éste no duda en gritar a pleno pulmón lo que los otros se limitan
a susurrar: Mesías.
No teme comprometerse, exagerar.
La gente, tanto aquí en Jericó como en Jerusalén, se contenta con hacer fiesta, acudir
llena de curiosidad. Se agita pero no se mueve. Está en efervescencia, pero no se decide.
Son actitudes estériles que no producen frutos, como la higuera, que será por eso
maldecida.
Bartimeo, en cambio, sale fuera, al descubierto.
CONFRONTACIONES
Por qué los ojos abiertos
Inmediatamente antes del relato de la pasión, Mc muestra una vez más a sus lectores lo
que quiere decir fe y seguir a Jesús. Por orden tenemos: el ciego que ora con
perseverancia, que pide a pesar de los obstáculos, que es confortado, que corre al
encuentro de Jesús, que se deja interrogar por él, que se abren sus ojos, que lo sigue por
el camino. Sólo en donde el hombre tiene los ojos abiertos por una acción milagrosa de
Dios que le permite ver lo que acontece en Jesús y puede «seguirlo por el camino»,
comprende aquello de lo que hay que hablar ahora: el camino del hijo del hombre hacia el
sufrimiento (E. Schweizer o. c.).
Demasiadas cosas
bailan ante nuestros ojos CEGUERA/INTERIORIDAD INTA/CEGUERA
Una de las razones que nos impiden ser auténticamente nosotros mismos y encontrar
nuestro camino es el no comprender hasta qué punto estamos ciegos.
...Pero la tragedia está en el hecho de que no somos conscientes de nuestra ceguera:
demasiadas cosas bailan ante nuestros ojos para que nosotros nos demos cuenta del
invisible que no sabemos ver. Vivimos en un mundo de cosas que captan nuestra atención
y se imponen: no tenemos necesidad de afirmarlas: están ahí. Lo que es invisible, en
cambio, no se impone, debemos buscarlo y descubrirlo. El mundo exterior pretende nuestra
atención: Dios se dirige a nosotros con discreción...
...Ciegos por el universo de los objetos, olvidamos que éste no agota la profundidad del
hombre...
...Ser incapaces de percibir lo invisible, o ver sólo el mundo de la experiencia, quiere
decir quedarse fuera del mundo de la experiencia, quiere decir quedar fuera del pleno
conocimiento, fuera de la experiencia de la realidad total que es el mundo en Dios y Dios en
el corazón del mundo. El ciego Bartimeo era dolorosamente consciente porque, privado de
la luz de los ojos, no podía captar el mundo visible. Podía alzar su grito desesperado al
Señor, sentía con una esperanza llena de angustia que la salvación pasaba junto a él
porque se sentía extraño y separado de ella. Pero todos nosotros, con demasiada
frecuencia, no somos capaces de llamar a Dios así, porque ni siquiera advertimos cuánto
nos empobrece la incapacidad de ver el mundo en su horizonte total -el único horizonte que
puede dar verdadera realidad al mismo mundo visible. ¡Si sólo pudiéramos aprender a estar
ciegos ante el mundo visible de tal forma que viéramos el más allá, lo profundo, lo invisible,
en nosotros y en torno a nosotros, difusa y penetrante presencia en todas las cosas! A.
·Bloom-A, Itinerario, Brescia 1975).
..........................
(1) Recordemos la ciudad cananea, anatematizada por Josué. En ella estaba la casa de Rahab, la prostituta,
que ha hospedado a los emisarios de Josué. Puede leerse, a este respecto, el encantador volumen de T. Riebel,
Les trompettes de Jéricho, Taizé 1968.
(2) Por tanto, en la práctica, había dos Jericó. La vieja -una gran barriada-, y a poca distancia, la nueva. Esto
podría explicar el hecho de que Lc sitúa el episodio a la entrada de la ciudad y no a la salida, en contraste con
Mc. Quizá Jesús ha encontrado a Bartimeo a la salida de la Jericó antigua (y por tanto tiene razón Mc) y mientras
se acercaba a la Jericó nueva (y también tendría razón Lc).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 174-181)
Cumplimiento
La quinta y sexta etapa del itinerario de Jesús se coloca en Jerusalén, capital religiosa y
política.
Es el tiempo del cumplimiento.
Si, hasta ahora, Jesús se ha preocupado esencialmente de preparar a los discípulos, de
invitarles a la comprensión del misterio de su persona y de su misión, aquí se muestra
dispuesto a la realización.
Esta se desarrolla en dos tiempos:
-conflicto con Jerusalén (quinta etapa: capítulos 11-13),
-pasion-resurrección (sexta etapa: capítulos 14-16).
Mc se encuentra con bastante material a su disposición. Y como -a diferencia de Jn que
presenta diversas visitas de Jesús a la ciudad santa- refiere una única estancia en
Jerusalén, se ve obligado a condensarlo y ordenarlo en el brevísimo período
inmediatamente precedente a la pasión.
Y por eso nos ofrece una de sus típicas organizaciones del tiempo y del espacio.
Por tanto, la acción de Jesús se desarrolla:
-dentro de la ciudad (más en concreto, casi siempre en el centro: el templo)
-fuera de la ciudad (monte de los Olivos - Betania).
Hay que notar entre otras cosas dos polos: Jerusalén-Betania.
En la capital Jesús permanece solamente durante el día. Pasa la noche en Betania. Se
diría que teme la obscuridad de Jerusalén. La única noche que pasará en Jerusalén será la
de la pasión.
En cuanto al tiempo, Mc lo organiza (para la quinta etapa) en tres jornadas. Así:
Primer día. Entrada en Jerusalén. Rápida inspección en el templo (11, 1-11).
Segundo día. Purificación del templo, enmarcada en el episodio de la maldición de la
higuera estéril (11, 12-19).
Tercer día. Explicación de la maldición de la higuera (11, 20-25).
-Controversias que tienen por protagonistas, escribas, fariseos, sumos sacerdotes,
saduceos. Son cinco, como habían sido también cinco las entabladas en Galilea, al
comienzo de la misión (11, 27-12, 44).
-Predicción de la destrucción de Jerusalén y gran discurso escatológico (capítulo 13).
Como se ve el tercer día resulta el más sobrecargado. Pero no olvidemos que se trata de
una elaboración de Mc con evidentes fines teológicos.
Aquí, realmente, más que la preocupación de reconstruir cronológicamente los hechos en
su sucesión, debe prevalecer la comprensión del significado de los acontecimientos. «En
efecto, se trata -como subraya R. Schnackenburg- de un relato tan fuertemente teologizado,
que es una empresa casi desesperada buscar en él un exacto desarrollo de los hechos y su
importancia histórica, así como el pensamiento de la gente que tomó parte y la impresión
registrada de la opinión pública».
PROVOCACIONES
4. Señor, estábamos todos. ¿Te has dado cuenta de qué fiestas, qué cantos, qué
participación?
...Y tú buscas a alguno.
Pretendes algo.
Cesa la fiesta, cae la noche y tú vienes a buscarme precisamente a mí.
¿Qué quieres aún de mí? También yo estaba en medio de la gente, ¿no te has dado
cuenta?
Sin duda.
Debería haberlo sabido.
Las procesiones representan la ocasión para ver, para «desalojar» a alguno. El que le
sirve. Para después.
CONFRONTACIONES
La botánica no sirve
Mc nos ofrece un típico «procedimiento de encaje», un relato encajado en otro episodio
que le sirve de marco y, como veremos, en cierto sentido lo explica.
A diferencia de Mt y Lc que colocan la expulsión de los mercaderes del templo el mismo
día de la entrada, él la deja para el día siguiente, quizá para acentuar la peculiaridad.
Además engloba esta acción de Jesús en un gesto más bien extraño: el de la maldición de
la higuera estéril.
Propiamente hablando el episodio de la higuera estéril se cierra con el versículo 21 y
encuadra la purificación del templo (v. 15-19).
Los dichos sobre la fe y la oración son un añadido cuya unión con cuanto precede es más
bien formal.
El episodio de la higuera resulta bastante embarazoso. Y Mc no hace nada por volverlo
más digerible. Este detalle -«no era tiempo de higos» (v. 13)- no concede ningún atenuante
al absurdo de la cuestión.
Se diría que todos los estudiosos intentan justificar a Jesús.
Un intento laudable, el suyo. Pero que esconde la convicción de que el Maestro se ha
dejado traicionar por los nervios, ha cedido a un impulso de ira, realizando un gesto
inconsiderado. Por tanto, ellos serían las personas con la cabeza sobre los hombros y
buscan remediar ese dislate, dispuestas incluso a resarcir los daños provocados por esa
cabezonada.
Para comenzar muchos exegetas se han lanzado a la búsqueda de aquellos higos que
Jesús no había podido encontrar.
A este propósito, Lagrange profundiza en todos los conocimientos de botánica palestina.
Sostiene que sobre el lado oriental del monte de los Olivos, la vegetación se adelanta al
menos quince días en relación a las otras partes, pues se ve favorecida por el siroco y
protegida contra los vientos fríos. Pero aquí estamos entre marzo y abril y los higos maduran
al final del verano.
Otros estudiosos hablan de higos primerizos o higos-flores, que algunas veces aparecen
en la planta aun antes de las primeras hojas. Pero también estos tienen la costumbre de
madurar en junio (cuando salen... porque habitualmente caen a tierra y el árbol queda sólo
con las hojas).
Otros sostienen que se trata de higos dejados en el árbol en la recolección anterior. Sin
tener en cuenta que es improbable el que hayan pasado indemnes los meses de invierno (la
zona no está desprovista de chicos voraces...).
Y no faltan quienes, con observaciones minuciosas, dicen que los orientales comen a
veces frutos verdes. Inmediatamente desmentidos por quienes precisan que eso es cierto
en algunos casos -por ejemplo en las uvas y en las almendras, comidas con piel por su
característico gusto ácido no ciertamente para los higos que cuando están verdes resultan
amargos. Sólo un pilluelo con mucha hambre atrasada podría arriesgarse a hincarles los
dientes. Pero es bastante improbable que el hambre de Jesús llegase a estos límites
(mucho más si era por la mañana y venía de una casa de amigos).
Un monseñor, bastante conocido en el campo bíblico, concluye secamente que
obstinarse en presentar a Jesús a la búsqueda de higos en pascua significa atribuirle un
gusto muy extravagante.
Fallido, por tanto, el intento de justificación sirviéndose de la botánica, los comentaristas
han tomado en sus manos las herramientas de su oficio y han sistematizado el episodio
según los esquemas de las distintas escuelas. Alguno lo confina entre las leyendas, otros lo
clasifican como una parábola con las variantes «parábola en acción», «parábola
historizada», «parábola dramatizada» (1).
No es el momento de embrollarnos en tales discusiones. Además Mc parece darnos a
entender que nos proporciona una enigma inquietante, paradójico, con el objeto de solicitar
de nosotros una reflexión siempre abierta. Más que tranquilizarnos, parece que quiere
insinuarnos una inquietud profunda. Animo, buscad profundamente...
Se puede excluir, por tanto, que el gesto de Jesús haya que atribuirle al hambre. Por lo
que habría reaccionado con un pequeño enfado debido a la desilusión de no encontrar con
qué saciarse. Sería banal y hasta vulgar.
Nos encontramos, indudablemente, ante la sentencia de muerte pronunciada contra el
árbol. Es sorprendente que el único milagro realizado por Jesús en Jerusalén sea una
maldición. Y es también significativo que la punición no llegue a los hombres (se trata de
una dura advertencia para ellos y por tanto de una invitación a la revisión). Juan
Crisóstomo ha subrayado este aspecto: la única vez en que Jesús ejerce su poder de
castigar no lo hace sobre los hombres.
SIGNO/SIMBOLO/PRTIA: Otro punto firme: «Los discípulos lo oyeron» (v. 14). Por tanto
Jesús quiere dar una lección, hacer entender algo. Estamos en el campo de la enseñanza.
Y el Maestro se explica con un gesto simbólico, con una acción que tiene un significado
preciso. Con frecuencia los profetas recurrían a este tipo de signos. A Isaías, durante un
período de tres años -aunque de forma intermitente- le han visto pasearse desnudo y
descalzo por las calles (Is 20, 2-5). Ajías de Siló se quita el manto nuevo y lo rasga en doce
pedazos, ofreciéndole después diez trozos a Jeroboán (I Re 11, 29-33). Oseas recibe la
orden de tomar por mujer a una prostituta (Os 1-3). La gente ve a Jeremías pasar por las
calles de Jerusalén con un yugo atado a las espaldas y le escarnecen e insultan (Jer
27-28). Ya antes el mismo profeta había sido protagonista de otra acción un tanto extraña:
ponerse un cinturón nuevo. Después de colocárselo el Señor le había mandado esconderlo
en una hendidura de un río. Cuando le dice que lo vaya a buscar se lo encuentra gastado e
inservible (Jer 13). Toda la misión de Ezequiel está salteada de acciones simbólicas. Baste
pensar en el rollo del libro que debe ingerir y masticar (Ez 3), en el adobe (Ez 4), en
afeitarse la barba con una espada y después colocarla en una balanza y la consiguiente
sacudida y quema (Ez 5), en el episodio que presenta al profeta mientras prepara su ajuar y
al atardecer con él a la espalda va al destierro y pasa a través de un boquete en el muro de
la ciudad (Ez 12).
Como observa R. Schnackenburg «son parábolas de hechos, alegorías en acción, que
no sólo quieren aclarar una idea, sino también aludir a un acontecimiento, presentarlo y
anunciarlo de forma eficaz. Se trata de profecías de desventuras y de condena, no de
simples oráculos que preven el futuro, sino de prefiguraciones que crean lo que ha de venir
(von Rad) manifestando un acontecimiento querido por Dios y que en aquel momento
comienza ya».
No hay que extrañarse de que Jesús adopte, por tanto, en aquella circunstancia ese
estilo profético.
Por eso la cuestión más importante no está en el hecho en sí (histórico o no, tomado al
pie de la letra o bien como fábula que presenta una moraleja). Se trata, más bien, de sacar
el significado. Más que concretar qué ha pasado debemos preguntarnos qué mensaje
quería comunicársenos.
La clave de todo me parece que está en el término «fruto». No interesa saber si Jesús
tenía o no hambre. Debemos captar sobre todo su acercarse al árbol con la esperanza de
encontrar fruto.
Por otra parte los higos son frutos característicos de la tierra prometida (2). Y la higuera,
junto con la vid, en la tradición bíblica ha simbolizado siempre el pueblo de la alianza que
da fruto.
La escena, por tanto, asume un relieve particular.
Jesús se acerca a la higuera, como se ha acercado a Jerusalén, para «ver si encontraba
algo» (v. 13).
Su desilusión ha sido ya anticipada por Jeremías:
«Si intento cosecharlos -oráculo del Señor-
no hay racimos en la vid ni higos en la higuera,
la hoja está seca; los entregaré a la esclavitud» (Jer 8, 13).
Y Miqueas:
«¡Ay de mi! Me sucede como al que rebusca
terminada la vendimia:
no quedan racimos que comer
ni brevas, que tanto me gustan» (Miq 7, 1).
Con su maldición Jesús, ignorando a propósito las estaciones, quiere impresionar a sus
discípulos y a nosotros.
-El judaísmo no ha sido capaz de ofrecer los frutos que él esperaba (3).
-A esto debemos añadir el episodio siguiente. Planta estéril es también el templo. El
abundante follaje -ceremonias, sacrificios, oraciones- no llega a ocultar la desoladora falta
de frutos de justicia, atención al prójimo, conducta según Dios. El Maestro, incluso en la
semiobscuridad de la tarde precedente, ha podido captar que allí dentro no había lo que
debería haber. Tantas cosas, no las que él buscaba (y aquí no había problema de
estaciones...). Los frutos eran sólo de mercaderes y de quienes les apoyaban (4).
-Planta estéril puede ser también la gente que corre llena de curiosidad, aclama, se deja
transportar por el entusiasmo, pero que sus sentimientos permanecen ambiguos porque no
llevan a comprometerse con él, a seguirlo.
1. Ambientación. Teatro del episodio es el gran atrio exterior del templo, llamado también
«patio de los paganos». Estaba cerrado por un muro que delimitaba los patios siguientes,
reservados sólo a los israelitas (el de las mujeres, el de los hombres y el de los
sacerdotes).
Aquel muro de separación no podía ser pasado por los incircuncisos, ni siquiera por los
ocupantes romanos, que ya es decir. Un cartel advertía severamente: «Ningún extranjero
debe pasar la valla ni la reja que circundan el santuario. Quien ose hacerlo, se atendrá a
las consecuencias de su culpa, la muerte».
El patio de los paganos, caracterizado por un pórtico que se extendía a lo largo de todo el
muro perimetral, podría recordar el aspecto y la animación de una plaza de un santuario
nuestro, meta de peregrinaciones .
Especialmente en las fiestas judías era un auténtico mercado. Se podía encontrar todo lo
que servía para los sacrificios y las ofrendas. Se vendía aceite, sal y vino. Los puestos,
probablemente, estaban situados al cubierto, bajo los pórticos.
En el centro los animales: bueyes y corderos.
Mc alude a los «puestos de los que vendían palomas». Estos animales constituían la
oferta de los pobres especialmente en los distintos ritos de purificación (de la mujer, de los
leprosos etc.).
También las mesas de los cambistas tenían su función. Los judíos de la diáspora,
residentes en el extranjero, al venir a Jerusalén, también debían pagar la tasa anual para el
templo. Se encontraban por tanto en la necesidad de cambiar sus monedas en las únicas
que eran válidas para el tributo al templo: las judías y el viejo siclo de Tiro. Naturalmente
los cambistas se quedaban con el interés y daban un tanto por ciento a las autoridades
religiosas que les autorizaban para aquel servicio.
Todo el comercio, por tanto, tenía una justificación religiosa.
Era en vistas del culto. Perfectamente legal, autorizado. Y, además de para los
mercaderes, constituía una pingüe fuente de ingresos para la clase sacerdotal.
Por si fuera poco, el patio de los paganos también era atravesado por quienes no
entraban en el templo, pero debían pasar de una zona a otra de la ciudad. En definitiva, era
un atajo que ahorraba un buen trozo de camino. Por eso no era raro ver gente que lo
recorría llevando en las espaldas las cargas más variadas.
Sin meternos en más detalles no será difícil sacar la impresión dominante de confusión,
de agitación. La majestad del lugar sagrado, que debía expresar la presencia divina, estaba
saturada por el ruido y el desorden que caracterizaban aquel ambiente.
Lagrange habla de mercaderes que saqueaban literalmente a los peregrinos «como
sucede en la Meca».
Cierto que las voces no deberían ser todas litúrgicas y no todo eran bendiciones, dado
que los comerciantes no pensaban en otra cosa que en vender caro y los compradores
trataban de defenderse con empeño...
La confusión llegaba a cotas inimaginables con ocasión de las grandes festividades, por
la presencia de decenas de miles de peregrinos venidos de todas partes (5).
2. Dimensiones del acontecimiento. El gesto realizado por Jesús quizá haya sido menos
espectacular de lo que generalmente se cree.
Y esto por dos motivos. En primer lugar, el mercado era de proporciones tan vastas que
se habría necesitado mucho tiempo y sobre todo se habría necesitado un «comando»
formado por muchas personas para provocar destrozos de cierta consideración.
Bastará un dato significativo. Un negociante que se llamaba Raba gen Buba,
contemporáneo de Herodes el Grande, una vez presentó sobre la explanada del templo
algo así como tres mil cabezas de ganado menor, poniéndoles a disposición para los
sacrificios.
Además el comisario del templo -que en la escala jerárquica seguía inmediatamente al
sumo sacerdote- no habría tardado en dar la orden de intervención al cuerpo de guardia
que tenía en las propias dependencias, si la acción de Jesús hubiera asumido proporciones
tales que disturbasen el desarrollo... de los negocios.
Por si fuera poco, desde lo alto de la fortaleza Antonia, vigilaban los centinelas romanos.
En el caso de una escaramuza de tumulto que amenazase el orden público, se habría
recurrido a la fuerza para sofocarla de raíz.
Parece que nadie se ha movido. Ni hay rastros del incidente en el proceso.
Evidentemente Jesús más que otra cosa ha hecho un acto demostrativo limitado en las
proporciones externas. En definitiva, una acción simbólica. Sin duda un hecho histórico,
pero mucho más importante por el significado que por sus dimensiones. De tal modo que
inquietase a las autoridades religiosas sobre todo por sus consecuencias.
Los daños en sí son limitados (un pequeño foco de protesta, algún puesto tirado, algunos
vendedores mal tratados, unos pocos animales asustados). Pero la operación es
considerada inquietante por las consecuencias que podría acarrear.
«Los sumos sacerdotes y los letrados se enteraron; como le tenían miedo, porque todo el
mundo estaba asombrado de su enseñanza, buscaban la manera de acabar con él» (v. 18).
Es significativo el «se enteraron». Indudablemente el episodio ha sido la última gota que ha
desencadenado la sentencia de muerte («buscaban la manera de acabar con él»). Pero el
acento se pone sobre las palabras más que sobre los hechos («se enteraron»... «todo el
mundo estaba asombrado de su enseñanza»). Lo que molesta, más aún, da miedo, es la
novedad de su mensaje. La enseñanza es subversiva. Las acciones son consideradas
peligrosas no por sus proporciones, relativamente modestas, casi irrelevantes, sino porque
son «lecciones» que todos comprenden. Los gestos en sí no tienen importancia. Pero
llevan lejos. Y esto es lo que se quiere impedir.
-su acción,
-una doble cita bíblica
-una prohibición
a) No se puede minimizar el hecho de que Jesús se haya enojado contra los vendedores
(algunos vendedores), haya contestado el mercado.
La purificación del templo comienza limpiando el terreno de comercio y de intereses,
ocultos o manifiestos.
Viene a la mente una profecía de Zacarías:
«Aquel día los cascabeles de los caballos llevarán escrito: "Consagrado al Señor"; los
calderos del templo serán como los aspersorios del altar. Todos los calderos de Jerusalén y
Judá estarán consagrados al Señor. Los que vengan a ofrecer sacrificios los usarán para
guisar en ellos. Y ya no habrá mercaderes en el templo del Señor de los ejércitos aquel
día» (Zac 14, 20-21).
El templo se convierte en casa del Señor sólo cuando son expulsados los mercaderes. El
comercio, incluso el que tiene por fin el culto y la gloria de Dios, termina por obscurecer la
grandeza y hacer olvidar la gratuidad del don.
«Oíd, sedientos todos, acudid por agua,
también los que no tenéis dinero:
venid, comprad trigo, comed sin pagar;
vino y leche de balde» (Is 55, 1).
Jesús denuncia el equívoco que consiste en utilizar el nombre de Dios para hacer
prosperar -directamente o por «concesiones a terceros»- los propios negocios.
Reconsagra el templo, llevándole al culto de la gratuidad.
b) «¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos?» (v. 17).
Después de haber realizado el gesto de expulsar a los mercaderes, Jesús se explica con
palabras, que deben precisar mejor su programa. La primera cita es de Isaías (56, 7).
El templo es esencialmente lugar de oración. Ya los profetas habían tenido expresiones
candentes contra el culto puramente exterior, formalista. Sin embargo, el acento se pone
aquí sobre el hecho del templo abierto a «todos los pueblos». Por lo cual debe cesar todo
tipo de discriminación. La presencia de Dios no conoce barreras de pueblos. Nadie puede
reivindicar el monopolio.
La oración, encuentro con Dios, se convierte en «lugar» de encuentro con los hombres.
Muy diverso de muros de separación...
«En donde se realiza el encuentro con Dios, allí surge el verdadero santuario y no tiene
ya razón de ser el mercado ni el tráfico del templo» (R. Fabris).
«La presencia de Dios es un hecho universal y es una presencia para todos, también
para los rechazados. Si Dios juzga a Israel es porque se ha cerrado y no quiere abrirse al
Mesías y a los pueblos. No se considera ya una realidad abierta, disponible» (B. Maggioni).
Si la purificación del templo consiste antes de nada en reafirmar la gratuidad del don de
Dios contra toda especulación mercantil, quiere decir que se subraya la amplitud de ese
don contra cualquier intento de acaparamiento, contra toda visión particularista, exclusivista
de la fe. Nadie tiene el derecho de apropiarse a Dios.
d) «Y no consentía que nadie transportase objetos atravesando por el templo» (v. 16).
Jesús -como dice J. Delorme- devuelve al templo su destino sagrado, liquidando todas
las actividades profanas.
También el Talmud tiene una prohibición de este género, cuando advierte que nadie
debe subir «al monte del templo ni con zapatos ni con bolsa ni con polvo en los pies; que no
reduzca la vía del templo a un atajo y mucho menos que escupa en él» (berak. 54 a).
La prohibición, repetida por Jesús, la podemos también ver en clave simbólica. El templo
no es un atajo. Es decir la oración, el culto no dispensa del duro trabajo de los hombres.
Se va a rezar no para ser aligerados de la carga. El templo no sirve para acortar el
camino, para reducir las dificultades, sino para dar un sentido al camino del hombre.
Podremos decir: se prohíbe el «paso» a una religión como forma de evasión de los rudos
compromisos terrestres, a una religión como deserción de la vida.
No se pasa por el templo para sustraerse de ciertos pesos, sino más bien para
cargárselos. La religión no ofrece facilidades, dispensas en relación a la vida de todos.
La persona religiosa no es quien dispone de una vereda privilegiada respecto al camino
común de los hombres. Y el templo no amortigua el impacto de la ruda realidad de la
existencia.
Más bien, el culto se convierte en algo serio sólo cuando la vida es aceptada como algo
serio.
Conclusiones
La acción simbólica de purificación realizada por Jesús no se puede reducir a un ataque
contra la gestión administrativa del templo, sino que interesa a todos «los que lo
frecuentan» de todas las épocas.
Ni puede ser interpretada como una simple reforma litúrgica, con la denuncia de algún
abuso.
Su gesto es también un «signo anunciador del futuro».
«Jesús purifica el santuario para el reino de Dios que viene» (G. Bornkamm).
«El verdadero templo será la comunidad escatológica» (R. Schnackenburg) abierta a
todos los pueblos.
Hay que evitar, sin embargo, dos excesos opuestos en la interpretación de la purificación
del templo.
Jesús, para usar un lenguaje hoy de moda, no ha intentado desacralizar o descultualizar,
pero tampoco sacralizar.
No ha abolido el templo y sus liturgias en nombre de un culto puramente espiritual que
haría inútil cualquier manifestación externa y que podría ser sustituido por obras de caridad
y por un compromiso social.
El templo tiene su validez y debe continuar siendo frecuentado, aunque de otro modo,
con otro espíritu.
Pero Jesús no ha querido tampoco «sacralizar» el templo, reduciéndole a un espacio
rigurosamente reservado, protegido, circundado por un recinto, una especie de cordón
sanitario espiritual.
Jesús no ha querido levantar un muro que pusiera al templo al reparo de la vida cotidiana
y no lo dejase contaminar con el mundo profano.
Como ha precisado R. Schnackenburg, «se trata de un modo nuevo y diverso de adorar
a Dios, de una conversión moral, del cumplimiento de la voluntad divina en la vida personal
y social...».
Desde este momento ya no es concebible un culto a Dios separado de la vida en medio
del mundo y del servicio a los hombres. Se requiere un nuevo modo de orar mediante una
inmediata y confiada relación con el «Padre», una adoración a Dios «en espíritu y en
verdad». Un auténtico culto a Dios al que deben conducir la oración y el canto, la liturgia de
la palabra y la celebración de la eucaristía, consiste en la vida cristiana, en el testimonio del
amor, en la renuncia a los propios egoísmos. Llevar la propia existencia material como «un
sacrificio viviente, santo y agradable a Dios» es el culto espiritual que se exige de los
cristianos, una liturgia de la vida de cada día en medio del mundo.
Jesús ha liberado el templo de las hipotecas de quienes los utilizaban para los propios
intereses egoístas y también de las trabas de una concepción demasiado mezquina y
formalista de la religiosidad en la que anidaban consideraciones ciertamente no conformes
a la voluntad de Dios, no para sustraerlo de la vida y confinarlo en una zona «neutra», sino
por el contrario para restituirlo a la vida.
La purificación realizada se refiere a los elementos que no se concilian con la santidad de
Dios, no ciertamente todo aquello relativo a la vida concreta de los hombres.
Un culto para ser sincero y auténtico, tiene siempre necesidad de una vida en seriedad.
La adoración a Dios debe traducirse en una urgencia de amor al prójimo.
De la higuera seca
hasta mover montañas
Después de haber terminado la operación de limpieza del templo, Jesús, junto con los
suyos, sale de la ciudad (v. 19). No es sólo una medida de precaución. Se puede percibir el
signo de una ruptura irreparable. Cristo se aparta definitivamente de aquel mundo.
Sin embargo, la jornada en cierto sentido se concluye sólo a la mañana siguiente, con la
comprobación de los efectos de la maldición de la higuera. Una especie de reconocimiento
oficial y de comprobación del cadáver de la planta. «Al pasar por la mañana vieron la
higuera seca de raíz» (v. 20). Es improbable que los apóstoles hayan llegado a controlar
este dato (de raíz). Pero tratándose de una «parábola en acción», el significado resulta
transparente: el mundo que no acoge a Jesús, que se cierra a su mensaje está ya
condenado fundamentalmente a la esterilidad, se revela «radicalmente» incapaz de llevar
los frutos que Dios espera.
Pedro (6) confirma lo que ha pasado: «Maestro, mira, la higuera que maldijiste está
seca» (v. 21).
La respuesta de Jesús parece que está fuera de tema. En efecto, no ofrece la explicación
del episodio en sí (quizá estuviera ya bastante clara por lo que habían visto el día antes en
el templo), sino que se interna en el campo de la fe, de la oración, del perdón.
Indudablemente estos «dichos» pueden también haber sido obra redaccional. Mc
dirigiéndose a la primera comunidad cristiana, debe haber colocado en el presente contexto
narrativo algunas sentencias pronunciadas por Jesús en otras circunstancias, para
subrayar que al poder (dunamis) de la palabra de Jesús manifestado en el episodio de la
higuera, corresponde otro poder (dunamis), la fe del cristiano, que se expresa sobre todo
en la oración.
Pero quizá la cercanía no se da sólo a este nivel. Hay que descender a las raíces. Las
raíces reclaman la idea de la linfa vital. Solamente la fe es capaz de devolver la vida al viejo
árbol condenado a muerte.
A partir de ahora, cualquier árbol está destinado a la esterilidad, recibe la maldición de la
falta de fruto, si no está atravesado por esta linfa.
Por tanto una vez más estamos ante una «construcción didáctica» (provocada por una
reflexión llevada aparte, con los discípulos, sobre un acontecimiento precedente), en gran
parte entrevelada y cuya inserción no es sin duda postiza. Resulta, por el contrario, un
conjunto plenamente coherente.
FE/QUÉ-ES Pero veamos de qué fe se trata. «Tened fe en Dios» (v. 22) amonesta
Jesús.
Es la fe que no encuentra el propio punto de apoyo en los recursos humanos, sino
únicamente en el poder y en la fidelidad de Dios. «No realiza lo que parece imposible en
base a la fuerza propia, sino que pone en movimiento, por así decir, la condescendiente
omnipotencia de Dios» (J. Schmid).
En el pasaje referido de Mc no se habla de cantidad, de fe más o menos grande, sino de
fe sin dudas, sin vacilaciones, sin cálculos humanos. La condición esencial es la expresada
por «no con reservas interiores» (v. 23). E. Schweizer tiene a este respecto una página
estupenda:
«Ya no es la dimensión o la cualidad de la fe o de la penetración teológica lo que tiene un
valor decisivo: la palabra de Jesús transfiere el discurso desde el plano de la cantidad, de
la medida en más o menos, al hecho desnudo de una fe a la que se promete todo,
precisamente porque no espera nada por sí misma, sino que espera que todo le venga de
Dios. Ciertamente esto incluye también que sepa orar para que se haga no su voluntad sino
la de Dios.
«En la forma del texto de Mc la "fe" es definida como un "no dudar" y esto es cierto,
especialmente si recordamos que el término griego que quiere decir "dudar" contiene la
idea de "estar dividido"; tal "duda", contrapuesta al carácter "simple" (indiviso) de la fe,
describe al hombre en su naturaleza dividida, en su pendular entre Dios por una parte y
todas las otras posibles e imaginables ideas por otra».
Para indicar la fuerza de esta fe «indivisa», Jesús utiliza una expresión más bien familiar
en la literatura judía. «Mover montañas» era una frase hiperbólica con la que se indicaba la
remoción de un obstáculo considerado como irremovible, de una situación particularmente
difícil. El rabino que era capaz de quebrar todas las dificultades era llamado por eso
«movedor de montañas».
No debemos pensar, por tanto, en una fe «caprichosa», que se sirve del nombre de Dios
para realizar milagros inútiles y espectaculares.
No se puede disponer de Dios a capricho.
El poder de Dios puede invocarse sólo en el ámbito de su plan, es decir del espíritu del
Señor. Ya Hugo de San Víctor había advertido que sin un motivo de utilidad, no se es capaz
de mover una brizna, no una montaña...
La fe nos introduce en el discurso sobre la oración.
El que cree, necesariamente reza. Y como la fe excluye la duda, así la oración excluye la
inseguridad de ser escuchada.
Lejos de estar anhelante y preocupado, el creyente que ora aparece tranquilo y confiado,
porque «os la han concedido» (v.24) cualquier cosa, en el acto mismo de pedir, más aún
antes incluso, antes de poder verificar los resultados de su petición.
Parece vislumbrarse, en las palabras de Jesús, una insinuación a la oración que va mas
allá de cada uno. Es la comunidad misma -el nuevo templo, la nueva casa de oración, el
nuevo lugar en el que Dios habita- la que es poderosa cuando reza.
Y es todavía más significativo, en esta visión comunitaria, el nexo entre oración y perdón
dado y obtenido (v. 25).
Las palabras finales quieren decir -según la observación de E.Schweizer- que una
correcta relación con Dios incluye siempre una correcta relación con el prójimo.
Cito las observaciones conclusivas de R. Fabris:
«La fe, presentada como total confianza en Dios, sin división e incertidumbre, no es una
técnica para capturar el poder divino y plegarlo a los caprichos irracionales o fantásticos del
hombre. Es total apertura y disponibilidad a la acción de Dios, al cumplimiento de su
proyecto. Con esta condición también la oración tiene la misma eficacia y poder que la fe
que la sostiene. La seriedad religioso de la oración, que no se puede confundir con un
pueril deseo humano de omnipotencia, está confirmada por la otra sentencia sobre el
perdón. Como la fe plena, también el perdón y la reconciliación fraterna es condición
indispensable para una oración abierta al don del Padre celestial.
Nos debe llamar la atención el hecho de que el evangelista Mc tan sobrio, por no decir
avaro, en referir las sentencias de Jesús fuera de los contextos narrativos, haya tenido
cuidado en reproducir estas dos palabras de Jesús transmitidas también por la tradición de
Mt y Lc.
Esto debe hacernos reflexionar sobre la importancia que la tradición cristiana primitiva
daba a los dos temas de la oración y del perdón fraterno. La comunidad auténtica es la
caracterizada por una fe radical en Dios que se expresa en una oración confiada, hecha en
un clima de auténtica comunión fraterna. El don por excelencia del amor de Dios es el
perdón, es decir esa experiencia de acogida que reporta confianza y abre el futuro.
Esto se convierte en modelo y estímulo de nuevas relaciones y de una nueva actitud de
la comunidad creyente (cf. Ef 4, 32).
Del actual enlace literario entre los dos versículos y el episodio del templo se puede
deducir que la comunidad es para Mc la verdadera casa de oración del futuro, el nuevo
templo abierto a todos los hombres que están dispuestos a encontrar a Dios en la fe».
PROVOCACIONES
CULTO/MERCADO:
1. El punto de vista peor en la escena de la expulsión de los mercaderes del templo es,
sin duda, el del espectador que «no tiene que ver» con cuanto sucede.
Instintivamente se pone a un lado, sobre una grada, aparte. Ve con una mal disimulada
complacencia a Jesús dejando la plaza limpia.
Ya. La cosa se refiere siempre a los otros. Quizá los curas con sus aranceles por bodas y
funerales; o los que venden medallas en los comercios cercanos a los santuarios...
Nosotros estamos allí de pasada. Y comentamos «bien hecho les está», «ya lo había yo
dicho siempre, que era una vergüenza, algo intolerable».
Con una actitud de este tipo no captamos el significado del episodio. Somos como los
centinelas romanos de la torre Antonia, que no medimos la importancia del acontecimiento.
Mercader no es solo el que saca ganancias del templo, sino también quien saca
honores, carrera, títulos, privilegios.
4. No les ha echado porque eran mercaderes deshonestos, sino porque eran mercaderes
en el templo.
La condena no se refería a su moralidad sino a su negocio.
Su culpa no consistía en el modo, sino en el hecho de comerciar.
Los echa fuera no porque se comportan mal, sino porque están allí.
5. Sería interesante hacer el experimento. El espectáculo que se presenta ante los ojos
de Jesús visto con los ojos de ciertos observadores religiosos de nuestro tiempo.
Apuesto que alguno, escribiendo quizá en el periódico diocesano, lo definiría como «una
grandiosa manifestación de fe», «una conmovedora e imponente participación del pueblo».
6. La pena es que todo estaba bien. Todo legal, autorizado, justificado. Permisos en
regla. Respetados los reglamentos.
Una comisión de expertos en derecho canónico no habría encontrado (casi) nada que
decir sobre aquel hecho. Además se desarrollaba fuera del templo. Además, el dinero es el
dinero. Y la administración tiene sus exigencias rigurosas.
Un equipo de teólogos habría encontrado justificaciones válidas para todo.
La pena es precisamente esta. Que no podemos demostrar, explicar, hacer presente,
especificar, distinguir, precisar, documentar, aportar pruebas.
En definitiva, nuestros razonamientos buscan la perfección.
Y Dios no está de acuerdo.
Todo por él, por su gloria.
Y él rechaza pagar la cuenta.
Más aún, dice que no tiene que ver nada con eso.
9. EV/EXIGENCIAS No sé por qué se inventan tantas historias por ese detalle de «no
era tiempo de higos».
Si hubiera sido «tiempo de higos», el episodio se habría podido liquidar con un
comentario sobre la «desgracia» de Jesús.
En cambio Jesús no ha sido desgraciado, sino que ha sido desilusionado.
Dios no viene a buscar lo que es «natural».
No espera lo que es «lógico» que espere.
El tiempo de los frutos para un cristiano no está regulado por las estaciones, sino por las
exigencias de Dios.
Más aún, son las estaciones las que deben tener en cuenta sus esperanzas, adecuarse y
respetar sus deseos.
Flores y plantas, en mi casa, no deben brotar en primavera o en verano, sino cuando él
tenga ganas de buscarlas.
CONFRONTACIONES
A primera vista,
un cuadro floreciente de vida religiosa
Sin duda, a primera vista se tiene la visión de un cuadro floreciente de vida religiosa:
¿dónde encontrar un pueblo piadoso como Israel? En el templo los sacrificios humean día y
noche, en los patios filas de hombres y mujeres están delante de Dios tocando el suelo con
la frente. Bajo los pórticos, doctores de la ley y laicos discuten con ardor incansable.
¿Dónde encontrar algo semejante?
Jerusalén era la ciudad del poderoso e imponente activismo religioso, pero ciertamente
no había nada más. Había un gran movimiento de máquinas que andaban en vacío. Desde
la mañana hasta la tarde entraba en acción un celo por Dios verdaderamente infatigable,
pero se agotaba en sí mismo. Se excavaba, se perforaba, se araba, pero siempre el suelo
era árido, no surgía ninguna fuente viva. Israel era como la higuera, brillaba en el esplendor
de su follaje, pero no daba ningún fruto. La vida religiosa era como una magnífica fachada,
que escondía detrás de sí muros negros y fríos.
Era un error que el pueblo de Dios sirviera verdaderamente a Dios, que ese árbol
frondoso llevase verdaderamente frutos.
Jesús, mirando la higuera debe haber tenido de pronto esta triste visión. Este es el caso
de Israel: el pueblo se engaña y engaña al mundo con su piedad. Sabiéndolo o no, traiciona
lo que hay de más sagrado. Esos sacerdotes ambiciosos, esos arrogantes doctores de la
ley, toda esa gente pretende cumplir la voluntad de Dios, pero no lo hace y, en el fondo,
hace sólo lo que quiere. Así se pone a las claras el más grave pecado de los hombres, es
decir que son ateos en su religión, incrédulos en su fe, cerrados hasta estar sofocados en
su humanidad, mientras lo esencial es que Dios sea reconocido en su naturaleza divina (G.
Dehn, o. c.).
No ha muerto en la cruz
para que no hiciéramos mal a nadie
«...Jesús sintió hambre. Y viendo de lejos una higuera con hojas, fue a ver si encontraba
algo en ella».
Veo cómo se acerca a mí. Tiene hambre. Me dirige su mirada y me hurga por dentro en
busca de «algo». Un fruto, aunque sea uno solo, entre las hojas. Hace el inventario de mi
mercancía, para descubrir «algo» que le interesa.
Creía que no se iba a ocupar de mí, que no me iba a localizar.
Que se iba a contentar con pasar a mi lado. Uno de tantos árboles a lo largo del camino.
¿Por qué concentra su mirada precisamente en mí? ¿Por qué me traspasa con esos ojos
implacables?
Tiene hambre. Y yo soy un árbol destinado a dar fruto. No una planta ornamental.
«Acercándose a ella, no encontró más que hojas...». Mi nombre inscrito en el registro de
bautizos. Mi tarjeta de acción católica. La estampa en la cartera. La medalla de san
Cristóbal junto al volante del coche. «Tengo un tío canónigo». Mi charlatanería. Estuve en
Lourdes en peregrinación. He hecho ejercicios espirituales. Hasta estoy suscrito a la hoja
parroquial, leo el boletín diocesano y recibo «El pan de los pobres». No voy a ver películas
obscenas. No hago mal a nadie.
«Nada más que hojas...» ¿Es ése todo tu cristianismo? Lo que yo quiero son frutos, no
hojas. Tengo hambre y tu sombra no me llena el estómago.
«Es que no era tiempo de higos».
Señor, piensa un poco. No es aún tiempo de higos. Todavía no he tenido tiempo. ¿A qué
tanta prisa? Un poco de comprensión. Yo no soy un santo, en definitiva. Hasta el
sacerdote, a quien he pedido consejo, me ha dicho que puedo estar tranquilo, que no tengo
obligación...
¿Tenía que haber hablado? ¿Tenía que haber tomado posición? Pero si no era
oportuno...; hay que tener prudencia, no hay que precipitar las cosas, se corre el peligro de
comprometerlo todo.
Y luego se saca lo mismo, en el fondo.
No es tiempo. Señor, haz el favor de controlar un poco tu calendario. Debe haber un
error. Igualalo con el mío y déjame en paz.
«Entonces dijo a la higuera: ¡Que nunca jamás coma nadie fruto de ti! Y sus discípulos
oyeron esto».
Lo oyeron. ¿Comprenderían quizá que la fe tiene que superar las falsas necesidades?
¿Que el amor tiene la obligación de realizar milagros?
Tengo una agenda en mi mesa. Cada día señalo allí mis compromisos, mis citas, el final
de mis plazos. En resumen, todo lo que tengo que hacer.
Algunas hojas cuajadas de notas, de compromisos. Al verlas, no tengo más remedio que
admitir que «hago demasiado». Algunos días, cuando estoy literalmente hasta el cuello de
trabajo, le robo horas al sueño. Para respetar la agenda.
Y me engaño al pensar que soy tremendamente exigente conmigo mismo.
Si dejase esa agenda en manos del Señor... Escribiría allí cosas jamás pensadas.
Exigencias locas, plazos imposibles, cifras desproporcionadas.
Y yo, al leer aquellas absurdas exigencias, abriré unos ojos de espanto y tendré la
impresión de que me vuelvo loco.
Y, sin embargo, debería verme ebrio de alegría. Porque Dios me considera capaz de
cosas imposibles. Si busca higos fuera de tiempo, quiere decir que ama y estima a aquella
planta hasta considerarla capaz de hacer milagros.
El que no ama, pide tonterías.
Los hombres les piden muy poco a las criaturas. Un poco de tiempo, el cuerpo, la belleza,
un segundo de placer, un poco de consideración, una propina de dinero, algún aplauso,
alguna inclinación más o menos espontánea de cabeza.
Los hombres no aman a sus semejantes. No los estiman. Por eso se limitan a pedirles
una miseria.
Dios me ama. Me quiere inmensamente. Por eso me lo pide todo.
Exige de mí lo imposible.
Cristo no ha muerto en la cruz para que yo «no hiciera mal a nadie». Sino para que me
hiciese capaz de realizar milagros (A. Pronzato, Evangelios molestos, Salamanca 1982, 8ª
ed.).
......................
(1) En otras palabras. Mc haría recitar a Jesús, en vivo, la parábola de la higuera estéril, que Lc refiere en cuanto
parábola (Lc 13).
(2) «Tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares y de miel» (Dt 8, 8).
(3) Sin embargo, hay que estar atentos para no deducir de este episodio precipitadamente una condena en
bloque de todos los judíos, una maldición indiferenciada y definitiva contra Israel. Precisa oportunamente R.
Schnackenburg: «En el texto que tenemos delante, responsabilidad y maldición recaen sobre los jefes del
pueblo de entonces y la alegoría de la higuera estéril culmina en una exhortación a convertirse. Sobre la fe
de cada uno de los judíos y sobre su actitud no se emite ningún juicio, ya que la maldición de Jesús llega
únicamente a aquellos que por propia culpa no responden a la llamada que Dios hace por medio de Jesús.
La iglesia primitiva vio ciertamente en la destrucción de Jerusalén y del templo una punición divina (cf. Mc
13, 1s; 14s); pero tal pronunciamiento temporal no autoriza a deducir una condena válida para siempre».
El mismo autor resalta cómo la comunidad a la que Mc se dirigía debía aplicar sobre todo a sí misma
las palabras y los gestos de Jesús. Y aquel episodio constituía un rudo llamamiento a la conversión y a la fe,
un motivo para un examen de conciencia muy sincero. La fidelidad se verificaba día a día, jamas se podía
dar por adquirida. Existía siempre el riesgo de que desapareciesen los frutos para dar lugar a un árbol
reverdecido, hasta llamar la atención, pero en el fondo incapaz de responder a las verdaderas esperanzas
del Señor.
(4) En tal caso, el suceso prefigurado sería el de la inminente destrucción del templo. La higuera seca desde la
raíz no sería otra que la construcción gloriosa de la que «no quedará piedra sobre piedra» (Mc 13, 2).
(5) Es difícil, con todo, calcular exactamente su número. Las cifras citadas en los documentos oficiales son
hiperbólicas. Según distintas fuentes nos encontramos con datos bastante discordantes y por tanto nos
hemos de contentar con valoraciones aproximativas. J. Jeremías adopta un método muy personal. Toma el
metro, calcula el espacio y deduce ciertas cifras en base a la densidad -o derrumbamiento- por metro
cuadrado. Así, para la época de Jesús calcula la población de Jerusalén en unos 30-35 mil habitantes (en
todo caso, no más de 50 mil). Los peregrinos que llegaban para la pascua debían acercarse a los cien mil.
Cf. Jerusalén en tiempos de Jesús, Madrid 1977, 95-102.
(6) Parece ser el de memoria más feliz (se acordó...). Dentro de poco. al cantar el gallo, Pedro recordará
también una palabra de Jesús (14, 72).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 197-221)
Jesús podría haber ironizado sobre el particular. Prefiere, en cambio, seguir su juego.
También él se esconde ante su incredulidad. Sin lealtad, cualquier revelación es inútil.
«Pues tampoco os digo yo con qué autoridad actúo así» (v. 33).
Comenta E. Schweizer: «La estructura es muy significativa por su mensaje: en la
purificación del templo se realiza, aunque bajo una forma de signo, la actividad de Jesús
como juicio sobre el templo, en cuyo puesto aparece la "casa de oración para todos los
pueblos", como en el puesto de la higuera seca aparece la potencia de Dios que se da en
la fe y en la plegaria. Esta potencia no es experimentada por aquel que, permaneciendo en
el exterior, no comprometido, pide pruebas: es conocida, por el contrario, sólo por la fe».
El proceso de Jesús se ha iniciado ya con esta investigación oficial.
Y aparece claro desde el principio que son los interrogadores los que son acusados.
En esta página la acusación de incredulidad se convierte en el punto clave de todo el
debate.
«Con su indecisión aquellos hombres manifiestan de hecho su incredulidad: deberían por
eso dejarse regalar esa fe que no busca pruebas» (E. Schweizer).
PROVOCACIONES
CONFRONTACIONES
- Verosimilitud e inverosimilitud,
- continuidad,
- estructura,
- mensaje central.
Verosimilitud e inverosimilitud
Uno de los rasgos fundamentales de las parábolas es su concreción, es decir, su enlace
con la vida real, con un mundo que es familiar para cierto tipo de oyentes, unido a sus
experiencias. Esta concreción hace que la parábola sea plausible y por tanto comprensible.
Naturalmente no quiere decir que todos los detalles deban coincidir exactamente con la
realidad. Y sería una operación inútil quererles hacer coincidir a toda costa.
La parábola, aunque esté anclada en la existencia y en fenómenos verificables por los
oyentes, siempre queda como ficción poética y por tanto, hay siempre un cierto «desnivel»
entre el plano de vida y el de la invención.
A una parábola se le puede pedir una verosimilitud, pero no una exactitud absoluta.
En esta parábola, sin embargo, muchos estudiosos encuentran que las inverosimilitudes
-alguno llega a decir, los absurdos- superan en gran manera las verosimilitudes.
Me parece un juicio excesivo.
Veamos. La plantación de la viña corresponde a los usos agrícolas de Palestina. El
modelo literario puede haber sido tomado del famoso «canto de la viña de Yahvé» de Isaías
(capítulo 5), en donde la descripción es aún pormenorizada.
Se tiene la impresión de un trabajo duro (preparación del terreno, es preciso quitar las
piedras y las hierbas; en las zonas montañosas hay que nivelarlo), que justifica la espera
de frutos por parte del propietario.
La viña, en estas zonas, está siempre rodeada por un seto espinoso o bien por una tapia.
También se construye una cabaña-refugio que puede asumir el aspecto de una «torre» de
piedra (una especie de observatorio, por supuesto rudimentario).
Cuando la uva comienza a madurar, el labrador se instala allí para vigilar, día y noche, la
cosecha contra salteadores voraces, hombres o animales.
Muchas viñas -para evitar el transporte de la uva, siempre arriesgado- tienen también en
el centro un lagar formado por un depósito superior y otro inferior, casi siempre excavados
en la roca y unidos entre sí por un conducto de piedra.
También el detalle del amo que arrienda la viña a los labradores y se va al extranjero es
muy normal. Muchos terrenos en Galilea, especialmente a lo largo del valle superior del
Jordán, pero también en torno al lago y a la zona de colinas, pertenecían a latifundistas
extranjeros.
Un papiro nos informa, por ejemplo, que Apolonio, ministro de economía del reino
tolemaico -estamos en el siglo III a. C.- poseía una parcela de terreno en Galilea,
precisamente en Baitianata, que le aseguraba el vino para su mesa en Egipto.
Por otra parte el hombre dispone de cinco años de tiempo antes de exigir una parte de la
cosecha que le espera según un contrato que se asemeja a la aparcería. De hecho,
normalmente la viña, en Palestina, comienza a dar fruto después del tercer año. La cosecha
del cuarto año está reservada para Dios. Por tanto, la uva se come en el quinto año.
En este punto A. Loisy, para mantener la tesis de la inverosimilitud de la parábola,
subraya estos dos aspectos. En primer lugar: ¿cómo podía permitirse el lujo de un viaje al
extranjero un hombre que se había visto obligado a plantar con sus manos una viña?
Segundo: admitido que se hubiera ido a Egipto o a Babilonia o bien a Roma, ¿cómo podía
exigir que le llevasen a domicilio los frutos que esperaba?
Son dificultades un tanto infantiles. Me viene a la mente una frase irónica de Saul Bellow:
«Un poco de inteligencia puede ser recubierto de ignorancia cuando la necesidad de ilusión
es muy profunda». Y sobre todo cuando se trata de sostener los propios prejuicios.
Tiene razón Lagrange cuando dice que al leer «un hombre plantó una viña», no significa
necesariamente haber confiado el trabajo a gente del oficio.
De esta forma no se dice que los frutos debieran llegarle en especie. La uva se vendía y
el amo recibía el dinero correspondiente.
Ni siquiera el razonamiento de los viñadores («Este es el heredero; venga, lo matamos y
será nuestra la herencia») es del todo improbable. Si llega el hijo, puede también suponer
que el amo ha muerto. Por tanto, quitando de en medio al heredero, tienen el derecho de
acogerse a ciertas disposiciones legales en materia de transferencia de propiedad como la
llamada mattenat bari' o mejor, la conocida bajo el nombre de kazaka, que asigna un bien
vacante al primero que lo ocupa (y una heredad de la que nadie toma posesión en un
término fijado, puede considerarse bien vacante).
Pero además del argumento jurídico -más bien incierto y discutido- queda otra
explicación, fundada en ciertos focos revolucionarios existentes en el ambiente campesino
de Galilea. Las motivaciones nacionalistas se mezclaban con reivindicaciones ciertamente
no idealistas y alimentaban el odio contra los grandes terratenientes, especialmente
extranjeros. Los zelotas avivaban aquel fuego. Se podría incluso hablar de una tendencia
que hoy llamaríamos con el nombre de «expropiación proletaria».
Explica C. H. Dodd: «La historia se convierte en más verosímil si pensamos en las
condiciones de Palestina en tiempos de Jesús: todo el país, sobre todo Galilea, no era un
lugar tranquilo; después de la revuelta de Judas el Galileo (6 d.C.), la región no se había
calmado completamente y la agitación era debida en parte a motivos económicos. Si
recordamos que muchos latifundios estaban en mano extranjera, podemos fácilmente
imaginarnos que el descontento del campo estuviera estrechamente ligado a sentimientos
nacionalistas... En una situación como esta no era sin duda improbable que al rechazo de
pagar la renta siguieran una muerte violenta y la ocupación de la propiedad por parte de los
trabajadores. En vez de ser una alegoría construida artificialmente, la parábola puede muy
bien servir para darnos una idea efectiva de qué ambiente se respira en Galilea cincuenta
años antes de la gran revolución del 66 d.C.».
Continuidad
Muchos autores muestran no ver con claridad. Alguno la niega abiertamente y habla de
esta parábola como de un aerolito errante caído en este contexto, de no se sabe dónde, y
que encuentra su justificación formal sólo en el clima polémico y trágico de aquellos días
precedentes a la pasión.
En realidad la parábola -independientemente de su origen primitivo- aquí está
perfectamente en su sitio. Asegura una continuidad con los temas debatidos anteriormente.
Dos en concreto. Los frutos y la autoridad.
-El amo ha plantado la viña no para embellecer el paisaje, sino para que dé fruto. Los
siervos y el hijo son enviados para «percibir su tanto de la cosecha».
De esta forma el incidente de la higuera maldita resulta abierto.
Es cierto que esta viña no es estéril. Pero es como si lo fuese. En efecto, desde el punto
de vista del amo, la viña resulta infructuosa, porque los frutos que le correspondían le son
expropiados, retenidos por los arrendatarios. Más aún estos se comportan como si la viña
fuese cosa propia.
La referencia a lo que sucede en el templo, en donde prospera un comercio y un tipo de
religiosidad útil para algunos, no ciertamente para el destinatario original, es bastante
transparente. Los responsables deberían preocuparse de los intereses de Dios, en cambio
piensan en los propios. Gestionan el templo como si fuese suyo y no debieran responder al
amo de casa.
-«¿Con qué autoridad actúas así?, ¿quién te ha dado la autoridad para actuar así?» (11,
28). Ahora se decide a responder. Aunque veladamente (quien tenga oídos para oír...).
Jesús deja entender que posee todas las cartas en regla para hacer lo que ha hecho en el
templo. El, en efecto, es el hijo mandado por el Padre para percibir los frutos y asegurarse
que el templo sea «casa de oración» y no «cueva de bandidos». En definitiva: sois vosotros
los que debéis responder de vuestra administración de la propiedad de Dios.
Estructura
Desde un punto de vista literario, la parábola puede ser descompuesta como hace X. L.
Dufour-en cinco momentos:
1. Introducción para describir la plantación de la viña (v. 1).
2. Envío de los criados (2-5).
3. Envío del hijo (6-8).
4. Reacción del amo y destino de la viña (9).
5. Comentario escriturístico ( 10-1 1).
Epílogo histórico (12).
1. Introducción.
No hay contradicción en el hecho de que Mc diga: «Entonces se puso a hablarles en
parábolas», y después haya una sola parábola. Se subraya, más que otra cosa, el género
adoptado para la enseñanza.
Aunque existen muchos puntos alegóricos en la parábola, hay que resistir la tentación de
querer alegorizar todos los detalles.
Así es fácil identificar al amo con Dios, la viña con Israel, los labradores con los
responsables del pueblo elegido, los criados con los profetas. Pero no es necesario indagar
sobre el significado del lagar, del seto, de la torre, todos los elementos que están sólo en
función de la narración.
Y se nos dice con exactitud cuál es la causa de su crimen: «porque los ciega su maldad»
(Sab 2, 21).
En la suerte reservada al heredero, el orden es inverso. Mc habla de la muerte dentro de
la viña y después del cadáver tirado fuera y expuesto a la profanación. Mt y Lc, en cambio,
nos hablan de que el hijo fue apresado fuera y después muerto.
Según piensa X. L. Dufour parece más verosímil el relato de Mc.
Los otros dos muestran claramente su intención de hacer coincidir cada una de las
circunstancias con el relato de la pasión de Jesús, enviado a morir «fuera» de la ciudad.
Dirá san Pablo: «... y por eso Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre,
murió fuera de las murallas. Salgamos, pues, a encontrarlo fuera del campamento,
cargados con su oprobio, que aquí no tenemos ciudad permanente, andamos en busca de
la futura» (Heb 13, 12-14).
Se puede deducir también un cierto aspecto de resarcimiento por parte de los
viñadores-adversarios de Jesús: «arrojado fuera» (ekballo) el que había «echado fuera» a
los mercaderes del templo.
La enseñanza fundamental de esta escena queda fijada en lo absurdo de quien tiene la
pretensión de expulsar al hijo de su legítima propiedad. «Vino a su casa, pero los suyos no
la recibieron» (Jn 1, 11).
Jesús, sin embargo, con la libertad que le es característica, se aleja en este punto del
modelo. Su castigo no cae sobre la viña, sino sobre los viñadores.
La cosa podía estar sin duda prevista por sus oyentes.
Del todo inesperada, en cambio, es la segunda decisión: el paso de la viña a otros
cultivadores.
Una verdadera sorpresa. No olvidemos, en efecto, que para la mentalidad hebrea el
castigo de Dios que se abate sobre la nación infiel es bastante «normal». Pero, a pesar de
todo, Israel queda siempre como pueblo elegido. Es inconcebible el «paso» de las
promesas a otras gentes. Dios volverá a Israel. No va jamás a otra parte.
5. Comentario escriturístico.
No pocos intérpretes consideran ya cerrada la parábola originaria. Este sería un añadido
de la iglesia naciente, que daba por descontado el castigo de los jefes del hebraísmo, pero
tenía todo el interés en poner de relieve el destino de aquel que había sido muerto y
«echado fuera» como un malhechor.
La parábola, en este punto, cambia de dirección, a través de un cambio brusco.
La primera comunidad cristiana -si se trata de ella- no puede considerar «cerrada» la
parábola con la muerte del hijo. Quiere celebrar la victoria de Dios en la pascua.
La cita está tomada del salmo 117 (/SAL/117/22-23), pero no a través de la Biblia
hebrea, sino de la traducción griega de los Setenta.
Tengamos presente que es el mismo salmo del que han sido sacados los hosanna y los
gritos de aclamación lanzados durante la entrada en Jerusalén. «La piedra que desecharon
los constructores es ahora la piedra angular. Esa la ha puesto el Señor. ¡Qué maravilla
para nosotros!» (v. 10-11).
«La misma piedra que es el sólido apoyo de los creyentes se convierte para los
incrédulos en escándalo y ruina» (R. Schnackenburg).
Se discute si «piedra angular» es la puesta en los cimientos del edificio o bien la
colocada en el remate de la construcción, encima del arquitrabe.
Jeremías se inclina por la «piedra del arco»: «Jesús descubre en la palabra del salmo
una prefiguración de su destino: él será apartado por los hombres como una piedra
inservible para la construcción, pero Dios lo elevará a la cumbre de todo el edificio, es
decir, sin metáforas, hará de él «rey y dominador».
Puede ser una y otra cosa: algo fundamental y que «ensambla el conjunto», al mismo
tiempo.
En cualquier caso, la idea es la de una inversión radical: lo que es rechazado se
convierte en elemento esencial de la nueva construcción. Una vez más: la humillación que
lleva a la gloria.
«Esa la ha puesto el Señor». En la resurrección de Jesús se manifiesta el poder de Dios
y su triunfo sobre las fuerzas del mal.
La cita, aunque puesta en boca de Jesús mismo, traspasa el marco de la parábola. La
mirada pasa de los viñadores malvados al hijo muerto, del que se anuncia el milagro de su
divina exaltación, que es como decir de su resurrección y de su permanente significado de
salvación. La comunidad no se contentó con mirar al pasado, complacida por la muerte
violenta del Hijo de Dios por amor a los hombres; ella concluye la parábola con el
testimonio de su fe en el acontecimiento pascual ocurrido durante ese tiempo por voluntad
de Dios, proclamando la validez perenne de la obra realizada por Jesús.
Epílogo histórico.
Me parece que confirma la unión de la parábola con la discusión precedente acerca de la
autoridad de Jesús. El término clave es siempre «la gente». Así como el temor a la gente ha
impedido a los jefes declararse abiertamente contra Juan (11, 32), también ahora el miedo
a la gente les retiene para poner las manos sobre Jesús, como querrían.
«Y, dejándolo allí, se marcharon» (v. 12).
Pero la decisión está ya tomada.
Sólo la ejecución del proyecto es dejada para el momento oportuno.
La parábola de Jesús además de esclarecer el sentido de su misión, sirve para revelar
las intenciones secretas de sus adversarios.
Se entrevé también aquí una de las constantes del evangelio de Mc: «la revelación del
misterio de Jesús y la manifestación del corazón del hombre» (B. Maggioni).
Mensaje central
Lo hemos repetido varias veces. Es importante captar el «núcleo» de la parábola, es
decir el mensaje central, a lo que nos lleva la narración.
Pero para llegar a este término hay que concretar antes el género literario del texto.
Más que una parábola de enseñanza, esta es una parábola de juicio.
Estamos en un marco judiciario. ¿Quiénes son los encausados? ¿Cómo se configura el
cargo central? ¿Cuál es la sentencia?
De todo lo que hemos dicho antes es bastante fácil extraer el hilo conductor.
Encausados: Son principalmente los jefes, los responsables del pueblo. Pero ni siquiera
Israel, en su conjunto, está inmune de culpabilidad. En efecto, su religiosidad no ha sido
siempre agradable a Dios y sus frutos no responden a las esperanzas de Yahvé.
Pero en el banco de los acusados hay sitio también para el pueblo de la nueva alianza.
Porque la situación denunciada por Jesús puede repetirse siempre.
Cargo central: la apropiación de los frutos. El haber actuado como si la viña fuese
propiedad personal, exclusiva. El no reconocer que había que responder ante Dios de la
gestión. Una viña en donde jueguen intereses personales y se olvide lo que se refiere a
Dios es culpable del mismo modo que la higuera estéril.
El que se apropia de los dones de Dios, pretende monopolizarlos, quererlos para su
ventaja, es un ladrón.
«La viña designa no al Israel histórico, sino una realidad permanente, viviente en el
corazón de Dios, que nosotros podemos, en virtud del contexto evangélico, llamar reino de
Dios» (X. L. Dufour).
Ni siquiera se precisa quiénes son «los otros», a los que la viña será confiada.
Basta saber que son siempre «otros»... Cualquiera que decida acoger a aquel que «ha
sido echado fuera» por los pretendientes abusivos y arrogantes.
En efecto, a partir de ahora la viña no se colocará ya en un espacio definido, en un
territorio fácilmente identificable porque esté cercado.
Donde esté el excluido, allí se planta la viña.
Siempre de nuevo.
Y los frutos se recogen sólo con él. Y a través de él.
PROVOCACIONES
D/SILENCIO D/AUSENCIA
1. La conducta de los labradores se juzga durante la ausencia del amo.
Se diría que la ausencia de Dios garantiza el trabajo del hombre.
Nadie está desocupado, gracias a ella.
Los viñadores empeñados en asegurar una buena cosecha.
Incluso ciertos teólogos y pensadores que tienen argumentos para teorizar la muerte de
Dios y no sólo su silencio.
«El Dios de la confianza es también el Dios de la ausencia. Pero hay que comprender
exactamente esta ausencia. Esta significa sólo que Dios nos toma en serio, nos deja el
campo libre. Desaparece. Deja su puesto. No se trata ni de abandono, ni de evasión ni de
deserción.
Es un signo de amor. Se podría decir que se va el Dios de los filósofos y de los sabios. Y
se queda en medio de nosotros únicamente el Dios confiado, pero débil, de la revelación. El
Dios que pretende actuar exclusivamente a través del amor que lleva a los hombres» (A.
Maillot).
3. EV/EXIGENCIAS:A primera vista los criados y el hijo son mandados para cobrar, para
recibir. Parecen recaudadores.
Pero con poco que se observe en profundidad, nos damos cuenta de que han sido
enviados para dar.
Y de esto no se han dado cuenta los viñadores, cegados por la avaricia, además de la
maldad.
Es nuestro error fundamental, incorregible, en relación a Dios.
Olvidamos que es siempre el que da, aun cuando parece exigir de nosotros. Sobre todo
entonces.
Nuestro visceral miedo a perder nos impide recibir.
Nuestro infantil instinto de agarrar y poseer, nos lleva a «echar fuera» al donador.
5. Los enemigos de Jesús han sacado en seguida una enseñanza de la parábola. Han
aprendido algo. De los viñadores, se entiende.
«Y agarrándolo, lo mataron...».
«Estaban deseando echarle mano...». Únicamente no son capaces porque está el
impedimento de la gente.
Sin embargo la lección la han captado enseguida. Han aprendido cómo se hace. Lo
demostrarán dentro de poco.
La misma víctima les ha descubierto el secreto.
Es cierto, por tanto, que las parábolas de Jesús obligan a tomar una decisión.
No tienen el objetivo de divertir, entretener amablemente al público, dejar con la boca
abierta.
Alguno intenta ponerle las manos encima.
Mejor que sea así, que no aquellos que van con las manos en los bolsillos.
CONFRONTACIONES
El dicho
«Lo que es del César devolvédselo al César, y lo que es de Dios, a Dios» es una de las
frases más célebres y citadas de todo el evangelio. Todos están convencidos de que la
entienden y piensan que resuelve de una vez para siempre, de forma clara, las relaciones
entre religión y política, entre estado e iglesia.
Pero las cosas no son tan sencillas.
La respuesta lapidaria dada por Jesús está incluida en un relato inserto a su vez en una
controversia, que forma parte de una serie de controversias.
El problema
A primera vista puede parecer un episodio de impuestos que no se querrían pagar.
Se trata, en cambio, de una cuestión candente, en la que los componentes políticos,
religiosos, materiales y morales se entremezclan y se embrollan de una forma casi
inextricable.
«El camino de Dios» (v. 14) -típica expresión bíblica y semítica que indica no solamente la
conducta que Dios quiere, sino el camino hacia Dios-, de hecho, libera al pueblo de la
alianza de cualquier esclavitud. La fidelidad a Dios excluye toda forma de sumisión a los
poderosos de este mundo. El reconocimiento de una autoridad terrena, extraña al pueblo
elegido, es considerada como una disminución de la soberanía de Dios.
El tributo personal lo había sido introducido en el 6 d.C. Era el signo más evidente del
sometimiento de los judíos al poder romano. Se trataba de un impuesto para todas las
personas, excluidos los viejos y los niños.
El tributo, recaudado por el procurador, iba directamente a la casa imperial. Por tanto
estaba excluido el sacrilegio. Solamente después de la toma de Jerusalén, el dinero debido
a Dios (un didracma) fue a parar provocativamente al templo de un ídolo, Júpiter Capitolino,
algo abominable para la mentalidad judía.
Los zelotas, nacionalistas fanáticos, se rebelaban abiertamente contra este impuesto,
predicando incluso la violencia para deshacerse del yugo extranjero.
Fue típica, en este sentido, la rebelión de Judas el galileo -una especie de precursor de
los zelotas-, de la que habla Flavio Josefo. Judas, en el momento del censo de Cirino, había
instigado a sus paisanos para que no se manchasen con esa vergüenza y, en contraste con
el sumo sacerdote Joazar que aconsejaba la sumisión, había dado la señal de la revuelta
popular, siendo más tarde asesinado. Este Judas de Gamala, llamado también galileo, había
fundado una especie de dinastía de líderes revolucionarios. Dos hermanos suyos, Santiago
y Simón, habían sido crucificados por el procurador Tiberio Alejandro.
De todas formas, aunque el pueblo se sometía, no simpatizaba en nada con aquel
impuesto. Y la gente creía que no podía darse una motivación religiosa a la instintiva
repugnancia hacia el pago de impuestos. Se adaptaban con un gesto de vergüenza,
considerando el gesto como una especie de traición.
Los protagonistas
Son los fariseos y los herodianos, conjunto decididamente híbrido, que ya había
anticipado la decisión de la muerte de Jesús (Mc 3, 6).
Podríamos decir: los nacionalistas -caracterizados por un fuerte radicalismo religioso- y
los colaboracionistas.
Entendámonos. No es que los partidarios de Herodes Antipas amasen especialmente a
los romanos. Estaban de su parte por un cálculo oportunista. No habían abandonado, de
hecho, el proyecto de una restauración de la dinastía herodiana en Judea, en lugar del
procurador romano.
Los fariseos, por su parte, aunque eran hostiles al gobierno romano, se adaptaban por
razones de prudencia. Aunque estuvieran comprometidos políticamente no había que
esperar de ellos la señal de la rebelión. Explica R. Schnackenburg: «Aunque rechazaban,
en principio, el dominio de los romanos como potencia extranjera, sin embargo se
adaptaban a él con la excusa de que también los dominadores paganos reciben el poder de
Dios, mantienen el orden público y al mismo Dios rendirán cuentas un día de sus
acciones».
En este caso son enviados por el sanedrín, después del fracaso de la primera comisión
de investigación.
El tema de fondo
Esta disputa no está de hecho separada de la precedente.
Por parte de los adversarios, existe sustancialmente la misma exigencia de comprobar la
autoridad de Jesús. Ya que no ha querido pronunciarse directamente, intentan llegar
poniéndole en confrontación con la indiscutible, aunque odiada, autoridad romana. Desde
la posición que asuma ante el poder dominante, el Maestro se ve obligado necesariamente
a «descubrirse», declarar la propias intenciones y revelar sus pretensiones.
Pero existe una evidente continuidad también en las palabras de Jesús. Con su
respuesta, el discurso es referido a Dios, a su autoridad absoluta, al que tiene el derecho
por excelencia.
Es significativo el verbo empleado: «devolved». Igual que los viñadores han rechazado el
ceder la parte de los frutos que pertenecía al amo, así el pueblo de la alianza es acusado
implícitamente de no «devolver» a Dios lo que es de Dios.
Por parte de Jesús su tema es el iniciado con la purificación del templo y la paralela
maldición de la higuera y proseguido con la parábola de los viñadores homicidas. Juzga la
«esterilidad», acusa por apropiación indebida. Para él, la oposición no está entre el César y
Dios, sino entre la «casa de oración» y la «cueva del bandidos».
Ni siquiera ahora Jesús declara abiertamente el origen de su autoridad. Si acaso deja
intuir que el Mesías es un Mesías religioso, que no se enreda en cuestiones políticas.
Devolviendo el debate a lo que se debe dar a Dios, evita la trampa de los adversarios.
Más aún, les obliga a mirar dónde ponen los pies...
Hace añicos su seguridad de que la oposición de fondo esté entre Dios y el César.
El rabí de Galilea hace entender, en definitiva, que se puede estar contra el César sin
que por ello necesariamente se esté de la parte de Dios. En lo cual probablemente nunca
habían pensado, tan habituados como estaban a identificar la propia causa -sus propios
intereses- con la de Dios.
Se quedan «atónitos» (v. 17), sorprendidos, casi perdidos.
Despojados de su radical convicción de que bastase negar -incluso sólo en las
intenciones secretas- lo «debido» a César para ajustar las cuentas con Dios. Que, por dar
todo a Dios, estuvieran autorizados a sustraer algo al César.
Ahora se encuentran con la sospecha de que además de ser deudores del emperador
-por obra de aquella moneda que manejan desenvuelta e inútilmente...-, son también
deudores insolventes ante Dios.
Puede ser que hubiese alguno que desease sinceramente una respuesta
desapasionada, pero descubre que las respuestas de aquel rabí no sirven tanto para
resolver los problemas prácticos en el sentido deseado, cuanto para plantearlos con más
firmeza.
El diálogo
Se desarrolla según los esquemas de las disputas rabínicas. Es decir:
- Una pregunta (v. 14).
- Una contrapregunta a la que los interrogadores se ven obligados a responder (v.
15-16).
- Conclusión del Maestro (v. 17).
- Efecto provocado en el auditorio (v. 17).
La pregunta tiene dos aspectos, uno de principio (¿está permitido?), otro referido al
comportamiento práctico que seguir (por otra parte ya resuelto por ellos, que de hecho
pagan el tributo).
Es formulada de tal manera que Jesús tenga que responder con un sí o un no. En ambos
casos, de forma desfavorable para él.
Cualquiera que sea su respuesta firma la propia condena.
O se juega la simpatía popular o bien la impunidad ante los ocupantes. O
colaboracionista o rebelde.
Si dice que hay que pagar, será abandonado por la gente.
Si se niega, no puede huir de las manos de los romanos.
Como se ve, el mecanismo de la trampa ha sido estudiado con todo detalle.
PROVOCACIONES
1. Más que la conclusión me impresiona el mandato: «Traed acá una moneda que la
vea».
Por una vez habla de dinero. Pero del que está en los bolsillos de los otros. El no tiene.
Estaría bien que lo mismo ocurriera siempre en la comunidad eclesial.
La libertad de hablar de un poder que ella no tiene, de dinero que no posee, de prestigio,
fuerza y honores que ni siquiera la rozan.
Entonces las respuestas se vuelven creíbles.
Paradójicamente, en este terreno, la «carencia» es el título más cualificado.
Es distinto en la pobreza. Que es necesario, en cambio, «poseerla», conocerla de cerca,
vivirla. En este caso, sin embargo, no hay necesidad de hablar.
2. Algunas veces ciertas personas religiosas parecen considerar a Dios como fuente de
excepciones, privilegios, exenciones. Legitimación de todos sus incumplimientos en el
campo de los deberes sociales.
Pero Dios no concede dispensas. Si acaso añade responsabilidades mayores.
Cuando está él por medio, no son posibles las rebajas. Lo único previsto es un aumento
de los compromisos, incluso en un plano terreno.
Dios no protege a los evasores.
Su presencia está asegurada únicamente a quien no se ausenta de los más incómodos
deberes humanos.
4. «El Espíritu Santo permite a la iglesia llegar hasta el último día con el último mártir» (S.
Quinzio). Ciertamente. Con tal de que sea inerme, débil. La única espada que le puede
acompañar es la que los otros han usado contra él.
8. «El papa y el emperador, estas dos mitades de Dios» decía V. Hugo. Lo cual
demuestra que los genios no son sólo genios en la inteligencia. Llegan a serlo también en
la estupidez.
Solamente los escribas de todo tiempo -como observa J. Cardonnel- han intuido el
provecho que podían sacar de las dos vertientes de esta enorme montaña de autoridad.
El hombre, no. El hombre no tiene nada que ganar.
Mucho menos Dios.
César convertido en Dios, a lo sumo hace reír (si admitimos que los hombres sean
capaces de no perder nunca el sentido del ridículo).
Pero cuando Dios es presentado con el rostro y las actitudes del César, esto resulta sin
duda un espectáculo repugnante y blasfemo. La mofa más atroz.
10. ¿Y dónde ponemos a los desilusionados? También ante ellos somos deudores.
Los innumerables desilusionados poseen una tarjeta de crédito privilegiada. Tienen
derecho a ser resarcidos en nombre de ese evangelio que hemos escondido, de ese Dios
de quien nos hemos servido con gusto sin servirlo, de esos hechos siempre esperados
inútilmente después de un diluvio de palabras.
El cristiano, ese deudor.
Todos tienen el derecho, cuando le encuentran por la calle, de exigir algo de él.
No. No la limosna. «Dar» seria aún un privilegio, un lujo.
El cristiano está llamado -esta es su vocación especifica- a restituir.
Y es, en el fondo, su fortuna. Precisamente la de no sentirse jamás satisfecho.
CONFRONTACIONES
Los saduceos
La tercera disputa tiene como protagonistas a los saduceos1.
Era un partido político-religioso de corte aristocrático formado por personajes conocidos,
ricos e influyentes, salidos sobre todo de las clases sacerdotales. Su campo específico era
el culto del templo. Tenían una especie de exclusiva en la elección del sumo sacerdote.
En el ámbito del sanedrín su presencia y su poder estaban contrarrestados por los
escribas y los fariseos, por lo que, a pesar de tener un peso notable, no eran capaces de
controlar totalmente la vida de la nación. Por otra parte, tendían a separarse del pueblo.
Las noticias que tenemos sobre ellos son escasas y casi todas proceden de fuentes
sospechosas (derivadas de ambientes claramente hostiles, sobre todo por motivos
ideológicos). Por lo cual el retrato que se dibuja resulta claramente negativo y por ello
escasamente fiable.
La literatura rabínica, en particular, se ensaña gustosa contra ellos. En un pasaje famoso
son acusados por una mujer de engendrar hijos para la gehenna.
En el libro apócrifo titulado Salmos de Salomón, surgido en ambientes farisaicos, se
denuncia en los saduceos su insaciable sed de riquezas, la soberbia, la presunción, el
arribismo.
Incluso Flavio Josefo, más ecuánime, tampoco se muestra favorable ante ellos.
Alguno los tacha de inmediato: «oportunistas en política, liberales en religión».
Pero su posición era mucho más sutil. Podríamos decir: realista. Individuos habituados a
calcular exactamente los pros y contras de cada situación y de cada decisión. Preocupados
por salvaguardar los propios derechos y privilegios sacerdotales (no admitían, por ejemplo,
que laicos, como los escribas, fueran autorizados para interpretar la Escritura), se
mostraban más bien conciliadores con los romanos, más por la fuerza de los hechos que por
convicción2. Al mismo tiempo, atentos para no entrar en conflicto con las masas populares.
En cuanto a la doctrina se cree saber lo que rechazaban: inmortalidad del alma, premio y
castigo personales, resurrección.
Un pasaje de los Hechos de los Apóstoles (23, 8) añade también la negación de los
ángeles y de los espíritus. Pero el dato no está confirmado por la literatura judía.
No es ni siquiera exacto que aceptasen como Escritura exclusivamente los «Cinco Libros».
También reconocían los demás, pero daban un valor fundamental y privilegiado, una
autoridad absoluta al Pentateuco. Sobre todo tenían una verdadera alergia por toda la
literatura de tipo apocaliptico.
El conflicto con los fariseos nacía principalmente del rechazo tenaz a colocar en el mismo
plano la ley escrita y oral (de la que los fariseos eran exquisitos paladines). Defendían con
ahínco la separación y el distinto grado de valor de la ley escrita y las tradiciones orales,
con una clara tendencia a devaluar estas últimas.
Sin embargo, honestamente, hemos de tener presente que muchas cuestiones
doctrinales, en el siglo I, eran aún objeto de debate y llegarían a ser doctrinas oficiales,
fuera de cualquier contestación, únicamente más tarde.
En la práctica, los saduceos reducían la resurrección a la propagación de la
descendencia. La vida eterna para ellos era sólo la conservación de la especie.
Su escepticismo se refería más que nada a la espera mesiánica.
También estaban inmunizados de la fiebre escatológica.
En conclusión: no modelos, pero tampoco impíos. No sería justo catalogarles entre los
herejes. Fundamentalmente eran conservadores.
Este partido -no muy numeroso- sale prácticamente de escena en el 70, juntamente con
el templo.
De todas formas «el verdadero y serio encuentro con la aristocracia saducea del templo
se verificó en el cuadro de los sucesos de la pasión. Sin embargo, entonces no eran ya los
representantes de doctrinas contrapuestas que polemizaban cara a cara, sino que Jesús se
encontraba allí como acusado ante los que poseen el poder político. Por eso este nuevo
encuentro no llevó a nuevos debates sino a la cruz del Gólgota» (K. Schubert).
La disputa
Los saduceos se acercan a Jesús sin tonos aduladores, pero también sin el
apasionamiento típico de los fariseos.
Están lejos de cualquier forma de fanatismo, saben mantenerse distantes, objetivos,
habituados a razonar con argumentaciones sólidas, teniendo en cuenta lo que está escrito
en el Pentateuco. Si acaso, una brizna de ironía en vez de agresividad. Sin duda saben
atacar. Pero con una cierta frialdad y lucidez, cuando es necesario sobre todo para evitar
alteraciones del orden político-económico-religioso.
La materia que proponen a Jesús no es «explosiva» como la cuestión del tributo. Más
bien una cuestión académica. Ellos apuntan sobre todo al ridículo.
La pregunta está relacionada con la llamada ley del levirato3, por la que un hombre debía
casarse con la cuñada cuando el hermano hubiera muerto sin dejar hijos varones. Esta
institución tenía por objeto evitar que la viuda se casara con un extranjero (por tanto
reflejaba la preocupación por conservar la raza), asegurar la descendencia y, sobre todo,
que la propiedad permaneciera dentro del ámbito familiar.
Era una norma de difícil aplicación, frecuentemente olvidada y, en tiempos de Jesús,
prácticamente anulada. Sin embargo, era un bocado sabroso para los casuistas.
Pero los saduceos no quieren aclaraciones sobre esta disposición legal. Se sirven de
ella, inventando el caso grotesco de una mujer que se casa sucesivamente con siete
hermanos y que se decide a morir sólo cuando ha enterrado al último marido, para
demostrar el absurdo de la creencia en la resurrección.
«¿De cuál de ellos va a ser mujer?» (v. 23).
Tengamos presente que en el judaísmo tardío se contraponían dos tendencias sobre la
vida del «mundo futuro».
La primera decidida y groseramente materializante, tendía a transferir en el más allá las
alegrías y las dimensiones más apetitosas de las realidades terrenas, a través de un simple
aumento cuantitativo. Todo ello se verificaría especialmente en la fertilidad de la tierra,
fecundidad de las mujeres y fuerza vital de los hombres.
Es citado, por ejemplo, el dicho del rabí Gamaliel, que aseguraba que en el mundo futuro
«la mujer parirá diariamente, del mismo modo que las gallinas ponen un huevo cada día». Y
más tarde el rabí Eliezer sostenía que cada israelita sería padre de unos seiscientos mil
hijos ¡nada menos!
La otra tendencia -de impronta apocalíptica- era más espiritualista, aunque no perdía el
característico espesor de «mundanidad» peculiar del hebraísmo. He aquí un ejemplo: «Rab
solía decir: No es como este mundo el mundo futuro; en el mundo futuro no se come ni se
bebe, ni hay reproducción de la especie, no hay intercambios comerciales, ni celos ni odio
ni luchas, sino que los justos estarán sentados y coronados en sus cabezas y gozando del
esplendor de la majestad divina»4.
No es que los saduceos pidan a Jesús el que se declare a favor de una u otra posición.
Para ellos son todas indiferentes.
El caso que proponen debería servirles sólo para demostrar el absurdo de la resurrección
en sí misma.
No debe extrañarnos el que una verdad, tan fundamental para nosotros, fuera objeto de
controversia en aquel tiempo.
Tengamos presente que durante muchos siglos, en la fe hebrea, incluso en la más
robusta y auténtica, estaba ausente cualquier idea de inmortalidad del alma y de
resurrección de los cuerpos.
AT/MATERIALISMO: W. Zimmerli subraya al respecto «la peculiaridad de la fe
veterotestamentaria que la hace desde el punto de vista de la historia de las religiones, un
caso único en relación al ambiente de la época: el hecho característico de que el antiguo
testamento no sobrepasa en sus esperas, si prescindimos de algunas afirmaciones
marginales, el umbral de este mundo presente. Esta característica, que hace del antiguo
testamento un libro apegado de forma muy notable a la tierra y "mundano", ha sido
considerada frecuentemente con cierto malestar». Y el malestar aumenta si se confronta
este elemento con las creencias explícitas de las demás religiones (baste pensar en Egipto
y Persia).
La teología hebrea, durante siglos, ha hablado del más allá en términos muy vagos e
incluso contradictorios. Se ha referido al sheol, en donde se vive una vida disminuida, en
donde se actúa más bien como sombras, como larvas.
Por tanto, la posición de los saduceos es explicable, dado que se atenían únicamente a
cuanto estaba escrito en los «Cinco libros».
La fe explícita en una vida después de la muerte se desarrollará lentamente en el
judaísmo, a partir de algunos pasajes tardíos de la Escritura5, a los que por otra parte los
saduceos daban escasa importancia.
El problema se había planteado sobre todo con ocasión de la terrible persecución de
Antioco Epifanes (siglo II antes de Cristo), cuando se trataba de infundir ánimos y mantener
la esperanza ante la muerte de los mártires. Esa experiencia, entre otras cosas, sirvió para
preparar los espíritus a aceptar la idea de una vida futura.
Sin embargo es difícil encontrar una afirmación clara sobre la resurrección de los
cuerpos.
La respuesta de Jesús
La cuestión propuesta por los saduceos comprendía dos elementos:
-el hecho de la resurrección
-el modo de la resurrección.
«Porque cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán, serán como
ángeles en el cielo» (v. 25).
ÁNGELES: Jesús está más cercano aquí a la perspectiva apocalíptica espiritualista.
«...Os alegraréis como los ángeles del cielo»6. «Los justos habitarán en las cimas de este
mundo, se parecerán a los ángeles, serán semejantes a las estrellas...»7.
La alusión a los ángeles puede también contener una puya contra los saduceos que -al
menos según los Hechos- negaban la existencia de los espíritus.
Con esto Jesús no niega la dimensión de la corporeidad en los resucitados. Solamente
afirma que la corporeidad y la existencia en general serán distintas de las de la tierra.
CIELO-COMO-ES: Como el poder de Dios puede realizar cosas que van más allá de las
posibilidades humanas, así la «nueva creación» se configura de un modo que supera
nuestra misma imaginación. Por estar condicionados por esquemas terrestres no somos
capaces de representarnos el «totaliter alter» del mundo de Dios «que no hay que profanar
haciendo de él una continuación clarificada y mejorada de nuestro mundo humano» (G.
Dehn).
Observa R. Schnackenburg: «En el caso de que quisiéramos representarnos la
resurrección como la reanimación física y material de cadáveres, como un revivir sobre esta
misma tierra y un nuevo inicio de la vida interrumpida por la muerte, caeríamos en la
concepción del judaísmo apocalíptico. La fe en la resurrección futura, que no entra en el
juego de nuestro modo de pensar, se sostiene y cae con la fe en la transcendencia de la
existencia humana, que encontrará en Dios la propia plenitud. Si tomamos en serio esta fe,
la inclusión de todo el hombre, incluida la corporeidad, en la perfección de una vida junto a
Dios, resultará sensata y consecuente. De hecho, sólo cuando Dios nos acoja con nuestra
humanidad entera, haciéndonos participar en su vida, la transcendencia afirmada por la fe
no constituirá ya para nosotros un modo distinto y extraño a nuestro ser. sino el
coronamiento de este mundo nuestro, el logro de una perfección que esperamos de la
bondad, fidelidad y poder de Dios, como meta suprema de nuestra vida humana».
Pero sobre las modalidades de esta maravillosa plenitud sería pueril e inútil hacer
especulaciones.
Acerca del hecho de la resurrección (¿es posible? ¿es cierta?), Jesús ofrece una
demostración más bien insólita. Como los saduceos admitían sólo el contenido del
Pentateuco, el Maestro cita precisamente un pasaje del Éxodo (3, 6), el de la zarza
ardiendo, en donde Dios se presenta a Moisés como el Dios de Abrahán, de Isaac y de
Jacob.
A-D/RS RS-A-D Observa con su habitual agudeza B. Maggioni: «Se descubre en la
respuesta de Jesús un método original, distinto del rabínico y saduceo, de leer las
Escrituras: podríamos hablar de una lectura global, que no se pierde en virtuosismos
exegéticos y que sabe en cambio intuir el punto fundamental. En otros términos, Jesús no
busca textos que hablen de la resurrección, prestándose de este modo a la contestación de
los saduceos y, por tanto, reduciendo la resurrección a una cuestión exegética y a una
disputa de escuela. El cita, sorprendentemente, Éxodo 3, que es un texto sobre Dios y no
sobre la resurrección. En ello está precisamente la originalidad de Jesús: él se refiere al
centro de las Escrituras, es decir a la revelación del Dios viviente, y devuelve el debate al
amor de Dios y a su fidelidad: si Dios ama al hombre no puede abandonarlo al poder de la
muerte».
En definitiva, Jesús no demuestra la inmortalidad del alma como podría hacer un filósofo
platónico y ni siquiera sigue el método de un teólogo.
Habla de un Dios que no es «un Dios de muertos, sino de vivos» (v. 27).
Su argumentación conduce sustancialmente a reflexionar sobre dos elementos:
-el poder de Dios, capaz de crear «cosas nuevas»8;
-la fidelidad de Dios al hombre. Dios mantiene las promesas. Si se une al hombre, lo hace
para siempre, no para un tiempo limitado, para un trozo de camino. La alianza no puede ser
interrumpida por la muerte.
El pensamiento cristiano se encargará de desarrollar ulteriormente este tema,
centrándolo en torno a la figura de Cristo resucitado.
Para el cristiano, la resurrección no es sólo una teoría con sólidas pruebas de orden
filosófico y teológico, sino un dato de fe ligado a la experiencia de Cristo viviente, presente,
para quien los que le pertenecen, le pertenecen también más allá de la muerte.
El cristiano no es uno que cree en la resurrección. Es él mismo un resucitado «con
Jesús» (2 Cor 4, 14).
PROVOCACIONES
4. Si repitiéramos a continuación, como una letanía, esa precisión «no hay un Dios de
muertos, sino de vivos», poco a poco terminaríamos por familiarizarnos no con la idea de la
muerte. Algo más. No tendríamos ya miedo a la vida.
CONFRONTACIONES
Resurrección de la persona
Hoy, para evitar todo equívoco y permanecer al mismo tiempo fieles a la enseñanza del
nuevo testamento, habría que hablar de resurrección de la persona. En todo caso, se hable
de resurrección del cuerpo o de resurrección de la persona, lo que importa subrayar es
esto: el objetivo de la redención en Jesucristo no es la salvación de un elemento -quizá la
parte «espiritual»- del ser humano, sino la salvación de la persona humana en su totalidad
(P. H. Menoud).
La pregunta
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?».
La pregunta nace de una exigencia particularmente sentida en el ambiente judío.
Una de las preocupaciones constantes de Israel ha sido la de hacer la voluntad de Yahvé,
de modo que la propia conducta fuese agradable a Dios.
Para esto estaba la ley de Moisés. Defendida por una robusta valla. Sólo que con el correr
del tiempo en aquel recinto sagrado habían sido introducidas y acumuladas numerosas
normas, además de las antiguas. Se quería estar seguros de que ningún elemento de la
vida cotidiana, ninguna situación escapara a una rigurosa codificación, de tal forma que el
fiel supiera con precisión cómo comportarse en todas las circunstancias. Nada de dejar
fuera algo.
De este modo, en un momento determinado, se podían hacer las cuentas. A veces con
resultados sorprendentes. 613 preceptos, en su mayoría negativos. En efecto, 365 eran
prohibiciones (el mismo número de los días del año) y 248 imposiciones (exactamente el
número que se creía entonces que eran los miembros del cuerpo humano).
Era difícil orientarse en aquel barullo de disposiciones insignificantes mezcladas con
normas importantes1.
El equívoco de fondo consistía en vanagloriarse de haber recibido de Dios, con
preferencia a otros pueblos, un mayor número de leyes, y en creer que la conciencia en
regla fuese cuestión de cantidad de normas respetadas y prácticas cumplidas.
Muchos veían la exigencia de fijar una jerarquía de valores en aquel cúmulo de leyes. De
llegar a una simplificación. De forma que estuviera claro lo que era importante y lo que no lo
era.
En los últimos tiempos se habían registrado resultados positivos en ese sentido.
Hillel, por ejemplo, un maestro prestigioso que había enseñado en los años de la
juventud de Jesús, repetía una máxima que se hizo famosa: «Lo que no te gusta, no se lo
hagas al prójimo. Esta es toda la ley. Lo demás es sólo interpretación (de esta sentencia)».
Cien años después el rabí Akiba, martirizado por su fe durante la segunda revuelta (en
torno al año 135 d.C.) dirá aún más explícitamente: «Debes amar a tu prójimo como a ti
mismo. Este es un gran y general principio de la ley».
En una anotación al Talmud babilónico podemos leer: «La limosna y las obras de caridad
contrapesan todos los preceptos de la ley».
En una apócrifo como Testamento de los Xll patriarcas (siglo II antes de Cristo) se
puede incluso ver que el amor al prójimo se coloca en el mismo plano que el amor a Dios,
igual que en el evangelio: «Amad al Señor durante vuestra vida y amaos uno a otro con
corazón sincero». Y también: «Amad al Señor y a vuestro prójimo, tened compasión del
pobre y del débil»2.
Por tanto ya en el judaísmo se percibe el esbozo de una síntesis que lleva a considerar la
atención hacia el prójimo como un valor esencial y las obras de caridad como el mejor modo
de agradar a Dios.
Sin embargo permanecían bastantes incertidumbres (alguno, por ejemplo, consideraba la
fe el valor supremo) y sobre todo no se realizaba de forma explícita la unión entre los dos
mandamientos que sería hecha por Jesús.
-Durante toda mi vida me he preocupado siempre del versículo que dice «con toda mi
alma», incluso aunque se tome en serio el alma (la vida). Ahora que se presenta la ocasión
para ponerlo en práctica ¿por qué no debería recitarlo?
«Con toda la fuerza» según algunos, se entiende la voluntad. Otros dicen «todas las
fuerzas» y entienden las posesiones y los bienes terrenos.
Por tanto, más que cada una de las expresiones, habrá que tener en cuenta la idea de
fondo, que es la totalidad y plenitud. Hay que amar a Dios con un amor que brota del centro
de la persona e invade todas las facultades. La respuesta del hombre debe ser completa.
La aprobación
El escriba interviene aprobando incondicionalmente la respuesta de Jesús. Y resalta el
concepto de la preeminencia del doble precepto del amor sobre todo el resto, comprendido
el culto5.
La expresión «más que todos los holocaustos y sacrificios» (v. 33) adquiere un relieve
especial si es pronunciada, como parece, en la explanada del templo.
Subraya indudablemente la frase de Oseas: «Porque quiero lealtad, no sacrificios;
conocimiento de Dios, no holocaustos» (Os 6, 6). Y recuerda además otro pasaje del
antiguo testamento: «Obedecer vale más que un sacrificio» (I Sam 15, 22).
Por otra parte, toda la tradición profética y sapiencial está de acuerdo en reconocer la
preeminencia de las exigencias de fidelidad y de respeto de la justicia sobre el culto. La
adoración agradable a Dios, la adoración «auténtica», no puede limitarse a los labios y al
ámbito del templo, sino que debe abarcar al hombre en su interioridad y en sus precisos
deberes hacia el prójimo.
En la sorprendente conclusión de Jesús «no estás lejos del reino de Dios» (v. 34) me
parece que se puede captar el hecho de que el escriba, a pesar de recalcar
sustancialmente las enseñanzas de la tradición judía, ha dicho sin embargo algo
particularmente nuevo y valiente6.
Sobre todo Jesús capta en el interlocutor una búsqueda desinteresada de la verdad, una
disponibilidad no inficionada por prejuicios ante su persona. Por eso está cercano al reino,
presente en Jesús mismo.
PROVOCACIONES
1. Precisa con la acostumbrada puntualidad B. Maggioni: «La Biblia afirma que nuestro
amor a Dios y al prójimo supone un hecho precedente, sin el cual sería incomprensible: el
amor de Dios a nosotros. Este es el dato que precede a cualquier otro, origen y medida de
nuestro amor. El amor del hombre nace del de Dios y debe medirse sobre él».
Sin el amor que viene de Dios, nuestro amor no solamente sería «incomprensible», sino
imposible.
Afirma claramente san Juan: «Amigos míos, amémonos unos a otros, porque el amor
viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (/1Jn/04/07).
Ciertamente el cristiano que pretenda ser fiel a Dios, debe amar al hermano. Pero no
puede hacerlo si no recibe de Dios este don.
No existen recetas psicológicas -hoy muy de moda- que puedan sustituir este retorno a la
«fuente».
2. No sé por qué, pero me parece que este encuentro con el escriba tiene varios puntos
de contacto con el del hombre rico (10, 17-22).
«Una cosa te falta: vete a vender lo que tienes... y, anda, vente conmigo».
«No estás lejos del reino de Dios».
En ambos casos, más allá de las observancias legales, se perfila el absoluto de Dios con
sus implacables y liberadoras exigencias. «Yo soy el Señor, tu Dios... el único».
Y en ambos casos, falta un paso por dar. El decisivo.
El escriba no está lejos del reino. Pero todavía no es ciudadano.
Puede serlo, si da ese paso.
Deberíamos tener siempre presente este detalle y evitar ilusiones peligrosas.
Jamás considerarnos «dentro», definitivamente. Creer tener en el bolsillo la ciudadanía y
ciertos derechos.
Cristiano es sólo uno que está llegando a serlo. Que tiene aún un paso que dar. Hasta el
último día.
Así debería ser con todo auténtico discípulo. A propósito ¿dónde estaban los discípulos?
CONFRONTACIONES
La nueva posibilidad
La novedad evangélica, la buena noticia se da en la exclamación final de Jesús. Tiene su
correspondencia en las sentencias en las que Jesús saluda el tiempo nuevo, la nueva
situación inaugurada por su presencia y acción personal: el reino de Dios está cercano (Mc
1, 15). En el encuentro con Jesús el escriba no ha encontrado simplemente la confirmación
autorizada de las instituciones morales a las que su formación escatológica y religiosa lo
había ya preparado, sino que ha hecho la experiencia de la cercanía de Dios, del reino
cercano, de la justicia de Dios.
Amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a sí mismos no es ya sólo una nueva
síntesis moral, el mandamiento más importante o el principio ético de grado superior, sino
que es la nueva posibilidad ofrecida al hombre aquí y ahora en el encuentro con aquel que
hace visible y accesible el amor de Dios. En Jesús amar a Dios y al prójimo es un don, un
dinamismo inmenso en el que se abre a la fe (R. Fabris, o. c.).
PROVOCACIONES
1. No sé por qué la cita del salmo 110 me recuerda los años en los que se cantaba en
latín: «Dixit Dominus Domino meo sede a dextris meis...». Era el primero en las vísperas del
domingo.
Mi párroco, al «sede», desde su «trono» en el coro hacía una señal y todos nos
sentábamos ruidosamente. Lo que entendía de ese salmo era el «sede» como señal de
reposo...
No es que los estudiosos se hayan esforzado demasiado en las interpretaciones.
Tienen razón Maillot-Lelièvre que advierten cómo cuando Jesús quiere poner en un
compromiso a los letrados, les pide una interpretación correcta del salmo 110. Pero ninguno
es capaz de responder.
Desde entonces no se han registrado progresos apreciables. Ciertamente se ha escrito
mucho, pero hemos quedado en el campo de las hipótesis. Los escribas de hoy, como los
de ayer, no han sido capaces de ponerse de acuerdo sobre la interpretación de este salmo.
En el fondo, es una grata satisfacción. Sentarse y comprobar que los llamados maestros
tienen dificultades, no tienen nada que enseñarnos.
Y acaso ser tocados por la sospecha de que, quizás, continuando con la repetición de
esas palabras sin entenderlas totalmente -ni siquiera en nuestra lengua-, y continuando a
rezarlas adorando el misterio que expresan, podemos ayudar a los escribas y captar
finalmente el significado.
¿O debemos esperar al día en que podamos controlar personalmente -al menos, lo
esperamos- qué hay junto al famoso trono?
Los exámenes de conciencia más agradables son los que mandamos hacer
escrupulosamente a nuestro prójimo.
3. Sí, ante esta página, es bastante fácil decir: ¡pobres escribas, qué papel han hecho,
les ha zurrado! O ¡qué lección, se la han merecido!
Sería injusto, además de hipócrita, por nuestra parte.
Además no hay que generalizar. Más bien... alargar el discurso.
Al menos uno de los escribas, estamos seguros, está fuera de aquella requisitoria. El no
está lejos del reino.
Una garantía como ésta, en cambio, no la tiene ninguno de nosotros.
Por un escriba que seguramente no importa, pueden existir centenares de millares de
escribas potenciales que sí que importan, aunque no se den cuenta (y es un agravante,
bien entendido).
4. Más que a los escribas, las acusaciones de Jesús se refieren a una especie de
deformación profesional que consiste en utilizar la propia posición religiosa para «hacerse
valer».
Jesús, para su propia comunidad, ha enseñado el comportamiento opuesto:
-hacerse los últimos y siervos de todos (en vez de reivindicar honores y privilegios y
reconocimientos por parte de los hombres);
-tener fe y perdonar (en vez de complacerse en grandes oraciones con el fin de «hacerse
notar»);
-acoger a los pequeños e indefensos (en vez de oprimirlos y explotarlos).
Quede claro que el discípulo no es lo contrario del escriba. Debemos guardarnos de
estas burdas simplificaciones.
Es, en cambio, el exacto contrario del «notable» (tanto en el plano humano como
religioso).
El discípulo es uno que no se da importancia, que no tiene posiciones que defender
(también porque está siempre en camino).
Es un «pequeño» que busca a Dios y a los propios hermanos.
CONFRONTACIONES
LA CALDERILLA DE LA VIUDA
Mc/12/41-44 Lc/21/01-04
VIUDA/OFRENDA
PROVOCACIONES
1. Aquellas dos monedas que caen en el recipiente de las ofrendas, quizá tengan un
sabor, o un perfume, o bien en el momento en que tocan el fondo de la cesta, tengan una
musicalidad. O quizá todas estas cosas juntas. Sea como fuere, algo bello, limpio y
pacificador.
No me importa que se diga que todo esto es poesía.
También Jesús al acabar aquel día estaba cansado de tanta teología. Y se ha permitido
una pausa poética. Ha demostrado que le gusta esta música.
2. Es curioso que los cepillos fuesen llamados «trompas». Quizá no sólo por su forma.
La limosna de mucha gente tiene necesidad de trompas, no puede ser de otra manera.
En algunos casos no habría «ofrendas» si no se asegura una adecuada publicidad.
Esta mujer, en cambio, no quería hacer ruido. Se ha acercado dudosa a la «trompa». Y
ha susurrado con un sentido de vergüenza el monto de la suma. Una cifra ridícula, claro,
miserable como ella. El sacerdote debe haber sonreído de compasión. El templo tiene
necesidad de otras cosas, con todos los gastos que hay que hacer.
Pero allí cerca había alguien que observaba y registraba el gesto insignificante, el rumor
imperceptible -la música- de las dos monedas que caen sobre las grandes monedas de
plata.
Y esta mujer ha entrado para siempre en el evangelio, es decir «en el libro de los
pequeños, de los desconocidos, de los innominados que son los grandes ante Dios» (G.
Dehn).
3. Las monedas pequeñas (lepta) eran dos. Y los comentadores no dejan de resaltar el
detalle, explicando que la viuda podía muy bien haberse quedado con una.
Si hubiese pedido consejo a algún director «prudente», probablemente habría escuchado
que no hay que exagerar, que basta la intención. Por fortuna la mujer no se ha dirigido a
ningún maestro. Para no hacer cálculos no necesitaba a nadie.
5. La pobre ha dado «más» que todos. Sin embargo «muchos echaban en cantidad».
Mientras ella ha echado casi nada.
En la especial contabilidad de Jesús, las cifras son importantes no por su consistencia,
sino por su proveniencia.
No se trata de cantidad, sino de valor.
Los que han dado mucho, en realidad han dado «menos», porque han dado la oferta de
lo superfluo, de lo que tenían en abundancia.
La viuda ha dado de «más», porque ha dado la oferta de lo que la faltaba.
La diferencia sólo es notada por Jesús.
Para dar de lo que se tiene, todos son capaces.
Pero dar de lo que no se tiene es una características de los «pequeños», a los que Jesús
ama con predilección.
6. Esta viuda ha tenido, además, el honor de «cerrar» las controversias planteadas por
los doctos. La lección final le ha sido confiada a ella.
Esperaríamos una declaración final de Jesús, una afirmación suya solemne sobre el
plano doctrinal.
En cambio, el Maestro deja la palabra a esta mujer. La cual, como no sabe hablar, se
explica con un gesto. Y hay que reconocer que se explica muy bien.
A pesar de tantos profesores a disposición, Jesús nos manda a la escuela de esta pobre
analfabeta.
Y peor para nosotros si no sabemos aprender.
CONFRONTACIONES
Composición
No estará demás aclarar en seguida que el discurso no ha sido ciertamente pronunciado
por Jesús tal como nos es presentado.
En efecto, contiene palabras y sentencias bastante distintas como género -anuncios
proféticos, exhortaciones en clave moral, parábolas, citas bíblicas, referencias apocalípticas-
y distintas también por su origen.
La mano del evangelista ha tenido un peso notable en la composición del texto.
Mc, ciertamente, ha tenido en cuenta la situación histórica particular en la que se
encontraba la comunidad cristiana y ha debido responder a sus exigencias específicas.
Sobre esto, están todos prácticamente de acuerdo. En cambio, saltan las discusiones
cuando se trata de establecer exactamente en dónde terminan las palabras de Jesús y
dónde comienza la parte redaccional. Estos límites resultan obviamente muy inciertos y dan
origen a vivaces discusiones.
Hay quien pretende alargar el campo del discurso del Maestro, y quien -sobre todo
recientemente- atribuye un espacio preponderante al evangelista (que, según algunos,
habría incluso utilizado fuentes de los apocalipsis judíos). Si nos adentramos en este
terreno, no saldremos jamás.
PD/APLICACION: Advierte muy oportunamente R. Schnackenburg: «El lector creyente que
se dé cuenta de cómo la iglesia primitiva ha interpretado legítimamente la tradición sobre
Jesús aplicándola a la propia situación actual, no tiene por qué preocuparse. Los evangelios
arrancan de la predicación de los apóstoles y tienen el objetivo según su intención, de
continuarla. La iglesia naciente garantiza la fidelidad a la palabra de Jesús al aplicar el
mensaje a su propia época. La palabra de Jesús, en cuanto profética asume sus funciones
únicamente en la medida en que es aplicable a cada momento incluso a un determinado
círculo de oyentes. Con todo esto se quiere sobre todo afirmar que no
debemos ni podemos congelar las representaciones contenidas en el discurso escatológico
en la cosmología y en la situación histórica de entonces, si queremos comprender el
mensaje de Jesús en referencia a nuestra época y a nuestra manera de pensar».
Además, hay que reconocer que los aspectos contradictorios del discurso son muchos.
Parece que esté reservado a pocos privilegiados, se diría «iniciados» -los cuatro
apóstoles que interrogan a Jesús «aparte»- pero al final se declara solemnemente que
todos son los destinatarios («y lo que os digo a vosotros se lo digo a todos» [v. 37]).
Están los acontecimientos del año 70 -destrucción de Jerusalén y profanación del templo-
mezclados con otros elementos «catastróficos» referidos al fin de los tiempos.
Según ciertas frases, parece que la venida del Señor sea inminente, está ya a las
puertas, pero después nos encontramos con expresiones que la alejan notablemente.
No debemos impresionarnos, no digo escandalizarnos, ante semejantes antinomias. Más
bien, hay que precisar el género literario empleado.
Género literario ESCA/QUE-ES APOCALIPTICA/QUE-ES
Es el escatológico-apocalíptico. Son dos cosas distintas, aunque tienen algunos puntos
en común.
La escatología propone un discurso sobre las realidades últimas, definitivas.
El término apocalipsis se deriva de un verbo griego (apokalyptein) que significa «quitar el
velo», «remover el velo». En sustancia, se trata de una re-velación.
Tanto en la escatología como en la apocalíptica la mirada se dirige a realidades que van
más allá de la historia, aunque estén contenidas en cierto sentido en el presente.
«La escatología bíblica es un discurso sobre la historia, un modo de leerla y de asumirla»
(B. Maggioni).
TIEMPO/GRIEGO-BIBLICO: Para el griego el tiempo tiene un carácter cíclico: parece
que los siglos y los años dan vueltas en círculo, trayendo irremediablemente los mismos
acontecimientos. Por lo cual no hay que esperar nada sustancialmente nuevo.
El hombre de la Biblia, en cambio, considera la historia como una trayectoria horizontal, el
tiempo tiene un desarrollo lineal, la historia camina, progresa, bajo la guía de Dios, hacia un
término muy concreto. Por lo que no se repite jamás del mismo modo, sino que está abierta
a la novedad, a lo inesperado, a la esperanza.
La historia, por así decir, tiene dos protagonistas: Dios y el hombre. «Esta es conducida
hacia una salvación definitiva; la historia está recorrida por un juicio (no toda elección
conduce a la salvación, sino sólo las que se realizan obedeciendo el plan de Dios)» (B.
Maggioni).
«El profeta interviene en esta historia en nombre de Dios. Su misión consiste en hacer
vivir plenamente a sus contemporáneos en el presente, revelándoles cómo se desarrolla el
plan de Dios.
La palabra de Dios que él proclama está antes de nada unida a las circunstancias
presentes. Ciertamente, también se interesa por el futuro, pero en cuanto confiere un
sentido al presente, en cuanto sostiene la esperanza de los oyentes recordando la meta de
su camino, el "día" en el que Dios establecerá definitivamente el propio reino en el mundo.
Pero este día permanece escondido, un "velo" esconde el fin de la historia a los ojos
humanos» (E. Charpentier).
Existen, sin embargo, tiempos de crisis particularmente graves, en los que el profeta
advierte que sus palabras no bastan para alentar la esperanza del pueblo, conmovido por
tribulaciones y persecuciones, y que tiene necesidad de ser consolado, asegurado de que
la fidelidad de los buenos no es inútil.
TIEMPOS-FIN: Desde el momento en que los tiempos son particularmente dramáticos y
parecen contradecir de forma clara con su brutalidad el plan de Dios, se quisiera «ver» el
fin de los tiempos. En otras palabras, se tiende a «quitar el velo» que esconde el fin. Y esto
es precisamente lo que hace la apocalíptica. La profecía escatológica tiende de esta forma
a convertirse en apocalipsis.
No es que el autor vea el fin del tiempo con precisión gracias a una visión especial. Más
que nada «toma carretilla desde el pasado»1 para descifrar el presente, y así infundir
seguridad a pesar de las conmociones, las contradicciones, apoyándose sobre todo en un
fundamento sólido: la fidelidad de Dios.
La apocalíptica ha nacido sobre todo en el período siguiente a la experiencia del exilio y
se ha desarrollado, no sólo a través de los escritos de algunos profetas, sino en general a
través de toda la literatura judía.
Las diferencias entre apocalipsis y escatología se pueden trazar fácilmente (gracias a
una cierta familiaridad con los textos, por supuesto).
De esta forma la escatología tiene una visión de la realidad más bien grandiosa, pero con
una impronta de sobriedad y de sentido de la mesura. «Ningún intento de penetrar los
secretos de Dios y ninguna concesión a la curiosidad del cuándo y del cómo» (B.
Maggioni).
La apocalíptica, en cambio, es menos discreta, más desenvuelta, casi obsesionada por el
cómo y el cuándo. En resumen, quiere quitar el velo a toda costa y lo más pronto posible.
Además subraya casi exclusivamente la acción de Dios, por lo que el hombre queda
reducido a comparsa.
Está veteada de pesimismo sobre la historia presente, que es por tanto relegada, o
incluso descalificada, en favor del futuro.
La apocalíptica, finalmente, tiene un estilo inconfundible. Utiliza todo un códice de
imágenes fantásticas. Recurre al lenguaje de los colores, de los números y de otras
imágenes tradicionales2.
Sobre todo se complace en resaltar los tonos dramáticos, poner en escena elementos
catastróficos, terroríficos. Además de las imágenes, se tiene la impresión que recurre a los
rumores: y son espantosos.
Estructura
El esqueleto del gran discurso puede mostrarse de esta forma:
1. Cuadro introductorio (v. 1-5). Jesús anuncia a los cuatro discípulos la destrucción del
templo.
2. El discurso de Jesús (5-37) articulado en tres partes:
A) La gran prueba (5-23):
Advertencia general («Cuidado con que nadie os engañe», 5 b)
a) los que extravían (6)
b) las guerras (7-8)
c) persecuciones (9- 13)
b') guerra y sacrilegio devastador (14-20)
a') los que extravían (21-22).
De nuevo la advertencia («Vosotros estad sobre aviso, os he
prevenido de todo» 23).
Se puede advertir inmediatamente. Las partes A y C del discurso de Jesús tienen una
forma cíclica característica; por eso lo que se encuentra en medio asume un relieve
especial.
En la parte A: los que extravían guerras, persecuciones, guerra, los que extravían. Es
central por tanto la alusión a las persecuciones.
En la parte C: parábola de la higuera, dicho sobre el tiempo cierto y cercano, dicho de
confirmación, dicho sobre el tiempo desconocido, parábola del hombre que se va de viaje.
Aquí es central la solemne afirmación: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no
pasarán» (31).
En la parte B se abandona la estructura circular. De hecho toda esta parte es el centro
del discurso de Jesús. El anuncio de la venida del hijo del hombre es el hecho por
excelencia, incontestable. No tiene necesidad de otras palabras. Es significativo a este
respecto que esta parte no contenga advertencias como sucede, en cambio, en las otras
dos.
Observaciones generales
Podemos hacer algunas observaciones de carácter general.
3. La apocalíptica, como hemos subrayado, tiende a minimizar la obra del hombre, que es
reducido a simple espectador, pasivo y asustado, de los acontecimientos que lo superan y
casi lo destruyen.
Aquí, en cambio, son numerosos los imperativos.
El hombre, por tanto, está llamado a reaccionar, a tomar posiciones. El «juego» -muy
serio- no se desarrolla sin él. Más aún, él puede influir en su éxito.
Solamente en la venida, los hombres parecen testimonios pasivos del acontecimiento.
Entonces será el hijo del hombre con sus ángeles quienes actúen.
Los elegidos serán simplemente «reunidos». Pero esto supone que ellos hayan
desempeñado ya su papel.
4. La «gran prueba» (A) tiene en los dos extremos a «los que extravían». Las
persecuciones están incluidas entre las guerras por una parte y la guerra con el «sacrilegio
devastador» por otra. Un crescendo notable. La colocación central de las persecuciones
quiere decir, entre otras cosas, que no son sólo una fase de la «gran prueba», sino que
duran durante todo este período.
6. Algunos versículos parecen indicar una cierta progresión cronológica que conduce
hacia el término. Pero cuando este parece alcanzado, se nos dice que no, no se trata de un
término sino de un comienzo. «Primero tiene que proclamarse la buena noticia a todos los
pueblos» (v. 10).
En ello descubren algunos estudiosos la preocupación marciana de reaccionar contra la
concepción casi paroxística, en ciertos ambientes, de una inminente parusía.
«Mc afirma que estos acontecimientos no pertenecen aún al fin, sino a la historia. El
tiempo que vivimos no es el último, sino el penúltimo. Hay un intervalo entre estos
acontecimientos y la parusía: un intervalo que no se puede calcular» (B. Maggioni).
A pesar de ello Mc se retarda en el relato de la parusía y de la destrucción de Jerusalén.
7. Se refiere una indicación cronológica precisa: «Antes que pase esta generación todo
eso se cumplirá» (v. 30).
¿Cómo se concilia esta seguridad con la otra afirmación según la cual ni siquiera el Hijo
conoce el día y la hora (v. 32)?
Ya en esta generación y nadie sabe nada, ni siquiera el Hijo, acerca del momento.
Tiene todo el aire de una equivocación.
¿O expresa un piadoso deseo?
¿Quizá Mc termine por creer lo que espera?
Probablemente las dos afirmaciones no son contradictorias, sino complementarias. Son
verdaderas las dos.
Mc no ha dudado en aportar una palabra que ya en su tiempo suscitaba numerosas
perplejidades, porque de hecho había pasado una generación sin que todas aquellas cosas
hubiesen acontecido.
Tengamos presente también que la frase «esta generación» tiene siempre en labios de
Jesús un tono de reproche.
El problema queda abierto. Y quizá nos invita a reflexionar que las cosas, en un cierto
sentido, han sucedido ya, aunque haya sido de forma diversa, menos evidente. El juicio ha
sido ya dictado. Con su rechazo los contemporáneos de Jesús se han autocondenado.
Respecto a la declaración acerca de la propia ignorancia sobre el día y la hora, Jesús
quiere sencillamente decir que no ha venido a la tierra para re-velar semejantes cosas, para
satisfacer la curiosidad sobre ese punto. No es ése el encargo que el Padre le ha confiado.
Más bien él se remite también a la decisión del Padre.
«No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha reservado a su
autoridad» (Hech 1, 7).
Cuadro introductorio
«Al salir... del templo» (v. 1). Jesús desde que llegó a Jerusalén había entrado y salido
más veces del templo. Ahora sale por última vez. Lo deja definitivamente. La ruptura está
consumada.
Se puede recordar el episodio descrito por Ezequiel en el que la gloria de Dios abandona
el umbral del templo en el momento de la deportación a Babilonia (Ez 10, 18).
«Uno de sus discípulos le dijo: Maestro, ¡mira qué sillares y qué edificios!» (v. 1).
Los discípulos, más que estar atentos a los gestos pequeños pero significativos, como el
realizado por la viuda, se dejan aún fácilmente sugestionar por las cosas relumbrantes.
«Los derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra» (v. 2).
En realidad, en el 70, el templo fue incendiado. Sólo en un segundo momento fue
«demolido».
SEGURIDAD-FALSA: En la profecía, sin embargo, más que la anticipación exacta de los
acontecimientos previstos en detalle, hay que saber captar el significado profundo. En este
caso: «Cualquier falsa seguridad del hombre, que se base en sus obras colosales (incluso
religiosas), es atacada y destruida por el evangelio» (E. Schweizer).
Después de la primera destrucción (586 a. C.) la obra de reconstrucción había
comenzado con el retorno del exilio (520-515). Pero el resultado obtenido estaba muy lejos
de la magnificencia propia del templo de Salomón.
Herodes sería quien volvería a dar a la construcción toda su magnificencia.
En tiempos de Jesús, aún perduraban los trabajos de embellecimiento y decoración.
Habían sido ultimados sólo unos diez años antes de los acontecimientos del 70.
Los judíos, a pesar de su visceral antipatía por Herodes y su familia, se enorgullecían de
la magnificencia y belleza de su templo.
En el Talmud está escrito: «Quien no ha visto ultimado el santuario en todo su esplendor,
no sabe qué es la suntuosidad de un edificio» (Sukka 51b).
Aún hoy, en el muro de las lamentaciones, es posible ver aquellas enormes piedras que
parecían destinadas a desafiar el tiempo.
La profecía de Jesús, por tanto, tiene como efecto la turbación profunda de los oyentes.
«Con esta afirmación Jesús no sólo anuncia el fin de la institución religiosa representada
por el templo, sino que promete la fundación de un templo nuevo, obra definitiva de Dios: la
comunidad de los creyentes».
Los discípulos, sin embargo, piden a Jesús una fecha y una señal de preaviso.
El Maestro como de costumbre rechaza el dar precisiones de este género. Se limita a
presentar una serie de cuadros, que no hay que «leer» en sentido estrictamente
cronológico porque no tienen el objetivo de seguir el desarrollo exacto de los
acontecimientos. Más que nada son escenas, episodios de diversa naturaleza. Su objetivo,
si acaso, es el de poner a prueba la fe. No por casualidad cada uno de estos anuncios está
acompañado de palabras de ánimo.
Jesús no ahorra a los «suyos» la lucha. Y tampoco las sorpresas.
Más que dar indicaciones exactas sobre el desarrollo de la guerra, les arma para la
guerra.
La gran prueba
Esta parte del discurso se articula así:
-signos premonitorios (5-13)
-acontecimientos en Judea (13-23).
Para ser aún más precisos, nos encontramos con que cada uno de los dos bloques está
compuesto por algunos elementos descriptivos y termina con advertencias.
Tenemos, por tanto, este esquema:
«Cuidado...» (5-6),
«Cuando oigáis...» (7-13),
«Estad sobre aviso» (21-23).
Los elementos descriptivos están introducidos respectivamente por «cuando oigáis» y
por «cuando veáis». Las advertencias están fijadas por «cuidado» y por «estad sobre
aviso». La única diferencia está en el hecho de que las advertencias están colocadas al
comienzo de los «signos premonitorios», mientras que se encuentran al final de los
acontecimientos en Judea.
De todas formas, como hemos dicho ya en el esquema presentado al comienzo del
capítulo, la estructura es circular o de inclusión, y por tanto hay una nueva toma de distintos
elementos (por ejemplo, los que extravían y las guerras).
Los discípulos, en primer lugar, deben ponerse en guardia contra los que extravían, que
se hacen pasar por mesías. Los podremos definir como «usurpadores del nombre».
SECTAS/FANATISMO FANATISMO/SECTAS: Como recuerda R. Fabris, «la historia
bíblica, junto a la genuina experiencia religiosa y profética, registra un pulular de fanáticos e
impostores religiosos que, sobre todo en tiempos de crisis, explotan la emotividad popular».
Flavio Josefo presenta una serie impresionante de estos «seductores», que tenían cierto
ascendiente sobre el pueblo y lograban conducir las personas de su séquito a formas
colectivas de exaltación.
El primer pseudo-mesías parece haber sido un cierto Bar-Kockba (132-135) que logró
hacerse tomar en serio incluso por el prestigioso rabí Akiba.
«Van a venir muchos usando mi título, diciendo "ése soy yo"» (v. 6). Es decir «usando mi
título» van a decir que son el mesías.
E. Schweizer interpreta: «refiriéndose a mí y a mis palabras». Y subraya el hecho de que
el evangelista deja entender que también en las comunidades actuaban estos personajes
ambiguos.
Recordemos además que «yo soy» es una de las fórmulas sagradas del hebraísmo para
indicar a Dios.
La comunidad es invitada, pues, a adoptar una actitud de extrema vigilancia ante esos y
a ejercer una lúcida crítica ante las «señales y prodigios» (v. 22) que eventualmente
podrían exhibir. «El prodigio no es una credencial unívoca. Se puede convertir en un signo
auténtico sólo cuando es realizado por una genuina praxis de fe» (R. Fabris).
En cuando a las guerras, sorprende la declaración «tiene que suceder» (v. 7). Se trata
de una fórmula que no hay que entender en sentido fatalista, sino que deriva del lenguaje
apocalíptico de Daniel (27 28).
Cito de nuevo el comentario de R. Fabris: «No es la justificación de la guerra o de las
catástrofes cósmicas, sino de una concepción apocalíptica... en la que la historia es
interpretada como cumplimiento del plan secreto de Dios. Un plan revelado al autor del
Apocalipsis que tiene sus momentos y su calendario de actuación.
Pero más allá de esta concepción mítica de la historia, hay un juicio religioso
extremadamente serio: la lógica interna de las potencias históricas que se disputan el
poder, es la autodestrucción por medio de la violencia. Ahora bien, los creyentes deben
realizar su cometido y encontrar el camino de la liberación en este contexto conflictivo» .
«Se alzará nación contra nación...» (v. 8). Se puede citar un pasaje del antiguo
testamento que expresa la misma idea.
«Azuzaré egipcios contra egipcios:
peleará uno con su hermano, el otro con su compañero;
ciudad contra ciudad, reino contra reino» (Is 19, 2).
En el pasaje de Mc se habla de guerras cercanas y guerras lejanas. Guerras locales que
después, poco a poco, asumen proporciones mundiales.
«Esos son los primeros dolores» (v. 8). Alguno traduce dolores como «punzadas». La
imagen sería la de un parto. Precisamente las guerras destructoras, la violencia homicida,
las carestías, se convierten, en esta perspectiva, en elemento de dolorosa fecundidad.
Este es, por tanto, el principio no el fin. No sólo porque la tribulación inimaginable debe
aún venir (v. 19), sino también porque estos acontecimientos desembocan en un mundo
nuevo. Y quizá aquí se puede señalar una alusión a la verdadera, gran «angustia»; la que
soportará Cristo en su pasión y de la que nacerá el mundo nuevo.
Sin embargo, otros autores interpretan la expresión en clave rigurosamente escatológica.
«Quien esté en la terraza...» (v. 15) debe bajar por fuerza. Pero debe hacerlo deprisa, por
la escalera exterior, sin entrar en casa. Algunos estudiosos, en cambio, interpretan así:
algunas casas tienen las terrazas adosadas a las pendientes de la colina.
Entonces será oportuno descender abajo. Indicando que cualquier incertidumbre y
pérdida de tiempo puede resultar fatal.
Tengamos presente que aquellos «que estén en Judea» (v. 14) se encuentran ya en una
zona montañosa. Aquí, probablemente son consideradas las montañas como refugio seguro
y probablemente como lugar en donde se puede organizar la resistencia.
Hay que tener en cuenta además que en Palestina las noches son crudas y por tanto la
capa sería bastante útil (v. 16).
La alusión al invierno (v. 18) está motivada por las especiales incomodidades provocadas
por esta estación en la que, entre otras cosas, los ríos llevan el máximo caudal y dificultan
la huida.
El tema de los elegidos, gracias a los cuales es reducido el tiempo de la angustia (v. 20)
recuerda el del «pequeño resto» y es clásico en la apocalíptica.
«Vosotros andaos con cuidado» (v. 9). La atención es dirigida a la comunidad, que debe
afrontar por su parte una prueba terrible.
Los discípulos serán «entregados» como el Maestro, bien a los tribunales religiosos o
civiles, al poder en todas sus formas (sanedrín, sinagogas, vasallos de la autoridad
imperial). Basta leer los Hechos de los apóstoles para encontrar una precisa confirmación
de esta profecía.
Todo esto por causa del evangelio (por causa mía).
Pero tampoco esto es el fin. «Primero tiene que proclamarse la buena noticia a todos los
pueblos» (v. 10).
«Para Mc la predicación al mundo entero tiene una importancia central; por ello no puede
faltar en absoluto en una visión del futuro y debe ser insertada aquí, en donde se habla de
testimonio, también para excluir el equívoco de que un testimonio sea sólo necesario ante
los tribunales judíos» (E. Schweizer).
El versículo 11 tiene un acento particular de consuelo. Los discípulos no deberán
preocuparse ante los tribunales. De hecho, tendrán como abogado defensor e «inspirador»
al Espíritu Santo.
Inmediatamente después los tonos vuelven a ser obscuros.
Delaciones, traiciones dentro de la misma familia4, odio por parte de todos a causa de
Jesús (v. 12-13).
«Los cristianos, a diferencia de cuanto se dice en la apocalíptica judía, no pretenden
realizar sólo una supervivencia material, sino que aspiran a la salvación interior incluso a
costa de su vida» (R. Schnackenburg).
Firmeza y perseverancia, incluso en la fragilidad de la carne, contradistinguen la actitud
del cristiano en medio del aluvión de persecuciones.
«Pero quien resista hasta el final se salvará» (v. 13). No es otra cosa que una versión de
la paradoja ya proclamada por Jesús antes: «El que pierda su vida por mí y por la buena
noticia, la salvará» (Mc 8, 35).
Información y anuncio,
es decir, el compromiso del cristiano: vigilancia
Es la parte conclusiva del discurso. Jesús saca la suma de cuanto ha dicho, sobre todo
en relación a la situación y responsabilidad de los discípulos, los de ayer y los de mañana.
PROVOCACIONES
5. El amo que parte no deja individuos que le esperan, sino individuos que tienen algo
que hacer, a los que ha dado algo que hacer.
Cuando vuelva no le interesará tanto saber si le estaban esperando, sino si han
desarrollado la tarea para la que les ha «dejado».
7. Cierto, el Señor llega de improviso. Por la tarde, de noche o a las primeras luces del
alba.
Puede suceder que esté ya al llegar.
Justamente J. Dupont resalta que Jesús no habla tanto de su reino, cuanto del reino de
Dios.
Ahora el reino de Dios ha llegado ya, está presente aquí, en medio de nosotros.
Por tanto, hay algo peor que estar dormidos.
Y es el no darse cuenta de una presencia.
9. Y reaparece la higuera. Debe existir un motivo para que Jesús preste una atención tan
especial hacia esta planta.
En el discurso sobre las «realidades últimas» hubiera encajado perfectamente la imagen
de la higuera seca de raíz.
En cambio la encontramos con las «ramas tiernas», reverdeciendo con brotes nuevos.
Una imagen de vida, enmarcada en medio de un cuadro que parece reclamar la
desolación y la muerte (¡qué lección para los muchos «catastrofistas»!).
Jesús no se sirve de la planta «maldita» para sugerirnos que es el fin.
Lo debemos comprender -debemos advertir que él está a la puerta- por un árbol lleno de
brotes.
¿O quizá él continúa a retrasar el fin, no se resigna a cerrar el discurso con el hombre,
hasta que la planta no haya aprendido a no desilusionar las esperanzas?
¿En este caso el discurso escatológico no documenta también las esperanzas de Dios?
Cierto. El no está dispuesto a renunciar a la estación de los frutos
CONFRONTACIONES
Además las indicaciones sobre el tiempo son tan generales que se trata más de
transiciones redaccionales sin especial importancia, que de indicaciones precisas de
sucesión cronológica.
De esta forma es conservada la perspectiva veterotestamentaria de que también detrás
de la guerra, la pestilencia y el hambre está Dios, que a través de todos los sufrimientos
conduce a los suyos al justo fin.
c) Sobre todo llama la atención la repetida interrupción del estilo de descripción de los
acontecimientos futuros con llamadas directas a la comunidad, referidas a su presente.
También en esto Mc 13 coincide con los profetas del antiguo testamento, que hablan
siempre del que debe venir sólo para hacer urgente e inevitable la conversión de Israel
ahora, en el presente del profeta.
Aunque nosotros seamos capaces de explicar el origen general de todos los detalles, y
aunque estos no puedan tener carácter vinculante como descripción precisa del curso de
los acontecimientos finales, las afirmaciones decisivas de este capítulo no son por esto
menos centrales e importantes:
(a) Cualquier sufrimiento del presente está subordinado a Dios; forma parte de una
historia de la que Dios es el Señor y que él conducirá a su meta. Se trata de una espera
intensa y de una alegre esperanza que caracterizan la posición de la comunidad en relación
a la historia con todos sus sufrimientos.
(c) Precisamente por esta razón los acontecimientos del presente no son secundarios,
sino que se convierten en presagios de esa venida conclusiva de Dios, y por tanto del
mundo y del tiempo, en el que la comunidad debe realizarse, viviendo de aquel que le ha
sido dado en el hijo del hombre, y en el que ya ahora puede experimentar siempre de nuevo
la potencia y la gloria de Dios.
Así se debe creer también hoy. Entonces cualquier cosa desde la «pequeña» experiencia
del fugitivo que no tiene ni tiempo de entrar en casa a coger la capa (v. 16) hasta la «gran»
experiencia de la misión en el mundo (v. 10) es puesta en la luz de Dios que viene y recibe
de esta fuente su significado y su orientación (E. Schweizer, o. c.).
..............................
1. La expresión es de Charpentier que se refiere al salto de longitud en atletismo. El pasado es la carrerilla,
realizada lo más velozmente posible, el trampolín que ayuda al salto es la fidelidad de Dios, la trayectoria
permite sobrepasar el presente y proyectarse en el futuro. Y comenta: «El autor del apocalipsis es como uno
de nosotros: ignora el fin de los tiempos. Pero está seguro de una cosa: Dios es fiel. Para saber lo que
pasará al fin de los tiempos, él intenta por tanto descubrir de qué modo actúa Dios ahora. Y como es
necesario un cierto espacio de tiempo para discernir un movimiento, las grandes leyes del obrar divino. Por
eso, junto al propio tiempos salta hacia adelante, y proyecta al final de los tiempos estas grandes leyes
generales... Así escribe el autor del libro de Daniel en tiempos de la persecución de los años 165-164 a.C.
Para saber cómo terminará todo, él se coloca de forma ficticia en otro tiempo difícil del pasado: el exilio de
Babilonia (entre el 587 y el 538); por tanto recorre rápidamente la historia entre el 538 y el 164 y llegado
finalmente a la propia época, proyecta hacia adelante lo que ha descubierto en este "repaso" histórico. "Ve",
por consiguiente, no los acontecimientos precisos, sino más bien la manera con que, fiel a sí mismo, Dios
concluirá la historia. Naturalmente podrá expresar todo esto recurriendo sólo a las imágenes».
2. NU/SIMBOLOS SÍMBOLOS: Algunos ejemplos. En los colores. Blanco = victoria, pureza. Rojo =
homicidio, violencia, sangre de los mártires. Negro = muerte, impiedad. En los números. Siete = la cifra
perfecta, la plenitud. Seis = la imperfección (siete menos uno). Tres y medio (la mitad de siete) =
sufrimiento, tiempo de la prueba, persecución. Cuatro = el mundo creado. Mil = una gran cantidad. En las
imágenes tradicionales. Cuerno = potencia. Caballos blancos = eternidad (¡no vejez!). Vestidura larga =
dignidad sacerdotal. Cintura de oro = poder real. (E. Charpentier, Unna lectura del Apocalipsis).
3. Sigo el esquema propuesto por J. Lambrecht en el estudio «La struttura di Marco XIII» en I. de la Potterie. Da
Gesú ai Vangeli.
4. Viene a la mente un texto de Miqueas: «No os fiéis del prójimo, no confiéis en el amigo, guarda la puerta de
tu boca de la que duerme en tus brazos: porque el hijo deshonra al padre, se levantan la hija contra la
madre, la nuera contra la suegra y los enemigos de uno son los de su casa» (7, 5-6).
(·PRONZATO-3/2.Págs. 302-327)
3-1 - COMPLOT, UNCIÓN Y TRAICIÓN
Mc/14/01-11 Mt/26/17-35 Lc/22/07-34 Jn/13/01-38
Preparación
La indicación cronológica de Mc al principio del relato de la pasión, sitúa este
acontecimiento de Jesús ateniéndose al calendario litúrgico hebreo.
PAS/JUDIA:La Pascua (pesak, de la raíz Psk, que alude a la acción de "saltar" y de
"cojear") era originariamente una fiesta preisraelita de pastores. Se celebraba a comienzos
de la primavera, en el plenilunio, y marcaba también el punto de partida de la migración
estacional (trashumancia). Tenía la finalidad de propiciar la fecundidad de los rebaños y de
alejar las potencias maléficas. Se caracterizaba por una cierta prisa porque los pastores
debían salir con sus rebaños a la mañana siguiente.
La fe israelita se sirvió más tarde de esa antigua fiesta de nómadas para incluir en ella el
recuerdo (zikkaron) del acto salvífico de Yahvé librando a su pueblo de la esclavitud de
Egipto. De ese modo una fiesta de la naturaleza se transformó en una fiesta histórica (no
hay que olvidar que para Israel, historia es siempre historia de salvación).
Era la fiesta por excelencia y solamente podía celebrarse en Jerusalén.
La tarde del 14 de Nisán se sacrificaba el cordero que se consumía después en el
banquete pascual que comenzaba la tarde del mismo día (esta tarde era ya día 15 de Nisán
según el cómputo hebreo porque el día comienza después de la puesta de sol).
FIESTA-JUDIA/ACIMOS ACIMOS/FT-JUDIA La fiesta de los ázimos, de origen agrícola,
marcaba el comienzo de la siega de la cebada y tenía el carácter de ofrenda de las primicias
a Yahvé.
Los "massot", ázimos, panes sin levadura, llamados también "panes de la miseria" o de la
aflicción, se comían durante los siete días de la fiesta.
Más tarde los ázimos que, como es obvio, no tenían fecha fija al estar ligados a la
recolección de los campos, se unieron a la pascua constituyendo su prolongación hasta
formar una única fiesta. como también subraya Mc, que finalizaba el 21 de Nisán.
"Andaba buscando cómo podrían apoderarse de él con engaño y darle muerte" (v.1). La
decisión de hacerlo morir, sin embargo, había sido tomada hacía ya tiempo (3,6). El
problema está sólo en "cómo" llevar a cabo el plan. Está por medio la multitud que puede
constituir un obstáculo.
"Durante la fiesta no, no sea que haya alboroto del pueblo" (v.2). Se discute si la frase
quiere decir antes o después de la fiesta. Me parece que su significado es más sencillo: no
en medio del pueblo en fiesta.
De todos modos este miedo a un tumulto de la gente se revela carente de fundamento. Al
contrario, la gente se pondrá contra Jesús. De esta forma se demuestra que la característica
de la masa es la imprevisibilidad.
De cualquier modo, un término domina el relato: "preparar".
Los jefes se preparan para echar mano a Jesús.
Judas se prepara para traicionarlo.
La mujer "prepara" anticipadamente el cuerpo de Jesús para la sepultura.
Cristo ordena los preparativos para el banquete pascual.
La paradoja está en que mientras los judíos piensan celebrar su pascua excluyendo a
Jesús, él se manifiesta como liberador, como quien lleva a cabo la salvación precisamente
al ser eliminado.
Excluido de la pascua judía, Cristo inaugura la nueva pascua.
El es el cordero cuya sangre nos libera de nuestros pecados restableciendo nuestra
alianza con Dios. Y el acontecimiento decisivo se celebra con el pan que Jesús nos deja
para partirlo en su memoria.
Tres interpretaciones
Mediante su respuesta, Jesús aprueba incondicionalmente la acción de la mujer ("ha
hecho una buena obra conmigo"); que podríamos traducir de alguna forma: ("ha hecho una
cosa muy hermosa"), desvela su significado que trasciende la intención de quien la ha
realizado (v.8), llama la atención a los que la critican (v.6) y dice que este gesto se
recordará en todos los lugares donde se predique el evangelio, que rebasará los confines
de Galilea para llegar a todo el mundo (v.9).
"Porque pobres tendréis siempre con vosotros" (v.7) es una cita del Deuteronomio (15,
11): "nunca faltarán pobres en este país".
No ha de entenderse esto -a veces se ha hecho- como afirmación de la pobreza como un
factor imposible de eliminar, como algo querido incluso por Dios. Por el contrario, me
parece que Jesús, al aludir a una realidad histórica innegable, asigna a la comunidad
cristiana una tarea concreta que consiste en un compromiso constante para erradicar este
mal.
Puede decirse que el episodio se interpreta de tres formas distintas: dos manifiestas (los
"murmuradores" y Jesús) y otra tácita (la mujer).
1. Quienes denuncian el despilfarro poseen una visión más bien estrecha de las cosas.
Son incapaces de superar una mezquina contabilidad (aunque enmascarada con
precauciones caritativas), sin llegar a captar el valor de la persona de Jesús y de su
presencia.
2. La mujer anónima, con su "buena" obra, quiere manifestar su honor y estima, además
de su amor, a Jesús. y reconoce en Jesús al verdadero pobre. En este momento, Cristo es
el pobre por excelencia: rechazado por la gente importante, abandonado por la multitud,
traicionado por un amigo, incomprendido por los discípulos, víctima de la soledad, sin
seguidores, sin poder, sin resultados, sin apoyos.
San Pablo dirá: "Conocéis bien la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual
siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza"
(2Co/08/09).
3. Jesús da un paso más. La mujer llega a ver lo que los demás no pueden ver. Pero su
visión es todavía limitada. La mirada de Jesús llega a dar una interpretación profética del
gesto que trasciende la propia intención de la mujer. "Se ha anticipado a embalsamar mi
cuerpo para la sepultura" (v.8).
Enterrar a los muertos constituía una de las obras buenas (o de misericordia) en el
Judaísmo. Por consiguiente el gesto de la mujer se encuadraría dentro de esta categoría y
respondería perfectamente a la preocupación caritativa de los que desaprobaban su
actitud.
Pero Jesús ve "más lejos" en otro sentido. Precisamente cuando su obra parece
"bloqueada" y destinada a terminar en el "fracaso", anuncia la difusión del evangelio en
todo el mundo. El relato de la pasión constituirá el centro de la proclamación evangélica y
en él habrá sitio para esta mujer anónima.
Por ello puede decirse que este episodio subraya, sobre todo, el contraste entre una
perspectiva "a corto plazo" y la capacidad para ver más lejos. Frente a la realidad
desconcertante de la cruz corre el cristiano un riesgo esencial de escandalizarse si no sabe
ir "más allá".
La perspectiva de la fe es la única que posibilita la superación del muro del escándalo.
Con una fe sin profecía (entendida como capacidad para ver lejos) pueden decirse
también cosas justas, sensatas y hacer cuentas exactas, pero no se comprende.
Una visión parcial puede constituir el más grosero error. Las cuentas más exactas, pero
limitadas a un sólo aspecto de la realidad, conducen a un resultado equivocado.
El creyente tiene una única forma de ver bien: ver desde distintos ángulos.
"Entregado" Los dos versículos finales (10-11) empalman con los dos iniciales (1-2)
constituyendo un marco oscuro que pone aun más de relieve la belleza del gesto de la
mujer.
El proyecto de los enemigos puede realizarse gracias al ofrecimiento de Judas. "Uno de
los doce" es quien hace posible la realización del plan para eliminar a Jesús.
Mc se muestra muy prudente frente al traidor. No nos explica los pasos de su abominable
acción.
¿Por qué lo hizo? ¿Acaso porque Jesús ha decepcionado las esperanzas del movimiento
revolucionario zelota del que Judas había sido simpatizante? ¿O simplemente por no
compartir la línea mesiánica de humillación y debilidad seguida por el Maestro? ¿O para
meterlo en una situación sin salida que lo "obligara" de una vez a emplear esa fuerza que
hasta el momento se había negado a emplear? Ninguna de estas hipótesis encuentra un
mínimo apoyo en el descarnado relato de Mc que una vez más nos refiere la "cosa" sin
explicarnos su por qué.
Ni siquiera puede acudirse a la avaricia de Judas ya que no es él quien pide dinero sino
que son los jefes quienes prometen dárselo como premio.
Todavía más, no se precisa en qué ha consistido exactamente la traición.
La acción de Judas se expresa mediante el verbo "entregar". Se trata de una palabra
clave que aparecerá repetidamente en la pasión. El verbo "entregar" marcará por diez
veces las etapas del drama.
Jesús es entregado, pasando de mano en mano.
Y el primer "paso" se da mediante las manos de un amigo.
Esta es, por tanto, la introducción de la pasión de Mc.
"La hostilidad del mundo decide matar al Mesías Jesús. Lo entregará la traición de uno
de sus discípulos íntimos. Pero, aun rodeado de hostilidad y traición, es conocido por el
amor y amado con prodigalidad como el pobre que hace a todos ricos. El evangelio repetirá
continuamente que Jesús defiende de todo ataque el amor por él" (H. Schlier, La passione
secondo Marco, Jaca Bookk 1978, p. 23).
PROVOCACIONES
1. "Ella ha echado todo lo que tenía " (/Mc/12/44).
"Ella ha hecho lo que podía", o mejor: "Ella ha hecho lo que tenía" (14, 8). Jesús lee y
hace resaltar la importancia del don tanto de la viuda como de la mujer de Betania.
Ambos gestos tienen un substrato común que constituye su grandeza y belleza: el don
total.
En este último caso la totalidad se expresa mediante la acción de romper el recipiente.
El "despilfarro" no está solamente en el perfume derramado sino también en el frasco roto
que ya no podrá utilizarse para otro o para otros.
Parece que a Jesús no le gustan las concesiones parciales, medidas, sino el don sin
retorno, absoluto y exclusivo.
Tratándose de él, sólo el exceso puede representar la medida justa.
5. En el relato todos hablan. Todos tienen algo que decir o que replicar.
Todos menos ella, que se limita a actuar. Que se contenta con obrar en silencio.
Ella ha puesto la acción y Jesús la ha comentado.
Ella puso la materia, Jesús las palabras.
Una especie de sacramento.
Nosotros, en cambio, demasiadas veces ponemos las palabras y nada más que las
palabras. Las palabras en lugar de Jesús. Y olvidamos "la materia" que depende de
nosotros. Explicamos aquello... que no existe. Interpretamos lo que somos incapaces de
producir.
Por eso nuestros signos se vuelven "insignificantes". Y sobre todo, ineficaces.
7. "En su memoria". Se trata de recordar la acción realizada por esta mujer sin nombre.
Es evidente que nosotros debemos recordarla.
Y no olvidar jamás que precisamente ella, la abusiva, la que no tiene derecho, la
derrochadora, ha hecho también algo por nosotros, en lugar nuestro.
Siempre hay alguien que suple nuestros olvidos y que pone remedio a nuestros
descuidos. Al final nuestras cuentas nos salen gracias a ciertos "errores", que hemos
condenado un poco precipitadamente.
Después de haber "murmurado" y juzgado, acordémonos al menos de dar gracias a
aquella que afortunadamente no ha sabido hacerse nuestros cálculos y no se ha adaptado
a nuestros esquemas. y aprendamos a ser algo menos exactos y un poco más capaces de
captar, de intuir.
Si consiguiéramos romper la preciosa vasija de nuestra razonabilidad y de nuestra
seguridad de estar en lo justo, se comenzaría a notar en torno nuestro un insólito perfume
de evangelio. Y genuino.
8. El evangelio, aparte de otras cosas, es el libro que nos transmite el recuerdo de las
personas que no cuentan, de los gestos "equivocados" según la lógica de los que piensan
con precisión, de las historias insignificantes, de las realidades despreciables.
El evangelio conserva lo que parece no merecer atención, lo que se quería que se
perdiese.
Me atrevería a decir que el evangelio es un libro unido a los olvidos, a los olvidados.
Del mismo modo que sus caminos no son nuestros caminos y que sus pensamientos no
son nuestros pensamientos, tampoco la memoria de Dios es la memoria de los hombres. Se
diría que la memoria de Dios son los olvidos de los hombres.
Siempre que realizamos una acción en respuesta al amor de Cristo, también nosotros nos
convertimos en un fragmento del evangelio de Dios.
El traidor JUDAS/TRAIDOR
Jesús celebra el banquete pascual en compañía de los doce. Pero entre sus íntimos hay
un traidor.
El Maestro lo descubre públicamente, aunque sin decir su nombre: "uno que come
conmigo" (v.18), y a continuación: "uno que moja conmigo en el plato" (v.20).
Es evidente la alusión al salmo 40 (v.10), oración de un enfermo abandonado por los
suyos: "Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, el que comía mi pan, levanta contra mí
su calcañar".
Llama la atención la reacción de los apóstoles: "¿Acaso soy yo?".
Cada uno de ellos, aunque de momento no se siente culpable de traición, no excluye su
posibilidad en el futuro.
Jesús (v.21) continúa su discurso distinguiendo un doble camino: el suyo personal, de
acuerdo con la voluntad del Padre, y el de aquel que lo "entregará". Y es que, aunque la
muerte del hijo del hombre entra en los planes de Dios, ello no disminuye en absoluto la
terrible responsabilidad del traidor.
Es la segunda vez que resuena el "ay" en el evangelio de Mc (cf.13, 17).
Más que una maldición, es un grito de dolor, con un matiz de advertencia y de amenaza.
La expresión "¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!" (v.21) se propone
denunciar el torpe comportamiento de Judas, pero no ha de entenderse necesariamente
como una predicción de su condenación eterna.
No faltan en el judaísmo expresiones de este tipo ("El que las cumple -las palabras de la
ley-, pero no por sí mismas, sería mejor que no hubiera nacido" Berak, 17a).
Es una expresión que puede asimilarse a las paradojas que se encuentran en las
advertencias contra el escándalo en el mismo evangelio (9, 42 s).
El objetivo fundamental que se propone el evangelista es provocar horror ante la acción
realizada por el traidor, aludiendo también a que se expone a un severo juicio de Dios.
Pero está completamente fuera de lugar plantearse el problema del destino eterno de
Judas.
San Jerónimo afirma que la frase únicamente quiere decir que es preferible morir a vivir
mal.
A este respecto advierte oportunamente R. Fabris: "No responde ni al plan ni al estilo del
evangelio entrar en los detalles de la crónica negra espiritual". El juicio sobre el traidor
representa, más bien, una perentoria invitación dirigida a cada uno de nosotros para que
reflexionemos acerca de nuestras propias responsabilidades ante Dios en cada una de
nuestras acciones.
Me parece una cuestión de poca entidad la de si Judas recibió o no el pan eucarístico.
De hecho el traidor se ha separado ya de la comunión con su Maestro, incluso si hubiera
comulgado, su gesto no tendría significado alguno, ya que lo desmentía la situación que
Judas eligió voluntariamente.
1. Más que un verdadero y propio banquete pascual, se trata de "un marco pascual".
Todos los preparativos se han hecho como si se tratara de una cena pascual, pero no se
desarrolla de acuerdo con el rito judío. Faltan los elementos acostumbrados en estas
ocasiones. No se hace alusión alguna al cordero que ocupa el centro de la comida. La
atención se centra, en cambio, en los gestos y palabras de Jesús sobre el pan y el vino. No
se habla de las cuatro copas de vino (símbolos de la liberación que el Éxodo expresa (6,
6-7) con cuatro palabras) sino de una única copa.
El seguimiento es gracia
Entre el cenáculo y Getsemaní Mc introduce algunos dichos proféticos acerca del
comportamiento de los discípulos, especialmente de Pedro.
"...Cantados los himnos" (v.26): se trata de la segunda parte del Halled (Sal 113-118) que
se cantaban al final del banquete pascual. Jesús se dirige hacia el monte de los Olivos
atravesando el torrente Cedrón.
Remontándose a un texto de Zacarías (13, 7) sintetiza la pasión en la imagen del pastor
herido y de las ovejas dispersas.
La referencia a la Escritura no justifica en absoluto el comportamiento "escandaloso" de
los discípulos. Su culpa permanece. El abandono por parte de los "suyos" tiene aquí el
objetivo de simbolizar la distancia abismal que separa a Dios de los hombres.
Pero por encima de la fragilidad, de la cobardía y de la defección de los apóstoles se
dibuja la promesa del Señor: "...después de mi resurreción, iré delante de vosotros a
Galilea" (v.28).
La promesa de Cristo supera el desmoronamiento de los hombres.
De la misma forma que en el triple anuncio de la pasión, también ahora se pone el acento
en la realidad de la resurreción.
El pastor no decepciona. Y reunirá a su rebaño desperdigado por esta prueba.
Puede decirse: de la dispersión a la reunificación. De la huida al seguimiento.
"La defección de los discípulos y la muerte de Jesús, en la que también ellos tienen su
parte de responsabilidad, no significa el fin del seguimiento sino que, más bien, marca su
verdadero comienzo" (E. Schweizer).
Ha de hacerse notar la referencia a Galilea. Allí ha comenzado todo.
Y todo ha de volver a comenzar allí.
Es ahora, como ya había sucedido con motivo de la profecía de la pasión, cuando Pedro
entra en juego para quedarse al margen del anuncio de Jesús, como si sus palabras
solamente tuvieran que ver con otros pero no con él.
Pedro quiere considerarse una excepción.
Pero su seguridad se hace pedazos ante la revelación de una triple traición. Llama la
atención el implacable martilleo de las palabras de Jesús que golpean el orgullo de Pedro:
"yo te aseguro... que tú... hoy..." (v.30).
El que se considera más fuerte que los demás, distinto de ellos, será el que más bajo
caiga.
Solamente Mc nos refiere que el gallo canta dos veces. Es posible que el primer canto
debiera constituir una primera advertencia para Pedro.
De todas formas todos los demás comparten la actitud de Pedro, ya que no dudan en
afirmar su disponibilidad al martirio.
Todo el pasaje pone en guardia a la comunidad de creyentes contra el peligro de
presunción basado en las propias fuerzas y en la fortaleza de la propia fe. Lo único que
salva es la promesa de Jesús.
"Mc ha subrayado ya (8, 31; 34 s; 9,31.35 s; 10,33 s39.52) la interdependencia entre el
sufrimiento de Jesús y el seguimiento del discípulo; ahora (14, 22-31) hace ver que ésta
solamente es posible como un don de la gracia, porque Jesús nos precede" (E.Schweizer).
PROVOCACIONES
1. Cuando Jesús anuncia la traición de uno de los doce, cada uno de ellos se siente
obligado a preguntar: -¿Acaso soy yo? Ante una acusación inquietante como ésta, me
parece muy auténtica la actitud de no desviar la palabra hacia los demás sino de permitir
que nos golpee, que se abra camino hacia la consciencia, de permitir que nos juzgue y nos
cuestione.
Este es, en el fondo, el camino de la salvación: que cuando se oiga hablar de un
culpable, no se dirija la vista hacia un vecino, sino que cada uno se mire en el espejo.
A veces puede manifestarse también la fidelidad reconociéndonos capaces de cualquier
traición.
6. Es inútil discutir por qué motivo Mc hace cantar dos veces al gallo.
Podría cantar cien, mil veces. Porque si no le ha bastado a Pedro la advertencia de la
palabra de Cristo, no iba a ser el gallo el que lo pusiera en guardia.
Pero quizás, el canto del gallo cumple una función de "memoria" más que de advertencia.
No. No se trata de recordar que él lo había previsto.
Basta acordarnos de él. Hacer memoria de su misericordia y perdón.
Sólo entonces podrá despuntar para nosotros la aurora de la conversión.
Cristo tiene razón, pero no por haberlo dicho.
Sino porque se hace el encontradizo con quien ha afirmado no conocerlo.
CONFRONTACIONES
Mártir de la comunión
No cabe duda que el primer "mártir de la fraternidad", el ser más comprometido en la
transformación de las relaciones humanas y el más perenne y exclusivamente entregado a
"crear comunión" es Cristo Jesús.
Nosotros no podemos decir que "tenemos los mismos sentimientos de Cristo Jesús" si no
participamos de sus ansias de comunión.
El cristiano que quiera hacer honor a su nombre, "mártir de la comunión", como su Señor,
debería distinguirse por ser un hombre que no considera "suyo" lo que le pertenece, por ser
un pobre que no considera su enriquecimiento económico como motivación de su vida, sino
su capacidad de comunión, que no busca un progreso individual, esto es, un sobresalir
elitista sobre los demás, sino un avance progresivo en el amor y la amistad, una capacidad
de comunión siempre creciente.
...Esta pasión por la comunión, esta ansia eucarística le cuesta cara al hombre ya que
supone una permanente derrota del egoísmo personal y un duro actuar contra corriente, ya
que es un hecho totalmente normal la existencia de grupos que piensan que les favorecen
las relaciones sociales tal como son y se resisten por todos los medios a cambiarlas.
Grupos que con este fin utilizan todos los medios a su alcance para crear y mantener una
barrera de violencia. El mismo Jesús se estrella contra esa barrera. Pero, al resucitar, la ha
destrozado haciendo que su victoria garantice el éxito a todos los que lo imiten (A.Paoli,
"Pane e vino" terra, Torino 1979).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 28-45)
Características de Marcos
Mc y Mt parecen seguir un esquema común (dos grupos distintos de discípulos, triple
oración y triple vuelta a los discípulos). Lc presenta un relato más corto y no alude a la
angustia ni al horror sentidos por Jesús.
Las características del relato de Mc (cuyo texto representa la forma más antigua de la
tradición) pueden concretarse como sigue:
3. Por una vez no se limita Mc a referir los hechos con su estilo austero, sino que nos
revela los sentimientos íntimos de Jesús ante la prueba decisiva y nos hace «asistir a un
conflicto entre su voluntad y la del Padre» (X. L. Dufour). No duda Mc en poner de relieve la
«debilidad» de Jesús, su miedo ante la inminencia del sufrimiento y de la muerte.
4. El evangelista vuelve a retomar aquí su tema preferido: la incomprensión y ceguera de
los apóstoles expresadas sobre todo por el sueño. Los doce no han llegado todavía a
comprender que la gloria pasa por el camino de la cruz. No es casualidad que el episodio
de la transfiguración, que hubiera debido abrirles los ojos en este tema, tuviera como
espectadores a los mismos tres apóstoles que, en Getsemaní, son el signo más claro de
esta ceguera. Entre otras cosas, resulta interesante yuxtaponer Mc 9, 6 y Mc 14, 40 por
tratarse de una expresión casi igual aplicada en ambos casos a Pedro, Santiago y Juan.
De cualquier modo, como observa A. Feuillet, "Getsemaní representa el culmen de la
ceguera" de los discípulos.
1. Unión/separación
También aquí, como Mc casi siempre indica, el Maestro llega con sus discípulos.
Pero a continuación el grupo se divide en dos subgrupos.
El primero se queda a la entrada de la finca.
El segundo, el de los tres preferidos, penetra más adentro con él.
Pero también se aleja de éste.
Una vez tras otra Jesús volverá a él y se alejará de nuevo. Por tres veces.
Por consiguiente, estamos ante una relación que puede definirse como de
unión-separación.
«Este movimiento de reunión y separación es interrumpido por confidencias y oraciones,
exhortaciones y reproches» (X. L. Dufour).
2. Irse/quedarse
Jesús está siempre en movimiento, se desplaza continuamente. Mientras tanto los
discípulos se quedan inmóviles como petrificados en su posición inicial.
Estamos, por tanto, ante otra relación de oposición: irse/quedarse.
Solamente se invierten las posiciones al llegar el traidor con los soldados. Jesús se
queda firme, mientras los apóstoles se mueven para huir.
En todo caso Jesús aparece como quien se obstina en permanecer unido a los discípulos
y a la voluntad del Padre (su movimiento es, por tanto, precisamente lo contrario a la
separación), mientras los apóstoles manifiestan una marcada tendencia a la separación.
3. Velar/dormir
Es la tercera relación de oposición entre Jesús y sus discípulos.
El Maestro pide a los "suyos" que permanezcan en comunión con él en la vigilancia.
Pero ellos duermen.
Ocupan el espacio reservado para ellos ("quedaos aquí") no para la vigilancia, sino para
el sueño.
De este modo Jesús está separado de los apóstoles más por su ausencia espiritual que
por la distancia espacial.
El sueño denuncia la desunión de los discípulos con el Maestro.
Jesús por el contrario, vela y ora. Esta es la razón de que su actitud se sitúe en la
perspectiva de la unión.
4. Orar/caer en la tentación
También los apóstoles deberían orar como hace Jesús y no limitarse a velar "para no
caer en la tentación".
Si no oran, terminarán por sucumbir al poder de la tentación.
Entre Dios y el hombre se abre inevitablemente una distancia. Con la oración se supera
esta distancia, porque se entra en relación con Dios.
Si falta la oración, la relación se rompe, el alejamiento se hace inevitable, y el hombre se
encuentra solo en ese vacío. Por eso, la distancia es el terreno de la tentación.
Sin oración el discípulo "cae en la tentación", esto es, afronta en soledad una situación y
cae sin remedio.
1. Cáliz/oración
Es clara la oposición entre las dos voluntades. El cáliz simboliza la voluntad del Padre.
"Jesús encuentra al Padre a través del cáliz que se le ofrece y que quisiera ver pasar lejos
de él: el cáliz es el rostro que toma el Padre invisible. La oposición desaparecerá con la
sumisión de Jesús" (X. L. Dufour).
2. Cáliz/turbación
La presencia del cáliz suscita una tristeza mortal, horror y náusea en Jesús. Mc expresa
el estado de ánimo de Jesús con dos verbos ciertamente poco idílicos:
- El otro verbo es ademonein, que expresa el disgusto. Pero por encima de los verbos
usados está la realidad. "Esta es la hora del espanto de Jesús" (X. L. Dufour).
3. De pie/por tierra
La oposición está aquí en relación con la posición de los cuerpos. Vemos la sumisión, la
adoración junto a la debilidad humana (en tierra, caer en tierra); y la disponibilidad (de pie).
Sin embargo la posición "de pie" puede ser también un signo y un anticipo de la
resurreción.
4. Palabra/silencio
Es la última oposición. Jesús manifiesta su propio espanto, pero el Padre calla.
Nadie responde a Jesús. Ni el Padre, ni siquiera los discípulos ("¿Ni una hora has podido
velar?". -"Y ellos no sabían qué contestarle").
Ni siquiera los enemigos que vinieron a detenerlo poco después respondieron a su
pregunta.
En todo el episodio de Getsemaní domina la palabra de Jesús y sólo ella (si excluimos la
de "Rabbí" pronunciada por el traidor).
A su alrededor y "arriba" reina un total silencio.
Conclusión
Cito la página que X. L. Dufour pone al final de su "lectura sincrónica" del texto de Mc:
"A partir de las dos relaciones fundamentales que hemos encontrado, es posible la
elaboración de la estructura que ha determinado los relatos actuales.
Como punto de partida se encuentra el cáliz que se presenta como el rostro del Padre y
que suscita turbación en Jesús. Esta turbación le impulsa a separarse de sus discípulos,
aunque sin perder el contacto con ellos.
La no aceptación por el Padre de la pregunta que Jesús le hace, forma cuerpo con el
silencio y no-presencia de los discípulos que se entregan al sueño.
El relato está dominado por una estructura en la que se entrecruzan la relación horizontal
Jesús/discípulos con la vertical Jesús/Padre. El punto final de este cruce es el lugar en que
Jesús cae o deja caer su rostro. Es el término de la caída en tierra del grano de semilla
que, al decir de Juan, precede la subida hacia la gloria. Para los sinópticos, a la caída en
tierra se opone el "levantaos" final que simboliza a la vez la muerte y la futura resurrección.
Ambas relaciones se entrecruzan e incluso se superponen o, mejor, como ya hemos
dicho, la primera es reflejo y signo de la segunda. De esta forma la muerte que planea en el
horizonte asume un doble aspecto.
En la primera dimensión, la muerte es la aceptación de la voluntad del Padre con una fe
desnuda, en el silencio de Dios, sin otra respuesta que el cáliz, un cáliz siempre presentado
por el Padre. Por ello la prueba suprema se halla mediatizada por la afirmación "heroica" de
que Dios está allí, en el momento mismo en que parece abandonar a su propio Hijo a los
que quieren "entregarlo", traicionarlo. Aunque el hombre fiel afirme hasta el final al Dios
viviente, la muerte sigue siendo separación de Dios, al menos aparentemente.
Esta apariencia adquiere importancia en la separación real de los discípulos y, a través
de ellos, de la comunidad de los hombres: ésta es la segunda dimensión de la muerte.
El sueño, la no-lucha, la no-vigilancia de los discípulos simboliza la negativa del Padre a
alejar el cáliz que en este momento significa el fracaso aparente del proyecto de Jesús.
Jesús había querido fundar una comunidad de discípulos; apenas acababa de reunirla
con ocasión de la última cena. Y he aquí que se desintegra en el momento en que llega la
muerte con aquel que "entrega", el traidor. Jesús ha de aceptar que su propia desaparición
conlleve la dispersión de la comunidad. No es él el unificador definitivo. Sólo Dios podrá
asegurar la comunión entre los hombres. En una palabra, Jesús tiene que aceptar esta
realidad: que no ha sido capaz de instaurar el reino de Dios en la tierra.
Referencias
En el texto de Mc pueden encontrarse algunas referencias al antiguo y al nuevo
testamento.
2. En algunos salmos se presenta la figura del justo perseguido, que pasa por el
sufrimiento más atroz y afronta la angustia mortal que le hace proferir el más dolorido grito.
3. En particular la exclamación «mi alma está triste hasta el punto de morir» (v. 34)
recalca la del salmo 41, 6:
¿Por qué, alma mía, desfalleces
y te agitas por mí?
4. En el episodio de la petición de Santiago y Juan (Mc 10, 35-45) aparecía una clara
alusión al «cáliz» de la pasión.
5. En otra ocasión Jesús se alejó de sus discípulos para orar al Padre en la soledad (Mc
1, 35-39). Entonces era en las primerísimas horas de la mañana y se trataba prácticamente
de la inauguración de la predicación del reino. Ahora nos encontramos en plena noche,
antes de verse envuelto en las tinieblas de la pasión. "Entonces oraba al amanecer
pidiendo luz en su camino; ahora ora en la profundidad de la noche para tener fuerza
suficiente para concluirlo" (R.Schnackenburg).
Algunos temas
Además de las características de que ya hemos hablado anteriormente y que constituyen
la peculiaridad del relato de Mc, pueden profundizarse todavía algunos temas sobre los que
se centra la narración.
3.Tentación
Para entender con exactitud qué es la tentación, es necesario relacionarla con la oración,
como ya se ha dicho anteriormente.
La tentación (peirasmos) no es el escándalo (tropiezo, lazo, trampa), ni siquiera de forma
genérica, la incitación al mal.
Se trata de una potencia en acción. Una potencia actuante con la intención precisa de
romper, de separar.
Basta leer el relato de las tentaciones de Jesús en Mt y Lc para darse cuenta de esta
realidad: el tentador trata de separar a Jesús del proyecto del Padre, es decir, del camino
de un Mesías sufriente para hacerle emprender un camino de facilidad, de éxito y de
poder.
Mc, que no nos ha transmitido el contenido de las tentaciones de Jesús en el desierto al
comienzo de la misión, sitúa aquí, en la hora decisiva, la tentación que resume todas las
demás: separarse del cáliz amargo, oponer su propia voluntad a la voluntad del Padre.
Jesús no cae en la tentación porque ora.
No es casualidad que en el episodio de Getsemaní
haya dos expresiones que repiten dos peticiones del Padrenuestro: "...lo que quieras tú"
("hágase tu voluntad" Mt 6, 10); "...orad para que no caigáis en tentación" ("y no nos dejes
caer en tentación...", /Mt/06/13).
La oración es el único medio para hacer la voluntad del Padre y para evitar "caer" en
tentación, esto es, en la separación de la voluntad de Dios.
4. "Entrega": esto es, del don a los hombres (eucaristía) al abandono a los
hombres (detención) ENTREGA/EU
Considerando a la vez el relato de la institución de la eucaristía y la escena de
Getsemaní, pueden distinguirse tres momentos interdependientes del don que Jesús hace
de sí mismo.
- Se da a los hombres en la eucaristía.
- Se abandona en manos del Padre en la oración de la agonía.
- Se abandona a los hombres para ser arrestado.
Estamos ante el paso de la iniciativa del don a la pasividad del abandono.
Desde el momento del arresto, Jesús pasa de mano en mano como una cosa. Judas lo
"entrega" a sus enemigos, éstos lo "entregan" a Pilato que, a su vez, lo "entrega" a la
muerte.
Pero todo esto depende de una aceptación voluntaria que se sitúa en el mismo centro del
episodio de Getsemaní:"¡Abba, Padre!... lo que quieras tú".
Puede igualmente resaltarse la soberana libertad de Cristo en las distintas situaciones,
en la
- fidelidad a la alianza (14, 24),
- fidelidad al Padre (14, 36).
- fidelidad a las Escrituras (14, 49).
5. "Tomad"
Este es un verbo que se repite insistentemente. Y resulta espontáneo ponerlo en
paralelismo con lo realizado por Jesús durante la última cena.
"Tomad, esto es mi cuerpo" (14, 22).
Dirigiéndose a Getsemaní "toma consigo a Pedro, Santiago y Juan" (14, 13), pero éstos
hacen patente su incapacidad para estar con él. Y entonces son los enemigos quienes
vienen a "tomarlo". "Habéis venido a prenderme con espadas y palos..." (14, 48).
Tomó pan, lo partió, «No sea lo que yo quiero, «¿Como contra un saltea-
se lo dio y dijo: sino lo que quieras tú...» dor habéis salido a
«Tomad...»(v. 22). (v. 36). prenderme con espadas y
palos?» (v. 48).
Agonía
Precisamos ahora algunas cosas repasando el texto.
"Mi alma está triste hasta el punto de morir" (v.34).
Existen distintas explicaciones de esta expresión.
Algunos siguiendo a la Vulgata, la interpretan en sentido temporal: hasta la muerte. Esta
tristeza desaparecerá únicamente con la muerte.
Otros lo hacen en sentido comparativo: se trata de una tristeza comparable a la que
puede sentirse en el instante de la muerte.
En sentido final: mi alma está tan triste que deseo morirme.
O en sentido causal: mi ser está abatido por una tristeza tan grande que me provoca la
muerte.
Me parece que la mejor lectura es la última y que, por tanto, la mejor traducción sería la
que hemos ofrecido "que me hace morir". En el fondo se trata de un superlativo: es una
tristeza en grado máximo, algo tan intenso que provoca la muerte.
San Ambrosio lo explica así: "Estaba triste no por su pasión, sino por nuestra
dispersión".
"¡Abba, Padre!" (v.36). El término "Padre" dirigido a Dios no es demasiado frecuente en el
Antiguo Testamento.
En el judaísmo postbíblico algunas veces se considera a Dios también como Padre de
cada uno, pero raramente se le invoca de este modo.
El vocablo arameo "abba" es tomado del lenguaje familiar y equivale a nuestro "papá".
Pero, de todos modos, ningún judío se ha atrevido en ningún momento a servirse de este
vocablo para invocar a Dios. De ahí que la expresión que se pone en boca de Jesús sea
única en su género. Mc es el único evangelista que la recoge.
Por ello, como indica A. Feuillet, su significación es notable, tanto desde el punto de vista
histórico (ninguna comunidad cristiana procedente del judaísmo se habría atrevido a atribuir
a Jesús esta forma de dirigirse a Dios, encontrándonos ante una de las expresiones que los
escrituristas definen como "ipsissima vox Jesu", es decir, ante una palabra tal como salió de
la boca de Cristo), como desde el punto de vista teológico: Jesús manifiesta tener
conciencia de ser Hijo de Dios en sentido estricto.
Lagrange interpreta el ir y venir de Jesús como una expresión típica de las personas
abatidas por la tristeza "que no pueden quedarse quietas en el mismo sitio". Me parece
pobre la interpretación. Quizás se subraya la obstinación de Jesús por volver a anudar la
relación en vías de romperse, por impedir la dispersión.
Los apóstoles no se separarían de él si él se separase de la voluntad del Padre que le
ofrece el cáliz de la pasión.
Pero Jesús, de la misma forma que no acepta separarse del Padre, hace todos los
intentos posibles para lograr también la sumisión de los apóstoles al proyecto divino. Creo
que éste es el más profundo significado de su triple alejarse y volver.
Cuando Jesús vuelve por tercera vez a los tres apóstoles ya no les recrimina. Sino que
les dice: "ahora ya podéis dormir y descansar..." (v. 41).
Hay quienes interpretan esta frase como una orden. Otros como una amarga
constatación. Algunos como un ruego. Quizás sea preferible la primera interpretación
aunque puede entreverse en sus palabras un indicio de ironía.
Bien, la separación se ha consumado. El maestro ya no tiene poder alguno sobre sus
discípulos, que no han sabido aprovechar la última oportunidad que se les ha dado. Ahora
ya pueden dormir si quieren.
De todos modos la afirmación central sigue siendo ésta: "El hijo del hombre va a ser
entregado en manos de los pecadores". Esta expresión constituye una especie de síntesis
entre la figura del hijo del hombre de Daniel y la del siervo de Yahvé de Isaías 53.
Prendimiento
"Una multitud con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes, de los escribas y
de los ancianos". Siempre van unidas estas tres categorías de personas. La multitud
desempeña un papel instrumental. Existe una alianza -y, en consecuencia, una
responsabilidad común- entre todos los que detentan el poder (religioso, cultural-teológico,
civil) encaminada a eliminar a Jesús el "perturbador".
"Uno de los presentes, sacando la espada..." (v. 47). Mc no especifica quién fue este
"impulsivo". De todas formas, su gesto más que un intento (inoportuno además de inútil) de
defensa parece querer sellar una acción vergonzosa, castigar una ofensa intolerable. Se
trata de un golpe de espada "que produce al siervo del sumo sacerdote una señal duradera
de vergüenza" (Lohmeyer).
O, quizás, quiera Mc recalcar una vez más el tema de la incomprensión de los discípulos
con esta alusión a la violencia en oposición a la desarmada debilidad querida por Jesús.
Entre otras cosas, el evangelista emplea el diminutivo de oreja.
Hay que entenderlo, por lo tanto, referido al lóbulo de la oreja.
La dramática escena no termina con la huida de los discípulos sino con el sorprendente y
hasta grotesco episodio del desconocido que trata de seguir a Jesús, pero que en cuanto le
echan las manos encima para detenerlo también a él, abandona la sábana en que estaba
envuelto y huye desnudo.
¿Quien es ese extraño individuo? Una tradición afirma que el mismo Marcos. Debe
tratarse ciertamente de alguien que vive en la finca o cerca de ella. De otro modo no
andaría de noche vestido -o desvestido- de esta forma.
Pero es probable que el episodio revista un aspecto simbólico que trasciende la
curiosidad de averiguar la identidad del personaje.
Mc emplea dos términos "reveladores": neaniskon (joven) y sindona (sábana).
Volveremos a encontrarlos en el relato del sepulcro y de la resurrección.
No hay que excluir que en la hora de las tinieblas, cuando todo parece acabado, Mc
introduzca un rayo de luz que venga de la resurrección. Como si quisiera asegurar que no
se acaba todo con la detención.
Alguien se escapará de las garras de los enemigos y de la muerte dejando solamente
tras de sí una sábana inservible.
PROVOCACIONES
2. Al final del discurso escatológico, Jesús invita a la vigilancia, porque el hijo del hombre
puede llegar "de improviso". Un estudioso ve en la escena de Getsemaní una "parusía
anticipada".
"...Viene y los encuentra dormidos".
"Volvió otra vez y los encontró dormidos".
"Viene por tercera vez y les dice: ahora ya podéis dormir".
Parusía anticipada o, más sencillamente, una especie de ensayo general de "aquel día".
No puede decirse que haya tenido éxito.
Los apóstoles, que deberían ser capaces de "velar" hasta el fin del mundo, no logran
permanecer ni siquiera una hora despiertos.
Y no es que Cristo haya llegado de improviso; aun estando advertidos, los tres amigos se
dejan "coger in fraganti" en el sueño.
Y Jesús va hacia la muerte con una sensación de fracaso.
Por mucho que él acorte los tiempos, nuestro sueño logra siempre salirse con la suya, la
espera.
3. "Simón, ¿duermes?..."
Si al menos hubiera esbozado una respuesta... Algo así como: "Señor, no puedo más, ten
paciencia. Acepta mi pesadez como participación en tu drama. Solamente logro estar cerca
de ti con el sueño...".
Quizás le hubiera gustado a Jesús al menos esta debilidad.
Puede ser que no pretendiese una prueba de fuerza.
Probablemente se habría conformado con una prueba de debilidad aunque reconocida,
admitida, ofrecida.
Pero nada. Ni una palabra.
Silencio y sueño juntos para expresar la más fría "extraneidad".
4. "Simón, ¿duermes?..."
Surge la duda de si Pedro interpretó la frase como una aprobación benévola, como una
expresión de ternura de Jesús para él.
Si quisiéramos ser crueles con él, podríamos decir que Simón tenía necesidad urgente de
descansar después de la enorme fatiga de sus protestas de fidelidad perpetua y para estar
preparado pocas horas más tarde para no conocer al Maestro...
En realidad, la negación comienza en Getsemaní. Ya aquí Pedro demuestra claramente
no conocer al Maestro. A partir de este momento pierde de vista al Maestro.
Durante el proceso, su no-conocimiento tendrá lugar ante extraños.
Aquí, en presencia del interesado. ¡Hala! Un momento de sueño y Jesús se convierte en
alguien con quien nada se tiene que ver.
De esta forma el canto del gallo no sirve para despertarnos sino para recordarnos que no
deberíamos haber dormido.
La culpa no la tiene el sueño.
Pero sí el dormirse.
5. "Simón, ¿duermes)..."
Ya no lo llama Pedro, sino por su antiguo nombre.
Ha desaparecido el hombre-piedra.
No soy quién para afirmarlo. Pero tengo la impresión de que nos encontramos ante un
mero recuerdo personal.
Debe de haber quedado dolorosamente impreso en la memoria de Pedro el momento en
que Jesús se dirigió a él con el nombre equivocado.
Que, en esta ocasión, resultó ser luego el auténtico...
6."¡Levantaos!"
El Maestro está de pie. Dispuesto a afrontar la prueba, pero también a "anticipar" el
glorioso "levantarse" de la resurrección.
También los apóstoles son invitados a levantarse.
Pero cuando por fin logran hacerlo, he aquí que no están dispuestos a acompañar al
Maestro ni a anunciar la victoria sobre la muerte, sino solamente a huir.
El estar de pie de Jesús indica su voluntad de "perder la vida".
El de los apóstoles, su intención de ponerse a salvo.
Podemos realizar todos los gestos necesarios de la mejor manera.
Pero no basta la posición del cuerpo. Al contrario, en ocasiones puede significar
precisamente lo contrario de lo que debiera expresar.
No se puede engañar con los "signos".
Los mismos signos nos condenan.
10. El hombre de la sábana es el último discípulo. Un discípulo fallido. Un iluso que creyó
poder seguir a Cristo confiando en su valentía personal, envuelto en la sábana de su propia
fuerza.
Unos pasos y la sábana se queda sin dueño.
No es que haya llegado tarde. El ladrón llegará después de él y sin embargo llegó a
tiempo.
Lo que pasa es que no pidió al Señor la gracia de seguirlo. Creyó equivocadamente que
el seguimiento era una decisión personal, un asunto privado, que dependía de él y no del
detenido.
Ahora tendrá que esperar.
Como don, si quiere, se le devolverá la sábana.
Dentro de poco la tumba estará vacía.
Volverá a tener su sábana, pero no será ya la suya.
Solamente entonces tendrá la seguridad de no haberla perdido por el camino.
Solamente cuando se está revestido de la fuerza de Cristo resucitado, el seguimiento
deja de terminar en fuga.
La sábana que pensamos llevar con nosotros se pierde o nos la quitan sin remedio.
Sólo la recibida como don pasa a ser realmente nuestra, intocable.
Seguimiento no es llevar algo consigo.
Si acaso, es perder algo.
Y dejarse llevar por alguien.
CONFRONTACIONES
La primera herida
A Judas no le será suficiente señalar con la mano a Jesús o distinguirlo por los rasgos de
su cara o los colores de su manto...
...Es posible que, una vez junto al Maestro, se diera cuenta Judas de no poder justificar
esa estúpida e ilógica cercanía sin concluirla con un beso...
...Esta boca que lo roza constituye el inicio real de la pasión de su cuerpo: es la primera
brutalidad física. Ia primera herida (L. Santucci, Volete andarvene anche voi?, 1969).
La dirección contraria
«Cristo Jesús... aun siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.
Sino que se despojó de sí mismo...» (Flp 2, 5-7).
A esta capacidad del Señor para abrirse al don de sí mismo corresponde el hombre con
una sorprendente riqueza de actitudes contrarias. El vocabulario está lleno de expresiones
significativas de nuestra capacidad de tomar y poseer. Sólo en la letra «a» nos
encontramos con: agarrar, acaparar, atrapar, arramblar, asir, aferrar, apropiarse, arrogarse,
arrebatar...
La actitud contraria de Jesús lo expone al rechazo. Ya en Nazaret tratan de
desembarazarse de él despeñándolo desde el monte, pero esa vez consigue pasar entre
ellos en dirección opuesta, que precisamente es... Ia suya: «pasando por medio de ellos, se
marchó» (Lc 4, 30).
En el huerto, sin embargo, esta dirección contraria le es interrumpida: lo detienen, lo
«arrestan». En el pasaje todos ponen un enorme interés en ser sí mismos y mostrarse
como tales en la captura del Señor. Los que no intervienen directamente, huyen. Y el único
que intenta hacerles frente, lo hace desafortunadamente.
En toda la acción, que termina precisamente con la captura de Jesús, los posesivos
personajes de la narración, incluso el que intenta liberarlo con la espada, son en realidad
poseídos. Su símbolo está en el beso de Judas, poseído por el demonio. Jesús es la única
persona libre... Sus brazos están encadenados. El que aquí habla es un prisionero, un
hombre cada vez más asediado y rodeado. Ya no podrá aferrarse a nada; y todavía será
clavado en la cruz... Contemplando estas manos atadas, su voluntaria incapacidad de
tomar y de abrazar, aumenta en nosotros el conocimiento de su ser divino y libre en radical
oposición con nuestro ser (Una comunità legge il vangelo.... O. c.).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 48-69)
..................
1. Sigo sustancialmente la posición de X. L. Dufour en Face à la mort: Jesus et Paul. París 1979, 116 s.
2. Lucas se limita a la segunda parte (parenética), mientras Juan se refiere exclusivamente a la primera (cris-
tológica). Marcos y Mateo han unido ambas tradiciones aunque con notables diferencias desde el punto de
vista literario.
Muchos interrogantes
Normalmente, al llegar aquí, los comentaristas más autorizados se cruzan de brazos y
advierten que el proceso de Jesús, especialmente ante el sanedrín, plantea un cúmulo de
dificultades de todo tipo (histórico, judicial, teológico y político) y provoca acendradas
discusiones entre los especialistas sin que hasta el momento se haya llegado a conclusiones
seguras ni siquiera sobre los puntos más importantes.
Partamos, por tanto, de las dificultades y dudas que de ellas se derivan. Dado el carácter
de esta obra, nos limitaremos a esbozarlas.
-Parece improbable la convocatoria nocturna del sanedrín. Como en otras partes las
sesiones del tribunal tienen lugar durante el día. Además, ¿cómo se explica, si se tiene en
cuenta lo imprevisto de la convocatoria, que en plena noche se obtuviera el pleno de 71
personas?
-De acuerdo con el procedimiento procesual normal, una sentencia de muerte sólo podía
dictarse después de un mínimo de dos días de debate y, en todo caso, nunca de noche.
-Existen evidentes divergencias entre los sinópticos. Mc y Mt hablan de una sesión
procesual nocturna «doblada» por una nueva reunión situada en la mañana. Lc sin
embargo, solamente constata una sesión de mañana ante el sanedrín. Y durante la noche
sitúa exclusivamente la negación de Pedro y las burlas de los soldados.
-Una duda importante: ¿Es realmente seguro que las autoridades judías defendieran
solamente el derecho a formular una petición de condena capital, reservando siempre a los
romanos su ejecución?
La duda no es de poca entidad. Porque en el caso de que los judíos también hubieran
podido proceder a la ejecución, toda la responsabilidad de la muerte de Jesús recaería en
los romanos.
-Todo el asunto da la impresión de apresuramiento. Entre otras cosas porque algunas
fuentes históricas presentan a Pilato como un tipo duro, obstinado, no demasiado flexible y
difícilmente influenciable. ¿Cómo se explica entonces que cediera tan rápidamente a las
presiones de las clases dirigentes judías?
-Una duda básica más: el sumo sacerdote califica de blasfemia una declaración de Jesús
sobre su propia mesianidad que, de suyo, no sonaba a blasfema en el judaísmo y, en
cualquier caso, ciertamente no merecedora de muerte. ¿Cuál fue en realidad el delito por el
que Jesús fue condenado?
-Para terminar, ¿cómo puede relatarse una sesión sin la presencia de testigos oculares?
(Y me parece que ésta es la dificultad menos consistente, porque olvida la presencia de
hombres como José de Arimatea y Nicodemo. Y olvida igualmente el hecho de que en una
sesión de decenas de personas los secretos tienen una irresistible tendencia a salir
fuera...).
1. Todo se centra en torno a la pregunta del sumo sacerdote: "¿Eres tú el Cristo, el Hijo
del Bendito? (o sea, de Dios)".
Por encima del significado que esta expresión pudiera tener para un judío, la pregunta
retoma el tema de todo el evangelio de Mc, un tema declarado desde el principio:
"Comienzo del Evangelio de Jesucristo Hijo de Dios" (1, 1).
En boca del sumo sacerdote la pregunta tenía un simple significado mesiánico. Mc la
utiliza, sin embargo, para expresar la filiación divina de Cristo, entendida al estilo cristiano.
O sea que como hace notar P. Lamarche, hay que insistir más en el sentido que esta
expresión tenía al escribir Mc que en el que le daba el sumo sacerdote.
Ahora bien, para los lectores cristianos, "el apelativo Hijo del Bendito, esto es, Hijo de
Dios, sobrepasa el concepto mesiánico judío y remite a la realidad profunda de Jesús, a su
relación exclusiva con Dios" (R. Fabris).
Con otras palabras, la pregunta incita a la comunidad cristiana, que está en trance de
persecución, a pronunciar la profesión de su propia fe en Cristo, enviado de Dios, Hijo de
Dios, Señor del mundo y de la comunidad.
En ningún otro pasaje, como en éste, el relato de Mc más que historia en sentido estricto,
es kerigma, anuncio.
2. Este propósito es aún más evidente si se tiene en cuenta el particular método con que
el evangelista lleva adelante al mismo tiempo el hilo de las dos historias: la de Cristo y la de
Pedro. Ambos, Maestro y discípulo, sufren un interrogatorio. Y su comportamiento es
radicalmente distinto. Cristo reconoce abiertamente su propia identidad. Pedro declara no
tener nada que ver con el Maestro.
De este modo se sitúa a la comunidad frente al dilema de escoger entre la profesión
valiente de fe, sin concesiones, y la infidelidad, entre salvar su propia vida renegando de
Cristo y perder su propia vida por Cristo y por su evangelio.
2. No se dice que la praxis procesal seguida haya sido la codificada por los fariseos.
Había también una legislación saducea con notables divergencias.
De todos modos, la garantía de los derechos del acusado no era ciertamente lo que
preocupaba (de hecho no se escucha a los testigos de la defensa), sino dar una apariencia
legal al proceso.
Por esta razón la sesión matinal del sanedrín podría incluso no constituir una repetición,
sino servir al objetivo de guardar las formas.
Siendo así, por la noche habría tenido lugar una instrucción informal (que encuentra en
Juan su equivalente en el interrogatorio de Anás).
Por la mañana, con una apariencia de legalidad, se hace la formulación precisa de la
acusación y se lleva a cabo la devolución del imputado a la autoridad romana
"competente".
El Sanedrín
Examinemos ahora más detalladamente el texto.
La reunión tiene lugar "ante el sumo sacerdote" a quien Mc no nombra y que debe ser el
que entonces desempeñaba el cargo (Caifás). Es probable que la reunión tenga lugar no
en la sede del tribunal, aneja al templo, ya que es de noche y está cerrado el templo, sino
en la residencia del sumo sacerdote.
"Se reúnen todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas" (v.53).
Se trata del sanedrín, la máxima asamblea legislativa y judicial de Israel, el guía de la
nación en la práctica.
Recordemos las tres clases que lo componen.
Jefes de los sacerdotes: son la nobleza religiosa. A esta clase pertenecían el sumo
sacerdote en ejercicio (que podía ser sustituido o destituido por el rey o por el gobernador
romano), los ex-sumos sacerdotes que conservaban el título con otros muchos privilegios y,
finalmente, los miembros de las grandes familias sacerdotales.
Los ancianos: son la aristocracia laica, formada esencialmente por ricos propietarios
terratenientes.
Los escribas. El nombre indica simplemente gente que sabe escribir. Pero en realidad
son laicos, con frecuencia de extracción social modesta, expertos en la ley y teólogos. Son
los "doctores" que tantas disputas entablaron con Jesús.
La pregunta fundamental
El sumo sacerdote interviene para tomar personalmente las riendas del debate que están
en peligro de romperse.
De las múltiples acusaciones se pasa a la acusación principal sobre la postura de Jesús
frente al templo, para llegar de este modo a la pregunta fundamental sobre la identidad del
imputado.
El proceso se simplifica y toma una dirección precisa. Fuera verdadera o falsa la
intención de Jesús de destruir el templo, lo cierto es que tenía el proyecto de construir otro
nuevo.
Pero, bueno, ¿quién eres? ¿quién te crees? "¿Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios Bendito?"
(v. 61).
Ya hemos indicado que en el judaísmo el Mesías no tenía necesariamente prerrogativas
divinas y mucho menos se le consideraba hijo de Dios en sentido estricto.
Jesús que hasta ese momento ha estado callado, toma ahora la palabra para afirmar
expresamente: "Sí, soy yo" (v. 62).
Mientras en el relato de Mt encontramos una respuesta evasiva ("tú lo dices"), aquí
estamos ante una afirmación categórica.
Llama la atención que Jesús proclame su propia identidad, precisamente en el evangelio
del secreto mesiánico.
En realidad ahora, en el punto más bajo de la parábola del "anonadamiento", en el cenit
de la debilidad y del fracaso, han desaparecido los peligros de equívoco sobre el sentido de
su misión.
Y, a continuación, Jesús remite al futuro: "Y veréis...". Su poder se manifestará en el
futuro cuando el hijo del hombre sea entronizado a la derecha del poder y venga "entre las
nubes del cielo" (en Mc 13, 6 encontramos "sobre las nubes").
En el fondo Jesús precisa por última vez: Yo soy, pero no como os lo imagináis. Y cita
dos textos: el salmo 109 ("Oráculo del Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha") y una
expresión de Daniel 7, 13 ("aparecer sobre las nubes del cielo").
No es la primera vez que Jesús cita estos textos. El primero ya lo había usado en su
última discusión con los escribas (Mc 12,36); y el segundo en el discurso escatológico (Mc
13, 26).
En el segundo texto puede discutirse si la visión se refiere al hijo del hombre que "sube
sobre las nubes" -como peldaños- para la entronización, para recibir de Dios el poder, o si
"baja" hacia los hombres, en la parusía, para juzgarles. Es posible que Jesús entendiese
ambos significados a la vez (exaltación por la resurrección, pero también alusión a la
parusía).
Silencio y palabra
A lo largo de todo el interrogatorio, la actitud de Jesús oscila entre el silencio y la
palabra.
Jesús calla ante las falsas acusaciones. No responde a los falsos testimonios.
"¿No respondes nada?"... Pero él seguía callado y no respondía nada (v. 60-61).
Este silencio deja entrever ya un resquicio de su identidad: "...No abrió la boca. Como un
cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda,
tampoco él abrió la boca" (/Is/53/07).
San Pedro dirá: "... el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no
amenazaba, sino que se ponía en manos de aquel que juzga con justicia" (1 P 2, 23).
H. Schlier comenta de esta forma: "En el silencio frente a la falsa acusación se manifiesta
la obediencia de su amor, obediencia que carga también con la mentira de los hombres
para llevarla en su lugar.
Jesús no discute. A las acusaciones, incluso a las falsas acusaciones, responde con el
silencio. Y su callar es elocuente. Dice que aquí sufre el siervo de Dios".
No es el suyo el silencio de la protesta, sino el del amor.
No es el silencio de la amargura y del resentimiento, sino un silencio oblativo, sacrificial.
En el fondo, Jesús ha venido para cargar sobre sí la acusación.
Pero por encima del silencio, está también la palabra reveladora de su identidad,
inmediatamente después de la pregunta expresa del sumo sacerdote.
Continúa H. Schlier: "Lo que según Mc 1,11 manifestó sobre él la voz del cielo: "Tú eres
mi Hijo muy amado; en ti me complazco", es retomado ahora por Jesús en su impotencia,
cuando todo parece contradecirlo, y lo confiesa ante sus jueces... El pobre misionero,
desposeído de todo poder y entregado a sus jueces que ya han decidido la sentencia en su
corazón, afirma ser el hijo del hombre, señor y juez" .
Sirviéndose también de la palabra, Jesús retoma el tema del "siervo de Dios" que
"prosperará, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera.
Así como se asombraron de él muchos -pues tan desfigurado tenía el aspecto que no
parecía hombre ni su apariencia era humana- otro tanto se admirarán muchas naciones;
ante él cerrarán los reyes la boca..." (Is 52, 13-14).
El mensaje para la comunidad cristiana es claro: Jesús es el Señor precisamente cuanto
todo parece indicar lo contrario.
El "poderoso" es el que se entrega inerme en manos de sus enemigos, el que no se
defiende ante los jueces y calla ante las acusaciones.
Y el que, cuando habla, otorga a sus adversarios el motivo jurídico para condenarlo a
muerte.
El silencio y la palabra forman parte del testimonio cristiano.
La verdad lleva al Calvario y a la resurrección.
Los ultrajes
"Y algunos se pusieron a escupirle..." (v. 65).
Una escena brevísima, pero rebosante de significado.
Las mismas personas que decretaron la muerte de Jesús se prestan a un espectáculo
vulgar y malvado más bien propio de la soldadesca.
Más tarde se unirán los siervos.
Según Mc son, por consiguiente, los jefes, personas respetables, quienes escupen a
Jesús.
Hemos de tomar inmediatamente nota de esta conclusión: aquellos irreprochables jueces,
después de haber guardado las apariencias legales durante el proceso, dejan ahora paso
libre a sus auténticos sentimientos para con Jesús. Lo que demuestra que el juicio anterior
no había sido totalmente imparcial sino fruto de prejuicios y odio.
A las bofetadas y los golpes (probablemente golpes con la mano y luego con los puños)
viene a añadirse un desagradable juego: se le vendan a Jesús los ojos. Y a continuación se
le pide que adivine, que haga de profeta.
¿Que adivine qué? Mc se olvida de decirlo.
Pero probablemente: ¿quién te ha pegado? Existen muchas interpretaciones de este
episodio. Pero parece importante que se capte el significado funda- mental de la escena: el
Cristo mofado es el profeta por excelencia, el que habla en nombre de Dios. El Cristo con la
venda en los ojos es el que desvela el rostro del Padre.
"De esta forma el Jesús golpeado, maltratado, que se deja abofetear, es la imagen
perfecta del Padre. Y esta revelación en acto es la que ilumina con luz nueva las relaciones
entre Dios y el hombre, y anuncia y posibilita la salvación. Y esta revelación es tan
desconcertante que no hay que escandalizarse si, después de diecinueve siglos de
cristianismo, se encuentra enterrada y escondida bajo el suntuoso revestimiento de una
enseñanza sobre Dios más filosófica, moral y religiosa que auténticamente cristiana".
El discípulo también bajo proceso PEDRO/PASION-J:
Paralelamente al proceso de Jesús se desarrolla el del discípulo, si bien con modalidades
y consecuencias distintas.
El episodio es sin duda histórico. Resulta difícil imaginar que la iglesia haya podido
inventar un hecho tan "escabroso", cuyo protagonista es un personaje de relieve y muy
respetado. A no ser que la primitiva comunidad cristiana tuviera marcadas tendencias
autolesivas, naturalmente... O que se impusiera un fuerte partido antipetrino (lo que debería
probarse). Entre otras cosas, Mc es un fiel discípulo de Pedro y no habría recogido una
calumnia de este género, si de calumnia se hubiera tratado.
En realidad Pedro, que se ha recobrado del sueño y ha recuperado algo de la osadía de
su temperamento generoso, acaso recordando sus tan seguras promesas de fidelidad,
intenta no perder de vista al maestro, aunque manteniéndose a una prudente distancia de
los guardias para evitar complicaciones.
Pero el mismo fuego que dentro del patio le sirve para calentarse, sirve también a una
criada para observarlo con atención.
Y así comienza un molesto interrogatorio que Pedro trata de evitar fingiendo primero
estar en las nubes ("ni le reconozco ni sé de qué me hablas") (v. 68) y alejándose después
hacia el atrio exterior del patio, desde donde puede seguir el desarrollo de los hechos sin
comprometerse demasiado.
Pero la criada es tan implacable en su investigación y denuncia que encuentra incluso la
confirmación de los presentes, que no tienen duda alguna sobre la procedencia de Pedro
(aunque no se nos concreten los indicios por los que conocen que es de Galilea, quizás por
el vestido).
Estamos ante una triple negación de Pedro. La última acompañada de juramento.
La expresión "imprecar" significa "maldecir" (a alguien o a sí mismos). En realidad Pedro
llega a decir: "Que Dios me maldiga si conozco a este hombre".
"Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez" (v. 72). Algunos manuscritos no
recogen el primer canto del gallo.
Entonces Pedro se acuerda de la palabra de Jesús que había predicho su caída, su
negativa a dejarse mezclar en el asunto de su Maestro.
"Y rompió a llorar" (v. 73). Como ya hemos advertido, el primer verbo es susceptible de
diversas traducciones. Teofilacto propone la siguiente: "habiéndose cubierto la cabeza...
lloró". Por tanto, se habría tapado la cara con el manto o con un velo. Como si quisiera
significar su vergüenza.
Igualmente significativa es la traducción que se ajusta al sentido literal de "lanzarse de
cabeza a hacer algo". O sea, en ese momento, Pedro explota en sollozos. Es lo más
urgente que tiene que hacer.
Creo que el significado del episodio para la comunidad cristiana, que no ha podido dejar
de recogerlo, tiene tres aspectos:
1. Cualquiera puede pedir a un discípulo cuentas de su fe. Y el cristiano debe responder
y dar testimonio incluso ante la persona más insignificante, y no solamente en las grandes
ocasiones y en los ambientes más cualificados.
2. La comunidad no puede considerarse inmune, "garantizada" de caídas y compromisos
desde el momento en que hasta el jefe ha capitulado de una forma tan poco gloriosa.
El reconocimiento humilde de la propia debilidad vale más que todas las altisonantes
declaraciones de valor y fidelidad.
3. "Cuando Dios espera el testimonio de un discípulo, la negativa a darlo se convierte en
culpa" (E. Schweizer). Y lo único que puede hacerse es llorar, no justificarse.
PROVOCACIONES
2. Judas ha entregado al Maestro en manos de sus enemigos (he aquí la traición). Pero
Pedro y sus compañeros en fuga se lo han dejado.
5. "Adivina".
Necesitamos que tengas la venda bien apretada en tu cara.
Por eso te la hemos puesto.
Es nuestra obra de piedad. Para con nosotros mismos, no para el condenado.
Queremos poder seguir con nuestro malvado juego sin tenernos que encontrar con tu
mirada.
Necesitamos anestesia para hacer el mal.
Esa venda, entre otras cosas dice mucho de nuestro coraje.
Nos da seguridad.
Así estamos seguros de que no ves de dónde viene el golpe.
Y no nos damos cuenta de que tú deberías ver.
No se trata de "adivinar" al culpable.
Si no de saber a quién vas a conceder tu perdón.
6. Bien pensado, es verdad que Pedro ha sido sincero al jurar: "¡Yo no conozco a ese
hombre de que me habláis!".
En realidad al Cristo humillado, rechazado, condenado, llevado hacia la muerte nunca lo
ha conocido, nunca ha querido reconocerlo.
Jamás ha compartido la elección de ese camino.
El aceptaba otro Jesús.
Con éste no ha estado nunca de acuerdo.
Estaba dispuesto a seguir al Jesús de los milagros, de las curaciones, de las
revelaciones excepcionales, pero no a este hombre que se esconde, que no se defiende,
que se deja procesar y burlar.
¡Vale ya! Demasiado fácil cebarse en Pedro.
Pero yo obro peor que él.
Aun negando a su Maestro, Pedro por lo menos ha sido sincero, incluso honesto.
Yo puedo afirmar solemnemente que conozco a este hombre (¡como no me complico la
vida con ello!). Y, sin embargo, doy un testimonio falso.
Porque no acepto su camino.
La falsedad más colosal, la más grande impostura es ésta: afirmar que estás de parte de
Cristo y no tener nada que ver con él.
Es decir, reconocerlo pero guardarse bien de parecerse a él.
CONFRONTACIONES
La entrega a Pilato
Después del proceso judío -"legalizado" por la sesión matinal del sanedrín- he aquí el
proceso romano.
Y en él persiste una pregunta central: "¿Eres tú el rey de los judíos?".
Durante el traslado desde el sanedrín al palacio del procurador se ha cambiado el cargo
acusatorio.
Pues la clase dirigente no podía sostener frente al funcionario romano la acusación de la
apropiación por Jesús del título del hijo del hombre.
Pilato no debía tener mucha familiaridad con las Escrituras y, en particular, con el libro de
Daniel y era poco probable que le picara la curiosidad de dedicarse a su lectura.
Era evidente que el procurador romano no iba a meterse en disputas religiosas.
He aquí que el hijo del hombre llega entonces a Pilato como "rey de los judíos" o,
implícitamente, como un sedicioso, como alguien capaz de provocar desórdenes e incluso
insurrecciones populares. "Rey de los judíos" pudiera ser quizás la traducción inexacta, pero
comprensible para Pilato, del título de "Mesías" (Cristo).
En otras palabras: los jefes de los sacerdotes habían intuido perfecta- mente que a Pilato
únicamente podría interesarle el aspecto político del asunto. De hecho, así fue.
En el relato de Mc hay dos polos: "rey de los judíos" y "jefes de los sacerdotes". Ambas
expresiones se repiten cuatro veces.
Pilato se da cuenta de lo que se oculta tras el asunto de que debe ocuparse: la envidia (v.
10). Y esa hay que atribuirla a los sumos sacerdotes, no a la gente.
Quizás tenga razón Bruckberger al definir el segundo proceso como un proceso "de cara
a la galería".
En realidad Jesús es condenado dos veces por distintos motivos.
El primer proceso ha sido un asunto interno de Israel.
El segundo refleja las preocupaciones de un funcionario de Roma.
De todas formas, tanto desde un ángulo religioso como desde un ángulo político, Jesús es
eliminado porque constituye un motivo de preocupación para los "responsables". Es un
perturbador.
El relato puede dividirse en cinco partes:
- entrega a Pilato (v. 1)
- interrogatorio (2-5)
- trueque con Barrabás y liberación de éste (6-15)
- condena a muerte de Jesús (v. 15)
- burlas de los soldados (16-20).
El inocente condenado
De Barrabás nada se sabe si exceptuamos lo que dice el evangelio.
Su nombre puede significar "hijo del Maestro" (Bar-Rabba) o "hijo del Padre" (Bar-Abba).
Y en este sentido también Jesús sería "Barrabás".
Pero es posible que la segunda etimología a que nos referimos deba entenderse en el
sentido del "hijo del padre", es decir, hijo de padre desconocido para referirse a un
desbandado, un "estúpido".
De todos modos es el terrorista quien consigue la amnistía en lugar del "rey de los
judíos"' La gente (pero no generalicemos: trata de la gente de Jerusalén, muy distinta de la
de Galilea; y, además, de una parte de ella, maniatada y dirigida por los jerarcas religiosos)
pide a grandes gritos la crucifixión de Jesús. Es la primera vez que aparece en el evangelio
la hostilidad de la gente para con Jesús. Al contrario, hasta ahora la simpatía popular era
un elemento que obligaba a los jefes a ser prudentes en la realización de su plan.
Pilato tergiversa, discute, negocia, se toma tiempo pero, al final, capitula ante la
multitud.
Y esto sorprende bastante si es verdad que se trataba de un tipo poco impresionable y
capaz de acciones provocadoras. Pero quizás el procurador romano quería hacerse
perdonar algunas cosas por los judíos. Y ha querido saldar cuentas de este modo.
Pero no sin haber antes emitido, a su manera, un veredicto de inocencia sobre Jesús:
"Pero ¿qué mal ha hecho?" (v. 14). No es una declaración explícita de inocencia, es sólo
una pregunta, pero es lo más que cabe esperar, dadas las circustancias, de un individuo
como Pilato preocupado de tener en cuenta tantas cosas. Del mismo modo su "extrañeza"
ante el silencio del imputado (v. 5) constituía en el fondo una especie de homenaje a la
dignidad de Jesús.
PROVOCACIONES
1. Casi todos los títulos son como éste: «Jesús ante Pilato».
Pero para Pilato es distinto.
Está cara a cara con Jesús, pero también con los jefes judíos, con la vociferante multitud
y, al menos mentalmente, con sus superiores de Roma.
Con toda esta gente tiene que hacer cuentas. Y es natural que sea el detenido el que
sufra las consecuencias. Hay quienes cuentan más que él.
Cuando no se tiene el valor de permanecer cara a cara solo con el inocente, sino que se
mira de reojo en otras direcciones, se toman las mismas decisiones de Pilato, unas
decisiones para «contentar», y no fruto de la coherencia y de la convicción.
4. No sé por qué nos impresiona tanto el episodio de Barrabás, por qué nos lamentamos
tanto de este cambio.
Claro, no nos hemos dado cuenta de que Barrabás somos nosotros.
Cada uno de nosotros somos el criminal que ha salvado su vida a cambio de la muerte de
Cristo.
El trueque no ha salido de Pilato, sino de Dios.
Y la elección no ha procedido de la gente, sino del mismo prisionero.
El se declaró culpable por nosotros. El, el inocente, ha cargado con la culpa destinada a
nosotros.
En este momento obtuvimos la concesión de la gracia pascual.
En ese momento cada uno de nosotros ha pasado a ser literalmente Barrabás, hijo del
Padre.
CONFRONTACIONES
Poncio Pilato
El día 14 del mes primaveral de Nisán, por la mañana temprano, envuelto en un manto
blanco forrado de rojo, con un típico andar de caballero, entró el procurador de Judea
Poncio Pilato en el pórtico situado entre las dos alas del palacio de Herodes el Grande...
...Sobre el pavimento de mosaico cerca de la fuente estaba ya preparado el sillón, se
sentó sin mirar a nadie y extendió la mano. Respetuosamente el secretario depositó en ella
un pergamino. Sin poder reprimir un gesto de dolor, dio una rápida ojeada al escrito y
devolvió el pergamino al secretario...
...Traed al acusado.
Desde el rellano del jardín, dos legionarios llevaron rápidamente al balcón del soportal y
detuvieron delante del sillón del procurador a un hombre que aparentaba unos veintisiete
años. Vestía un viejo y deteriorado manto azul. Su cabeza estaba cubierta por una venda
blanca con una correa alrededor de la frente y las manos atadas detrás de las espaldas.
Debajo del ojo izquierdo el hombre tenía un gran cardenal y en el extremo de los labios una
escoriación con un poco de sangre coagulado. El hombre miraba al procurador con una
curiosidad llena de inquietud (M. Bulgakov, El Maestro y Margarita Madrid 1968).
Sugerencia a un pintor
Apenas era de día cuando aquel gentío ocupó las cercanías del pretorio. He dicho
cercanías, porque aquella increíble gente mezclaba las prescripciones legales con
cualquier cosa, incluso con sus pasiones y sus odios. Aceptaban al procurador romano
como juez de un hijo de Israel y la prueba está en que le llevaron a Jesús a su presencia,
pero por nada del mundo habrían puesto sus pies dentro de un pretorio pagano para no
mancharse la víspera de la pascua. A este extremo habían llegado. En las observancias
religiosas hay una cierta lógica que, desviándola de su verdadero fin, conduce directamente
al fariseísmo. Ni siquiera pasa por la cabeza de los enemigos de Jesús la idea de que al
pedir el derramamiento de la sangre de un inocente, se están manchando con un delito
mayor que el de sobrepasar una determinada línea imaginaria.
Sin embargo empujan a Jesús hasta el pretorio aunque fuera como ellos un «súbdito de
la ley». En este espacio sacralizado, entre el juez y sus acusadores, Jesús está solo,
intocable. Es curioso que ningún pintor nunca haya intentado retratar esta multitud de
acusadores encerrados entre la muchedumbre pero, al mismo tiempo, aunque no hubiera
ningún obstáculo real, inmóvil sobre esta línea de demarcación de la pureza legal (R. L.
Bruckberger, La historia de Jesucristo, Barcelona 1966).
La auténtica burla
Durante algún tiempo la burla ha consistido en ver a Jesús, hombre de dulzura y de
perdón, traicionado, burlado, asesinado. En la actualidad la burla se sitúa precisamente en
la vertiente opuesta, al menos para aquellos cuya fe no es lo suficientemente fuerte como
para superar las adversidades. Está, por ejemplo, en ver cómo hombres santos, a los que
desde una profunda actitud de fe reconocemos como vicarios de Jesús, están enredados
en los nudos de la historia y continúan jugando a ser hombres de estado, en ver a hombres
píos y mundanos intrigar por vanidades en medio de la aprobación o de la indiferencia poco
menos que de todos. Y todo esto después de haberse proclamado discípulos (J. Sullivan,
Verità sellnaggia, Torino 1979).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 90-101)
3-6 - EL CAMINO DE LA CRUZ.
CRUCIFIXIÓN Y MUERTE.
CONFESIÓN DE FE DEL CENTURIÓN.
Mc/15/20-39 Mt/27/31-54 Lc/23/26/33-37 Lc/23/44/47
El calvario
La palabra Gólgota (Gulgultha en arameo) significa cráneo, calavera.
Es difícil, sin embargo, precisar por qué.
Dice P. Benoit: "¿Por qué se puso este nombre a este lugar? Se ha dicho que,
posiblemente, porque en él eran decapitados los condenados.
Existe una leyenda que dice que allí se había encontrado el cráneo de Adán. La capilla
de Adán en el Santo Sepulcro debe en efecto su nombre a esta leyenda.
La sangre de Cristo se habría vertido sobre la cabeza de Adán.
Aquí tuvo su origen la calavera que se encuentra en la base de nuestros crucifijos. Esta
leyenda es ciertamente falsa y ya san Jerónimo se indignó al haberla oído predicar en el
Calvario entre los aplausos de la gente.
Pero si desde el punto de vista histórico no deja de ser un producto de la imaginación,
desde el plano teológico constituye una magnífica verdad: la sangre de Cristo, el nuevo
Adán, ha purificado al primer Adán".
Otros hacen provenir su nombre de un saliente rocoso, bastante similar a una calavera.
Finalmente, algunos sostienen que en este lugar el terreno se levantaba ligeramente
formando una especie de joroba que podía dar la impresión de una cabeza.
Sea como fuere, este lugar estaba situado muy cerca de la línea de murallas de la
ciudad.
La expresión "le conducen" (v. 22) hace suponer que en este momento Jesús es casi
incapaz de moverse por sí mismo.
El vino mezclado con mirra (v. 23) era una bebida embriagante, fuertemente aromática,
que servía para aliviar el sufrimiento de los torturados. atonteciéndolos ("Dad bebidas
fuertes al que va a perecer, y vino al de alma amargada" /Pr/31/06).
El rechazo de este narcótico por Jesús expresa su intención de afrontar lúcidamente y
con plena consciencia el suplicio de la cruz.
Crucifixión
"...Le crucifican" (v. 24). El máximo laconismo en estos momentos en que el dolor alcanza
su mayor intensidad.
El condenado era fijado a la cruz con lazos o con clavos. Mc no especifica si Jesús ha
sido atado o clavado. Pero Mc y Lc sí aluden a que fue traspasado con clavos. Y toda la
tradición cristiana ofrece la imagen de Jesús clavado.
El sitio más "adecuado" para los clavos no es la palma de las manos cuyo tejido se
desgarra con facilidad sino la muñeca.
De todos modos parece que se le puso un trozo de madera entre las piernas para
sostener el peso del cuerpo. Algunos Padres de la iglesia hacen referencia a este asiento
descubriendo en él el signo de una cátedra o de un trono. San Justino, por ejemplo,
compara a Jesús en la cruz con un juez sentado en su trono. En cambio Agustín presenta a
Jesús en la cruz como un maestro que enseña desde su cátedra de doctor.
Parece que también tuvo un soporte en los pies.
La muerte llegaba por agotamiento y ahogamiento, pero a veces después de varios días
de atroces sufrimientos. La víctima desnuda e incapaz del más mínimo movimiento estaba
expuesta a la más atormentadora sed, a los insectos y a los dolores más desgarradores. En
ocasiones ni siquiera los verdugos eran capaces de soportar ese atroz espectáculo y
"remataban" al desgraciado con un lanzazo o le rompían las piernas.
Es completamente verosímil la costumbre de otorgar los vestidos del condenado a los
ejecutores de la sentencia. Y también el sortearlos. El juego de los dados era una forma de
matar el tiempo mientras la víctima se decidía a morir.
Mc recuerda el salmo 21, 19 (22): "repártense entre sí mis vestiduras y se sortean mi
túnica". (La norma de los romanos era crucificar desnudos a los condenados. "Sin embargo
es verosímil -como hace notar P. Benoit- que en Palestina los romanos no hayan querido
herir la sensibilidad judía muy delicada a este respecto. Pues la ley judía pide, en efecto,
que el condenado lleve un trozo de paño en torno a los riñones. Es posible por tanto que
los soldados romanos hayan dejado un retazo de tela en los costados de Jesús en la
cruz").
Se da con precisión la hora de la crucifixión: las nueve. A mediodía
vendrán las tinieblas. A las tres, la muerte.
De este modo el tiempo de la pasión se divide de acuerdo con un reparto que
corresponde a tres momentos de la oración: tercia, sexta y nona, como si quisiera situar el
suplicio de Cristo en el contexto de una acción litúrgica.
E. Schweizer descubre ahí otro simbolismo: "La indicación de la hora... tiene la única
función de mostrar cómo todo va desarrollándose hora tras hora según la voluntad de Dios.
El es el Señor de este día y de cada una de sus horas... En estos acontecimientos la
decisión no corresponde a la casualidad ni a la iniciativa humana, sino a la voluntad de
Dios".
"La inscripción" (v.26) es atestiguada por todos los evangelistas aunque con ligeras
variantes. Los romanos exigían que el motivo de la condena fuera bien visible por encima
de la cabeza del ajusticiado.
Como puede verse, prevaleció la acusación ("rey de los judíos") formulada desde el
principio ante Pilato, aunque evidentemente constituía un pretexto. Por lo demás era la
única que el gobernador podía presentar ante el emperador con ciertas garantías.
A ambos lados de Jesús son crucificados dos malhechores (v.27).
Nada preciso se dice sobre ellos ya que Mc polariza toda la atención en la pasión de
Cristo. De hecho poco después no nos referirá lo que han hecho anteriormente sino lo que
ahora están haciendo a Jesús: insultarlo.
El v. 28 que hace referencia a la Escritura (Is 53, 12: "...y con los rebeldes fue contado")
no se encuentra en muchos manuscritos y probablemente carece de autenticidad.
E. Schweizer sintetiza, como sigue, las características de este relato de la crucifixión:
"...Una descripción extraordinariamente concisa y sobria que renuncia tanto a cualquier tipo
de sentimentalismo como a suscitar compasión u odio... Muy pronto llegó a reconocerse y
subrayarse la voluntad de Jesús de sufrir conscientemente. En diversos momentos se
expresa también la sensación de la comunidad de que en el sufrimiento de Cristo se ha
realizado el cumplimiento global del camino de todos los justos sufrientes de Israel y, por
consiguiente, que por ese sufrimiento Dios llega al final previsto de su propio camino con
Israel... El pensamiento de la victoria de Dios en la humillación de una ejecución capital
constituye el punto central del relato".
Muerte de Jesús
La muerte de Jesús se halla encuadrada entre dos signos apocalípticos: las tinieblas (a
mediodía) y el desgarramiento del velo del templo.
Lc habla expresamente de un eclipse solar (imposible en el plenilunio de primavera).
En la Biblia, y concretamente en el libro de Amós se relata un fenómeno semejante
acompañando a "un duelo por el unigénito": "Sucederá aquel día -oráculo del Señor Yahvé-
que, en pleno mediodía, yo haré ponerse el sol y cubriré la tierra de tinieblas en la luz del
día" (/Am/08/09).
El P. Lagrange se refiere al "siroco negro" que azotaría Jerusalén levantando nubes de
polvo brumoso a comienzos de abril y dando origen a días de cielo sombrío y de atmósfera
cargada.
Es seguro que Mc se refiere a uno de esos fenómenos que a menudo se relacionaban
con la muerte de un gran personaje.
El objetivo más próximo puede ser el de subrayar el alcance cósmico de la muerte de
Cristo. Pero también el de situar este acontecimiento en una perspectiva escatológica: está
sucediendo ahora algo de lo que sucederá en el último día.
"La muerte de Jesús -observa E. Schweizer- se sitúa ya a la luz de ese suceso: la
catástrofe venidera tampoco estará sujeta ni a la locura de un hombre ni a la casualidad
sino que estará bajo la cruz de Cristo, es decir, bajo la voluntad de Dios que a través de
todo juicio pronuncia el sí de su gracia para el mundo".
Todavía se pone en boca de Jesús, en forma de grito, un versículo del salmo 21 (22),
que sin duda constituye el texto clave que acompaña todos los acontecimientos del
Calvario: "¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?".
Suscita perplejidad el equívoco en que incurrieron algunos de los presentes que, además
de no caer en la cuenta de que Jesús estaba recitando un salmo, cambiaron Eloí por Elías
(el profeta invocado en el judaísmo como valedor celeste en las desventuras).
Mc transmite la frase en arameo. El malentendido sería más comprensible de haber
usado la frase hebrea (en la que Elí puede confundirse más fácilmente con Elías) como de
hecho la refiere Mt.
De cualquier modo el grito expresa la profundísima angustia de Cristo que en este
momento llega al fondo de su soledad hasta sentirse abandonado por el Padre.
Dejemos constancia de los comentarios más significativos.
P. Benoit: "No hay que tener miedo en admitir que el
Señor haya sentido angustia, no debe considerarse aparentemente este sufrimiento de
Cristo, como si no sufriera realmente por el hecho de conocer de antemano todo lo que
tenía que suceder. No hay que vaciar de contenido este profundo misterio a base de
endulzarlo. Jesús, Hijo de Dios, ha vivido como hombre en el más pleno sentido de la
palabra y ha querido saborear la muerte en lo que de más trágico tiene".
V. Taylor: "Las interpretaciones menos inadecuadas son las que ven un estado de
desolación en el que Jesús experimenta con tal fuerza el horror del pecado que llega a
oscurecer por unos instantes su perfecta comunión con el Padre".
X. L. Dufour hace notar que Jesús murió "sobre un por qué". Jesús no penetró en la
muerte iluminado por una revelación sublime. En medio de la más desnuda fe ha
atravesado el silencio de Dios y de la muerte yendo a chocar contra un muro de un "por
qué" que queda sin respuesta.
Jesús no sólo ha sido abandonado por Dios a sus enemigos sino que ha sido el que Dios
ha abandonado, o sea, el abandonado de Dios. Pero esto no quiere decir que Dios haya
abandonado realmente a su propio Hijo -¡sería el infierno!- sino que la expresión quiere
indicar que Jesús ha vivido efectivamente la terrible experiencia de este estado de
abandono.
Muy bello es también el comentario de E. Schweizer: "En el grito de Jesús se resume con
extraordinaria hondura el doble aspecto de todo lo que en este momento sucede: es una
expresión radical del sufrimiento solitario de Jesús que debe experimentar no sólo como
abandono de los hombres sino también de Dios; pero al mismo tiempo es también un asirse
fuertemente a Dios contra toda experiencia, un reivindicar todavía a Dios como Dios "mío" y
como el ausente, como el que deja solo al que ora... Con es hermanos... Porque no ha
despreciado ni ha desdeñado la miseria del mísero; no le ocultó su rostro, mas cuando le
invocaba le escuchó" (v. 23-25).
J. Delorme observa muy acertadamente cómo, aunque se tome en serio el abandono de
Jesús, no puede encuadrarse sin embargo dentro de una categoría psicológica en sentido
moderno, sino que ha de situarse en una perspectiva bíblica donde el abandono es ocasión
de un brote de fe. "No tengo ninguna esperanza, mi única esperanza es Dios y él me
abandona. Tú eres el único que puede explicarme el por qué de mi situación: te insistiré, no
te dejaré tranquilo hasta que no me hayas explicado y me confío a ti en el curso de los
acontecimientos. Tampoco el grito de Job era, igual que éste, un grito de desesperación: si
importuna al cielo con sus interrogantes es porque sólo de Dios espera la respuesta...".
Silencio de Dios, por tanto.
Incomprensión y equívoco continuos por parte de los hombres.
"Dejad, vamos a ver si viene Elías a descolgarle" (v. 36).
El verbo "dejad" podría entenderse así: "Dejad, vamos a ver si...".
"La traducción es conscientemente tosca para respetar el tono de quienes hablan. Lejos
de ver aquí burla y malicia: si llama a Elías hay que darle vinagre para prolongar su vida.
Los romanos daban efectivamente vinagre a los condenados para reanimarles y obligarles
a prolongar sus sufrimientos. Incluso rociaban sus heridas con vinagre para reavivarlas. En
el relato de Mc los presentes se burlan cruelmente: "Que no muera todavía porque Elías
está a punto de llegar" (P. Benoit).
De todos modos el gesto del individuo que corre a empapar la toalla puede interpretarse
tanto en el sentido de una última y cruel broma como en el sentido de un gesto aislado de
compasión. En este último caso más que de vinagre se trataría de una bebida apropiada
contra la sed: vino un poco ácido (el "posca" de los campesinos de mi Monferrato).
"La muerte de Jesús se describe con una impresionante sobriedad, sin adorno alguno,
sin alusión alguna a su imperturbable paz interior y sin gestos ni palabras solemnes como
en los relatos de la muerte de mártires judíos" o cristianos. Aquí no se necesita más que el
sobrio relato del hecho mismo" (Schweizer).
La muerte de Jesús está precedida de un "fuerte grito" o de una gran voz, "phoné
megalé" (v. 37).
Es algo tanto más llamativo cuanto que los crucificados solían morir por asfixia o por
agotamiento.
De todos modos debemos tomar nota de esta paradoja: la última palabra de Jesús es un
grito desarticulado.
Y por mucho que nos esforcemos por explicarlo, por penetrar su significado, queda
siempre algo de misterioso e impenetrable.
Un grito y sólo un grito. Quizás para acallar nuestras frivolidades.
Como puede verse todas estas interpretaciones son bastante ricas y están cargadas de
consecuencias. No se trata de elegir entre ellas sino, más bien, de unificarlas.
Pero, como observa P. Lamarche, ha de intentarse el rastreo de la idea fundamental del
texto de Mc.
"Si se comparan los relatos de Mc y Mt se llega a la siguiente constatación: el primer
evangelio invita a la imaginación del lector a ver el templo en su significación cósmica y a
contemplar el universo entero roto en el momento de la muerte de Cristo. Nada de esto hay
en Mc. La imagen del velo se presenta de forma brutal, sin explicación alguna, sin
acompañamiemto y estrechamente inserta en una escena que se desarrolla enteramente en
el Calvario.
Todo sucede como si la imaginación del lector no debiera abandonar ni por un instante a
Cristo en la cruz. Es como si apareciera sobreimpresionado en la cruz un velo que se
rasga.
Existe una especie de identificación entre Cristo y el templo hasta el punto de que su
muerte es entendida, visualizada y comprendida como una rotura con todo el sentido
profundo y variado que conlleva toda imagen de este tipo cuando se trata del santuario
divino".
El mismo teólogo hace ver cómo toda imagen puede sugerir distintas ideas. En concreto,
las imágenes elementales contienen un doble aspecto: positivo y negativo. El fuego, por
ejemplo, es un símbolo de destrucción, pero también de purificación. El agua puede ahogar
(símbolo de muerte) pero también quitar la sed (símbolo de vida, de fertilidad).
Mc ha utilizado uno de los más sagrados símbolos de Israel y lo ha hecho tanto en su
carga negativa cono en su carga positiva: un velo que se rasga significa una destrucción
irremediable pero también una apertura decisiva.
Ahora bien, esta imagen contemplada desde un punto de vista negativo, se refiere a la
muerte de Cristo como fracaso provocado por el rechazo de los hombres. "...Y el mundo no
lo conoció. Vino a su casa y los suyos no lo recibieron" (Jn 1, 10-11).
No sólo los judíos y romanos, sino todos los hombres han rechazado a Cristo.
"Es demasiado fácil decir que la cruz representa la voluntad de Dios. Al hablar así es
seguro pasar junto a la realidad sin captar la profundidad de la revelación. La cruz es, en
primer lugar, el libre rechazo de los hombres. El enviado de Dios, que vino a salvarnos, es
rechazado, expulsado, aniquilado.
Pero lo que sorprende es que Jesús, suficientemente fuerte como para imponerse a las
fuerzas de la enfermedad, para someter la naturaleza desenfrenada y para arrojar los
espíritus del mal, no quiera tomar ninguna medida para detener a los hombres.
En lugar de imponerse, en vez de recurrir a todo su poder, el enviado de Dios se entrega,
se abandona a los hombres con las manos y los pies atados. Se anonada ante ellos. Esto
es Cristo en su pasión.
La actitud kenótica de Jesús, es decir, su abajamiento y su anonadamiento (Flp 2, 7) nos
revela en profundidad el ser del Hijo de Dios. Pero desde el momento en que Jesús
representa la imagen perfecta del Padre, al mismo tiempo nos revela un nuevo rostro de
Dios" (P. Lamarche).
Por consiguiente Cristo nos revela un nuevo rostro del Padre,
pero sin servirse de una definición conceptual sino con su propia actitud, con su kénosis.
Por eso, además de la kénosis del Hijo puede también hablarse de la kénosis del Padre.
A este respecto dice Lamarche: "Hasta la muerte de Cristo había un velo que impedía ver
a Dios en el esplendor de su debilidad, un velo que impedía penetrar en el santo de los
santos, un velo en la cabeza de Moisés y en el corazón de los no cristianos
(/2Co/03/14-18), un velo que impedía descubrir a los perseguidores de Jesús la
sorprendente y escandalosa impotencia de Dios frente a la mala voluntad de los hombres".
En esta sugerente perspectiva, puede compararse el velo del templo con el que cubría el
rostro de Jesús, blanco de los insultos de los soldados.
De este modo partiendo del aspecto de la imagen hemos llegado a captar su
sorprendente valor positivo.
P. Larmache concluye así su fascinante investigación: "El mesías era la promesa viviente,
la personificación del templo en que Dios se hacía presente. El mesías condenado a
muerte, destrozado, roto, constituye por eso mismo la promesa rasgada, la alianza
aniquilada, el templo destruido...
...Era no obstante necesaria la destrucción de las apariencias materiales y carnales, la
desaparición de todo lo hecho por manos de los hombres para que un régimen nuevo entre
Dios y el hombre pudiera establecerse. El velo que representa al cielo se rasga para abrir
de par en par un paso para Jesús y para todos aquellos que están unidos a él. Constituido
en templo nuevo, no hecho por mano de hombres, es decir, perteneciente a la nueva
creación (cf. Hb 9, 11), Cristo da acceso al Padre.
Sin embargo esta nueva realidad es ofrecida sólo en imagen; será necesaria la
resurrección de Cristo, su glorificación, su entronización a la diestra del Padre para llegar a
su total plenitud del misterio iniciado en la cruz".
Nos hemos detenido largamente en este punto. Pero creo que valía la pena.
PROVOCACIONES
1. Me parece saber la razón por la que Mc nos trasmite con tanto lujo de detalles sus
noticias sobre Simón de Cirene. CIRINEO:
Es protagonista de un hecho histórico.
En él nos encontramos con una fecha básica en la historia del seguimiento.
Es el primer discípulo que sigue a Jesús llevando su cruz (/Mc/08/34).
Cuando la cruz está por medio nunca Mc se olvida de dar el nombre (como en el caso de
Bartimeo, el ciego de Jericó).
Nada importa que se haya visto obligado a hacerlo.
Presta un servicio de utilidad pública. Así lo dice expresamente el verbo utilizado: "lo
requisan".
Cristo había "reclutado" con anterioridad a los apóstoles para que estuvieran preparados
a realizar esa tarea.
Pero ¡cualquiera sabe dónde estarían en este momento los doce! Y entonces los
soldados romanos proceden a reclutar a otro cualquiera.
De esta forma el seguimiento es asegurado por alguien que no había sido llamado por el
Maestro, sino por sus verdugos.
Pero, al fin y al cabo, es un seguimiento.
El gesto de Simón de Cirene y la profesión de fe del centurión, es decir: siempre hay
alguien venido de lejos que realiza las acciones y dice las cosas que deberían haber hecho
y dicho los "vecinos" más íntimos, pero que no se dejan ver en la hora decisiva.
Nadie puede considerarse un privilegiado ni pretender tener un puesto seguro junto a
Jesús.
Privilegiado es, en todo caso, quien, como el Cireneo o el pagano, se hace el
encontradizo en el momento justo, en el sitio justo. En lugar de los que tienen derecho.
No hay puestos reservados para estar junto a Jesús. Sí hay, sin embargo, puestos
libres.
2. El gnóstico Basílides, con quien se enfrentó san Ireneo, afirmaba que se había
verificado una sorprendente sustitución de persona: al final los soldados habían confundido
al Cireneo que llevaba la Cruz con Jesús y le habían matado en lugar de al "rey de los
judíos".
Pero el colosal error no es el de los soldados. Sino el de quien interpreta la pasión al
revés. Y no comprende que, en realidad, ha sido Jesús el sustituto del hombre y el que
murió en lugar del hombre.
También nosotros podemos llevar la cruz por un tiempo más o menos largo. Pero, al final,
siempre llega él para sustituirnos.
Estoy diciendo que toma mi cruz.
En realidad, Jesús me pide "sostener" o llevar mi cruz e ir detrás de él. Hasta que clavado
tome posesión de ella y la haga definitivamente suya.
Si así no fuera, de nada serviría que llevara yo la cruz. Sería un condenado no un
"indultado".
8. Sí. Es el grito (v. 37) del que muere. El grito de alguien que se despide del mundo.
Pero el grito de Jesús es sobre todo el grito de alguien que nace, que da así su saludo a
la vida, que de este modo establece su relación con el mundo.
El grito de Jesús anuncia el nacimiento de un mundo nuevo. Han desaparecido las
tinieblas que envolvían la tierra. Una vez más ha tenido Dios que separarlas para hacer
brotar la luz (Gen 1, 4).
Como el primer día, el creador está manos a la obra. Y así despunta un mundo nuevo.
Ese grito es el grito de alguien que pasa por la oscuridad de la muerte, pero que al mismo
tiempo saluda el día de Dios que clarea sobre el mundo.
En el fondo, ese grito puede ser también el grito de mi nacimiento del Espíritu Santo. El
Espíritu que, desde el fondo de mi ser me sugiere la plegaria del recién nacido: "Abba,
Padre".
CONFRONTACIONES
No es gozo estético
Mc contiene la narración más breve, pero más impresionante de la crucifixión de Jesús.
Ningún rastro de la estilización cultual que tan fácilmente nos desvía de la seriedad y cruda
realidad del acontecimiento del Gólgota. Exactamente como dice Leonardo Ragaz:
"Estamos acostumbrados a ver la pasión y muerte de Jesús tras una cierta transfusión
artística. Lo acompañamos hasta el Gólgota con Rafael o con Holbein y miramos al
crucificado con los ojos de Durero, Rembrandt o Rubens. Y de este modo, aunque siga
siendo impresionante, todo se convierte en una especie de gozada artística".
Hasta somos capaces -continúa diciendo Ragaz- de escuchar música de la pasión en una
sala bien iluminada en la que un cantante con frac y camisa almidonada expresa con
sonidos bien modulados los gritos de dolor de un condenado a muerte que se está
revolviendo entre tormentos. En la pasión "Jesús se nos presenta como el gran príncipe de
la gloria... Está rodeado del esplendor de la transfiguración fruto de su sufrimiento, rodeado
del amor y adoración de innumerables almas que no conocen nada más sublime que él.
Contemplando esta pasión nos parece que ya antes, cuando la estaba viviendo, todas las
generaciones cristianas lo miraban de lejos llorando, orando y dando gracias y que él
mismo se daba cuenta de ello".
Como contraposición léase el relato de Mc. Si se le quiere encontrar una interpretación
artística no puede ser la de Durero ni la de Rubens y mucho menos la de Rembrandt;
quizás sólo la de Matías Grünewald.
En esta última resulta imposible difuminar en las categorías estéticas la impresión de la
crucifixión. Ante la figura de Cristo condenado, caído en el oprobio y la ignominia, lo único
que se puede hacer es esconderse, profundamente conmovidos por el juicio que espera al
hombre y su pecado.
Hay allí en este caso una posibilidad de fe" (G. Dehn, Figlio di Dio, 1970).
El grito
"Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró".
Para dos de los tres evangelistas que transmiten la última palabra de Jesús, ésta es su
última palabra: un grito. Una palabra sin palabras, una palabra de imposible exégesis, que
únicamente puede escucharse en la forma en que nos llega en pleno rostro sin poder
evitarla antes de que pidamos taparnos los oídos. Una palabra. Una palabra que no pide
respuesta.
¡Quieto, Jesús! ¡Detén tu grito! No se te pide que no sufras, sólo que no hagas ruido, que
sufras en silencio, que mueras en silencio dignamente, estoicamente, cristianamente.
¿Qué quieres que hagamos con tu grito? ¿Y qué suscitará en nosotros? ¿Qué va a
provocar en esa armonía de las cosas en que vemos necesario creer para vivir? Ese grito
es la nota desentonada. Es la nota del escándalo. Se describirá todo el resto de la pasión.
Valiéndose de la pasión, el arte alcanzará la perfección estética. Pero ¿y este grito? No es
posible reproducir este grito. Sólo se puede hacer mucho ruido para acallarlo. O, por el
contrario, parar en este instante todos los instrumentos de la orquesta y que se haga
silencio... Un tiempo de silencio, inmóvil. Pues solamente un silencio... puede ser algo
comparable al grito. Y que en todas las partituras haya allí un compás que únicamente
contenga las palabras del nuevo testamento: "Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró".
Pero, ¿cómo seguir a continuación? ¿Cómo continuar después viviendo? Si alguien se
abre por un instante al grito de Jesús, ¿cómo podrá cerrarse luego a todos los demás?
¿Cómo podrá cerrarse a los gritos de los enfermos, de los dementes, de los detenidos, de
los hambrientos, de los condenados y de los moribundos? Pero no quiero pensar en lo que
inexorablemente me lleva a pensar el grito de Jesús. ¡Oh! si se pudiera callar sin quitarnos
las ilusiones sin las que nos es imposible vivir. Porque, efectivamente, el hombre no vive
solamente de la verdad sino de la ilusión que sale de la boca del Maligno. Tenemos
necesidad de creer que, al fin y al cabo, no están tan mal las cosas entre Dios y el
hombre... Que caiga si es preciso en las manos de Dios viviente, pero que no grite al caer.
Que después de todo, no se hace uno tanto daño en esa caída...
Jesucristo, cordero sacrificado, eres una buena oveja: una "oveja muda". La bondad que
de ti esperamos en tu mutismo. Te degollamos, cordero de Dios, pero, por favor, no bales.
Nosotros, los hombres, tenemos el valor de degollarte o de permitir que te degüellen, pero
carecemos de coraje para soportar tu gemido. Tenemos un corazón tierno y un alma
delicada...
Y sobre todo tenemos miedo. Miedo de nosotros mismos y de Dios. Miedo a las tinieblas
y miedo a la luz. Solamente el sueño nos libera del miedo. Y necesitamos mucho sueño
para vivir. Y tu grito no nos deja dormir (Th. Riebel, Les trompettes de Jéricho, Taizé).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 103-123)
PROVOCACIONES
1. Así como Simón de Cirene fue el primer discípulo de Jesús en llevar la cruz, también
las mujeres fueron las primeras discípulas en permanecer junto a la cruz. Y que Mc nos
refiera sus nombres (cosa rara en este evangelista) subraya la importancia del hecho.
No hay lugar a dudas. La primera comunidad cristiana, congregada en torno a la cruz, no
se compone de hombres. Se trata de una comunidad femenina.
CONFRONTACIONES
Esas mujeres...
...Esas mismas mujeres cerrarán el evangelio o, mejor, lo iniciarán con el encargo de
llevar el mensaje de Cristo resucitado (16, 1-8). Es interesante advertir que de la misma
forma que toda la actividad pública de Jesús está encuadrada entre el milagro de la suegra
de Pedro que encarna su espíritu de servicio y la pobre viuda que a imitación suya "da toda
su vida", también el evangelio de la muerte-resurrección de Jesús está encuadrado entre la
unción de la mujer de Betania y estas mujeres que, testigos de su muerte, lo acompañarán
al sepulcro y recibirán la sorpresa de su resurrección (Una comunitá legge il vangelo di
Marco, II, 1978).
3-8 - RESURRECCIÓN
Mc/16/01-08 Mt/28/01-08 Lc/24/01-11 Jn/20/01-02
Se rompe el hilo
En el episodio de la resurrección utiliza Mc una técnica narrativa creada adrede para
desconcertar.
Parece conducir al lector sin sobresaltos a tomar nota de un acontecimiento ligado casi de
forma natural con los anteriores.
A no ser que quiera situarlo de improviso frente a un punto de ruptura.
Parece querer confirmarlo con algunas presencias ya familiares y hacerle revivir en torno
a ellas la continuación «lógica» de las historias precedentes. Para luego lanzarlo de golpe
ante un acontecimiento inaudito y desconcertante.
Diríase que Mc prepara al lector para algo absolutamente desconcertante. Lo lleva por un
terreno familiar bruscamente interrumpido por el «salto» a lo imprevisible.
Todo, en el relato, lleva el signo de la continuidad. Enseguida lo veremos mejor.
El mismo estilo literario jalonado como en la pasión por una impresionante serie de «y» se
sitúa en armonía con las páginas precedentes y no permite prever nada nuevo.
Pero la continuidad queda asegurada sobre todo por las mujeres.
Son las tres mismas del Calvario. Dos de ellas han seguido los pasos de la sepultura.
Todo se desarrolla desde el principio con una cierta lógica. Se trata de completar las
honras fúnebres, más bien apresuradas, del viernes por la tarde, por la inmediatez del
reposo sabático.
Hay abundantes y hasta insólitas precisiones de lugar y tiempo.
Y todo se desarrolla en riguroso respeto de la legalidad.
La adquisición de los aromas se sitúa la tarde del sábado, después de la puesta de sol,
cuando estaba permitido.
Pero entonces es ya tarde para visitar el sepulcro, haciéndolo al día siguiente
(denominado «el primer día de la semana» y no el «tercer día», expresión típica del lenguaje
catequético).
Incluso se especifican dos momentos distintos de la mañana: el grupo de mujeres sale
muy pronto de casa. Y llega al sepulcro cuando ya ha salido el sol 1.
La misma preocupación por mover la piedra entra dentro de la lógica humana. Y en este
punto, dicho sea de paso, me parecen excesivas las dificultades planteadas por algunos
especialistas que ven aquí una contradicción entre los cuidadosos preparativos de la
víspera y este llamativo descuido. ¿Cómo es que no cayeron antes en la cuenta?
Creo que el razonamiento de las mujeres puede resumirse más o menos así:
«¿encontraremos allí alguien que nos retire la piedra de la entrada?».
Por consiguiente Mc nos presenta un cuadro normal y totalmente coherente, en el que se
sitúan en primer plano las intenciones, las acciones e incluso las preocupaciones de las
mujeres.
La piedra retirada da acceso no sólo al sepulcro sino a la desconcertante sorpresa. El
hombre es conducido a levantar acta de la acción de Dios.
«¡Ha resucitado!». Literalmente: «Ha sido resucitado (por Dios)».
He aquí el brusco paso de la intervención del hombre a la intervención de Dios.
Y es precisamente aquí a donde Mc quiere llegar: a hacernos tomar nota de que este
acontecimiento depende exclusivamente del poder de Dios...
La insistencia en la piedra, que ya ha sido retirada a pesar de ser muy grande, se
encuadra en esta perspectiva de la intervención de Dios que supera todas las posibilidades
humanas.
La acción del hombre se queda fuera del sepulcro.
Y aquí está la paradoja, el punto de ruptura: en que en el centro de un sepulcro, donde el
hombre nada tiene que hacer excepto ocuparse de un muerto, se sitúa la acción de Dios
que expresa la vida e inicia una nueva historia.
Muy acertadamente dice J. Delorme: «El relato merece atención: es el relato del aborto
de un proyecto humano llevado a cabo con meticulosidad. Proyecto humano en el más
profundo sentido de la palabra: las mujeres manifiestan un profundo apego a Jesús. Y
hacen todo lo que está en sus manos para llevar a cabo lo que su afecto les inspira. Han
hecho su plan y han pensado en todo...
«...Pero su proyecto es superado por el acontecimiento. Han pensado en todo menos en
lo que realmente ha sucedido. Se quedaron paradas en el momento de la muerte de Jesús.
Pero él ha resucitado. Ya nada tienen que hacer aquí. La acción de Dios desconcierta al
hombre.
«Han sido anticipadas por el acontecimiento. Se han asustado porque la lógica humana
ha fallado».
Y el mismo autor: «El significado teológico de la escena consigue oscurecer cualquier
otro interés: la resurrección del crucificado no es idea de hombre, sino acción de Dios y, en
consecuencia, no puede ser sino revelada en oposición con cualquier espera humana. El
segundo evangelio alcanza aquí su punto culminante».
El acontecimiento decisivo
encerrado en ocho versículos
Mc no nos hace una crónica de la resurrección. Por él nos es imposible saber cómo,
cuándo y dónde sucedió 2.
Su relato, construido con datos cronológicos y topográficos precisos está relacionado con
la visita de las mujeres al sepulcro y no debe confundirse con una crónica de la
resurrección de Jesús
Esta se nos presenta a través de una revelación.
Por consiguiente Mc no nos hace presenciar la resurrección y ni siquiera pretende
describírnosla, pero nos lleva a captar su anuncio.
La escena que se desarrolla dentro del sepulcro y cuyos protagonistas son las tres
mujeres y el misterioso joven, puede considerarse una especie de teofanía al estilo de la
transfiguración o de la agonía de Getsemaní.
¡Ocho versículos para hablar del acontecimiento decisivo! Parecen pocos en
comparación con los quince capítulos anteriores. Y. sin embargo, allí está todo. Tan es así
que con estos ocho versículos puede Mc dar por terminado su evangelio.
En estos ocho versículos resume el evangelista tres experiencias distintas:
Es evidente que se trata de un personaje celeste. Pero que no está allí para ser
contemplado, sino para ser escuchado.
Precisemos aun más: el ángel no es un simple intérprete del acontecimiento. Es, más
bien, el ángel revelador del acontecimiento.
El mensaje se reduce a lo esencial recalcando algunos esquemas clásicos de los
anuncios que pueden encontrarse en la Biblia.
«No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado; ha resucitado, no está aquí.
Ved el lugar donde le pusieron» (v. 6).
Incluso el último detalle forma parte del esquema de anuncio: se trata del «signo» (no de
la prueba).
Es fácil captar, en las palabras del personaje celeste, el núcleo de la profesión de fe en la
resurrección de la primitiva comunidad cristiana.
Pero este anuncio o kerigma no se expresa siguiendo el procedimiento típico de una
determinada apologética.
Oportunamente lo advierte Delorme: «Después de la clásica recomendación en un
contexto de este tipo: "no temáis", aparece inmediatamente la afirmación decisiva
expresada mediante una antítesis muy vigorosa: "buscáis a Jesús de Nazaret, el
crucificado: ha resucitado". Esta afirmación ilumina el resto de la frase: "no está aquí" y el
ángel invita a constatarlo: "ved el lugar donde le pusieron".
El orden de las proposiciones no es en absoluto indiferente. Se afirma la resurrección
antes de cualquier alusión a la ausencia del cuerpo. No se procede partiendo de la
constatación física para llegar a su explicación sobrenatural. El camino no es el de la
apologética. La revelación, por el contrario, viene de Dios para afirmar el inesperado: "ha
resucitado"; y esta revelación ilumina el extraño hecho del "no está aquí".
La invitación a la comprobación no se hace para probar la resurrección. Se trata, más
bien, del revés del hecho revelado: desde el momento en que ha resucitado no puede estar
aquí, podéis comprobarlo» (o. c., 107).
Por consiguiente el ángel no se limita a interpretar, a resolver un problema, sino que está
encargado de revelar lo inesperado.
La experiencia que tienen las mujeres parece que ha de limitarse, al menos al principio, a
ver. De hecho ven la piedra retirada (v. 4). Y, dentro ya del sepulcro, ven a un joven vestido
de blanco (v. 5).
A partir de aquí el ver deja el puesto al escuchar.
La palabra es la que introduce en el acontecimiento y permite captarlo en su más
profunda y desconcertante realidad.
«He aquí el tipo de relato adecuado para los cristianos atraídos por este sepulcro. En él
encontraban el marco para una sorprendente meditación sobre la resurrección tal como era
afirmada por la predicación apostólica. Allí donde nada podía ya verse o tocarse, sólo la
palabra de Dios posibilita el acceso al inaprensible misterio de su poder» (J. Delorme, o. c.,
130).
Es decir, Mc presenta la resurrección de Cristo «ambientándola» en un lugar preciso, la
tumba abierta, vacía, la tumba de la que se afirma ha sido la del crucificado, pero todo su
relato está centrado en la revelación del misterio expresado en términos de la predicación
apostólica entendida como proclamación de la palabra de Dios.
Unidad y oposiciones
X. L. Dufour detecta en el relato de Mc un motivo unitario y tres series de oposiciones.
Cito casi literalmente:
La unidad la forman las mujeres. Se las llama por su propio nombre, van a comprar los
aromas, salen hacia el sepulcro, discuten entre sí por el camino, constatan que la piedra ha
sido retirada, entran en el sepulcro, tienen miedo, escuchan, salen, huyen, callan.
Son, por consiguiente, las mujeres las que, al haber ocupado el lugar de los apóstoles
fugitivos, tienen el encargo de proponer al lector «seguirlas» en su itinerario hacia la
revelación. Como ellas, el lector ha podido constatar la muerte de Jesús y descubrir el lugar
del sepulcro. Como ellas, lleno de admiración y reconocimiento por este hombre Jesús,
quiere rendirle un último homenaje. Y he aquí que el camino del sepulcro está abierto de
par en par ante él, desde el momento en que se ha hecho rodar a la piedra de forma
maravillosa, pero todo ello tiene el objetivo de provocar la rendición ante la sorprendente
revelación de la resurrección de Jesús. Es necesario pasar, después de la fuga, a otro
proyecto que no se nos especifica de antemano.
Casi como contrapunto se encuentran oposiciones que resaltan todavía más la armonía
precedente.
A este respecto precisa J. Delorme: «Un hecho como el del sepulcro vacío ha sido
indudablemente histórico, sin ser necesario... Hay que reconocer que, hoy más que nunca,
la tumba vacía no nos sirve demasiado para expresar la realidad absolutamente nueva del
resucitado. Es verdad que permite constatar el realismo de la fe. Pero hay que conjurar
rápidamente el peligro demasiado real de representar la resurrección de Jesús como una
reanimación de un cadáver, como una revivificación similar a la de Lázaro» (o. c., 147).
Nunca se insistirá lo suficiente en la idea de que la fe en la resurrección no nace del
sepulcro vacío sino de una revelación.
Galilea, lugar del encuentro con el resucitado. «Pero id a decir a sus discípulos... que
irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo» (v. 7).
Se trata únicamente de la confirmación de lo que el mismo Jesús dijo después de la
última cena (14, 28).
El resucitado se aparecerá, pues, en Galilea. La perspectiva de Mc es opuesta a la de Lc
que sitúa las apariciones en Judea.
GALILEA/JUDEA Hemos advertido ya desde el principio que la
geografía de Mc es una geografía teológica: Galilea se convierte en el lugar del anuncio del
reino, en la cuna del evangelio. Judea es el lugar del rechazo.
Jerusalén ha mostrado ser la ciudad de las tinieblas y de la muerte. Por ello el resucitado
fija su cita con sus discípulos en el lugar donde todo comenzó.
L. Schente lanza la hipótesis de que Mc estaba preocupado por liberar a los cristianos de
la tutela «monopolística» de la iglesia de Jerusalén. Los relatos de las apariciones pueden
localizarse también en Judea. Pero hay que salir rápidamente para Galilea más allá de los
horizontes particularistas de la institución jerosolimitana en la que la iglesia corre el riesgo
de bloquearse.
«... Y a Pedro». No se subraya solamente el papel preponderante de Pedro. Con la
especificación «y a Pedro» quizás quiera decirse que la fidelidad de Dios es más fuerte que
todas las defecciones de los hombres, que su amor supera todas las debilidades.
El silencio de las mujeres. «Y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo».
Sorprende y suscita discusiones la desobediencia de las mujeres a la consigna recibida
del «joven» vestido de blanco.
La misión no es cumplida.
Creo que puede excluirse aquí la inclusión del silencio en la perspectiva del secreto
mesiánico, ya superada por los acontecimientos.
Pero tampoco creo que se trate de un silencio absoluto, definitivo. Mc se limita a decir
que de momento las mujeres perdieron la cabeza. El miedo, la turbación ante la sensacional
revelación, ha sido el sentimiento que ha prevalecido.
Han salido del sepulcro trastornadas, incapaces de hablar. Esto es todo.
Una conclusión inexistente
porque no se escribió...
El evangelio de Mc finaliza en el v. 8.
Las líneas que siguen no son auténticas. Aunque se haya reconocido su inspiración,
puede excluirse que hayan salido de la pluma de Mc.
A muchos les parece extraño que el evangelista concluya su libro con la partícula gar, es
decir, en efecto. Tengamos presente que la frase conclusiva dice literalmente así: «temían
miedo en efecto».
Personalmente no encuentro nada extraño que una persona como Mc, capaz de empezar
con la frase «Comienzo del evangelio de Jesucristo», finalice su evangelio con un «en
efecto».
Pero, sobre todo, habría que demostrar que Mc haya tenido realmente la intención de
«concluir» sus páginas.
Para él la resurrección no es un final alegre después de las «desventuras» de la pasión.
Es un comienzo.
Por lo tanto el evangelista prefiere dejar abierto el tema.
Abierto a todos los creyentes.
Ha condensado lo esencial en los ocho últimos versículos. Si se leen con atención se cae
en la cuenta de que son realmente completos.
Las posibles lagunas se resuelven con la frase «como os dijo» (v.7), que remite a toda la
enseñanza de Jesús.
Estos ocho versículos pueden y deben bastar para poner en camino al lector.
No hay tiempo que perder, hay que actuar de prisa porque hay alguien que nos precede.
No se puede uno retrasar con las palabras.
Si el objetivo fundamental del evangelio de Mc estaba en plantear se la pregunta
fundamental «¿quién es Jesús?», una vez obtenida la respuesta no veo por qué deba
concluirse este evangelio respetando las normas estilísticas (algo que nunca ha
preocupado a Mc).
Esa brusca interrupción no será estéticamente bella. Pero sí extremadamente eficaz.
El evangelio de Mc es un evangelio que no tiene un final, por la sencilla razón de que
quiere tener siempre y sólo un principio.
PROVOCACIONES
2. He vuelto a caer.
Y decir que todavía me duraba la señal de la primera vez.
Me había jurado a mí mismo que no habría vuelto.
Pero los amigos me insistían. No podía decirse que se había estado en Jerusalén sin
acercarse allí. Y tenían razón.
Y así, muy temprano, no sin haberlos vacunado anticipadamente contra una inevitable
desilusión, los he conducido al interior de la basílica de la resurrección.
Hemos asistido a la liturgia más descuidada, ramplona y chabacana que imaginarse
pueda (no es el momento de describir el rito: ciertas independencias culturales son
«patrimonio» universal, en ciertos casos la vulgaridad es ecuménica).
Nos mirábamos unos a otros, desconcertados, casi incrédulos en medio de un rastro
devocional magníficamente abastecido. Había en él de todo excepto algo de buen gusto.
Aquellos increíbles mármoles. El hedor de los cirios. La humedad que respirabas que se te
pegaba a la piel, al alma. Y la gente que te pisoteaba para disparar sus flash.
Tuve sólo el tiempo de formular la esperanza de que nunca entre allí alguien con fe
titubeante o en busca de un destello de fe.
La impresión de disminuir.
He tenido necesidad de sales para rehacerme. Sí. De las palabras del evangelio: «ha
resucitado, no está aquí».
Me he precipitado fuera pisoteando la mayor cantidad de pies devotos que he podido y
repitiendo en voz alta a pesar de las indignadas miradas que me traspasaban como si fuera
un blasfemo: «No está aquí».
Nos hemos vuelto a encontrar con los amigos una hora después.
Estábamos arracimados sobre una piedra en un suk de la ciudad vieja, en medio de una
bulla infernal, pero que daba la bienhechora sensación de la vida.
Confundidos, humillados, irritados.
Hacíamos el inventario de lo que había quedado dentro y de lo que habíamos podido
salvar. Afortunadamente lo «esencial» no había sido afectado. Salvado el peligro. Todavía
la alegría de creer, a pesar de la deprimente experiencia.
Nadie hablaba. Solamente intercambiábamos miradas perdidas.
Al final no he resistido y he dicho:
-Nos está bien...
Porque también nosotros, como las mujeres, hemos pretendido encontrarlo aquí.
Pero éste es el único lugar en el que no hay nada de él.
De lo que se trata es de echar una rápida ojeada y comprobar que es el lugar donde lo
habían puesto. Pero, naturalmente, no está.
Hay que irse, salir de prisa.
Tiene razón X. L. Dufour: «Como un muelle que lanza fuera a quien busca apoyo en él,
también la tumba arroja lejos de sí».
Esta vez he hecho otro propósito.
Volveré.
Siento todavía necesidad de entrar en aquel sepulcro. De respirar aquel aire de muerte.
De sentir en mi garganta el roce del hedor de los cirios.
Para sentir el deseo de salir de allí enseguida, precipitadamente.
Para convencerme de que tengo que buscarlo en otra parte.
4. Y pensar que por ese sepulcro se ha pleiteado y continúa pleiteándose entre las
iglesias cristianas.
Dan ganas de gritar: dejádselo. Que lo cojan.
Soy un ingenuo. Lo sé.
Pero pienso que sería una acción que proclamaría, mejor que cualquier otra, que hemos
comprendido el mensaje a las mujeres: «no está aquí. Id...».
Descuidar una tumba puede significar un escaso respeto por el muerto. Pero ésta está
vacía.
No riñamos, no nos enojemos unos contra otros por un sepulcro vacío. Que se queden
con él.
En compensación reivindiquemos la posibilidad de «salir» por todas partes, de acudir a
las numerosas citas fijadas por el viviente que nos precede.
Y él no nos persigue.
Se limita a ir delante de nosotros. A Galilea tierra de la esperanza. Esperanza sobre todo
para Pedro y para nosotros que, como él, nos hemos especializado en fugas.
Puede sospecharse que los discípulos se escapan a Galilea para alejarse lo más posible
de donde han abandonado y «entregado» al Maestro.
Allí, en Galilea, podrán reemprender por fin su vida anterior.
Tranquilos. Sin pesadas aventuras.
Y sin embargo es allí donde se encuentran cara a cara con el resucitado.
En este sentido, a medida que va tomando cuerpo su fuga del Maestro, se convierte en
una carrera de aproximación a él.
8. Sí, es posible que haya «búsquedas» que encubran el intento de liberarse de Dios y
de sus exigencias.
Pero existen también fugas dolorosas, atormentadas por el remordimiento y la nostalgia
que nos llevan a precipitarnos en él.
Dios no se deja conquistar.
Acostumbra más bien a esperar.
A un Dios que se nos anticipa, no lo podemos conquistar.
A lo sumo podemos sospechar que nos espera.
Antes de venir al mundo, Cristo era el esperado de las gentes.
El hombre, el esperado por Dios.
9. Señor, tú sabes que muchas veces nuestras fugas son un intento de liberarnos de ti,
de tu incómoda presencia.
Pero, al mismo tiempo, son la prueba de que no podemos prescindir de ti.
Como no podemos seguirte, nos alejamos... hacia ti.
CONFRONTACIONES
Un porvenir ya comenzado
El mensaje de la resurrección de Mc se construye sobre el esquema de la predicación
cristiana primitiva: el crucificado ha resucitado, o mejor, ha sido resucitado, es decir, ha sido
despertado por Dios a la vida alcanzando así su meta. No fue un retorno a la existencia
terrena sino que ha sido elevado a una nueva dimensión que consiste en la forma propia de
ser del mundo celeste y escatológico. En Jesús encuentra su suprema realización aquel
dicho de que «quien pierda su vida, la salvará» (8, 35).
Lo que en esas palabras se dice para los seguidores de Jesús, se desvela y se realiza
para todos a la vez en el acontecimiento de la resurrección del crucificado «autor de la
salvación». En efecto, sólo porque Jesús, muerto por los hombres, ha sido resucitado por
Dios puede también verificarse la promesa hecha por él a todos los que creen en su
persona. Por eso resuena junto al sepulcro vacío el mensaje de la resurrección que, para la
comunidad de los creyentes, no tiene solamente una referencia histórica circunscrita a
Jesús sino que adquiere un valor que la afecta directamente.
Pues con la fe en la resurrección de Jesús ella encuentra, en efecto, su propia salvación,
divisa ante sí su porvenir eterno que esta misma resurrección ha inaugurado para ella» (R.
Schnackenburg, El evangelio según san Marcos II, Barcelona 31980).
La cámara nupcial
El sepulcro se transforma en cámara nupcial. El resucitado es el esposo, el que viene, el
esperado con temor y temblor...
«Cirios en mano, vamos al encuentro de Cristo que sale de la tumba como se va al
encuentro del esposo...». «Al resucitar, sales de la tumba como de una cámara nupcial...».
«Toda la historia de la salvación podría describirse como un drama de amor, como un
inmenso Cantar de los Cantares, pero no se trata tanto de la prometida que busca a su
amado, como del Dios fiel que busca a su adúltero pueblo, que busca a la humanidad que
se ha alejado de él para hablarle al corazón y devolverle su primer amor como dice Oseas
(2, 16-17) (O. Clement, La celebration pascale, en Le mistère Pascal, commentaires
liturgiques, Spiritualité oriental n. 16? Abbaye de Bellefontaine 1975).
(·PRONZATO-3/3.Págs. 134-150)
........................
1. G. Nolli traduce: «nacido ya el sol»: y ello en relación con el momento, no de salir de casa, sino de llegar al
sepulcro. Quizás pueda descubrirse en este detalle un aspecto simbólico como hace notar H. Schlier: «...se
levantaba el sol sobre el sepulcro...». Se trata del levantarse del sepulcro de un sol completamente distinto,
del sol de la salvación.
2. Puede resultar interesante comparar la descarnada narración de Mc con este detallado relato de la re-
surrección del libro apócrifo El evangelio de Pedro: «... Pero en la noche en que empezaba a iluminarse el
día del Señor, mientras los soldados hacían la guardia de dos en dos, resonó un gran grito en el cielo. Vieron
los cielos abiertos y a dos hombres que descendían de ellos con gran esplendor y que se acercaban al
sepulcro. La piedra que estaba puesta a la entrada comenzó a rodar por sí misma y se retiró. Se abrió el
sepulcro y entraron los dos jóvenes. Al ver esto los soldados despertaron al centurión y a los ancianos.
También estos se encontraban allí para la custodia. Mientras contaban lo que habían visto vuelven a ver salir
de la tumba a tres hombres: dos de ellos sostenían al tercero mientras una cruz los seguía. La cabeza de
los dos primeros llegaba hasta el cielo mientras la del que era llevado por ellos subía por encima del cielo.
Entonces oyeron una voz de lo alto que decía: «¿Has predicado a los que duermen?». «Luego se oyó la
respuesta procedente de la cruz: "si"». No se satisface la curiosidad con la lectura de estas lineas, pero se
termina por añorar el seco relato de Mc. En su desconcertante sobriedad Mc se muestra más «completo»,
nos cuenta bastantes más cosas...
Los elementos:
-Habría desaparecido un versículo. O incluso una página. Mc había terminado
satisfactoriamente su trabajo de acuerdo con todas las reglas de los relatos serios.
Entonces este versículo (o esta página) ha sido substraída por alguien interesado en
hacerla desaparecer. ¿Por qué motivos? Hay quienes apuntan a razones dogmáticas. En
suma, la desaparición estaría motivada por el deseo de evitar problemas a Mc ante un...
tribunal eclesiástico.
-Pero basta ya de hurtos. Ha sido un incidente banal aunque desagradable. El célebre
versículo final se ha perdido y basta, sin que nadie tenga responsabilidades especiales ni
haya debajo razones ocultas.
-Otros salen de sus laboriosas investigaciones con esta hipótesis: ni robo ni desaparición.
Mc rompió el relato de esa forma brusca porque le ocurrió algo que le impidió continuar. ¿De
qué se trata? ¿Qué le sucedió exactamente a nuestro autor? Nadie lo sabe.
-Pero hay también quienes siguiendo pistas diversas, proponen la siguiente hipótesis: Mc
se proponía escribir una continuación de su evangelio a partir del capítulo de las
apariciones. Pero por razones desconocidas no le fue posible llevar adelante su proyecto.
Alguno habla de un viaje imprevisto para visitar las iglesias de Asia con una delicada misión
a cumplir. A su vuelta se habría visto inmerso en el torbellino de la persecución, sintiéndose
obligado a dejar la pluma por razones de fuerza mayor.
-No puede negarse, sin embargo, que tenemos en nuestras manos o, mejor, ante
nuestros ojos un final más que aceptable: exactamente el que va del v. 9 al 20.
Pero algunos especialistas objetan lo siguiente: pero ese es «el cuerpo del delito». Es una
colosal y grosera «sustitución de persona» o, si se prefiere, de texto.
Los que han birlado la página auténtica de Mc, la han sustituido con este falso texto para
rellenar un vacío demasiado evidente. La operación «cambio» se ha realizado, pero de
forma poco hábil.
-Intervienen ahora los inocentes totales. No admiten ni hurto ni pérdida, ni olvido ni ningún
tipo de incidente relacionado con la persona de Mc.
El habría terminado tranquilamente su obra. Y los versículos 9-20 habrían salido
igualmente de su pluma.
Esta tesis, especialmente en su parte final que atribuye a Mc la paternidad de los
versículos 9-20, es cuando menos arriesgada, porque olvida a la ligera sobre todo el
análisis de la tinta, es decir, del estilo del autor. A quien se lo hace notar contestan
respondiendo que el evangelista puede haberse visto obligado a suspender su trabajo en el
v. 8. Y cuando volvió a reemprenderlo, lo hizo a costa de la continuidad.
Como puede verse sobran ingredientes y suspense para un «crucigrama textual».
1. Opinión personal. Como ya he dicho, creo que no disponemos del final auténtico de
Mc. Y es inútil tratar de encontrarlo o de reconstruirlo por la sencilla razón de que Mc no
sólo no lo ha escrito sino que ni siquiera ha querido escribirlo.
Su evangelio había de tener un comienzo y solamente un comienzo, pero nunca una
conclusión.
Su evangelio es un evangelio «abierto», que lleva a volver a comenzar desde el principio.
Pero se trata de una opinión basada sobre todo en la imprevisibilidad y en la libertad del
autor que parece empeñado en escribir para desconcertar y provocar al lector, para
impulsarlo a rehacer un camino.
Mc no pretende ofrecer un trabajo «acabado», algo admirable o de «prontuario».
Presenta en cambio un punto de partida, suministra los elementos capaces de enrolar y
comprometer a todos los que estén dispuestos a afrontar una aventura de fe.
Es decir: Mc deja espacio al lector. No le dice: aquí tienes todo lo que debes saber,
apréndelo bien y habrás cumplido. Sino que le sugiere: aquí tienes lo esencial para una
decisión y una elección. Defínete, ponte en camino y veras.
Por un camino rigurosamente científico P. Benoit llega más o menos a mis mismas
conclusiones: «Tengo la impresión de que Mc decidió terminar aquí su evangelio sin hablar
de las apariciones conformándose con la enunciación de los hechos de la resurrección a
través de las palabras del ángel. Su evangelio termina con esta afirmación: Jesús ha
resucitado. Con ello se contenta Mc».
a) El denominado final corto que sería el final original y definitivo de Mc (16, 8).
b) El final largo o canónico (16, 8 + 9-20).
c) El final largo interpolado. Entre los versículos 14 y 15 del manuscrito W ha sido
interpolada una especie de «apología de los discípulos» que dice así: «Reprocharé su
incredulidad... Y estos (los discípulos) se defendían diciendo: «Este mundo de iniquidad e
incredulidad está puesto bajo el dominio de Satanás, que no permite a quien se encuentra
bajo el yugo de los espíritus inmundos, acoger la verdad y el poder de Dios: revela por
tanto desde ahora tu justicia». Esto es lo que decían a Cristo, a lo que Cristo respondió:
«Los años de poder de Satanás han llegado a su fin, pero se avecinan otras cosas
terribles. Y yo he sido destinado a la muerte por los que han pecado para que se conviertan
y no pequen más y para que hereden la gloria de la justicia, esta gloria espiritual e
incorruptible que está en el cielo. Pero id por todo el mundo y predicad...».
d) Un final más corto transmitido por el códice de Bobbio (de procedencia africana, del
siglo IV). Después del v. 8 y omitiendo «y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo», se
lee lo que sigue: «Ellas (las mujeres) anunciaron enseguida a los compañeros de Pedro lo
que se les había mandado. Después el mismo Jesús (se les apareció y) envió por medio de
ellos la sagrada e incorruptible predicación de la salvación eterna desde oriente a
occidente. Amén». Como puede verse, en este caso el evangelio de Mc terminaría no con
un «efecto» sino con un «amén». A esta añadidura se la ha llamado «final del kerigma
incorruptible».
e) El final largo (16, 8 + 9-20) acompañado de asteriscos y de otros signos
convencionales colocados al margen de las líneas para indicar la existencia de dudas sobre
la autenticidad de este final.
f) Un final inserto entre el v. 8 y el «final canónico».
La misión. El envío a la misión se halla inserto entre el mandato de Jesús («id», v. 15) y
la marcha efectiva («salieron...», v. 20).
En relación con la misión se especifican:
-Su objeto. mediante el verbo «proclamar» o «predicar» (v. 15.20) y dos complementos,
el evangelio (v. 15) y la palabra (v. 20).
-Los dos movimientos: ir (v. 15) y partir o salir (v. 20).
-La geografía: «por todo el mundo» (v. 15), «por todas partes» (v. 20).
-La universalidad: «a toda la creación» (v. 15).
-El riesgo: aceptación o rechazo, fe o incredulidad. Y en consecuencia: salvación o
condenación (v. 16). De este modo la predicación del evangelio se convierte en algo
ineludible que obliga a tomar postura, a escoger. Y, en el fondo, se convierte ya en «juicio».
Las señales para los que creen. Es una lista más bien larga que ocupa un puesto
relevante en este final (17-18).
Dos de estos signos ya han aparecido en el envío «prepascual» a la misión. Y están
también en correlación con los distintos signos de poder que acompañan la misión de
Jesús.
Es notable la insistencia en el primero (expulsión de demonios), que aparece desde el
principio con el recuerdo de la liberación de Magdalena.
Un detalle significativo: aquí las señales se prometen a los creyentes sin distinción y sin
que aparezcan subordinadas a ninguna condición, excepto a la de «creer». Quizás se haya
insistido demasiado poco hasta ahora en este aspecto original del final de Mc.
El tema de las señales vuelve a aparecer en el v. 20 pero ahora como «confirmación» de
la predicación (pero también en este contexto pueden aplicarse a los creyentes y no sólo a
los predicadores).
Por consiguiente los creyentes, y no sólo los apóstoles, son «portadores de señales».
Es cierto que resulta sorprendente esta insistencia, si se tiene en cuenta que es probable
que la comunidad ya en este momento estaba sufriendo la experiencia contraria del fracaso
de los signos, al menos en su aspecto más visible.
Esto puede tener una doble explicación:
-los signos tienen la función de adorno de una convicción profundamente arraigada más
que de reflejo de situaciones presentes y concretas. La palabra de Dios es ciertamente
eficaz, produce algo. Esa es la razón de que no necesiten corrección ni restricción alguna;
Conclusión
El final de Mc establece también una estrecha relación entre eclesiología y cristología.
Esta ligazón aparece especialmente en el «paso instantáneo de la afirmación solemne de la
exaltación al comienzo de la misión. La proclamación universal del evangelio constituye la
representación directa de la exaltación. Por tanto la iglesia es contemplada en su surgir
dinámico: existe donde la palabra es acogida por la adhesión a la fe y por el bautismo» (J.
Hug).
Todavía más: la ligazón entre la iglesia y su Señor es expresada en términos de
obediencia a la misión recibida (por parte de la iglesia) y de cooperación a esta misión con
señales especiales (por parte del Señor).
Un dato de hecho extraordinariamente significativo: se trata de una asistencia dinámica.
El Señor promete su asistencia a una iglesia misionera.
Por lo demás, Ias señales no tienen en sí mismas valor demostrativo. O sea, no son
causa sino consecuencia de la fe. En la práctica llevan al creyente, que las ha recibido, a
comprenderlas como un don y a remontarse a su origen: el nombre o la persona de Jesús.
«La iglesia del final de Mc es la comunidad que se abre a todos. Es la comunidad de los
que creen en la palabra del evangelio y que, al bautizarse, experimentan la asistencia
dinámica del Señor Jesús a través de muestras de su poder y que serán salvos» (J. Hug).
PROVOCACIONES
2. Y ahora viene lo más sorprendente. Cristo les alcanza precisamente en esta situación
de incredulidad y les saca de ella proyectándolos hacia la misión.
Diríase que les cura de su incredulidad «haciéndolos» misioneros. Y que les libera de su
«esclerocardia», dándoles el encargo de ir a abrir el corazón y los ojos de los otros.
Los que salen a proclamar el evangelio por todo el mundo son unos individuos
doblemente culpables. Culpables de haber abandonado al Maestro en la pasión y de
incredulidad después de la resurrección.
Precisamente a los discípulos que han fracasado estrepitosamente en estas dos pruebas
decisivas es a quienes se ordena: Id por todo el mundo a hablar de mí.
Difícilmente podía expresarse mejor la realidad del misionero que lleva una noticia que no
le pertenece y que es sostenido por la fuerza de otro.
Se le autoriza a «salir» no por haber demostrado ser el mejor o el más inteligente.
«Sale» un pecador que ha obtenido el perdón.
«Sale» un liberado de su incredulidad.
El negativo de la verdad,
o sea, los hombres tienen razón
incluso cuando no la tienen
Pero no sólo descubre el centurión la verdadera identidad de Cristo.
Hay quienes la descubren y proclaman aun sin darse cuenta.
Durante la pasión sus enemigos, los soldados, llegan a afirmar con algunos
gestos y palabras, verdades profundas sobre Cristo.
Los tres momentos de los ultrajes son muy significativos a este respecto.
Le colocan en la cabeza una corona de espinas y le tributan honores reales. Y. en
realidad, él es rey.
Le echan en cara su pretensión de reconstruir el templo en tres días. Y es verdad,
aunque no estén convencidos de ello.
Le reprochan haber salvado a otros sin poder salvarse a sí mismo. Y no pueden explicar
mejor el significado de la vida de Jesús en cuanto «vida dada por».
Verdad en negativo si se quiere. Pero verdad al fin y al cabo.
Incluso en este caso, si bien se mira, la oscuridad tiene una transparencia hasta
luminosa.
Lo que suena a falso en boca de esos hombres, se convierte en verdad.
«El crimen más grande del hombre se convierte en la mayor victoria de Dios» (P.
Lamarche).
Y cuando le piden los hombres el milagro de bajar de la cruz, Jesús lo entiende en su
auténtico sentido, es decir, en un sentido distinto.
Y los escucha realizando el milagro de no dejar el patíbulo, esto es, el lugar de la
salvación.
La debilidad de Dios
En medio de las tinieblas de la pasión y muerte de Cristo aparece también otro rostro.
Vemos al Mesías en poder de los hombres inerme, indefenso, «entregado» a la maldad,
zarandeado de acá para allá, arrastrado como un malhechor ante los tribunales, tratado
como un juguete, blanco de las burlas.
Se deja llevar sin ofrecer resistencia.
Sabemos, sin embargo, que Cristo es la imagen perfecta y visible del Dios invisible. Y
entonces he aquí que en este Mesías condenado, abandonado, rechazado aparece «un
Dios débil, indefenso, sin armas ni armadura, un Dios vulnerable, humilde y humillado, muy
distinto de ese ser inmutable e impasible que a menudo imaginamos» (P. Lamarche).
La kénosis, el anonadamiento de Cristo, se convertía también en la kénosis de Dios.
Libremente la omnipotencia se anonada, renuncia a toda voluntad de poder.
Afortunadamente una corriente teológica actual insiste en este aspecto de la revelación:
la debilidad de Dios.
Algunas citas:
«Un Dios que no puede sufrir es más desgraciado que cualquier hombre. Pues un Dios
incapaz de sufrimiento es un ser indolente. No le afectan sufrimiento ni injusticia. Carente
de afectos, nada le puede afectar, nada conmoverlo. No puede llorar, pues no tiene
lágrimas. Pero el que no puede sufrir, tampoco puede amar. O sea que es un ser egoísta.
El dios de Aristóteles no puede amar, lo único que puede hacer es que lo amen... El "motor
inmóvil" es un "amante-egoísta"... ¿Pero es entonces un Dios o más bien una piedra?
...En contra de los monofisitas sirios la gran iglesia se había mantenido firme en la
afirmación de la impasibilidad de Dios. Dios no es pasible en el sentido de la creatura,
expuesta a enfermedad, dolor y muerte. ¿Pero tiene que pensarse, por eso, que Dios es,
impasible en todos los sentidos?...
...Es verdad que la teología de la antigua iglesia la única contraposición que conocía del
sufrimiento era la impasibilidad (apatía), el no sufrir. Pero entre el sufrimiento involuntario
causado por otro y la impasibilidad sustancial hay otras formas de sufrimiento, o sea, el
activo, el del amor. Si Dios fuera impasible en todos los sentidos y, por tanto,
absolutamente, también seria incapaz de amor. Así como amor es la aceptación del otro sin
mirar el propio bienestar, de la misma forma encierra en sí la potencia de la compasión y la
libertad de padecer la otroriedad del otro. Una impasibilidad en este sentido contradiría a la
sentencia cristiana fundamental de que "Dios es amor"...
...La negación justificada de una pasibilidad de Dios causada por carencia esencial no
debe desembocar en la negación de su pasibilidad, basada en la plenitud de su ser. es
decir, de su amor» (·Moltmann-J, El Dios crucificado, Salamanca 21977,
311-312.324-325).
Un solo rostro
permite reconocer todos los demás
De la oscuridad del Calvario emerge, en consecuencia, el rostro de Cristo, el rostro
auténtico de Dios y del cristiano.
Pero si escrutamos a fondo en esas tinieblas, descubrimos también el rostro del hombre
que sufre. De cualquier hombre. Del hombre de todos los tiempos.
El dolor no conoce estaciones ni fronteras geográficas, de raza o de región.
Todo individuo que se tambalea bajo el peso de una cruz desproporcionada es
contemporáneo del hombre enviado a la muerte como un malhechor fuera de las murallas
de Jerusalén.
La pasión de Cristo continúa en la pasión de las interminables filas de vencidos,
despreciados, humillados, burlados, entregados, torturados, condenados, desesperados,
engañados, separados, de todas las víctimas de la soledad, de la indiferencia y de la
maldad.
Cuando echaron sobre sus espaldas el instrumento del suplicio, Cristo recibió el
sacramento del sufrimiento de los hombres. Se emparentó con todos nosotros. Vínculo de
sangre, de lágrimas. Fue un choque terrible: el dolor humano fue a quebrantar el corazón
de Dios.
Desde ese momento ya no ha vuelto a abandonar la cruz. Continúa llevándola a través
de nuestras calles. Y yo soy llamado a no doblar la esquina, a reconocerlo. A gritar: «¡he
aquí el hombre!».
Desde este momento si paso junto al hombre arrojado al borde del camino y no me paro,
estoy rehuyendo a Dios.
O la contemplación de la pasión de Cristo me ilumina para reconocer su rostro en el
rostro desfigurado del hermano y la fuerza para inclinarme sobre él o se convierte en «un
piadoso ejercicio» de escasa piedad.
El pintor americano Rico Lebrun se inspiró en algunas fotografías de campos de
exterminio para pintar un famoso cuadro sobre la crucifixión. O sea, del dolor del hombre al
dolor del hijo del hombre.
Quizás nosotros tengamos que recorrer un camino inverso.
Inspirarnos en el crucificado para imprimir en nuestro corazón los rasgos precisos de
todos los pobres cristos con quienes nos cruzamos en nuestro camino.
Hay una sola cruz que me hace descubrir millones de cruces.
Un único rostro que se reproduce en millones de rostros.
Un único drama, con un único protagonista, que se repite sin cesar, hasta el fin de los
siglos.
Y una sola cobardía. La de estar ausentes mientras Dios se hace presente en el dolor del
hombre.
Bajo la cruz
para aprender el primer mandamiento
Me siento seguro en una iglesia que está bajo la cruz.
En cambio, me da miedo una iglesia en busca de caminos de fácil popularidad, de éxito,
de prestigio, de consenso organizado.
Una iglesia aclamada, aplaudida que aparece en los titulares de los periódicos pero que
no está en el corazón de los hombres, que es noticia sin proclamar la buena noticia, que
provoca el entusiasmo pero que no hace surgir la chispa del compromiso ni de las opciones
más incómodas, me infunde sospechas.
Una iglesia despreciada, vilipendiada, que «no cuenta» para los poderosos, que no trata
de imponerse, que no hace nada para atraer la atención sobre ella, que no se preocupa por
«salvarse» porque tiene que salvar a otros, que no entra en el competitivo mercado de las
ideologías y de las modas dominantes, es una iglesia que se asemeja al Maestro.
Sólo una iglesia escondida y amante de la oscuridad puede hablarme de forma
convincente del deus absconditus.
Sólo una iglesia que lleve las inequívocas señales de los clavos podrá decirme:
-Dios está precisamente allí donde nadie podría pensar en encontrarlo.
-Está precisamente allí donde parece no ser Dios (como en la cruz).
-Es precisamente él cuando parece imposible que lo sea.
-Su sabiduría está «escondida» en su locura.
-Su gloria está «escondida» en su humillación.
-Su amor en el abandono.
-Su fuerza en la debilidad.
-Su reino en el exilio.
-Su éxito en el fracaso.
-La vida en la muerte.
-Su misericordia está «escondida» en su justicia.
-Su grandeza en la pequeñez.
-Su dominio en el servicio.
-Su inalcanzable altura en su abajamiento.
-El milagro «está escondido» en lo ordinario.
-La palabra en su silencio.
-Su presencia se manifiesta en su ausencia.
...Y si volviera a caer alguna vez en la tentación de buscar a Cristo en la iglesia de mis
construcciones idealistas, de la perfección imposible, pido a la iglesia que me repita con
fuerza estas palabras: «Ha resucitado. No está aquí». Y sacarme a la fuerza
inmediatamente del sepulcro donde una vez más he vuelto a meterme.
Pido a la iglesia que me acompañe, mejor, a los sitios en los que lo hemos abandonado,
donde lo hemos traicionado, donde nos hemos dormido, donde no lo hemos reconocido,
donde hemos huido.
Es necesaria esta peregrinación a los lugares de nuestro delito.
Así podremos compartir la alegría e incluso el orgullo de pertenecer a esta comunidad de
pecadores perdonados.
La alegría de seguir a pesar de todo a aquél que nos precede y es siempre más fuerte
que nuestras debilidades.
Entonces podremos alzar juntos la cabeza.
No. No es la hora de los héroes.
Sino de la actitud intrépida y agradecida de los «agraciados».