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I.ANTECEDENTES:
1) La señora María Helena Ayala de Pulido de 41 años de edad, con cinco hijos,
dedicada a las labores del hogar, tenía un negocio de cría de canarios y otras
aves, con lo cual colaboraba con los gastos de manutención de su familia, y
estaba casada con el señor Juan José Pulido Engativá quien por estar vinculado
a la Empresa Acerías Paz del Rio S.A., era aportante del Instituto de Seguros
Sociales y por tanto la prestación del servicio de salud era extensivo a su
familia. Por esta razón, la señora Ayala de Pulido utilizó los servicios médicos
del Instituto de Seguros Sociales y así ingresó a dicho Centro el 23 de marzo
de 1982 para recibir el servicio de "Trabajo de Parto".
6) La lesión que considera el actor se originó en una falla del servicio, ocasionó
y sigue acarreando grandes perjuicios morales y económicos a la demandante,
pues su paraplejía permanente y definitiva constituye una carga económica y
moral para su familia y ella misma.
7) En suma, resalta la accionante, que el Instituto de los Seguros Sociales, en
cambio de solucionarle un problema de planificación familiar, le ocasionó una
parálisis de miembros inferiores definitiva, que para siempre la postró en una
silla de ruedas, con gravísimas consecuencias morales y económicas.
Y respecto del llamamiento en garantía al Dr. Jaime Arango Vélez resolvió que
no prosperaba por cuanto en el expediente no hay prueba que tipifique la
conducta individual del agente en los grados de culpa grave o dolo.
Sobre los perjuicios morales, los reconoce en el equivalente a mil gramos oro
en virtud del desarreglo emocional por el estado parapléjico en que quedó la
actora, lo cual fue plenamente probado dentro del proceso.
6°. El Agente del Ministerio Público, en concepto del 6 de marzo de 1990 (fl.
180), analiza las excepciones propuestas y respecto de la caducidad expresa
que para su conteo se debe tener en cuenta la fecha del 31 de agosto en la
cual el Instituto Neurológico de Colombia diagnosticó aracnoiditis lumbar. Por
lo que, como a 1° de marzo de 1984 no había caducado la acción, la actora
tenía plazo para demandar hasta el 1° de marzo de 1986, por lo que dicha
excepción no debe prosperar; en cambio, solicita se anule lo actuado en el
proceso desde el auto admisorio de la demanda, porque considera que el
trámite a seguir en el presente proceso era el especial previsto en el art. 127
del C.C.A., y el que se observó fue ordinario.
Cuando se habla de responsabilidad por falla del servicio quien lo hace se está
refiriendo a una especie de responsabilidad nacida de una falla funcional u
orgánica que encuentra su fundamento en un servicio que la administración
debía prestar, bien por disposición de la ley o de los reglamentos o cuando de
hecho lo asume y que o no lo presta o lo presta de manera irregular en el
espacio o en el tiempo. En sentencia de 30 de junio de 1989, Exp. N° 5225,
Actor: Javier de Jesús Angel Herrera, esta Sala, luego de estudiar el desarrollo
jurisprudencias que ha tenido este instituto y de indicar cómo el criterio de la
identificación de la obligación administrativa implica que su incumplimiento se
califique como falta de servicio y que se ha considerado como obligación de
esta clase la que corresponda a una función que el Estado deba cumplir de
acuerdo con la ley o los reglamentos, expresó: "...la experiencia ha
demostrado que el atenerse al solo criterio que podríamos llamar funcional
deja por fuera muchos casos de evidente falla o falta del servicio, por la sola
razón de no estar comprendido el servicio como parte de una función creada
expresamente por la ley y encomendada a un determinado ente. Por esto, los
doctrinantes han ampliado la determinación de la obligación administrativa
diciendo que ésta existe no solo en los casos en que la ley o el reglamento la
consagra expresa y claramente, sino también en todos aquellos eventos en
que de hecho la Administración asume un servicio o lo organiza; y lo mismo
cuando la actividad cumplida está implícita en la función que el Estado debe
cumplir", y más adelante, acogiendo este criterio dijo que "si la administración
tiene como uno de sus fines primordiales proteger a todas las personas
residentes en Colombia en sus vidas, honra y bienes no se ve por qué no deba
responder de los perjuicios que con su actividad llegue a causar, cuando en
ejecución de una tarea que no le corresponde según la ley y el reglamento,
pero que de hecho asume, en efecto los irroga" y en consecuencia declaró la
responsabilidad de un establecimiento público que no tenía dentro de sus
funciones transportar materiales de construcción pero que para ayudar en la
construcción de una escuela los transportó y en el desarrollo de la operación
uno de los vehículos hirió a un menor.
a) El daño;
b) La culpa; y
c) El nexo causal.
a) El hecho ilícito;
b) Un perjuicio o daño;
d) El anexo causal.
b) Un perjuicio;
Pero, ¿cómo y hasta dónde, hasta qué límite llega esa carga? El cómo lo señala
el Código de Procedimiento Civil normando, regulando la forma de aducir la
prueba e indicando la especie probatoria adecuada (testimonial, documental,
pericial, etc.) y su valor (también aquí, el moderno derecho procesal ha
evolucionado y ha sentado el principio de la libre evaluación o apreciación de la
prueba por el juez de acuerdo con las reglas de la sana crítica. En nuestro
derecho positivo, por ej. el Código de Procedimiento Civil, art. 187 y el Código
Contencioso Administrativo, art. 168, han acogido este postulado). El Límite
estará determinado, en cada caso, por la naturaleza misma del hecho a
demostrarse sin que se olviden naturalmente, las reglas especiales que el
legislador haya establecido.
Ahora bien, lo anterior no quiere significar que el elemento culpa esté ausente
de la responsabilidad por falla del servicio. Al contrario, el mismo Consejo de
Estado en varias oportunidades ha expresado que no toda falla implica
responsabilidad del ente administrativo causante del daño, sino que será
únicamente la proveniente de una conducta negligente o descuidada del
servicio mismo, sin que importe la identificación del agente de la
administración que intervino en su acontecer.
En otros países, como por ejemplo en España, los tratadistas sobre la materia
(responsabilidad contractual), sostienen la necesidad de demostrar no sólo la
obligación sino el incumplimiento del deudor. Esto se debe a que en los
Códigos de los países a los que pertenecen tales tratadistas no se encuentran
disposiciones como las citadas de los Códigos Colombiano y Chileno. (Así
puede verse no sólo de la lectura del Código Civil Español sino por ejemplo, de
la obra la Responsabilidad Contractual de Francisco Jordano Fraga, Ed, Civitas,
1987).
Posición de la Jurisprudencia:
"El artículo 2356 ibídem, que mal puede imputarse como repetición de aquél ni
interpretarse en forma que sería absurda si a tanto equivaliese, contempla una
situación distinta y la regula, naturalmente, como a esta diferencia
corresponde. Así es de hallarse desde luego en vista de su redacción y así lo
persuaden, a mayor abundamiento los ejemplos que aduce o plantea para su
mejor inteligencia, a manera de casos en que especialmente debe repararse el
daño a que esta disposición legal se refiere, que es todo el que pueda
reputarse a malicia o negligencia de otra persona".
"Exige, pues, tan sólo, que el daño pueda imputarse. Esta es su única
exigencia como base o causa o fuente de la obligación que en seguida pasa a
imponer".
"La teoría del riesgo, según la cual a quien lo crea se le tiene por responsable,
mira principalmente a ciertas actividades por los peligros que implican,
inevitablemente anexos a ellas y mira a la dificultad, que suele llegar a
imposibilidad, de levantar las respectivas probanzas los damnificados por
hechos ocurridos en razón o con motivo o con ocasión del ejercicio de esas
actividades. Un depósito de sustancias inflamables, una fábrica de explosivos,
así como un ferrocarril o un automóvil, por ejemplo, llevan consigo o tiene de
suyo extraordinaria peligrosidad de que generalmente los particulares no
pueden escapar con su sola prudencia. De ahí que los daños de esa clase se
presuman en esta teoría, causados por el agente respectivo, como sería en
esos ejemplos el autista, el maquinista, la empresa ferroviaria, etc. Y de ahí
también que tal agente o autor no se exonere de la indemnización, sea en
parte en algunas ocasiones, sea en el todo otras veces, sino en cuanto
demuestre caso fortuito, fuerza mayor o intervención de un elemento extraño".
"A esta situación se ha llegado en algunos países por obra de una labor
jurisprudencias ardua en cuyo desenvolvimiento no han dejado de tropezar los
juristas, en su camino hacia la humanización del derecho, con la rigidez de los
textos legales".
"No es el artículo 2356 caso único en que nuestro legislador con sabia amplitud
haya prevenido o resuelto por anticipado problemas que en otros países no
han venido a resolverse sino a poder de lucha jurisprudencial tesonera por la
falta o contra la rigidez de textos legales. Nuestro Código de Comercio
suministra ejemplos de aquel avance. Basta en ese sentido traer a cuenta aquí
la manera discriminada como nuestro Código Civil reglamenta el error y su
influencia sobre la validez del consentimiento. Al distinguir error in negotio,
in corpore, in substancia, contiene respecto a este último la disposición del
inciso 2° del artículo 1511, a cuya luz nuestros abogados y jueces se han visto
libres de poderosas dificultades que los de Francia, por ejemplo, reducidos al
texto de su artículo 1110 no han podido vencer sino a poder de la referida
labor de que dan fe sus admirables construcciones".
La posición de la doctrina.
El tratadista colombiano y profesor universitario Javier Tamayo Jaramillo, en su
obra "De la Responsabilidad Civil" (Ed. Temis, Bogotá, 1983, pág. 63)
advierte: "...Bien vistas las cosas, la culpa, en su pureza ontológica, es de
imposible demostración. Por ello habrá que decir que jamás se podrá llegar a
una culpa probada, ya que la experiencia no permite arribar a tal resultado.
Por el contrario, los hechos sí pueden ser verificables por las reglas de la
experiencia y la demostración. Una necropsia puede establecer
experimentalmente el hecho de la muerte de una persona; en cambio, el juez
no dispondrá de medio alguno para demostrar en forma directa el dolo o la
culpa. Ante tales circunstancias, lo único que le es posible al juzgador o al
intérprete, es estudiar todas las circunstancias que rodearon el acto del sujeto
que realizó o que produjo el resultado material. En ese sentido, el juez irá
valorando progresivamente las modalidades de conducta y, a partir de ellas, y
ya debidamente probadas, emitirá un juicio axiológico que tendrá las
consecuencias jurídicas de una culpabilidad establecida. Entonces no
hallaremos, desde el punto de vista epistemológico, frente a una presunción.
Lo que se demuestra es la transformación exterior de la realidad causada por
el sujeto; las condiciones de espacio, tiempo y demás modalidades del hecho,
constituirán indicios por medio de las cuales el juez podrá deducir o presumir
la culpa. En consecuencia, podemos decir que la culpa deberá presumiese y
que lo único que, es posible demostrar es el resultado material, así como las
respectivas calificaciones y modalidades de la conducta productora del
resultado".
Luego, el mismo tratadista hace una distinción entre "la culpa presunta a partir
del daño que se denomina presunción de culpa" y "la culpa presunta a partir de
la conducta" que "se denomina culpa probada".
Por su parte, el Dr. Uribe Holguín (Ob. cit. pág. 1 0 1 y S. S.) al tiempo que
escribe que de acuerdo con el art. 2341 del C.C., la responsabilidad se
fundamenta en la culpa del agente, el daño sufrido por la víctima y la relación
de causalidad entre el hecho y el daño, expresa que de la definición de culpa,
de los hermanos Mazeaud "no surge sino una idea: la culpa es imprudencia o
negligencia apreciada con relación a un ser abstracto" por lo que el concepto
legal nada indica acerca de la naturaleza y razón de ser de la noción, que en
cambio, para él significa "la voluntad intencional o no intencional con que
libremente se ejecuta un hecho ilícito o se incumple una obligación", de donde,
como el hombre goza de libre albedrío para decidir entre pagar o cumplir una
obligación o no hacerlo y entre ejecutar el hecho dañoso o no ejecutarlo, si
escoge el incumplimiento o la ejecución del hecho dañoso, siempre habrá culpa
en la elección que así haga y por excepción habrá dolo, cuando el propósito
manifestado en la acción sea inferir injuria a la persona o propiedad de otro y
esa culpa, que constituye algo subjetivo, se manifiesta con la comisión del
hecho o con el incumplimiento de la obligación.
"Sin embargo, es la culpa la que debe presumiese del hecho ilícito, no el dolo.
Este por regla general, ha de probarse. Así está dispuesto por los artículos 769
y 1516 del Código, cuyos textos son respectivamente: 'La buena fe se
presume, excepto en los casos en que la ley establece la presunción contraria.
En todos los otros, la mala fe deberá probarse'; "El dolo no se presume sino en
los casos especialmente previstos por la ley. En los demás deberá probarse".
Estas disposiciones, que juzgo de aplicación general y no limitada a la posesión
y a los vicios del consentimiento, no permiten que del hecho ilícito se presuma
la intención del agente del daño. La malicia no es regla en la conducta
humana. Cuando se infringe la ley y se infringe incumplimiento una obligación
o incurriendo en hecho ilícito que causa un perjuicio no es que en la infracción
se incurra de propósito, sino descuidada o negligentemente. Es vicio más
generalizado en el hombre la falta de atención y de interés que la maldad y la
intención de dañar. Por ello, la presunción se limita a la culpa".
Para el autor en cita, entonces, como según el art. 66 del C.C. se dice
presumiese el hecho que se deduce de ciertos antecedentes y circunstancias
conocidas, como cuando de la existencia de un hecho determinado se infiere la
existencia de otro, por ser lo natural, ordinario o corriente es que presentada
al entendimiento y a la voluntad del hombre la posibilidad de obrar cumpliendo
o no cumpliendo una obligación o incurriendo o no incurriendo en un hecho
ilícito, ello sea por descuido o negligencia, la presunción de culpa tiene que
aplicarse. "Que ésta siempre debe presumiese, lo demuestra la lectura del
inciso tercero del artículo 1604, que considero aplicable a la responsabilidad
por el hecho ilícito": 'La prueba de la diligencia y cuidado incumbe al que ha
debido emplearlo; la prueba del caso fortuito al que lo alega'
Pero en todo caso de responsabilidad "el punto de partida es el daño que debe
repararse íntegramente salva la existencia de motivo exonerador o atenuador
de la indemnización."
La Sala no considera que sea necesario con ocasión del sub - lite asumir
alguna posición en tomo al problema que se viene de exponer en sus distintas
tendencias, pues como se verá más adelante, en el análisis del caso concreto
sometido a su decisión, considera que en la falla del servicio es clara, pero si
ha querido mostrar cuál es "el estado de la cuestión", para despertar algún
interés en que se continúe su estudio.
Además, en ese camino cree útil mostrar que aún cuando renovadora e
ingeniosa, la figura de la presunción de culpa por actividades peligrosas, tal
como se ha planteado en el campo civil, adolece de alguna inconsistencia. En
efecto:
En efecto, el artículo 2356 en su primer inciso expresa: "Por regla general todo
daño que pueda imputarse a malicia o negligencia de otra persona, debe ser
reparado por esta "que equivale a decir, con otras palabras, que cuando a una
persona pueda imputarse malicia o negligencia ella será responsable de los
daños que cause. No surge de la norma, como lo pretende la jurisprudencia,
una presunción de responsabilidad (ya se dijo que más tarde precisó que era
de culpabilidad) porque sólo exige que el daño pueda imputarse. Que del
hecho de la imputación del daño resulte una presunción de culpabilidad es una
conclusión que no corresponde a la lógica, pues si uno se pregunta cuándo
(según la misma norma), puede imputarse culpa al autor de un perjuicio,
tendrá que contestarse, usando las palabras del mismo artículo que eso sólo
será posible cuando se haya actuado con negligencia o con malicia (en cuyo
caso habrá dolo). Y si se sigue con la lectura de la norma se observará que no
todo el que ejercita la actividad peligrosa de disparar un arma de fuego y
causar con ello un daño, no por ese solo hecho podría reputarse o presumiese
que actuó culposamente porque la norma habla es de quien dispara
"imprudentemente" e igual sucede con el caso (que la jurisprudencia considera
que constituye sólo un ejemplo) de quien remueve las losas de una acequia o
cañería o las descubre en calle o camino, puesto que la disposición dice que
para que sea responsable no basta ese hecho sino que debe haberlo ejecutado
"sin las precauciones necesarias para que no caigan los que por allí transiten
de día o de noche" y cosa semejante sucede con quien causa perjuicio en la
construcción o reparación de un acueducto, puesto que el artículo dispone que
ello ocurrirá cuando "lo tiene en estado de causar daño a los que transitan por
el camino" donde, obviamente, se efectúe la construcción o la reparación. -
,Por qué esto? Porque de no tenerlo en condiciones de no causar daño, o de no
tomarse las precauciones necesarias para que no caigan los que transiten o de
dispararse imprudentemente, resulta, por regla general, que se actuó con
malicia o con negligencia.
Claro que hay que reconocer que la interpretación que dio la Corte Suprema de
Justicia al contenido del artículo 2356 fue ingeniosa y en su momento
constituyó un avance encomiable en el camino de determinar la extensión de
la carga de la prueba que debe dar al acreedor de obligación indemnizatoria
por hecho ilícito, pero, por lo expuesto, lo hizo contrariando lo que lógicamente
resulta de las palabras empleadas por el legislador. Más adelante se verá cómo
el problema resultó de mezclar las dificultades propias de la interpretación de
la norma con las de la determinación de los límites de la carga de la prueba en
cabeza del acreedor demandante.
b) La doctrina sentada por el tratadista Tamayo Jaramillo peca de la misma
falta de concordancia entre lo que dicen las normas y la conclusión que de ellas
se extrae, sin que se pueda dejar de reconocer que ella es original.
En efecto, lo que el doctrinante expone es que hay casos en que basta el hecho
dañoso para que de éste resulte presumida la culpa (poseer animal fiero,
amenazar ruina un edificio, tener personas bajo cuidado o dependencia,
eventos de los arts. 2346 a 2350 y 2354), todos ellos denominados por el
autor como de presunción de culpa a partir del daño; que hay otros en los que
probaba una actividad peligrosa que ha causado daño, la culpa también
resultará presumida, casos que el autor llama como presunción de culpa a
partir de la actividad; y que hay otros, los más, que por no caer dentro de las
otras categorías, en los que no basta el hecho ni la actividad sino que es
necesario probar la culpa (casos que él denomina de culpa probada).
A la luz de lo que antecede, resulta entonces que el artículo 2356 y las demás
disposiciones que a la jurisprudencia y a la doctrina han hecho pensar que
consagran una presunción de culpa en realidad lo que están indicando no es
que la consagren por oposición a lo que ocurre con el principio general de
responsabilidad de que trata el artículo 2341, sino que lo que hacen es indicar
la clase de prueba que en ciertos casos (actividades peligrosas, guarda o
custodia de menores de diez años o de dementes, hijos, pupilos, ruina de
edificio, animal que cause daños, etc.) es suficiente para demostrar la
diligencia y cuidado, o lo que es lo mismo, la ausencia de culpa, culpa que
como se ha dicho surge siempre del hecho de haberse ocasionado un daño, ya
sea directamente o ya sea por el hecho de personas o casos bajo guarda,
dependencia o cuidado. Así, quien dispara un arma de fuego o el dueño de un
edificio que se derrumba, o el dueño de un animal, es responsable de los
daños que ocasione el disparo, la ruina o el animal, de la misma manera como
lo es la persona que tumbe, por ejemplo, un árbol y éste al caer hiera o mate a
quien en ese momento pasa por el lugar, y por ello si demuestra que no actuó
culposamente probando que no disparó imprudentemente, o que puso vallas o
de cualquiera otra manera evitó que cayeran las personas que transitaron por
el lugar donde levantó las losas del pavimento (art. 2356), o que dio buena
educación a los menores o que no les dejó adquirir hábitos viciosos (art. 2348)
o que los criados o sirvientes no actuaron con ocasión del servicio prestado al
amo o que se portaron de un modo impropio que éste no tenía medio de
prever o impedir empleando un cuidado ordinario o la autoridad competente
(art. 2349); o que el dueño del edificio no omitió las reparaciones necesarias
(art. 2350); o que el propietario del animal se soltó sin culpa del dependiente
encargado de la guarda o servicio del animal o que el dueño con mediano
cuidado o prudencia debió conocer o prever el vicio del animal o su calidad de
dañino y sin embargo no le dio conocimiento al dependiente (para que pudiera
evitar el daño) (art. 2353), quedará exonerado de la obligación de indemnizar,
pues con tales pruebas mostrará su ausencia de culpa, es decir su diligencia y
cuidado, de la misma forma como quien derriba un árbol demuestra su
ausencia de culpa poniendo vallas u obstáculos que eviten la posibilidad del
paso de personas por el lugar donde aquél pueda caer.
El correcto entendimiento de las normas no lleva a concluir, entonces que
disponen una presunción de culpabilidad por el hecho dañino en contraposición
con el art. 2341, que supuestamente no permitiría la misma interpretación.
Todas las disposiciones citadas, desde el art. 2341 en adelante guardan una
admirable coherencia, sin que pueda pensar que unas consagran una
presunción de culpa, que por consiguiente eximan de la carga de su prueba al
acreedor (el perjudicado) mientras la general (la del art. 2341) impone a éste
esa carga.
No se ve por qué pueda sostenerse que "el que dispara imprudentemente una
arma de fuego" o remueve las losas de un acequia o cañería " sin las
precauciones necesarias para que no caigan los que por allí transiten de día o
de noche", para no citar sino dos de los ejemplos que trae el artículo 2356, se
hayan de presumir culpables de los daños así ocasionados (pero eximiendo al
perjudicado de la carga de demostrar que el disparo fue imprudente o que la
remoción de las losas se hizo sin las mencionadas precauciones) y no se deba
aplicar la misma inferencia de falta de diligencia y cuidado en quien tumba un
árbol y hierre o causa la muerte a quien en ese momento pasa por el lugar o a
quien sin la misma diligencia y cuidado acusa a alguien de un crimen que no
ha cometido o a quien pretendió quemar en su jardín unas hojas secas y
ocasionó un incendio en la casa vecina, por no haber tomado las precauciones
necesarias para evitar la propagación del fuego. No, en todos estos últimos
casos, como en los primeros, la persona que con su actividad causa el daño
está, en principio, obligado a responder por éste. Lo que sucede es que no es
al perjudicado con tales hechos a quien le corresponde la demostración de la
falta de diligencia y cuidado de la persona que los ejecuta sino que es a ésta a
quien le toca probar que actuó con diligencia y cuidado.
4°. Así pues, la Sala cree que es conveniente que por los doctrinantes y por la
jurisprudencia se continúe estudiando la materia con miras a lograr un justo
equilibrio entre la necesidad de que el juez tenga la convicción de la presencia
del elemento culpa para que proceda la declaratoria de responsabilidad en un
caso dado y la consecuencias condena al responsable de indemnizar los
perjuicios causados y la carga probatoria de dicho elemento, distribuyéndola
equitativamente entre el acreedor y el deudor, con miras a la realización de la
justicia.
Considera la Sala que debe tenerse en cuenta en dicha tarea que como lo
explica el profesor Antonio Rocha en su obra atrás citada, "quien está al
corriente de la manera como las cosas han ocurrido es el deudor, pendiente del
cumplimiento que debe dar
5°. Para la Sala siendo obvio que el elemento culpa siendo claramente
subjetivo y consistiendo bien en el error de conducta que no hubiera cometido
una persona prudente colocada en las mismas circunstancias del autor del
daño o en la falta de previsión del resultado dañino previsible o en haberse
confiado imprudentemente en poder evitarlo, cuando se previno, no es
demostrable sino por sus manifestaciones externas que lleven al juez a la
convicción de que el autor de un hecho dañino, contrario a norma expresa,
legal o contractual o a la general de no inferir en injuria a la persona o
propiedad de otro, incurrió en él por descuido o negligencia o con intención
dolosa.
Ya atrás se dijo que en el sub - lite la Sala no asume posición en cuanto al
problema de la carga de la prueba del elemento culpa, puesto que aquí esta
probada la falla del servicio.
Para el Consejero Ponente dicho problema debe resolver a la luz, entre otros,
de los principios esbozados por los eminentes juristas Uribe Holguín
e Hinestrosa, a saber:
b) Se sostiene también que el daño debe ser antijurídico o ilícito, es decir debe
fundarse en un hecho contrario al derecho, bien porque una norma especial así
lo establezca o bien porque se viole la general de no causar daño a la persona
o propiedad de otro. (art. 1494: "Las obligaciones nacen,...ya a consecuencia
de un hecho que ha inferido injuria o daño o a otra persona, como en los
delitos...").
Y sentó el Consejo de Estado: "La calidad del funcionario causante del hecho,
demostrada plenamente con la prueba documental que se observa a folios 2 y
3 C. N°. 1. así como su conducta ostensiblemente ¡legal, son la causa de la
responsabilidad de la Nación." (Sala de lo Contencioso Administrativo. Sección
Tercera, septiembre 13 de 1984. Exp. 3641. Actor: Alberto Estefan Estefan.
Anales, Segundo semestre 1984, p. 695.) (Subraya la Sala).
c) Lo anterior sirve para aclarar que cuando se sostiene que del acto
ilícito, es decir, el contrario a la norma jurídica, bien sea la genérica de
no causar injuria (es decir daño) a la persona o propiedad de otro o la
específica (caso del padre, o del cónyuge, etc) se infiere o se presume
que quien lo causa actuó culposamente, no quiere con ello afirmarse
que no se requiera el elemento culpa como axiológico o de la esencia
de la responsabilidad extracontractual. Por el contrario, con esto se afirma
la necesidad de dicho elemento, sin que él desaparezca por el hecho de
presumiese o de inferirse a partir del daño y de su ilicitud, inferencia o
presunción que naturalmente puede ser destruida.
También sirve lo anterior para aclarar que dicha concepción, que en cierta
forma podría decirse que objetiviza la culpa (en el sentido de encontrarla a
partir de datos materiales, pero como resultado de reconocer al hombre su
capacidad de obrar en uno u otro sentido), no debe llevar a la responsabilidad
fundada en el solo riesgo pues es claro que por lo menos en el régimen legal
colombiano, la responsabilidad, llámese contractual o extracontractual, se
funda por regla general en la culpa. El caso, pues, no es que se desconozca
este elemento sino, por el contrario, que al mismo tiempo que se reconoce la
necesidad de su presencia se acepta que su prueba resulta del daño y de su
carácter antijurídico, quedándole al autor del hecho (en el caso de la falla del
servicio, la administración), la posibilidad de demostrar que no actuó
culposamente.
El acreedor cumple con su carga probatoria de la obligación (arts. 1757
del C.C. y del 177 C. de P.C.) demostrando el hecho generador de la
obligación, que en el campo de la responsabilidad extracontractual, de acuerdo
con el art. 1494 del C.C., consiste en el hecho que ha inferido injuria o daño (y
probando lógicamente que él fue causado por la persona a quien se demanda).
Al deudor, entonces, de acuerdo con la distribución de que dicha carga hacen
las normas primeramente citadas, le corresponde demostrar la extinción de la
obligación, por su pago o por alguno de los modos reconocidos por la ley para
producirla (art. 1625 del C.C.) o bien porque intervino algún hecho, físico o del
hombre, dotado de eficacia impeditiva que rompió la relación de causalidad
entre el daño y el hecho dañino.
En la misma providencia dijo la Sala: "Nótese que algo distinto ocurre cuando
la responsabilidad se funda en una falla presunta porque en este evento basta
demostrar que un hecho dañoso ocurrió por el accionar de un instrumento
peligroso al servicio de la administración para que en ausencia de un evento
comprobado de fuerza mayor o de hecho de la víctima, se deduzca dicha
obligación indemnizatoria, pero aun en este caso, algo también tiene que
acreditarse en el respectivo proceso (por la víctima, primordialmente, en virtud
del onus probandi, añade ahora la Sala): el hecho dañoso y que él aconteció
por el accionar del instrumento peligroso".
La Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil, ha dicho que "La prueba
de la diligencia y cuidado incumbe en todo caso al que ha debido emplearla, ya
se trate de culpa contractual, ya de culpaaquiliana o extracontractual. El art.
1604, inc. 3° del C.C. que tal regla establece, pertenece al título 12 del libro 4°
de este Código, que trata 'del efecto de las obligaciones', e incluye en estas las
que provienen de un hecho que ha inferido injuria o daño a un tercero, de
conformidad con el art. 1494, que determina las fuetes de las obligaciones"
(Sentencias de 26 de junio de 1924, Gaceta Judicial, tomo XXXI, pág. 23 y ss.;
de 19 de noviembre de 1927, Gaceta Judicial, Tomo XXXV, pág. 96 y ss.; de 2
de febrero de 1932, Gaceta Judicial, Tomo XXXIX, pag. 459).
"Toda atención médica debe ser diferenciada de acuerdo con el real estado del
paciente, de modo que no es posible considerar luego de prestación médica, si
ella se adecuó a una pretendida norma, sin preguntar primero si el paciente se
encontraba en condiciones de serle aplicada tal norma. En algunos casos, la
urgencia no es sólo de vida sino de gravedad de evolución y si hemos dicho ya
que la posibilidad de solicitar exámenes complementarios de adecuarse a una
progresividad que no moleste al paciente ni perjudique su evolución cuando el
paciente está en lucha con el tiempo y debe recibir el tratamiento que lo saque
del riesgo cuanto antes, no podemos exigir por parte del médico un
procedimiento diagnóstico que le insumirá por si o por consulta, el tiempo
necesario para iniciar cuanto antes su tratamiento. Diríamos entonces que la
necesidad de exámenes previos a terapéuticas de riesgo es la regla pero que,
pese a ello, en la práctica de la sincronización para la satisfacción de las
necesidades del diagnostico médico sin riesgo, que hace necesario, a veces y
como excepción, hacer prevalecer la urgencia auténtica del estado del
paciente". (Editorial ABELEDO - PERROT. 1983 pág. 189).
Aplicando los principios generales atrás expuestos por la Sala, debe decirse
que si a la paciente no se le practicó aquel examen previo y si no se aprobó
que se tomaron las precauciones previas y concomitantes indicadas por el
mismo fabricante de la droga y por tratadistas en la materia y si tampoco se
demostró cuál fue la dosis administrada, en principio y salvo prueba en
contrario, que debe suministrar el deudor (la parte demandada), no pudo
ser sino precisamente por falta de la diligencia y cuidados debidos o por fuerza
mayor. En ausencia de la demostración sobre ésta, la conclusión a que hay que
llegar no puede ser sino lo de que hubo falta de diligencia y cuidado, por parte
de los agentes de la administración y concomitantemente, que se presentó una
falla de servicio.
En cuanto al daño emergente que estaría representado por los gastos que
hubiere tenido que sufragar la familia Pulido Ayala, no se encuentra dentro del
expediente prueba alguna de su ocurrencia y por lo tanto no puede
reconocerse este rubro.
FALLA:
Confirmase la sentencia de 7 de julio de 1989 proferida por el Tribunal
Administrativo de Boyacá,
ACLARACION DE VOTO
1) El asunto planteado no es mas que otro caso ordinario de falla probada del
servicio. De - allí mi aceptación a la motivación expuesta a partir del folio 42.
Esto muestra que el juez de la falla del servicio para condenar al Estado no
pueda razonar dentro de la órbita penal o disciplinaria, porque en estos
campos no tiene competencia alguna.
Algo similar sucede con los servicios médicos de carácter oficial. En éstos se
puede dar también tanto la falla anónima del servicio como la falla del servicio
del funcionario. Cuando se da esta última, la actuación del médico, por
ejemplo, deberá juzgarse tanto desde el punto de vista personal
(responsabilidad médica) como en relación con el funcionamiento del servicio.
Por eso mismo los principios de la responsabilidad médica sólo se aplicarán a la
conducta personal del médico en la misma forma como sólo se aplican las
normas penales al agente de policía homicida. Y esa actuación podrá se
juzgada por el juez administrativo pero no desde la perspectiva personal de la
responsabilidad médica, sino en relación con el funcionamiento del servicio
mismo.
Lo brevemente expuesto me permite concluir que la motivación del fallo
presenta ese desfase, porque trata de manejar la responsabilidad estatal por
falla del servicio de salud con los principios que gobiernan la responsabilidad
personal del médico.
ACLARACION DE VOTO
Dr Carlos Gustavo Arrieta Padilla.
De ahí que las obligaciones a cargo del estado no sean meramente pasivas, ni
correspondan al "nemine Laedere" propio del derecho civil, sino son por el
contrario activas, encaminadas hacia el logro de las finalidades sociales
previstas en la ley. Finalidades que, por su naturaleza y por las restricciones
normales de un Estado limitado en sus posibilidades, han de estar en un
permanente proceso de evolución en búsqueda cada vez de mejores resultados
y de mayor beneficio colectivo, ya sea en procura del mejoramiento material o
espiritual, o para la protección de los derechos civiles y garantías sociales que
la Carta consagra.
Tales obligaciones, como antes se dijera, no son ¡limitadas sino tienen que
tener relación directa con las responsabilidades que la ley o el reglamento
consagren, o con las funciones que de hecho la administración haya asumido
sin estar obligada a ello, o con las posibilidades reales del servicio. Pero aún a
pesar de tales limitaciones, lo cierto es que ante un resultado objetivo
diferente al esperado, que se concreta en la ocurrencia de un hecho dañino, es
obligación de la administración comprobar que cumplió cabalmente con sus
obligaciones y que tal ocurrencia, si es el caso, se debió a circunstancias más
allá de su control.