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“Escribo cosas muy raras”, le decía Haruki Murakami a Juana Libedinsky de “La Nación”, de Buenos Aires, en uno de los
escasos reportajes que ha concedido. Esas “cosas raras” que escribe tienen muy dividida a la crítica, porque mientras
muchos alaban su tórrida imaginación, los mundos oníricos que plantea, que lo vinculan con el orbe del director de cine
David Lynch y lo colocan en un altar un tanto discutible, otros sostienen que este autor elabora misterios que no
ofrecen explicaciones porque “su prosa no alcanza”.
Así lo afirmó la argentina Eugenia Zicavo, al comentar su novela más alabada, Kafka en la orilla (Tusquets, 2006) no
concediéndole valor alguno. A nosotros nos decepcionó. La nota de Zicavo apareció en “Perfil” de Buenos Aires el 31 de
diciembre de 2006, pero no se la ubica en Internet.
Aunque el propio autor considera que el cuento no es su fuerte, dado que interpreta que él es fundamentalmente un
novelista, a nuestro entender es en el relato corto donde su narrativa onírica, poco o nada realista, logra expresarse
con mayor claridad y riqueza. Esas cualidades quedan en evidencia, precisamente en Sauce ciego, mujer dormida, en el
que se han incluido cuentos escritos entre comienzos de la década de 1980 y 2005.
Murakami (Kyoto, Japón, 1949) llegó “tarde” a la narrativa, casi por casualidad, luego de haberse dedicado a atender
bares y a volverse un fanático de jazz que nunca se transformó en músico. “Estaba en un partido de baseball en Tokio,
cerveza en mano, y al mirar al bateador pegarle a la pelota en una jugada clave y luego de correr hasta la seguridad de
la segunda base, me pasó por la cabeza la idea de que yo podía ser escritor”, le cuenta a Libedinsky. Más adelante
admite que aún ahora, luego de haberse transformado en un escritor profesional, frente al teclado de la computadora
piensa que está ante el teclado de un piano y que compone música.
Es obviamente difícil (más bien imposible) saber cómo escribe Murakami en japonés para quien no domina ese idioma,
aunque las traducciones que se conocen en castellano se han tomado directamente del nipón, vale decir que no ha
existido la riesgosa “intermediación” de una tercera lengua. Se sabe, no obstante, que su prosa es límpida y que escribe
con muchísima influencia del inglés-norteamericano, que no es sólo su segundo idioma sino que fue el que utilizó para
escribir sus primeras ficciones.
El jazz, la cultura occidental, la literatura de esta parte del mundo, el orbe pop, la cultura de masas, “informan” a la
narrativa de Murakami, tanto que despierta no pocas sospechas y rechazos en su país natal donde, por otra parte, se lo
liga a otro autor, en este caso autora, “Banana” Yoshimoto, una escritora que comenzó como una verdadera
outsider con su pequeña gran novela Kitchen.
Hay ligazones, porque en sus textos “Banana” habla de un mundo poblado de fantasmas reales o posibles y que son –
precisamente- los que cada tanto aparecen en los cuentos de Murakami. Aunque, aclaremos, no se trata en su caso de
fantasmas habitantes de historias góticas, sino seres presuntos que están acompañando al ser humano para llevarlo
hacia sitios y/o situaciones inhabituales.
Uno de los hallazgos narrativos del primer Murakami es el cuento “La tía pobre”, escrito en los comienzos de los 80. En
el relato, un escritor en ciernes imagina que carga sobre sus espaldas a una tía pobre. “En todas las bodas hay una tía
pobre –escribe Murakami- apenas se la presentan a la gente, apenas si conversan con ella”. Cuando él carga con la tía
pobre nadie quiere acercársele porque esa mujer, ese “fantasma”, genera los peores recuerdos o, sencillamente,
deprime. Esa “tía pobre” no resulta una buena moneda de cambio en un Japón que crece, que muta, que vive a mil,
donde cada quien busca el éxito y el sempiterno ascenso social. En el espejo que supone la tía pobre Murakami logra
mostrar el rostro de un país arrojado a la carrera del consumo y de los logros individuales.
Los accidentes cortazarianos. Esos “accidentes”, las resonancias del azar, eran muy buscados por Julio Cortázar en la
vida de todos los días y el argentino decía que los encontraba con cierta facilidad. Y con reiterada felicidad las supo
volcar en sus cuentos. Es evidente que a Murakami le cuesta más, sus textos se alargan muchas veces sin necesidades
internas y otras –como en el caso extremo de “El mono de Shinagawa”- llega a lesionar el verosímil.
Pero, en general, en esta amplia selección de sus relatos, la idea de contar “cosas raras” (“soy incapaz de sentir interés
en novelas que no causen desconcierto a los lectores”), es decir la de narrar lo inusual de la vida, lo lleva a momentos
de gran calidad narrativa (en el cuento que da título al libro) y en otros a gestar válidas atmósferas o a hablar de
situaciones en la que lo extraño se da cita.
Otra constante tiene que ver con la soledad. En efecto, la mayoría de sus personajes son seres que viven “en solitario”
en la gran ciudad y quienes con grandes dificultades logran establecer algún tipo de contacto con el otro, ese otro que
parece estar aguardándolo para llevarlo o acercarlo a la dimensión desconocida.
Para quien guste del mundo de Murakami seguro que con Sauce ciego, mujer dormida no saldrá defraudado. Y para
aquellos que mantienen distancias o cuestionamientos con su obra nos parece que vale la pena recorrer estas páginas,
en muchas de las cuales el escritor japonés da lo mejor de sí.
Si bien los cuatro volúmenes pueden ser identificados con esa sensibilidad de nombre Haruki
Murakami –las novelas continúan la indagación óntica de personajes peculiares insertos en
atmósferas enrarecidas–, mientras que What do I Talk about When I Talk about Running aborda
asuntos como la traducción, el proceso de la escritura, la literatura norteamericana aderezados de cultura popular,
etc., es en Sauce ciego, mujer dormida donde confluyen las diversas tonalidades y obsesiones que distinguen a este
autor.
Ya en los las novelas que preceden a este libro se encuentran confi gurados buena parte de los asuntos que lo nutren;
por ello, el aire de familia –más allá del par de relatos que el propio Murakami reconoce en el “Prólogo” como el
germen de dos de sus novelas– se hace evidente historia a historia: el viaje, lo preternatural, la enfermedad, la pareja,
la muerte o la naturaleza.
Invisible Monster
Por lo que toca a lo preternatural, el propio Murakami ha declarado “Escribo cosas raras, muy raras, que mezclan
realidad y fantasía”, más allá de la terminología para designar la condición de estos parajes e historias, cabe destacar la
naturalidad de dimensiones kafkianas con que, en efecto, el autor japonés inserta como cotidiana una realidad que no
lo es, sin mayores artificios que, por ejemplo, narrar la repentina desaparición de un personaje, como en el cuento “En
cualquier lugar que parezca que esto puede hallarse”, así como la conciencia de que aquello ha ocurrido porque se ha
cruzado una puerta metafísica, recurso que le permitió al autor japonés darle forma a la más voluminosa y quizá
lograda de sus novelas, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (2001).
Esto extra-cotidiano, que ha sido utilizado para dar cuenta de la singularidad de Murakami o bien de su carácter
posmoderno, acusa más bien reminiscencias góticas y románticas, pues los escenarios misteriosos, la oscuridad que los
distingue, la morbidez del inconsciente, así como los sentimientos que suscitan tanto en los personajes como en el
lector, si bien los vemos aparecer con frecuencia en la narrativa murakamiana, son recursos cuyo derecho de piso lo
pagaron otros, tiempo ha. Lo que sí hace el autor de Underground es darle cohesión a su personal tono vertiendo
dichas fórmulas de manera estilizada ya si el peligro o lo extraño apenas se sugiere (“El cuchillo de caza”), ya si acude al
humor (“Somorgujo”), ya si combina el relato policiaco con el realismo psicológico (“El mono de Shinagawa”), todo lo
anterior alternando lo mismo la reflexión profusa, la superposición de anécdotas, la viñeta narrativa.
Algunas de dichas existencias son vividas por parejas unidas más por la casualidad que el
afecto, por la mansedumbre que la convicción; ya Al sur de la frontera, al oeste del sol (2003),
ilustró lo frágil de la modesta felicidad que proporciona el matrimonio. Siguiendo este sino
funesto, los amantes en Sauce ciego, mujer dormida deben asumir que el amor es una
condición necesaria pero no sufi ciente, pues éste lejos de traer la armonía, el conocimiento
del otro, deviene separación, infi delidad, extravío –físico, mental–.
*”Do que estou a falar cando falo de correr” (publicado en galego pola editorial Galaxia no ano 2009)
Barthes afirmaba que la literatura hacía de la vida un destino, del recuerdo un acto útil y de la duración un tiempo
dirigido y significante.
Y en ese sentido un haikú es el instante congelado en palabras, Octavio Paz lo dijo mejor: es la anulación del tiempo
que se sabe tiempo, es decir, nada, pues el tiempo no transcurre, somos nosotros, los hombres, quienes imaginamos
ver pasar imágenes, recuerdos inasibles a los que anhelamos denominar de algún modo y los nombramos: tiempo.
Hablo de estos pequeños poemas japoneses porque el libro que hoy les presento fue
escrito por un espléndido escritor japonés, tal vez el mejor, apenas atrás de Murasaki
Shikibu, Kenzaburo Oé y Banana Yoshimoto: Haruki Murakami, autor de culto entre
muchos amantes de la literatura. Este libro, Sauce ciego, mujer dormida, es una
recopilación de 24 cuentos que guardan bajo sí, una gran parte de la existencia del
propio autor. Todos, hay que decirlo, son cuentos extraños, muy extraños, aún para
Murakami.
El cuento que abre la antología lleva el mismo nombre del libro y es probablemente
el mejor de todos, es un relato magistral de la cotidianeidad fantástica que rodea la
existencia. El personaje principal realiza un viaje en autobús hacia el pasado,
acompañado por un primo lejano que sufre sordera. Se dirigen a un hospital donde
atenderán a su problema del oído. Con asombro, casi con miedo, el personaje
presiente que todo aquello ya es un recuerdo, sólo la certeza de saber que es un
ilusión lo ancla con misericordia a la esperanza de que nada cambiará, que ese
instante robado a la imaginación no le pertenece. La literatura, hasta en sus estratos
más superficiales, araña con sus filos cualquier tapón que detenga a la memoria.
Testigos inéditos, los personajes de estos cuentos de Murakami contemplan las hordas bárbaras de lo innombrable y
en esos breves, indescriptibles instantes, la vida se contempla como si estuviéramos en el fondo del mar, inmóviles,
incapaces de nada, flotando, a la deriva, de aquí para allá. En Sauce ciego, mujer dormida, no hay resultados
previsibles, luego de la lectura del primer cuento no sabemos muy bien que esperar, más allá del asombro por la
capacidad magistral de Murakami para decir trivialmente asuntos monumentales: una cicatriz rosada en el pecho nos
lleva a buscar recuerdos hondos para explicar nuestro propio dolor; el relato de unas moscas imposibles nos llena de
desazón, nos hace acordarnos de unos bombones, de cómo nunca podemos presentir las últimas veces de cualquier
acto, de cualquier presencia. Asuntos tan simples como las despedidas pasan, por fortuna, casi siempre desapercibidas
y se van diluyendo sin más, hasta que un día, de pronto, nos damos cuenta que aquella vez había sido la última vez de
tantas y tantas cosas.
Todo el libro recoge las historias erigidas a contraluz entre el sueño y la vigilia. Los personajes son ambiguos en el
sentido de que a menudo dudan entre la realidad y los deseos. Muchas veces, curiosamente, eligen la fantasía como la
última cifra de una suma de la que ya no llevan cuenta. Ante una existencia opaca y a ratos indescifrable, caótica, con
un destino fuera de madre y las manos llenas de sueños rotos o perdidos, los personajes de estos cuentos de Murakami
eligen, como muchos de nosotros, una salida de deseos para siempre insatisfechos, aunque sepamos, de antemano,
que ya todo está perdido y que aquello que dejamos a un lado del camino, a la manera de cierto Rilke, es un grano más
de las inmensas planicies de arena de todas nuestras batallas perdidas.
Fontes:
Comunidad El País (25 marzo 2008)
Literal: latin american voices: pensamiento, arte y cultura
Vanguardia (México)