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EVANGELIO (JUAN 1, 29-34)

Juan llama a Jesús “Cordero de Dios” para señalar que en su persona se resume todo
el culto antiguo y ya no habrá mas redentores ni corderos que sacrificar para señalar la
alianza con Dios. Como el Bautista, los cristianos son testigos de que Jesús es el Hijo de
Dios, el Mesías salvador y quien da el Espíritu de Dios. Hay que seguirlo y no solo
reconocerlo o aclamarlo.
SUGERENCIAS PARA MEDITAR
En todos los pueblos y culturas existe un amplio vocabulario para designar la maldad,
o sea, aquello que no es bondad. En tal vocabulario se pasa de la inadvertencia al
crimen y a la corrupción. Algunos pueblos incluyen en esa maldad: las actitudes y
conductas de unos con otros, la responsabilidad civil, la conducta social y los mismos
actos de religión, personales o comunitarios, con Dios y entre semejantes.
El Israel bíblico, primero y la comunidad cristiana, después, manejaron un vocabulario
muy amplio sobre la falta y señalaron su causa en un poder nefasto y personalizado
que irrumpe en la vida personal y comunitaria sembrando corrupción, división y
muerte.
La liturgia del 2° Domingo del Tiempo Ordinario nos presenta el cuadro doloroso de
esta realidad, pero se ocupa más de Jesús, el liberador del pecado humano.
Primera lectura.
Al hombre moderno que parece haber perdido el miedo al mal y a sus riesgos y habla
mas de logros, metas por conseguir y primeros lugares que ocupar, Isaías propone la
figura misteriosa y solidaria de un “Siervo de Dios”, quien puede ayudarnos a ver mejor
nuestra realidad. Ese siervo ha sido puesto por Dios como luz que ilumina no solo a los
de casa sino a todos los hombres, enseñándolos a mantener su fidelidad a las cosas
visibles y a interesarse de las impalpables, como esperanza en un bien que se avecina
y en cuanto liberación del mal que, por ahora, los oprime.
Segunda lectura.
Pablo apóstol dirige una carta a los cristianos de Corinto para recordarles que forman
una comunidad y han sido llamados a la santidad. El Señor Jesús es el modelo que han
de seguir pues los ha santificado y los ha llamado a vivir esa dimensión nueva en el
mundo que los circunda, entre si mismos y con los demás.
Evangelio.
Juan es explícito y llama a Jesús el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Esto significa que Cristo es el nuevo Siervo que mostrará el camino y la forma de liberar
al ser humano y a toda sociedad de los males que la aquejan, cuya base y cúspide es el
pecado. Hay que identificar a ambos para saber a quien acudir y que quitar.
Así pues, mientras hoy nos dedicamos a satisfacer las necesidades socioeconómicas de
seres humanos y de países con cultura, progreso, bienestar y ocio y mientras
suponemos que con ser o tener mas hemos conseguido todo, el mensaje de las lecturas
bíblicas de este domingo nos muestra cual es el camino de Dios: salvación como
liberación de lo que estorba al ser humano y a la comunidad en su interior y exterior,
es decir:
 De lo que cometemos ante Dios y contra el prójimo sin siquiera pedir disculpa o
un genérico “me equivoqué…”;
 De lo no tan grave pero no menos dañino, como la perdida del tiempo, recursos
y capacidades, por distracción o mayor atención a lo secundario;
 De lo interno y oculto que llamamos genéricamente mal pensamiento e
intención;
 De la omisión con que olvidamos la cercanía del necesitado a nuestro lado; o
bien, con el que pisamos so pretexto del clásico “no me fijé o pasé por alto”;
 Y, en definitiva, de ese poder nefasto que nos invade y destruye, al que llamamos
falta, error, culpa, ofensa, pecado.
La maldad estorba toda relación del hombre consigo mismo, con los demás y con Dios.
No solo impide a la persona o comunidad ver el bien, sino los condiciona a seguir mal
y de mal en peor. Por ellos, es mas que equivocación, descuido o falta de educación.
En pocas palabras, el pecado es el SIDA del espíritu: asegura en la maldad haciéndonos
parecer buenos e impidiéndonos ver valores, vida, luz, esperanza y al prójimo a quien
fui enviado como “siervo”, así como a mi mismo en cuanto hijo de Dios y a los demás
como comunidad.
Cristo es el liberador definitivo del mal; por ello decimos:
Padre… líbranos del mal.

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