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Por:
Facultad de Humanidades
Palmira – 2019
Introducción
Lo que no tiene nombre (2013) es el relato que Piedad Bonnet construye en memoria de
Daniel Segura Bonnett, su hijo fallecido. En él la autora socava en las razones y las
suicidio, y todo ello desde una posición emocional que compromete la escritura como un proceso
de sanación. Además del proceso de escritura, este relato también cumple con las características
que lo hacen una obra autobiográfica y en esa medida, más allá del singular proceso, también hay
en ella una función y necesidad de narrarse y contarse, es decir, antes que escritura para sanar, en
el caso de Lo que no tiene nombre puede pensarse en la autobiografía para sanar, entendiendo
que no implica la escritura por la escritura, sino la escritura condicionada a los hechos y a la
memoria.
en la que está expuesta y lo que comunica en términos profundos sobre los grandes temas que
aborda, mencionados en anterioridad: muerte, duelo y suicidio. Esto con el fin de evidenciar los
niveles de reconciliación lograda por su (al mismo tiempo) autora, narradora y personaje.
Lo que no tiene nombre: escritura y reconciliación
[…]
Hurgo en mis sentimientos
estoy viva.
Blanca Varela
Como buen epígrafe, el de Lo que no tiene nombre, frase del escritor estadounidense Paul
Auster: “Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona
del mundo a quien jamás ocurrirían esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte
todas, igual que le suceden a otro.”, ya sugiere las varias búsquedas y reflexiones que atraviesan
el libro de Piedad Bonnett. Y es que, si bien es el libro que la autora hubiera preferido no haber
escrito nunca al ser la narración de los hechos que influyeron en la muerte de su hijo, hay en él
más instancias sobre las que valen la pena indagar para comprender su valor emocional y
Al considerar que lo que hace diferente este producto literario a los que anteriormente
hubo de publicar la autora es la base real de los hechos, corroborables y sustentados por la misma
suicidio y la muerte; para una madre que hayan sido la de un hijo; para una escritora, nombrar lo
innombrable. Así, se hace importante demostrar cómo se establece dicha pretensión y qué
capitales de Philippe Lejeune en los que caracteriza al género gracias al pacto en el que autor,
autobiográfico al cumplirse que Piedad Bonnett es quien escribe, narra y protagoniza su historia.:
insoluble de establecer una distinción entre autobiografía y ficción, (...) Lejeune podía
identificar ahora un criterio textual con el que se puede distinguir entre autobiografía y
Ahora bien, en este caso, lo que define que sea netamente una autobiografía depende de
vale la pena tener en cuenta que la obra habla tanto de su autora como también de Daniel, su
hijo, y la reflexión es constantemente sobre él. Esto conlleva a asumir un intento biográfico
latente que se vuelve autobiográfico al estar supeditado a la una exploración individual, íntima y
subjetiva de quien lo narra, de modo que de todas las formas posibles de este género, Lo que no
circunstancias, esas que hacen de toda muerte un hecho único, pero más único esta vez,
Así, además de la firma de la autora, los demás paratextos que acompañan la historia dan
cuenta de la figura de Daniel como tema central y refuerzan la veracidad sobre lo dicho junto a la
intención de búsqueda de respuestas, pero desde la condición emocional de quien los dispone.
Por un lado, está la dedicatoria del libro que va dirigida a los familiares: Para Rafael,
Renata y Camila, que son quienes atraviesan el lugar más próximo al duelo por el que pasa
Piedad Bonnett al también haber perdido al hijo y al hermano. De igual modo, dentro de la obra,
mientras caminamos en medio de los árboles que destilan todavía gotas de lluvia, seis seres
desolados y temblorosos” (Bonnett, 2017, p. 27), y a través de ese recurso impone la reacción
Por otra parte, la portada del libro que lleva un autorretrato de Daniel y los demás cuadros
que acompañan las páginas se perciben como una recreación de ese mundo interior que la autora
describe. Todo lo dicho frente a Daniel está atravesado por los afectos y las cargas emocionales.
Si bien una oportunidad para conocerlo desde su propia expresión son sus pinturas, estas ya han
sido interpretadas por quien lo narra y es la interpretación de la escritora la que las dota de
sentido al tejer un camino que conecta los hechos de la vida real con las formas del arte (sucede
Concibiendo que toda obra es autobiográfica, Piedad Bonnett reconoce el filtro que como
y con toda certeza esta semblanza de trazos gruesos está deformada de manera involuntaria por
el amor que le tuve”. (Bonnett, 2017, p.53), lo que esto precisa es que la escritora reconoce que
autora, escritora y narradora para dar cuerpo a lo que resulta un motivo de génesis dramática:
“Por esa razón, después de su muerte se ha apoderado de mí una pulsión investigativa que me
lleva a indagar en cuanta materia o ser humano pueda responder a la pregunta: ¿quién fue
Esto prueba que en cuanto a contar la “verdad” sobre esta vivencia significativa, este
escrito no cuenta con objetividad, sino que es el resultado de una argumentación desde la propia
Daniel se mató, repito una y otra vez en mi cabeza, y aunque sé que mi lengua jamás
podrá dar testimonio de lo que está más allá del lenguaje, hoy vuelvo tercamente a lidiar
con las palabras para tratar de bucear en el fondo de su muerte, de sacudir el agua
empozada, buscando, no la verdad, que no existe, sino que los rostros que tuvo en vida
De esta manera la autobiografía que escribe Bonnett leída desde su función vertical, es
decir, desde el llamado que impulsa el motivo autobiográfico, puede dilucidar la necesidad de
sanarse, de responder todo lo que quedó vacío e inexplicado en la reconstrucción de los hechos,
tendencia moral del ser individual. La vida entendida así no se dirige a través del tiempo
hacia el pasado sino que se dirige hacia las raíces de cada ser individual. De esta forma es
al inconsciente más que el impulso horizontal del presente al pasado. (Olney, p. 35)
De allí, que en el caso de Lo que no tiene nombre (2013) la escritura adquiera un valor
terapéutico, pero no desde la única acción de escribir por escribir, como ya se mencionó, sino de
escribir para contarse. Piedad Bonnett, siendo escritora de profesión desde antes del suceso de su
pero en Lo que no tiene nombre, le corresponde usar su propia vida como insumo fiel (en la
medida que eso es posible) para poder nombrar lo innombrable y para poder aceptar que eso que
parece que solo les suceden a los otros, le ha sucedido: que un hijo sufra una enfermedad, que un
Es a partir de esta necesidad que tiene sentido adjudicar en la obra de Bonnett los niveles
apaciguamiento, vale la pena considerar el detonante, entonces que para el académico Duccio
Demetrio:
significados que atribuimos al mundo, a las situaciones y a los demás. Todo recuerdo es
un signo que ha marcado nuestra vida pero que, como pertenece a una red de recuerdos,
Por su parte, la neuróloga Armelle Viard (2010), sustenta que los recuerdos
autobiográficos episódicos tienen a menudo una fuerte connotación emocional, es decir que en
cuanto más intensa es la emoción más sencillo y constante es reavivar lo acaecido de forma
precisa y detallada, aunque no debe olvidarse que antes que ser una restitución devota, el
quedar grabados y asociarse a una fecha y un lugar precisos (…) (Mente y cerebro, 2010)
Como queda señalado en Lo que no tiene nombre, vivir un duelo por la muerte de un
familiar, desde luego, es un golpe para el sentir que se intensifica cuando carecen las respuestas,
esto para referir al suicidio, que en la historia de Daniel ostenta ser una acción inconclusa en el
sentido que no deja una carta o un mensaje; al que además se añade al hecho de ser un duelo en
Es ante este aspecto que entra en juego la escritura como sanación, para la académica
Silvia Adela Kohan (2013): “Escribimos porque algunas cosas sólo podemos pensarlas mientras
lo hacemos (…) [Se escribe] desde la sombra, desde el miedo, desde el borde del camino.
innombrable como es, deviene en narración; y la reparación, en reflexión y aceptación. Este es,
casi en su totalidad, el ciclo que propone Duccio Demetrio en su ensayo Escribirse (1999) el cual
lleva por bandera la sustentación de la afirmación: “Escribirse proporciona bienestar, la paz que
que también pueden ser llamadas “poderes” en las que narrar la propia historia es sinónimo de
bienestar. Estas son: evanescencia, por el sosiego recordar; convivencias, en la preocupación de
En Lo que no tiene nombre (2013), pueden repasarse cada una de estas instancias. En
primer lugar, la evanescencia por el placer de recordar sin importar el dolor que ello implique, a
unánime entre pensamiento y percepción – y sobre todo no sentirnos molestos por ellas,
p. 47)
En este sentido, tiene lugar la reconciliación con lo que Bonnett titula Lo irreparable. En
este primer apartado del libro, la autora adunda sobre la pérdida de su hijo, la manera en que
murió y cómo le viene la noticia. Es el detonante de un duelo que no tiene nombre, porque es
Alguna vez escribí que en el aire “el tiempo se hincha como un paréntesis”, y hoy lo
enterrar a su hijo?
Sí, Piedad. Es un hecho. Sucedió. Y nunca palabras tan precisan me han sonado tan
sobre lo sucedido, entrar en lo profundo de su dolor para darle a través de la movilidad de las
El silencio impuesto, la ausencia de escucha, la mirada que se desvía hacia otro lado, son
las frustraciones y los malestares de nuestra cotidianidad. A su vez, las heridas que se
abren (…) son innumerables cuando al rito del saludo (y de la escucha) oponemos el rito
Si bien todo el libro abarca esta inquietud, son el segundo y el tercer capítulo, Un
precario equilibrio y La cuarta pared, los que pretenden un mayor foco o atención porque
enfermedad mental de Daniel y establecen los interrogantes que surgen de un hecho como el
suicidio, respectivamente. De este modo que contar los hechos y las posibles causas de la
¿Tenía Daniel una predisposición genética que fue disparada por aquel veneno lleno de
de formularlo? (…) Un rastreo intuitivo me llevó a leer en internet, años después, lo que
sobre aquella medicación para el acné ya se sabía en 2001, pero nadie tuvo la precaución
de decirnos: que “se han comunicado casos de depresión, síntomas psicóticos y rara vez
En lo que respecta al suicidio, las convivencias permiten exponer el tema frente a una
sociedad que lo considera tabú, y lo visibiliza. Le da un orden, unas causas y unas respuestas. Sin
embargo, estas últimas son el resultado en mayor medida de un interrogante íntimo y subjetivo,
de allí que sean apropiadas para apelar a la recomposición que Demetrio instaura como el
diálogo de los recuerdos con las realidades para llegar a la aceptación de lo que agobia,
asumiendo los recuerdos como una red en la que la memoria actúa para el beneficio de las
emociones. De este modo que para Bonnett, la reconciliación con el suicidio implique
encontrarle sentido y razón por su cuenta, aun cuando siempre esperó encontrar una justificación
de su hijo:
Todo suicidio encierra un mensaje para los que se dejan atrás. Los que lo quisimos no
sabremos jamás hasta dónde cupimos en sus últimos pensamientos, ni qué palabra
alcanzó a musitar para nosotros. Releo los chats en Skype: Mamá, no estés triste, dice
Yo lo amaba, lo cuidaba, de esa manera elemental y sin embargo entrañable en que las
madres amamos y cuidamos a nuestros hijos (…) Pero ningún amor es útil para aquel que
aceptación del hecho, esa que es la misma escritura porque al ser un proceso reflexivo contribuye
a que la autora domine su propio lenguaje, que en ese proceso escritural viene siendo el de sus
sentimientos y sus afectos. Esta reconciliación es representada con mayor fuerza en el último
capítulo, El final, pues es allí donde el proceso creativo alcanza su fin terapéutico. Lo que no
tiene nombre más que un libro se concibe como un manifiesto a la memoria de Daniel, lo que es
Al escribir sobre uno mismo puede suceder que uno crea ser el protagonista de aquella
experiencia, mientras que en realidad estamos hablando de otro personaje; también nos
coherencia de nuestras acciones o experiencias vividas. Todo ello es ilusorio, pero hace
posible que se comparta con los demás este juego de espejos, en el que ya no se sabe
dónde han ido a parar el rostro y el cuerpo material de quien se refleja en ellos y en el que
Piedad Bonnett logra hacer de la memoria de su hijo un monumento que toca al lector, en
innombrable:
Yo he vuelto a parirte, con el mismo, con el mismo dolor, para que vivas un poco más,
para que no desaparezcas de la memoria. Y lo he hecho con palabras, porque ellas, que
son móviles, que hablan siempre de manera distinta, no petrifican, no hacen las veces de
tumba. Son la poca sangre que puedo darte, que puedo darme (Bonnett, 2017)
Referencias
Barcelona, España
Lejeune, P., Loureiro, A. G., Eakin, P. J., & Torrent, A. (1994). El pacto autobiográfico y