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EDICIÓN AL CUIDADO DE
Julio Bustamante
Oleno León
María Alejandra Rojas
Ybory Bermúdez
Yeibert Vivas
FOTO PORTADA
Nº LF 40220098002084
ISBN 978-980-14-0537-5
3 José Rojas Uzcátegui señala la pieza El café de Venezuela, montada en 1822, como nuestro
primer sainete y, curiosamente, también como “el primer gran fracaso escénico de un
autor venezolano” (26)
SAINETES VENEZOLANOS
Los silbos estallan, los gritos atruenan, las sillas vuelan por el
aire, las mujeres chillan, los chicos se esmorecen, las candilejas
se apagan, el infierno se desborda (…) (Bolet Peraza, 209).
Difícil concebir mayor incivilidad, y aun cuando nos haga sonreír no deja
de recordarnos aquella horda de “El matadero”, de 1836, del argentino Esteban
Echeverría, relato emblemático de la representación literaria de la barbarie. El
teatro popular del siglo XIX, desde luego, se halla en la acera opuesta del Teatro
de prestigio respondiendo más bien a la caracterización del Teatro tosco7, sin
mayores aspiraciones y recursos, pero vital y desenfadado. Con fruición car-
navalesca se apropia de expresiones culturales, como en Nacimientos y Jeru-
salenes, para reconstruirlas de un modo en que lo grotesco no se encuentre
reñido con ternura y devoción; representaciones equivalentes a esas figuras
ingenuas de barro o madera de la artesanía folklórica. Apropiación simbólica
de elementos culturales, los religiosos entre otros, a través de su conversión a
códigos propios lo cual funciona, si se quiere, como una forma de traducción,
por una parte. Por otra, esa misma apropiación también entraña otro sentido
de signo contrario orientado hacia la resistencia popular frente a la alta cul-
tura. Dicho de otro modo, los símbolos transformados —transculturados—
esconden un gesto de insubordinación contra el calco fiel de patrones ajenos.
5 A El Conde le corresponde un sitial pionero del teatro en Caracas, construido en 1783
entre las esquinas de El Conde y Carmelitas fue derribado por el terremoto del 26 de
marzo de 1812. Sólo tenía techo en parte, tema que ironiza Humboldt: “el patio, en el cual
estaban separados los hombres de las mujeres, estaba descubierto, y se veían a un tiempo
los actores y las estrellas […]” (Churión: 54)
6 En este aspecto siguiendo la tradición del viejo teatro El Conde en donde, según Chu-
rión, ya fueran “buenos o malos los cómicos, volantines o saltimbanquis, los apedreaban o
naranjeaban (sic) sin piedad […]” (Id: 57)
7 Teatro de prestigio y Teatro tosco según la categorización de Peter Brook.
SAINETES VENEZOLANOS
Así pues, mutatis mutandi, con este tipo de dicotomía entre un espec-
táculo elitesco y otro tosco proseguimos durante las primeras décadas en el
siglo XX aunque, en verdad, nunca más las crónicas registrarán aquel regoci-
jado primitivismo del Teatro del Maderero. No pasó en vano el afán moder-
nizador del guzmancismo, no sólo plasmado en lujosas edificaciones, entre
ellas el Teatro Municipal, sino también expresado en nuevas ordenanzas
destinadas al orden y limpieza de la ciudad, y en el énfasis puesto en la edu-
cación y el comportamiento público y privado del ciudadano. Por ello no es
de extrañar que, a imitación del decimonónico Manual de urbanidad, de
Manuel Antonio Carreño (1853), todavía vigente en la primera parte del siglo
XX, se publiquen otras preceptivas, incluso una especialmente destinada a
disciplinar la conducta en el ámbito teatral. Se trata del opúsculo Arte y urba-
nidad (1906), de Benedicto Peña, quien en graciosos versos predica elemen-
tales consejos, como no dar golpes con tacones, no fumar, no llegar tarde, etc.
Resulta evidente que el sainete de las primeras décadas del XX, con sus
aventuras y desventuras sigue el hilo conductor de aquel barro criollo del
teatro popular de siglos anteriores. Mientras, preciso es advertirlo, el sai-
nete en España, de tradición juglaresca, se presentaba para entonces en las
mejores salas con escenarios a la italiana, montado por compañías profesio-
nalizadas y contando con el bagaje de una tradición de renombrados autores,
que pasa por hitos célebres como los entremeses de Lope de Rueda y las
piezas de Ramón de la Cruz, quien le da su forma más acabada a este género
chico. De hecho, los sainetes españoles traídos por las grandes compañías se
montaron en las salas más reputadas y se tomaban como un teatro ligero, de
divertidos rasguños, pero nunca tosco o primitivo como el nuestro.
Lo fundamental del sainete clásico español, sin embargo, se conserva
entre nosotros: costumbrista, breve, de humor, cuya etimología sain —“boca-
dito de gusto”, “pedacito de gordura de tuétano” con que los halconeros
regalan a sus aves de cetrería, carnada o anzuelo para atraer o distraer—
remite a algo sabroso y carnal, más que de espíritu; algo que hace cosquillas
y provoca risas a través de la ridiculización de las costumbres. Teatro parro-
quial, de personajes criollos estereotipados: el sastre, el barbero, el campesino
en la capital, la chismosa, etc.; de lenguaje autóctono y obligados enredos
en una trama rica en equívocos y casualidades. En suma, cruce de comedia
y costumbrismo con su equipaje de tipos, tópicos y dialectos nacionales
Como decíamos antes, entre 1924 y 1926 el sainete alcanza su ápice, lle-
gando entonces a representar al teatro nacional en condiciones muy desiguales
frente a las compañías extranjeras, asiduas visitantes de nuestras mejores
salas, amparadas por el presupuesto oficial. Nunca, por ejemplo, la inicia-
tiva criolla llegó a percibir, ¡ni lejanamente!, lo que a la compañía española de
ópera de Américo Marín, auspiciada por el gobierno, le fuera concedido en
1910: “subvención de doscientos mil bolívares en dinero efectivo, teatro gratis,
alumbrado, pasajes desde Puerto Rico a Caracas y exoneración de impuestos”
(Salas, 1974: 101). Teatro de prestigio que de antemano tenía ganados subsi-
dios y éxito en el Municipal o el Nacional, en contraste con nuestro teatro tosco
montado en escenarios improvisados o corrales y, cuando más, en las edifica-
ciones menos ostentosas como el teatro Calcaño o el Olimpia.
Faltaban recursos y sobraba mística. Aquellos cruzados del teatro
nacional, Rafael Guinand, Leoncio Martínez (Leo). Francisco Pimentel (Job
8 Se refiere concretamente a artículos de costumbres, pero bien puede aplicarse a la drama-
turgia costumbrista.
SAINETES VENEZOLANOS
En relación con la puesta en escena de una obra suya, Las dos llaves
(192?), Juan José Churión comenta:
En anuncio destacado:
9 La lucha por un teatro nacional se inscribe en una polémica mucho más amplia entre lo
nacional y extranjero, a su vez imbricada con la disyuntiva entre lo tradicional y lo nuevo,
que se extendió a todos los campos de la cultura desde el siglo XIX, cobrando especial
relieve en los intelectuales y artistas del modernismo finisecular latinoamericano. En este
sentido, y en nuestro patio, son famosas las polémicas recogidas en Cosmópolis (1894-
1895).
SAINETES VENEZOLANOS
SAINETES VENEZOLANOS
SAINETES VENEZOLANOS
12 En “Un llanero en la capital” (1859). Palmarote, Perucho Longa o Juan Bimba —parien-
tes todos— representan símbolos del llanero que ha dejado atrás su imagen de salvaje,
aquel que muestran semidesnudo recorriendo la sabana a lomo de bestia, ya sea luchando
valientemente por causas realistas o patriotas (con Bobes o Páez), o como nómada, can-
tador y jugador trashumante, sin amor ni respeto por las posesiones. Los Palmarotes, en
cambio, representan al llanero que ha entrado en la horma republicana, pasando a tener
un perfil de ser “razonable”, respetuoso de la ley y el orden del proyecto civilizador de
corte positivista.
SAINETES VENEZOLANOS
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suerte de “paraíso perdido de las clases altas” (Kaiser: 6). A esto se suman sus
finales felices, como si esa sociedad que representa el sainete no confrontase
sino problemas de poca monta y desenlace doméstico.
Sin embargo, otra cosa fue la experiencia del sainete. De hecho, el sai-
netero no parece haber producido sus obras para la posteridad, sino para
su momento y circunstancia. No aspiraba al Parnaso ni sus piezas nacieron
con las contracciones de alumbramiento del Arte Mayor. Por el contrario,
el sainete se concibió efímero, transitorio; Rafael Guinand, por ejemplo,
tuvo temporadas en que estrenaba uno cada semana “y si no pegaba había
que montar otra [obra] a base de apuntador” (Salas, 1978: 38). En muchos
casos no pasaron de ser un manojo de borradores, partes disgregadas en
manos de los actores. Publicar, trascender, no constituía un desvelo para
los saineteros. Lo importante era la dinámica entre escenario y público. Lo
más valioso del sainete se hizo en la representación; no frente al auditorio
sino con él. Allí hay que imaginar el humor disparando sus dardos fuera
de escena, tirando y escondiendo la mano, pues otra cosa no podía hacerse
sin arriesgar el pellejo17. No son pocas las anécdotas que se refieren a las insi-
nuaciones políticas de morcillas y gestos. La denuncia no estuvo excluida
del sainete como experiencia; cautela sí, mas no indiferencia por el drama
social y la represión política. Por otra parte, es justo reconocer que su acer-
camiento al tema popular, rudimentario e ingenuo si se quiere, significa el
debut en la escena teatral de nuestros tipos y temas, antes excluidos.
No podemos pues reducir el sainete al texto, como tampoco podríamos
con otras tantas manifestaciones populares que no pueden entenderse, ni
justipreciarse a cabalidad, fuera de su contexto y sus modos de producción,
transmisión y recepción.
SAINETES VENEZOLANOS
Perucho: ¡Mira!, ¡mira, piazo e fresco! Sí, tú, tú… ’Tas muy
viejo pa la gracia, ¿sabes? ¡Caray!, que entre estos caraqueños es
que hay hombres sinvergüenzas! Y el viejo éste que hasta nietos
tendrá ya poniéndome sobrenombres. ¡Pero el peñonazo que le
zumbé, si lo cojo lo estapono. (p.e.:143 ).18
Además, en las mejores obras, desde A falta de pan buenas son tortas,
de Bolet Peraza, “El discurso del doctor Ningüín” y Yo también soy candi-
dato, de Guinand, a Venezuela güele a oro de Andrés Eloy Blanco y Miguel
Otero Silva, se advierte un particular regodeo en la prestidigitación verbal
18 Con las siglas p.e. (presente edición) señalaremos las referencias de las obras incluidas en
este volumen.
O como:
SAINETES VENEZOLANOS
SAINETES VENEZOLANOS
TELÓN VIOLENTO
19 Constituye la primera mención del petróleo que hemos hallado en nuestra dramaturgia.
SAINETES VENEZOLANOS
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SAINETES VENEZOLANOS
ESCENA VIII
(Chang saca una mesa, la coloca en el centro de la escena y le
monta encima un caucho de automóvil, un florero con calcetines
colgando, un par de alpargatas con un lazo azul y un vaso de
noche con crisantemos) (p.e.: 444).
SAINETES VENEZOLANOS
que pudiese apreciar por sí mismo la variedad tanto del sainete tradicional,
como de sus posteriores derivaciones.
Por último, no dejaremos de cumplir con la buena costumbre de agra-
decer a quienes han velado por la realización de este proyecto: José Gabriel
Núñez y Humberto Orsini, y a quienes sabia y diligentemente contribu-
yeron con la trascripción y corrección de los textos, Beatriz Núñez y Claudy
De Sousa.
26 Nicanor Bolet Peraza (Caracas, 1838-Nueva York, 1906). Periodista, escritor político y
diplomático. En el campo de batalla alcanzó el grado de general de brigada y como político
detentó una curul en el congreso, fue secretario del Ministerio de Interiores y ministro
plenipotenciario de Venezuela en Washington. De su persistente actividad periodística
destacan la dirección de La Tribuna Liberal y la fundación de la prestigiosa revista latinoa-
mericana Las Tres Américas. En el campo literario se le reconoce como una de las más finas
e irónicas plumas del cuadro de costumbres, aunque también escribió cuentos, ensayos y
piezas teatrales. En el arte teatral obtuvo renombre con A falta de pan buenas son tortas
(1873), considerado un clásico del sainete venezolano, y Luchas del hogar (1875).
SAINETES VENEZOLANOS
Escena I
SAINETES VENEZOLANOS
SAINETES VENEZOLANOS
Escena II
Tor: Anda ahí, mujer antipatriótica, que así ves con indiferencia los
sagrados intereses de la patria de tu marido. Coser, coser, pegar boto-
nes, zurcir medias, remendar trapos: eso es una mujer. Sáquenlas de
allí y no valen maldita la cosa.
Per: (Entrando con un periódico en la mano) Señor Toribio, aquí han tirado
por la ventana El Cañón rayado; tómelo usted.
Tor: ¡Ah! Dame acá. (Desdoblándolo) ¡Cañón de mi alma!, ¡rayado de
mis entrañas! Este si que es todo un órgano del país. ¡Qué oposición
tan vigorosa!, ¡qué independencia tan... tan buena!, ¡qué valor civil y
qué patriotismo! Pero, ¿qué veo? ¿Será cierto? (Limpia los espejuelos,
se los coloca y lee en alta voz con dificultad) “Por fin la administración,
oyendo nuestras indicaciones ha torcido...”. (Aparte) ¡Torcido! ¿Por
qué no te han torcido a ti el ombligo?, ¡veleta! (Lee) “…el rumbo en su
marcha, y hoy se encamina a todo trapo a los puertos de la Libertad”.
(Aparte) ¡Esto no es posible! Don Facundo está loco, o ha cedido la
redacción a algún muerto de hambre. Pero prosigamos (Lee), “La paz
es una necesidad ingente del país, y si antes predicábamos la guerra
era porque el gobierno se apartaba...”. ¡Vamos, esto es insoportable!
¿Y qué le habrá dado a este don Facundo?
Per: Pregunte usted más bien qué le habrán dado...
Tor: ¡Cómo! Perico, tú crees que don Facundo...
Per: Yo no creo nada... pero...
Tor: Acaba, ¿qué ibas a decir?
Per: Pues sepa usted que se ha descubierto que don Facundo era ventrí-
locuo.
Tor: ¡Ventrílocuo! ¿Y qué empleo es ese?, ¿qué sueldo tiene?
Per: No es empleo, pero sí un medio de pescarlo. Es simplemente una
facultad por la cual se habla por el estómago. ¡Ay, señor don Toribio!,
la oposición muchas veces no es sino una sociedad de ventrílocuos
consumados.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena III
Nar: Felices días, don Toribio. Pero, qué pensativo está usted, no parece
sino que le ocurre a usted algo muy grave.
Tor: Dios guarde a usted, señor Narciso; no tengo nada, no, señor. No
hay motivo para que esté triste. Si todo marcha a pedir de boca, si el
gobierno es muy bueno, y sobre todo, ha oído las indicaciones de la
prensa ilustrada, como dice ese miserable de don Facundo.
Nar: Pero, bien, ¿qué sucede?
Tor: Nada, nada. Usted es un ministerial de capa rajada y lo verá todo
color de rosa. Pero doblemos la hoja. Me había olvidado de que debía
usted venir a medirse la casaca; sírvase esperar un instante que ya
estará lista. (Toma la casaca y le pega una falda, mientras tanto Narciso
toserá tres veces para que aparezca Emilia hasta la puerta lateral).
Nar: Emilia, amada Emilia, ¿no me has oído?
Em: Sí, Narciso; pero estaba procurando distraer a mamá que está muy
preocupada con la manía que ha cogido el pobre papá de que ha de
ser empleado.
Tor: (Cosiendo) Si no hay qué esperar ya. ¡No sé cómo no están peleando
en las calles, y ocupando el Calvario, y atrincherado el gobierno, y
tronando el cañón, y embargando los burros, y pegándole fuego al
demonio! (Distraídamente toma el periódico y lo cose junto con la otra
falda).
Nar: No temas por eso, Emilia, yo hallaré el medio para que su locura
cese y sea propicio a nuestro amor.
Em: Pero, ignoras que te tiene ojeriza...
Nar: Lo sé, pero no importa. Hoy mismo sabrá de mis propios labios mis
intenciones respecto a ti.
Tor: ¡No, no; esto no puede durar! ¡Don Cirilo, Ministro!, ¡don Facundo
ventrílocuo del gobierno! Todo el mundo en candelero y yo... ¡Toda-
vía en palmatoria!
Nar: Le hablaré hoy mismo, bien mío, no tengas cuidado, y fía en este
corazón que es todo tuyo. Hasta luego.
Em: No tardes mucho, que me mata la incertidumbre. (Vase).
Tor: Venga usted, don Narciso, puede probarse la casaca.
Nar: (Probándosela) Las solapas están buenas. (Se toca las faldas) Pero,
¿qué es esto? ¿Se ha vuelto usted loco, don Toribio?, esto es una
casaca de Judas.
Tor: ¡Maldito sea el gobierno!... Perdone usted, don Narciso, ¡tengo la
cabeza hecha una maraca! Deme usted acá. (Le quita la casaca a don
Narciso y arroja al suelo el periódico).
Nar: Recobre usted la calma, don Toribio. Mire que en política los hom-
bres exagerados son los que menos medran.
Tor: Eso no es así, don Narciso. Aquí tiene usted a don Facundo, que
ayer no más era un energúmeno, que predicaba la guerra, la rebe-
lión... y hoy lea usted, lea usted...
Nar: Conozco ya la evolución de don Narciso Veleta.
Tor: ¡Maldito sea ese alemán!... ¿Cómo lo llaman, don Narciso?
Nar: ¿A quién?
Tor: A ese que inventó la imprenta...
Nar: ¡Ah!, el gran Gutenberg.
Tor: ¡El diablo cargue con ese franchute! No hay remedio. Yo no podré
escribir periódicos; si apenas alcanzo a leerlos... Es verdad que talento
no me falta, pero en un talento... así... al mazo, lo que llaman talento
práctico, no de papelerías... ¡Dios eterno, y con su plan tan bonito
entre la cabeza!
Nar: (Dándole palmaditas en el hombro) Hay otros medios, don Toribio,
hay otros medios...
Tor: Serán demasiado bajos, cuando yo no...
Nar: Si usted contase con una persona amiga que le recomendase al pre-
sidente...
Tor: ¡Amigos!... ¿Por qué no me propone más bien coger cabañuelas?
Nar: Porque es más fácil muchas veces encontrar un amigo; aquí tiene
usted delante al que necesita.
Tor: ¡Usted, don Narciso!
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Escena IV
SAINETES VENEZOLANOS
Per: Sí; busquemos. (Don Toribio se pone a pensar, con el dedo en la frente y
Perico le remeda; de repente exclama Perico).
Per: ¡¡¡Al público!!!
Tor: ¡Eh!... no seas babieca. Eso es un lugar común. No hay impertinente
que quiera decir alguna necedad, que no salga con eso de ¡al público!
Déjame buscar yo... (Piensa, un momento y de repente exclama:)
¡¡¡Terremoto!!!
Per: (Cayendo de rodillas y elevando con terror los ojos al cielo) ¡Misericor-
dia! ¡Misericordia!
Tor: (Cayendo también de rodillas y golpeándose el pecho, con espanto) ¡Mise-
ricordia! ¡Dios mío! ¡Misericordia! (Con contrición)
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Escena V
Perico solo.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena VI
Tor: iCiríaco!
Per: ¡Naranjo!
Tor: iCeledonio!
Per: ¡Piña!
Tor: ¡Pantaleón!
Per: ¡Lima!
Tor: ¡Raimundo!
Per: ¡Guanábana!
Tor: ¿Qué apellido es ese?
Per: Apellido indio. Esas gentes del pueblo, y principalmente de los pue-
blos, se ponen nombres de lo primero que encuentran. ¡Raimundo
Guanábana! Este debe ser de Los Teques...
Tor: Escribe, pues, Ambrosio.
Per: Se me han agotado las frutas, sigamos ahora con los animales...
¿Cómo dijo usted?
Tor: ¡Ambrosio!
Per: ¡Toro!
Tor: ¡Emeterio!
Per: ¡Vaca!
Tor: ¡Mamerto!
Per: ¡Lagartija!
Tor: ¿Quién es ese?
Per: Otro indiecito. Ahora comienza a bajar la gente de Los Altos.
Tor: Vamos, con esos basta.
Per: ¡Qué lástima! Cuando iba a entrar con las legumbres y las made-
ras. Tenía en la punta de la lengua un Policarpo Rábano, un Tristán
Pepino, un Romualdo Pardillo, un Salustiano Vera, y así un millón...
Me parece que son pocos, don Toribio...
Tor: Para eso se le pone ahora... escribe... “Siguen mil quinientas fir-
mas”.
Per: (Con asombro) Usted es un hombre extraordinario, don Toribio.
¡Cómo lo allana usted todo! (Escribe).
Tor: Vete pronto; lleva a don Facundo el manuscrito, y dile que esos
señores desean ver hoy mismo eso en letra de molde.
SAINETES VENEZOLANOS
Per: Por supuesto, le diré también que les pase la cuenta a esos ciudada-
nos firmantes.
Tor: Ya se arreglará eso. Todos se la tragarán menos el impresor. Vete.
(Vase Perico).
Escena VII
Tor: Ahora solo me resta, para completar el efecto que habrá de producir
el artículo de esos patriotas, que yo me vaya a casa del presidente,
le haga una visita y le deje entrever mis profundos conocimientos...
Vamos, pongámonos un traje aparente para el objeto... Esta levita me
va bien; es de un jefe de sección que tiene mi mismo cuerpo. Pero
no, la levita no es de buen tono... Esta casaca... Ah, sí; la casaca del
diputado Botalón. ¡Un tesoro de elocuencia! En cada Congreso le
remiendo diez o doce veces el asiento de los pantalones. Este sí que
es un traje diplomático. Vamos, venga el sombrero. Ajajá. Ahora sí
que estoy hecho todo un legislador. Pero, ¿cómo saludaré al presi-
dente?, ¿qué le diré? Ensayemos primero. (Busca con la vista algo y ve
el maniquí) Hagámonos el cargo de que este maniquí es el presidente.
¡Cuántos presidentes han hecho el papel de maniquíes! (Coloca el
maniquí frente a él) ¡Buenos días caballero!... ¿Cómo está su Exce-
lencia? (Cambia la voz) A la orden de usted, señor mío. (Aparte) ¡Ay!,
y qué amable es el presidente. ¡Si no hay como rozarse con los que
mandan para conocerlos y estimarlos! (Cambia la voz) Siéntese usted,
y sírvase decir en qué puedo servirle. (Aparte) Vamos con tiento; no
esperaba yo tanta aquella… ¡y yo que le he hecho la oposición! El
deseo de ofrecer a Vuecencia mis más profundos respetos a la vez
que...
SAINETES VENEZOLANOS
Escena VIII
Toribio y Bibiana.
Escena IX
Bib: ¡Dios eterno! Si ha perdido a la vez todas las clavijas del cerebro.
señora ministra... señora tesorera... ¡señor simplón! Buen tesoro he
de tener yo que guardar... Un loco a quien habrá que rapar la cabeza
y ponerle una cadena. Cielo santo, dale fuerzas a esta infeliz mujer.
(Ve que Emilia se acerca) Llegas a tiempo, hija, para que cuides de la
tienda; yo no puedo tenerme en pie. Las cosas de tu padre me causan
una terrible angustia. (Vase).
Em: Es verdad... la pobre mamá... (Se pone un momento triste) El corazón
me dice que Narciso no debe tardar. ¡Y pensar que papá no le mira
con buenos ojos porque es amigo del gobierno! ¡Puede que lleve su
pasión política hasta causar nuestra desgracia! Pero, ¿no es mucho
pretender que una pobre muchacha se resigne a seguir los caprichos
de un padre que no piensa sino en sus politiquerías y en sus maja
derías...? No, señor. Yo amo a Narciso como puede y debe amar una
muchacha honrada. ¿Y qué hacer si papá no consiente en nuestro
matrimonio...?
SAINETES VENEZOLANOS
Escena X
Emilia y Narciso.
Escena XI
Em: ¡Qué feliz voy a ser, Dios mío! ¿Y qué dirán las Ortices y las Oliva-
res?, que me decían que Narciso me engañaba. El pobre papá que
tanto me quiere y le voy a dejar; y mamá, que me mima tanto. Pero
vendremos todas las noches a verlos y así será menos sensible la sepa-
ración. (Sigue escribiendo).
SAINETES VENEZOLANOS
Escena XII
SAINETES VENEZOLANOS
Escena XIII
SAINETES VENEZOLANOS
Escena XIV
SAINETES VENEZOLANOS
Escena XV
Em: ¿Qué es, papá? (Viendo a Narciso) Buen día, caballero. (Aparte) ¡Sí
habrá leído, el muy pícaro!
Nar: Beso a usted los pies, señorita Emilia.
Bib: Dios guarde a usted, don Narciso.
Nar: A los pies de usted, señora.
Bib: ¿Qué ocurre, Toribio?
Tor: Quiero que me saques de este berenjenal. Tú no puedes engañarme.
Lee a ver qué dice este papel. (Le da el papel y ella lee para sí).
Nar: (Aparte) Pues, señor, me ha ahorrado la introducción.
Em: (Aparte) ¡Cielo santo! Estoy sudando frío; pero él tiene la culpa.
(Viendo a Narciso).
Bib: ¿Qué quiere decir esto, Emilia?
Per: (Aparte) ¡Adiós! ¡Ya van a bailar los títeres!
Em: (Bajando los ojos) Mamá...
Tor: (Dando una patada en el suelo) Pero, ¿qué es lo que dice, Bibiana?
Bib: Oye, Toribio; he aquí el castigo de tus majaderías y locuras. Mien-
tras tú perdías el tiempo en buscar empleos y cometiendo ridicu-
leces, estos señoritos se han estado en trapicheos amorosos; y sin
que tú ni yo lo supiésemos, teníamos en la casa una tierna Eloísa y
entraba en ella un apasionado Abelardo.
Nar: Perdone usted, señora; no hemos sido sino Pablo y Virginia.
Tor: ¿Será posible? ¿Usted, don Narciso, usted se ha burlado de mí de
una manera tan ruin? ¡Ah! ¡Debí sospecharlo! ¡Esta es una venganza
del gobierno dirigida por don Cirilo! ¡No debí olvidar que usted era
ministerial! Pero yo sabré vengarme.
Nar: Cálmese usted, don Toribio; yo le explicaré todo.
Bib: ¡Toribio!
Em: ¡Oiga usted, papá!
Tor: No quiero explicaciones. Ya nos veremos las caras. Dentro de un
par de horas estaré ocupando a Baruta con dos mil hombres. ¡Y sepa
SAINETES VENEZOLANOS
CAE EL TELÓN
Acto único
Cuadro único
SAINETES VENEZOLANOS
Escena I
SALTO ATRÁS
Escena II
Elena: No será el padre Castrillo; él no toca con tanto apuro sino cuando
viene a recoger la contribución de la obra pía. ¡Quién sabe quién
será!... ¡Qué romería de gente, Señor, qué peregrinación! ... ¡Cuándo
pensé yo que mi primer nieto, al venir al mundo, diera tanto de que
ocuparse! Si lo exhibimos junto con la madre en el Nuevo Circo, a
medio la entrada, hacemos una fortuna.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena III
Brígida: (En el fondo) Señora, no es el cura, sino una niña que creo que es
Sumoza.
Elena: ¿Cómo dices, atrevida?
Brígida: Digo, que creo que es Sumoza el apellido de la señorita que
pregunta por usté, una amiga suya que se emperifolla con muchos
perendengues y que habla más que un loro en ayunas.
Elena: ¡Ah! Belencita Sumoza. Otra que no viene sino a curiosear, pero
hay que recibirla, porque si no, ¡quién la aguanta! (Brígida hace por
detrás reverencias ridículas. Doña Elena se vuelve) ¡Eh! ¿Qué haces? Ve
y dile a esa señorita que pase.
Brígida: ¡Ya está aquí!... (Mutis).
SALTO ATRÁS
Escena IV
SAINETES VENEZOLANOS
Elena: ¿Pero no tienes una sobrina que es como tu hija y que se casó
hace poco?
Belén: Carmelina. Hace mes y medio que se celebró la boda y ya estoy...
esperando.
Elena: ¿Tú?
Belén: Ella... bueno, yo; yo estoy esperando que ella, o más que ellos... ¡tú
me comprendes! Un hijo de ellos me parecería nieto mío, pero... ¡no
es lo mismo! ¡Ay, por qué no hice yo una locura! (Pausa) ¡No hable-
mos de cosas tristes! (Pausa) ¿Vamos a ver al catirito?
Elena: ¿Qué catirito?
Belén: Niña, Witremundo.
Elena: ¿Qué Witremundo?
Belén: Tu nieto.
Elena: ¡Ah! ¿Mi nieto se llama Witremundo? ¡No lo sabía!
Belén: Supongo que le pondrán un nombre alemán: Sigfrido, Rigoberto,
Godofredo... ¿Vamos a ver a Godofredito?
Elena: ¡Ahora se llama Godofredito!
Belén: ¡Qué encanto! Debe ser lindo. Sangre alemana por un lado, y por
ustedes, ¡no se diga!, por todas partes le viene su sangre muy limpia:
por los Torresveitía, por los del Hoyo, por los Sampayo, de los funda-
dores de Cumaná... Vamos a verlo.
Elena: Ahora no se puede.
Belén: ¿Por qué no?
Elena: ¡Porque no! Con mucho sentimiento te digo que ahora no se
puede ver a Godofredo Witremundo Sigfrido.
Belén: ¿Y por qué?
Elena: Pues... porque el médico lo ha prohibido; le duele la cabeza,
padece de jaqueca.
Belén: ¿Tan chiquito?
Elena: Es muy delicado: le estorba la bulla.
Belén: ¿De veras? Los nobles son flores de estufa... Mira, yo te prometo
no hablar.
Elena: Le molesta hasta el aliento.
Belén: Me tapo las narices.
SALTO ATRÁS
SAINETES VENEZOLANOS
SALTO ATRÁS
Escena V
Dichas y Brígida.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena VI
Elena: He mandado llamar al padre Castrillo para que hable con Julieta.
Belén: ¿Con qué objeto? ¿Para que le saque el diablo?
Elena: El diablo ya está afuera. Ahora se necesita saber por qué mi nieto
me ha salido como el hollín.
Belén: ¡Sin duda fue hechura del demonio!
Padre Castrillo: (En la puerta del foro) En el nombre del Padre, del Hijo
y del Espíritu Santo...
Elena: Por los siglos de los siglos.
Belén: Amén.
Elena: Adelante, padre, tome asiento.
Padre Castrillo: (Entrando) Señorita... Doña Elena, beso a usted la
mano. (Se sienta) ¿Se puede saber a qué debo el alto honor de pisar
una vez más esta digna mansión?
Elena: Sí, hablemos de una vez; le he mandado a llamar porque al pre-
sente conturba nuestra casa un grave problema de familia. Necesita-
mos que nuestra hija Julieta nos diga la verdad en el asunto y yo creo
que si usted la confesara...
Padre Castrillo: Señora, usted bien sabe que nos está prohibido...
Elena: No se trata de un secreto de confesión, sino de que sus santas y
sabias palabras logren convencerla.
Padre Castrillo: Gracias, usted me honra.
Elena: El esposo de mi hija puede regresar de un momento a otro.
Belén: ¿Von Genius no está en Caracas?
Elena: No, está para el oriente de la república y Trinidad en asuntos
comerciales. Pero, ¡qué hombre para estar ilusionado con el naci-
miento de su hijo! De cada población, un telegrama todos los días, y
cuando le anunciamos que había venido al mundo un varón, respon-
dió que se embarcaría en la primera oportunidad posible. Dígame si
llega aquí de repente, cómo le presentamos. .. ¡eso que ha nacido!
SALTO ATRÁS
SAINETES VENEZOLANOS
Escena VII
Dichos y Fulgencio.
SALTO ATRÁS
SAINETES VENEZOLANOS
Escena VIII
Arturo, solo.
Arturo: Creí haber oído voces en la sala. Pero no hay nadie. Al con-
trario, se siente un silencio como de iglesia. Parece mentira, pero
estoy emocionadísimo; en este recogimiento palpita algo de misterio
y de grandeza. Indudablemente la maternidad es santa. Ay, Julieta,
prima Julieta, no quisiste que yo fuera tu Romeo y ahora ese hijo de
tus entrañas, en lugar de llamarse en musiú, se llamaría Arturito...
porque de seguro le van a poner un nombre de perros.
SALTO ATRÁS
Escena IX
Padre Castrillo: Basta, Belén, basta; mire que exponer a Julieta a una
crisis nerviosa. Salga usted, se lo ruego.
Belén: (Saliendo) Pero ya lo vi, ya lo vi y ya lo vi, que era lo que yo que-
ría... ¡Ah, buenos días, Arturo!
Arturo: Buenos días. ¿Viene usted de conocer a mi nuevo primito?
Belén: ¿Su primito? ¿Ya lo conoce usted?
Arturo: Aún no, pero es lindo, ¿verdad? Se parecerá a mí.
Belén: ¡Ya quisiera!
Arturo: ¿Es mejor que yo?
Belén: ¡Qué va! Mire: le ponen el gorro y parece una chirimoya vestida.
Arturo: ¿Eh?
Belén: Hijo, ¡es morado! Imagínese cuando crezca: el pobrecito no va a
servir ni para fotógrafo, porque se pierde en la cámara oscura.
Arturo: No entiendo.
Belén: Usted sabe que a mí no me gusta murmurar, pero, por pertenecer
a la familia, se lo digo: tiene usted un primito negro.
Arturo: Imposible.
Belén: Sí, señor, el hijo de Julieta parece una nota musical, no se le ve
sino la cabeza y un palito.
Arturo: Repito que imposible.
Belén: ¡Créalo!
Arturo: ¡Oh, crueldad del destino! Ella, a quien quise yo tanto, a quien
amo todavía; ella a quien le escribí quince sonetos llamándola paloma,
azucena, nieve de los Alpes, edelweis. No puede ser que la paloma críe
un tordo, la azucena se convierta en guácimo y la nieve en betún...
Belén: No se aflija, poeta.
Arturo: Yo amaba tiernamente a mi prima, ¿sabe usted?
Belén: ¿Qué hay en el mundo que yo no sepa?
Arturo: Soñaba con hacerla mi esposa.
SAINETES VENEZOLANOS
SALTO ATRÁS
Escena X
SAINETES VENEZOLANOS
Escena XI
Dichos y Jerónimo.
SALTO ATRÁS
SAINETES VENEZOLANOS
EscenA XII
SALTO ATRÁS
SAINETES VENEZOLANOS
EscenA XIII
SALTO ATRÁS
EscenA XIV
Pedro: Salud.
Daniel: Buen día.
Saturnino: Bueno.
Todos: Buenos días.
Elena: Pasen adelante.
Pedro: Pasemos adelante.
Saturnino: Aprobado.
Pedro: Por la calle encontramos a Saturnino, que también es pariente.
Daniel: Y como nos dijeron que se trataba de un asunto de familia,
resolvimos traerlo.
Saturnino: Aprobado.
Fulgencio: Tomen asiento.
Elena: Sentémonos.
Saturnino: Aprobado.
SAINETES VENEZOLANOS
Saturnino: Aprobado.
Belén: (A Arturo) ¿Quién es ese señor que todo lo aprueba?
Arturo: Un congresante. Es primo mío, por si va a hablar mal de él.
Belén: ¡Dios me valga!
Fulgencio: Hay ahora algo que nos hiere a todos y hiere a cada uno de
nuestros apellidos.
Jerónimo: Fulgencio, ¿qué tiene que hacer esta gente con las cosas de mi
casa?
Elena: Cállate tú.
Jerónimo: Por dárselas de guardadores de honras lo que hacen es echar
en tiras nuestro nombre a la murmuración callejera.
Fulgencio: Reserva tus discursos para luego; tengo yo la palabra.
Pedro: Tiene la palabra Fulgencio.
Daniel: Es necesario que nos explique.
Saturnino: Aprobado.
Fulgencio: Estamos reunidos en consejo de familia y yo opino que pri-
mero que nada debe llamarse a la rea.
Saturnino: Aprobado. (A Daniel) ¿Quién es la rea?
Daniel: Yo no sé... ¿usted qué aprueba?
Saturnino: Yo tampoco sé.
Fulgencio: Elena, llama a la niña.
Jerónimo: ¿A quién?
Elena: (Levantándose) A Julieta.
Jerónimo: ¡No! ¡Ya he dicho que no!
Elena: Es necesario, Jerónimo.
Jerónimo: Ya he dicho que no consentiré que se ultraje a mi hija con una
inquisición indigna.
Fulgencio: Todos aquí somos de su sangre.
Elena: Yo soy su madre...
Jerónimo: Y yo su padre... ¡si tú no has dispuesto otra cosa!
Elena: ¡Jerónimo, me ofendes!
Jerónimo: Más se me ofende a mí arrojando una sombra sobre el honor
de mi hija.
Fulgencio: También es algo mío.
Elena: Tiene autoridad.
SALTO ATRÁS
SAINETES VENEZOLANOS
EscenA XV
SALTO ATRÁS
EscenA XVI
SAINETES VENEZOLANOS
EscenA XVII
Dichos y Julieta.
SALTO ATRÁS
SAINETES VENEZOLANOS
SALTO ATRÁS
EscenA XVIII
Von Genius: (Entra con entusiasmo y abrazando los presentes a medida que
los nombra) ¡Julieta! ¡Julieta! ¿Mi hijo?... Mamá Elena... Papá Jeró-
nimo... ¡¡¡Qué felicidad!!!
Belén: (A Arturo) No sabe lo que le espera.
Von Genius: ¡Belén... Arturo... tío Fulgencio!
Fulgencio: Chico, a mí no me llames tío.
Von Genius: Bueno, lo llamaré compadre, porque usted va a ser el
padrino.
Fulgencio: ¡Eso no más me faltaba!
Arturo: (A Belén) Lo toqué por detrás y trae revólver.
Belén: ¡Qué miedo!
Von Genius: ¡Pedro!... ¡Daniel!... ¡Ilustre primo! Cuánto placer verlos a
todos celebrando este momento.
Pedro: Felicitaciones.
Daniel: Parabienes.
Saturnino: Ídem, ídem.
Elena: Jerónimo, ¿qué hacemos?
Jerónimo: No me lo preguntes a mí.
Belén: Trae revólver, mejor es que no vea al niño todavía.
Elena: Pero...
Belén: Enséñale el otro.
Von Genius: Bueno. ¿Dónde está mi hijo? Quiero verlo. ¿Dónde está
Julieta?
Jerónimo: Julieta está recogida.
Von Genius: ¡Ah! ¡En su cuarto! (Inicia el mutis hacia la segunda derecha)
Elena: (Deteniéndolo) No pases todavía.
Jerónimo: No, no pases.
Von Genius: ¿Por qué?... Necesito ver a mi hijo, quiero conocerlo,
besarlo...
SAINETES VENEZOLANOS
Elena: Haré que te traigan el niño... (Va a la puerta del foro). ¡Brígida,
tráigale el catirito al señor Herman!
Von Genius: ¿Ah, es catirito? ¡Debe parecer un lucero! En mis baúles le
traigo maracas, ropa, juguetes, zapatos.
Belén: ¿Zapatos?
Von Genius: Para cuando crezca y empiece a caminar.
Arturo: ¿Y no le trae también una cadena?
Jerónimo: Me falta valor en el momento decisivo.
SALTO ATRÁS
EscenA XIX
SAINETES VENEZOLANOS
Telón
Personajes
Taquillero
Melchor
Comprador 1
Comprador 2
Comprador 3
Comprador 4
Comprador 5
Comprador 6
Tercio
Compradora 1ra
Compradora 2da
Er Gazpacho
Escritor
Muchacho
Caramelero
Portero 1
Portero 2
Director
Operador
SAINETES VENEZOLANOS
Acto único
LA TAQUILLA
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LA TAQUILLA
Tercio: Era presumible, chico; aquello fue un héroe, fue un bravo. Había
que verlo subiendo en una carga, ¡qué ímpetu!
Comprador 1: Fue en una carga, pero fue bajando.
Tercio: ¡Ah! bajando chico...
Comprador 1: Sí. En el palio de la quinta hay una mata de mandari-
nas que había echado una gran carga, papá fue y se montó y cuando
venía bajando con la carga, en un canasto lleno... ¡plum!... una laja le
abrió la cabeza...
Tercio: ¡Oh! chico; ¡por qué no estaba yo bajo esa mata para haber evi-
tado un accidente tan deplorable!
Comprador 1: Ya hace cuatro años...
Tercio: Cómo pasa el tiempo. Y ve tú si yo quería a tu padre; tú me invi-
tas ahora a la función y... bueno, acepto por no despreciarte, pero me
la pasaré apenado, recordándolo.
Comprador 1: (Con aflicción) A mí recordarlo siempre me...
Tercio: Hay que resignarse, chico, hay que resignarse... Compra dos
entradas a patio. (Comprador 1 permanece pensativo) A patio, chico,
dos... ¡Bermejito, un hombrazo!
Comprador 1: ¡Ah, sí! Deme dos patios.
Tercio: (Haciéndole del brazo hacia la puerta) Ya verás, chico, qué dislo-
camiento de cupletista... y el nombre al pelo: “La Cosquilla”. Porque
es una cosquilla hecha con una escobilla electrizada. Te chuparás...
digo chupar. ¡Caramelero! (Acercándose el Caramelero) Compra
un paquete de los grandes, se siente menos el calor evitando la sed y
además son buen aperitivo para cenar luego. (Recibiendo el paquete)
Déjame guardarlo no vaya a ensuciarte el bolsillo. (Al entregar las
papeletas) Quita los talones para evitar diferencias con los sirvientes
del teatrucho este. (Vanse foro) Bermejito, ¡un hombrazo!
Taquillero: Ahí les va eso; un derroche de sinvergüenzura talentosa
por una entrada a patio.
Portero 2: Si mañana vuelve con brinquitos lo voy a hacer rodá.
Portero 1: Una entrada a patio, un bojote de caramelos y la cena y hasta
el desay uno, porque el tipo ese es muy capaz de ir a dormir a la casa
del pobre joven.
Caramelero: Valecito, cámbiame ese realito.
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LA TAQUILLA
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LA TAQUILLA
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LA TAQUILLA
Compradora 2: Me gusta.
Compradora 1: (A Comprador 4) Toma, el 13.
Compradora 2: ¡Lagarto! No, devuélvelo.
Comprador 4: Ríete de pavitas; que yo cargo la piedra del zamuro.
(Mutis los tres). (Los tres hacia los porteros).
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LA TAQUILLA
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LA TAQUILLA
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público un patio e locos por entusiasmo... Tomo los palos ¡qué par!,
los puze de podé a podé...
Melchor: ¿No pudo usté?
Gazpacho: Naturá que pude; dezía de podé a podé... Zeguía delirando
er rezpetable... Zuena er clarín, la hora zuprema, ¡hubiera osté estao
allí! Había en un parco una gachí, a ella le brindo, me voy sobre er
bicho, abro la franela, y... er paze è tanteo, un paze naturá! ¡y otro
paze naturá!... ¡y otro paze natura!
Melchor: ¡Terrpinol!
Gazpacho: Hay que vé la mano izquierda...
Melchor: Esos naturales deben ser cosa muy fácil.
Gazpacho: ¡Fazi un paze naturá!
Melchor: Naturalmente, estimable mataor, yo las cosas naturales las
hago sin pensá (ademán de empinar el codo).
Gazpacho: Vamos, compae, ta’ osté guazón... Despué de pecho de pitón
a pitón, ¡de toas las marcas! Compare y perfile por temó de que er
público ze congestionara... Perfilo aquella torre y corto, mu corto,
buuu!... rueda aquella tore como media, con media ná maz.
Melchor: Pobre toro, estimable mataor, con el apresuramiento de
echarlo pá fuera no lo dejaron poner zapatos, cuando rodó con
medias na’ más.
Gazpacho: Media estocá, dezía. Catorce vezes güerta ar ruedo, puros,
abanicos, sombreros...
Melchor: (Y un jamón)... Maestro Gazpacho, to’ eso ta’ muy bien, y yo
no lo dudo, pero ¡pasó en Méjico! Aquí, aquí es que hay que hacerlo
ahora.
Gazpacho: ¡Vaya osté er domingo pá que lo vea! Er domingo, compare,
er domingo... ¡¡¡zargo en hombros!!!
Melchor: En hombro e los monos para la enfermería,
Gazpacho: ¿Quié osté llegá hasta er café a toma un chatito?
Melchor: Este sí que es un fenómeno... En un solo tiempo, estimable
mataor, pá que no tenga que repetirlo.
Gazpacho: (En voz baja a Melchor) Óigame, compare: poezta noche
pagará osté... poique ze me quedó er dinero en er horté... Mañana
zeré yo...
LA TAQUILLA
SAINETES VENEZOLANOS
LA TAQUILLA
se trajo una familia del Tuy, ¡porque nosotros somos tuyeros!, va pa’
cuatro años, se enfiestó con un patiquincito. No sé si usté lo conoce,
de apelativo Robledales que trabaja en la alpargatería del señor
Morales... vino y se enfiestaron, y la muchacha como que era de ave-
ría, porque el muchacho mordió el peine y antier se casaron; por
supuesto, nosotros avisados por letra de aquí, nos venimos pa’ sistí a
los sacramentos y hoy yo le dije a estos: ¡Hay que aprovechá, mucha-
chos! ¡Ay, mi mango! Ya que hemos gastaó estos puyeros en estos
vestíos semanasanteros y nos encontramos aquí en Caracas, ¡hay
que aprovechá, muchachos! ¡Vámonos pal tiatro! ¡Ay, mi mango!
Compañero 2: Papá..., papá, yo me voy.
Comprador 6: ¿Cómo te vas a dir, animal? ¿Tas tan lanúo que te esgarita
la gente?
Compañero 2: Toy sudando frío, papá, y no es diambre.
Comprador 6: ¿Fiambre? Arguna apotegía es que te va a dá. Te zam-
paste cuarenta y tres centavos en la cena.
Compañero 2: Es de abajo. Los bichos estos me tienen las patas maguyás.
Compañero 1: Aguanta, chico. Aguáitame a mí derechito como una
mata’e maría, porque encuantico meneo aunque sea asina una ñin-
guitica la cabeza, me camaronea el pezcuezo el botoncito este ¡y ya
me tiene mataó!
Comprador 6: Ten malicia, Usebio. Van a da proyectascopia también.
Bueno, mijo, en lo que apaguen, disimuladamente te echas ese par ’e
jalones y pones a un lao los brejeteros.
Taquillero: Va a empezar la función.
Compañera: Caramba, Paulo. Dice er señó que cinches ligero que va
empezá la junción.
Comprador 6: Cómo no, cuñao. Denos las entrás, pues, ’e las más baratas.
Taquillero: Entrada a platea. ¿Cuántos son?
Comprador 6: Poaquí, cuatro. Ahora en la ranchería quedaron otros
cuatro, la mita del arria que jué lo que trajimos.
Compañera: Esú, ¡Paulo! Contigo no se pue’ dir a ninguna parte.
Comprador 6: No jiles, mujé, que ha sío una chercha. ¡Pela po el pañuelo!
Compañera: (Sacándose del seno un gran pañuelo de madrás con las puntas
amarradas) Pregunta cuánto es.
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LA TAQUILLA
SAINETES VENEZOLANOS
Comprador 2: ¡Le dije que raspara pa’ casa! ¡No me venga con zoqueta-
das, que esta es una cuestión muy seria, aquí!
Taquillero: ¡Hágale caso a la señora! No se acalore tanto, que a la salida
puede coger una pulmonía... y un pequeño consejito, cuando usted
quiera que en un teatro, al palco que ocupe no le entre más nadie,
cómprelo (haciendo sonar como un pito la Í) ¡íntegro!
Comprador 2: ¡Maldita sea tu estampa! ¡Se está burlando también!
¡Maldita sea su estampa! ¡Salga pa’ fuera, pa’ pegale!...
Taquillero: ¿Entonces lo que usted quiere es pelear? (Abre violenta-
mente la puerta y lanza un cabezazo volado a Comprador 2 que cae de
lado. Tumulto, voces y empujones) Vuélvete a parar.
Comprador 5: ¡¡Dos hombres matándose!! Apártenlos, ¡por Dios apár-
tenlos! Y yo que me traje mi reliquia.
Comprador 2: (Incorporándose con una mano en el ojo) ¡Sujeten ese hom-
bre! Sujétenlo.
Taquillero: (Forcejeando, sujeto por varios) ¡Suéltenme, compañeros,
suéltenme! Vuélvete a parar pa’ darte por el otro ojo!
Comprador 2: Llévenme, llévenme a una botica que estoy viendo fue-
gos artificiales por el ojo aporreado.
Compañera: Este hombre tan sinvergüenza, ¡venirle a dar a mi marido
ese golpe, por un simple reclamo!
Comprador 4: ¿Simple reclamo? ¡Ahí viene la policía! (Mirando hacia el
foro).
Portero 2: (Sopesando el asta) No lo dije, ¡latío de perro chiquito!
Melchor: (Apareciendo por puerta lateral) ¡No, pues! ¡Terrpinol!
Telón rápido
29 Rafael Guinand (Caracas 1881-1957). Dramaturgo, director, actor y gran luchador por la
causa del teatro nacional. Se le considera la figura más importante del sainete de las prime-
ras décadas del siglo XX. Asimismo, entre los saineteros, es de Rafael Guinand de quien
se conservan más obras. Se hizo famoso, además, por las parodias de personajes célebres
como don Juan Tenorio y por sus criollísimos programas radiales en donde con frecuencia
hizo lecturas dramatizadas de sainetes. Varias de sus piezas se han convertido en clásicos
del género: El rompimiento (1917), Perucho Longa (1917), El dotol Nigüín (1919) y Yo tam-
bién soy candidato (1939). En nuestros días, las obras de Guinand siguen formando parte
del repertorio tanto del teatro aficionado como de compañías profesionales.
SAINETES VENEZOLANOS
Perucho: ¡Mira!, ¡mira, piazo ‘e fresco! Sí, tú, tú... ’Tás muy viejo pa’
la gracia, ¿sabes? ¡Caray, que entre estos caraqueños es que hay
hombres sinvergüenzas! Y el viejo este que hasta nietos tendrá ya,
poniéndome sobrenombres. ¡Pero el peñonazo que le zumbé, si
lo cojo lo estapono!... (Transición) ¡Guá, Gregoria, dame un abrazo
muchacha! ¡Qué gorda estás!
Gregoria: ¡Ay, Perucho, condenao! ¿Cuándo viniste, mi negro?
Perucho: Me faltan dos días para un mes. ¡Ay, pero me ha pesado,
mijita!
Gregoria: ¡Adiós peroles! ¿Y por qué?
Perucho: Porque yo no me hallo aquí en Caracas. La gente no me hace
sangre.
Gregoria: ¡Guá, niño! y eso ¿por qué?
Perucho: ¡Qué sé yo, chica! Pero me parecen falsos, chismosos y embus-
teros.
Gregoria: ¡No hombre, no digas eso, que aquí hay mucha gente buena!
Perucho: Uhm, será pa’ ti, mijita, que has encontrado tu acomodo. Yo,
desde que llegué a esta maldita Caracas vivo como un querre querre.
Gregoria: ¿Y por qué? Estarás enfermo. Yo te veo muy barrigón.
Perucho: ¡No, niña, qué enfermo voy a estar yo! Que yo soy un hombre
serio, Gregoria, y aquí todo es una chercha, una mamadera de gallo.
Gregoria: ¿Y qué, se han metido contigo?
Perucho: ¡Jesús, chica, cada ratico! Y no solo de palabra. Suponte que los
muchachos se han atrevido en la calle a tocarme... hasta el sombrero.
Gregoria: ¿Y quién va a hacerle caso a muchacho?
Perucho: ¡Adiós, si la gente grande está lo mismo! Mira: la otra tarde fui y
saludé a un señor de respeto en la esquina de Los Isleños, y no me con-
testó; pero apenas había andado yo como un cuarto de cuadra, chica,
cuando va y me pega ese leco: Quique / “¡Adiós, cabeza e’ ñaure!”
Gregoria: ¡Ja, ja, ja, ja! Eso sería por cariño.
Perucho: ¿Cariño? ¿De cuándo a dónde?
Gregoria: ¡Quién sabe! Será algún señor que te conoce de atrás. Es
decir, desde hace tiempo.
PERUCHO LONGA
SAINETES VENEZOLANOS
Perucho: Porque dijeron, chica, que y que Longa y que no era apellido,
sino una abreviatura de longaniza.
Gregoria: Ja, ja, ja, ja, ja, ja......
Misia Ramona
Tomasita
Catalina
Maestro Hilario
Esparragosa
Braulio
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Acto único
EL ROMPIMIENTO
Escena I
SAINETES VENEZOLANOS
Toma: Yo no sé, tía, usté sabe de eso más que yo porque usté es ya mayor,
pero francamente a mí me parece que siempre ha habido hombres
malos y hombres buenos.
Ramo: ¡No, no, no mijita! ¡Cuándo! Los hombres de antes eran mejo-
res que los de ahora, y tenían que ser; no existían mujeres malas, ni
el fulano Puente de Hierro; tampoco habían automóviles, que tam-
bién han contribuido mucho en la corrupción. Toda la diversión de
entonces, era irse en las noches de luna a pie, a tomarse un vaso de
leche con pan de horno de los que hacía Chepa tan sabrosos, en el
Puente de los Suspiros. Pero ahora, qué distinto, ahora no se escu-
cha hablar nada más que de la guasa, el macán, la tocoquera, que si
fulanito corrió un trueno anoche, que si el Gordo aporreó a uno en el
maví, ¡Dios mío, qué es esto! Y lo mismo sucede en todo. Mira en mi
tiempo, no salía una muchacha sola con su novio ni de casualidad,
hoy en día eso y andar de manos cogidas es lo más natural. El marido
mío (que en paz descanse) antes de casarse conmigo no supo nunca
lo que fue ponerme un dedo encima.
Toma: Sí; pero después que se casó, usté misma me ha contado que le
puso toda la mano. (Haciendo ademán de pegar).
Ramo: Sí; pero eso eran cuestiones de familia.
Toma: Yo lo que creo, tía, es que cada uno tiene que acostumbrarse al
tiempo en que vive.
Ramo: Ya lo creo, eso me pasa a mí, sin querer me he acostumbrado a
estas costumbres de ahora, de tal manera que muchas veces se me
sale una palabra de esas vulgares que a mí me da pena. Bueno, ¿y tú
qué haces en la ventana por la mañana?
Toma: Pues pa’ decirle la verdá, viendo a ver si veía a Esparragosa, tía,
porque él me dijo que iba a venir un rato hoy en el día, porque quizás
esta noche no iba a poder venir.
Ramo: Hum, en qué mal día se ha antojado de venir, y tú por qué no le
quitaste esa idea, tú no sabes que hoy es lunes, que hoy no trabaja
Hilario, que es día de pasársela metido en casa y que a él no le gusta
Esparragosa.
Toma: Sí, tía, pero yo creo que si viene, estará aquí nada más que un
ratico y se irá antes de que venga mi tío Hilario.
EL ROMPIMIENTO
SAINETES VENEZOLANOS
Escena II
EL ROMPIMIENTO
Escena III
Hila: (Por el foro entra mirando a todos los lados de la sala; trae un bollo
de pan bajo el brazo, y en la mano un mazo de cebollas y otro de berros).
¿Dónde está Tomasita?
Ramo: Allá adentro, ¿por qué?
Hila: Porque ahí en la esquina acabo de ver al sinvergüenza ese del
Esparragosa y de seguro que tiene intenciones de venirse a meter
aquí tan temprano, y hoy estoy de a toque, cará. Si se mete aquí, a
plan lo voy a sacá pa’ la calle.
Ramo: No hombre, quién sabe si no vendrá pa’ acá, tú sabes que él siem-
pre se reúne en la esquina de Santa Rosa con sus amigos.
Hila: Yo no sé qué le ha visto Tomasita a ese hombre tan reantipático pa’
enamorarse de él. Algo le ha visto esta muchacha a ese hombre; por-
que de otro modo yo no me explico que una muchacha de las condi-
ciones de Tomasita, se enamore de un vagabundo como Esparragosa.
Ramo: Mira, Hilario, ¿por qué no te acuestas un rato?
Hila: Sí; si a eso vengo, a acostarme, porque esta es mi casa, pero antes
tengo que hablar contigo muy largo, porque de estos amores de
Tomasita hay que ponerle término hoy mismo, o si no aquí va a habé
un muerto, ¡ah sí!
Ramo: Sí, hombre, acuéstate y más tarde hablamos.
Hila: Porque tú sabes lo que me dijo la difunta antes de morirse: Hila-
rio, tú haces con Tomasita lo que tú quieras; sin embargo yo, nada,
tú que eres mi hermana lo sabes; quiero decí que nunca me he metío
en sus asuntos, pero ya las cosas se están poniendo muy feas porque
ese bandido se la pasa en ese botiquín de Santa Rosa alabándose de
Tomasita, varios amigos me lo han dicho.
Ramo: Quién sabe si eso no es verdá, Hilario, tú sabes que la gente es
muy calumniadora.
Hila: ¿Calumniadora? No, no, no, no. Mira: eso es tan verdá… como
que este es un kilo frío. (Mostrándole el pan) Además, el sábado en
la noche, escuché yo en ese botiquín muchas cosas feas referentes a
nosotros y a ese hombre.
SAINETES VENEZOLANOS
EL ROMPIMIENTO
Escena IV
Espa: (Por el foro. Es un tipo de veintisiete años, muy vivo). Buenos días,
misia Ramona. ¿Cómo le ha ido?
Ramo: (Aparte) (Se presentó y dijo) Buenos días, Esparragosa, ¿cómo está?
Espa: Yo estoy como siempre, entre fuerte y durce como el guarapo. ¿Y
Tomasita ande está?
Ramo: Pues por allá adentro debe está.
Espa: ¿Y el maestro Hilario ’ta bueno? Ahora rato lo vi pasá por la
esquina de Santa Rosa, y como que venía medio metío entre el litro.
Ramo: Sí; usté sabe que él se emparranda to’ los lunes, como buen zapa-
tero, allá adentro debe está acostao.
Espa: (Sacando dos tabacos del bolsillo) Hombre, misia Ramona, por
aquí le tengo un regalito para usté: dos tabaquitos muy buenos, los
compré ayer en la Rinconada y desde ese instante dije: pa’ mamá
Ramona; así es que quiero que se los fume en el nombre de Narciso
Esparragosa.
Ramo: Bueno, Esparragosa, muchas gracias.
Espa: (Pasándole el brazo) Ah vieja pa’ querela yo esta, cará. ¿Por qué la
querré yo a usté tanto, misia Ramona?
Ramo: Quién sabe.
Espa: No, yo sí sé; cómo no voy a querela, cará, sería yo un malagrade-
cido si no quisiera a esta familia; entre usté y Tomasita me han sacao
a mí de esa vida de bandolero que llevaba yo antes, ¿no es verdá misia
Ramona?
Ramo: Sí, lo hemos aconsejado mucho porque le tenemos cariño.
Espa: Yo era un individuo que no salía de esa esquina de La Gorda:
pastoreando mi gente de La Gorda a San Pablo y de San Pablo a
La Gorda. Que había macán, desde las ocho estaba yo pegao, cará
(Haciendo como que baila) hasta por la mañana, yo y el Gordo éramos
los últimos que salíamos siempre. Sin embargo hoy ya ve usté, otra
vida completamente distinta, como del cielo a la tierra; no hago más
que vení aquí, hago mi visita, salgo a las diez, me pego dos o tres pali-
lleros en la esquina y me voy a acostá. ¿No es verdá vieja?
SAINETES VENEZOLANOS
EL ROMPIMIENTO
Escena V
Espa: Cará, pobre vieja, a veces me da hasta lástima; ella cree firme-
mente que yo me voy a casá con Tomasita. Casarme yo, ni a tiros;
lo que es Narciso Esparragosa no se tira por ese cacho de agua, pero
tengo que aparentá que me lo tiro; por eso desde que yo empecé a
enamorá a Tomasita fue con una palabra de matrimonio. Mis pri-
meras visitas fueron por la ventana, escondido de la vieja y del maes-
tro Hilario, hasta que un día dije que me casaba, e inmediatamente
me mandaron a pasá adelante. Desde ese día he ido preparando
mi terreno como lo he hecho en otras partes, es decir, batiendo el
melao hasta darle consistencia, y este melao de aquí ya está a punto
de melcocha… ¡ay!, mi amigo. Lo que es la vieja, esa está de mi parte,
la tengo que comprá a fuerza de tabacos; ¡ah vieja pa’ gustale echá
humo! Chupa más que un murciélago. Mire: en dos años que hace
que conozco a Tomasita, yo calculo que misia Ramona me ha costao
más de treinta pesos en tabacos de a dos por puya. Al que sí no he
podido catequizá nunca es al maestro Hilario, ese viejo es la malicia
andando; en lo único en que le he podío pegá el machete es en dos
remontas que me ha hecho, y que no se las he pagao, ni pienso. Des-
pués de todo él tiene la culpa de lo que está pasando; o mejor dicho,
de lo que pasa, porque pa’ nosotros, en voz baja: esto lo hago yo por
llevarme un punto. El maestro Hilario dijo al principio de mis amo-
res con Tomasita, que lo que era Narciso Esparragosa no entraba en
su casa ni entrando, y yo le voy a probá, que no solamente entré, sino
que voy a salí cargao.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena VI
EL ROMPIMIENTO
SAINETES VENEZOLANOS
Escena VII
EL ROMPIMIENTO
SAINETES VENEZOLANOS
Escena VIII
EL ROMPIMIENTO
SAINETES VENEZOLANOS
Hila: Pero si es verdá lo que le digo, amigo mío; dos años y pico calen-
tándole las orejas a Tomasita, diciéndomele… zoquetadas, que es lo
que conversan todos los enamorados y nada, el horizonte oscuro y
pendiente de que cualquier día o cualquier noche pare usté el rabo y
no se le vea la brújula; no, hombre, las cosas no son así.
Espa: (Medio disgustado) Pero… hábleme en otros términos, maestro
Hilario, yo le estoy hablando en serio y… eso de que pare el rabo,
francamente no me hace gracia, empezando porque yo no tengo
rabo.
Hila: ¡Ah! ¿Usté es chucuto? No, hombre, no diga eso, aquí todos tene-
mos rabo.
Espa: Bueno, dejemos el rabo y vamos a lo que importa: (Aparte. Con
audacia) ¿Lo que usté pretende es que yo le fije el plazo para casarme
con Tomasita?
Hila: Naturalmente.
Espa: Bueno, (Con resolución) entre seis meses me caso.
Hila: Ya eso es otra cosa; (Levantándose) déjeme llamar a Ramona para
que se entere de esto que a ella también le interesa. Ramona, Ramon-
cita, Monchita: ven acá, hazme el favor. Yo creo que esta es la primera
vez en su vida que usté habla en serio.
EL ROMPIMIENTO
Escena IX
SAINETES VENEZOLANOS
EL ROMPIMIENTO
Escena X
SAINETES VENEZOLANOS
Escena XI
Ramona saliendo con Braulio, sirviente como de treinta años, medio tonto;
no es afeminado.
EL ROMPIMIENTO
SAINETES VENEZOLANOS
Ramo: Sí, tengo desde ayer a ese hombre que se presentó por ahí
pidiendo servicio.
Espa: Jumm, tenga mucho cuidado.
Hila: Ya se lo dije yo a ella.
Ramo: No, si yo lo conozco mucho, era marchante de aquí cuando ven-
día majarete; además, ese hombre es tonto; supóngase que se fue de la
casa donde estaba, porque como lo vieron así… medio azoquetado,
lo iban a poner a cargar a un niñito.
Espa: No embrome, doña Ramona; entonces no es tonto el hombre.
Ramo: Sí, niño, como lo oye.
EL ROMPIMIENTO
Escena XII
Toma: (Entrando con cuatro vasos limpios) Aquí están los vasos, tía.
Espa: Bueno, tomemos pues. (Sirviendo en los vasos, alza el suyo y se dirige a
Hilario) Por la felicidad de su familia…
Hila: (Interrumpiendo) Y de la suya.
Espa: (Gracias) A la cual voy pronto a pertenecer, y particularmente por
Tomasita, para quien deseo todo género de venturas.
Ramo: (Después de una pausa) Contesta, Hilario.
Hila: Me extraña, tú sabes que yo no soy hombre de eso, que a mí no me
gusta contestarle a nadie, y además yo tomo siempre en silencio; de
casualidad se escucha el garganteo.
Ramo: (Levantando su vaso) Porque a todos nos acompañe el ángel de la
felicidad. (Todos beben).
Hila: Bueno, Tomasita: yo creo que estás en cuenta de que entre seis
meses te casas.
Toma: Sí, tío, me lo ha dicho tía Ramona.
Hila: Yo creo que desde ahora te debes ir acomodando. El paso que vas
a dar es un paso serio, no hay que tomarlo como lo toman algunos,
como un paso de comedia o un pasodoble.
Ramo: Sí, señor, a ser una buena esposa, a querer mucho a sus hijos.
Toma: (Avergonzada) Tía, por Dios.
Ramo: Jesús, niña, qué tonta eres, si eso es lo más natural.
Espa: Ya lo creo.
Ramo: (A Esparragosa) Y a usté también se lo digo: a ser un marido
bueno; a querer mucho a Tomasa, a considerarla mucho porque ella
es muy delicada.
Espa: Lo que es conmigo, vieja, eso está de más; porque usté sabe que
yo a la mujer la respeto, y más aún la venero; Eva para mí es lo más
grande que tiene la antigüedad.
Hila: Ya lo creo, y Adán lo mismo, y hasta más, porque Adán fue como
el tronco de donde salió la humanidad.
Espa: Caramba, maestro, eso es bueno, merece que lo repitamos.
Hila: Eso lo hace usté.
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EL ROMPIMIENTO
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Escena XIII
EL ROMPIMIENTO
SAINETES VENEZOLANOS
Escena XIV
Toma: (Viéndolos irse) (Con tristeza) Qué le parece, el respeto de una casa
pidiendo café cerrero; demasiado es que Esparragosa no ha abusado
conmigo, y así como mi tío hay muchos, que se quieren imponer en
sus casas no sé con qué autoridad. (Tocan a la puerta de la calle).
Brau: (Saliendo) Señor.
Toma: Vaya a ver quién es.
Brau: Sí, señor, en un saltico.
Toma: Este hombre debe haber sido volatín, todo lo hace en un saltico.
¿Quién será? Con seguridad que es Marcelina que viene a buscar los
moldes, por un tris presencia la gran película.
Brau: (Saliendo) Es una mujer que pregunta por la señora Ramona.
Toma: ¿Una mujer? ¿Será una señora?
Brau: Señora no me parece, porque viene de andaluza.
Toma: Bueno, avísele a mi tía, y dígale que dice tío, que le haga un café
cerrero y que le mande un limón.
Brau: Sí, señor, en un saltico. (Mutis izquierda).
Toma: Yo voy a estar al cuidado, no vayan Esparragosa y mi tío a come-
ter una imprudencia. (Mutis derecha. Desde adentro) Adelante; pase y
siéntese, que ya le va a atendé.
EL ROMPIMIENTO
Escena XV
Cata: Guá y tienen una sala muy arregladita, como que no están tan
arruinadas como me han dicho: ¡ah! Gente pa’ hablá mijito; en lo
demás que dicen de ellas sí creo que tengan razón, porque esta gente
(Refiriéndose a las de la casa) nunca ha sido muy bendita.
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Escena XVI
EL ROMPIMIENTO
Cata: Pobrecitas, esa gente está muy mal, yo creo que ni comen, niña.
Ramo: ¡Válgame Dios! ¿Y el hermano?
Cata: Jesucristo, hecho un perdido, el licor y las mujeres lo han deci-
dido.
Ramo: Pero él era muy formal y muy trabajador.
Cata: Sí, cómo no, era chofer, pero desde que estropeó el perro del
ministro, se anuló; y como era un perro grande.
Ramo: Ya lo creo, pobre gente. Bueno y a ti ¿qué te trae por aquí? porque
esto ha sido un milagro.
Cata: Pues, mijita, verte a ti y a los tuyos lo primero, y lo demás una sim-
pleza, se trata de una limosna.
Ramo: ¿Una limosna? ¿Para quién?
Cata: Para mí. Es una misa, niña, que he prometido a Nuestra Señora
del Perpetuo Socorro y que se va a decir el viernes en San José y cuyo
importe he ofrecido recogerlo entre mis amistades.
Ramo: Y esa misa, mijita, ¿es de salud o de qué?
Cata: ¡Ay! Mijita, esa misa es por una necesidad muy grande que hay en
casa y que está a punto de remediarse.
Ramo: Bueno, niña, cómo no.
Cata: Gracias, mijita, no sabes cuánto te lo agradezco.
Ramo: Hombre, por Dios, no digas eso.
Cata: (Pausa) Me vas a regalar un poquito de agua, Ramona, porque
tengo una sed grande.
Ramo: Sí, hombre, cómo no: (Llamando) Braulio, Braulio.
Brau: (Saliendo) Señor.
Ramo: Traiga un poco de agua.
Brau: ¿Del bernegal o de la pipa?
Ramo: Del bernegal, no sea bruto.
Brau: Como dice un poco de agua.
Ramo: No señor, un vaso de agua, vaya ligero.
Brau: Sí, señor, en un saltico.
Cata: Desde que salí de casa esta mañana, me he tomado más de ocho
vasos de agua, y es el ajetreo, niña, tanto caminar pa’ arriba y pa’
abajo, y no es nada sino que salí sin desayuno; no lo creerás pero no
tengo en mi estómago sino una tacita de café y una arepita.
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EL ROMPIMIENTO
Escena XVII
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EL ROMPIMIENTO
Escena XVIII
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EL ROMPIMIENTO
Escena XIX
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EL ROMPIMIENTO
Escena XX
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EL ROMPIMIENTO
Escena XXI
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Escena XXII
Telón
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DISCURSO DE ORDEN
Telón
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INAUGURACIÓN DE UN MONUMENTO
Telón
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Eduvigis: ¡Pare, pare, pare! ¿Qué? Vaya usted a la porra, que se monte su
agüela, condenao, negro ‘el diablo, malaya sea hasta su estampa, per-
mita Dios y la Encarnación Divina que contra el cují se desmorgalle
el perol ese. Pues, señor, eso no es con la motolita; no se ponga una
a montase donde ellos quieran, yo me monto donde me da la gana,
pa’ eso pago lo mío. No me avergüencen... yo, paren, paren... y ellos,
pa’ lante, como si estuviera hablando con mis patas, y pa’ completá,
voltea pa’ case mí, ve y él riéndose, y dice, móntese usted en el pote;
tu madrina es la que se va a montá en el pote, condenao. Yo no sé,
mijita, de qué vamos a vivir los pobres aquí en Caracas, porque esto
se está poniendo bien delgadito. Por otra parte, las cosas buenas que
habían en Caracas, esas se acabaron; porque donde no se disgusta el
rico en la casa porque la carne está flaca, se disgusta la señora, por-
que las remolachas están secatas.
(Aparece Eduvigis)
EDUVIGIS Y EL COMPADRE
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EDUVIGIS Y EL COMPADRE
Eduvigis: ¿Una gran cosa Caracas? pa’ usted será, lo que es pa’ mí nada
decente.
Compadre: Porque usted tendrá vergüenza.
Eduvigis: Ya lo creo, ¿y usted no?
Compadre: Yo tenía, pero yo ya me dejé de eso, eso era una zoquetá,
aquí en Caracas, hay que hacer su fechoría pa’ que se recuerden de
uno, pa’ que lo tomen en cuenta; aquí el que hace una mala se hace
acreedor a un premio, pasa de chivo a chivato.
Eduvigis: Dígame algunas de las casas en que he estao, y donde ha visto
tan malos ejemplos. En casa de las Morgalleta se robaban las galli-
nas, robaban al panadero y si alguno reclamaba, siempre le echaban
el muerto a la sirvienta de adentro.
Compadre: Muy bien hecho, así es que se hace pa’ no quedá al descu-
bierto.
Eduvigis: ¡Ay!, compadre, si yo echara todo lo que llevo aquí dentro...
Compadre: Échelo pa’ ve, comadre, que yo le guardo el secreto.
Eduvigis: Ahorita es muy tarde, compadre, en otra ocasión veremos.
Acompáñeme hasta mi casa, si es que no hay impedimento.
Compadre: Por mi parte no hay ninguno... ¿y si me salen los perros?
Eduvigis: Ah... ya caigo, compadre... No se preocupe, que eso se acabó
hace tiempo.
Compadre: Usté ‘ta mamando gallo, usted no está hablando en serio.
Eduvigis: En serio le estoy hablando.
Compadre: ¿Y eso, por qué fue, comadre?
Eduvigis: Porque se llegó el momento, y yo en materia de cariño he sido
muy exigente: pa’ mí, el hombre que prepare una ensalada, que aun-
que sea la más sabrosa, si está falla de pimienta por ejemplo, o falla de
sal, de aceite o de vinagre, yo, mijito..., ni la pruebo.
Compadre: Bueno... ¿y un hombre pa’ que va a necesita eso?
Eduvigis: Guá... la sal porque sazona, porque es la gracia del cuerpo,
el vinagre porque es ácido, y como ácido estimula, el apetito se
entiende; y el aceite porque es grasa y afloja to’ lo que toca…
Compadre: Pues, comadre, yo saco la que tenga alguna, hasta el vina-
gre también; así, cuando me molesto, que salga hasta la cebolla, y su
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(Aplausos eufóricos)
Telón
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Acto primero
Escena I
Fernández y Ezequiel.
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Eze: Hará como... unos tres meses; no, pero después de eso, él ha vuelto
por aquí; muy rara vez, pero ha vuelto.
Fer: ¿Y te ha abonado?
Eze: ¡Qué va! Siempre que viene me da un caldito de sustancia, y yo me
lo tomo, pero el día menos pensao me va a cojé atravesao y le va a caé
esta mandarria en la cabeza, pa’ que se acuerde de lo que debe.
Voz: (Dentro) La lengua.
Eze: Anjá, allá voy. (Mutis segunda izquierda, volviendo enseguida) Mire,
señor Fernández, qué lengua más provocativa. Está pidiendo un
mordisco.
Fer: Sí, tiene buen aspecto.
Eze: No, y lo bien condimentada. Tengo ahora un cocinero maracucho,
señor Fernández, que vale lo que pesa.
Fer: Bueno, pero volviendo a Molinita, ¿desde cuándo no lo ves?
Eze: Guá, hace tres días estuvo aquí con dos mujeres, y comieron en
aquella mesa.
Fer: ¿Y pagó?
Eze: ¿Él? ¡Qué va!, pagaron ellas.
Fer: ¡Caray con Molinita!, ¡siempre el mismo!
Eze: Ahora me dijeron a mí ique estaba de fuelle de un boxeador.
Fer: ¿Cómo de fuelle?
Eze: Bueno, de esos que le soplan a los boxeadores cuando no pue’ res-
pirá.
Fer: ¡Caramba! Quién sabe si Molinita no irá a venir.
Eze: ¿Y usted lo citó aquí?
Fer: Sí, hombre, convinimos en encontrarnos aquí esta noche, justa-
mente para hablarle de un asunto de boxeo.
Eze: ¿Va a subí al ring Molinita?
Fer: No, qué va. Es un encuentro que tengo organizado para mañana
con un boxeador formidable, mister Chichón, una especie de Primo
Carnera, pero esta es la hora en que no tengo el contendor.
Eze: ¿Y eso por qué?
Fer: Porque el púgil que se iba a medir con Chichón, a última hora ha
cogido miedo y se ha enfermado. Le ha dado una especie de cólera
morbo asiático que han tenido que llevarlo al hospital. Ahora rato
pregunté por teléfono cómo seguía y me dijeron que malo; que ano-
che se había dado veintisiete levantadas y que hoy todo el día se la
ha pasado delirando, viendo chichones por todas partes y diciendo:
“chichón a mí, basirruque”.
Eze: ¡Qué sinvergüenza!
Fer: Dame café.
Eze: ¿Con leche o solo?
Fer: Con leche.
Eze: ¡Un con leche! Bueno, ¿y qué piensa hacer, señor Fernández?
Fer: ¿Yo?, buscarle un contendor a Chichón, porque lo que es esa entrada
no la pierdo. Suponte que está vendido todo el circo.
Eze: ¿Y para eso es que busca usted a Molinita?
Fer: Ya lo creo. Molinita es el único que puede encontrar ese contendor.
Y si no lo encuentra, lo fabrica.
Eze: ¿Y se la tragará el público, señor Fernández?
Fer: Ya lo creo que se la traga. Además, nadie conoce a Rabopelao, que
así se apoda el sinvergüenza que está en el hospital, y así lo rezan los
carteles: “Chichón vs. Rabopelao. Cualquiera que suba a ring con
Chichón es Rabopelao.
Voz: El café.
Eze: (Trayendo el café) Caray, el apuro es gordo, señor Fernández.
Fer: ¡Que si es gordo!... Pero yo tengo fe en Molinita. (Saca unos papeles
del bolsillo y se pone a hacer cuentas).
Voz: Don Ezequiel, lo llama el maestro Epaminondas.
Eze: Allá voy. Con permiso, señor Fernández. (Mutis segunda a izquierda).
Fer: Hasta ahora, Ezequiel.
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Escena II
Bal: (Por el foro con maleta, mirando a todas partes) Aquí es, pero no lo veo.
Buenas noches.
Fer: (Sin verla) Buenas noches.
Bal: Dígame: ¿este es el restaurante de Ezequiel Gallardo, no?
Fer: (Mirándola fijamente) Ezequiel se llama el dueño; pero yo no sé si es
Gallardo.
Bal: ¿Aquí es donde suele venir un tal Molinita?
Fer: ¿Molinita?
Bal: Sí, Ricardo Molina.
Fer: Creo que sí. Justamente yo lo estoy esperando.
Bal: Entonces no hay que darle vuelta, aquí es. (Yendo al foro) Entra
Palomo. (Palomo aparece en el foro y mira a todas partes. Tipo serio y
mal encarado. Lleva un garrote grueso) Entra y siéntate aquí. (Señalando
la mesa de la derecha. Palomo entra pausadamente y se sienta) ¿Qué vas
a tomar?
Pal: Ponche crema.
Bal: Me agradaría que tomaras algo más enérgico.
Pal: (Clavándole la vista) Ponche crema.
Bal: (Palmoteando) ¡A ver!... ¿No hay quien atienda aquí?
Fer: Tenga la bondad de esperar un momento, señora, que a Ezequiel lo
ha llamado Epaminondas.
Bal: ¿Y quién es Epaminondas?
Fer: El cocinero.
Bal: ¡Ah! ¿Se llama Epaminondas?
Fer: Creo que sí.
Bal: Ese es maracucho.
Fer: ¿Y usted busca a Molinita por algún negocio?
Bal: Sí... para... un negocio.
Fer: ¿Negocio religioso, seguramente? Porque como él también se ocupa
de cantar en las iglesias...
SAINETES VENEZOLANOS
Bal: ¡Cómo no! Ese asunto estaba en manos del jefe civil, pero esta
mañana nos ha dicho el secretario que necesitaba cincuenta bolíva-
res pa’ estampillas, como si uno fuera a poné un bulto postal.
Pal: Y además dos pares de fuertes, no sé pa’ que otras minucias.
Fer: Bueno, ¿y qué?
Pal: Hombre, que yo al oír lo de los pares lo dije ahí mismo que nones:
entonces se molestó y nos dijo que hiciéramos lo que nos diera la
gana; y por eso hemos venío esta noche aquí, dispuestos a hacernos
justicia por nuestra mano, suceda lo que suceda.
Bal: Eso en cuanto a lo moral, que en cuanto a lo material es cosa aparte.
Pal: Muy aparte.
Fer: ¿Pero hay más?
Bal: ¡Jesucristo! Yo, como podrá usted verlo por la maleta que porto,
soy vendedora por cuotas. (Abriendo la maleta) Mire usted: aquí llevo
polvos, extractos, medias, pañuelos, ligas, sostenes, lociones, panta-
letas, cinturones, alisadores, piojina y, en fin, todo lo que pidan lo
doy mediante una cuota adelantada.
Fer: Sí, ya comprendo.
Bal: Pues bien, el tal Molinita, valiéndose del medio parentesco que nos
unía, me hizo un mono, que ríase usted del orangután, el chimpancé
y el gorila.
Fer: ¡Es posible!
Pal: No lo conoce usted bien.
Bal: Aquí debo tener su cuenta. (Saca una libreta y lee) “Maulas”, aquí
debe estar... “González, Pérez, Rodríguez, Candelaria la isleña, el
chofer, el policía, Ramón el parigüelero, el Silencio, Aguacate, Laza-
rinos, María Millares, Carmen al Puente”. (A Palomo) Hombre, y
esta María Millares dijo que pagaba hoy; hay que cobrarle.
Pal: ¿En dónde dices que vive?
Bal: (Leyendo) Carmen al puente.
Pal: Esa déjamela a mí.
Bal: “Ricardo Molina”, aquí está: (Leyendo) “Día 8, media docena de
pantaloncillos de hilo, tres corbatas y un litro de agua de colonia de
don Juan María Fariña”, (Leyendo) “Día 11, una bata de baño, un par
de pantuflas y un juego de ollas de aluminio”.
Fer: ¡Caramba!
Bal: No, si ahora es que viene lo gordo. Fíjese: “Día 19, dos cortes de casi-
mir, seis franelas de seda y un borsalino. Día 17, diez bolsas de agua
caliente, un impermeable y una faja abdominal”.
Pal: Ese día se lo dedicó al caucho, el sinvergüenza.
Bal: “Día 31, seis carrieles, efectivo quince bolívares”. ¿Qué le parece?
Fer: Bueno, pero, ¿y qué hacía Molinita con todo eso?
Pal: ¿Que qué hacía? Venderlo y disponer de los reales.
Bal: Yo, pensando que el muy zángano quería trabajar, lo ayudaba de ese
modo, y cuando le pedía cuenta, me decía que todo estaba fiado pa’ el
día último, y como todo fue en un mes, me trabajó.
Pal: Yo se lo vivía diciendo a esta: “no te confíes, Baldomera, te estás
metiendo muy hondo, ese tercio te está mamandito el gallo”; por-
que a cada paso le decía a esta: “doña Baldomera, no se asuste, caray,
que aquí estoy yo. Duerma tranquila, que el día último usted coge su
mascá”. ¡Su mascá!... ¡A él me lo voy a mascá yo como no le pague a
esta!
Fer: ¡Quién sabe! Puede que pague sin que sea necesario acudir a la vio-
lencia. Molinita es buscador y de un momento a otro puede conse-
guir dinero y satisfacer la deuda.
Bal: Yo me conformaría con recuperar esos corotos.
Fer: También sería una solución, pero lo veo muy difícil.
Pal: Pues lo que me debe a mí, o lo paga o lo devuelve.
Fer: ¿Y con usted tiene una deuda aparte?
Pal: Casi, casi, porque eso de las bolsas de agua caliente es cosa mía.
Fer: ¿Cómo cosa suya?
Pal: Cosa mía, sí señor; porque yo salí responsable en el almacén de dro-
gas donde las pidió, y estoy resuelto a no perderlas. Así es que, o paga,
o me da las bolsas.
Bal: Ayer me dijeron que andaba buscando un sastre que le hiciera los
dos cortes.
Pal: Que no se moleste mucho, que esos se los hago yo en cuanto lo vea.
Fer: Pues mire, yo creo que eso puede tener una solución pacífica y
amistosa.
Pal: Por mi parte no hay más que una. El dinero o los corotos.
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Fer: Quién sabe, quién sabe... Yo soy muy amigo de Molinita y quiero
ser un buen mediador en este asunto. Vamos a pasar a un reservado
y allí trataremos con más calma la cuestión. (Llamando) ¡Ezequiel!
¡Ezequiel!... Todo tiene remedio en este mundo, doña Baldomera.
Bal: Menos la calvicie y los callos.
Escena III
SAINETES VENEZOLANOS
Escena IV
Don C: (Por el foro. Tipo viejo. Pasa de los cincuenta. Flaco y arruinado. Des-
pués de mirar a todas partes, se sienta en la mesa de la derecha) Sí, esta
es la mejor solución: desaparecer, borrarme del mundo de los vivos,
o como dice el vulgo: “panquear”, más aún, cargar “el magüey”.
¿Qué es la vida?... Un temperamento corto; pues lo temperamentos
cuando no asientan, cuanto más cortos mejor. Ocho días hace hoy
precisamente que mis labios no reciben la caricia de una sopa, que
mis muelas no trituran un bisté; en fin, que por mi güergüero no
pasa una papa. Ocho días en que he vivido como el azulejo: cam-
bur por la mañana, cambur por la tarde y cambur por la noche. Hoy,
por ejemplo, no ha caído en mi estómago más que un topocho, que
por cierto no ha sido bien recibido por mi víscera estomacal, por-
que todo el día he estado sintiendo el topocho que me sube y que me
baja. ¿Para qué vivir así? He buscado la muerte de todos modos; pero
ahora que me empeño en solicitarla no aparece por ninguna parte.
La semana pasada insulté a un boxeador para que me matara de un
puñetazo, lo apostrofé duramente, y cuando yo esperaba un corto
al estómago o un recto a la mandíbula, lo que hizo fue abrazarme
y decirme que me fuera a dormir porque yo estaba rascado. Luego
insulté a un chofer sin motivo y me mandó a meter en el carro: me
metí pensando que me llevaría a El Calvario para degollarme allí;
pero nada, me llevó a un restaurante y mandó que me sirvieran un
almuerzo bien gurdiño porque dijo que yo lo que tenía era hambre.
Me he lanzado adrede en las bocacalles de más tráfico, pero nada.
Los tranvías detienen su marcha para dejarme pasar, las motocicle-
tas me consideran y los autobuses me tratan con un respeto que casi
es veneración. ¡Ah!, pero hoy he salido a la calle esperanzado; me
han dicho que la policía va a envenenar esta noche y tengo la firme
resolución de colocarme en un sitio oscuro y ladrar dos o tres veces,
a ver si un guardia me hace la caridad de darme la morcilla. Sí, por
SAINETES VENEZOLANOS
Telón rápido
Escena I
Carlos y Alfredo.
Alf: (Saliendo por la derecha) Me parece a mí que esta tarde va a ser una
bronca en el circo.
Car: (Saliendo del circo) ¿Qué hay Alfredo?
Alf: Nada, vale. ¿Cómo está eso?
Car: Hasta el tope. Y eso que todavía falta como una hora y ya la gente
no cabe. Yo salí a ver si veía a Fernández, que creo que me anda bus-
cando para que sirva de réferi esta tarde, porque Machado está en
Macuto.
Alf: Pero a esta hora Fernández estará allá adentro.
Car: No, porque me dijeron que había salido, a comprar unas flores,
creo que para tirárselas a Rabopelao.
Alf: A Rabopelao lo que le deben tirar es una gallina.
Car: ¡Pobrecito!
Alf: Bueno, chico, ¿cómo te explicas tú eso de don Cándido? Subir a un
ring un hombre que no boxea y además, un hombre viejo.
Car: Estará obstinado. Además, eso de que no boxea nadie lo puede ase-
gurar, porque quién sabe cuánto tiempo tiene ese hombre entrenán-
dose con el hambre, que es un contendor terrible.
Alf: ¿Y ese hombre no tendrá familia?
Car: Vale, no insulte al caído.
Alf: No, te lo pregunto en serio.
Car: ¡Qué sé yo!
Alf: La verdad es que salvó a Molinita anoche, porque si no interviene él
tan a tiempo, Galarraga se lo pega.
Car: ¡Quién sabe! Casi todos esos zonconetes son lo mismo. Mucha len-
gua, y a la hora de hacer la tortilla no tienen huevos.
Alf: ¿Lo habrán soltado?
Car: Es probable. Tú oíste lo que dijo la vieja Baldomera, que ella tenía
influencia, y que su hermano, cuando caía en la policía era como la
avena quáquer, que duraba tres minutos.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena II
Ric: (Saliendo, lleva del brazo a Auristela) Hola, Carlos. ¿Qué hay,
Alfredo? (Auristela hace una reverencia ridícula).
Alf: ¿Qué hubo?
Car: Aquí, doctor, esperando que suene la hora pa’ ve qué se traen en el
bagaje Chichón y Rabopelao.
Ric: A eso no hay que darle vueltas. Esa pelea es de Chichón.
Alf: De Chichón no, de chichones.
Ric: Sin embargo, a mí me han dicho que don Cándido le hacía manda-
dos a Armando Best y le servía de manager. A lo mejor ese viejo sabe
más de boxeo de lo que uno se imagina.
Aur: Yo lo que lo veo es muy flaco.
Car: En eso no se fije, señora, hay flacos que dan duro y no se cansan.
Además, ese viejo es muy meneao y si no lo fuera, en lo que le metan
el primer corto se menea.
Ric: Lo creo. Se menea y se cae.
Alf: ¿Y lo habrán pesado?
Car: Yo creo que anoche mismo lo pesó Fernández y pesó veintitrés
kilos sin contar la camarita ni los zapatos.
Aur: ¡Veintitrés kilos nada más! Caramba es muy poquito, yo peso
sesenta y cinco.
Car: ¡Ah, ya lo creo! Es que usted es casi peso completo. En cambio el
doctor es mosca.
Aur: ¿Cómo mosca?
Ric: Valecito, le voy a suplicar que no me llame doctor porque estoy con-
vencido de que eso empava. Eso fue lo que me enmabitó anoche, que
si no soy tan meneao hasta pierdo la vida a manos de aquel desgra-
ciado.
Aur: ¡Ay, no, Ricardo, qué horror!
Alf: ¿Y en qué paró eso?
SAINETES VENEZOLANOS
Ric: En nada, en que está preso y en que por más que la vieja esa cara ‘e
plato hable necedades, lo que es Palomo se pega sus tres meses de
policía. Yo también tengo amistades, valecito. Yo no soy perro sin
amo. Lo que es que yo nunca ando hablando pistoladas en los boti-
quines. Yo soy Ricardo Molina, hijo de Pantaleón Molina y nieto de
Juan Bernardo Molina, prócer de la Federación, pa’ que lo sepa.
Car: Sí, pero con eso y todo, don Cándido lo salvó a usted, vale. Si no es
por ese viejo, a estas horas estaría usted en el plano astral.
Ric: ¡Qué va, chico! Si cuando intervino en la cuestión ya yo le había
dado el cabezazo a Palomo.
Car: ¿El cabezazo?
Ric: Sí, el cabezazo.
Car: ¿En dónde?
Ric: En las narices.
Car: Caray, viejo, entonces yo estaba ciego, porque yo cuando salí lo vi a
usté en el suelo.
Ric: Ya lo creo. Buscando mi alfiler de corbata que se me había caído en
la refriega.
Alf: Pues yo, salvo mejor opinión, valecito, creo que usté tiene una
deuda de… Con don Cándido.
Ric: Qué va, chico.
Aur: Bueno, no discutas más, Ricardo; para mí te portaste como un
hombre y eso basta.
Ric: Gracias, mijita.
Car: (A Alfredo) Caray, y Fernández no aparece vale, yo tengo ganas de
volvernos a ir pa’ dentro. Tengo a Paulita sola en un palco y en el de al
lado hay un viejo que hace tiempo la persigue con intenciones sinies-
tras. Ya le ha ofrecido esta tarde, por dos veces, chicle y pastillas de
limón, y si me descuido es capaz de darle hasta un posicle y a ella lo
frío no le asienta.
Ric: Oye, Carlos, ¿cómo estará la cuestión de la entrada? ¿Tú crees que
me dejarán pasar?
Car: Compadre, yo creo que no. Ahora rato fue a pasar el manager de
Chichón, uno que llaman “El Agachao”, y lo pararon.
Aur: Mejor es comprar, Ricardo. Así entramos con derecho.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena III
Baldomera y Palomo.
Bal: Anda ligero, Melquíades, mueve los pies, que vienes caminando
como un equilibrista.
Pal: (Saliendo) Un momento, Baldomera; tú sabes por lo que camino así
(Señalando los zapatos) Son treinta y ocho y mi pie es cuarenta y uno
anchito.
Bal: ¿Pa’ qué los compraste, pues?
Pal: Porque el que me los vendió me dijo que me servían.
Bal: Pero, ¿y no te los mediste?
Pal: ¡Ah, me los iba a medí sin media! Por eso a mí no me gusta comprá
zapato en chivera.
Bal: Bueno, entra y compra las entradas.
Pal: Mejor que las compres tú, porque si yo me meto en ese barullo ‘e
gente y algún condenao me pisa, se la gana.
Bal: Bueno, ¿qué compro?
Pal: Compra dos entrás a palco, porque yo en lo que me siento me quito
los zapatos.
Bal: Si te sientes mal, no entremos. Tú sabes que a mí el fulano boxeo ni
me hiede ni me huele; vengo más porque te vean que estás en la calle
y libre, pa’ que se convenzan todos de que la Baldomera Galarraga
tiene palancas muy buenas.
Pal: A quien yo quisiera echale la vista encima es al condenao viejo ese
que me hizo dormí en Las Monjas.
Bal: Pues yo con quien quisiera tropezarme es con el tal Ricardito pa’
decirle cuatro frescas aunque fuera en plena plaza Bolívar. Él de
seguro se figura que este asunto terminó, que me voy a conformá y él
se va a quedá con lo mío. Pues ‘ta muy equivocao, caray, porque estoy
resuelta a todo: o me paga o le quito los corotos.
Pal: Bueno, arrímate a la taquilla, pues, y a ver si compras ligero, que
estos sujetos me tienen viendo más estrellas que brillan.
Bal: Bueno, no te muevas de aquí. (Mutis foro).
Pal: Pa’ onde me voy a mové, ahí no puedo. Caray, parece mentira, al
estao que he llegao yo: a tener que vestirme y que calzarme en las
chiveras, es decir, a echame encima peroles que otro ya ha usao.
¡Cuándo si ahora hubiera juego iba yo a está como estoy! Bendita sea
la ruleta. La ruleta me puso a mí a viví como un pachá. Seis años
estuve empleao en el casino ‘e la Bolsa; no hacía nada, pero cogía mis
cuatro lajones diarios, aparte de otras cositas que caían de cuando
en cuando. Y ese Daniel; a Daniel le debo yo muchas horas de ale-
gría y de tristeza también. Me parece que estoy viendo esa mesota
redonda con una docena ‘e tercios de codos en la mesa y las manos
en la cara, y por detrás como cincuenta mirones, y ese Daniel en la
corná, (Haciendo como si jugara a los dados) pinto, topo, cinco y seis.
Caray, andaba yo como un clavo. Seis fluces de casimir, once pares
de zapatos, tres sombreros, pantaloncillos de hilo, franelas de pura
seda, medias finas, un pilón; corbatas, docena y media; cuellos,
como tres docenas; liga, elásticas, pañuelos y, sobre todo, un mujerío
detrás de mí, compadre, que pa’ podé hablá conmigo tenía que darles
audiencia. Y hoy, ya ve usted; vistiéndome de desecho y viviendo de
mi hermana Baldomera; nada, reducido a cero; hoy soy yo un cabeza
‘e níspero.
Bal: (Saliendo muy agitada) Anda, vámonos pa’ dentro.
Pal: ¿Qué es? ¿Qué tienes? ¿Qué te pasa?
Bal: Nada, que ahí va entrando el sinvergüenza de Ricardo con su vieja.
Pal: ¿Qué vieja?
Bal: La vieja d’él.
Pal: ¿Y te dijo algo?
Bal: Me miró y apuró el paso y ella me torció los ojos.
Pal: Bueno, entremos. (Dirigiéndose a la entrada).
Bal: (Desde la puerta) ¡Ay!, Dios quiera que no se me pongan cerca, por-
que a él me voy a quitá el zapato y con el tacón le voy a dá por la ingle.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena IV
Don Cándido.
Don C: (Saliendo por la derecha. Trae la cabeza cubierta con una boina y
haciendo desplantes como si boxeara, ya marcando el sitio de los golpes de
acuerdo con lo que dice) Corto. Recto a la mandíbula. Golpe al brazo.
Golpe al hígado. Al corazón. Al estómago. Martilleo a los riñones,
más abajo, golpe sucio. Juego de cuerdas. (Lo imita) Yo creo que con
estas lecciones que me ha dado Paloma Blanca podré aunque sea
defenderme de los golpes de Chichón, y si el señor tiene dispuesto
que bese la lona, besarla con dignidad. Ahora me pasa lo más raro,
y es que a medida que se acerca mi última hora me va entrando una
cosa que no sé si será miedo, pero es un friíto en el estómago, así
como si me estuvieran meciendo en un trapecio. Lo que es el dinero:
el pensar que voy a ser dueño de dos mil bolívares me está haciendo
amar la vida. Pero si no peleo, no los gano. (Pausa) ¿Y quién será ese
Chichón? ¿Y por qué voy yo a pelear con Chichón si a mí no me ha
hecho nada? Yo que soy un hombre más pacifista que Briand, que en
mi vida no recuerdo haber peleado sino dos veces, y por cierto que
por causas parecidas. La una fue a los catorce años con un condiscí-
pulo que me levantó una calumnia, diciendo que yo le registraba el
bolsillo de atrás al maestro; y la otra, hará dos años, con un alemán
de apellido Falkenjostun, el cual, estando una noche reunidos en
su casa, para entretenernos puso un juego en que todos llevábamos
nombres de animales y a mí me dijo: “Usté es puto”. (Se oyen gritos y
silbidos dentro del circo).
Voz: (Dentro) ¡Son las cuatro!
Don C: Caray, parece que hay bastante gente.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena V
Fer: (Saliendo del circo precipitadamente) ¿Qué hay don Cándido? Son las
cuatro y lo estamos esperando.
Don C: ¿Las cuatro ya?
Fer: Pasaditas.
Don C: ¡Caray, cómo corre el tiempo!
Fer: Vámonos por este lado (Indicando hacia la izquierda) para que entre
por detrás.
Don C: ¿Yo por detrás? No, señor; por detrás no quiero nada. Yo me
meto por delante, entro por la puerta grande o no entro.
Fer: Bueno pues, como usted quiera, pero rápido.
Don C: Un momento, no se apure, para morir siempre hay tiempo.
Fer: Sí, pero es que el público se impacienta. Además, usted tiene que
cambiarse de traje y ponerse en manos del barbero.
Don C: (Extrañado) ¿Del barbero?... ¿Y para qué?
Fer: Pa’ que lo raspen, antes de subir al ring.
Don C: ¡Ah! ¿Me van a raspar también?
Fer: Ya lo creo, ningún boxeador sube al ring sin que lo raspen.
Don C: ¿Así es la cosa? ¿Y quién es el atrevido barbero que se va a llevar la
gloria de profanarme la cabeza?
Fer: Carlos del Vecchio, que además de ser un buen barbero es un mucha-
cho decente y lo tratará con consideración.
Don C: ¡Todo sea por Dios!
Voces: (Dentro) ¿Qué hubo, pues, son las cuatro y cuarto?
Fer: Las cuatro y cuarto, don Cándido. (Agarrándolo por un brazo)
Don C: (A quien le tiemblan las piernas, con voz trémula) No me agarre, que
yo voy.
Voces: (Dentro, dando golpes en las sillas) ¡Que salga Rabopelao!
Fer: Oiga cómo lo aclama esa gente.
Don C: ¿Me aclaman?... ¡Pues al ring y que sea lo que Dios quiera!
Fer: Es bueno que haga su entrada dándose un poco de tono.
Don C: ¿De tono? También lo creo. Solo que yo en vez de tono entraré
con tongoneo. (Se recoge hacia arriba las faldas del chaqué y entra al
circo moviendo rítmicamente las caderas, seguido de Fernández).
Telón rápido
SAINETES VENEZOLANOS
Cuadro segundo
Interior del circo Metropolitano. En el centro del escenario un ring; alre-
dedor de este muchas sillas y bancos ocupados por numerosa y
alegre concurrencia. Multitud de personas cruzan de un lado
a otro de la escena presas de indescriptible entusiasmo. Mucha
animación. Alfredo en mangas de camisa está sobre el ring
examinando las cuerdas.
Escena I
SAINETES VENEZOLANOS
Escena II
Dichos y Carlos.
Car: Cómo no; es como decía ayer Molinita, un coco de agua; pero por
debajo tiene un hueco, que según Iturrieta, ahí es que está el punto
vulnerable.
Alf: Cará, pues yo siendo tú se lo decía a don Cándido pa’ que le buscara
el hueco a Chichón.
Car: No, si yo pienso decírselo; lo que es que no he tenido oportunidad
de hablar a solas con él. Además, ¿él no es Rabopelao? Pues nada
tiene de particular que rabopelao busque un hueco.
Alf: Ya lo creo, y hasta se encueve.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena III
SAINETES VENEZOLANOS
SAINETES VENEZOLANOS
SAINETES VENEZOLANOS
Telón
Gorgonia
Ramona
Berruga
Celedonio
Don Eligio
El padre Aniceto
Heraclio
Carlos
Un detective
SAINETES VENEZOLANOS
Cuadro Primero
Escena I
Berruga, solo.
Berr: Cónfiro, ¡qué calor! (Limpiándose el sudor) Estoy sudando más que
un maracucho. (Tocándose con el respaldo de la mano) ¡Caray!, y estoy
más caliente que un concejal. (Llamando) ¡Gorgonia, Gorgonia!
Gorg: (Dentro) Un momento, que ahora estoy ocupada.
Berr: Pues desocúpese rápidamente y venga a atenderme incontinenti.
(Pausa) Esta Gorgonia que estoy llamando es mi esposa, es decir, mi
esposa no, mi... mi compañera, mi... mi... mi adjunta. Yo la quiero
mucho, pero he resuelto tratarla con carácter, porque desde que llegó
la democracia he notado que me está perdiendo el respeto.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena II
Escena III
SAINETES VENEZOLANOS
SAINETES VENEZOLANOS
Escena IV
Berruga y Celedonio.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena V
SAINETES VENEZOLANOS
Berr: (Asustado) Caray, Gorgonia, tienes una manera tan clara de decir
las cosas que el aire me huele a yodo, siento el frío de la mesa operato-
ria y tú me pareces una enfermera y Celedonio un bachiller.
Cele: No se aflija, compañero, esos son altibajos que tiene la política;
además, esa es prensa asalariada, y conviene que lo ataquen porque
su nombre cobra importancia y usted va ganando puntos.
Berr: Sí, como no; puntos de sutura.
Gorg: ¡Ay!, Berruga, quiera Dios que la fulana política no te deje un mal
recuerdo.
Cele: ¡Ah!, eso sí, algo le deja, (Aparte) aunque sea un chichón en la
cabeza.
Gorg: Apártate de eso, chico; deja esa maldita chifladura, quítate esa
venda que tienes en los ojos.
Berr: La venda ya no me la quito de encima, Gorgonia, lo que hará será
cambiar de sitio: hoy la tengo en los ojos, mañana la tendré en un
parietal.
Cele: Compadre, noto con tristeza que a usted se le está enfriando el
guarapo.
Berr: Se me está enfriando no, Celedonio, ya lo tengo completamente
frío.
Cele: Eso es fatal.
Gorg: Si este hombre no sirve para político.
Cele: ¿Que no sirve? No diga eso: si este hombre se propone, llega; tiene
la gran condición para ser un gran político: que es muy embustero.
Berr: (Acobardado) Celedonio, yo creo que debo retirarme.
Cele: Me parece lo mejor: descanse un rato y tómese unas gotas de ser-
pentaria.
Berr: No; si digo retirarme del palenque, como dice el papel ese.
Cele: Eso nunca. Un hombre de los quilates de usted debe conservarse
fuerte; no se doblegue, aprenda de mí que aún en los trances más
apurados he conservado siempre mi verticalidad.
Berr: Yo creo que eso de la verticalidad entre nosotros, Celedonio, son
cuentos de camino. Aquí el político que conserva la verticalidad, es
porque tiene la bisagra oxidada; en cuanto le untan grasa (Haciendo
ademán de dinero) se doblega.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena VI
Escena VII
Dichos y un detective.
SAINETES VENEZOLANOS
Gorg: ¿Cómo? ¿Mi marido en jaula? Eso nunca. ¿Qué dice usted a esto,
Celedonio?
Cele: Señora, cuestiones de la política; pisó el peine, entró en la jaula.
Berr: ¡Qué desastre! Yo enjaulado.
Cele: No se aflija, doctor, acuñe y suba el cerro.
Berr: Sí, el cerro... del obispo. (Abrazando a Gorgonia) Hasta la vista
Gorgonia. (Abrazando a Celedonio) Celedonio, quedas en tu casa.
Cele: Gracias, doctor, muchas gracias.
Berr: Adiós Ramona. (Abrazando a Ramona).
Ramo: Adiós, Berruga.
Dete: (Disgustado) Bueno, ¿qué hubo pues, sale o no sale?
Berr: No se altere, amigo, no se altere.
Dete: Qué cuento de que no me altere, vámonos, vámonos. (Con carác-
ter).
Ramo: No te aflijas, mujer. (Consolando a Gorgonia que llora).
Cele: (Consolándola) No se aflija, misia, no se aflija. (Señalando hacia la
puerta del foro) Tenga fe en Venezuela y en sus productos.
Telón
SAINETES VENEZOLANOS
Cuadro segundo
Escena I
Elig: Pues, señor, ahora sí que la hemos puesto de oro con la fulana demo-
cracia. Todos los días hay un miriñaque nuevo: que si la demanda,
que si el juicio, que los bienes de la nación, que los bonos, que el plan
trienal, que la contraloría. ¡Jesucristo! Un verdadero zaperoco en el
cual ya nadie sabe de dónde viene, ni pa dónde va, ni cómo se llama,
ni cómo está. (Mirando hacia la puerta) La guachafita de hoy son las
elecciones. Míreme eso: una porción de hombres hechos y dere-
chos, ahora ique votando; y pa’ na’, porque al paso que vamos eso
de las elecciones va a quedá pa’ los muchachos. (Se queda mirando y
moviendo la cabeza con desencanto).
SAINETES VENEZOLANOS
Elig: Lirismo.
Carl: No, no es lirismo, es convicción, don Eligio. Todos debemos votar
porque de ese modo llevaremos al congreso los hombres que pueden
hacer la felicidad de la patria.
Elig: Qué inocente.
Carl: ¿De manera que usted cree que el voto no vale nada?
Elig: Yo no sé si valdrá, mi amigo; pero yo estoy convencido de que con
votar no se consigue nada. Y si no, fíjese: los hombres que han votado
más en Venezuela son los del aseo urbano, ¿y qué han conseguido?
Basura.
Carl: (Disgustado, con tristeza) Ya veo, don Eligio, que usted me quiere
mamar el gallo, pero yo se lo perdono porque usted es viejo y decré-
pito.
Elig: (Disgustado) ¿Decrépito yo?
Carl: Sí, usted. (Con carácter, encarándosele) Usted es un viejo decrépito
que representa el pasado. (Eligio empieza a retroceder de espaldas hacia
la derecha) Yo represento el presente; soy la juventud que avanza.
(En tono de oratoria) Usted, don Eligio, es un mueble viejo que sólo
guarda en su seno las trazas del interés, el comején de la intolerancia
y la polilla de la incomprensión. Retírese.
Elig: (Con sorna) Bueno pues. Adiós, líder. (Mutis derecha).
Carl: (Mirando hacia donde se ha ido Eligio y moviendo la cabeza con tris-
teza) Yo, yo voy a votar. (Mutis izquierda).
Escena II
Heraclio y Gorgonia.
Hera: Anjá, ahora sí como que di en el clavo; allá como que es la cosa.
Caray, pero qué gentío. (Haciendo un mohín de desagrado) Eso sí que
no me gusta: yo le tengo más miedo a la gente que a los tigres de la
montaña. Yo vengo a esto a la juerza, casi obligao, porque me han
dicho que en el voto ique está la salvación, pero yo no lo creo. Son
muchas las promesas que le han hecho a uno y nada se cumple, todos
son ofrecimientos. Magínese que allá en el pueblo no tenemos ni
agua. Un día dijeron que iban a poné unos pozos: y llegó un médico,
y llegó un abogao, y llegó un alginiero, y llegó un musiú y llegaron
unos hierros; todo llegó, lo que no llegó fue el agua. Por eso es que
ya yo estoy desengañao. Mire, ya yo no creo ni en la creolina. Bueno,
vamos a ve si Dios quiere que de esto salga algo bueno. (Inicia el mutis
hacia la izquierda deteniéndose al oír la voz de Gorgonia).
Gorg: Ay, gracias a Dios que encuentro quien me ayude a llevar la cruz,
porque este hombre tiene aspecto de Cirineo. (Llamando) Mire,
amigo.
Hera: Señor.
Gorg: Acérquese, no tenga miedo. Es una mujer completa quien lo
llama.
Hera: Aquí estoy. ¿Qué se le ofrece? (Acercándose y quitándose el som-
brero).
SAINETES VENEZOLANOS
Escena III
SAINETES VENEZOLANOS
Hera: Bendito sea Dios, donde quiera me encuentro con lo mismo. Nada,
está visto: la carga siempre quien la soporta es Juan Bimba. (Mutis
izquierda).
SAINETES VENEZOLANOS
Cuadro tercero
Escena I
SAINETES VENEZOLANOS
Escena II
SAINETES VENEZOLANOS
SAINETES VENEZOLANOS
Escena III
Dichos y Eligio.
Escena IV
Dichos y Celedonio.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena V
Celedonio y Eligio.
SAINETES VENEZOLANOS
Escena VI
Celedonio y Gorgonia.
Gorg: (Groseramente) Sí, señor, voy a salir. ¿Y qué? ¿No sacó usted nada
de la entrevista?
Cele: Nada, ese viejo es implacable. Dijo que si de aquí al domingo no
paramos el rabo, el lunes le pega un candado a la puerta y desente-
cha.
Gorg: Bueno, ya lo sabe.
Cele: ¿Y cuánto tiempo estaré solo? (Insinuante).
Gorg: Poco tiempo, yo estoy de vuelta en seguida. Además no queda
solo, allá adentro está Ramona remendándole unos interiores a
Berruga.
Cele: Hombre, a propósito de interiores, yo también tengo unos allá
dentro que quisiera que me le pegaran un parcho.
Gorg: (Amenazante midiéndolo con la mirada) Ese parcho se lo pegaré yo
a usted cuando regrese. (Mutis foro).
SAINETES VENEZOLANOS
Escena VII
Ramo: Caray, parece mentira que todavía haya seres humanos que usan
estas cosas. Yo tenía a Berruga por un hombre más moderno, pero
ya veo que no lo es, mijita. Ahora me explico por qué no triunfó en
las elecciones; claro, qué iba a triunfar. Los pueblos quieren hombres
que tengan ideas avanzadas, y un hombre que use esta guarandinga
tiene que ser por fuerza cavernícola, retardatario y quién sabe si
hasta troglodita. Yo te hablo con franqueza: a mí me sale ese negro
a media noche con estos bichos y me privo: ¡ah, sí! Porque no puede
ser otro, sino el espíritu malo en calzoncillos. (Se santigua) Ave María
purísima. Vade retro satanás.
Escena VIII
Ramona y Aniceto.
SAINETES VENEZOLANOS
SAINETES VENEZOLANOS
Escena IX
Dichos y Celedonio.
SAINETES VENEZOLANOS
Anic: Bueno, bueno, ahora sí estoy enterado; eso era lo que yo quería
saber. (Pausa) Bueno, ¿y qué filiación política es la de mi sobrino?
Cele: El es zurdo y es zurdo por testarudo, porque yo bastante se lo dije:
doctor, no se defina, porque eso no le conviene, acostúmbrese al vai-
vén. Acuérdese de aquello de un tirito al gobierno y otro a la revo
lución.
Anic: No, no, no, eso es indigno de un Berruga.
Escena X
SAINETES VENEZOLANOS
Escena XI
Berruga, solo.
Y más triste va a ser dentro de un rato como llegue a ser verdad lo que
me dicen en esta carta: (Saca una carta y lee): “Dos letras tan solo te escribo”.
Bueno, esto es de un cuplé, pero no tiene que ver: (Leyendo) “Dos letras tan
solo te escribo, y ellas son suficientes para enterarte de lo que te interesa: Tu
mujer te engaña con un albañil. Ya lo sabes todo. En su casa la tienes muy con-
tenta con su maestro de albañilería, mientras tú te pudres en el presidio. Tu
amiga, Zoila Cabeza de Ñaure”. (Guarda la carta) Eso de podrirse en el pre-
sidio lo he oído yo en Juan José. Ahora, que yo no conozco a ninguna Cazeba
e Ñaure. Sea como sea, algo hay de cierto. A mí me huele aquí a gato enmo-
chilao; este silencio me lo dice. Y como llegue a ser cierto, ¡Ay!, mi amigo,
la sampablera va a ser gorda, va a llevar leña to el mundo. Aquí como en el
refrán, hasta el cura bebe caldo. (Mutis derecha. Momentos de silencio.
Dentro) ¿Qué es esto? ¿Un cura durmiendo en mi cama? Toma, canalla,
bandolero, sinvergüenza. (Se oyen golpes de palos y un disparo de revólver).
SAINETES VENEZOLANOS
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Escena XII
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Escena inicial
UN DIPUTADO MODELO
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UN DIPUTADO MODELO
33 Rafael Michelena Fortoul, alias Chicharrita (Barquisimeto 1890-Los Teques 1933). Escri-
tor y humorista en verso y prosa. Se consigue poca documentación sobre su vida y obra.
Colaboró en Fantoches entre 1924 y 1930. Particularmente resalta su humor, según Aqui-
les Nazoa, en relación con los temas de la gastronomía criolla y con el trasfondo de un
mundo sórdido y desamparado, rasgos que pueden detectarse en estas comedietas absur-
das publicadas en Fantoches.
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ALMUERZO DE FAMILIA
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Cochero: Basirruque.
ALMUERZO DE FAMILIA
Rodríguez:
Cierra ese pico, cotorra,
y no metas más la pata:
¡Yo tengo bastante plata
y no he venido a la gorra!
Telón ultrarrápido
SAINETES VENEZOLANOS
Cuadro primero
Panchito: Di, madre, ¿por qué la flor/ hoy tan fragante y lozana/, habrá
de perder mañana/, su perfume y su color?
DE PURA PENCA
Cuadro segundo
SAINETES VENEZOLANOS
Cuadro tercero
DE PURA PENCA
Telón violento
SAINETES VENEZOLANOS
En las mesas del monte hay puntos gananciosos; uno ha cogido la rufla
de ases —vinieron veinte— y sale como loco.
CABRAS Y CANDELEROS
Inspector: ¿El tiro? ¡Cuatro tiros es lo que se les pue’ da a este par de
carrizos! ¡Raspen pa’ fuera!, ¡ámonos!, ¡ámonos!
Telón lento
SAINETES VENEZOLANOS
Por supuesto que esta conversación no es oída por los Vejaranos, que
están interesadísimos con el argumento del dramón gelatinoso. El
barbilindo cucarachoncito detiene el ameno curso de la charla con
la intención de palpar, ansioso, las morbideces y turgencias de su
bella vecina; como distraídamente aventura las manos en la discreta
penumbra; toca en firme, agarra... y la niña lanza un grito estridente
que corta el silencio como un grillo estridulante:
Pupucita: ¿Ay, qué es? ¡Papá, mamaíta, que este señor me apurruñó!
AVENTURAS CINEGÉTICAS
Telón violento
SAINETES VENEZOLANOS
El angosto salón del restorán La Flor de Nápoles presenta hoy, acaso porque
es domingo, un aspecto alegre. Un aseo previo y los manteles
limpios de colores vivos, risueños y flores puestas en las bocas de
las pimpinas le han quitado el aire lúgubre de los días corrien-
tes.
El dueño, un musiú retaco y peludo, se pasea a lo largo del local espantando
las moscas con un trapo porque no permite bichos tan cochinos
en su establecimiento. El musiú chupa su cachimbo, mientras la
casa va llenándose de clientes.
Musiú Chiripa está contento. Los domingos se redobla el número de
comensales y hoy no va a quedar ni un retallón porque la carta
está suculenta. Hay, como plato fuerte, el gran mondongo de
cochino; le siguen un menestrón de ponchas y unos raviolis a la
napolitana que quitan el sentido, y luego continúa una chorrera
de platicos menores, tales como cabeza con repollo, corazón
encebollado, negritas fritas, arroz con chorizo, morcilla en
vino, plátanos horneados, etcétera. ¡Y todo a precios democrá-
ticos! Sin contar los extras, entre los cuales figuran el bisté de
lomo, las chuletas y los divinos espaguetis, únicos en su género,
de pura penca itálica.
Hay también un delicioso guarapo helado — ¡barril de a dos con tolete!—
para atenuar la sed de los gastrónomos enratonados y procurar-
les una digestión placentera.
ALMUERZO DE FLOR
El ratón lo trae como loco y los tres o cuatro lepes que se ha echado a
la gorra le han abierto monstruosamente el apetito. ¡Y el almuerzo a
cincuenta kilómetros de la dentadura!
En casa de musiú Chiripa hay hoy almuerzo de lujo y... ¡Ya Migue-
lito sabe cómo puede tirarle el carro!
—¡Uy!...
SAINETES VENEZOLANOS
—Casi nada, señor. Chiripa: ¡que por poco me masco esta cucaracha
conchuda que me trajeron en las refritas!
—Ah, mío caro, per la tua mama, non dica niente; ío non te cobra lu qui
ha manyato... ¿E cuanti?
—Hombre, —dice Miguelito, con gesto de perdonador— pues, mon-
dongo, chuleta, espaguetis, media botellita de vino, pan francés y…
la porquería esta.
—Bono, bono, non mi debe niente; toma café e un tabaquito y non mi
debe niente, mío carísimo.
Telón
34 Julián Padrón (Monagas, 1910-Caracas, 1954), novelista, cuentista, ensayista, poeta, dra-
maturgo, abogado y diplomático. Colaborador de diversos diarios y revistas. En 1935 funda,
junto con Arturo Úslar Pietri, Pedro Sotillo y Alfredo Boulton, la revista literaria El inge-
nioso Hidalgo, y participa en las actividades del grupo Viernes (1939). A principios de 1936
funda y edita el diario Unidad Nacional. Fue colaborador de El Nacional y funcionario del
Ministerio de Relaciones Exteriores. De 1937 a 1944 se desempeña como presidente de la
Asociación de Escritores de Venezuela. Se le asocia con un criollismo poético en sus nove-
las La guaricha (1934), Madrugada (1939), Clamor campesino (1945) y cuentos Candelas de
verano (1937), entre otros títulos. En su poesía se advierten los aires vanguardistas, así como
también en sus obras dramáticas Fogata (1938) y La vela del alma (1940). Con Parásitas
negras (1939) incursiona en el sainete.
Pedro
Pablo
Andrés
Ramón
Un viajero a caballo
Un viajero a pie
Petronila
Candelario
Evangelista
El boticario
Mujer 1
Mujer 2
El jefe civil
El cura
El director de El País
El redactor
Un joven
Una señorita
El traductor
El jefe de talleres
Un señor
Un repartidor
Señor 1
Señor 2
Simón, el limpiabotas
El vicepresidente
El secretario
La multitud
Un billetero
El mielero
Un pregonero
La grandísima
El loco
Policía 1
Policía 2
Yaguarín, el curandero
Una mujer
SAINETES VENEZOLANOS
Acto primero
Cuadro primero
Pedro: Cará, ya vamos pal mediodía y toavía na’ que llega esa gente.
Pablo: Es que aseguramente los galleros de La Fila tienen el miedo
hereje a los pollitos de poaquí.
Andrés: ¿Y qué quiere usté, compay? Entoavía se estarán echando sal-
muera pa’ aliviase la paliza que les dimos en el último desafío.
Ramón: Compay Pedro, sirva unos traguitos pa’ los cuatro y acuérdese
que usté me ofreció llevame un bolíva en ca’ pelea.
Pablo: Vaya que a alguno de nosotros se le ocurrió algo útil. Ya se me
estaba tostando el gañote con tantas ganas.
Pedro: Caray, qué ron tan bueno. Dan ganas de no vendelo. Aguaiten
pal cerro a ve si se ven bajando los fileros.
Un viajero a caballo: Adiós, muchachos. Adiós, compay Pedro.
Los Galleros: Que Dios lo lleve.
Pedro: Adiós, pues. ¿No quiere echase un traguito antes de seguí
camino?
El viajero: No, gracias. Que les aproveche. (Sale).
Pablo: Por to’ ese camino pa’ bajo no se aguaita sino el peladero asoleao.
Andrés: To’ lo que se ve es esa pobre soledá roja como una candela.
Ramón: Allá viene el compay Candelario montao en su burro, por allá
lejazo, por la pata del cerro.
PARÁSITAS NEGRAS
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PARÁSITAS NEGRAS
Pedro: ¡Ah, Candelario vagabundo! Cómo te has dejao engatusá por ese
hombre. Por algo estuvo metío en las selvas de Guayana viviendo con los
indios.
Petronila: ¿Y qué cree usté que son esas matas, Pedro?
Pedro: Mira, Petronila, pa’ que veas que te quiero te voy a contá una cosa, pero
me guardas el secreto. Esas matas que Candelario tiene como niñas boni-
tas son de las que llaman parásita negra. Esto no me lo creas a mí, lo con-
versa la gente. Y dicen que la parásita negra da al que la carga el poder de
enamorá a la mujer que le guste. Y que las mujeres se aquerencian con ese
hombre con sólo que les eche la vista encima, después de pasala por la flor.
Candelario: (Cantando afuera, mientras amarra el burro)
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Petronila: Sí, ya sé que tú has andao las noches de tu vida por esa tie-
rra sola. Y que has trillao las selvas de Guayana y los montes de la
Parima. Pero donde hallaste parásitas raras puedes di a buscá la que
te hace falta.
Candelario: ¿Qué quieres tú decí con to’ eso que estás diciendo?
Petronila: Quiero decí que tú eres muy maluco, Candelario Sotillo. Y
que ahora no me arrepiento de mi mezquindá. Afortunamente, por-
que lo que tú me pides, no lo haces porque me quieres sino pa’ date el
gusto de ensayá tu brujería.
Candelario: Mujé, ¿pero quién te ha metío ese ovillo en la cabeza?
Petronila: ¿Ovillo? ¿A que no me sabes decí por qué no vendes aquellas
parásitas que tienes en el rancho? ¿Por qué me engañas con que ique
son pa’ cogé hijos?
Candelario: No juegue contigo, Petronila.
Petronila: (Amenazante) ¡No juegues conmigo, Candelario Sotillo!
Candelario: Y tú, ¿qué te has imaginao?
Petronila: Na’ de imaginaciones. Que sé que aquellas matas que no
quieres vendé a ningún precio son de parásita negra.
Candelario: ¡Tírale aunque no le pegues!
Petronila: Y que sé que el hombre que tiene la parásita negra no hace
sino poné su pensamiento en una mujé pa’ que ella lo siga como la
sombra al cuerpo.
Candelario: ¡Goza del sol mientras vivas!
Petronila: Ahora te burlas, después que te has enraizao a mí como una pará-
sita. Seguro que me abandonarás cuando me seques como los matapalos.
Candelario: Pero, Petronila, si las parásitas no se chupan el jugo de las
otras matas. Viven del aire como la sombra.
Petronila: ¿Y la parásita negra de qué vive?
Candelario: Esa es una leyenda de los cazadores de parásitas, muchacha.
¿Tú no sabes que hay que alimentarles a los compradores la jaba de que
hay una especie rara, pa’ que puean compra los mayos? La parásita negra
es una leyenda como la de que los muertos salen. A propósito de espan-
tos, te voy a contá el cuento de uno que me salió a mí. Una noche venía
yo por una salineta de esas que hay embullá por la costa de Guanta. La
noche estaba clarita, con una luna grandota que quería desprenderse
PARÁSITAS NEGRAS
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PARÁSITAS NEGRAS
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PARÁSITAS NEGRAS
Pedro: Ese piazo ‘e burro no cuesta más de diez pesos. ¿No será mejor
abrile la barriga pa’ sacale veinticinco?
Candelario: No, caray, lo que es esa lavativa si no la consiento yo. Yo
quiero mucho a ese animal pa’ asesinalo por dinero. Además, ese
burro ‘ta vendío y hoy deben vení a buscalo.
Andrés: Pero, compay, usté no pue’ mancá su suerte por un piazo ’e
burro.
Candelario: Este desgraciao venime a amargá la miseria. ¡Cómo no
te has embarrancao en tanto farallón que tiene el camino! Quién
hubiera sabío la cochiná que me ibas a hacé pa’ haber dejao que el cura
te matara a tanto trabajo y palo como te dio cuando te tenía alquilao.
Pedro: Sabe, compay Candelario, ¿por qué en vez de estanos lamen-
tando no llevamos el burro pal pueblo pa’ que el jefe civil resuelva?
Ramón: Si es verdá, el coronel es un hombre muy entendío en cuestiones
de animales.
Candelario: Con tal de que este piazo ‘e burro me devuelva mis reales,
soy capaz hasta de matalo.
Pablo: La esperanza es lo último que se pierde, compay Candelario, y
usté sabe que de eso estamos ricos los pobres.
Pedro: Echen pa’ lante, pues. Coja usté el burro de diestro, compay
Andrés. Nosotros arriamos, y ojo ‘e garza, por si acasón.
Candelario: ¡Maldito animal este! Venime hoy precisamente a amargá
la miseria. Mismamente cuando Petronila ya estaba palabreá, y con-
venía pa’ ise a viví conmigo al rancho de las parásitas. ¡Burro conde-
nao! Cualquiera cree que es que lo tengo pasando hambre y no le doy
que comé. ¡No haberte muerto en manos del cura ni de la grandí-
sima…! Ni siquiera en poder del coronel, que te reclutó pa’ date más
palo y más trabajo que lo que te mereces. ¡Desgraciao! En cambio
comeme a mí mis realitos y no hacele ninguna porquería al comisa
rio, que te pide prestao ca’ vez que le da la gana pa’ hace sus necesi-
dades. ¡Arre, burro, cara! Ahora vas a sabé lo que es bueno. (Dándole
una patada por detrás, al salir) ¡Maldita sea tu estampa, condenao!
Telón de cuadro
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Cuadro segundo
Una plaza de pueblo. Al fondo se divisan los techos de las casas. La acción
se desarrolla bajo el frondoso samán que está sembrado en el
centro de la plaza. Al levantarse el telón aparece Petronila en
escena, oteando hacia un extremo de la calle real.
Petronila: ¡Ah hombres bien sinvergüenzas! Mire que ique cogé tuel
domingo pa’ arranchase en esa maldita pulpería, na’ más que bebiendo
aguardiente. Este pueblo ‘ta perdío. Los hombres toa la semana con el
lomo doblao sobre la tierra pa’ ganase apenas la comía, y al amanecé el
domingo se ponen a endeudase por culpa del maldito ron. (Volviendo
al centro) ¡Y el sinvergüenza de Candelario no se aparece por ninguna
parte! De na’ me valió ilo a espera a la entrá’ del pueblo pa’ ve si me lo
traía. ¡Pero qué va! En cuantico no más llegó y vio a sus compañeros
bebiendo miche se arrocheló ahí y entoavía no ha encontrao el camino
‘e salía. (Oteando hacia la pulpería) ¡Ah, Candelarioooo! (Al centro)
Ahora se me aparece ajumao, a que le prepare un sancocho y un laíto
donde acostase. Por cierto que cuando está bebío se pone más liso que
una mariquita de a medio. (Oteando hacia la pulpería) Condenao, ojalá
te des una caída cuando resuelvas venite, que te rompa el alma. (Al cen-
tro) El otro día el muy desvergonzao se quiso propasá aprovechándose
de que estaba medio jumo. Afortunamente me le pude salí del cuarto
y toavía me está esperando. (Oteando hacia la pulpería) ¡Sinvergüenza,
borrachín, deslenguao! Ojalá que te murieras de esta bebezón. (Al cen-
tro) La verdá verdá es que a pesar de to’ yo tengo más ganas del que él
de mí. (Viendo hacia la pulpería) Aja, allá viene. Adiós, cará, ¿no decía
yo? Ya se ajumaron porque hasta Pedro viene con ellos. (Al centro) Pero
lo que es aquí no me consigue, no vaya a quererse propasá conmigo en
la calle. (Hacia la pulpería) ¡Condenao! (Sale).
Candelario: (Entrando) Bueno, ya llegamos. Mucho cuidao con lo que
se les va a ocurrí con mi burro.
Pedro: Despreocúpese, compay Candelario, que ya vamos a salí de este
atolladero.
PARÁSITAS NEGRAS
Andrés: Los entendíos del pueblo deben danos una luz en este asunto.
Candelario: Na’ de luces, pa’ luces estamos aquí nosotros, que somos unos
iluminaos. Lo que necesitamos es un individuo faculto en expulsiones.
Pablo: En último caso le abrimos la barriga a este muérgano y le saca-
mos la plata.
Pedro: Guarde esa navaja, compay, que usté la necesita pa’ amolale las
espuelas a sus patarucos.
Candelario: Mire compay, déjese de mala voluntá con el burro, porque
si sigue apegao a la sangre nos vamos a quedá sin joropo.
Ramón: Bueno, ¿por qué no mandamos a llamá al cura y al jefe civil?
Pedro: ¡Lagarto! ¿Pa’ que se queden con el burro y nos manden pal cala-
bozo ‘e la sacristía?
Andrés: No sea hereje, compay, mire que ahora es cuando necesitamos
de mucha fe pa’ creé en esa gente.
Candelario: ¿Pero no habíamos quedao en que al llegá aquí íbamos a
mandá a llamá al boticario?
Pablo: Sí, hombre, ahora que me acuerdo, ese individuo sabe afeita más
que el barbero.
Pedro: Que vaya uno a llamarlo, mientras nosotros nos quedamos aquí
cuidando el burro.
Andrés: Yo voy (Sale).
Candelario: El condenao animal éste se quiere volvé un entierro.
Ramón: Bueno, ya tenemos mucho tiempo paraos y el burro tendrá ganas
de echase. Vamos a amarralo en el samán, mientras viene el dotol.
Pedro: ¿No decía que estábamos iluminaos? Yo acompaño a Ramón y el
compay Candelario se queda aquí esperando el boticario. (Saliendo).
Candelario: ¡La picha!
Ramón: ¡Compay!
Pedro: Compaíto, no sea desconfianzúo, que dende aquí pue’ aguaita la
operación. Vamos, compay Ramón. (Salen).
Candelario: Bueno, pónganme el burro a la sombra, que en cuantico no
más lo vea con ganas de corré le atiesto una guaratara. (Salen Pedro y
Ramón). ¡En qué lío me ha metió el burro este! Comese los billetes y
ahora no querelos soltá. ¿Qué estará haciendo ahora el bruto con esos
papeles en la barriga? (Mirando hacia el samán) ¡Quién le iba a decí a
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PARÁSITAS NEGRAS
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PARÁSITAS NEGRAS
El cura: Todo se puede hacer con salivita y paciencia. Son palabras del
Evangelio. No se caliente, mi buen coronel. Tenga calma y el machete
se desenvainará solo.
El jefe civil: Yo soy capaz de hacé toas las cosas por las buenas, padre.
Pero si me jeringan mucho también las sé hacé por las malas.
El cura: Mire, coronel, ¿no le decía yo? En lo que usted empezó a calen-
tarse buenamente la gente comenzó a marcharse. Allí vienen.
El jefe civil: ¿Aónde, aónde?
El cura: Por el samán, mi buen coronel.
El jefe civil: Vamos a dejalos solos pa’ que formen la guachafita y des-
pués les aplicamos las sanciones. Los espiaremos desde la sacristía.
El cura: Mejor es prevenir que curar. Son palabras de la Biblia. Mi buen
coronel, castíguelos antes de formar el desorden para que no lo for-
men y para que sientan su mano fuerte y buena.
El jefe civil: Mire, padre, no me invada la jurisdicción. (Sale).
El cura: La casa de Dios es mía y suya también, mi buen coronel. (Sale).
Candelario: (Entrando delante de todos) ¡Ahora sí hemos perdío las
esperanzas! Burro sinvergüenza y malagradecío ese. Después de
haberlo tratao con tanta consideración vení ahora a dejame en la
miseria. ¿Usté buscó bien, compay Pedro?
Pedro: Compaíto, yo me volví un gavilán, y pa’ ná. De casualidá no me
arrastró los ojos la corriente.
Evangelista: Yo creo que si a ese animal le hubiera dolío la barriga la
habría echao también, porque echó hasta los rebuznos.
Pablo: El compay Andrés y yo sondeamos la bosta con unos palos porsia
los papeles se hubieran ido al fondo.
Andrés: Asina fue.
Ramón: Yo, por meteme tanto, me salpicó el charco.
Candelario: ¿No cree usté que en alguna tripa se quedó encallá esa
barca ‘e papel, compay Pedro?
Pedro: Claro, compaíto, si no la echó es porque la tiene adentro.
El jefe civil: (Entrando con el Cura, machete desenvainado en mano y gesto
amenazador) ¡Todos ustedes están presos! (Se oyen cornetazos de disper-
sión).
Todos: ¡Coronel Mapire!
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Telón de acto
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Acto segundo
Cuadro primero
PARÁSITAS NEGRAS
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PARÁSITAS NEGRAS
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PARÁSITAS NEGRAS
El redactor: (Leyendo a medida que escribe) “El País abre una sensa-
cional encuesta entre sus lectores sobre el burro venezolano que se
comió los billetes. Se otorgará un diploma caligrafiado al que pre-
sente el mejor medio de expulsión”.
El director: ¡Admirable, admirable! Llámenme al jefe de talleres. Ya
van a saber mis colegas y las nuevas generaciones lo que es perio-
dismo.
El gacetillero: (Asomándose al fondo) ¡Que venga el jefe de talleres!
El traductor: (Entrando) Señor director, ¿no le parece a usted que
debiéramos trasmitir esta importante noticia a las agencias cable-
gráficas del mundo?
El director: ¡Pues ya lo creo, hombre! Es necesario que el orbe sepa que
en Venezuela también sucede algo sensacional.
El redactor: Y que en Venezuela también los burros comen billetes.
El traductor: Es usted genial, señor director. (Sale).
El jefe de talleres: (Entrando) A la orden del director.
El director: Necesitamos sacar una edición extraordinaria. Debemos
adelantarnos a nuestros colegas. Ya verán lo que yo represento en el
periodismo nacional.
El jefe de talleres: Pero, señor director, si ahora es que vamos a empe-
zar a parar.
El redactor: Ahora es cuando.
El director: Entonces, que nadie se vaya a almorzar hasta que no esté
parado todo el material.
El jefe de talleres: (Saliendo) El que va a parar la cola soy yo, si esto se
repite. (Afuera) ¡Sacapruebas, tráeme un sángüiche de a real!
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PARÁSITAS NEGRAS
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Cuadro segundo
PARÁSITAS NEGRAS
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El Limpiabotas: Eso pa’ nosotros es como decí piá. Uno le dice dotol a
to el mundo. Y ya que usté se ha vuelto un cura, dígame una cosa y
perdone. ¿Usté no es el dueño del burro ese que se comió los billetes?
Candelario: ¿Soy? Era, compaíto, porque ahora se ha adueñao de mi
pobre animal una cantidá ‘e gente que no va a alcanzá ni a piacito.
Oiga, ¿y en qué lo conoce usté?
El limpiabotas: Pues le voy a hablá con franqueza: por el retrato que
publicaron los periódicos. Pero dígame otra cosa: ¿ese cuento es his-
toria?
Candelario: (Descubriéndose) ¡Por Dios santísimo!
El limpiabotas: No jure, mi leva, que se condena.
Candelario: ¡Qué va, compaíto, yo me quité el sombrero!
El limpiabotas: (Sentándose sobre la caja) Mire, amigo, usté me ha caído
simpático y le voy a seguí hablando con sinceridá. Cuando leí la noti-
cia esa y lo vi retratao con su burro, creí que era una trampa pa’ coge
real. Por esos pueblos del interior hay más gente viva que aquí en la
capital. Acuérdese de la santa que hacía milagros en Manches. Hizo
un puyero.
Candelario: Pues si usté piensa esa herejía de mí no vamos a intimá,
compaíto. Porque yo en vez de ganá estoy perdiendo. Allá dejé mi
trabajo abandonao y el burro se ha trancao y por na’ quiere devol-
veme lo que se comió.
El limpiabotas: Bueno, pues si usté no es un vivo, lo siento por usté.
Candelario: Mire, joven, yo no seré un vivo como usté se lo había ima-
ginao; pero tampoco soy un penepén guayabita. Candelario Sotillo,
un servidor, no está ganando, pero tampoco está exponiendo na’.
Y en cambio estoy aprendiendo más que un loro en una jugá. Ya lo
sabe, pa’ que no se confunda.
El limpiabotas: No se caliente, amigo Candelario. Yo me llamo Simón
y estoy del lao suyo contra el otro. No me quería comé el trazo sino
prevenilo, y ayudalo si usté consiente.
Candelario: Ese es otro cantar. Venga esa mano y cuente con un amigo
en toas partes de la tierra donde me pare.
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Telón de acto
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Acto tercero
Cuadro primero
PARÁSITAS NEGRAS
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PARÁSITAS NEGRAS
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Telón de cuadro
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Cuadro segundo
Yaguarín: (Con un frasco ante los ojos) ¿De quién son estas aguas?
Una mujer: Mías, señor Yaguarín.
Yaguarín: Ajá, mire, usté no es de aquí.
La mujer: No, señor, yo soy de...
Yaguarín: No me lo diga, caray, que yo lo sé. Usté es de tierra palúdica.
De por ahí del Llano.
La mujer: Sí, señor.
Yaguarín: Ajá, mire; ¡caramba, a usté si que le han puesto ampolletas!
La mujer: Sí, señor Yaguarín, desde chiquita.
Yaguarín: Caray, ya no le queda en los brazos donde ponele una cabeza
de alfiler que no le hayan metió una aguja.
Los enfermos: ¡Qué hombre tan sabio!
Yaguarín: Ajá, mire; a usté le han dicho los médicos que está embarazá.
La mujer: Sí, señor.
Yaguarín: Pero usté no está preñá na’. Esa barriga no es empreño. Y
los médicos la quieren operá. Pero si a usté la operan se muere. Los
médicos ique saben mucho pero matan gente embullá a pura ampo-
lleta y operaciones. Yaguarín no es médico pero no ha matao a nadie
toavía, que se sepa. Ya le digo, si usté se deja operá se muere. No diga
después que Yaguarín no se le dijo.
La mujer: ¿Y qué es esa pelota que yo siento en la barriga, señor Yaguarín?
Yaguarín: ¿No le dije que usté sentía una pelota? Ahí tiene, pues.
Los enfermos: ¡Yaguarín sí que sabe! ¿Cómo podrá vete eso en las aguas?
La mujer: Sí, señor, y me sube y me baja lo mismito que un cuajo.
Yaguarín: Ajá, mire: pues eso que usté tiene es esto. (Cogiendo un frasco
del armario y poniéndolo sobre el mostrador) Sí, señor, usté lo que
PARÁSITAS NEGRAS
tiene es lo mismito que usté ve aquí. ¡Un sapo que le han metío en la
barriga! Este se lo saqué yo a una mujé que vino de por ahí de por los
laos de Barlovento. (Los enfermos se acercan a ver el frasco) Tenía los
mismos síntomas que usté y también creía que estaba empreñá.
Los enfermos: ¡Quién sería capaz de hacerle ese daño!
La mujer: ¡Un sapo metío en la barriga!
Yaguarín: Sí señor. ¿A usté le vienen unas veces vómitos y otras veces
no le vienen, no es verdá?
La mujer: Sí, señor Yaguarín.
Yaguarín: ¿No ve? Por eso usté cree que lo que está es embarazá. Pero
despreocúpese, que eso se lo saco yo en menos tiempo del que se lo
metieron. (A los demás) Caray, algunos emplean su facultá pa’ echale
daño a la humanidá. Yaguarín no es de esos. Yaguarín usa su cencia
pa’ aliviá a la pobrecía prencipalmente. Porque es mucho el rico de
Caracas y de toa la república que viene a consultame. Pero la diferen-
cia es que los ricos mandan sus aguas con los sirvientes, y cuando se
curan dicen que fue el médico. En cambio, el pobre no tiene esa mala
índole.
Los enfermos: Si es verdá.
La mujer: Señor Yaguarín, ya yo no tengo vida. Me estoy secando sobre
los huesos. Esos malditos vómitos en los que no boto sino espuma
me están matando. Yo he consultao médicos, he estao en el hospital y
na’. Si usté me pone buena Dios se lo pagará, señor Yaguarín.
Yaguarín: Ajá, mire; pues Yaguarín no es médico pero la va a saná. (Va
detrás del armario y vuelve) Ajá, mire: usté se va a tomá cuarenta gotas
de este frasco, tres veces al día antes de las comidas. Aparte toas
las medicinas que esté tomando. Cuando usté haya terminao este
cuarto ya se le habrán esparecío los vómitos. Entonces coge otra vez
las aguas y me las trai pa dale la segunda botella. Y coma to lo que le
pida el cuerpo.
La mujer: ¿Cuánto le debo, señor Yaguarín?
Yaguarín: Tres reales, na’ más.
Los enfermos: ¡No vé qué bueno es el señor Yaguarín!
La mujer: ¡Sólo con la fe que tengo en usté me voy a poné buena, señor
Yaguarín! ¡Dios se lo pague! (Sale).
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Yaguarín: ¡Ajá, mira! Y después que tomes mis remedios ten mucho
cuidao porque entonces sí vas a salí embaraza en cuantico no más
hagas disparate.
Candelario: (Entrando) ¡Buen día, compay Yaguarín!
Yaguarín: Ajá, como que está puaquí Candelario Sotillo.
Candelario: El mismo que viste y calza.
Yaguarín: Cuando tú vienes, algo bueno me traes.
Candelario: ¿No barrunta usté lo que pue’ se, compay?
Yaguarín: Yo no curo sino por las aguas.
Candelario: ¿Entonces usté no le echa un vistazo a los periódicos?
Aunque si fuera asina no creo que no lo sepa, porque es mucha la
gente que lo visita y las conversaciones que le traen.
Yaguarín: Te digo que yo no curo sino por las aguas.
Candelario: ¿Me deja usté pasá pa’ tras el armario pa’ decíselo?
Yaguarín: Tú sabes que ese cuarto no lo pisan más alpargatas que las
mías. Puedes echa el cuento si quieres, aunque te irás sin remedio.
Candelario: Pues, compay Yaguarín, usté que es una fiera pa’ sácale
toa clase ‘e bicho a la gente, ¿podrá hace eso mismo con los animales?
Yaguarín: No me venga con cacho, que a otro no se lo aguanto. ¿Usté ve
tos estos frascos? Pues adentro hay de to’: sapos, culebras, lombrices,
solitarias, anquilostomos, hojas, frutas, flores, palos y pepas.
Candelario: Yo sabía que usté es un palo de hombre, compay Yaguarín.
Yaguarín: Pero entoavía no veo las aguas.
Candelario: (Sacando un frasco) Aquí las tiene, compay.
Yaguarín: (Tomándolo) Ajá, mire. ¿Son nuevas?
Candelario: Pues son de las amanecías.
Yaguarín: (Viendo el frasco) Ajá, mire, pues ha debío echales unos grani-
tos ‘e mai pa’ evitá que se pudran.
Candelario: Con usté no hay tutía, compay.
Yaguarín: (Elevando el frasco ante los ojos, contra la gente) ¡Veo oscuro!
(Luego contra la luz) ¡No veo claro! (Haciendo un esfuerzo) ¡Empiezo a
ver! ¡Veo!
Los enfermos: ¡Mira como suda! ¡Primera vez que esto le pasa a Yaguarín!
Yaguarín: ¡Estas aguas no son de cristiano, caray!
Candelario: No, señor.
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Cuadro final
Telón final
Sherlock Morrow
Morrocobrero
Mujiquita
Morrockfeller
Joan Crawford
Miss Kakatúa
Chang
Anésimo Onato
Icotea
Escena I
Morrockfeller: ¡Haló!
Periodista: ¡Jaló!
Mujiquita: ¡Jaló!
Morrocobrero: (A Sherlock) Ya jaló Mujiquita.
Morrockfeller: (A Mujiquita) ¿Who are you?
Mujiquita: ¿Ju es ju?
Morrocobrero: (A Sherlock) Ya hay ju jú.
Policía: (Entrando con libreta) ¿Nacionalidad?
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Escena II
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Escena III
SAINETES VENEZOLANOS
Mujiquita: No mucho.
Sherlock: ¿No mucho? Como que le estás sacando el cuerpo a los cua-
renta mil bolos...
Mujiquita: No viejo, ¿cómo va a ser? Primero la muerte que dejar de
pagarte esos cuarenta mil francos...
Sherlock: ¿Francos? ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! ¡Arriba! España… Ya
lo sabes: Si me abandonas te mato...
Escena IV
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Escena V
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Miss Kakatúa:
Desde que lo vi lo quise.
¿Y usté qué dice?
Morrocobrero:
Desde que la vi venir.
La conocí en el apero,
gallo de tan poca pluma
no canta en mi gallinero.
Speaker: Bueno, ahora va a hablar el sr. Gornés Macpherson.
Tesorería,
¡viva tu padre!
aclarando pasaron
los Olivares.
En el congreso, sí, sí,
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Mi Picón Febres,
Parra Picón,
por tu culpa culpita
no tiene ni un camburcito
mi corazón.
Mi Picón Febres,
Parra Picón,
por tu culpa culpita no tiene
ni un camburcito
mi corazón.
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Escena VI
(Por un lado entran 4 señoras con una mesa y 4 sillas y se sientan alrededor
de la mesa. Son el alemán, el italiano, el japonés y el falangista espa-
ñol, convenientemente trajeados. Por el otro entran Morrockfeller,
miss Kakatúa, Morrocobrero, Mujiquita y Sherlock Morrow)
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Mujiquita: Pues si no le gusta, mister, hay otras. Mire, por aquí queda
La Cochera, por aquí El Pescador, y por allá San Francisquito y El
Aguacate... Tiene dónde escoger.
Morrocobrero: Por favor, míster, no vaya a escoger El Aguacate, que
a los musiús esa fruta les da pulmonía. Yo le voy a decir en secreto lo
que le conviene.
Falangista español: (Acercándose) ¡Con lo que me gusta a mí un
secreto, resalao! Voy a escuchá lo que dice este asaúra pa’ contáselo a
la hispanidá…
Sherlock: (Llevándose la mano a los ojos para verlos huir) Todo se desarro-
lló según los planes previstos por el Estado Mayor.
Miss Kakatúa: (A Mujiquita) ¿Pero dónde está Timoshenko?
Timoshenko: (Entrando, con acento maracucho) Ese soy yo, primita.
Timoshenko Nabucodonosor Valbuena, de Maracaibo. Para servir a
vos. Estáis fresca, cuñada…
(Salen conversando)
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Escena VII
SAINETES VENEZOLANOS
(Chang queda solo en escena con los tres poetas. Y los va metiendo
uno por uno en sus aparatos de desaparición. Los elimina a los tres a la
vista del público, vuelve a cerrar el cajón y dice):
Escena VIII
Chang coloca un par de sillas en el centro de la escena, les pone encima una
tabla, hace correr por encima un automovilito de cuerda y dice:
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Icotea: Si es el recibo del Country Club dile que vuelva mañana (Entra)
¡Adiós cará, si son los turistas!
Morrocobrero: Sí, mijita, han venido a practicarnos una visita domi-
ciliaria para ver si encuentran aquí a la señorita Joan Crawford.
Icotea: ¿A la señorita Joan Crawford, aquí? ¿Tú no la has visto, Juan?
¡Porque aquí viene tanta gente! Esto es un pasar de automóviles.
(Pasa un automóvil por arriba).
Miss Kakatúa: ¡Ay, qué susto! ¡Me dan un miedo las ruedas!
Morrocobrero: ¿Las ruedas? A mí lo que me da miedo es el eje.
Sherlock: (A Juan de la Calle) ¿Usted no ha visto a Joan Crawford?
Juan de la Calle: (Siempre acostado) Sí. La vi en “Rostro de Mujer”; pero
me gusta más Cantinflas.
Morrocobrero: Pero, ¿por qué no se sientan? (A Icotea) Mi amor,
tráele al mister la butaquita de Pérez Soto... un recuerdito...
Miss Kakatúa: Y yo, ¿dónde me siento?
Morrocobrero: Pues mire, siéntese en esa penca ‘e tuna. Y esta noche
cuando se vaya acostar se divierte sacándose las espinitas y diciendo:
Te quiero, mucho, poquito y nada...
Morrockfeller: Pero ¿cómo pueden ustedes vivir aquí?
Morrocobrero: Porque no podemos vivir en otra parte.
Miss Kakatúa: ¿Y qué comen?
Icotea: ¿En el desayuno, en el lonch o en la cena?
Miss Kakatúa: En el desayuno.
Morrocobrero: Pues, el desayuno no está mal. Guayoyo a la chato-
brián, un trefilé maduro, vulgo topocho y dos amarillos... de mango.
Miss Kakutúa: ¿Y cubiertos?
Morrocobrero: ¿Cubiertos? Medio cubiertos, pero cuando llueve, el
día de la raza, señora: descubiertos.
Miss Kakatúa: No, que si tienen cubiertos. Vajilla.
Morrocobrero: ¿Ah, vajilla? Mi amor, enséñales el platico...
Icotea: ¿El de Ofelia, mi vida?
Morrocobrero: No seas optimista, negra, el del Dr. Toledo Trujillo.
Otro recuerdito.
Miss Kakatúa: (A Icotea, que va a salir) No se moleste, ¿y duermen
bien?
SAINETES VENEZOLANOS
Escena IX
Chang se adelanta, prende con alfileres un retrato del general Medina, deja
en el suelo un rollo de mecate y dice:
SAINETES VENEZOLANOS
Sherlock: ¡Sácala!
Morrocobrero: ¡Boliche! ¡Yo no toco aquí ni el himno nacional!
Sherlock: Déjeme ver. (Se agacha y hace como que saca algo debajo de la
cama) ¡Un túnico! (A Morrockfeller) ¿Reconoce usted este túnico?
Morrockfeller: ¡Yo no!
Sherlock: (A Miss Kakatúa) ¿Y usted?
Miss Kakatúa: ¡Caballero! Yo soy una señorita...
Morrocobrero: ¡Gran cosota! Con esa cara y esas canillas hasta yo
sería señorita...
Sherlock: (A Morrocobrero) ¿Y usted reconoce este túnico?
Morrocobrero: (Alarmado) ¿Quién, yo?
Icotea: Sí, tú, ¡sinvergüenza!
Morrocobrero: Pero negra, ¿cómo se te ocurre? Yo la única ropa inte-
rior que reconozco es la tuya, ¡por los remiendos! Yo no he conocido
más relaciones interiores que las tuyas y las del doctor Chiossone.
Sherlock: En realidad esta tela parece un túnico. (Midiendo a cuartas la
tela imaginaria) Pero, para la poca tela que gastan las mujeres ahora,
me parece muy grande.
Mujiquita: (Entrando) ¡Buenas noches, señores! ¿Qué se les ofrece? ¿A
qué debo el honor de esta visita?
Morrocobrero: Pues aquí, viejito, repasando la ropa.
Sherlock: (Imperioso) ¿De quién es este túnico?
Mujiquita: Ese no es un túnico.
Morrocobrero: No, cabeza ‘e ñame. Es el Salón Elíptico.
Mujiquita: Ese no es un túnico, repito. Es una camisa.
Sherlock: ¿Camisa? ¿De dormir?
Mujiquita: ¿De dormir? No señor. Esa camisa es de Arturito.
Sherlock: ¿De Arturito?
Mujiquita: Sí, señor. Esa es la camisa del hombre feliz. Yo se la aliso
cada vez que hay un cambio y a él no le pasa nada.
Morrockfeller: Bueno, Mujiquita, apartando la camisa, ¿dónde está
la señorita Joan Crawford?
Mujiquita: (Registrándose) Yo no la tengo.
Sherlock: ¡Usted la tiene! En el cabaret estaba con ella. Salió con ella y
regresó solo. ¿Qué hizo con ella?
SAINETES VENEZOLANOS
Mujiquita: Ah, sí es verdad, así no fue la cosa. Lo que pasó fue que
cuando nos vimos solos ella pretendió abusar de mí. Era muy ata-
cona la pobrecita. (Llora).
Morrocobrero: (Consolándolo) No llores, viejo, hay que tener confor-
midad.
Sherlock: Y después de matarla, ¿qué hizo?
Mujiquita: La descuarticé.
Miss Kakatúa: ¡Caníbal!
Sherlock: ¿Por qué la descuartizó?
Mujiquita: En defensa propia.
Sherlock: ¿Cómo?
Mujiquita: Sí, señor. Quedó así, muertecita, desnuda, provocativa, con
un lunar en la barriga, y como yo soy tan débil la descuarticé para no
verla desnuda. Era buenaza la pobrecita.
Morrocobrero: (Palmeándolo) Resignación, hermano, resignación...
¿Oye, estaba suavecita, verdad?
Icotea: ¡En papel de lija me voy a forrá yo pa’ que sepas lo que es suave-
cita!
Sherlock: ¿Y qué hizo después de descuartizarla?
Mujiquita: La enterré.
Morrocobrero: Menos mal que no dijo que la había enterrado yo.
Sherlock: ¿Dónde la enterró?
Mujiquita: No me acuerdo.
Morrocobrero: Haz un esfuercito, Mujiquita.
SAINETES VENEZOLANOS
(Salen todos)
Escena X
SAINETES VENEZOLANOS
SAINETES VENEZOLANOS
(Traen un baúl)
Sherlock: ¡Allí está la señorita Joan Crawford! (Chang trata de irse) ¡Un
momento, usted no se va! Usted la metió en el baúl y usted la saca del
baúl.
Morrocobrero: Mucha vista, mister Morrow, como lo mete a usted en
una caja ‘e fósforos.
Sherlock: ¿La puede usted sacar del baúl?
Chang: No, señor.
Sherlock: Ya lo sabía. Y sabía también que este señor (Señalando a
Mujiquita) se dejó acusar de asesinato antes que exponerse a las
iras de este chino. Un asesinato se ve todos los días. Pero cuando este
chino le da la vuelta al brazo y tira un estrai rodillero, hay que llamar
las mulas.
Morrockfeller: Bueno, yo quiero ver a la señorita Joan Crawford.
Sherlock: Un poco de paciencia. (A Chang) ¿Usted es Chang, verdad?
Chang: ¿En qué me lo conoció?
Sherlock: Muy sencillo. Este hombre (Señala a Morrocobrero) vino
con su señora y usted se la cambió por un paquete de maní y él no se
ha fijado. Se lo está comiendo...
Morrocobrero: (Dando un salto y tirando el maní) ¡Icotea, mi pobre Ico-
tea, me la comí!
Chang: No se preocupe amigo, reclámesela al manisero.
Sherlock: (A Chang) Vamos al grano.
Chang: Bueno, a sus órdenes.
Sherlock: ¿Conoce usted El Baúl?
Chang: No, señor. No he pasado de San Juan de los Morros.
Sherlock: Ah, mucho gusto. Los Morros somos de allá. Bueno, se trata
de sacar a la señorita Crawford del baúl.
SAINETES VENEZOLANOS
Chang: Eso es muy fácil. (Da unos pasos) Verán ustedes a la señorita Joan
Crawford. (Todos se agolpan alrededor del baúl. Abren el baúl y sale Ané-
simo).
Sherlock: Anésimo, ¿qué hace usted aquí?
Anésimo: (En tono de discurso) A la llegada a este pueblo de tan distingui-
dos visitantes, tengo el honor de darles la bienvenida en mi carácter
de Jefe Civil del Baúl. (Señalando hacía el baúl) ¡Mi señora! (Sale Joan
Crawford).
Morrockfeller: Pero, ¿qué es esto?
Anésimo: Nada, me casé con ella por el artículo 111, o sea: legalización
de persogo.
Joan: ¡Muy felices! ¡Muy felices!
Villegas: Bueno, ¿pero dónde está el crimen?
Sherlock: El crimen ha sido evitado por el súbito enamoramiento y las
nupcias de Joan con Anésimo. El crimen lo iban a cometer el señor
(Señala a Mujiquita), en combinación con el señor (Señala a Chang).
Mujiquita iba a conseguir a la señorita Crawford para quedarse con
la plata mientras el señor Chang se quedaba con las curvas.
Villegas: ¿Y para qué quería el señor las curvas de la señorita? (a Chang)
¿Quién es usted?
Chang: Yo soy Chang.
Sherlock: Mentira. Usted no es Chang. (Al público) Señores, ¿uste-
des saben quién es este hombre que amenazaba a Mujiquita con un
“desbol”? ¿No adivinan quién quería ponerse en las curvas de Joan
Crawford? ¿El chino Chang? ¡Pues no! El chino Canónico. (Chang le
da vuelta al brazo pero Villegas lo detiene).
Villegas: ¡Arresten al señor!
Chang: ¿Que me arresten? Yo soy el ídolo del público.
Villegas: ¡Arresten al público!
Chang: Pero mira, Villeguitas, si tú fuiste a La Guaira a recibirme
cuando llegué de Cuba.
Villegas: ¡Arréstenme a mí!
Morrocobrero: (A Joan) Bueno, señora o señorita, nos quedamos con
sus curvas, las de afuera y las de adentro. Venezuela huele a lo que
sea, pero usted huele a cielo.
SAINETES VENEZOLANOS
Sherlock: ¿El oro? ¿Ya no lo vio? Guá, ¿y eres tú, catire? ¿Qué te pasa?
El del público: A mí me parece que se debía decir por qué huele a oro.
Sherlock: Pero catire, si ya lo dijimos.
El del público: No me parece.
Sherlock: Bueno, entonces podemos suspender esto, el público nos
espera un poquito y arreglamos mejor el final. ¿Por qué no vienes
aquí para que discutamos eso?
El del público: Allí, yo no voy allí.
Sherlock: Pero te estamos invitando a que vengas a discutir para que
la cosa quede mejor. Yo creo que en beneficio, o en beneficencia, del
público, tú estás obligado a venir.
El del público: Yo no voy. Ustedes no tienen facultades legales para obli-
garme a ir. Yo podré ir a informar, pero a discutir, ¿qué ley me obliga?
Sherlock: Pero, el artículo catorce es muy claro...
El del público: El artículo catorce me obliga a ir a informar pero no a
discutir.
Sherlock: Bueno, chico, eso lo arreglará la corte.
El del público: ¡Si Dios quiere! (Se sienta).
Sherlock:
Mientras la corte revela
su opinión sobre este asunto,
al público le pregunto:
¿A qué huele Venezuela?
Morrocobrero:
Y en Lagunillas y en Coro
donde ya el petróleo apesta
Morrockfeller me contesta:
Venezuela huele a oro.
Sherlock:
Y entre El Silencio y San Pablo
o bajo el Puente de Hierro
SAINETES VENEZOLANOS
Telón
Bibliografía citada
BIBLIOGRAFÍA CITADA
Salas, Carlos, 1974. Historia del teatro en Caracas. Caracas, Edición del Concejo
Municipal del Distrito Federal.
_____________, 1978. “Testimonio de Carlos Salas” en VVAA. Apuntes para
que no se pierda una memoria. Caracas, Imprenta Municipal de Caracas.
Uslar Pietri, Arturo, 1958. Teatro. Caracas-Madrid, Edime.
Hemerografía citada
El Nacional, Caracas
Élite, Caracas
Fontoches, Caracas.
La Alborada, Caracas
Letras, Caracas
Obras seleccionadas
OBRAS SELECCIONADAS
Salto atrás 75
La taquilla 113
El rompimiento 147
)
La edición consta de 3.000 ejemplares