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Ensayo
En el último tiempo, ha surgido con fuerza una nueva voz social que clama por cambio en
las estructuras políticas y económicas imperantes, y no nos referimos a una clase en
particular, a una de las muchas minorías o a algún tipo de conglomerado social, sino a la
voz de miles de jóvenes y adolescentes, cuya participación en la sociedad se ha visto
cuestionada tanto desde la institucionalidad como desde el ámbito legislativo.
Como reflejo de esto, hace algunas semanas, en nuestro país, se escuchan las propuestas
sobre la participación de menores de 14 años en la consulta ciudadana por la nueva
Constitución. Este ejemplo se presenta como una muestra de un cambio en la visión que se
proyecta de esta juventud capaz de dar inicio a un movimiento social de magnitudes,
permitiendo comprender la urgencia de replantearnos el rol de los adolescentes en el
contexto político contemporáneo. Ante esto surge la pregunta: ¿es factible una participación
política real de los y las jóvenes inscritos bajo el concepto de adolescentes?
Delinear los parámetros del concepto mencionado no es tarea sencilla, se deben prever
aspectos sociales, biológicos y culturales en su construcción. No obstante a ello, es
imprescindible llevar a cuestionamiento los preceptos que subyacen a la denominación de
adolescencia, por cuanto son estos lineamientos lo que permiten cuestionar la legalidad en
la viabilidad de la participación política de los jóvenes.
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Más información sobre el concepto en:
https://www.who.int/maternal_child_adolescent/topics/adolescence/dev/es/
Como se puede visualizar, la problemática no radica en la definición genérica del concepto,
sino en las dos aristas que se deprenden de la teorización de estas definiciones: por una
parte, la gran cantidad de información problematizadora de esta etapa del ciclo de vida, en
cuanto a las conductas potencialmente peligrosas o los patrones de control que se deben
ejercer con respecto a la crianza; por otra parte, la asignación de una situación de
transitoriedad por esta etapa, lo que conlleva una invalidación de este proceso y de los
sujetos inmersos en esta clasificación. Con respecto al primer punto, Krauskopf (2000)
indica:
En relación a esto, el ser capaces, como sociedad, de advertir las características positivas de
este grupo, puede beneficiar a la resignificación de su actividad política, en cuando se ve en
ellos aptitudes, conductas y capacidades propias de su etapa y provechosas para el avance
social y para la construcción de ciudadanía.
Para que las categorías analíticas de la ciencia política puedan alcanzar a los niñ@s
y jóvenes-adolescentes, es necesario cuestionar justamente la paradoja del contenido
monolítico asignado a la transicionalidad en la que se ubica a las nuevas
generaciones, abriendo la reflexión a la posibilidad de formular diferentes intereses
y modalidades de participación según momentos del ciclo vital infantil y juvenil. En
efecto, si bien, como adelantáramos, el amplio período —que abarca a la
escolarización y se extiende hasta la “mayoría” de edad— ubica a sus miembros en
un status de “no sujeto en pleno derecho ante la ley” debido a su dependencia con
respecto al mundo adulto, el énfasis puesto en la minoridad y en la protección que
fundamenta tal situación jurídica, al tiempo que vela (cuida) por ellos, vela (ignora)
el carácter político de su participación. (Krauskopf, 2000, p.91)
Si sumamos a este aspecto lo que indican las teorías de desarrollo, no encontramos con el
Modelo dialéctico-contextual, el cual responde de manera certera a esta configuración de
sujeto ante el contexto y desde él. Para este modelo, la actividad y la construcción del
individuo está orquestado e influenciado por su experiencia subjetiva con el contexto con el
cual interactúa de forma dinámica al estar inserto en un proceso de constante cambio y
evolución a través de lo dialéctico (Garza, 2017).
Ante esto, se propone una nueva visión del concepto, en la cual se abandone el énfasis
estigmatizante y reduccionista de la conjugación juventud-problema. Reconocer el valor y
la significatividad que la participación política de los y las jóvenes y adolescentes podrían
entregar a la nueva visión de país, proviene de aceptar que su condición (de adolescente)
también integra aspectos imprescindibles para el contraste con el pensamiento adulto. De
ahí la importancia de no inducirlos a formatos adultistas que les permitan validarse en este
mundo, sino reconocer y autenticar las propias formas constructivas que proponen estos
grupos particulares (Krauskopf, 2000).
La capacidad de construir esta nueva realidad por parte de los y las jóvenes radica, en
palabras de Arias-Cardona y Alvarado (2015), en la capacidad de este sector de tomar
acción social a través de movimientos colectivos que tensan la hegemonía y resignifican las
visiones universalizantes del mundo, las cuales, muchas veces, desconocen o ignoran las
necesidades locales de los ciudadanos. Para estas autoras: “Este es un ejercicio de
dignificación que supone cambiar el orden de subordinación y propiciar las posibilidades de
autodeterminación de las comunidades, donde dialogan los ámbitos privado y público de la
vida cotidiana.” (p.588)
En síntesis, ante los revisado en este escrito y respondiendo a la pregunta inicial, será
posible una participación política adolescente solo cuando se resignifique el concepto a
nivel social, al deconstruir sus aspectos limitantes por otros que reconozcan la enorme
importancia de esta etapa del desarrollo como voz válida en el contexto político de los
países, ya que son ellos, es decir, los y las adolescentes quienes están más abiertos al
cambio y a aportar a la esfera política una nueva visión de mundo.
Referencias bibliográficas