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Psicología Infanto-juvenil

Ensayo

Nombre: María de los Ángeles Morales Mora


Fecha de entrega: 12/12/2019
Carrera: Psicología (1º semestre)
Docente: Diego Yavar del Real

Adolescencia y participación política: hacia una resignificación del concepto

En el último tiempo, ha surgido con fuerza una nueva voz social que clama por cambio en
las estructuras políticas y económicas imperantes, y no nos referimos a una clase en
particular, a una de las muchas minorías o a algún tipo de conglomerado social, sino a la
voz de miles de jóvenes y adolescentes, cuya participación en la sociedad se ha visto
cuestionada tanto desde la institucionalidad como desde el ámbito legislativo.

Como reflejo de esto, hace algunas semanas, en nuestro país, se escuchan las propuestas
sobre la participación de menores de 14 años en la consulta ciudadana por la nueva
Constitución. Este ejemplo se presenta como una muestra de un cambio en la visión que se
proyecta de esta juventud capaz de dar inicio a un movimiento social de magnitudes,
permitiendo comprender la urgencia de replantearnos el rol de los adolescentes en el
contexto político contemporáneo. Ante esto surge la pregunta: ¿es factible una participación
política real de los y las jóvenes inscritos bajo el concepto de adolescentes?

Delinear los parámetros del concepto mencionado no es tarea sencilla, se deben prever
aspectos sociales, biológicos y culturales en su construcción. No obstante a ello, es
imprescindible llevar a cuestionamiento los preceptos que subyacen a la denominación de
adolescencia, por cuanto son estos lineamientos lo que permiten cuestionar la legalidad en
la viabilidad de la participación política de los jóvenes.

El concepto de adolescencia hace referencia al periodo comprendido entre la niñez y la


edad adulta, el cual, además de los cambios fisiológicos particulares, como el inicio de la
pubertad, refleja una etapa de transformaciones biológicas, psicológicas y sociales que
constituyen grandes determinaciones para la consecución de una independencia psicológica
y social (Pineda y Aliño, 2002, p.16). A su vez, la OMS la indica como aquella etapa
comprendida entre los 10 y 19 años, cuyos procesos de cambio son tan radicales que sólo
serían comparables al periodo de lactancia1.

1
Más información sobre el concepto en:
https://www.who.int/maternal_child_adolescent/topics/adolescence/dev/es/
Como se puede visualizar, la problemática no radica en la definición genérica del concepto,
sino en las dos aristas que se deprenden de la teorización de estas definiciones: por una
parte, la gran cantidad de información problematizadora de esta etapa del ciclo de vida, en
cuanto a las conductas potencialmente peligrosas o los patrones de control que se deben
ejercer con respecto a la crianza; por otra parte, la asignación de una situación de
transitoriedad por esta etapa, lo que conlleva una invalidación de este proceso y de los
sujetos inmersos en esta clasificación. Con respecto al primer punto, Krauskopf (2000)
indica:

En el paradigma que corresponde a la juventud como problema, los adolescentes


son visibilizados de forma estigmatizada y descalificatoria. Se generaliza el hecho
de ser joven como problema social, lo que despierta reacciones de temor y rechazo.
Ambas posiciones contribuyen actualmente a los bloqueos generacionales. Para
instalar políticas y programas de juventud es necesario romper con la
invisibilización y sus peligrosas consecuencias. Si no se cultiva una visibilización
positiva, los y las jóvenes pueden desarrollar una visibilización aterrorizante.
(p.126)

En relación a esto, el ser capaces, como sociedad, de advertir las características positivas de
este grupo, puede beneficiar a la resignificación de su actividad política, en cuando se ve en
ellos aptitudes, conductas y capacidades propias de su etapa y provechosas para el avance
social y para la construcción de ciudadanía.

Al explicar el segundo punto mencionado, es evidente cómo el tratamiento que se le otorga


a la categoría del adolescente, dando énfasis a la falta o ausencia que le impide ser un sujeto
completo, nos ha llevado a situar a los y las jóvenes en una etapa centrada en la falencia
más que en su valor y su especificidad con respecto a este momento de sus vidas.

Para que las categorías analíticas de la ciencia política puedan alcanzar a los niñ@s
y jóvenes-adolescentes, es necesario cuestionar justamente la paradoja del contenido
monolítico asignado a la transicionalidad en la que se ubica a las nuevas
generaciones, abriendo la reflexión a la posibilidad de formular diferentes intereses
y modalidades de participación según momentos del ciclo vital infantil y juvenil. En
efecto, si bien, como adelantáramos, el amplio período —que abarca a la
escolarización y se extiende hasta la “mayoría” de edad— ubica a sus miembros en
un status de “no sujeto en pleno derecho ante la ley” debido a su dependencia con
respecto al mundo adulto, el énfasis puesto en la minoridad y en la protección que
fundamenta tal situación jurídica, al tiempo que vela (cuida) por ellos, vela (ignora)
el carácter político de su participación. (Krauskopf, 2000, p.91)

Es relevante, al mencionar el concepto de participación política, indicar que se apela a un


campo de construcción de la vida en comunidad, en donde los diversos sujetos y actores
sociales inciden y regulan las formas de gobierno, como también la participación real de los
ciudadanos. Según Batallán y Campanini (2008), al incluir a los y las adolescentes en el
ámbito político se deben:

(…) incluir las numerosas experiencias en las que se expresan preocupaciones y


propuestas de construcción de la vida en común, ya sea en ámbitos de pertenencia
(como la escuela y su entorno) o que los trascienden como cuando manifiestan
intereses de justicia e igualdad referidos a las políticas públicas de la ciudad o del
país, y que no necesariamente los afectan directamente.” (p.91).

Si sumamos a este aspecto lo que indican las teorías de desarrollo, no encontramos con el
Modelo dialéctico-contextual, el cual responde de manera certera a esta configuración de
sujeto ante el contexto y desde él. Para este modelo, la actividad y la construcción del
individuo está orquestado e influenciado por su experiencia subjetiva con el contexto con el
cual interactúa de forma dinámica al estar inserto en un proceso de constante cambio y
evolución a través de lo dialéctico (Garza, 2017).

¿De qué forma podríamos validar entonces la participación adolescente en el ámbito


político si no es a través del cambio en los preceptos que sostienen este concepto? La
búsqueda, el encuentro, el inconformismo, la acción, entre otros, son factores que
movilizan y permiten el cambio en las dimensiones sociales, mismos conceptos que son
parte de la vida diaria adolescente y a través de los cuales podremos integrar una nueva
visión a los ámbitos políticos y legislativos imperantes:

(…) analizar la juventud como metáfora de cambio social y expresión cultural de


resistencia, permite deconstruir la idea de que los sujetos jóvenes son
“naturalmente” desinteresados, y leer estas actitudes comprensivamente analizando
que lo que subyace a esa posición es más un dejo de desesperanza frente a lo
instituido, un desencanto respecto a los modos tradicionales de hacer las cosas, una
insatisfacción de cara al mundo “tal cual es”. (Arias-Cardona y Alvarado, 2015,
p.583)

Este proceso de deconstrucción, concepto cuyos antecedentes se enraízan en la teoría de


Derridá, sostiene que el logos, representando por la palabra o el concepto, ha de ser
construido y transformado a partir de su identificación y definición. Por tanto, la
importancia de la deconstrucción involucra: “un mecanismo creativo que permite visibilizar
lo invisible, percibir lo aparentemente oculto, poner de manifiesto el significado releyendo
y retomando valores semánticos y semióticos escondidos de los significantes, para la
“aparición” de un nuevo significado.” (Ayala, 2013, p.82).

En consecuencia, al establecer la importancia de la deconstrucción del concepto de


adolescente, estamos atendiendo también a la lógica del modelo dialéctico contextual, en
cuanto permite que, desde el contraste y la oposición, surja una nueva realidad. En este
sentido, y en relación a la finalidad de este escrito, es que se plantea la necesidad
problematizar, no a los y las adolescentes, sino a una definición que, más que
diferenciarlos, los castiga e invalida en su posible participación social, restringiendo su
actuar a una denominación de personas no preparadas para el ámbito político.

Desde el paradigma que identifica la adolescencia como un período preparatorio, los


adolescentes son percibidos fácilmente como niños grandes o adultos en formación.
Tal enfoque se sustenta en el paradigma que enfatiza a la adolescencia como un
período de transición entre la niñez y la adultez. Le corresponde la preparación para
alcanzar apropiadamente el status adulto como la consolidación de su desarrollo. En
dichos conceptos se aprecia un vacío de contenidos para la etapa propiamente tal.
(Krauskopf, 2000, p.121).

Ante esto, se propone una nueva visión del concepto, en la cual se abandone el énfasis
estigmatizante y reduccionista de la conjugación juventud-problema. Reconocer el valor y
la significatividad que la participación política de los y las jóvenes y adolescentes podrían
entregar a la nueva visión de país, proviene de aceptar que su condición (de adolescente)
también integra aspectos imprescindibles para el contraste con el pensamiento adulto. De
ahí la importancia de no inducirlos a formatos adultistas que les permitan validarse en este
mundo, sino reconocer y autenticar las propias formas constructivas que proponen estos
grupos particulares (Krauskopf, 2000).

La capacidad de construir esta nueva realidad por parte de los y las jóvenes radica, en
palabras de Arias-Cardona y Alvarado (2015), en la capacidad de este sector de tomar
acción social a través de movimientos colectivos que tensan la hegemonía y resignifican las
visiones universalizantes del mundo, las cuales, muchas veces, desconocen o ignoran las
necesidades locales de los ciudadanos. Para estas autoras: “Este es un ejercicio de
dignificación que supone cambiar el orden de subordinación y propiciar las posibilidades de
autodeterminación de las comunidades, donde dialogan los ámbitos privado y público de la
vida cotidiana.” (p.588)

En síntesis, ante los revisado en este escrito y respondiendo a la pregunta inicial, será
posible una participación política adolescente solo cuando se resignifique el concepto a
nivel social, al deconstruir sus aspectos limitantes por otros que reconozcan la enorme
importancia de esta etapa del desarrollo como voz válida en el contexto político de los
países, ya que son ellos, es decir, los y las adolescentes quienes están más abiertos al
cambio y a aportar a la esfera política una nueva visión de mundo.

Referencias bibliográficas

Arias-Cardona, A. y Alvarado, S. (2015). Jóvenes y política: de la participación formal a la


movilización informal. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud,
(13), p 581-594.
Ayala, O. (2013). La deconstrucción como movimiento de transformación. Ciencia,
docencia y tecnología, (47), p.79-93.

Batallán, G. y Campanini, S. (2008). La participación política de niñ@s y jóvenes-


adolescentes. Contribución al debate sobre la democratización de la escuela. Cuadernos de
antropología social, (28), p.85-106.

Garza, J. (2017). Psicoanálisis Relacional y Teoría de Sistemas Dialéctico-Contextual.


Clínica e Investigación Relacional, (11), p.581-591. [Consultado el 10/12/2019]
Recuperado de:
https://www.psicoterapiarelacional.es/Portals/0/eJournalCeIR/V11N3_2017/08_Garza_Psicoanali
sis-Relacional-Teoria-Sistemas-Dialectico-Contextual_CeIR_V11N3.pdf

Krauskopf, D (2000). Dimensiones críticas de la participación social de las juventudes. La


participación social y política de los jóvenes en el horizonte del nuevo siglo. Argentina,
Buenos Aires: CLACSO.

Pineda, S. y Aliño, M. (2002). El concepto de adolescencia. Manual de prácticas clínicas


para la atención integral a la salud en la adolescencia. Cuba, La Habana: MINSAP.

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