En la actualidad se puede observar demasiada omisión de
información, a veces se inventan historias y se sostienen, se dicen promesas que no se tiene intención de cumplir solo para ganar un beneficio, etc. Todo esto reflejado en la política, negocios, periodismo, comunicaciones y relaciones interpersonales.
Las personas desde muy pequeñas están relacionadas con la
mentira, es más, son los mismos padres que enseñan a sus hijos a mentir como cuando por ejemplo, dicen a los niños que agradezcan ante un regalo no deseado de una tía. Igualmente cuando observan a sus padres decir una mentira para quedar bien socialmente con otros adultos.
La mentira también está relacionada con la personalidad, se
dice que los extrovertidos mienten más que los introvertidos. Siendo la explicación del por qué se miente relacionada directamente con la autoestima, mentimos cuando nuestro ego se ve amenazado o cuando a toda costa queremos sacar provecho de una situación. En este contexto no es difícil entender que la mentira es un mecanismo de defensa, un arma más para la supervivencia. Fuera de que si mentir esté bien o mal, como en todo, hay un límite. Creo que la mentira está también íntimamente ligada con el conformismo o con un vacío emocional. Se necesita inventar fabulaciones para presentarnos como no somos, pero que quisiéramos ser, tratando de completar ese vacío con los halagos de los demás que fueron engañados. Sin embargo esto puede resultar más dañino que decir la verdad. El hecho de sentir culpa y tristeza de no ser lo que otros creen y también de estar manteniendo esa mentira con muchas otras resulta muy cansado y agotador, inclusive hasta deprimente y puede acabar en un vacío emocional mucho peor.
Es por eso que algunas personas aquellas a las que no les
importan el “qué dirán” y les interesa más el conocerse profundamente se dan cuenta que estar mintiendo no sirve o que no representa un reto como decir la verdad (escoger el camino difícil antes que el fácil) y que además es cansado.
Sin embargo se puede -resumiendo a grandes rasgos-
identificar dos tipos de mentiroso según el catedrático de Psicobiología Martínez Selva: el fabulador y el sinvergüenza. “El fabulador es alguien acostumbrado a contar mentiras a lo grande y en todos los ámbitos: se reinventa aunque lo hayan descubierto antes; el sinvergüenza intenta lograr una ventaja para alcanzar un objetivo que no puede conseguir o que no tiene la seguridad de lograrlo”.
También hay muchos tipos de mentira: La mentira
“inocente”, muy común en la vida social; sin embargo puede que dichas relaciones se fundamenten en bases poco estructuradas, estructuradas en la mentira. La mentira “beneficiosa o solidaria”, la que se usa para tratar de ayudar a los demás ¿realmente se la estaría ayudando quitándole la capacidad de asumir su errores y mejorar? La mentira “maliciosa”, las que se dicen por venganza, para obtener algún beneficio o ganar en situaciones competitivas, algunos dirían que podría ser un recurso pero, ¿acaso eso no demostraría que uno no tiene los suficientes recursos para conseguir algo genuinamente? La mentira engañosa, la más perversa, porque pretende hacer daño o aprovecharse de la situación sin escrúpulos demostrando que uno no se realiza como persona y quiere que los demás estén en su misma situación. También está el autoengaño, que permite que uno abuse del alcohol, el tabaco o la comida sin sentirse adicto o desconociendo el daño capaz de ocasionarse a sí mismo, tratándose de un mecanismo que sirve para cegarse y arrojarse a la deriva, evitando afrontar los problemas.
Con todo lo mencionado anteriormente, se puede
identificar dos cosas: 1) Las mentiras si bien es cierto pueden facilitar muchas tareas, planes y objetivos; todo lo que se consiguiese no sería genuino, algo de lo que sentirse orgulloso. 2) Demuestran poca madurez, realización y consolidación del yo.
Se calcula que cada día cada persona oye más de 200
mentiras, muchas de ellas creación propia. El ser humano llega a ser un redomado mentiroso para parecer lustroso ante los demás obtenga aceptación, evitar molestias y ganar tiempo. Y como no, las personas también necesitan creerse sus propias fabulaciones para que no detecten su mentira.
Los humanos nos mentimos unos a los otros de forma crónica
y con aplomo. Bella DePaulo, profesora de la Universidad de Santa Bárbara, investigó sobre “las mentiras de nuestra vida diaria”: pidió a 147 personas que llevaran diarios anónimos durante una semana en los que dejaran asentado el cómo y por qué de cada mentira que decían. Resultado: los estudiantes universitarios decían un promedio de dos mentiras por día y el resto de personas una. Las mentiras podían ser incluidas en la categoría de ‘mentirijillas’, aunque también hubo confesiones de adulterio, de trampa a un empleador o de haber mentido para proteger a un jefe al prestar testimonio como testigo en un juicio. Preguntados sobre cómo se habían sentido al haber mentido, muchos admitieron sentirse perseguidos por la culpa, pero otros confesaron que, cuando se dieron cuenta de que el embuste les había salido bien, lo hicieron una y otra vez.
Un hecho curioso es que las personas tienen la capacidad de
darse cuenta de una mentira, pero prefieren fingir que no por miedo; entonces en algunas ocasiones tanto el mentiroso como el que se deja engañar son responsables de la mentira.
En conclusión mentir está íntimamente ligado a la cultura,
aprendiendo a mentir casi todas las personas desde muy pequeñas, algunas de mayores ya no lo hacen, otras por el contrario con el paso de los años fueron perfeccionando dichas habilidades; en una sociedad competitiva y superficial mentir se volvió un mecanismo de defensa que permite afrontarla.